El Voleibol
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Un niño le dijo a su padre que quería ser un líder, y le preguntó cómo podía
lograrlo.
El padre le respondió que lo primero que tenía que hacer era ser consciente de su
conducta. Que cada vez que sintiera que había hecho daño a una persona,
clavara un clavo en la cerca de su casa.
El hijo aceptó el reto y empezó a tomar mayor conciencia de sus actos. Siguiendo
el consejo de su padre, comenzó a poner clavos con el martillo cada vez que
hacía daño, maltrataba a personas, compañeros o no los respetaba.
Después de un tiempo, el hijo dejó de poner clavos en la cerca porque ya era
consciente de sus actos y trataba bien a las personas.
Entonces preguntó a su padre:
-¿Y ahora qué hago?
El padre le respondió que por cada acto de buen servicio que realizase, sacara un
clavo de la cerca.
El hijo nuevamente aceptó el reto y empezó, poco a poco, a sacar los clavos. Ya
estaba despierto, era consciente y además se dedicaba a ayudar a las personas.
En poco tiempo logró todos los clavos.
Contento, se acercó donde su padre, quizás con un poco de soberbia y exclamó:
-¡He terminado! ¡Logré sacar todos los clavos! Finalmente he aprendido a ser una
mejor persona, un líder.
Sin embargo, acto seguido lo asaltó una duda:
-¿Ahora qué haremos con todos los huecos que dejaron los clavos en la cerca?
El padre le respondió:
-No los toques. Están allí para recordarte siempre que en tu camino de
aprendizaje dejaste una huella de dolor en la gente y que gracias a su entrega,
comprensión y colaboración ahora puedes ser la persona que eres.
Extraído de “La Cancha de la vida, Llega a lo más alto sin perder la cabeza”
FERRÁN MÁRTINEZ. Barcelona. Bresca Editorial 2007