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Código : 20162713G
Durante los últimos años se han producido varias fusiones entre empresas de cierta
envergadura, que han provocado la concentración del poder de mercado en varios sectores
importantes, incluyendo la cerveza, los hidrocarburos, la energía, algunas ramas de la
industria de alimentos, la banca, los seguros y, más recientemente, las telecomunicaciones.
Lindblom sostiene que las grandes corporaciones son una especie de “ciudadanos
sobredimensionados” que disponen de ingentes recursos para financiar campañas, utilizar los
medios de comunicación para atacar a sus adversarios, crear grupos de presión y establecer
relaciones con funcionarios públicos y líderes políticos en su propio provecho. De hecho,
cuentan con personas especialmente dedicadas a desempeñar estas funciones. A medida que
el grado de concentración se eleva, las grandes corporaciones pueden llegar a comportarse
como verdaderos Estados.
En muchos países las autoridades promulgaron leyes que limitaban la concentración del
poder económico, precisamente para contrarrestar las expresiones de este poder en la vida
política y social.
Un siglo después, la mayoría de países de América Latina empezó a adoptar sus propias
normas de libre competencia, que incluyen controles a las fusiones entre empresas. Estas
normas tuvieron su origen en un contexto distinto y formaron parte de reformas estructurales
promovidas desde el exterior. No fueron el resultado de movilizaciones sociales contra la
concentración del poder económico ni de tradiciones ideológicas liberales como en el caso
de los Estados Unidos.
En el Perú, la legislación sobre la materia también tuvo un origen similar, sin embargo,
constituye un caso especial pues no incluye normas que limiten la concentración empresarial.
Con la excepción del sector eléctrico, las empresas pueden fusionarse sin limitación alguna
hasta formar monopolios. Este vacío legislativo podría llegar a su fin si el Congreso aprueba
un proyecto propuesto por Indecopi (Instituto Nacional de Defensa de la Competencia y de
la Protección de la Propiedad Intelectual), que incluye normas de control de las
concentraciones empresariales.
El debate tiene diversas aristas y pone en evidencia los postulados de una doctrina radical,
según la cual los monopolios privados no generan perjuicios sino beneficios a la sociedad,
pues se asume, como un artículo de fe, que ellos son siempre el resultado de la mayor
eficiencia interna de las empresas. Desde esta perspectiva los únicos monopolios perniciosos
son aquellos constituidos por empresas estatales. Los monopolios privados, en cambio, no
deben ser motivo de preocupación alguna. Durante la década de 1990 esta doctrina promovió
una actitud permisiva frente a la monopolización del poder económico.
Los Estados son indispensables para redistribuir ingresos con políticas tributarias y políticas
sociales, y para asegurar una provisión eficiente de bienes públicos. Hay espacios al interior
de los cuales no operan las relaciones de mercado, incluyendo la familia, las organizaciones
de la sociedad civil y las propias empresas. Todas las sociedades civilizadas, sin excepción
alguna, han restringido el funcionamiento del mercado a ciertos ámbitos y han limitado su
expansión. Por ejemplo, en nuestra Universidad no subastamos las notas ni los diplomas al
mejor postor, tenemos estudiantes y no clientes. La competencia tiene también sus propias
limitaciones y en algunos casos genera efectos perversos y consecuencias negativas en la
sociedad.