Jesús de Nazaret y El Templo PDF
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Jesús de Nazaret y El Templo PDF
Carmen Bernabé
Universidad de Deusto
Mc 11,15-19. Llegaron a Jerusalén. Una vez allí, entró Jesús en el Templo y comenzó a
echar fuera a los vendedores y compradores; volcó la smesas de los cambistas y lso
puestos de los vendedores de palomas, y nopermitía que nadie transportara cosas por
el Templo. Y les enseñaba diciendo: “¿No está escrito: MI casa será llamada casa de
oración para todas las gentes? Pero vosotros la tenéis hecha una cueva de bandidos”.
Se enteraron de esto los sumos sacerdotes y los escribas, que buscaban la forma de
poder matarle.
El atrio más exterior era el llamado el atrio de las mujeres, porque allí
permanecían éstas en las grandes celebraciones, y sólo hasta allí les era permitido el
acceso, excepto en ocasiones especiales como ciertos sacrificios personales. En este
atrio había varias cámaras dedicadas a guardar madera, aceite, o los lugares donde
esperaban los leprosos o los nazareos que tenían que cumplir los ritos prescritos. En
este atrio, el Día del Perdón, el Sumo Sacerdote leía la Toráh al pueblo; y en la Fiesta
de los Tabernáculos, tenía lugar allí una gran fiesta, en la que los hombres bailaban, y
para la cual se iluminaba con antorchas todo el patio.
Tenía 13 puertas por donde acceder al recinto, pero quizá la entrada más
popular fuera la del sur que constaba de una gran escalinata con varias puertas (doble,
triple), y que era por donde solían acceder la mayoría de los visitantes. Allí estaban
situados también unos baños para las purificaciones. En el lado oeste existían otras
entradas que por medio de puentes salvaban el valle del Tyropeon que se encontraba
entre el templo y la colina occidental o ciudad alta donde habitaba la nobleza y la élite.
Había un encargado de despertar a los demás antes de la salida del sol, y otro
de sortear y distribuir las múltiples tareas que suponía el culto: limpiar el altar, matar
el cordero, recoger la sangre, partirlo en doce trozos.. Una vez hechos los preparativos,
los levitas abrían las puertas , y se encendían cinco brazos del candelabro; los
sacerdotes y levitas se reunían a rezar el Shemá y las bendiciones, después se
encendían los dos brazos restantes, se ofrecía el incienso (se hacía por suertes) y se
bendecía al pueblo; después se ofrecía el cordero (doce sacerdotes, por suertes,
llevaban los trozos al sacerdote que le había tocado oficiar quien los arrojaba al fuego.
Sólo cuando había finalizado el sacrificio oficial se realizaban los sacrificios personales.
En ciertos días de fiesta el sacrificio era seguido por la lectura de la Ley. Y los sábados
se ofrecía un tercer cordero por todo el pueblo.
Todo Israelita varón mayor de doce años tenía la obligación de acudir al templo al
menos una vez al año, preferentemente por la fiesta de Pascua (Ex 23,17; Dt 16,16),
aunque también se recomendaba acudir en Pentecostés y en Sukkot (las Tiendas) . Los
Lo puro y lo impuro
Todo grupo humano necesita dotar de significado la realidad donde vive. Para ello
traza líneas simbólicas que la delimitan. Esas líneas simbólicas son los significados y
valores atribuidos a la realidad (cosas, personas, lugares, situaciones, experiencias...)
compartidos por el grupo y aprendidos por el individuo durante su socialización. Se
trata, en realidad, de un sistema de clasificación guiado por ciertos criterios que varían
de un grupo a otro y de una época a otra.
Uno de los aspectos que esas líneas definen o demarcan con más intensidad en
la vida de un grupo es su propia identidad. Una identidad que el grupo trata de
defender señalando y estableciendo unos límites y una separación muy claros respecto
a otros grupos, ya que unos límites difusos tienden a crear percepciones y reacciones
ambiguas que hacen peligrar la identidad del grupo y su percepción como tal grupo.
Así pues, las fronteras que marcan, “lo nuestro”, el nosotros, de "lo otro", de los otros,
suelen estar tanto más definidas y defendidas cuanto la identidad del grupo se siente
más amenazada o insegura. Un grupo humano que tenga problemas con su identidad
colectiva tenderá a subrayar y reforzar las líneas de separación, las fronteras físicas y
simbólicas, como forma de mantener la integridad grupal
Desde ahí se comprende bien la actitud del pueblo judío (al menos de una
parte) a la vuelta del Destierro cuando surgió un grave problema de identidad. El tema
de la pureza, y las normas que la regulaban, constituyó uno de los problemas
fundamentales del judaísmo desde el s.II a.C –II d.C., llegando a constituir la clave que
nos ayuda a comprender el proceso de autodefinición de los grupos judíos en este
periodo del Segundo Templo: Fariseos, Saduceos, Esenios, Qumrán, entre otros.
Esta preocupación por definir y guardar claras y sin fusiones o fugas las
fronteras sociales tenían su reflejo en los individuos, concretándose en la atención que
se prestaba a los orificios del cuerpo humano. La preocupación por la identidad grupal,
por la unidad política y cultural iba paralela con la preocupación y cuidado por la
unidad y pureza del cuerpo físico del que se controlaban especialmente todo aquello
que tenía que ver con la comida y la sexualidad. La antropóloga M. Douglas ha
estudiado este hecho y ha subrayado el paralelismo entre el cuerpo social y el cuerpo
físico personal, llegando a definir el cuerpo físico como un microcosmos del cuerpo
social2. Cuanto mayor preocupación tiene una sociedad o un grupo por el control de
sus fronteras, por sus entradas y salidas, mayor será el control que ejerza sobre el
individuo y sus orificios corporales; más claras y estrictas serán las normas de pureza
que establezcan sus clasificaciones, y como consecuencia mayor será el número de
excluidos del sistema social o del grupo. Y es que un grupo cuando se encuentra con
algo que no encaja en sus claves clasificatorias lo califica como anomalía (o
abominación si la anomalía le produce un rechazo visceral incluso odio) y le hace
frente ( integrándola, marginándola, eliminándola, ignorándola..)3. Estas reacciones
responden al mismo objetivo que no es otro que la conservación del grupo o la cultura.
1
. B. Malina, El Mundo del N.T. Perspectivas desde la Antropología cultural. Ed. Verbo Divino, Estella
1995, pp. 185-186.
2
M. Douglas, Símbolos naturales. Alianza editorial, Madrid 1988, pp. 106-109
3
B. Malina, El mundo del N.T., pp. 181-86.
Curso Boston College (2020)
sociedad (personas excluidas, marginadas, u oprimidas por el sistema social) pueden
utilizarlo para protestar4.
Esas normas de pureza siguen unos criterios que varían según culturas y grupos.
En el caso de los judíos la idea de perfección entendida como totalidad, la no mezcla,
el poder transmitir la semilla santa, entre otros tenía gran importancia, como se verá
más abajo.
Cuando se unen ambos aspectos (la pureza y lo sagrado) y esas reglas de pureza se
fundamentan en el ámbito religioso, nos encontramos ante reglas sagradas de pureza
que establecen también un orden en esa relación con Dios. Son propias de cada grupo,
le definen y le diferencian de los otros, por lo que constituyen un elemento identitario
muy fuerte y profundo.
4
M. Douglas, Símbolos naturales, pg. 109. El abandono del cuerpo, por trance, descuido... son formas
de borrar esas fronteras, de traspasar las normas que se le imponen.
5
B. Malina, El mundo del N.T., pp. 181-85
6
B. Malina, El mundo del N.T., pp. 200-207.
Curso Boston College (2020)
Esta concepción de la santidad se reflejaba en los cuerpos físicos mediante la exigencia
de perfección –sin defectos- como requisito para entrar a la presencia de Dios. Por eso,
los flujos, las enfermedades de la piel, los defectos físicos eran impedimentos
temporales o permanentes para entrar en el ámbito de lo sagrado, para acercarse a la
presencia de Dios.
De todo lo anterior puede verse que la santidad a comienzos del s.I tiene que ver más
con lo ritual que con la moralidad; más con separar lo que tenía que estar separado
según sus criterios que con defender derecho o cumplir deberes. Será en Qumrán
cuando nos encontremos un cambio y un deslizamiento hacia esta posición.
Cuando alguien contraía impureza (por acciones como haber tocado un cadáver, una
polución, menstruación, dar a luz... ), podía recuperarla mediante ritos de purificación
que incluian abluciones y tiempo de exposición al sol. Sin embargo, había un grado de
santidad en cada persona que no dependía de una purificación puntual sino que se
tenía por por nacimiento (varón, mujer, no sacerdote, gentil..), estado físico (cojos,
ciegos, leprosos..), o por oficio (pastores, curtidores...), que determinaba su lugar
respecto al santo de los santos, y por lo tanto, en la presencia de Yahveh: gentiles,
lisiados, mujeres, varones laicos, sacerdotes y levitas, y sumo sacerdote eran, de más
alejado a más cercano, los grados de cercanía al Santo y a la Vida por excelencia.
A pesar de que el Templo era una de los pilares de la religión judía, había
diferentes posiciones respecto a él. Así los saduceos y los sacerdotes estaban muy
cercanos a él, pues de hecho, su forma de vida dependía en gran parte de él. Los
fariseos respetaban el Templo y su culto, y deseaban traspasar su grado de pureza a la
vida diaria. Los esenios de Qumrán respetaban el Templo pero no reconocían el
sacerdocio que lo dirigía; consideraban que su comunidad ocupaba el lugar del
Templo. Juan Bautista y sus discípulos eran más bien ajenos y contrarios a la
institución del Templo. La mayoría de los judíos tenía en estima el Templo, incluso el
sacerdocio, a pesar de que los últimos sumos sacerdotes no pertenecían a la
tradicional línea legítima sadoquita y habían sido nombrados por Herodes, según sus
conveniencias.
Hay un texto clave para poder decir algo sobre la actitud de Jesús ante el
Templo. Se trata de Mc 11,15-20 y paralelos, donde se narra la acción, sin duda
simbólica, en la que Jesús echa por tierra las mesas de los cambistas y los puestos de
palomas.
Respecto a su historicidad, cumple todos los criterios de historicidad. Su
plausibilidad histórica, tanto efcetual como contextual es muy alta.
Mucho se ha discutido sobre la significación de este episodio. Desde una
intervención armada hasta la interpretación más clásica de la purificación del culto
sacrificial por otro más espiritual, o bien la purificación del comercio y los supuestos
abusos económicos de los sacerdotes.
Curso Boston College (2020)
Respecto a estas interpretaciones es necesario decir que, por una parte,
hubiera sido imposible una intervención armada sin la intervención de la guarnición
romana situada en la fortaleza Antonia; y por otra, el culto exigía sacrificios, y no se
tiene constancia de quejas sobre abusos económicos de los sacerdotes. Para evitar que
los animales se dañaran por el camino y quedaran ritualmente impuros solían
comprarse allí mismo. por eso, en el atrio exterior del templo, y en la explanada sur,
donde estaban las principales escalinatas de acceso por donde entraba el pueblo,
solían ponerse los puestos y las mesas de los vendedores, y también las de los
cambistas pues las transacciones que se hacían en el Templo requerían una moneda
especial que había que cambiar en el lugar. Todo ello era necesario para el culto y el
sistema ritual que lo ordenaba.
Por eso, y en consonancia con su vida, hoy se piensa que la acción de Jesús fue
simbólica, pues además en la etapa final de su ministerio aparece una intensificación
de este tipo de acciones (ej. el lavatorio de los pies, la última cena). Por eso es mucho
más plausible el momento en que los sitíuan los sinópticos, en la última semana de
Jesús en Jerusalén, que al comienzo de su ministerio, donde lo sitúa el evangelios de
Juan que deja ver en ello su plan teológico.
Para poder acercarnos al significado del gesto (echa por tierra las mesas de los
cambistas y los puestos de palomas),, es preciso analizar los textos que narran el
suceso.
En Mc 11,15-20; Mt 21,2-13; Lc 19,45-48, la acción de Jesús es interpretada
mediante dos citas de la Escritura que son puestas en labios de Jesús, Is 56,7 y Jer 7,11.
Se trata de una crítica al uso de la religión y su utilización para la injusticia y la
exclusión. Sin duda, la reelaboración post-pascual está en línea con la actitud del Jesús
histórico.
Sin embargo, en Jn 2,14-16 encontramos el episodio de forma algo diferente,
pues, además de presentarlo al comienzo de su ministerio y de las citas
veterotestamentarias, esta vez Zc 14,21 y Sal 69,10, se nos transmiten unas palabras
proféticas de Jesús que dan razón de su acción (Destruid este santuario y en tres días lo
reconstruiré, 2,19). Aunque dichas palabras y los versículos posteriores dejan ver la
interpretación post-pascual de la comunidad y la actividad redaccional del evangelista,
tienen muchas probabilidades de remontarse hasta el Jesús histórico.
El criterio de múltiple atestación, entre otros, da pie a tal afirmación, pues de
hecho las palabras sobre la destrucción (y quizá la reconstrucción, aunque esto es más
inseguro) del Templo se encuentran en todos los evangelistas, aunque en diferentes
lugares, e incluso varias veces en cada uno de ellos. Aparecen con ocasión del discurso
escatológico (Mc 13,1-3; Mt 24,1-2; Lc 21,5-6); constituye una de las acusaciones más
importantes en el juicio de Jesús (Mc 14,58; Mt 26,61), y una de las burlas que le
hacen cuando está en la cruz (Mc 15,29; Mt 27,40). En Lucas no se encuentra en el
juicio y la cruz, pero lo hace en Hch 6,14 durante el asesinato de Esteban, y también allí
aparece como alusión a una acusación hecha a Jesús.
Anuncia el final del sistema cultual del Templo, con todo lo que implicaba,
porque había dejado de ser adecuado para la nueva situación que el reino de Dios
iniciaba. Ya no servía ese sistema de grados de santidad y de acercamiento a Yahveh, el
Santo por antonomasia, en virtud de la raza, el sexo o la clase, muchas de ellas
adquiridas por características físicas, o nacimiento. Jesús denuncia y declara inválido
un sistema cultual que generaba exclusión y encerraba a Yahvé so capa de defenderlo
de la imperfección.
El Dios que Jesús de Nazaret había anunciado y hecho presente en su actividad
y persona no era el Dios que se quedaba encerrado en el Templo, separado y
defendido de cualquiera que no se acomodaba a las normas de pureza que ordenaban
la sociedad. Por el contrario, el Dios de Jesús de Nazaret se había mostrado como el
Dios que salía a buscar, precisamente a los que estaban perdidos para aquella
sociedad y su orden. Era el Dios que, sin miedo a contaminarse, salía al encuentro de
mujeres, niños, pecadores, enfermos, posesos, marginados, pequeños.... El Dios de
Jesús no exigía unos ritos de purificación, ni una perfección física o moral, para que
pudieran acercarse a él, sino que era quien daba el primer paso ofreciendo la salvación
y la cercanía, y con ello se acercaba a los más alejados según el esquema de
sacralidades graduales plasmadas en la misma estructura del Templo. Ya no hacía falta
ni el espacio intermedio para entrar en relación con Dios, ni tampoco alguien que
hiciera de mediador. Todos tenían acceso directo al Dios de Jesús que se revelaba
como Abba quien, al contrario de lo que hubiera sido normal en un patriarca oriental
que velara por su honor, espera y sale al camino del hijo que le había deshonrado
ante los ojos de los vecinos (Lc 15,11-32), y sin dejarle disculparse le acoge y hace
fiesta por su vuelta y su recuperación.
Esta nueva comprensión supone una nueva estrategia de misión: salir para
incluir, frente a permanecer a la defensiva de la posible impureza, imperfección, etc.
Una estrategia de salida para contagiar santidad frente a una estrategia defensiva de
encierro y exclusión por miedo a un posible contagio de imperfección, de negatividad.