El Diferendo Entre La Infancia y La Adultez en Diario de A Bordo de Un

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El diferendo entre la infancia y la adultez en Diario de a bordo de un niño

astronauta.
Edwin Cubides Serrano

Teniendo en cuenta una de las aproximaciones que hace Jean-François


Lyotard sobre la Infancia, específicamente en Lo inhumano cuándo afirma:
«¿Privado de habla, incapaz de mantenerse erguido, vacilante sobre los objetos de

su interés, inepto para el cálculo de sus beneficios, insensible a la razón común, el


niño es eminentemente lo humano porque su desamparo anuncia y promete los
posibles?» (11), intentaremos analizar en este texto algunas frases de la novela
Diario de a bordo de un niño astronauta (2019) del escritor colombiano Humberto
Ballesteros para observar cómo existe un diferendo entre el adulto y el infante, y
cómo esa promesa de lo posible pasa por una la necesidad de un discurso de la
resistencia más que del saber.
En el aspecto diegético, la novela cuenta la historia de un niño que vive solo
con su madre y su nana y por azar, en su cuarto, en una esquina al fondo del
clóset, encuentra una puerta que lo conduce al lado oculto de la Luna. El niño
decide no contar su descubrimiento pues: «Los adultos lo iban a mirar raro o, peor
aún, no le iba a hacer caso» (17) y decide traspasar la puerta e ir allí. En un primer
momento, el narrador le cuenta al lector el encuentro del niño con un hada y su
sensación física de ahogo: «Entonces se dio cuenta de que no podía hablar, y fuera
de eso abrir la boca otra vez había sido un error terrible, porque de nuevo el pecho
estaba a punto de estallársele» (22) que hace que se desmaye y no recuerde nada; la
nana lo encuentra dentro del closet inconsciente.
Posteriormente, encontramos en el relato el género de discurso dialógico,
una conversación entre el niño y un adulto, que después sabremos es una
psiquiatra infantil. Tomaremos el análisis de frases de este diálogo para intentar
mostrar allí, no solo el diferendo, sino como la frase del adulto es una prescriptiva
que se inserta en el discurso cognitivo, y la del niño, podríamos decir que es más
una frase-sentimiento, el síntoma de la promesa de los posibles:

- Volvamos a hablar de esa tarde


- ¿Cuál?
- La del clóset.
- ¡¿Otra vez?!
- Por favor…
- ¿Por qué?
- Necesito saber qué fue lo que pasó.
- ¡Pero ni yo sé!
- ¿Tú crees?
- Pensé que la última vez había sido la última.
- Esta sí será la última, pero si me cuentas todo lo que pasó. (30)

En el inicio del diálogo fallido entre la psiquiatra y el niño se empieza a


hacer visible el diferendo entre la postura del adulto [científico] que
imperativamente le dice al niño Necesito saber qué fue lo que pasó y la frase del niño
¡Pero ni yo sé! que presenta algo que no es posible nombrar, [lo impresentable] que
es la experiencia del niño al atravesar la puerta dentro de su clóset. Las heridas del
niño son el signo de que él es una víctima de un daño, sin embargo, el adulto
presupone que ese daño ha sido realizado por él mismo, cuestiona su afirmación
¿Tú crees? y tan solo busca una confesión, pues el niño no tiene la autoridad por su
condición de infante. Lyotard en La diferencia señala lo anterior de manera explícita:

«Una injusticia sería esto: un daño acompañado por la pérdida de los


medios para presentar la prueba del daño. Ese es el caso como si la víctima
queda privada de la vida o de todas las libertades o de la libertad de hacer
públicas sus ideas o sus opiniones o simplemente del derecho de
testimoniar ese daño o aún más simplemente si la frase del testimonio está
ella misma privada de autoridad.» (17)

En el caso que nos compete, el carecer de autoridad se ve manera explícita


en las frases del género de discurso dialógico del relato. Quién posee la autoridad
es el adulto, es quién pretende establecer desde su condición la verdad de la frase
enunciada por el niño:

[…]
- Entonces estabas jugando. ¿Y qué pasó?
- Nada
- Eso no es verdad.
- ¿Cómo sabe?
- Porque no puede ser verdad. Pasó otra cosa.
- Yo no sé. No me di cuenta (31)

¿Cómo puede establecer la psiquiatra que no puede ser verdad lo que


enuncia el niño?, ¿por qué establece la necesidad de qué Pasó otra cosa? En
principio, podríamos decir que su condición de adultez respecto al niño la provee
de la autoridad para juzgar la frase del infante. Sin embargo, un poco más adelante
en el relato vamos a ver cómo está autoridad también está determinada por la
profesión que ejerce: es también el hombre/mujer de ciencia un adulto que
determina lo que puede ser verdad y lo que no.

Así pues, en principio, la psiquiatra busca la razón de las heridas del niño.
Sus frases se inscriben en un género de discurso que tienen como finalidad la
verdad, están en un régimen lógico o cognitivo y no admiten [no puede] la frase del
niño que pertenece a otro género y la psiquiatra ha llegado demasiado tarde a ella.
Podríamos ver en la psiquiatra infantil al Edipo de Sófocles, que Lyotard recuerda
en Lo inhumano, al hablar sobre la reescritura de la modernidad:

Tanto en la tragedia de Sófocles como en el análisis freudiano, Edipo el


paciente procuran tomar conciencia, descubrir la “razón” o la “causa“del
trastorno que sufren y que sufrieron toda su vida. Quieren rememorarse.
Quieren reunir la temporalidad no dominada, desmembrada. El nombre
que tiene ese tiempo perdido es infancia (36)

Es allí en dónde se establece de una forma más evidente el diferendo [que


va a tener otras expresiones durante toda la novela] entre la representación que
hace el autor de la infancia, efectivamente como aquel tiempo perdido,
indeterminado, impresentable, y el adulto, quién pretende en sus frases descubrir
la “razón” o la “causa “de las heridas. Ante esta pretensión, solo queda «el silencio
como frase. La espera del ¿Ocurre? como silencio. El sentimiento como frase de lo
que ahora no se puede formular en frases». (Lyotard, 1999, p89)

La psiquiatra infantil persiste en la búsqueda de la “causa” de las heridas y


el niño responder con silencio:

[…]
- ¿Quién te hizo esas heridas, Saúl?
- …
- Te las hiciste tú, ¿no es cierto?
- …
- No hay otra posibilidad.
La pregunta por el quién es el autor de la herida es la que interesa al adulto,
al hombre/mujer de ciencia, quién busca responderlo todo. La adultez es posible
determinarla, es una frase cognitiva, lógica, un punto de referencia situado. En
cambio, la frase de la infancia es precisamente el acontecimiento, lo que tiene lugar
[aún en el adulto]. La infancia son las mismas heridas del niño, impresentables:

El pensamiento, como lo indeterminado y como lo no determinable, se


llama también (según el caso) lo impresentable, lo irrepresentable, lo
inexpresable, lo desconocido, lo intratable, lo inhumano, la infancia. Estos
términos se relacionan con lo que no se ha determinado aún en lo presente
(la sociedad, la “realidad” actual) y a veces hacen referencia a lo que no
debería determinarse. Lo sublime “hace ver lo que hace ver”, es decir, el
pensar. 5) El diferendo se dice también discrepancia, disenso,
heterogeneidad, inconmensurabilidad, paradoja, disonancia (Lyotard 1988a)
y se relaciona con la resistencia (Lyotard 1991b). (Vega, 2010, pp 38)

Entonces se presenta desde la representación de la infancia en Diario de a


bordo de un niño astronauta una aproximación como forma de resistencia a aquel
diferendo entre la infancia y la adultez. La frase silencio del niño se convierte en la
posibilidad de mostrar el sentimiento de esa herida:

- Pero no te puedo ayudar si no te ayudas tú mismo, ¿sí?


- No sé.
- Tienes que admitir lo que pasó para que yo pueda ayudarte.
- Es que no entiendo.
- Esas heridas, tú sabes quién te las hizo. Lo sabes perfectamente
- …
- ¿Quién te las hizo?
- No sé.
- Es imposible que no sepas, chiquito.
- … (35-36)

Y es este silencio la resistencia que establece el niño, que en el relato se


materializará posteriormente en la potencia de la imaginación que logra crear
aquella puerta hacia el lado oculto de la Luna que no puede decir al adulto pero
que está allí como acontecimiento. Las heridas de su cuerpo son el síntoma de una
infancia irrecuperable, que encuentra la forma del testimonio en la imaginación
como una potencia propia de la infancia, y como una deuda con la infancia que no
salda y que será fundamental establecer como forma de resistencia. En el relato del
niño astronauta, los diálogos entre la psiquiatra y el niño dejan de establecer la
realidad, pues al final es el niño quién puede imaginar la puerta, atravesarla,
escalar la Luna e ir más allá siendo « […] un astronauta que flotaba sin esfuerzo en la
nada gélidad de la cual se compone el noventa y seis por ciento del universo […] que sin
necesidad de nave ni traje […] se elevaba despacio pero inexorablemente, dejando atrás tanto
la Tierra como la Luna». (133). Es el relato de Ballesteros, la obra literaria, una frase de

la infancia, que pone en cuestión al lector en su inevitable búsqueda de descubrir la


“razón” o la “causa “del cómo accede el niño a la Luna a través de una puerta de
su closet. Estar en silencio y dejar acontecer la frase de la obra literaria es una de
las invitaciones de la novela. Tal como comenta Lyotard Lo inhumano:

[…] ¿qué otra cosa queda como “politica” más que la resistencia a esta
inhumanidad? ¿Y qué otra cosa queda, para resistir, más que la deuda que
toda alma contrajo con la indeterminación miserable y admirable de la que
nació y no deja de nacer, es decir, con el otro inhumano?
Esta deuda para con la infancia no se salda. Pero basta con no olvidarla para
resistir y, tal vez, para no ser injusto. La tarea de la escritura, el
pensamiento, la literatura, las artes es aventurarse a dar testimonio de ello.
(14-15)

Referencias
 Ballesteros, Humberto (2019) Diario de a bordo de un niño astronauta. Bogotá:
Editorial Planeta Colombiana S.A.
 Lyotard, Jean-François (1999) La diferencia. Barcelona: Editorial Gedisa S.A.
 Lyotard, Jean-François (1998) Lo inhumano. Charlas sobre el tiempo. Buenos
aires: Manantial.
 Vega, Amparo (2010) «Perspectivas de la estética y la política en J. F.
Lyotard» en Revista de Estudios Sociales. Facultad de Ciencias Sociales.
Universidad de los Andes

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