En 3 oraciones o menos:
1) Don Quijote y Sancho Panza se encuentran con unos molinos de viento que Don Quijote confunde con gigantes. 2) Don Quijote decide atacarlos y lanza su lanza contra el aspa de uno de los molinos, lo que hace que el viento lo lance junto con su caballo Rocinante por los aires. 3) Sancho intenta convencer a Don Quijote de que eran molinos y no gigantes, pero Don Quijote insiste en que debe ser obra de magia para quitarle la gloria de la vict
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1) Don Quijote y Sancho Panza se encuentran con unos molinos de viento que Don Quijote confunde con gigantes. 2) Don Quijote decide atacarlos y lanza su lanza contra el aspa de uno de los molinos, lo que hace que el viento lo lance junto con su caballo Rocinante por los aires. 3) Sancho intenta convencer a Don Quijote de que eran molinos y no gigantes, pero Don Quijote insiste en que debe ser obra de magia para quitarle la gloria de la vict
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1) Don Quijote y Sancho Panza se encuentran con unos molinos de viento que Don Quijote confunde con gigantes. 2) Don Quijote decide atacarlos y lanza su lanza contra el aspa de uno de los molinos, lo que hace que el viento lo lance junto con su caballo Rocinante por los aires. 3) Sancho intenta convencer a Don Quijote de que eran molinos y no gigantes, pero Don Quijote insiste en que debe ser obra de magia para quitarle la gloria de la vict
En 3 oraciones o menos:
1) Don Quijote y Sancho Panza se encuentran con unos molinos de viento que Don Quijote confunde con gigantes. 2) Don Quijote decide atacarlos y lanza su lanza contra el aspa de uno de los molinos, lo que hace que el viento lo lance junto con su caballo Rocinante por los aires. 3) Sancho intenta convencer a Don Quijote de que eran molinos y no gigantes, pero Don Quijote insiste en que debe ser obra de magia para quitarle la gloria de la vict
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CAPITULO VTTI.
Del buen suceso que el valekoso don Quijote
TUVO en la espantable y jamás imaginada AVENTURA DE LOS MOLINOS DE VIENTO, CON 01M?OS SUCESOS DIGNOS DE FELICE RECORDACIÓN.
E.IN esto descubrieron treinta ó cuarenta molinos
de viento que hay en aquel campo y así como don ;
Quijote los vio, dijo á su escudero: La ventura va
guiando nuestras cosas mejor de lo que acertára- mos á desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta ó pocos más desafora- dos gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles á todos las vidas, con cuyos despojos co- menzaremos á enriquecer; que esta buena gue- es rra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala si- PAUTE I. — CAPÍTULO VIII. 95
miento de sobro la faz de la tierra. r.Qué gigantes?
dijoSancho Panza. Aquellos que allí ves, respondió su amo, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas. Mire vuestra merced, respondió Sancho, que aquellos que allí se parecen, no son gigantes sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que voltea- das del viento hacen andar la piedra del molino. Bien parece, respondió don Quijote, que no estás cursado en esto de las aventuras; ellos son gigan- tes, y si tienes miedo, quítate de ahí y ponte en oración en el espacio que yo voy á entrar con ellos en y desigual batalla. Y diciendo esto, dio de fiera espuelas á su caballo Rocinante sin atender á las voces que su escud.ero Sancho le daba, ad virtién- dole que sin duda alguna eran molinos de viento y no gigantes aquellos que iba á acometer. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes, que ni oía las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas: Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete. Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron á moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo: Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo, me lo ha- béis de pagar. Y en diciendo esto, y encomendán- dose de todo corazón á su señora Dulcinea, pidién- dole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre, arremetió ;)G i)()X (íUi.iotp: de la maxími.v
á todo galope de Rocinante, y embistió eon vi
el
primer molino que estaba delante, y dándole una
lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí
al caballo y al caballero, que fué rodando muy
maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza á socorrerle á todo el correr de su asno, y cuando llegó, halló que no se podía menear: tal fué el golpe que dio con él Rocinante. ¡Válame Dios! dijo Sancho: r.no le dije yo á vuestra merced (jvkí
mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos
de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza? Calla, amigo Sancho, respondió don Quijote, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas á continua mudanza :
i'uanto más que yo pienso, y es así verdad, (]iie
<H)uel sabio Frestón, que me
aposento y los robó el
libros, ha vuelto estos gigantes en molinos- por qui-
tarme la gloria de su vencimiento : tal es la ene- mistad que me tiene: mas al cabo al cabo han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada. Dios lo haga como puede, respondió San- dio Panza: y ayudándole á levantar, tornó á subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba. Y hablando en pasada aventura, siguieron el ca- la mino del Puerto Lapice, porque allí decía don Qui- jote que no era. posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero; sino que iba muy pesaroso por haberle faltado la lanza, y diciéndoselo á su escudero, le dijo: Yo me El aspa llevóse tras sí al caballo y al caballero. ¡V;ilaiuo Dios.! liijo Sandio.
TOMO 1. 13 I'AIÍTK I.— CAl'ÍTl'I.O VIII. 1)[)
acuerdo linbt;!' leído (|iie un ciibaiicrc) español lla-
mado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una
batalla roto la espada, desgajó de una encina un pesado ramo ó tronco, y con él hizo tales cosns aquel día, y machacó tantos moros, que le (jued*) por sobrenombre Machuca, y así él como sus des- cendientes se llamaron desde aquel día en adelante V^argas y Machuca. Hete dicho esto, porque de la primera encina ó roble que se me depare, pienso desgajar otro tronco tal y tan bueno como aquel, f|ue me imagino y pienso hacer con él tales haza-
ñas, que tú te tengas por bien afortunado de ha-
ber merecido venir á verlas, y á ser testigo de cosas (lue apenas podrán ser creídas. A la mano de Dios, dijo Sancho, yo lo creo todo así como vuestra mer- ced lo dice: pero enderécese un poco, que parece que de medio lado, y debe ser del molimiento v^a
de la caída. Así es la verdad, respondió don Qui-
jote ; y si no me quejo del dolor, es porque no es dado á los caballeros andantes quejarse de herida alguna, aunque se le salgan las tripas por ella. Si eso es así, no tengo yo que replicar, respondió Sancho pero sabe Dios si yo me holgara que vues- ;
tra merced se quejara cuando alguna cosa le do-
liera. De mí sé decir, que me he de quejar del más
pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende tam-
l)ién con los escuderos de los caballeros andantes
eso del no quejarse. No se dejó de reír don Quijote
de la simplicidad de su escudero, y así le declaró {]ue podía muy bien ({uejarsí' ciSnio y cn;indt> (]ui- 100 BOX qUl.lOI'K J)K I.A MANfU.V
siese, sin gana ó con ella, qne hasta entonces no
había leído cosa en contrario en la orden de caba- llería. Díjole Sancho que mirase que era hora d(^
comer. Respondióle su amo que por entonces no le
hacía menester, que comiese cuando se le anto-
él
jase. Con esta licencia se acomodó Sancho lo me-
jor que pudo sobre su jumento, y sacando de las alforjas lo que en ellas había puesto, il)a cami- nando y comiendo detrás de su amo muy despacio, y de cuando en cuando empinaba la bota con tanto gusto, que le pudiera envidiar el más regalado bo- degonero de Málaga. ^' en tanto que él iba de aquella manera menudeando tragos, no se le acor- daba de ninguna promesa que su amo le hubiese hecho, ni tenía por ningún trabajo sino por mucho descanso andar buscando las aventuras, poi- peli- grosas que fuesen. En resolución, aquella noche la pasaron entre unos árboles, y del uno del los des- gajó don Quijote un ramo seco que casi le podía servir de lanza, y puso en él el hierro que quitó de la (jue se le había quebrado. Toda aquella noche no durmió don Quijote pensando en su señora Dul- cinea, por acomodarse á lo que había leído en sus libros, cuando los caballeros pasaban sin dormir
muchas noches en las florestas y despoblados, en-
tretenidos con las memorias de sus señoras. No la pasó así Sancho Panza, que como tenía el estó- mago lleno, y no de agua de chicoria, de un sueño se la llevó toda, y no fueran parte para despertarle, si su amo no le llamara, los rayos del sol que le (Ijihíiii (MI <1 rosti-(), ni el cíiiito de las avos(|üe niii-
cliiis y muy regocijadamente la venida del nuevo
día saludaban. Al levantarse dio un tiento á Ja bota, y hallóla algo más flaca que la noche antes, > afligiósele el corazón por parecerle que no Ihí-
\aba camino de remediar tan presto su taita. No
(juiso desayunarse don Quijote, porque, como está
dicho, dio en sustentarse de sabrosas memorias.
Tornaron á su comenzado camino del Puerto La- pice, y á obra de las tres del día le descubrieron. A([uí, dijo en viéndole don Quijote, podemos, her- mano Sancho Panza, meter las manos hasta los codos en esto que llaman aventuras; mas advierte, ()ue aunque me veas en los mayores peligros del
mundo, no has de poner mano á tu espada para
dcífenderme, si ya no vieres que los que me ofen- den es canalla y gente baja, que en tal caso bien ])uedes ayudarme; pero si fueren caballeros, en nin- guna manera te es lícito ni concedido por las leyes de caballería que me ayudes, hasta que seas ar- mado caballero. Por cierto, señor, respondió San- cho, que vuestra merced será muy bien obedecido cji esto, y más que yo de mío me soy pacífíco y
enemigo de meterme en ruidos ni pendencias: bien
(!s verdad que en lo que tocare á defender mi per-
sona, no tendré mucha cuenta con esas leyes, pues
las divinas y humanas permiten que cada uno se defienda de quien quiera agraviarle. No digo yo menos, respondió don Quijote; pero en esto de ayvi-
darme contra caballeros, lias de tener á i-;iva tus
102 DOX QUIJOTE DE LA MANCHA
luiturales ímj^etus. Digo que así lo liaré, respondió
Sancho, y que guardaré ese preceto tan bien como
el día del domingo. Estando en estas razones, aso-
maron jíor el camino dos frailes de la orden de San
Benito, caballeros sobre dos dromedarios, que no eran más pequeñas dos muías en que venían. Traían sus antojos de camino y sus quitasoles. De- trás dellos venía un coche con cuatro ó cinco de á caballo que le acompañaban, y dos mozos de mu- las á pie. Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína que iba á Sevilla, donde es- taba su marido, que pasaba á las Indias con un muy No venían los frailes con ella, honroso cargo. aunque iban el mismo camino; mas apenas los di- visó don Quijote, cuando dijo á su escudero: O yo me engaño, ó esta ha de ser la más famosa aven- tura que se haya visto, porque aquellos bultos ne- gros que allí parecen, deben ser y son sin duda al- gunos encantadores, que llevan hurtada alguna princesa en aquel coche, y es menester deshacer este tuerto á todo mi poderío. Peor será esto que los molinos de viento, dijo Sancho: mire, señor, que aquellos son frailes de San Benito, y el coche debe ser de alguna gente pasajera: mire que digo que mire bien lo que hace, no sea eh diablo que le engañe. Ya te lie dicho, Sancho, respondió don Quijote, que sabes poco de achaque de aventuras: lo que yo digo verdad, y ahora lo verás. Y di- es ciendo esto, se adelantó, y se puso en la mitad del camino por donde los frailes venían, y en llegando PAUTE r.- -(;apí rii,(t viii. 10."!
tan cerca (|ue il vi lo })aix'eió (jU(3 le podían oír lo
que dijese, en alta voz dijo: Grente endúiblada y descomunal, dejad luego al punto las altas prince- sas (jue en ese coche lleváis forzadas, si no, apare- jaos á recebir prestamuerte por justo castigo de vuestras malas obras. Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figm-a do don Quijote, como de sus razones, á las cuales res- pondieron: Señor caballero, nosotros no somos en- diablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito, que vamos nuestro camino, y no sabe- mos si en este coche vienen ó no ningunas forzadas princesas. Para conmigo no hay palabras blandas, que ya yo os conozco, fementida canalla, dijo don Quijote; y sin esperar más respuesta, picó á Roci- nante, y la lanza baja, arremetió contra el pri-
mero fraile con tanta furia y denuedo, que si el
fraile no se dejara caer de la muía, él le hiciera venir al suelo mal de su grado, y aun mal ferido 3Í
no cayera muerto. El segundo religioso, que vio
del modo que trataban á su compañero, puso pier- nas al castillo de su buena muía, y comenzó á co- rrer por aquella campana, más ligero que el mismo viento. Sancho Panza, que vio en el su#lo al fraile,
apeándose ligeramente de su asno, arremetió á él,
y le comenzó á quitar los hábitos. Llegaron en esto dos mozos de los frailes, y preguntáronle que por qué le desnudaba. Respondióles Sancho que aque- llo le tocaba á él legítimamente, como despojos de la batalla que su señor don Quijote había a'auado. 104 DOX QUi'OTK I)K LA MANCHA
Los mozos, que no sabían de burlas, ni entendían
aquello de despojos ni batallas, viendo que ya don Quijote estaba desviado de allí hablando cou las que en el coche venían, arremetieron con San- cho, y dieron con él en y sin dejarle pelo el suelo,
en las barbas, lo molieron á coces, y le dejaron
tendido en el suelo sin aliento ni sentido. Y sin de- tenerse un punto, tornó á subii' el fraile todo te-
meroso y acobardado y sin color en el rostro, y
cuando se vio á caballo, picó tras su compañero, que un buen espacio de allí le estaba aguardando y esperando en qué paraba aquel sobresalto; y sin (][uerer aguardar el fin de todo aquel comenzado
suceso, siguieron su camino, haciéndose más cru-
ces que si llevaran al diablo á las espaldas. Don Quijote estaba, como se ha dicho, hablando con la señora del coche, diciéndole: La vuestra fermo- sura, señora mía puede facer de su persona lo que ,
más le viniere en talante, porque ya la soberbia de
vuestros robadores yace por el suelo derribada por este mi fuerte brazo. Y porque no penéis por saber el nombre de vuestro libertador, sabed que yo me llamo don Quijote de la Mancha, caballero an- dante, y caAitivo de la sin par y fermosa doña Dul- cinea del Toboso, y en pago del beneficio que de mí habéis recibido,no quiero otra cosa sino que volváis al Toboso, y que de mi parte os presentéis ante esta señora, y le digáis lo que por vuestra li- bertad he fecho. Todo esto que don Quijote decía, escuchaba un escudero de los que el coche aconi- i'Airi'K I. cM'í'iri,*) vm. 105
paliaban, (^{uv era vizcaíno; el cnai viomlo que no
(]iiería dejar pasar el coche adelante, sino que de- cía que luego había de dar la vuelta al Toboso, se fué para don Quijote^ y asiéndole de la lanza le en mala lengua castellana y peor vizcaína, <lijo
desta manera: Anda, caballero, que mal andes;
por el Dios que crióme, qvie si no dejas coche, así
te matas como estás ahí vizcaíno. Entendióle muy
bien don Quijote, y con mucho sosiego le respon- dió: Si fueras caballero como no lo eres, 3''a yo hu- biera castigado tu sandez y atrevimiento, cautiva criatura. A lo cual replicó el vizcaíno: ¿Yo no ca- ballero? juro á Dios tan mientes como cristiano: si lanza arrojas y espada sacas, el agua cuan presto verás que al gato- llevas: vizcaíno por tierra, hi-
dalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes
(]ue mira si otra dices cosa. Ahora lo veredes, dijo Agrages, respondió don Quijote; y arrojando la lanza en el suelo, sacó su espada y embrazó su ro- dela, y arremetió al vizcaíno con determinación de quitarle la vida. El vizcaíno, que así le vio venir, aunque quisiera apearse de la nuda, que por ser de las malas de alquiler no había que fiar en ella, un
pudo luicer otra cosa sino sacar su espada pero ;
avínole bien que se halló junto al coche, de donde
pudo tomar una almohada que le sirvió de escudo, y luego se fueron el uno para el otro, como si fue- ran dos mortales enemigos. La demás gente qui- siera ponerlos en paz; mas no pudo, porque decía el vizcaíno en sus nuil trabadas razones, que si no TOMO r. 14 106 BOX (íui.i<)T1í: de la mancha
ledejaban acabar su batalla, que él inisniu había,
de matar á su ama y á toda la gente que se lo es- torbase. señora del coche, admirada y temerosa La de lo que veía, hizo al cochero que se desviase de allíalgún poco, y desde lejos se puso á mirarla ri- gurosa contienda, en el discurso de la cual dio el vizcaíno una gran cuchillada á don Quijote encima de un hombro por encima de la rodela, que á dár- sela sin defensa le abriera hasta la cintura. Don Quijote, que sintió la pesadumbre de aquel des- aforado golpe, dio una gran voz diciendo: ¡Oh se- ñora de mi alma, Dulcinea, flor de la fermosura socorred á este vuestro caballero que por satisfacer á la vuestra mucha bondad en este riguroso trance se halla. El decir esto, y el apretar la espada, j el cubrirse bien de su rodela, y el arremeter al viz- caíno, todo fué enun tiempo, llevando determina- ción de aventurarlo todo á la de un solo golpe. El vizcaíno, que así le vio venir contra él, bien" en- tendió por su denuedo su coraje, y determinó de hacer lo mismo que don Quijote; y así le aguardó bien cubierto de su almohada, sin poder rodear la muía una ni á otra parte, que ya de puro can- ni á sada y no hecha á semejantes niñerías, no podía dar un paso. Venía pues, como se ha dicho, don Quijote contra el cauto vizcaíno, con la espada en alto con determinación de abrirle por medio, y el vizcaíno aguardaba asimismo levantada la es- le
pada y aforrado con su almohada, y todos los cir-
cunstantes estaban temerosos y colgados de lo que l'ARTK i.—CAI'ílll,»» VIII. lí)7
había de siicctleí' de aíjucllos tamaños ^'ulpes coii
que se amenazaban; y señora del coche y las de- la más criadas suyas estaban haciendo mil votos y ofrecimientos á todas las imágenes y casas de de- voción de Esj^aña, porque Dios librase á su escu- dero y á ellas de aquel tari grande peligro en íiüc se hallaban. Pero está el daño de todo esto, que en este punto y término deja pendiente el autor desta historia esta batalla, disculpándose que no IimIIó
más hazañas de don Quijote, de las
escrito destas <]ue deja referidas. Bien es verdad. ([Ue el segundo autor desta obra no quiso creer que tan curiosa liistoria estuviese entregada, á lalUeyes del olvido, 11 i que hubiesen sido tan poco curiosos los ingenios de la Mancha, que no tuviesen en sus arcliivos ó en sus escritorios algunos papeles que deste famoso caballero tratasen : y así con esta imaginación no se desesperó de hallar el fin desta apacible historia, el cual, siéndole el cielo favorable, le hall<'> del moflo (pie so contará en la s(^gnnda parto.