Historia de La Neurociencia

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2.1.

1 Historia evolución y desarrollo de la neurociencia

En el siglo V a.C., Alcmeón de Crotona, tras hallar los nervios ópticos en sus
disecciones, empezó a pensar que el cerebro era el lugar donde residían
pensamientos y sensaciones. Frente a este pensamiento avanzado, por ejemplo,
Aristóteles defendía que los procesos intelectuales tenían lugar en el corazón. Así,
para él el cerebro era el encargado de enfriar la sangre que este órgano
sobrecalentaba.

Más tarde se desarrolló la teoría hipocrática o humoral; siguiendo su desarrollo, el


cuerpo funcionaba bajo el equilibrio de cuatro líquidos. Según esta línea de
pensamiento, un desequilibrio en las proporciones de estos líquidos conllevaría el
desarrollo de una enfermedad o una alteración de la personalidad. Así Galeno,
analizando las durezas del cerebelo y el cerebro, defendió que el último era el que
procesaba las sensaciones y se ocupaba de la memoria.

Dentro de este debate, René Descartes, entre los años 1630 y 1650, difunde la
teoría mecanicista. Además, establece la dualidad cuerpo-alma, por la cual el
cerebro sería el gobernante de la conducta. Es además, señaló a la glándula
pineal como la carretera que comunicaría las dos dimensiones. Así fue como se
consagró como padre de ese debate mente-cerebro que aún hoy sigue
inquietando a muchos neurocientíficos.

Siglo XIX

Localizacionismo

En el 1808, Gall hace una publicación sobre frenología. Es decir, todos los
procesos mentales se dan en el cerebro y tienen un área específica para cada
uno. Este localizacionismo hizo que la investigación sobre lo mental se centrara
todavía más en este órgano. Entre sus resultados, Brodmann describió cincuenta
y dos áreas cerebrales, con sus consiguientes procesos mentales asociados.

Además, se creía que el desarrollo de determinadas capacidades se correspondía


a un aumento del volumen de la zona cerebral asociada. Así, empezó una visión
del cerebro dinámica, entendiendo que el órgano adaptaba su configuración física
a las demandas del entorno, reservando un mayor espacio para aquellas
destrezas más necesarias.

De esta manera, se creyó que se podían reconocer habilidades intelectuales y


morales mediante la forma y tamaño de las cabezas (no contaban con las técnicas
de neuroimagen que tenemos ahora).
Conectivismo

Más tarde, en 1861 Broca presenta ante la Sociedad Antropológica de París el


caso de un paciente que perdió el habla, pero no la capacidad de comprensión,
tras una lesión en un área que ahora lleva su nombre. Esto provocó un gran
entusiasmo cerebral, ya que era la primera prueba de la relación entre cerebro y
lenguaje. Complementariamente, en 1874, Wernicke describió a sus pacientes que
podían hablar, pero no comprender. Esto supuso una nueva perspectiva en el
estudio del cerebro, el conectivismo. Esta corriente propone que solo las funciones
más básicas se limitan a determinadas zonas cerebrales, mientras que funciones
complejas son el resultado de la interacción de varias zonas localizadas.

Curiosamente, en 1885 se realizan las primeras publicaciones sobre memoria de


la mano de Ebbinghaus, donde describe métodos de evaluación usados aún hoy
día. Poco después, en 1891, se acuña el término neurona, gracias a su
descubrimiento realizado por Cajal.

Historia de la neurociencia en el siglo XX

A principios del siglo XX, las dos Guerras Mundiales marcaron del desarrollo de la
historia de la neurociencia. La I Guerra Mundial dejó muchos muertos, pero
también muchos heridos.

Las personas con secuelas neurológicas fueron miles, y por lo tanto aumento de
manera exponencial la necesidad de llevar a cabo rehabilitaciones neurológicas.
Esto supuso un nuevo impulso para la investigación en este área. En la II Guerra,
esa disciplina se consolida y se establecen importantes intervenciones
neuropsicológicas de la mano de referentes como Luria.

Unos 20 años después del fin de la II Guerra Mundial, en 1962, se lanza el


Neuroscience Research Program. Consiste en una organización que pone en
contacto a universidades de todo el mundo. Su objetivo era conectar a
académicos de ciencias comportamentales y neurológicas: biología, sistema
nervioso y psicología.

Fue impulsada por el Massachusetts Institute of Technology (MIT). En él se


realizaban reuniones semanales, conferencias y debates que alumbraron
programas educativos específicos y adaptados.
La neurociencia es, por mucho, la rama más excitante de la ciencia, porque el
cerebro es el objeto más fascinante del universo. Cada cerebro humano es
diferente, el cerebro hace a cada ser humano único y define quién es”.

A raíz de ello, surge en Washington (1969) la Sociedad de Neurociencia, la


sociedad de neurociencia más grande del mundo. Actualmente sigue siendo un
referente mundial, al igual que su encuentro anual.

Gracias al impulso de estos años anteriores y la unión de disciplinas que se


estaba logrando, en 1990 el Consejo Asesor del Instituto Nacional de Trastornos
Neurológicos y Accidentes Cardiovasculares, publican un documento llamado
Década del Cerebro: respuestas a través de la investigación científica. En él se
recogieron catorce categorías de trastornos neurológicos poco investigados hasta
entonces, augurando un gran avance en la investigación neurocientífica.

Siglo XXI

Entre todos los avances técnicos y de conocimiento, el boom por la neurociencia


ya es un hecho. En 2002 se lanza el proyecto Blue Brain con la idea de crear una
simulación del cerebro mamífero a nivel molecular para estudiar su estructura. A
este proyecto tan emocionante se van uniendo países de todo el mundo.

Entonces, en 2013, Barack Obama anuncia la puesta en marcha de un gran


proyecto científico: BRAIN. Este proyecto está a nivel del GENOMA, y tiene como
objetivo desarrollar un mapa detallado y dinámico del cerebro humano.
Inicialmente, se invirtieron en él 100 mil millones de dólares. Por supuesto, es el
nuevo gran reto americano, siendo además la herramienta con la que pretenden
liderar la investigación sobre el cerebro.

Sin embargo, Europa lleva una ligera ventana en ese sentido, implementado de
forma paralela el proyecto HUMAN BRAIN. La inversión es de más de 1000
millones de euros; el objetivo es que en unos 10 años hayamos dado un salto
cualitativo respecto a lo que hoy conocemos del cerebro. Así, parece que todavía
nos queda por conocer lo más interesante de la historia de la neurociencia.

La neurociencia aplicada en la educación

Por lo que concierne a la neurociencia en la educación, hoy día hay diversas


pruebas de cómo un ambiente de aprendizaje equilibrado y motivador requiere a
los niños de un mejor aprendizaje. Es por ello que los niños aprenden
“socialmente”, construyendo activamente la comprensión y los significados a
través de la interacción activa y dinámica con el entorno físico, social y emocional
con los cuales entran en contacto.
La neuroeducación recomienda que durante los primeros años de vida los niños
estén en contacto con la naturaleza y no se les fuerce a permanecer sentados y
quietos mucho tiempo, pues a esas edades es cuando se construyen las formas,
los colores, el movimiento, la profundidad… con los que luego se tejerán los
conceptos. Para poder madurar, es decir, crear nuevas redes de neuronas, el
cerebro necesita experiencias nuevas. De los 10 a los 12 años, en cambio, el
cerebro está específicamente receptivo a aprender aptitudes, por lo que es el
momento de potenciar la comprensión de un texto y de que aprendan a razonar de
forma matemática. Y, en la adolescencia, el cerebro es plenamente emocional y
choca con el actual modelo educativo que en esta etapa les obliga a aprender
biología, física, química… materias totalmente racionales.

Por poner un ejemplo, muchas personas han olvidado el nombre de los Reyes
Godos o la fórmula para calcular la velocidad de caída de un cuerpo pero, en
cambio, recuerdan lo divertidas que eran las clases de ese profesor en especial
(puede que de mates, lengua, historia… cada uno tendrá el suyo) que despertaba
su interés con ejercicios prácticos e historias sobre cada tema. Fue él quien
consiguió despertar tu atención e interés, y por el que decidiste estudiar lo que
después estudiaste… La emoción es fundamental en el aprendizaje, para quien
enseña y para quien aprende. Ese profesor hizo que la información en clase la
captásemos por medio de nuestros sentidos y para que después pasara por el
sistema límbico o cerebro emocional antes de ser enviada a la corteza cerebral,
encargada de los procesos cognitivos. Dentro del sistema límbico, la amígdala
tiene una función esencial: es una de las partes más primitivas del cerebro y se
activa ante eventos que considera importantes para la supervivencia, lo que
consolida un recuerdo de manera más eficiente.

Otro factor a tener en cuenta es la sorpresa, puesto que activa la amígdala. El


cerebro es un órgano al que le gusta procesar patrones (entender cosas que se
repiten siempre de la misma forma); es la manera como se enfrenta al mundo que
lo rodea. Ahora bien, todo aquello que no forma parte de esos patrones se guarda
de manera más profunda en el cerebro. De ahí que usar en la clase elementos
que rompan con la monotonía benefician su aprendizaje.

Por último, la empatía (el acercamiento emocional) es la puerta que abre el


conocimiento y con él la construcción del ser humano. Además se ha descubierto
que, al contrario de lo que se creyó durante mucho tiempo, el cerebro no es
estático, sino que existen periodos críticos en los que un aprendizaje se ve más
favorecido que otro. Por ejemplo para aprender a hablar el cerebro está más
receptivo desde que uno nace hasta los siete años. Pero esto no quiere decir que
después no pueda adquirir el lenguaje: la plasticidad del cerebro permitirá hacerlo
aunque cueste más. Este descubrimiento de la existencia de periodos de
aprendizaje abre nuevos debates sobre el sistema educativo y la necesidad de
replantearse un nuevo modelo acorde con esta predisposición cerebral a adquirir
nuevos contenidos concretos por etapas.

La cantidad de jóvenes desmotivados que no quieren continuar sus estudios o


creen que lo que están aprendiendo no sirve para nada es alarmante. Y la única
forma de combatirla es a través de maestros que enseñen a los niños a afrontar
nuevos retos, que transformen el cerebro de sus alumnos aprovechando todas las
herramientas que ofrece la neuroeducación para enseñar mejor. Algunos expertos
afirman que si las clases fueran más vivenciales podrían impartirse más
conocimiento en menos tiempo. Los docentes deberían aprovechar lo que se
conoce del funcionamiento del cerebro para enseñar mejor. Los niños deben
entusiasmarse por lo que están aprendiendo.

Con este objetivo ISEP presentó en 2015 el programa de Neuroeducación, un


máster que proporciona conocimientos neuropsicológicos sobre cómo aprovechar
mejor el desarrollo neurobiológico para adquirir aprendizajes y los diferentes
trastornos o alteraciones neurológicas que afectan a la cognición y emociones en
los niños y adolescentes, aportando herramientas para aprovechar el máximo sus
posibilidades. Al mismo tiempo, y en función de la propia maduración del SNC,
también se pretende desarrollar las habilidades que este posea. Se sabe que los
seres humanos solo aprovechamos de media un 10% de nuestro potencial
intelectual.

ISEP ofrece la posibilidad de especializarse en el área de la Neurociencia aplicada


al ámbito educativo y del desarrollo infantil analizando las relaciones entre el
cerebro y el aprendizaje desde una perspectiva evolutiva. Encontrar la mejor forma
de adquirir conocimientos supone acabar con muchos problemas de aprendizaje
catalogados como tal, pero que puede que solo sean una forma errónea de
aprender. La neuroeducación permite encontrar la forma más adecuada para
personalizar el proceso de aprendizaje y sacar el máximo partido de cada uno.

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