Selección de Textos para Repensar La Actuación 3
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La larga vida artística y pedagógica del gran maestro ruso nos permite admirar su
fecunda producción y su indudable honestidad intelectual que lo llevó a colocar “patas
para arriba” el denominado “Sistema” que lo había llevado al éxito y a la fama.
No es fácil renunciar al soborno de esta última. Stanislavski, en los últimos diez
años de su vida, y con más claridad entre 1934 y 1938, año de su muerte, munido de un
coraje extraordinario y una gran honestidad intelectual, colocó en discusión lo que él
mismo había aseverado y dejó sentadas las bases de lo que se denominará el Método de
las acciones psico-físicas elementales.
Podemos afirmar, siguiendo la publicación del actor ruso Vasili O. Toporkov, en
su libro Stanislavski en los ensayos. Los últimos años publicado por Ubulibri, Milán, en
1998, que tal proceso de transformación radical comenzó a fines de los años 20.
En 1928 ya podemos “oler” los vientos del cambio, a través de los comentarios
de este actor que trabajó con el maestro ruso desde 1927 hasta el fallecimiento de
Stanislavski, en 1938. Ese proceso está registrado por Toporkov durante los ensayos de
Los pródigos de Kataev (1928), de Las almas muertas (1932) versión de Michael
Bulgakov del poema novelado de Gogol y, finalmente, con la iluminante descripción de
los ensayos de Tartufo de Moliere estrenado en 1939, poco tiempo después del
fallecimiento de Stanislavski.
Resulta evidente que se trata de un progresivo abandono crítico de los principios
técnicos que hicieron famoso al director ruso en todo el mundo - conocido como el
“Sistema” y basado en la memoria emotiva -; encaminado en la dirección de dejar
sentadas las bases de un nuevo método de trabajo del actor, mucho más objetivo y
basado en la contundencia concreta de la acción física.
Trataremos de sintetizar el recorrido de Stanislavski con el objetivo de crear un
marco referencial sin la pretensión de detenernos demasiado en ello. Muchos
investigadores lo han realizado con óptimos resultados pero no es la finalidad de nuestro
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trabajo abordar en sí tal temática histórica, sino tratar de presentar los principios de una
técnica que reconoce su origen en el último y genial aporte de Stanislavski: el método
de las acciones psico-físicas elementales. A partir de esos principios y de los aportes
valiosos de investigadores de la talla de la rusa María Knebel y del maestro argentino
Raúl Serrano, intentaremos trasmitir nuestras propias reflexiones.
Konstantin Sergeevic Alekséyev – tal su verdadero nombre ya que “Stanislavski”
es un seudónimo tomado del nombre artístico de un viejo actor polaco al que conoció en
París en sus años juveniles – nació en Rusia en 1863 en una familia acaudalada con
inclinaciones artísticas. Fue nieto de la actriz francesa Marie Varley, quien llegó a ser
muy conocida en su época.
En 1877 Konstantin Sergeevic dio sus primeros pasos en el teatro fundando una
compañía familiar junto a sus numerosos hermanos y a sus primos. Al poco tiempo se
trasladó a París a efectos de ocuparse de negocios familiares. En la capital francesa
actuó en grupos de aficionados y frecuentó gente de teatro. Fue allí que eligió el
seudónimo con el que se lo conoce. En 1888 regresó a Moscú y fundó la “Sociedad de
Artes y Letras” con el objetivo de remozar al arte dramático ruso y ofrecer puestas en
escena de calidad. En 1897 se reunió con el dramaturgo Ivánovich
Nemirovich-Dánchenko – quien presidía una Sociedad similar llamada “Filarmónica de
Moscú” – y decidieron fusionar ambas instituciones en una nueva: el “Teatro de Arte de
Moscú asequible a todos”. El nombre indica, ya, la finalidad de la nueva agrupación.
A partir de ese momento las inquietudes de Stanislavski se profundizaron en la
búsqueda de un modo de actuación sobrio y verosímil, lejano de la afectación y el
estereotipo artificial que reinaba en el teatro de la época y repudiando el rol del
actor-estrella y de las “prime donne”.
Los antecedentes teatrales más inmediatos con los que se encontró Stanislavski
provenían: a) del neoclasicismo del siglo XVIII, en donde reinaban las tres unidades
aristotélicas y se imponía la sobriedad y la exposición clara de la situación teatral; b) del
romanticismo, que a partir de la mitad del siglo XIX y hasta bien entrado el XX, se
rebeló contra el neoclasicismo. El romanticismo trataba de expresar las pasiones
individuales de los personajes acentuando el rol del actor protagónico y fomentando la
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Podemos deducir que son tres los momentos de elaboración pedagógica por los
que atraviesa Stanislavski a lo largo de su vida como maestro de actores: 1) Una fase
inicial en el cual, influenciado por la filosofía oriental – no nos olvidemos que en 1881
se graduó en el Instituto de Lenguas Orientales “Lázarev” -, utilizaba técnicas del yoga y
teorizaba sobre el prana y la energía universal, con el objetivo de lograr un acercamiento
íntimo, relajado y profundo del actor, en la perspectiva de “entrar en el personaje” de
una manera comprometida, relajada y verdadera, 2) La más conocida y difundida de sus
etapas en donde pone en práctica lo que se denominará “El Sistema de Stanislavski”,
basado en la memoria emotiva y en la sensorialidad y 3) El “Método de las Acciones
Psico-físicas Elementales” usado progresivamente en las últimas puestas en escena entre
los años 1934 y 1938, proceso que comienza a insinuarse ya en 1928 y que Toporkov
describe minuciosamente en su libro Stanislavski en los ensayos. Los últimos años.
Tomaremos los dos últimos momentos para crear un marco histórico que nos
permita reflexionar al respecto del trabajo del gran maestro ruso pues el primer
momento “oriental” de Stanislavski lo juzgamos como una etapa de inquietudes y de
preparación para los momentos siguientes.
Stanislavski se preguntaba por las causas que provocaban que un actor alcanzara,
en una función determinada, elevados niveles de verdad escénica, se emocionara y se
conmoviera, y por qué, en otras funciones, tal estado de ánimo no llegaba a producirse.
Con minuciosidad seguía las representaciones de los grandes actores y actrices de su
época y trataba de extraer conclusiones de sus observaciones.
Estudiaba, también, los aportes de los estudios sicológicos de la época. Las
investigaciones de la sicología experimental del francés Ribot, en ese sentido, le fueron
muy útiles. El maestro ruso comprobó que ninguna persona se emociona o conmueve
por voluntad propia. Es decir que la emoción es la consecuencia de algo que la provoca:
un recuerdo, un abrazo, una imagen, etc. Es más, observando con atención el trabajo de
los actores, pudo concluir que cuando ellos buscaban emocionarse sobre el escenario,
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evento seleccionándolos con minuciosidad. No recordar las flores en general, sino una
en particular. “Re-verla” en mi interior con precisión. Ello me acercaría a la emoción.
Puedo “traer aquí y ahora”, su olor, o su forma y color, o su textura. Obviamente este
procedimiento requerirá un alto grado de introspección. Se trataría, entonces, de utilizar
ese bagaje emotivo a través de técnicas de ensimismamiento, concentración y
aislamiento y, aplicándolas, “llegar” al estado de ánimo deseado para el personaje.
En ese momento de sus reflexiones, Stanislavski logró grandes resultados con
sus espectáculos pues podían verse, sobre el escenario, personajes que lloraban, reían, se
emocionaban con verdad y, por lo tanto, trasmitían al público, tales sensaciones. Todo
lo contrario a un teatro afectado y ampuloso que tendía a describir los estados de ánimo
y no a vivirlos.
Sin embargo, cabe una pregunta: ¿quién se emociona?, ¿el actor o el personaje?
Indudablemente que, en este caso, se trata del actor pues debe apelar a
fragmentos de su vida emotiva para llegar a determinados estados de ánimo. Se produce,
entonces, una disociación en el momento en que está trabajando sobre el escenario. Por
un lado debe estar dentro de sí, recordando su pasado y trayendo al presente, y
precisándolas mediante las imágenes sensoriales, momentos emotivos de su propia vida;
y, por otra parte, debe interrelacionarse con su partenaire, decir un texto que no le
pertenece, entrever, sin proponérselo, detrás de las bambalinas a un técnico que observa
la escena, etc. Conviven así, en modo contradictorio, dos realidades diferentes: el
mundo interior de cada actor y su pasado de persona real con el mundo de la ficción
teatral que posee leyes propias y convenciones particulares. Tal situación no deja de
provocar una tensión en su trabajo pues el actor teatral no puede detener el desarrollo de
la acción dramática para darse el tiempo interior de encontrar las imágenes sensoriales.
Puede ser distinto en el cine, en donde el actor, si posee una ética, puede darse el tiempo
de ensimismarse, de “encontrar” la imagen emotiva que le sirve y luego llorar – sin
recurrir a gotas que le provoquen la caída de lágrimas – ya que el sistema de producción
cinematográfico permite grabar las escenas sin la presión de la secuencia temporal que
el teatro posee.
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cuando el actor se encuentra detrás de las bambalinas listo para salir a escena, su
corazón comienza a latir con más fuerza, se pregunta sobre si su trabajo gustará al
público, repasa mentalmente los primeros parlamentos de su personaje, escucha las
reacciones del público, etc. Es decir, entran en juego otros factores de presión que no
son los de la vida cotidiana. Son propios del hecho teatral, específicos, pertenecen a ese
momento único de encuentro con el público que asiste al teatro. Es entonces cuando los
ejercicios realizados en el camarín sirven relativamente pues, si bien pueden predisponer
al actor a estar más relajado y concentrado, no lo “cubren” en el momento, en sí, de la
actuación.
El teatro, en un nivel menos complejo y controlable suele ser, como la vida,
impredecible. No hay función igual a la precedente, ni la habrá. No hay público igual al
anterior así sea que concurran los mismos espectadores pues ellos mismos estarán
viviendo otro momento de sus vidas. Las reacciones del público se modifican función a
función. Y no sólo eso: los colegas que comparten un momento artístico con el actor, o
sea el momento de la representación teatral, suelen ofrecer distintos estímulos y
reacciones, no siempre iguales. Es inevitable que así sea si estamos hablando de un
teatro vital y dinámico y no de una representación anquilosada y mecánicamente
repetitiva, cosa imposible por otra parte, pues si quisiéramos repetir una escena
exactamente como la vez anterior, jamás lograríamos hacerlo pues nosotros mismos ya
no somos los mismos.
Otra cuestión observaba Stanislavski: usando la memoria emotiva los actores
tendían a aislarse de sus colegas durante la obra pues estaban buscando dentro de sí las
imágenes que le provocaran los estados de ánimo requeridos. Es decir, construían una
relación mediata con el partenaire, indirecta, no inmediata. Se trataba de islas que
flotaban sobre el escenario, ensimismadas, que se comunicaban con el otro en modo
accesorio. Lo principal era encontrar dentro de cada uno el estímulo que provocara el
estado de ánimo para después accionar o decir el texto, con lo cual la acción era una
consecuencia de la emoción.
En esta fase de su trabajo el maestro ruso, al comenzar los ensayos, apelaba a las
lecturas de mesa del material literario a representar (eso es un texto teatral antes de ser
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continuación” (Toporkov 59), ante el bloqueo que sufría el actor pues buscaba razones y
justificaciones en su cabeza. Le señala, además: “No piense en el personaje ni en los
recuerdos” (Toporkov 86).
Aún más, Stanislavski sostiene, según el testimonio de Torpokov: “De nosotros
quería acciones, no razonamientos” (Toporkov 110).
Toporkov, a su vez, señala como una conclusión del trabajo con Stanislavski, ya
en 1932: “Consideraba a la acción como el único e irrefutable fundamento del arte del
actor. Todo lo demás él lo rechazaba despiadadamente” (Toporkov 62).
También escribe una observación decisiva que nos hace reflexionar sobre cómo
comenzaba a tomar forma el nuevo método desde el punto de vista del ordenamiento
procesual, cuestión que antes aparecía como hacer “un todo” al mismo tiempo. Dice
Toporkov: “Sabía que el actor no podía hacer todo inmediatamente, que era necesario
respetar los tiempos del crecimiento” (Toporkov 63).
La motivación de organizar los ensayos de Tartufo en 1938, pocos meses antes
de su muerte, están muy bien sintetizada por Torkopov: “Para difundir sus nuevas
ideas”. (Toporkov 103)
Con relación a los ensayos de mesa que tanto había usado Stanislavski con el
antiguo método, señala: “Es imposible alcanzar la plena comprensión del futuro
personaje estando sentados en una mesa” (Toporkov 114).
Con respecto a la, ahora, definitiva importancia y prioridad de la acción,
Stanislavski expresa, según Toporkov: “El elemento fundamental de nuestro arte es la
acción, espontánea, orgánica, productiva y oportuna” (Toporkov 145).
Se trata, sin dudas, de un nuevo y revolucionario método de trabajo y no de una
continuación del anterior.
Este actor relata, durante la última obra que dirigió Stanislavski, lo siguiente:
Ahora en la base del nuevo sistema estaba la acción física y el
director rechazaba todo aquello que pudiera ofuscar o
confundir este concepto, Si alguno de nosotros le recordaba los
métodos que él había adoptado en el pasado, fingía
ingenuamente de no entender. Una vez alguien le preguntó:
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¿Es necesario aclarar más sobre el radical cambio operado en el modo de trabajar
de Stanislavski y en su rotundo rechazo al primer método, o “Sistema”, por él mismo
elaborado años antes?
Como vemos, las nuevas investigaciones de Stanislavski provocan un cambio
rotundo y notable pues en el primer método, el llamado “Sistema” tan difundido y
glorificado en los EEUU con el nombre de “método”– aunque sumamente exasperado
años atrás en el Actor’s Studio -, se trata de lograr primero la emoción a través de la
memoria emotiva para luego accionar, mientras que en el método de las acciones físicas
se trata primero accionar para, luego, arribar a la emoción que será su consecuencia y
que será escénica, es decir, un nuevo tipo de emoción diferente a la de la vida. Las
diferencias metodológicas son enormes.
Ahora bien, ¿qué significa la emoción escénica? Se trata de un tipo de emoción
que aparece como consecuencia de la relación interactiva de los sujetos y que está
condicionada por las reglas del juego teatral, de la convención teatral. Así como un
deportista siente frustración y se emociona con suma tristeza porque no puede lograr su
objetivo a causa de que las reglas del juego que está practicando se lo imponen, del
mismo modo un actor puede encontrar un tipo de emoción que sucede en el escenario y
que no es la emoción de la vida. Es una emoción condicionada por la legalidad del arte
teatral.
Muchos alumnos me preguntan: “Pero…en situaciones extremas sobre el
escenario, por ejemplo, mi personaje debe matar con un puñal a otro. Yo sé que el puñal
es de plástico, que se plegará cuando haga contacto con el cuerpo de mi colega,
entonces… ¿cómo puedo emocionarme cuando mi personaje “hunde” el puñal?”
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mismo. Por lo tanto mis acciones y mis reacciones hacia el hacer del otro serán la
consecuencia, a veces inconsciente, de las experiencias vividas.
Acontece a menudo que aquellos actores que reflexionan y quieren prever
demasiado antes de subir a escena, cuando deben superar un momento imprevisto en los
ensayos, se bloquean o proponen soluciones remanidas porque no pueden sortear la
crisis de lo impredecible. Es por eso que propongo, repito, partir hacia la construcción
del objeto de nuestro trabajo lo más vacío que sea posible. Podemos llenar un vaso
cuando no contiene nada. La excesiva información, al comienzo de los ensayos, no suele
ayudar en este primer momento. Creo que un actor deber ser una persona informada y
preparada intelectualmente. Lo que me pregunto es sobre la oportunidad en la cual los
datos intelectuales, o sea, la información histórica, sicológica, social, etc., de la obra y
los personajes (que es absolutamente necesaria) deben entrar en juego en el proceso
creativo del actor. Estoy convencido, pues la experiencia me lo ha demostrado, que es
más eficaz que advengan después de la primera fase constructiva, o sea, de la
improvisación.
Considero que no hay una sola forma de aprender. La razón suele ser el arma
propuesta por una cultura racionalista que descarta otros caminos. ¿Por qué razonar al
comienzo? ¿Sobre qué? Quizás en la vida, que es mucho más compleja que la
preparación de una obra teatral y en donde arribamos a determinadas situaciones como
consecuencia de miles de pequeños hechos que se fueron tejiendo en el pasado, la razón
juegue un rol de preservación, de control, de convivencia civil. Pero en el teatro, en
donde nos encontramos con un ser irreal, con una ficción, con un puñal de utilería con el
cual mi personaje debe matar ¿en dónde encontraré la motivación que me sale de las
entrañas para asesinar? Un personaje no existe. Es humo. Lo que sí existe aún es mi
ajetreada humanidad. ¿Por qué pasar primero por el filtro de la razón y no por el instinto
verdadero que lleva a mi personaje a querer eliminar a su antagonista? ¿Qué sentido
tiene preguntarse, al comienzo, los “por qué”, o sea las causas, de ese deseo? ¿No será
más efectivo proponerme los “para qué”, o sea las finalidades que me llevan a accionar
“hacia delante”, hacia la transformación del oponente y también de mí mismo, como
bien lo propone Serrano? Valorar y moralizar el deseo de matar, por ejemplo, ¿qué
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El fin último del trabajo del actor es la belleza, como el de cualquier otro artista,
pero como no tiene notas que lo guíen al comienzo, no posee una partitura que debe
respetar a rajatablas (el texto será, para nosotros, un punto de partida para organizar los
primeros ensayos y luego un ulterior puerto de arribo en donde surgirá connotado por la
complejidad de la conducta y como emergente de otros elementos a tener en cuenta) y
aún no ha construido y vivido las circunstancias conflictuales del personaje, el método
de las acciones físicas le pedirá que privilegie la acción, así sea esta primitiva y brutal –
sin lastimar ni hacer daño a los colegas – con la condición de que ese hacer llegue, sin
dudas, a transformar a su partenaire, al entorno y a sí mismo. Serrano dice:
“Transformando, me transformo”. Y tiene razón.
No será la belleza, en esta primera etapa, nuestra preocupación. Crear belleza
será un momento posterior de nuestro recorrido. Ahora, de lo que se tratará, será de
construir la relación con los demás, con el entorno y con él mismo, a través de la acción
transformadora. Entonces centraremos, para no atosigar a nuestro actor con demasiadas
exigencias al comienzo de su trabajo, en el esfuerzo en accionar. Por ello, dijimos, se
llama actor. Es cierto que un juglar, un contador de historias, también es un actor pero
seguramente la utilización del relato y de la acción verbal dirigida a obtener un objetivo,
es un recurso estilístico en donde la palabra es un tipo de acción.
En la vida podemos decir que son los actos, los hechos, los que verdaderamente
“hablan”. Más allá de la idea que puedo hacerme sobre mí, de la imagen que creo que
otros se hacen de mí, son las acciones que realizo en mi vida (o las que no realizo) las
que me determinan como persona. Pero puedo ejecutar muy pocas acciones cuando
apenas he nacido: succionar el pecho de mi madre para alimentarme, llorar cuando
siento algo para me socorran, etc. Poco a poco crezco y ese abanico de posibilidades,
que son las acciones, se alarga. Gateo, toco todo lo que puedo, investigo este nuevo
mundo, comienzo a caminar. Entretanto, va configurándose en mí una estructura
sicológica de relación con los demás y con el mundo. Un personaje no tiene esa
posibilidad. No existe. Sólo hay, al comienzo del trabajo, palabras escritas, símbolos
lingüísticos sobre un papel, si es que los hay. A veces el personaje no dice ni una
palabra. No posee un pasado que se ha ido acumulando a lo largo de los años.
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minutos otros dos y al final del primer tiempo otros dos, es muy probable que una parte
del estadio comience a despoblarse y el partido pierda interés porque un contendiente
señaló seis goles, cifra no imposible pero, sí, muy difícil de remontar. Al contrario, lo
apasionante sucede cuando llegamos al final de partido y no sabemos quién será el
ganador. Cada jugada, cada centro al área, será un suspiro para todos: para quienes
quieren que esa maldita pelota entre en el arco rival o para quienes anhelan que algún
defensor la cuelgue de las estrellas.
Borges, a quien no le atraía el fútbol, proponía que le entregaran una pelota a
cada jugador y con veintidós pelotas en campo, asunto terminado. Su humor era
corrosivo e inteligente pero no creo que los estadios se llenen con esa condición que
hace, lamentablemente y por factores del todo económicos y de válvula de escape social,
transformar a personas en bestias durante un partido de fútbol. No es ese nuestro
objetivo con el teatro, pero sí la pasión y el interés que debería provocar cada
representación teatral hasta que el telón o un apagón señalen el final. “¿Cuál, de las
fuerzas en lucha, ganará?” debería ser el pensamiento y el sentimiento de los
espectadores desde que se ponen en acto los conflictos en juego. Aunque el espectador
haya leído ya la obra y sepa cómo va a terminar, si la elaboramos profundizando cada
momento, con los personajes que luchan profundamente por sus objetivos para no ser
derrotados, es muy probable que ese instruido espectador se olvide del final y si no lo
hace, goce con las alternativas durante el combate entre intereses contrapuestos y
parejos.
Ese “¿qué va a pasar?”, fundamental para mantener la intriga en los
espectadores, resulta esencial conseguir para quienes hacemos este oficio. De lo
contrario ejercitamos este oficio, sí, pero lo hacemos adhiriendo al por nosotros llamado
“Teatro de la Nuca”. Así denomino al teatro aburrido, el peor de los pecados que una
persona de teatro puede cometer. Lo llamo “De la Nuca” porque, a medida que se
desarrolla la pesada obra, que es como un collar de melones, comenzamos a ver la parte
posterior de la cabeza de los espectadores que abandonan el teatro, aburridos.
Crear tensión es nuestro trabajo. Saber administrarla y “guiar” al espectador por
un recorrido aparentemente impredecible es nuestra principal tarea. Tenemos que ser
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