El Sistema Político en México, Carbonell PDF
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CAPÍTULO SEGUNDO
EL SISTEMA POLÍTICO MEXICANO: LA ETAPA CLÁSICA
CAPÍTULO SEGUNDO
EL SISTEMA POLÍTICO MEXICANO: LA ETAPA CLÁSICA
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29 En este punto cabe resaltar lo dicho por Jean François PrudHomme, quien afirma que “ si
bien estos elementos contribuyen a caracterizar a grandes rasgos, el funcionamiento del sistema en su
expresión clásica, no hay que considerarlos de manera estática pues su solidez siempre ha sido mati-
zada por la dinámica de la administración del cierre y de la apertura y de la movilización social. En
ciertos momentos, la debilidad de algunos de estos pilares ha sido mayor que la de otros” . PrudHom-
me, Jean-François, “ Elecciones, partidos y democracia” en Durand Ponte, V. M. (coord.), La cons-
trucción de la democracia en México, México, Siglo XXI Editores-ILET, 1994, p. 31.
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pa clásica” del sistema político. Incluso entre los académicos y los estu-
diosos de la política en México no existe consenso —más bien todo lo
contrario— sobre la conclusión de este periodo y el inicio del proceso de
transición política en el que se encuentra inmerso, todavía hoy, el país.
Así, para limitar el estudio de esta etapa vamos a establecer como el
periodo clásico, es decir, el espacio en el cual el régimen posrevoluciona-
rio funcionó sin mayores contratiempos y con un consenso casi absoluto,
el lapso que transcurre desde 1940 hasta 1982, año en el que se produce
una crisis económica mayor, que obliga a replantear una serie de elemen-
tos —antes indiscutidos— no sólo en lo económico, sino también en lo
político. Por último, no podemos dejar de lado una cuestión: a pesar de
darle validez al análisis que llevaremos a cabo hasta 1982, debe tenerse
en cuenta que por lo menos desde 1968 el régimen viene “ arrastrando”
una serie de problemas y crisis de diversa índole y un creciente desgaste
en sus instituciones.
1. La presidencia
A. El presidencialismo
En España, señores, a pesar de que hay un
rey, yo creo sinceramente que aquel rey de
España había de querer ser presidente de la
República Mexicana, porque aquí tiene más
poder el presidente que un rey, que un empe-
rador.
Pastrana JAIMES
a. Introducción
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b. El poder de la presidencia
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34 Un claro ejemplo de esta “ inactividad” del control por parte del Legislativo lo tenemos du-
rante la revisión de la cuenta pública de 1976, año en el que el Ejecutivo federal contrató deuda por
un monto 44.8 por ciento superior al autorizado, sin que el Legislativo ejerciera sus facultades de
sanción; por el contrario, hizo caso omiso a las irregularidades y aprobó dicha cuenta pública. Véase
Carpizo, Jorge, op. cit., nota 32, p. 149.
35 Béjar, Luisa, “ El papel de la legislatura en el Sistema Político Mexicano” , Estudios Políti-
cos, México, núm. 6, enero-marzo de 1995, p. 203.
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36 Casar, María Amparo, “ Las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Legislativo: El caso de
México” , Política y gobierno, México, vol. VI, núm. 1, primer semestre de 1999, p. 91. Igualmente,
de la misma autora véase “ Las bases político-institucionales del poder presidencial en México” , Polí-
tica y gobierno, vol. III, México, núm. 1, primer semestre de 1996.
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gulaba el acceso a un amplio espectro de rotación de puestos, desde los gobiernos municipales a los
estatales y al federal” . Cit. por Romero, Jorge Javier, “ Las instituciones políticas desde un nuevo
ángulo” , en Merino, Mauricio (coord.), La ciencia política en México, México, CNCA-Fondo de
Cultura Económica, 1999, p. 259.
39 Carpizo, Jorge, op. cit., nota 32, p. 227; también resulta útil en este punto, Carbonell, Miguel,
“ Poder judicial y reforma del Estado en México” , Diálogo y debate de cultura política, México,
núm. 7, enero-marzo de 1999, p. 37 y ss. Acerca de su independencia e imparcialidad, Elisur Arteaga
afirma que los jueces: “ Pierden ésta (la imparcialidad) cuando están de por medio los intereses del
grupo gobernante... asumen su papel de inquisidores y vengadores. No importa el derecho. Castigan
sin mayores pruebas y dictan sus sentencias cuando así conviene al grupo gobernante y no cuando
deben hacerlo por mandato constitucional” , cit. por Arceo Corcuera, Álvaro, “ Los partidos políticos
ante la reforma al Poder Judicial” , Diálogo y debate de cultura política, México, núm. 7, enero-mar-
zo de 1999, p. 94.
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La estricta limitación del mandato presidencial hizo que los atributos que
hasta entonces habían recaído sobre las personalidades de los caudillos se
trasladaran prácticamente intactos al espacio institucionalizado. El presi-
dente es árbitro incuestionado, aunque no neutral, en las disputas entre los
distintos componentes del partido oficial, casi la totalidad de los actores
incluidos en el sistema político. La aceptación de la autoridad presidencial
40 Crespo, José Antonio y Sahni, Varun, “ India y México, sus partidos dominantes. Del domi-
nio al agotamiento” , Enfoque, suplemento del periódico Reforma, núm. 234, 12 de julio de 1998, p.
10. Sobre la evolución del Poder Judicial mexicano véase Cárdenas Gracia, Jaime, “ El Poder Judicial
en transición” , en Merino, M. (coord.), La ciencia política en México, México, CNCA-Fondo de
Cultura Económica, 1999.
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f. Corolario
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El proceso sucesorio resulta ser, además del límite más drástico (institucio-
nal y políticamente) del presidencialismo mexicano, el proceso político
más crítico para la estabilidad del sistema presidencial. Si el sistema tiene
una situación de vulnerabilidad, un punto débil, éste se ubica en el momen-
to final del cargo y en la transmisión del poder. Sin la existencia de otras
condiciones de resguardo, el proceso sucesorio tiende a ser de alto riesgo,
por ser la ocasión para enfrentamientos más radicales y agresivos, debido a
la magnitud de la apuesta en juego y en ocasión de un inevitable debilita-
miento de los controles.43
Las reglas bajo las que operó todo este mecanismo de transmisión del
poder fueron establecidas con prontitud: la principal faceta de este dispo-
sitivo fue creada entre los años de 1935 y 1940. En 1935, al poner fin a la
influencia política de Calles, Cárdenas establece a la presidencia de la Repú-
blica como el gran poder, como la autoridad máxima. Fiel a esta idea, el
general michoacano la abandona al finalizar su mandato en 1940. Sin em-
bargo, antes de su retirada reservó para la presidencia la facultad de nom-
brar a su sucesor: ni a los miembros de la “ familia revolucionaria” , ni
menos aún a los ciudadanos, se les reconoció el derecho de intervenir o
de contrariar la decisión tomada por el presidente. En este punto el patri-
monialismo del régimen priísta adquirió su nivel más alto. El jefe del Eje-
cutivo se convirtió en una especie de depositario único de la soberanía
política, reservándose como un derecho exclusivo la designación de su
substituto, algo parecido a una forma de heredar en línea directa el poder.
Pero, en particular, ¿cómo es que se llevó a cabo este ritual suceso-
rio? Principalmente a través de dos figuras propias del “ folklore” político
mexicano, casi irrepetibles: el tapado y el dedazo.
El tapado jugaba un papel muy importante para la consecución de la
estabilidad y el orden del proceso sucesorio. Fue central como elemento
unificador y de disciplina de la clase política. El tapadismo era un ingre-
diente vital en el dispositivo de control; nadie sabía bien a bien quién se-
ría el candidato y, por tanto, podría ser cualquiera: así, todos tenían que
comportarse a la altura de las circunstancias, por si acaso. Esta institu-
ción aseguraba la unidad y disciplina al interior del PRI. El elemento cla-
ve para su correcto funcionamiento fue que ningún posible candidato re-
velaba de una forma abierta su deseo por competir y de llegar a ocupar la
presidencia. Los diversos sectores y corrientes políticas que integraban al
partido no tenían que hacer públicas, tampoco, sus preferencias acerca de
un candidato u otro. De este modo, podría preservarse hasta el final la
apariencia de unanimidad, evitando turbulencias y jaloneos entre grupos
y, a su vez, asegurar la estabilidad y legitimidad del régimen. Aunque su-
mamente elemental e incluso rudimentario, todo este procedimiento re-
sultó excepcionalmente eficaz y funcional a través del tiempo.
Por otro lado, se encontraba el dedazo, es decir, la capacidad deci-
soria prácticamente ilimitada del titular del Ejecutivo acerca de quien se-
ría su sucesor. Antes de que esta decisión fuera tomada, se producía una
lucha a muerte entre los personajes más importantes del gabinete presi-
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2. El partido oficial
A. Introducción
Por lo menos desde 1940, el partido oficial ha sido mucho más que
un simple partido político. Ha aspirado a ser la totalidad y a abarcar todo
el espectro político. De izquierda a derecha, fue el principal recipiente, la
caja de resonancia en la que se procesaban prácticamente todas las dispu-
tas y los conflictos de la clase política nacional, y los del régimen en su
conjunto. Desde su nacimiento, fue concebido como un brazo para la ac-
tuación del Estado. Surgido desde la cúspide, funcionó para administrar
el poder y asegurar la sucesión ordenada de éste.
Un partido, primero de cuadros o élites y después de masas, que co-
hesionó al grupo político triunfante y revirtió la atomización y el disgre-
gamiento de la dirigencia político-militar surgida del movimiento revolu-
cionario. Nacido del establecimiento de un pacto de los grupos políticos
más representativos, suscrito desde el centro, con la finalidad expresa de
subordinar a la periferia. Desde esta perspectiva, el PRI nunca ha sido un
verdadero partido político en competencia e igualdad de condiciones con
otros. Pero tampoco ha sido un bloque cerrado. En su seno conviven las
corrientes ideológicas más disímbolas, sometidas, todas, a las mismas re-
glas del juego: a la subordinación frente a la autoridad omnipotente del
presidente de la República. Así, ha sido, a la vez, muchos grupos en dis-
puta por el poder y la gran caja negra donde se ha dado la mayor parte de
la concertación política.
El partido oficial se transformó —y así funcionó durante muchos
años— en un partido de tipo hegemónico. Fue una institución que sin
caer en un sistema de partido único —propio de los sistemas totalitarios y
de la mayoría de Estados que atraviesan por una revolución—, se consti-
tuyó como un monopolio de facto que copó todos o casi todos los espa-
cios políticos. Su predominio no permitió que la oposición se desarrolla-
se: impidió sistemáticamente el crecimiento opositor. En este tipo de
sistema, el partido hegemónico goza de condiciones en extremo favora-
bles que implican la negación de la competencia electoral como tal.
El partido, además de convertirse en una especie de correa de trans-
misión y de legitimación de las decisiones tomadas desde la cúspide del
poder, desempeñó un papel de capital importancia dentro del sistema po-
lítico. Sobre él recayeron una serie de funciones primordiales para el ade-
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45 Sartori, Giovanni, Partidos y sistemas de partidos, 2a. ed., Madrid, Alianza Editorial, 1992,
pp. 276 y 277. Páginas más adelante, este autor afirma: “ México se destaca, por ahora, como caso
muy claro y bien establecido de partido hegemónico-pragmático” , p. 279.
46 Crespo, José Antonio, ¿Tiene futuro el PRI? Entre la supervivencia democrática y la desin-
tegración total, México, Grijalbo, 1998, p. 45. En otra de sus obras, este autor afirma: “ ...el régimen
de partido hegemónico que surgió en México como consecuencia de la revolución de 1910 tiene un
doble parentesco: a) en primer lugar, el PRI tuvo una similaridad con los sistemas de partido único,
como los del bloque socialista, en virtud del monopolio virtual que ejercieron tales partidos sobre la
política y el hecho de que éstos mantuvieran vínculos orgánicos con el Estado, lo que garantizaba su
permanencia en el poder mientras el régimen lograra perdurar; b) en segundo, el PRI mostró similitud
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con los llamados sistemas de partido dominante, en los que un partido controla el gobierno por varias
décadas consecutivas, pero a partir de mecanismos que, no siendo incompatibles con la democracia,
pueden encontrarse parcialmente en la dinámica mexicana. En este sentido el PRI, como partido he-
gemónico, ha sido una especie de ’híbrido’ entre un sistema de partido dominante al estilo japonés,
indio o sueco y otro de partido único, como el soviético, el polaco o el húngaro” , Fronteras democrá-
ticas en México. Retos, peculiaridades y comparaciones, México, Editorial Océano-CIDE, 1999.,
p. 16.
47 Por un sistema con un partido de Estado, se entiende cuando: “ el partido gobernante forma
un solo cuerpo con el aparato administrativo y coercitivo del Estado, actúa como su órgano político,
obtiene sus recursos de las finanzas del Estado y excluye la posibilidad de alternancia de otros parti-
dos en el Poder Ejecutivo o en la formación de una mayoría en el Poder Legislativo” , Gilly, Adolfo,
cit. por Crespo, José Antonio, “ La evolución del sistema de partidos en México” , Foro internacional,
núm. 124, México, abril-junio de 1991, p. 603.
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D. Corolario
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Sin embargo, en este punto surge una contradicción, una gran parado-
ja. Si el PRI, el partido oficial, tiene un carácter hegemónico y ejerce un
57 Molinar Horcasitas, Juan, El tiempo de la legitimidad..., op. cit., nota 13, pp. 8 y 9.
58 Castañeda, Jorge G., op. cit., nota 43, pp. 444-446.
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59 Zaid, Gabriel, Adiós al PRI, México, Editorial Océano, 1995, p. 147. El propio Zaid continua
diciendo que: “ El fraude es necesario para asegurar el control, no sólo frente a los votantes y la opo-
sición, sino frente a los propios miembros del sistema. Para que el sistema se mantenga como el único
dueño de la clientela. Para que los concursantes sepan a quién le deben su carrera y a quiénes deben
de ganarse. Para que no haya duda alguna de que se llega al poder por el concurso interno, no por el
voto popular, aunque se gane el voto popular” p. 148.
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4. La oposición política
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brindar legitimidad democrática, en los sistemas de partido hegemónico se adjudica algunas funcio-
nes complementarias a la oposición. Incluso aceptando su verdadera autonomía respecto del gobierno
—o precisamente por eso mismo—, los partidos de oposición permiten canalizar por vía institucional
el descontento, la irritación y la disidencia de ciertos grupos hacia el régimen, reduciendo el atractivo
a los medios extralegales de protesta por ser éstos más riesgosos para la estabilidad y más difíciles de
controlar” , Crespo, José Antonio, Fronteras..., op. cit., nota 46, p. 92.
61 Crespo, José Antonio, “ La participación electoral de oposición en México: Motivos reales y
formales” , Anuario Jurídico, núm. XVIII-1991, México, UNAM-Instituto de Investigaciones Jurídi-
cas, 1992, pp. 71 y 72, y “ La transición mexicana” , Crónica legislativa, núm. 10, agosto-septiembre
de 1996. Este entramado introdujo importantes incentivos para el mantenimiento de la hegemonía
priísta. De hecho, “ la capacidad de cooptación del sistema, la enorme heterogeneidad de grupos e
intereses representados en el Partido Revolucionario Institucional y la presencia permanente del fan-
tasma del fraude y/o de la represión para quien se inconformara con fuerza política por la vía electo-
ral, generó un poderoso incentivo para hacer política dentro del PRI y con las reglas del sistema” .
Lujambio, Alonso, “ De la hegemonía a las alternativas: Diseños institucionales y el futuro de los
partidos políticos en México” , Política y gobierno, México, primer semestre de 1995, p. 48.
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La primera busca socavar las bases de legitimidad del régimen priísta, para
poco a poco dar paso a un sistema plenamente democrático y competitivo.
La segunda proporciona de facto la legitimidad democrática que el régimen
necesita para sobrevivir, y abre canales institucionales de expresión al des-
contento ciudadano. Este segundo punto se ha traducido en la continuidad
del autoritarismo mexicano, precisamente lo contrario de lo que se busca-
ba. En ello consiste la mayor paradoja de la oposición en México. Buscan-
do minar la continuidad del régimen autoritario, la participación institucio-
nal de la oposición la ha ampliado y fortalecido.62
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6. El funcionamiento de la economía
66 Stewart, Frances, “ La insuficiencia crónica del ajuste” en Bustelo, E. y Minujín, A., Todos
entran. Propuesta para sociedades incluyentes, Santa Fé de Bogotá, UNICEF-Editorial Santillana,
1998, pp. 33 y 34.
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pendían de él— con el gobierno; para ello, la autoridad contaba con innu-
merables instrumentos y mecanismos: monopolios, subsidios, protección
de importaciones, concesiones, franca corrupción. Bajo este acuerdo to-
das las partes ganaban: jugosas rentas y poder para ambos y, además,
control y sujeción del sector empresarial.
Más aún, el sistema político y el económico se complementaban uno
al otro, ya que el poder desmesurado de la presidencia aunado al partido
oficial y su red corporativa controladora de las diversas demandas, estu-
vieron sustentados y se apoyaron en la bonanza producida por dicho mo-
delo de desarrollo. Durante este periodo rigió un esquema económico que
perseguía la industrialización de forma protegida, basada en la sustitución
de importaciones, en donde la inversión y el gasto público eran en reali-
dad el motor del desarrollo económico. Este patrón, creado en la década
de los cuarenta y perfeccionado durante los años subsecuentes, resultó su-
mamente exitoso, al punto que se le conoció como el milagro mexicano.
Los resultados, como ya se dijo, fueron un crecimiento, por lo menos du-
rante treinta años, de alrededor del seis por ciento del PIB, junto con una
inflación reducida; todo ello, pues, fue una de las bases que hizo posible
el esplendor del régimen priísta durante la etapa clásica.
De este modo, una economía en constante progreso —aportando cre-
cientes recursos a la sociedad y al aparato estatal— era un factor de des-
movilización política y el lubricante perfecto para un funcionamiento eficaz
del sistema autoritario de dominación. Así, el desarrollo de la sociedad a
través de la expansión económica fue el complemento imprescindible del
entramado político-institucional del régimen posrevolucionario.
1. El carácter autoritario
67 Linz, Juan J., “ Una teoría del régimen autoritario. El caso de España” en Paine, Stanley G.
(ed.), Política y sociedad en la España del siglo XX, Madrid, Akal Editor, 1978, p. 212. En igual
sentido, S.E. Finer caracteriza a un sistema político como autoritario cuando “ Los métodos de deci-
sión mediante el debate público y la votación son suplantados en gran medida o por completo, por la
decisión de las autoridades; los gobernantes disponen de suficiente poder como para ignorar las limi-
taciones constitucionales; y la autoridad que afirman tener no deriva necesaria ni habitualmente del
consentimiento de los gobernados, sino de alguna cualidad especial que ellos solos poseen” . Cit. por
Escobedo Delgado, Juan Francisco, Resonancias del México autoritario, op. cit., nota 12, p. 12.
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2. El corporativismo
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69 “ No habiendo consenso entre la clase política y la clase económica, ya que incluso puede
haber ciertas contradicciones entre facciones de esas clases, la tendencia que puede observarse es más
hacia la complementariedad de intereses que hacia la confrontación. El Estado tiene mecanismos para
controlarla, pero la clase económica tiene también el poder del capital para frenar iniciativas de corte
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rados pero pasivos; el régimen implementó hacia ellos una serie de políti-
cas que los beneficiaron, cuya finalidad era o bien incorporarlos al parti-
do o mantenerlos pasivos, pero apoyando al sistema. En concreto, la es-
tructura del PRI llega a estos grupos por conducto de las organizaciones
de colonos y por medio de los servicios que gestionan los propios miem-
bros del partido oficial, ya sea la tenencia de la tierra, agua, pavimento,
luz, drenaje. Es decir, servicios vitales para la población que, a su vez,
son muy difíciles de proporcionar por organizaciones ajenas al aparato
estatal.
Respecto a los grupos disidentes, el régimen echó mano a un sinfín de
recursos políticos. De entrada, se entablaba una negociación y concilia-
ción entre los líderes de estos grupos y los representantes oficiales, con la
finalidad de lograr convencerlos y que se acercaran a los canales oficiales
tradicionales; si esto concluía de forma exitosa el sistema podía tolerar
incluso cierto grado de autonomía relativa por parte de estos movimien-
tos; es decir, el régimen recurre en un primer momento a la cooptación y
a negociar. En cambio, si esto no tiene éxito, se puede llegar en un caso
extremo a la represión y al encarcelamiento de los líderes. Así, el Estado
aplica una política de pan o palo hacia estos sectores.
Este apoyo-control de las mayorías no sólo alimentó la hegemonía
del grupo en el poder, sino que —necesariamente— tenía que resultar be-
néfico para ambas partes. Sin contar con ciertas ventajas, los sectores cor-
porativizados pronto hubieran buscado romper con este molde que los
aprisionaba. El corporativismo, en el fondo, tuvo un importante aliciente
político y económico para los diversos grupos: este arreglo presupone, sin
duda, que los intereses de las bases, los grupos y de los movimientos
sean, en cierta forma, recompensados y satisfechos por el régimen. Es de-
cir, se cimentó en una especie de intercambio: apoyo político y sumisión
a cambio de prebendas y privilegios de todo tipo.
Dichos incentivos o apoyos se estructuraron, siguiendo lo dicho por
Jaime Cárdenas, a partir de cuatro categorías: apoyos políticos, económi-
cos, sociales y legales. Entre los de tipo político destaca el apoyo presta-
do por el régimen a las organizaciones oficiales frente a la disidencia in-
terna o a grupos rivales; por ejemplo, no se ha dudado en involucrar a la
3. El carácter institucional
idea de dominación y mando; la relación entre esas organizaciones y el sistema es más sutil y libre.
Habría que hablar más bien de cooptación de los dirigentes obreros, campesinos y populares. Todos
ellos, de una manera u otra, son parte del régimen y ocupan un alto lugar en la jerarquía. Sin embar-
go, la integración de los dirigentes populares dentro del grupo director del país no explica enteramen-
te el fenómeno. Hay otro factor: los sucesivos gobiernos nunca han sido indiferentes a la situación de
los trabajadores” . Paz, Octavio, El peregrino en su patria..., op. cit., nota 18, p. 385. Por su parte,
Silva-Herzog Márquez afirma: “ Las corporaciones se convirtieron en los verdaderos agentes de la
representación social, vaciando al Congreso de una de sus misiones más importantes: nutrir la legiti-
midad a través de la competencia electoral y el juego parlamentario. A través de los anchos conduc-
tos corporativos, el régimen absorbió las demandas sociales, subordinándolas al aparato estatal” , El
antiguo régimen..., op. cit., nota 2, p. 33. Igualmente véase Camacho Solís, Manuel, El futuro inme-
diato, t. 15, La clase obrera en la historia de México, 8a. ed., México, Siglo XXI Editores-UNAM,
1993, y Loaeza, Soledad, “ La lenta construcción del pluralismo mexicano” , en Couffignal, George
(comp.), Democracias posibles. El desafío Latinoamericano, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1994.
72 Crespo, José Antonio, Fronteras..., op. cit., nota 46, p. 43.
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4. Un sistema incluyente
La vida política bajo el manto priísta nunca tuvo visos de ser exclu-
yente; por el contrario, el régimen posrevolucionario puede calificarse
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ejerce sobre actores masivos, como lo son los sindicatos y las organizacio-
nes campesinas, mediante una combinación de controles administrativos
estatales sobre la participación política de las masas.73
75 Silva-Herzog Márquez, Jesús, op. cit., nota 2, p. 35. Por su parte, Gabriel Zaid asevera que:
“ No hay leyes, reglamentos, normas, antecedentes, alegatos, documentos, fotografías, testigos, abo-
gados, peritos, observadores (nacionales o extranjeros) que valgan por sí mismos. Lo que vale, lo que
da la razón, es la buena voluntad del poder que hace el favor de conceder la razón, si la concede. A
las autoridades mexicanas no se les puede demostrar nada. Se les puede rogar que, de la inmensa
razón que siempre tienen, concedan un poco al ciudadano que llega a solicitarla. Sin reconocimiento
oficial, la verdad no es verdad” . Zaid, Gabriel, cit. por Crespo, José Antonio, Jaque al rey... op. cit.,
nota 42, p. 104.
76 Zaid, Gabriel, Adiós..., op. cit., nota 59, p. 27. Este autor continúa diciendo que: “ En Méxi-
co, las autoridades pueden actuar como asaltantes, y con mayor impunidad, precisamente por ser au-
toridades. Pueden robar, humillar, someter y seguir en su cargo. Ni todas ni siempre lo hacen, lo cual
le da eficacia al abuso: es selectivo, queda al arbitrio de la autoridad. No vivimos en el régimen
carcelario de Castro ni en la dictadura de Pinochet, sino en un régimen de derecho sujeto a excepcio-
nes selectivas. No vivimos en un Estado de excepción, pero tampoco en un Estado de derecho sin
excepción. En esto, pero no en aquello; aquí, pero no allá; con éste, pero no con aquel; esta vez, pero
no todas; rige la arbitrariedad, disfrazada de cumplimiento de la ley. Todo derecho es suspendible
selectivamente, al arbitrio de la autoridad” . p. 98. Por su parte, Miguel Carbonell afirma que: “ Em-
pezando por la Constitución y siguiendo con prácticamente la totalidad del ordenamiento jurídico,
puede decirse que el derecho como técnica de control social carece de niveles aceptables de eficacia
cotidiana” . Constitución, reforma constitucional..., op. cit., nota 65, p. 119.
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A pesar de todas estas alabanzas y loas por parte del poder, lo cierto
es que este es un discurso que “ inflama la Constitución para desarmarla,
un discurso que rasca el vocabulario constitucional para desactivar su co-
metido. Debajo de una vehemente perorata constitucionalista, México ha
vivido la adulteración del constitucionalismo. Me refiero a un constitu-
cionalismo oficial... que ha servido para legitimar un régimen político au-
toritario” .78
De esta forma, al desarmar a la Constitución y al conjunto de leyes de
todo contenido normativo y al no ser vistas como algo obligatorio, el ré-
gimen contó con un campo de acción prácticamente ilimitado. La Consti-
tución, pues, era entendida como el conjunto de decisiones políticas fun-
77 Silva-Herzog Márquez, Jesús, “ Constitucionalismo oficial” , México, Propuesta, núm. 4,
Febrero de 1997. p. 88. Clemente Valdés, por su parte, afirma: “ Creo que en México hemos llegado
al punto en que los fundamentos mismos de lo que se llama ‘el constitucionalismo’ han sido anulados
por quienes tienen el poder político y lo han utilizado precisamente para dar ‘legalidad’ a sus intere-
ses. Para lograrlo, nuestros últimos gobernantes se han dedicado a fomentar la veneración a la Consti-
tución, mientras adaptaban el texto constitucional, modificándolo a su antojo, para ensanchar un po-
der que cada vez perdía más el apoyo de la población” , La Constitución como Instrumento de
Dominio, 3a. ed., México, Ediciones Coyoacán. 2000, p. 42.
78 Silva-Herzog Márquez, Jesús, Ibid., p. 82, y continúa diciendo: “ Este modo de acercarse a la
Constitución consiste en llenarla de elogios y despojarla, al mismo tiempo, de su sentido esencial. La
lisonja liquida a la ley... El factor común es la convicción de que la Constitución no puede ser consi-
derada como una simple ley. Así, hay que leerla como un catálogo de deseos que inspiran pero
que no necesariamente obligan” . Además de los pasajes citados, la obra de este autor resulta muy
sugerente e ilustrativa a este respecto, véase “ Constitucionalismo oficial..., Ibid., “ Cursilería y cons-
titucionalismo” , Nexos, México, núm. 254, febrero de 1999. y El antiguo régimen..., op. cit., nota 2 ,
pp. 35 y 36.
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6. El discurso político
79 Crespo, José Antonio, “ Los usos del discurso oficial en México” , Estudios. Filosofía/histo-
ria/letras, México, Invierno de 1988, p. 31.
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7. El papel de la corrupción
82 Silva-Herzog Márquez, Jesús, op. cit., nota 2, pp. 44 y 45. Más aún, Gabriel Zaid ha dicho
que la corrupción en México consiste en “ disponer de las funciones públicas como si fueran propie-
dad privada; en servir al país (porque el sistema le ha servido al país, eso no puede negarse), pero sin
dejar a su juicio: ni quiénes le sirven, ni cómo le sirven, ni cuánto se sirvan como pago de sus patrió-
ticos servicios” . Zaid, Gabriel, op. cit., nota 59, p. 67. Por otra parte, en un estudio muy profundo y
sistemático —tal vez el único que existe— sobre la corrupción en el sistema político mexicano, reali-
zado por Stephen Morris, se llega a una conclusión similar: “ La corrupción es un mecanismo crucial
en el estilo único de gobernar de México. Al asignar el botín, la corrupción ayuda a socavar el poten-
cial de las organizaciones para poner en peligro al sistema, y contribuye así a aliviar las demandas de
clase” . Morris, Stephen D., Corrupción y política en el México contemporáneo, México, Siglo XXI
Editores, 1992, p. 62.
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87 Silva-Herzog Márquez, Jesús, Ibid., p. 18. Este mismo autor escribe que: “ Atando los lazos,
podemos decir que el antiguo régimen fue una gran confederación de ficciones. El perfil del sistema
se trazó con sus fingimientos: el mito de la revolución coherente que desemboca en un partido, la
comedia de votos que no eligen, la simulación de legalidad, el congreso virtual y la presidencia sin
sombra” , p. 46.
88 Meyer, Lorenzo, “ El sistema político..., op. cit., nota 86, pp. 69-70. También véase, Cama-
cho Solís, Manuel, “ Los nudos históricos del sistema político mexicano” , Foro internacional, Méxi-
co, abril-junio de 1977.
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