Lolimar 1 PDF
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JADEANTE
CHICO DIEZ
RECUERDOS
SEDUCCIÓN
INTIMIDANTE
CONFESIONES
¿A TI QUÉ TE PASA?
ERES TÚ
ESPERÁNDOTE
OSCURO PASADO
HABITACIÓN 5, TE ESPERO
MENTE SUCIA
NUEVO DÍA
TE PRESENTO… A MI HERMANA
HE SIDO UN COMPLETO INÚTIL
DESESPERACIÓN
EL VESTIDO
LLAMADAS INESPERADAS
MI IDIOTA
TOSCANA
SOMOS MÁS
TODO LO TENÍAS Y TODO LO HAS PERDIDO
SENTIMIENTOS ENCONTRADOS
JADEANTE
P osa sus largos dedos sobre mis senos turgentes, muerde mis labios.
Abre mi boca para acceder a mi lengua. Nuestras lenguas van al mismo
compás que nuestro ritmo, estoy deseosa y con ganas de entregarme a este
hombre tan extraño, tengo ganas de más. Con las yemas de los dedos recorre
cada centímetro de mi pecho hacia mi ser, mete un dedo y lo mueve dentro de
mí haciendo que una descarga eléctrica recorra mi cuerpo. Mi corazón va a
mil, no sabemos quiénes somos cada uno y este misterio nos complace, ni
siquiera somos capaces de vernos, ya que estamos en una habitación oscura.
Esto es demasiado morboso. Mueve sus dedos al compás de nuestros
jadeos, cada vez estamos más lujuriosos y con ganas de más. Oigo cómo
rasga un envoltorio, seguramente sea el preservativo, lentamente, mientras
recorre con sus largos dedos mis muslos hasta llegar otra vez a mi ingle, se
agacha hacia mí y de una embestida, me penetra fuerte y duramente. Me
completa hasta el fondo. Sus movimientos son lentos, muerde mis labios y
pega fuerte los suyos con los míos, no nos decimos nada, solo disfrutamos a
lo que hemos venido, a follar sin límites.
Una tras otra las embestidas, cada vez más fuertes y más hondas, estoy a
punto de llegar al clímax. Este hombre parece insaciable, estamos
completamente sudorosos. Con deseo, mi cuerpo arde en placer, una última
embestida y alcanzo el clímax… ha sido increíble. Nuestros cuerpos se
relajan y respiramos al mismo compás, nos quedamos tumbados en una suave
y fina sábana de seda que hay sobre la cama redonda.
Enciende una luz de la mesita que ilumina a malas penas el cuarto, es roja
y no consigo diferenciar su cuerpo, mis ojos solo alcanzan a ver un tatuaje del
costado con letras, ni siquiera puedo leerlas…
—Bella, ha sido todo un placer… —dice, pillándome desprevenida,
parece italiano.
—Igualmente —logro decir, antes de que salga por la puerta.
Me levanto y recojo todas mis cosas y un kit de baño que nos han dejado
en la habitación, me dirijo hacia el aseo. Me siento completamente satisfecha,
nunca había tenido sexo tan bestial como lo he tenido con este hombre, y
encima de acento italiano. ¡Ha sido fantástico! Tengo el pelo alborotado y las
mejillas sonrojadas. Mis labios están muy hinchados y mi vestido… ¡Madre
mía y qué vestido! —Me guiña el ojo mi yo interior sonriendo de oreja a
oreja—. Está completamente arrugado. Ni siquiera llevo ropa interior, el no
llevarla hace que me sienta libre, el tanga me lo ha arrancado y se ha hecho
añicos…
Salgo del local «Morbo» y me dirijo hacia mi coche; son las tres de la
mañana. El local está a tan solo diez minutos de casa, menos mal que está
escondido. No me gustaría ser el centro de atención de todo el pueblo, soy de
Menorca y aquí, ya se sabe, un solo cotilleo y al día siguiente lo sabe toda la
isla.
Dejo mis tacones al lado de la puerta de casa, intento no hacer ruido para
no despertar a mis padres y a mis dos hermanos menores: Alba y Raúl. Subo
hacia mi habitación donde me acurruco y me quedo completamente dormida.
Apago de un golpe el despertador; siempre ha sido un aparato que he
odiado muchísimo. Ojalá nadie lo hubiera inventado. Como todos los días, mi
ánimo es estar de mala gana, solo de pensar que tengo que arreglarme e ir a
aguantar a la pesada de mi encargada mientras pongo sonrisa falsa a cada una
de las clientas que se quejan, ya me quita el ánimo.
—Buenos días, mi niña. ¿Cómo te has levantado hoy? —inquiere saber
mi padre.
—Puff… Odio los lunes, bueno y todos los días en los cuales hay que
trabajar… —Ojalá me den ya las vacaciones para poder ir a visitar a mi
amiga a Italia.
—Ya te queda poco, nena. —Pobre, intenta animarme, pero es difícil,
hasta que no llegue el día de mis vacaciones.
—Ojalá sea verdad papá, ojalá… —Espero que todo salga bien y no haga
falta en la plantilla.
Llego hasta el centro comercial donde trabajo. Estoy en una de las tiendas
más exclusivas que hay, dicen que es privilegio porque ganamos más que en
otras tiendas… para mí no lo es. Siempre hay que tener buena imagen y a
veces eso cansa muchísimo, nunca puedes tener un mal día y venir. Si no, ya
está mi encargada detrás para decirte que tengo que valorar la oportunidad
que tengo de formar parte de esta plantilla…
Llevo cinco años trabajando con esta compañía. Antes, trabajaba en el
centro de la ciudad, hasta que cerraron para abrir aquí en el centro comercial;
todos los días me cargo media hora de coche para llevar a cabo mi trabajo:
vender, poner buena cara, doblar ropa, limpiar… lo mismo, todos los días.
—Buenos días, Erika, espero que hoy hayas venido con buenos ánimos,
empiezan las rebajas de verano y espero que estés al cien por cien —dice mi
encargada, sonriendo.
—Sí… Vengo muy animaaadaaa… —arrastro cada una de las vocales
que salen por mi boca. Mientras, dibujo una sonrisa falsa en mi cara, ¡cara la
que tiene ella!
—Perfecto. —Contonea su trasero y se va.
Esta mujer sí que tiene cara, cobra más que todos y encima se tira todo el
santo día en el ordenador de la tienda. Supuestamente haciendo cosas, pero sé
que no es así. Varias veces la he pillado jugando al solitario, esta sí que se lo
monta bien, si yo también me casara con uno de los jefes de este sector,
también haría lo mismo.
Después de un día ajetreado, la gente se queja por todo, que si lleva una
arruga la camisa, que si el pantalón es demasiado largo… estoy cansada,
tanto mental como físicamente. Me dirijo hacia el paseo marítimo más
conocido de la isla. Mis padres tienen una cafetería-heladería, no hay otra
cosa mejor que aguantar a los típicos clientes que no saben qué tomar, pero
hacen cola por joder.
Me coloco el delantal de trabajar y me pongo a servir como una loca. Esto
está a rebosar de gente, es la época del turismo, y cuando más trabajo hay.
Alba es una muy buena camarera; a sus diez años hace más que Raúl con
quince, él no se mueve de la zona de los cafés. Sabe que no hay muchos
pedidos de café y le permite estar todo el rato con el móvil. Llevo los pies
molidos, hoy he echado horas extras en la tienda y ahora en la heladería
familiar.
—Deja de tocarte el collar, lo vas a romper… —me espeta Lau. Sabe que
cuando lo hago es porque no dejo de acordarme de Liam, así es como se
llamaba.
—Lo… lo siento no me había dado cuenta… —Cada vez que me pasa no
sé por qué, pero me bloqueo y no soy capaz de decir nada más que lo siento.
Tocar este collar hace que me sienta protegida, tanto, como cuando me lo
hacía sentir él.
—Luego hablaremos tú y yo, señorita —replica, susurrando en mi oído.
Aprovechando que Cande ha ido a pagar la cuenta, sé que está cabreada, sabe
de sobra qué me pasa.
—Bueno chicas, todo listo, yo me tengo que ir, he quedado con mi dios
griego. —Laura y yo nos miramos ambas poniendo los ojos en blanco con
una sonrisa en nuestros labios. Cande se va mientras sonríe de oreja a oreja.
Ambas nos despedimos de Candela y le deseamos que lo pase genial.
Pero, sobre todo, le aconsejamos… bueno, más que aconsejar le pedimos que
se lo coma enterito. ¡Vaya tres! Cada vez que pasa un solo segundo me da
más miedo enfrentarme con mi amiga. Sé que me va a decir unas cuantas
cosas que ya sé. Pero que no me gusta oírlas.
Nos sentamos en un banco de un gran jardín que está al lado de mi casa,
siempre ha sido nuestro lugar favorito para hablar. Cuando nuestros padres
nos castigaban, nunca podíamos salir de este parque, ya que tanto Laura
como yo vivimos en el mismo bloque. Aquí fue donde hicimos ese grupo de
las chirlas, donde todas nos conocimos y éramos más que inseparables, hasta
que un día cada una eligió su destino.
—A ver, dime, esta vez por qué estabas tocándote ese collar… —inquiere
saber, hay va el avasallamiento de preguntas.
—¿Está aquí? Es pronto para que venga… —Mira hacia todos los lados,
como si estuviera buscándolo—. ¿Dónde lo viste?
—Fue a la tienda a comprarse un traje, según él, para la boda de su
hermanastra.
El domingo, cuando fue a la tienda, iba espectacular con ese traje gris, le
quedaba perfecto. Tenía un porte impresionante… me quedé embobada
viéndolo. Mientras Sara se encargaba de una de sus niñas de cinco meses, yo
me encargaba de él. Fue como en los viejos tiempos. Cuando lo acompañaba
a comprarse ropa, yo fui a la boda de su hermanastro. Éramos la pareja
perfecta, lástima que todo acabara.
Esa misma noche sentía tal decepción y me encontraba tan sola, que fui al
local de «Morbo» intentando lidiar mis penas. Fue donde conocí a ese
hombre tan intrigante y que me hizo pasar una buena noche. Ninguna de mis
amigas sabe lo de los locales, bueno, una sí, Lau. Piensa que estoy loca, dice
que hay solo van desesperados por buscar cacho, varias veces la he invitado,
pero no hay forma de convencerla. Quiero que vea que no es nada malo y que
exagera en lo que dice.
—A ver… ¿Fue a la tienda?… ¿Te dijo algo? —inquiere saber.
—Me… me dijo que estaba tal y como me recordaba. —No he cambiado
nada desde que lo dejamos.
Tenía el pelo castaño y en ese momento se llevaba las mechas
californianas o como otros dicen, surferas. Me las hice por él, insistió tanto
en que me quedarían genial y me atreví a hacérmelas, la verdad es que
llevaba muchísima razón. Tenía media melena, apenas me he cortado el pelo
una vez al año y ahora mis ondulaciones doradas ya cubre mis pechos y más
de media espalda.
—Me gusta que disfrutes, pero tía… No puedes intentar olvidar a una
persona, tirándote al primero que se te pase y encima sin conocer ni su cara,
solo sabiendo cómo se llama. —Me contraigo en mí misma, ni siquiera lo sé
—. ¿No lo sabes? —Abre los ojos como platos.
—No. No lo sé, solo sé que era italiano… Nada más.
Le cuento cada uno de los detalles de aquel hombre que me hizo vibrar.
Mi amiga está totalmente alucinada, hicimos juegos muy calientes. Él era el
amo y yo la sumisa, se le veía un hombre con bastantes leyes, por su voz
tendría unos veintiocho o veintinueve, la misma edad que Liam, este hombre
se notaba que estaba más cuidado. Aunque Liam se cuida demasiado, pero
este hombre misterioso… Estaba totalmente marcado, como si todos los días
hiciera gimnasio.
Se nos ha hecho un poco tarde y mañana tengo que trabajar. Nos
despedimos en el rellano de casa, vivimos una enfrente de la otra. Entro a mi
casa y está completamente vacía, todos están en el paseo trabajando, así que
decido darme una ducha relajante y ponerme a ver mi serie favorita «Gossip
Girls» estos sí que se lo montan bien. No sé qué hora es, pero Morfeo me
abraza y me lleva con él.
Me miro al espejo. Me siento algo extraña conmigo misma, cada vez que
lo veo tengo la misma sensación. Ojalá lo mirara y no me afectara… el
pueblo donde vivo no es muy grande y seguro que me lo encontraré. Su
abuela vive a dos calles más abajo que la mía.
Son las doce de la mañana, y ya estoy agotada. De pensar que salgo a las
seis de la tarde me está matando. Me duelen los pies y necesito ya mi
descanso de quince minutos. Me dirijo hacia la cafetería del centro comercial,
me siento un poco agobiada de tanto murmullo y gente, necesito azúcar. Me
pido un café con mucha azúcar y una napolitana de chocolate; mi cuerpo pide
a gritos algo dulce.
Una voz muy conocida suena en mi cabeza… más bien está dentro del
local. El corazón se me hiela, la sangre se me congela y mi corazón deja de
latir.
Sus ojos chocan con los míos. Empiezo a sentir mareo, solo de verlo esta
sensación que me produce me lleva al límite, tengo ganas de saltar y besarle.
Liam lleva a su hija Esther de tres años en brazos, la verdad es que es toda
una ricura de niña. Es rubia como su padre, de ojos azules, rubor en sus
mejillas y una sonrisa de lo más dulce. Empiezo a sentirme apenada; él tiene
a su familia, y en cambio, yo no tengo nada.
Detrás de él, que no me quita el ojo de encima, aparece Sara con su otra
niña. Mi madre dice que tiene un nombre muy raro, creo que era Dalila… sí,
Dalila, así se llama. También es una ricura de cinco meses. Sara se le ve feliz
y me alegro por ella, a pesar de interponerse entre nosotros, pero quizás y
está demostrado que ella era la mejor opción para él.
CHICO DIEZ
S e sienta dos mesas detrás mías. Noto cómo mis dedos comienzan a
temblar; ella está nerviosa, siempre lo está cada vez que me ve. No me quita
el ojo de encima. Intenta llamar su atención y lo consigue, mientras yo,
intento tranquilizarme.
—¿Quiere algo más señorita? —pregunta amablemente un camarero de
aproximadamente de mi misma edad.
—No, gracias. —Se retira.
Termino de comerme la napolitana. Aún quedan siete minutos para
acabar mi descanso, he tenido que ir comiendo rápidamente. Necesito salir de
aquí y no ver a la familia feliz. Me levanto y me dirijo hacia el aseo. Cuando
entro, me miro al espejo y mis ojos se notan tristes, mi piel comienza a
ponerse demasiado pálida.
—¡Para! —Me pego un susto y Liam me coge del brazo para
tranquilizarme, y no se da cuenta que quién me pone nerviosa es él—. No me
esquives, por favor, necesito hablar contigo.
—¿Qué quieres? —Miro hacia todos los lados, observando para saber
dónde está Sara.
—Si la estás buscando no está, ha ido fuera con las niñas —me indica,
parece que me leyese el pensamiento. Siempre hemos tenido muchísima
conexión.
—¿Qué quieres, Liam? Comienzo en tres minutos… me… me tengo que
ir.
Me mira. Asiente y se va. Noto cómo mi corazón empieza a latir más
despacio y suelto una bocanada de aire que ni sabía que la estaba
conteniendo.
Vuelvo a mi puesto de trabajo. No puedo evitar dejar de mirar a la calle,
siento una decepción, cuando veo que pasa de largo y va abrazando a su
mujer. Llevando a su pequeña de la mano… no soy quién para ponerme así;
él es feliz ahora, me siento celosa y no debería.
Termina mi turno a las seis y diez de la tarde. Aún me quedan tres horas
para ir al trabajo familiar y necesito desfogarme y quitarme este peso de
encima. Necesito sentir a alguien cerca, que me toquen y olvidar todo por un
momento… necesito encontrar a ese italiano.
Me siento nerviosa. Aparco justo enfrente de la puerta, no hay mucha
gente siendo la hora que es, miro el reloj y solo son las seis de la tarde. Me
dirijo hacia la puerta y entro. Apenas hay gente, para ser un viernes. Busco en
todas las direcciones a ver si alguien habla igual que ese hombre tan
misterioso, pero ninguno lo hace. Me siento en la barra y me pido un Martini.
Un hombre no me quita el ojo de encima; es español, tengo vista para
reconocer cuándo son españoles y cuándo no. Es bastante atractivo.
Nos dirigimos hacia una de las habitaciones oscuras. Se llama Felipe y
tiene treinta años; mayores que yo, como a mí me gusta. Por fin llegamos y
empieza a quitarse la ropa, no me gusta nada ir directa al grano. Necesito
sentirme deseada.
Sus manos recorren mi cuerpo, es bastante directo para mi gusto. Pega su
boca e intenta meter su lengua con la mía, pero se lo impido. Un escalofrío
recorre mi cuerpo y eso no es muy buena señal.
—Aparta —le espeto para que quite sus manos de mi cuerpo.
—¿No quieres jugar? Vamos a jugar, rubita. —Va demasiado bebido y es
bastante grosero. Empieza a intentar tocar mi sexo, pero hay algo que me
huele mal, este tío no es de fiar.
—He dicho que te apartes —le grito.
Le pego un empujón, pero el muy cabrón se pega otra vez a mí. E intenta
desnudarme, esto no es así. Parece que nunca ha venido a un lugar como este,
empiezo a gritar ayuda, necesito quitarme a este tío de encima.
—¡Ayudaaa! ¡Por favor! ¡Ayudaaa! —grito desesperadamente, me
arranca la camiseta e intenta quitarme los pantalones.
—No chilles muñecaaa, estaaamoooos solosssss looos dosss —dice,
arrastrando las palabras que salen de su asquerosa boca, que apesta a
whisky.
Unas fuertes manos nos apartan. Me empujan contra las sábanas, estoy
empezando a asustarme y a tener miedo. Un golpe fuerte de un cristal golpea
algo, voy corriendo hacia el interruptor de la luz y la enchufo.
Siento una bocanada de aire caliente sobre mí. Un chico alto, moreno, de
ojos verdes, pega fuertemente a un tío de cabello largo y rizado. El chico
guapo que parece un dios griego lo echa a patadas de la habitación, me siento
completamente asustada. Empiezo a temblar, todo esto me supera, solo quería
pasarlo bien. Quizás tenga razón mi amiga y aquí solo vengan pervertidos.
Mis lágrimas empiezan a brotar de mis mejillas…
—Bella… eh… no te asustes, tranquila, estás a salvo. —Mi corazón se
para solo de escuchar Bella. Su acento es inconfundible, es el italiano que
tantas ganas tenía de saber quién era. Es increíble, un verdadero chico diez.
—Lo siento… yo… yo… tengo miedo, pensé que nadie me escucharía…
—Rompo a llorar mientras más lagrimas bañan mi rostro, viene hacia mí y
me abraza.
—Shhh… tranquila. Ya está, ya pasó —dice para que me relaje.
Un olor desprende de su cuerpo. Tan familiar, tan exquisito. Altera cada
una de mis hormonas y hace que se activen, mi respiración empieza a ser
entrecortada y la suya también. Van al mismo compás.
Este chico es espectacular. Tiene unos ojos verdes profundos, un pelo
moreno y una piel bronceada. Su cuerpo es musculoso, y el traje que lleva
hace que se derrita todo mi ser.
Poco a poco nuestros labios empiezan a rozarse. Siento su respiración
sobre mis labios. Mi boca está seca y con ganas de que selle sus labios con
los míos, estaba tantos días deseosa y esperando a que por fin lo volviera a
ver.
Llega justo el momento que estaba esperando cuando pega sus labios con
los míos. Su lengua se abre paso sobre mi boca hasta llegar a la mía. Su
movimiento de caderas que empuja la suya contra la mía es demasiado
sensual. Sobre sus pantalones, se nota su duro pene erecto y listo para salir.
Agarro fuertemente su corto cabello, y él agarra fuerte mis caderas mientras
seguimos fundiéndonos en un largo beso. Su boca sabe a menta.
Andamos lentamente hacia la cama redonda. Voy quitándole la camiseta
y ahí está ese tatuaje que tanto me ha vuelto loca… lamería cada una de sus
letras. Besaría cada detalle de su cuerpo. Con este hombre me siento
totalmente protegida…
Me tumba suavemente en la cama y se desprende de sus pantalones. Quita
mis zapatos, mis pantalones. Ambos estamos en ropa interior respirando
fuerte y acompasado, estamos lujuriosos y con ganas de saciarnos el uno al
otro.
Se tumba encima mía y empieza a lamer mi cuello, besos en forma de
caricias. Sus manos hábilmente van hacia mis senos. Estos se endurecen y
con las yemas de sus dedos me pegan pequeños pellizcos, hacen que todo mi
ser se active.
Agarro fuertemente su cabello. Estiro para darme mejor acceso a su boca,
juguetea con mis senos, primero uno y luego el otro. Mi piel arde ante su
tacto, recorre uno a uno los centímetros de mi cuerpo. Cada una de mis
hormonas pide de él, recorre cada uno los milímetros de mí. Poco a poco,
baja desde mi cuello dándome pequeños besos en mi sudoroso cuerpo, llega a
los senos. Se mete primero uno en la boca. Lame atentamente y mima sin
cesar, muerde, chupa… y a continuación, hace lo mismo con el otro.
Baja lentamente hacia mi estómago. Un sonoro y fuerte beso pega en mi
ombligo, sus manos son rápidas y hábiles, agarran fuerte de mis bragas y ante
su tacto estas se rompen, estoy totalmente desnuda, para él, mi amo…
introduce uno de sus dedos en mi vagina, rompo en deseo cuando mueve
dentro y fuera su dedo, me provoca placer, no aguantaré mucho si sigue así.
—No aguanto más, por favor… házmelo ya… —le suplico para que deje
de martirizarme con tantas caricias que hacen que me vuelva loca.
—Shhh… aguanta Bella —dice con una media sonrisa y unos ojos
profundos.
Su mirada me penetra, como lo hacen sus dedos, quiero de él, lo deseo y
si sigue así no podré darle lo que busca, esta espera me está matando…
—Por favor… —le vuelvo a suplicar.
Me besa fuertemente y un fuerte gruñido sale de su boca. Se levanta y se
dirige hacia el kit de bienvenida, coge un preservativo y lo desgarra, se lo
coloca hábilmente. Se tumba encima de mí y me penetra…
Cómo echaba de menos esta posesión de él. Lo necesitaba, solo nos
conocemos de dos días y ya lo necesito. Cada vez sus embestidas son más
fuertes, una tras otra, está jadeante y hasta que no me sacie completamente no
va a parar. Y eso me gusta, me fascina que lo haga, me llena hasta lo más
profundo de mi ser, araño su espalda. Es exquisito e irresistible.
Besa mis labios y muerde el inferior. Mete su lengua bruscamente sobre
mi boca y ambas se funden en caricias, estoy a punto de alcanzar el clímax.
Sé que él también, poco a poco su cuerpo y el mío comienzan a tensarse.
Estamos a punto de tocar el cielo con este deseo, primero alcanzo yo el
clímax gritando como si no hubiera un mañana, y luego él gruñendo como si
la vida se le fuera en ello.
Se aparta de encima mía y despoja el preservativo en la papelera. Ambos
nos limpiamos con toallitas húmedas. Nos quedamos, lo que parece ser una
eternidad acostados en esa redonda cama que tan buenos momentos nos está
dando, me encanta este italiano.
—Bella, no dejas de impresionarme —susurra en mi oído y hace que
vuelva a activar las hormonas que creía dormidas.
—Ni tú a mí, Bello —intento imitar su acento, pero fracaso y una sonora
carcajada sale de su boca sexy.
—Espero verte más veces y poder estar encima de ti… —Lleva mi mano
derecha y entre caricias y su aliento, besa mi mano. Definitivamente este
hombre me encanta, hace que olvide la noción del tiempo.
—Y yo debajo… —Dibuja media sonrisa en sus labios—. No sabía que
los italianos fueran tan buenos… —le digo y me mira.
—Ahora espero que lo sepas, Bella… nadie dice que sea completamente
italiano… —deja sus palabras en el aire. ¿Entonces de dónde es?
—¿De dónde eres? Creí… creí que eras italiano.
—Y lo soy, de parte de padre, pero mi madre es madrileña… soy ambas
cosas… aunque… puedo ser lo que tú quieras que sea… —Un leve beso
planta en mis labios.
Continuamos haciendo el amor. Desenvolviéndonos en la llama del
placer. Cada vez más profundo y más morboso, cada vez tenemos más ganas
de tenernos.
Después de hacer el amor dos veces no sé ni qué hora es, espero que no se
haya hecho muy tarde, miro el reloj… ¡Mierda, mierda, mierda! Tenía que
haber entrado a trabajar hace cuarenta y cinco minutos. Me levanto
sobresaltada de la cama y mi dios griego no me quita el ojo. Está extrañado
por mi repentino sobresalto.
—¿Qué te pasa, Bella? —pregunta.
—Debería de estar trabajando hace cuarenta y cinco minutos y tardaré en
llegar una hora por lo menos. —Cojo mi teléfono y tengo seis llamadas de mi
madre y dos de mi padre, deben de estar preocupados los pobres.
—¿Dónde está tu trabajo? Yo te puedo acercar. —Se ofrece
educadamente.
—No, de verdad, gracias. Tengo el coche en el aparcamiento, pero
gracias, de verdad… —Me visto lo más rápido que puedo, le doy un largo
beso y me despido de él, seguro que pronto nos veremos, salgo todo lo rápida
que puedo del local.
No gano para disgustos cuando veo que mi coche no está. Me lo han
robado, estoy aquí perdida… y mi familia preocupada. Soy un completo
desastre, llevo mis manos a mi cabeza y mis lágrimas empiezan a caer por
mis mejillas. Imágenes de Liam aparecen en mi cabeza de la nada y hacen
que me derrumbe más.
Se abre la puerta del local y sale corriendo mi italiano…
—¡Bella, espera! —grita para que le oiga.
No puedo levantar la vista me daría vergüenza que me viera llorando así.
Es algo que no quiero que vea, y mucho menos que sienta lástima por ello.
—Eh, Bella… ¿Qué te pasa? —pregunta preocupado.
—Mi.… mi coche… yo… me lo han robado… estaba… aquí…
aparcado… —digo en un susurro casi inaudible.
—No te preocupes y deja de llorar, Bella. Yo te llevo, vamos. —Me
abraza y nos dirigimos hacia lo que parece ser una cochera, aprieta un botón
y cuando la persiana de la cochera se levanta, mis ojos caen en picado… tiene
un maserati rojo deportivo… cómo no, un coche italiano…—. Vamos, monta
y sécate esas lágrimas, encontraré tu coche —me promete… aunque no sé
cómo lo va a encontrar. Aun así, confío en él y asiento.
Salimos rapidísimo mientras le indico por dónde está el paseo marítimo.
En menos de quince minutos hemos llegado, si hubiera venido en mi coche ni
en media hora hubiera llegado, nos metemos al parking de la zona lujosa, el
embarcadero.
Salgo corriendo del coche. Voy hacia él para despedirme…
—Ya que vengo hasta aquí, qué mínimo que acompañarte. No quiero
tener que ser un superhéroe otra vez. —No puedo evitarlo y suelto una
inmensa carcajada y él ríe conmigo, en cierto modo es verdad, si no hubiera
sido por él, a ver qué hubiera sido de mí.
—Vamos —le indico y él me sigue.
Vamos lo más rápido que puedo. Mi italiano está impecable con un
pantalón de traje azul marino y una camisa blanca de lino, tiene dos botones
del pecho desabrochados, se le ve demasiado sexy. Todas las mujeres le
miran, y yo estoy empezando a sentirme un poco incómoda, aunque es
normal que lo hagan, está tremendo mi moreno de ojos verdes; él parece no
darse cuenta de que es el centro de atención por cada sitio que pasamos.
Llegamos a la heladería. Mi padre viene corriendo hacia mí, se le ve
bastante preocupado y un agente de policía estaba hablando con él.
—Mi niña… ¿Dónde te has metido? Nos tenías muy preocupado… —
dice mi padre entre sollozos, con esto de mi hipoglucemia, le preocupa
demasiado.
—Papá, lo siento… yo… no era mi intención… yo…
—Lo siento, señor. Ha sido culpa mía, yo la he entretenido, pero aquí está
su hija sana y salva —indica mi italiano para tranquilizar a mi padre, se ha
mantenido al margen; mi padre asiente, sé que lo ha intimidado y se relaja.
—¿Quieres tomar algo, muchacho? —le ofrece mi padre en modo de
agradecimiento.
—Un café latte me parecería perfecto, señor —indica con una media
sonrisa.
—Marchando. ¡Un café latte para el amigo de mi niña! —grita mi padre,
para que mi hermano se entere y lo prepare.
Empiezo a ver borroso. Todo se me nubla, oigo murmullos y mis piernas
empiezan a flaquear…
—Cariño, despierta por favor —solloza mi madre—. Otra vez no, por
favor.
—Bella, abre los ojos… —dice preocupado, mi italiano.
Abro los ojos y estoy tumbada en un sillón de la heladería, alcanzo a ver a
mi familia y a mi italiano. Mi madre viene corriendo hacia mí, con el
glucómetro, y un gran tazón de chocolate y una napolitana.
Consigo torpemente levantarme y todos los que me rodean suspiran
aliviados; mi italiano no sabe qué hacer, parece perdido, creo que ni siquiera
sabe qué me ha pasado…
Mi madre nerviosa me hace la prueba y solo tengo cincuenta de azúcar.
Demasiado baja, y me indica que empiece a comer, con esto de la falta de
azúcar me voy a poner hecha una bola rellena de chocolate.
Mi italiano se queda paralizado; cuando ve la muestra de azúcar, lo acaba
de entender y asiente cuando lo ve, mira mis ojos y parece estar cabreado
conmigo… cuando por fin, me recupero un poco más. Mis padres y mis
hermanos continúan con el trabajo, hay demasiada cola y mucha gente que
atender, se aseguran de que estoy bien y me dejan con él.
—¿Por qué no me has dicho que eres hipoglucémica? —inquiere saber,
algo molesto.
—No creí… bueno… no pensaba que te importaría —le digo y es la
verdad que lo pienso.
—Ahora todo lo que tenga que ver contigo me importa… —dice ahora
más dulcemente y yo asiento.
Sus palabras me dejan sin aliento, apenas me conoce y tanto le importo.
Termino de comerme todo lo que han preparado, mi italiano se termina su
café y ambos nos quedamos charlando, intento hacer el amago de levantarme
e irme a trabajar, pero todos me lo impiden. No estoy en condiciones y mi
madre me dice al oído que salga a caminar por el paseo, que me hará bien, y
sé a qué se refiere… que me vaya con él.
La luna está en todo su esplendor. Me siento totalmente como si hubiera
ganado una batalla. Con este hombre soy la envidia de las mujeres que pasan
y lo mejor de todos es que muchas me conocen, sé que cuchichean, pero me
da completamente igual. Pienso disfrutar el rato que tenemos juntos.
Paramos en uno de los bancos del paseo y nos sentamos mirando hacia el
mar. En este momento nada puede salir mal, este hombre es todo un bombón,
y me encanta. Mi móvil comienza a vibrar y me asusto cuando veo que llama
mi padre.
—Papá ¿pasa algo? —digo algo asustada.
—Cariño tenemos que hablar, está aquí la policía y quieren hablar
contigo. Ven rápido… ahora hablamos. —Cuelga y me deja asustada ¿De qué
querrá hablar la policía conmigo?
—¿Qué ocurre? —pregunta mi italiano.
—Mi padre, dice que está la policía en la heladería y quieren hablar
conmigo. Estoy asustada. —Las manos y las piernas me tiemblan.
Me abraza y me dice que no me preocupe. Nos levantamos y nos
dirigimos hacia la empresa familiar; hay dos agentes bastante serios, y mi
padre contiene mucha preocupación. Todo esto es muy raro.
—Señor agente, ¿pasa algo? —le dice mi italiano.
—Sí, algo muy grave, Alessandro Ribererchi… —Se nota en sus miradas
preocupación. ¿Se conocen? ¿Se llama Alessandro?
—¿Qué ha pasado? —pregunta demasiado intimidante, tanto, que uno de
los agentes le cuesta tragar saliva.
—El coche de la señorita Erika Soler ha sido no solo robado, sino tirado
al lago que hay cerca del local de «Morbo»… alguien quiere hacerle daño y
está siguiendo su pista. —Todo se paraliza a mis pies. ¿Quién quiere hacerme
daño? Mis padres me miran extrañados, ya no sé si es por el coche o porque
estaba cerca del local de «Morbo».
Todos nos quedamos patidifusos ante la noticia. No entiendo quién quiere
hacerme daño, nunca antes le he hecho nada a nadie, como para que ahora me
hagan esto… tengo miedo, algún psicópata está siguiéndome para hacerme
daño, y lo peor de todo es que no me puedo fiar de nadie.
—Lucas, asegúrate de encontrarlos —dice en tono autoritario Alessandro
y el policía asiente.
—Lo haremos, señor. Buenas noches —se despiden ambos y se van.
Alessandro mira a la nada y yo estoy igual o más perdida que él. ¿Por qué
tiene tanta autoridad sobre los policías de la ciudad? ¿Quién es este hombre
con tanto dinero y encima tanto poder?
—¿Por qué tienes tanta autoridad ante la policía? —pregunto totalmente
confusa, me mira extrañado ante mi pregunta, y una sonrisa de oreja a oreja y
aires de superioridad rebosa en su cara.
—Porque yo tengo más autoridad que ellos… bueno y que todos los que
manden aquí. —Me deja patidifusa con su respuesta—. Ahora, vamos a
terminar de disfrutar de nuestro paseo…
Son las tres de la mañana y Alessandro me deja en la puerta de mi casa,
ha sido un caballero totalmente acompañándome, mañana no tengo trabajo.
Mi encargada me ha enviado un mensaje diciéndome que no hace falta que
cubra en la plantilla, se me hace bastante raro, la verdad. Pero mi italiano ya
tiene planes para mí: un día de playa y dulces… Umm, no hay nada mejor
que disfrutar de las vistas que tiene.
Nos despedimos con un tórrido beso y me voy de lo más contenta a
dormir, mañana será un gran día.
Me levanto bastante eufórica. Incluso se me hace raro, miro mi móvil y
como siempre, tengo mis buenos días de Lau; ayer, con el día tan ajetreado y
placentero que tuve, no me dio tiempo a decirle nada, incluso a mí se me hace
raro…
—¡Buenos días, familia! —les saludo, mientras voy besando uno a uno,
con una sonrisa de oreja a oreja, hoy me siento activa.
—Buenos días, cariño, no te veía tan contenta desde… desde… —Abre
los ojos como platos cuando mi sonrisa de oreja a oreja se borra y la miro.
—Sí, mamá, desde Liam… —digo en un susurro.
—Liam es pasado, cariño, ahora a por ese italiano —indica mi padre con
bastante entusiasmo, se nota que le ha caído bien y yo sonrío y solo de pensar
en él, vuelve a fluir una pequeña sonrisa.
Son las diez y ya estoy preparada esperando a mi dios griego en la puerta.
Me he puesto un vestido holgadito ibicenco, y un bañador plateado. Me
siento divina de la muerte. Dos minutos después, aparece un Range Rover
Evoque blanco, y dentro está mi italiano. Guapísimo, con su bronceado que
tanto me encanta, esos ojos verdes que tanto me penetran en la piel, su pelo
moreno despeinado… parece más joven.
—Buenos días, Bella —dice, cuando entro al coche y a continuación me
da un leve beso.
—Buenos días, Bello —vuelvo a imitar su acento, con más fracaso aún
todavía.
No hablamos. La música inunda nuestros oídos, mientras nos dirigimos a
la cala Turqueta; me encanta, es como si estuviéramos en el Caribe.
Aparcamos el coche en el sitio más cercano y ambos salimos de él.
Alessandro de dirige hacia el maletero, del cual saca unas toallas y una cesta
de picnic, lleva un vaquero desgastado corto un poco más arriba de las
rodillas que le queda totalmente ajustado y marca su gran pene, y una camisa
de lino blanca, nada que envidiar a la que llevaba anoche, unas chanclas de
dedo azul cielo, está increíblemente sexy.
—Vamos —me indica, con media sonrisa en sus finos labios.
—¡Vamooos, Bellooo! —le digo con acento italiano, y no puede aguantar
la risa que le provoca que haga la tonta y estalla en carcajadas.
Colocamos nuestras pertenencias y nuestro picnic bajo el árbol más
cercano al agua. Esta cala es increíble, cada vez que puedo vengo a disfrutar
de ella, mi italiano esta la mar de contento. Empieza a quitarse la camiseta y a
mí se me corta la respiración; este hombre cada vez está más bueno… a
continuación, los pantalones y debajo lleva un bañador de Calvin Klein verde
bastante corto y ajustadito. Va a hacer que me desmaye.
Más cerca puedo ver esa frase que lleva en el costado y hacer que quiera
besar cada una de sus letras.
—¿Qué significa: Se dubitate di voi stessi solo ricordare quanto lontano
sei arrivato, tutto quello che hai affrontato tutte le battaglie che hai vinto e
tutto quello che hai superare le paure? —pregunto, es una frase que me
intriga bastante, la verdad.
—Eres muy observadora, señorita Soler, significa… Cuando dudes de ti
mismo, solo recuerda hasta dónde has llegado, todo lo que has enfrentado,
todas las batallas que has ganado y todos los miedos que has superado —dice
muy atentamente.
—Vaya, increíble frase… ¿Tanto has superado? —pregunto intrigada.
—Más de lo que te imaginas, y ahora vamos a comer… esta cala es muy
bella, ¿verdad? —cambia de tema y hay algo que no me cuadra.
RECUERDOS
Subo lo más rápido que puedo a casa, necesito quitarme su olor, quitarme
todo de él, necesito olvidarme para siempre de él, sé que Alessandro puede
conseguir hacer eso, él hace que cuando estamos juntos pierda la noción del
tiempo.
Son las nueve y veintisiete minutos y ya he acabado, bajo corriendo las
escaleras, el ascensor tarda demasiado. Por fin llego abajo y tengo que coger
un poco de aire, un cuarto piso no es muy adecuado para bajar así.
Abro la puerta y mi vista se dirige a un Audi A4 de alta gama negro, con
detalles plata, no veo a Alessandro, solo a un hombre mayor que me sonríe
plenamente…
—Buenas noches, señorita Soler, soy Marcus, el encargado de llevarla,
seré su chofer y guardaespaldas, trabajo con el señor Ribererchi; él la está
esperando en su punto de encuentro, por favor. —Abre la puerta y subo al
coche.
—Muchísimas gracias, Marcus. —El hombre asiente educadamente,
también es italiano.
El trayecto dura diez minutos y llegamos al puerto, sigo a Marcus
mientras camina delante de mí; a cada paso que damos, los barcos cada vez
son más grandes. Hasta que llegamos a uno, alzo la vista y hay está mi dios
griego, con traje negro, corbata negra a juego con el traje y una camisa
blanca, su cabello despeinado y una sonrisa triunfante, es encantador.
Subo hacia proa, donde Alessandro me coge y me da un fuerte beso, un
gruñido se escapa sobre su garganta y yo me hago gelatina ante él…
—Estaba deseando verte, Bella, siento muchísimo mi comportamiento de
esta tarde, y no he visto mejor forma de agradecértelo… que una cena
romántica a la luz de las velas mientras navegamos por el Mediterráneo. —
Estoy completamente alucinada, este hombre es completamente increíble.
—De verdad, no hacía falta tanto… tampoco merezco tanto —le digo y
me mira con el ceño fruncido, otra vez la he fastidiado.
—Claro que mereces esto, Bella, esto y más. —Me besa la mano con un
sutil toque de galantería—. Vayamos a cenar, el violinista nos espera.
—Vamos —digo, mientras sonrío de oreja a oreja, no me puedo creer que
me haya preparado todo esto, tiene que haberle costado muchísimo dinero.
M e va ser difícil hablar con Liam, sobre todo después de lo que pasó,
debo de hacerlo por Megan; después de dos escasos tonos, lo coge.
—¿Erika, eres tú? —pregunta, seguro que se le hace raro al igual que a
mí que lo esté llamando, todo sea por una buena causa.
—Sí, soy yo… Liam tengo que hablar contigo…
—Vale —responde rápidamente—. ¿Dónde nos vemos?
—Esta tarde a las cuatro en el café London…
Antes de que le dé tiempo a contestar ya he colgado; en su día, y no hace
mucho, ya le dije que no quería saber nada de él, pero siempre vuelve a mí…
Mi móvil comienza a vibrar y el nombre de mi italiano aparece en la
pantalla.
—Buenos días, Bella, me han informado que casi nos roban… ¿Estás
bien? Dicen que has salido con la muchacha que intentaba robar… —Noto en
su voz un poco de ansiedad.
—Sí, estoy bien no te preocupes, Álex —le digo para que se tranquilice.
—Te llamaba para ver qué haces este mediodía, me preguntaba si le
dejabas un hueco a este loco para comer juntos.
—¡Claro que sí! ¡Por supuesto! —digo entusiasmada, claro que me
apetece comer con el hombre que sacia mi sed, sonríe al otro lado del
teléfono.
—Perfecto, hasta luego, Bella —dice en tono seductor.
Cómo me pone este tío, solo con su voz y su manera particular de
llamarme… ¡Oh no, mierda! No me acordaba que he quedado con Liam a las
cuatro, este hombre hace que pierda toda la razón de ser… Me las apañaré
como pueda…
Estoy sentada en el banco a las dos en punto cuando aparece mi Bello,
esta increíblemente guapo con unos pantalones marrones claritos y una
camiseta de lino blanca, hace que marque cada detalle de su perfecto cuerpo.
—Encantado de verte otra vez… Bella. —Junta sus labios con los míos y
mi cuerpo se estremece ante sus brazos firmemente musculados.
—Hola, Bello, igualmente —digo con una sonrisa de oreja a oreja.
—Vamos… —Me indica con una sonrisa radiante y mirándome por
encima de la media luna de sus gafas de aviador.
Llegamos a una pizzería italiana, me encanta este lugar, parece que nos
gustan las mismas cosas. Viene el camarero para tomarnos nota, mi gran dios
griego pide un vino tinto del año mil novecientos setenta, un gran reserva…
—Para comer queremos, yo una lasaña de verduras a la carbonara con
pimientos… ¿Y tú amor? —Posa sus ojos profundos sobre mí. Una llama
ardiente invade mi cuerpo.
—Yo… yo… una pizza cuatro estaciones —digo al camarero que me
mira atentamente con su bloc de notas.
—Aparte, pongamos una ensalada variada —le indica mi hombre.
—Por supuesto —contesta el camarero y se va.
—Bueno, y ahora quiero saber todo lo que ha pasado esa mañana, y por
qué has puesto tu vida en peligro, yéndote con la delincuente. —Su forma de
dirigirse, como si de un peligroso se tratara, me hace gracia, ¡qué
sobreprotector es este hombre!—. No tiene gracia, muchachita.
—A ver, para empezar, no me ha pasado nada; segundo, era una
adolescente y encima sabía de quién se trataba y tercero, no te preocupes
tanto, o no llegarás a viejo —le digo riéndome.
—Si no llego a viejo… será culpa suya, señorita —dice sin apartar la
vista de mí.
—¿Y por qué será mi culpa, Álex? —le digo pícaramente y muerde su
labio inferior, ¡oh, dios mío, me encanta cuando hace eso !
—Pues lo será, porque es una mujer demasiado entrometida en las cosas,
porque tiene que cuidarse y no lo hace… y, sobre todo, porque me preocupa
todo lo que tenga que ver contigo. —Ahora es él quien hace que cada uno de
mis poros se activen.
—No… no… no… —Trago saliva, me cuesta articular palabra—. No era
mi intención —digo, agachando la cabeza, tiene bastante razón.
—Bien. —Asiente firmemente con la cabeza.
Llegan nuestros platos a la mesa, estoy tan deseosa y con ganas de que
me posea que he perdido hasta el apetito, miro mi plato con cara de angustia,
y sé que mi italiano lo ha notado.
—¡Come! —dice autoritariamente—. ¡He dicho que comas!
—No tengo hambre… —Y es la verdad.
—Da igual, tienes que comer. ¡Come! ¡Ya! —indica, mirándome a mí y
después al plato de pizza que me he pedido.
Sin ganas, como lo que puedo, este hombre me impone demasiado, como
para no hacerle caso, no quita la vista de mí para ver si estoy comiendo, y es
algo, bueno, bastante intimidante.
Salimos del local y nos dirigimos en su coche hacia su casa donde pasa
sus vacaciones aquí; abre la puerta de su gran verja automática, cuando
llegamos me quedo en estado de shock, es enorme, de más de trescientos
metros cuadrados, es moderna y minimalista, cada uno de sus detalles es
increíble.
La casa por dentro no tiene nada que envidiarle a lo de fuera, es todo en
tonos blancos y grises, hay demasiado espacio, hace que me sienta minúscula
en esta casa.
Una señora mayor se acerca hacia nosotros, por el uniforme que lleva
tiene que ser alguien que trabaja para él.
—Buenas tardes señor, señorita —saluda educadamente—. ¿Desean
algo?
—No, gracias, Micaela, puede retirarse —dice autoritario mi italiano, la
mujer parece extranjera, creo que es dominicana; es mayor, pero sus rasgos
son increíbles, debe de haber sido una mujer muy guapa.
—¡Papááá! —exclama corriendo un niño de unos dos años, que viene
hacia nosotros.
—Izan, ¿cómo está mi pequeño? —dice con una sonrisa de oreja a oreja,
mientras lo toma y le revuelve todo el cabello moreno y media melena que
tiene.
—Ven, papi… ze me a doto el coshe… —Le enseña un coche pequeño
amarillo que le faltan las dos ruedas de delante.
Me encanta su forma de hablar, es una monería de niño, ninguno de los
dos se ha dado cuenta que los estoy mirando, es clavadito a su papá, tiene los
ojos verdes como él y morenito de piel, es una ricura verlos.
—Mira, ella es Erika —le dice al niño, todavía entre sus brazos.
—Hoa, Eika. —Me extiende la mano educadamente.
—Hola, guapetón —le digo con una sonrisa de oreja a oreja y el niño
sonríe y enseña sus pequeños dientes y esos hoyuelos.
—Cariño, papá ahora tiene que hacer unas cosas, cuando acabe, te arreglo
el cochecito y jugamos… ¿Te parece? —El niño asiente con mucha energía
—. Muy bien, dile a Micaela que te prepare la merienda, que son cerca de las
cinco y media.
Cuando dice la hora, abro los ojos como platos. ¡Mierda… mierda y
mierda!, tenía que haber quedado con Liam hace una hora y media, miro mi
móvil y veo diez llamadas de él, pregunto a Alessandro por el baño y me voy
corriendo hacia él, ha notado que algo me preocupa.
Mis manos comienzan a temblar, bueno, todo en mí comienza a temblar,
tantas llamadas, le he dado plantón, no sé cómo se me ha podido pasar,
bueno, sí lo sé, este italiano hace que viva en las nubes y todo lo de mi
alrededor hace que se me olvide.
Marco su número, tarda cuatro tonos cuando lo coge.
—¿Ahora me llamas después de haberme dado plantón? Eres increíble…
no entiendo tu comportamiento, estás comportándote como una cría. —Mal
empezamos.
—Se me ha pasado, he estado entretenida y lo siento… de verdad que lo
siento, no sabía ni qué hora era.
—Sí… ahora, lo siento ¿Qué quieres? —me espeta, burlándose de mí,
esto ya es el colmo.
—Mira imbécil, a mí este tonito de burla me gusta poco, quería hablar
contigo de una cosa muy importante, que tiene mucho que ver contigo —le
suelto bastante cabreada.
—¿Qué cojones quieres ahora? Me vas a volver loco Erika, loco de
remate, primero no querías saber nada de mí, ¿ahora quieres hablar conmigo?
¿Qué quieres? —Mi paciencia se está agotando.
—Quería hablar contigo porque el día que tu hermana intentó llamar la
atención en la tienda donde trabajo, me contó algo bastante delicado… sí,
esas personas que abandonaste, tanto tu madre como tu hermana, ella me
contó que tu madre padece cáncer… Leucemia, le han dado poco tiempo y lo
único que la mujer deseaba era verte —le digo del tirón y sin darle tiempo a
contestar, cuelgo.
¡Será idiota!, y lo peor de todo es que mi corazón va a mil por el simple
hecho de haber hablado con él, unos golpes suaves en la puerta me sacan de
mis pensamientos.
—¿Va todo bien, Bella?
—Sí… sí… no te preocupes…
Abro la puerta y salgo del aseo, mi móvil comienza a vibrar, sé que es
Liam, no voy a darle el gusto, ya sabe lo que pasa, que lo solucione él, y
apago el móvil; estaba empezando a agobiarme, mi cara lo dice todo, ya que,
mi italiano me mira con mala cara.
—¿De verdad que va todo bien? —dice preocupado.
—Sí, en serio, no hay nada de qué preocuparnos —le digo con una
sonrisa para que se tranquilice, y parece que lo consigo.
—Ven, vamos… —Me coge de la mano y me dirige por el pasillo—.
Como ves, esto es el salón, dos escalones allí, donde llevan hacia la cocina…
—Me mira expectante.
—Es muy bonito todo —lo digo tal y como lo pienso.
—Gracias… —Presume de oreja a oreja.
Subimos hasta la segunda planta, recorremos un largo pasillo hasta que
llegamos al final, abre la puerta y detrás de ella hay una gran habitación, es
tan minimalista, en sí la casa entera lo es. Es preciosa, tonos negros y blancos
y el único color de la habitación es el azul satén de las sábanas.
—Es muy bonita y muy espaciosa —digo, sorprendida por la delicadeza y
el buen gusto que tiene.
—Sí, sí que lo es. —No aparta los ojos de mí.
—Y… y… una cama bastante grande para una persona. —Las palabras
salen de mi boca.
—Sí, bastante grande… —Sonríe de oreja a oreja.
Nunca antes lo he hecho, mi cuerpo me lo pide y quién diría que este
hombre tan caliente parece tímido, agarro su cabello y lo atraigo hacia mí, su
boca se empotra contra la mía, nuestras lenguas se buscan desesperadamente,
ambos estamos cargados de lujuria, de sentirnos piel con piel, calor con
calor…
Levanta el dobladillo de mi camiseta y me la quita, dejándome solo con el
sujetador de encaje blanco, posa sus dedos sobre mis caderas, haciendo que
su cuerpo quede más pegado al mío, noto cómo su erección ya está dispuesta
para mí.
Mueve sus caderas y yo hago lo mismo, ambas al mismo compás,
presionándonos. Mis labios empiezan a doler, es una sensación bastante
placentera, dolor y placer al mismo tiempo, muerde mis labios, todos mis
poros se activan ante el tacto de sus dedos sobre mi piel, me arde… todo en sí
me arde desde que lo conozco.
Lentamente, nos dirigimos hacia la cama, no despegamos nuestras bocas,
nos deseamos, nos anhelábamos, estábamos deseosos… lujuriosos, uno del
otro.
Sutilmente quita mi sujetador, dejando mis pechos a la vista, sé que está
disfrutando con este juego, yo también lo hago.
Suavemente me apoya sobra las sábanas frías y un escalofrío recorre mi
cuerpo, activa todos mis sentidos. me quedo tumbada ante la vista que me
ofrece su musculado cuerpo, es increíble, es mi dios griego, cómo se marca
cada uno de sus abdominales, cómo sus músculos se tensan ante mi mirada.
—¿Disfrutando de las vistas? —dice, con media sonrisa seductora.
—No sabes cuánto… —le digo, jadeando.
—Me lo puedo imaginar, desde aquí hay unas espectaculares, señorita
Soler. —Muerde su carrillo y me pone a mil por hora.
Velozmente se quita su camiseta y pantalones, consigo, se lleva su bóxer
y libera su gran erección, trago saliva, estoy sedienta de él, no puedo apartar
la vista de su cuerpo, delante de mí, provocándome, su sonrisa luce de oreja a
oreja…
Se acerca a mí y quita suavemente mis pantalones y se lleva mi ropa
interior, dejando todo mi sexo a su vista. Veo cómo traga saliva, y jadea.
Suavemente se acerca a mí, pero un brusco movimiento hace que estampe
sus labios con los míos, su boca es rápida y fuerte, tenemos muchas ganas de
unir nuestros cuerpos… poco a poco va bajando hacia mi sexo, dejando el
rastro de los besos por él, mi cuerpo se estremece ante ese tacto, palpa mis
senos, coge con la mano el derecho, lo masajea, lo pellizca y este reacciona
poniéndose duro ante su tacto.
Lleva su boca hacia el otro seno, donde lo lame, disfruta de él… lo
muerde… pega sus labios suavemente, y a mí me hace volverme loca, repite
lo mismo en el otro, no sé cuánto podré aguantar, me está llevando al límite.
Sutilmente va bajando hasta mi sexo, un escalofrío recorre todo mi
cuerpo, mi espalda queda curvada por su suave tacto, roza mi clítoris con sus
labios, lame despacio… chupa… muerde… es demasiado placentero, toda
una tortura.
Mete uno de sus dedos dentro de mi vagina, provocándome cada vez más,
jadeo ante su tacto, un gruñido suave expulsa desde su garganta, está
disfrutando con esta tortura placentera, su pene duro roza mis piernas…
—Alessandro… no sé cuánto podré aguantar.
—Aguanta, nena, aguanta…
De un giro brusco me da la vuelta y pega mis pechos y todo mi cuerpo
contra el frío del satén.
—Ponte a cuatro patas. —¡Qué forma tan sucia de decirlo!, pero que
surge un gran efecto en mí, hago caso a lo que me dice.
—Eres extremadamente exquisita… muy deliciosa. —Pega un fuerte
cachete en mi culo y este retumba por toda la habitación.
Lleva sus manos hacia la mesita y rasga el envoltorio plateado. Y de un
movimiento brusco penetra dentro de mi vagina, me ha pillado por sorpresa,
pero es demasiado placentero, uno… dos… tres… cuatro… cada embestida
cada vez es más fuerte que la anterior, está volviéndome loca, uno… dos…
tres… mi cuerpo comienza a estremecerse… uno… dos… tres… cada vez
más fuerte, empieza a tensarse sobre mi piel, tras una embestida más, ambos
llegamos al clímax.
Nuestras respiraciones van acompasadas, este hombre me lleva al quinto
cielo, es impresionante mi dios griego… se tumba a mi lado y me agarra
fuerte para que yo haga lo mismo, nos quedamos uno al lado del otro, apoyo
mi cabeza en su torso y nos quedamos profundamente dormidos.
Un fuerte ruido nos despierta sobresaltados, no sabemos la hora que es,
ya ha oscurecido. Alessandro mira hacia todas partes, no sabemos de dónde
ha venido ese ruido, hasta que otro golpe como de una patada en la puerta,
hace que Alessandro se levante lo más rápido posible y se dirige hacia ella.
—¡Papi! —exclama el pequeño, él era quién estaba pegando pataditas en
la puerta para que lo escucháramos.
—Hola, pequeño. —Sonríe mi chico de oreja a oreja, se le ilumina la cara
cuando lo ve, qué preciosos son los dos. Izan abre los brazos para que mi
italiano lo coja.
Ambos vienen para la cama, menos mal que nos hemos vestido antes de
tiempo, si no, qué vergüenza pasaría. ¿Dónde está la madre de este niño?, me
pregunto a mí misma… quito ese pensamiento rápido de la cabeza.
Alessandro enchufa la luz para vernos mejor, el pequeño empieza a saltar
en la cama, mientras mi chico sonríe de verlo, y yo de verlos a ellos.
—Izan, para… te puedes caer y hacerte daño. —Mi hombre, cómo se
preocupa por todo.
—No caío —dice, saltando todavía más alto—. ¿Vez papi? No caío. —
Este niño me despierta mucha ternura, me pasaría el día mirando cómo sonríe
y le salen esos hoyuelos.
Mientras el niño salta, Alessandro se acerca a mí y me abraza, ambos nos
quedamos abrazados sentados, viendo cómo el niño ríe por saltar. Álex no
puede quitar el ojo al niño, aunque lo hace un momento para darme un beso
que se alarga al tocar nuestros labios. Nos apartamos cuando escuchamos un
golpe fuerte y miramos hacia la cama, mi corazón va a mil y mi italiano se
levanta rápido y va en busca del pequeño… se ha caído y no deja de llorar en
cuanto Álex va en su ayuda.
—¡Izan! —grita, cuando ve que se ha hecho una brecha en la cabeza, yo
me asusto muchísimo, no deja de sangrar—. ¡Levántate Erika, hay que llevar
a Izan al hospital!
Vamos lo más rápido que podemos camino al hospital, parecía que el día
iba a ir bien, pero, pobre Izan, no deja de llorar que le duele mucho…
Una joven enfermera nos atiende en cuanto llegamos; el niño ha sangrado
bastante y estamos demasiado asustados, el golpe con el pico de la cama le ha
provocado una gran brecha.
Espero impaciente a que alguien me diga algo, solo he escuchado cómo el
pequeño lloraba desconsoladamente y mi italiano lo calmaba, llevo casi dos
horas esperando a ver si me dicen algo, nadie sabe nada.
—Tienen que dejarlo en observación —dice Alessandro, bastante triste
—. El golpe ha sido grande y ha perdido bastante sangre, está bien, pero
quieren hacerle pruebas… lleva una brecha con dieciocho puntos…
—¡Oh, dios mío!… cuánto lo siento. —Me da muchísima pena que haya
podido pasar por mi culpa, si no me hubiera besado…
—Tenía que haber estado más pendiente de él, las enfermeras dicen que
no será el primero ni el último golpe… me asusta que le pase algo. —Nunca
había visto tanta debilidad en él, corro a abrazarle y empieza a temblar, está
bastante asustado.
—Todo va a ir bien, te lo prometo —le digo, para intentar calmarlo.
Pasamos la peor noche de mi vida, ambos hemos dormido en la sala de
espera. A Alessandro le cuesta muchísimo relajarse, está intranquilo, no
podemos ver ninguno al niño.
—¿Familia de Izan Ribererchi Fox? —pregunta un doctor.
—¡Sí, yo, yo soy su padre! —Se levanta rápido y se coloca frente al
doctor.
—Pueden pasar, lo subiremos a planta, posiblemente le demos el alta hoy,
ha sido todo un campeón —dice el doctor y mi chico suspira tirando todo el
aire que estaba conteniendo en sus pulmones.
—Gracias, muchísimas gracias, doctor.
Pasamos a la habitación donde lo han colocado en planta, pediatría; está
acostado en la camilla, mirando su gotero cuando entramos.
—¡Papi! —exclama Izan contento de verle y mi chico va corriendo a su
lado, lo abraza y lo llena de besos y el granujilla sonríe de oreja a oreja.
—No me vuelvas a dar este susto, enano —le dice seriamente mi chico y
el pequeño asiente.
Me coloco al lado de ellos y disfruto de verlos juntos.
—Papi… me duele este dedito. —Levanta su dedo índice.
—Sana, sana, cura, sana, si no sana hoy, sanará mañana —digo, y le doy
un beso en su dedito y el pequeño, contento, me dedica una de sus mejores
sonrisas.
—¿Queres ser mi mamá? —dice el niño y yo me quedo petrificada, tanto,
que empiezo a toser y Alessandro viene en mi ayuda.
—Hijo, Erika es una amiga, no mamá. —¿Una amiga? Claro… él jamás
querría algo serio conmigo, si no es para acostarnos juntos… hasta que se
canse y ya no vuelva a saber nada de él; tiene su vida y yo… bueno, intento
tener la mía.
—Yo… yo me tengo que ir… Se preguntarán en casa dónde estoy y no
quiero preocuparlos —le digo, apenada por la situación… solo una amiga.
—Llamaré a William para que te lleve a tu casa, es mi ayudante y fiel
amigo —me indica.
—Gracias.
La espera se hace larga, los diez minutos eternos. Alessandro me acaba de
informar que William está abajo esperándome, me despido del pequeño y
Alessandro me acompaña a la puerta de la habitación, se acerca a darme un
beso, pero me retiro…
—¿Pasa algo? —dice con el ceño fruncido.
—No, solo… que… me tengo que ir ya, me están esperando. —Giro
sobre mis talones y me marcho mientras mi italiano no deja de llamarme, sé
que sabe que pasa algo.
Cruzo el umbral de la puerta de salida del hospital y por fin puedo
respirar aire puro, estaba empezando a estar sobrecargada ahí dentro, la
cabeza me va a estallar… ¿A quién quiero engañar? Solo seremos amigos…
te estás encaprichando de él, bonita, me repica mi subconsciente.
Como me temía, llegar a casa y un barullo de preguntas, todos quieren
saber dónde me he metido, anoche tenía que haber ido a trabajar, bueno tenía
que hacer muchas cosas, y por quedarme con él, no he hecho nada… mi
móvil comienza a vibrar cuando en el fondo de la pantalla pone «Mi
italiano». Le cuelgo y apago el móvil, no quiero saber nada de nadie.
Han pasado ya cinco horas desde que lo vi por última vez y ya lo estoy
echando de menos, hace media hora que enchufé el móvil y tenía seis
llamadas de Alessandro, soy demasiado tonta por encapricharme siempre por
los tíos que menos me convienen; él volverá a su país, aquí solo está de paso,
otro igual que Liam… siempre ha estado de paso.
CONFESIONES
«Arréglate, ponte guapa y llámame. Marta». Veo una nota sobre una caja
grande roja. Cuando la abro me llevo una gran sorpresa: está el vestido que
tanto me ha gustado en la tienda.
Hago lo que me pide. Me coloco mi tanga de encaje negro, para que no
marque en el vestido. No puedo ponerme un sujetador, el vestido no me lo
permite, por detrás está totalmente abierto dejando mi espalda al descubierto
y el tatuaje que cruza toda mi espalda, en vertical por mi columna.
Me repaso bien la coleta alta lisa, me coloco el vestido largo, el tatuaje de
tinta negra queda totalmente precioso con el vestido negro brillante. Maquillo
mis ojos con un eyerliner negro, donde dibujo una línea fina acabando en
punta, haciendo que mis ojos se vean grandes y bonitos. Y mis labios rojos
grandes y gruesos. Me siento guapa y deslumbrante.
Una vez lista, llamo a Marta que, tras dos tonos, me coge la llamada.
—¿Estás lista?
—Sí… Pero ¿por qué me has hecho vestirme así? —No entiendo por qué
quiere que vaya así.
—Ahora vamos a por ti, te estábamos esperando… ¡Vienes a la fiesta
benéfica! —grita al otro lado del teléfono. Se pasa el día gritando.
—Vale, te espero en la puerta.
Llegamos hasta una gran puerta de plata. Pasamos y abro los ojos al ver la
mansión que se esconde tras ella, es increíble. Miro cada uno de los detalles,
hay una gran fila de coches aparcados, parece que esto es una gran fiesta, más
de lo que me imaginaba.
—Buenas noches, señorita —indica un camarero cuando pasamos al
recibidor y yo sonrío educadamente.
Marta habla con todo el mundo, su acento italiano es perfecto. Qué
envidia sana me da, lo tiene todo, trabajo… una persona que le quiere…
¡Todo!
—¿El baño? —le digo a mi amiga, necesito ir.
—Sube las escaleras, al fondo a la derecha —me indica—. ¿Quieres que
te acompañe?
—No, gracias, quédate aquí. —No quiero que se moleste por mí, estaré
bien.
Rebusco en mi bolso, y por fin encuentro el pintalabios, me doy unos
retoques delante del espejo, antes de bajar y seguir con la velada. Parece que
son personas de alto glamour y me siento un poco intimidada.
Llego hasta las escaleras y con cuidado cojo mi vestido, una suave
canción toca de fondo. Empiezo a ponerme de los nervios cuando tengo la
sensación de que alguien me está mirando y cuando levanto la vista… soy el
centro de atención. Marta está sonriendo de oreja a oreja mirándome y dando
pequeñas palmaditas mientras su chico la abraza dulcemente. Les sonrío a
ambos y siento cómo mi cuerpo comienza a desprender calor. Miro hacia la
otra punta de donde está Marta…
ERES TÚ
E mpieza a hacer demasiado frío, tanto, que siento cómo la tela se enfría
ante mi piel. No sé dónde estoy, solo veo pequeños arbustos y grandes
árboles. Mi móvil no ha dejado de vibrar hace ya más de una hora… Primero
Marta… Después Alessandro… Incluso mensajes que no he tenido fuerza ni
de leerlos. Imágenes vienen a mi mente: «¡Vete!», gritaba. Todo lo ocurrido
hoy, se queda en pequeñas imágenes rotas.
Me siento sobre una enorme piedra, todo mi cuerpo se estremece ante el
tacto frío.
«¿Dónde estás? Alessandro me ha preguntado por ti, creía que estabas
con él» (primer mensaje de Marta 01:02 am).
«Erika, no era mi intención echarte, tenemos que hablar… Coge mis
llamadas, por favor» (segundo mensaje Alessandro 01:07 am).
«¿Se puede saber dónde te has metido? Estoy muy furiosa contigo…
Alessandro se está volviendo loco buscándote, más vale que aparezcas de
donde te has metido» (tercer mensaje de Marta 01:16 am).
Paso de mirar más mensajes… ya son las tres de la mañana y debería de
descansar… ¡Mierda, el bolso! Llevo mis manos a la boca cuando recuerdo
que lo he dejado en la fiesta… precisamente en el baño, justo cuando me he
peleado con Emma.
Ando y ando… cada vez hace más frío. Empiezo a tiritar cuando caen los
primeros copos de nieve, en estas fechas y ya nevando… Con este vestido que
tan sexy me parecía. Ahora no es tan adecuado.
Logro llegar hasta un motel, no tiene buena pinta, pero espero que me
dejen pasar la noche y mañana les pagaré con mucho gusto, son las tres y
cuarenta y siete, cuando una última llamada de Alessandro hace que mi móvil
se apague.
—¡Joder! —digo exasperada.
—¿Cómo jovencita? —dice la anciana a través del mostrador.
—Lo siento. ¿Tiene una habitación libre?, por favor… —Suspiro
entrecortadamente, el frío se ha metido por completo dentro de mí.
—Claro que sí. —Me ofrece la mujer una llave—. Son veinte euros la
noche y el desayuno diez, todo treinta, muchacha —dice educadamente.
—Señora… yo… no tengo el dinero, me he perdido y el bolso y todo lo
que llevaba encima… yo…
—Entonces, si es así lo siento jovencita, hay más gente que puede usar la
habitación libre. —Vuelve a guardar la llave.
—¡Señora, yo se lo pagaré! —Una voz masculina demasiado grave suena
detrás de mí.
—Gracias… mañana cuando vuelva te lo devolveré. —Se lo agradezco
sinceramente y el hombre empieza a pagar.
Es un hombre de unos treinta y cinco años o así. Lleva unos pantalones
color caqui, camisa blanca y americana azul marina con coderas de color
caqui. Sus ojos son marrones intensos, tanto, que tengo que apartar la mirada.
—No hace falta… ¿española? —su pregunta me sorprende… ¿Tanto se
nota que no soy italiana?
—Sí, de Menorca. —Este hombre se le ve tan sereno y me da buena
impresión, parece buena persona.
—¡Vaya, una paisana mía, soy del norte de Menorca! —Ambos nos
reímos.
Me invita a tomarnos unos chocolates, donde hablamos bastante, está
casado y tiene un niño, Tomás; su mujer es griega. Esta aquí de paso, trabaja
con su camión. Dice haber tenido suerte, el día que se pone guapo y la
ocasión lo merece. Es bastante simpático, cuando me doy cuenta de la hora
son casi las cinco de la mañana. Ambos nos despedimos, José, que así es
como se llama tiene que irse dentro de dos horas y quiere descansar un poco
y a mí no me vendrá nada mal hacer lo mismo.
«Vete de aquí, no pintas nada… él es mío, y tú solo serás una putita
más… pero yo siempre seré su gran amor y la madre de su hijo…
Mi cuerpo me impide moverme y cuando lo hago llevo un vestido blanco
pomposo, con grandes brillos… estoy frente a un altar… ¿Es mi boda?
—Erika, no te quiero… Emma es el amor de mi vida Todos los invitados
comienzan a reírse, incluso mi familia…
—¡Vas a acabar sola! —Me señalan y se ríen de mí… Quiero correr,
quiero salir de aquí… quiero irme lejos. Solo veo oscuridad, una luz está a lo
lejos, justo el motel donde he ido. Esta la misma mujer.
—¡Vas a acabar sola como yo! ¡Nadie te quiere!».
No he vuelto a saber nada de él, mis días cada vez han ido a peor, me siento
deteriorada y sin ganas de nada. Marta está empezando a cabrearse conmigo,
apenas como… No tengo apetito… Todo se fue con él.
Insiste en que vaya a verlo, me cuenta mil travesuras de Izan. Intento que
no me afecte, pero… sola en mi oscuridad me rompo en pedacitos. También
me ha contado que Emma lleva dos días yendo a verlos. A Izan lo colma a
regalos y a mi italiano… bueno, ya no es mío… intenta demostrarle que le
quiere.
Marta ha intentado que hable con él, bueno que hable con alguien. Dice
que no me ve bien, que yo no soy así. Dice que no tengo ni corazón. ¿Cómo
voy a tenerlo?, si lo tenía, estaba empezando a reconstruirse de cada golpe…
pero se volvió a romper. Me siento como un alma en pena.
—¡Vamos, tienes que comer!, no puedes estar siempre tomándote un
triste café por las mañanas… —Ya tenemos la misma historia de todos los
días, Marta es como si fuera mi madre.
—No tengo hambre de verdad… —niego con la cabeza.
—¿Sabes? ¡Nunca, pero nunca tienes hambre! ¡Me estás empezando a
preocupar!, has perdido más de seis kilos en tres días. ¡Tres días! —levanta la
voz con cada palabra que dice—. ¿Me puedes decir de una puñetera vez qué
te pasa? ¿Y por qué no quieres ver a Alessandro?
Me mira desesperada ante la espera de mi respuesta, recordarlo todo va a
ser duro… aunque a todas horas viene a mi cabeza… La cena en el barco, su
preocupación porque comiera dulces… Sus dedos en mi piel… sus besos
mentolados. Las lágrimas comienzan a brotar por mis mejillas.
—¡No! ¡No y no!, ahora sí que me vas a contar qué te está pasando —dice
desesperada.
—¿Me prometes que no dirás nada a nadie? —Necesito que lo haga—. A
Mariano tampoco y mucho menos a Alessandro…
—No diré nada a nadie, esto quedará entre tú y yo… y por favor, ahora
cuéntame qué te está pasando… me tienes muy preocupada. —Asiento y
comienzo a contarle.
—A ver… en Menorca conocí a Alessandro, hemos tenido nuestros más y
nuestros menos. Un día me dio a entender que no quería nada con nada, y
Liam necesitaba ayuda.
—¡Oh, dios, Liam! ¡Olvídate de él!, es agua pasada —dice exasperada.
—Sí, lo sé y lo es, créeme… déjame continuar, por favor. —Asiente y
deja que continúe—. Vale, fui demasiado tonta, creí que funcionaría con
Liam. Pero me equivoqué. Ya no era la persona de la que me enamoré
durante cinco años… aunque ahora no estoy muy segura de que estuviera
enamorada… creo que solo fue obsesión por él. Vale, con los días me iba
dando cuenta de que no era él con quién tenía que haber estado, sino con
Álex. Me pidió que me fuera con él… que dejara a Liam…
—¿Te lo pidió? —pregunta sorprendida.
—Sí, pero no lo hice y me fui con Liam, que ahí fue cuando cambió.
Cuando llegué aquí, me sentí como libre… tenía ganas de comerme el
mundo, tenía ganas de disfrutar del viaje y aprovecharlo junto a ti. Cuando
me llevasteis a la fiesta nunca imaginé que serían de los padres de Álex y
Mariano… Ahí fue donde lo volví a ver, donde todos mis sentimientos
volvieron a renacer… Hablé con él y bueno, algo más que hablar y todo
estaba bien hasta que Emma intentó cabrearme en los servicios; y lo hizo y él
prefirió quedarse con ella y echarme a mí. Ahí fue cuando me marché y os
pasasteis toda la noche buscándome. —Respiro más hondo, cada vez me
acerco más a la peor parte y me estoy empezando a ponerme nerviosa—.
Cuando llegué, que nos dejasteis solos, pasamos una mañana increíble, pero
una llamada lo cambió todo…
—¿Liam? ¿No me digas que has sido tan tonta de dejarlo otra vez por el
tío ese? —Está empezando a ponerme histérica que no me deje terminar y
quiera adelantarse a todo.
—¡No!, y calla, déjame acabar o no te lo cuento —le espeto, algo
mosqueada. Hace un gesto como cerrándose la boca—. Vale, pues esa
llamada era de Emma, me dijo que tenía a Izan. —Respiro hondo, allá voy—.
Me dijo que, o me alejaba de Alessandro o lo iba a pasar muy mal, quería
alejar al niño de su papá ya que él tiene la custodia… Vamos, secuestrarlo y
que ni él pudiera encontrar al niño… —Marta abre los ojos como platos y en
voz baja pronuncia: zorra—. Así que cuando Álex me preguntó quién me
había llamado, la única forma de separarlo de mí, era meter a Liam por medio
y eso hice… y ahora aquí estoy rota por dentro y por fuera…
—Erika… lo siento muchísimo, no me podría imaginar que te pasara
esto… No va a quedar así, esa zorra lo va a pagar, pero bien, como que yo me
llamo Marta Montero Roca. Te juro que esa la paga.
—No quiero que nadie se entere…
—¡Tú! —Me señala de arriba hacia abajo—. No puedes seguir así,
mírate, da pena verte. Y con mis amigas nadie juega. —Siempre me ha
gustado la fuerza de voluntad de Marta y lo guerrera que es. Yo me
consideraba así, pero ya no, ya no soy nada.
—¿Y qué piensas hacer?
—Déjamelo a mí, pero tú a Alessandro lo recuperarás, esa no sabe con
quiénes se ha metido… quiere guerra… ¡La va a tener!
OSCURO PASADO
Por fin llego a mi tierra natal, estoy ansiosa de ver a mi familia. Casi no
me quedo en Italia, Marta no quería que me marchara y yo no quería
separarme de ella. No me gusta la idea que de nadie haya podido venir a
recogerme… sinceramente estoy bastante disgustada por ello. El negocio
familiar. El avión por fin ha aterrizado.
Recojo todas mis pertenencias y me dirijo hacia la salida. Salgo por la
puerta y no puede ser lo que estoy viendo… Me va a dar algo… ¡No, ahora
no!
«¿TE QUIERES CASAR CONMIGO ERIKA SOLER?». Una gran
pancarta a la salida, va vestido con un traje negro y un gran ramo de flores…
Mi cuerpo comienza a temblar, esto no puede estar pasando.
Me estoy empezando a marear… esto no puede ser verdad, esto no está
pasando ¿Cómo se ha enterado él que volvía hoy? Alguien ha tenido que
decírselo…
—¿Liam qué… qué estás haciendo? —Agito las manos señalando el
cartel y a él.
—Pedirte que si te quieres casar conmigo. Erika, te quiero y sé que la
fastidié, siempre lo hacemos, pero siempre volvemos juntos.
—Por eso mismo, no sé qué estás haciendo… Liam… yo…
—Shhht… calla. —Viene hacia mí, imposible contestar, me da un beso
que casi me caigo para atrás.
Llevo las manos sobre mi cabeza. Esto no puede estar pasando… debe de
ser todo un sueño, pellizco mis mejillas y sé que no. Liam no me quita la
mirada de encima, sé que quiere respuestas. Ya no siento ese cosquilleo que
antes sentía al verlo. Ya no siento la necesidad de tenerlo cerca de mí… ya no
siento nada por él. Solo me importa la persona que he perdido…
—Liam, no… no podemos.
—¿Por qué? ¿Qué ha cambiado para que no se pueda?
—Nosotros, hemos cambiado nosotros. —Nos señalo a ambos.
—No, mírame, soy el mismo, Erika… mírame. —Hago lo que me pide,
pero no nos veo, ya no siento nada, solo un simple recuerdo de cuando
fuimos felices.
—No, dejaste de serlo hace años. ¿Sabes?, por fin me doy cuenta de lo
tonta que fui al seguirte el juego, de que jugaras con mis sentimientos, si
cometí errores engañándote con Mario… ¿Pero por eso has querido
jugármela siempre? He estado como una tonta detrás de ti, formaste tu
familia, te casaste con Sara y… ¿yo? ¿Pensaste algún momento en cómo me
quedé yo…?, porque dudo que lo hicieras, solo te acordabas de mí cuando me
veías por la calle… e intentabas que nos viéramos, y yo, tonta, iba…
—Erika, por favor, no continúes… —Pide con la cabeza agachada, ya era
hora de explotar, de decir todo lo que pienso.
—¡Déjame terminar! ¿Qué pasa, que no quieres escuchar la verdad? Me
he cansado, me he cansado de ser un puto juego para todos, de ser la inútil
que va esperando a que la quieran… pero se acabó y tanto que se acabó.
¡Estoy harta de ti y de ese italiano de las narices!, estoy hasta el moño de
vosotros —grito desahogándome—. Y ahora ahí tienes tu contestación,
¡bonito!
Agarro fuerte mi maleta y sigo con mi camino. Este se piensa que soy
idiota… ¡Pues no!, se piensa que voy a volver a caer en sus garras afiladas
que solo me hacen daño… he sido tonta por caer una y otra vez, lo siento que
no superara lo de Mario, todo el mundo comete errores, él también lo ha
cometido y, al fin y al cabo, ha sido peor que yo. ¡Él se casó!
—¡Ahhh! —chillo frustrada cuando por fin estoy en la parada del
autobús, la gente me mira como si estuviera loca.
Pienso ponerme una coraza… una coraza de un muro indestructible, así
ningún hombre me volverá a hacerme daño.
—¡Erika, espera! —grita Liam corriendo detrás de mí—. ¡Espera, por
favor!
—¿Qué demonios quieres, Liam? —Estoy empezando a hartarme de sus
intentos de jueguecitos.
—Esto, esto es tuyo. —Coloca su mano sobre la mía y deposita una cosa
finita sobre ella, cuando lo abro ahí está el colgante que me regaló cuando
nos conocimos. Cuando empezó todo—. Te lo quería devolver, es tuyo, no
mío.
Recuerdo hace dos semanas cuando lo dejamos, después de una gran
discusión, vino demasiado contento del alcohol, decía que todo esto se lo
había provocado yo… No podía olvidar el daño que le hice, el daño que le
hizo su padre y que se alegraba de que falleciera, tenía gratitud de que ese
malnacido ya no estuviera en su vida… nunca se había llevado bien con él,
pero el mayor daño de su vida… Saber que sus hijas no eran suyas, sino de su
padre, el señor Tyler.
Miro cada detalle de la frase que me hizo sentir por años, la que tocaba
cada vez que me sentía sola, la que llevaba cada vez que tenía una cita, lo
llevaba conmigo, pero lo peor es que me hacía recordarlo y comparaba a
todos los hombres con él. Por eso, siempre me he sentido sola, por no fijarme
en otros hombres… siempre en los más complicados.
—Liam… esto ya no me pertenece —le digo al cabo de dos minutos en
un silencio incómodo—. ¡Tú eres quien me lo regalaste!, es tuyo… —Intento
dejárselo sobre su mano, pero la quita, se niega a cogerlo.
—¡Quédatelo!, es lo único que siempre te podré dar… por lo visto, solo te
pude dar eso. —Da la vuelta sobre sus talones y se marcha.
Ahí se va a lo lejos, una persona de las que más quise en mi vida… la
persona por la que hubiera dado mi vida. Por la que intenté luchar tanto
tiempo. ¿Y ahora?, ahora que pide que me case con él, no siento nada… La
vida es demasiado injusta.
«¿HAS LLEGADO BIEN?», llega un mensaje a mi móvil y es de
Marta… pobre, estará preocupada y quedé en llamarla.
Tras dos tonos, coge mi llamada; le cuento qué tal ha sido en el avión.
Pero con lo que más se sorprende es lo que ha hecho Liam, piensa que está
loco y que es idiota… Seguro que llega a ser en otro momento y ahora estaría
dando saltos de alegría.
Cuelgo cuando se acerca el autobús, tengo ganas de ver a mis padres y al
enano de mi hermano y al bicho de mi casa, aún no les he dado la noticia.
Pero conociéndolo sé que se van a alegrar por mí, estos días me he dado
cuenta de que son lo mejor de mi vida y son las personas que siempre se
preocupan por mí, a pesar de mis errores.
Subo al bus, prefiero sentarme en los asientos de detrás, no me gusta que
la gente que sube se me quede mirando…
Mi corazón se paraliza al ver su rostro… Esa mirada… ¡No puede ser
verdad! Ahora sí que estaré soñando.
—Hola, Erika… cuánto tiempo sin vernos. —¡No, no y no!, esto debe
tratarse de una broma y no tiene nada de gracia.
El señor Tyler… supuestamente falleció, pero no, aquí está, sentado
frente a mí, con una sonrisa de oreja a oreja.
—Tenemos muchas cosas de qué hablar… coge asiento, nos queda un
largo camino—dice, me siento totalmente confusa, no puede ser verdad… Él
estaba muerto.
HABITACIÓN 5, TE ESPERO
«HABITACIÓN 5, TE ESPERO».
Me dirijo hacia la habitación donde me ha indicado. Estoy impaciente por
saber quién es el hombre…
—Hola… ¿Quién eres? ¿Y por qué me has invitado? —le pregunto,
cuando suena el ruido de la puerta y oigo sus pasos, la iluminación roja hace
que no pueda verle bien.
—Shhht…
Me levanta de la cama, y quita mi chaqueta… Toco sus brazos fuertes,
tiene un olor bastante agradable. Me encanta este perfume fresco, penetra
todas mis fosas nasales… Deja la chaqueta en un sillón de al lado de la cama.
Empieza a quitarme la camiseta, el roce de sus dedos hace que me
estremezca… Me deja solamente con el sujetador. Comienza a besarme por el
lado izquierdo de mi cuello, un escalofrío recorre mi cuerpo, sus manos se
mueven suavemente por mi espalda.
Ágilmente se deshace de mi sujetador, dejándome libre. Él sigue con la
ropa aún puesta. Llevo mis manos sobre su abdomen para quitarle los botones
de la camisa que lleva, pero rápidamente aparta mis manos de él y las pone en
mi cintura…
Me deja lentamente sobre las frías sábanas de satén rojas… Se sube
encima mía, apoyando los brazos cada uno en cada lateral cerca de mis
hombros, su cuerpo está rígido, lo sé por lo poco que puedo ver, un tatuaje en
su antebrazo llama mi atención… bruscamente comienza a lamerme el pezón
derecho, lo muerde, lo besa, lo hace completamente suyo y, a continuación,
hace lo mismo con el izquierdo. Todos mis sentidos nerviosos se conectan, el
tacto de su piel con mi piel me quema.
Se pone en pie para mayor acceso, quita mis pantalones llevándose
consigo mi ropa íntima y dejando todo mi sexo a su disposición. Se quita su
camisa y sus pantalones… Apenas puedo ver su cuerpo, está lejos para mi
vista, pero cerca para su tacto.
Roza con las yemas de sus dedos mis muslos hasta llegar a mi sexo… y
un escalofrío toma mi cuerpo… hace lo mismo con sus labios. Su boca se
posa sobre mi sexo, pequeñas mordidas sobre mi clítoris hacen que tiemblen
de placer, lame… absorbe… sopla… me está volviendo loca…
Hábilmente se levanta y sus labios se sellan con los míos. Mete su lengua
y busca la mía, ambas se juntan y van al mismo compás. Se quita su bóxer y
se pone un preservativo y en una sacudida me envuelvo en él.
Uno… dos… tres… cada embestida es más fuerte, más placentera, estoy
a punto de alcanzar el clímax y sé que él también, su cuerpo empieza a
ponerse tenso… uno… dos… tres… ambos alcanzamos el clímax, un leve
gruñido escapa de su boca. Se desploma sobre mí, nuestras respiraciones se
acompasan, estamos exhaustos…
No pasan ni tres minutos cuando se levanta, quita el preservativo y
rápidamente se viste, yo voy más poco a poco…
—¿Me vas a decir quién eres? —No contesta y me pone nerviosa tanto
misterio.
Termina de ponerse toda su ropa y coger sus pertenencias, y yo ni
siquiera me he levantado de la cama. Abre la puerta para irse…
—Encantado de volver a verte… Bella.
Su olor, sus caricias… su forma de hacerme el amor… todo era él. ¿Y ese
tatuaje en el antebrazo? La última vez que lo vi no llevaba… creo que me
estoy obsesionando un poco con él.
Me visto lo más rápido que puedo, si es que tengo tiempo de alcanzarlo.
Busco entre las personas la camisa granate que llevaba, pero ninguna es la
suya. Corro hacia la puerta de salida. Un maserati derrapa a toda velocidad…
¡Sí era él!
Empiezo a saltar como una boba enamorada. ¿Cómo sabía que estaba
aquí? —por Marta—me responde mi subconsciente. Monto en el coche y me
invade la felicidad de haberlo tenido, aunque fuera una noche.
Claro, de ahí el olor tan familiar que inundaban mis orificios nasales.
El día no puede ir mejor, todo me sale bastante bien, por fin voy a volver
a verlo desde… desde anoche, cada vez que recuerdo cómo me hizo el amor,
cómo tocaba mi piel, un escalofrío recorre mi cuerpo. Es la una y ya estoy
esperándolo en la puerta cuando aparece su coche, siempre tan puntual.
—Hola, Bella. —Me siento, me coge la cara con sus manos y me da un
beso apasionado.
—Hola, Bello, me gusta volver a verte. —Le sonrío y él muerde el
carrillo de su labio.
Pasamos todo el trayecto cantando canciones, se le ve feliz… «Tiene un
oscuro pasado», mi cuerpo se tensa ante ese pensamiento… no, ahora no…
Llegamos hasta el restaurante donde me ha traído, es un sitio bastante
bonito, muy rural. En medio de un gran bosque con vistas al mar y me
encanta. Nunca antes había visto este sitio y mucho menos estuve aquí.
Agarra mi mano y entramos al local.
—Mesa para dos y discreta —dice autoritariamente.
Nos llevan hasta la zona de arriba, un pequeño altillo, es bastante bonito,
lámparas de pie, iluminación suave, música de fondo, es bastante romántico y
acogedor. El camarero nos toma la nota y veinte minutos después tenemos
nuestras comidas. Él, un solomillo a la plancha con salsa de frambuesa y yo,
una dorada con salsa marinera… y ambos, vino blanco, el mejor de todo el
local.
—¿De qué querías hablar?
—Vaya, señorita Soler, va al grano, siempre tan impaciente. —Sonríe de
oreja a oreja—. Marta me ha contado todo y con lo de todo… es todo.
—¿Dónde está Izan? —Abro los ojos como platos.
—Izan está bien, se encuentra en casa con Micaela. ¿Por qué no me
dijiste que te amenazó Emma?
—Yo… tenía miedo de que te separaran de tu hijo y sí… tenía que hacer
lo que hice…
—¡No! ¡No!, no tenías que hacerlo, ella no es quién para decidir mi vida
y mucho menos la tuya. —Se está cabreando—. ¡Está loca!
—¿Por qué estabas el miércoles agarrado de ella en el centro comercial?
—Se me revuelve el estómago cada vez que me acuerdo.
—Solo fue un momento cuando me cogió. Espera, ¿nos viste? —Se
sorprende.
—Sí, ibais los tres… ahí fue cuando me di cuenta de que tenía que
desaparecer de tu vida…
—¡Ya entiendo!, por eso quiso cogerme…
—Una mujer… me… me dijo…
—¿Una mujer qué te dijo? —Allá voy.
—Que eres huérfano y tienes un pasado oscuro…
—¡Qué mujer? —grita—. ¿Quién te ha dicho eso? —Se ha puesto muy
alterado en unos segundos… no me gusta su reacción, me da incluso miedo.
—Nadie, una mujer solo me dijo eso…
—¿Qué más te dijo? —Qué mal se me da mentir.
—Me dijo algo del exmarido de Rosalinda, con tus padres…
—¡Increíble!, la gente es muy mala Erika… mucho. ¡Nos vamos!
Recojo mis cosas y vamos lo más rápido que podemos, intento alcanzar
sus pasos, pero me es imposible, harta de andar ya en los aparcamientos…
—¡Para, por favor! —le pido.
—¡Tenemos que irnos ya! —dice bastante cabreado.
—¡No! —Se gira y me mira—. Quiero saber qué te pasa, por qué esa
reacción, no me gusta que estés así…
—¿Quieres saber qué me pasa? ¡Soy un puto delincuente! —grita—.
Mi pasado oscuro es que soy un delincuente, robé, pegué una paliza y me
encarcelaron, era agresivo… —Empieza a pegarle patadas a un coche justo al
lado de nosotros… espero que el dueño no nos vea.
—¿Qué pasó? —Le miro a los ojos intentando que me dé alguna
explicación. Está lleno de ira.
—¿Qué más da lo que pasó? ¡Cumplí una puta condena! Estuve años en
un reformatorio… —Lágrimas brotan por sus mejillas, corro para abrazarlo,
parece un niño perdido.
—Puedes contármelo… puedes contar conmigo…
Nos dirigimos hacia un pequeño puente de madera que cruza un
riachuelo… las vistas son muy bonitas.
—A ver, cómo comienzo… —Rasca su pequeña barba de dos días y se
apoya en la barandilla del puente—. Todo mi oscuro pasado comenzó cuando
tenía diez años. —Mira hacia el cielo y traga saliva—. Quiero que sepas que
me va a ser muy duro contártelo. —Asiento y toco su espalda para que sepa
que estaré aquí cuente lo que me cuente—. Éramos una familia adinerada, yo
tenía una hermana pequeña… Alexia. —Suspira—. A la vista éramos una
familia feliz, o eso creíamos nosotros, mi padre comenzó a beber y mi madre
sufrió mucho… aguantó insultos… aguantó que la gente la mirara por la calle
y la señalaran como la mujer del gran estafador. Cuando iba al colegio, los
niños eran crueles conmigo… se burlaban de mí, incluso a veces me
empujaban y me golpeaban. —Aprieta sus puños al recordarlo—. Siempre
decían que mi padre era el estafador más grande de toda Toscana y media
Italia, debía millones… ahí fue cuando comenzó a beber, su empresa eran los
concesionarios de coches… y fue a pique. Le echaba todas las culpas a mi
madre… nos decía que le habíamos llevado a la ruina, no quería ni mujer ni
hijos, le sobrábamos. —Agacha la cabeza y sé que lo está pasando realmente
mal.
—Tranquilo… estoy aquí… —Me mira y me agarra de la mano, un leve
suspiro sale de su boca.
—Los años cada vez eran peores, mis padres todos los días se peleaban…
la gente más y más hablaba de nosotros, mi hermana tenía ocho años cuando
todo pasó y yo ya me iba dando cuenta de las cosas con diez. Al cabo de dos
años, llegó una carta notificada, mi padre había encontrado por fin trabajo…
pero era en Alemania, y él aceptó… ¿Pero sabes? El muy capullo nos
abandonó a los tres… Mi madre tenía que trabajar dieciocho horas diarias,
para todos los gastos y darnos de comer, apenas la veíamos y yo me
encargaba de mi hermana. En el colegio empecé a tener mal comportamiento,
y me iba de las clases. Todo me importaba una mierda… Mi madre pidió
ayuda a Rosalinda, era una joven vecina, le pagaba poco, pero ella nos
cuidaba, nos lo pasábamos bien con ella. Pero no era como mamá… Alexia
poco a poco empezó a sonreír, era autista. Sus dibujos me demostraban que
yo era su hermano, el héroe y mi mamá su heroína… A los seis meses mi
padre volvió, lo echaron, no querían a un borracho trabajando en una gran
multinacional, era peor, agresivo… sucio y todo un capullo. Yo siempre lo
había visto como mi ejemplo a seguir… —Niega con la cabeza—, pero me
fui dando cuenta, que no quería ser como él… Una noche, mamá empezó a
trabajar en un restaurante; si antes no tenía tiempo, ahora poseía menos… mi
padre se tiraba el día en el sofá viendo telebasura y gastando el dinero que
ganaba mi madre en cerveza… eso es solo un adelanto del calvario que pasé.
—Lo siento… veo que es muy duro para ti… no hace falta que sigas
más… —Me duele ver lo triste que está al recordar todo su pasado.
—Debo hacerlo, tengo que ser sincero contigo. —Nos miramos a los ojos
y solo veo dolor—. Siempre recordaré ese quince de marzo. Rosalinda estaba
ayudándome con los deberes y mi hermana estaba abajo con mi padre, ella le
tenía miedo… pero yo le decía que papá nunca le haría daño y que tenía que
quedarse con él, porque la quería mucho… Mi padre llamó a Rosalinda y
ella, educadamente bajó… Solo recuerdo los gritos de Rosalinda… mi padre,
bueno ese hijo de la gran puta, abusó de ella. Nos dejó a dos niños solos…
ella se fue y ahí nos dejó con ese capullo, no quiso volver. Mi madre no sabía
nada… pero el pueblo sí oyó gritos… lo peor comenzó una semana más
tarde. Estábamos cenando, mamá, Alexia y yo, recuerdo que mi hermana
empezó a hablar más cosas y nos entusiasmaba…. hasta que él, que era pareja
de Rosalinda se presentó… gritaba y gritaba buscando al hijo de puta que
había hecho que su novia estuviera con depresión… mi madre pidió que se
marchara educadamente y este le asestó un golpe mortal… le dio un golpe en
la cara y cayó contra la mesa auxiliar de cristal… Alexia y yo comenzamos a
llorar, intenté que corriera, que saliéramos y escapáramos por la puerta de la
cocina… pero Alexia no me oyó, se quedó mirando a mamá, cuando volví a
por ella, solo escuché un grito ahogado… había terminado con la vida de mi
hermana también… —Empieza a temblar y a llorar como un niño pequeño—.
Lloré y lloré, conseguí llegar hasta la casa de Rosalinda, me pregunto qué
había pasado, se lo conté todo… no pasaron ni una hora cuando arrestaron a
ese hijo de puta… acabó con mi vida, acabó con mi familia… de mi padre, no
volví a saber nada.
—Lo… lo siento… —Todo en mi cabeza da vueltas, lo ha pasado
realmente mal en la vida.
—No es culpa tuya, es culpa de los dos hijos de puta que se pusieron en
mi camino, cuando cumplí trece años no había pasado aún el año desde esa
brutalidad, esperé en los juicios, y cuando salió lo agredí…. me arrestaron en
ese mismo momento y cumplí condena de cuatro años en un centro de
menores… no me sirvió de nada, solo para volverme más rebelde y más
ganas de acabar con ese asesino, me juré que si lo encontraba me las pagaría,
y a mi padre también se la tenía guardada… Cuando salí del centro,
Rosalinda hizo los papeles para adoptarme, se había casado con el que ahora
es duque y su marido, al principio no quería irme, quería estar solo, con mi
ira y mi rencor… pero sabía que ella no tenía la culpa, y en su día mi padre
abusó de ella y ante eso quería quedarse conmigo… quería hacerse cargo de
mí. Acepté, cuando se casó con su esposo, ella cambió de apellido y yo
acepté el suyo… El hombre tenía un hijo, Mariano, era dos años mayor que
yo… fue una gran ayuda para mí, nos hicimos lo que ahora somos, hermanos,
no pude llegar a disfrutar de la hermana que tuve, por eso ahora disfruto con
él. No quiero convertirme en el padre que tuve, quiero que mi hijo disponga
de mí todo el tiempo del mundo… no quiero que le pase nada a las personas
que quiero… y mucho menos… no quiero que te pase nada a ti…
Agarro su cara con mis manos, limpio sus lágrimas y uno sus labios con
los míos. Me agarra fuertemente como si no existiera un mañana, como si
fuera el último beso del mundo… como si nunca quisiera dejarme.
—Prométeme que tú tampoco me dejarás —dice a varios centímetros de
mis labios—. Prométeme que estarás a mi lado, prométeme que dejarás que
te cuide y te proteja… prométeme que me querrás.
Asiento. No tengo palabras, me ha dejado sin ellas, lo beso
apasionadamente, ahora es como si el mundo me faltara a mí… nunca antes
me habían dicho algo tan bonito, nunca antes me había querido tanto como lo
está haciendo él. Que me haya contado su pasado, significa mucho para mí,
ya que ha depositado en mí toda su confianza.
—¿Me lo prometes? —dice mirándome a los ojos.
—Te lo prometo…
—¿Te casarías conmigo? —¿Qué? Me quedo anonadada ante su pregunta
—. No me mires así. —Empieza a sonreír, aunque yo sigo con los ojos
abiertos como platos—. No ahora, sino en un futuro no muy lejano…
necesito saber que tú me necesitas tanto como yo a ti…
—Lo haré —le aseguro y nos fundimos en un beso.
MENTE SUCIA
— Q
ué pasa con Izan? Alessandro… ¿Qué pasa? —Estoy empezando a
ponerme nerviosa, espero que Emma no tenga nada que ver con Izan.
Alessandro sale rápido de la pizzería, está demasiado alterado, no sé qué
le estarán diciendo por el móvil, pero sé que nada bueno.
—¡No me digas que me tranquilice! —grita al móvil—. ¡Encuéntralo, ya!
Lo va a pagar… —Cuelga el móvil y su mirada parece perdida.
—Alessandro… —digo en un susurro. No me mira—. Alessandro… —
vuelvo a llamarlo, pero es inútil volver a hacerlo, parece no estar aquí.
—¡Vámonos! ¡Ya! —grita.
Ando todo lo deprisa que puedo, más bien estamos corriendo, quiero
saber qué ha pasado, espero que no le haya pasado nada al pequeño…
—Alessandro… ¿Qué ha pasado? —Corro hasta su alcance, ya que iba
unos cuantos metros detrás de él.
—Alguien ha secuestrado a Izan… —Se para en seco y lleva sus manos a
sus ojos, está desesperado, hoy el día no le estaba yendo bien, pero ahora
mucho menos… no me puedo creer que alguien haya podido coger al niño…
aunque me hago una idea de quién es.
—¿Ha sido Emma? —Me mira y sus ojos están llenos de ira y
desesperación.
—Mira Erika, Emma te habrá hecho daño a ti. Pero ¿cómo le va a hacer
daño a Izan? ¡Es su hijo, joder! —grita exasperado—. No digas barbaridades,
ahora no tengo ganas de tonterías.
A lo mejor me he equivocado y precipitado al decirle eso… ¡Ella dijo
que, si no te alejabas de Alessandro, Izan lo pagaría! Me recuerda mi
subconsciente… espero estar equivocada y que el niño aparezca pronto.
—Mira, sé que puedo sonar duro contigo —dice mirándome a los ojos—.
Pero ahora mismo necesito estar solo, tengo que unirme a Emma, está ya
buscando a Izan, está desesperada… William ya ha hablado con ella. —¿Se
va a ir sin mí?—. Y tú acabas de meterte en tu sueño, no te voy a pedir que
me acompañes, ahora mi deber es mi hijo y estando aquí contigo me lo está
impidiendo. Ya nos veremos. —Da un suave beso sobre mi frente y comienza
a correr, yo me quedo aquí plantada, mirando cómo desaparece a lo lejos.
El día está siendo cada vez más abrumador, lo llamo… una vez… dos
veces… así hasta ocho veces; en todas me salta el contestador, hace siete
horas que se fue, y no sé nada, ni siquiera si está bien… sé que mi comentario
lo ha estropeado todo, solo intentaba saber qué pasaba y ahora… ahora le
estorbo sin darme la opción de ayudarle.
—¿Aló? —contesta una voz muy familiar en el teléfono de Alessandro—.
¿Sí? —¡Mierda! Es ella… Emma—. ¿Hola? ¿Quién es?
—Hola, ¿está Alessandro?
—¡Cariño! Te están llamando —grita, a lo lejos se oye a mi italiano
diciendo que deje el teléfono, sabe quién es y no quiere hablar—. Lo siento,
no quiere hablar contigo… payasita.
Cuelga el móvil, sin que me dé tiempo a responder, no me puedo creer
que esté con ella… bueno sabía que lo iba a estar, pero no que supiera que yo
le estaba llamando y no quiera hablar conmigo… mi decepción va en
aumento, toda la habitación que me rodea me recuerda a él. Hasta el olor de
aquí es de él.
Recojo todas mis cosas, no puedo permitirme el lujo de quedarme aquí, es
una suite demasiado cara, llamo a un taxi sin rumbo a ningún lado, intentando
buscar un sitio dónde quedarme, mañana empiezo a trabajar y necesito estar
descansada.
Varios hoteles están completos, menos mal que el hostal donde me iba a
quedar me ha dejado una habitación que acaban de cancelar, me tumbo sobre
la cama, mi apetito se ha cerrado por completo. Morfeo me lleva a sus brazos.
La fuerte alarma retumba en la pequeña habitación, lo primero que hago
es mirar el móvil… nada, no hay nada, ni una llamada, ni un mensaje… nada.
Apenas me da tiempo de pensar, en una hora comienzo a trabajar y ya me
falta tiempo.
Llego justo en punto, cuando le pregunto a la mujer que hay detrás del
mostrador, me indica dónde tengo que ir, llego a la planta y está llena de
diseños de prendas, de zapatos…
—Buenos días, soy Paul, seré tu jefe en este sector —dice un hombre
alto, tendrá la misma edad que yo aproximadamente, es bastante guapo,
rubio, ojos azules… ¡no más rubios de ojos azules! No los quiero en mi vida.
—¡Oh! Buenos días, Paul… yo soy…
—Sí, la señorita Soler, me han hablado muy bien de usted, y si es verdad
lo que me han dicho, nos vamos a llevar muy bien. —Me sonríe, parece buen
chico.
Paul me enseña dónde está todo, es estadounidense, pero parte de su
infancia y adolescencia se crio aquí en Madrid, tiene veintiséis, un año más
que yo. Sus diseños son espectaculares, es uno de los mejores vistos de la
empresa, es bastante bueno.
—¡Vaya, son increíbles! —le digo cuando me enseña su último álbum de
creaciones.
—Gracias y ahora vámonos a comer, es tarde.
Me presenta a todos los de su grupo como una más, no como su becaria,
él odia que a la gente con talento le llamen así, son todos majísimos, seguro
que me llevaré bien con todos ellos.
—¡Vaya chica guapa estás hecha! —grita Paul a una mujer de cabello
negro; cuando puedo alcanzar a ver quién es, me doy cuenta de que es la
misma mujer que le dijo eso a Alessandro…—. ¡Luego quiero una cena,
Adriana! —Ella asiente y le guiña un ojo, parece que mi jefe y ella tienen
algo.
Ver a esa mujer acaba de recordarme que no he mirado el móvil para ver
si Alessandro me ha mandado algo o me ha llamado. El corazón se me pone a
mil, cuando en mi bandeja de entrada tengo un mensaje.
¿Que deje de llamarlo? Hace dos días me pidió que me casara con él, en
la barca y ahora que no lo llame más… no me puedo creer que de verdad me
esté diciendo esto… cuánto más leo el mensaje, más desilusión crece dentro
de mí…
Mi móvil comienza a vibrar, me alejo de la mesa al ver que es un
contacto desconocido.
—Ya te dije que te alejaras de ellos, ahora Alessandro está mal por tu
culpa… va a ser mío, zorra, espero que disfrutes de tu trabajo, cachorrita…
Oír esa simple voz, hace que todo mi cuerpo se estremezca… ¡será zorra!,
he llegado a la conclusión que no dejará que Alessandro y yo seamos
felices…
—Vamos… —dice Paul—. Tenemos que seguir trabajando.
—Claro. —Guardo otra vez el móvil en el bolso.
La tarde se pasa más rápida que la mañana. Ya han pasado cuatro días
desde que pasó lo de Alessandro, sigo sin saber nada de él. No me coge las
llamadas, me cuelga… Paul me ha dicho que le gustaría tomarse unas copas
conmigo, quiere saber de qué mano estoy hecha. Me parece muy buena idea,
así podré olvidar por unas horas más, que Alessandro está con Emma.
—¡Este es el mejor sitio para tomarnos algo! —nos dice a las tres
personas más que le hemos acompañado y varios asienten, sé que lo ha dicho
por mí, para que sepa dónde venir.
Es un lugar con poca iluminación, creo que intentaron ahorrar tanto en luz
que apenas nos vemos los unos a los otros… este local es algo parecido a
«Morbo». Agito mi cabeza diciendo que no, no me quiero acordar nada que
tenga que ver con él.
—Tranquila… yo creía que era bueno, pero si me lo dices así, tendré que
cambiar de bar —me dice Paul bastante cerca de mí.
—No, no tiene nada que ver con este local. —Empieza a sonreír—. En
serio que no.
—Vale te creeré, ahora dime, ¿cómo es que te gusta la moda? ¿Por qué
has venido a trabajar con nosotros?
—Siempre me ha gustado, me gustaría ser una gran diseñadora, que me
conozcan por quién soy, no por con quién he estado o por algo así… sino por
cómo soy. Me gusta ganarme mis propios méritos.
—¡Guau! Una chica con carácter… pareces una guerrera.
—¡A lo mejor lo soy! —le digo con ironía, pero no parece pillarla mucho
y asiente.
—Y bueno, tu vida personal, ¿cómo va? ¿Tienes pareja? —Vaya, qué
directito es este Paul.
—Ahora mismo, ni yo misma lo sé —le digo toda la verdad, creo que
no… o sí… no sé.
—Venga, dejarse de tanto bla… bla… bla, y beber más —dice una mujer
de cabello castaño y ojos grandes y marrones—. Por cierto, soy Eva, este
capullo no presenta a nadie, pero todos sabemos quién eres… ¡Buen
currículum!
—Gracias —digo algo confusa… ¿Cómo saben que tengo buen
currículum? ¿O lo ha dicho con sarcasmo y no me he enterado? Madre mía,
las cervezas están empezando a afectarme, veo luces borrosas y mi cuerpo
cada vez pesan más… los ojos empiezan a cerrarse.
Mi despertador comienza a vibrar… tengo el cuerpo desnudo, intento
taparme lo mejor que puedo con la sábana… ¿Qué pasó anoche? ¿Cómo
llegué al hotel? Uff, no me acuerdo de nada. ¿Tanto bebí? Me levanto y todo
comienza a darme vueltas… oigo el ruido de la ducha… ¿Me he equivocado
de habitación? Cojo las llaves de la mesita y veo que no.… me levanto de la
cama, agarro, me dirijo hacia el pequeño mini bar que hay en la habitación y
cojo una botella de agua fría de cristal.
—¿Quién hay aquí? —pregunto pegada a la puerta del baño.
No responde nadie, el agua deja de correr y el corazón me va a mil, se me
va a salir el corazón del pecho. Respiro fuerte intentando calmarme y agarro
fuerte la botella, unos pasos se acerca, se escucha cómo chapotea sus pies con
el agua del suelo. Cuando está más cerca, levanto la botella para darle.
—¡Tranquila! —Levanta las manos y me quedo petrificada al ver de
quién se trata.
—¿Paul? —Abro los ojos como platos, ahora sí… ahora sí que me voy a
desmayar.
—Tranquila —me pide, y poco a poco se acerca a mí, yo sigo con las
manos levantadas y la botella preparada para el golpe.
—Paul, ¿qué haces aquí? ¿Y así? —Va semidesnudo, solo se tapa con
una toalla.
—Me invitaste anoche… —Abre los ojos—. ¿No recuerdas nada? —
pregunta extrañado.
—No, nada… por favor, dime que no pasó nada…
—Pensaba… que eras consciente de todo… —¿Qué? ¿Cómo que de
todo? Solo recuerdo que el cuerpo cada vez me pesaba más y me sentía un
poco mareada.
—¿Lo hicimos? —Voy directa al grano… Que diga que no, por favor,
por favor.
—Sí… no era mi intención, creía que sabías qué estaba pasando. —
Mierda, ahora sí, ahora sí que me da algo de verdad… madre mía santísima…
¿Pero qué cojones he hecho? Y lo peor de todo es que no me acuerdo de
nada…—. Creo que lo mejor va a ser que me vaya…
—Sí, será lo mejor. —Se viste rápidamente en el baño, sale, recoge sus
cosas y se marcha.
Madre mía… ¿Qué cojones he hecho? No puede ser verdad… con mi
jefe… —¿Te suena de algo?, me replica mi subconsciente, madre mía… me
siento culpable. He traicionado a Alessandro… tengo que contárselo. Dos
tonos y coge la llamada.
—¿Qué quieres? —contesta muy borde.
—No.… no sabía nada de ti… me tienes preocupada, no me coges mis
llamadas… no sé nada de ti —le susurro.
—¡Pues yo de ti, sí! Te puedes ir bien lejos de mí, déjame tranquilo de
una puta vez, ni yo te hago falta a ti ni tú a mí… vete de mi vida… ¡Déjame
en paz! —grita. Duele cada una de las palabras que me dice.
Sin que pueda llegar a oír más cuelgo el teléfono… no entiendo por qué
me está tratando así, yo no le hecho nada a él, bueno, sí… no sé, estoy hecha
un lío. Sus palabras han pegado fuerte en mi corazón, me siento destrozada…
hundida… ¿Qué le he hecho yo a él para merecerme eso? Vale que, sí me
acosté con Paul, pero él… él ya no me cogía las llamadas y encima no era
consciente de que lo hice con mi jefe… esto es una gran mierda…
Cada una de las fotos que nos habíamos echado con mi móvil, no llegué a
pasarle ninguna, y no las haré. Borro una a una, cada vez el dolor es más
intenso, siento una fuerte presión en el pecho…
Estamos a martes, para mí ya no hay días, mi ánimo está por los suelos…
cada una de sus palabras retumban en mi cabeza: «Déjame tranquilo de una
puta vez», «ni yo te hago falta a ti ni tú a mí», «vete de mi vida». Intento
aguantar el gran nudo que tengo en mi garganta, pero este me agobia… me
asfixia, las piernas empiezan a flaquearme y siento cosquilleos por mis
brazos…
—¡Erika! —grita a lo lejos mi compañera Eva, pero mi cuerpo se
desploma.
Tic, tic, tic… ¿Qué es ese ruido que retumba en mi cabeza? Me duelen
los brazos, no puedo abrir los ojos…
—¿Cómo está Erika? —Ese es Paul.
—Está con sedación, ahora mismo no responde a ningún estímulo… —
Sí, sí respondo… todo lo estoy oyendo.
—Gracias, doctor.
¿Cómo que doctor? ¿Dónde estoy? ¿Qué me ha pasado? ¿Por qué no
puedo mover mis brazos?
No sé el tiempo que paso sin moverme, sin abrir los ojos… Sin poder
decir nada. Intento mover uno de mis dedos y este se mueve, después otro
dedo… y así uno a uno, intento abrir los ojos y aunque me cuesta, puedo
hacerlo, por fin lo hago y el alma se me cae a los suelos cuando estoy… en
un hospital.
—¡Ayuda, por favor! —grito, intentando saber qué me ha pasado.
Una máquina comienza pitar. Una enfermera mayor de unos cincuenta y
pocos aparece por la puerta.
—No te pongas nerviosa. —Se acerca a mí.
—¿Qué ha pasado? —intento gritar, pero mi voz es un susurro.
—Relájate. —Empieza a pitar un aparato de mi lado. ¿Pero por qué pita
tan fuerte…? Me duele muchísimo la cabeza—. Si no lo haces, el monitor
cardíaco no dejará de pitar y tienes que relajarte.
—¿Pero qué me ha pasado? —vuelto a repetir, quiero saber qué me ha
pasado.
Entra un hombre mayor, de pelo canoso y gafas cuadradas.
—Buenas noches, señorita Erika Soler, soy el médico que le atenderá, me
llamo Ramón —se presenta, cuando llega junto a mi camilla.
—¿Qué ha pasado? —Empiezo a ponerme otra vez nerviosa, y el aparato
ese empieza otra vez a pitar fuerte.
—Si se tranquiliza, le explicaré. —Me mira y después al monitor, tras
unos minutos consigo relajarme un poco—. Bueno, señorita. ¿Hay algo que
le preocupe? —Niego con la cabeza, me preocupa el hombre que me dijo
hace dos días que me quería fuera de su vida… eso no se lo puedo decir—.
Tranquila, veo que sí que hay algo que le preocupa… ¿Puedo saber qué es?
—Niego con la cabeza—. A ver, si no me explica, no le puedo ayudar ni
saber el motivo de su hiperventilación con desmayo.
—¿Hiperventilación? —El doctor asiente con la cabeza.
—Sí. ¿Qué le ocurre?
—Son problemas con una expareja… —El monitor comienza otra vez a
pitar fuerte.
—Vale, ya veo, tranquila… ¿Le ha pegado? —¿Qué? No, no y no.… él
jamás haría algo así.
—No, él nunca me haría nada, me ha dejado…
—Entiendo, le explico, su hiperventilación le ha llevado a la falta de
oxígeno, tanto, que ha acabado desmayándose y al caer al suelo, sufrió un
gran golpe en la frente contra el suelo. ¿Le duele? —Me toca la cabeza y yo
asiento—. Me lo figuraba, tiene que estar unos cuantos días en reposo,
necesito saber que estará bien.
—No, no puedo… tengo que volver al trabajo… —Estoy empezando a
asustarme más… no quiero que me echen.
—No se preocupe, le sucedió en el trabajo, están informados. Otra cosa
quería preguntarle. —Se pone demasiado serio—. ¿Está tomando alguna
droga? —¿Qué? Jamás en mi vida.
—No… doctor… yo… —Mierda, odio cuando no me salen las palabras,
seguro que pensará que sí.
—Se lo pregunto porque hemos encontrado restos en su sangre. —Abro
los ojos como platos y empiezo a ponerme cada vez más nerviosa, tanto, que
el monitor pita cada vez más fuerte… estoy empezando a encontrarme mal, el
aire cada vez es más denso—. Tranquila, tranquila. —Pone el doctor la mano
sobre mi cabeza y me acaricia, no sé por qué, pero me relajo…—. Respire,
no pasa nada. Ya me ha demostrado que no sabía nada. Eso sí, prométame
que no tomará nada que no se prepare usted. ¿Entendido? —Asiento, todavía
llevo el susto en el cuerpo ¿Yo, drogas?
—Yo… yo…
—Tranquila, le vamos a poner un poco de sedante para que pueda
descansar bien. —Comienza a pincharme vía intravenosa—. Cálmese y
descanse.
—Gracias, doctor… —Poco a poco mis párpados comienza a pesar, mi
cuerpo ya apenas reacciona y yo me hundo en un profundo sueño.
Estos meses he ido a base de bajones, un día estaba bien… otro día estaba
hecha pedazos. En el trabajo todo me ha ido bien, Paul es todo un caballero
conmigo… vamos poco a poco, nos estamos conociendo… aunque estamos
intentándolo, no me puedo quitar de la cabeza a mi italiano. De Alessandro
no supe nada desde su llamada, me di cuenta de que no le importé nada, que
me echó como si nada.
—Buenos días, guapa. —Un suave beso da en mis labios, ha cogido esa
extraña costumbre de hacerlo.
—Buenos días, Paul. —Le sonrío.
—¿Recibiste el correo? Le dije a Amanda que te lo enviara. —
Amanda es la mujer que está en secretaría.
—No, no me mando nada, es más, esta mañana lo he mirado… ¿Sabes
para qué es?
—¡Te quieren ascender como encargada de eventos de moda! —¿Qué?
No me lo puedo creer, le debo mil a Paul, si no fuera por él, yo no estaría
aquí.
—¡Gracias, gracias y mil gracias, Paul! —Le doy un beso que lo pillo
desprevenido.
Las cosas no me están yendo como esperaba, pero por lo menos mejor de
lo que me figuré.
—Mi hermana ha venido de visita y me gustaría que la conocieras, le he
hablado de ti y estaría encantada. —Ni siquiera vamos en serio… pero no
estaría mal conocer a su hermana, él me ha hablado maravillas y si es como
él, tiene que ser un ángel.
—Claro, por mí, perfecto. —Sonrío.
—Bien, la llamaré y quedaremos para comer con ella y su novio. —
Asiento y empiezo a trabajar con el portátil como una loca, es sábado, pero
con las dos semanas que falté al trabajo voy un poco atrasada.
—¿Erika, estás? —pregunta Paul cuando toca a la puerta de mi
habitación.
Quiero impresionar a la familia de Paul, sé que nos estamos conociendo y
lo poco que conozco de él me gusta. «Pero sabes que no hay ninguno como
Alessandro», me recuerda mi subconsciente. Quería ponerme guapa y eso he
hecho, me he puesto una falda de vuelo granate, medias tupidas negras y una
blusa negra a juego con los botines…
—¡Vaya, estás espectacular! —dice cuando salgo y le agradezco su
piropo.
Estoy algo nerviosa cuando nos acercamos al local, una marisquería.
¿Cómo será su hermana? ¿Le caeré bien? Espero que sí… le debo muchísimo
a Paul y quiero dar una buena impresión.
—¡Vamos! —Abre la puerta para que entre, le preguntamos a uno de los
camareros que nos indica por dónde está y subimos las escaleras.
Cuánto más nos acercamos, más me voy poniendo nerviosa, apenas
puedo verlos, están de espalda, ella es rubia con el cabello largo como Paul y
él, un chico moreno.
—Ya estamos aquí… te presento a mi hermana.
Mi cuerpo se queda totalmente paralizado, solo puedo escuchar mi
respiración alterada, mi corazón deja de latir ante su mirada… las piernas me
flaquean. Paul sonríe de oreja a oreja, ella con su mirada desafiante y sonrisa
de triunfadora y él… yo…
—Alessandro… —digo, casi en un susurro.
—Pero mira quién tenemos aquí, brother, no sabía que ella era tu…
¡Novia! —entona más alto esa palabra, un escalofrío recorre todo mi cuerpo,
Alessandro solo me observa, odio ver la mirada que tiene hacia mí…
demuestra ira.
—Sí. ¿A que es guapa, hermanita?
—Sí… muy guapa… —Sonríe de oreja a oreja, pero él parece como un
monumento, quieto, sin apartar la vista.
—¡Sentémonos! —Me siento justo delante de Alessandro—. ¡No sabéis
cuánto me alegro de que os dierais una oportunidad! ¿Para cuándo la boda?
—Coge Paul a Emma de la mano mientras le pregunta. Emma mira a
Alessandro y este a ella y una leve sonrisa sale de su boca.
¿Boda? ¿Se van a casar? Ahora sí que entro en estado de shock… ¿No era
yo con la persona que quería pasar el resto de su vida? ¿No era yo la que
nunca quería perder? Parece que fueron promesas incumplidas.
Paul y Emma no dejan de hablar, sé que ella está disfrutando con todo
esto. No puedo levantar la vista de mi plato.
—Voy al baño… —digo casi en un susurro, me levanto mientras sus
miradas me persiguen y voy lo más rápido que puedo hacia el baño.
Cuando salgo de él, me dirijo hacia la salida, no puedo estar vero cómo
me reprocha en mi cara que ha conseguido estar con Alessandro, cosa que yo
no.
Me abrazo a mí misma, fuera en la calle hace demasiado frío, ajena a mis
pensamientos no me doy cuenta de que alguien se acerca a mí. Se posa
delante mía, sus pantalones vaqueros oscuros, sus zapatillas de color marrón,
todo en mí se congela.
—¿Qué haces con Paul? —pregunta Alessandro.
—Yo… yo…
—Déjate de tanto yo, yo, y dime qué haces con él. ¿No tenías otra
persona que escoger? ¿No tenías otra persona con la que restregarme en la
cara lo feliz que eres? —eleva su voz—. Qué pronto te has olvidado de que
existía —reprocha.
—¿Por qué me dijiste eso tan feo? ¿Por qué me echaste de tu vida? —
Empiezo a ponerme nerviosa y marearme—. ¿Por qué Alessandro? —grito
tanto, que varias personas nos miran.
—¿Quieres saber por qué? —Yo siento—. Cuando estaba dispuesto a
volver a tu lado… no tuviste otra cosa que hacer que mandarme un puto
vídeo de Paul y tú haciendo el amor. —¿Qué? No… no… yo jamás haría algo
así…—. Por eso voy a casarme con una persona que realmente me quiere y
por el bien de mi hijo, no contigo… sabes que me fui a buscar a mi hijo y tú
te las das con otro y encima, el hermano de Emma. ¿En qué cojones estabas
pensando?
—Yo… yo… —Lágrimas comienzan a brotar por mis mejillas.
—Ahora que no tienes ni contestación, no me digas que es mentira… no
quiero volver a verte nunca más.
—¡No! —grito cuando se aleja, mi cuerpo comienza a tambalearse, mi
mirada perdida y un duro golpe contra el suelo frío hace que no sienta nada.
«ALESSANDRO»
Bajo lo más rápido que puedo, pienso encontrar a ese canalla. El muy hijo
de puta ha estado drogando a Erika… más vale que huya si no quiere acabar
peor.
Llego hasta la puerta de salida del hospital, busco por todos los lados y
ahí está, con la zorra de su hermana, seguro que ella tenía algo que ver.
—¿Cómo está Erika? —Viene hacia mí, intentando parecer preocupado.
—¡Capullo! —Asesto un puñetazo sobre su cara y este cae al suelo.
—¡Para! ¡Alessandro, nooo! —grita Emma.
Dejo que se levante para volver a golpearle, un puñetazo en su mentón
izquierdo… otro en el derecho, la adrenalina sube por mis venas. Cada golpe
que le doy me relaja, saber que este hijo de puta ha estado drogando a mi
Erika, me mata.
Me abalanzo sobre él y ambos caemos al suelo, agarro fuertemente sus
manos, la gente que nos rodea está pidiendo ayuda, me importa una mierda
todo. Solo quiero golpearlo hasta saciar mis ganas de pagarle caro cada una
de las veces que lo ha hecho… nunca se lo voy a poder perdonar.
—Alessandro, por favor, para… ¡Lo vas a matar! —grita Emma llorando.
Golpe tras golpe doy sobre su preciada cara, su respiración es acelerada,
pero no tanto como la mía, disfruto viendo su ojo morado y cómo la sangre
corre por su cara… tengo que parar si no lo quiero matar.
—¿Estás loco? ¿Qué cojones te pasa? —grita Emma, va corriendo hacia
su hermano para ayudar a levantarlo.
Me dirijo hacia la puerta, necesito ver a Erika y saber que está bien… un
golpe fuerte recibo en mi cabeza, cuando me giro para darle a Paul, otro
golpea mi labio inferior y este hace que comience a sangrar.
El sabor a sangre enciende mi adrenalina, cargo contra él, un puñetazo…
otro… otro… así hasta derribarlo en el suelo donde finalmente con toda mi
fuerza y mis ganas de venganza, pego una patada en su vientre… el muy
canalla se retuerce en el suelo.
Corro hacia la habitación, varias enfermeras intentan ayudarme, la sangre
sigue chorreando por mis labios, pero ahora no soy yo quién importa, sino
ella.
Antes de abrir la puerta, intento respirar, voy demasiado nervioso y no
quiero que ella me vea así, no, después del estado en el que está, no sería
bueno para ella. Abro la puerta, no hay nadie. ¿Dónde está Erika?
Salgo corriendo hasta el primer mostrador, donde una enfermera alertada
por mi labio sangrante decide ayudarme.
—¿Dónde está Erika Soler? —digo rápidamente, necesito verla.
La enfermera no me da respuestas, no soy familia de la paciente y no me
dice nada, estoy empezando a ponerme nervioso, me están entrando más
ganas de bajar y acabar con Paul, todos mis miedos vuelven a la carga, la
impotencia de no poder hacer nada me está matando. El tiempo pasa lento en
la sala de espera, varias enfermeras casi me echan del hospital, necesito saber
qué está pasando… ¿Por qué nadie me dice nada? ¿Dónde está? Cuando bajé
a por Paul, ella estaba en su habitación… ¿Por qué ya no estaba cuando
volví?
Una hora más tarde y ante mi nerviosismo aparece su médico, de un
sobresalto me dirijo hacia él, quiero saber dónde está.
—Doctor, ¿dónde está Erika? —Tiene la cara demasiado seria… mis
piernas comienzan a temblar.
—Joven… siento decirle que la señorita Erika está en cuidados
intensivos. —¿Cómo que en cuidados intensivos? ¿Qué cojones le ha pasado?
—¿Por qué? —El corazón se me va a salir del pecho… que no le haya
pasado nada… por favor, suplico.
—Erika ha sufrido una parada cardiaca, debido al éxtasis que contenía en
sangre. —¿Un infarto?—. Al comenzar y ponerse nerviosa ha llevado a que
su corazón bombeara más rápido y la sangre fuera más deprisa… y así el
estupefaciente ha alcanzado rápidamente su corazón, provocándole una
parada cardiaca.
Todo se me viene encima… ella no.… ella es fuerte, no puede estar así,
todo ha sido por mi culpa, nunca debí de irme, ni dejarla… de saber que
Micaela me estaba mintiendo, no me habría ido y todo esto no le hubiera
pasado.
—¡Doctor, la paciente Soler ha vuelto a entrar en parada cardiaca! —dice
una enfermera y el doctor se va corriendo.
¿Otra parada? Por favor… por favor que no le pase nada, salgo corriendo
detrás del doctor, pero un auxiliar me impide avanzar, solo está autorizado el
personal. Por favor… por favor… que no le pase nada…. por favor, rezo para
mí.
Me siento en una esquina de la sala, donde siento mi soledad
abrumadora… coloco mis piernas sobre mi pecho y hundo mi cabeza sobre
mis manos. Las lágrimas comienzan a correr sobre mis mejillas, esto no
puede estar pasando, tiene que salir de esta… quiero que salga, me prometo a
mí mismo que cuando lo haga me casaré con ella.
No puede dejarme, no.… ella también, no, si lo hace mi vida perderá
sentido, ella era la que le daba sentido a todo y si se va… todo lo habré
perdido, gritos ahogados salen desde lo más profundo de mi garganta, hace
horas la tenía y ahora se me ha ido de mis dedos. He sido un completo idiota
con ella, necesito que se ponga bien, que me perdone cada uno de mis
errores… necesito que me quiera…
Una… dos… tres… las horas cada vez se me hacen más eternas, soy el
único que sigue esperando en la sala, el único que todavía no ha recibido
noticias.
—Alessandro. ¿Es así como se llama? —Se acerca el doctor a mí, y se
arrodilla a mi lado—. ¿Es usted Alessandro? —vuelve a repetir y yo asiento
—. Debo de decirle que la paciente está estable dentro de su gravedad. —
Miro rápidamente al doctor—. La primera palabra que ha salido de su boca
ha sido Alessandro. —¿Me ha llamado a mí? Una alegría inunda todo mi
cuerpo.
—¿Puedo verla, doctor? Por favor… —le suplico, necesito verla,
tocarla… decirle cuánto la amo.
—Hoy solo podrá verla diez minutos, si mañana está estable la subiremos
a planta. —Me asegura el doctor, pero un miedo amenaza todos mis
pensamientos.
—¿Le volverá a ocurrir? ¿Le volverá a dar un infarto? —El miedo me
invade y mis manos comienzan a temblar.
—Muchacho. —Pone su mano sobre mi hombro e intenta tranquilizarme
—. No le puedo decir nada seguro, pero su novia es más fuerte de lo que
usted se cree. Aparte, le hemos hecho un lavado de estómago… hemos
podido sacar algo de ella, todo lo demás lo irá expulsando su propio cuerpo.
Vamos, estará ansioso por verla.
Ayudo al doctor a levantarse, el pobre hombre está mayor y le debo el
mundo por ayudar a mi pequeña… mi pequeña, me encanta lo fuerte que es.
Estoy, como dice el doctor, ansioso por verla, cuanto más cerca estamos de la
habitación más nervioso me voy poniendo, las manos me tiemblan y a la vez
me sudan, mi corazón se va a salir del pecho. Entramos dentro y el alma se
me cae al suelo al verla.
Corro a su lado y lloro desconsolado, nos dejan solos en la habitación,
beso su frente y me siento a su lado, mis lágrimas no dejan de brotar sobre
mis mejillas, todo se me ha caído, mi mundo está en su mismo estado… verla
tan frágil, tan mal… me está afectando demasiado tanto que me cuesta
respirar.
Un tubo se mete sobre su boca, hay aparatos por todos lados, está pálida y
una gran venda asoma sobre su pecho… necesito decírselo todo.
—Erika… recupérate, por favor… te necesito a mi lado… te quiero.
HE SIDO UN COMPLETO INÚTIL
«ALESSANDRO»
No, me puedo creer que de verdad le haya dicho de irnos a Italia, ojalá me
recupere pronto, todavía no sé qué me ha pasado, pero me duele mucho el
pecho izquierdo.
—Erika… pensé que no te volvería a ver. —Se sienta a mi lado y agarra
fuerte mi mano.
—No… di… gas… e… so… —me cuesta mucho hablar, tengo la boca
seca y me duele por el tubo que llevaba.
—Todo ha sido culpa mía —dice sollozando, me duele el alma de verlo
así, no ha sido su culpa.
Intento hablar, pero sus labios me lo impiden, cómo echaba de menos esta
sensación tan familiar, sé que este es mi sitio. Su sabor mentolado, sus labios
suaves rozando los míos… hace que un escalofrío recorra todo mi cuerpo. Si
no estuviera en estas condiciones con muchísimos aparatos a mi lado, ahora
sería todo mío.
—Muchacho, tiene que abandonar la habitación, recuerde que está en
cuidados intensivos, si mañana está estable, pasara a planta —dice el doctor.
¿Tan grave ha sido lo que me ha pasado?
—Doctor, ¿no me puedo quedar? Por favor… no quiero alejarme de
ella… entiéndame —le suplica al doctor y este, apenado, niega.
Un beso fuerte sella mis labios con los suyos, su posesión invade mi boca,
su lengua busca la mía y ambas se juntan al mismo compás, sé que me desea
y yo a él…
Por fin me han dado el alta. Alessandro está impaciente porque nos
vayamos a Italia, no ha dejado de hablar de ello… yo estoy nerviosa. ¿Cómo
será vivir allí? Tendré a Marta cerca, por lo menos alguien que conozco, eso
sí, echaré muchísimo de menos a mi familia.
Vamos a coger un vuelo directo a Italia, ya me he despedido de mi
familia y de mis amigas, y Alessandro tiene mucho trabajo acumulado. No
para de decirme que vaya a ver las iglesias mientras él trabaja, que él quiere
que elija la más bonita.
—¿Preparada para tu nueva vida? —Sinceramente tengo algo de miedo,
no quiero que nada salga mal y me preocupa la convivencia… ¿Y si se cansa
de mí?—. Bella… —Me saca de mis pensamientos.
—Sí… preparada y lista. —Le sonrío, aunque estoy hecha un flan.
El vuelo se me hace bastante corto, será porque la mayoría del tiempo he
estado dormida… Izan no ha parado de jugar, lo bueno de que tenga un jet
privado es que nadie viaja con nosotros, solo los tres y el servicio.
—Ya hemos llegado —anuncia por megafonía el comandante.
Alessandro baja encantado, Izan corriendo, y yo… bueno, yo soy un
manojo de nervios. —¿Y por qué cojones estoy nerviosa?, me pregunta mi
subconsciente, debería de estar feliz… y lo estoy, pero el nervio acumulado
de estos días puede conmigo.
Nos dirigimos hacia la casa de Alessandro, es mucho más grande de lo
que me imaginaba. Es una réplica exacta a la de Menorca, pero es más grande
y con más luz… está en medio de un bosque a las afueras de Roma.
—¡Es increíble! —Estoy asombrada.
Mi chico orgulloso, sonríe, cómo le gusta que le halaguen… Micaela sale
rápido cuando aparecemos por la puerta. Izan se dirige corriendo hacia ella,
se nota que es una más de la familia.
—Señorita Soler, bienvenida —saluda cordialmente.
—No, por favor, no me llames señorita Soler, mejor Erika… por favor.
—Le sonrío y ella a mí.
—¿Erika? —Levanta una ceja Alessandro—. No… no, eso habrá que
discutirlo… eres la señora Ribererchi. —Sonríe de oreja a oreja con aires de
superioridad.
—No, no pega… parezco más vieja con lo de señora… mejor Erika. —
Mi chico niega con la cabeza.
—Habrá que discutirlo —me desafía, aunque deja ver esa sonrisa pícara
que tanto me gusta.
—Claro… cuando quieras —ahora lo desafío yo a él.
Micaela no deja de sonreír, está viéndonos cómo nos picamos el uno al
otro.
—¿Sabes? Aún no me he casado… así que no soy todavía la señora
Ribererchi… —le pico.
—Pronto lo serás… —Comienza a andar para lo que parece ser el salón
—. Señora Ribererchi —dice, vacilando y contoneando su precioso cuerpo.
Cómo le gusta desafiarme y hacerme picar, sabe que enseguida salto…
pero me encanta que sea así y no el hombre tan serio que conocí… aunque no
voy a negar que en el sexo me encanta su poder… su lujuria… su sensualidad
y ese cuerpo tan varonil que tiene.
Llego hasta el salón, es muchísimo más grande que el de la otra casa…
pero no cambian los tonos, grises y blancos, este hombre es demasiado
minimalista.
—¡Ahí quedarían perfectas unas cortinas moradas! —digo, sentándome al
lado suya en el sofá, señalo para una ventana que está enfrente nuestra—.
Bueno, en todas quedarían genial.
—¿Qué? No… ¿Estarás de broma, verdad? —Abre mucho los ojos,
horrorizado.
—Por fi… —Pongo morritos como una niña pequeña.
—Acabas de llegar y ya quieres cambiármelo todo —dice exasperado—.
Cambias mi vida… mi casa… mis pensamientos… ¿Algo más? —Levanta su
ceja izquierda y comienzo a reírme—. No tiene gracia, señorita.
Me abalanzo sobre él y pego sus labios a los míos, él me recibe con
mucho ímpetu… este hombre me tiene completamente hechizada.
—Mmm… —Tose un hombre que nos interrumpe nuestro apasionado
beso, yo encima de él, los dos tumbados en el sofá.
—¡William! —¿Con que este es su espía? Seguro que este hombre tiene
que saber más cosas de mí que yo misma.
—Señor, tengo una llamada urgente, es del señor Di Vaio… —¿Quién es
ese hombre? Parece otro italiano.
—Pásamelo. —Suspira—. ¿Sí? Alessandro al aparato —dice autoritario
—. ¿Qué?… no… quiero que se pudra en la cárcel. —¿De qué está hablando?
—. Me da igual que el capullo quiera protegerlo… ¡No! —grita y yo me
sobresalto—. Bien… así me gusta, cuando sepas más noticias házmelo saber.
—Cuelga sin despedirse, vaya cómo se las trae el italianito gruñón.
William se marcha del salón y muchas preguntas invaden mi cabeza,
Alessandro parece algo tenso, esa llamada lo ha puesto nervioso… con lo
bien que estábamos.
—¿Qué ha pasado? —la pregunta sale de mi boca antes de que piense en
si debo hacerlo, mierda… qué bocazas soy.
—Eres a veces demasiado exasperante… lo quieres saber todo —contesta
de mala manera y yo, como tengo mi mal genio, ha provocado al demonio
que llevo dentro.
—Bueno… bueno… a mí italianito no me contestas así. —Me levanto y
me pongo delante suya, me mira con cara de pocos amigos—. Porque yo soy
española y tengo un genio de mil demonios… —le espeto—. Así que déjate
los cabreos, si quieres me lo cuentas… y si no, ¿por dónde lo habíamos
dejado? —Me muerdo el labio para no reírme ante su cara de no entender
nada.
—Eres… inexplicable, en serio, voy a llamar a los científicos de aquí y
que te estudien, eres digna de la ciencia —se burla de mí mientras pone los
ojos en blanco.
—Pareja, a cenar —indica Micaela.
—¿Pareja? ¡Qué confianza son estas! —dice indignado. Abre mucho los
ojos y yo le pego un codazo en su barriga, pone cara de dolor. Me besa en la
frente y vamos hacia el comedor.
Micaela nos sirve toda la cena, es muchísima para tres personas que
somos, Alessandro, Izan y yo. ¿Dónde cenarán Micaela y William? Por lo
visto, aquí no.
—¿Dónde cenan Micaela y William? —Mi chico deja el tenedor sobre la
mesa.
—Ellos cenan aparte, en la cocina.
—¿Y por qué no aquí? —Me gustaría que cenáramos todos juntos…
bueno y desayunáramos y comiéramos.
—Porque es el servicio Erika… —espeta.
—¿Y? Mira qué mesa tan grande tienes… se podrían sentar con nosotros.
—¿Lo estás diciendo en serio? —Abre mucho los ojos.
—Sí, o cenan aquí los dos, o cenas tú e Izan solo —lo amenazo poniendo
cara de niña buena.
—¡Yo pampoco! —grita Izan y da con su manita un sonoro golpe en la
mesa.
Alessandro pega grandes bocanadas de aire, yo miro a Izan y él a mí, le
guiño un ojo y el muy pillo se ríe, ¡ay… cómo me encanta este niño!
—¿Qué hago con vosotros dos? —Mira a ambos, el pequeño se tapa su
sonrisa con su pequeña manita—. ¡Micaela! ¡William! —llama a ambos y en
menos de diez segundos aparecen los dos—. Hoy tenemos dos invitados
más… poner más cubiertos, por favor —dice autoritario; Izan y yo no le
quitamos el ojo.
Micaela prepara la mesa y William le ayuda, el pobre nunca antes lo
había hecho, es un poco torpe… Izan no deja de reírse y eso le está poniendo
nervioso a William.
—Ya está todo listo, señor… ¿Algo más? —pregunta Micaela, mi chico
está muy serio, tanto que la intimida, con William no puede, ya que parece
conocerlo bastante bien.
—Sí.
—Dígame, señor.
—Sentarse en la mesa, vamos a cenar… la comida se enfría. —Ambos abren
mucho los ojos, se han quedado alucinados con cenar aquí.
—¡Biiiiiien! —gritamos Izan y yo al mismo tiempo, levantando las
manos.
La cena ha estado genial, William hablaba de asuntos con Alessandro,
apenas he podido escuchar lo que decían, ya que Micaela me ha contado que
tiene dos niñas, Aurora y María, son gemelas de doce años. Apenas puede
verlas, ya que están a cargo de su padre, ella trabaja mucho en esta casa para
darle una vida mejor. Alessandro paga el colegio donde van y su casa donde
viven, me ha dicho que es un hombre con muchísimo corazón, pero que
cuesta mucho encontrarlo.
—A lo mejor no está tan mal las cortinas moradas —dice, cuando
estamos desvistiéndonos en su habitación.
—¿De verdad? —lo pico, para saber si lo dice en serio y él asiente.
—Eso sí… lo demás como está… por favor, no quiero que esto sea la
casa de la Barbie —se burla.
—Eres increíble. —Lo abrazo y él a mí, me encantan sus abrazos y más
cuando son de los que me dejan sin aliento.
—Vamos a dormir… mañana tengo que levantarme temprano… —Me
tumbo a su lado y le doy un beso de buenas noches, acurrucados nos
quedamos dormidos.
«—Protege a mi hijo —dice una mujer con vestido blanco, apenas puedo
ver su cara, está todo iluminado—. Solo tú lo salvarás.
—¿A qué te refieres? ¿Yo lo salvaré? —No entiendo qué me quiere decir.
—Tendrá que luchar por su vida… tú serás su salvación… ¡Protégelo!…
¡Noooo! —grita la mujer y todo da vueltas.
—¡Zorra, te mataré! —grita un hombre y una niña llora.
—¡Nooo! —vuelve a gritar».
— H
as pensado qué vestido quieres? —pregunta Marta entusiasmada,
mientras conduce.
—No tengo nada pensado… ha sido todo tan rápido que no me ha dado
tiempo ni en pensar qué quiero. —Junto mis manos enlazándolas.
—¿Estás nerviosa? —¡Qué rápido me lo nota la jodida!
—No… Bueno… Sí… No sé. —Vale, sí, estoy… ¡Muy nerviosa!
—Pues ahora, nervios fuera…
—Si no me lo preguntaras… no me vendrían los nervios. —Le sonrío y
ella a mí—. Qué poco te queda. —Acaricio su barriga.
—¡Sí, ya da pataditas! —dice emocionada, me encanta verla así.
Llegamos hasta la tienda que tanto le gusta a Marta, la verdad es que sí,
que es impresionante. Un escaparate de lujo, una gran puerta de cristal, suelo
de mármol blanco y mobiliario blanco nacarado. Y sobre todo… vestidos por
todas partes… es realmente increíble.
—¡Buenos días! Soy Marian. ¿Os puedo ayudar en algo? —pregunta una
dependienta, hasta ellas van de lujo, recogido en un lateral, conjunto de falda
de tubo, americana negra y un pañuelo sobre su cuello morado.
—Sí, yo soy Marta. Ella es mi amiga Erika, se va a casar pronto y
estamos buscando un vestido para su gran día. —Está más entusiasmada que
yo.
—Claro, acompañadme por favor. —Seguimos tras ella.
Nos va guiando por cada sitio de la tienda, los probadores, los salones
donde hay una novia diferente y sus familias… ojalá estuviera aquí mi
familia… ya los echo de menos. Llegamos hasta lo que parece ser un gran
almacén, hay millones de vestidos aquí dentro… todo seleccionado por
marcas, tallas y modelos.
—¡Guau! El lugar donde toda mujer puede soñar —dice Marta
impresionada.
—Sí que es increíble, sí —le digo, hay vestidos colgados como
mostradores… son preciosos. ¿No se puede llevar uno por minuto?
—Aquí tendrás que elegir los modelos que más te gusten —dice Marian
—. Los pondremos sobre aquellos burritos. —Señala hacia un lateral del
almacén—. Y serán llevados uno a uno, para que te los pruebes. —Yo
asiento, entusiasmada, parezco una niña pequeña eligiendo gominolas.
Nos lleva hasta un salón con un pequeño altar, se supone que ahí es donde
me tengo que subir… hay varios espejos, para poder verme en todos los
ángulos, esta tienda es una maravilla. Marta se sienta en un sillón de piel gris.
Ya hemos elegido los vestidos que nos gustaban; Marta tiene un gusto
diferente al mío, a ella le encantan los vestidos cargados de pedrería…
escote… y yo… yo, en cambio, soy más sencilla, me gusta lo natural, lo
discreto… pero siempre poder sentirme como una princesa.
Me pruebo el primer vestido que ha elegido mi amiga, quiero primero
darle el gusto a ella de verme con el que le ha gustado, me sienta un poco
grande, es todo de pedrería… es de tubo y me siento como un poco
aprisionada y con una cola.
Salgo como puedo hacia el salón donde me está esperando.
—¡Tíaaaaa! —grita emocionada—. ¡Estás preciosa! —Sonrío
dulcemente, aunque no me guste, no iba a dejar de probármelo, merece la
pena ver lo contenta que se pone.
—Gracias. —Le dedico una sonrisa dulce y me guiña el ojo.
—¿Te gusta? —pregunta Marian.
Comienzo a mirarme en cada uno de los ángulos, intentando ver qué me
puede gustar… pero nada me convence… me gustan los vestidos de princesa,
sentirme por un día así, y con este parezco una sirena…
—Marian… sé que se lo ha probado por mí. —Se pone a mi lado—. A mí
me encanta, pero para mí, tú tienes otro estilo, así que no te pruebes los
míos… sino los que te han gustado a ti… recuerda… es tu día —sus palabras
me emocionan y abrazo fuerte a mi huevo con sorpresa.
—¡Vamos a por otro! —dice Marian.
Uno tras otro voy probándome, ninguno me gusta, la alta costura no es lo
mío, no me ha sentado nada mal el vestido que me he probado de encaje
elegido por Marta era bonito, pero sobrepasaba el encaje… ¿Y si combino
encaje y sencillo? ¡Sí, eso voy a hacer! Me digo a mí misma.
—¿Podemos volver a ver los vestidos? —le pregunto a la dependienta—.
Hay uno que he visto que sé que nos puede gustar a las dos.
Caminamos rápido hacia ellos, no quiero hacer esperar tanto tiempo a
Marta, estando sola y sé que se desesperará y acabará metiéndose con
nosotras en el probador.
—¡Ese! —Señalo a uno que está en lo alto.
—¡Buena elección Pronovias, señorita Erika! —Asiento entusiasmada,
baja el vestido y lo veo desde cerca, noto su delicado tacto… ¡Lo tiene todo!
Es precioso.
Vamos rápidamente a probarme el vestido… me llevo una gran sorpresa
cuando veo que es precioso, me encanta… la dependienta sale un momento
porque le acaban de llamar y es urgente. Yo me quedo mirándome en el
espejo… ¡me voy a casa! Es increíble que vaya a dar este paso, tan bonito…
nunca pensé que podría hacerlo… y ahora… aquí estoy, vestida de blanco
con mi futuro vestido.
—¡Vamos a enseñárselo a tu amiga Marta! —dice sonriente.
—¡Vamos! —digo entusiasmada.
Atravesamos la puerta, por la cara de Marta merecía la pena probarse este
vestido; abre su boca, sé que se ha quedado sin palabras… a mí también me
ha pasado. Me subo al pequeño altar donde veo completamente todos mis
ángulos… cada uno de los detalles…
—Es precioso, tía… —Llora Marta emocionada.
—Lo… lo sé. —No puedo evitar y las lágrimas ruedan por mis mejillas.
—¿Es el vestido de tu enlace? —Ambas se me quedan mirando, Marta
está como yo, parecemos dos muñecas lloronas.
—¡Síííí! —grito, dando palmas.
—¡Espera! —dice Marian, antes de bajar del altar—. Hay algo con lo que
quiero que te veas, es el juego del vestido.
Cierro los ojos para intentar llevarme una sorpresa, y lo consigue, hace un
recogido sobre mi cabello… y me coloca un gran velo… es precioso, todo en
sí es precioso.
—¡Me encantaa! —grito emocionada, nunca me había sentido tan bien y
tan guapa con un vestido… nunca me había sentido una princesa.
—Tía… ¿Sabes que vamos a llorar todos, no? —dice Marta y yo asiento
—. ¡Estás radiante!
Pago una parte del vestido, la otra parte lo haré cuando venga a la
segunda prueba, aún no he puesto fecha, eso tengo que ir con Alessandro.
Montamos en el coche y nos dirigimos al centro de especialidades, mi amiga
tiene matrona y quiero acompañarla.
Después de un buen rato de espera, por fin nos cogen, quieren ver cómo
va la pequeña… la tumban sobre una camilla donde aplican un gel en su
barriga, parece ser que van a hacerle una ecografía.
—¡Mira, ahí esta Erika! —grita mi amiga señalando la pantalla… esta
mujer siempre está gritando, pobre oídos de Mariano.
Miro ese feto, es realmente bonito. Cómo la naturaleza puede hacer que
algo tan pequeño se quiera tanto, y encima que se llame como yo, no dejo de
mirar la pantalla… yo quiero uno… ¡Más adelante! Me riñe mi
subconsciente.
—¿Dónde te apetece ir? —le digo a Marta cuando salimos de la matrona.
—Es casi la hora de comer… vamos mejor a una pizzería… a una mujer
embarazada no puedes quitarle los caprichos —dice la tía pilla.
—¡Vamos!
El día con Marta ha sido agotador y bastante cargado de emociones,
llamo a mi madre para decirle cómo es mi vestido… y cómo no.… ella
también llora al teléfono… bueno, las dos lo hacemos.
—¿Ha pasado algo? —pregunta Alessandro que acaba de llegar y me está
viendo llorar al teléfono, pobre ya está asustado… no ha ganado para
disgustos.
—No, cariño… —Acaricio su cara y aparto un poco el móvil—. Estoy
hablando con mamá de una cosa, algo que tú no debes de saber. —Le guiño
un ojo y mi chico sonríe de oreja a oreja.
Cenamos hablando, me cuenta todo su día y yo el mío, aunque le quito el
detalle de que hemos ido a ver vestidos de novia, no quiero que se entere que
ya he ido cuando ni siquiera hemos puesto fecha.
—¡Y la muy loca, comenzó a reírse porque llevaba papel del baño pisado
en sus zapatos, lo paseó por todo el centro comercial! —Ambos nos reímos,
lo que no nos pasa a nosotras no le pasa a nadie.
El día de Alessandro también ha sido ajetreado, pero no con tantas
emociones, pobre, está cansado… nos tumbamos en la cama.
—Ven… te quiero hacer un masaje. —Le premio y mi chico me mira
pícaramente.
Enchufa la música, es lenta… «voy a amarte», de David Bisbal, cómo me
gusta esta canción, es totalmente como nosotros. Comienzo a hacérselo,
hecho sobre su espalda aceite de vainilla, inunda todas mis fosas nasales,
froto sobre su musculada espalda, disfruto de verlo tan relajado…
Pero la tranquilidad dura poco, deja el aceite a un lado, se levanta y me
gira, tumbándome bajo él… hacemos el amor como lo que somos, dos
amantes enamorados… al ritmo lento de la canción.
Suena el despertador de Alessandro, el pobre madruga demasiado para ser
el jefe, solo son las cinco y media de la mañana.
—Buenos días, princesa. —¿Sabe lo del vestido? Me alerto… ah, no.…
recuerdo que últimamente me despierta así.
—Buenos días, amor. —Le sonrío.
—Vuelve a dormir… —Da un suave beso sobre mis labios.
—¿Por qué no te quedas aquí conmigo?
—¿Quieres eso? —Asoma la cabeza por la puerta del baño, y yo con un
ojo abierto y el otro cerrado, asiento… mi cara por las mañanas debe de dar
terror—. Ojalá pudiera… pero sabes que tengo mucho trabajo atrasado. —
Sonríe dulcemente—. Si no, ibas a saber tú lo que son buenos días… —Trago
saliva ante su respuesta, y mientras él, tan fresco, se va contoneándose.
Son las nueve de la mañana. No sé ni cuándo se marchó, me quedé
totalmente dormida esperando a que se fuera, me dirijo hacia la cocina donde
ya está Micaela preparándome el desayuno.
—Buenos días, Erika. —Sonríe de oreja a oreja.
—Buenos días, Micaela ¿Qué hay para desayunar? —Me he levantado
hambrienta, este hombre me deja sin nada en el cuerpo.
—Esta mañana pasé por la plaza, y pensé que quizás le gustarían probar
los bollitos de crema… ¡Están riquísimos! —Me entrega la bolsa y ella
continúa preparándome un buen tazón de chocolate.
Alessandro puso en alerta a todos acerca de mi hipoglucemia, por si me
mareaba… así sabían que lo primero que me tenían que dar era dulce. Y así
está Micaela todos los días, dándome dulce… voy a acabar siendo tres veces
yo.
—¡Sí que están ricos! —digo, cuando me he comido el primer bocado.
—Sabía que le gustarían. —Me premia con una sonrisa, esta mujer es la
persona más dulce que he visto en mi vida, lo da todo sin pedirte nada a
cambio, es como mi familia.
—¿Cómo están sus hijas, Micaela? —Se da la vuelta y una triste sonrisa
dibuja en su cara—. Bien… mis hijas se gradúan en su curso el jueves,
estarán preciosas…
—Seguro que se pondrán contentas de verla. —Le dedico una sonrisa.
Limpia con su delantal las lágrimas que le han caído sobre sus mejillas,
Micaela aún es más sensible que yo.
—Ojalá pudiera verlas, yo tengo trabajo, señora… pero ya he hablado con
mi marido. ¡Me mandará fotos! —¿No va a ir a ver a sus hijas?
—Micaela, usted tiene que ver a sus hijas. —Me pongo a su lado y le
agarro de la mano para que me mire, sé lo mal que lo pasa lejos de ellas—. Sé
que quiere ir a verlas. ¡Lo harás! —le aseguro, claro que lo hará.
—Gracias señorita, pero yo tengo que cumplir con mi trabajo, es muy
buena y créame, tiene una suerte Alessandro de tenerla y usted de tenerlo a
él…
—¡Ese día se lo toma libre! —Le premio con una sonrisa.
—¿Cómo? —Abre los ojos—. No, el señor no va a querer y lo entiendo,
no se preocupe muchacha… recuerde, recibiré fotos.
—¡Micaela! —le ordeno firmemente—. Usted el jueves irá a ver a su hija
y no hay nada más que hablar y recuerde de no venir el viernes —le indico—.
Del toro italiano ya me encargo yo. —Sonrío y ella sin esperármelo me da un
abrazo—. Por cierto… ¿Dónde era el mercadillo? Vamos a pasearnos —le
indico.
Ayudo a limpiar todo, así vamos más rápido y antes saldremos de la casa.
Llegamos a la plaza, es muy bonito ver los puestos en esta plaza tan bonita.
Hay cosas preciosas, pero una me llama la atención, una llave… exactamente
igual a la de Alessandro. Decido comprarle una, ya que llevo yo la de su
hermana, él llevará la mía.
—Al señor le encantará esa llave —dice Micaela—. Él apreciaba mucho
la que usted lleva…
—¿Sabe todo? —Asiente.
—Yo he estado cuando sus peores pesadillas… cuando llegaba ebrio para
olvidar su pasado… yo estoy con él desde hace ocho años, ocho años en los
cuales lo he visto roto, hecho pedazos… pero… ¿sabe? Él es fuerte, cree que
no, pero siempre lo ha sido…
—Me imagino, habrá vivido muchas cosas con él… ¿Emma llegó a vivir
con él?
—¿Emma? —Abre los ojos, parece que sí—. No, ella no, nunca llegó a
vivir con el señor… sí que es verdad que Izan es hijo de los dos, pero…
—Pero ¿qué? —inquiero saber.
—Pero él nunca la quiso, solo estuvo con ella por el niño, por darle una
vida mejor al pequeño… él se desvive por ese terremoto. —Sonríe y a mí me
hace mucha gracia el apodo de terremoto, ¡qué razón tiene!—. Muchas veces,
cuando tenía esas pesadillas, me pedía al niño, me pedía que lo llevara a su
cuarto.
—¿Por qué?
—Porque ese niño es su vida y bueno, ahora tú también, nunca antes lo
había visto tan enamorado de alguien, está feliz y sé que ahora no tiene
pesadillas…
—Ahora las tengo yo. —Abre los ojos.
—¿Las mismas? —Asiento—. ¡No me lo puedo creer!
Le cuento mis dos pesadillas y se queda anonadada, y no me extraña,
cada vez que las recuerdo un escalofrío invade mi cuerpo, compramos
comida que hace falta, hoy quiero hacerles a todos una paella española.
—¡Qué bien huele! —Sonríe mi chico al entrar por la puerta de la casa.
Corro hacia él, no se puede imaginar las ganas que tenía de verlo.
—Sí, lo sé, vengo todos los días a comer… —Me coge en sus brazos y yo
enrosco las piernas en su cintura. Lo beso apasionadamente.
—Te echaba de menos… —le susurro.
—Y yo a ti…
—¡Papiiii! —grita Izan que viene corriendo hacia nosotros.
—Hola, grandullón. —Me deja en el suelo y coge al pequeño, besa su
cabeza e Izan no puede estar más feliz viendo a su papá. A mí se me cae la
baba con ellos.
Termino de hacer la comida, hoy no he dejado que Micaela me ayudara,
así que la he obligado a que se sentara a ver la tele… bueno, una novela, yo la
he visto un rato y las dos hemos acabado llorando.
—¡Qué ico, mami Eika! —grita Izan, dando palmaditas. De verdad que
me lo como a besos a este niño.
—Esta riquísimo, Bella… —Besa mi mejilla.
—¡No hay duda de que eres una buena cocinera! —Me premia Micaela y
William asiente, desde que llegamos comen y cenan con nosotros.
—Me he tomado la tarde libre —susurra Alessandro en mi oído y mi
cuerpo se estremece ante él.
—¿Ah, sí? —Asiente—. ¿Por qué? —inquiero saber.
—Cómo has dicho esta mañana, soy el jefe… y bueno, esta tarde quería
poner por fin fecha para mi ansiosa boda. —Sonríe de oreja a oreja y no
puedo apartar la vista de él.
Nos recorremos todas las iglesias, estilo barroco… románico… todas son
enormes y recargadas… pero hay una, la última que hemos mirado que me ha
encantado, una capilla… sencilla… y pequeñita, quiero esa.
—Me ha gustado la capilla pequeña —le digo, cuando montamos en el
coche.
—¿La última que hemos visto? —Sonríe—. Sí, a mí también, vamos a
hablar con el cura.
Entramos otra vez dentro de la capilla, cada detalle sencillo me
impresiona, me siento cómoda aquí… me veo recorriendo ese pasillo, con mi
chico esperándome en el altar y agarrada de mi padre… mientras la música
suena.
—¿Qué día queréis casaros?
—El día…
—Queremos el día veinte de abril. —¿Veinte de abril? ¿Lo está diciendo
en serio? Mis ojos se abren como platos.
—Muy bien. —Apunta el cura sobre una libreta—. El veinte de abril os
espero, tendréis que venir varias veces a hablar conmigo, ahí pondremos la
hora y todos los detalles. —Ambos asentimos.
—Gracias. —Sonrío al cura.
Nos dirigimos a la salida. ¿De verdad ha dicho veinte de abril?
Alessandro no deja de sonreír, y me encanta verlo así.
—¿Por qué el veinte de abril? —inquiero saber—. ¿Por qué el día de mi
cumpleaños? Solo quedan cuatro meses.
—Bella… —Se para en seco, agarra mis manos y comienza a mirarme—.
Porque lo he visto conveniente, quiero que sea un día especial para ti,
increíble…
—Para mí todos los días a tu lado son increíbles. —Me pongo de
puntillas y le doy un suave beso.
Esta noche la queremos para nosotros solos, según para celebrar la fecha
de la boda. Ha encargado mesa en uno de los mejores restaurantes de Roma.
Así que decido arreglarme un poco, rebusco por todo el armario, apenas
encuentro algo que me guste. Así que opto por un vestido de tirante gordo
negro y estampados florales y un maquillaje natural. El pelo me lo arreglo
con los dedos y me lo echo para un lateral, así pienso que está más natural,
más como yo.
—¡Estás guapísima, Bella! —dice cuando salgo al salón donde ya lleva
diez minutos esperándome.
—¿De verdad? ¿Voy bien? ¿Parezco algo raro? —Mi duda de cómo voy
aumenta… espero que está a la altura del restaurante donde vamos a comer,
aunque mi chico tampoco va muy arreglado.
Está impresionante se ponga lo que se ponga, pantalón gris claro…
camisa de cuadros y americana azul marino… está espectacular.
Nos llevan hasta un reservado, qué razón tenía, es increíble este
restaurante, siento que me he arreglado para la ocasión, me siento la envidia
de cada mujer por la que pasamos cerca. Tanto, que empiezo a ponerme
nerviosa.
—¡Alessandro Ribererchi! —Se levanta un hombre de unos cincuenta y
pocos para saludarlo.
—Hola, Florencio —lo saluda educadamente dándole la mano.
—¿Cómo estás? —Su acento es más italiano puro que el de mi chico—.
Me dijeron que metieron a Paul en la cárcel. —¿Paul está en la cárcel? Mi
vista va a hacia la suya, sabe que lo acabo de escuchar.
—Sí, ya hablamos, Florencio, en otro momento —se disculpa y
continuamos hacia nuestra mesa.
Nos sentamos en la mesa, Alessandro está un poco tenso, seguro que se
imagina que le voy a preguntar… pero sinceramente es la primera vez que no
tengo ganas, quiero disfrutar con él.
—Qué raro que no me hayas preguntado. —Levanta una ceja y saca a
lucir esa media sonrisa que tanto me vuelve loca.
—No… otro día, hoy quiero disfrutar de mi futuro marido. —Le guiño un
ojo.
—Buenas noches, señores. ¿Qué quieren tomar? —pregunta un camarero.
—Para empezar unas ostras y una botella de vino de la mejor reserva que
tengas. —Me encanta la autoridad que tiene con las personas… me pone
muchísimo.
—Bien. —Asiente y se marcha.
En menos de cinco minutos, el mismo camarero nos trae el mejor vino,
sirve a cada uno en nuestras copas. Alessandro lo prueba y acepta… bebo un
sorbo y está riquísimo.
—Dicen que las ostras son afrodisíacas. —Me sé este juego, sé que quiere
provocarme.
—Sí, sobre todo si las comes en una buena compañía. —Comenzamos el
tonteo y él sonríe.
—Aquí tienen sus ostras que lo disfruten —nos indica el camarero—. Si
quieren algo más, no duden en pedirlo.
Alessandro sé que está provocándome, come una a una, despacio… la
saborea… y a mí me está poniendo a mil. Estoy demasiado excitada viendo el
movimiento de su boca. Me quito el zapato como puedo sin que se dé cuenta,
menos mal que estas mesas llevan grandes manteles que cubren hasta abajo.
No querría que nadie viera lo que voy a hacerle. Estiro mi pierna y llevo mi
pie hasta su entrepierna. Pega un sobresalto y muerde el carrillo de su labio
inferior.
—Como sigas así… no vamos a poder cenar. —Sonríe.
—Me apetece el postre. —Muerdo mi labio inferior y él traga saliva.
—Parece que hoy la señora Ribererchi tiene ganas de guerra… —
Comienza a tensar su espalda, ese gesto tan varonil hace que aún me
provoque más.
—No sabes cuánta. —Aprieto más en su entrepierna.
—¡Camarero, la cuenta! —alza la voz y rápidamente viene el camarero
con la cuenta.
Salimos del restaurante, y nos dirigimos al coche… no puedo apartar la
vista de este hombre.
—¡Vamos! Quiero que conozcas un sitio. —¿Una sorpresa?
Tardamos treinta minutos en llegar, está a las afueras. Con solo ver el
local, ya sé a qué hemos venido.
—Passione… —susurro.
—Pasión es lo que se va a producir ahí dentro. ¡Vamos! —Agarra mi
mano y entramos en el local.
Nos sentamos en la barra donde pedimos dos copas, para mí, tropical y
para él, un tequila sunrrise.
—Ves… —susurra en mi oído, coge mi cara y la gira sobre un hombre
que está sentado en una de las mesas—. No deja de mirarte… —Miro
fijamente a ese extraño—. Te gustaría… —Sube las manos por mis muslos y
mi corazón comienza a latir rápidamente—, que te poseyera… los dos,
disfrutando de ti… poseyéndote.
—Sí… —Trago saliva—. No sabía que te gustaban los tríos… —susurro.
—Hay tantas cosas que no sabes de mí…
Hace una señal al hombre extraño que recibe encantado. Vamos hasta una
de las habitaciones, la luz es morada, pero con poca intensidad.
—No quiero que hables —dice autoritario—. Solo disfruta. —Asiento
—. Quiero que la poseas, le hagas disfrutar… —habla con el extraño.
Mi chico se sienta en uno de los sillones, echa en un vaso tequila y
comienza a tomárselo. Yo me quedo frente a la cama, esperando a ese
extraño que ha recibido órdenes de mi amor.
Quedo totalmente de espalda, ambos me miran. El hombre extraño
comienza a desnudarme, mi chico está en silencio disfrutando de todo. Quedo
totalmente expuesta a ambos, nunca antes había hecho tríos… pero no está
nada mal, aquí solo hay pasión.
Lentamente, el extraño recorre mi cuerpo con las yemas de los dedos, sé
que es él, porque el tacto de Alessandro es inolvidable, queda marcado por
todo mi cuerpo. Pega un fuerte cachete en mi trasero y hace que pegue un
salto en mi sitio.
—Con cuidado, hombre… quiero que disfrute. —Sonríe mi chico.
Me tumba sobre la cama, acaricia mis piernas… mis muslos… y llega a
mi ingle derecha, suavemente introduce dos dedos sobre mi vagina —
comienza fuerte—, me dice mi subconsciente, me retuerzo ante sus
movimientos, lo disfruto… estamos excitados.
—¡Para! —alza la voz Alessandro, el hombre para de golpe—. Ya es
suficiente, vete… ¡Vete! —grita más alto, el hombre coge sus cosas y se va.
No entiendo nada de lo que ha pasado, no sé por qué lo ha echado si este
era el juego que quería.
—No quiero verte más disfrutar así. —Me mira directamente a los ojos,
parece que tenga miedo—. ¡Eres mía! ¡Solo mía! ¿Entendido? —alza la voz.
—Sí…
—Ahora te quiero como nunca, sacarte de la piel su tacto y hacerte mía.
Quita rápidamente su ropa, y de una embestida… fuerte y dura, penetra
en mi vagina. Me encanta esta sensación de plenitud que siento con él. Me
encanta que me haga el amor.
Una… dos… tres… estoy tan excitada que dudo que pueda aguantar
mucho. No me quita la vista de encima, está cabreado… pero hace que
disfrutemos los dos.
Tras varias embestidas más llego al clímax. Sé que él no, sigue excitado.
Me levanta y me pone a cuatro patas sobre la cama y él de rodillas. Comienza
las sacudidas cada vez más fuertes… una… dos… tres… agarra fuertemente
mis caderas. Su cuerpo comienza a tensarse y tras dos embestidas más llega
al clímax… tanta pasión hace que en milésimas de segundo yo lo alcance con
él.
Nos tumbamos sobre la cama, estamos extasiados, excitados, nuestras
respiraciones se acompasan.
—¿Por qué lo has echado? ¿No es lo que querías? —intento recuperar el
aliento.
—Por qué no he podido ver…
—¿Qué no has podido ver? —inquiero saber.
—No he podido aguantar ver cómo otro hombre te poseía… te hacía
suya… antes no me importaba compartir, pero ahora… ahora es diferente…
¡Tú solo eres mía! —alza la voz.
—Solo tuya…
LLAMADAS INESPERADAS
Estamos apenas de dos meses para casarnos, hoy tengo la prueba del
vestido. Mi familia ha venido a visitarnos, estos meses atrás han sido
increíbles, con él todo es increíble.
—¡Es precioso, mi niña! —Comienza a llorar mi madre cuando me ve
con el vestido puesto.
—¿De verdad te gusta? —Quiero causarle a todos una muy buena
impresión.
—Eres la novia más guapa que he visto en toda mi vida…
—¡Vas espectacular, cariño! —dice Rosalinda, también ha querido
acompañarnos y a mi suegra no podía decirle que no.
Hace un mes y medio que Alessandro comunicó a su familia que nos
íbamos a casar. Rosalinda lloró como una niña pequeña, no se podía creer
que su chico se fuera a casar, nos felicitó a ambos. Y organizó una fiesta de
compromiso, esa noche fue increíble. Bailamos, nos divertimos… todavía me
acuerdo cuando Marta empezó a gritar «que viene el bebé…». Todos nos
quedamos helados, era imposible, aún le quedaban un par de meses, para ser
exactos, dos… pero no, la niña nació sietemesina y ahora aquí está con un
mes y medio viendo cómo su madrina la loca se va a casar con su padrino.
—No quiero que te vayas… —dice Alba cuando se pone a mi lado—.
Ahora, ¿quién me va a defender de Raúl? —Siempre está picándola.
—Cariño… —La miro dulcemente—. Me podrás llamar las veces que
quieras y sabes que puedes venir y quedarte todo el tiempo que desees. —
Una sonrisa enorme se dibuja en su cara.
—Te quiero, hermanita
—Y yo a ti, mi renacuaja. —Siempre ha sido el apoyo que le he puesto a
la pequeña de mi casa.
El cariño que nos sentimos mutuamente se puede palpar en el aire, es la
persona que más he protegido, es la niña de mis ojos… me duele dejar a mi
familia tan lejos. Ojalá los tuviera aquí siempre…
—¡Viva la novia! —grita Marta.
—¡Vivaaa! —gritan todas y yo me siento más emocionada.
Los días están pasando muy rápido, en dos meses estaré dando el sí
quiero a la persona que amo más que a mi vida, la persona por la que daría
todo sin pedir nada a cambio… mi italiano.
Cada vez me voy sintiendo más nerviosa y se nota muchísimo, mi estrés
está por las nubes. Varias noches hemos vuelto al local. Alessandro, desde lo
de aquella noche, no ha dejado que nadie me tocara, incluso con que me
miren, empieza a ponerse tenso.
He estado buscando trabajo, y todo fracasado. Alessandro me ha ofrecido
muchísimas veces ser la diseñadora estrella de su empresa, he tenido que
negar varias veces, es un cargo muy importante para una persona que solo ha
estado doblando ropa…
—¿Estás nerviosa? —pregunta Marta y yo asiento.
Mi móvil comienza a vibrar y me disculpo de ellas para atender la
llamada… un número desconocido.
—¿Sí? —pregunto desconcertada.
—Erika… —Todo se me congela… Liam.
—Sí… hola… ¿Qué pasa? —No siento nada por él, pero todavía me pone
nerviosa escucharlo.
—Mira, que te llamo porque… porque me he enterado de que te casas.
¿Es en serio? —¿De verdad me está preguntando esto?
—Sí, Liam me caso y para ser justo, dentro de dos meses… —Suspira al
otro lado.
—No lo hagas… —me pide. Pero ¿qué quiere ahora?
—Liam… asume que ya lo nuestro pasó… no puedes pedirme eso…
—No, no pasó. —Niega cabreado—. Estás con él por el dinero. —Este
tío es inútil, me saca de mis casillas.
—Liam, no te voy a tolerar que me digas qué tengo que hacer, ya bastante
jugaste conmigo, ya bastante te aprovechaste de mí… ¿No te bastó todo el
tiempo que te has reído en mi cara? —Como dice Alessandro, si fuera un
dibujo animado ahora estaría echando humo por las orejas.
—Si no lo haces… no me queda otro remedio de hacer algo de lo que te
puedas arrepentir. —¿Algo de qué? ¿Qué cojones está diciendo?
—Liam —le espeto mucho más cabreada aún—. A mí no me vengas con
amenazas… —No me da tiempo a terminar cuando cuelga de golpe.
¡Será inútil! ¿Que me pueda arrepentir de qué? Si su vida está jodida, no
tiene por qué joder la de los demás… ¿De verdad me ha pedido que no me
case? —recuerda que él te lo pidió en el aeropuerto—. ¡Gracias!, me recuerda
mi subconsciente.
Vuelvo a salir con mi familia, pero mi cabeza no deja de dar vueltas a la
amenaza de Liam… Qué habrá querido decir con lo de que te puedes
arrepentir… no me puedo creer que me haga esto. ¿Qué pasa, que se quiere
vengar porque el suyo se rompió? Lo siento, ese no es mi problema —te
metiste en medio, muchachita—, me regaña mi subconsciente… sí, lo hice,
pero porque él me buscó y yo tonta y obsesionada con él, le di el gusto.
—¿Dónde queréis ir? —les pregunto, hoy es día de chicas.
—Vamos hacia el centro comercial, mi hermana quería comprarse ropa y
a todas nos ha venido bien venir. —Vuelve a vibrar mi móvil.
—¿Sí? —Es un numero bastante largo.
—¿Es la señorita Erika Soler? Somos la policía. —¿Qué ha pasado? Por
favor, que no sea nada con alguien que quiero.
—Sí… soy… soy yo… —Me estoy empezando a ponerme nerviosa.
—Le llamo porque mañana tiene que ir a los juzgados a declarar contra
Paul. —¿Un juicio? ¿Quién lo ha denunciado? Ahora recuerdo… un hombre
le dijo a Alessandro que a Paul lo habían metido en la cárcel… ahora lo
entiendo… Alessandro lo denunció—. Le mandaremos esta tarde un
comunicado con toda la información.
—Gra… gracias —susurro.
—Buenas tardes. —Cuelga.
Vale, ¿algo más me puede pasar hoy? Lo dudo. Mañana veré a Paul, la
última vez que lo vi fue cuando me ingresaron por segunda vez y Alessandro
fue en su busca. No me puedo creer que me tuviera engañada, viviendo en su
casa y se aprovechar de mí… me drogó e hizo conmigo lo que quiso… me
entra un escalofrío solo de recordar el maldito vídeo que me grabó y después
mando a Alessandro haciéndose pasar por mí.
—Buenas noches, mi Bella. —Sella sus labios con los míos. Acaba de
venir de trabajar, me encanta ese traje azul marino que lleva.
—Buenas noches, mi amor… —Le medio sonrío.
—¿Cómo ha ido el día con las chicas? —inquiere saber, se sienta a mi
lado en el sillón, frente a la chimenea.
—Pues la verdad es que bien… —omito decirle la amenaza de Liam,
seguro que es una tontería y no quiero preocuparlo con eso.
—¿Seguro que bien? —Levanta su ceja izquierda, vaya… me conoce
demasiado.
—Me han llamado… —Trago saliva.
—¿Quién te ha llamado? —Se pone tenso.
—La policía… dicen que mañana tengo juicio, me ha llegado esta carta
certificada. —Se la entrego y comienza a leerla atentamente.
No he tenido valor para leerla, me pone muy nerviosa este tema y prefería
que fuera él quien me dijera qué hay dentro de ese sobre certificado. Abre
mucho los ojos y comienza a pasarse las manos por su cabello.
—¿Qué pasa? —pregunto extrañada.
Se levanta y comienza a decir palabrotas, no deja de dar vueltas sobre el
salón todavía leyendo lo que pone en los papeles. Yo estoy empezando a
inquietarme. ¿Lo soltarán?
—Alessandro… ¿Qué pasa? —Me estoy preocupando demasiado, pasa
los dedos por sus labios y estira de su cabello… algo está pasando y no me lo
quiere decir—. ¡Alessandro! —grito y por fin me mira—. ¿Qué demonios
pasa?
—Te han acusado de robo… —¿Qué? No, no, eso es mentira….
—Alessandro… eso… eso… es mentira. ¿Quién ha sido? —Comienzan a
temblarme las manos.
—Ha sido Paul… dice que cuando estuviste en su casa te llevaste joyas
que tenía guardadas. —Abre mucho los ojos—. Te acusa de intento de
homicidio. —¿Qué?, pero ¿qué cojones? Las piernas me flaquean y estoy
empezando a marearme—. Dice que intentaste agredirle para robarle las
joyas.
—Yo… Alessandro… yo no he hecho nada de eso. —Comienzo a llorar.
—Lo sé. —Muerde sus puños, estos están blancos de la rabia que tiene
contenida.
—¿Qué más pone? —Me da miedo qué más cosas puede poner ese loco,
sigue leyendo y me dice que hay algo más.
—Pide cuatro años de cárcel para ti…
Es viernes por la mañana, los días para la boda se van acercando, apenas
quedan dos semanas, cada vez estoy más… ¿Tensa? ¿Atacada de nervios?
Bueno y un poco insoportable, menos mal que tengo al novio más
comprensivo del mundo… como dice mi madre: con lo que me aguanta, tiene
el cielo ganado. Y qué gran razón.
Marta me está ayudando en todo, Alessandro no se ha metido mucho en
los preparativos, ya que cuando lo hizo… quería una cosa diferente a la mía y
se lo negué. Desde ese momento, preferí a Marta, sé que para él, que yo lo
organice es mejor. Así puede centrarse en su trabajo.
El viaje de novios sí que lo ha preparado él, quería disfrutar del sol, salir a
navegar… disfrutar del caribe. La verdad es que me pareció una estupenda
idea. Así que ese tema se lo dejé a él. El viaje va a ser largo. Un mes entero.
Disfrutando de mi amor todo para mí.
Todas mis amigas vienen, estoy encantada de que llegue el día, ver a las
personas que quiero debe de ser muy emocionante… de llevar mi precioso
vestido.
«din don». Suena el timbre. No espero visitas, aun así, voy a abrir para
ver quién es.
Cuando lo hago, un cartero me entrega una enorme caja.
—¿Erika Soler? —pregunta sonriente el cartero.
—Sí… ¡Gracias! —digo entusiasmada cuando me da la caja.
Abro lo más rápido que puedo, tanto, que me olvido de que tengo que
firmar al hombre. Lo hago y se marcha; me quedo en la puerta intentando
abrirla cuidadosamente para no romperla, es preciosa, una caja de mariposas
de colores y la tapa azul… cuando por fin la abro está llena de papeles, meto
la mano donde encuentro una nota:
«VE A LA COCINA Y BUSCA EN LA NEVERA».
Cojo la caja y voy corriendo hasta la cocina, donde la pongo encima de la
encimera. Abro la nevera donde encuentro una tarta de chocolate con una
nota:
«PEGA UN BOCADO Y DIRÍGETE AL PATIO TRASERO».
Más que un bocado me como casi toda la tarta, limpio mi boca con un
pañuelo que acabo de coger de la encimera, para que esta no esté manchada
de chocolate, no sé a qué se debe todo este juego.
Salgo hacia el patio trasero, ya estamos en primavera, las flores brillan
con todo su esplendor, a lo lejos se escucha cómo los pájaros cantan… el
cielo es completamente azul. Sigo con la caja en la mano, no quería dejarla en
la cocina. El césped cubre mis tobillos… todo es completamente verde. Llego
hasta un cartel: «AVANZA UN POCO MÁS, TE QUEDA POCO».
Hago lo que el cartel me pide… cuando por fin veo de qué se trata
comienzo a correr, las lágrimas brotan de mis ojos, el pelo golpea en mi cara.
Ahí está el increíble de mi chico en traje y un ramo de flores rojas. Unos
mariachis a su espalda comienzan a cantar… pero lo mejor, es ver llegar a
toda mi familia… amigos y su familia.
—Bienvenida a tu serenata, Bella. —Sonríe de oreja a oreja, su mirada es
intensa.
Agarro fuertemente su cara y estampo sus labios y los míos bruscamente,
no me puedo creer que haya sido tan increíble y me haya preparado esto. Es
realmente bonito, han venido todos. Los mariachis no cesan de cantar, solo
son las diez de la mañana y ya comenzamos todos a bailar al compás de la
música.
—¡Eres estupenda! —Me abraza Rosalinda, agarra mis hombros y nos
miramos mutuamente—. Gracias… gracias por hacer feliz a esta mujer,
gracias por hacer feliz a mi hijo… sé que lo sabes todo y por eso quiero
agradecerte que estés con él. Ahora por fin es completamente feliz. —
Comienza a llorar de alegría—. Estoy orgullosa de ti, sé que vais a tener un
buen matrimonio. —Me vuelve a abrazar, me encanta lo dulce que es con las
personas y lo mucho que quiere a Alessandro.
—No me las tienes que dar… Rosalinda, yo amo a tu hijo y eso nada ni
nadie lo va a cambiar —le digo en el oído estando aún abrazadas.
—Vaya… no sabía yo que os llevarais tan bien. —Se acerca a nosotras
Alessandro y nos separamos, ambas no dejamos de sonreír—. ¿Ya me quieres
quitar a mi futura mujer? —Levanta una ceja y Rosalinda le pega una
palmada en el brazo.
—Os dejo solos. —Nos guiña un ojo.
—¿Qué te ha dicho la loca de mi madre? —Finjo estar cabreada ante esa
pregunta.
—No está loca… es feliz. —Lo miro a los ojos, sigue intimidándome,
pero me contengo, no quiero dejar de mirarlo—. Me ha dado las gracias.
—¿A ti, por qué? Si el que he organizado esto he sido yo, no tú.
—¡Idiota! —Pego un golpe flojo en su estómago y pone cara de dolor—.
¡Ahora ya no te lo cuento! Por listillo. —Le saco la lengua y muerde el
carrillo de su labio inferior.
—¿Seguro? —Me desafía con la mirada y yo asiento.
Y sin darme cuenta, agarra mis piernas y me sube sobre sus hombros,
comienzo a gritar riéndome, todos nos están mirando, menos mal que llevo
unos vaqueros. Comienzo a darle golpes en su trasero. Andamos hacia la
casa, dejando a todos en el patio.
—Bonitas vistas —le informo.
—¿Estás disfrutando de ellas? —Sonríe al decirlo. ¡Me lo como!
—Muuuuucho. —Más que mucho, demasiado.
—¡Se acabó! —Pega un cachete en mi trasero y me sienta sobre la fría
encimera de la cocina.
No deja de sonreír, está completamente radiante, increíble… yo, seguro
que debo de tener una cara de tonta…
—Me encanta que sonrías así —le digo.
Intenta ponerse serio, pero no puede, se nota que está feliz.
—Bella… eres lo mejor que me ha pasado en mi vida. —Me tiro a sus
brazos que me reciben encantados.
—Y tú lo mío… ¿Lo sabes, verdad? —Él niega—. Pues que te quede
clarito, señorito.
Junta sus labios con los míos, nuestros cuerpos quedan pegados, noto
cómo su erección va creciendo sobre su pantalón. Nuestras respiraciones son
entrecortadas. Nuestro beso cada vez es más apasionado, más deseoso… mi
cuerpo comienza a arder ante el tacto de sus brazos.
—Estaba deseando que estuviéramos solos… —susurra en mis labios.
Me agarro fuerte con mis piernas a su cintura, subimos escaleras hacia
arriba a la segunda planta, donde está nuestra habitación. Pero esta vez no me
lleva sobre la cama para hacerme el amor… sino que me lleva hacia el aseo:
¡Jacuzzi! Me quedo sorprendida al ver que el agua está llena de pétalos de
rosa. Velas aromáticas inundan el baño.
—Vamos… —Comienza a desnudarme suavemente.
Quita mi camiseta y deja el rastro de un suave beso sobre mi hombro. La
piel se me eriza, su tacto me quema. Todos mis sentidos nerviosos se
encienden cuando comienza a quitarme los pantalones. Tras él, se lleva mi
ropa interior, solo llevo el sujetador puesto… apenas dura un minuto cuando
me lo quita, estoy de espalda a él. Verlo desde el espejo hace que me excite
más, muerde su labio… oigo cómo su respiración se acelera.
Me quedo totalmente plantada de pie en el baño, cuando él comienza a
quitarse su ropa. Desde el espejo puedo ver cada centímetro de su cuerpo…
hasta que se queda desnudo puedo ver su gran erección.
Me agarra fuerte de mis caderas y me toma, sin pensárselo, se hunde
dentro de mí. Yo estoy completamente mojada, anda despacio hacia el
jacuzzi donde derramamos agua al entrar, el agua caliente toca mi cuerpo,
mientras él me llena por dentro, hacemos el amor suave… lento…
disfrutamos el uno del otro. Junto mis labios a su cuello, donde dejo un
camino de besos. Cierra sus ojos y su boca está entreabierta. Sé que está
disfrutando. Aprisiona su cuerpo al mío.
Nos movemos lentamente, tanto, que me está llevando a la locura,
envolviéndome en deseo, no me queda mucho para alcanzar el clímax y sé
que él tampoco, cada suave movimiento el agua sale cada vez más, menos
mal que hay un conducto en el suelo. Uno… dos… todo suave… todo
placer… tres… cuatro… su cuerpo se tensa bajo el mío… comienza a
erizarse todos los poros de mi cuerpo, comienza a temblarme las piernas.
Alessandro se tensa y ambos alcanzamos el clímax.
—Nunca antes lo habíamos hecho así —digo, cuando ya estamos un poco
recuperados, sigo aún a horcajadas sobre él.
Muerde su labio y ya sé qué está pensando… sus ojos vuelven a
intensificarse.
—Eres insaciable —le digo y me guiña su ojo izquierdo.
—Haces que lo seas —susurra en mi oído y un escalofrío recorre todo mi
cuerpo.
Hacemos el amor dos veces más, no sabemos el tiempo que hemos estado
haciéndolo frenéticamente. Bajamos con los invitados, nadie parece haberse
dado cuenta que nos habíamos ido y «somos los novios». Continuamos
bailando y disfrutando de la fiesta. Me siento un tanto incómoda… claro, eso
me recuerda a que mi italiano pícaro lleva mi tanga en su bolsillo. Lo miro y
me guiña un ojo y continúa hablando con Mariano. Y yo, disfrutando de mi
serenata.
MI IDIOTA
— T
ía que te casas dentro de dos semanas! —grita Marta mientras bailamos,
lo sé me había dado cuenta.
—Sí. —Sonrío de oreja a oreja.
—¿Estás nerviosa? —Todos los días lo mismo hasta por mensaje.
—¿Vas a preguntarme eso todos los días? —Pongo los ojos en blanco.
—¡Sííí! Hasta el día de tu boda. —Resoplo ante su contestación.
—Me lo imaginaba. —Comienzo a reírme.
No dejamos de bailar, mi padre se echa unos cuantos bailes conmigo, me
encanta esta fiesta. Alessandro no deja de sonreír y eso me encanta. ¡Incluso
baila! Yo, que pensaba que era de los que se quedaban en la barra mirando
cómo los demás se divierten… y baila genial ¡Ese es mi italiano!
—¿Puedo, señor? —le pregunta Alessandro a mi padre, para bailar
conmigo.
—Toda tuya, muchacho. —Mi padre está muy feliz.
—Bella. —Me sonríe cuando mi padre se va—. ¿Le concederías este
baile a este loco enamorado? —Mi corazón late a mil por hora cada vez que
me dice estas cosas tan bonitas, yo asiento.
Comienzan a cantar una canción lenta, ¡qué pillo son estos mariachis!,
aprovechan justo cuando estoy con mi futuro maridito. Pero me encanta,
bailamos bien juntos, apoyo mi cabeza sobre su pecho, es tan alto que no le
llego ni a los hombros.
—Estoy deseando que llegue el día de la boda… —susurra.
—Yo también —le confieso, y es la verdad.
—¿Sabes por qué? —Levanto la cabeza y lo miro para que me lo diga—.
Porque quiero recuperar a mi mujer y no al ogro en el que se ha convertido
estos meses… —Comienza a reírse, este hombre no tiene remedio—. Es
verdad créeme, con esto de la boda… estás… —Levanto una ceja y finjo
estar cabreada, él más se ríe—. En vez de novia tengo el demonio en casa.
Lo suelto y pongo los brazos sobre mis caderas… ¿Demonio yo? Pero si
mi papá dice que soy más rica que el pan, este no sabe con quién se ha
metido… como saque la vena española me va a oír.
—Mira, guaperas… —Lo señalo chulescamente—. ¡Soy así! —Me
señalo de arriba abajo.
Me agarra fuerte y me lleva contra su pecho. Pego un codazo flojo en su
barriga. Noto su respiración y cómo se está riendo… ¡Me encanta! Como
dice Izan a su padre: voy a tener que comprarme un babero…
—Me encanta que seas así. —Besa en mi cabello y yo lo abrazo
fuertemente, este hombre a mí no se me escapa en la vida—. ¡Cuidado, me
vas a dejar sin respiración! Así no sé si llegaré sano y salvo a la boda…
¡Socorro! —grita, y ambos se ríen… no deja de reírse y sus ojos están
completamente iluminados y no apagados como cuando lo conocí.
—¡Eres un payaso! —Me río sobre su pecho.
—Por hacerte feliz y verte sonreír… hago lo que sea. —¡Me lo como!
Bailamos juntos tres canciones más, no ha dejado de hacer la gracia, le ha
puesto apodos a todos los de su familia, la verdad es que esto de casarnos le
viene bastante bien aunque a mí me estresa demasiado.
—Venga parejita… dejarse ya los mimos —espeta Laura… ay, mi Laura,
qué mala leche tiene a veces y cuánto la echaba de menos—. Para eso ya
tenéis la noche.
—¡Laura Gilalbert! —le espeto, me pongo colorada ante su comentario.
Alessandro le guiña un ojo a Laura y ambos me pican.
—Laura… esta noche mi mujer va a disfrutar…—Le tapo la boca con la
mano, noto cómo sonríe en mi boca y pega un pequeño mordisco en la palma
de mi mano—. Pues… —Ahora le aprieto más fuerte.
—Muchacha, que lo ahogas… ¡Te quedas sin marido! —Quito la mano,
pobre, sí que lo estaba medio ahogando, dejo un suave beso sobre sus labios
y lo mando con su hermano, cuando se da la vuelta, pego un cachete en su
trasero.
—¡Señorita Ribererechi, esas manos! —me regaña y se va
contoneándose. Mis padres no han dejado de observarnos y de hablar, tienen
la sonrisa más grande que he visto en mi vida. Saben que con Alessandro lo
tengo todo.
—Bueno… —Me mira Laura pícaramente, algo trama—. ¿Has pensado
ya qué te vas a poner la noche de bodas? —Levanta su ceja derecha.
—¿No podía faltar esa pregunta, verdad? —Ella y sus preguntas.
—Sabes que no… ¿Qué quieres? ¡Mi mejor amiga se va a casar y quiero
saber qué vas a ponerte en la noche de bodas! —grita justo cuando los
mariachis dejan de cantar.
—¡Oye, que a mí también me interesa! —grita Mariano. Alessandro le
choca el hombro y ambos se ríen. Marta no deja de estar pendiente de la
pequeña.
—¡Mariano! —le riñe Marta.
—Vaya dos… —Miro a Laura.
—Madre mía… no saben dónde se han metido… —se refiere al tener una
niña.
—El día que conozcas a alguien… ¡Lo entenderás! —Seguro que ni la
vemos.
—Sabes que no.… yo voy a ser la típica mujer mayor con gatos… ¡Ah! Y
que daré a vuestros hijos todos lo que le prohibáis. —Ambas nos reímos.
—¡No tienes remedio! —Niego, poniendo los ojos en blanco.
Vuelven a cantar y no dejamos de mover las caderas, los brazos… todo el
cuerpo. Marta, cuando deja a la pequeña Erika durmiendo, se une a nosotras;
Cande, con lo tímida que es baila a su ritmo, nos ha dicho que nos presentaría
a su dios de la cama, incluso mi hermana baila con nosotras.
Mis padres no han dejado de hablar con Rosalinda y su marido, tiene un
nombre tan raro que nunca me acuerdo… Gugiemo… Giguelmo…
¡Guglielmo!, sí, así era…
—¡Mierda! Se me ha roto el zapato. —La suela se ha desprendido de la
bota—. Ahora vengo, voy a cambiármelo —les digo y se quedan las tres
bailando al son de los mariachis.
Me quito los zapatos en cuanto llego a la cocina, unos gritos de risas me
llaman la atención, se oyen desde el salón… voy a ver quién es. La alegría
invade mi cuerpo cuando veo al pequeño Izan jugando con Raúl, han hecho
muy buenas migas y me encanta. El pequeño está dándole con un cojín en la
cabeza, ¡cómo se ríe el tío pillo!, y mi hermano aprovecha para hacerle
cosquillas. Vaya dos… y según él, no le gustaban los niños pequeños.
Tengo los pies que me arden, como había catering en el patio, hemos
estado todo el día de fiesta, la planta de los pies me duele horrores.
Su contestación hace que sonría, si que es una glotona, Erika, sí… Decido
no contestar, quiero pegarme un baño relajante y hacerle de desayunar a mi
italiano…
Caliento el agua del jacuzzi, las velas de ayer están desechas, hay varios
pétalos por el suelo, los recojo y los pongo encima del lavabo… ver el jacuzzi
es acordarme de ayer, de cómo mi chico me poseía… me hacía el amor lenta
y lujuriosamente.
El agua caliente penetra los poros de mi piel, esta sensación es tan
placentera… Llego a la cocina. Hoy Micaela no viene, así que está toda
hecha un desastre, mi barriga comienza a rugir… una extraña sensación
recorre mi cuerpo… náuseas, voy corriendo hacia el baño, vomito y no dejo
de vomitar. Estoy un poco mareada cuando me levanto, estaba sentada en el
suelo vomitando en el retrete.
Algo me tuvo que sentar mal, intento recomponerme un poco y continúo
haciéndole la comida a mi chico. Hago unas napolitanas de chocolate caseras
y magdalenas, esto de tener un negocio familiar ha hecho que sea una experta
en postres.
Dejo todo preparado en la mesa, y me dirijo hacia la habitación donde
está mi chico. Me sorprendo al entrar y ver que no está en la cama ¿Dónde se
ha metido? La puerta del baño está cerrada y muy flojo se escucha a él
hablando… por teléfono.
—Sí… yo también te echo de menos… ya me verás, Bella… yo
también… te quiero. —Todo se paraliza en mí. ¿Bella? ¿Te echo de menos?
¿Le quiere? ¿De qué demonios está hablando? No deja de reírse y me está
poniendo nerviosa—. Sí, mañana ceno contigo… te lo prometo… el viaje
llamaré para cancelarlo… un beso, Bella. —¿Va a cancelar el viaje?
Todo se derrumba a mis pies, hay otra… pensaba que era la única, a la
que quería… a la que me llamaba Bella… pero no, ¿cómo he sido tan idiota
de creerme que un hombre como él quería estar conmigo?, seguro que solo
me ha usado de tapadera.
—Hola, Bella… tengo que decirte una cosa… —dice cuando abre la
puerta del baño y ve que estoy delante de él, se pone serio, las lágrimas
amenazan en salir—. Tengo que cancelar ese viaje… tengo trabajo…
—Para… —Las lágrimas empiezan a salir de mis ojos—. ¿Bella? —Abre
mucho los ojos—. ¿Te echo de menos? —alzo la voz, cada vez mi nudo en la
garganta es más fácil—. ¿Me puedes explicar quién era?
—No tienes por qué escuchar mis conversaciones —espeta cortante—.
No es asunto tuyo.
Salgo corriendo de la habitación, las lágrimas corren por mis mejillas,
miro hacia donde está el desayuno colocado en la mesa del salón, incluso he
puesto flores… las que me regaló ayer. Me dirijo hacia la puerta, no quiero
verlo. No quiero escucharlo… ¿Quién más es Bella? ¿A quién más quiere?
¿Cancela mi viaje para verla? Con razón no ha salido como hace todos los
días, con razón ha llegado tarde a altas horas de la madrugada… me la ha
estado jugando.
Corro fuera de la casa. No quiero tener nada que ver… a la mierda la
boda y todo, me ha usado como tapadera, no quiero escuchar ninguna de sus
mentiras… tanto romanticismo, ¿para qué? ¿Para tenerme a sus pies? Pues lo
ha conseguido. Corro sin rumbo… sin lugar donde ir, las lágrimas no cesan,
el nudo en mi garganta cada vez es más y más grande, tanto, que empieza a
asfixiarme.
Las lágrimas empapan mi vista, tanto, que hace que pare y las seque,
empiezo a ver borroso, las cosas comienzan a dar vueltas, tengo más ganas de
vomitar…
—¿Muchacha, estás bien? —pregunta un hombre mayor, me está
sujetando la cara.
—¿Qué… qué ha pasado? —pregunto desconcertada ¿Qué hago tirada en
el suelo? Yo… estaba de pie.
—Se ha desmayado, muchacha ¡Llamaré a la ambulancia! —No me da
tiempo a contestar cuando vuelvo a perder el conocimiento.
Despierto en una habitación blanca… hay mucha luz, miro hacia mi brazo
donde tengo un gotero puesto… ¡el hospital! Otra vez no…
—¿Cómo te encuentras? —pregunta una mujer con bata blanca—. Soy la
doctora Amalia. —Sonríe amablemente, con una linterna alumbra mis ojos y
observa cómo están.
—¿Qué hago aquí? —La última vez que recuerdo fue al hombre.
—Has sufrido un desmayo, tienes el azúcar muy baja en sangre. ¿Sabes lo
que es eso? —Asiento—. Hay otra cosa que hemos visto… ¿Cuánto hace que
no te viene el periodo? —¿Por qué me está preguntado esto?
—Creo que… el trece… de marzo —le digo, aunque no estoy muy
segura, la mujer comienza a ponerse seria.
—Siento decirte esto si no lo sabias —comunica la doctora—. Estás
embarazada. —Abro los ojos como platos y llevo la mano a mi vientre,
¿estoy embarazada? Ahora no… Alessandro… otra mujer.
—¿Estoy embarazada? —Las lágrimas comienzan a correr por mis
mejillas… ¿Alegría?, ¿es el mejor momento para estarlo…?, creo que no, la
médica suspira y hay algo que no parece bueno.
—Hay algo muy malo. —Me mira a los ojos.
—¿Qué pasa, doctora? —Me estoy empezando a preocupar muchísimo.
—Estás en riesgo de poder perderlo… hemos visto mientras estabas
inconsciente que tu bajo nivel en azúcar no te ayuda, y también… —Está
poniéndome nerviosa tanta espera—, si lo pierdes puedes quedar estéril. —
¿Cómo? No, no puede pasarme esto… este niño no lo puedo perder…—.
Espero que estemos equivocados y así no sea, pero tus pruebas lo confirman,
si quieres tener hijos… esta es la única oportunidad ahora. —La doctora se
apena de mí.
—¿Y qué pasará si lo pierdo? ¿No podré tener nunca más hijos? —
susurro sollozando y la doctora niega.
No dejo de llorar… no puede pasarme tantas cosas malas a mí… debe de
ser una broma… estoy embarazada y él es mi única oportunidad de tener
hijos… mi pequeña bolita, toco mi vientre al ponerle ese apodo.
—¿Tienes alguien aquí? ¿Padre del niño? ¿Tu familia? —pregunta la
doctora, pienso en decirle que sí, pero niego, no quiero preocupar a nadie,
pronto me darán el alta y me iré a cas… no sé a dónde iré—. ¿Estás sola? —
Asiento—. Te quedarás dos días en observación, si vemos que después de
esos dos días estás mejor te daremos el alta. —Asiento.
«SI LO PIERDES PUEDES QUEDAR ESTÉRIL», las palabras de la
doctora retumban en mi cabeza… no… no puedo perderlo…
—Llegas en uno de los peores momentos… todo iba bien… hasta… —
Rompo en llantos al acariciarme mi vientre e intentar explicarme lo que me
ha pasado a mí misma y a mi bolita.
Las horas pasan, no tengo móvil siquiera, espero que Alessandro no haya
llamado a mi familia, no quiero que se preocupen… bueno, no creo que a él
ni le haya importado que me fuera… soy una simple tapadera para él. No
quiere dejar de ser el hombre con el que se acuesta cada noche con una mujer.
Parece que solo quería dar la imagen de un hombre casado… y… vivir la
vida. —¿Y si soy yo la otra? —pregunta mi subconsciente… comienzo a
dudar.
Los dos días son eternos, nadie sabe nada de mí ni yo de nadie, por una
parte, me preocupa por mi familia. Pero por otra, no quiero saber nada de
nadie y mucho menos del que decía ser mi futuro marido.
—¿Cómo te encuentras hoy? —pregunta la doctora.
—Muchísimo mejor. —Le sonrío, en sí estoy bien, pero triste por saber
qué va a ser de mí ahora… no tengo nada.
—Tu glucosa en sangre está perfecto, recuerda que si vomitas a causa del
embarazo atibórrate de dulce, porque pierdes mucho —me advierte—. No
tengas ningún disgusto, porque si es así no te sentarán bien en el embarazo.
—Asiento… ¿Disgusto? Solo conozco esa palabra—. Ahora pasará una
enfermera y te revisará, cuando lo haga te podrás marchar a casa —me
asegura.
Y como ha dicho la doctora eso pasa, la enfermera me indica que todo va
bien y que ya me puedo marchar. El día no acompaña a mi suerte, llueve a
cántaros. Llego hasta la parada más próxima de autobús, donde hay una
mujer mayor. Me siento a su lado a esperar.
—Ese niño va a ser muy afortunado. —¿Qué? Me quedo asombrada ante
el comentario de la mujer.
—¿Cómo sabe eso? —La miro con los ojos abiertos como platos.
—Porque te estás tocando el vientre. —Sonríe la mujer, cierto… le sonrío
yo a ella.
—Gracias…
—No temas… tu boda saldrá bien. —Me sonríe la mujer y todo esto
comienza a ser extraño.
—¿Cómo sabe que me voy a casar? —pregunto extrañada. ¿Esta mujer es
adivina o qué está pasando?
—Por su anillo de compromiso, muchacha…
Sonrío a la anciana y pronto llega el autobús, ambas subimos y yo la
ayudo. Me siento en los sillones de atrás… esa mujer me causa cierta
curiosidad… se parece a alguien que he visto, pero no recuerdo a quién.
Llego hasta la parada más próxima a mi casa, es hora de enfrentarme a las
mentiras, engaños y llantos… entro en casa y el alma se me cae a los pies…
Alessandro tirado en el suelo con una botella de alcohol en la mano, tiene el
pijama puesto… y los ojos cerrados, en su cara hay un corte… todo el salón
está lleno de cristales… al lado suya está… la rosa que le puse con el
desayuno y mi móvil, la flor ya está marchitada…
—Alessandro… —Corro a su lado; me destroza verlo así.
—Bella. —Abre los ojos y me mira, están inyectados en sangre, su
aliento apesta a whisky—. Estás… estáás— arrastra las palabras a causa de
su ebriedad—. Aquí… pensabaaa… que… tee… habíaas idooo… te
fuistee… me dejasteee… —Le cuesta hablar, tanto, que hace un esfuerzo por
no quedarse dormido.
Lo levanto como puedo. Su cuerpo pesa demasiado, intento que no pise
descalzo ningún cristal roto, no quiero que se corte más. Su herida está un
poco infectada, lo siento en uno de los sillones del salón y me voy corriendo
a prepararle un baño. Lo llevo hasta la bañera. No es consciente de nada, solo
de que estoy aquí.
Está siendo casi imposible mantenerlo de pie, tanto que los dos caemos al
agua, decido quedarme metida, es la única forma de poder bañarlo bien,
necesito que caiga agua fría sobre él y empiece a reaccionar, ante todo lo que
escuché, sigo queriéndolo y no quiero verlo así… quito su camiseta y su
pantalón…
—¡Alessandro! —le espeto bruscamente para que no se quede dormido
—. ¡Despierta! —Doy un bofetón sobre su cara y se sobresalta—. Así mejor.
Abro el grifo y el agua fría comienza a caer en su cara, está empezando a
reaccionar cuando empieza a quejarse.
—¡Mierda! ¡Joder! ¡Qué agua tan congelada! —grita, abre los ojos y me
ve que estoy empapada delante de él, parece que soy un fantasma o un ser
mágico, toca mi cara y comienza a llorar.
—Alessandro… —susurro.
—Para… —Tapa mi boca con uno de sus dedos—. ¿Dónde estabas? —
Sus ojos reflejan dolor y angustia.
—Yo… yo… —No puedo decirle que he estado en el hospital y que me
he enterado que estoy embarazada.
—Te habías ido… —Me abraza y comienza a temblar.
A pesar de que el agua fría le ha despejado un poco, le he puesto un
pijama nuevo, el alcohol seguía estando en su cuerpo y afectándole, lo tumbo
en la cama donde no tarda ni dos minutos en quedarse dormido.
Me voy al salón donde recojo todos los cristales, la cocina está limpia…
eso me indica que puede ser que no haya comido, ¡solo bebido! Hay varias
botellas partidas por el suelo, un poco de líquido sobre la alfombra y una
abolladura en una de las puertas… debe de haberle dado con algo… o un
puñetazo… ahora recuerdo que tenía sobre sus manos pequeños rasguños.
Pasan las horas y vigilo cada cierto minuto para ver si está bien, decido
prepararme algo para cenar, apenas he comido en el hospital, no me gustaba
lo que habían hecho. Pillo lechuga, tomate… maíz… hago un huevo y me
preparo una ensalada, no tengo el estómago muy bien, bolita hace que
vomite.
Me siento en el sofá a cenar, me pongo mi serie favorita y comienzo a
verla mientras ceno… unas manos tocan mis hombros y me sobresalto,
cuando me giro veo que es Alessandro. Sigue con el pijama puesto, sus ojos
todavía están inyectados en sangre e hinchados. Su mirada está perdida y ese
corte en la mejilla cada vez está peor, he intentado curárselo, pero cuando le
escocía se quitaba.
—Hola… —susurro cuando se sienta a mi lado, alarga su mano y pienso
que me va a tocar, pero no agarra con sus dedos un trozo de lechuga que se
lleva a la boca.
—Hola… —Está nervioso y con miedo, lo sé, es fácil vérselo en sus ojos
—. No quería… no quería responderte así… hace dos días que no sé nada de
ti…
—¿Sabe algo mi familia? —Niega y una sensación de alivio recorre mis
venas.
—No, ellos no saben nada… no quería preocuparlos… esperé… esperé a
que volvieras a casa… me destrozó verte así, me quedé bloqueado. —Cierra
los ojos por el dolor al recordarlo.
—Alessandro… ¿Me estás engañando, hay alguien más? —le pido con
sinceridad y él niega—. Te oí…
—Oíste mal… sé que te tenía que haber dicho las cosas… pero, me
molestó cancelar el viaje, creí que te gustaría lo que te iba a decir… pero te
adelantaste a pensar cosas que no son.
—¿Con quién hablabas? —Su mirada me intimida.
Coge su móvil y me lo entrega, me pide que mire la última llamada,
bueno la que no pusiera Erika…. «ABUELITA». Abro los ojos como platos.
—¿Abuelita? —Asiente.
—Nunca te he hablado de ella… es la mamá de mi mamá, quería que
fuera una sorpresa, cancelé el viaje porque quería que cenáramos los tres
juntos, ha venido desde la toscana para vernos… —Traga saliva y sus ojos se
vuelven vidriosos—. Quería… quería sorprenderte… —Comienza sollozar…
y a mí se me sueltan las lágrimas—. Pensaba… pensaba que no ibas a
volver… que te había perdido… que me habías abandonado… —Aprieta sus
puños—. Para pasar las horas empecé a beber, hacía años que no lo hacía…
pero era la única forma de matar el tiempo.
—Alessandro… —susurro y me silencia.
—Sé que he sido un idiota al contestarte así… tenía que haberte
explicado. —Asiento—. Sé que me hubieras entendido… pero me quedé tan
bloqueado que no pude mover mis pies para ir detrás de ti… ¿Dónde has
estado?
—He… he estado… en un motel —le digo, ahora no es el momento de
decírselo, mañana quizás.
Se acerca a mi lado, deja el bol de la ensalada encima de la mesa y se
abalanza a darme besos desesperado, sollozando lo mucho que me quiere…
ahora lo he entendido, a la gente que le importa le dice Bella y normal que la
quiera ver y que la eche de menos… es su abuela, me siento tan culpable, lo
he fastidiado… él lo hacía con toda su ilusión. Quería darme una sorpresa e
idiota de mí no lo escuché ni le dejé hacerlo.
—Perdóname… perdóname por irme y no dejarte explicar —le susurro a
milímetros de sus labios.
—Ya lo he hecho…
TOSCANA
— L
o… lo siento, tenía que haberte preguntado antes… —le susurro—. A
veces soy muy impulsiva… creí… —Tapa mi boca con su dedo para que
me calle.
—Ya esté, Bella… ya está. —Nos acurrucamos en el sofá donde con el
calor de la chimenea y viendo la tele, nos quedamos dormidos.
El sol deslumbra por la ventana, nos hemos quedado dormido y no sé la
hora que es, ya es martes. La semana que viene es mi boda y aún quedan las
flores por elegir… como no lo haga pronto se me va a acumular el trabajo.
Unas ganas de vomitar invaden mi cuerpo, corriendo me dirijo hacia el
baño… las náuseas mañaneras… para empezar bien el día. Salgo del baño y
veo que Alessandro sigue durmiendo. «SE LO TIENES QUE DECIR», me
regaña mi subconsciente.
Voy hacia mi bolso y saco una ecografía que pedí antes de salir del
hospital. No puedo apartar la vista de ella.
—Mi bolita —susurro sonriente.
«SI LO PIERDES, QUEDARÁS ESTÉRIL», las palabras de la doctora
retumban en mi cabeza… no, eso no va a ocurrir.
Me siento en el sofá donde está Alessandro durmiendo, acaricio su
cabello, mientras disfruto de la preciosa vista que da al dormir… es
increíblemente guapo, pensar que lo había perdido hace que me dé un
escalofrío en todo mi cuerpo.
—Buenos días, mi Bella. —Sonríe cuando abre los ojos y me ve.
—Buenos días, mi Bello… —susurro y le doy un suave beso en la
comisura de sus labios.
Se levanta y se dirige hacia el baño, disfruto de su precioso cuerpo, esa
espalda grande que tanto me gusta arañar mientras hacemos el amor… ese
trasero que me encanta… mi dios griego.
—¿Disfrutando de las vistas, señorita Ribererchi? —Se gira y me pilla
mordiéndome el labio mientras lo miro con deseo, una sonrisa se dibuja en su
cara.
—Sí… —Sonrío de oreja a oreja—. Por cierto, no soy la señorita
Ribererchi… —le digo para picarlo—, pero me encanta serlo.
—Pronto lo serás. —Asoma la cabeza por la puerta del baño cuando me
lo dice.
—Pronto lo seré… —susurro para mí, me llevo un cojín a la cara donde
ahogo mi chillido de alegría, mientras doy patadas en el aire.
Desayunamos como dos locos enamorados, él ha querido hoy hacerme el
desayuno. Micaela no ha venido, se llevó a Izan porque no quería que viera a
Alessandro cómo estaba, así que decidió darle unos días de vacaciones. Se me
hace raro no ver al terremoto por la casa.
—¿Qué quieres hacer hoy? —me insinúa mi chico.
—Pues… —Su mirada seductora e intimidante, hace que me ponga
nerviosa… a estas alturas aún me provoca esto—. Tengo que ir a mirar las
flores… llamaré a Marta.
—No —dice cortante—. Iré yo, ya que todo lo has hecho con ella… haz
algo conmigo. —Pone cara de niño pequeño.
—Vale. —Sonrío de oreja a oreja.
Vamos a diferentes floristerías, queremos ver todo tipos de flores, la
mayoría de tiendas son pequeñas y tienen poca variedad. Cuando ya
pensábamos que lo habíamos dado por perdido… llegamos a una enorme
tienda a las afueras de Roma.
Aparcamos el coche justo enfrente de la tienda, para ser primavera hace
muchísimo frío. Alessandro me abraza para que no pase frío. La floristería es
enorme, hay todo tipo de flores, cada modelo en una sección diferente y de
cada color.
Pasamos por varios pasillos donde ninguna me convence… a mi italiano
le gustan todas, no deja de enseñarme… estoy empezando a pensar que está
eligiendo por elegir para acabar cuanto antes. ¡Qué impaciente es este
hombre!, no deja de resoplar y a mí me está empezando a ponerme nerviosa.
Llegamos a la sección donde están las rosas, hay de todos los colores…
azules… violetas… blancas… rosas… incluso negras… pero ahí están, las
que yo quiero: ¡Rojas! Cada una de ellas me recuerda a los ramos de flores
que me ha regalado.
—¡Rojas! —Aplaudo con entusiasmo, por muy raro que sea, no las
hemos encontrado en ninguna otra tienda.
—¿Rosas rojas? —Arquea una ceja y yo asiento—. ¿Por qué?
—Porque me recuerda a cada una de las rosas que me has regalado… —
Le sonrío, mi chico muerde su labio y sonríe.
—Entendido… —Una risa sale de sus preciosos labios—. ¡Pues rojas se
ha dicho!
Encargamos una cantidad enorme de flores, quiero decorarlas en la
capilla y en el restaurante. Quiero que haya flores rojas por todos sitios… en
los centros de mesa… en el altar de la capilla…
—¡Vamos a comer! —Tanto buscar flores, se nos ha hecho la hora de la
comida.
—Vamos… —Agarro a mi futuro marido y nos vamos hacia el coche.
No me dice nada de dónde vamos a ir. Un cartel nos indica
«TOSCANA», hemos venido… el pueblo donde vivió tantos años… pasamos
por todo el pueblo, las casas son preciosas, el pueblo está en lo alto de una
montaña… bordeado de una muralla, las calles son empedradas, es precioso.
Pasamos por una casa. Alessandro no puede apartar la vista de ella, un
niño sale corriendo por la puerta de la casa, nos hace frenar rápidamente el
coche cuando se cruza por la carretera, menos mal que no íbamos a gran
velocidad.
La casa que no deja de mirar es toda de ladrillos, una doble puerta de
madera con dos picaportes negros, uno en cada centro de cada puerta. Está
completamente decorada con flores colgadas en la pared y varias macetas en
el suelo, tiene una ventana grande y otra más pequeña, ambas con
mallorquinas marrón oscura, y con cortinas blancas, de las dos hay preciosas
macetas con flores.
—¡Qué casa más bonita! —susurro.
—Sí… preciosa. —Deja de mirarla, seguimos nuestro camino cuando el
niño cruza hacia el otro lado.
—¿No te parecía bonita? —le pregunto, su mirada parece perdida.
—Antes era más… —susurra… ahora lo entiendo todo, el porqué no
dejaba de mirarla.
—Era tu casa… ¿Verdad? —Su silencio me indica que estoy en lo cierto.
El pequeño trayecto que hacemos hasta que llegamos a una pequeña
casita, lo pasamos sin hablar, sé que no para de pensar en su pasado.
Aparcamos en un pequeño descampado al lado de la casa. Hay una pequeña
puerta verde y otra al lado, donde hay dos escalones. Esta tiene muchísimas
más flores que la casa anterior, tiene un encanto especial. Me pregunto por
qué me habrá traído aquí.
Bajamos del coche y nos dirigimos hacia la primera puerta, la verde.
Estoy muy nerviosa ¿Quién vive aquí? ¿Por qué me ha traído? La puerta se
abre y me llevo una grata sorpresa… una anciana abre la puerta… ¡la mujer
de la parada del autobús! Me sorprendo al verla, sé que ella se ha llevado la
misma sorpresa que yo.
—¡Alessandro! ¡Mi amore! —grita la mujer al verlo, lo llena de besos por
toda la cara y mi amor no deja de sonreír y abrazarla.
—Mira, abuelita… —Se gira y me mira—. Ella es Erika, mi futura mujer.
La anciana me saluda amablemente, me llena la cara de besos y fuertes
abrazos. Y yo los recibo encantada. Pasamos a una pequeña cocina, es
preciosa, nos sentamos en una mesa redonda de madera con un frutero en
medio, la cocina es toda de azulejos blancos y los muebles de madera… todo
lo de aquí tiene su encanto.
—¿Quieren algo mis bellos? —pregunta la anciana.
—Abuelita, tú siéntate, yo me encargo —le dice mi chico y la mujer con
una dulzura en su cara se sienta y hace lo que le dice.
Alessandro se ausenta, dice que iba a comprar un té riquísimo que sirven
dos calles más abajo, según él me va a encantar. Yo me quedo con la mujer
en la cocina esperándolo a que llegue.
—¿No se lo has dicho, verdad Bella? —pregunta la mujer sonriendo.
—No… es que… —Comienzo a ponerme nerviosa y la anciana me coge
mi mano y ese pequeño gesto me tranquiliza—. No he visto el momento. —
Ayer no era momento de decírselo.
—Hazlo cuando veas conveniente —susurra la anciana y asiento
agradeciendo su comentario.
—¡Ya estoy aquí! Vaya qué bien os lleváis. —Sonríe mi chico.
Sirve el té en pequeñas tazas, lo pruebo y qué razón tiene, está riquísimo.
A la abuelita le brillan los ojos, no deja de mirarnos… mi chico está muy
contento, veo el amor que le tiene a su abuelita y a mí me hace feliz verlos.
—¿Qué hacéis por aquí, bellos? —pregunta la abuelita.
—Hemos venido a hacerte una visita y a comer. —Sonríe mi chico, con
razón no quería decirme nada el tío pillo.
—¡No me digas eso! —exclama la mujer—. No tengo nada preparado. —
Intenta levantarse, pero mi chico se lo impide.
—No te preocupes por eso… iremos a comer a la plaza —le dice mi
chico. ¿A la plaza?—. Hay un pequeño bar donde se come muy bien. —
Parece leerme la mente.
—¡Tengo que ponerme bella! —dice la anciana.
—Abuelita, tú siempre lo estás —le asegura mi chico y a la mujer le sale
una preciosa sonrisa de oreja a oreja; ya sé de quién ha sacado esa sonrisa mi
chico.
Llegamos a la plaza, nos sentamos en una mesa de fuera, hace un bonito
día… muchas personas saludan a mi chico, casi todos ancianas que le dan
alegría verle. La mujer presume orgullosa del nieto que tiene y no me
extraña.
—Abuelita… —Miramos ambas a mi italiano—. ¿Quién vive ahora en
casa alegría? —¿Casa alegría?
—Ahora vive una pareja joven con un niño pequeño… —Sonríe la mujer
—. Tienes que verlo, es un niño muy… muy bello, muchas veces viene a
ayudarme y yo le doy chocolate.
—Ya lo hemos visto. —Recuerdo que antes hemos visto a un niño en un
coche… ¿Casa alegría era su casa?
—¡Menos mal que está viniendo gente joven! Si no, esto sería un pueblo
de ancianos —dice la mujer.
Me quedo pensando en las palabras de la mujer… quizás ese pueblo sería
bueno para vivir con nuestra bolita… ¿Le gustará la idea? Aquí hay mucho
dolor para él…
«TIENES QUE DECIRLE TU EMBARAZO» me recuerda mi
subconsciente, conociéndolo sé que le va a hacer mucha ilusión, tener otro
niño más como Izan… o una niña, sé que le hará mucha ilusión. ¡Esta noche
se lo digo!
—¿Qué te parece pasar aquí la noche? —pregunta Alessandro y la mujer
me sonríe, sé que a ella le va a hacer mucha ilusión tener a su nieto cerca de
ella… mejor se lo digo mañana.
—Me parece perfecto. —Le sonrío a mi chico.
—Ahora mismo llamaré al hostal para quedarnos, no es gran cosa. —
Suspira—. Pero nos servirá para dormir. —Me guiña un ojo.
—¡No! Ni os penséis quedarse a dormir en un hostal, teniendo yo mi
casa.
—¿No te importa abuelita? —Mira mi chico a la mujer anciana y ella
niega—. ¡Perfecto! Como en los viejos tiempos. —Sonríe y ambas con él.
Me enseña cada lugar de este pueblo, es perfectamente perfecto, sería el
lugar idóneo para criar a nuestra bolita. Cae la noche sobre la Toscana,
empieza a hacer frío, estamos en primavera, pero aquí en lo alto de la
montaña cae mucha escarcha.
—¡Listo! —dice Alessandro cuando enchufa la chimenea del comedor, su
abuelita aplaude como una niña, qué bella es esta mujer.
Alessandro y yo nos sentamos en el sofá, donde yo me acurruco con mi
chico que me recibe encantado. Y la abuelita en una mecedora.
—Abuela, ¿cómo es esa familia que ahora vive en Villa Alegría? —
Siente curiosidad, y la mujer sonríe.
—Son una familia trabajadora… faenan en el campo. Apenas tienen
recursos… tu tío, fue el que les dio la casa —dice, admirando a su hijo.
—¿No la vendió? —Abre los ojos como platos.
—No.… Bello no, esa casa como tú bien sabes, ha sufrido mucho… tu tío
pagó para que la reformaran entera y la hicieron como está ahora… como te
he dicho, esa familia apenas tiene recursos. —Entrelaza la mujer sus dedos
—. ¿No te importará que el pequeño lleve la poca ropa tuya que tenía en mi
casa?
—No… abuela… estaba vieja… —Suspira mi chico—. Y rota.
—Le hice arreglos… ¡Quedó muy bonita! Pensé en darle a ella ropa de tu
mamá… pero quería guardármelo yo… —Una lágrima comienza a rodar por
sus mejillas.
—Has hecho bien… —le dice mi chico tranquilizándola.
La abuelita se va a dormir y nos quedamos los dos tumbados en el sofá,
con el calor de la chimenea. «¡Díselo!», grita mi subconsciente.
—Alessandro… yo… —Estoy empezando a ponerme nerviosa, levanta
mi cara para mirarme, sus ojos son intimidantes y eso hace que aún me ponga
más nerviosa de lo que estaba.
—¿Qué pasa?
—Yo… tengo… tengo que contarte algo… —Mi chico se levanta rápido
y se pone sentado; en sus ojos veo preocupación.
—Espera… —Me levanto del sofá y voy a la cocina a coger mi bolso,
saco del monedero la ecografía.
Voy hasta el salón y tiene la mirada fija en la chimenea, está sentado con
el cuerpo echado hacia delante, las manos cruzadas y los codos apoyados
sobre sus muslos. Muerde su labio inferior, nervioso…
—Toma… —le digo cuando llego a su lado, me quedo de pie mirando su
reacción, levanta la cabeza y me mira, coge la ecografía que está doblada.
Agranda sus ojos y se abren como platos, no deja de mirarla, no me gusta
nada su reacción, no dice nada… solo la mira y la mira, tengo miedo a su
reacción, a que no le guste y la tire al fuego…
—Dime algo… —le susurro, más bien le suplico—. Por favor…
—¿Desde cuándo lo sabes? —Suspira y lleva las manos a su cara, esta
reacción no me la esperaba…—. ¡Dímelo! —alza la voz.
—Lo… lo sé… desde… desde… —Me está poniendo cada vez más
nerviosa, no se mueve, sigue en la misma posición desde que he entrado al
salón, no deja de mirar la ecografía.
—¿Desde cuándo, Erika? —espeta bruscamente y doy un sobresalto.
—Desde hace cuatro días… desde el sábado… —Se gira y me mira.
—¿Qué? ¿Pero cómo demonio ha podido pasar? —alza ahora más la voz,
tanto, que temo a que grite y despierte a su abuelita—. ¡No quiero más hijos,
Erika! —grita—. La has fastidiado, pero bien, pensaba que podía confiar en
ti…
—No ha sido mi culpa —grito—. Es de los dos…
—¿De los dos? —Se levanta y se pone delante de mí, nunca le había visto
tan cabreado… nunca enfrentándose así conmigo—. ¿No sabías ir a la
ginecóloga y que te mandaran alguna mierda de las que recetan? —espeta
cortante—. ¡La has jodido, pero bien! —grita, pasa por mi lado y sale por la
puerta, dando un fuerte portazo.
Aquí me quedo yo, sola en medio de este salón… las lágrimas comienzan
a brotar por mis mejillas, no me esperaba esta reacción… él tiene a Izan. ¿Por
qué no puede querer a mi bolita? Por qué esta tan cabreado… no lo
entiendo… me siento en el sofá… pongo la mano sobre mi vientre.
«BOLITA, JUNTOS SEREMOS FELICES», le prometo a mi bebé…
«SALDREMOS ADELANTE, NO HAGAS CASO A PAPÁ… SOLO ESTÁ
ASUSTADO», me digo a mí misma.
—Bella… se le pasará… —Viene hacia mí la abuelita con una manta, me
arropa con ella—. Es un hombre con mucho pronto… —Sonríe, la lágrima no
cesa por mis mejillas.
—¿Pero por qué se cabrea? Tiene otro hijo que quiere con locura… —
Lloro desconsoladamente, no me gusta que la pobre anciana tenga que ver
esto.
—Tiene miedo… —susurra.
—¿De qué? —Es imposible.
—De ser como su padre… —Agacha la cabeza—. Siempre lo ha tenido.
—Suspira.
—¿No ve que no es así? Mira qué bien tiene a Izan… —digo exasperada.
—Pero él no lo ve así, Bella… cuando iba a tener a Izan… vino corriendo
en mi ayuda, calmé sus llantos… calmé su ira… pero no podía calmar su
corazón roto, tiene miedo a ser como su padre… tiene miedo a que le hagan
daño a su familia… sobre todo, a sus hijos… por eso es por lo que no quiere
tener a nadie…
—Pero a mí, sí… —le susurro, las lágrimas casi han cesado.
—Porque tú sabes defenderte sola… pero una inocente criaturita, no… —
Tiene razón.
—No puedo perderlo… —le confieso a la mujer que abre los ojos como
platos.
—Claro que no, Bella… eso, ¡jamás! —Me mira a los ojos, me
demuestran esperanza.
—Cuando… cuando me viste en la parada del autobús… no te conté la
verdad.
—No me conocías —recalca la mujer.
—Es mi única esperanza de tener a este niño… —Toco mi vientre—. Si
lo pierdo… —Comienzo a llorar— me quedaré estéril —le confieso a la
abuelita, me abraza fuertemente e intenta tranquilizarme.
—Tranquila… no dejaremos que eso pase —me susurra en el oído, y hace
que la mire—. Él te quiere, pero es muy cabezota… vendrá… te lo prometo.
—Abrazo fuerte a esta mujer.
—Gracias… —le susurro.
Antes de acostarse a dormir, me prepara una tila, para relajarme, sabe que
necesito dormir… mi cuerpo lo está pidiendo a gritos… pero no quiero,
quiero esperar a que venga… quiero que hablemos tranquilamente y contarle
toda la verdad… el por qué no puedo perder a nuestra bolita.
Pasan las horas… las cuatro de la madrugada… las cinco… hace ya
cuatro horas que se fue y todavía no sé nada de él.… al principio, las
primeras horas lo llamaba, no contestaba y finalmente apagó el móvil. Me
voy a la habitación donde espero su llegada… pero Morfeo se adelanta y me
lleva con él.
«Oigo cómo llora un bebé… el llanto hace que no deje de buscarlo, miro
mi vientre y no está… es mi bolita… ¡Ha nacido!
Voy tras el ruido sonoro del llanto… el pasillo es demasiado largo, paro a
respirar profundamente y comienzo a correr… no llego, las piernas
comienzan a flaquearme… comienzan los gritos… alguien está pidiendo
ayuda.
—¡Socorrooo! —grita una mujer—. ¡Protégelo! —vuelve a gritar.
Esa voz… ya ha estado en mis sueños… los gritos cesan… los llantos
también… todo el túnel se vuelve oscuro. Llego hasta donde por fin estaba
los llantos. Entro y la habitación está a oscuras… dos ataúdes en medio de la
sala.
Corro hacia ellos, mujeres llorando… logro ver algunas caras… Marta…
Laura… mamá y papá… Micaela… ¡Izan!
Las piernas me flaquean, están todos aquí… todos en esta habitación
oscura… me acerco al ataúd y el alma se me parte… ¡Alessandro y un bebé!
No puedo dejar de ver esa imagen… una mujer me agarra por la espalda…
me doy la vuelta y una mujer de cabello ondulado moreno, de vestido
blanco… agarrada de una niña preciosa de cabello rubio… ¡La mamá de
Alessandro y su hermana!, susurra débilmente…
—Protégelos. —Señala hacia ellos—. Antes de que sea tarde…».
Me levanto sobresaltada… las lágrimas brotan por mis mejillas. ¿Por qué
este sueño?, me digo a mí misma, estoy nerviosa, todo me tiembla, me cuesta
respirar… enchufo la luz y estoy sola en esta habitación. Miro el reloj, son las
ocho de la mañana. Me levanto y voy al baño.
Los olores a chocolate inundan mis fosas nasales, cuando salgo del baño
voy hacia la cocina… la abuelita está haciendo una gran olla de chocolate, me
sorprendo al ver a un niño de cabello castaño, sentado en la mesa.
—Buenos días —le digo a ambos.
—Buenos días, Bella. —Me mira la abuelita sonriente.
Me siento en la silla, cuando el niño levanta la cabeza… me quedo
totalmente petrificada: ¡Alessandro!
«—¡Protégelos! —susurra, señalándome el vientre».
Comienzo a gritar, las lágrimas bañan mi cara, mi pulso va a mil por hora,
todo el cuerpo me tiembla. Me pellizco la cara. Alguien enchufa la luz.
— E
ra como tú? —Abro los ojos como platos.
—Sí, bueno… verlo a él ha sido como verme a mí… —susurra.
—Seguro que, si lucha por sus sueños, también podrá ser como tú. —Le
sonrío.
Montamos al pequeño Izan en el coche, vamos en el todoterreno, se nos
hará más cómodo el camino. Martín viene corriendo hacia nosotros, está
guapísimo, se ha puesto uno de los conjuntos que le regalamos, pantalón
caqui, jersey blanco y rebeca azul cielo… es precioso este niño. Se despide
de los dos. Arranca el coche y salimos del descampado donde aparcamos
hace dos días. Micaela se fue esta mañana temprano, vino William a por ella.
Se me parte el alma cuando veo a través del espejo de la puerta, a la
abuelita llorando y a la vez sonriendo… pero más aún, ver a ese pequeño
ilusionado agarrado de la mano de la abuelita y despidiéndose con una mano.
Hemos prometido que volveremos más veces.
—Podíamos adoptarlo… —susurro por el camino.
—¿El qué? ¿Un perro? —Arquea una ceja sin mirar a la carretera, ya está
haciéndose el bobo.
—¡No!… a Martín… —Frena en seco, tanto, que me voy un poco hacia
delante.
—¡Matiiin! —grita Izan levantando las manos, han hecho muy buena
amistad, ambos no querían despedirse.
—¿Qué? —Abre los ojos como platos mirándome—. ¿Lo estarás
diciendo de broma, verdad? —Yo niego… lo estoy diciendo en serio—.
Mira… —Pega una gran bocanada de aire—. Tenemos al terremoto de aquí
atrás. —Señala con el pulgar a Izan, poniendo los ojos en blanco—. Tenemos
a la bolita o como tú le digas… —Señala mi vientre—. ¿Y quieres otro? —
pregunta riéndose y yo asiento—. ¿Cariño? —Ahora se pone serio—. ¿El
embarazo no te está afectando un poco? O no sé, a lo mejor es la boda… —su
comentario hace que dé un suave manotazo en su brazo y empiece a reírse a
carcajadas.
Continuamos el trayecto, a pesar de ponerle caras de niña pequeña y
cabreada no ha servido de nada, sino para que se riera más de mí. Yo, que lo
estaba diciendo en serio.
—Erika… no se puede. —Sé que no ha dejado de darle vueltas al tema de
Martín.
—¿Por qué? —Me indigno, claro que se puede.
—Erika… tiene un padre y una madre. Y aunque su padre sea un
capullo… su madre lo adora… —No me había dado cuenta de eso, estaba tan
cegada en que quería darle una vida mejor… que no me había dado cuenta de
su madre.
—Sí hay algo que se puede hacer… —susurro y mi chico suspira; sabe
que ya se me ha ocurrido algo.
—Habla… —Vuelve a suspirar.
—Tu abuelita me dijo que es una familia humilde. —Asiente—. Y que
viven con el otro hombre cuando el padre no está…
—¡Exacto! Fin del tema… —Sonríe, sé que está intentando picarme para
cambiar de tema, pero no lo va a conseguir.
—¡Calla! —le espeto riéndome—. A ver por dónde iba… ¡Ah! Sí
podríamos… darle nosotros una vida mejor… —Me mira y parece no
entender lo que digo—. A ver… dentro de poco… —Señalo a mi vientre—,
seremos cuatro y créeme que necesitaré ayuda.
—Está Micaela —dice, antes de dejarme acabar.
—Sí… y me encanta que esté… pero sabes que ella es mas de estar en la
cocina y haciendo tareas del hogar y como bien sabes, con este terremoto…
—Señalo yo a Izan, que nos mira y parece no enterarse de nada, no deja de
sonreír— no puede con él… —Asiente mi italiano.
—¡Teemotooo! —grita Izan.
—Sí, hijo… eso es lo que tú eres, un terremoto —dice Alessandro que se
gira para mirarlo—. ¿De verdad quieres eso? —Asiento enérgicamente—.
Vale… ¡Vamos!
Gira bruscamente tanto que nos vamos hacia el lado derecho cuando da la
vuelta. A Izan le gusta que haga eso, pero a mí no tanto… no quiero morir
joven, acelera el coche y volvemos a la Toscana. Llegamos en unos pocos
minutos. No estábamos muy lejos y con lo rápido que ha ido pensaba que
bolita se salía.
Aparcamos el coche, bajo a Izan que no para de dar patadas de la alegría,
una de ellas va hacia mi vientre. Alessandro al verlo coge rápidamente al
pequeño y lo lleva en brazos él. No me ha hecho daño, pero le agradezco que
lo coja.
—Bellos, ¿ha pasado algo? ¿Qué hacéis aquí? —pregunta la abuelita
extrañada, se levanta rápido de la mesa de la cocina, junto a ella está sentado
Martín, estaban pelando nueces.
—No abuelita, no te preocupes. —Le sonríe mi chico para dejarla más
tranquila.
—¡Matiiin! —grita Izan, que hace todo lo posible para que Alessandro lo
baje al suelo; una vez que lo deja en el suelo, va corriendo con Martín.
—¿Entonces? ¿No os ibais? —pregunta la anciana.
—Sí. —Asiento.
—Pero a mi alocada mujer… se le ha ocurrido una cosa. —Nos mira
extrañada.
Llevamos a la abuelita hasta el salón, no queremos que Martín se entere,
sin antes saberlo la abuelita.
—Queremos que Martín y su mamá se vengan con nosotros a vivir… le
podemos dar trabajo y una buena vida al niño —dice Alessandro, lo mira de
reojo, desde donde estamos podemos verlos en la cocina—. Puede ir al
colegio, sé que no iba y me preocupa, no es bueno para su educación. —La
mujer sonríe y comienza a soltarse sus lágrimas—. ¿Qué te parece?
—¡Voy a llamarla! —anuncia—. Me parece una increíble idea, así no
tendrán que vivir ya con ese hombre tan mugriento.
Nos sentamos en la mesa a la espera de la mamá de Martín; tarda poco en
llegar. Cuando aparece me sorprende verla, creí que podría ser una mujer de
algunos treinta y pocos, pero no.… tiene mi edad seguramente.
Le explicamos nuestra oferta de trabajo, Martín se pone contento e Izan
que no entiende mucho también se pone feliz, si Martín se ríe, él también…
copia cada uno de sus gestos y a mí me hace mucha gracia verlos. La mamá
de Martín que se llama Euge duda muchísimo, normal, no nos conoce. Solo
conoce a la abuelita, pero finalmente sé que quiere lo mejor para su hijo y
acepta.
Tardan muy poco tiempo en recoger sus cosas, apenas llevan cosas
encima, Martín se despide tristemente de la abuelita y ella de él, ambos se
han cogido mucho cariño, le ayudaba en todo, es un buen niño y sé que pare
ella tener a Martín era como volver a tener a Alessandro… los cinco nos
montamos en el coche y nos dirigimos hacia Roma.
La sonrisa de Martín y de Euge se agranda cuando pasamos por los
grandes monumentos que hay en Roma, sé que este no es el camino para
llegar a casa y que lo estamos haciendo porque Alessandro quiere
enseñársela, aunque sea en coche.
—Qué casa más grande… —dice Martín quedándose con la boca abierta,
cuando llegamos al hogar.
—¡Aquí podréis jugar todo lo que queráis! —le digo a Izan y Martín.
—¿Quiete jugar a uno coshe? —pregunta Izan a Martín y este asiente…
qué bien se van a llevar estos dos.
—Es… es… muy bonita vuestra casa —dice Euge y yo asiento.
—Sí, eso mismo pensé yo…
La invito a pasar, ahora esta también será su casa, lo primero que voy a
hacer es dejarle ropa limpia, lleva un vestido con pequeños agujeros y
manchado, sé que no tenía recursos y para ella ese es su mejor vestido, me
duele ver que personas sean tan pobres y por eso quiero ayudarla.
Euge decide darse un baño, los pequeños ya están corriendo por todo el
patio jugando, Izan no deja de sonreír a carcajadas y gritar al mismo tiempo.
Me encanta que por fin tenga a alguien con quién jugar. Alessandro apenas
pasaba tiempo en casa y no podía jugar con él, yo lo hacía, pero llegaba un
momento que me cansaba y tenía que dormir… ahora lo entiendo todo… ya
estaba embarazada.
Micaela llegará este mediodía. Ha querido ir a ver a sus hijas y lo
entiendo, así que prepararé la comida con ayuda de Euge.
—El pimiento hay que hacerlo sofrito… y después se saca y haremos la
carne —le indico.
Hace lo que le pido, me fijo en los rasgos de su cara, me recuerda a
alguien y no tengo ni idea de quién se trata… tiene el cabello negro y
brillante. Es muy guapa, delgada… bastante delgada, sé que por la pobreza en
la que vivía no ha comido lo suficiente, la abuelita me lo dijo que por darle lo
mejor a su hijo, ella se lo quitaba. Pero aquí ella va a poder comer todo lo que
quiera y va a ser bien tratada.
Dejamos la comida ya preparada, queremos esperar a Micaela y nos
sentamos en el sofá del comedor a ver un programa de cotilleo que dan en la
tele.
—Buenos días. —Aparece William por la puerta.
—Buenos días —susurra Euge.
—¿Necesitan algo? —Ambas negamos, se disculpa y se va.
Mi barriga comienza a rugir, miro la hora y ya son las dos y media.
Alessandro sigue en su despacho, desde que ha llegado está haciendo cosas
en su ordenador y llamando por teléfono… ¡hola, rutina!, me digo a mí
misma.
—¿De cuánto estás embarazada? —pregunta Euge sonriéndome.
—De casi dos meses. —Le sonrío.
—Qué bonito… aún recuerdo yo cuando lo estuve de Martín. —Sonríe al
recordarlo—. ¿Cómo te está yendo el embarazo?
—Por ahora bien, menos las náuseas, todo genial. —Aplaudo contenta.
—Tu bebé ya tiene hambre —dice, cuando vuelve a rugirme la barriga.
—Sí, pero hay que esperar a una persona… —El ruido de la puerta hace
que nos giremos, ya ha venido Micaela.
Entra por la puerta, Izan que la ve, se dirige corriendo hacia ella… me
levanto para presentar a ambas… pero… Euge está sentada con los ojos
como platos y la boca muy abierta, sus manos tiemblan y una lágrima se
escapa de sus ojos.
—¿Mamá?
Miro a Euge. ¿De verdad ha dicho mamá? ¿Micaela no tenía solo dos
hijas? No estoy entendiendo nada… Micaela suelta rápidamente al pequeño
Izan, su cara es de asombro absoluto. Euge no deja de mirarla, ambas están
sorprendidas, aunque yo diría incluso, emocionadas.
Euge se levanta rápidamente y va corriendo hacia Micaela, donde ambas
se funden en un tierno abrazo. La emoción que corre por todas mis venas es
indescriptible, no me puedo creer que fueran madre e hija… ¡Martín es su
nieto! El pequeño está como fuera de lugar, no entiende lo que está pasando.
—Mira Martín… ella es mi mamá. —Le sonríe al pequeño que está a su
lado y le presenta a Micaela.
El niño le da dos besos y Micaela rompe a llorar, el cariño que tengo en
esta mujer no me impide ir y darle abrazos…
—Mamá, perdóname por favor… perdóname. —Solloza. Micaela agarra
fuerte a su hija y ambas se vuelve a abrazar llorando.
Sigo sin creerme qué está pasando. Alessandro sale del despacho y se
encuentra con toda esta situación, me mira extrañado y le mando señales para
que sepa que luego se lo cuento y él asiente. Viene a mi lado y me agarra por
la cintura y me lleva a su lado. Ambos disfrutamos del cariño que se tienen
Micaela y Euge, no dejan de sonreír…
Todos juntos nos sentamos en la mesa para comer, ahora somos
muchísimos más, he notado que aunque se alegren de verse, hay cierta
tensión en ellas.
—Vaya, no me imaginaba que fuerais madre e hija. —Sonrío.
—¡Sí! Mi querida mamá. —Sonríe orgullosa de ella, pero el gesto de
Micaela no me gusta nada, la observa y sigue comiendo.
A pesar de ser más en la mesa, la comida ha sido un poco tensa. Micaela
no ha hablado en ningún momento, ambas estaban juntas, pero era como si no
se conocieran. Algo pasa aquí.
Alessandro sigue encerrado en su despacho, no ha salido casi en toda la
tarde y cuando lo ha hecho ha sido para ver cómo estaba y si necesitaba
algo… con el embarazo está muchísimo más atento; si antes lo era… ahora
más, también quería asegurarse de que Izan estaba bien, una vez que lo ha
hecho, vuelve al despacho donde continúa trabajando.
Aprovecho que Micaela y no nos hemos quedado solas en el salón, Euge
ha ido al patio trasero con los niños… pero allí también está William…
—¿Qué te pasa? —le pregunto a Micaela.
—Nada… no me pasa nada, señorita… —Sonríe tristemente Micaela.
—Sé qué te pasa algo… ¿Por qué nunca me has dicho que tienes tres
hijas? —Se tensa—. Siempre me dijiste que solamente tenías dos… —
susurro y ella comienza a ponerse nerviosa.
—Porque no es mi hija… —susurra.
—¿Entonces, quién es? —pregunto extrañada, si no es su hija. ¿Quién es?
—Es la hija de mi hermana… yo la tenía adoptada desde los dos años…
—su voz se vuelve casi ronca, está a punto de llorar.
—¿Por qué? —Me mira y en sus ojos veo tristeza… tendría que haberme
callado, a veces soy muy bocazas.
—Mi hermana… —Respira una fuerte bocanada de aire— se murió…
esperaba su segundo hijo y en el parto murieron ella y el bebé… —Solloza—
dejando a Euge sola en esta vida…
—¿Y su padre? —Niega.
—Su padre no sabemos ni quién era… el novio que por aquel entonces
tenía, al morirse ella y el bebé, no quiso saber nada de Euge. Así que la
adopté yo… —Suspira.
—Vaya… no… no me puedo imaginar lo que ha podido pasar sin su
madre… —Si me pasa eso a mí me moriría—. ¿Hacía mucho que no la
veías? —Por su saludo parece que ha hecho mucho tiempo.
—Hace trece años que no sé nada de ella… se escapó de mi casa con tan
solo quince años… —Abro los ojos como platos. ¿Se escapó?—. Supongo
que ahora habrá cambiado… —susurra.
—¿Cambiado en qué? —su respuesta me hace dudar… ¿Y si no es la
persona que ha fingido ser? No dudo de su pobreza… pero ahora mismo, sí
de su nobleza.
No le da tiempo a contestarme Micaela cuando Euge aparece por la puerta
empapada de agua completamente, está temblando de frío. Detrás de ella
aparece Martín e Izan, el pequeño va completamente empapado desde los
pies hasta la cabeza, voy corriendo a darle a cada uno una toalla, pero Izan se
adelanta a mí… deja todo el suelo completamente mojado, y con lo torpe que
soy yo, acabo cayendo al suelo de culo.
Todos se asustan al ver mi caída, he intentado apoyarme con las manos al
caer, pero aún me he resbalado más.
—¡Erika! —grita Micaela.
Viene corriendo hacia mí, la pobre se ha llevado un susto. Yo, en cambio,
me he quedado sentada y con las piernas abiertas mirando para la pared. Las
manos se me han quedado magulladas, me duele el trasero horrores, y mi
corazón va a mil.
Mi italiano sale corriendo al escuchar a Micaela gritando, viene corriendo
hacia mí cuando me ve que intento levantarme del suelo. Micaela deja que
Alessandro me levante…
—Papi… mami Eika tene sangre… —susurra el pequeño Izan, los ojos de
Alessandro se abren como platos al ver de dónde procede la sangre.
Las piernas me flaquean… mi corazón se va a salir del pecho, las manos
comienzan a temblarme… en el charco hay sangre y mis pantalones y mi
ropa interior están completamente calados, llevo mis manos a mis pantalones
y hay sangre. Alessandro me mira preocupado, traga saliva y veo que le
cuesta respirar, comienza a ponerse nervioso. Micaela se dirige rápidamente
hacia la cocina donde coge el teléfono y llama a emergencias. Un dolor fuerte
aparece en mi vientre… esto no pinta nada bien y estoy empezando a
asustarme.
La ambulancia tarda poco tiempo en llegar, no dejo de manchar y estoy
tan asustada que las lágrimas empapan mis mejillas, todos a mi alrededor
están asustados.
Llegamos al hospital y nos pasan a una sala donde me hacen muchísimas
pruebas, piden que me relaje y me conectan un gotero en mi mano. Me siento
aturdida… con miedo… mi bolita… toco mi vientre, espero que no le haya
pasado nada. Alessandro se percata de ello y agarra mi mano, ambos nos
quedamos tocando a nuestra pequeña bolita. Sé que está preocupado, solo con
su mirada sé que tiene miedo.
—Tranquila… no pasará nada —me susurra, me acerca a él y deja un
suave beso sobre mi cabello.
Lo abrazo fuerte, no quiero soltarlo, solo con él me siento protegida, nos
pasan a una habitación, dice que quieren tenerme en observación. Todo esto
está empezando a preocuparme muchísimo más… si no fuera nada ya me
hubieran dado el alta…
—Alessandro… —susurro, se sienta a mi lado en la camilla—. Tengo
miedo… no quiero que le pase nada a bolita… —Besa mi frente y sollozo.
—No le pasará nada, mi amor—intenta tranquilizarme, pero sé que él
tampoco está tranquilo—. ¿Cómo te has caído? —Ya me estaba extrañando
que no me preguntara.
—Euge, Izan y Martín entraron del patio e iban completamente
empapados de agua. —Asiente, estaban así porque no ha dejado de llover—.
Yo fui a por toallas…
—¿Que tú fuiste a por las toallas? —alza la voz—. Tú no tenías que haber
ido a por nada, de eso se tiene que encargar Micaela. —Está empezando a
cabrearse.
—Ya lo sé, cariño… solo es que ella estaba mal… me estaba contando
una cosa —susurro.
—¿Y cómo estás tú ahora? Mírate… espero que a bolita no le haya
pasado nada, si no, Micaela y su hija y el niño, tendrán que buscarse otro
trabajo. —¿Qué? ¿De verdad está diciendo esto?
—Alessandro… no ha sido culpa de ellos, yo he sido la que he querido ir
a por las toallas… Izan se me adelantó y sin querer pisé el charco que había
formado… y me resbalé. —Comienza a ponerse rojo de ira, está demasiado
cabreado.
—¿No te das cuenta de que con lo que has hecho has puesto la vida de
nuestro bebé en peligro? —Nunca antes lo había visto tan preocupado.
—Lo… lo siento… yo…
Entra una doctora por la puerta, Margaret pone en su placa, su expresión
seria no me gusta. Alessandro ha empezado a ponerse más tenso y más
nervioso.
—¿Cómo está mi hijo? —exige saber, habla con autoridad.
—Su hijo está…
Las manos me tiemblan, el corazón me va a mil por hora… siento mi
boca seca y palpitaciones en el pecho… el estómago comienza a removerse,
mis manos se vuelven sudorosas, pero frías. Alessandro tiene la mirada
penetrante en la doctora, queriendo saber ya, qué ha pasado con bolita.
—Doctora, por favor… dígame qué ha pasado con mi bebé —espeta
bruscamente, doy un sobresalto en la camilla ante su comentario.
—Ha salido negativo —dice la doctora. ¿Negativo? ¿He perdido a bolita?
Mi ritmo cardíaco se acelera.
—¿Qué quiere decir, doctora? —Pasa sus manos por su cara, está
desesperado.
—Según la prueba, Erika ha perdido a su bebé. —Todo el mundo se me
viene encima «ha perdido su bebé», las palabras retumban en mi cabeza,
desolándome… rompiéndome por dentro… todo se queda hecho pedazos.
Mi chico comienza a dar vueltas por toda la habitación, mi mirada está
perdida… Soy estéril… soy estéril… todo por mi culpa… miro a Alessandro,
tiene los ojos rojos… tiene ganas de llorar y eso me está destrozando aún
más. Me acerco a él para darle un abrazo… pero me lo niega, bruscamente
me aparta de su lado. Las lágrimas comienzan a brotar por mis mejillas… lo
he fastidiado todo.
La doctora se marcha sin decir nada, estamos completamente desolados…
lo he perdido… he perdido a mi bolita… el aire comienza a entrar con
dificultad en mis pulmones, tanto, que comienzo a marearme… las náuseas
vuelven a apoderarse de mí.
Voy corriendo con dificultad como puedo al baño, no me doy cuenta del
gotero, hasta que siento como este se quita rápidamente de mi brazo, el dolor
que siento al arrancarse de mi brazo es intenso… pero no es nada comparable
con el que siento en mi corazón.
Vomito… y así hasta cuatro veces, las lágrimas brotan por mis mejillas…
estoy sentada en el suelo apoyada en el retrete, no tengo fuerzas ni ánimos
para levantarme.
—Ahora vengo —me indica Alessandro, sin mirarme… sé que esta
cabreado conmigo todo ha sido por mi culpa… sale por la puerta cerrando de
un portazo y me deja sola.
Me levanto como puedo del suelo, me tambaleo un poco y salgo del baño,
me siento pequeña en esta habitación. Llamo a una de las enfermeras, para
saber dónde está Alessandro, pero me dicen que no lo saben, salió
cabreado… ¿Dónde se ha ido? ¿Se habrá ido con Emma? ¿Me habrá dejado?
Los miedos inundan mi mente…
Me tumbo en la camilla esperando a que mi chico llegue, pero no lo hace.
Ya ha pasado más de una hora que se ha ido, llamo a su móvil, da tono de
llamada… pero cuelga… me siento sola… mi vida se ha ido a la mierda, todo
se ha ido… todo lo he perdido…
Pasan las horas y Alessandro sigue sin aparecer, llamo a Micaela y no
está en casa ¿Dónde se habrá metido? Me pregunta cómo estoy… no quiero
decirle nada por teléfono, sino en persona. Sabe que algo malo ha pasado, sus
ánimos me reconfortan… pero me falta él.
La puerta de la habitación se abre y aparece mi italiano, corro a abrazarle,
le he echado mucho de menos… lo necesito a mi lado…
—No —espeta bruscamente, parándome para que no lo abrace—. Ahora
no. —Su mirada sigue estando perdida… inyectada en sangre y su aliento…
ha estado bebiendo.
—¿Por qué has bebido? —Me preocupa que por mi culpa caiga en la
bebida.
—No te importa —contesta cortante, todo el vello de mi piel se eriza ante
esa cortante contestación.
—No… no… no te hecho nada para que me hables así —susurro.
—¿Que no me has hecho nada? —grita y yo doy un sobresalto—. ¡Joder
Erika!, has perdido a nuestro bebé… ¿por qué tenías que ir a por la puta
toalla? ¿Cuándo pensabas decirme que podías ser estéril si lo perdías? —me
espeta y su mirada y la mía se encuentran. Solo hay odio… rencor.
—Pensaba… pensa…
—¡Tú nunca piensas las consecuencias! —grita todavía más fuerte—.
Eres inconsciente, una inmadura…
Las lágrimas vuelven a brotar por mis mejillas, siento que todo se ha
roto… mi bolita… nosotros… mi corazón, la ansiedad se apodera de mí…
me cuesta respirar, las piernas me flaquean… pero nada de eso importa, estoy
completamente vacía y rota.
Pasa por mi lado sin rozarme, su forma de hablarme me ha descompuesto,
me ha hecho añicos… necesitaba su apoyo… lo necesitaba a él.
Entra una enfermera por la puerta, Alessandro se sienta en el sillón que
está en la otra punta de la habitación, yo sigo de pie sin poder moverme, me
he quedado paralizada completamente… hundida…
—Señorita Erika tiene que descansar —me ordena la enfermera, se da
cuenta de que me he arrancado el gotero y me lo vuelve a poner.
Me tumbo en la cama y apagan las luces de la habitación, desde aquí
puedo ver a mi chico… está contemplando la luna, el brillo da en su precioso
rostro, un rostro triste y descompuesto… todo ha sido por mi culpa, me repito
una y otra vez… bolita se ha ido…
Los minutos pasan… las horas… no puedo dormir, acaricio una y otra
vez mi vientre, sé que Alessandro no puede dormir, veo cómo parpadea sus
pestañas en el reflejo… cómo suspira y cómo varias veces… ha tenido que
secarse las lágrimas de sus ojos… estábamos ilusionados… esperanzados… y
ahora solo estamos rotos.
—Lo… lo siento —susurro, sé que me está escuchando y no quiere hablar
conmigo—. Sé que ha sido mi culpa… tenía que haber llevado más cuidado.
—Se remueve en su sillón—. He sido una idiota… ya nunca podré darte una
familia —esas palabras hacen que se haga un nudo en mi garganta… un nudo
que lentamente me está asfixiando—. Te mereces a alguien mejor…
Suspira y se vuelve a remover en su asiento. Está inquieto, no sabe cómo
ponerse… no dice nada, solo suspira. Las lágrimas brotan por mis mejillas
nunca antes había dejado de hablarme… le importaba mucho nuestra bolita…
—Lo siento… —vuelvo a susurrar—. Te quiero… pero te mereces algo
mejor —las palabras hacen daño a mi destrozado corazón.
—Lo sé… —espeta, se ha dado cuenta… se ha dado cuenta de que no
sirvo para él… que él es increíble y yo una idiota que ha destrozado el futuro
de los dos.
—Te amo… —susurro, aunque se merezca algo mejor no quiero que se
olvide que siempre será él—. Siempre serás tú. —Sollozo.
—Lo has fastidiado todo —susurra—. Íbamos a tener una familia. —Se
gira para mirarme, aunque sé que no me ve—. Íbamos a ser felices… me has
destrozado, Erika… no tenías por qué… —Muerde su labio inferior—. Me
has hecho pedazos. —Solloza.
Ambos lloramos silenciosamente en nuestro sitio, ambos estamos
desolados, me parte el alma escuchar cómo absorbe su nariz… ver en el
reflejo cómo seca sus lágrimas… nunca antes lo había visto así… nunca antes
ni con su pasado estaba tan triste… iba a ser nuestra bolita, nuestra alegría y
felicidad y ahora… el motivo de nuestra relación rota.
Las horas pasan y ninguno de los dos hablamos, la habitación es fría y
triste… Alessandro se ha quedado dormido, pero yo… no puedo perdonarme
que haya perdido a mi bolita y a la persona que más quiero en esta vida.
Voy al baño, me siento en el retrete donde hago mis necesidades…
cuando me limpio, el corazón se me congela… la respiración se me para…
sangre otra vez.
Me levanto corriendo y salgo en busca de una enfermera.
—Por favor, ayuda. —Estoy muy asustada, tengo el corazón que se me va
a salir del pecho—. Tengo sangre otra vez…
—Relájese por favor… —me pide la enfermera—. Es normal, ahora
vuelve a tener su periodo durante cuarenta días —me explica y yo asiento.
Vuelvo a la habitación, donde la luz está enchufada… Alessandro no me
quita la vista cuando entro por la habitación, sus ojos están rojos e inyectados
en sangre… ahora más que nunca, lo he destrozado. Un escalofrío recorre
todo mi cuerpo, ante su mirada penetrante, sé que me odia, no hace falta que
me lo diga para saberlo.
—Acaba de informarme una enfermera que ha echado sangre. —Entra la
doctora—. Me gustaría volver a hacerle la prueba, siempre es mejor una que
dos y ya han pasado varias horas de la otra. —Una pequeña esperanza me
inunda mi interior.
—De nada sirve, doctora… ya lo ha perdido —susurra Alessandro,
abatido.
—Muchacho, aquí nada está dicho hasta que no se haga esta prueba. —
Me pincha la doctora con una aguja y saca sangre—. Esta es la prueba más
exacta que la de orina, la de orina ha salido negativa… a ver qué sale con
esta. En unos minutos estará el resultado —anuncia.
La doctora se marcha con mi sangre para analizarla.
—Alessa…
—No digas nada… no quiero hablar contigo ahora… —me espeta
bruscamente y yo me hago pequeñita ante su tono de voz.
—Ha dicho que a lo mejor…
—¿Que a lo mejor qué? Erika, por favor… deja de ser tan ingenua… —
Se levanta y me mira seriamente—. Se acabó… todo se acabó.
—¿El qué se ha acabado? —Me da miedo su contestación.
—Nosotros, se ha acabado —dice cortante, el alma se me cae a los pies.
—Por favor… no.… —Sollozo, me levanto y me pongo delante de él—.
No… no me dejes —le imploro—. Podemos intentarlo… podemos ser felices
—le prometo, agarro su mano, pero solo la tengo menos de cinco segundos,
cuando la quita.
—¿Felices? Felices era cuando íbamos a ser padres… cuando nos
íbamos a casar… cuando se supone que tú no ibas a ser estéril… —Me echa
la culpa de quedarme estéril.
—Alessandro…
Coge su chaqueta del sillón y sale por la puerta, otra vez dejándome
sola… mucho más destrozada, ya ha dicho mi mayor miedo… me ha
dejado… el miedo que tenía se ha cumplido… por mi culpa.
Me tumbo en la cama a la espera de los resultados. Entra la doctora y se
extraña al no ver a Alessandro, me siento en la cama y agarro fuerte la
almohada… me da miedo su respuesta…
—¿Su pareja? —pregunta y yo niego—. Bueno, no le quiero hacer más
esperar. —Me entrega un sobre blanco—. Dentro tiene los resultados, quiero
que lo lea tranquila. Si necesita algo, avíseme.
Abro con dificultad el sobre, las manos me tiemblan… todo mi cuerpo
tiembla, incluso mi labio inferior… leo todo el documento hasta que llego a
lo importante: «PRUEBA DE EMBARAZO = POSITIVA». ¿Positiva? ¿Sigo
estando embarazada?
Las lágrimas comienzan a rodar por mis mejillas, pero ahora de
felicidad… Alessandro tiene que saberlo, lo nuestro no ha acabado, hace ya
una hora que se marchó, seguro que estará por el hospital… llamo a su móvil
que tras dos tonos lo cogen.
—¿Dígame? —contesta una mujer… Emma.
TODO LO TENÍAS Y TODO LO HAS PERDIDO
«ALESSANDRO»
Este mensaje me hace dudar… ¿Creerá Liam que todavía siento algo por
él? Espero que no… la última vez que lo vi, todo lo que sentía por él era
lástima… odio… pero… tengo un sentimiento encontrado, algo de lo que no
sentía desde que conocí a Alessandro y ha vuelto a mí al verlo hoy. ¿Le sigo
queriendo?
Llego hasta la dirección que me dio Liam, es un bajo comercial, está
bastante bien. Abro con la llave que me dio, aquí es donde trabajaré. Entro y
el polvo inunda mis fosas nasales… madre mía cómo está esto… todo sucio,
le doy al interruptor y es un espacio bastante grande, un mostrador en un
lateral, se supone que ahí es donde estaré yo.
—Hola… Erika ¡Estás muy guapa! —dice Liam cuando entra por la
puerta.
—Buenos… buenos días. —Estornudo.
—¡Salud! —Sonríe—. Vaya, cómo está esto… —Pasa un dedo por el
mostrador.
—Sí, le hace falta un poco de limpieza. —Pongo los ojos en blanco.
Después de dos horas, el servicio que ha contratado de limpieza ya ha
terminado, menos mal, estaba con el nervio en el estómago. No me
acostumbro a estar cerca de Liam, no, después de saber todo lo que hemos
pasado.
Ambos nos vamos a nuestros puestos de trabajos, la tensión se puede
palpar en el aire, no sé cómo saldrá esto de que sea su secretaria ni cómo lo
llevaremos.
El día ha sido largo, he estado casi todo el tiempo sola, me ha llamado la
atención dos mujeres guapas que han entrado a la empresa… según venían, a
ver a su amigo… este soltero se lo está pasando realmente bien, no sé por
qué, pero no me molesta ni me pongo celosa… sino que me incomoda…
Hace tres meses que no sé nada de Alessandro, creo que me ignora y por
eso se ha cambiado el teléfono, me preocupa… porque no sé cómo informarle
de nuestra bolita, escribí cartas y cartas, pero ninguna me convencía…
pregunté a Marta y me negaba las llamadas… no sé qué mosca le ha picado a
ella, pero su comportamiento no me está gustando nada. Liam cada día es
más cariñoso… más atento… más como era antes… y eso me está gustando y
a la vez me da miedo, mi barriga comienza a abultarse y temo que pronto
tendrá que enterarse, ya estoy de cuatro meses…
—Cariño, acuérdate, mañana tenemos ginecóloga —me dice mi madre
cuando nos está sirviendo la cena.
—Gracias, mamá… no me acordaba. —Con el día que he tenido hoy en
el trabajo sin parar, como para acordarme.
—¡Mañana nos dirán qué es! —dice mi madre orgullosa, sé que están
todos ilusionados… mi bolita va a ser muy feliz.
—A ver si se deja ver… —Acaricio mi vientre.
Mi mamá y yo esperamos impaciente en la sala de espera, hemos
decidido por una de pago, con lo que estoy cobrando, me lo puedo permitir…