Califato de Córdoba

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Alexander Altamirano

2do Bachillerato “B”

Lcda. Karina Orellana


CALIFATO DE CÓRDOBA, 929 – 1031

El Califato de Córdoba, también conocido como Califato Omeya de Córdoba o Califato de


Occidente, fue un estado musulmán andalusí proclamado por Abderramán III en 929. El
Califato puso fin al emirato independiente instaurado por Abderramán I en 756 y perduró
oficialmente hasta el año 1031, en que fue abolido dando lugar a la fragmentación del
Estado omeya en multitud de reinos conocidos como taifas.

El Califato de Córdoba fue la época de máximo esplendor político, cultural y comercial de


al-Ándalus.

APOGEO DEL CALIFATO

Los reinados de Abderramán III (929-961) y su hijo Alhakén II (961-976) constituyen el


periodo de apogeo del Califato omeya, en el que se consolida el aparato estatal cordobés.
Para afianzar el aparato estatal los soberanos recurrieron a oficiales fieles a la dinastía
omeya, lo cual configuró una aristocracia palatina de fata’ls (esclavos y libertos de origen
europeo), que fue progresivamente aumentando su poder civil y militar, suplantando así
a la aristocracia de origen árabe. En el ejército se incrementó especialmente la presencia
de contingentes bereberes, debido a la intensa política califal en el Magreb. Abderramán
III sometió a los señores feudales, los cuales pagaban tributos o servían en el ejército,
contribuyendo al control fiscal del Califato.

Las empresas militares consolidaron el prestigio de los omeyas fuera de al-Ándalus y


estaban orientadas a garantizar la seguridad de las rutas comerciales.

RELACIONES CON LOS REINOS CRISTIANOS

Durante los primeros años del Califato, la alianza del rey leonés Ramiro II con Navarra y
el conde Fernán González ocasionaron el desastre del ejército califal en la batalla de
Simancas. Pero a la muerte de Ramiro II, Córdoba pudo desarrollar una política de
intervención y arbitraje en las querellas internas de leoneses, castellanos y navarros,
enviando frecuentemente contingentes armados para hostigar a los reinos cristianos. La
influencia del Califato sobre los reinos cristianos del norte llegó a ser tal que entre 951 y
961, los reinos de León, Navarra y Castilla y el condado de Barcelona le rendían tributo.

Las relaciones diplomáticas fueron intensas. A Córdoba llegaron embajadores del conde
de Barcelona Borrell, de Sancho Garcés II de Navarra, de Elvira Ramírez de León, de García
Fernández de Castilla y el conde Fernando Ansúrez entre otros. Estas relaciones no
estuvieron faltas de enfrentamiéntos bélicos, como el cerco de Gormaz de 975, donde
un ejército de cristianos se enfrentó al general Galib.

RELACIONES CON EL MAGREB

La política cordobesa en el Magreb fue igualmente intensa, particularmente durante el


reinado de Alhakén II. En África, los omeyas se enfrentaron a los fatimíes, que
controlaban ciudades como Tahart y Siyilmasa, puntos fundamentales de las rutas
comerciales entre el África subsahariana y el Mediterráneo, si bien este enfrentamiento
no fue directo entre amba dinastías. Los omeyas se apoyarón en los zenata y los idrisíes
y el Califato fatimí, en los ziríes sinhaya.

Eventos importantes fueron la ocupación de Melilla, Tánger y Ceuta, punto desde el cual
se podía evitar el desembarco fatimí en la península. Tras la toma de Melilla en 927, a
mediados del siglo X los Omeyas controlaron el triángulo formado por Argel, Siyilmasa y
el océano Atlántico y promovieron revueltas que llegaron a poner en peligro la estabilidad
de califato fatimí.

Sin embargo, la situación cambió tras el ascenso de al-Muizz al Califato fatimí. Almería
fue saqueada y los territorios africanos bajo autoridad omeya pasaron a ser controlados
por los fatimíes, reteniendo los cordobeses sólo Tánger y Ceuta. La entrega del gobierno
de Ifriqiya a Ibn Manad provocó el enfrentamiento directo que se había intentado evitar
anteriormente, si bien Ya’far ibn Ali al-Andalusi logró detener al zirí Ibn Manad.

En el 972 estalló una nueva guerra en el norte de África, provocada en esta ocasión por
Ibn Guennun, señor de Arcila, que fue vencido por el general Galib.
POLÍTICA EN EL MEDITERRÁNEO

Un tercer objetivo de la actividad bélica y diplomática del Califato estuvo orientada al


Mediterráneo.

El Califato mantuvo relaciones con el Bizancio de Constantino VII y emisarios cordobeses


estuvieron presentes en Constantinopla. El poder del Califato se extendía también hacia
el norte, y hacia 950 el Sacro Imperio Romano Germánico intercambiaba embajadores
con Córdoba, de lo que queda constancia de las protestas por la piratería musulmana
practicada desde Fraxinetum y las islas orientales de al-Ándalus. Igualmente, algunos
años antes, Hugo de Arlés solicitaba salvoconductos para que sus barcos mercantes
pudieran navegar por el Mediterráneo, dando idea por lo tanto del poder marítimo que
ostentaba Córdoba. A partir de 942 se establecieron relaciones mercantiles con la
República amalfitana y en el mismo año se recibió una embajada de Cerdeña.

POLÍTICA INTERIOR

El apogeo del califato cordobés queda de manifiesto por su capacidad de centralización


fiscal, que gestionaba las contribuciones y rentas del país: impuestos territoriales,
diezmos, arrendamientos, peajes, impuestos de capitación, tasas aduaneras sobre
mercancías, así como los derechos percibidos en los mercados sobre joyas, aparejos de
navíos, piezas de orfebrería, etc. Asimismo, los cortesanos estaban sometidos a
contribución.

Organizativamente, el califato dividió su territorio en demarcaciones administrativas y


militares, denominadas coras.

Para realzar su dignidad y a imitación de otros califas anteriores, Abderramán III edificó
su propia ciudad palatina: Medina Azahara. Esta etapa de la presencia islámica en la
península Ibérica de mayor esplendor, aunque de corta duración pues en la práctica
terminó en el 1009 con la fitna o guerra civil que se desencadenó por el trono entre los
partidarios del último califa legítimo, Hisham II, y los sucesores de su primer ministro o
hayib Almanzor.
LA FITNA

La fitna comenzó en 1009 con un golpe de Estado que supuso el asesinato de Abderramán
Sanchuelo, hijo de Almanzor, la deposición de Hisham II y el ascenso al poder de
Muhammad ibn Hisham ibn Abd al-Yabbar, bisnieto de Abderramán III. En el trasfondo se
hallaban también problemas como la agobiante presión fiscal necesaria para financiar el
coste de los esfuerzos bélicos.

A lo largo del conflicto, los diversos contendientes llamaron en su ayuda a los reinos
cristianos. Córdoba y sus arrabales fueron saqueados repetidas veces, y sus
monumentos, entre ellos el Alcázar y Medina Azahara, destruidos. La capital llegó a
trasladarse temporalmente a Málaga. En poco más de veinte años se sucedieron 10
califas distintos (entre ellos Hisham II restaurado), pertenecientes tres de ellos a una
dinastía distinta de la omeya, la hammudí.

En medio de un desorden total se independizaron paulatinamente las taifas de Almería,


Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Silves,
Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza. El último califa, Hisham III, fue depuesto en 1031, y
se proclamó en Córdoba una república. Para entonces todas las coras (provincias) de al-
Ándalus que aún no se habían independizado se proclamaron independientes, bajo la
regencia de clanes árabes, bereberes o eslavos.

La caída del Califato supuso para Córdoba la pérdida definitiva de la hegemonía de al-
Ándalus y su ruina como metrópoli.

ECONOMÍA Y POBLACIÓN

La economía del Califato se basó en una considerable capacidad económica -


fundamentada en un comercio muy importante-, una industria artesana muy
desarrollada y técnicas agrícolas mucho más desarrolladas que en cualquier otra parte de
Europa. Basaba su economía en la moneda, cuya acuñación tuvo un papel fundamental
en su esplendor financiero. La moneda de oro cordobesa se convirtió en la más
importante de la época, siendo probablemente imitada por el Imperio carolingio.
A la cabeza de la red urbana estaba la capital, Córdoba, la ciudad más importante del
Califato, que superaba los 250.000 habitantes en 935 y rebasó los 500.000 en 1000
(algunos historiadores aún hablan de 1.000.000 de habitantes, basándose en recientes
hallazgos arqueológicos de dimensiones superiores a las esperadas, cumpliendo muchas
de las crónicas hasta ahora tenidas por exageradas), siendo durante el siglo X una de las
mayores ciudades del mundo y un centro financiero, cultural, artístico y comercial de
primer orden.

Otras ciudades importantes fueron Toledo (37.000), Almería (27.000), Zaragoza (17.000)
y Valencia (15.000).

CULTURA

Abderramán III no sólo hizo de Córdoba el centro neurálgico de un nuevo imperio


musulmán en Occidente, sino que la convirtió en la principal ciudad de Europa Occidental,
rivalizando a lo largo de un siglo con Bagdad y Constantinopla, las capitales del Califato
Abasí y el Imperio bizantino, respectivamente, en poder, prestigio, esplendor y cultura.
Según fuentes árabes, bajo su gobierno, la ciudad alcanzó el millón de habitantes, que
disponían de mil seiscientas mezquitas, trescientas mil viviendas, ochenta mil tiendas e
innumerables baños públicos.

El califa omeya fue también un gran impulsor de la cultura: dotó a Córdoba con cerca de
setenta bibliotecas, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores
del griego y del hebreo al árabe. Hizo ampliar la Mezquita de Córdoba, reconstruyendo
el alminar, y ordenó construir la extraordinaria ciudad palatina de Madinat al-Zahra, de
la que hizo su residencia hasta su muerte.

Los aspectos de desarrollo cultural no son menos relevantes tras la llegada al poder del
califa Alhakén II a quien se atribuye la fundación de una biblioteca que habría alcanzado
los 400.000 volúmenes. Quizás ello provocó la asunción de postulados de la filosofía
clásica -tanto griega como latina- por parte de intelectuales de la época como fueron Ibn
Masarra, Ibn Tufail, Averroes y el judío Maimónides, aunque los pensadores destacaron,
sobre todo, en medicina, matemáticas y astronomía.
Lcda. Karina Orellana

Alexander Altamirano

2do Bachillerato “B”


TEJIDOS CONDUCTORES

Los tejidos conductores tienen la función de conducir agua y nutrientes (savia) en el


interior de la planta. A través del proceso de la fotosíntesis, las plantas producen
sustancias nutritivas necesarias para su desarrollo, y para revisar y distribuir dichas
sustancias, es necesario un sistema conductor. Las sustancias que la planta absorbe
directamente del suelo, como agua y sales minerales, y lleva directamente para la hoja,
es llamada de savia bruta. Después el proceso de fotosíntesis, la savia bruta es
transformada en savia elaborada, rica en nutrientes orgánicos.

A partir de ahí, la savia elaborada es llevada para todas las partes de la planta, y no
solamente en las hojas, como en el caso de savia bruta. Hay un tejido conductor
altamente especializado para cada tipo de savia.

El tejido conductor está compuesto por los diferentes tipos de células, pero en la mayoría
de las partes son los que se originan de las mismas células que a diferencia de
los animales, cualquiera de las plantas por más antiguo que sea puede poseer
localizadores en sitios bien determinados por los grupos de las células en estados juvenil
con la capacidad para poderse dividir el xilema y el floema físicamente en todas las
plantas.

La característica que distingue a las plantas vasculares es la presencia de tejidos


especializados en la conducción de agua, sustancias inorgánicas y orgánicas: el xilema y
el floema. Las plantas necesitan a los tejidos conductores para su crecimiento
porque distribuyen sustancias por todo el cuerpo de la planta. También sirven
de soporte a modo de esqueleto y sostén de la parte aérea de la planta y dan
consistencia a la subterránea. Además, permiten la comunicación entre diferentes
partes de la planta porque son vías por las que se distribuyen señales tales como las
hormonas. Los tejidos conductores son complejoss formados por distintos tipos
celulares, y su organización en el tallo y la raíz es diferente.
XILEMA

El xilema, también llamado leño, se encarga del transporte y reparto de agua y sales
minerales, provenientes fundamentalmente de la raíz, al resto de la planta. También
transporta otros nutrientes y moléculas señalizadores. Es el principal elemento
de soporte mecánico de las plantas, sobre todo en aquellas con crecimiento
secundario. La madera es básicamente xilema.

En el xilema nos encontramos cuatro tipos celulares principales: células conductoras


o traqueales, que incluyen:

a) los elementos de los vasos o tráqueas;

b) las traqueidas;

c) las células parenquimáticas, que funcionan como células de almacenamiento o


comunicación;

d) las células de sostén que son las fibras de esclerénquima y las esclereidas.

Los elementos conductores o traqueales (tipos a y b) son células con una pared celular
secundaria gruesa, dura y lignificada, con un contenido citoplasmático que se elimina
tras su diferenciación. Los engrosamientos de la pared celular que pueden ser anulares,
helicoidales, reticulados o punteados.

Los elementos de los vasos (a) son células de mayor diámetro y más achatadas que las
traqueidas. Se unen longitudinalmente unas a otras para formar tubos llamados vasos.
Es el principal tipo celular conductor del xilema en las angiospermas

Las traqueidas (b) son el segundo elemento conductor que aparece en las plantas
vasculares. Son células alargadas, estrechas y fusiformes. En general su capacidad para
conducir agua es menor que la de los elementos de los vasos. Tienen paredes celulares
más gruesas y un menor volumen interno para la conducción que los elementos de los
vasos.
Las células parenquimáticas (c) se organizan en los tejidos conductores de dos maneras:
radialmente o axialmente. Las radiales forman filas o radios perpendiculares a la
superficie del órgano, mientras que las axiales se distribuyen en grupos o tiras
longitudinales entre las células del xilema y del floema. Las células parenquimáticas
tienen múltiples funciones entre las que se encuentran servir de almacén de
carbohidratos como el almidón, de reserva de agua, almacén de nitrógeno, hacer de
comunicación entre xilema y floema, etcétera.

Las fibras de esclerénquima y esclereidas (4) tienen como función la protección y


soporte.

Esquema donde se representan los principales tipos celulares del xilema primario de una
angiosperma.

El xilema primario es el primer tipo de xilema que se forma durante el desarrollo de un


órgano de la planta, y está formado por el protoxilema y el metaxilema. En primer lugar,
se forma el protoxilema a partir del meristemo procámbium. Completa su desarrollo
durante la elongación del órgano y luego desaparece por fuerzas mecánicas producidas
durante el crecimiento. La pared secundaria de los elementos conductores del
protoxilema, traqueidas y elementos de los vasos, tienen normalmente engrosamientos
anulares inicialmente, para luego ser helicoidales. El metaxilema aparece tras el
protoxilema, cuando el órgano se está alargando, y madura después que se detiene la
elongación. Se origina a partir del procámbium. Sus células son de mayor diámetro que
las del protoxilema y las paredes celulares de los elementos conductores tienen
engrosamientos en forma reticulada y posteriormente son perforadas. Es el xilema
maduro en los órganos que no tienen crecimiento secundario.

El xilema secundario se produce en aquellos órganos con crecimiento secundario a


partir del cámbium vascular. Es el tejido de conducción maduro en los órganos con
crecimiento secundario en grosor o secundario.

FLOEMA

El floema, llamado líber o tejido criboso, es un tejido de conducción formado por células
vivas. Su principal misión es transportar y repartir por todo el cuerpo de la planta las
sustancias carbonadas producidas durante la fotosíntesis, o aquellas movilizadas desde
los lugares de almacenamiento, y otras moléculas como hormonas.

El floema está formado por más tipos celulares que el xilema. Los elementos
conductores son los tubos o elementos cribosos y las células cribosas. Ambos tipos
celulares son células vivas, aunque sin núcleo, y tienen la pared primaria engrosada con
depósitos de calosa. Dentro de los elementos no conductores se encuentran las
células parenquimáticas, siendo las más abundantes las denominadas células
acompañantes. También se pueden encontrar células de soporte asociadas al floema,
entre las que se encuentran las fibras de esclerénquima y las esclereidas.

Los tubos cribosos son típicos de las angiospermas. Son células individuales achatadas
que se disponen en filas longitudinales y que se comunican entre sí mediante placas
cribosas, localizadas en sus paredes terminales, y áreas cribosas en sus paredes
laterales.

Las células cribosas son típicas de gimnospermas y pteridófitas. Son células largas y de
extremos puntiagudos. Constituyen el único elemento conductor del floema presente
en gimnospermas y pteridófitas. Las células parenquimáticas funcionan como lugares
de reserva de las sustancias transportadas por el propio floema. Las fibras de
esclerénquima y las esclereidas se encuentran asociadas al floema con una función de
protección y soporte.
Esquema donde se representan los principales tipos celulares del floema de una
angiosperma.

El floema primario es el primer tipo de floema que aparece en los órganos en desarrollo,
aparece primero como protofloema y más tarde como metafloema. El protofloema es
el primer floema que aparece y se forma a partir del procámbium.

El metafloema sustituye rápidamente al protofloema, normalmente cuando termina la


elongación del órgano, y se origina a partir del procámbium. Contiene tubos cribosos y
células cribosas de grosor y longitud mayores que en el protofloema y siempre tienen
células acompañantes. En esta etapa aparecen las placas cribosas en los tubos cribosos.
Es el floema funcional en las plantas con crecimiento primario.

El floema secundario se forma a partir del cámbium vascular en plantas con crecimiento
secundario. Los elementos conductores están muy desarrollados, así como las células
acompañantes, y aparecen tanto el parénquima axial como el radiomedular. Las células
del floema secundario no depositan pared secundaria y son células vivas. En los árboles
en crecimiento hay muy poco floema secundario activo implicado en la conducción de
nutrientes.

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