El Sexo Que No Conoces - Ksawery Knotz

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Cuando

se habla del matrimonio como algo sagrado, mucha gente se imagina que el
sexo de las parejas casadas tiene que ser aburrido, sin fantasía ni diversión. Ksawery
Knotz, un sacerdote católico de Cracovia (Polonia), quiere aportar su granito de arena
para que esto cambie. Con este libro ha querido acabar con los tabúes y asegurar a las
parejas católicas que una buena relación sexual es parte de un buen matrimonio. «Lo
más importante es comprender que la sexualidad no tiene por qué desviarnos de la
religiosidad ni de la fe católica; que se puede conjugar la espiritualidad y la búsqueda
de Dios con una vida sexual feliz», asegura Knotz, sin dudar.

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Ksawery Knotz

El sexo que no conoces


ePub r1.0
Eumeo 29-01-2019

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Título original: Seks, jakiego nie znacie. Dla małżonków kochających Boga
Ksawery Knotz, 2010
Traducción: Joanna Orzechowska
Ilustraciones: Lukasz Zabdyr

Editor digital: Eumeo
ePub base r2.0

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PREFACIO

La ética sexual católica lucha, hoy en día, contra una doble acusación. Por un lado, se
le reprocha la falta de un enfoque realista y una excesiva teorización de las
indicaciones cuya puesta en práctica no es posible. En cambio, por otro lado, los
enunciados de los teólogos católicos, quienes describen detalladamente las relaciones
sexuales de los cónyuges, son considerados con mojigatería una intromisión
excesivamente profunda en una realidad que no debería ser objeto de manuales
destinados al público en general. En la base de este pensamiento se encuentra una
radical y, al mismo tiempo, falsa separación del ámbito del sacrum y profanum
vinculada a la incomprensión del carácter teológico de las ciencias humanas.
Según constató Juan Pablo II, es imposible entender al ser humano sin Cristo; no
obstante, nos lleva a construir consecuentemente la antropología teológica que trata
las cuestiones relacionadas con el hombre bajo el prisma de la verdad de Dios y, al
mismo tiempo, identifica un lugar para Dios en la vida diaria del hombre. No existe
una justificación para excluir la problemática de la sexualidad del marco de las
divagaciones de un teólogo. Al mismo tiempo, estas cuestiones no pueden ser útiles
tan solo para delimitar las fronteras del pecado. La luz de la Revelación de Dios no
sirve solamente para descubrir el pecado, sino que su función es la de mostrar el
camino correcto hacia la felicidad, que se consigue mediante la utilización de los
recursos del cuerpo y del alma de acuerdo con el plan divino.
La aceptación del sabio plan divino referente a una correcta utilización de la
sexualidad del ser humano, nace desde el convencimiento de que Dios, al crear al
hombre y a la mujer, otorgándoles la capacidad de expresar el amor con el lenguaje
del cuerpo, pretendía que fuesen felices, compartiendo el cariño mutuo y creando la
unión de matrimonio que lleva a constituir «una sola carne». La existencia de un plan
positivo de Dios obliga a la Iglesia a intervenir con seriedad a la hora de interpretar
ese plan y ofrecérselo a los creyentes. Karol Wojtyła fue un magnífico ejemplo de
teólogo católico y padre espiritual: escuchaba las confesiones de centenares de
jóvenes y poseía la capacidad de expresar y ordenar sus sentimientos en una profunda
reflexión reunida en el libro Miłość i odpowiedzialność (Amor y responsabilidad,
Ediciones Palabra, Madrid, 2008). Indicando la fuerza real del instinto sexual, sabía
ubicarlo dentro de una perspectiva de amor más amplia, entendida como un obsequio
mutuo.
La felicidad matrimonial, que lleva a concebir la convivencia diaria como un
obsequio a nivel espiritual y camal, conlleva la necesidad de una armonía en las
relaciones sexuales. Una mirada positiva hacia la sexualidad nos obliga a percibirla
no como un peso y una tarea difícil de emprender, o tan solo como un placer sin
sacrificios, sino ante todo como un regalo que, entendido y cuidado correctamente,

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nos proporciona la felicidad y nos conduce al agradecimiento a Dios. Por tanto, existe
la necesidad de editar libros que, desde una perspectiva verdaderamente católica,
describan el acto matrimonial como una muestra de obsequio mutuo.
Ksawery Knotz es un padre espiritual valiente que, a la hora de escuchar a
centenares de matrimonios, llega a una reflexión sobre una manera correcta y eficaz
de demostrarles la grandeza y la realidad de vivir la propia sexualidad. Sus
conferencias, impartidas a grupos en los centros de retiro, son una valiosa aportación
que brinda a los cónyuges una nueva percepción de la realidad de sus relaciones
sexuales. El presente libro que recoge las experiencias de muchos años de catequesis,
es un intento de llegar a un grupo más amplio de receptores con un mensaje
evangélico de enseñanza y amor hacia Dios, quien, al crear al hombre para la
felicidad, le guía en el camino de la realización de la vocación matrimonial.
El libro consta de diez capítulos que muestran la sexualidad dentro del
matrimonio como una gran tarea que puede llevar a experimentar el amor, pero que
también puede proporcionar mucho sufrimiento. El punto de partida es mostrar la
vocación al matrimonio como un regalo de Cristo quien, dentro del sacramento del
matrimonio, desea obsequiar al hombre con su poder divino y, al mismo tiempo,
invitarles a hacer una ofrenda de sí mismos. Es simbólico el hecho de que el libro
haga referencia a la imagen de los tres altares. Se trata del altar de la oración, el altar
de compartir y el altar del obsequio. Los símbolos de estas tres dimensiones del
encuentro del matrimonio son: un pequeño altar doméstico, la mesa del comedor y el
lecho conyugal. El padre Ksawery hace referencias a los cuadros bíblicos, y a
continuación explica el significado del cuerpo humano y su lugar en el plan divino de
salvación. Desde esta perspectiva teológica, el acto matrimonial puede ser una
oración a través de la cual los cónyuges, al unirse, entablan una cooperación con
Dios.
Al detenerse en la celebración del acto matrimonial, el autor proporciona muchos
detalles que, en cualquier caso, no constituyen una expresión de erotismo, sino que
cobran una solemnidad que corresponde a las realidades sometidas a la voluntad de
Dios. Hay que destacar un valioso análisis de la diferencia de actitud y vivencias de
los cónyuges durante el periodo fecundo e infecundo. El hecho de conocer estas
determinaciones permite a los cónyuges conseguir una mayor comprensión ya que, de
esta manera, son capaces de responder a las expectativas de la otra parte. El cuarto
capítulo explica los malentendidos que nacen desde el desconocimiento de la
enseñanza católica sobre una paternidad responsable. La insistencia de la Iglesia en
los métodos de planificación familiar natural no equivale a trasladar la decisión sobre
el número de descendientes a otras personas. Son siempre los propios cónyuges los
que tienen que tomar la decisión responsable sobre cuántos hijos desean y pueden
tener. Esta decisión ha de tener una motivación adecuada.
El libro dedica un amplio apartado a los problemas relacionados con la
calificación moral de los actos del ámbito de la vida sexual. El padre Knotz presenta

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diferentes casos y los expone desde la perspectiva de las enseñanzas de la Iglesia;
llega a mostrar cuán frecuentemente las ideas erróneas sobre la enseñanza de la
Iglesia llevan a muchos cristianos a tener prejuicios y a complicarse innecesariamente
la vida. Una cuestión importante, abarcada en el libro de forma novedosa, son las
caricias matrimoniales descritas por el autor dentro del contexto del refuerzo del
vínculo matrimonial. En este ámbito es necesario procurar conseguir la virtud de la
castidad que puede asegurar un correcto equilibrio a la hora de disfrutar de los
placeres camales. Aunque la postura de los cónyuges que llegan demasiado lejos con
las caricias durante el periodo fecundo sea comprensible, no puede considerarse
aceptable el comportamiento que, fuera de un acto matrimonial común, lleva a una
descarga sexual en forma de orgasmo. El contenido del siguiente capítulo que, de
forma detallada, abarca el fenómeno de la anticoncepción desde el punto de vista de
condicionantes psicológicos y éticos, permite a los cónyuges entender mejor la
negativa calificación moral de este fenómeno por parte de la Iglesia. Al mismo
tiempo, el autor pretende demostrar que es posible preservar las enseñanzas de la
Iglesia.
Al presentar el ideal de un matrimonio que vive en armonía y que es capaz de
percibir y cubrir adecuadamente la necesidad de expresar el amor a través del
lenguaje corporal, el padre Ksawery muestra un camino de crecimiento hacia la
realización de esta sublime vocación. Citando diferentes situaciones que llevan a los
dilemas morales, el autor encuentra la solución en integrar el cuerpo con lo
emocional y lo espiritual, lo cual es posible gracias a la fuerza del Espíritu Santo. La
fe en Dios trae frutos en forma de una mayor confianza de los cónyuges y favorece la
búsqueda de un óptimo comportamiento conforme a la norma moral. La progresiva
maduración hacia el cumplimiento de los requisitos de la moralidad admite fracasos,
pero siempre comprende una clara transmisión de la verdad que, por sí misma y de
forma bondadosa, llama a ser respetada.
Un libro sobre el sexo para matrimonios católicos no solamente se centra en
mostrar la perspectiva de acciones positivas, motivadas por la búsqueda del bien de
una persona. El autor es consciente de las influencias a las que están sometidos los
cónyuges de hoy en día y por eso, de manera muy competente, describe y
desenmascara los mitos contemporáneos que alimentan a la gente a través de los
medios de expresión de masas. La carrera para proporcionar al cuerpo un placer cada
vez mayor es desencadenada por una forma contemporánea de maniqueísmo que,
dentro de su escala de intereses, coloca en un lugar alto el cuerpo humano y en
realidad lleva a su humillación y degradación. El cuerpo, al convertirse solo en
herramienta, es sobreexplotado y carece de su dignidad otorgada por Dios. Los
cristianos, al contraponer al hedonismo contemporáneo el verdadero concepto del
progreso, proponen apoyar la búsqueda de la felicidad en la aceptación de su
humanidad desarrollada de acuerdo con la voluntad de Dios reconocida con
sabiduría.

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Al centrar su atención en los aspectos específicos de la moralidad católica, el
padre Knotz no percibe en ella prohibiciones ni mandamientos, sino, sobre todo, una
manifestación de amor, capaz de cambiar el mundo. Gracias a someterse a la ley del
espíritu, el cristiano gana no solamente el sentido de su vida en la tierra, sino también
se abre a la ayuda de la gracia que le es otorgada mediante la fe, la oración y los
sacramentos de la Iglesia. A la hora de juzgar el comportamiento del hombre dentro
de la perspectiva del Evangelio, es preciso ver la maldad del pecado y la belleza de la
virtud. Es preciso también percibir la moralidad desde la perspectiva de la persona
que actúa, y que, implicada en diferentes situaciones, encuentra dificultades a la hora
de leer y preservar un objetivo orden moral, pero que, sin embargo, no abandona la
búsqueda de un modo de vida en el cual es posible conciliar las exigencias de la
voluntad de Dios con la búsqueda de la felicidad del ser humano. En realidad, el
hombre fue llamado a la vida por Dios para desarrollarse a sí mismo y honrar a su
Creador a través de la felicidad.
El nuevo libro del padre Knotz, escrito con un lenguaje sencillo y pictórico, es
una aproximación a las verdades sobre la vida de matrimonio. El autor hace
referencia a su propia experiencia de padre espiritual de matrimonios y director de
jornadas de retiro destinadas a parejas matrimoniales. Sus opiniones han sido
revisadas en múltiples conversaciones y llegaron a ser objeto de discusión en foros de
Internet, sobre todo en la página Szansa spotkania (La esperanza del encuentro,
www.szansaspotkania.net). El padre Ksawery, de acuerdo con las enseñanzas de la
Iglesia, trata de aclarar las diferentes cuestiones de la sexualidad dentro del
matrimonio y lo hace de manera comprensible, pero sin simplificarlas hasta el punto
de borrar su precisión ética. Una clara y sencilla disposición del material favorece
una progresiva comprensión del texto, así como la recepción de la paciente
argumentación del autor, quien presenta las objeciones y cuestionamientos de las
personas no muy familiarizadas con esta rama de la teología pastoral; al mismo
tiempo es capaz de aclarar perfectamente sus dudas. Sus reflexiones son de carácter
interdisciplinar se refieren a diferentes ámbitos de sexología, medicina, psicología y
teología moral y pastoral.
El libro, como el propio título indica, está dirigido a los matrimonios que aman a
Dios. Puede llegar a convertirse en una maravillosa ayuda para construir y fortalecer
la unión matrimonial que se concreta en la sexualidad y en ella encuentra una
particular muestra de amor. Sin embargo, el carácter popular del libro no empobrece
el tema, ni tampoco lo convierte en sensacional. Pese a que, a menudo, la curiosidad
de la gente que reduce el problema a la búsqueda de herramientas de excitación lleva
a abusar de este campo, el padre Ksawery ha conseguido ir más allá de la actitud que
trivializa y banaliza el sexo, evitando, al mismo tiempo, demasiada espiritualización
que caracteriza ciertos manuales de teología. El carácter del libro no es el de un
tratado científico y se sitúa a caballo entre un manual de vida espiritual del
matrimonio y un relato, lleno de espíritu y alegría, escrito por una persona que, desde

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el conocimiento del dolor y del drama de muchos matrimonios que buscan la
explicación a «estas cosas», está convencido de la existencia de un camino hacia la
felicidad en el que es posible encontrar maneras de conciliar la gloria de Dios y la paz
del corazón humano.

Dr. ANDRZEJ DERDZIUK, OFMCap, profesor de la Katolicki Uniwersytet Lubelski


(KUL) (Universidad Católica de Lublin, Polonia) y director de la cátedra de Historia
de Teología Moral de KUL

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INTRODUCCIÓN

Mucha gente considera la boda religiosa como una manera tradicional y, en este
sentido, natural de contraer matrimonio. Cada vez más, se convierte en una forma de
«legalizar» ante Dios, la Iglesia y el país una unión de amor tras varios años de vida
en común. Para muchos, la bendición de Dios ha de garantizar una vida feliz,
multiplicar las garantías de fidelidad, aumentar el sentido de seguridad, de la
estabilidad de una relación. Pese a que son unas buenas y ciertas motivaciones, no
resultan suficientes para alegrarse de que los cónyuges sepan vivir a diario el
sacramento del matrimonio y que traten el matrimonio como un camino en común
hacia Dios.
Muchas parejas han contraído el sacramento del matrimonio, pero no saben
definir en qué consiste su realización en la vida diaria. Al poco tiempo experimentan
la imposibilidad de amor mutuo, la falta de unión, la divergencia de deseos y
expectativas, el sufrimiento de la vida en pareja, sin embargo no se dirigen a Dios
para superar su debilidad y su pecado con la fuerza de Cristo crucificado y resucitado.
Un católico cree que Jesucristo resucitó, por tanto vive también hoy en día. Por
eso desea compartir con Él los acontecimientos tan importantes de su vida, como el
amor, el matrimonio, las relaciones sexuales, la educación de los hijos. Desea dedicar
su vida a Jesucristo, desea vivir con Él y para Él, escuchar sus enseñanzas y cumplir
con sus mandamientos.
El matrimonio es un sacramento; quiere decir que la unión de vida y amor en
concreto, creada por el hombre y la mujer —una unión que se propone la honestidad
y la fidelidad, la disposición para dar a luz y educar a un hijo, una unión que se ve
realizada desde la perspectiva de una vida en común hasta la muerte— está marcada,
de una manera especial, por la presencia de Dios. La vida dentro de un matrimonio
concebido de esta forma se convierte para los católicos en un camino hacia la
santidad, lleva al encuentro con Dios.

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CAPÍTULO 1
¿QUÉ TIENE QUE VER DIOS CON MI SEXO?

El hombre y la mujer que conscientemente invitan a Dios en su unión de amor se


preguntan de forma natural: ¿de qué manera pueden reconocer su presencia entre
ellos? ¿Dónde pueden divisarlo en la vida diaria del matrimonio? ¿De qué manera
pueden encontrarlo? La respuesta de la Iglesia suele ser concreta y precisa. La Iglesia
señala que los cónyuges pueden descubrir a Cristo presente muy cerca de ellos: en su
unión matrimonial, que es una relación que crean entre ellos. Desde el momento en

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que se contrae el sacramento del matrimonio Jesucristo se incorpora a la unión creada
previamente por dos personas que se aman. Él permanece en esta unión para siempre
con el fin de que la pareja madure hacia un amor cada vez más auténtico.

1. Dios presente en la vida diaria del matrimonio


Muchas personas que han contraído el sacramento del matrimonio nunca hablan
sobre su búsqueda de Dios, sobre las experiencias de su encuentro con Él. Nunca
rezan juntos, algunos ni siquiera asisten a la eucaristía del domingo y, con más razón,
tampoco comparten las Santas Escrituras o la sabiduría de un libro religioso. El
matrimonio no es vivido a nivel de la fe, de relación con Dios y, por tanto, al mismo
nivel del sacramento.
Sin embargo, la vida cristiana de los cónyuges no se limita solamente a la
oración, a la conversación sobre Dios, a la participación en la liturgia del domingo.
Jesucristo no solo acude al matrimonio cuando los esposos hablan de Él o rezan
juntos, sino también cuando conversan sobre todas las cuestiones de su vida en
común, incluso cuando riñen. Muchas peleas matrimoniales son muy necesarias y
creativas.
Tomar en serio el hecho de que Dios está presente en la unión matrimonial
significa que Jesucristo puede acudir a los cónyuges incluso cuando la mujer está
preparando un café a su cansado marido, expresando, a través de este acto, su
preocupación por él y su amor hacia él, por lo que está expresando el vínculo que les
une. Gracias a una sencilla manera de demostrar el amor, la mujer se convierte en
santa, en cercana a Dios. De la misma forma el marido, al ver el cansancio de su
esposa, saca la basura; el hecho de realizar esta prosaica obligación doméstica, pero
que constituye una expresión de amor hacia su mujer, le santifica. Mediante este acto
llama a Dios.
Jesucristo acude a los cónyuges también cuando se abrazan con cariño, cuando se
besan, se acarician y mantienen relaciones sexuales. De esta manera sus cuerpos
estimulados participan en el misterio de amor de Dios escondido en los cuerpos
humanos. Mientras se obsequian con el placer, Dios está presente entre ellos con el
poder otorgado por el sacramento del matrimonio que santifica su relación íntima.
Los cónyuges católicos pueden, pues, vivir con Cristo cuando rezan juntos,
cuando hablan, se ayudan mutuamente, se demuestran cariño, se acarician y
mantienen relaciones sexuales. «El matrimonio cristiano, como todos los sacramentos
[…] es en sí mismo un acto litúrgico de glorificación de Dios en Jesucristo y en la
Iglesia. Celebrándolo, los cónyuges cristianos profesan su gratitud a Dios por el bien
sublime, que se les da, de poder revivir en su existencia conyugal y familiar el amor
mismo de Dios por los hombres y del Señor Jesús por la Iglesia, su esposa[1]».

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¡El matrimonio realizado de esta manera es un camino hacia la santidad! Ser
consciente de ello hace que «toda la vida conyugal se impregne de una dimensión de
santidad y no solo unos fragmentos determinados. Todo lo que hace un creyente
debería ser sagrado; con más razón si lo hacen ambos, unidos por el enlace del
sacramento matrimonial»[2]. Si las personas poseen la vocación de santificarse a
través de su matrimonio, eso significa que, para lograr la santidad, es necesario «todo
lo que permite expresar, fortalecer y profundizar la unión de los cónyuges. Lo será
también la manera de compartir las tareas domésticas diarias, así como la manera de
vivir la dimensión erótica del amor; también la “pérdida de tiempo” en común a la
hora de tomar una taza de té en casa y al rezar juntos[3]».

2. Tres altares domésticos


En la Iglesia existe la espiritualidad de los cónyuges que es independiente de la
sacerdotal y la monacal. Esta espiritualidad enseña un modo de desarrollar, de forma
creativa, los lazos matrimoniales y su cuidado incesante. En concreto, se lleva a cabo
mediante los cuidados dentro del matrimonio de tres altares domésticos:

—Altar de la oración, en el cual los cónyuges construyen los lazos con


Jesucristo, le invitan a ser partícipe de los asuntos que están viviendo y, gracias a la
oración conjunta, celebran su presencia entre ellos.
—Altar de compartir, en el cual los cónyuges construyen los lazos mediante la
conversación sobre todos los asuntos de su vida en común. Simboliza la preocupación
de que el trabajo fuera de casa no distancie a la pareja.
—Altar del obsequio, en el cual los cónyuges construyen los lazos compartiendo
el amor y el placer mediante relaciones sexuales. En este altar la pareja colabora con
el Dios Creador.

Mediante los cuidados de estos tres altares, los cónyuges, poco a poco, descubren
el amor del propio Cristo, quien acude a ellos, y se une a su corporeidad. La falta de
implicación en la construcción de al menos uno de los altares —maneras de construir
lazos— los debilita. El matrimonio pierde un bien importante. El abandono del
esfuerzo de crear los lazos matrimoniales lleva a la desaparición del amor entre los
cónyuges. A veces un matrimonio puede continuar como tal formalmente, pero ya no
se trata de una verdadera unión de vida y amor.
Los símbolos de estas tres dimensiones de encuentro de la pareja consigo mismo
y con el Dios son: un altar doméstico, la mesa del comedor y el lecho matrimonial.
Un matrimonio católico otorga al lecho conyugal un particular respeto. Prepara
una habitación especial para la íntima celebración del acto matrimonial. Coloca en

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ella una cama lo suficientemente ancha para que permita vivir de manera cómoda este
momento extraordinario.

3. Poesía de amor en la Sagrada Escritura


Las confesiones líricas del Cantar de los Cantares descubren la verdad sobre el amor
revelado por Dios[4]. Cabe subrayar lo que dice el Cantar de los Cantares sobre el
erotismo humano, sobre los sentimientos acompañados por la búsqueda del placer
sexual. Cuando un hombre confiesa su amor a una mujer, ella le invita a «su jardín»
para que consuma frutos exquisitos. El hombre acepta esta invitación[5]. Cuando
están cerca el uno del otro, él describe sus labios como «vino generoso», ella le
interrumpe diciendo: «Él va derecho hacia mi amado, como fluye en los labios de los
que dormitan[6]». Mientras se besan, él halaga sus labios que le recuerdan la miel más
fresca que recoge de debajo de su lengua[7].. En cambio, ella le confiesa que los
labios de su amado son dulcísimos[8] y reclama sus besos. El amante compara a su
querida con una palmera por la que quiere trepar para recoger los frutos maduros
escondidos entre las ramas. Es cuando piensa en los senos de su amada a los que
quisiera degustar como racimos de uvas[9]. Estos ejemplos ilustran la atmósfera
sentimental que impregna el Cantar de los Cantares. Está lleno de un sutil y seductor
erotismo. Las imágenes dejan muchas cosas sin decir, pero que han sido sugeridas e
influyen en el lector. «Las palabras de amor pronunciadas por los amantes se
concentran, por tanto, en el “cuerpo”, no tanto porque es de por sí la fuente de una
fascinación mutua, sino, sobre todo, porque en él se centra directamente la
preocupación por la otra persona, por el otro “yo” —sea masculino o femenino—
que, dentro de la interna conmoción del corazón, inicia el amor. El amor libera
también una manera particular de vivir la belleza que se concentra en lo visible,
aunque abarca al mismo tiempo al ser completo.»[10].
El amor, descrito en las páginas de esta obra, muestra la verdadera equidad entre
el hombre y la mujer. No se trata de proponer aquí un modelo que tan solo acepta la
iniciativa del hombre en el ámbito de la vida sexual. La más activa es la amada, es
ella quien toma la iniciativa, ella busca la cercanía de su amado, disfruta de su amor y
excitación sexual: «Yo soy para mi amado y hacia mí tiende su deseo[11]». En cambio
él es quien la añora, quien admira su encanto. Su encuentro íntimo se celebra por
mutuo acuerdo y es la libre elección de ambos[12]..
El Cantar de los Cantares no habla sobre el amor herido que habitualmente
experimentan las personas, sino sobre un amor redimido y liberado[13]. Habla sobre el
amor perdido en el paraíso que, sin embargo, se volvió a encontrar en Dios. La
abundante presencia del erotismo no oculta el respeto que se tienen los cónyuges. Son

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únicos e irrepetibles[14] para sí mismos, elegidos de entre miles de hombres y
mujeres[15].
Las misteriosas palabras del Cantar de los Cantares han servido durante siglos
para describir la relación del alma con Dios —del Amante y la Amante— y, en un
sentido más amplio, para mostrar el misterio de la presencia de Cristo en la Iglesia.
Mediante el Cantar de los Cantares san Juan de la Cruz explicaba profundos estados
místicos, sobre todo la última etapa del camino espiritual, las así llamadas «bodas
místicas», la unión más plena del alma con Dios.
Sin embargo, esta interpretación no es suficiente. Cantar de los Cantares es un
conjunto de cánticos nupciales. De acuerdo con el carácter alegre de una boda,
celebran el amor del hombre y la mujer, también en su dimensión erótica.
Precisamente, en su encíclica Deus caritas est[16], el papa Benedicto XVI subraya
este carácter de las piezas.
La unión de estas dos tradiciones nos permite una plena lectura de la revelación
divina reunida en el Cantar de los Cantares. Proclama que Dios tiene la intención de
santificar a los cónyuges de tal manera que su amor mutuo les lleve a un profundo,
incluso místico, encuentro con Dios.
La tradición de la mística cristiana (que muestra la presencia de Cristo en la vida
cristiana) y la tradición de la espiritualidad matrimonial (que muestra la presencia de
Cristo en el amor matrimonial) no son contradictorias, sino que se complementan
perfectamente. Si los cónyuges viven de verdad el sacramento del matrimonio, dentro
de la Iglesia se desarrollará la mística de la vida matrimonial que mostrará la
presencia de Dios en la unión matrimonial, en todas las dimensiones de la vida de los
esposos.

4. El cuerpo no es solo un fenómeno natural


Los cónyuges que consideran su unión un camino hacia la santidad, valoran la
sexualidad. «El amor erótico dentro del marco del matrimonio deja de percibirse
como un obstáculo para alcanzar la perfección cristiana, ya que es una manera de
expresar y de fortalecer la unión de sacramental matrimonio. La sexualidad es bella y
buena porque así lo dispuso Dios. Fue Él quien creó al ser humano —como hombre y
mujer— de manera que la mutua alianza matrimonial crea la unión más profunda
posible de dos personas. Las relaciones de los cónyuges no son opuestas a su
santidad, sino todo lo contrario: la gracia divina convierte la ofrenda mutua de los
cuerpos en el símbolo del santo y sacramental amor conyugal. El sentido de la unión
matrimonial consiste en un obsequio mutuo de sí mismos. El placer proveniente del
sexo no se silencia vergonzosamente, ni tampoco se juzga negativamente. A la hora
de obsequiarse, no se trata tanto de mi propio placer, como de otorgar felicidad a la

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otra persona, al cónyuge […]. La belleza de las relaciones íntimas es un reflejo de la
unión del marido y de la mujer. El lenguaje matrimonial del cuerpo —empezando por
la mirada, a través de diferentes formas de afecto, hasta la dulzura de la fusión— es
capaz, como ninguna otra cosa, de expresar la unión espiritual de ambos[17]».
Si el amor humano se mira de una manera tan profunda y pura, uno percibe, cada
vez con mayor claridad, que el cuerpo humano esconde y expresa algo más que
meros procesos propios del mundo de la naturaleza. Es un idioma mediante el cual
habla el ser humano: su sensibilidad, su intelecto, su espiritualidad, su interrelación.
El cuerpo posee un significado, comunica, habla, transmite. El cuerpo, entendido
como lenguaje humano, es un fenómeno extraordinario que permite expresar
diferentes aspiraciones, sentimientos, pensamientos… Mediante el cuerpo nos
encontramos con la otra persona. El cuerpo puede vivirse como un regalo gracias al
cual expresamos el amor a la otra persona, o bien recibimos su amor. Entonces el acto
sexual se entiende también como una expresión de relación con la persona amada. El
amor está presente en él: el mundo interior, espiritual de la persona que ama.
En caso de personas adultas, el sexo es una manera importante de comunicación
entre el marido y la mujer: entre dos personas que se aman, que están juntas en lo
bueno y en lo malo, comparten valores, les une un sentimiento, están unidas, sienten
una mutua atracción sexual, desean obsequiarse con el placer, traen hijos al mundo y
los educan. Un acto sexual verdaderamente humano conmueve a las personas que se
aman, tanto a nivel espiritual como psíquico y fisiológico, incluye reacciones de todo
su ser: de su espíritu, de su corazón y de su cuerpo. A raíz de él nace no solamente la
sensación de satisfacción y relajación de la tensión sexual, o la sensación de un
bienestar psíquico, sino también una profunda paz en el corazón proveniente de
Cristo.

5. Dios nos otorgó la sexualidad


En la Sagradas Escrituras encontramos un conmovedor relato sobre el amor de Tobías
y Sara. Tobías se enamoró de Sara hasta el punto de no imaginarse su vida sin ella.
Sin embargo, su amor encontró un obstáculo: Asmodeus, quien había matado a los
siete anteriores esposos de Sara durante la noche de bodas impidiendo que se
consumara el matrimonio. Tobías era muy consciente de que si llegaba a casarse con
su amada, el demonio iría a matarle durante el acto de iniciación. Por tanto pidió
ayuda a Dios. Fue cuando se le apareció el arcángel Rafael y le recomendó que, antes
del acto, los cónyuges rezaran entregándose a Dios. Dios escuchó su oración y la
relación sexual de la joven pareja concluyó felizmente. Los indicios de la existencia
del demonio —el pecado, el sufrimiento y la muerte— desaparecieron. Aparecieron
los signos de la presencia de Dios: el amor, el respeto, la vida.

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El papa Juan Pablo II, en sus catequesis sobre la teología del cuerpo, comenta de
esta manera este acontecimiento bíblico: «Se puede decir que junto con la oración
[…] se dibuja una dimensión de la liturgia propia del sacramento […], su palabra es
palabra de fuerza […]. En esta palabra de la liturgia se completa el sacramental signo
del matrimonio, construido en la unión del hombre y la mujer […]. Tobías y Sara
hablan en el idioma de los dispensadores de sacramento, conscientes de que en la
alianza matrimonial del hombre y la mujer es precisamente mediante “el lenguaje
corporal” como se expresa y realiza el misterio cuyo origen proviene del propio
Dios.»[18]
Al vivir el amor humano, uno puede quedarse en un nivel puramente laico: nos
conocimos, nos enamoramos, tuvimos relaciones sexuales, nos fuimos a vivir juntos,
apareció el primer hijo, el segundo… La vida transcurre con un ritmo natural. Los no
creyentes nunca interpretarán su amor como regalo de Dios y, al mismo tiempo, el
signo de Su amor. Cuando el matrimonio compuesto por Tobías y Sara reza a Dios,
antes de iniciar el acto sexual, están expresando la fe de que su felicidad conyugal no
depende solamente de ellos mismos, sino también de Dios. De esta manera se elevan
a un nivel más alto de la interpretación de su amor —al nivel de vida en el
sacramento del matrimonio— el misterio de presencia de Dios entre los hombres.
Aparece una nueva dimensión en su relación con Dios: la liturgia de la vida
matrimonial. La vida matrimonial se convierte en un culto a Dios. La liturgia consiste
en que las personas se dirigen a Dios y Dios acude a ellas. Cuando se dirigen a Dios
por cuestiones relacionadas con su matrimonio, con la unión entre ellos, su oración
cobra un valor especial. Es una oración cuya «palabra es palabra de fuerza», posee
una fuerza creativa. Las palabras de consagración, pronunciadas en nombre de Cristo
durante la Eucaristía, son un ejemplo de ello. El hecho de pronunciar esta oración
convierte el pan en el cuerpo y el vino en la sangre de Cristo. Otro ejemplo de esta
oración son también las palabras de la promesa matrimonial. La fuerza del
sacramento actúa también en la vida diaria cuando los cónyuges encomiendan su
unión a Dios, agradecen a Dios por su matrimonio, cuando rezan por el amor, por la
capacidad de dialogar, de solucionar los problemas de las relaciones sexuales. Dios,
de manera muy especial, en base a la alianza contraída entre los cónyuges, escucha
esta oración sacramental.
Una oración conjunta «completa el signo sacramental del matrimonio construido
en la unión del hombre y la mujer». Estas palabras poseen un significado clave
también para comprender en qué consiste la realización del sacramento del
matrimonio en la vida diaria. Con el fin de interpretarlas correctamente, es preciso
comprender primero la definición del «signo sacramental de matrimonio».
Según la definición más sencilla del sacramento, un sacramento es un «signo
sensible de la gracia invisible», es decir, que el momento invisible de la llegada de
Cristo a nuestra vida se reconoce en nosotros gracias a los signos visibles de Su
presencia. Por eso, una oración que invoca a Dios siempre es acompañada de un

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signo reconocible por los sentidos que expresa lo que está ocurriendo y nos hace
tomar conciencia del hecho de que precisamente ahora Dios se está personificando
entre los miembros de la Iglesia, los convierte en una comunidad, el Cuerpo de
Cristo. Durante el Bautismo, cuando el sacerdote pronuncia las palabras: «Yo te
bautizo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo», y mientras echa el
agua sobre la cabeza del niño, sabemos que, precisamente en el momento de echar el
agua (y no leche) Dios convierte al niño en un cristiano. Lo mismo ocurre durante la
Eucaristía. La cena, una comida visible simbolizada por los signos del pan y el vino,
se convierte para los humanos en algo mucho más grande: un festejo durante el cual
Cristo nos alimenta de sí mismo, nos ofrece su Espíritu y, de esta manera, construye
en la tierra su cuerpo, la visible comunidad de la Iglesia. La señal natural del festejo,
el acto de comer, es elevada a la categoría de un signo de sacramento que permite
percibir la presencia de Dios.
El momento de la llegada de Dios a los cónyuges se convierte en perceptible
cuando se conoce el signo visible del sacramento del matrimonio. Cuando se es capaz
de leerlo correctamente, al igual que si sabemos leer el significado del pueblo de
Dios, del sacerdote, del agua, del pan y del vino en caso de otros sacramentos.
Frecuentemente se asocia el signo del sacramento con el anillo, o bien, con la
estola con la que el sacerdote entrelaza las manos de los novios, o sea, con los
símbolos que hablan de la exclusividad, de la unión, de estar el uno con el otro para
siempre. Sin embargo, son tan solo unos bellos símbolos que permiten a los cónyuges
vivir el sacramento del matrimonio. Son importantes, al igual que durante la Santa
Misa el mantel blanco tiene su importancia, junto con las velas encendidas o el traje
del sacerdote. Esto es muy necesario para vivir de forma solemne el encuentro con
Dios, pero no constituye la esencia del sacramento de la Eucaristía.
El signo del sacramento del matrimonio reconocible de modo sensitivo es muy
concreto e inequívoco y, lo más importante, muestra que Dios puede actuar en
cualquier momento de la vida matrimonial. Este signo lo crean los propios cónyuges
mediante sus cuerpos. Es un signo vivo. La cercanía carnal de los cónyuges crea un
signo visible de su comunidad, amor, unión, relación. Los cónyuges crean el signo de
la presencia de Dios cuando unen sus cuerpos, cuando viven bajo el mismo techo (no
están separados por vivir en diferentes países), cuando rezan juntos (no solo por
separado), cuando conversan (por ejemplo tomando el café), cuando se prestan ayuda
en la vida diaria (al limpiar la casa), cuando se apoyan, se consuelan, se brindan
cariño, mantienen relaciones sexuales[19]. Por ese motivo, los cónyuges, que han
contraído el sacramento del matrimonio, deberían dormir en la misma cama, creando
el signo de unión también por la noche. «Los esposos participan en cuanto esposos,
los dos, como pareja, hasta tal punto que el efecto primario e inmediato del
matrimonio (res et sacramentum) no es la gracia sobrenatural misma, sino el vínculo
conyugal cristiano, una comunión en dos típicamente cristiana, porque representa el
misterio de la Encamación de Cristo y su misterio de Alianza. El contenido de la

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participación en la vida de Cristo es también específico: el amor conyugal comporta
una totalidad en la que entran todos los elementos de la persona —reclamo del cuerpo
y del instinto, fuerza del sentimiento y de la afectividad, aspiración del espíritu y de
la voluntad—; mira a una unidad profundamente personal que, más allá de la unión
en una sola carne, conduce a no hacer más que un solo corazón y una sola alma[20]».
Cada vez en la unión de los cuerpos son reconocidos, para sí mismos y para los
demás, como esposos que se quieren. Cuando los esposos son capaces de interpretar
su amor en la fe, entonces sus múltiples manifestaciones expresadas a través de sus
cuerpos (ayuda, oración, conversación, caricias, el acto sexual) se convierten para
ellos en signos del sacramento, lo cual quiere decir signos mediante los cuales
reconocen la viva presencia de Dios entre ellos[21]. Cuando una mujer se siente
amada con cariño por su esposo, puede decir que, a través de su amor masculino
(expresado a través de su cuerpo), el propio Dios viene a ella 3' le expresa su Amor.
Si el esposo es amado con cariño por su mujer, puede considerar que ella es un
verdadero regalo de Dios. A través de su feminidad, Dios asegura al esposo su amor y
preocupación.
Este modo de abarcar la realización del sacramento del matrimonio es muy
práctico y concreto. Cuando, por ejemplo, el marido observa a su esposa desnuda y,
de forma instintiva, comienza a sentir la creciente excitación, puede interpretar su
reacción como una llamada de Dios a obsequiar a su mujer mediante el acto sexual y
como el disfrute de una cercanía con ella (cuando no existen obstáculos objetivos: si
el periodo durante el ciclo permite la relación, si no infringe la integridad de su
cuerpo mediante la anticoncepción). Ocurre lo mismo en la relación de la mujer con
el esposo. Si la esposa, sedienta de cariño, desea ser abrazada, besada por su marido,
puede interpretar sus deseos no solamente como una añoranza femenina de ser
querida por un hombre, sino también, como una inspiración divina para un
acercamiento corporal a su marido. Cuando el esposo responde a sus deseos con amor
y ternura, la mujer puede desear unirse con él a través del acto sexual. Al sentirse
querida en el matrimonio, al mismo tiempo se sentirá amada por Dios.
Al conocer el misterio del matrimonio como sacramento, descubrimos que los
cónyuges pueden convertirse el uno para el otro en dispensadores de la gracia. El
término teológico del «dispensador de la gracia» es utilizado con frecuencia en
referencia al sacerdote, cuando decimos que, a través de su servicio, Dios llega a la
gente, por ejemplo, en el sacramento de la penitencia o de la Eucaristía. El sacerdote
dispensa la gloria de Dios, quiere decir que, gracias a su ayuda, Dios otorga a las
personas el Espíritu Santo. En este mismo significado Dios viene a los cónyuges a
través de su propio servicio de amor mutuo. Mediante la corporeidad del esposo, Dios
viene a la mujer, y al marido mediante la corporeidad de la esposa. Mediante la
intermediación de la esposa, el marido recibe la gloria de Cristo; a través del amor del
esposo, la gloria de Cristo cae sobre la mujer. Dios, con ayuda de otro ser humano,

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expresa su amor, protege y otorga la sensación de seguridad, cuida, reprende,
aconseja, ayuda, socorre, obsequia con el placer…
Los cónyuges, como dispensadores de la gloria sacramental, poseen una
influencia real en la presencia de Cristo en la unión que crean entre sí. Pueden llamar
conscientemente a Jesucristo y unirse con Él en su vida diaria y, mediante un esfuerzo
mental, convertirse en un verdadero regalo el uno para el otro. El papel activo del
marido y la mujer a la hora de construir su relación con Cristo y entre ellos, es muy
importante. Como dispensadores de la gloria deberían despertar en su interior la
intención de pertenecer a Cristo en todo, encomendar a Dios sus problemas
conyugales, entregar al cónyuge a Dios, preocuparse permanentemente por llevar a la
práctica el mandamiento de amor en su matrimonio.

6. Acto matrimonial como oración


Pensar en la presencia de Dios en la vida diaria puede compararse con la atención del
conductor a la hora de llevar un coche. Hay momentos en los que, de forma casi
mecánica, realiza ciertas acciones mientras está inmerso en sus pensamientos o
escuchando la radio. En otros momentos, está plenamente entregado al manejo del
vehículo y observa, con atención, la carretera. Nosotros también poseemos la
intuición, un convencimiento interior sobre la presencia de Dios en nuestra vida,
incluso cuando estamos plenamente concentrados en realizar ciertas acciones. En
ocasiones, la percepción de la cercanía de Dios aparece al borde de la conciencia,
cuando trabajamos, conversamos o descansamos. A veces es más o menos consciente.
Ocurre también que, de forma más palpable, nos damos cuenta de Su presencia.
Entonces solemos apartarnos, dejamos otros asuntos con el fin de estar, por un
momento, a solas con Dios.
La percepción de la cercanía de Dios no entra, de ninguna manera, en oposición
con una plena entrega a las caricias y el acto sexual, acciones en las que los cónyuges
están directamente concentrados. Las personas que a diario viven en la fe entienden
perfectamente qué significa vivir con Dios y para Dios, tanto en los momentos solo
dedicados a la oración, como al realizar gestiones de la vida diaria. Las personas que
solamente se dirigen a Dios al sentirse en peligro o limitan su fe a la participación en
las bodas, los bautizos y los funerales tienen dificultades en comprender esta
presencia.
La consecuencia de la integración de la sexualidad con la religiosidad es la
posibilidad de que la oración, o sea la relación con Dios, aparezca en el contexto de la
unión íntima de los cónyuges. «Ya que en esta misteriosa relación […] el hombre y la
mujer se unen en la propia fuente de la carismática unión matrimonial. Sus cuerpos se
unen en el movimiento de la unión de sus almas. Desde el momento en el que sus

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almas glorifican al Señor en la unión nuevamente descubierta, la oración de una
pareja puede convertirse en muy profunda[22]». En este momento especial de la unión
de los cónyuges consigo mismos y con Dios, no se trata de pronunciar las palabras de
carácter especial o de adaptar una postura de oración adecuada. En una oración lo
más importante es el amor a Dios que surge de lo más profundo del corazón humano.
Los cónyuges participan en la oración a través del descubrimiento de la atmósfera de
la relación que está llena de cercanía recíproca y de amor. En este maravilloso
momento pueden aprender a percibir la presencia divina sin pensar en ella, al igual
que, durante el acto, no piensan en alcanzar «la unión que invade su
individualidad»[23].. Durante el acto sexual no llevan a cabo ningún análisis
intelectual de la experiencia vivida, no se preguntan qué es lo que están descubriendo
en ese momento, pero después saben verbalizar sus sensaciones. Saben decirse si han
vivido el milagro de la unión, si se han acercado el uno al otro, si han renovado su
amor, o si, en cambio, se han alejado y han escuchado esta voz[24].. De la misma
manera, en los cónyuges puede nacer el convencimiento de la presencia de Dios en su
amor, incluso si consideran que no está directamente expresada.
El pensamiento que afirma la presencia de Dios en el amor humano traspasa con
dificultad la psique. Pese a que muchas cosas tratan de interferir la claridad de esta
intuición espiritual, permanece en el fondo de la conciencia humana, incluso desde
mucho antes que el hombre intenta denominarla y describirla. Debido a que
habitualmente no se denomina con palabras, suele permanecer inadvertida e
inconsciente. Sin embargo, merece la pena tomar conciencia de esta intuición, ya que
se parece a un impulso vivificador que espera ser liberado[25]. Cuando esto ocurre,
del alma de los cónyuges brotan la adoración, el agradecimiento, la petición dirigidos
a Dios. El acto matrimonial despierta en el corazón el sentimiento de amor a Dios, el
agradecimiento por Su presencia, por el regalo de amor, por la alegría del encuentro
con el cónyuge, el deseo de agradecer a Dios por la persona amada, la petición de
concebir a un hijo o el agradecimiento por su concepción. El acto matrimonial es, con
frecuencia, acompañado por la gloria del consuelo.
Los esposos no deberían temer este estado espiritual y no deberían intentar
rechazarlo. Puede decirse que el propio cuerpo lleva el alma hacia la oración. Y la
oración del alma, abraza al cuerpo convirtiendo cada acto matrimonial en único e
irrepetible.
Los cónyuges cristianos van más allá de los sentidos y penetran el misterio
oculto. Esta experiencia, efímera y frágil, tiene su origen en el fondo del alma
humana, allí donde el deseo de amor y de unión se juntan con el deseo de otorgar
sentido a su propia vida. Lo que los esposos tratan de expresar mediante los gestos de
sus cuerpos, es tan solo un destello de luz que, por un momento, iluminó los ojos de
sus almas. La experiencia de unión entre la sexualidad y la espiritualidad no es
duradera, a menudo aparece únicamente como un presentimiento. Es constantemente
apagada por la tensión existente entre los deseos contradictorios del cuerpo y el alma,

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«oscila entre la cumbre del deseo y la llanura de la necesidad»[26]. Pero al morir, se
regenera de nuevo, es un regalo divino que no se puede contener[27].
Cada sacramento posee su liturgia, propia de sí mismo. También el matrimonio
posee su propia manera de celebrar el encuentro con Dios. La liturgia del matrimonio
no se limita tan solo a una oración conjunta delante de una cruz o una imagen santa,
sino que abarca toda la vida de los cónyuges entregados al servicio de Dios. «El
matrimonio cristiano, como todos los sacramentos es […] en sí mismo un acto
litúrgico de glorificación de Dios en Jesucristo y en la Iglesia[28]» «En sí mismo»
significa que no se trata de un conjunto de «acciones santas» separadas, como, por
ejemplo, la oración nocturna de los cónyuges, sino de todo lo que hacen juntos como
esposos, se trata de su vida en común. De esta manera, el amor matrimonial que
madura hacia Dios se convierte en una nueva forma de culto que nace en los
corazones humanos y se dirige hacia Dios a través del «lenguaje de los cuerpos». El
amor terrestre del hombre y de la mujer se convierte en el lenguaje de la liturgia del
sacramento del matrimonio[29]..
Los esposos celebran su sacramento, lo que quiere decir su vida con Cristo,
también durante el acto sexual. El hecho de nombrar el acto matrimonial una
celebración del sacramento del matrimonio eleva, de manera muy especial, su
dignidad. Este tipo de constataciones escandalizan a las personas que han aprendido a
percibir la sexualidad como algo malo. Les es difícil aceptar que a Dios también le
preocupa una feliz relación sexual y que, en su transcurso, obsequia a los cónyuges
con sus ofrendas.

7. Dios no quiere miramos a hurtadillas


Por varios motivos, a algunas personas les resulta difícil aceptar la verdad sobre la
presencia de Dios en una unión de matrimonio comprendida de esta manera.
Es frecuente tener la idea de que Dios llega a las personas desde fuera, a menudo
coincidiendo con acontecimientos maravillosos y extraordinarios. Uno puede
encontrar a Dios en lugares de apariciones milagrosas, puede ser en Fátima, en
Częstochowa, mediante la persona del padre Pío, allí donde actúa una persona
extraordinaria, un sanador o un exorcista quien, con fuerza de Dios, sana a los
gravemente enfermos o expulsa a los malos espíritus. En cambio, la vida normal no
lleva signos de la particular presencia divina porque en ella no ocurre nada
extraordinario. La vida diaria, transcurre, más bien, fuera de Dios. Dios está presente
en algún lado, pero un poco más de lado, más bien fuera de los acontecimientos que
dentro de ellos. Desde fuera lo observa casi todo, pero no está directamente presente
e implicado. Si quisiera intervenir, tendría que bajar aposta desde el cielo, venir desde

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fuera y evidenciar su presencia, o sea manifestarla de manera milagrosa y
extraordinaria.
Este pensamiento no permite convivir seriamente con Dios en la historia del día a
día de nuestra vida, levantarse con Él por las mañanas, desayunar, conversar con la
gente, trabajar, amarse, concebir a Dios como una presencia constante en los
acontecimientos de la historia de nuestra vida. Dios, concebido de esta manera,
tampoco existe en la corporeidad que es demasiado corriente, biológica y por tanto,
no digna de Dios. Con más razón no está presente en la sexualidad humana. Estas
personas no han entendido aún la verdad sobre la encarnación de Dios, sobre la
resucitación de Cristo. No entienden que el cuerpo humano posee no solamente la
dimensión material y biológica, sino también espiritual y religiosa. «¿Acaso no saben
que su cuerpo es el templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han
recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por
un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios.» (1 Cor 6, 19-20). El cuerpo
constituye una expresión y realización del alma inmortal. El hombre sin el cuerpo no
podría encontrarse con Dios, no podría vivir para Dios y cumplir su voluntad. El
cuerpo es un espacio santo, el espacio de la presencia de Dios. El sacrum no es un
espacio separado del profanum: la esfera de la vida laica, desprovista de la santidad.
El sacrum es el hombre corporal y por eso no se puede destruir, matar, herir, ni alterar
conscientemente las funciones de su cuerpo. Es la presencia de Dios en el cuerpo
humano lo que le otorga la dimensión de santidad y, al mismo tiempo, es la fuente
definitiva de derecho a su intangibilidad, al respeto de su biología. Por eso también la
verdad sobre la santidad del cuerpo humano es un antídoto a las visiones ateas y
materialistas del hombre. Es un contraveneno para los estrechos e inhumanos juicios
que carecen de respeto al cuerpo humano, a la vez que no tienen respeto al hombre.
El fruto de este pensamiento es un falso concepto sobre la falta de presencia de
Dios en la vida diaria, por ejemplo, en el sexo. Esta mentalidad se concreta en la
siguiente pregunta: ¿Qué tiene que ver Dios con mi sexo? ¿Y qué tiene que ver Dios
con tu salud, con tu dinero, con el trabajo, con el descanso, con el amor, con la
muerte? Si no tiene nada que ver, ¡significa que no eres cristiano!
Las personas no creyentes no perciben ningún misterio de Dios en su vida. Viven
su cuerpo, incluido el ámbito de la sexualidad, de manera impía. El contacto sexual
tiene solamente la dimensión que es directamente accesible a los sentidos del hombre.
En su opinión, Dios no puede estar presente en los sentidos del hombre, porque el
cuerpo no guarda relación con el espíritu. Es tan solo biológico. Tampoco puede estar
dentro de un embrión humano. No puede estar dentro del hombre.
La siguiente dificultad a la hora de aceptar la presencia de Dios en la vida
matrimonial está relacionada con que muchos adultos no han superado las primeras,
infantiles, etapas de desarrollo religioso. Los niños de entre cinco y siete años
comprenden a Dios de forma muy ingenua, de acuerdo con las reglas del
antropomorfismo material. Dios es un superhombre, su casa está en el cielo y baja a

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ver a los humanos para intervenir en algunos acontecimientos. Cuando decimos a las
personas que se han parado en esta etapa de su desarrollo religioso, que Cristo está
presente entre nosotros en el acto sexual, estas personas, a menudo de edades
avanzadas, se imaginan de forma infantil, que un anciano de barba gris yacerá entre
ellos o bien que tendrán que permitir que el «Gran Hermano», quien les observará a
escondidas y pensará cosas, acuda a su intimidad. A los adultos, cuyo desarrollo
religioso se ha frenado a nivel de la Primera Comunión, cuesta explicarles en qué
consiste una madura espiritualidad cristiana.
Entre los siete y los nueve años, la religiosidad es muy ritual y mágica. En este
periodo los niños entienden la relación entre el signo del sacramento y la
consecuencia espiritual como una dependencia mecánica. Si una persona no crece y
supera esta forma de pensar, entenderá el sacramento del matrimonio no como un
constante encuentro de los cónyuges consigo mismos y con Cristo, sino como un
ritual mágico que garantiza de forma automática una buena y feliz relación. Este tipo
de personas creen que es suficiente con pronunciar las palabras de la promesa,
entrelazar las manos con la estola, ponerse los anillos, recoger todos los céntimos
delante de la Iglesia para que el matrimonio se ame, viva felizmente e incluso para
que nunca se divorcie. Las personas con este tipo de «espiritualidad» no perciben que
el sacramento del matrimonio no se realiza solamente en el rito, sino en los cuidados
diarios y la preocupación del enlace matrimonial. Del constante aprendizaje de la
vida en común y en encomendar todos estos esfuerzos al Señor.
Existe otro grupo de personas que se imagina que, si se reconvirtiesen en serio y
entregasen su vida a Dios, seguramente deberían permanecer sentados en una Iglesia
durante horas adorando a Jesús. Tendrían que «salir» de este mundo, abandonar sus
profesiones, sus aficiones, prescindir de todo lo que la sociedad les ofrece y
emprender una vida, completamente nueva, fuera de ella. Abandonar la vida laica, o
sea profana, y entrar en el espacio sacro, de la Iglesia. Solo entonces podrían
considerarse unos verdaderos católicos, vivir verdaderamente cerca de Dios. Debido
a que no quieren hacerlo se sienten destinados a ser cualquiera, a una vida corriente,
puede que no mala, pero tampoco cercana a Dios.
Esta imagen de la santidad es también una soterrada falta de fe en la resucitación
de Jesucristo con quien uno puede encontrarse en cualquier parte del mundo, en
cualquier lugar y a cualquier hora. La vida santa no depende del lugar, está donde
encontramos a Jesucristo, donde vivimos para Él y donde respetamos Sus
mandamientos. Puede ser en un claustro, pero puede ser también en el lugar de
trabajo y al mismo tiempo el piso de una familia que a diario vive con Dios.
Dios santifica a los cónyuges no cuando prescinden de numerosos y valiosos
bienes de este mundo, sino mediante su consciente elección del bien y, a la vez, el
rechazo del pecado que separa al hombre de Dios y destruye el amor entre los
hombres. Por eso el camino hacia la santidad de los cónyuges es un camino para
adquirir nuevas habilidades de amor mutuo, para descubrir una nueva forma de amor

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que no existe a nivel general en el mundo, cuyas cualidades son completamente
diferentes, pero siempre, en el día a día vivido por los esposos, espacio donde se
quieren, viven y trabajan.
Hablar de la santidad del acto matrimonial, utilizar la simbología del lecho
conyugal como altar, lleva a algunas personas a asociaciones de comportamiento en
una Iglesia. Algunas personas están convencidas de que, ante la presencia de Dios, es
imprescindible comportarse de manera muy devota: no está permitido hablar en voz
alta, las manos han de estar unidas, no está permitido bromear, reírse, coquetear,
besarse, acariciarse y mantener relaciones sexuales. En cuanto oyen hablar de la
santidad del acto matrimonial, se imaginan inmediatamente que el sexo de esta forma
tiene que estar desprovisto de alegría, de juegos frívolos, de fantasías y de las
posturas atractivas para los cónyuges. Que ha de ser triste, al igual que los
tradicionales cánticos de Iglesia. Ni siquiera se les ocurre que una vida matrimonial y
familiar plenamente natural y normal puede llegar a ser santa.
Dios nunca destruye los buenos deseos que él mismo depositó en el corazón
humano, no limita el desarrollo del hombre, no bloquea su potencial. Al contrario, le
da la oportunidad de un pleno desarrollo. La vida con Cristo, realizada mediante la
construcción de una unión entre hombre y mujer, no tiene como objetivo desproveer a
la gente del amor, sino que tiene como objetivo la curación, el perfeccionamiento, la
purificación y ennoblecimiento de su amor humano y, por tanto, elevarlo hacia Dios.

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CAPÍTULO 2
SEXO MATRIMONIAL SIN TABÚES

El acto sexual puede compararse con un baile. Cada pareja se descubre


lentamente, conoce sus reacciones, sus condicionantes biológicos y psicológicos
individuales. Algunas parejas se sienten de maravilla bailando el vals inglés, a otras
les encanta el rock and roll y a otras, la fogosa samba. Al igual, dentro del lecho
matrimonial, cada pareja posee su propio baile, único e irrepetible, tan solo en
apariencia parecido a los demás bailes. Lo irrepetible es el rasgo característico de
cada matrimonio. Solo este hombre y esta mujer en cuestión están enamorados el uno
del otro. Aprecian la particular belleza tan solo en la persona amada, esta puede ser

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imperceptible para los demás. También en materia del sexo es necesario un trato
individual. Es importante que los amantes se sientan a gusto en su compañía, que se
sientan felices, queridos. Cuando las personas han de estar juntas de la forma más
íntima, no pueden intentar imitar a nadie, ni tampoco compararse con nadie. Es
preciso tenerlo en cuenta especialmente en un mundo que, a través de los medios,
impone modelos que poco tienen que ver con la realidad. Al intentar introducirlos en
la vida personal, uno tan solo puede llegar a decepcionarse. Por eso es sumamente
importante que los cónyuges, en primer lugar, se escuchen a sí mismos: sus deseos y
sus necesidades, la reacción de sus cuerpos; que busquen juntos tales formas de
expresar su amor que, a nivel personal, les ayudan a estrechar los lazos
matrimoniales. Los más adecuados para ellos, los más cómodos, los que ofrecen una
mayor riqueza de sensaciones sexuales, serán plenamente afinados a las expectativas
de ambos cónyuges[30].
Sin un diálogo sobre la vida sexual es difícil imaginar un matrimonio feliz. Por
eso es tan importante que los esposos se informen sobre lo que les gusta o no a nivel
personal durante las relaciones sexuales.
Lo que molesta en un diálogo sobre temas íntimos es a menudo una percepción
errónea de la masculinidad y de la feminidad que sugiere que el hombre debería saber
siempre lo que le produce mayor placer a la mujer y que, al mismo tiempo, la mujer
debería esperar a que el hombre adivine qué es lo más placentero para ella. La
búsqueda de una relación sexual más satisfactoria para ambas partes ha de ser
considerada como un camino necesario a la hora de reunir experiencia común en el
arte del amor. Los errores y los fracasos no pueden cargar con la responsabilidad
moral.

1. Empecemos por el cariño


En la vida diaria actuamos con prisas, no disponemos de mucho tiempo, muchas de
las cosas las gestionamos a la carrera. Cuando tenemos tiempo, nos compramos
rápidamente una hamburguesa en un bar que nos coge de camino y seguimos
corriendo. En cambio, durante una boda, o una comida de celebración de la Primera
Comunión, o la fiesta de celebración de un santo ni siquiera nos imaginamos pedir
una comida semejante. Los momentos solemnes los celebramos preparando platos
mucho más rebuscados. Una comida opípara se convierte en celebración, en un
acontecimiento único, una ocasión de encuentro con los prójimos, así como en un
tiempo de compartir conversación. Durante estas fiestas nadie tiene prisa. Al acudir a
ellas dedicamos al menos unas horas para estar con nuestra familia o amigos.
Lo mismo ocurre en el amor. En algún momento es necesario pararse, darse
tiempo para estar el uno con el otro, embarcarse a construir una relación con la

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persona querida. Esto se refiere especialmente a las relaciones sexuales. Demasiado a
menudo los cónyuges no disponen de tiempo para celebrar su amor, no se preocupan
por convertir estos momentos en algo extraordinario. La vida, en más de una ocasión,
nos obliga a actuar con prisas, sobre todo cuando los niños son pequeños, pero, pese
al cansancio y la falta de tiempo es necesario, de vez en cuando, pensar en una
verdadera celebración del sacramento del matrimonio, en la celebración de la fiesta
de amor. En estos casos merece la pena preocuparse por el ambiente, por una ropa
interior adecuada, aceites, perfumes. El acto matrimonial puede llegar a convertirse
entonces en una particular celebración del sacramento del matrimonio[31]. El inicio de
la celebración de un encuentro matrimonial incluye signos de cariño, como besos,
masaje, caricias sexuales. Todos ellos influyen en la armonía emocional de los
cónyuges y en la conciencia de la unión erótica[32]. El objetivo directo de este
comportamiento no es llevar rápidamente a la excitación, sino crear una atmósfera de
cercanía, de confianza, de calidez emocional que favorece la superación de la
vergüenza, del miedo y de la inseguridad llevando a reforzar el sentimiento de
amor[33]. Los besos depositados sobre el cuerpo de la persona amada equivalen al
respeto, el homenaje, la adoración, también la comunión, son signo símbolo de
paz[34]. «La caricia es la celebración del cuerpo del cónyuge»[35]: domestica,
tranquiliza, acerca, llama. Expresa ternura que descubre a la otra persona nuestra
intención de conciliación depositada en el corazón. Anuncia la paz que, con suavidad,
toca el cuerpo de la persona amada[36]. Un tiempo demasiado breve de caricias «no
asegurará que se propicie la atmósfera de conciencia de la unión matrimonial»[37].
En el caso de un hombre la eyaculación va acompañada de forma «automática»
por el placer. Por ese motivo, por naturaleza, desea mantener las relaciones con
mayor frecuencia posible. En caso de la mujer el hecho de tener relaciones sexuales y
el riesgo del embarazo, en muchos casos, no son «automáticamente» premiados por
la naturaleza con una fuerte vivencia de placer. A menudo decide tener relaciones
más por el amor hacia su marido que por su propia necesidad. Por eso es tan
importante que el hombre, durante la relación sexual, procure premiar a la mujer por
su entrega, esfuerzo y riesgo. El marido debería esforzarse especialmente en que,
durante el acto sexual, la mujer viva una satisfactoria cercanía emocional y el placer
sexual. En muchos casos esto puede producirse solamente si el acto sexual va
acompañado por esfuerzos adicionales por parte del marido: empezando por propiciar
un seguro, tierno y amigable clima de la relación sexual a través de caricias en sus
zonas erógenas preferidas, y terminando con la estimulación del clítoris. Son
elementos importantes del ars amandi de los maridos católicos.

2. Caricias permitidas y no permitidas

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Cuando los cónyuges comienzan a acariciarse con el fin de llevar a cabo un acto
sexual completo (la eyaculación se produce dentro de los órganos de reproducción de
la mujer), cada comportamiento (el tipo de caricias, las posturas sexuales), cuyo
objetivo es la excitación, está permitido y cuenta con la aprobación de Dios. Durante
una relación sexual los cónyuges pueden demostrarse cariño de cualquier manera,
pueden regalarse incluso las caricias más rebuscadas. Pueden emplear la estimulación
manual y oral.
No existe una justificación religiosa para emplear indicaciones precisas que
determinen qué gestos y caricias durante la relación sexual están permitidos y cuáles
no deberían darse. Existen comportamientos que son muy aceptados por algunos
matrimonios y por otros no. Al igual que a algunas personas les gusta la cocina
italiana y a otras la china. En este caso lo único que importa son los sentimientos de
los cónyuges, su sensación de unión, la compresión mutua. Intentar trazar las
fronteras que constituyan un límite a la hora de expresar el amor, la exclusión arbitral
de eliminar algunas maneras de vivir el placer, de ninguna manera ayudan a los
esposos: tan solo, y de forma innecesaria, introducen barreras psicológicas, así como
dudas, miedo e inquietud moral y, en algunos casos, hasta la frialdad sexual.
La ética católica no pretende regular escrupulosamente la vida sexual de los
cónyuges: una realidad dinámica y diversificada. Acentuando su preocupación por un
acto sexual completo, les ayuda a ser conscientes de que solamente una plena unión
de cuerpos ofrece la posibilidad de crecimiento en la unión de corazones y almas. La
dirección está definida con precisión. Los cónyuges poseen una indicación importante
para cuidar de la mejor manera posible la mayor frecuencia de relaciones sexuales y
con esta intención (puede que no siempre se consiga) emprendan caricias fuertemente
excitantes.
El magisterio de la Iglesia no se pronuncia sobre cuestiones tan detalladas como
pueden ser los límites de las caricias durante los preliminares. Las opiniones que
implican la autoridad del Papa solo indirectamente se refieren a esta cuestión, por
ejemplo, cuando habla sobre el permiso para buscar el placer en base a la voluntad
del Creador, pero sin determinar de qué manera los cónyuges pueden llevar a cabo
este deseo. En estas situaciones, cuando no existe una declaración firme por parte del
magisterio, la opinión moral depende, en gran medida, de la sensibilidad personal, de
los conocimientos, de la percepción estética, de la educación recibida.
Las enseñanzas de la Iglesia no son comúnmente conocidas y por eso los
cónyuges católicos se preguntan si el sexo oral (del latín oralis, os, oris, boca)
durante los preliminares está permitido moralmente. Las dudas surgen a menudo
porque esta forma de acariciarse es propagada por muchos portales de Internet que
buscan maneras de atraer al cliente. En este contexto son percibidas como una
especie de sexo desenfrenado, desprovisto de amor que causa el distanciamiento de
los cónyuges. Sin embargo, el ambiente de una página pornográfica no es el ambiente
del amor conyugal. Estas dos realidades no pueden identificarse y mezclarse a partir

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de simples asociaciones. La estimulación de los órganos sexuales mediante boca o
lengua, como parte de los preliminares, está permitida moralmente y no debe ser
percibido como pecado. La enseñanza de la Iglesia caería en contradicción si
anunciara que ciertas partes del cuerpo de la persona amada, como los labios, las
manos, los pechos, los muslos, las nalgas, pueden ser besadas y otras, como por
ejemplo los órganos sexuales, no pueden ser besadas, acariciadas, tocadas; que
pertenecen a otra categoría y no pueden amarse de la misma forma y que estas
caricias no pueden proporcionar placer.
¿Cómo es en la práctica? Existen matrimonios que no desean emplear estas
caricias, pero, a la vez, existen otros a los que les gustan mucho. Los hombres
experimentan un gran placer cuando son estimulados oralmente por las mujeres.
Aprecian la entrega de las esposas. No se oponen ante la idea de estimular a sus
mujeres de esta manera, a menudo incluso lo desean. En caso de mujeres, solemos
observar reacciones muy diversas. A algunas mujeres no les gusta nada esta forma de
estimular a los hombres. A otras les repugna, otras se sienten humilladas. Numerosas
mujeres consienten este tipo de caricias por parte de su marido y disfrutan con ellas.
Existen mujeres que solamente mediante semejantes caricias son capaces de excitarse
y llegar con ganas al acto sexual. Algunos cónyuges descubren que esta forma de
caricias aumenta la frecuencia de las relaciones sexuales en periodo no fecundo y
comienzan a practicarla cuando, tras un periodo de abstinencia, están satisfechos
sexualmente y son capaces de prolongar la fase de los preliminares.
Es preciso destacar que las caricias de los genitales son la forma más íntima de
cercanía. En este caso es muy importante tener en cuenta los sentimientos de ambas
partes y el acuerdo mutuo para emprenderlas. Una profunda intimidad y
particularidad de estas caricias requiere un diálogo conyugal. Los esposos deberían
saber cómo se sienten durante estos momentos. Cuanto más íntimas sean las caricias,
más delicadeza, percepción del momento y sensibilidad se requiere.

3. El orgasmo no lo es todo
Durante la fase de caricias los cónyuges potencian la percepción mutua del placer.
Con este fin deberían conocer sus zonas erógenas cuyas caricias provocan el mayor
placer: «Hasta que ambos, por separado o conjuntamente, llegan al momento de
excitación cuando se pierden el uno dentro del otro y sus cuerpos se entrelazan […].
Descubren que han sido llamados desde la profundidad de la soledad para permitir
que la otra persona les llene y convertirse en uno […]. Descubren que su existencia
corporal ha sido llamada al encuentro de otra persona de la que se preocupan[38]».
La cultura del consumismo promociona el orgasmo como el colmo del acto
sexual. Si miramos el acto sexual solamente desde el punto de vista del placer, el

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orgasmo se considera el momento más importante de una relación sexual. Esta idea
es errónea. El momento más importante y culminante es el de la penetración dentro
de la vagina de la mujer. Es el momento de la unión, de convertirse en una sola carne,
pero no únicamente en el sentido de una gran cercanía física, sino también de una
unión psíquica y espiritual. Es importante que los cónyuges sean conscientes de la
relevancia de este momento y deseen permanecer por el mayor tiempo posible en la
unión mutua. Durante el instante en el que el pene penetra en la vagina, nace la
sensación de estar juntos, la alegría del encuentro, es el momento de mayor
importancia para refrescar y profundizar en la unión del matrimonio. El sacramento
del matrimonio permite descubrir lo más importante. El objetivo de las relaciones
sexuales no es el placer en sí, sino algo mucho más duradero: construir una unión,
vivir la unidad en un encuentro íntimo de dos personas que se aman.
El hombre encuentra dentro del cuerpo de la mujer algo parecido a un hogar: se
introduce en un lugar cálido y acogedor. La mujer, al recibir al hombre, al abrazarle
de manera que solo ella es capaz de hacerlo, se siente llena. El hombre experimenta
en sus brazos la feminidad, la mujer experimenta la masculinidad[39]. Es así como se
forma la unión.
El hecho de concentrarse excesivamente en el aspecto físico de las relaciones
sexuales nos lleva a disminuir sus aspectos más importantes. Llegar al orgasmo no
constituye una norma que valora la calidad de la comunicación interpersonal. El
orgasmo es una sensación que acompaña al encuentro, lo completa, echa raíces
dentro del cuerpo, «otorga una claridad a una experiencia más profunda y compleja
como es la unión de corazones»[40].
Esta manera de pensar es especialmente importante para las mujeres, en cuyo
caso vivir el orgasmo depende de muchos factores: la edad (muchas jóvenes esposas
se preocupan innecesariamente por su ausencia al no saber que la mujer alcanza la
madurez sexual más tarde que el hombre), el estado actual de salud, problemas en el
trabajo o en casa, la relación con el marido, el estado de la conciencia. Una
percepción positiva y afirmativa de la sexualidad, del cuerpo, de la feminidad tiene
una gran importancia. No podemos olvidar que existen mujeres que durante el acto
sexual no experimentan un placer particular, pero, pese a todo, se sienten felices y
disfrutan con alegría de la intimidad, de la sensación de seguridad, del amor.
El hombre debería recordar que el principal criterio que confirma su masculinidad
no es solamente la capacidad de llevar a la mujer al orgasmo, sino demostrarle el
amor, la posibilidad de establecer una profunda relación espiritual y psíquica, o sea,
una unión con ella mucho más plena. A la hora de adorarla, de cuidar de ella, le
facilita su desarrollo sexual.
El hecho de concentrarse sobre todo en el encuentro con la otra persona permite a
menudo resolver muchos problemas, desarrolla sexualmente a la mujer y espiritualiza
al hombre. Prestar toda la atención al llegar al orgasmo y, en función de su intensidad,
valorar la calidad de la relación mantenida, desprende a la mujer y al hombre de la

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disposición de recibir la experiencia del encuentro espiritual y psíquico con la
persona amada. De forma paradójica les roba lo que, a nivel físico y emocional, más
desean: la entrega mutua. «Esta entrega le otorga el estremecimiento de la emoción y
esto precisamente es la “fuente de la exaltación” […]. La intimidad, el encuentro con
el otro, una cercanía creciente y excitante que no sabemos adonde nos lleva, la
autoafirmación del propio “yo” y su entrega en propiedad a la otra persona, todo esto
fija en la memoria la vivencia sexual[41]».

4. Entre la pasión y el deseo


Con mucha frecuencia el término «pasión» es confundido con «deseo».
Coloquialmente utilizamos estas dos palabras aleatoriamente. En cambio, en la
Iglesia, desde los tiempos de san Agustín, existe la idea de relacionar el deseo con el
estado de pecado original. Por eso, en el terreno eclesiástico hay que tener cuidado
para no identificar estos dos términos, cuyos significados son completamente
diferentes.
La presencia del placer sexual acompaña el encuentro de los esposos que se
aman. Dios, quien ideó el placer sexual, acepta plenamente esta percepción humana,
permite disfrutar de ella durante el acto de matrimonio. «El propio Creador hizo […]
que los cónyuges durante la conjunta y plena entrega física experimentan placer y
felicidad corporal y espiritual. Por tanto, cuando los cónyuges buscan y dan uso a este
placer, no están haciendo nada malo, tan solo aprovechan algo que les fue otorgado
por el Creador[42]».
El placer sexual experimentado por los cónyuges no puede ser considerado tan
solo una simple reacción corporal, separada de la experiencia de vivir una alegría
espiritual. El hombre, como ser que posee el espíritu y el cuerpo, no vive solamente
un placer físico, sino, al mismo tiempo, también el placer psíquico (la satisfacción, la
alegría, la cercanía, la intimidad) y espiritual (la felicidad, el sentido, la cercanía de
Dios). Por tanto, el placer sexual no puede ser considerado una simple reacción del
cuerpo, sino también como una manifestación y, a la vez, una intuición del encuentro
que se celebra en las capas más espirituales de los esposos que se aman[43]. La
búsqueda del placer no es solo un deseo de una intensidad cada vez mayor, sino
también de un amor más profundo, de una realización definitiva: la búsqueda
escondida cuyo fin llega hasta el infinito. Bajo la influencia de la gracia divina, la
pasión se convierte en una exhalación corporal del alma que invade la superficie
corporal del hombre[44].
La intención del Evangelio es precisamente una completa vivencia del acto
matrimonial. El hecho de devolver al acto sexual la plena dignidad se realiza
mediante el descubrimiento de que es un signo de amor verdadero y duradero entre

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dos personas, y no solamente una expresión de deseo del cuerpo humano[45]. El
placer de una relación sexual tiene un bello papel a desempeñar, pero solamente
cuando se comparte con la otra persona, cuando la obsequiamos, cuando se vive en
un diálogo, en una comunión con ella. Cuando una relación sexual pretende crear una
profunda relación interpersonal —una verdadera unión de amor— el placer
experimentado por los cónyuges se identifica con el bien llevado a cabo. Se les
presenta maravillosa y deseada, y realmente llega a serlo[46]. Esta manera de
entenderlo lleva al hombre al encuentro con Dios. El misterio del amor de los
cónyuges cristianos sobrepasa la experiencia de los sentidos.
En cambio, la palabra «deseo» en el lenguaje teológico describe el estado del
corazón, las esferas más profundas, más espirituales dentro del hombre. Se
exterioriza también mediante el cuerpo como manifestación de la vanidad, de la
codicia, de la envidia, de la lujuria. El deseo es fuente de pecados que destruyen la
unidad, el amor, la paz entre la gente. Estos pecados pueden ir acompañados por un
placer carnal, pero no él, sino el mal comportamiento se somete a la valoración
moral; por ejemplo, se valora el hecho de la infidelidad, pero no el placer que
acompaña a la infidelidad. Tratar el placer sexual como una manifestación de una
naturaleza pecaminosa, confundir las decisiones del hombre, de las que es
responsable, con las reacciones del organismo humano, no tiene nada que ver con el
catolicismo. Es como si culpáramos a alguien por tomar la decisión de ver
pornografía y no fijarnos que con los mismos ojos podemos admirar la belleza de la
persona amada. Cuando no vemos con claridad que a través del ojo humano se
expande el bien o el mal que, posteriormente, se exterioriza, uno cae en la herejía de
los maniqueos que culpan de todo al cuerpo humano.
La pasión del lecho conyugal no ha de ser interpretada de forma negativa como
un deseo brutal que ahoga la mente, aprisiona la capacidad del hombre para elegir
entre el bien y el mal y degrada el acto sexual a un nivel de reacción puramente
biológica que no guarda relación con las cuestiones del espíritu[47]. Esta manera de
entender el deseo aparece en ocasiones en aquellas personas que han tenido
problemas de carácter sexual, por ejemplo, cuando durante mucho tiempo y sin éxito
han luchado con la masturbación o han practicado el sexo sin amor. Interiorizan que
el sexo es algo sucio, que conduce al vicio o al abuso, lo relacionan con una realidad
peligrosa. Pese a que realizan trabajo personal, modifican su comportamiento, siguen
pensando en términos de dominar los deseos destructivos, en vez del amor, la entrega,
la alegría por un obsequio divino que acerca el uno al otro. Temen que el mal, que ya
rechazan, volverá a ganar en su vida. Esta actitud, característica para las personas que
van tomando conciencia, impide descubrir dimensiones superiores de la experiencia
sexual. Se convierte en una etapa en el camino hacia la libertad, hacia una vida
verdaderamente cristiana.
Las personas «de corazón limpio» viven la intimidad y el deseo de forma mucho
más sencilla: como un obsequio que proviene de Dios. Se les presenta como un gran

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valor que «llega al hombre con tanta fuerza que le saca del ritmo natural de la vida, y
le lleva a perder, en cierto sentido, la sensación de pisar el suelo bajo sus pies y a
abandonar […] el estado de un juicio sereno y la capacidad de tomar decisiones en
frío. El efecto de semejante estado no es la anulación de la mente, sino al revés, su
extraordinaria elevación hacia los territorios de compresión intuitiva que para nada es
irracional, sino que está obsequiado con una luz ultrarracional. Esta forma de sacar el
espíritu de su estado habitual no permanece en ninguna discordia con la mente, ya
que no solo no oscurece nuestro espíritu, sino, al contrario, lo obsequia con la
plenitud de la luz. Es cierto que las cuestiones del día a día pasan en este caso al nivel
espiritual, dejando sitio a una gran vivencia directa. Este “éxtasis”, en el sentido más
amplio de la palabra, en su propia esencia se opone a cualquier tipo de
aprisionamiento y vulneración de nuestra libertad […]. El éxtasis, mediante su
carácter de obsequio, es una elevación a una forma superior de libertad donde no
solamente la voluntad, sino también el corazón, dan respuestas adecuadas. Nos libera
de los lazos que nos aprisionan […]. Nos encontramos empujados hacia arriba y
envueltos en una libertad superior. En el primer caso una fuerza nos empuja cada vez
más al fondo, por debajo del nivel de nuestra vida normal, y en el segundo, nos
elevamos por encima de la cotidianidad mediante algo que nos supera»[48]. Durante el
acto de matrimonio el hombre puede alcanzar en tiempo y espacio cierto misterio
que, por un momento, le hace feliz. Hablar tan solo del deseo, de la búsqueda del
placer, es limitar la descripción de la relación íntima. Reducir el acto sexual
solamente a las experiencias materiales y biológicas puede compararse con el
conocimiento de determinadas letras, pero sin la capacidad de saber componer con
ellas una palabra. Solo cuando uno sabe leer con fluidez, se entiende la riqueza de las
palabras compuestas por los mismos signos. Palabras como placer, pasión, orgasmo
son en sí estas letras. No es hasta el instante en el que uno consigue reunir la
experiencia humana del amor, cuando es capaz de leer palabras como amor, unidad,
fidelidad, entrega, encuentro con Dios[49]. Por tanto, la pasión no es ni el fin, ni el
medio, es una especie de lenguaje que rebota el sonido proveniente de dos seres que
han sido elegidos el uno para el otro y que juntos celebran su unión[50]. Reducir el
éxtasis a solamente una experiencia fisiológica reduce la experiencia humana del
amor.
El amor entre los cónyuges, expresado en un acto sexual, causa la elevación de la
corporeidad humana hacia el cielo. El éxtasis relacionado con la alegría de la relación
sexual puede ser comparado con la felicidad de la vida eterna. Por eso, el acto sexual
de los cónyuges que se quieren, les permite darse cuenta de la dulzura del encuentro
con Dios.
En ocasiones, a lo largo de la historia, se ha intentado describir la felicidad del
cielo, por ejemplo, comparando este estado a una solemne atmósfera causada a partir
del canto de un coro gregoriano. Las personas que admiraban este tipo de música
podían sentir durante un momento cómo eran trasladadas a un estado diferente, a un

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estado mejor de la existencia humana. Seguramente no pensaron que en el cielo
escucharían constantemente una bella música. Al igual, un acto matrimonial lleno de
amor nos da la oportunidad de comprender la felicidad de la vida eterna. ¿A quién de
los humanos no le gustaría vivir con Dios, a través de un amor lleno de calor, de
intensidad que, de forma infinita, atraviesa el cuerpo humano? Por eso «durante el
acto sexual los cónyuges perciben de forma existencial, muy viva, incluso sienten lo
maravilloso que es ser uno con Dios, con todo corazón. Esta experiencia […] es la
imagen perfecta de la unión con Dios»[51]. La vivencia del acto matrimonial ofrece a
los cónyuges el matiz de la participación en la liturgia celestial[52].
La felicidad del futuro contacto con Dios será tan grande y tan maravillosa que
cada experiencia humana en vida dejará de tener cualquier valor comparado con ello.
Gracias a la espiritualidad que les une, los cónyuges cristianos son capaces de
disfrutar de una mayor alegría de la vida sexual que el resto de la población[53]. Los
cristianos pueden vivir el placer sexual rodeados de profundos sentimientos de amor
mutuo[54]. El amor otorga un nuevo sentido a vivir el placer y lo libera por completo.

5. La realización del cuerpo y del espíritu


Un hombre es capaz de llegar muy fácilmente al orgasmo durante el acto sexual. En
cambio, una mujer está obligada a descubrir el placer sexual. Las sensaciones
sexuales se van despertando y desarrollando en ella poco a poco. Cuando la mujer se
encuentra excitada, al igual que el hombre, desea experimentar el pleno placer. La
sensación de falta de satisfacción sexual de una mujer excitada constituye un gran
sufrimiento físico y psíquico. La mujer que no ha llegado a tiempo a experimentar el
orgasmo por culpa de una relación sexual demasiado rápida para ella «puede permitir
que el marido la satisfaga de cualquier manera»[55]. No es hasta después del orgasmo
cuando una mujer se siente plenamente satisfecha.
El amor del marido hacia su mujer le obliga a que, una vez satisfecho él mismo,
acaricie sus labios y el clítoris hasta que ella llegue al orgasmo. El marido perjudica a
su mujer dejándola insatisfecha. Algunos hombres lo hacen de forma inconsciente
pensando que, en el momento en el que ellos terminan el acto sexual, el tiempo de
actividad sexual ha acabado también para la mujer. En la definición masculina del
acto sexual que dura poco tiempo —desde el inicio de las caricias intensivas hasta
llegar a la satisfacción— no cabe ni la preparación de la mujer para la relación, ni
tampoco acariciarla tras la propia satisfacción. A una mujer le es difícil «entender que
la vivencia del hombre tiene un inicio y un final determinados. Para ella, el acto
sexual se inscribe en la totalidad de la relación mutua»[56]. Por eso, el acto sexual
femenino que ha de celebrarse por la noche, empieza ya por la mañana —en él
influye toda una atmósfera sentimental de la jornada— y finaliza muchas horas

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después de la relación sexual. Cuando una mujer rememora los maravillosos
momentos del amor, el hombre ya está pensando en un siguiente encuentro íntimo.
La sensualidad femenina es diferente que la del hombre y no puede medirse con
la medida masculina de satisfacción sexual. «Las vivencias de un hombre se parecen
al fuego de hojas secas cuya llama se prende con facilidad y después, con la misma
rapidez, se apaga. En cambio, las vivencias de una mujer pueden compararse a un
carbón en llama. Su marido ha de encender este fuego con paciencia, con amor. Y
cuando estalle con una llama clara, se iluminará intensamente y desprenderá calor
durante largo rato[57]». El amor que ambos cónyuges se demostraron durante el acto
sexual influye en su vida diaria. Tras una buena relación sexual, llena de amor, el
mundo parece tener más colores, parece mejor. El ambiente en casa mejora. Los
maridos se suavizan, las mujeres se vuelven más comprensivas y alegres. Los
hombres notan el aumento de la energía vital, una mayor pasión por el trabajo, la
disposición de emprender tareas difíciles que, hasta el momento, han estado
aplazando. Las mujeres que se sienten amadas en todo momento permanecen, con el
pensamiento y el corazón, cerca de su marido, se implican en la vida familiar con una
mayor pasión y resuelven los problemas diarios con mayor facilidad, aumenta su
alegría de vivir[58]..
La experiencia del acto sexual humano no está plenamente descrita si no tenemos
en cuenta la dimensión espiritual. En la descripción de esta experiencia, podemos
centrarnos en los síntomas fisiológicos (la descarga de la tensión sexual), o bien en
los frutos psíquicos (la tranquilidad, la satisfacción, la moderación, la vivencia de la
intimidad). A la hora de enumerar todas las ventajas de una plena entrega durante el
acto matrimonial, merece la pena que, como católicos, percibamos no solamente la
descripción del bienestar físico y psíquico, sino también la gloria de recibir los
regalos espirituales que están enumerados en la epístola a los gálatas (5, 22-23): el
amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la benevolencia, la fidelidad, la
tranquilidad, el dominio de sí mismo. De acuerdo con el sacramento del matrimonio,
el acto sexual se convierte en un gesto de Cristo a través de quien «el Santo Espíritu
multiplica su presencia en los corazones de los cónyuges, despierta el amor que
inundará toda su existencia terrestre»[59]. Esta profunda paz de los corazones, solo
conocida por los cónyuges cristianos, que les envuelve en el momento de la unión
espiritual y carnal, es la misma paz que reciben durante el encuentro con Cristo
durante la oración, en el sacramento de la penitencia o la Eucaristía. ¡Es un signo de
la llegada de Cristo, esta vez en el sacramento del matrimonio!
La sexualidad, vivida como regalo de Dios, eleva al hombre por encima de sí
mismo. Es cuando se convierte en una expresión de amor y su manifestación posee
una enorme fuerza unificadora[60]. Gracias al amor «de otro ser humano, el hombre
llega a la conclusión de que “existe” plenamente y que el mundo constituye su
hogar»[61].

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En el prisma de la fe cristiana es necesario rechazar la postura unilateral de miedo
hacia la sexualidad. Los intentos de describir las vivencias relacionadas con la
sexualidad mediante un lenguaje que crea el ambiente de falta de confianza, peligro,
sentido de culpabilidad, desconfianza, son opuestas a la fe[62]. A través de este tipo de
lenguaje no se entrevé «el amor hacia la sexualidad como regalo de Dios, como
talento evangélico que ha de multiplicarse y no quedar enterrado»[63]. El desarrollo
del hombre no se dirige hacia un reprimir su instinto sexual, renunciar la alegría
proveniente del sexo o bien domar y controlar los malignos y destructores instintos,
sino hacia un sacar cada vez más capas nuevas de amor, depositadas por Dios en el
corazón humano[64].
La propuesta del Evangelio referente a la vida sexual abre unos amplios
horizontes para el amor humano. Reafirma que la energía sexual es una fuerza
realmente maravillosa y buena que permite vivir, al mismo tiempo, el placer, la
satisfacción, así como la unión espiritual con la persona querida, tanto la alegría de
recibirla, como de entregarse a ella. Los sentimientos vividos dentro del cuerpo son
un regalo del mismo Dios Creador. Dios se manifiesta a los cónyuges a través del
cuerpo de Cristo, en el que encuentra el sentido del misterio de «ser un solo cuerpo».

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CAPÍTULO 3
DÍAS FECUNDOS, DÍAS NO FECUNDOS…

Durante siglos la gente mantuvo relaciones sexuales libremente, pero, a la vez,


estaba de acuerdo con dar a luz un mayor número de hijos (nuestras abuelas tuvieron
cinco, ocho hijos…). La manera de pensar de nuestros ancestros era sencilla: se
basaba en la intuición primitiva según la cual la intensificación del deseo de
obsequiarse con el amor a través del acto sexual estaba relacionada con la disposición
de concebir un hijo. La conciencia humana percibía con claridad el hecho de que el
acto sexual, en lo más profundo y por su naturaleza, era un acto de amor pasional
enfocado a dar a luz a un hijo. Era un acto de amor y procreación. Estas dos
experiencias fácilmente se solapaban.
Hoy la situación ha cambiado. La vida, también la sexual, se ha vuelto más
compleja. Los matrimonios, que respetan los condicionantes biológicos de la
naturaleza humana, mantienen relaciones sexuales durante el periodo fecundo

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solamente durante dos, tres ciclos en la vida (suponiendo que durante este ciclo se
haya producido la concepción), y el resto de los actos sexuales corresponden al
periodo no fecundo. La nueva situación provoca problemas desconocidos hasta el
momento. Los hombres suelen desear mayor frecuencia de relaciones sexuales.
Muchas mujeres, durante el periodo no fecundo, ya no están tan abiertas al
acercamiento. Surge la añoranza de restablecer un valor perdido: la posibilidad de
relaciones sexuales más regulares, al igual que antes, también durante el periodo
fértil, pero sin las consecuencias de tener un hijo.
El método más popular de restituir la alegría de las relaciones sexuales es
eliminar la fertilidad mediante la anticoncepción hormonal. Sin embargo, al eliminar
el pico de estrógenos, disminuye, al mismo tiempo, la libido y el interés por el sexo
en general. Otro grupo de personas aprovecha la posibilidad que ofrece la naturaleza
humana y mantiene relaciones solamente durante el periodo no fecundo. Esta
decisión implica ciertas dificultades.

1. La fertilidad va acompañada por el deseo


La experiencia de muchos hombres y mujeres confirma que el momento de mantener
relaciones sexuales coincide con la ovulación. Es cuando más desean la cercanía, su
amor crece y busca realización en el acto sexual. Existen numerosos argumentos a
favor de llevar a cabo relaciones en este periodo. La mujer, durante su periodo fértil,
en el momento de estar biológicamente preparada para concebir a un niño, se
encuentra de maravilla, tiene ganas de vivir, es consciente de su valor, se gusta a sí
misma, corteja al hombre. Está resplandeciente, llena de vida. Si ama a su marido, no
es necesario convencerla para mantener relaciones. Incluso envía al hombre, de forma
inconsciente, muchas señales que le animan al acercamiento. El hombre las recibe
con facilidad y de forma inequívoca. Desea a la mujer, sabe estar cariñoso, seductor y
amable con ella. Si ama a la mujer, su bondad no es tan solo un juego calculado para
la conquista de la mujer, sino una bella y rica celebración de amor que produce en el
corazón del hombre unos sentimientos especialmente vividos.
Cuando los cónyuges están dispuestos a recibir a un hijo, su acto matrimonial es
el más bello, el más espontáneo y obsequiador, plenamente creativo, verdaderamente
fértil. La naturaleza refuerza la decisión de concebir un hijo con la facilidad de las
vivencias eróticas y espirituales. El aumento de la pasión durante el periodo fértil
hace que el amor entre los cónyuges se manifieste como una fuerza, podríamos decir,
cósmica, que lleva a los esposos fuera de sí, hacia el mundo, hacia Dios[65]. El amor
vivido de esta manera y, junto con él, la sexualidad y la fertilidad, está abierto al
futuro, a la nueva vida[66].

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Es fascinante que, tanto el hombre, como la mujer, recuerden la época de las
relaciones con la intención de concebir a un hijo como especial, extraordinario e
irrepetible en su vida. En las vivencias relacionadas con el acto sexual en el periodo
fecundo, se puede descubrir algo increíble. Un extraordinario soplo de amor, un
escalofrío de emoción y de los sentidos que haga que estos momentos se graben en la
memoria.

2. «Te estás comportando como si te fueras a poner mala»


Una vez transcurrido el periodo de la disposición de la mujer para concebir, la mujer
se pone triste o deprimida con mayor facilidad, se siente ahogada por los problemas
de la vida diaria.
La tensión premenstrual aparece, en menor o mayor grado, en la mayoría de las
mujeres sexualmente maduras, en particular en las edades comprendidas entre los 30
y 40 años[67]. El síndrome consiste en una serie de dolencias de naturaleza psíquica:
nerviosismo, en ocasiones agresividad, inestabilidad y cambios de humor, estados
depresivos, miedo o sensación de tensión interior, facilidad de irritación,
susceptibilidad, llanto. Las mujeres tienden a engrandecer los problemas, lo que
favorece el aumento de la depresión y ansiedad, y a veces, la dificultad de controlar
los ataques de mal humor. Por este motivo a menudo surgen conflictos con el marido,
con la familia o en el lugar del trabajo.
También aparecen dolencias físicas. A lo largo de la última semana del ciclo la
mujer puede experimentar síntomas tales como dolores de cabeza y mareos (un 30
por ciento de los casos), náuseas, vómitos, hinchazón de mamas y una excesiva
sensibilidad en los pezones (un 70 por ciento de los casos), dolores de espalda, de
vientre, cansancio y fatiga, insomnio o somnolencia excesiva, exceso de apetito
(apetencia del dulce), en el 45 por ciento de los casos la hinchazón y el aumento de la
masa corporal (entre dos y cuatro kilos que suelen remitir durante los primeros días
de la menstruación), erupciones cutáneas[68]. Los síntomas somáticos hacen que la
mujer no se sienta atractiva físicamente.
Estos síntomas suelen ser de carácter leve y no excluyen a la mujer de su
actividad diaria. Sin embargo, pueden causar agotamiento pasajero. Este estado lo
experimenta el 75 por ciento de las mujeres. Los síntomas aparecen habitualmente
entre cuatro a diez días antes de la menstruación y persisten hasta su llegada. En
cambio, en un 3 a 5 por ciento de las mujeres, persisten por más tiempo y son muy
pronunciados[69]. Estas mujeres, a causa de las dolencias padecidas, no son capaces
de afrontar sus obligaciones diarias. El síndrome de tensión premenstrual a menudo
va acompañado del aumento de síntomas alérgicos (rinitis alérgica, asma bronquial,

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cambios cutáneos), así como enfermedades del aparato digestivo y del sistema
nervioso[70].
Adicionalmente, durante la menstruación, se dan las desagradables dolencias en
el bajo vientre. En caso de algunas mujeres jóvenes (3-10 por ciento) el dolor en el
bajo vientre va acompañado por náuseas, vómitos, diarrea y debilidad[71]. En este
periodo la mujer puede sentirse no satisfecha, no querida, e incluso pecadora y
alejada de Dios. Es un tiempo difícil para el amor conyugal, desagradable para las
relaciones sexuales. Sin embargo, algunas mujeres pasan sin grandes molestias esta
etapa del ciclo y su sangrado no llega a ser abundante. Incluso en este periodo están
dispuestas a tener relaciones sexuales y lo aprovechan para acortar el periodo de la
abstinencia.

3. Fases del ciclo frente al sentido del atractivo


Muchas mujeres antes del periodo están dispuestas y animadas a mantener relaciones,
incluso sienten un mayor deseo para emprenderlas. Otras no perciben cambios
significativos en su actitud hacia el sexo al comparar la época fértil con la no fértil.
Algunas se dan cuenta de que tras la ovulación no toman la iniciativa de hacer el
amor (lo que sí les apetecía durante el periodo fértil), pero, animadas por los maridos,
rápidamente acceden a ello. Existen mujeres que tienen ganas de mantener relaciones
sexuales y reaccionan a la estimulación sexual solamente durante el periodo
fecundo[72]. Para estas mujeres el tiempo antes de la menstruación no es un tiempo
privilegiado. Algunas de ellas perciben en él un cambio significativo en contra del
acercamiento y, en ocasiones, una clara desgana, incluso de un contacto cercano con
su cuerpo. Empiezan a escapar de esta forma de encuentro. No se sienten
predispuestas a mantener relaciones sexuales, por ejemplo, notan sequedad vaginal
relacionada con el bajo nivel de estrógenos y, con el fin de emprender contacto
sexual, han de emplear un gel lubricante especial.
El problema expuesto no afecta a las mujeres en su totalidad, posee diferentes
grados de intensidad, no siempre se refiere a todo el periodo no fértil, pero tiene una
importancia y es tan común que es conveniente prestarle especial atención. Estas
mujeres tienen la sensación de que, tras la ovulación, su sexualidad se apaga: se
sienten menos atractivas, necesitan la cercanía de su marido y las relaciones sexuales
ya no son tan esperadas. En determinado grupo de mujeres, los reparos alcanzan un
nivel difícilmente superable. A veces, durante unos días intentan «entonarse» y
prepararse para las relaciones sexuales. Estas dificultades van acompañadas por el
sentimiento de culpabilidad hacia el marido a la hora de denegar el acercamiento, o
producen tristeza al hombre al ser tratadas tan solo como una obligación matrimonial.
La oposición ante una relación sexual está relacionada con los cambios hormonales

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en el organismo de la mujer, pero también puede ser potenciada a causa de los errores
durante el periodo de abstinencia sexual, a una mala relación con el marido, las
inquietudes morales o las preocupaciones del día a día. Estos factores, ajenos al sexo,
también tienen una gran influencia para el aumento o la desaparición de la
disponibilidad para mantener relaciones sexuales.
Para un hombre este periodo también es difícil. El hombre, al tomar la iniciativa
de una relación sexual, desea percibir los sentimientos de la mujer, una entrega con
ganas y pasión al hombre amado. Cuando percibe la aceptación de la mujer de
mantener una relación sexual como una decisión tomada para «que la deje tranquila»
se siente ofendido, despreciado, humillado. A menudo simplifica el problema
considerando que la principal causa de este comportamiento de su mujer es la falta de
amor. Muchas mujeres, al escuchar ese tipo de reproches, se sienten afectadas. Son
conscientes de que quieren a sus maridos, saben demostrarles el amor, pero les es
difícil demostrarlo mediante relaciones sexuales tan esperadas por los hombres. Aquí
la mujer vuelve a pensar que si su marido se ocupara de algo útil —como puede ser
limpiar la casa, ayudar a los niños con los deberes, lavar el coche, etc.— no pensaría
tanto en las relaciones sexuales. Ella misma se «apaña» bastante bien sin el sexo.
Tiene tantas cosas que hacer que le faltan tiempo y ganas para pensar en las
relaciones sexuales. Esta proyección, típica para la mujer, le imposibilita entender al
hombre, respetar sus necesidades sexuales y responder a ellas. De la misma forma
que a los hombres les cuesta entender las reacciones de las mujeres resultantes de los
cambios hormonales, a las mujeres les cuesta entender que en los hombres exista una
necesidad de relaciones sexuales tan grande. Les cuesta aguantar sin ellas, y mucho
más si se sienten incomprendidos por sus esposas. Las mujeres no son conscientes de
los problemas de sus maridos con la masturbación.
Solo mediante una buena comunicación, ayudar al marido a identificar el origen
del problema, una rigurosa observación de los periodos fértiles que ofrece al marido
esperanzas para mantener relaciones sexuales, puede transmitírsele la sensación de
que a la mujer no le es indiferente su sufrimiento y que no lo desprecia. En este
periodo es imprescindible mostrarle a la mujer la aceptación y ofrecer ayuda por parte
de los prójimos: cariño, amabilidad y comprensión; sobre todo por parte del marido.
Solamente el hecho de que los cónyuges tomen conciencia y acepten que los cambios
que acompañan el ciclo sexual tienen una base fisiológica, la intensidad de las
molestias disminuye. Despoja a la mujer del sentimiento de culpabilidad a causa de
que no sabe ser como le gustaría o como los más próximos quisieran verla.
El marido, consciente del origen de las molestias de su esposa, no la acusa de
falta de bondad, sino que es capaz de reaccionar con tranquilidad y aguardar con
paciencia la llegada de mejores días. Consciente de la fisiología de la mujer, se
preocupa de que la esposa evite durante estos días un excesivo esfuerzo físico y
mental, así como situaciones estresantes y conflictivas. Una mujer, amante de su
marido, no debería durante este periodo excederse en el trabajo, ocuparse de la

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limpieza de la casa, buscarse ocupaciones adicionales. Algunas mujeres experimentan
una necesidad instintiva de «ordenar el nido», como si planearan la concepción de un
bebé en la siguiente fase del ciclo. Precisamente en este momento, cuando por su
naturaleza están excesivamente cansadas, empiezan a poner lavadoras, a planchar,
limpiar, ordenar. Si la mujer no se preocupa por limitar su actividad a las tareas
imprescindibles y necesarias, es seguro que por la noche estará cansada y
completamente incapaz de mantener relaciones sexuales. Todo lo que supone una
dificultad es mejor aplazarlo conscientemente para más tarde y emprenderlo en la
fase del ciclo previo a la ovulación.
Iniciar una relación sexual a menudo requiere cierto esfuerzo, tanto por parte del
hombre, como de la mujer. El hombre tiene que conquistar con habilidad a la mujer,
esperar, emplearse más en excitarla. La mujer, para emprender una relación sexual,
tiene que vencer en sí la falta de semejante aproximación. Ambos llevan a cabo un
«desplazamiento» para reencontrarse en su papel de marido y mujer. Cuando superan
estas dificultades, una vez realizado el acto sexual, se sienten satisfechos. En el
obsequio mutuo de sí mismos, encuentran de nuevo su amor. Pese a que tener
relaciones sexuales en el periodo no fecundo les supuso una mayor dificultad,
después de todo, no se arrepienten del esfuerzo empleado, ya que finalmente este
tiempo resulta ser un maravilloso tiempo de amor. La experiencia de muchos
matrimonios demuestra que la relación sexual en este periodo puede ser feliz, pero es
imprescindible cumplir con las condiciones básicas: por un lado, pensar
detalladamente en todos los problemas de esta fase y, por otro, emprender
conscientemente el esfuerzo de construir la unión matrimonial.

4. ¡La religión ayuda a aumentar la libido!


En los entornos respetuosos con la feminidad y la masculinidad, buscar maneras para
mejorar las relaciones sexuales durante la época fértil es mucho más importante que
las discusiones sobre la anticoncepción.
Investigaciones fidedignas demuestran que fuera del periodo fecundo, las mujeres
experimentan el deseo de mantener relaciones sexuales también en otras fases del
ciclo, pero con mayor frecuencia antes y después de la menstruación[73]. Esta
información es muy importante porque confirma que las relaciones sexuales en el
periodo no fecundo pueden proporcionar a la mujer una gran satisfacción. Por tanto,
no podemos constatar que exista un único pico de libido relacionado con las
condiciones óptimas para la fecundación y con el pico de estrógenos. La
contradicción que parece existir entre los síntomas de tensión premenstrual y la
posibilidad del aumento de la libido en este periodo puede resolverse si entendemos
que la fuerza del deseo sexual de la mujer no solo depende de las condiciones

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fisiológicas favorables, sino también de su relación con el marido, si se siente querida
y entendida, si es tratada con cariño y también de si es capaz de integrar la vivencia
de la sexualidad con la vivencia religiosa.
Las personas creyentes en Dios, gracias a la cultura en cuyo centro se halla la
religión católica (que muestra el acto sexual como el momento de encuentro con Dios
y con el cónyuge), saben superar sus condicionantes biológicos y superar las
dificultades del periodo no fértil. La práctica sacerdotal demuestra que esta actitud
hace que los cónyuges rápidamente se abren el uno hacia el otro. Los maridos se
vuelven más cuidadosos y prestan una mayor atención a las vivencias de sus esposas.
Las mujeres se entregan más a la vida sexual y toman conciencia de su importancia.
Los cónyuges creyentes encuentran apoyo en la oración conjunta (no necesariamente
antes del acto sexual), durante la cual invitan a Dios al momento sagrado, le ruegan
por la capacidad de obsequiarse mutuamente y de disfrutar de sí mismos, se entregan
a la protección divina y le entregan a Dios su aceptación de recibir una nueva vida en
caso de producirse la fecundación. Es la manera práctica en la que se lleva a cabo el
sacramento del matrimonio: los cuerpos de dos personas constituyen un signo
invisible de unidad y amor, abierto al encuentro con Dios. El Espíritu del Evangelio
de verdad se personifica en la unión del matrimonio. Las poco conocidas enseñanzas
de la Iglesia católica apoyan la preocupación de los cónyuges por la plenitud de su
amor expresado en un acto sexual.

5. La abstinencia es un preludio, no un castigo


Unas relaciones sexuales satisfactorias durante el periodo no fecundo dependen, en
mayor grado, de una buena relación entre los cónyuges durante el periodo previo al
de mantener las relaciones sexuales. Por eso, es sumamente importante que la época
de la abstinencia sea una especie de preludio, una preparación al acto sexual. Si los
cónyuges no planean concebir a un hijo, el periodo fértil, desprovisto de relaciones
sexuales, puede ser vivido con provecho para la unión matrimonial si, durante esta
época, los cónyuges son capaces de expresarse los sentimientos de manera diferente
que mediante el acto sexual; si el marido es capaz de mantener una disciplina en el
ámbito sexual y expresar cariño a la mujer, y si la mujer no teme demostrar los
sentimientos al marido y reconocer las ganas de relaciones sexuales.
Muy a menudo ocurre que el marido, deseoso de relaciones sexuales, se vuelve
hacia la mujer sorprendentemente amable, bueno, servicial. El objetivo de semejante
comportamiento es conseguir el permiso para el acto sexual. Si todas estas señales
aparecen en la época de la abstinencia, la mujer sabe que los sentimientos que se le
demuestran son desinteresados. De esta manera se produce la purificación de la
relación entre los cónyuges y se potencian los valores que son la base de un feliz

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matrimonio. El auténtico amor conyugal crece y, junto con él, el deseo mutuo de
entrega en el acto matrimonial[74].
El marido, durante el periodo de abstinencia, adquiere una mayor capacidad de
expresión de sentimientos y de controlarlas tensiones sexuales, y sabrá llegar, con una
mayor delicadeza, a su mujer en el periodo no fértil. Sucede a menudo que, cuando
un hombre «hambriento» quiere cumplir el objetivo demasiado deprisa, solo consigue
agravar los problemas emocionales de la mujer, relacionados con la desgana para
emprender relaciones sexuales, y distanciarla aún más. La capacidad de conversación
y de ternura, adquirida durante la espera del encuentro sexual, sin excesivas caricias
sexuales hace que se vuelva más sensible, sabe satisfacer las necesidades
emocionales de mejor manera. Si la mujer quiere al hombre y realmente quiere salir
al encuentro de sus necesidades, los esfuerzos del marido le permiten abrirse y tomar
la decisión de tener relaciones.
En muchos matrimonios, la esposa desea intensamente el acto sexual, sobre todo
durante la ovulación. Si se siente querida durante esta época especial, descubre que el
amor a su marido le ayuda a sobrellevar la resistencia de la naturaleza. De la misma
manera que su marido en la época fértil, mientras espera la disposición de su esposa,
se vuelve más maduro emocionalmente, cuando aprende el difícil arte de abandonar
las relaciones sexuales a favor de otros signos de amor, también ella madura mientras
en el periodo no fértil aprende a ser activa a la hora de superar sus dificultades
femeninas. Ambos, de forma constante, se envían señales muy importantes, de
percibir sus necesidades y procuran darles respuesta. Solo este modo de vivir, basado
en el respeto del ritmo de fertilidad «hace que el amor conyugal siempre sea creativo,
siempre naciente»[75].

6. Máximo de comprensión, mínimo de ira


La superación de las dificultades que implica la biología requiere por parte de los
cónyuges el conocimiento de las diferencias psicosexuales entre el hombre y la mujer.
La falta de estos conocimientos lleva a juicios y a sensación de culpabilidad injustos.
Es cuando empiezan a reñir, en vez de apoyarse mutuamente. Si son incapaces de
perdonarse rápidamente, la oportunidad de emprender relaciones sexuales disminuye.
Una pelea matrimonial suele tener la misma base: la mujer, durante el periodo no
fértil, se encuentra peor y le gustaría contar con apoyo por parte del hombre. Mientras
ella desea, en primer lugar, la conversación, un abrazo inocente, él, con una gran
tensión, espera encontrar una rápida satisfacción. Cuando el hombre se alegra de que,
tras un largo periodo de espera, podrá, por fin, tener unas relaciones seguras, resulta
que tiene que lidiar con el estado emocional de la mujer: consolarla, abrazarla, hablar
con ella sobre temas filosóficos: sobre el sentido de la vida y de la muerte, del amor y

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del paso del tiempo. Si quiere entonar de forma adecuada a su depresiva mujer,
debería demostrar ser un hombre sensible que no solamente «piensa en una cosa».
Cuando procura ser así, no tiene seguridad de que sus esfuerzos vayan a llevarle al
consentimiento para la relación sexual. En cualquier momento puede suceder algo
que provoque un cambio en el humor de la mujer y causará la negación. Suele ocurrir
que esta situación le desanime para seguir cortejándola. Es cuando se aparta de su
esposa: ofendido, enfadado y decepcionado. Se encierra en su cuarto, se sienta
delante del ordenador, el «único amigo del hombre». Y la mujer, en vez de alivio y
tranquilidad por fin conseguidos, experimenta la soledad y la falta de amistad. Se
arrepiente de que el marido haya abandonado tan rápido los intentos de conquistarla.
Si al mes siguiente se repite el mismo guion el conflicto matrimonial se
intensificará aún más. Los cónyuges, pese a quererse mucho y echarse de menos, a
causa de una interpretación errónea de sus intenciones y comportamiento, se apartan
en contra de su voluntad.

7. Ars amandi como ayuda durante el periodo no fecundo


Con el fin de despertar los sentidos en el periodo no fecundo, merece la pena
preocuparse por crear un ambiente adecuado. Elementos que pueden ayudar a
conseguirlo son una cena juntos, el baño, música, velas, flores, perfume, ropa interior
adecuada, masaje corporal, caricias, aceites balsámicos. Estos elementos harán el
encuentro íntimo más atractivo, no solamente convertirán el juego erótico en más
sutil, no solo crearán un ambiente de confianza, sino que también tendrán su función
pragmática: ayudan a los cónyuges a emprender una relación sexual durante el
periodo no fértil. La música no solo sirve para crear un ambiente romántico, sino que
su función es relajante. Un baño conjunto (con aceites aromáticos, por ejemplo, de
romero, de naranja, o con sales minerales) no es únicamente un elemento rebuscado
de juego preliminar, sino una especie de terapia relajante, recomendada por los
médicos a las mujeres durante el periodo premenstrual. A los hombres les gustan los
«juguetes» eróticos, tales como braguitas de encaje, pero una vestimenta atractiva
puede ayudar a las mujeres a superar el miedo de mostrar su desnudez en el periodo
premenstrual de aumento de peso. El juego de luces y sombras en el dormitorio
conyugal no solamente crea un clima de misterio, sino que permite superar la
vergüenza de un mayor acercamiento.

8. Influencia del olor en los sentidos

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El perfume influye agradablemente en los sentidos al acercar a las personas, pero
también permite solucionar los problemas más cotidianos de algunos matrimonios.
En ocasiones surgen dificultades a la hora de aceptar el olor corporal del cónyuge no
solamente a causa de falta de higiene íntima, sino por culpa de una particular
hipersensibilidad, por ejemplo, como la que algunas mujeres experimentan durante el
embarazo.
Para apreciar el papel del perfume merece la pena inspirarse en la sabiduría del
Cantar de los Cantares. Una mujer, enamorada de su marido, compara su cercanía a
sus olores preferidos. «Bolsita de mirra es mi amado para mí, que reposa entre mis
senos. Racimo de alheña es mi amado para mí, en las viñas de Engadí» (1, 13-14). La
mirra es una savia aromática en polvo que las mujeres llevaban en el pecho para
inspirar su olor. La alheña es el nombre árabe para una flor blanca de olor muy fuerte
y agradable. El olor de estas plantas era relacionado con el amor por las mujeres.
La experiencia de los cónyuges católicos a la hora de celebrar el acto matrimonial
es muy rica. Hoy en día sabemos mucho sobre la influencia de los olores en los
sentidos. Para despertar a los sentidos femeninos es conveniente utilizar el olor del
jazmín, vainilla o sándalo, bergamota, rosa, flores de naranja dulce y el árbol del
ylang-ylang. Merece la pena llenar de su olor el espacio del cuarto de baño y del
dormitorio. A los hombres les influyen fuertemente los aromas del sándalo, de nuez
moscada y hierbaluisa. En el buqué de muchos perfumes podemos encontrar
fragancias que actúan sobre el sexo contrario.

9. El elixir seguro de amor


En el siguiente verso del Cantar de los Cantares se menciona un afrodisíaco
conocido en el Oriente Próximo: «Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si
brotan las vides, si están en cierne, si han florecido los granados; allí te daré mis
amores. Las mandrágoras han dado olor, y a nuestras puertas hay toda suerte de
dulces frutas, nuevas y añejas, que para ti, oh amado mío, he guardado.» (7, 13-14a).
La mandrágora, al igual que el Levisticum Hill en nuestra cultura, fue símbolo de
amor y de fertilidad. El Levisticum Hill solía añadirse a los platos para que el hombre,
al excitarse, se fijara en la mujer, en cambio las mandrágoras solían ser ingeridas por
las mujeres con el fin de aumentar su vitalidad, y mejorar su condición física y
psíquica.
Junto con el autor inspirado, tocamos la tradición de siglos de búsqueda de los
elixires de amor, de afrodisíacos que estimulen tanto a los hombres como a las
mujeres. En este campo es preciso andar con sumo cuidado, ya que el mercado ofrece
muchos preparados peligrosos para la salud. Es necesario mantener el sentido común
y la prudencia. No hay que olvidar que estos métodos de excitación no solucionarán

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problemas más profundos. Tan solo pueden ser un añadido a la multilateral
preocupación por una buena relación matrimonial. Una pizca de sal puede convertir
un plato en exquisito, pero su exceso perjudicará la salud.
La dopamina —un neurotransmisor generado en el cerebro— decide sobre la
fuerza de la libido. Su nivel aumenta si la relación matrimonial es buena (baja el nivel
de estrés, y por tanto, las riñas y las discusiones). Por eso, muy a menudo, tras una
conversación sincera, tras un honesto intercambio de opiniones, un verdadero
diálogo, los cónyuges sienten cómo les invade el sentimiento de enamoramiento y, a
la vez, un mayor deseo de relaciones sexuales. Al mismo tiempo, la pareja puede
ayudarse también con diferentes medicamentos. El nivel de dopamina crece gracias a
un preparado de hierbas Castagnus. Gracias a él ceden las dolencias del ciclo
menstrual, la mastalgia (dolor mamario) y el síndrome premenstrual.
Los síntomas del síndrome premenstrual pueden ser combatidos mediante una
dieta adecuada. En este periodo es preciso limitar la ingesta de sal y de azúcar. El
dolor mamario puede disminuir notablemente si abandonamos la cafeína y la teína, o
sea si dejamos de beber el té negro y el café. En cambio está permitido tomar melisa
o manzanilla. También se recomienda el aceite de onagra. Modera el dolor y mejora
el bienestar. La misma influencia pueden tenerla las hierbas tales como: Agnus casus
o Galium aparine. Es importante aumentar la ingesta de alimentos ricos en fibra,
vitaminas del grupo A, B y D, así como microelementos, especialmente magnesio.
Merece la pena recordar que un esfuerzo físico sistemático, también durante la
época fértil, por ejemplo, el aerobic, influye en el bienestar durante el periodo no
fértil. Suaviza las dolencias de este periodo.

10. Mente sana en cuerpo sano


Una dieta bien elegida puede cumplir el papel que le corresponde a la hora de mejorar
las relaciones sexuales. Preocupándose por su salud, los cónyuges deberían limitar los
productos ricos en grasa animal (carne grasa). Estos engordan, pero sobre todo
influyen muy negativamente en el sistema circulatorio y hormonal. En el caso de los
hombres disminuye el nivel de testosterona y en el caso de mujeres, de estrógeno, lo
cual empeora el rendimiento sexual. En cambio, en el menú diario no deberían faltar
ácidos grasos insaturados que se encuentran en los aceites vegetales y en el pescado.
Influyen beneficiosamente en el metabolismo, en el sistema circulatorio y el cerebro,
por tanto también en la vida íntima. Merece la pena comer verduras tales como el
apio, el puerro, la berenjena, la raíz de perejil, lechuga y pimiento, calabaza, tomate,
zanahoria o espárragos, que pueden desempeñar el papel de suaves afrodisíacos. Las
setas tienen una función parecida, sobre todo las colmenillas y los boletus. Entre las
frutas, cabe destacar el melón, la piña, el aguacate, las granadas, el mango, el

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albaricoque, el melocotón y las fresas. No podemos olvidamos de las hierbas y de los
condimentos, entre ellos: ocimum, chili, rábano picante, canela, ajo, nuez moscada,
mostaza, cilantro, la raíz de Levisticum Hill, pimienta negra, romero, vainilla,
ginseng, jengibre[76].
Pequeñas dosis de vino o de champán pueden actuar como afrodisíaco. Sin
embargo hay que acordarse de que el exceso de alcohol, en vez de estimular,
disminuye el deseo y la habilidad: en caso de los hombres causa problemas de
erección, en caso de las mujeres, problemas con la lubricación de la vagina. La
cerveza causa pesadez. Algunas mujeres no soportan su olor. Un claro enemigo de la
sexualidad son los cigarrillos. Para llegar a la erección es preciso que la sangre llegue
a los órganos sexuales. El hecho de fumar estrecha los vasos sanguíneos y dificulta el
flujo de sangre lo cual perjudica la forma física dentro del dormitorio.

11. La elección de acuerdo con las leyes naturales


El deber de las personas es conocer y entender su naturaleza. Cuando hablamos de la
naturaleza humana, pensamos en nuestra humanidad en la que influyen los elementos
espirituales, psíquicos y biológicos. Hasta que tenemos en cuenta el conjunto de estos
aspectos de la vida humana, no es posible alcanzar la satisfacción de las relaciones
sexuales. Así que cuando los católicos hablan de que el hombre con todo su ser tiene
que dedicarse a resolver las tensiones que son consecuencia de los procesos
biológicos que se dan en la vida del hombre y la mujer, se refieren a una serie de
actitudes mentales que llevan a la superación de los problemas, pero que no actúan en
contra de la corporeidad del hombre.
Cuando los cónyuges buscan maneras para una relación sexual más apasionada
eligen soluciones que permitan llegar a este objetivo sin estropear la fertilidad, un
elemento importante de nuestra constitución biológica. Esta aproximación demuestra
el deseo del espíritu humano de dominar los condicionantes biológicos de la
naturaleza humana. La selección de semejante dirección para solucionar los
problemas dentro del matrimonio no solo es una expresión de respeto mutuo de los
cónyuges, de su masculinidad y feminidad, sino que, al mismo tiempo, es un signo de
presencia en su vida de la gloria divina[77].

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CAPÍTULO 4
MANERAS PARA ESTAR CERCA 365 DÍAS AL AÑO

La abstinencia sexual está a menudo relacionada con la decisión de aplazar la


fecundación. Evitar relaciones sexuales en este periodo causa tensiones entre la
necesidad de cercanía de la otra persona y la necesidad de alejarse de su cuerpo. Una
excesiva cercanía provoca excitación sexual, imposible de controlar en un momento
determinado. El miedo ante la concepción de un hijo aumenta y fija las malas
costumbres. El hecho de mantener un distanciamiento excesivo a menudo causa la
rigidez de comportamiento, despoja de cordialidad y cariño la relación matrimonial.
Puede debilitar el amor mutuo, causar la sensación de frialdad, soledad. Puede ser
malinterpretado por los cónyuges como un síntoma de aversión. La historia de
matrimonio en sus diferentes etapas es un balanceo entre estas dos posturas.

1. Ternura, respeto y reconocimiento como obsequio

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La relación matrimonial durante el periodo de abstinencia sexual es muy específica y
requiere una aproximación particular. Lo ideal en esta fase no es ni la plena libertad
sexual, relacionada con la búsqueda de máximo placer, ni tampoco la reducción de
las relaciones entre los cónyuges a una relación de hermanos, de forma que carezca
de sentimientos sexuales: no se trata de eliminarlos, de desproveer la relación de
elementos sexuales. Los cónyuges siguen siendo marido y mujer durante este periodo
y por eso tienen que aprender a quererse de manera adecuada para el matrimonio[78].
Ya que no pueden mantener relaciones, con más razón, necesitan signos y gestos
claros de que se desean, de que quieren entregarse el uno al otro, de que esperan con
añoranza el encuentro sexual. Por eso es sumamente importante que durante este
periodo tan difícil, empleen una amplia gama de maneras variadas de expresar su
amor.
Precisamente en esta época de abstinencia, los cónyuges deberían prestarse
mucha atención, encontrar el momento para hablar, para comer juntos. El marido
debería procurar satisfacer las necesidades emocionales de su mujer, dejar claro que
se acuerda de ella y de que la echa de menos. Estos signos de amor no pueden
desvincularse de los esfuerzos y obligaciones de la vida diaria; por ejemplo, cuando
la mujer se encuentra cansada de los cuidados de los niños, el marido podría ocuparse
de ellos, proporcionándole a ella momentos de alivio para estar a solas consigo
misma. La mujer, justo en esta época, debería ser especialmente amable y
comprensiva con su marido. Debería apreciar el esfuerzo de la abstinencia, respetar
su trabajo profesional, fijarse en los logros, en su preocupación por la casa y la
familia, pero, al mismo tiempo, hablar de sí misma, sobre sus deseos sexuales.
Durante el período de abstinencia no pueden faltar muestras de intimidad, como
el tacto, el abrazo, caricias, besos, palabras tiernas, notas de amor, etc. Todos ellos
son señales de que los sentimientos están vivos, los gestos de amor, delicados y
sutiles, que nacen respecto a la «persona del sexo contrario». Se diferencian de los
besos, gestos y caricias emprendidas con el fin de mantener una relación sexual, cuyo
objetivo es una rápida estimulación de los sentidos. Estos gestos y signos tranquilizan
y pueden convertir este tiempo en mucho menos frustrante para el matrimonio.
Solamente el descubrimiento de otros signos para expresar el amor aparte de la
relación sexual es la clave del éxito: profundizar en el amor en el sentido psíquico y
espiritual, de otorgar, al amor carnal, un nuevo significado[79].
El tiempo de espera de una relación sexual es, de acuerdo con este concepto, un
tiempo especial de adoración, cortejo, ternura, muestra de respeto y reconocimiento.
La sensibilidad ante las necesidades del otro, la capacidad de obsequiarse con la
ternura y el respeto son un barómetro de una relación creativa entre marido y mujer.
Los esposos que se aman se dan cuenta entonces de que les une un lazo muy
profundo, una comunidad de amor, que se sienten en los temblores más ocultos del
alma. Se sienten unidos a nivel espiritual y psíquico, envueltos en la sensación de
cercanía.

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Justo en el periodo de abstinencia las mujeres están dispuestas a aumentar la
familia y, al mismo tiempo, por fuerza de la propia naturaleza, están estimuladas,
deseosas de relaciones sexuales. A la hora de animar a los hombres para el inicio de
la ceremonia, envían, incluso de forma inconsciente, señales sutiles, flujos de amor
que ellos perciben. En el caso de que los cónyuges no se decidan a concebir un hijo y,
por tanto, a mantener relaciones sexuales, no pueden actuar de manera radical, en
contra del programa de su naturaleza, y permanecer indiferentes respecto a sí
mismos.
El cortejo, demostrarse la ternura y el respeto, se convierte en una respuesta
necesaria al deseo de la naturaleza (aunque, desde el punto de vista subjetivo, no es
suficiente, tiene muchas ventajas a nivel psíquico y espiritual). El natural deseo de
cercanía carnal de los cónyuges que se quieren, aunque no se encuentre plenamente
satisfecho, ha de estar compensado mediante muestras de cariño. «Esta ternura es
imprescindible en grandes cantidades en un matrimonio, en toda una vida en común
donde no solamente el “cuerpo” necesita al otro “cuerpo”, sino que, sobre todo, el ser
humano necesita al otro ser humano[80]». El tiempo de la abstinencia no es
únicamente el periodo de un distanciamiento corporal moderado, sino también y,
quizá sobre todo, un periodo de conversación, de construir la amistad matrimonial. El
amor conyugal no solamente crece mediante el dominio de la propia sexualidad. El
amor crece solo cuando cumplir con la abstinencia está motivado por el amor y es
vivido en una atmósfera de amor. El cambio a mejor en las relaciones entre los
cónyuges no se produce únicamente por el respeto de la época fértil de la mujer, sino
por aprovechar, de forma creativa, este periodo para profundizar en la relación
interpersonal. No basta con la voluntad de preservar las indicaciones de la Iglesia,
hay que saber cómo preservarlas.
No podemos olvidar que un extenso grupo de cónyuges no posee la educación
para mostrarse cariño. «El cariño requiere cierta alerta cuyo fin es no otorgar a sus
diferentes muestras un significado diferente, para que no se conviertan solamente en
formas de satisfacer la sensualidad y de desahogo sexual. Por eso la ternura necesita
un dominio interior que, en ese sentido, se convierte en un exponente de la sutileza y
delicadeza interiores hacia la persona del sexo contrario[81]». Muchos cónyuges no
poseen la suficiente sensibilidad para, durante los periodos de abstinencia sexual,
crear un nuevo estilo de vida juntos. Esta incapacidad a menudo proviene de la falta
interior de libertad respecto a las sensaciones sexuales[82].. Es preciso educarse,
crecer, a veces resolver antiguos problemas familiares, para lograr semejante libertad.
Seguramente un valor no apreciado en el camino de aprendizaje de semejante postura
es mantener la pureza prematrimonial. Sin embargo, en la cultura contemporánea, no
se aprecia. Si uno vive sin límites durante años, se vuelve impotente ante los desafíos
del periodo de abstinencia. Por tanto la capacidad de vivir de forma positiva el
periodo de abstinencia requiere un cierto desarrollo espiritual, moral, personal. Eso
significa que el espacio de la vida en común es otorgado a los cónyuges para ser

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ordenado de forma progresiva, a medida que su unión matrimonial crezca y se
profundice.

2. Dios no nos obliga a damos la espalda


En ocasiones ocurre que los cónyuges tratan el período de abstinencia sexual tan solo
como un tiempo de evitarse mutuamente. Se convencen de que será mejor, por el
respeto a Dios, abandonar, de forma radical e inequívoca, la intimidad, todo tipo de
gestos, caricias, incluso el cariño, ya que este, muy rápidamente, puede convertirse en
un deseo sensual, difícil de controlar. Entonces la única manera moral de vivir, acorde
a la voluntad de Dios, es la de evitarse mutuamente, dormir por separado, cubrir la
propia desnudez, prescindir de los besos. La distancia creada significa frialdad,
distanciamiento emocional, vida en separación. Este camino puede destruir el
matrimonio y convertir la vida humana en una vida infeliz.
Con esta actitud, la fuerza de aguantar la abstinencia, no proviene del amor, no
proviene de la aceptación de la espera de la relación sexual deseada, sino de la
aversión hacia la otra persona, del miedo a la excitación, a las relaciones y a la
concepción de un hijo. Cuanto mayor es el miedo, mayor el distanciamiento. Cuanto
mayor el riesgo de la intimidad excitante, mayor la severidad moral. El sentido y el
valor del periodo de abstinencia son deformados y se limitan, sobre todo, al esfuerzo
de evitarse mutuamente. Estar juntos significa escapar de la intensidad de los
impulsos sexuales emitidos y recibidos. La consecuencia de esta actitud en el futuro
se traduce en las dificultades de conseguir la satisfacción cuando se mantienen
relaciones sexuales en el periodo no fértil. Es imposible pasar del peligro a la
confianza, de la rigidez a la espontaneidad, del cierre a la apertura.
En ocasiones ocurre que una parte no desea en absoluto mantener relaciones
sexuales o las limita de forma exagerada, no solo a raíz del miedo a la concepción de
un hijo, sino a consecuencia de una espiral de problemas provenientes de la
comunicación, la incomprensión de las expectativas de ambos, de viejos y apilados
reproches. La vida conjunta se vuelve vacía y triste, marcada por el sufrimiento, en
vez de por la alegría. Los comportamientos que paralizan el amor, aunque provienen
de los reproches o de los miedos, a veces cuentan con un aparente apoyo en las reglas
morales que los cónyuges católicos desean preservar. Puede suceder que el principal
problema que se alega ante el cónyuge a la hora de justificar la frialdad, un
distanciamiento radical e incluso una clara aversión sean las exigencias de las
enseñanzas de la Iglesia. En estos casos, la manipulación de la moralidad católica, el
hecho de tratarla como si fuera un biombo que esconde la verdadera motivación son
especialmente perjudiciales.

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3. Plena relación sexual, máxima alegría
No solo los cónyuges católicos tienen la sensación de que un acto matrimonial bien
vivido crea paz en el corazón y reaviva el amor. Proporciona una sensación de unidad
mucho más profunda, de agradecimiento mutuo y de plena satisfacción sentimental y
sexual, que las caricias sin un acto sexual completo, un acto que lleva al orgasmo
fuera de la relación sexual. Los cónyuges sensibles, cuando comparan ambas
experiencias, notan una clara diferencia. Sienten que durante estas acciones aparece
cierta falsificación de la relación de amor entre el marido y la mujer. No hace falta
glorificar esta falsificación que despertaría en los cónyuges un fuerte sentimiento de
culpabilidad, y aumentaría su miedo ante la cercanía de sus cuerpos.
En un juicio moral cuentan también los motivos para abandonar un acto sexual
pleno (que ofrece la posibilidad de una plena unión de los cónyuges, una unión a
nivel espiritual y carnal). El hecho físico en sí de vivir el orgasmo fuera del acto
sexual tiene que ser valorado moralmente en un contexto más amplio de la vida de los
cónyuges. El orgasmo como una reacción del cuerpo puede aparecer en muchas
situaciones y circunstancias diferentes relacionadas con la cercanía de la pareja de
esposos. Al ser conscientes de la facilidad de una fuerte excitación, así como de la
variedad de situaciones en las que aparece, los cónyuges tienen el deber de vigilar sus
reacciones.
El problema moral tratado es, por su naturaleza, muy delicado y sutil. Solamente
se percibe claramente bajo el prisma de una relación amorosa muy pura y sublime. Se
denomina ágape el amor desprovisto de egocentrismo y desinterés: el amor
desposado, el amor del Sermón del Monte, el amor de Jesucristo. Es el ideal de la
santidad del matrimonio y no el comienzo de su camino de vida. No se puede ocultar
que, en ese sentido, la sensibilidad moral de la Iglesia supera la sensibilidad de un
matrimonio medio.
La opinión de que los cónyuges deberían estimularse con intensidad solamente
cuando pretenden culminar las caricias con un pleno acto matrimonial puede
compararse con una brújula que muestra la dirección adecuada, el sentido del camino
hasta el destino. Merece la pena tomarlo, siendo consciente de que la pasión humana
(eros) dificultará el camino considerablemente hacia el destino marcado. Merece la
pena vivir de esta forma, pero hay que acordarse de que pocos matrimonios
consiguen ordenar la esfera sexual y, por tanto, conseguir rápidamente el lejano
objetivo. La mayoría de la gente necesita tiempo, trabajo personal y la gloria divina
para conseguir la madurez en esta importante esfera de vida. No todos los
comportamientos sexuales están relacionados con elecciones conscientes y
voluntarias. Muchas personas viven una presión por descargar la tensión sexual de la
que no saben liberarse.

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Un rápido aumento de la tensión sexual y la excitación que acaba en orgasmo
puede aparecer de forma espontánea durante el cortejo y a la hora de mostrarse el
cariño. Incluso cuando la voluntad de permanecer en el bien es constante, durante el
acercamiento los cónyuges no son capaces de prever hasta qué punto se excitarán, si
sabrán interrumpir las caricias y los mimos. A veces la rapidez con la que sube la ola
de los sentidos despiertos les invade y sobrecoge de manera inesperada. Algunas
personas son, por su naturaleza, tan sensibles desde el punto de vista sexual, que
basta con una mínima caricia para que no sean capaces de controlar la creciente
excitación. En caso de personas particularmente sensibles, la excitación que lleva al
orgasmo puede aparecer incluso durante actividades aparentemente inocentes (a la
hora de observar al cónyuge bañándose, su mirada, un gesto, al tocar su cuerpo).
Largos periodos de abstinencia pueden llevar a un hombre a experimentar una
erección natural tras un contacto inocente con el cuerpo de la mujer. Estas reacciones
naturales ocurren a veces y no es necesario buscar en ellas el pecado y culpabilizarse
moralmente. En general, se requiere comprensión a la hora de abordar este tipo de
problemas. No se pueden juzgar con severidad los momentos de olvido, de
incapacidad de dominar la pasión a causa de falta de alerta a la hora de demostrare el
cariño. Semejantes situaciones permiten a los cónyuges conocer mejor sus
reacciones, de lo que deberían sacar conclusiones de cara al futuro[83].
No podemos olvidar que la búsqueda de la intimidad carnal no proviene tan solo
de las ganas de usar a la otra persona para la propia satisfacción sexual, ni tampoco es
una expresión de actitudes planeadas cuyo objetivo es imposibilitar la concepción de
un hijo. Los cónyuges que con delicadeza y ternura se acarician durante el periodo
fértil, viven el amor, la cercanía, la gratitud mientras se obsequian con momentos
íntimos. Al mismo tiempo experimentan la sensación de cercanía espiritual. De vez
en cuando puede ocurrir que, a consecuencia de su debilidad, a través de las tiernas
caricias, se exciten demasiado llegando al orgasmo. Son situaciones que se dan en
cualquier matrimonio que se quiere.
Es insultante denominar estas situaciones «onanismo mutuo» o incluso más
explícitamente «masturbación mutua». Estas palabras degradan considerablemente la
riqueza psíquica y espiritual de la unión de matrimonio. La relación entre los
cónyuges está descrita mediante un lenguaje unidimensional que la despoja de la
fuerza del apego, la sinceridad del sentimiento, la preocupación mutua y la debilidad
de los esposos, en el difícil arte de educar su sexualidad, que es interpretada tan solo
como una premeditada prestación de servicios sexuales.
La percepción de las dimensiones más profundas del amor es, al mismo tiempo,
un desafío para buscar maneras frecuentes de expresarlo.

4. Las trampas de la sexualidad

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Los hombres sensibles que ceden a sus necesidades sexuales durante el periodo fértil
observan que la excitación —repetida de forma regular— hasta alcanzar la
eyaculación les hace más débiles, cada vez menos capaces de controlarse, de esperar
el momento para las relaciones sexuales; les lleva a perder la capacidad de
autocontrol[84]. Pese a que estas caricias son agradables y alivian la tensión sexual,
dejan la sensación de insatisfacción por falta de una plena relación sexual. Si el
hombre no aprende a controlar su deseo, puede buscar la cercanía de su mujer de
forma demasiado insistente, a veces vulgar, sin ningún tipo de educación y
delicadeza. Su percepción será que no busca un encuentro con ella, sino un deshago
sexual con su ayuda. En estas situaciones a la mujer puede resultarle muy dolorosa la
falsedad con la que se siente utilizada por su marido. Se siente sola, no amada e
infeliz. La conciencia de la falta de control de su marido puede aumentar su miedo
ante la fecundación involuntaria. Ese miedo la desprovee de las ganas no solo de
caricias, sino de cualquier tipo de cercanía camal por parte del marido. La ternura, la
cercanía, la intimidad, en vez de alegría, ya siempre significarán lo mismo para ella:
un pretexto masculino para que su marido se sienta satisfecho cuanto antes sin contar
con sus sentimientos. El conflicto de un marido sexualmente insistente con su mujer
que atraviesa el proceso de alejamiento emocional de su esposo puede ser muy difícil
de resolver.
El egoísmo de las mujeres es más sutil, pero eso no significa que menos
intransigente que el masculino. Muchas mujeres desean ser adoradas, queridas,
acariciadas, estimuladas, pero no necesariamente desean emprender relaciones
sexuales. Algunas esposas esperan el amor por parte de los maridos, pero al mismo
tiempo no dan razones convincentes de por qué rechazan constantemente el acto
matrimonial. Hay mujeres capaces de no tener relaciones sexuales durante varios
años, y no hacen nada por cambiar esta situación anormal. Como mucho, están
dispuestas a caricias sexuales, agradables para ellas. No quieren resolver sus
problemas emocionales, aprender métodos naturales, someterse a una terapia. Incluso
declaran estar bien así y sentirse cómodas. Es entonces cuando el hombre se da
cuenta de que su mujer tan solo piensa en sí misma y en su propio placer. No tiene en
cuenta en absoluto sus deseos y necesidades. Ni siquiera trata de entenderlos. Él se
vuelve seco, ofensivo, inalcanzable. Este comportamiento del hombre se convierte en
un argumento más para que la mujer renuncie a las relaciones.
A la hora de abandonar la preocupación por un pleno acto sexual, uno puede no
darse cuenta de la regresión del amor matrimonial. A veces el contacto entre los
cónyuges pierde profundidad (no solo en el sentido metafórico) y se establece en la
superficie de sus cuerpos. Los cónyuges se vuelven solitarios, demasiado
concentrados en sí mismos y, por tanto, alejados el uno del otro[85]. Este tipo de
comportamientos, repetidos con regularidad, no favorecen que se profundice y
espiritualice el amor matrimonial, fortalecen el egoísmo de los cónyuges y, al mismo
tiempo, debilitan la unión entre ellos. Por eso, con el tiempo, dejan de ser

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satisfactorios[86]. El diálogo matrimonial puede ayudar a los cónyuges a percibir estos
problemas sutiles. Las mujeres con frecuencia suelen darse cuenta del problema de
los hombres y los hombres del de las mujeres. La mujer percibe el egoísmo del
hombre en su falta de preocupación por satisfacción sentimental, el hombre percibe el
egoísmo de la mujer en su falta de preocupación por las relaciones sexuales. La
trampa femenina y masculina tiene una oportunidad de ser superada si, tanto el
marido como la esposa, se dan cuenta de la necesidad de un pleno acto sexual dentro
del marco permitido por el ciclo de fertilidad de la mujer.
En las relaciones sexuales surgen con claridad dos tendencias opuestas
codificadas en la naturaleza del hombre y la mujer. Su realización sin tener en cuenta
los deseos y las necesidades de uno de los cónyuges da lugar a la resistencia e
insatisfacción del otro. Estas diferencias hacen que los cónyuges que no las perciben
se sientan engañados, desilusionados. Merece la pena fijarse en estos desacuerdos que
a menudo no surgen a causa de desamor o desinformación que, de todas formas,
debilitan el amor. Solamente la colaboración del hombre y de la mujer, en su postura
de obsequio mutuo por el bien del cónyuge, puede hacer que lo que separa a las
personas de sexos opuestos se convierta en un regalo enriquecedor de las personas
que se quieren. Cada uno de los esposos se sentirá pleno solamente cuando lleve en
su interior estos dos modelos de comportamientos sexuales: el suyo y el de su
cónyuge[87]. El marido que no solo se preocupa por su propio bien, sino también por
el bien de su mujer, descubre que su mujer está más dispuesta a mantener relaciones
sexuales, que se muestra más comprensiva con él. La mujer que cuida de su marido le
descubre como una persona con un mayor control, delicado y preocupado por sus
deseos. Cuando los cónyuges perciben el amor en el encuentro más íntimo se vuelven
más abiertos; se demuestran los sentimientos, están deseosos de mantener relaciones.

5. En búsqueda del justo medio


Teniendo en cuenta los peligros señalados anteriormente, es necesario aprender
durante la época de abstinencia una manera flexible de moverse, de oscilar entre la
cercanía y el alejamiento, entre la intimidad y la soledad. En este camino los esposos
deberían evitar dos extremos: el primero, un total abandono de obsequiarse con el
calor, la cercanía y la intimidad, el segundo, una regular búsqueda de la cercanía de
intimidad a través de caricias excesivamente apasionadas, empleadas con demasiada
intensidad.
La práctica de la vida diaria nos muestra que encontrar la justa medida no es una
habilidad fácil de asimilar. Este arte, para algunos matrimonios, puede parecerse a un
paseo sobre la cuerda floja. Mantener el equilibrio resulta muy difícil y, a veces,
imposible. Sobre todo cuando el deseo de relaciones resulta muy fuerte. Sin embargo,

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si tras un periodo de intentos, errores y pecados se consigue controlar bien el arte del
equilibrio, el lazo matrimonial aumentará, subirá la confianza mutua. Antes de que
esto ocurra, los cónyuges tienen que madurar su amor y por eso no deberían
dramatizar las dificultades sexuales que surjan precisamente durante el periodo de
abstinencia. Ya que no pueden desanimarse con los fracasos, sino que deberían, de
forma constante e incesante, aprender el arte de dominar sus sentidos.
Si los cónyuges desean construir una relación sana, llena de amor y calor, tienen
que contar con la posibilidad de que surjan situaciones en las que se rindan a la fuerza
de los sentidos y, de vez en cuando, dentro de su debilidad humana, den un paso más
allá en sus caricias, llegando al orgasmo fuera del acto sexual pleno. Existen periodos
de abstinencia durante los cuales es más sencillo cultivar el amor solo mediante
signos de cariño y aprecio, por ejemplo, cuando los cónyuges están juntos a diario,
observan sus estados de ánimo, están en contacto permanente. Es mucho peor si los
esposos no se ven durante días, o incluso semanas. Es cuando la añoranza aumenta, la
tensión sexual se vive en solitario, sin la cercanía física de la persona amada. Cuando,
tras este intervalo, los cónyuges se encuentran, el deseo de estar juntos puede resultar
muy fuerte. Por eso, en algunos periodos el arte de mantener el equilibrio
mencionado será muy difícil y para algunos, incluso, imposible de respetar.
Los esposos que conviven en el mismo piso y comparten el lecho siempre
oscilarán entre la cercanía y la lejanía. Las dificultades relacionadas con el control del
deseo sexual aparecen a menudo en el lecho matrimonial y desaparecen con mayor
frecuencia cuando los cónyuges, experimentados en el arte de amor, hayan adquirido
la capacidad de frenarse ante la presión de los impulsos sexuales. Algunos cónyuges
superan estas dificultades cuando alcanzan la madurez psicosexual, otros, en cambio,
no lo consiguen hasta que, con la edad, se apaciguan en el terreno sexual. Es
significante conocer la profunda experiencia de unidad en el acto matrimonial y, en
nombre de profundizar esta experiencia, el deseo de querer purificar por completo
incluso la menor imperfección de su vida sexual. Estos deseos aparecen, sin embargo,
en un momento determinado del desarrollo espiritual.
Antes de que los cónyuges alcancen su ideal, tienen la tarea de conocerse
mutuamente, de conocer sus actitudes en diferentes situaciones íntimas. A veces
hacen falta años para conocer las reacciones mutuas y trabajar métodos de
comunicación que fortalecen el amor. Es importante que los cónyuges establezcan
conjuntamente la frontera que no desean atravesar, que tomen una sincera decisión de
mantenerse firmes en sus decisiones, que se motiven para evitar, en la medida de lo
posible, situaciones demasiado excitantes. Esto requiere un duro trabajo de
autocontrol. A medida que se va adquiriendo la experiencia, aparece la capacidad de
expresar el amor empleando con prudencia la sexualidad[88].
El campo descrito, la vida matrimonial, es muy rica. Requiere amor, diálogo,
delicadeza, conocimiento mutuo. Para algunos un tierno abrazo o un beso apasionado
llevarán a la excitación sexual que, pasado un rato, será difícil de controlar. Otros,

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que llegan a la excitación despacio, disfrutarán por mucho más tiempo de la
intimidad y se permitirán gestos mucho más atrevidos. Para una persona, emplear las
caricias tendrá un gran significado para su felicidad, para otra, su falta, no resultará
molesta. En la esfera de la sexualidad nada está decidido de una vez por todas. En
función de la experiencia adquirida merece la pena aumentar la cercanía según estos
comportamientos que construyen una unión, que crean un valor. Por otro lado, a la
hora de iniciar las caricias, es necesario estar alerta, ya que, bajo la influencia del
deseo de placer, es muy fácil atravesar las fronteras de intimidad establecidas
previamente. Si se amplían demasiado, hay que hablarlo con tranquilidad y volver a
las decisiones iniciales. Puede ser de gran ayuda una oración conjunta que ordene la
esfera sexual y constituya un apoyo inestimable para alcanzar la disciplina interior
durante el periodo de abstinencia. Al mismo tiempo avivará la sensación de unidad y
cercanía espiritual.

6. Caricias fuera del coito


La vida matrimonial atraviesa muchas etapas durante las cuales los cónyuges
adquieren una nueva y enriquecida experiencia, pero, al mismo tiempo, suelen
aparecer dificultades desconocidas. Los jóvenes esposos están con frecuencia tan
deseosos de su cercanía, fascinados con sus cuerpos, que tienen dificultades para
esperar al periodo no fecundo. Cuando llegan los niños, su educación requiere tanto
tiempo y esfuerzo que, a veces, se descuida la unión matrimonial y, al mismo tiempo,
las relaciones sexuales. La siguiente etapa del matrimonio, cuando los niños ya son
muy independientes, ofrece la oportunidad de estabilizar la vida, incluida la sexual,
pero en este periodo aumenta el miedo ante la concepción de un nuevo hijo y,
relacionadas con él, las dificultades para emprender las relaciones sexuales. Si los
cónyuges durante mucho tiempo temen iniciar una relación sexual normal, buscan
resolverlo de otro modo. En matrimonios maduros, aumentan los problemas
relacionados con la menopausia que, a veces, y por mucho tiempo, imposibilita las
relaciones sexuales. Cada vez nuevas dificultades, con las que lidiar mejor o peor,
constituyen un desafío para los cónyuges. Cada una de estas etapas contiene cosas
buenas que ofrecer a la oportunidad de desarrollo del amor conyugal, pero están
marcadas también con la crisis, con la cruz, con el sufrimiento. Para resolver estas
dificultades es necesario cambiar la manera de pensar y juzgar, descubrir un nuevo,
más profundo, sentido de la vida en común. Confiar más en Dios. Antes de que los
cónyuges describan una nueva calidad de su vida en común, atraviesan una época de
confusión y se sienten perdidos. Estas perturbaciones tienen lugar en todos los
ámbitos de la vida matrimonial.

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En ocasiones, algunos matrimonios no mantienen relaciones sexuales durante
años, ya que, por ejemplo, la mujer sufre de ansiedad, sufre dolores vaginales, el
marido padece eyaculación precoz, tiene problemas con la impotencia. Para atravesar
estas dificultades es necesario acostumbrarse al cuerpo de la otra persona, aprender a
vivir la intimidad. Estas acciones irán acompañadas por una excitación natural. Sin
embargo, no existe otro camino que no sea acercarse a la persona querida,
demostrarle el amor, ayudarle a iniciarlas relaciones sexuales. Es importante que los
cónyuges pasen juntos todo el tiempo posible, intentando cumplir los deseos del otro.
A menudo, tras un aborto natural, la mujer teme el acercamiento sexual, y el deseo
mutuo de amor y de consuelo aconseja elegir caricias sexuales, porque es algo seguro
en ese momento. Durante el periodo de la lactancia o la menopausia, las épocas sin
relaciones sexuales (o con relaciones sexuales muy esporádicas) pueden prolongarse
durante muchos meses, o incluso años. Son pocos los cónyuges que aguantan
pacientemente una abstinencia tan larga. Paradójicamente muchas personas que han
sido traicionadas no abandonan las relaciones, sino que intensamente buscan tener
sexo con su cónyuge. Sin interferir en la complejidad de sus motivaciones, es preciso
darse cuenta de que no saben esperar el periodo no fecundo.
En todos estos casos se ve que la valoración moral referente a emplear caricias
muy excitantes en un grado importante depende de las intenciones y las
circunstancias que les otorgan un sentido diferente (por ejemplo por motivos
terapéuticos, la necesidad de conformarse con ellas, la incapacidad de gestionar el
estrés, etc.). Numerosos matrimonios cuya conciencia ha sido formada por la Iglesia
no desean utilizar durante estos periodos el preservativo u otros métodos
anticonceptivos. Sin embargo, una prolongada abstinencia está en desacuerdo con su
vocación de vida matrimonial. Es entonces cuando recurren a avanzadas caricias
sexuales que les vuelven a acercar y a estar felices juntos.
Cuando los cónyuges no son capaces de abstenerse de mantener relaciones
sexuales por mucho tiempo, o bien no saben o no quieren permanecer en abstinencia,
es mucho más normal aprovechar otras posibilidades que ofrece su corporeidad
(caricias fuertemente excitantes), antes que otorgar al acto sexual un desarrollo
aparentemente normal, mediante uso de preservativo o píldora. La tentación de
recurrir a la anticoncepción es muy grande precisamente porque, de manera muy
delicada o incluso invisible (cuanto más interfiere en la fertilidad potencial),
aparentemente se establece una correcta relación sexual. A la hora de disfrutar de un
acto sexual normal, es difícil percibir el mal escondido, relacionado con la
infecundidad. Cuando los cónyuges, dentro del marco de sus cuerpos, emplean
métodos sustitutivos de satisfacerse sexualmente, se dan cuenta perfectamente de que
su acercamiento no es pleno. La intuición moral les dice que es necesario intentar
conseguir una plena relación sexual y la oportunidad de conseguir una plena unidad,
pero sin intervenir en los procesos fisiológicos que ocurren en sus cuerpos. Por esto,
desde el punto de vista moral es importante que durante la espera de una relación

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sexual plena, tanto en el sentido de unificación, como respetuosa con la fertilidad, los
cónyuges se preocupen realmente por crear condiciones de llevarla a cabo (someterse
a un tratamiento, intentar observarse e interpretar los síntomas, hablar de sus
dificultades).
Aprovechando la ocasión, merece la pena apuntar que, en el camino hacia un
amor más bello, es necesario un cierto orden. Existen parejas que mantienen
relaciones sexuales con muy poca frecuencia por diferentes razones: frecuentes viajes
del marido, limitación exagerada de las relaciones por miedo al embarazo,
desconocimiento de los métodos naturales de planificación familiar, incapacidad para
gestionar las emociones, gestión del ámbito sexual como si fuera un espacio de
dominio sobre el cónyuge, manifestación de la propia independencia, ocasión para el
chantaje o castigo del cónyuge. Si estas parejas —incapaces de emprender relaciones
sexuales durante el periodo no fértil— mantuvieran una distancia radical durante el
periodo fértil, este radicalismo podría acabar muy mal para el matrimonio. Si el
marido no confía en que la mujer, durante el periodo no fecundo, sea capaz de
preocuparse por su bien y si la mujer, durante este periodo, no es capaz de gestionar
sus emociones, estos cónyuges pueden llegar a despojarse del todo de la intimidad en
esta etapa de su vida. Primero es necesario aumentar la frecuencia de las relaciones
sexuales (dentro de las posibilidades reales que ofrece el periodo no fértil) para luego,
acompañados por la sensación de seguridad y amor, «pulir» la relación durante la
etapa fértil.
Es importante darse cuenta con claridad de esta complejidad de la vida
matrimonial para que el camino hacia la pureza y santidad no se convierta en un
camino que carezca de la cercanía y del amor, marcado por el miedo del cónyuge. Por
eso, este tipo de decisiones, en muchos casos, pertenecen a los propios cónyuges y no
pueden ser normalizados desde arriba. Es cuestión de su honestidad interior mutua,
de la decisión previa de no cruzar fronteras establecidas, de un acto consciente de
voluntad con el fin de que el ámbito sexual sea limpio y sagrado ante Dios.

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CAPÍTULO 5
¿CUÁNTOS HIJOS DEBERÍA TENER UN
CATÓLICO?

La decisión sobre el número de hijos solo pueden tomarla los propios cónyuges.
La Iglesia no interfiere en este ámbito de vida, dejando la toma de la decisión para
una valoración individual de cada pareja de matrimonio. No existe un modelo
católico de familia con hijos, por ejemplo, 2 + 2 o 2 + 3 o incluso más, como 2 + 6.
La aproximación individual de la Iglesia a cada matrimonio y a cada familia permite

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considerar que para una familia uno o dos hijos constituyen el máximo de sus
capacidades, en caso de otra, ocho o diez pueden encontrar adecuadas condiciones
educativas, imprescindibles para su desarrollo[89]. Tanto insistir al matrimonio sobre
la necesidad de dar a luz un mayor número de hijos, como presionarles para que
limiten su número, es un abuso. Esta presión puede ser ejercitada, de diferentes
maneras, por el ginecólogo, el sacerdote, los padres de los cónyuges, el jefe, el
ambiente de trabajo. La presión sobre los padres, limitadora de la libertad, da pie a
unos fuertes miedos y bloqueos que influyen, de forma negativa, en la relación de los
esposos y causan perturbaciones en la vida sexual.
El deber de la Iglesia es acompañar a los cónyuges en su camino de vida.
Proveerles de luz: unos adecuados conocimientos teológicos, psicológicos,
pedagógicos, médicos, etc., para que puedan, de manera objetiva, verificar sus
opiniones y sentimientos y, en consecuencia, tomar la mejor decisión para ellos.

1. Maravillosas vistas desde la cumbre


Durante siglos ha sido obvio que un acercamiento sexual conlleva fecundación y
nacimiento de un hijo. Los cónyuges, al emprender relaciones sexuales, de antemano
asumían semejante desarrollo de los acontecimientos. Por eso cuando se decía que el
acto sexual lleva, de forma natural, a la procreación, nadie cuestionaba esta
constatación. Hoy en día, al conocer el ciclo fértil de la mujer sabemos también que si
los cónyuges mantienen relaciones sexuales en el periodo no fértil su acto sexual no
llevará a la fecundación de un hijo. No se trata, pues, de que el acto sexual lleve
siempre y directamente a la fecundación (que sea un acto de procreación en el pleno
sentido de la palabra), sino que el hecho de iniciarlo no esté relacionado con las
actuaciones en contra de la fertilidad del cuerpo humano y para que no intervenga en
procesos que ocurren dentro del cuerpo de la mujer o del hombre.
Cuando los cónyuges deciden tener un hijo y mantienen relaciones sexuales
durante el periodo fértil, es como si subieran a una cumbre que ofrece vistas
maravillosas: con facilidad, sin miedo, se obsequian con alegría y amor. Si, por
razones importantes, abandonan la decisión de concebir un hijo, bajan de esta cumbre
a un valle: mantienen relaciones sexuales durante el periodo no fértil. El valle es
silencioso y se está seguro, pero las vistas ya no son tan maravillosas. Cuando los
cónyuges establecen el campamento base bajo la cumbre, sus pensamientos siguen
rondándola de todas formas. El pico de fertilidad durante el ciclo es siempre un punto
de referencia para cualquier decisión relacionada con la fecundación o el abandono
de relaciones sexuales: tener un hijo o aplazar este momento; es un catalizador tanto
de vivencias más elevadas como de miedos aplastantes. Se puede decir que el periodo
de fertilidad durante el ciclo es una puerta energética de la vida alrededor de la cual

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se concentran los pensamientos, los sentimientos y las decisiones del hombre
relacionados con la construcción de una relación entre el hombre y la mujer[90].
Si el periodo fértil constituye un tiempo de referencia natural (por eso todos son
conscientes de que las relaciones sexuales están vinculadas a la procreación), los
cónyuges, al bajar de la cumbre, deberían mantener relaciones con la conciencia de
que trasladar las relaciones al periodo no fértil no es una solución definitiva. Por
razones importantes para ellos, aplazan la concepción de un siguiente hijo durante un
tiempo, incluso no definido, pero siempre se trata del aplazamiento de una decisión
formulada positivamente: la decisión de tener un hijo, Cuando entran en esta lógica
de pensamiento, cuidan dentro de sí la sensibilidad humana fundamental: pensar con
pleno respeto en cada hijo sin excepción, el ya nacido y el que puede nacer en
cualquier momento.
La decisión de aplazar la concepción —decisión que, en cierto grado, dificulta la
vida sexual de los cónyuges— ha de ser bien justificada. Las dificultades en mantener
relaciones sexuales que surgen durante el periodo no fértil, en todo momento nos
recuerdan la necesidad de reflexionar sobre si las razones de aplazar la concepción
son realmente ciertas o si siguen siendo ciertas.

2. Nuestra decisión y la voluntad de Dios


Los cónyuges, a la hora de reflexionar sobre la posibilidad de concebir un hijo,
pueden tener en cuenta «tanto su propio bien personal como el bien de los hijos, ya
nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los tiempos y del
estado de vida, tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en cuenta
el bien de la comunidad familiar, de la sociedad del momento y de la propia Iglesia.
Este juicio, en último término, deben formarlo personalmente ante Dios los
esposos»[91].
El magisterio de la Iglesia enseña que «si para espaciar los nacimientos existen
serios motivos, derivados de las condiciones físicas o psicológicas de los cónyuges, o
de circunstancias exteriores, la Iglesia enseña que entonces es lícito tener en cuenta
los ritmos naturales inmanentes a las funciones generadoras para hacer uso del
matrimonio solo en los periodos infecundos»[92]. El término «serios motivos» (el
aplazamiento de la concepción) es, a priori, poco preciso. Si creáramos un listado de
«serios motivos»[93], los cónyuges se verían limitados en su libertad de elección. Esta
fórmula permite a los propios cónyuges definir qué motivos son, en su opinión,
serios, en su particular situación vital que ellos mismos conocen mejor que nadie.
Si los cónyuges, en un momento dado de su vida, no ven un bien en la concepción
de un hijo, tienen la obligación de mantener relaciones durante el periodo infecundo.
Dios, al crear al hombre, había previsto la posibilidad de aprovechar el ritmo cíclico

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de la fertilidad de la mujer para que los humanos no tengan que elegir entre dar a luz
constantemente hijo tras hijo, o prescindir por completo de relaciones sexuales, o
bien, ante la impotencia, buscar métodos que anulen la fertilidad. Los cónyuges
pueden y tienen el derecho moral de aprovechar las posibilidades que les ofrece su
cuerpo, creado por Dios, con el fin de planificar la descendencia. La elección de
mantener relaciones sexuales durante el periodo infecundo no puede considerarse una
elección que no se diferencie en nada de la anticoncepción, ya que, al igual que a la
hora de elegir esta última, los cónyuges desean una relación cuyo fruto no será la
concepción de un hijo.
Si la falta de voluntad de tener más hijos fuese censurable moralmente, solo las
relaciones mantenidas durante el periodo fecundo, relaciones con la mayor
posibilidad de dar a luz, serían buenas y acordes a la voluntad de Dios.
Es más sencillo entender las enseñanzas de la Iglesia si se percibe que una cosa es
aplazar la decisión de concebir a un hijo —a la que tienen derecho todos los
matrimonios—, y otra cosa diferente cómo se trata el cuerpo humano. Al no estar
preparados para concebir, no se puede vulnerar la integridad del cuerpo mediante la
destrucción de la fertilidad del marido o la mujer. En cambio, aprovechar las
posibilidades que ofrece el cuerpo humano (observar el ciclo de fertilidad y adaptar a
él las relaciones sexuales) es bueno moralmente.
Las enseñanzas de la Iglesia no tienen nada que ver con el falso ideal del amor
conyugal como disposición a dar a luz constantemente en función de las posibilidades
de reproducción del hombre y de la mujer. La decisión de tener un hijo más no puede
tener nada que ver con la falsa y fideísta idea de entender la fe. Según el fideísmo, si
el hombre confía plenamente en Dios, incluso si salta sobre un precipicio, Dios le
salvará y sobrevivirá por milagro, sin ni siquiera romperse una pierna. Pero la razón
nos dice que semejante salto ha de acabar en la muerte. Por tanto, el hombre no se
arriesgará saltando, pero entonces tiene que reconocer que en este caso se manifiesta
en él la falta de una verdadera y pura fe. Venció el racionalismo, el miedo y la falta de
confianza en Dios. El ideal de una plena entrega en Dios, en contra de la voz de la
razón, no se ha realizado.
El error del fideísmo consiste en que la elección de la vida para Dios no requiere
una confirmación por parte de la razón humana. La consecuencia práctica de aceptar
semejante idea es por ejemplo el ideal de tener relaciones sexuales sin planificación,
una radical decisión de tener hijos «como Dios disponga», una ciega entrega a la
casualidad que libera al hombre del uso de la razón y, gracias a él, interpretar la
voluntad de Dios.
Un católico debería buscar argumentos racionales en cada decisión, mucho más
en caso de una tan importante como la concepción de un hijo, y tomarlas en libertad.
Dios quiere ser el Dios de gente consciente y libre que elige el bien porque ve su
valor y no porque tiene que llevarlo a cabo. «… A menudo se entiende mal el
pensamiento católico, como si la Iglesia apoyara una ideología de la fecundidad a

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ultranza, impulsando a los esposos a procrear sin ningún discernimiento y sin ningún
proyecto. Pero basta una lectura atenta de los pronunciamientos del Magisterio para
constatar que no es así. En realidad, en la generación de la vida, los esposos realizan
una de las dimensiones más altas de su vocación: son colaboradores de Dios.
Precisamente por eso, han de tener una actitud muy responsable. Al tomar la decisión
de engendrar o no engendrar no tienen que dejarse llevar por el egoísmo o por la
ligereza, sino por una generosidad prudente y consciente, que valora las posibilidades
y las circunstancias y, sobre todo, que sabe poner en primer lugar el bien del hijo que
ha de nacer. Por consiguiente, cuando se tiene motivos para no procrear, esta elección
es lícita e, incluso, podría llegar a ser obligatoria[94]».

3. Educación sexual
Los cónyuges de hoy en día pueden dar uso a la razón para conocer mejor su cuerpo y
mirar dentro de sus rincones más ocultos. Gracias a las últimas tecnologías se ha
podido conocer la fertilidad del hombre, y se ha entendido la fertilidad cíclica de la
mujer. En la segunda mitad del siglo XX para la élite que ha sabido emplear en la
práctica estos conocimientos, la fertilidad dejó de ser un tabú. Un escaso número de
mujeres modernas, con formación, ha aprendido a examinar su fertilidad y gracias a
eso han dejado de tenerle miedo. Eso les ayudó a aceptar su cuerpo y su feminidad.
También aprendieron a planificar los hijos basándose en la observación de su
organismo.
El sistemático conocimiento del cuerpo es una acción muy racional y propia del
ser humano. Junto con los conocimientos y la experiencia adquiridos, el hombre
recupera la sensación de que Dios le creó de forma sabia y buena, que quiere al ser
humano en su masculinidad y su feminidad, que se preocupa por la alegría de su vida
sexual y su voluntad no es la de obsequiar forzosamente a los cónyuges con un gran
número de hijos.
La decisión principal de los cónyuges cristianos (independientemente de si tienen
la voluntad de recibir una descendencia numerosa, o bien, por motivos serios
prefieren aplazar la llegada al mundo de un hijo) debería ser la de conocer a fondo el
ciclo fértil de la mujer. Estos conocimientos deberían están acordes a los últimos
logros de la ciencia. El mejor modelo de colaboración entre los cónyuges es cuando
la mujer observa su fertilidad y el marido apunta y analiza los resultados. Sin conocer
la fertilidad de una pareja matrimonial, no se pueden poner en práctica las enseñanzas
de la Iglesia.
Basándose en los últimos logros científicos se crean métodos modernos para
combatir la infertilidad, por ejemplo, la naprotecnología. Es un método seguro,
mucho más eficaz que la popularizada sin espíritu crítico técnica in vitro, mucho más

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barato, no experimenta en seres humanos vivos, cumple con las exigencias de la
ciencia y es completamente ético. El desarrollo de los nuevos métodos para combatir
la infertilidad ahorrará a los cónyuges muchas frustraciones y les ayudará a creer que
Dios está de parte de la vida, que tiene un verdadero interés por ayudar a las parejas
estériles, no solo mediante milagro o adopción.
En cambio, existe un gran número de personas que no poseen una buena
educación sexual. Aunque se creen progresistas y liberados de prejuicios, la fertilidad
de su cuerpo es para ellos un peligroso tabú que pone en peligro sus planes de vida.
La tratan como si fuera una fuerza maligna, desconocida, que a veces despierta un
miedo paralizador ante las relaciones sexuales. A esta gente la modernidad le ha
quitado la sensación de que la fertilidad es una fuerza de vida misteriosa, fascinante e
incluso divina, pero tampoco les ha traído el liberador conocimiento del misterio
escondido dentro de su cuerpo. Tan solo les ha proporcionado tecnologías que
permiten dormir al peligroso dragón. Este monstruo feroz sigue durmiendo dentro de
su cuerpo. Están orgullosos de dominar la realidad aterradora para ellos, que son
capaces de domar a la fuerza. No son conscientes de que no es ningún dragón, ni de
que si se atrevieran a conocerlo dejarían de tenerle miedo y luchar contra él.

4. Ante Dios, siempre un «sí»


Nuestra humanidad se compone de la concreta y planeada por Dios, corporeidad de la
mujer y del hombre. Por eso en la base para construir una unión matrimonial —una
relación duradera, honesta, de compañerismo, un amor maduro— se halla el respeto
hacia la masculinidad y la feminidad que se materializa en el respeto de las
diferencias del cuerpo de los cónyuges, de su sexualidad y de su fertilidad.
La decisión «ahora no estamos preparados para concebir un hijo» requiere de los
cónyuges confirmación del respeto mutuo, de sus cuerpos, de su sexualidad y
fertilidad. «El amor» que en nombre de necesidades sexuales actúa en contra del
cuerpo de la otra persona, permite transformarlo, cambiarlo, adaptarlo a sus
expectativas, será siempre un amor aparente, egoísta y, por tanto, perjudicial para el
matrimonio. La unión matrimonial no puede desarrollarse cuando los esposos no
respetan su corporeidad y «obstaculizan el desarrollo natural de los procesos
relacionados con la transmisión de la vida»[95]. Entonces se posicionan en contra de sí
mismos, del propio cuerpo, del cónyuge y de su cuerpo, de su sexualidad mutua, su
fertilidad y finalmente en contra del hijo, así que se vuelven «antitodo», también
«anticonceptivos»[96]. Su mentalidad se convierte en negativa, siempre «en contra».
Como tal está enferma, perturbada y, en algunos casos, patológica. Un conflicto muy
profundo que se desarrolla tanto dentro del hombre como entre los cónyuges es tanto
más peligroso cuanto menos conciencia se tiene de él.

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La decisión de utilizar la anticoncepción descubre una mala actitud y, al mismo
tiempo, la crea. Significa que un verdadero diálogo entre los cónyuges y con Dios se
ha interrumpido. Permite prever que, a largo plazo, puede también interrumpirse la
unión matrimonial. El matrimonio puede romperse, o bien las personas se alejarán;
seguirán juntas, pero por separado, en paralelo, cada uno en su mundo.
Si las personas mantienen relaciones sexuales sin los intentos de modificar su
corporeidad, su psique recibe en todo momento la intuición más profunda, el código
interior de la naturaleza humana, una señal muy importante. Cuando se descifre y lea,
se revela como un pensamiento sobre una vida nueva. Este código se materializa en
un pensamiento sobre el posible nacimiento de un hijo. Esta señal contiene una gran
dosis de energía psíquica. Su constante influencia hace que la posibilidad de concebir
un hijo nunca desaparezca del horizonte de la vida de los cónyuges. Esta información,
de ninguna manera, puede ser eliminada. Cualquier intento de hacerlo es únicamente
la confirmación de poseerlo. Esta conciencia, con matices de alegría o temor, influye
en cada decisión, cualquiera que sea.
Si los cónyuges no actúan en contra de sus cuerpos, de su sexualidad y de su
fertilidad, es cuando llevan en su corazón un convencimiento totalmente natural y
humano de que recibirán a cualquier hijo en caso de ser concebido. Pese a no
planificar la concepción de un hijo, en su interior están listos para el encuentro con la
inmortalidad, con el mundo sobrenatural, con la fuerza creadora del propio Dios[97].
Incluso si, a causa de un error en la observación del ciclo, se llegase a la concepción,
los cónyuges estarán preparados a nivel psíquico y espiritual para esta eventualidad, y
finalmente aceptarán la vida que nace en su interior. Los cónyuges pueden hundirse,
deprimirse temporalmente, pero no darán paso a renunciar sin reparos y sin piedad a
la vida y al desarrollo[98].

5. La fe y la razón son para aprovecharlas


La gente de buena fe con sinceridad busca la verdad y el bien. Podemos hablar sobre
el proceso de búsqueda y de cómo la razón descubre la verdad sobre la vida humana,
su sentido, sobre lo que es bueno y honesto. Por eso, no solo los creyentes consideran
que la vida matrimonial, la fidelidad, la descendencia, la educación de hijos sean un
bien. El hombre desea el bien y busca la verdad para su vida. «El deseo de la verdad
mueve, pues, a la razón a ir siempre más allá; queda incluso como abrumada al
constatar que su capacidad es siempre mayor que lo que alcanza[99]». Por eso, mucha
gente, al realizar la búsqueda, descubrió, ante su asombro, que una buena teología
responde a los deseos más profundos de su corazón, que una buena interpretación de
las indicaciones morales de la Iglesia corresponde a una auténtica ciencia.

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Algunas personas, en su búsqueda, llegan a un momento en el que aceptan las
indicaciones de la Iglesia y procuran vivir de acuerdo con ellas, pero no se deciden a
ir más allá y entregar su vida a Jesucristo. En cambio, otras realizan el acto de
confianza. Se convierten en cristianos. «En este punto, sin embargo, la razón es capaz
de descubrir dónde está el final de su camino[100]». Cuando el hombre se abre a la
realidad de Dios, consigue conocer «con absoluta seguridad esta realidad, aunque no
es capaz de abarcar con la mente su manera de existir»[101].. Los cónyuges alcanzan
la seguridad racional de la presencia de Cristo en su matrimonio, la seguridad del
amor y protección divinas, lo bueno de la moralidad católica. Sin embargo, no
entienden del todo cómo es posible que su unión matrimonial se afiance tanto si a
diario llevan a cabo el contenido de la promesa del sacramento del matrimonio y
confían su matrimonio, con sus alegrías y sus penas, a Jesucristo. Esta experiencia de
entregar al hombre a Jesucristo va más allá de la mente, pero no la contradice. La
mente no se le opone, pero está más bien sorprendida por lo real de la nueva realidad
cuya actividad observa, pero no es capaz de comprender la forma en la que ordena la
vida humana.
«El hombre que cree en un Dios que realmente actúa en el mundo, no teme a la
razón, sino todo lo contrario, la busca y confía en ella. Como la gracia supone la
naturaleza y la perfecciona, así la fe supone y perfecciona la razón. Esta última,
iluminada por la fe, es liberada de la fragilidad y de los límites que derivan de la
desobediencia del pecado y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al
conocimiento del misterio de Dios Uno y Trino. […] La fe es de algún modo
“ejercicio del pensamiento”; la razón del hombre no queda anulada ni se envilece
dando su asentimiento a los contenidos de la fe, que en todo caso se alcanzan
mediante una opción libre y consciente»[102].
El encuentro con Dios ilumina la mente que, con mayor claridad, percibe el
sentido de la vida humana, juzga la realidad con certeza. La fe ayuda a las personas a
ordenar la realidad de su vida y a comprenderla mejor Los cónyuges observan su
amor de manera diferente, así como las relaciones sexuales y las tareas paternales.
Junto con el aumento de su sensibilidad ante la presencia de Dios en su vida, perciben
la importancia de su misión como padres, colaboradores de Dios en el acto de
creación. Aumenta en ellos la conciencia del irrepetible valor de los hijos como
mayor tesoro de su matrimonio. El misterio del sacramento del matrimonio se
descubre ante sus ojos de diferentes maneras. La fe les permite planificar la
concepción de sus hijos de manera plenamente racional, valoran mejor la situación
real vivida. Estudian, por voluntad propia, los métodos para reconocer la fertilidad y
perciben su beneficio. El estilo de vida que eligen es una decisión consciente y libre.
Estas decisiones las suelen tomar las personas no creyentes que de forma sincera
buscan el bien y la verdad. Entienden que merece la pena cuidar la unión matrimonial
para no debilitarla o no estropearla, que el respeto del cuerpo humano es un bien, que
el mejor reconocimiento de la fertilidad, en lugar de la eliminación de las funciones

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de un organismo sano, es un valor, que en caso de no poder criar a un hijo es mejor
darlo en adopción en vez de matarlo mediante aborto; desean ayudar a miles de
parejas estériles que aguardan la adopción de un recién nacido. Estas personas a
menudo no son conscientes de que Dios actúa en sus vidas. Ilumina sus nobles
conciencias.

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CAPÍTULO 6
¿PARA QUÉ NECESITAMOS LA MORALIDAD?

La interpretación demasiado estrecha de la moralidad católica puede constituir un


serio obstáculo en la aceptación de las enseñanzas de la Iglesia. Se limita a un
detallado listado de órdenes y prohibiciones, de lo que no y de lo que sí se debe hacer.
Esta actitud hace estragos también en la vida sexual de los cónyuges. Solo
aparentemente está conforme con el Evangelio. Si deseamos que los cónyuges
católicos prueben una verdadera Buena Nueva que liberará su vida sexual del mal,
del pecado y del innecesario sentimiento de culpa ofreciendo a cambio paz y alegría
de corazón, entonces tenemos que ampliar necesariamente la perspectiva de nuestra
mirada sobre la moralidad católica.

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Jesucristo anunció una nueva ley moral conocida como ocho bienaventuranzas:
«Bienaventurados los…» Vivir con esta moralidad consiste en algo más que respetar
los mandamientos. Se realiza en el momento en el que un cristiano vive de acuerdo
con el Espíritu Santo, es capaz de llevar una vida parecida a la vida de Jesucristo.
Esta vida trae felicidad y pleno desarrollo del hombre, pero, al mismo tiempo,
persecución por parte de las personas malas. En la nueva perspectiva mostrada por
Jesucristo, el requerimiento de seguir los mandamientos de Dios es tan solo un
postulado minimalista para ordenar la vida humana. Cristo nos invita a realizar el
máximo proyecto de vida que requiere un cambio profundo, no solo en nuestra
mentalidad, sino del corazón: las esferas más profundas y espirituales del hombre. De
la espiritualidad que nace en el corazón del ser humano bajo la influencia del Espíritu
Santo surge un cambio radical en la vida; no de la sumisión exterior y mecánica a las
normas morales.
Desde esta perspectiva no es suficiente dejar de pecar para gozar de la sensación
de una buena vida: volver a casa del trabajo todos los días, echarse una siesta,
encender la televisión, recoger, prepararla comida, cumplir las obligaciones
matrimoniales y acostarse. Y los domingos ir a misa. Se puede hacer todo esto y tener
la sensación de guardar los mandamientos de Dios, pero ser una persona con un
espíritu y una moral pequeños: alguien que no se desarrolla, que no intenta mejorar,
no se preocupa por unas buenas relaciones con el cónyuge, no le apoya. No se puede
confiar en él, explicarle nada, llegar a él. Esta persona, descuidada moral y
espiritualmente, sin ninguna aspiración vital, se siente un buen católico y se considera
libre de pecado.
El Evangelio ofrece una mirada completamente diferente de la moralidad: una
persona moral es una persona que se desarrolla espiritualmente, que dirige su vida,
desea ser mejor, se preocupa por hacer el bien, se dirige hacia Dios, quiere ganar su
vida en la perspectiva de la eternidad. Los cónyuges morales son los que aprenden a
escucharse, dialogan, se conocen cada vez mejor, se aman, se respetan, se cuidan, se
preocupan por una vida sexual satisfactoria para ambos. Trabajan en sí mismos para
poder tener una vida cada vez mejor y más bella. El cristianismo es creatividad,
pasión por la vida, responsabilidad del hogar, del trabajo. Es santidad en la
cotidianidad.

1. ¿Cuál es el objetivo de nuestra vida?


Se puede explicar en qué consiste este nuevo y bello modo de vivir mediante la
metáfora del fútbol. Si un futbolista, el símbolo de cristianismo, desea jugar un buen
partido, ha de ser consciente de por qué sale al campo. Si sale tan solo para no pecar,
debería, de acuerdo con este principio, concentrarse únicamente en un juego limpio:

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sin cometer las faltas, evitar jugadas arriesgadas, jugar tranquilamente, apaciguar sus
emociones, no entrar en choques directos. En el campo de nuestra vida no se trata
solo de no pecar, sino de algo mucho más grande.
¡Un cristiano ha de saber por qué vive! ¿Cuál es el objetivo y el sentido de su
vida? ¿Qué quiere alcanzar? ¿Qué bien hacer? El objetivo de vida no es minimalista
(no cometer faltas, no pecar), sino maximalista, exactamente el mismo que el objetivo
de jugar al fútbol (hay que ganar, hay que meter un gol). La pregunta fundamental
tanto para un futbolista, como para un cristiano, no es: ¿Qué está permitido y qué no
está permitido en un campo?, sino: ¿Qué hay que hacer para ganar? La vida de un
cristiano no puede limitarse a respetar las normas y las reglas, porque se trata de que
sea algo mucho más grandioso: una aventura incesante, una acción cada vez nueva
cuyo final es imprevisible.
La condición de jugar un buen partido no es en absoluto el hecho de cuestionar
las reglas y las normas del juego. De la misma manera una condición para tener una
vida bella y espontánea no es el rechazo de los mandamientos divinos. Al contrario:
son la base que permite crear un precioso espectáculo. Sin embargo, una vez que
pisamos el campo de nuestra vida, podemos conseguir transformarlo en una
lamentable y aburrida obra, o bien en un precioso y apasionante espectáculo. A la
hora de ver partidos, observamos claramente las diferencias de estilo, táctica,
velocidad, compenetración de los jugadores, la sutileza del juego. Pese a que las
reglas son comunes, unas personas son capaces de jugar un buen y maravilloso
partido, y otras uno flojo y poco interesante. Pese a unas reglas estrictamente
definidas, respetadas por todos los futbolistas, algunos juegan estupendamente en
primera división, sin embargo otros solo merecen estar en cuarta.
Podemos hablar de diferentes formas del fútbol. Podemos comenzar a enumerar
qué le está prohibido a un jugador y qué debería hacer para jugar bien: está prohibido
tocar la pelota con la mano, cometer faltas, uno no debería estar en la posición de
fuera de juego, los goles se meten en la portería del contrario y no dentro de la tuya
propia. A la hora de enumerar órdenes y prohibiciones, uno puede tener la sensación
de que el fútbol es uno de los juegos más represivos inventados por el hombre.
Destruye la invención creativa de los futbolistas, les despoja de la espontaneidad y de
la alegría del juego. Sin embargo, si alguien se interesa un poco por el fútbol, sabe
que no es verdad. Ha visto preciosos y apasionantes partidos. Conoce el espíritu del
juego. En la Iglesia está también el Espíritu de la Iglesia. Quien lo conoce descubre
en la Iglesia una gran alegría de vivir, el camino hacia el amor verdadero, el amor
divino. Entregar a Dios la vida sexual de uno es un obsequio bello y generoso a través
del cual se puede expresar un amor profundo, espiritual, extático. Opinar que las
enseñanzas de la Iglesia referentes a la sexualidad son represivas, limitan la libertad
del hombre, y que esta está desprovista dé la alegría de vivir es igualmente una
falsedad. La verdadera moralidad no tiene mucho que ver con la ética que regula
escrupulosamente todos los comportamientos humanos.

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2. La práctica hace al maestro
Jugar cada vez mejor depende del personal desarrollo del talento del futbolista. Un
jugador joven aprende cómo mantener la pelota cerca del pie para que no se escape
fuera de juego. Los jóvenes cónyuges tienen dificultades para encontrarse en su
papel. En cada esfera de la vida, también la sexual, cometen errores. Muchos jóvenes
y prometedores futbolistas tienen que emplear mucho esfuerzo en su preparación con
el fin de alcanzar el éxito y la fama: perfeccionar su técnica, aprender a trabajar en
grupo, mejorar su velocidad, jugar fuerte, trabajar su personalidad, alimentarse de
forma sana. De la misma manera, muchos prometedores matrimonios católicos tienen
que ejercitar con paciencia el arte de la comunicación, relaciones sexuales, hablar de
sus deseos y necesidades, rezar juntos, confesar sus pecados…, con el fin de, pasado
un tiempo, poder presumir del éxito de un feliz matrimonio.
A medida que va adquiriendo las habilidades de juego, el futbolista empieza a
disfrutar de él cada vez más, se vuelve más creativo. El juego está vinculado a un
gran esfuerzo físico y psíquico, pero a la vez se convierte en pasión para la cual
merece la pena sacrificar las fuerzas. Al igual muchos cónyuges descubren con
tiempo las relaciones sexuales como un bello regalo de Dios que desean compartir.
Cada vez juegan más en equipo escuchándose, entendiendo sus intenciones,
conociendo sus reacciones. Cuanto mejor es el jugador, con mayor claridad ve que el
campo sobre el que juega le ofrece muchas posibilidades aún no explotadas: cambios
de estrategia, de posición y muchas soluciones interesantes. La línea que marca el
campo es tan solo el marco de la búsqueda y no es ella la que le limita. Si el sexo será
alegre y espontáneo como el juego del Brasil, o perseverante, pero poco emocionante,
como el juego de los alemanes, en realidad depende de ellos, de su cultura, de su
espiritualidad, del temperamento, diálogo y ejercicios. En la Iglesia se pude jugar con
estilos diferentes, solo que no todos saben limitar los más bonitos. Una pareja madura
moralmente ve que dentro de la Iglesia goza de suficiente libertad para sentirse feliz
en su vida matrimonial. Un buen entrenador les ha enseñado las posibilidades, les ha
llevado hasta una etapa en la que depende de los propios deportistas saber aprovechar
todas las posibilidades que el campo les ofrece.

3. Los fuera de juego matrimoniales


Si uno quiere meter un gol, ha de arriesgar la pérdida del balón. Los cónyuges
deberían desear un pleno acto sexual, al igual que un futbolista meter un gol. De la
misma manera que sacar el balón fuera de juego no constituye el ideal del juego,
tampoco lo es el hecho de evitar el pleno acto sexual. Los futbolistas no deberían
recurrir al dopaje, ni los cónyuges a la anticoncepción. En el campo del lecho

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conyugal, todo puede suceder. Tras una acción fallida, el futbolista tiene que
recomponerse rápidamente y volver al juego que sigue su curso. Los cónyuges que se
quieren no deberían deprimirse ante un pecado cometido, sumergirse en la sensación
de culpabilidad, sino cuanto antes aceptar el desafío de continuar el juego amoroso
para que, al perder el duelo, no pierdan el partido entero; al perder el partido, no
pierdan el campeonato del mundo; a la hora de perder la oportunidad para subir al
podio, seguir luchando por el mejor puesto posible. Dios es un Dios de la vida, de la
alegría, del perdón, del bien y no de la muerte, de la tristeza y de la condenación.
Un tiro fallido nunca es pecado. Es una pena que no haya llegado a la portería,
pero, dada la situación, hay que seguir luchando para finalmente lograr el éxito. El
que un jugador siga, luche, quiera meter un gol, pese a una acción fallida, es moral.
En esta actitud creativa se desarrolla, gana experiencia, la santifica. Cuando los
cónyuges pecan (harán juego sucio, harán un fuera de juego durante el juego del
amor) no inmediatamente, de forma automática son castigados de la manera más
severa. La pérdida de unión con Dios no es inmediata, al igual que un futbolista no
abandona el césped pese a numerosos errores, pases y tiros fallidos, e incluso fuera de
juego. La valoración moral del comportamiento humano tiene en cuenta las
intenciones y las circunstancias de los acontecimientos. Muy a menudo un fuera de
juego no es intencionado, ocurre durante el fervor del juego y se considera un error,
no un pecado. Por un fuera de juego te pueden dar tarjeta amarilla, pero significa que
puedes seguir jugando. Un jugador sin embargo, ha de ser más prudente. En casos de
evidente malicia y de peligro el jugador recibe inmediatamente tarjeta naranja. Es la
graduación del castigo. Nadie en su sano juicio se opone a las reglas morales cuando
entiende que estas no van en contra del hombre, sino que su fin es protegerle bien al
máximo: el alto nivel del juego, la seguridad y la belleza del partido.
Un buen árbitro silba con fuerza si se cometen algunas faltas. De todas formas,
sabe encontrar el término medio. Demasiada severidad causa miedo en los jugadores:
les da miedo luchar, regatear, meter goles. Por eso, en un campo puede reinar cierto
rigor de acuerdo con el cual todas las infracciones durante la lucha serán castigadas
directamente con tarjeta amarilla (sanción por el pecado grave). Las reglas han de
estar sometidas al objetivo del juego y no constituir una manera para asustar al
jugador. Sin embargo, si en la Iglesia se juzgaran desde arriba todos los pecados
sexuales, incluso los conyugales, independientemente de las circunstancias, como si
fueran pecados mortales, se llegaría a un abuso parecido a la sanción de un jugador
siempre con tarjeta roja, o bien a ordenar precipitadamente un penalti que, en muchas
ocasiones, determina el resultado del juego. Si cada una de las infracciones acabara
con expulsión del campo, en la segunda mitad del partido no habría jugadores sobre
el césped. Es importante que los jugadores se sientan bien en el campo, que posean la
voluntad de luchar, que no tengan miedo de jugar, que no se vean frenados en su
expresión creativa. En ocasiones los cónyuges son tratados con tanta severidad por
los confesores que, por miedo a cometer un pecado grave, prescinden de un juego

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más avanzado, o incluso lo abandonan. Para qué sirve el hecho de que en su partido
matrimonial ya no habrá más fuera de juego si han dejado de disfrutar con el juego
amoroso, y los partidos han dejado de ser un espectáculo atractivo y apasionado. El
error del juez ha llevado al equipo de primera a la tercera división.
Recurrir al dopaje es castigado severamente, pero los jugadores de todas formas
arriesgan su salud para un éxito momentáneo. Tras acabar la carrera pagan un alto
precio por ello. La traición, el aborto, a veces expulsan al ser humano del campo por
muchos meses o años. La relación sexual ya no es fluida. La contusión es tan
dolorosa que no hay ganas de jugar dentro del mismo equipo. Los cónyuges han de
saber que existen faltas que no nacen solamente a raíz de la debilidad o
desconocimiento humanos, sino por culpa del hecho de no contar permanentemente
con la voluntad del entrenador, del juez o de los compañeros del juego. El marido ha
de saber que, cuando juega fuerte con una actitud de conseguir el máximo beneficio
para sí mismo, sin tener en cuenta los sentimientos de la mujer, puede cometer un
pecado grave: herirá a su mujer hasta tal punto que ya nunca más relacionará el acto
sexual con el amor, la alegría, el placer. Asimismo, la mujer que constantemente
renuncia entrar al campo (de forma regular y por motivos incomprensibles o
insignificantes se niega a las relaciones sexuales) tiene que recordar que los
beneficios a corto plazo, en un futuro, pueden traer como consecuencias la pérdida de
un buen contacto con el marido, llevar a la ruptura del matrimonio, a la traición,
enfriamiento de relaciones mutuas. El jugador es responsable de sus actos y asume
sus consecuencias. Si exagera, su carrera será tachada.

4. Convertirse en maestro
La maestría se alcanza con la edad. La madurez espiritual y moral se alcanza de
forma gradual, con el tiempo. Nadie ha llegado inmediatamente a ser un santo, ni, en
la esfera sexual, a puro. Un maestro no solo conoce el reglamento, no solo posee el
dominio del partido, sino que su técnica es espléndida. Un maestro sabe colocarse
para recoger la pelota inesperadamente, para encontrarse con ella cerca de la portería,
aprovechar la ocasión y meter un gol. Un maestro es como un santo. Ama el juego y
esto constituye la mitad de su éxito. El balón es su vida, su alegría. En cada acción se
observa la ligereza de llevar el balón, la sutileza, la eficacia. Ese es también el ideal
de la moralidad católica. La vida de los cónyuges —santa, llena de Dios y de amor—
es como el juego de un maestro: es una virtud trabajada, un don, un talento que nace
dentro del ser humano bajo la influencia del Espíritu Santo. El maestro que se deja
llevar por su fantasía e ideas de meter un gol no se siente aplastado ni por las reglas,
ni por la táctica trabajada de antemano. Durante el partido no pregunta al entrenador
si ha de meter goles, o si puede pasar el balón a otro jugador. Es libre en el mejor

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sentido de la palabra. Siente el juego que quiere y aprovecha las posibilidades que le
ofrece el juego. Cumple la voluntad de Dios.

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CAPÍTULO 7
¿CÓMO ORDENAR LA SEXUALIDAD
MANCILLADA?

En cada ámbito de su vida, los humanos nos desarrollamos y maduramos


progresivamente. Aprendemos a caminar, a leer, a escribir despacio. Esta verdad es
tan obvia que no requiere una explicación adicional. Sin embargo, se nos olvida que
se refiere también a nuestra vida espiritual y moral. El ser humano no se hace santo
inmediatamente, ni tampoco puro en la esfera sexual. Los cónyuges no maduran
inmediatamente, sino de forma gradual, a que el acto sexual se convierta en un signo
de amor de Dios hacia el hombre, en una comunión, en la unión de corazones y
cuerpos.
Muchos matrimonios que mantienen relaciones sexuales de acuerdo con el ciclo
natural de la mujer tienen la experiencia de que este estilo de vida favorece el
fortalecimiento de su unión mutua. Para ellos, la perspectiva de cualquier forma de
anticoncepción es tan lejana que, ni siquiera la toman en consideración,

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independientemente de la duración de los intermedios entre las relaciones sexuales.
En el polo opuesto se hallan los matrimonios que no aceptan ningún tipo de
limitaciones, incluso las que provienen de sus propios cuerpos. Utilizan con
regularidad los métodos anticonceptivos modernos. Estas parejas no se preocupan por
las enseñanzas de la Iglesia, ni siquiera intentan entender su postura. Sin embargo, las
elecciones del hombre se escapan a los esquemas sencillos, de blanco y negro. Existe,
entre estas dos opciones, un medio gris, lleno de matrimonios que quieren ser fieles a
las enseñanzas de la Iglesia, pero no son capaces de cumplir con sus exigencias. En
particular cuando en su vida se tropiezan con situaciones difíciles y extraordinarias,
que interfieren en la regularidad de las relaciones, cuando los métodos naturales de
planificación familiar se ven dificultados o bien parecen imposibles. Un largo periodo
sin mantener relaciones sexuales se les presenta como un tiempo de un gran
sufrimiento. No siempre saben hacer frente a esta prueba.

1. Situaciones difíciles
En la vida de un matrimonio, independientemente de su filosofía del mundo, se dan
situaciones, como por ejemplo la convalecencia tras una operación o durante el
embarazo de riesgo, en las que se requiere un periodo de abstinencia más largo de las
relaciones sexuales. Los cónyuges son conscientes de que el amor les exige el
sacrificio de su propio bien por el bien del cónyuge o por el del hijo no nacido.
Las perturbaciones en la vida sexual surgen en parejas que atraviesan una crisis a
raíz del desempleo. Cuando una persona no aguanta la presión de los factores
externos y de las circunstancias, las normas morales le resultan indiferentes.
Cada vez son más frecuentes las situaciones en las que los cónyuges no se ven
durante un tiempo prolongado a causa del trabajo del marido en un lugar lejano. En el
momento del encuentro no saben abstenerse de la relación y recurren a un método
anticonceptivo.
En ocasiones la enfermedad del cónyuge, por ejemplo, la hepatitis tipo C, cuyo
riesgo de contagio por vías íntimas es muy pequeño, origina un temor tan grande que
los cónyuges, antes de familiarizarse con la enfermedad, deciden, por razones de
seguridad y por si acaso, utilizar el preservativo.
Algunas situaciones son aún más difíciles de resolver. En algunos matrimonios el
miedo al siguiente embarazo es tan grande que abandonan las relaciones casi por
completo: «Ahora, tras el nacimiento de nuestro quinto hijo, el temor ante un
embarazo es tan grande en nosotros que, incluso en el periodo infecundo, tenemos
miedo a las relaciones. Solamente la conciencia de que no deberíamos tener más hijos
nos mantiene atados, aunque el deseo de tener relaciones domina por completo

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nuestros pensamientos». Bajo la influencia del miedo, los esposos deciden recurrir a
protección adicional incluso cuando se encuentran en el periodo no fecundo.
La búsqueda de este tipo de soluciones, puede surgir, por ejemplo, durante la
lactancia. La mujer lactante no es capaz de leer el gráfico a causa de los síntomas de
la mucosidad poco evidentes y poco legibles, o bien se siente desorientada por su
aparición y desaparición momentáneas. Empieza a temer que, nuevamente, no se
percatará de su presencia. Un matrimonio católico que no ha conseguido dominar
bien la capacidad de interpretar correctamente los síntomas y, por culpa de ello, no es
capaz de aprovechar las posibilidades de tener relaciones en este periodo, solo
encuentra una solución: prescindir totalmente de mantener relaciones sexuales
durante muchos meses, un año, etc. Una mujer que, de forma intensa, cuida de su hijo
es capaz de abstenerse de las relaciones durante tanto tiempo, pero para su marido
este periodo a menudo resulta muy difícil y es él quien inicia las relaciones.
Con frecuencia ocurre que las mujeres que emplean los métodos naturales han
cometido algún error, por ejemplo, han leído erróneamente el gráfico, no han tenido
en cuenta importantes datos y, a raíz de este descuido o falta de conocimientos, han
llegado a concebir un hijo. En algunas mujeres estos «accidentes» serán una lección
para el futuro, para examinar bien el funcionamiento de su organismo, en cambio
para otras, en particular las que ya han tenido hijos, o bien se han quedado
embarazadas durante el periodo de lactancia del anterior hijo, pueden desanimarse
con los métodos naturales y no querrán volverlos a usar. A raíz de estas situaciones,
los cónyuges, en un momento determinado de su vida, no son capaces de superar
inmediatamente las barreras psíquicas. Hace falta un tiempo, a menudo también
ayuda, para que puedan percibir la situación de otra forma. Antes de que lleguen a
sobrevalorar su vida, interpretar los acontecimientos de una forma nueva, persiguen
en rebelión, en la tristeza, en la depresión.
En el seno de la comunidad eclesiástica, la resolución de problemas difíciles
debería llevarse con gran seriedad, de acuerdo con el peso de la sexualidad humana,
pero siempre desde la libertad y la responsabilidad de los cónyuges ante Dios y ante
sí mismos. No se puede silenciar este tipo de problemas, ya que son muy complejos
desde el punto de vista moral. Pueden indicarse diferentes direcciones para
solucionarlos que ofrecerán a los cónyuges la sensación de comprensión de la Iglesia
y de misericordia por parte de Dios, la esperanza de resolver las dificultades y la
oportunidad de ordenar moralmente la esfera sexual. Si, pasado un tiempo, los
cónyuges salen de la crisis, verán que la vida de acuerdo con las enseñanzas de la
Iglesia no está en oposición con el verdadero bien del matrimonio.

2. Dilemas morales

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Los cónyuges se las arreglan en diferentes situaciones cuando el miedo a concebir un
hijo no les permite mantener relaciones sexuales. Los matrimonios más maduros
procuran demostrarse el amor de muchas otras maneras, fortaleciendo su unión
matrimonial. Otros, en cambio, llevan el contacto mutuo hasta límites de rigidez y, a
la vez, despojan la relación matrimonial del calor y de la intimidad, o bien emplean
métodos de satisfacción sexual alternativos al acto sexual, o también recurren a los
métodos anticonceptivos.
También hay matrimonios que tienen la sensación de encontrarse en una situación
sin salida. Tienen una clara conciencia de encontrarse ante un pecado que se repite
permanentemente, pero a la vez la anticoncepción les parece la única solución de sus
problemas. Estos matrimonios a veces se alejan por completo de llevar una vida
sacramental, enfriando su relación con Dios y con la Iglesia. Otras parejas,
convencidas de la imposibilidad de respetar las enseñanzas de la Iglesia, deciden
rechazarlas por completo y comienzan a emplear la anticoncepción con regularidad.
Incluso aunque muchos de estos matrimonios no digan claramente qué supone para
ellos la decisión del pecado o incluso del total abandono de guiar su conciencia por la
moralidad católica, de todas formas, dentro de ellos nace un convencimiento de que
no son dignos de estar en la Iglesia, o la enseñanza de la Iglesia, en muchas
situaciones, es imposible de seguir, o simplemente es errónea. Cuantas mayores
dificultades atraviesan los cónyuges, cuanta más desesperación se introduce en su
vida dada la situación, mucho más dramática es la discrepancia entre sus problemas
personales y la unívoca doctrina de la Iglesia. El conflicto moral influye en la unión
matrimonial, la conciencia de ambos cónyuges, su actitud hacia Dios y las
enseñanzas de la Iglesia. En el momento de crecimiento, la ética sexual católica les
parece como una teoría irreal, un ideal ético imposible de realizar, una exigencia
inhumana que les obliga a elegir alternativas no deseadas: o dar a luz hijos hasta las
fronteras biológicas del organismo, o bien una abstinencia sexual duradera a causa
del miedo de la concepción.
Los cónyuges, al ver que no son capaces de arreglárselas en la esfera sexual,
deberían pensar qué hacer en semejante situación para resolver sus problemas. La
incapacidad de gestionar el miedo que, en consecuencia, desestabiliza su vida sexual
y les obliga a utilizar la anticoncepción, lleva a buscar ayuda. Si los esposos desean
vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, finalmente encontrarán una solución que les
permita normalizar la vida sexual y resuelva el doloroso conflicto. Si durante un largo
tiempo es necesario abstenerse de las relaciones, Dios les dará la fuerza para llevar la
cruz y les consolará de verdad: premiará, por ejemplo, la falta de relaciones con una
gran unión espiritual y psíquica, haciendo que el difícil periodo de separación les
acerque mucho. Dios no permite poner a prueba a nadie por encima de sus
posibilidades. No solo otorga sentido a la falta de relaciones sexuales, sino que, sobre
todo, está muy interesado en devolver la felicidad de la convivencia matrimonial.

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3. El Espíritu Santo es paciente
Aunque todos estén llamados a la santidad, los esposos no siempre llegan a ser
santos, y «esta excelsa vocación se realiza en la medida en que la persona humana se
encuentra en condiciones de responder al mandamiento divino con ánimo sereno,
confiando en la gracia divina y en la propia voluntad»[103]. Por tanto existe un
proceso de maduración de la vocación matrimonial que se prolonga en el tiempo y
que no puede ser acelerado artificialmente. Los esposos que de forma consciente
participan en el proceso de crecimiento espiritual, aprenden, desde el esfuerzo y entre
caídas, a integrar instintivamente las conmociones del cuerpo con la emotividad
superior y con la espiritualidad. El Espíritu Santo forma con paciencia el nuevo estilo
de vida y despacio les capacita a una vida más cercana al Evangelio. Las ganas de
romper decididamente con el pecado y la voluntad de dominar la fuerza de los
instintos no significa que los pecados sexuales desaparezcan inmediatamente. Los
esposos pueden sucumbir a ellos durante muchos más años. A menudo, en los
momentos de crisis, depresiones, dudas, las tensiones sexuales difíciles de controlar
suelen intensificarse aún más.
La exhortación apostólica sobre la misión de la familia cristiana, Familiaris
consortio, destaca que «el hombre, llamado a vivir responsablemente el designio
sabio y amoroso de Dios, es un ser histórico, que se construye día a día con sus
opciones numerosas y libres; por esto él conoce, ama y realiza el bien moral según
diversas etapas de crecimiento. También los esposos, en el ámbito de su vida moral,
están llamados a un continuo camino, sostenidos por el deseo sincero y activo de
conocer cada vez mejor los valores que la ley divina tutela y promueve, y por la
voluntad recta y generosa de encarnarlos en sus opciones concretas»[104].
Es importante destacar en las citadas palabras del Papa que el hombre es un ser
histórico. Como tal no alcanza la madurez espiritual y moral de un día para otro. Esto
ocurre de forma gradual en el tiempo, en la historia. La conciencia moral de un
neófito será diferente que la de un cristiano maduro con una vida espiritual avanzada.
Junto con un desarrollo espiritual, un cristiano conoce mejor el bien, lo ama más y lo
pone en práctica con más gana. Lo que antes le parecía insulso, demasiado difícil,
desagradable o imposible, ahora resulta sabio, sencillo y emprendido con gana.
Igualmente, si se encuentra en un nivel más bajo, no posee los mismos conocimientos
del bien, ama menos a Dios y no le importa tanto poner en práctica Sus
mandamientos.
El hecho de saber que el hombre «conoce, ama y hace el bien moral conforme a
sus etapas de desarrollo»[105], nos protege de esperar de todos la misma conciencia
del bien y la capacidad de ponerlo en práctica. La diversificación de las etapas del
desarrollo de determinadas personas influye en la valoración moral de sus actos.
Puede decirse que cuanta menos madurez moral posee una persona, cuanto más

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difícil es su situación, cuanto mayor el miedo que le asalta, menor es la consciencia o
la voluntariedad de un acto y menor la responsabilidad del pecador. Cuanto mayor
sacrificio requiere permanecer en el bien, tanto mayor significado de santidad cobra
esta postura, pero, al mismo tiempo, la imposibilidad de emprender semejante desafío
goza de una mayor misericordia divina y comprensión de la Iglesia.

4. La Iglesia ayuda, no molesta


El deber del sacerdote y de los matrimonios católicos comprometidos con el
sacerdocio de familias es acompañar y ayudar a los cónyuges en el camino de
realización de su vocación. Este servicio se refiere también a la ayuda de resolver los
problemas de la vida sexual. En ocasiones es necesaria la colaboración del sacerdote
con el psicólogo para poder prestar la ayuda, o bien solicitar ayuda médica, o
consulta con los instructores de la planificación familiar natural. Cada vez con mayor
frecuencia esta ayuda puede ser prestada eficazmente solo cuando los esposos se
encuentren en el ambiente de viva fe, en las comunidades que han profundizado más
en la vida religiosa y estén sometidos, por un largo periodo de tiempo, a una
formación para la vida con la fe católica. Esto requiere una nueva estrategia de
sacerdocio por parte de la Iglesia y, al mismo tiempo, una profunda reforma de
muchas instituciones eclesiásticas, desgraciadamente hoy en día ya ineficaces a la
hora de llevar a la gente al encuentro con un Dios vivo y a la hora de resolver sus
problemas vitales. Merece la pena pararse a pensar en la necesidad de tratar los
problemas de las personas, de esta forma global, la más eficaz, ya que «es propio de
la pedagogía de la Iglesia que los esposos reconozcan ante todo claramente la
doctrina de la Humanae vitae como normativa para el ejercicio de su sexualidad y se
comprometan sinceramente a poner las condiciones necesarias para observar tal
norma»[106].
Este fragmento, que enseña la dirección de los esfuerzos pedagógicos de la
Iglesia, es clave para nuestras consideraciones. En él se enumeran dos momentos
importantes para convertir a los esposos. Primero de ellos es la clara consideración
del valor de la vida de acuerdo con el natural ciclo de fertilidad de la mujer y, por
tanto, el reconocimiento del mal moral de la anticoncepción. Llevar a los esposos a
esta elección está relacionado con que ambos reconozcan a la Iglesia como su
autoridad moral. Una clara consecuencia del cambio que demuestra una actitud
positiva hacia esta norma moral es la iniciación de aprendizaje sobre cómo reconocer
los síntomas de la fertilidad, esperar el periodo infecundo para tener las relaciones
sexuales, ampliar los conocimientos sobre los métodos naturales de planificación
familiar, etcétera. En el momento de adoptar esta postura, comienza la segunda etapa
de conversión, en la cual ya no existen tensiones entre las opiniones de los esposos y

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las enseñanzas de la Iglesia, sino que aparece una tensión distinta: entre la
incapacidad de mantener la disciplina exigida por los métodos naturales y la voluntad
de permanecer fiel a las enseñanzas de Cristo. Estas tensiones pueden surgir al
principio de este camino o bien, más adelante a medida que las dificultades van
creciendo, a causa de la crisis de la unión matrimonial, o bien por la aparición de un
nuevo hijo. Los esposos que atraviesan por ellas, a menudo tienen cargo de
conciencia por culpa de su incapacidad para vivir de acuerdo con las enseñanzas de la
Iglesia. Hablan con sinceridad de sus problemas, para los que realmente quieren
encontrar solución. La cruz que ha aparecido en sus vidas les causa tristeza, dolor,
llanto. Desean vivir con Dios y, al mismo tiempo, disfrutar de su cercanía. No deben
ser identificados con estos cónyuges que se consideran católicos, pero que nunca han
querido, ni han tenido intención de vivir de acuerdo con las indicaciones de la Iglesia
y cuya conciencia, a causa de estas contradicciones, no rechaza ningún mal. Los
esposos católicos que no saben gestionar su vida en la pureza, cuestionan a veces el
camino bien elegido, o incluso se rebelan contra Dios. Sin embargo, este tipo de
tensiones existenciales tiene un origen completamente distinto e incluso son
necesarias en el camino de conversión. Hacen que el hombre se vuelva más humilde,
consciente de su debilidad, aceptando su vida, abierto al Misterio.
El texto de Familiaris consortio arriba citado puede ayudar a resolver los dilemas
morales en situaciones particularmente difíciles, cuando es imposible encontrar
rápido una solución genial, cuando hace falta tiempo para que la persona reorganice
su vida y empiece a controlar las dificultades que le ahogan. El texto no habla de que,
en el momento en el que aceptemos y recibamos las reglas morales referentes a la
vida sexual, sea necesario ponerlas en práctica inmediatamente, sino que es preciso
«intentar crear con sinceridad las condiciones necesarias para preservar estas reglas».
La condición de un ser histórico, que realiza su vida en un momento concreto, hace
que el ser humano no siempre sea capaz de poner en práctica de forma inmediata
todas las normas morales. En caso de ponerlas en práctica y mantenerlas durante un
cierto tiempo, pueden aparecer situaciones en que el orden moral sea destruido, y su
restablecimiento requiera resolver con paciencia problemas desconocidos hasta el
momento. La propia moralización, las ganas de cambiar los comportamientos
sexuales, fijarse condiciones severas, a menudo choca contra la imposibilidad de
realizarlas. Un muy buen conocimiento de las reglas de la Iglesia y una sincera
voluntad de respetar los mandamientos divinos no resuelven de forma automática los
problemas sexuales existentes, no se traduce, de forma sencilla, en el fortalecimiento
de la voluntad humana y la capacidad de controlar la sexualidad.

5. Ley de gradualidad

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La opinión de que los esposos sin una fe viva en el amor de Dios no son capaces de
tomar ciertas decisiones que ordenen su vida sexual conforme las indicaciones de la
Iglesia no es una banalidad. El amor de Dios dentro del corazón cristiano es un
portador que le capacita para los cambios de postura y de comportamiento. Si uno no
experimenta la presencia de Dios en su vida, no está convencido de que la
Providencia Divina vela por él y le cuida, no puede otorgar valor y dar sentido a
muchos de los acontecimientos de su vida. Por eso, la auténtica pedagogía eclesial
hacia los cónyuges, incluso los que no saben resolver sus problemas sexuales de
forma rápida e inequívoca, «revela su realismo y su sabiduría solamente
desarrollando un compromiso tenaz y valiente en crear y sostener todas aquellas
condiciones humanas —psicológicas, morales y espirituales— que son indispensables
para comprender y vivir el valor y la norma moral. No hay duda de que entre estas
condiciones se deben incluir la constancia y la paciencia, la humildad y la fortaleza
de ánimo, la confianza filial en Dios y en su gracia, el recurso frecuente a la oración y
a los sacramentos de la Eucaristía y de la reconciliación […]. Pero entre las
condiciones necesarias está también el conocimiento de la corporeidad y de sus
ritmos de fertilidad»[107]. Si, por ejemplo, esta última condición no se cumple, o sea,
que los esposos no conocen bien los métodos naturales, por la fuerza de las cosas,
seguirán negando la norma moral, utilizarán la anticoncepción y no confiarán en las
enseñanzas de la Iglesia. Las condiciones enumeradas indican lo que es necesario
para superar los miedos y para la aparición de una paz interior durante las relaciones
sexuales. Muestran que la moralidad depende del desarrollo de la espiritualidad del
hombre.
En muchos casos la confianza en los métodos naturales aparecerá solo cuando los
esposos hayan resuelto los problemas personales más importantes, cuando hayan
lidiado con su pasado doloroso. Algunos cónyuges, antes de ordenar su vida sexual
de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, primero tienen que lidiar con la
desintegración de la unión mutua. En su relación pueden existir fuertes tensiones
negativas que influyen en la vida íntima: una parte puede atravesar problemas
espirituales (por ejemplo, la falta del perdón) o psíquicos, que destruyen la relación.
Las alteraciones de carácter espiritual o psíquico pueden, en caso de algunas mujeres,
llevar a la imposibilidad de interpretación de las observaciones del organismo
llevadas a cabo. Los matrimonios que atraviesan una situación conflictiva a menudo
llegan a la firme conclusión de que en su relación no se pueden aplicar los métodos
naturales de planificación familiar, ya que presienten que estos pueden ser empleados
tan solo cuando uno desea y sabe construir una relación de compañerismo. En el caso
de las mujeres existe también la relación entre la capacidad de observar el propio
organismo y aceptar su feminidad y llevar una vida sana.
No siempre es posible ordenar rápidamente la esfera sexual. Este problema se ve
con mucha claridad en aquellos matrimonios que están separados a causa del trabajo
y que pasan juntos solo unos días. ¿Cómo solucionar el problema de la masturbación

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durante la separación o bien del preservativo durante la breve estancia en casa justo si
coincide con el periodo fecundo de la mujer?
La ley de la gradualidad que habla sobre la creación de las condiciones para una
vida moral puede ser empleada aquí. Si se quiere resolver algunos de los problemas,
no siempre es posible hacerlo inmediatamente. En la mayoría de los casos es
necesario trabajar una solución, crear las condiciones para una vida moral mejor. En
este caso concreto es preciso restablecer la normalidad en la vida del matrimonio. El
matrimonio está destinado a vivir juntos y cuando esto ocurre se da la posibilidad real
de regularizar la vida sexual. Ocurre lo mismo en otras áreas de la vida. Si el padre
vive en el extranjero, no podrá educar a los hijos adolescentes. Las soluciones a
medias, como por ejemplo conversaciones educativas mediante un programa de chat,
no serán suficientes. Es necesario que vuelva a casa cuanto antes y, junto con su
mujer, se ocupe de los niños. El uso del preservativo es también una solución
aparentemente buena que, de forma artificial, devuelva la unidad al matrimonio;
mientras que, para un seguro desarrollo del matrimonio, es necesario que el marido
viva con la mujer. Los intentos de «poner parches» en realidad no son solución al
problema que ha surgido. Tan solo son una señal de que el matrimonio va en una
dirección errónea.

6. La temporalidad no es una norma


Si nos ocupamos de unos matrimonios realmente católicos que atraviesan dificultades
en la esfera sexual, por tanto matrimonios que desean preservar de forma sincera las
enseñanzas de la Iglesia, merece la pena concienciarles (sin miedo a que enseguida
encuentren una puerta que permita el uso de los anticonceptivos) de que, pese a los
fracasos morales, siguen en el camino de Dios. Si dentro de las personas existe la
voluntad de vivir de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia, no se puede negar su fe
solo porque tengan dificultades en la materia sexual, que aún no sean santos y no
lleven una vida extremadamente pura. Por supuesto que existe el temor de que
enseñar la dinámica del desarrollo espiritual, de los condicionantes psicológicos y
matices de valoración moral relacionados con ellos favorezca el abuso, en vez de
recordar de forma inequívoca la prohibición del uso de los anticonceptivos.
Cualquiera, pues, puede decir que en un momento dado no está lo suficientemente
maduro como para preservar los mandamientos, no sabe dominar su sexualidad y,
hasta el momento de alcanzar una mayor madurez, elige una vida acorde a la etapa en
la que se encuentra. También se puede considerar que, una determinada situación, a
raíz de sus dificultades, necesita alejarse de los requerimientos de la Iglesia que, de
forma temporal, dejan de referirse a la persona hasta que surjan mejores condiciones
de vida. Por eso, en la exhortación se subraya que «la llamada “ley de gradualidad” o

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camino gradual no puede identificarse con la “gradualidad de la ley”, como si hubiera
varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos hombres y
situaciones»[108]. Si el hombre empieza, por sí solo, a establecer sus propias normas
morales en función de la valoración de su madurez o el grado de dificultades que
atraviesa, hasta el final de su vida no encontrará en la tierra condiciones idóneas que
le posibiliten mantener la moralidad evangélica. Conforme a la experiencia, en la
esfera sexual (muy plástica, por tanto, propensa a ser modelada), la falta de esfuerzo
para superar el pecado, antes reforzará las malas costumbres (o bien llevará a la
dependencia), que ayudará en el proceso de una mejora gradual. Si uno empieza a
utilizar «temporalmente» los anticonceptivos, más tarde le será difícil abandonar el
camino elegido. El estado de temporalidad puede prolongarse sin parar. Y siempre
uno encontrará una razón importante para justificarlo.
El error de un sacerdote puede radicar en que, en su ingenuidad, contará con que
la conciencia del hombre, sin recibir las enseñanzas de Cristo, madurará por sí sola
hasta rechazar las teorías equívocas. Guiado por el impulso de la piedad puede
colocar a los cónyuges fuera de la ley moral reinante, otorgándoles una especie de
«licencia» para el uso de la anticoncepción en los momentos difíciles. Por eso los
sacerdotes deberían distinguir bien entre liberar al hombre de la obligación de reparar
su vida y el hecho, creativo y activo, de acompañarle en su camino de crecimiento
hasta que, pasado un tiempo, sea capaz de elegir y poner en práctica el bien. La
sacerdotal «ley de gradualidad» se refleja no solamente en la postura de paciencia y
tolerancia hacia una persona en proceso de maduración moral, sino también en la
exigencia de la mejora, que en ocasiones «implica una decisiva ruptura con el pecado
y un camino progresivo hacia la total unión con la voluntad de Dios y con sus
amables exigencias»[109]. En situaciones, cuando es preciso calmar la conciencia
cargada a causa de un gran sentimiento de culpa, esto no puede ocurrir gracias al
permiso al uso de la anticoncepción, sino mediante juicios prudentes y sensatos sobre
la responsabilidad del hombre[110].
En la Iglesia, el listón está a la misma altura para todos. Unas parejas conseguirán
saltarlo sin dificultad, o incluso querrán elevarlo. Otras dan unos buenos saltos, pero
pese a ello con frecuencia hacen caer el listón durante el periodo de abstinencia.
Existen también parejas capaces de elevarse muy cerca del listón, pero no consiguen
alcanzarlo. Si entrenan con paciencia, conseguirán este difícil arte. Existen también
matrimonios que no poseen una adecuada forma física. Al observarlas, somos
conscientes de que el mero hecho de aproximarse al listón, ocupará varios años de
entrenamiento. En este momento, podemos alegrarnos de si consiguen apenas
elevarse del suelo por muy poco que sea.

7. La maduración

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Los autores de Familiaris consortio, y más tarde del Vademécum para los confesores,
pese a las posibles interpretaciones erróneas, no temen introducir en la Iglesia la idea
de un ser humano que, de forma gradual, va madurando para, finalmente, poner en
práctica los mandamientos de Dios; en una determinada etapa de desarrollo, el
hombre aún no sabe gestionar su propia sexualidad y, por este motivo, se rinde al
pecado. La verdad sobre la maduración humana, entendida desde el espíritu del
Evangelio, en realidad protege a los esposos católicos (quienes desean sinceramente
preservar las enseñanzas de la Iglesia) para que no las cuestionen; en particular
cuando a diario no manejan su sexualidad. Será siempre bien entendida cuando los
cónyuges, al reconocer su impotencia ante las relaciones sexuales acordes al ciclo
natural de la mujer, no abandonen los esfuerzos para superar esta situación y, por
tanto, intenten a la mayor brevedad volver a mantener la ley moral. «No pueden mirar
la ley como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro, sino que deben
considerarla como un mandato de Cristo Señor a superar con valentía las
dificultades[111]». Si los esposos católicos, actuando por miedo o a causa de las
dificultades de la vida, se rinden a la tentación recurriendo a los anticonceptivos, este
matrimonio siempre irrevocablemente tendrá por delante una elección más: volver a
la vida de acuerdo con el natural ciclo de fecundidad e infecundidad[112]..

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CAPÍTULO 8
LA PIRÁMIDE DE PECADOS MATRIMONIALES

Es preciso respetar y apreciar de forma muy particular la decisión de los esposos


de rechazar inequívocamente los métodos anticonceptivos y vivir de acuerdo con la
naturaleza humana. Si caminan con persistencia por el «estrecho camino de
salvación» y en este camino no consiguen dominar su propio cuerpo y, en
consecuencia, llegan a una excesiva excitación, deben contar con comprensión para
este tipo de dificultades.

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A la hora de comentar los problemas de naturaleza sexual relacionados con el
temor ante la propia fertilidad, no podemos meterlos todos en el mismo saco. La falta
de sutileza causa grandes tensiones en la vida sexual precisamente en caso de
personas que desean con sinceridad mantener las enseñanzas de la Iglesia, pero que
no siempre lo consiguen. Es preciso saber matizar la compleja realidad de la vida
matrimonial.
Cuando los himalayistas conquistan las cumbres más altas, sus caídas y fracasos
no suelen ser juzgados severamente. Entran dentro del largo y difícil camino hacia
arriba. Estas personas merecen respeto por su valentía y firmeza. En el mundo
contemporáneo los esposos católicos son como estos héroes: en las dificultades tratan
de mantener la abstinencia temporal. La aparición de problemas sexuales en este
periodo no tiene que alcanzar automáticamente el rango de pecado mortal. La ayuda a
los esposos para madurar hacia un amor cada vez más bello no consiste solamente en
formular juicios morales de valor de carácter severo, sino sobre todo en el esfuerzo
para entender a la persona dentro de la complejidad de la situación moral y
acompañarle benévolamente en el camino de maduración hasta la santidad. La falta
de delicadeza en el ámbito de la vida sexual, marca las enseñanzas de la Iglesia con
un rigorismo innecesario precisamente donde uno debería ser tolerante ante la
debilidad de quienes intentan, pese a una enorme presión del mundo, construir una
cultura católica y, pese a sus debilidades, siguen fielmente al lado de Dios. Los
sacerdotes tienen que ser conscientes de que la vida de acuerdo con el ciclo fértil de
la mujer deja de satisfacer cuando la elección moral de la abstinencia, en ocasiones
muy larga, está marcada con un creciente sentimiento de culpabilidad a causa de la
incapacidad de respetarla por completo. Los periodos de abstinencia sexual —que
someten a los esposos al pecado de la masturbación que se repite de forma constante,
a caricias demasiado avanzadas o bien al coitus interruptus— marcados por el
sentimiento de culpabilidad (en ocasiones muy fuerte) cuestionan el valor de la vida
acorde con el ciclo femenino. En nombre de las enseñanzas de la Iglesia, las cosas se
van de las manos. La elección emplear los métodos naturales de anticoncepción, no
puede crear el sentimiento de cometer pecados mortales y además ser una carga
moral. Este camino debería proporcionar tranquilidad a la conciencia y alegría de
vida, el sentimiento de dignidad a causa de estar respetando las leyes de naturaleza,
pese a las imperfecciones de subir hacia arriba. Si la Iglesia desea defender los
métodos naturales de planificación familiar, tiene que entender los problemas
conyugales que nacen «por dentro» de estos métodos, que aparecen cuando los
empleamos fielmente y, en ocasiones, incluso a raíz de permanecer heroicamente en
una abstinencia prolongada.

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1. Comportamientos anticonceptivos y métodos
anticonceptivos
Hoy en día, frente a la presión de la cultura no cristiana para optar masivamente por
los métodos anticonceptivos hormonales e incluso el aborto, es sumamente
importante que los matrimonios católicos que no consiguen gestionar su sexualidad
durante el periodo de abstinencia sexual se den cuenta de que los comportamientos
anticonceptivos se diferencian de los métodos anticonceptivos y estos se diferencian
del método del día después y del aborto. Pese a que el dominador común de todos
estos métodos es el objetivo de no dar a luz, el aborto, el dispositivo intrauterino, la
anticoncepción hormonal, el preservativo, el coitus interruptus o las caricias que
llevan al orgasmo sin celebrar el acto sexual tienen consecuencias muy diferentes en
la vida de los cónyuges: tanto en cuanto a la velocidad de la destrucción de la
relación matrimonial (el coitus interruptus puede, al cabo de unos años, llevar a la
mujer a padecer de molestias nerviosas en el bajo vientre y el aborto llevarle
directamente a la frialdad sexual), la irreversibilidad de las consecuencias
(preservativo o esterilización), como una menor o mayor facilidad a la hora de
reconstruir las pérdidas causadas (dramáticas crisis matrimoniales a raíz de la
infidelidad). Por eso, al considerarse un mal, requieren ser abordados de manera
diferente. Los comportamientos anticonceptivos (que consisten en pretender alcanzar
satisfacción sexual fuera del acto sexual pleno aprovechando las posibilidades que
ofrece el cuerpo) debilitan la relación matrimonial al introducir en ella cierta
superficialidad. Los métodos anticonceptivos (el preservativo, la píldora hormonal…)
falsean aún más esta relación al permitir bloquear o modificar las funciones del
organismo humano. Los primeros introducen en la cultura cristiana una mayor o
menor confusión, los segundos llevan a los esposos fuera de la cultura católica, hacia
un estilo de vida completamente diferente. Los primeros pertenecen a la práctica de
los métodos suaves de la planificación natural, o sea que entran dentro del marco de
vida basado en el respeto del ciclo fecundo e infecundo de la mujer; los segundos se
desvían por completo del camino que lleva a un amor maduro.

2. Excitación hasta… la frustración


Los cónyuges que se aman comparten el amor mediante muestras de cariño, abrazos,
caricias. Son métodos necesarios, normales y espontáneos de mostrarse el amor que,
en sí mismos, no conciben la intención de hacer el mal. La experiencia nos demuestra
que los cónyuges, durante el periodo de abstinencia, a menudo no saben limitarse a
las formas moderadas de expresión de amor. Las muestras de cariño y, por tanto, una

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intimidad cada vez mayor, implican el riesgo de atravesar con facilidad la fina
frontera tras la cual es imposible frenar la creciente excitación. En un momento dado
durante las caricias, surge el deseo y la decisión de atravesar la frontera establecida.
En ocasiones, la mujer que desearía que las caricias de su marido no fueran más lejos,
siente que al cabo de un instante no será capaz de interrumpirlas, a no ser que su
marido las frene. Otras veces el marido es animado por la mujer a una mayor
intimidad y el deseo de realización es tan fuerte que no sabe prescindir del
acercamiento. Finalmente, un abrazo inocente se convierte de forma espontánea en
caricias fuertemente excitantes que, a su vez, acaban en orgasmo sin un acto sexual
pleno.
Los comportamientos descritos son, a menudo, la consecuencia del deseo sincero
de demostrarse el amor que, espontáneamente, se ha convertido en una excitación
difícil de controlar. Por tanto, no siempre se emprenden con la idea de
anticoncepción, lo cual también influye en su valoración moral. A nivel general se
trata de un deseo natural y de la debilidad de parejas matrimoniales, fieles a una
cuestión fundamental: no emplear ningún método anticonceptivo. Estos
comportamientos no destruyen la fertilidad de la mujer, no causan un aborto del día
después. Son resultado de la debilidad del ser humano y de la gran fuerza del deseo
sexual.
Parece ser que los hombres, con mayor frecuencia, no experimentan ningún cargo
de conciencia y no ven nada malo en este tipo de caricias. En caso de las mujeres, las
reacciones son más complejas. Algunas mujeres realmente experimentan mucha
satisfacción en estas situaciones, para otras, en cambio, son difíciles de soportar
psíquicamente. A veces incluso a nivel físico. La manera de vivirlas depende, en gran
parte, de su sensibilidad personal, la educación, la delicadeza de su conciencia, la
unión con el marido, comprensión mutua, la frecuencia de las relaciones, el tiempo de
practicarlas…
La necesidad de las caricias y la reacción que causan, la manera de recibir los
impulsos sexuales, son cuestiones muy individuales. Es imposible precisar qué tipo
de caricias han de evitar los esposos y cuáles son las que pueden emplear. Es
imposible crear «un catálogo de caricias permitidas»[113]. En cambio, sí es posible
realizar un examen de conciencia y hablar sobre los sentimientos. Es importante que
sean los propios esposos quienes, mediante el diálogo, descubran su propia línea de
tensión entre las formas de acercamiento que apoyen su amor sin excitarles
demasiado y una manera de alejamiento que les ayude a no excitarse, pero sin matar
la ternura y la sensación de cercanía emocional y corporal. El amor conyugal puede
desarrollarse tranquilamente si los cónyuges son conscientes de que todos los
pensamientos eróticos relacionados con el esposo y que aparecen durante el cortejo y
las caricias no son pecado, sino una muestra de los vivos sentimientos que albergan.
Tampoco son pecado las muestras de cariño y las caricias que han nacido por
necesidad de demostrarse el amor. Si, en consecuencia, se llegara al orgasmo, lo cual

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nunca puede excluirse con certeza, esta actitud no debe ser considerada deliberada.
Esto quiere decir que, aunque es difícil medir el límite de responsabilidad de los
esposos, a la hora de formular un juicio moral al respecto es preciso aplicar
circunstancias atenuantes que disminuyan la responsabilidad.
En esta dimensión de la vida, los cónyuges necesitan una honestidad mutua, antes
que las leyes y reglas precisas. Sin ella, no se producirá el progreso en el camino de la
pureza matrimonial. Las caricias fuertemente excitantes son inevitables en un
matrimonio que no constituye una comunidad de personas perfectas. Solo atravesar
las fronteras de forma constante y sistemática, como una opción de vida, evitando
regularmente un acto sexual pleno, es considerado pecado. Las dificultades para
dominar los sentidos que surgen de vez en cuando, constituyen problemas habituales
de los matrimonios. Los atraviesan incluso las parejas más religiosas y con una
completa formación espiritual.
Esta interpretación ofrece a los esposos que emplean los métodos de planificación
natural una sensación de seguridad y hace que el amor conyugal, durante el periodo
fecundo, más difícil para la abstinencia, puede desarrollarse de forma creativa sin la
constante amenaza directa del pecado. El camino hacia la pureza comprende un largo
proceso de integrar la sexualidad y la espiritualidad, y superar gradualmente las
dificultades provenientes de la cercanía corporal y las caricias. Las dificultades y los
fracasos en el camino del desarrollo solo pueden ser aceptados con calma si la
cercanía íntima se vive con alegría, con la conciencia de que se están construyendo
lazos matrimoniales. Los esposos que se aman son capaces de juzgar correctamente si
su intimidad constituye para ellos un obsequio mutuo, o bien es una muestra de
egoísmo. Dependiendo de esta valoración sabrán si pueden comulgar: un acto
considerado fortalecimiento de personas débiles en su camino hasta la castidad.

3. Coitus interruptus
En comparación con las propias caricias, la práctica del coitus interruptus requiere
una decisión consciente, sobre todo por parte del marido y, por lo tanto, en él recae la
responsabilidad de emplearlo. El coitus interruptus no ofrece posibilidades de vivir la
misma sensación de unión que en caso de un acto sexual pleno. El tan importante
momento de construir la unión matrimonial se ve alterado, interrumpido en el
momento más importante, en vísperas de la realización y de la fusión mutua de los
cónyuges. El amor no puede sonar hasta el final y unir a los esposos. Si los cónyuges
lo practican en su relación se introduce cierta falsedad. Al iniciar el acto sexual se
dicen sin palabras que se aman tanto que les resulta imposible esperar por más tiempo
y no estar juntos, pero, a la hora de mantener la relación, ambos piensan en
interrumpir la unión que está siendo creada. El coitus interruptus supone un problema

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de falsa relación, de enviarse comunicados contradictorios: «quiero establecer
contigo una relación profunda, quiero estar contigo lo más cerca posible», pero al
mismo tiempo: «quiero interrumpir la unión que se está creando, no quiero
entregarme por completo». No siempre se es consciente de la contradicción de los
comunicados, pero se percibe como una falsedad. Influye del mismo modo en la
relación diaria del matrimonio cuando los cónyuges se aseguran del amor mutuo,
pero a la vez están siendo maliciosos el uno con el otro. El hecho de enviar
comunicados contradictorios destruye la confianza, cansa psíquicamente.
Los hombres muchas veces no ven la relación entre la inapetencia de su mujer
hacia las relaciones sexuales y la práctica del acto sexual. De forma subjetiva el
hombre siente que no hace nada malo a la mujer, que no la perjudica. A la vez tiene la
sensación de estar realizando su masculinidad, ya que semejante relación es un acto
suyo y él es responsable del momento adecuado de la retirada. A ambas partes, el
coitus interruptus les parece el método más sencillo para resolver la fertilidad sin una
intromisión directa en el funcionamiento del organismo de la mujer. Sin embargo,
para las mujeres constituye un problema mayor. Muy a menudo su práctica desanima
a las mujeres a mantener relaciones sexuales, ya que impide establecer una relación
interpersonal y profundizar en ella. Independientemente de esto, es el método menos
eficaz de evitar la concepción. Las mujeres conscientes de ello, tras mantener
semejante relación, se quedan con una sensación de inseguridad respecto a si se ha
producido o no la concepción. El estrés de esperar la llegada de la menstruación —
síntoma de no estar embarazada— despoja a muchas mujeres de la alegría de estos
momentos de acercamiento.
El coitus interruptus, como comportamiento que impide la creación de un lazo
siendo al mismo tiempo un método poco eficaz de protegerse ante un embarazo no
deseado, puede en algunos casos dar origen a la ansiedad neurótica[114], la
impotencia, frialdad sexual, falta de orgasmo, eyaculación precoz[115]. Existe una
relación inconsciente entre la práctica del coitus interruptus y la susceptibilidad,
recíproca actitud enemiga de los cónyuges.
Si las caricias iniciadas (buenas y necesarias para los cónyuges) avanzan cada vez
más en contra de la voluntad de uno de los esposos y acaban en coitus interruptus, es
importante que la mujer, en un momento oportuno, hable con su marido e intente
disuadirle de esta práctica, así como establecer las fronteras de la cercanía. No es
necesario que justo antes del coitus interruptus muestre su desacuerdo con esta
actitud, o bien que se retire de la relación sexual[116]. Su desacuerdo interior respecto
a este comportamiento no debería transformarse en pasividad, rigidez del
comportamiento sexual (no sería un comportamiento normal en caso de personas que
se quieren), privación del placer sexual. El acto moral de desacuerdo interior no tiene
nada que ver con la inapetencia del sexo en sí.
El sexo anal, entendido como la introducción del pene dentro del ano, no es un
acto sexual normal. Estos comportamientos no crean lazos matrimoniales y son

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perjudiciales para la salud (por ejemplo, pueden llevar a daños que propicien
infecciones). El recto no está adaptado para las relaciones sexuales. Los maridos no
tienen derecho a exigir a las mujeres mantener relaciones sexuales de esta forma.

4. Atravesar las fronteras


Los cónyuges pueden establecer una relación muy profunda durante el acto sexual, si
respetan su corporeidad, si buscan y utilizan el placer aprovechando las naturales
propiedades del cuerpo humano: «Lo que yo puedo ofrecer al cónyuge mediante mi
cuerpo y lo que él puede ofrecerme mediante su cuerpo».
Esta frontera es atravesada, con prejuicio para los lazos matrimoniales, cuando los
cónyuges empiezan a utilizar estímulos de distinta índole: anillos para prolongar la
erección, bolas vaginales, preparados químicos que estimulan la excitación, etc. Estas
ideas tienen como objetivo despertar y aumentar el placer de forma artificial, permitir
un disfrute, más allá de lo que ofrece la corporeidad de dos personas que se aman,
como si se tratara de «sacarlas» a la fuerza de sus cuerpos, etc.
El mismo problema, salir fuera de la propia corporeidad, surge cuando los
cónyuges utilizan métodos anticonceptivos, o sea, llevan a las relaciones sexuales
cuestionando el sentido del ciclo fértil e interviniendo en la fecundidad de la pareja
matrimonial, por tanto, de una manera diferente niegan la condición del cuerpo
humano.
El respeto hacia la fisiología humana significa también el reconocimiento de la
funcionalidad y la finalidad de diferentes partes del cuerpo humano. Toda la
superficie del cuerpo es un lugar adecuado para caricias, besos y excitación, pero el
propio acto sexual, justificado fisiológicamente, se realiza mediante eyaculación
dentro de la vagina después de que el miembro haya sido introducido dentro de los
órganos genitales de la mujer.
Esta definición del pleno acto matrimonial es necesaria hoy en día, ya que el
«mercado sexual» propone muchas maneras de llegar a la satisfacción sexual. Debido
a que los órganos genitales de la mujer son un lugar natural, conforme con la
fisiología, para depositar el semen, todo tipo de caricias que acaban con la
eyaculación en la boca (de forma consciente y no a raíz de un error de comunicación
a la hora de acariciarse) o dentro del recto de la mujer se consideran comportamientos
antinaturales y, por tanto, perjudiciales para la creación de lazos de matrimonio.
Una vez que los cónyuges pisan este camino, el de la falta de respeto de su
corporeidad, empezarán a rodar cuesta abajo. La permanente insatisfacción les llevará
a instrumentalizar y banalizar el acto matrimonial a costa de un enlace real y
profundo. La preocupación por el placer ya no será un obsequio de una persona a
otra, sino una técnica de excitación mutua con ayuda del cuerpo de la otra persona.

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Una verdadera unión humana se construye cuando obsequiamos a la otra persona con
placer, pero dentro de los límites establecidos por la naturaleza, por la corporeidad
del ser humano, conforme con su fisiología y anatomía. En este «marco natural del
cuerpo» la unión matrimonial madura hacia un amor cada vez más bello, el obsequio
mutuo. Al mismo tiempo, este marco crea una barrera natural ante la puesta en
marcha de los mecanismos que amenazan el amor y la dignidad humanos. La
reflexión sobre la fisiología del cuerpo humano es también un punto de partida para
comprender la problemática de la inseminación artificial o del método in vitro.

5. Unas palabras sobre los preservativos


La conformidad para el uso del preservativo ya constituye una transgresión de la
frontera del cuerpo humano. Realiza una particular iniciación en la mentalidad cuyo
origen está muy alejado del Evangelio. La decisión del uso del preservativo no nace
de un impulso, sino que es tomada con plena conciencia, con reflexión,
convirtiéndose en una opción de vida elegida y planeada. Por este motivo la
responsabilidad del hombre por su decisión es mayor. Los cónyuges deciden levantar
entre sí una barrera artificial, exterior. Esta barrera debilita los lazos de unión entre
ellos, crea cierta distancia, imposibilita un pleno encuentro de personas y una real
comunicación de sus cuerpos. El hecho de poner el preservativo con antelación, el
control del transcurso del acto sexual y la necesidad de acabar pronto la relación con
el fin de retirarlo de forma segura interfieren en la dinámica de la relación íntima que
se está creando. El preservativo molesta, impide permanecer juntos en la unión de
amor por más tiempo.
Si hablamos de crear una relación —«estar juntos hasta el final», «una plena
ofrenda», «experimentar la unión»— merece la pena fijarse en que «la ofrenda» se
refiere también al cuerpo con sus reacciones fisiológicas. Hoy sabemos que en el
esperma se encuentran las hormonas que estabilizan la psique de la mujer, tienen una
función antidepresiva, influyen en la percepción de la felicidad, aumento de energía y
optimismo de esposa. Además, el semen protege contra el cáncer de mama, influye
positivamente en el cutis de la mujer, prepara el organismo de la madre para tolerar la
individualidad celular del niño concebido[117]. El marido que ama a su mujer se le
entrega por completo de acuerdo con los procesos que se producen en su cuerpo
masculino. En cambio, la mujer recibe por completo al hombre cuando permite que
su cuerpo entre hasta el final en su cuerpo.
Cuando el marido desea utilizar el preservativo y la mujer no está de acuerdo, esta
tiene la obligación moral de mostrar su oposición para esta forma de relación. Es
importante que el marido escuche un claro y negativo comunicado de que la otra
parte no solo no desea emprender esta forma de relación, sino que se opone a ella. No

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se trata de manifestar la ira, de una radical negación de las relaciones, sino de hacer
uso del derecho de cada persona, también católica, de hablar de sus sentimientos y
opiniones incluso cuando no le gustan a la parte contraria o bien, de alguna manera,
la hieren. Un católico tiene derecho a oponerse firmemente a algo que le molesta en
su vida, a tener sus preferencias y exigencias sobre las relaciones sexuales. Es más
honesto hablar de las cuestiones difíciles que evitar un tema delicado y barrer la
basura bajo la alfombra. Si, tras una oposición tan clara, el cónyuge sigue insistiendo
en el uso del preservativo, nos encontramos ante una situación de no respetar la
voluntad de la otra parte, de ejercer presión y, puede que también, de obligación. Ya
sabemos que no se trata del amor que requiere respeto hacia las expectativas, la
voluntad y preferencias del otro. Cuando se expresa una oposición que no es
respetada, se crea una situación moral completamente nueva. La persona que
mantiene relaciones sexuales bajo presión u obligada, incluso con su consentimiento,
ya no es una persona libre, plenamente responsable de la situación creada.
Ambas situaciones (la práctica del coitus interruptus y el uso del preservativo)
pueden compararse con una situación conocida en cada casa. Durante el día los
habitantes abandonan sus cosas fuera de su sitio habitual lo cual lleva a aumentar el
desorden. La persona más ordenada cada vez lo pasa peor dentro del caos creciente,
por dentro se opone a él. Sin embargo, cualquiera, hasta cierto punto, sabe tolerar la
falta del orden. Si menciona su necesidad de limpiar la casa, no plantea esta cuestión
categóricamente. Tolerar no significa permitir, estar de acuerdo o aceptar. Este
término no tiene un significado positivo (otorgado por la cultura contemporánea que
hace de la tolerancia una virtud moral básica), sino reconoce un estado temporal que
en el futuro uno pretenderá cambiar tras encontrar maneras adecuadas de llegar al
cónyuge. No obstante, cuando el desorden supera ya ciertos límites, una persona
sensible no desea vivir más en semejante entorno y tiene derecho a requerir de forma
más decidida e inequívoca, que se limpie. Por eso, cada vez más, subraya con mayor
claridad su voluntad de vivir en una casa ordenada. Ya no tiene sentido tolerar un
desorden tan grande. Es preciso limpiar la casa a la mayor brevedad posible y
restablecer al menos un estado de relativa limpieza.

6. La píldora de la muerte
La píldora anticonceptiva nos introduce incluso más eficazmente (aunque de manera
más soterrada, al no estar visible por fuera) en la cultura no cristiana: claramente
infringe la integridad del cuerpo humano. La decisión de recurrir a ella crea la
necesidad de un uso regular, cambia la manera de entender el cuerpo humano,
constituye un permiso para la modificación de la naturaleza humana creada por Dios
y, por lo tanto, cuestiona la sabiduría y el amor del Creador. En caso de algunas

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mujeres es un verdadero peligro para la salud[118]. Una pastilla anticonceptiva eficaz
interfiere en todo el medio en el que nace la vida. Su funcionamiento, de acuerdo con
las intenciones de sus creadores, es tanto anticonceptivo como abortivo.
En el libro Contracepción, que goza de respeto en los ambientes médicos, los
autores L. Speroff y P. D. Darney describen el funcionamiento de la píldora
anticonceptiva: «Los compuestos impiden la ovulación, frenando la liberación de las
gonadotropinas en el mecanismo que actúa tanto sobre la hipófisis, como el
hipotálamo. El progestágeno impide la segregación de la hormona luteinizante (LH),
impidiendo, por tanto, la ovulación, en cambio el estrógeno frena la segregación de la
hormona foliculoestimulante (FSH) e impide el desarrollo del folículo ovárico […].
La presencia de progestágeno en los medios anticonceptivos compuestos, causan un
cambio en el endometrio y la desaparición de sus glándulas, por tanto, el anidamiento
de un óvulo en la mucosa del útero modificada de esta forma es imposible. La
mucosa del cuello se vuelve espesa e intransitable para los espermatozoides. Es
posible también que la influencia de los progestágenos en la secreción de las
glándulas de la peristáltica de los oviductos sea un mecanismo adicional para
prevenir la fecundación. Incluso si, pese al uso de preparados compuestos, en el
organismo de la mujer permanezca una mínima actividad de los folículos oválicos
(sobre todo los preparados con menor dosis de hormonas), los métodos anteriormente
descritos aseguran una eficacia anticonceptiva satisfactoria[119]».
La Iglesia determina de forma clara las fronteras que de ninguna manera pueden
ser atravesadas. No se puede aceptar una relación sexual moralmente desordenada
cuando la parte que pretende hacer infecundo el acto sexual utiliza medios que
pueden causar el aborto. «Se deberá evaluar cuidadosamente la cooperación al mal
cuando se recurre al uso de medios que pueden tener efectos abortivos[120]». Este
comentario se refiere a las píldoras anticonceptivas, el dispositivo intrauterino, la
píldora del día después, etc.
La información sobre la función abortiva de las píldoras hormonales no quiere
decir que siempre se produce un aborto, sino que esta posibilidad existe y está
prevista por los fabricantes de los anticonceptivos para que el producto ofrecido
posea la eficacia exigida. Una mayor posibilidad de causar el aborto (las contadas
investigaciones hablan de un 10 a 25 por ciento de los casos[121] no autoriza para
opinar que en caso concreto de una pareja con seguridad haya tenido lugar el aborto
y, en función de esta opinión, juzgar sobre haber practicado un aborto. Nadie es capaz
de definir si en caso de una pareja ha tenido lugar el aborto, ya que lo que ocurre
dentro del sistema reproductivo de una mujer es, en la práctica, muy difícil de
establecer. En gran parte depende de la dosis ingerida (cuanto menor, más segura es
para la salud, pero ofrece menores posibilidades de impedir la ovulación), de las
propiedades individuales del organismo (el peso, estado general de salud,
fertilidad…), tiempo de uso de los métodos anticonceptivos (cuanto mayor, más alta
es la posibilidad de causar el aborto).

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La verdad sobre las consecuencias seguirá siendo un misterio que solo Dios
conoce. Los matrimonios que desconocían este funcionamiento de las populares
píldoras anticonceptivas, no deberían culparse de que haya podido producirse un
aborto, pero al ser conscientes de este riesgo deberían rechazar inmediatamente estos
métodos para no arriesgar jamás un final tan triste para su amor.

7. La espiral de problemas
La implantación de un dispositivo intrauterino (DIU) descarta para el marido la
posibilidad de mantener relaciones sexuales durante el periodo fecundo, ya que puede
llevar a un aborto. Incluso si las hormonas liberadas no permiten la fecundación, está
implantado con el fin de impedir que el óvulo fertilizado se adhiera al útero.
Muy a menudo, en el fondo de la conciencia de la mujer que lo lleva puesto, está
el pensamiento de que el DIU destruye la vida de un ser humano ya concebido.
Frecuentemente no es un pensamiento lo suficientemente claro como para impulsar la
decisión de quitarlo. Sin embargo, este pensamiento ahonda en la psique causando
nerviosismo, intranquilidad, susceptibilidad, incluso la inapetencia para mantener
relaciones sexuales. Es imposible escapar de la conciencia, aunque esté ensordecida.
Negar la absolución a una mujer que lleve implantado el DIU, es una manera de
concienciarla sobre esta verdad difícil de aceptar. Se encuentra en una situación que
requiere soluciones inequívocas. Debería acudir cuanto antes al ginecólogo y retirar
el objeto mortífero. Son muchas las mujeres que padecen este problema y que
aplazan la decisión durante muchos meses porque el miedo ante la concepción es en
ellas mayor y más real que la conciencia de que dentro de su cuerpo se está
produciendo un aborto temprano.
Los matrimonios que optan por esta solución no conocen o, a menudo, no desean
conocer, los métodos de planificación naturales. De allí surge una situación moral
difícil. Objetivamente, y comparándolo con el uso de los métodos de aborto
temprano, el uso del preservativo es un mal físico menor. Eso no significa que
desaparezca el problema moral y que no haya que procurar evitar también el mal
moral vinculado al uso del preservativo. Por eso, en estas circunstancias, el
preservativo puede ser aceptado como una solución temporal, condicional y
excepcional.
Esta solución es posible en el caso de aquellos matrimonios que, conscientes del
mal de los métodos de aborto temprano, están dispuestos a rechazarlos, pero no
quieren, o no saben rechazar la anticoncepción. Esta complicada situación moral la
explicó el papa Pablo VI en la encíclica Humanae Vitae: «En verdad, si es lícito
alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar un mal mayor o de promover
un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para

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conseguir el bien[122]». El Papa distingue entre tolerar un mal menor (en ocasiones
puede hacerse si valoramos que la falta de la tolerancia causaría un mal mayor en las
personas, o bien porque sin ella, no se conseguirá un bien mayor) y hacer el mal
desde el convencimiento de que el mal dará buenos frutos. Por tanto puede tolerarse
el uso de un método estrictamente anticonceptivo si no existe la posibilidad de
solucionar una situación y su prohibición llevaría a los cónyuges a seguir usando los
métodos de aborto temprano. El hecho de tolerar una mala elección, la
anticoncepción —que, a la vez, es mejor que los métodos de aborto temprano—
ofrece una posibilidad de continuar dialogando con los esposos.
La consciencia de gradación del mal evita que cualquier síntoma de impureza
dentro de la vida matrimonial sea valorado uniformemente. Pese a percibir esta
importante distinción, es preciso recordar que «queda siempre firme el principio de
que la distinción esencial y decisiva está entre el pecado que destruye la caridad y el
pecado que no mata la vida sobrenatural; entre la vida y la muerte no existe una vía
intermedia»[123]. Esta observación es muy importante porque ser consciente de la
gradación de los pecados sexuales no siempre ayuda a mejorar las relaciones entre los
esposos, ya que da pie a la tentación de elegir pecados menos perjudiciales. Esta
manera de pensar se caracteriza por cierta perfidia que debilita el camino de los
cónyuges hacia una plena pureza y santidad. Caminando juntos hacia Dios, no han de
pensar sobre las posibilidades de elegir un mal menor, sino sobre elegir un bien aún
mayor. El amor no se pregunta cuál de los males es mejor hacer, sino qué hacer para
crecer en el bien. Uno no se puede rendir al modo de pensar minimalista. Hay que
darse cuenta de que cada pecado, incluso el más pequeño, es una elección del camino
en dirección contraria a la voluntad de Dios, de alguna forma nos aleja de Él. En
cambio cada elección del bien nos acerca a Dios y por tanto merece la pena
preocuparse por estas elecciones. Cada uno de nosotros debería preguntarse, al igual
que le preguntó el evangélico joven Jesús: «Maestro, ¿qué obras buenas debo hacer
para conseguir la Vida Eterna?».

8. Ser copartícipe de los pecados del cónyuge


Muchas personas desean ordenar sus relaciones sexuales de acuerdo con su
conciencia, pero su situación se complica por el hecho de que el cónyuge no quiere o
no desea adaptar su vida a las enseñanzas de la Iglesia. La causa puede radicar en una
ideología diferente, diferencias en la educación, la madurez espiritual, moral,
psicosexual, pero también en las situaciones difíciles que no puede superar.
Sería maravilloso que los cónyuges maduraran al mismo ritmo, a nivel espiritual
y moral, que tuvieran las mismas opiniones, la misma sensibilidad. Pero es tan solo
una exigencia idealista. El papa Juan Pablo II, desde el punto de vista realista,

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constata: «Conviene también tener presente que en la intimidad conyugal están
implicadas las voluntades de dos personas, llamadas sin embargo a una armonía de
mentalidad y de comportamiento. Esto exige no poca paciencia, simpatía y
tiempo[124]». Si la armonía de la mentalidad es imposible de alcanzar de forma
inmediata, tampoco lo es alcanzar una actitud acorde a la conciencia cristiana. El
periodo para sanear la vida matrimonial puede durar mucho tiempo en caso de que el
cónyuge no quiera rechazar sus ideas, no posea una cultura que le capacite para una
vida moral.
El papa Pío XI explica también esta delicada situación moral: «Sabe muy bien la
santa Iglesia que no raras veces uno de los cónyuges, más que cometer el pecado, lo
soporta, al permitir, por una causa muy grave, el trastorno del recto orden que aquel
rechaza, y que carece, por lo tanto, de culpa, siempre que tenga en cuenta la ley de la
caridad y no se descuide en disuadir y apartar del pecado al otro cónyuge[125]».
El punto de partida para nuestra reflexión es la obvia verdad de que, mantener las
relaciones sexuales de acuerdo con la conciencia formada por las enseñanzas de la
Iglesia depende de la colaboración con la gloria divina de dos personas: el marido y
la mujer. En caso de que uno de los cónyuges no quiera abstenerse de actitudes que
no favorecen la creación de los lazos a través de la sexualidad, el otro, al estar de
acuerdo con las relaciones desordenadas, vive la culpa moral. En la percepción de la
parte que percibe el mal (quien desea convivir de una manera más bella), el permiso
para las actitudes no ordenadas moralmente no solo constituye un consentimiento
para el pecado del cónyuge, sino también para coparticipar en su pecado que carga su
conciencia. Por eso, en muchas ocasiones, vive un drama moral respecto a su
comportamiento. Por un lado, no desea participar en el pecado, pero, por otro, se da
cuenta de que a causa del constante rechazo de la intimidad corporal, se priva a sí
mismo y al cónyuge de un bien propio del matrimonio. Sería insoportable permanecer
durante arios en una situación en la que la obstinación en el pecado de uno de los
cónyuges y su desprecio de los requerimientos éticos carguen la conciencia del otro,
o bien imposibiliten el disfrute de la intimidad, acercamiento corporal, caricias y
relaciones sexuales. Semejante conflicto podría alcanzar dimensiones dramáticas si,
por una parte, sigue aumentando la presión para iniciar las relaciones sexuales
descuidadas y, por otra parte crezca una resistencia y rechazo, cada vez mayores, para
emprenderlo.
No siempre existe una alternativa: o bien unas relaciones sexuales plenamente
ordenadas, o bien la abstinencia hasta la aceptación de las condiciones de unas
relaciones sexuales normales. Una solución tan inequívoca solo posee apariencias de
la ortodoxia católica. No es seguro para el matrimonio que, mediante un esfuerzo
común y con la ayuda de la gracia divina, crece para alcanzar una relación sexual más
santa y pura.

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9. Relación condicional
La Iglesia permite emprender relaciones sexuales no ordenadas a una persona que es
consciente del mal de semejante relación. Su actitud se define como «cooperación al
pecado del cónyuge que voluntariamente hace infecundo el acto unitivo»[126].
Emprender una relación sexual no ordenada no significa que uno pueda aceptar
cualquier manera de hacer infecundo el acto unitivo (lo cual ya ha sido explicado).
Además, es preciso cumplir unas cuantas condiciones estrictamente definidas. En este
caso, pese a dar conformidad para mantener una relación sexual no ordenada, no se
comete un pecado. No es necesario confesarse y es posible recibir la comunión sin
ningún tipo de dudas. «Tal cooperación puede ser lícita cuando se dan conjuntamente
estas tres condiciones:

1. La acción del cónyuge cooperante no sea en sí misma ilícita;


2. Existan motivos proporcionalmente graves para cooperar al pecado del
cónyuge;
3. Se procure ayudar al cónyuge (pacientemente, con la oración, con la caridad,
con el diálogo: no necesariamente en aquel momento, ni en cada ocasión) a desistir
de tal conducta[127]».

Estas reglas no son obligatorias si el cónyuge emplea medios abortivos. En este


caso se descarta la cooperación.
En la instrucción no se trata de aceptar una situación ambigua, de ser permisivo
con los pecados, o al menos en ciertas situaciones. El mal nunca puede ser aceptado,
ya que las consecuencias de estas relaciones pueden, en algún momento, poner en
peligro el desarrollo del amor conyugal, y dar unos frutos indeseados.
Algunos matrimonios superan con suavidad las diferencias en el trato de la vida
sexual. Eso ocurre con mayor frecuencia cuando ambas partes se sienten amadas y
satisfechas. Pero suele ocurrir también que, en algún momento, una de las partes
descubre que está siendo utilizada, deja de creer en las muestras de amor, percibe, de
forma más clara, el egoísmo del cónyuge. Muy a menudo ciertas situaciones de
conflicto obran como catalizador de dudas y reproches acumulados durante mucho
tiempo y, de repente, arrojan una luz nueva sobre la interpretación de la historia de
amor. La persona se siente engañada, ve claramente que ha hecho sacrificios por
amor hacia el cónyuge, quien no merecía tal sacrificio. En otros casos, los
comportamientos que por uno de los cónyuges son deseados y considerados como
buenos, pueden, en caso del otro cónyuge, dar origen a la humillación y el dolor, o
bien, ser vividos subjetivamente como extorsión. Tras unas relaciones incorrectas, en
ocasiones permanece la tristeza, los reproches, alejamiento, frialdad sexual, ansiedad
y a menudo desencadenan el llanto. Con mayor frecuencia son vivencias de mujeres
perjudicadas por los maridos que, además, no son conscientes de estar causando un

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problema y no entienden las causas de semejante reacción en sus mujeres. Entonces
no se puede exigir a la mujer que esté conforme con la relación que no le proporciona
felicidad, sino que es para ella una señal del egoísmo del hombre. Tampoco se
pueden justificar fácilmente los errores de un hombre que, en muchos casos debería
cuidar más por el bien de la mujer. De todas formas, estamos hablando de una
situación en la que el cónyuge que hace infecundo el acto sexual, no emplea presión,
ni fuerza: es una persona normal que se preocupa por el matrimonio, por satisfacer las
necesidades sexuales del cónyuge. Puede que incluso esté obrando de acuerdo con lo
que considera correcto y bueno para el matrimonio.
La consciencia de una vida que casi por completo transcurre en el pecado y
alejamiento de Dios, por ejemplo, por culpa de un marido demasiado activo
sexualmente, aumenta la agresividad y la ira contra él, agravando el conflicto. Quitar
la responsabilidad moral de la mujer que da su conformidad para una relación sexual
no ordenada le permite observar con más tranquilidad el problema con el que, en la
actualidad, no puede lidiar. En muchos casos resulta que esta liberación de la culpa
moral le permite ver muchos aspectos buenos en su marido, objetivizar el balance de
tristezas y alegrías de la vida en común. Permite amar a un hombre inmaduro en
cuanto a su sexualidad y también permite a la mujer disfrutar del propio placer que
experimenta durante las relaciones sexuales no ordenadas, así como desearlo y
buscarlo. La mujer recupera la fuerza para intentar llevar a cabo un cambio desde el
sentimiento de amor a Dios, realizar sus deseos sexuales y vivir con la esperanza de
encontrar, con la ayuda divina, una buena solución.
Merece la pena fijarse que una cosa es no desear un coitus interruptus y otra cosa
es no desear el amor, la intimidad, el placer, las relaciones sexuales. Uno puede no
desear el mal en su vida sexual, pero al mismo tiempo amar a su cónyuge y desear
mantener con él relaciones sexuales. Precisamente esta situación es el objeto de
nuestra reflexión moral. No es casual la diferenciación, en el citado documento, entre
la cooperación en el pecado y la presión por parte de uno de los cónyuges, a lo que la
pareja no puede oponerse, o bien no posee la fuerza física para oponerse. En caso de
fuerza experimentada por uno de los cónyuges, la situación es clara desde el punto de
vista moral. La falta de libertad en caso de la víctima de la agresión imposibilita que
esté cometiendo un pecado: por ejemplo, un marido ebrio obligando a su mujer a
tener relaciones sexuales. En este caso es difícil hablar del amor, de la alegría de las
relaciones sexuales. En cambio, la cooperación tiene lugar cuando la parte con la
conciencia sensible, pese al desorden moral en la esfera sexual, quiere a su cónyuge,
desea mantener relaciones sexuales con él, relaciones que le proporcionan mucho
amor y satisfacción.
Los motivos para emprender una cooperación moralmente desordenada deberían
ser proporcionalmente serios. Esto significa que no todas las situaciones permiten
expresar el acuerdo para relaciones que hacen infecundo el acto sexual. Sin este

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criterio, cada solicitud firme de mantener una relación sexual moralmente
desordenada sería justificada.
Resultaría perjudicial hacer una lista de «serios motivos» suficientes para dar
conformidad a los actos desordenados moralmente. Algunos quisieran recurrir a
semejantes instrucciones referentes a todos los matrimonios sin excepción y esta sería
una directiva moral objetiva al máximo. La Iglesia señala: los cónyuges deberían
procurar que el acto sexual no se lleve a cabo a costa de eliminar la fecundidad, y la
regulación de nacimientos debería aprovechar los días no fecundos dentro del ciclo
de la mujer. Los cónyuges deberían llegar a un acto sexual pleno y ambos esforzarse
por conseguirlo. El acto matrimonial debería ser un acto de amor.
En cambio, el camino de crecimiento hasta este desafío es tan diferente para los
cónyuges, cuan diferentes son las personas. El término «los motivos
proporcionalmente serios» permite tener en cuenta la complejidad de los problemas
de determinados matrimonios. En algunos matrimonios un largo periodo de
abstinencia será llevado con paciencia, en caso de otros, puede llegar a ser causa de
constantes riñas y reproches, difíciles de soportar. Un matrimonio recibirá con alegría
la perspectiva de poseer un tercer hijo, pero en otro será causa de un miedo
paralizante que impida disfrutar de un pleno acto matrimonial. La pérdida de trabajo
puede, en caso de un cónyuge, ser un impulso para luchar y no influirá en la vida
sexual, en cambio en otro puede producir un gran estrés que encontrará salida en la
sexualidad. En ciertos matrimonios el marido recibirá la inapetencia de la mujer para
mantener las relaciones sexuales con comprensión, y en otra relación el marido
sospechará de infidelidad de su esposa. Muy a menudo, los cónyuges que vuelven a
verse tras una larga separación (por ejemplo a causa del trabajo en el extranjero),
querrán llegar a un rápido acercamiento sexual que no pueden y no desean aplazar
por más tiempo. Por eso el término «los motivos proporcionalmente serios» sugiere
que se trata de motivos que no son serios en el mismo grado para todas las personas,
pero sí son serios para determinados cónyuges.
El hecho de verificar sus intenciones es para el cónyuge que desea ordenar su
esfera sexual dentro del matrimonio una tarea incesante. Puede considerar que un
modo de vida pecaminoso es también cómodo para él. Por eso será necesario un
tercer criterio cuya puesta en práctica marca la dirección de las aspiraciones de la
persona, purifica la intención de expresar la conformidad ante las relaciones, hace
creíble la sinceridad de aplicar los criterios anteriores. El tercer criterio obliga a
buscar soluciones que lleven al cese de las relaciones sexuales desordenadas
moralmente. Tan solo mediante el diálogo los cónyuges pueden abrirse ante las
razones expuestas, entender al otro, expresar sus necesidades, convencerse
mutuamente. El tercer criterio presupone que no se llega inmediatamente a una
sanación moral de las relaciones matrimoniales. Hace falta tiempo, paciencia,
madurez. Las diferencias en el desarrollo espiritual, moral y psicosexual de los
cónyuges en ocasiones son muy grandes e imposibles de resolver durante un corto

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periodo de tiempo. No siempre los cónyuges son capaces de hablar sobre sus
vivencias más íntimas, se enfadan, no han adquirido un lenguaje que les capacite para
una conversación sincera y creativa, sin mencionar la voluntad de escucharse
mutuamente. Cuando la conversación se hace demasiado difícil es preciso rezar por el
cónyuge y aprender a quererlo. Sin el amor y sin la preocupación mutua por las
relaciones sexuales, las conversaciones sobre este tema pueden hacer mucho mal.
Este criterio va acompañado por una digresión importante: el momento de las
relaciones sexuales no es un buen momento para instruirse, manifestar el propio
descontento, estar en contra, oponerse. No se trata de que uno, para tener la
conciencia tranquila, destaque su posición y recuerde sus razones justo antes del acto
sexual. Si la relación sexual proporciona a ambas partes alegría y placer, ofrece el
sentimiento de unión con el cónyuge (pese al desorden moral influido por un mal
comportamiento), hay que alegrarse, buscar el placer, implicarse de forma natural en
la relación amorosa, sin abandonar los intentos de mejorar la vida sexual. La elección
del lugar y del momento de conversación depende de las circunstancias, la
disposición de la otra parte.

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CAPÍTULO 9
ANTICONCEPCIÓN COMO ANTI-IDEA DE VIDA

El hombre contemporáneo no está educado para realizar esfuerzo, para


controlarse a sí mismo. A falta de experiencia en las luchas de la vida, no sabe
gestionar el dolor, teme el sufrimiento, no está acostumbrado a la realidad de la
muerte. Criado entre los ejemplos artificiales de masculinidad y feminidad, no se
acepta a sí mismo. A veces desea cambiarse a toda costa, quiere superar la frontera de
las posibilidades humanas. Hacer su vida más placentera, más perfecta, superar los
desafíos marcados. Los enormes conocimientos sobre la biología del hombre, sobre el
funcionamiento de su cuerpo pueden ser muy útiles. Farmacología, cirugía plástica,
neurología, psiquiatría, biotecnología, genética, están ya tan desarrolladas que pueden
ofrecer un nuevo servicio: cambios rápidos de personalidad esperados por el cliente,

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como pueden ser liberarse del dolor, del sufrimiento, del miedo, de la tristeza,
recuperación de la alegría de vivir y de actuar, deshacerse del sentimiento de falta de
aceptación de sí mismo y de su propio cuerpo[128]. Las propuestas para perfeccionar
la naturaleza humana tienen muchos matices. Hoy en día son tan frecuentes que
podemos hablar de un nuevo fenómeno cultural. El hombre, guiado por la esperanza
de una vida mejor, cree que con la ayuda de la «píldora de felicidad», con la ayuda
del bisturí o de la terapia genética, creará un nuevo ser humano, creará su ideal de la
perfección. Estos esfuerzos tienen como objetivo «no solo mantener la vida, sino
enriquecerla, ofrecer la posibilidad de tales estados de ánimo de los que jamás
hayamos soñado»[129].

1. Pasar el Rubicón
Gracias a su creatividad el hombre ha ido ideando, desde hace siglos, cada vez
mejores herramientas que le ayudan en la vida. Cuando vio que no podía alargar más
el brazo, en vez de esforzarse en estirar sus huesos, inventó la caña de pescar: una
prolongación artificial de su miembro. Cuando necesitaba transportar objetos
pesados, inventó la rueda, después construyó el carro. Cuando necesitaba llegar antes
a su destino, construyó la bicicleta, luego el coche y finalmente, el avión. Cuando
deseaba mirar más allá de lo que sus ojos le permitían, inventó los prismáticos y más
tarde el telescopio.
De esta manera se llega a un verdadero progreso que lleva al desarrollo de nuestro
mundo. De forma racional se van llevando a cabo las palabras del Evangelio dirigidas
a los primeros hombres: «Sean fecundos y multiplíquense y llenen la tierra y
sométanla».
Cuando el hombre construye una mesa de madera (corta las tablas, las lija, las
pega), está utilizando la naturaleza para su bien. Si, de la misma manera, trata su
propio cuerpo o el cuerpo de otra persona, se está tratando a sí mismo o a la otra
persona como un objeto (una cosa). Aparentemente se le está devolviendo al cuerpo
humano la funcionalidad o la belleza, pero, en realidad, está siendo degradado hasta
el nivel de las cosas materiales que pueden ser usadas según el antojo de uno. El
cuerpo humano pierde valor, se convierte en un bien de consumo.
Basta con mirar al icono de la cultura pop, a Michael Jackson, para entender que
el camino del hombre hacia la felicidad no pasa por las operaciones quirúrgicas. El
cuerpo no puede ser tratado como un material de trabajo: no puede ser cortado,
redondeado, aumentado, oscurecido, aclarado, etcétera, con el fin de crear una nueva
realidad, un cuerpo que se ajusta a la perfección a los requerimientos de su dueño.
El hombre contemporáneo ha atravesado sin darse cuenta el Rubicón, una
frontera importante que separa su humanidad del mundo exterior, de la naturaleza. En

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cuanto se dieron las posibilidades tecnológicas, acudió a su cuerpo convencido de que
de su materia podrá crear una herramienta más que le permita vivir una vida mejor,
más cómoda, más placentera y más segura. Deslumbrado por las posibilidades de
dominio sobre el mundo, empezó a pensar en serio en que era posible crearse a sí
mismo, su propio cuerpo, de la misma manera que modela el mundo a su alrededor.
Durante unas cuantas décadas el cuerpo ha dejado de entenderse como algo firme,
que nos es «dado» de una vez por todas[130].
Cuanto más perfecta es la tecnología, mayor es nuestro convencimiento de que
podemos cambiar a mejor, interfiriendo en nuestra corporeidad de acuerdo con los
criterios subjetivos del bien y de la belleza. Al mismo tiempo, el tradicional camino
hacia la felicidad es rechazado para el beneficio de una rápida transformación del
cuerpo humano: la educación, el trabajo en uno mismo y la colaboración con la gracia
divina. En Estados Unidos, algunos profesores en vez de educar administran a los
alumnos desobedientes tranquilizantes que apaciguan su temperamento. Más de cinco
millones de niños en Estados Unidos, en su mayoría varones, toman a diario Ritalin a
causa de su impulsividad, hiperactividad, conflictividad, autoestima baja y
dificultades con el aprendizaje. Cada vez es mayor el número de madres que, en vez
de hacer el largo viaje atractivo, duermen a sus retoños durante este tiempo usando
somníferos. A más de seis millones de niños se les administran psicofármacos,
incluso los que deberían ser empleados solamente en casos de psicosis muy graves.
¡En el año 2002 se expidieron entre 10 000 y 20 000 de recetas de Prozac a
bebés[131]! En Estados Unidos los antidepresivos son los medicamentos recetados con
mayor frecuencia y su uso aumenta a un ritmo sorprendente, sobre todo en mujeres.
Los informes de diferentes organizaciones cuestionan sin éxito la justificación
médica de muchas de las terapias que emplean estos medicamentos[132]. Si los
propios médicos dan poca importancia a este peligro, ¿qué podemos decir de la gente
«corriente» que, cada vez de forma más habitual, recurre a los psicofármacos en
situaciones complicadas y difíciles[133]?
La gente desea alcanzar la felicidad soñada mediante cambios en su cuerpo.
Interfieren en los terrenos cada vez más nuevos de la vida humana. Miles de mujeres
en China han aprovechado la posibilidad de alargar sus piernas. La cirugía moderna
ofrece un método muy preciso de partir la tibia y, mediante una tecnología especial,
alargarla gradualmente durante el proceso de soldadura. Tras unos meses de
hospitalización, la china moderna es diez centímetros más alta y sale a la calle con
unas bonitas y largas piernas. Por fin se siente más feliz; se considera más atractiva,
pero a la vez tiene posibilidades de conseguir un trabajo mejor en diplomacia, en
empresas extranjeras o en el ejército[134].
En muchas televisiones del mundo han podido verse reality shows de belleza en
los que mujeres maduras y descuidadas, tras someterse a dolorosas operaciones,
cambian su aspecto. Los patitos feos se convierten en cisnes. Tenemos la sensación
de que pronto cualquiera que lo desee podrá cambiar su imagen rápidamente.

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Creemos que, tarde o temprano, encontraremos una mañera adecuada de mejorar
nuestra vida mediante tecnologías seguras: hacerse más joven, más elegante, más
inteligente, más descansado, alegre, enérgico, tranquilo, valiente… Basta con
introducir unos cambios adecuados en el funcionamiento del cerebro, sistema
hormonal, el aspecto, para que el sueño se haga realidad, para renacer en una «nueva
vida», convertirse en un hombre nuevo[135].
Una de las intervenciones más atractivas que dan esperanzas para recuperar
rápidamente una bella silueta es la liposucción: una técnica de extracción de grasa.
En contra de las apariencias es una operación muy peligrosa. Someterse a ella puede
suponer incluso peligro de muerte. También las inyecciones de Botox que alisan las
arrugas parecen una intervención muy sencilla. Botox es la toxina botulínica, una
toxina muy fuerte, que puede causar una irreversible parálisis muscular. A
consecuencia de su uso la cara puede deformarse y aparentar una máscara. Muchos
de los famosos actores de Hollywood se han dejado llevar por esta moda. No solo se
han vuelto feos, sino que también han perdido la capacidad de conseguir un papel
ambicioso. Ya no son capaces de expresar sentimientos más complejos mediante la
mímica[136].
Tradicionalmente entendemos los cuidados del cuerpo como los cuidados cuyo
objetivo es preocuparse por su aspecto: una dieta sana, ropa de moda, un buen
maquillaje, peinado bonito, joyas vistosas. Todos estos métodos son una expresión de
la preocupación por la belleza del cuerpo. La moralidad católica admite
intervenciones quirúrgicas en el cuerpo de una persona que han de mejorar las partes
patológicas y deformadas, y más si estos desperfectos pueden influir negativamente
en el desarrollo del ser humano o causar problemas a la hora de ubicarle dentro de la
sociedad. La valoración de qué deformidades realmente requieren una operación
depende de la sensibilidad de cada uno y, a menudo, también de la opinión del
entorno. Por eso, en este campo, no se pueden formular indicaciones morales
objetivas. Se considera un abuso las operaciones cuya única motivación es la
vanidad, un excesivo culto al cuerpo, deseo de aumentar las armas de seducción, un
capricho de la moda: todos ellos desajustan el funcionamiento de los órganos sanos
del cuerpo, son arriesgados y peligrosos para la salud.
La preocupación por la belleza del cuerpo es buena, pero recurrir a medios
extraordinarios puede ser un síntoma de problemas psicológicos y espirituales que
ninguna operación resolverá: una autoestima muy baja, tratar la vida de forma
superficial, trastornos de identidad. Si para una persona el único valor es gustar a los
demás y, para conseguirlo, está dispuesto a arriesgar su salud, e incluso su vida,
estamos hablando de una patología. Es un síntoma de vacío espiritual y narcisismo,
una desviación evolutiva[137].
Nuevos estándares comienzan a marcar la norma. Las personas que aceptan el
proceso natural de envejecimiento son consideradas anticuadas. La misma etiqueta
suele ponerse a los cónyuges que regulan la natalidad basándose en el ciclo de

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fertilidad de la pareja matrimonial. La vida normal de un ser humano, la aceptación
del propio cuerpo, de la sexualidad y fertilidad se convierten en anormales. Estar «a
la moda» requiere someterse a una intervención de cirugía plástica o tomar una
pastilla: un psicofármaco, un anticonceptivo, un narcótico[138]… Una nueva norma
cultural se está creando.

2. Modificación de la sexualidad
Este acercamiento se ve claramente en el ámbito sexual. El canon de belleza hace que
las mujeres sanas se sometan al aumento de pecho y, gracias a los implantes, se
sientan más femeninas. En las clínicas de Sudáfrica tienen mucho éxito las
operaciones de alargamiento del pene, atributo de masculinidad; esta práctica es cada
vez más popular en Europa. En África del Norte a las jóvenes se las somete a la
ablación del clítoris y de los labios en nombre de los ideales de feminidad que reinan
en estos países.
En los laboratorios europeos y americanos se testan los medicamentos que
influyen en ciertas partes del cerebro para provocar o alargar el orgasmo. Estas
prácticas se llevan a cabo no solamente con el objeto de curar algunos trastornos, sino
también como respuesta a la creciente demanda del mercado de búsqueda de fuertes
sensaciones sexuales[139].
Muchas personas desean practicar sexo no condicionado por la posibilidad de
concebir un hijo. Para ellas el mercado ha preparado una oferta muy rica. Las mujeres
pueden alterar el ciclo menstrual o incluso eliminar por completo la menstruación. A
los hombres, a los que las hormonas influyen mucho peor que a las mujeres, se les
propone cada vez con mayor frecuencia, la vasectomía. Esta tendencia guarda
relación con el respeto de los postulados de los movimientos ecologistas
(contaminación del medioambiente por exceso de estrógenos) y feministas (los
hombres humillan a las mujeres consintiendo que sean solo ellas que las eliminen su
fertilidad).
El método in vitro facilita la concepción de un hijo fuera del cuerpo humano,
convirtiendo el misterio de la vida, en un ordinario proceso de producción. Las
mujeres pueden adquirir los embriones congelados, y llevarlos al médico que los
introducirá en su matriz. La selección de los embriones, también mediante la
manipulación genética, facilita encargar niños con rasgos determinados: por ejemplo,
con un alto cociente intelectual, determinado color de ojos (por supuesto, pagando
por ello un precio alto), o bien al revés, con los mismos defectos que poseen los
padres: por ejemplo, enanismo, sordera. Los padres-clientes exigen que los embriones
posean dañados los genes responsables del crecimiento u oído[140]. La «tecnología de

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nacimientos» aún necesita un útero artificial para que el proceso de procreación del
hombre sea llevado por completo fuera del cuerpo de la mujer.
Los éxitos de mejora de uno mismo, poco a poco, se convierten en una esclavitud
moderna. En Gran Bretaña es posible la creación de híbridos humano-animales que
constituyen una fábrica de repuestos. En la actualidad el embrión humano es una
materia producida en los laboratorios con fines marcados por los fabricantes: los
embriones se utilizan para fabricar medicamentos, cosméticos. Los científicos sueñan
con clonar al ser humano y, más aún, con revivir la materia muerta, o sea, con
arrebatar a Dios el poder creador.
Es difícil de prever hasta dónde es capaz de llegar el hombre en busca de su
felicidad. Qué precio estará dispuesto a pagar por ella. Los pronósticos no son
optimistas. Tras atravesar la frontera establecida por su corporeidad, a menudo el
hombre ya no sabe parar. Avanza, cada vez más lejos, en dirección al mal, la
autodestrucción, la perversidad.
Una persona responsable debería plantearse a largo plazo la repercusión de sus
ideas y descubrimientos en el ámbito social, cultural y psíquico. A. Toffler, uno de los
más extraordinarios futurólogos y a la vez analistas del mundo, reconoce que la
píldora anticonceptiva (junto con otros inventos, tales como el ordenador) fue un
presagio de serios cambios sociales. Considera que, hoy en día, no podemos
permitirnos que nos sorprendan las consecuencias secundarias, sean estas sociales o
culturales, de los descubrimientos implantados. Antes de poner un invento en práctica
en la vida social, es necesario prever de antemano los cambios que este provocará. En
caso de peligro para la sociedad, es preciso abstenerse de su propagación[141].
El problema de la anticoncepción solamente puede ser comprendido con el
proceso de cambios culturales de fondo que preocupa no solo a los católicos, sino a
muchas eminencias alejadas del cristianismo. Las píldoras de una vida mejor
En Estados Unidos el ya mencionado Ritalin, utilizado originalmente solo en
casos de enfermos con el trastorno por déficit de atención con hiperactividad
(TDAH). Hace tiempo fue la anfetamina y ahora este fármaco se ha convertido en
uno de los métodos más populares entre los alumnos americanos para combatir el
cansancio (con este fin lo utilizan más de dos millones de alumnos). Aumenta la
capacidad de concentración, facilita la memorización. Cuando las empresas
farmacéuticas se dieron cuenta de que el mencionado Ritalin era tomado de forma
masiva por personas con talento e inteligentes, decidieron aprovechar esta tendencia.
Asimismo, el antidepresivo Prozac se convirtió en un medicamento muy de moda
entre la gente sana que deseaba rebosar energía y optimismo, y la Viagra, que en su
origen curaba la impotencia, empezó a ser tomada por hombres que querían
demostrar una mayor destreza sexual. Resultó que personas sanas estaban dispuestas
a tomar medicamentos fuertes y no indiferentes para la salud (incluso los peligrosos
psicofármacos, que hasta el momento estaban indicados solo para enfermos graves),

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siempre que estimaran que una pequeña dosis (o bien solo su ingesta temporal) no
debiera perjudicarles[142].
En respuesta a esta demanda el mercado recibió una nueva generación de
preparados neurológicos y psiquiátricos que, en un principio, están destinados a
personas sanas. Algunos de ellos, en pequeñas dosis, se venden ya sin receta médica.
Los clientes que adquieren estos productos desean mejorar rápidamente el
funcionamiento de su organismo, mejorar su calidad de vida, tranquilizarse, relajarse,
motivarse para el trabajo, sentirse felices. Los derivados de los psicofármacos llevan
rápidamente a los deseados cambios de personalidad. Una dosis de química resuelve
rápidamente los problemas existenciales del ser humano. ¿Por qué buscar las causas
de la tristeza o de la desgana para trabajar en largas sesiones de psicoterapia si es
suficiente recurrir a un antidepresivo o psicofármaco que fácilmente elimina la
tristeza y el dolor? ¿Por qué normalizar el modo de vida si uno puede tomar un
Modafinilo que, al cabo de unos minutos, eliminará eficazmente la somnolencia y el
cansancio? En una situación de estrés puede ayudar el Xanax que rápidamente
eliminará la ansiedad y permitirá relajarse (medicamento vendido en Estados Unidos
sin receta, pese a llevar a la dependencia en un corto periodo de tiempo, así como a
un posible suicidio). Si uno desea tener un cuerpo más musculoso no tiene que
pasarse años acudiendo al gimnasio. Basta con tomar unos esteroides. Cuando quiere
ser infecundo, se toma una píldora anticonceptiva. Las empresas farmacéuticas
anuncian la producción de medicamentos que mejoran la memoria y la inteligencia.
Según los pronósticos, en un futuro no muy lejano, los medicamentos
estimulantes del cerebro humano, serán aún más perfectos. La ingesta matutina de
una píldora que elimine el cansancio y la somnolencia puede pronto ser tan obvia
como tomarse un café. Cada vez más a menudo nos preguntamos ¿por dónde
atraviesa la frontera entre la erradicación de las enfermedades y defectos que
empeoran la calidad de vida (que con razón requieren ser tratados) y un
perfeccionamiento artificial de las reacciones de un organismo sano con el fin de
alcanzar una calidad de vida soñada? ¿Qué consecuencias tendrá para el hombre el
empleo, cada vez a una mayor escala, del dopaje refinado[143]?

3. Entre modificación y curación


No hay que confundir la modificación del cuerpo con sanación. La modificación se
dirige hacia una remodelación de un cuerpo sano, en cambio la sanación tiene por
objeto restablecer la salud que, por algún motivo, se ha perdido. Por eso admiramos y
apoyamos las operaciones de cirugía estética para reconstruir la lengua a partir de un
fragmento del muslo, la mandíbula de un fragmento del peroné, la tráquea del tejido
del brazo. La implantación del marcapasos a un enfermo de corazón supone, para un

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católico, un signo de progreso, pero no lo es la decisión de alterar el trabajo de un
corazón sano o de una hipófisis sana (con el fin de anular la fertilidad). En el caso de
una mujer, la reconstrucción artificial con silicona de una mama es un elemento
importante para devolverle su salud. En cambio, el aumento de un pecho sano es una
modificación que no tiene nada que ver con la curación. La pérdida de la fertilidad
durante el tratamiento de leucemia es un efecto secundario del intento de salvar la
vida humana. Sin embargo, una acción directa cuyo objetivo es eliminar la fertilidad,
actúa en contra de la salud.
La fertilidad es un síntoma de buena salud de la que goza el sistema reproductivo
y la esterilidad es un síntoma de enfermedad. En caso de una mujer fértil, o sea sana,
la hipófisis funciona correctamente (produce la cantidad de hormonas adecuada), el
hipotálamo funciona, se produce la ovulación, los oviductos son transitables, la
mucosa del útero posee el suficiente grosor para que el cigoto pueda anidarse en él (el
anticonceptivo altera el funcionamiento de todos estos órganos). Cuando los análisis
detectan una enfermedad, o sea una disfunción del organismo, se comienza el
tratamiento con el fin de restablecer la salud, es decir, recuperar la fertilidad. Este
pensamiento es completamente racional, normal, correcto desde el punto de vista
médico. Cada vez más personas se someten al tratamiento de infertilidad esperando
poder concebir al hijo deseado. La honestidad exige que se justifiquen las acciones
médicas que llevan a desregular las funciones de un organismo sano y crear un estado
permanente de enfermedad que supone la infertilidad. De la misma forma es
necesario justificar la necesidad médica de provocar una hipertensión, úlceras de
estómago o incluso la razón de quitar una muela sana. Desde el punto de vista
médico, cualquier actitud así es irracional e injustificada.
La conformidad para transformar el cuerpo sano no proviene de las premisas
científicas, sino culturales. Es la cultura la que acepta comportamientos que no
tengan una justificación médica. Un médico que alarga las piernas o bien bloquea los
procesos reproductivos, no lo hace por razones científicas, ya que en cada uno de los
casos no tiene la capacidad de demostrar que emprende un tratamiento para combatir
una enfermedad, que alterar las funciones de un organismo sano es realmente acorde
a los fines médicos. Lo hace porque la cultura le da permiso para actuar de esta
forma, así como medios y, muy a menudo, beneficio económico. El hecho de que hoy
en día dispongamos de unos medios tecnológicos importantes no significa que todos
sus usos sean necesarios, correctos, sabios y buenos para el hombre. Al contrario: en
manos de muchas personas primitivas e inmorales estos medios se convierten en una
seria amenaza. Su uso no hace a nadie moderno.

4. Programar la naturaleza.

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Según Fukuyama, el desarrollo de la biotecnología nos llevará a una etapa
«posthumana» de la historia. Cada persona, sin un trabajo personal, sin esfuerzo
psíquico y espiritual, tendrá la posibilidad de alcanzar un estado de subjetiva
felicidad, será capaz de provocar estados psíquicos deseados. El problema está en que
la felicidad del hombre provendrá, cada vez en menor medida, de la riqueza de su
vida interior, de la natural fuerza de su personalidad. No será el rasgo característico
del alma. Dependerá de la avanzada técnica que dirija la vida y la felicidad humanas,
de una regular ingesta de medicamentos que la causen. Sin la ingesta de las píldoras
correspondientes, el hombre «autocreador», «que sea crea de nuevo», no será capaz
de vivir, de trabajar y de disfrutar de la vida de forma corriente. Se convertirá en un
esclavo de los estimulantes, «feliz de su felicidad de esclavo»[144]. De esta manera la
naturaleza humana cambiará.
A causa de la introducción a gran escala de los inventos mencionados, se llevará a
cabo un verdadero cambio antropológico. La perfección, la plenitud del desarrollo, la
armonía interior ya no se alcanzará mediante la ardua tarea de trabajo personal, la
preocupación por la vida moral, la meditación, mediante contacto con Dios, sino a
través del camino de estimulación química de determinadas zonas del cerebro[145]. El
hombre empezará a entenderse de una forma completamente diferente, vivir su vida,
su corporeidad, su espiritualidad. Cuando las personas tengan esta actitud hacia su
vida y sus problemas, se convertirán en otra cosa, dejarán de ser humanos.
El indicio de la llegada de este nuevo mundo fue la píldora anticonceptiva. Este
invento del siglo XX revolucionó el tratamiento de la corporeidad, de la sexualidad, de
la fertilidad y de la procreación. La píldora cuestionó el sentido y la necesidad del
dominio sobre el deseo sexual, permitió tener relaciones sexuales fuera de la relación
estable, con el convencimiento de que no lleva a la concepción de un hijo y, por tanto,
causó cambios en las costumbres a nivel mundial. La anticoncepción abrió el camino
de consumo de las sensaciones y de satisfacer diferentes necesidades, cada vez más
perversas. El uso masivo de la píldora anticonceptiva hizo que el cuerpo humano
sano, la sexualidad humana, empezaran, por defecto, a considerarse una creación
biológicamente defectuosa, que requiere arreglo o corrección.
Desde ese momento, la sexualidad dejó de pertenecer al ámbito privado e íntimo.
La fertilidad y por tanto la descendencia, definida negativamente como una amenaza,
se convirtieron en un problema social e incluso político. Los burócratas en busca de
trabajo, los políticos perdedores de sondeos, los deshonestos hombres de negocios,
los ideólogos fanáticos, cualquiera que así lo desease, pueden ahora implantar su
programa cuyo objetivo es la mejora de la «salud reproductiva de la humanidad».

5. La anticoncepción a servicio del maniqueísmo


moderno

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El problema de una supuesta enfermedad, pese a concentrarse en el cuerpo, perjudica
el espíritu del ser humano. La mayoría de las personas se deja llevar por la ilusión de
la vida irreal, muchas veces propagada como un ideal. Si el hombre desea acercarse a
toda costa a un falso ideal, está obligado a tomar las píldoras. Disfruta con que,
gracias a ellas, puede tocar, probar una vida sin sufrimiento, sin problemas, sin una
cruz. Por un momento se siente como en el paraíso, como si fuera creado de nuevo.
La píldora le proporciona la sensación de fuerza y él se alegra de los resultados
rápidos, como si los hubiera obtenido gracias al trabajo sobre su propio desarrollo. En
realidad, su ilusoria felicidad depende por completo de una regular ingesta de
medicamentos que causan cambios momentáneos (o puede que incluso irreversibles)
en su cerebro u otros órganos del cuerpo. Gracias a este dopaje, personas de carácter
y psique débiles ponen en práctica sus excesivas aspiraciones vitales. Ganan la
carrera denominando sus éxitos «realización de la humanidad», mediante dominio de
la mente (inventor de la píldora o del bisturí) sobre la biología. Un hombre débil, en
vez de reconocer los límites de sus posibilidades, los rebasa peligrosamente mientras
aprovecha conocimientos científicos sobre los procesos del organismo.
A la hora de tomar la pastilla esta persona tiene la falsa ilusión (que dura hasta
que retira el medicamento) de que se está liberando de las determinaciones de la
biología: corrige el primitivo hombre salvaje que hay en él, la tosquedad de su
naturaleza y, por tanto, libera al espíritu humano de las cadenas de la materia
primitiva. Es paradójico que, cuestionando su corporeidad, se considere un hombre
maduro. Este «humanismo», visto más de cerca, es en realidad un maniqueísmo
oculto, que sigue renaciendo bajo unas nuevas formas y siembra la destrucción.
Originalmente, según el maniqueísmo clásico, el alma del hombre era de Dios,
pero el cuerpo era del demonio. En el camino a la perfección es preciso rechazar el
cuerpo del mal para liberar el buen espíritu. La tesis de neomaniqueísmo es parecida
(salvo que está desprovista de la motivación religiosa): cuando uno desea poner en
práctica sus aspiraciones espirituales, entendidas hoy en día como la necesidad de
autorrealización sin límites, se puede, e incluso se debe, rechazar los condicionantes
biológicos del cuerpo humano.
Según los maniqueos contemporáneos, la corporeidad nos ha sido dada (e incluso
impuesta) por la naturaleza, por los padres y por Dios (esta vez ya no por Satanás).
No la poseemos a raíz de nuestra libre y consciente elección. Si el propio hombre no
ha elegido su corporeidad, no debería tener para él un gran significado. Solo lo que
nosotros mismos elegimos posee un valor verdadero. Por tanto, si una persona está
convencida de que la corporeidad le impide o bien le limita a poner en práctica su
propio estilo de vida (no impuesto por nadie), tiene derecho a cambiar su
funcionamiento de tal forma que esté sometida al estilo de vida que desea llevar. De
allí el postulado de los maniqueos que si uno realiza los objetivos «superiores»
marcados por la mente, en este caso, en nombre de la libertad, tiene derecho a
interferir en su parte «inferior», la biológica. Tiene derecho a cambiarla y a

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modelarla. Las esferas más altas, conscientes y más apreciadas del ser humano (cuyas
aspiraciones han de ser respetadas y realizadas) tienen derecho a imponer, de
cualquier manera, su voluntad a las esferas inferiores, peores y primitivas (las
corporales y biológicas). El cuerpo, por definición, es peor que el espíritu, y por tanto
no merece que su fisiología sea respetada. Es tan malo que, incluso cuando está sano,
de todas formas, requiere un «tratamiento»: ser llevado a un estado aceptable por su
dueño.
Hace tiempo la gente no cuidaba de su cuerpo, estando convencidos de que sobre
todo contaba el espíritu invisible. El desidioso cuerpo con sus prosaicas necesidades
era despreciado: se sometía al ayuno, se mortificaba, se hería con el fin de ofrecer al
alma la posibilidad del desarrollo. Hoy en día, la falta de aceptación hacia el cuerpo
se expresa de una manera más pérfida. Es humillado en nombre de valores
espirituales laicos: se atiborra con esteroides, hormonas, se doma mediante
operaciones de cirugía estética innecesarias, se embellece de forma artificial para que,
una vez cambiado y por fin digno del ser humano, sea elevado a las alturas, más cerca
del espíritu.
Hasta ahora nunca en la historia del mundo la gente sana ha optado, por su propia
voluntad, por tanto sufrimiento con el objetivo de cambiar el aspecto de su cuerpo. El
atraso de los medievales es criticado y ridiculizado en cuanto a su actitud de herirse
hasta hacerse sangrar con el propósito de buscar a Dios para conseguir los estados de
ánimo deseados. Uno no se da cuenta de que el hombre contemporáneo mortifica su
cuerpo incluso mucho más, se suministra sustancias peligrosas, se daña con
operaciones estéticas. Por razones mucho más banales que las que guiaban a los
ascetas medievales, en nombre del amor narcisista, se someten a operaciones durante
cuyo transcurso la sangre sale a borbotones (afortunadamente aspirada estéticamente)
y el dolor de las heridas causadas sería inaguantable sin los somníferos y anestesia
suministrados. Las medievales prácticas de azotarse, al lado de estos modernos
métodos de herir el cuerpo, parecen un inocente masaje corporal que activa de forma
sana la circulación.
El maniqueísmo de hace siglos combatía el cuerpo mediante mortificación, el de
ahora lo combate mediante mejoras. Ambas herejías no aceptan el cuerpo tal y como
es, ambas desean liberar el espíritu humano del dominio del cuerpo. Ambas no
respetan la corporeidad: una de forma abierta, la otra a escondidas. Son falsos
intentos de «espiritualizar» la propia vida.
La píldora anticonceptiva se ha convertido hoy en el símbolo de la victoria y, al
mismo tiempo, en el bastión de defensa de los «valores espirituales» amenazados por
la «materia primitiva». Es un indicador maniqueo para gente sencilla —les muestra el
camino en la oscuridad— de cómo salir del mundo de la naturaleza (que se rige por
las leyes ajenas al hombre) para que, a costa de modificación del propio cuerpo,
pueda realizar las tareas consideradas personalmente como más humanas, libres y
racionales.

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6. La utopía que arrastra a las masas
En la contemporánea herejía del neomaniqueísmo se esconde el espejismo de la
grandeza del hombre, la promesa de liberación del miedo, de alcanzar la capacidad
del dominio perfecto del propio cuerpo, la felicidad de una nueva vida, e incluso de la
inmortalidad. El maniqueo, al «mutar» su cuerpo, en realidad al mutarse a sí mismo,
se engaña pensando que, una vez creado de nuevo (o al menos corregido), entra en el
deseado paraíso en la Tierra. Tiene la ilusión de que, de esta manera, se libera de los
determinantes biológicos, del yugo de la materia. Desde la perspectiva del
maniqueísmo el aumento del pecho, la ablación, el alargamiento del pene o la
desregularización del sistema reproductivo mediante la anticoncepción es un camino
para realizar un perfecto modelo de vida: maravilloso, sabio y bello. Si el derecho a
liberar el espíritu de la esclavitud del cuerpo es considerado como algo inteligente,
sublime y bello, es evidente que tan magnífico objetivo puede realizarse en contra de
las leyes biológicas codificadas en el cuerpo humano. La ventaja de semejante vida es
tan clara para los maniqueos que, al optar por ella, no tiene sentido plantearse la
importancia de respetar las leyes de la naturaleza (a las que también el hombre está
sometido), preguntarse por la moralidad, pensar en realizar la voluntad de Dios.
Las grandes utopías siempre hacen referencia a las ideas sublimes que atraen a las
masas. Al igual que en el caso del comunismo, donde privar a la gente de la
propiedad iba a llevar a la vida paradisíaca y, pese a todo, resultó en la ruina
económica y la humillación de las personas, de la misma manera actuar en contra del
cuerpo humano en nombre de un ennoblecimiento (incluido actuar en contra de la
fertilidad en nombre de unas relaciones sexuales seguras y felices) terminará
perjudicando a todos. El mal de las ideologías populares es un hecho, sin embargo,
mucha gente no es consciente hasta el momento del daño que han causado. Siempre
existirán personas que jamás verán el mal, el daño, la perversidad,
independientemente de los hechos, con tal de autoafirmarse en el convencimiento de
que pertenecen a la vanguardia del progreso.

7. El reino del hombre


El realismo cristiano, en contra de las utopías, se resiste ante diferentes maneras de
desarrollo del ser humano «fuera» de las fronteras que establecen las posibilidades
del propio cuerpo. Siempre que una persona piense en sí misma de una manera dual
(no acepta la unión de su espíritu y de su cuerpo), comete un importante error
antropológico, o sea, un error básico a la hora de entender su humanidad. El
postulado de la Iglesia de respetar nuestros condicionantes biológicos (aprovechar
solo las posibilidades que ofrece el organismo de la mujer y del hombre a la hora de

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planear descendencia) es comprensible únicamente cuando percibimos de forma clara
que el cuerpo no es solo biología, sino ante todo un ser humano, que nuestra actitud
ante la corporeidad modela la comprensión de uno mismo, de nuestra humanidad.
Durante siglos la Iglesia ha defendido la verdad sobre la existencia del alma (y
por tanto de un elemento de Dios en el ser humano). En la actualidad, está obligada a
defender la verdad sobre la integridad e intangibilidad del cuerpo humano. Un
hombre sano no necesita ninguna operación: cambiar sus órganos, aumentar o reducir
ciertas partes de su cuerpo. El aparato digestivo, hormonal y reproductor están bien
construidos. La fertilidad del ser humano es el elemento más neurálgico de esta
defensora del ser humano.
Incluso si, gracias a los avances en la medicina, la siguiente generación de los
anticonceptivos llega a ser perfecta y con seguridad no sea perjudicial para la salud
(siempre nos enteramos de su nocividad una vez que están retirados del mercado y, en
su lugar, se introducen unos nuevos, mejores y más seguros) y además, tengamos la
seguridad de que no causan el aborto (el mandamiento: ¡No matarás!), en cualquier
caso existirá el problema de que el hombre actúa en contra del primer mandamiento:
«No tendrás dioses ajenos delante de mí»; no vivirás con los ídolos creyendo que te
darán la felicidad deseada fuera de la elección de la vida que te fue dada por Dios.
La decisión de actuar en contra de los rasgos de constitución del propio cuerpo es
un acto de no aceptación del Dios Creador, de cuestionar su sabiduría y su amor. El
hombre se convierte a sí mismo en «Dios» autocreador que, en su sabiduría,
considera que su cuerpo contiene algunos defectos desapercibidos por Dios, errores
primitivos, equivocaciones críticas, serios descuidos por su parte divina (si Dios no
fue consciente de sus errores, demuestra la falta de amor hacia el hombre por Su
parte, si lo hizo inconsciente, significa que el hombre es en ese momento mucho más
inteligente que Dios). En esta situación, si el hombre quiere ser feliz, debería hacer
serias modificaciones y mejoras de sí mismo. Esta vez, de acuerdo con su propia
receta.

8. La lucha cristiana por el progreso


El postulado de vivir de acuerdo con el cuerpo biológico (y en este sentido, con la
naturaleza) es interpretado a menudo como un llamamiento a la Iglesia para que esta
rompa con la cultura moderna para que abandone los logros de la civilización. Este
reproche surge cuando la anticoncepción, el aborto, la técnica in vitro, junto con otros
métodos de intervenir en el cuerpo humano que aparecieron últimamente en el
mercado, son acríticamente considerados verdaderos logros de la civilización, el
beneficio de los tiempos modernos.

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La Iglesia nunca ha postulado el «naturalismo», la utópica idea de regresar a la
forma de vida primitiva (alejada de los beneficios de la cultura y la civilización). Al
contrario: los cristianos han ido transformando el mundo con afán, establecieron los
primeros hospitales, orfanatos, universidades, construyeron catedrales, fueron
mecenas del arte. Durante siglos la teología se inspiró en la idea de levantar en la
tierra el reino de Dios. Todos los valiosos descubrimientos del genio humano —la
arquitectura, la pintura, la tecnología, la medicina— son emanación del amor divino,
de la belleza, de la sabiduría universal. En esta variada creatividad, la Iglesia percibe
un elemento divino, la «imagen de Dios». Por tanto, es imposible que los creyentes
no disfruten de los logros de la mente humana: los medicamentos, la ropa, la
vivienda, los coches, los ordenadores y los demás beneficios de la técnica. El uso de
estas cosas es algo natural para los humanos (al contrario que en caso de los
animales, que tan solo en el circo presumen de sus habilidades).
Sin embargo, solamente las personas ingenuas consideran que todo lo que el
hombre crea es siempre bueno y progresista. El carácter excepcional del hombre hace
que puede elevarse a las alturas del desarrollo de su humanidad y convertirse en
santo, o bien, envilecerse de forma excepcional. No podemos olvidar que, gracias al
genio del hombre, la energía nuclear ofrece la electricidad a millones de personas,
pero, en cualquier momento, puede ser utilizada para la destrucción masiva; un avión
puede trasladar a los pasajeros, pero, en manos de terroristas, puede convertirse en un
arma peligrosa y destructora. Un médico puede salvar vidas, pero, al mismo tiempo,
matar a los no nacidos. Algo parecido ocurre en el caso de suministro de
medicamentos: gracias a una dosis adecuada de hormonas se puede ayudar al
enfermo a suplir su desequilibrio en la medida en que lo necesita, pero, aumentando
la dosis, se puede alterar el funcionamiento de un organismo sano. Pese a las
diferencias en la valoración de lo que es bueno y correcto y lo que es malo y
perjudicial, pocas personas admiten que cualquier decisión de un ser humano es
igualmente buena.

9. Opción fundamental
Un encuentro verdaderamente humano entre los cónyuges, que lleve a construir una
unión entre ellos, solamente puede llevarse a cabo dentro de los límites determinados
por su corporeidad. El hecho de cuestionar en una mujer o en un hombre cualquier
rasgo biológico, propio del ser humano, imposibilita la construcción de una relación
de pareja basada en el respeto mutuo, un reconocimiento real de la masculinidad o
feminidad del cónyuge. El postulado de construir el amor dentro del cuerpo, significa
en la práctica, que los cónyuges deciden estimularse sexualmente y regular la
natalidad, aprovechando todas las posibilidades que les ofrecen sus propios cuerpos.

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En cambio, excluyen de las relaciones todas las técnicas que interfieren en una unión
normal de los cuerpos.
En un mundo en el que las tecnologías modernas posibilitan una intervención
muy profunda en el cuerpo humano, cada uno se halla ante una elección fundamental:

—Aceptar nuestra humanidad y aprovechar los conocimientos médicos para curar


enfermedades, o bien intentar transformar nuestra biología a nuestro antojo y utilizar
la medicina para corregir un organismo sano.
—Intentar leer el plan divino inscrito dentro del ritmo de nuestra vida, el ritmo de
nuestra corporeidad, el ritmo de la fertilidad, el ritmo de las relaciones sexuales, el
ritmo de la abstinencia, o bien poner en práctica nuestro propio, idealizado, proyecto
de vida que, cada vez más, comprende la transformación de nuestra corporeidad.
—Mediante trabajo personal, la educación, la oración, conocimiento mutuo y el
apoyo ante las dificultades para madurar y solucionar los problemas que vayan
surgiendo, o bien coger un atajo y, mediante la manipulación de procesos
fisiológicos, originar estados psíquicos deseados y causar comportamientos
esperados.

Este conflicto del mundo contemporáneo es real, es muy grave y va en aumento.


La elección condiciona nuestro entendimiento de la humanidad: el amor, la
espiritualidad, la corporeidad, la sexualidad, la fertilidad, el matrimonio, la salud, el
sentido de vida, el entendimiento de los derechos humanos, la libertad y la dignidad,
las fronteras del poder humano, el ethos de la decepción de la confianza pública, la
educación, la moralidad de la vida diaria. Es fundamental en tal medida que nunca
será neutral moralmente, sus consecuencias para cada ser humano serán siempre
importantes. Es preciso verlo con claridad. En cambio, los problemas para definir con
exactitud la frontera dibujada son una cuestión abierta. Unos sólidos conocimientos
científicos, alejados de cualquier ideología, la trazarán cada vez con mayor precisión.

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CAPÍTULO 10
¿CUÁNTO PESAN LOS PECADOS SEXUALES?

El ámbito sexual es un territorio muy delicado, particularmente susceptible a las


influencias del entorno, plástico para modelar. Gracias al sexo el ser humano puede
vivir la felicidad, una profunda alegría de vivir; así como, por su culpa, sufrir mucho:
vivir un sentimiento de culpa y un duradero dolor psíquico, tener una herida
emocional. Cuanto más rico y dinámico es un ámbito de la vida, más fácil es
desordenarlo y por eso debería protegerse con particular cuidado y amor. «Según la
tradición cristiana y la doctrina de la Iglesia, y como también lo reconoce la recta
razón, el orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana valores tan
elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave[146]».
Una crítica severa por infringir el orden en el ámbito sexual no proviene, en
contra de lo que pueda parecer a algunos, de la postura de negación del valor sexual,
sino todo lo contrario, de la postura de su afirmación. La admiración del obsequio del
acto matrimonial es tan grande que la Iglesia percibe en él la presencia del propio
Dios. Estas bellas suposiciones tienen que influir en la interpretación de los pecados
matrimoniales. El fin del camino que la Iglesia propone a los cónyuges es descubrir el
gran valor del acto sexual. Su cercanía ha de ayudar a establecer lazos entre ellos,

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favorecer el desarrollo de su amor, acercarles a Dios. Si, pese a la preocupación por el
orden sexual, observamos falta de semejantes frutos en los esposos y, en vez de vivir,
cada vez con mayor alegría, el acercamiento de Dios y del hombre, el sentimiento de
culpa aumenta a causa de las caídas en el camino hacia Dios, si los cónyuges temen
abrazarse, cuando aparecen bloqueos en la expresión de la propia sexualidad (incluso
durante la relación sexual), si, a causa de las dificultades sexuales, apenas acuden al
confesionario, ni comulgan, podemos estar seguros de que los esposos han
interpretado erróneamente las enseñanzas de la Iglesia. El fruto de la preocupación
por la vida cristiana no puede ser, en lugar de la alegría del encuentro con Dios y el
fortalecimiento del amor entre los cónyuges, el miedo, la frialdad y una constante
amenaza del pecado o una sensación de estar cometiendo, casi constantemente,
pecados graves. Si desarrolláramos así la dirección de la formación católica, en algún
momento tendríamos que llegar a la conclusión de que el sacramental matrimonio
equivale a elegir una vida que pone en peligro la salvación, ya que solo en el
matrimonio las personas viven en una cercanía tan grande que están
permanentemente expuestas al pecado mortal. Es un absurdo teológico y moral
intentar transmitir a la gente que el contacto con la persona querida, con el cónyuge,
supone estar constantemente expuesto a la amenaza del pecado. Es una de las
falsedades que más pueden perjudicar a un matrimonio.

1. Pecado mortal y pecado venial


Valorar el tipo de gravedad de un pecado es un tema siempre actual. «Es una cuestión
inevitable, a la que la conciencia cristiana nunca ha renunciado a dar una respuesta:
¿por qué y en qué medida el pecado es grave en la ofensa que hace a Dios y en su
repercusión sobre el hombre?»[147]. La Iglesia se pronuncia sobre la gravedad de los
pecados, no solo sexuales, aunque no siempre es fácil, en las situaciones concretas,
establecer las fronteras de la gravedad de determinados pecados[148].. Merece la pena
profundizar en este tema para no dar respuestas demasiado sencillas a estos difíciles
y, en ocasiones, grandes dilemas.
El pecado mortal es un pecado que hace que se pierda la gracia santificante, de la
amistad con Dios, del amor y al mismo tiempo, de la eterna felicidad. Las
consecuencias del pecado mortal introducen tal desorden en el alma que el hombre se
pone de espaldas a su fin último, o sea, Dios. Deja de amarle. Sale del camino que
lleva a Dios. Interrumpe el viaje hacia Él. Si no es absuelto, trae como consecuencia,
castigo eterno.
El pecado venial hace que el hombre se pare temporalmente en su camino hacia
Dios, o bien aligere el paso, pero sin «abandonar el camino de Dios»[149]. Merece una
pena temporal, que quiere decir parcial y posible de ser expiado en la tierra o tras la

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muerte[150]. «El pecado venial, que, sin embargo, no deberá ser atenuado como si
automáticamente se convirtiera en algo secundario o en un “pecado de poca
importancia”. Pero el hombre sabe también, por una experiencia dolorosa, que
mediante un acto consciente y libre de su voluntad puede volverse atrás, caminar en
el sentido opuesto al que Dios quiere y alejarse así de Él (aversio a Deo), rechazando
la comunión de amor con Él, separándose del principio de vida que es Él, y eligiendo,
por lo tanto, la muerte[151]». Los pecados veniales que, en realidad, son un
alejamiento de Dios, pueden gradualmente alejar al ser humano de Él, anestesiar la
conciencia y prepararlo para el pecado mortal. Esto es muy visible en la materia
sexual, ya que los pecados de naturaleza sexual debilitan la vida de la oración, llevan
a abandonarla, debilitan la sensación de cercanía con Dios, lo cual se traduce en
indiferencia hacia Él. Debilitan también la voluntad de permanecer en el bien y
facilitan la toma de una serie de decisiones que, de forma sistemática, le separan de
Dios. A menudo los cónyuges dicen que si hubiesen estado de acuerdo con el uso del
preservativo les habría sido muy difícil volver a practicar la abstinencia temporal y
hubieran encontrado muchos motivos para justificarse y permanecer en el pecado.
Prefieren, de forma consciente, no entrar en el camino del mal. El compromiso en
pequeñas cosas, en ocasiones puede llevar al consentimiento de un mal mayor. A
veces ocurre que la elección del mal en materia sexual posibilita la influencia del
Satanás en la vida del ser humano.

2. ¿Cómo se lleva a cabo la valoración moral de un acto?


La valoración moral de los actos humanos no se refiere a los hechos acontecidos que
podemos observar de manera pasiva, como si estuviéramos en un lado. Antes de que
analicemos los ejemplos de la vida sexual, expliquemos la complejidad de una
valoración moral con un sencillo ejemplo. Los conocimientos sobre el hecho de
«clavar un cuchillo en el abdomen» (un hecho puramente físico), no es suficiente
para poder decir nada sobre la responsabilidad moral de una persona. Si un cirujano
clava un cuchillo en el abdomen de una persona a la que le está salvando la vida, es
un hecho moral completamente diferente de si un asesino clava el cuchillo en el
abdomen de su víctima. Solo podemos valorar moralmente un acto humano, una vez
que hemos entendido cuál era el objetivo directo de la persona: ¿estaba salvando la
vida, como el cirujano, o estaba matando, como en caso del asesino? La teología
habla del conocimiento de «objeto moral del acto». El objeto moral del acto, el
objetivo del comportamiento, puede ser valorado únicamente cuando hayamos
conocido la intención interior de quien actúa: ¿por qué está obrando de esta manera?
¿Para ayudar o para hacer daño? O también analizando el acto humano dentro de un

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contexto preciso: la sala de operaciones o la calle (diferentes circunstancias). Si
poseemos toda esta información, vemos la diferencia moral entre los dos actos.
Algo parecido sucede en la materia de la vida sexual. Los hechos —la celebración
del acto sexual, el uso del preservativo, la ingesta de la píldora hormonal, el aborto—
fuera del contexto donde acontecieron, no nos proporcionan información significante
para la valoración moral. De una forma se valorará el acto sexual con el cónyuge y,
de una forma completamente distinta, un acto sexual que constituye la infidelidad
matrimonial. No es el acto sexual en sí lo que denominamos bueno o malo, sino si se
celebra dentro o fuera del matrimonio. Los cónyuges poseen una consciencia
completamente diferente de su relación que en caso de una pareja accidental que
emprende una relación sexual. Su identidad, ser marido y mujer, es completamente
diferente. Por tanto, el acto matrimonial no es la misma relación sexual que el acto
sexual con una persona frente a la cual no se tiene ninguna responsabilidad u
obligación. Puede transcurrir igual a nivel de sensaciones físicas, pero no es el mismo
acto en sentido espiritual y moral.
En caso de usar el preservativo los cónyuges pueden decidirse por cuestiones de
anticoncepción (lo cual es considerado por la Iglesia como un «acto interiormente
malo», o sea un hecho que no puede llegar a ser bueno a causa de una buena
intención), o bien para analizar el semen, quiere decir para poder diagnosticar las
causas de la esterilidad[152]. En este caso el acto tiene una finalidad completamente
distinta, el objeto moral del acto es diferente. El problema moral no es el uso de un
preservativo especial que, en este caso hace de recipiente, sino la manera de
conseguir el semen: ¿es a causa de la relación sexual o mediante masturbación[153]?
En otras circunstancias el uso del preservativo es más problemático, pero no a causa
de mal «objeto del acto», sino por el carácter del acto intencionado al servicio del
cual se encuentra. Además, hay que tener en cuenta la eficacia fallida de su uso.
Tenemos estos dilemas cuando su uso tiene por objeto la protección del cónyuge ante
un posible contagio de enfermedad de transmisión sexual.
La medicina contemporánea es capaz de curar a los enfermos contagiados con la
gonorrea, el virus de la hepatitis B, o bien reducir la presencia del virus VIH hasta el
punto que deja de ser detectable y, por tanto, el riesgo de contagio se reduce casi por
completo[154]. Cuando se trata de un virus, tenemos que ser conscientes de que el uso
profiláctico del preservativo no ofrece garantías de que no se produzca el contagio de
la persona amada. Cuanto más contagiosa es la enfermedad de transmisión sexual,
cuanta mayor la frecuencia de relaciones sexuales con el cónyuge contagiado y
cuanto más tiempo se proteja con la ayuda del preservativo, mayor será el riesgo de
contagiar a la otra persona. Usando el preservativo no podemos empezar a
engañarnos pensando que previene el mal de forma eficaz y que no expone a la
persona amada a una enfermedad grave. Además, la eficacia práctica del preservativo
es mucho menor que la teórica (de la que se nos dice[155]).

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Al tratarse de una enfermedad contagiosa lo primero que deberían valorar los
esposos es la posibilidad de una abstinencia temporal (hasta recuperar la salud) para
limitar al máximo el riesgo del contagio. Si no son capaces de permanecer en ella,
una manera más segura del acercamiento son caricias sexuales sin un acto sexual, de
forma que el cónyuge no esté expuesto al contagio. De todas formas, hay que ser
realista y darse cuenta de que la sexualidad no es una isla de eterna felicidad y placer
en un mundo azotado por diferentes enfermedades. También este ámbito sufre a causa
de graves enfermedades que imposibilitan a muchas personas una actividad sexual,
siempre que no deseen hacer daño a otras personas. Estas personas no tienen más
remedio que aprender a vivir en la abstinencia, al igual que otros aprender a vivir
sometidos a una rigurosa dieta o bien a moverse en silla de ruedas. La decisión que
finalmente tomen los esposos depende de su madurez espiritual, de su sensibilidad
moral, de su personalidad, del amor, de la relación que les une. La decisión pertenece
a los cónyuges quienes, obrando guiados por su conciencia cristiana, son plenamente
responsables de sus elecciones ante Dios. La Iglesia no tiene el deber de sustituir a
los esposos ante la toma de las decisiones. Tan solo puede darle las indicaciones
necesarias para formar su conciencia[156]. Un ser humano libre, guiado por su mente,
es el responsable de las consecuencias de sus elecciones.
Al igual, el simple hecho de tomar la píldora anticonceptiva, no constituye un
problema moral, sino la motivación interior que influye en su ingesta: ¿se está
tomando con el fin de curar una endometriosis o un quiste ovárico (cuyo efecto
secundario es la esterilidad)? En este caso la hormona es considerada
medicamento[157]. La ingesta de la misma píldora se convierte en anticoncepción y en
un «acto moralmente malo» cuando es utilizada para eliminar la fertilidad. En este
caso, las buenas intenciones, por ejemplo, para que unas relaciones frecuentes
renueven y fortalezcan el amor, no justifican la elección del mal. Pensar de esta forma
es engañarse a sí mismo.
De la misma manera, no es el hecho de tener un aborto lo que se somete a una
valoración moral, sino si el aborto fue espontáneo, o bien si fue causado por el
hombre. En el primer caso, estamos ante una experiencia triste y traumática (sobre
todo para las parejas que llevan tiempo esperando a un hijo) y, en el segundo, ante el
aborto y la vulneración del derecho a la vida. Hoy sabemos que entre el 10 y el 15 por
ciento de los embarazos acaba en un aborto espontáneo. En la mayoría de los casos
(40-68 por ciento), la causa son anomalías genéticas. En otros casos, la causa es un
anidamiento incorrecto, o anomalías inmunológicas o infecciosas[158]. Es preciso
distinguir entre los procesos que tienen lugar dentro del cuerpo de la mujer y de los
que ella no es responsable en ninguna medida (solo le parece que es responsable) y
las decisiones cuyo objetivo es matar a un ser humano de las que el hombre tiene la
responsabilidad moral.
Un médico que suministra un medicamento (incluso peligroso) convencido de
que, pese a los posibles efectos adversos, la terapia ofrece posibilidades de ayuda al

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paciente (aunque su efecto secundario pueda ser la esterilidad o alguna otra
enfermedad), y no dispone de otros medios, más seguros, no está cometiendo el mal
moral, sino el bien moral. Como ejemplo podemos citar aquí las operaciones médicas
de extirpación de testículos, del útero o de ovarios, que no dan pie a controversias
morales pese a que la persona sometida a la operación será de por vida estéril. La
Iglesia no formula una implacable prohibición de infringir la fertilidad (de la misma
manera que permite la amputación de una pierna o de un brazo), sino que siempre
pregunta por el fin de estas acciones. Por eso, en uno de los casos el médico, al actuar
conforme a sus mejores conocimientos y con la ayuda de los medios actualmente
disponibles, hace el bien moral al intentar ayudar al enfermo. En otro caso, cuando
guiándose por las razones justificadas médicamente, administra al enfermo un
peligroso medicamento (le mutila, le desprovee de muchas importantes funciones
vitales, arriesgando su salud o su vida) está cometiendo un acto moralmente malo.
Ninguna de estas situaciones puede valorarse moralmente sin conocerlos argumentos
del médico, sin su explicación de por qué se ha decidido por este tratamiento, así
como sin conocer las circunstancias en las que tuvo que tomar la decisión[159]. En
cada uno de estos casos la «última palabra para definir el sujeto moral pertenece a la
razón de la persona que actúa. Por tanto, no es de extrañar que diferentes personas
interpreten de forma distinta los mismos acontecimientos, ya que en la sensibilidad
cognitiva de esta persona pueden aparecer matices, no perceptibles para otras
personas […]. Los hechos morales no pueden ser analizados tan solo de manera
mecánica como los acontecimientos que simplemente ocurren y causan
consecuencias previsibles y tangibles. La ética se diferencia de la física o de la
química y por eso no puede permitirse una mirada fría. La obligada ética,
predominante en los antiguos manuales no percibía este carácter tan personalista de
un acto moral»[160]. Por eso ha perdido ya la capacidad de enseñar a los católicos una
manera de vivir creativa y responsable dentro del mundo contemporáneo y la Iglesia.

3. La perspectiva de la persona que actúa


Una valoración moral de un acto humano puede formularse una vez que se haya
definido cómo fue el acto desde el punto de vista de la persona que actuó. Si vemos
que dos personas toman la píldora anticonceptiva, estamos observando este hecho
desde fuera, puede parecemos que están usando la anticoncepción, pero solo cuando
hayamos conocido su motivación, descubrimos que una de ellas está en tratamiento
por endometriosis y la otra está empleando las hormonas con fines anticonceptivos.
La información sobre la conciencia de cada una de estas personas y conocer las
circunstancias por las que han tomado la decisión de tomar la píldora hormonal, nos
permite establecer la calidad de su decisión moral. «La moralidad del acto humano

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depende sobre todo y fundamentalmente del objeto elegido racionalmente por la
voluntad deliberada […]. Para poder aprehender el objeto de un acto, que lo
especifica moralmente, hay que situarse en la perspectiva de la persona que
actúa[161]».
La perspectiva de la persona que actúa se ve bien en la diferenciación del
comportamiento humano ante el error, el mal moral, el pecado. El cónyuge puede
utilizar la anticoncepción considerando que está obrando bien (sin darse cuenta del
mal, es la valoración de la conciencia moralmente equivocada). En este caso
hablamos de un error, no pecado, ya que la persona estaba convencida de estar
obrando bien. No tenía ninguna duda sobre el bien, ni tampoco aparecieron
pensamientos sobre el mal moral de su actitud.
A menudo cometemos errores. No es fácil entenderse a sí mismo, al prójimo, al
mundo alrededor y los cambios que en él se producen. A menudo nos dejamos llevar
por las percepciones subjetivas: confiamos sinceramente en las personas que, pasado
un tiempo, resultan indignas de nuestra confianza, a menudo estamos siendo
manipulados por los medios. El ser humano puede valorar erróneamente la realidad,
confundir el mal con el bien. Si el ser humano, en su conciencia, considera que está
obrando bien, tiene la obligación de guiarse por su conciencia permaneciendo a la
búsqueda del bien y de la verdad. Si en algún momento se da cuenta de que ha obrado
mal estando convencido de que hacía el bien, procura corregir el error, abandona las
acciones que resultaron ser malas.
Hay veces que pagamos un precio muy alto por los errores. Independientemente
de nuestras intenciones, el mal del que no fuimos conscientes nos hace daño, causa
sufrimiento como, por ejemplo, en el caso de las personas que creían haber
encontrado la persona de su vida y precipitadamente se decidieron a tener sexo, se
contagian con una enfermedad de transmisión sexual, o bien dejan de creer en el
amor. Por eso las decisiones erróneas, incluso si desde la percepción subjetiva no son
una elección del mal, pueden traernos la desgracia y el sufrimiento.
La persona que aspira al bien, nunca puede elegir nada que se considera un mal, o
se supone que es malo. Si el cónyuge comienza a usar la anticoncepción siendo
consciente de su mal moral (antes de tomar la decisión sobre su uso, o bien en el
momento de usarla se da cuenta de que es mala), contrae una culpa moral porque ha
obrado en contra de la razón que ha valorado el acto como malo. Este sentimiento de
culpa moral en la conciencia cristiana, obra en contra del amor divino, se aleja de
Dios, en otras palabras: adopta forma del pecado que, a su vez, daña la comunidad
matrimonial y la comunidad de la Iglesia.
Al conocer la sabiduría de las enseñanzas de la Iglesia, aprendemos un modo
personal, en vez de arbitral, de tratar al ser humano. El valor moral del acto de una
persona en concreto no puede ser valorado de la misma manera a como se corrige un
examen: se sobrepone el patrón y de inmediato sabemos si la respuesta es correcta o
no. Antes de valorar moralmente el comportamiento del prójimo es preciso entender

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sus motivaciones y las circunstancias de la toma de decisiones. Hay que preguntar
por ellas, escucharle, procurar entenderle. Las consecuencias de esta aproximación se
ven claramente en caso de juzgar a las personas que han sido partícipes de un
asesinato. Al tratarse de un asesinato con premeditación el autor puede ser castigado
con pena de muerte o cadena perpetua. Por un crimen pasional uno puede pasar unos
cuantos años en prisión y por causar la muerte de forma no intencionada, por
ejemplo, en un accidente de tráfico, la condena puede ser aplazada, o declararse la
persona inocente. Al sentenciar la inimputabilidad de una persona, esta es dirigida a
un hospital psiquiátrico para someterse al tratamiento correspondiente, en vez de a la
cárcel. En cada uno de los casos se ha producido la tragedia del asesinato de una
persona, pero la responsabilidad moral ha sido juzgada de diferentes maneras. ¿Por
qué? Porque en cada uno de estos casos no se ha juzgado el acontecimiento como tal
(el objetivo mal físico: la muerte), sino a la persona que ha actuado de una
determinada manera. Un juicio moral justo sobresale más allá de la valoración de las
consecuencias externas del acto humano. Requiere una averiguación sobre el interior
de la persona: ¿cuáles fueron las razones de su decisión? ¿En qué circunstancias la
tomó? ¿Tomó la decisión de obrar mal, o participó involuntariamente en una tragedia
que no fue capaz de evitar? La capacidad de matizar la valoración moral de los actos
humanos es imprescindible en caso de problemas y dificultades en materia sexual.
Cuando las personas hablan de sus pecados sexuales se acuerdan de que, al
cometerlos, se guiaban por la opinión del entorno que les parecía correcta, o creían a
una autoridad que consideraba los comportamientos pecaminosos como buenos;
durante mucho tiempo no fueron conscientes de que estos actos eran pecados. Puede
que tuvieran la sensación del mal, pero no fueron capaces de darse cuenta de su
alcance. En otras circunstancias pueden ser conscientes de la limitación de la libertad:
se acuerdan de que la presión del entorno era tan fuerte que no supieron oponerse a
ella. A veces simplemente porque recibieron esta educación y nunca hasta el
momento habían cuestionado las normas de su casa. Todas estas personas dicen una
verdad muy importante sobre su conciencia y su libertad a la hora de tomar una
decisión preñada de consecuencias. Tienen más razón de lo que creen al no
considerar sus elecciones pecados graves. No porque la materia de su pecado no fuera
grave, sino porque se dan cuenta de que eran inconscientes del mal de sus actos o no
tenían plena consciencia y libertad de sus actos[162]. Independientemente de eso,
existen personas que sabían que se estaban aprovechando de la persona a la que no
amaban, pero, pese a todo, optaron por el sexo; recurrieron a la anticoncepción
sabiendo que era una expresión de su egoísmo, sabían que, nada más nacer el niño,
podían darlo en adopción y sabían que era una solución válida, sin embargo eligieron
el aborto. Fueron conscientes del mal que hacían, incluso tenían una sabia propuesta
de ayuda, pero eligieron el mal, en contra de la valoración de la razón.
Muchos esposos que a diario procuran vivir con Dios, respetan fielmente los
mandamientos de Dios, tienen el convencimiento de que su deseó de unión sexual no

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puede inmediatamente, de repente, traer como frutos el pecado mortal en materia
sexual. La paz reina en sus corazones. Pese a los decaimientos en materia sexual
provenientes de la debilidad o desconocimiento, se sienten cercanos a Dios. Dios les
protege del pecado grave. No menosprecian sus problemas sexuales, procuran
corregirlos (a veces con mejor o peor resultado). Con razón los consideran pecados
veniales y los confiesan regularmente, o bien los confían a Dios durante la «confesión
general» al principio de la Santa Misa y reciben la Comunión. La experiencia
demuestra que en el cristianismo «existe en él una fuerza que lo preserva de la caída
del pecado; Dios lo custodia, “el Maligno no lo toca”. Porque si peca por debilidad o
ignorancia, existe en él la esperanza de la remisión, gracias también a la ayuda que le
proviene de la oración común de los hermanos»[163].
Algunas personas tienen problemas de naturaleza sexual, pero pese a estas
dificultades son muy buenos esposos, preocupados por la familia, con una merecida
opinión de personas buenas y nobles. Pretenden vivir honestamente, se esfuerzan en
ordenar su vida sexual, desean mejorar. Está claro que les importa preservar la
pureza. Si el hombre procura evitar las ocasiones para cometer el pecado, lucha
contra él; entonces, es una señal importante de que desde su interior se dirige hacia el
bien, hacia Dios, que la gloria divina actúa en su interior y fortalece el esfuerzo del
trabajo personal. Al mismo tiempo es una señal de que el hombre no vive en pecado
mortal. «En el ministerio pastoral deberá tomarse en cuenta, en orden a formar un
juicio adecuado en los casos concretos, el comportamiento de las personas en su
totalidad; no solo en cuanto a la práctica de la caridad y de la justicia, sino también en
cuanto al cuidado en observar el precepto particular de la castidad[164]». En estas
situaciones es preciso ayudar a la persona en concreto asegurándose de que
aprovecha todos los medios disponibles que ayudan en el camino hacia la libertad.
«Se deberá considerar en concreto si se emplean los medios necesarios, naturales y
sobrenaturales, que la ascética cristiana recomienda en su experiencia constante para
dominar las pasiones y para hacer progresar la virtud.»[165].

4. El pecado frente a la conciencia y la voluntariedad de


los actos
Hoy en día, cada vez con mayor frecuencia, la gente niega la posibilidad de cometer
un pecado mortal en materia sexual y, por tanto, aceptan un abanico de
comportamientos sexuales cada vez mayor que, durante siglos han sido considerados
como malos por la Iglesia. La cultura del Occidente acepta hoy, o incluso favorece,
todos los comportamientos sexuales, excluyendo la pedofilia y el incesto. Solo en
estos casos los cánones éticos de la cultura moderna son muy severos, pero también
en este ámbito se emprenden delicados pasos con el fin de ablandar la sensibilidad

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moral. La limitación de la posibilidad de cometer pecados mortales (identificados en
la tradición y en la enseñanza de la Iglesia como graves) solo para los trastornos de
personalidad más graves, hacen que los cristianos poco afanosos se abran ante todas
las propuestas que se les ofrecen. Están exentos tanto de ejemplos de castidad, como
de barreras que contengan el mal. El hecho de considerar permitidos la mayoría de
los comportamientos sexuales, hasta ahora percibidos como «grave materia del
pecado», debilita en caso de estas personas la aspiración a preservar las directrices
morales[166].
La aspiración de considerar casi todos los comportamientos sexuales como
moralmente permitidos, apareció también en el seno de la Iglesia en una forma
adecuadamente transformada. Algunos teólogos consideraron que solo el directo,
consciente y voluntario rechazo de Dios puede constituir un pecado mortal. Según
ellos las personas que creen en Dios no pueden cometer un pecado mortal pese a
rechazar sus mandamientos y las ideas de la Iglesia; por ejemplo, aprueban el aborto,
o bien no respetan la fidelidad del matrimonio, o usan la anticoncepción. Por eso los
documentos eclesiásticos contemporáneos no cesan de repetir que los pecados
mortales pueden ser también los actos humanos que seriamente atenían contra el
mandamiento del amor al prójimo. Quien los comete puede no tener ninguna
intención de rechazar a Dios, puede incluso no pensar en Dios en absoluto, pero al
elegir un hecho gravemente desordenado moralmente, rompe el contacto con
Dios[167].
La Iglesia «no considera solamente la materia grave del pecado mortal, sino que
recuerda también, como una condición necesaria suya, el pleno conocimiento y
consentimiento deliberado[168]». Esta definición subraya la necesidad de la existencia
de la «materia grave» del pecado, la gravedad de un acto determinado (el robo de un
caramelo o de un coche, cortejo verbal o infidelidad matrimonial). Recuerda también
que la «materia grave» no es la única condición. A parte de ella, una condición
imprescindible para cometer un pecado grave es la implicación personal del ser
humano en mayor grado: «Pleno conocimiento y consentimiento deliberado». «Tanto
en la teología moral como en la práctica pastoral, son bien conocidos los casos en los
que un acto grave, por su materia, no constituye un pecado mortal por razón del
conocimiento no pleno o del consentimiento no deliberado de quien lo comete.»[169].
A la hora de reflexionar sobre los pecados sexuales a menudo nos olvidamos de que
la valoración moral de este tipo de pecados no se realiza solo en base a uno de los tres
criterios, sino en base a los tres criterios a la vez: la gravedad de la materia, la
consciencia del ser humano y la voluntariedad de sus actos.
Muy a menudo, y precisamente en caso de los pecados sexuales, intentamos
juzgar un pecado de un modo selectivo, solo en función de uno de los tres criterios
citados. Parece que este tipo de sensibilidad tiene unas profundas raíces en la Iglesia
polaca: una sensibilidad que reacciona ante todo a la objetiva materia del pecado y
por eso identifica la grave materia de los actos sexuales con los pecados mortales.

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Esto lleva a una inadecuada valoración moral de las personas que cometen pecados
sexuales. El error en este caso consiste en la falta de una justa valoración del acto
humano. No se tiene lo suficientemente en cuenta a dos factores importantes
enumerados por las enseñanzas de la Iglesia: la consciencia y la voluntariedad del
hombre. Incluso si en la enseñanza y en la práctica sacerdotal se supone que el
desorden en la materia grave es identificado con pecado mortal, tan solo es una
suposición que, en un caso práctico, puede no producirse[170].
Si deseamos formar una conciencia madura es necesario prestar atención también
a la madurez humana del cristiano, o sea, a su consciente y libre implicación. La falta
de preocupación por conocer la conciencia de un ser humano que comete el mal y la
falta de entendimiento de los condicionantes de su comportamiento imposibilitan una
eficaz ayuda sacerdotal. Esto se ve claramente en caso del pecado de la masturbación.
Si se trata de una masturbación ocasional es necesario ayudar a la persona con las
razones extrasexuales que la causan y, de esta manera, redirigir su trabajo personal.
En caso de un vicio de autoerotismo es imprescindible movilizar a la persona a una
ardua lucha, al igual que en caso de cualquier otro vicio. Una persona viciosa debería
darse cuenta de que su libertad está limitada. Esta limitación influye en la valoración
moral de su comportamiento. Sin embargo, es importante que intente salir del vicio
hacia la libertad de forma constante. En caso de la masturbación compulsiva se
requiere psicoterapia especializada para llegar a los sentimientos reprimidos. La
persona no es responsable moralmente de la masturbación compulsiva. La analizamos
en calidad de enfermedad, no pecado[171]. La identificación del pecado mortal con
cualquier pecado sexual es falsa y muy perjudicial para la salud psíquica y espiritual.
Para entender la complejidad de las elecciones del ser humano y, por lo tanto,
para valorar su responsabilidad es muy útil la psicología que «ofrece diversos datos
válidos y útiles en tema de masturbación para formular un juicio equitativo sobre la
responsabilidad moral y para orientar la acción pastoral»[172]. La psicología puede
ayudar a, por ejemplo, entender la influencia de la falta de madurez emocional, o bien
las costumbres adquiridas, en los comportamientos sexuales del hombre «atenuando
el carácter deliberado del acto, y hacer que no haya siempre falta subjetivamente
grave»[173]. Hoy en día ya sabemos que dentro de una persona hay muchas capas de
la inconsciencia que influyen en sus decisiones. Estas decisiones no son entonces
plenamente humanas, conscientes y libres, por tanto solo se consideran pecados
veniales.
La inmadurez emocional, costumbres adquiridas, estados de ansiedad, depresivos
pueden influir a cometer los pecados sexuales. A menudo estos comportamientos
sexuales constituyen una expresión de reproche, un trauma o una reacción ante el
sentimiento de inferioridad. En algunas situaciones la decisión de cometer un pecado
nace de experiencias difíciles, o incluso dramáticas, de un profundo sufrimiento, de la
soledad. En ocasiones la persona se desespera a causa de falta de perspectivas de
mejorar su situación económica, a menudo se halla bajo fuerte presión del entorno

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más próximo. Los factores sociales, culturales, como por ejemplo una intensa
publicidad de comportamientos amorales, desempeñan un papel muy importante.
Todas las circunstancias que influyen en la toma de una decisión para cometer el mal,
así como la intención con la que obramos, pueden atenuar considerablemente la
responsabilidad moral o incluso reducir al mínimo la culpa moral del pecador. A
muchos católicos las dificultades en materia sexual les causan dolor y se juzgan con
mucha severidad. Necesitan desdramatizar los problemas sexuales. La
desdramatización tiene por objetivo no el hecho de disminuir la sensibilidad de la
conciencia ante el mal, sino que es un importante método terapéutico que lleva a vivir
lo más importante: el amor de Dios dirigido personalmente al pecador. Sirve para
que, el cansado ser humano, obsesionado con su sexualidad, pueda disfrutar de la
vida pese a sus problemas: que pueda descubrir el amor divino y el perdón. La ayuda
depende de un buen reconocimiento espiritual condicionado por la capacidad de
escuchar al prójimo.
El magisterio de la Iglesia advierte que a la hora de emitir juicios morales sobre
los pecados sexuales es preciso darse cuenta de la particularidad de la propia
sexualidad. «Es verdad que en las faltas de orden sexual, vista su condición especial y
sus causas, sucede más fácilmente que no se les dé un consentimiento plenamente
libre; y eso invita a proceder con cautela en todo juicio sobre el grado de
responsabilidad subjetiva de las mismas[174]».
Los juicios de la gente o bien son demasiado severos, o demasiado benignos y, en
este sentido, pueden resultar injustos o dañinos. Por eso la Iglesia recuerda que el
propio Dios es el juez definitivo de las conciencias humanas. Esto significa que la
Iglesia, a la hora de propagar unas enseñanzas muy difíciles (en todas las materias, no
solamente la sexual), no condena a nadie, ya que no conoce la historia vital de la
persona en concreto, o los planes divinos respecto a él, las circunstancias que han
influido en su decisión, no conoce la intención de sus elecciones, la capacidad actual
de distinguir el bien y el mal, etc. Todos estos criterios y, al mismo tiempo, hechos
que condenan o justifican al ser humano, solo son completamente familiares a Dios,
quien conoce a la perfección la conciencia del hombre. Por eso puede suceder que las
personas que consideramos buenas y honestas sean juzgadas y castigadas por Dios
muy severamente, y, en cambio, las personas consideradas grandes pecadores, serán
premiadas, dado que sus actos encontrarán justificación en los ojos de Dios. «Es el
caso de recordar en particular aquellas palabras de la Sagrada Escritura: “El hombre
mira las apariencias, pero Dios mira el corazón” (Sam 16:7[175])».

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CAPÍTULO 11
«NOS HEMOS CRUZADO PARA FINALMENTE
ENCONTRARNOS»

Testimonio de una pareja


Ewa: Nos gustaría compartir nuestra experiencia de vivir el amor y la sexualidad en
el matrimonio. Llevamos casados más de diez años. El fruto de nuestro amor son tres
niños maravillosos. Nuestra historia, como toda vida humana, está marcada por
muchas dificultades, contrariedades y sufrimiento.
Mariusz: Procedemos de familias católicas. Cuando éramos jóvenes, vivíamos
estrechamente con la Iglesia. No mantuvimos relaciones sexuales antes de la boda, ya
que creíamos que solo en el matrimonio bendecido por Dios, podríamos estar por
completo el uno para el otro, ser una sola carne (Gen 2, 24). Al principio de nuestro
matrimonio estábamos convencidos de que el ámbito sexual se presentaba ante
nosotros como una puerta abierta y que solo traía placer y la sensación de plenitud.
Poco a poco empezamos a conocer los días grises y corrientes de la vida matrimonial.
Empezamos a tomar conciencia de que, por un lado, el trabajo, las obligaciones y
otras tareas y, por otro, la salud y las fases del ciclo de la mujer, nos imposibilitaban
mantener relaciones siempre que nos apeteciera. Como hombre entendí despacio que
la materia sexual, aunque muy importante, no es la única y la más importante en la
vida de un matrimonio. Pasados unos años, deseamos tener un hijo. La posibilidad de
mantener relaciones en el periodo fecundo, cuando ambos nos deseábamos mucho,
así como la consciencia de que cada acercamiento podía acabar en la concepción de
una nueva vida, nos llenaban de alegría y felicidad. Nos sentíamos realizados.
Dábamos gracias a Dios por haber creado de forma tan maravillosa a la mujer y al
hombre, que podíamos disfrutar de lo que Él había hecho bueno en gran manera (Gen
1,31). Los conocimientos de los métodos naturales de planificación familiar nos
fueron muy útiles a la hora de tener relaciones en el momento adecuado. Nos
maravillaba que, con tanta facilidad, pudiéramos cooperar con la naturaleza, trayendo
descendencia al mundo. La llegada de nuestro primer hijo se celebró de acuerdo con
nuestro plan. Presumíamos de este hecho. Estábamos orgullosos de tener un hijo
nuestro, solo nuestro. Ese orgullo nos tapó a Dios, como el donante más importante
de la vida, como el Único Padre. Más tarde llegaron las primeras dificultades.
Ewa: Precisamente tras el primer parto, comenzó la experiencia más difícil en el
ámbito sexual. Durante el día los cuidados del bebé hacían imposibles las relaciones,
en cambio por las noches dedicaba mucho tiempo a dormir al niño y estaba muerta de
cansancio. Las hormonas y la presencia de mi hijo fueron la causa de que el sexo

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bajara a una posición bastante más baja comparado con el periodo antes del parto.
Sentía remordimientos porque mi marido deseara mantener relaciones y yo, o dormía
o no tenía ganas del acercamiento. Además, mi marido empezó a exigir una (para él)
adecuada frecuencia y la introducción de «nuevas prácticas» durante las relaciones.
Nuestros deseos eran muy diferentes. La sensación de falta de entendimiento mutuo y
aceptación fue creciendo. Cada vez más, me sentía un objeto de uso que un objeto de
amor. Me esforzaba mucho para sacar las fuerzas físicas para que pudiese producirse
un acercamiento. Intenté demostrarle cariño a mi marido porque quería responder de
forma positiva a sus deseos. En lo más hondo de mi corazón sentía una gran tristeza
porque los actos matrimoniales no me proporcionaran la plenitud, el placer y la
alegría con los que soñaba antes de la boda. Mientras buscaba ayuda, apaciguar el
desconsuelo interno y la necesidad de amor, empecé a buscar auxilio en Dios. Pasado
un tiempo, nos iba a llegar una gloria muy concreta para vivir el amor en nuestras
relaciones sexuales.
Mariusz: Es cierto que el periodo tras el primer parto fue difícil, muy difícil. Me
parecía que en la esfera sexual todo sería como antes. Me enfadaba porque no se
cumplieran mis expectativas, que mi mujer no prestara atención a mis necesidades.
Me sentía abandonado y mi masculinidad herida. Consideraba que el problema estaba
en mi mujer e intentaba demostrarlo. Recuerdo que busqué en los foros de Internet las
maneras de convencer a mi mujer sobre la existencia de mujeres que, tras el parto,
siguieran manteniendo relaciones con muchas ganas y con mucha frecuencia. En mi
opinión nos alejábamos de la «media». Cuanto más insistía, mayor era la falta de
comprensión entre nosotros. Pero yo seguía convencido de que tenía razón. Cuando
las estadísticas y los argumentos racionales no surtieron efecto, empleé otra técnica
con la mujer a la que había prometido el amor. Ante la frialdad de mi mujer,
reaccionaba con una frialdad artificial y calculada. En los momentos en los que mi
mujer intentaba demostrarme cariño, yo la rechazaba diciendo que no me apetecía. La
rechazaba mientras sufría mucho porque mi herido orgullo masculino no sabía
aceptar a la mujer que tanto echaba de menos, a la que tanto deseaba. Necesité tiempo
para darme cuenta de mi egocentrismo y apreciar a mi mujer, a mi hijo, a mi familia:
el tesoro que tengo tan cerca. Al cabo de un tiempo entendí que, si quería cambiar
algo, primero tenía que cambiar a mí mismo.
Ewa: Intentamos tener otro hijo. Y aquí nos esperaba otra purificación. Nos
sentíamos, en cierto modo, dueños de nuestros cuerpos, deseos y decisiones.
Seguíamos creyendo que son los esposos los que toman la decisión sobre la
concepción de un hijo, lo conciben y lo reciben en su matrimonio como suyo propio.
Mariusz: El hijo tan deseado fue concebido dentro del plazo que previamente
habíamos fijado. Al igual que en caso del primero, nos parecía que teníamos todo
bajo control. Pero nuestra alegría no duró por mucho tiempo. Resultó que el segundo
embarazo era un embarazo extrauterino, pero no fue diagnosticado a tiempo por el
médico. El oviducto se desgarró y causó un sangrado interno. Mi esposa perdió casi

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dos litros de sangre. Estuvo muy cerca de la muerte. Dios nos ayudó. Llegamos al
hospital en un momento crítico. Mi mujer sobrevivió. El niño no tuvo esa
oportunidad.
Ewa: Estos acontecimientos nos demostraron que nosotros no éramos dueños de
nuestra vida. Un hijo es un regalo y en realidad no podemos influir la manera y en el
momento de su llegada a la familia. Dejamos de ver la fertilidad y la sexualidad de
color rosa y nuestra vida posterior reafirmó esta enseñanza. Tras la pérdida del niño,
deseamos mucho tener al siguiente. Lo conseguimos. El bebé se estaba desarrollando
correctamente dentro del útero, pero había amenaza de aborto. Tuve que hacer reposo
para no causar contracciones de útero. Para mí era una humillación más. Durante
mucho tiempo dependí de otras personas que cuidaban de mí y de nuestro
primogénito. Por fin llegó el día del parto que fue muy largo y agotador. Con las
pocas fuerzas que me quedaban di a luz a un niño sano.
Mariusz: Las experiencias de los últimos meses fueron para nosotros una
verdadera cruz. Llegamos a la conclusión de que no deseábamos volver a vivir algo
parecido. Teníamos a dos niños que crecían sanos. Decidimos cerrarnos
definitivamente ante el obsequio de una vida más. Esta decisión iba acompañada, en
nuestro inconsciente, con una voz de protesta contra lo que nos había ocurrido.
Ewa: El tiempo tras el segundo parto volvió a ser el tiempo de menor deseo
sexual y también de dificultades relacionadas con la observación de la fertilidad que
se estaba restableciendo después de dar a luz, así como de un fuerte cansancio por el
cuidado de los niños. Una vez más tuve muchas dificultades para tener relaciones. Mi
cuerpo era sordo ante los estímulos y los deseos sexuales. Mi voluntad deseaba que se
produjese un acercamiento para poder demostrar a mi marido el amor en esta
dimensión. Durante estos días llevaba una oración en mi corazón, mediante la cual
rogaba a Dios que hiciera posible lo que mi lado humano consideraba imposible.
«¡Dios, haz que lo desee en la misma medida en la que ahora no lo deseo!». Sabía
que por la noche, de forma sincera, deseaba demostrar un amor tierno a mi marido.
Lo quería con mi voluntad, pero mi cuerpo estaba seco y encerrado. Repetía la
oración constantemente como un mantra. Llegaba la noche y, en el momento en el
que mi cuerpo reseco se hallaba en los brazos de mi marido, se producía un milagro.
Dios respondía a mi plegaria y me llenaba de deseo, me abría ante los tiernos gestos
de mi esposo. La gloria vivificadora hacía que mi cuerpo empezara a vivir, a sentir la
belleza de la unión. Esta oración fue mi secreto, mi invitación oculta para que Dios
acudiera a nuestra corporeidad, mi salvoconducto.
Mariusz: Tras el segundo parto, pese a las dificultades en materia de sexo, las
cosas eran diferentes. Yo seguía colocando mis deseos en un primer plano y hacía
todo lo posible para llegar a un acercamiento. Animaba a mi mujer de diferentes
maneras, pero de forma más delicada y más suave. Cuando no lo conseguía, solía
enfadarme. Pero cuando llegábamos a tener relaciones, pese a la satisfacción física,
notaba un vacío espiritual. Cuanto más forzadas eran las relaciones, mayor era el

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vacío. Eran actos en los que me encontraba con mis propios deseos y no con los
deseos de mi esposa. Pese a la unión física de los cuerpos, estos actos no nos
proporcionaban la sensación de unidad, no construían lazos entre nosotros, no
llevaban al encuentro de los cónyuges y no llevaban a la tan esperada realización del
amor. Estas experiencias permitieron que me diera cuenta de que no la cantidad, sino
la calidad trae una verdadera alegría y felicidad. El ámbito espiritual empezó a ser
más importante que la esfera puramente camal. Con un mayor o menor éxito
intentaba amar a mi mujer tal como era, permanecer a su lado. Trataba de no
concentrarme en mis expectativas. Aprendí a ser paciente mientras esperaba tener
relaciones. Rogaba a Dios que me diera el don de la benevolencia y perseverancia. La
aceptación de mi realidad que, al mismo tiempo, era nuestra realidad, no provenía de
mí. Sabía que el origen de los cambios que empezaban a producirse dentro de mí y en
nuestra relación, era Dios. No era mi mérito.
Ewa: Ahora veo que esta declaración de encerramos ante la paternidad también
fue para mí un obstáculo para la libertad de emprender relaciones sexuales. Quería
escapar muy lejos del sufrimiento que podía estar relacionado con otro embarazo,
parto, lactancia y la fertilidad que tardaría en recuperar.
Mariusz: Era una reacción muy humana, pero Dios no dio por finalizadas las
catequesis sobre el don de la fertilidad y la vida. Tras unos años Dios llamó a
nuestros corazones pidiéndonos que recibiéramos un hijo más. Un hijo que nosotros
no queríamos, no habíamos planeado. Durante un tiempo valoramos esta petición en
nuestros corazones. Finalmente decidimos confiar en Dios. Dijimos: «Sí». La
aceptación de la voluntad del Padre fue tan liberadora que, pasado un tiempo,
realmente deseamos tener un siguiente hijo. Dios, inesperadamente, llenó nuestros
corazones con este deseo. La gloria empezó a construir en la naturaleza. Bajo el
corazón de mi esposa, empezó a latir el corazoncito de nuestro hijo. Confiábamos en
que Dios lo protegía de forma especial. Llegamos felizmente al día del
alumbramiento. El parto se alargó. En su última fase se desprendió la placenta
causando un sangrado. El bebé nació muy pálido, había perdido mucha sangre. Los
médicos prosiguieron inmediatamente a la reanimación. Durante varias horas
lucharon por su vida. Lo que fue increíble fue la paz que nos acompañó en todo
momento. No teníamos ira, desesperación o miedo. Nos llenaba una plena aceptación
de que si Dios nos había dado el hijo, también tenía derecho de quitárnoslo.
Entendimos que solo Dios era el verdadero Señor de la vida y la muerte. En un
momento de completa impotencia y dependiendo de la gloria divina, Dios nos llevó a
la cruz para que resucitáramos. Nos curó de la rebeldía, de la falta de aceptación de
nuestra historia y del deseo de controlar nuestra vida y la de nuestros hijos. Y nuestro
bebé sobrevivió. Hoy en día, para nosotros es un verdadero regalo del Dios Padre que
nos quiere.
Ewa: Llegó un tiempo bienaventurado. Con toda la familia acudimos a jornadas
de reflexión sobre el acto matrimonial dirigidas por el padre Ksawery Knotz. El

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nombre nos animó mucho: «El acto matrimonial como oportunidad de encontrar a
Dios y al cónyuge». Las palabras del padre Ksawery se componían en una pieza
lógica. Es más, reconfirmaban un convencimiento interior de que Dios, quien nos
creó y quien bendijo nuestra relación matrimonial, tiene que estar presente en
diferentes dimensiones de nuestra vida, también en la dimensión sexual. Fue un
periodo de una alegre confirmación de que la esfera sexual en un matrimonio es un
territorio de presencia de Dios, un lugar donde Él actúa y donde nos llena con Su
gracia, es un espacio de vivencias espirituales y de encuentro con Vivo Dios.
Mariusz: Una vez finalizadas las jornadas, comenzó el periodo para invitar a
Dios a esta especial relación matrimonial, de entregarle a Él, durante la oración, todos
nuestros deseos, esfuerzos y fecundidad. Con la sencillez de un niño, vaciábamos
ante el Padre nuestros corazones, hablándoles sobre nuestros calientes y no realizados
deseos, sobre la imposibilidad de querer a mi esposa tal como es, sobre el deseo de
amarla incondicionalmente, sobre la añoranza de los cuerpos durante el periodo
fecundo, sobre la tristeza del inicio del periodo infecundo…
Ewa: … y junto con él, el periodo de dificultades y de la frialdad de mi cuerpo.
Hablábamos a Dios sobre nuestro deseo de querer al cónyuge más que a uno mismo,
sobre nuestra miseria e impotencia para llevar a cabo estos deseos. Las palabras del
padre Ksawery que retumbaban alrededor, nos aseguraban de que no había nada malo
en la sexualidad de los cónyuges, que el propio Dios estaba presente en ella. Cuán
liberadora era esa consciencia. Las siguientes semanas y meses nos reafirmaron en
ese convencimiento.
A la hora de experimentar el amor y el cariño de mi marido, sabía que era el
propio Dios quien me demostraba su amor y su preocupación a través de mi marido.
Yo misma podía llegar a ser una herramienta de Dios para ofrecer el mismo amor a
mi esposo. Al encontrarnos en situaciones de acercamiento no tememos pedir a Dios
que nos ayude a superar la frialdad del cuerpo de la mujer, que nos una. Una vez que
sentimos la alegría que nos llena y que proviene de la unión, en nuestros corazones y
con las palabras le damos las gracias y le adoramos como Creador de los magníficos
dones que depositó en los cuerpos de la mujer y del hombre. El acto matrimonial se
convierte no solamente en una alegría humana, sino también en una vivencia
espiritual: un lugar de encuentro de con el Dios Vivo, de experimentar Su Amor y
Belleza. El sacramento es un signo visible de una gloria invisible y es precisamente
así, como podemos vivir la unión. Gracias a que invitamos (consciente y
abiertamente) a Dios en nuestra sexualidad humana, recibimos una nueva dimensión
de vivir las relaciones matrimoniales, una nueva dimensión de la oración y de
experimentar la presencia divina.
El periodo fecundo es para nosotros un periodo para vivir el creciente deseo de
cercanía y cariño. Los cuerpos por sí solos nos acercan el uno al otro, pero la decisión
de la voluntad dice «No». En este momento podríamos llegar a concebir un hijo,
pero, en nuestra opinión, no es un momento adecuado. Por tanto permitimos que las

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relaciones solamente se produzcan durante el periodo infecundo, un periodo en el
cual nuestros cuerpos no reaccionan con la misma viveza que unos días antes. Cada
acercamiento es una expresión y decisión de la voluntad y no necesariamente fruto de
un fuerte impulso físico. Durante mucho tiempo recibíamos esta verdad con un grave
suspiro, con la sensación de pérdida y desacuerdo. Ahora empezamos a descubrir la
otra cara de la moneda. Si las relaciones se produjesen solamente a causa de nuestros
deseos camales, no sabríamos que deseamos y somos capaces de superamos por el
amor al cónyuge, más por el bien de la otra persona que por el nuestro propio. Lo
bonito es que precisamente un amor tan exigente, nos trae la sensación de una
profunda unidad.
Mariusz: Como personas contaminadas por el pecado a menudo no sabemos
amar, nos herimos mutuamente concentrándonos en nuestro propio «yo», intentando
satisfacer primero nuestros deseos. Pero entonces también podemos recurrir al Dios
Misericordioso. Nos colocamos frente a Él con nuestra miseria e impotencia. Y Él se
apiada de nosotros, demostrándonos su omnipotencia, llenando nuestros pobres
corazones y débiles cuerpos con el Amor.
Ewa: Siempre que intentamos imitar a Cristo en su humildad, obediencia y amor,
Él nos ofrece su fuerza para superar el pecado y la debilidad con el amor. Siempre
que contamos con nosotros mismos y con nuestra fuerza, caemos.

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ÍNDICE DE ABREVIATURAS

DS Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes sobre la Iglesia en el


mundo actual.
CL Concilio Vaticano II, Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada
Liturgia.
CC Pío XI, encíclica Casti connubii.
HV Pablo VI, encíclica Humanae Vitae.
FR Juan Pablo II, encíclica Fides et ratio.
VS Juan Pablo II, encíclica Veritatis splendor.
DCE Benedicto XVI, encíclica Deus caritas est.
FC Juan Pablo II, exhortación Familiaris consortio.
RP Juan Pablo II, exhortación Reconciliatio et paenitentia.
CIC Catecismo de la Iglesia Católica.
DV Congregación para la doctrina de la fe, instrucción Donum vitae.
PH Congregación de la educación cristiana, declaración Persona humana.
VC Pontificio Consejo para la Familia, Vademécum para los confesores.

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KSAWERY KNOTZ (1965). es un sacerdote católico de Cracovia, en Polonia, que
dedica gran parte de su tiempo a dar consejos a parejas casadas. El religioso ha
realizado hasta ahora sesiones con más de 3000 parejas de fieles católicos en Polonia
desde el año 2000, con la bendición tácita de sus superiores.

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NOTAS

www.lectulandia.com - Página 141


[1] FC. <<

www.lectulandia.com - Página 142


[2] Z. Nosowski, Parami do nieba, Ed. Biblioteca Więzi, Varsovia, 2004, p. 158. <<

www.lectulandia.com - Página 143


[3] Nosowski, ob. cit., p. 160. <<

www.lectulandia.com - Página 144


[4] Cf. J. de Longeaux, Amour, mariage et sexualité d’après la Bible, Mame, París,

1996, p. 68. <<

www.lectulandia.com - Página 145


[5] Cf. Cantar de los Cantares 4,12-5, 1. <<

www.lectulandia.com - Página 146


[6] Cf. Cantar de los Cantares 7, 10. <<

www.lectulandia.com - Página 147


[7] Cf. Cantar de los Cantares 4,11. <<

www.lectulandia.com - Página 148


[8] Cf. Cantar de los Cantares 5, 16. <<

www.lectulandia.com - Página 149


[9] Cf. Cantar de los Cantares 7, 9. <<

www.lectulandia.com - Página 150


[10] Juan Pablo II, Mężczyzną i niewiastą stworzyl ich Sakrament, bajo la redacción de

T. Styczen, KUL, Lublin, 1998, p. 84. <<

www.lectulandia.com - Página 151


[11] Cf. Cantar de los Cantares 7, 11. <<

www.lectulandia.com - Página 152


[12] Cf. Longeaux, ob. cit., p. 67. <<

www.lectulandia.com - Página 153


[13] Cf. P. Grelot, Le couple humain dans l’Écriture, Ed. du Cerf, París, 1962, p. 67.

(Edición española: La pareja humana en la Sagrada Escritura, trad. de Luis Aguirre


Prado, Euramérica, Madrid, 1963). <<

www.lectulandia.com - Página 154


[14] Cf. Cantar de los Cantares 2, 2-3; 6, 8-9. <<

www.lectulandia.com - Página 155


[15] Cf. Cantar de los Cantares 5, 10; Grande Commentario Bíblico. Cántico dei

Cantici, Brescia, 1973, pp. 649-653. <<

www.lectulandia.com - Página 156


[16] DCE 10. <<

www.lectulandia.com - Página 157


[17] Nosowski, ob. cit. pp. 163-164. <<

www.lectulandia.com - Página 158


[18] Juan Pablo II, ob. cit., pp. 102, 104-105. <<

www.lectulandia.com - Página 159


[19]
Véase J. Grześkowiak, W sprawie znaku sakramentalnego małżeństwa,
Hlondianum, Poznań, 1996, p. 23. <<

www.lectulandia.com - Página 160


[20] FC 13. <<

www.lectulandia.com - Página 161


[21] Véase GS, p. 49. <<

www.lectulandia.com - Página 162


[22] M. Laroche, Une seule chair, Nouvelle Cité, París, p. 131. <<

www.lectulandia.com - Página 163


[23] Véase L. Christenson, Rodzina chrzescijatíska, PAX, Varsovia, p. 19. <<

www.lectulandia.com - Página 164


[24] Véase R. Bardelli, Il significato dell’amore, Elledici, Turín, 1994, p. 154. <<

www.lectulandia.com - Página 165


[25] Véase H. de Lubac, Na drogach Bożych, Editions de Dialogue, París, 1970, pp.

41-42, 100. <<

www.lectulandia.com - Página 166


[26] E. Lewinas, Calosc nieskoczoność, p. 328. <<

www.lectulandia.com - Página 167


[27] Lewinas, ob. cit. p. 85. <<

www.lectulandia.com - Página 168


[28] FC 56. <<

www.lectulandia.com - Página 169


[29] Juan Pablo II, ob. cit., p. 107. <<

www.lectulandia.com - Página 170


[30] Véase T. Tyrrell, Udręki zakochania, Jedność, Kielce, 2000, pp. 54-55. <<

www.lectulandia.com - Página 171


[31] Según el Diccionario de la Real Academia Española el verbo «celebrar» significa

en su primera acepción: «Conmemorar, festejar una fecha, un acontecimiento».


Según la tercera acepción significa también: «Reverenciar, venerar solemnemente
con culto público los misterios de la religión y la memoria de sus santos». <<

www.lectulandia.com - Página 172


[32] Véase L. Starowicz, Patología kultowa seksu, publicado dentro de Erotyka w

aspekcie zdrowia psychicznego, PAX, Varsovia, 1973 pp. 148-149. <<

www.lectulandia.com - Página 173


[33] Véase K. Meissner y B. Suszka, Nas dwoje i…, Fundación «Głos dla życia»,

Poznań, 1999, pp. 76-77. <<

www.lectulandia.com - Página 174


[34] Véase X. Lacroix, Le corps de l’esprít, Cerf, París, 1999, p. 64. <<

www.lectulandia.com - Página 175


[35] Lacroix, ob, cit., p. 61. <<

www.lectulandia.com - Página 176


[36] Véase E. Fuchs, Désir et tendresse, Labor et Fides, París, 1999, p. 233. <<

www.lectulandia.com - Página 177


[37] Fuchs, ob. cit., p. 149. <<

www.lectulandia.com - Página 178


[38] Tyrrell, ob. cit., p. 55. <<

www.lectulandia.com - Página 179


[39] J. Eldredge, Dzikieserce, W Drodze, Poznań, p. 183. <<

www.lectulandia.com - Página 180


[40] Véase R. Bardelli, ob. cit., p. 129. <<

www.lectulandia.com - Página 181


[41] Véase R. May, Mitosc i wola, Rebis, Poznań, 1998, p. 41. <<

www.lectulandia.com - Página 182


[42] Pío XII, Conferencia: «Cuestión moral de la vida matrimonial», 29 de octubre de

1951; AAS (43), 1951, pp. 835-854, comp. CIC n.º 2362. <<

www.lectulandia.com - Página 183


[43] Véase Laroche, ob. cit., p. 138. <<

www.lectulandia.com - Página 184


[44] Laroche, ob. cit., p. 138. <<

www.lectulandia.com - Página 185


[45] Véase W. Fijałkowski, Seks okielznany, Księgarnia Archidiecezjalna, Wrocław,

pp. 15-17, 24-25. <<

www.lectulandia.com - Página 186


[46] Adaptando una mirada integral al hombre (propia del cristianismo), es preciso

cuidar tanto de la vida espiritual de los cónyuges, como de la satisfacción sexual


vivida dentro del cuerpo. En el caso de las mujeres, para alcanzar el orgasmo es muy
importante el músculo de Kegel. La ausencia del orgasmo a menudo está relacionada
con su falta de fortalecimiento. Cuando la parte superior del músculo no está lo
suficientemente desarrollada, la mujer no experimenta la satisfacción sexual Una
serie de ejercicios sencillos que consisten en «subirlo», al igual que ocurre cuando se
intenta contener la orina, puede cambiar la situación (véase I. Trobisch, Być kobietą,
FAX, Varsovia, 1991, pp. 22-26). <<

www.lectulandia.com - Página 187


[47] Véase D. von Hildebrand, Serce, W Drodze, Poznań, 1985, pp. 56-57. <<

www.lectulandia.com - Página 188


[48] Von Hildebrand, ob. cit., pp. 57-58. <<

www.lectulandia.com - Página 189


[49] Véase Laroche, ob. cit., p. 139. <<

www.lectulandia.com - Página 190


[50] Laroche, ob. cit., p. 139. <<

www.lectulandia.com - Página 191


[51] Bardelli, ob. cit., pp. 147-148. <<

www.lectulandia.com - Página 192


[52] Véase CL 8. <<

www.lectulandia.com - Página 193


[53] T. y B. La Haye, Akt malzenski, Pojednanie, Lublin, 1991, p. 156. Los autores de

este libro citan los resultados de una encuesta. A la hora de comentarla surgió una
constatación según la cual «una actitud positiva, religiosa, hacia el placer sexual, que
une las relaciones matrimoniales con la felicidad matrimonial, tiene una fuerte
influencia en las mujeres para las cuales la autoridad religiosa constituye una fuerza
sancionadora en la vida»; A. y R. Levin, Sexual Pleasure: The Surprising Preferences
in 100 000 Women, Redbook, n.º 145 (septiembre, 1975), p. 53. <<

www.lectulandia.com - Página 194


[54] Véase Hildebrand, ob, cit., p. 31. <<

www.lectulandia.com - Página 195


[55] A. Kokoszka, Moralność życia małżeńskiego Wydawnictwo Diecezji Tarnowskiej

BIBLOS, Seria ACADEMICA, Tamów, 1997, p. 137; la recomendación de seguir


con la estimulación del clítoris una vez realizado el acto sexual, tiene en cuenta la
salud mental de las mujeres que, a raíz de la falta de descarga de la tensión sexual tras
una relación sexual, pueden llegar a sufrir alteraciones nerviosas. Estados
prolongados de hiperemia vaginal, así como los cuadros de tensión muscular pélvica,
tampoco son inocuos para la salud física. Pueden causar cambios orgánicos en los
órganos sexuales, es decir, cambios degenerativos e inflamatorios de los ovarios,
oviductos, matriz, vagina y las células adyacentes. Véase K. Imieliñski, Seksiatria.
Patología seksualna, PWN, Varsovia, 1990, p. 69. <<

www.lectulandia.com - Página 196


[56] P. M. Wołochowicz, Seks po chrześcijańsku, Kernes Plus, Varsovia, 1997, p. 65.

<<

www.lectulandia.com - Página 197


[57] Trobisch, ob. cit., p. 19. <<

www.lectulandia.com - Página 198


[58] Trobisch, ob. cit., p. 65. <<

www.lectulandia.com - Página 199


[59] Véase Bardelli, ob. cit., p. 168. <<

www.lectulandia.com - Página 200


[60] Véase Tomás de Aquino, STh, la Illae, q. 8. <<

www.lectulandia.com - Página 201


[61] J. Pieper, O milosci, PAX, Varsovia, 1993, p. 41. <<

www.lectulandia.com - Página 202


[62] Véase W. Fijałkowski, Seks okielznany? Twórczeprzezywanie plci, Wydawnictwo

Archidiecezjalne, Wrocław, 1991, p. 15. <<

www.lectulandia.com - Página 203


[63] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 204


[64] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 205


[65] Véase T. de Chardin, L’énergie humaine, Seuil, París, 1962, p. 92. <<

www.lectulandia.com - Página 206


[66] Véase Lacroix, ob. cit., pp. 82-83. <<

www.lectulandia.com - Página 207


[67] En un 20-30 por ciento de las mujeres el síndrome de tensión premenstrual
aparece con diferente grado: desde moderado hasta fuerte, y alrededor de entre un 1-
10 por ciento padece afecciones que desestabilizan la vida diaria. El restante 50 por
ciento experimenta estos síntomas, aunque no cumplan con las condiciones de un
reconocimiento médico; datos según D. Shoupe, Zespól na piecia
przedmiesiqczkowego - rozpoznanie i poste powanie, en el volumen de D. R. Mishell
Jr. y P. F. Brenner, Ginekologia, Media Press, Bielsko-Biala, 1996, p. 94 (93-101). <<

www.lectulandia.com - Página 208


[68] W. Pschyrembla, G. Strauss, E. Petri, Ginekologia praktyczna, Wydawnictwo

Lekarskie PZWL, Varsovia, 1994, p. 597. <<

www.lectulandia.com - Página 209


[69]
Véase P. Skalba, Endokrynologia ginekologiczna, Wydawnictwo Lekarskie
PZWL, Varsovia, 1998, p. 273. <<

www.lectulandia.com - Página 210


[70] Véase W. Skret, Najczystsze zaburzenia cykli miesiqczkowych - proflaktyka i
leczenie, Troszynski M. (red.), Naturalne planowanie rodziny, Bonami, Varsovia,
2005, pp. 41-42; Alina Komorowska, Ginekologia wieku dziecigcego i dziewczgcego,
Klimek (red.), Ginekologia, PZWL, Varsovia, 1977, pp. 379-380; Wlodzimierz
Fijałkowski, Biologiczny rytm plodnosci a regulacja urodzeń, PZWL, Varsovia, 1978,
p. 151; W. W. Beck, Jr., Poloznictwo i ginekologia, Urban & Partner, Wydawnictwo
Medyczne, Wrocław, 1995, pp. 273-274. <<

www.lectulandia.com - Página 211


[71] Véase Por. P. Skalba, Endokrynologia ginekologiczna, Wydawnictwo Lekarskie

PZWL, Varsovia, 1998, p. 271. <<

www.lectulandia.com - Página 212


[72] Véase E. Raith, P. Frank y G. Freundl, Naturalne metody planowania rodziny,

Springer PWN, Varsovia, 1997, pp. 186-187. <<

www.lectulandia.com - Página 213


[73] Véase E. Raith, P. Frank y G. Freundl, ob. cit., pp. 186-187. <<

www.lectulandia.com - Página 214


[74] Véase M. Séguin, La contraception et L’Eglise, Paulienes & Mediaspaul, París,

1994, p. 279. <<

www.lectulandia.com - Página 215


[75]
Véase W. Fijałkowski, Rodzicielstwo w zgodzie z naturq, «Głos dla życia»,
Poznań, 1999, p. 56. <<

www.lectulandia.com - Página 216


[76] Véase T. Barowicz, Afrodyzjaki w kuchni, KDC, Varsovia, 2006, pp. 98-99, 135-

139. <<

www.lectulandia.com - Página 217


[77]
Véase E. C. Merino, R. G. de Haro, Teología moralna fundamentalna,
Wydawnictwo M, Cracovia, 2004, pp. 266-267. <<

www.lectulandia.com - Página 218


[78] Véase A. Marcol, Etyka życia seksualnego, WT Uniwersytet Opolski, Opole,

1998, p. 111. <<

www.lectulandia.com - Página 219


[79] Véase J. Rótzer, Naturalna regulacja poczc, Hlondianum, Poznań, 1996, p. 10.

<<

www.lectulandia.com - Página 220


[80] K. Wojtyła, Miłość i odpowiedzialność, Towarzystwo Naukowe KUL, Lublin,

1986, p. 184. <<

www.lectulandia.com - Página 221


[81] K. Wojtyła, ob. cit., p. 181. <<

www.lectulandia.com - Página 222


[82] Véase K. Meissner, Plciowosc czlowieka a antykoncepcja, en Boza tajemnica

plci, milosci, macierzyństwa, Wydzial Duszpasterstwa Kurii Metropolitalnej


Warszawskiej, Varsovia, 1980, pp. 9-10, 12-13. <<

www.lectulandia.com - Página 223


[83] Séguin, ob. cit., pp. 279-280. <<

www.lectulandia.com - Página 224


[84]
J. S. Kippley, Sztuka naturalnego planowania rodziny, Liga Malzeñstwo
Malzeástwu, Varsovia, 2002, p. 43. <<

www.lectulandia.com - Página 225


[85] CIC 2352. <<

www.lectulandia.com - Página 226


[86]
J.-P. Mensior, Chemins d’humanisation. Essai d’anthropologie chrétienne,
Lumen Vitae, Bruselas, 1998, p. 40. <<

www.lectulandia.com - Página 227


[87] M. Vidal, Morale dell’'amore e della sessualitá, Cittadella, Asís, 1973, p. 162. <<

www.lectulandia.com - Página 228


[88] Ch. Rendu, Le dialogue d’amour dans le couple; place de la maltrise sexuelle,

Seréna Québec, Montréal, 1976, pp. 22-23. <<

www.lectulandia.com - Página 229


[89] J. Sledzianowski, Optymalny model dzietnosci. Aspekt pedagogiczny, en Jak byc

szczgsliwym w malzeñstwie, Wydawnictwo WAM, Cracovia, Polonia, 1997, p. 172.


<<

www.lectulandia.com - Página 230


[90] Véase W. Fijałkowski, Rodzicielstwo w zgodzie z naturq, Głos dla życia, Poznań,

Polonia, 1999, p. 115. <<

www.lectulandia.com - Página 231


[91] GS 50. <<

www.lectulandia.com - Página 232


[92] HV 16. <<

www.lectulandia.com - Página 233


[93] En las catequesis de los miércoles de Juan Pablo II hay también una frase sobre el

abuso de los métodos naturales: «Reducirlas por debajo de la justa medida de


cantidad de hijos», Juan Pablo II, Mgczyznq, i niewiastq, stworzyl ich. Sakrament, ob.
cit., p. 125. <<

www.lectulandia.com - Página 234


[94] Juan Pablo II, discurso durante su audiencia en Castel Gandolfo, 17 de julio de

1994. <<

www.lectulandia.com - Página 235


[95] HV 16. <<

www.lectulandia.com - Página 236


[96]
W. Fijałkowski, Ukazać prawdę, en Naturalne planowanie rodziny, n.º 3-4
(1999), p. 15 <<

www.lectulandia.com - Página 237


[97] HV1. <<

www.lectulandia.com - Página 238


[98] M. Schooyans, Aborcja i política, Instytut Jana Pawla II KUL, Lublin, Polonia,

1991, p. 138. <<

www.lectulandia.com - Página 239


[99] FR 43. <<

www.lectulandia.com - Página 240


[100] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 241


[101] FR 42. <<

www.lectulandia.com - Página 242


[102] FR 43. <<

www.lectulandia.com - Página 243


[103] FC 34. <<

www.lectulandia.com - Página 244


[104] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 245


[105] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 246


[106] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 247


[107] FC 33. <<

www.lectulandia.com - Página 248


[108] FC 34. <<

www.lectulandia.com - Página 249


[109] VC 3, 9. <<

www.lectulandia.com - Página 250


[110] Véase PH 10. <<

www.lectulandia.com - Página 251


[111] FC 34. <<

www.lectulandia.com - Página 252


[112] K. Knotz, Zasady spowiedzi maizonków, según Vademécum dla spowiedników,

en: Sztuka spowiadania sig. Poradnik dla ksiezy, bajo la redacción de H. Machón, B.
Ciaston, WAM, Cracovia, 2006, pp. 291-305. <<

www.lectulandia.com - Página 253


[113] Véase K. Jankowiak, O okazywaniu milosci w matzenstwie, Wieczemik, n.º 74

(32), 1996, p. 1. <<

www.lectulandia.com - Página 254


[114] Véase S. Freud, Introduction á la psychanalyse, París 1961, p. 373. <<

www.lectulandia.com - Página 255


[115] G. Giusta, Dizionario del sesso, Editori Riuniti, Roma, 1997, p. 47. <<

www.lectulandia.com - Página 256


[116] A. Dziuba, Spowiedz malzeúska, Wydawnictwo M, Cracovia, 2002, p. 92. <<

www.lectulandia.com - Página 257


[117]
J. Matyjek, Znaczenie nasienia mqiczyzny día zdrowia kobiety, en Życie i
płodność, n.º 2-3 (2008), pp. 95-102. <<

www.lectulandia.com - Página 258


[118] Recomendación de Polskie Towarzystwo Ginekologiczne (Sociedad Polaca de

Ginecología) sobre la anticoncepción: www.ptgin.pl <<

www.lectulandia.com - Página 259


[119] L Speroff y P, D. Darney, Antykoncepcja, Medycyna Praktyczna, Cracovia, 2007,

pp. 39-40. (Edición española: Contracepción, Marbán, Madrid, 1998). <<

www.lectulandia.com - Página 260


[120] VC 14. <<

www.lectulandia.com - Página 261


[121] R. Ehmann, Problemy związane z regulacją urodzeń, conferencia ofrecida en el

Międzynarodowy kongreso godności macierzyństwa, Varsovia, 6-7 de junio de 1998,


p. 121. <<

www.lectulandia.com - Página 262


[122] HV 14. <<

www.lectulandia.com - Página 263


[123] RP 17. <<

www.lectulandia.com - Página 264


[124] FC 34. <<

www.lectulandia.com - Página 265


[125] CC II. 1/22. <<

www.lectulandia.com - Página 266


[126] VC 13. <<

www.lectulandia.com - Página 267


[127] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 268


[128] Z. Wojtasiñski, Tabletki Pana Boga, en Wprost, n.º 41 (2006), (1243). p. 88. <<

www.lectulandia.com - Página 269


[129]
A. Toffler, Szok przyszłości, Zysk i S-ka, Poznań, 1998, p. 210 (Edición
española: El shock del futuro, Plaza & Janes Editores, S.A., 1995). <<

www.lectulandia.com - Página 270


[130] Ídem, p. 197. <<

www.lectulandia.com - Página 271


[131] Z. Wojtasiñski, Na psychotropach dzieci, en Wprost, n.º 34/2003 (1082), p. 68.

<<

www.lectulandia.com - Página 272


[132] En Canadá el número de recetas de antidepresivos durante un año ha aumentado

en cuatro años de 9 a 15 millones (1999-2003), Informe de Canadian Wornen s


Health Network, «Widespread use of SSRI Antidepressants Driver Sarin Health Care
Costs in Cañada», 24 de noviembre; Shankar Vedantam, escritor del Washington
Post, 3 de diciembre, 2004, p. A 15; Elizabeth Cohen, CNN Medical News, CDC:
Antidepresivos más prescritos en los EEUU.
http://edition.cnn.com/2007/HEALTH/07/09/antidepressants/index.html?
eref=rss_topstories <<

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[133] Beck, Patten, Williams, Li Wang, Currie Shawn, Maxwell Colleen y El-Guebalv,

Antidepressant Utilization in Canada, Soc. Psychiatr Epidemiol, n.º 40 (10), octubre


(2005), pp. 799-807. <<

www.lectulandia.com - Página 274


[134] Véase M. Florek-Moskal y Z. Wojtasiński, Piękni zyjq lepiej?, en Wprost, n.º

9/2005 (1161), p. 72. <<

www.lectulandia.com - Página 275


[135] M. Zaczyński y A. Koziński, Lepsze ciało = lepsze życie, en Wprost, n.º 5/2006

(1208), p. 50. <<

www.lectulandia.com - Página 276


[136] K. Bartman, Polki konserwujqsig botoksem, en Dziennik, 3 de marzo, 2008,

kobieta.dziennik.pl/zdrowie/articlel32707/Polki_konserwuja_sie_botoksem.html
<<

www.lectulandia.com - Página 277


[137] E. Woydyllo y A. Sadin, Silikonowy biust nie daje szczęscia, entrevista realizada

por K. Klinger en Dziennik, 5 de marzo, 2008,


www.dziennik.pl/kobieta/uroda/articlel33985/Silikonowy_biust_nie_daje_szczescia.html.
<<

www.lectulandia.com - Página 278


[138] A. Morawska y M. Szwed, Narkotyk na zdrowie, en Wprost, n.º 50/2001 (994).

<<

www.lectulandia.com - Página 279


[139] J. Stradowski, Orgazm na zqdanie, en Wprost, n.º 7/2005 (1159), p. 86; A.

Przychodzeñ, Zqdza w pigulce, en Wprost, n.º 45/ 1999 (884). <<

www.lectulandia.com - Página 280


[140] Alicja Babkiewicz, Nie bawic się w Pana Boga, en Głos dla życia, n.º 5 (2007),

p. 19. <<

www.lectulandia.com - Página 281


[141] A. Toffler, ob.cit., p. 429. <<

www.lectulandia.com - Página 282


[142] R. Krawat, Czy viagra podbije Polskę, en Wprost, n.º 39/ 1998 (826). <<

www.lectulandia.com - Página 283


[143] Z. Wojtasiñski, Tabletka Pana Boga, en Wprost, n.º 41/ 2006 (1243), p. 88. <<

www.lectulandia.com - Página 284


[144] F. Fukuyama, Koniec czlowieka. Konsekwencje rewolucji biotechnologicznej,

Znak, Cracovia, 2005, p. 18. <<

www.lectulandia.com - Página 285


[145] Z. Wojtasiñski, Tabletka Pana Boga, en Wprost, n.º 41/ 2006 (1243), p. 88. <<

www.lectulandia.com - Página 286


[146] PH 10. <<

www.lectulandia.com - Página 287


[147] RP 17. <<

www.lectulandia.com - Página 288


[148] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 289


[149] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 290


[150] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 291


[151] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 292


[152] «Por eso la conciencia moral “no rechaza” el empleo de ciertos métodos que

sirven para facilitar el acto natural, o bien para conseguir un objetivo propio del acto
natural», Pío XII, conferencia a los asistentes al Congreso Internacional de Médicos
Católicos (29 de septiembre de 1949). AAS 41 (1949), p. 560. «Si el medio técnico
facilita el acto matrimonial o bien ayuda a conseguir su objetivo natural, puede ser
considerado moralmente bueno. En caso contrario, si la intervención sustituyera el
acto matrimonial, no sería considerada moralmente correcta». DVII, 6. <<

www.lectulandia.com - Página 293


[153] DV II 6, véase Pío XII, Conferencia a los participantes del XXVI Congreso de la

Sociedad Italiana de Urología (8 de octubre de 1953), AAS 45 (1953), pp. 677-678.


<<

www.lectulandia.com - Página 294


[154] D. Finzi, M. Hermankova y Th. Pierson, Reports, Identification of a Reservoir

for HIV-1 in Patients on Highly Active Antiretroviral Therapy, en Science, 14 de


noviembre, 1997, vol. 278, n.º 5341, pp. 1295-1300. <<

www.lectulandia.com - Página 295


[155]
N. Hearst, Ograniczenia Profilaktyki AIDS i innych chorób przenoszonych
drogqplciowqopartej napromocji prezerwatyw. Aktualny stan badañ na swiecie i w
Polsce, dentro de la conferencia: «Profilaktyka ryzykownych zachowañ seksualnych
mlodziezy», Komis ja Rodziny i Polityki Spolecznej Senatu RP, Varsovia, 24 de abril,
2006. <<

www.lectulandia.com - Página 296


[156] VS 64. <<

www.lectulandia.com - Página 297


[157] M. Gabrys, Wybrane zagadnieniaginekologiczno-poloznice w praktyce
lekarskiej, en Życie i płodność, n.º 1 (2008). <<

www.lectulandia.com - Página 298


[158] B. Kowalczyk, Poronienie, en www.mediweb.pl/womens/wyswietl_vad.php?

id=644. <<

www.lectulandia.com - Página 299


[159] HV 15: «La Iglesia, en cambio, no retiene de ningún modo ilícito el uso de los

medios terapéuticos verdaderamente necesarios para curar enfermedades del


organismo, a pesar de que se siguiese un impedimento, aun previsto, para la
procreación, con tal de que ese impedimento no sea, por cualquier motivo,
directamente querido». <<

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[160] W. Giertych, Jak zye laskq, Wydawnictwo M, Cracovia, 2006, p. 119. <<

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[161] VS 78. <<

www.lectulandia.com - Página 302


[162]
A. Chapelle, Va et ne pèche plus. Douleur et contrition pour les pénitents
récidivistes, en: Moral, conjugale et sacrament de pénitence, Pierre Téqui éditeur,
París, n.º 59/2001, pp. 51-66. <<

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[163] RP 17. <<

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[164] PH 9. <<

www.lectulandia.com - Página 305


[165] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 306


[166] Cf. PH 10. <<

www.lectulandia.com - Página 307


[167] Cf. VS 70. <<

www.lectulandia.com - Página 308


[168] Ídem. <<

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[169] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 310


[170] RP 17. <<

www.lectulandia.com - Página 311


[171] M. Gajda, Psychoterapeuta radzi. Masturbacja w malzenstwie, en Rózaniec, n.º

05/671 (2008), p. 9. <<

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[172] PH 9. <<

www.lectulandia.com - Página 313


[173] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 314


[174] PH 10. <<

www.lectulandia.com - Página 315


[175] Ídem. <<

www.lectulandia.com - Página 316

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