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ARRIANISMO

El arrianismo sostuvo que Jesús no es propiamente Dios, sino la primera criatura creada por el Padre que no posee divinidad. Aunque fue condenado como herejía en el 325 d.C. y 381 d.C., influyó algunos pueblos germánicos hasta el siglo VI. Algunos grupos como los Testigos de Jehová comparten similitudes con las creencias arrianas sobre la naturaleza de Cristo.

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ARRIANISMO

El arrianismo sostuvo que Jesús no es propiamente Dios, sino la primera criatura creada por el Padre que no posee divinidad. Aunque fue condenado como herejía en el 325 d.C. y 381 d.C., influyó algunos pueblos germánicos hasta el siglo VI. Algunos grupos como los Testigos de Jehová comparten similitudes con las creencias arrianas sobre la naturaleza de Cristo.

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EL ARRIANISMO

¿QUÉ ES?

Se conoce como arrianismo al conjunto de doctrinas fundada por Arrio (256-


336 d.C) que se caracterizan por negar la misma condición divina entre Jesús
y Dios.

El arrianismo lleva el nombre de Arrio, un maestro de principios del siglo IV


d.C. Uno de los primeros y probablemente el más importante punto del
debate entre los primeros cristianos fue el tema de la deidad de Cristo. ¿Era
Jesús realmente Dios hecho hombre, o fue Jesús un ser creado? ¿Fue Jesús
Dios o sólo semejante a Dios? Arrio sostenía que Jesús fue creado por Dios
como el primer acto de la Creación, que Jesús fue la coronación gloriosa de
toda la creación. Entonces, el arrianismo, es la opinión de que Jesús fue un
ser creado con atributos divinos, pero no divino en y por Sí mismo.

El arrianismo malinterpreta las referencias que se hace del cansancio de


Jesús (Juan 4:6) y el que desconociera el tiempo de Su regreso (Mateo
24:36). Sí, es difícil entender cómo es que Dios pudo estar cansado y/o que
ignorara algo, pero el relegar a Jesús como un ser creado no es la respuesta.
Jesús era totalmente Dios, pero también era totalmente humano. Jesús no se
convirtió en ser humano hasta Su encarnación. Por lo tanto, las limitaciones
de Jesús como un ser humano, no tienen impacto alguno en su naturaleza
divina o eternidad.

Una segunda interpretación errónea del arrianismo, es el significado de


“primogénito” (Romanos 8:29; Colosenses 1:15-20). Los arrianos entienden
que “primogénito” en estos versículos significa que Jesús “nació” o “fue
creado” como el primer acto de la Creación. Este no es el caso. Jesús Mismo
proclamó Su auto-existencia y eternidad (Juan 8:58; 10:30). Juan 1:1-2 nos
dice que Jesús estaba “en el principio con Dios”. En los tiempos bíblicos, el
primogénito de una familia era tenido en gran honor (Génesis 49:3; Éxodo
11:5; 34:19; Números 3:40; Salmo 89:27; Jeremías 31:9). Es en este sentido
que Jesús es el primogénito de Dios. Jesús es el miembro preeminente de la
familia de Dios. Jesús es el ungido, el “Admirable, Consejero, Dios fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6).
Después de casi un siglo de debate en varios concilios de la iglesia primitiva,
la iglesia cristiana denunció oficialmente el arrianismo como una falsa
doctrina. Desde entonces, el arrianismo nunca ha sido aceptado como una
doctrina viable de la fe cristiana. Sin embargo, el arrianismo no ha muerto. El
arrianismo ha continuado a través de los siglos en formas variadas. Los
Testigos de Jehová y los Mormones de la actualidad, sostienen una posición
muy similar al arrianismo sobre la naturaleza de Cristo. Así como lo hizo la
iglesia primitiva, debemos denunciar todos y cada uno de los ataques sobre
la deidad de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo.

El arrianismo sostuvo que Jesús no es propiamente Dios, sino la primera


criatura creada por el Padre, la cual no gozaba de divinidad, y fue empleado
para la creación del mundo. Con esto el arrianismo postulo la existencia
únicamente de Dios, y la de un solo principio el Padre.

Por otro lado, el Verbo no podía ser vinculado con Dios-Padre ya que no es
consustancial con el Padre, ni las Tres Personas Divinas, y por lo tanto
surgen diferencias entre ellos.

En principio, esta herejía fue apoyada, y las doctrinas fueron difundidas por
el Imperio romano, norte de África, Palestina, Asia Menor, Siria. Sin embargo,
existió una alta tensión entre los católicos y arrianos, ya que para los
primeros Cristo es verdaderamente el Hijo y verdaderamente Dios, y nunca
aprobarían en separarlo.

A pesar de que el arrianismo fue considerado como herejía, condenado en el


Primer Concilio de Niceo (325), y declarado herético en el Primer Concilio de
Constantinopla (381), se mantuvo como religión en algunos pueblos
germánicos hasta el reinado de Recaredo I que estableció el catolicismo
como religión oficial de su reino.

Actualmente, no existen vestigios del arrianismo pero si ciertas similitudes


de otras religiones con el fundamento de la doctrina en estudio.

Por último, el término arriano, adjetivo que identifica a un seguidor del


arrianismo.

ARRIANISMO Y SEMIARRIANISMO
El semiarrianismo es una doctrina intermedia entre el arrianismo y el Primer
Concilio de Nicea (325) que establece que Cristo era similar al Padre en
esencia, pero no consustancial con él.

LAS MISIONES ARRIANAS

Cuando terminaron las persecuciones, los cristianos constituían alrededor del


diez por ciento de la población del imperio. Es comprensible que una minoría
tan pequeña, y a menudo perseguida, no pensara en misiones evangélicas
allende el Rin y el Danubio. En efecto, cuando el evangelio comenzó a
extenderse entre los germanos, no fue la iglesia de dentro del imperio la que
se ocupó de evangelizarlos, sino un godo. Se llamaba Ulfilas (lobezno) y era
arriano. Fue mayormente por su empeño que los visigodos llegaron a
aceptar el cristianismo arriano, el que a su vez se propagó entre las tribus
germanas en general.

ALGUNOS CONCEPTOS:

Arrianismo y los Testigos de Jehová

Los testigos de Jehová, presenta similitud con el arrianismo, debido a que


postulan que Jesús es un ser Creado, el cual no es eterno ni Dios. Como
consecuencia de ello, los católicos le tocan la ardua tarea de derrumbar ese
postulado, y defender la deidad de Dios.

Arrianismo y nestorianismo

El nestorianismo es una doctrina que considera a Cristo separado en dos


personas; una parte divina, hijo de Dios, y otra humana, hijo de María, unidas
en una sola persona como Cristo.

Para más información, consulte el artículo nestoriano.

Arrianismo y monofisismo

El monofisismo es una doctrina teológica que sostiene que en la persona de


Jesús solo está presente en la naturaleza divina y no humana.
LA HISTORIA ARRIANISTA

Historia

La naturaleza de Jesús era el problema más complejo de los primeros siglos


del cristianismo, como lo revelan las discusiones teológicas. En los primeros
siglos del cristianismo se planteaba el problema de la relación del Hijo y de
Dios. A esto se le llamó las disputas cristológicas.

En sus orígenes, Cristo era considerado ante todo como un mesías, en


definitiva un ser mortal, el cual había sido elegido por Dios para realizar sus
designios y que por ello podía llamársele Hijo de Dios; a esta doctrina se la
llamó adopcionismo. Sin embargo, en la Iglesia cristiana fue creciendo en
importancia la opinión de que Cristo había preexistido como Hijo de Dios a su
encarnación humana en Jesús de Nazaret, y que había descendido a la Tierra
para redimir a los seres humanos; a esta nueva doctrina se la denominó
encarnacionismo. Esta nueva concepción de la naturaleza de Cristo trajo
aparejados varios problemas teológicos, ya que se discutió si en Cristo
existía una naturaleza divina o una humana, o bien ambas, y si esto era así,
se discutió la relación entre ambas (fundidas en una sola naturaleza,
completamente separadas, o relacionadas de alguna manera).

El encarnacionismo prendió fuertemente en el mundo gentil, y


especialmente en el occidente del Imperio Romano, mientras que las iglesias
orientales defendían nociones más cercanas al adopcionismo. Arrio había
sido discípulo de Pablo de Samosata, un predicador oriental del siglo III, y
creía que Cristo era una criatura, aunque concedía que había sido la primera
criatura formada por el Creador.

En la lucha de los encarnacionistas contra los arrianos hay varios factores a


tomar en cuenta, como trasfondo de la discusión doctrinal:

 Había una lucha de poder entre la Iglesia de Roma y las iglesias


orientales, en una época en que la supremacía de la primera no estaba bien
asentada todavía. Las iglesias orientales apoyaron a Arrio, mientras que las
occidentales tendieron a apoyar a los encarnacionistas.

 Pablo de Samosata había sido apoyado por la reina Zenobia de


Palmira, enemiga mortal del Imperio Romano, y el emperador tendía a
apoyar el encarnacionismo.

 Por razones psicológicas, el encarnacionismo gustaba más a las clases


acomodadas del Imperio (que vivían en Grecia o Roma), mientras que el
Adopcionismo gustaba más a las clases empobrecidas (las que
predominaban en las regiones orientales del Imperio).

Finalmente, en el Concilio de Nicea del año 325 se aprobó el credo propuesto


por Atanasio, y la cerrada defensa del encarnacionismo hecha por Atanasio
consiguió incluso el destierro de Arrio. Cuando éste fue perdonado el año
336, murió en misteriosas circunstancias (probablemente envenenado). La
disputa entre encarnacionistas y arrianos iba a durar durante todo el Siglo IV,
llegando incluso a haber emperadores arrianos (el propio Constantino I el
Grande fue bautizado en su lecho de muerte por el obispo arriano Eusebio de
Nicomedia). Ulfila, obispo y misionero, propagó el arrianismo entre los
pueblos germánicos, particularmente los visigodos, ostrogodos y vándalos.
Después del Concilio de Calcedonia del año 381, el arrianismo fue
definitivamente condenado y considerado como herejía en el mundo
católico. Sin embargo, el arrianismo se mantuvo como religión oficial entre
los germanos hasta el Siglo VI. El último rey germano en mantener el
arrianismo fue Leovigildo, rey de los visigodos.

El Arrianismo hoy en día

A pesar de que el Arrianismo como tal haya desaparecido, se considera


continuadores de ciertos aspectos del Arrianismo a varias comunidades
religiosas:

La cristología de los Testigos de Jehová guarda similitudes con el arrianismo,


en el sentido que ambas consideran a Jesús como el Hijo unigénito del Dios
Padre, pero también tiene diferencias.

Los socinianos, una denominación nacida luego de la Reforma Protestante en


Polonia, y los unitarios, que se desarrollaron en Transilvania y Hungría, y
posteriormente en el Reino Unido, América del Norte y otras regiones, no
creen en el aspecto divino de Jesús, por lo que en alguna medida pueden ser
considerados herederos del arrianismo.

El Arrianismo en el saber popular

Se ha usado Arriano durante la historia para tildar desde el mundo Católico a


cualquier cismático con la autoridad de la Iglesia con respecto a la cuestión
de la unidad de Dios y la Trinidad. Por ejemplo, durante siglos, el mundo
cristiano tendió a ver al Islam como una forma de arrianismo. Se ha
avanzado la hipótesis de que la permanencia de arrianos tanto en Oriente
Medio como en África del Norte y en Hispania habría facilitado la expansión
musulmana en estas regiones durante el siglo VIII, aunque es una cuestión
aún muy debatida.

Aunque no exista una iglesia arriana desde que Recaredo y con él todos los
Visigodos se convirtiesen a la fe Católica en el III Concilio de Toledo, la
disputa que hubo entre arrianos y católicos ha llegado hasta nuestros dias en
el saber popular. La expresión española armarse la de Dios es Cristo,
indicando que va a haber un problema muy grande, hace referencia a las
disputas tanto en el plano teológico como en el político y militar que hubo
entre Arrianos y Católicos entre los siglos V y VII.

Arrianismo es el nombre de una herejía, llamada así por su representante


más prominente, Arrio, presbítero de Alejandría († 336), ante lo cual se
detalla:

Origen de la herejía.

Las raíces del conflicto arriano yacen profundamente en las diferencias de la


doctrina ante-nicena del Logos, especialmente en los elementos
contradictorios de la cristología de Orígenes, que fue reclamada por ambas
partes. Orígenes atribuyó a Cristo eternidad y otros atributos divinos, lo que
llevó a la doctrina nicena de la identidad de sustancia, pero, por otro lado, en
su celo por las distinciones personales en la Deidad, enseñó con igual énfasis
una esencia separada y la subordinación del Hijo respecto al Padre,
llamándolo "Dios secundario", mientras que el Padre es "el Dios"; el Logos es
una criatura y ocupa una posición entre la naturaleza del Dios no
engendrado (griego agennetos) y la naturaleza de todas las cosas
engendradas (Contra Celsum, iii. 34). Orígenes enseñó la generación eterna
del Hijo por la voluntad del Padre, pero la consideró la comunicación de una
sustancia divina secundaria. En el este se discutieron y hallaron defensores
esas diferentes descripciones, rechazando un sínodo en Antioquía (268) la
doctrina de la identidad de sustancia. La escuela de Antioquía desarrolló la
doctrina de la subordinación del Hijo. Luciano, el maestro de Arrio, y Eusebio
de Nicomedia, ejercieron una influencia determinante sobre las ideas de
Arrio; Harnack (History of Dogma, iv. 3) le llama "el Arrio antes de Arrio." El
primer oponente de Arrio fue Alejandro, obispo de Alejandría, siendo el
mayor enemigo doctrinal de la cristología arriana Atanasio.

Arrio negó que el Hijo fuera de la misma sustancia (griego homoousios) del
Padre y le redujo al rango de una criatura, aunque preexistente antes del
mundo. Ninguna herejía cristológica del cristianismo antiguo fue más tenaz y
ampliamente aceptada. Durante una parte del siglo cuarto fue el credo
dominante en la Iglesia oriental, aunque hubo vigorosas y constantes
protestas por parte ortodoxa. Fue también la forma de cristianismo a la que
la mayoría de los bárbaros se convirtieron al principio.

Mapa de las principales herejías, disidencias y cismas en los primeros siglos

Mapa de los puntos de partida de las grandes herejías

Estallido de la controversia.

El origen de la controversia está envuelto en cierta oscuridad y los relatos no


son fáciles de conciliar. La fecha más antigua para el choque de ideas es el
año 318. La cuestión cristológica se había vuelto candente en Egipto.
Alejandro tanto en la iglesia como en las reuniones presbiteriales había
enfrentado y refutado falsas ideas, tal como Arrio después le recordó
(Epifanio, Epist. Arii ad Alex.). Según Sócrates (i. 5), Alejandro dio el primer
impulso a la controversia al insistir, en una reunión de presbíteros y otro
clero, en la eternidad del Hijo, a lo que Arrio se opuso abiertamente y lo
acusó de sabelianismo. Él razonó de esta manera: "Si el Padre engendró al
Hijo debe ser más antiguo que el Hijo y por lo tanto hubo un tiempo cuando
el Hijo no era; de esto se sigue que el Hijo tiene su subsistencia (griego
hypostasis) de la nada." Los relatos de Sozomeno (i. 15) y Epifanio difieren al
fechar el conflicto en discusiones entre los presbíteros y los laicos y
Sozomeno presenta a Alejandro sin tomar al principio una posición decidida
entre las dos opciones. En 320 o 321 Alejandro convocó un sínodo de unos
100 obispos egipcios y libios en Alejandría, que excomulgó a Arrio y a sus
seguidores. Arrio encontró poderosos amigos en Eusebio de Nicomedia,
Eusebio de Cesarea, Paulino de Tiro, Gregorio de Berito, Aecio de Lidia y
otros obispos que o bien compartían su idea o al menos la consideraban
inocente. Halló refugio en Nicomedia con Eusebio, donde había estado la
residencia imperial desde Diocleciano, difundiendo sus ideas en una obra
semi-poética, Thalia ("Banquete"), de la que Atanasio ha preservado
fragmentos. Alejandro se defendió y avisó contra los arrianos en una carta
que envió a muchos obispos (Epifanio, lxix. 4, 70; Sócrates inserta la carta, i.
6). Arrio apeló a Eusebio de Cesarea y a otros para conseguir su restauración
como presbítero, yendo un sínodo en Tierra Santa tan lejos como para
autorizarle a trabajar en Alejandría, sujeto a la autoridad del obispo
Alejandro. En poco tiempo toda la Iglesia oriental era un campo de batalla
metafísico. La atención del emperador Constantino se centró en la
controversia y en una carta a Alejandro y Arrio la denominó una mera
logomaquia, una cuestión de palabras sobre cosas incomprensibles; también
envió a Osio de Córdoba a Egipto, para mediar entre las partes
contendientes (Sócrates, i. 7, proporciona la carta, como también Eusebio,
Vita Const., ii). Sin embargo, por consideraciones políticas, a sugerencia de
ciertos obispos, convocó el primer concilio ecuménico de la Iglesia, para
resolver la controversia arriana junto con la cuestión del tiempo de la
celebración de la Pascua y el cisma meleciano en Egipto.

El credo niceno.

El concilio se reunió en Nicea en Bitinia. Asistieron 318 obispos


(aproximadamente una sexta parte de todos los obispos del imperio),
resultando en la condenación formal de Arrio y la adopción del "credo
niceno", que afirma en términos inequívocos la doctrina de la deidad eterna
de Cristo con estas palabras: "[Creemos] en un Señor Jesucristo, el unigénito
de Dios, engendrado del Padre, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero,
engendrado, no creado, de una sustancia con el Padre, por el cual todas las
cosas fueron hechas; quien por nosotros los hombres y por nuestra
salvación, descendió y se encarnó y se hizo hombre; sufrió y al tercer día
resucitó y ascendió al cielo; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los
muertos." Al credo original niceno se añadió el siguiente anatema: "Y a los
que dicen que hubo un tiempo cuando él [el Hijo] no era y que fue hecho de
la nada o de otra sustancia o cosa, o que el Hijo de Dios es creado, o
mudable, o alterable, los condena la santa Iglesia católica y apostólica." Este
anatema se omitió en esa forma del credo niceno que usualmente, aunque
incorrectamente, se traza hasta el concilio de Constantinopla de 381 y que
tras el concilio de Calcedonia en 451, sustituyó enteramente al credo de
Nicea de 325 en su forma primitiva.

Es posible que Alejandro y Osio llegaran a un entendimiento, antes de que el


concilio se reuniera, sobre el uso del término homoousíos (Sócrates, i. 7, dice
que discutieron la ousia e hypostasis); Harnack afirma lo mismo aunque
Loofs lo duda. El credo fue firmado por casi todos los obispos, con Osio a la
cabeza, e incluso por Eusebio de Cesarea, quien, antes y después, ocupó una
posición intermedia entre Atanasio y Arrio. Este es el primer ejemplo de tal
firma de un símbolo doctrinal. Eusebio de Nicomedia y Teognes de Nicea
firmaron el credo pero no la fórmula condenatoria añadida, siendo por ello
destituidos y desterrados durante un corto tiempo. Dos obispos egipcios,
Teonas y Segundo, rechazaron persistentemente firmar y fueron
desterrados, con Arrio, a Iliria. Se trata del primer ejemplo de castigo civil
por herejía, abriendo una larga y oscura era de persecución hacia todos los
que se apartaran de la fe católica u ortodoxa. Los libros de Arrio fueron
quemados y sus seguidores etiquetados como enemigos del cristianismo. El
credo niceno ha sobrevivido a todas las tormentas posteriores y en la forma
mejorada reconocida en Constantinopla en 381, permanece hasta este día
como el credo más aceptado de la cristiandad y si se eliminara la posterior
inserción latina, el filioque, sería un lazo de unión entre las Iglesias griega,
católica y protestante.

Reacción arriana. Atanasio.

No mucho después del concilio de Nicea tuvo lugar una reacción arriana y
semi-arriana, teniendo durante un tiempo ascendencia en el imperio. El
arrianismo entró ahora en la fase de su poder político. Comenzó un periodo
de gran excitación en la Iglesia y el Estado: concilio tras concilio se
celebraban; se elaboraba credo contra credo; se pronunciaba anatema
contra anatema. "Los caminos" dice el historiador pagano imparcial, Amiano
Marcelino, "estaban llenos de obispos viajeros." Las iglesias, teatros,
hipódromos, fiestas, mercados, calles, baños y tiendas de Constantinopla y
otras ciudades estaban saturados de disputas dogmáticas. En intolerancia y
violencia los arrianos incluso excedieron a los ortodoxos. La interferencia de
los emperadores y sus tribunales únicamente echó leña al fuego e
incrementó el enconamiento de la lucha, al añadir la confiscación y el exilio
al castigo espiritual de la excomunión. El indomable líder de la facción
ortodoxa era Atanasio, un carácter puro y sublime, quien había estado en el
concilio de Nicea cuando era un joven archidiácono en compañía de
Alejandro, a quien sucedió como obispo (326); pero una y otra vez fue
depuesto por el despotismo imperial, pasando 20 años en el exilio. Lo
sacrificó todo por su convicción y tuvo el valor de enfrentarse al imperio (de
ahí el lema: Athanasius contra mundum). Fue un hombre de una idea y una
pasión, la divinidad eterna de Cristo, que él consideraba la piedra angular del
sistema cristiano. El líder político-eclesiástico de la facción arriana fue
Eusebio de Nicomedia, quien probablemente debido a la influencia del
emperador Constantino (Sócrates, i. 25 etc.), fue llamado del exilio y bautizó
a Constantino en su lecho de muerte. Constantino se inclinaba
favorablemente hacia Arrio, aceptando una confesión que éste preparó y
llamándolo del exilio, ordenando que fuera solemnemente restaurado a la
comunión de la Iglesia católica en Constantinopla e incluso exigiendo su
restauración en Alejandría por Atanasio; pero, en la víspera de su planeada
restauración, el hereje murió súbitamente (336). Al año siguiente
Constantino mismo murió y su hijo Constantino II llamó a Atanasio de su
primer exilio. En el oeste la declaración nicena halló aceptación universal
pero en el este, donde Constancio, el segundo hijo de Constantino el Grande,
gobernó, la oposición a la fórmula nicena fue casi universal y se mantuvo
con celo fanático por la corte y por Eusebio de Nicomedia, quien fue
trasladado a Constantinopla en 338. Atanasio fue atacado con acusaciones
personales con gran vehemencia por los eusebianos, quienes procuraban
sustituir la doctrina del homoousios por métodos indirectos. Fue desterrado a
la Galia en 335. Eustacio de Antioquía, un ayudante de Atanasio, había sido
destituido en un sínodo en Antioquía en 330 (Sócrates, i. 23) por la acusación
de defender el sabelianismo. Marcelo de Ancira, otro vigoroso defensor de la
fe nicena, fue también destituido en un sínodo en Constantinopla. La muerte
de Arrio sucedió un poco después, pero la tarea de castigar a sus oponentes
siguió adelante. Atanasio fue destituido por segunda vez (339), hallando
refugio en Julio de Roma, quien, con el conjunto de la Iglesia occidental lo
estimó como un mártir.

Varios sínodos y facciones.

Es innecesario seguir los diversos destinos de las dos facciones y la historia


de los concilios, que se neutralizaban unos a otros, sin avance material de
los puntos en disputa. Los más importantes son el sínodo de Antioquía, 341,
que estableció un credo ortodoxo pero destituyó a Atanasio; el sínodo
ortodoxo de Sárdica, que declaró a Atanasio y Marcelo ortodoxos y el sínodo
arriano de Filopópolis, 343; los sínodos de Sirmio, 351, que protestó contra la
reinstauración de Atanasio en Alejandría; Arlés, 353; Milán, 355, que
condenó a Atanasio en obediencia a Constantino; el segundo sínodo de
Sirmio, 357; el tercero, 358; el de Antioquía, 358; el de Ancira, 358; el de
Constantinopla, 360; el de Alejandría, 362. Ayudado por Constancio, el
arrianismo, bajo la forma modificada representada por el término
homoiousios ("similar en esencia", distinto del niceno homoousios y el
estrictamente arriano heteroousios), obtuvo el poder en el imperio; incluso la
sede papal en Roma durante un tiempo estuvo manchada por la herejía,
durante el interregno arriano de Félix II. Pero la muerte de Constancio en
361, la indiferencia de su sucesor, el emperador Juliano, a todas las disputas
teológicas (los obispos desterrados quedaron en libertad de volver a sus
sedes, aunque él después desterró a Atanasio), la tolerancia de Joviano (†
364) y especialmente las disensiones internas de los arrianos, prepararon el
camino para un nuevo triunfo de la ortodoxia. Los eusebianos, o semi-
arrianos, enseñaban que el Hijo era similar en sustancia (homoiousios) al
Padre, mientras que los aecianos (de Aecio, diácono de Antioquía que revivió
el arrianismo) y los eunomianos (de Eunomio de Cízico en Misia) enseñaban
que era de sustancia diferente (heteroousios) y distinto (anomoios) al Padre
en todo como también en sustancia (de ahí los nombres heteroousianos y
anomeos). Varios sínodos y credos de compromiso se propusieron sanear
esas disensiones, pero sin resultado permanente.

Vindicación de la ortodoxia.

Por otro lado, los defensores del credo niceno, Atanasio, y, tras su muerte en
373, los tres obispos capadocios, Basilio el Grande, Gregorio de Nacianzo y
Gregorio de Nisa, vindicaron triunfalmente la doctrina católica contra todos
los argumentos de la oposición. Los capadocios hicieron del homoousios el
punto de partida de sus discusiones, como se desprende de la
correspondencia de Basilio con Apolinar. Dámaso, el obispo romano, fiel a la
política general de sus predecesores y de Julio en particular, había
condenado al arrianismo en dos sínodos romanos, 369 y 377. Cuando
Gregorio de Nacianzo fue llamado a Constantinopla en 379 sólo había una
pequeña congregación nicena que no se había hecho arriana, pero sus
capaces y elocuentes sermones sobre la deidad de Cristo, que le ganaron el
título de "el teólogo", contribuyeron poderosamente a la resurrección de la fe
católica. La influencia del monasticismo, especialmente en Egipto y Siria, se
alió con la causa de Atanasio y de los capadocios y la porción más
conservadora de los semi-arrianos se aproximó gradualmente a la ortodoxia,
a pesar de las persecuciones del violento emperador arriano Valente.

Concilio de Constantinopla, 381.

Teodosio, español de nacimiento, fue criado en la fe nicena. Al llegar a


Constantinopla removió a los arrianos de las iglesias y los sustituyó por la
facción ortodoxa. Durante su reinado (379-395) se completó externamente
la victoria que espiritual e intelectualmente la ortodoxia ya había alcanzado.
Convocó el segundo concilio ecuménico de Constantinopla, 381, que
consistió de sólo 150 obispos, siendo presidido sucesivamente por Melecio,
Gregorio de Nacianzo y Nectario de Constantinopla. El concilio condenó la
herejía pneumatómaca (que negaba la divinidad del Espíritu Santo), a los
sabelianos, eunomianos, apolinaristas, etc., y virtualmente completó el
dogma ortodoxo de la Trinidad. El credo niceno ahora en uso común (con la
excepción de la cláusula latina filioque, que es de fecha posterior y
rechazada por la Iglesia griega) no puede trazarse a este sínodo de
Constantinopla, sino que existió en una fecha anterior; se encuentra en el
Ancoratus de Epifanio (373) y se derivó por él de una fuente más antigua,
esto es, el credo bautismal de la iglesia de Jerusalén. No está en las actas
originales del concilio de Constantinopla, sino que fue posteriormente
incorporado a ellas y pudo ser aprobado por el concilio. Hort lo deriva
principalmente de Cirilo de Jerusalén, hacia 362-364. El emperador dio
sanción legal a las decisiones doctrinales y cánones disciplinarios y en julio
de 381 promulgó una ley por la que toda propiedad eclesiástica debería
darse a aquellos que creyeran en la igual divinidad del Padre, Hijo y Espíritu
Santo. Obispos como Ambrosio de Milán apoyaron al emperador e hicieron
todo lo que pudieron para lograr la aceptación completa de la doctrina
nicena.

El arrianismo posterior.

Tras Teodosio, el arrianismo cesó de existir como fuerza organizada en la


teología y en la historia de la Iglesia; pero de tiempo en tiempo reapareció
como opinión teológica aislada, especialmente en Inglaterra. Emlyn,
Whiston, Whitby, Samuel Clarke, Lardner y muchos que se alineaban entre
los socinianos y unitarios, tenían sentimientos arrianos. Pero Milton e Isaac
Newton, aunque se aproximaban a la idea arriana de la relación del Hijo con
el Padre, diferían ampliamente del arrianismo en espíritu y objetivos.

El arrianismo entre los bárbaros.

La legislación eclesiástica de Teodosio quedó confinada, por supuesto, a los


límites del imperio romano. Más allá, entre los bárbaros del oeste, que
habían recibido el cristianismo en la forma de arrianismo durante el reinado
del emperador Valente, se mantuvo durante otros dos siglos, aunque más
por accidente que por elección y convicción. Los ostrogodos permanecieron
arrianos hasta 553; los visigodos hasta el concilio de Toledo en 589; los
suevos en España hasta 560; los vándalos, que conquistaron el norte de
África en 429 y persiguieron furiosamente a los católicos, hasta 530, cuando
fueron expulsados por Belisario; los burgundios hasta su incorporación al
imperio franco en 534; los lombardos en Italia hasta mediados del siglo
séptimo. Alarico, el primer conquistador de Roma, Genserico, el conquistador
del norte de África, y Teodorico el Grande, rey de Italia, fueron arrianos y la
primera traducción teutónica de las Escrituras, de la que quedan importantes
fragmentos, vino del misionero arriano o semi-arriano Ulfilas.

Mapa de la ortodoxia y la herejía hacia el año 450

La enseñanza arriana.

El Padre sólo es Dios; sólo él no es engendrado, siendo eterno, sabio, bueno,


inmutable. Está separado por un abismo infinito del hombre. Dios no puede
comunicar su esencia. El Hijo de Dios es preexistente, "antes del tiempo y
antes del mundo" y "antes de todas las criaturas." Pero es un ser intermedio
entre Dios y el mundo, la imagen perfecta del Padre, el ejecutor de sus
pensamientos, incluso el creador del mundo. En un sentido secundario
metafórico puede ser llamado "Dios." Pero, por otro lado, Cristo mismo es
una "criatura", la primera criatura de Dios, por la que el Padre llamó a las
otras criaturas a la existencia. Está "hecho" no de la "esencia" del Padre,
sino "de la nada" por la "voluntad" del Padre, antes de todo tiempo
concebible, pero en el tiempo. No es eterno y "hubo un tiempo cuando él no
era." Tampoco es inmutable por creación, sino sujeto a las vicisitudes de un
ser creado. Al seguir lo bueno ininterrumpidamente, se convirtió en
inmutable. Con la limitación de la existencia de Cristo está necesariamente
relacionada una limitación de su poder, sabiduría y conocimiento. Los
arrianos afirmaron expresamente que el Hijo no conoce perfectamente al
Padre y por tanto no puede revelarlo perfectamente. Es esencialmente
diferente al Padre (heteroousios, en oposición a la fórmula ortodoxa,
homoousios, "co-igual" y a la semi-arriana homoiousios, "similar en
esencia"). Aecio y Eunomio después, más vigorosamente, expresaron esto
mismo llamándolo distinto al Padre (anomoios). En cuanto a la humanidad de
Cristo, Arrio le atribuyó sólo un cuerpo humano con un alma humana, pero
no un alma racional. Se anticipó a Apolinar de Laodicea, quien sustituyó la
razón humana por el Logos divino, aunque por distinto motivo, esto es,
salvar la unidad de la personalidad divina de Cristo. El posterior desarrollo
del arrianismo por Aecio y Eunomio no produjo nuevas características, salvo
muchas inconsistencias y contradicciones. La controversia degeneró en una
estéril guerra metafísica. Los 18 o más credos que el arrianismo y semi-
arrianismo produjeron entre el primer y el segundo concilio (325-381) son
hojas sin capullos y ramas sin fruto.

Argumentos de los arrianos.

Los arrianos apoyaban su doctrina en pasajes de la Biblia que parecen situar


a Cristo con las criaturas (Proverbios 8:22-25; Hechos 2:36; Colosenses
1:15), o que atribuyen al Cristo encarnado (no al Logos preexistente) en su
estado de humillación falta de conocimiento, debilidad, tristeza y otros
cambios afectivos y estados de mente (Lucas 2:52; Marcos 13:32; Hebreos
5:8,9; Juan 12:27,28; Mateo 26:39), o que enseñan alguna clase de
subordinación del Hijo respecto al Padre (especialmente Juan 14:28, "el
Padre es mayor que yo", que se refiere, no a la esencia natural, sino al
estado de humillación). Arrio se vio obligado a admitir, en su primera carta a
Eusebio de Nicomedia, que Cristo es llamado Dios (incluso "el pleno,
unigénito Dios", según la famosa lectura disputada para "Hijo unigénito" en
Juan 1:18). Pero redujo su expresión a la idea de una divinidad subordinada,
secundaria y creada. Los argumentos dogmáticos y filosóficos eran
principalmente negativos y racionalistas, resumiéndose así: la idea nicena de
la deidad esencial de Cristo es irrazonable e inconsistente con el
monoteísmo, con la dignidad y trascendencia del Padre y necesariamente
lleva al sabelianismo o a los delirios gnósticos de la emanación.

Refutación del arrianismo.

Por otro lado, el arrianismo fue refutado por pasajes bíblicos que enseñan
directa o indirectamente la divinidad de Cristo y su igualdad esencial con el
Padre. La concepción de un creador creado, que existía antes del mundo, y
que sin embargo comenzó a existir, quedó demostrado que era
contradictoria e insostenible. No puede haber ser intermedio entre el creador
y la criatura; ni tiempo antes del mundo, ya que el tiempo mismo es una
parte del mundo, o la forma bajo la cual existe sucesivamente; ni puede la
inmutabilidad del Padre, sobre la cual Arrio puso gran énfasis, ser
mantenida, salvo sobre la base de la eternidad de su paternidad, que, por
supuesto, implica la eternidad del Hijo. Atanasio acusó al arrianismo de
diteísmo e incluso de politeísmo y de destruir toda la doctrina de la
salvación. Pues si el Hijo es una criatura, el hombre todavía permanece
separado, igual que antes, de Dios, pues ninguna criatura puede redimir a
otras criaturas ni unirlas a Dios. Si Cristo no es Dios, mucho menos puede
hacernos partícipes de la naturaleza divina y en ningún sentido verdadero
hacernos hijos de Dios.

En el siguiente texto Alejandro de Alejandría proporciona un resumen


procedente de las enseñanazas arrianas:

'Dios no fue siempre Padre, sino que hubo un tiempo en que Dios no era
Padre. El Verbo de Dios no existió siempre; fue hecho de la nada: el que es
Dios formó al que no existía de la nada; hubo, pues, un tiempo en que El no'
era. El Hijo es una criatura, un producto; no es semejante al Padre en cuanto
a substancia; ni es el Verbo verdadero y natural del Padre; ni es su
verdadera Sabiduría. Es uno de los tantos seres creados y hechos. Se le
llama Verbo y Sabiduría por abuso de lenguaje, puesto que El mismo ha sido
creado por el verdadero Verbo de Dios y por la sabiduría que está en Dios,
con la cual le creó Dios como creó los restantes seres. Por lo tanto, por
propia naturaleza, puede variar y cambiar, igual que los demás seres
racionales. El Verbo es también extraño, ajeno y distinto de la substancia del
Padre. El Padre es inefable para el Hijo; pues el Verbo no puede conocer
perfecta y adecuadamente al Padre, ni le puede ver perfectamente. El Hijo ni
siquiera conoce su propia substancia tal como es. Fue creado por causa
nuestra para 'que Dios nos creara por El como por un instrumento; y no
hubiera existido de no haber querido Dios crearnos a nosotros. Alguien les
preguntó si el Hijo de Dios podría cambiar, como cambió el demonio; no
tuvieron reparo en afirmar que sí puede; siendo un ser creado y hecho, está,
por naturaleza, sujeto a cambios.

Como los que rodean a Arrio dicen estas cosas y las sostienen
desvergonzadamente, reunidos los obispos de Egipto y Libia en número de
cien aproximadamente, los hemos anatematizado junto con sus seguidores.'

El siguiente diagrama permite captar las distintas tendencias en el seno del


arrianismo.

SECTAS ARRIANAS

NOMBRE CREENCIAS DIRIGENTES DESTACADOS


Anomeos El Hijo es de naturaleza diferente (anomoios) al Padre Arrio,
Eunomio, Aecio

Homoiusianos El Hijo es de naturaleza semejante (homoiousios) al Padre


Eusebio de Cesarea, Eusebio de Nicomedia, Eusebio de Emesa, Basilio
de Ancira

Homoianos El Hijo es semejante (homoios) según las Escrituras al Padre


Acacio de Cesarea

SEMIARRIANISMO

¿QUÉ ES?

Bajo este vocablo se hace referencia no a una nueva doctrina o herejía


concreta, sino más bien a una actitud difusa mantenida por personas o
grupos disidentes en el conjunto de las discusiones trinitarias del s. IV, es
decir, a quienes, sin ser propiamente arrianos, no se manifestaron, sin
embargo, abierta y plenamente católicos.

Si el arrianismo (v. ARRIO) consiste en la negación de la consustancialidad


de las Tres Personas divinas, se puede designar a los semiarrianos como a
aquellos que ofrecen algunas dudas acerca de esta verdad del dogma
católico, diciendo que el Hijo no es consustancial sino solamente semejante
al Padre o expresiones parecidas.

Antecedentes. Concluido el Conc. de Nicea (a. 325; v.), en el que se había


condenado tanto a Arrio como a sus doctrinas, bastantes obispos quedaron
insatisfechos del modo como se había procedido. Todos ellos estaban en
contra de Arrio y de su negación de la divinidad de Cristo, pero a no pocos
les disgustaba la expresión homousios (consustancial), aprobada por el
Concilio e incluida en el símbolo de fe, temiendo que pudiera ser
interpretada en un sentido sabeliano (v. SABELIO Y SABELIANISMO), para el
que tanto el Padre como el Hijo eran una misma cosa, sin distinción alguna
de persona.
De este modo, sobre todo a la muerte de Constantino (a. 337), se levanta
una fuerte reacción antinicena contra los hombres que más decididamente
habían propugnado su credo y la doctrina del homousios, como los papas
julio 1 y Liberio, Osio de Córdoba, S. Atanasio de Alejandría, Marcelo de
Ancira, Eustacio de Antioquía, etc. Al hacerse dueño absoluto del poder
imperial Constancio, después de las revueltas familiares (350-361), el
arrianismo cobró, gracias a su ayuda, un nuevo momento de esplendor, con
peligro de convertirse en la religión del Estado.

No pocos obispos, aunque sin querer ir en el fondo contra la fe de Nicea, se


plegaron a los deseos del Emperador y celebraron diversos sínodos con el
afán de buscar una fórmula conciliatoria, evitando cuidadosamente la
palabra decisiva: homousios. En esta guerra de nervios, S. Atanasio (328-
373; v.), obispo de Alejandría, era considerado como el máximo exponente
de la fe nicena. Cinco veces tuvo que salir para el destierro y no pocas veces
el tema de discusión de los sínodos y concilios particulares era más bien S.

Atanasio que la teología trinitaria.

El año 341 se celebró en Antioquía, y bajo la presidencia de Constancio, un


sínodo (in Encaenis) donde se fijaron cuatro fórmulas de fe conciliatorias. Si
bien los padres allí reunidos, ortodoxos en su mayoría, repudiaban
decididamente la doctrina arriana, su condenación arriana no era tan limpia
ni tan explícita como la que lanzaron, allí mismo, contra Marcelo de Ancira
(v.), que, aun sosteniendo una doctrina confusa, había apoyado
decididamente la fe de Nicea. Poco tiempo después moría Eusebio de
Nicomedia, alma de las maquinaciones contra S. Atanasio y de la reacción
antinicena. El hecho contribuyó a mitigar el ardor de sus secuaces. En la
cuarta fórmula de Antioquía, que fue presentada a la Corte imperial de
Tréveris, ellos mismos repudian las tesis principales de Arrio, pero dejando
aparte la palabra homousios. Era el primer paso que constituiría más tarde el
fondo del s. Las fórmulas antioquenas pecan de imprecisión y ambigüedad,
aunque alguna admita una interpretación ortodoxa. Concretamente, la
segunda será utilizada más tarde por S. Atanasio y por S. Hilario de Poitiers
(v.) con el fin de atraer a los semiarrianos.
Un nuevo concilio celebrado en Sárdica (hoy Sofía) (342-343) acentuó aún
más la división. Los obispos occidentales admitieron en seguida su comunión
con S. Atanasio y con Marcelo, pero los orientales se reunieron después por
su cuenta, excomulgando no ya sólo a los citados defensores de la fe, sino
también al papa Julio 1 (337-352; v.), a Osio (m. 357; v.) y a otros obispos,
bajo la acusación de favorecer la herejía, y fijando un nuevo símbolo de fe
semejante a la cuarta fórmula antioquena. Los ortodoxos, bajo el venerable
obispo de Córdoba, Osio, excomulgaron, a su vez, a los cabecillas contrarios,
reafirmándose otra vez en el símbolo de Nicea (v. SÁRDICA, CONCILIO DE).

Siguieron luego otros sínodos y concilios: Milán, 345; Sirmio, 351; Arlés, 353;
Milán, 355. Se da a conocer la primera fórmula de Sirmio, parecida a la
cuarta de Antioquía y en cierta manera ortodoxa; mientras tanto, un nuevo
pontífice, el tan discutido papa Liberio (352-366; v.), ocupa la sede de S.
Pedro. Sigue creciendo la reacción antinicena y los máximos exponentes de
la ortodoxia han de salir camino del destierro. Este triunfo de los antinicenos
se debía al apoyo imperial y a la táctica usada por ellos de limitarse en las
discusiones a combatir la palabra homousios como sabeliana, con lo que
daban la sensación de querer salvar la unidad.

Pronto, sin embargo, se empezaron a fraccionar en diversos partidos,


alrededor de una cuestión clave de si el Hijo era semejante (homoios) o no
semejante (anhomoios) al Padre.

Los primeros, homeos, estaban a su vez divididos, manteniendo unos que la


semejanza entre el Padre y el Hijo quedaba limitada al solo querer y a la sola
acción, mientras que los otros reconocían que el Hijo era semejante al Padre
aun en la misma sustancia, o sea, en todo (homoios cata pantha); tanto a
unos como a otros se les conocía con el nombre de homeousianos (homoios)
o, menos exactamente, de semiarrianos, según expresión de S. Epifanio. Los
segundos (anhomoos), o arrianos rígidos, estaban dirigidos por un tal Aezio
(Ezio) de Antioquía, calderero primero, luego platero, más tarde médico y
finalmente diácono de Antioquía. Buen dialéctico, árido y seco en sus
silogismos, identificaba la esencia divina con la noción de «no engendrado»,
evidentemente propia del Padre, resultando de ello que el Hijo, lejos de ser
consustancial o al menos semejante al mismo, venía a ser totalmente
diferente (anhomoios).

Desarrollo del semiarrianismo. En el periodo agitado de los últimos años del


emperador Constancio, se van multiplicando de nuevo los concilios: una
fórmula sigue a otra y las tendencias continúan encontradas no solamente
por sus diferencias teológicas, sino, sobre todo, por el deseo de agradar al
Emperador, indeciso él mismo.

En Sirmio se da a conocer una nueva fórmula, la segunda (357), que repudia


como no bíblicas y como aptas para sembrar discordias las expresiones
homousios y homoiousios, subordinando sin más el Hijo al Padre. Dos
obispos occidentales, Ursacio y Valente, que ya en Sárdica se habían
declarado semiarrianos, se valen de mil argucias para hacer claudicar a Osio,
desterrado bajo vigilancia imperial, y hacerle aceptar esta fórmula.

Según los testimonios del mismo S. Atanasio, de S. Hilario de Poitiers, de


Sozomeno (v.), entre otros, parece que lo hubieran logrado; dice S. Atanasio:
«cedió a los arrianos un instante, no porque nos creyera a nosotros reos,
sino por no haber podido soportar los golpes, debilitado por la vejez».
Modernamente, el P. Maceda (Hosius vere Hosius, Bolonia 1790) y otros
ponen en duda el hecho y explican la declaración de S. Atanasio por su
dependencia de fuentes semiarrianas, empeñadas en extender por todas
partes sus pequeños triunfos.

Lo fraguado en Sirmio conoce pronto una viva reacción.

Basilio de Ancira, perteneciente a los semiarrianos mitigados, reúne un


concilio en Ancira (358), que condena la segunda fórmula de Sirmio y
declara que el Padre y el Hijo son semejantes en la sustancia. El Emperador
apoya la nueva medida y bajo su mandato hace celebrar una nueva
asamblea en Sirmio el mismo año, donde se anatematiza la segunda fórmula
del mismo nombre y se propugna una nueva, la tercera, que, por desgracia,
es todavía más compleja, y que, aunque no sea claramente heterodoxa, no
recoge la palabra homousios.

A esta tercera fórmula va unida la célebre controversia acerca del papa


Liberio (v.). Varias fuentes declaran que al igual que Osio, también el Papa
tuvo su momento de debilidad, con la excusa, quizá, de que el emperador le
dejara volver a Roma. De hecho volvió, y allí siguió hasta su muerte, ocurrida
el 22 nov. 365.

El historiador griego Sozomeno cuenta que en el verano del 358, Constancio


había hecho venir a Liberio desde Berea a Sirmio, donde se encuentra el
Papa con Basilio de Ancira, Eustacio y Eleusio, quienes argumentaron
diciendo que la palabra homousios servía para mantener la desunión,
induciéndole de ese modo a aceptar la fórmula tercera de Sirmio manipulada
poco antes por ellos. En esos mismos días el Papa consignaba a Basilio la
declaración de que «quien niega que el Hijo sea semejante al Padre en la
sustancia y en todo, sea anatema» (Hist. Eccls., IV,15: Enchirid. Font. Hist.
Antiq., 2 ed., Friburgo de Br. 1923, n. 924).

La ortodoxia, por tanto, quedaba a salvo, y ciertamente que el Papa, al


suscribir la fórmula, no pensaba que pudiera traicionarse con ella la fe de
Nicea, pues claramente afirmaba la absoluta semejanza del Hijo con el
Padre; lo que resulta discutible es la firmeza y prudencia pastoral de esa
actuación.

Con estos éxitos, hasta los arrianos rígidos se envalentonaron, llegando a


intentar preparar un golpe que fuera decisivo contra la ortodoxia. Constancio
se propuso, en 359, convocar un concilio general que diera la paz a la Iglesia
a base de la citada tercera fórmula de Sirmio, y ellos se las arreglaron para
que los obispos occidentales fueran convocados a Rímini y los orientales a
Seleucia, en Isauria. Así querían prevenirse contra una eventual unión de los
occidentales ortodoxos con los orientales mitigados. Y como programa de las
futuras reuniones, componen, ayudados de Valente y Ursacio, una cuarta
fórmula de Sirmio, llamada Credo Dotato por sus primeras palabras del
preámbulo (21 mayo 359). Toda ella es la expresión del homeísmo más vago
e inconsistente.

De nuevo se proscribe la palabra ousia, «desconocida, dicen, en la Sagrada


Escritura, y causa de escándalo», si bien se asegura que el Hijo «es
semejante al Padre en todo según la Escritura». Como expresión rotunda de
lo que venimos llamando s., allí se excluyen todas las demás fórmulas: el
homousios de S. Atanasio, el homoiousios de Basilio de Ancira, y hasta el
mismo anhomoios de Aezio; solamente queda el homoios.

El Emperador se entusiasma con la nueva fórmula y pretende imponerla en


las dos asambleas que se estaban celebrando. Pero la gran mayoría de los
que estaban en Rímini la rechazan valientemente; sólo una minoría de
semiarrianistas se dirige a Constantinopla para presentar sus quejas al
Emperador; los ortodoxos mandan a su vez propios legados, quienes, al
llegar a la pequeña ciudad de Nike, cerca de Andrianópolis, en Tracia, se
dejan ganar inesperadamente por la legación semiarriana. y suscriben con
ella una nueva fórmula semejante a la cuarta de Sirmio, suprimiendo tan
sólo la apostilla «en todo» y afirmando solamente «una semejanza del Padre
y el Hijo según la Escritura». Las dos legaciones vuelven en seguida a Rímini,
donde los restantes Padres, que habían estado esperando su vuelta durante
largos meses, se vieron obligados asimismo a aceptar la declaración de Nike.
La mayoría la firmaron sin reservas, pero algunos, para mayor tranquilidad
de sus conciencias, repitieron en ella los anatemas contra Arrio y su doctrina,
declarando que el Hijo es igual al Padre, existe desde la eternidad y en modo
alguno se le puede considerar como una criatura.

Algo parecido ocurre en Seleucia, sólo que allí la lucha fue más bien entre los
arrianos rígidos y los semiarrianos. Unos y otros acuden también al
Emperador y todos vienen a suscribir al fin la citada fórmula. S. Hilario de
Poitiers, residente entonces en la capital, no puede menos de dolerse de
aquella escena en la que hasta los mismos obispos occidentales, a quienes él
alabara tan ardientemente, dejaban ahora el símbolo niceno para acogerse a
una fórmula amañada en circunstancias tan sospechosas. En el a. 360 un
nuevo sínodo de Constantinopla vuelve a sancionarla, mandándose a todos
los obispos del Imperio que so pena de destierro la suscriban. Sólo unos
pocos osaron resistir a la orden, entre ellos el papa Liberio, S. Atanasio, S.
Hilario de Poitiers, S. Cirilo de Jerusalén. En la Iglesia reina la desorientación,
como lo atestigua S. jerónimo: «todo el orbe gime y da la sensación de
haberse vuelto arriano» (Dial. adv. Luci/. 19). En rigor, los vencedores fueron
los semiarrianos u homeístas. Precisamente por entonces, y bajo esta forma
mitigada, empezó a predicarse el arrianismo entre las tribus germanas de
orillas del Danubio, principalmente entre los visigodos. El obispo Ulfilas, su
predicador, había estado presente, formando grupo con los semiarrianos, en
el sínodo de Constantinopla.

Decadencia y desaparición del semiarrianismo. Con la muerte de Constancio


(361) el triunfo obtenido por los semiarrianos se fue amortiguando poco a
poco. Su sucesor, Juliano el Apóstata (361-363; v.), precisamente por odio al
cristianismo y con el propósito de sembrar nuevas confusiones, levanta el
destierro y hace reponer en sus sedes a todos los obispos. S. Atanasio,
vuelto a Alejandría, reúne un nuevo sínodo en el que condena a arrianos y
apolinaristas (V. APOLINARISMO), pero usando de clemencia contra los
semiarrianos que se convertían. Esta medida iba a disgustar tremendamente
a algunos obispos occidentales, entre ellos el famoso Lucifer de Cagliari (m.
371).

La misma conducta se había seguido dos años antes en otro concilio de


París, presidido por S. Hilario (360), en el que se aprobó la siguiente
resolución: «Los que hayan sido obligados a suscribir fórmulas más o menos
favorables a la herejía, basta que anatematicen a Arrio y que acepten el
símbolo de Nicea para ser rehabilitados, conservando sus anteriores oficios;
sin embargo, los cabecillas y los mantenedores de la herejía, aunque pueden
obtener el perdón haciendo penitencia, han de ser reducidos al estado
laical». Paralelamente, tanto en París como en Alejandría se vino a eliminar
el malentendido, que se había ocasionado hasta entonces por la significante
oscilación de la palabra hipóstasis. En adelante, su sentido sería más bien el
de persona, evitando toda confusión con sustancia.
El retroceso de las corrientes arrianisantes continúa. En Occidente, el
emperador Valentiniano I (364-375) deja de lado cuestiones religiosas y con
ello los semiarrianos recibieron apoyo de su hermano Valente (364-378) en
las regiones orientales. En ellas se dieron de nuevo las persecuciones, pero
tales medidas indujeron a muchos semiarrianos a aceptar la auténtica
doctrina ortodoxa, uniéndose al papa Liberio.

Su sucesor en el pontificado,el dinámico S. Dámaso (366-384; v.), trabajó lo


indecible por atraerse a los todavía recalcitrantes orientales y para
restablecer de una vez la concordia entre las dos iglesias principales del
Imperio. En el mismo sentido trabajaron el nuevo emperador Graciano (375-
383) y S. Ambrosio de Milán (v.). Al morir, triunfa el símbolo niceno en
Oriente, gracias, sobre todo, a los tres grandes capadocios: S. Basilio de
Cesarea (v.), S. Gregorio de Nacianzo (v.) y S. Gregorio de Nisa (v.).
Adoptando para la doctrina de la Trinidad la fórmula de «una naturaleza y
tres personas», añadieron una mejor clarificación de los conceptos.
Finalmente, con el emperador Teodosio el triunfo de la verdadera fe fue ya
rotundo, al imponer a todos los súbditos del Imperio «que profesaran la fe de
Dámaso en Roma y la de Pedro en Alejandría» (380).

El II Concilio ecuménico celebrado en Constantinopla (v.) el año 381 señala la


desaparición del semiarrianismo., que sólo continúa perviviendo entre las
tribus germanas que acabarían convirtiéndose en la ortodoxia después de
invadir el Imperio y de asentarse en su territorio.

Para completar el panorama del semiarrianismo, conviene hacer referencia a


una línea especial, la de los llamados pneumatomaqui (guerreadores contra
el Espíritu Santo, es decir, negadores de su divinidad), que fue condenada
también en el sínodo de Alejandría.
Guiados por Macedonio, obispo de Alejandría (m. 362), negaban que el
Espíritu (v.) Santo, tercera persona de la Trinidad, fuera consustancial al
Padre y al Hijo. Desde el principio formaron un grupo compacto, resistiendo
vivamente a las condenaciones y anatemas que les fueron aplicando,
primero S. Dámaso en sus Anatematismos (a. 380) y luego, de modo
solemne y universal, el II Conc. de Constantinopla del año 381 (V. T.
Macedonio Y Macedonianismo).

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