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2006
Hernán Javier Salas Quintanal
LA “GENTE DEL DESIERTO” EN EL NORTE DE SONORA
Culturales, enero-junio, año/vol. II, número 003
Universidad Autónoma de Baja California
Mexicali, México
pp. 9-31
http://redalyc.uaemex.mx
La “gente del desierto”
en el norte de Sonora
Hernán Javier Salas Quintanal
Universidad Nacional Autónoma de México
culturales
VOL. II, NÚM. 3, ENERO-JUNIO DE 2006
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Culturales
Introducción
La vida en el desierto
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La “gente del desierto” en el norte de Sonora
la permeabilidad, evaporación y transpiración de las plantas;
la intensidad y duración de la luz solar, el calor, la humedad
atmosférica y el viento. De tal manera, los desiertos son regio-
nes del planeta que se caracterizan por factores que limitan el
establecimiento de grandes poblaciones de organismos. A pe-
sar de ello y quizás por las presiones del medio, los seres hu-
manos asentados en este hábitat han desarrollado una cultura
cuyas estrategias están orientadas a hacer frente a las
constricciones ambientales.
En estas condiciones, el ambiente árido marca límites preci-
sos. Sin embargo, cuando los seres humanos se apropian del
espacio definen sus propias fronteras alterando muchas veces
las naturales, modificando las condiciones naturales de exis-
tencia para transformarlas en recursos culturales. Cuando un
grupo enfrenta un medio hostil, lo hace con todo su repertorio
cultural, con sus valores y formas de comportamiento, con su
organización y su tecnología.
La vida del ser humano en el desierto y su significativo
nomadismo es una expresión de cómo se especializó en el pro-
ceso de integración a la naturaleza que le permitió expanderse
por los ámbitos más secos de la tierra. Los hombres avanza-
ron, penetraron y se asentaron allí y resolvieron el problemáti-
co aprovisionamiento de alimentos y agua. Pronto esos hom-
bres aprendieron a excavar y extraer agua del subsuelo, a
canalizarla y aprovechar el agua de los ríos y de la lluvia, hasta
edificar obras hidráulicas al servicio de inmensas zonas de re-
gadío y poblaciones.
La falta de agua, entonces, no fue un impedimento para el
crecimiento y desarrollo de las sociedades humanas en los de-
siertos, las que fueron transformando el hábitat, trasladando
pautas de comportamiento y recursos de otras formas de habi-
tar, como plantas y animales, y desarrollando conocimientos
para enfrentar las constricciones ambientales, en un llamado
proceso de adaptación que en realidad ha significado una trans-
formación profunda. Así, el ambiente, vínculo complejo entre
los procesos de orden físico, biológico, termodinámico, eco-
nómico, político y cultural, emerge como un nuevo potencial
productivo que resulta de las relaciones sistémicas y sinergéticas
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Culturales
que genera la articulación de la productividad ecológica, tec-
nológica y cultural. Esta concepción, parafraseando a Enrique
Leff (1998), resignifica el sentido del hábitat como soporte
ecológico y el habitar como forma de incorporación de la cul-
tura al espacio geográfico.
De esta manera, mientras más han sido las limitaciones im-
puestas por las condiciones de aridez, el hombre ha experi-
mentado el desarrollo de mayores capacidades para transfor-
mar el medio ambiente, cuya expresión más significativa se ve
reflejada en los procesos de artificialización, acompañados de
una alta mecanización y tecnologización de las actividades
agrícolas, pecuarias, de caza y recolección, que emplean tec-
nologías cada vez más sofisticadas. El uso desmesurado de
tecnología vigoriza a la frontera en los procesos culturales y
naturales, proceso que ha sido interpretado como un divorcio
entre el sujeto y su entorno; sin embargo, el sujeto va mode-
lando su comportamiento a través de significados socialmente
construidos acerca del desierto, como un elemento más del
entorno y de la naturaleza de la relación entre el hombre y el
desierto.
En este manejo, el proceso más importante ha sido extender
el control sobre aguas de superficie y freáticas, creando un
vulnerable equilibrio entre el incremento desmesurado de la
demanda y el costo por su apropiación. El incierto límite im-
puesto por las condiciones ambientales deriva en un proble-
mático y complicado proceso económico en el uso, explota-
ción, administración, propiedad y conocimiento de los recursos
hídricos. Dada la desmesurada utilización de equipos y tecno-
logía especializada, la interacción social que se establece entre
las actividades productivas y los recursos naturales, especial-
mente el agua, ha definido los comportamientos y las
interacciones entre los seres humanos, caracterizados tanto por
la armonía como por la conflictividad social. La percepción, la
administración y la organización social en torno al agua cons-
tituyen una cultura capaz de sortear el rigor del medio ambien-
te, la que, sin embargo, no se ha desarrollado con suficiente
vigor como para mermar los enfrentamientos en el uso indus-
trial, agropecuario y doméstico del líquido.
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La “gente del desierto” en el norte de Sonora
Antecedentes en la ocupación del desierto
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A pesar de las discusiones arqueológicas acerca del espacio ocupado por la
cultura del desierto en la subárea norte de México, se concuerda en su temporali-
dad, desde el año 9000 a.C., y en una serie de elementos de la cultura material
presentes en diversos momentos, descritos por Braniff (2004:185): habitación en
cuevas y sitios abiertos, recolección, cacería en diferentes proporciones, diversos
tipos de lítica, cestería, pieles para vestir, sandalias, taladro para hacer fuego, arco
y flecha, cordelería, redes, petates, artefactos de madera, uso de la concha para
confeccionar objetos, hornos subterráneos, aljaba y honda, instrumentos para ta-
tuajes, uso del peyote, escalpe, collares y orejeras.
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La “gente del desierto” en el norte de Sonora
estructuras concretas de apropiación de realidades tangibles e
intangibles. Hay que destacar, en todo caso, que la referencia a
comunidad debe entenderse más bien como gestión y organi-
zación comunal de recursos, antes que como un concepto nor-
mativo y restrictivo (Castro, 2004:101).
En efecto y aludiendo a la actualidad, las comunidades de las
sociedades del desierto no sólo hacen referencia a una lengua,
un territorio y una cultura, como ha sido observado en socie-
dades constituidas en otros ecosistemas. Los pueblos indíge-
nas han conservado parte de lo que fue su milenaria territoria-
lidad, gracias a las constricciones que impone el medio
desértico, y de cara a las sucesivas transformaciones de la gran
propiedad asignada a los europeos en los siglos dieciséis y die-
cisiete. Con grandes diferencias culturales, comparten, sin em-
bargo, estilos de organización comunal que básicamente vin-
culan un conjunto de unidades productivas y facilitan la
circulación de los medios de producción en un territorio deli-
mitado. La apropiación de recursos reviste, a la vez, formas
individuales y comunales tuteladas por un sistema normativo
que establece el acceso, control, uso y transferencias de facto-
res productivos (Castro, 2004:101).
La idea de comunidad, como veremos, contrasta con la ex-
periencia actual de los grupos que habitan el norte de México,
especialmente con aquellos que viven alrededor de la frontera
internacional. Para comprender este proceso, presentaré la re-
lación entre el desierto y la frontera norte.
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Culturales
cian entre sí porque unos grupos se asientan en los ríos, los
llamados pimas, y otros se catalogan como “gente del desier-
to”, los pápagos (mapa 1).
Sonora
República
Mexicana
Pápagos
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La “gente del desierto” en el norte de Sonora
drásticamente en número y los que sobrevivieron se trasladaron
a Arizona, a las orillas del río Gila, pero continuaron visitando
los territorios sonorenses, especialmente los que poseían un ca-
rácter ceremonial, como la sierra de El Pinacate y Quitovac.
El territorio o’odham quedó dividido formalmente entre Es-
tados Unidos y México a mediados del siglo diecinueve. Esta
fragmentación territorial y nacional ha marcado también una
división entre los miembros de ese pueblo. Desde entonces se
han evidenciado constantes migraciones de pápagos de Méxi-
co hacia Arizona, pero sobre todo, esta fronterización signifi-
có que los grupos situados en ambos lados fueran perdiendo el
contacto. La distancia entre ambos grupos y la desarticulación
de su vida como sociedad generó un vacío en la memoria co-
lectiva y en las propias costumbres históricas durante gran par-
te del siglo veinte. Existen pocos recuerdos, relatos y registros
de ese tiempo.
En la actualidad, la identidad de los pápagos de Sonora –el
ser pápago– es una cuestión compleja y no puede reducirse
solamente a quienes hablan la lengua vernácula. Los de Arizona,
establecidos en reservaciones desde 1973 y articulados en co-
munidades, han logrado mantener sus costumbres históricas,
practicar las relaciones comunitarias, hablar su lengua y ser
reconocidos por el resto de la sociedad como una nación. Sus
actividades económicas, entre las que se cuenta principalmen-
te la administración de casinos y hoteles, les brindan los recur-
sos para mantener buenas condiciones de vida y adecuar sus
tradiciones con la vida social actual. Los pápagos de Sonora,
en cambio, están desarticulados socialmente, y en vez de habi-
tar sus comunidades se confunden con los habitantes urbanos
y con los provenientes de toda la República cuya finalidad es
establecerse en la región fronteriza o migrar a Estados Unidos.
Sea por Sonoyta, Caborca, Altar o Tubutama, los pápagos
mexicanos transitan por todo el norte del estado en busca de su
supervivencia. Cruzar la frontera internacional y el permanen-
te transitar ocupando diferentes hábitat y oficios –reproducien-
do formas de nomadismo guardadas en la herencia cultural de
un grupo originariamente cazador y recolector– se han con-
vertido en una actividad de sobrevivencia.
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Culturales
En la actualidad, pareciera que hay algunos aspectos que se-
paran a los pápagos de uno y otro lado de la frontera y otros
que los unen. Sin embargo, existen vínculos que recuperan el
contacto entre grupos que alguna vez fueron unidad. La arti-
culación de éstos confiere una dimensión política, mediada por
el contexto transfronterizo, a las relaciones entre los diferentes
grupos que coexisten en la etnia.
Un elemento fundamental se relaciona con la identidad. La
creación formal de las reservaciones o’odham en Arizona ge-
neró un escenario en el que la identidad, el territorio y los luga-
res históricos son resemantizados y el “ser pápago” adquirió
diversos sentidos.
En los mismos pápagos ha ocurrido un proceso de diferen-
ciación social y económica que se vincula con la línea fronte-
riza internacional, que imprimió dos nacionalidades en las que
se acomodaron las diferencias. Hoy existe un estilo de vida de
los pápagos de Sonora que difiere mucho del que observan los
de Arizona, y ello está marcado por condiciones de
sobrevivencia radicalmente distintas. Los últimos administran
las ganancias de sus empresas y los de Sonora realizan múlti-
ples actividades en ramos como el comercio formal e informal,
los servicios, el transporte, etcétera.
Otra frontera, y a la vez un elemento de contacto del propio
grupo, se refiere a la percepción y uso de los sitios sagrados. Se
trata de un ámbito de gran importancia en la vida de los pápagos
que pareciera no haber sido afectado de manera contundente
por la frontera internacional. Independientemente de las nacio-
nalidades que posean de acuerdo con las leyes de los Estados
que los cubren, los pápagos reconocen tres tipos de lugares sa-
grados: los entierros, los cerros y montañas y los sitios que con-
servan manifestaciones rupestres, como pinturas, petrograbados
y geoglifos. El rasgo común es que en estos lugares pueden
establecerse vínculos con los antepasados.
Uno de los más importantes es la Sierra de El Pinacate,4 en el
4
En la historia de los o’odham se reconoce a Schuk Toak (Montaña Pinacate)
como un lugar santo y sagrado porque es la morada del creador I’itoi, el Hermano
Mayor, y por lo tanto, es el lugar de origen de todos los o’odham (Sistema de
Aguas Naturales Protegidas del Estado de Sonora, 1994).
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La “gente del desierto” en el norte de Sonora
Gran Desierto de Altar, un sitio sagrado en el que se encuen-
tran vinculados los intereses étnicos con los económicos y
ecológicos de la nación mexicana, dado que se trata de un área
natural protegida.
La Sierra de El Pinacate, junto al Gran Desierto de Altar, fue
declarada área natural protegida y reserva de la biosfera desde
1993 por mediación de la Secretaría del Medio Ambiente y
Recursos Naturales del gobierno mexicano (mapa 2).
República
Mexicana
Reflexión final
Bibliografía consultada
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