Diez Propuestas para Una Pedagogia de La Muerte

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Vicenç Arnaiz. (2003). Aula de Infantil. [Versión electrónica].

Revista Aula de Infantil 12

Diez propuestas para una pedagogía de la muerte

Vicenç Arnaiz

Nuestros niños y niñas tienen contacto con la muerte casi a diario (el telediario, todo tipo de películas, juegos de
ordenador...). Estos contactos con la muerte son de tipos muy diversos: desde la muerte como entretenimiento hasta el
drama social, desde la muerte de personajes conocidos hasta la muerte de miles de personas anónimas desfavorecidas.

¿Qué contacto tienen los niños con la muerte?

Algunos estudios calculan en miles los acontecimientos televisivos con estos contenidos que anualmente se ofrecen a los
niños.

La muerte, desde luego, siempre es la muerte. Sin embargo, su significado no es el mismo cuando se trata de la muerte
noticia que cuando se trata de la muerte narrada. Sin que nos hayamos parado a pensar en ello sabemos que la muerte
convertida en noticia probablemente será efímera como pensamiento: a una noticia se superpone otra.

Difícilmente ninguno de los contactos anecdóticos y precipitados de los niños con esta temática les aporta suficientes
elementos de comprensión, y mucho menos de crecimiento personal. Ahora contemplan el aterrador espectáculo de
centenares de muertes, ahora ponen atención en el maravilloso reportaje sobre la vida de las abejas.

No nos cuesta demasiado aceptar que los niños y las niñas escuchen las noticias de una o de centenares de muertes, sobre
todo si los muertos no se parecen a nosotros. No tenemos la misma impudicia cuando se trata de narrar o hablar de la
muerte. Nos incomoda hablar de ella con calma, pausadamente, reflexivamente. Nos inquieta que se note que hablamos de
lo que hablamos.

Tal vez no nos hayamos parado a pensar bien en ello, pero sabemos que hablar y narrar implica reflexionar, digerir,
apropiarse. Cuando explicamos un cuento o cualquier narración es como si hiciéramos un monólogo reflexivo sobre una
temática determinada. Un monólogo que será analizado, repetido, interiorizado hasta ser digerido. Hablar con claridad del
sufrimiento o de la muerte despierta en nosotros la inquietud ante la incertidumbre y la fragilidad.

Nos trastorna mucho más cuando el niño se encuentra con la muerte a la vuelta de la esquina porque se muere alguien
presente en su cotidianidad.

Dos vertientes: pedagogía de la muerte y pedagogía del duelo

La temática del sufrimiento en general y de la muerte en concreto puede enfocarse desde dos vertientes:

ß Una vertiente, que llamaremos pedagogía del duelo, que busca dar herramientas para minimizar el efecto de
desconcierto que provoca la pérdida y el sufrimiento.

ß Otra vertiente, que llamaremos pedagogía de la muerte, que facilita la conciencia de la muerte como una presencia que
llena la vida de sentido y de valor. Propone hacer evidente que la muerte no sólo existe cuando perdemos a alguien. Esta
vertiente exige la coherencia de hablar de la muerte cuando se habla de la vida porque una y otra pertenecen al mismo
mapa conceptual. Esta vertiente exige incluir la existencia humana en la conciencia de ciclos que el conocimiento hace
evidentes: el ciclo del agua, el ciclo del día y de la noche, el ciclo de las estaciones... Esta vertiente, por último, exige
poner sobre la mesa que la historia no acaba en el presente porque dentro de unos años este presente también será
historia.

¿Cómo justificar, si no, la inaplazable educación para la sostenibilidad y el equilibrio ecológico sin evidenciar que lo que
está en juego es la vida misma?

Ambas vertientes, la pedagogía de la muerte y la pedagogía del duelo, son complementarias.

La pedagogía de la muerte, como la educación para la vida, como la educación sexual, como la educación para la paz...,
afecta de lleno a la escuela. No corresponde únicamente a la escuela, pero la escuela debe integrarla.

La pedagogía del duelo no es propia de la escuela. Sin embargo, la escuela muchas veces tiene el deber de escuchar el
sufrimiento. Cuando alguien sufre dentro de la escuela no podemos hacernos los sordos ni mirar hacia otro lado. Nos
corresponde el deber de amigo: acompañar y apoyar.
Cuando en la escuela tenemos que hacer frente a la pérdida dolorosa, el buen criterio y el análisis compartido con los
compañeros son una buena garantía para no confundir el valor necesario con la temeridad. Sobre todo, nunca debemos
escatimar el recurso a servicios o a personas con formación específica.

Pedagogía de la muerte

Definiríamos la pedagogía de la muerte como el conjunto de propuestas metodológicas, ideas, habilidades y actitudes que
permiten a los niños y a las niñas dotarse de herramientas intelectuales y afectivas para aproximarse a la comprensión de
la fragilidad humana, de su vulnerabilidad, y así poder vivir dando un sentido a la vida ajustado a su verdadero valor.

No es responsabilidad exclusiva de la escuela, pero la escuela es un buen nido.

Algunas claves para la pedagogía de la muerte

Lo primero que se necesita para poder hablar de la muerte con los niños y las niñas es aceptar que no tendremos
respuestas a todo. Entender la muerte exige aceptar la incertidumbre. Incertidumbre de la vida, incertidumbre de las
respuestas al respecto, incertidumbre del sentido... Querer estar seguros nos exigiría mentir. De la muerte, o hablamos
sinceramente o mejor callar.

Una segunda cuestión es no esperar a hablar de la muerte a que sea tan próxima que los sentimientos nos ofusquen. Hay
muchas ocasiones para hablar de la muerte y de lo que la rodea. La muerte de un conocido, una visita al cementerio, la
observación de un entierro, la muerte de la mascota, la semilla sembrada, la noticia que conmueve... son ocasiones que
hay que aprovechar para hablar con el niño del tema y facilitarle el acceso comprensivo a todos los aspectos (sociales,
religiosos, biológicos, ecológicos, históricos...). Cuando la muerte nos toca de cerca tenemos que enseñar a hacer el duelo,
facilitar la integración de la pérdida. Y eso exige otros referentes.

Una tercera cuestión es que hay que hablar con claridad, sin esconder las palabras. Hay que utilizar las palabras muerte,
difunto, cadáver, ataúd... No las disfracemos con eufemismos como "descansar", "dormir", "ha ido de viaje".
Provocaríamos confusión. El significado de la muerte y de la vida ya es suficientemente confuso. Si además lo envolvemos
o lo disfrazamos, acabaremos creando equívocos.

Una cuarta cuestión es no convertir nunca a los muertos en vigilantes, ni utilizarlos como chantaje ("seguro que él lo
querría...", "te está mirando...") porque haríamos muy difícil la adquisición de una ética razonada y de una moral
autónoma, que son siempre fundamento de equilibrio personal. Ni utilizar el miedo a los muertos y a la muerte como una
amenaza inminente. Educar para la seguridad vial, por ejemplo, no tiene nada que ver con implementar una neurosis de
riesgo. La muerte como realidad amenazadora impide vivir.

Una quinta cuestión es que la muerte de los seres vivos que nos rodean, los animales y las plantas, puede aprovecharse
fácilmente para hacer evidente el ciclo de la vida, que tiene en un extremo el nacimiento y en otro la muerte. La naturaleza
está llena de estos ciclos: el ciclo del agua, del día y la noche, de las estaciones del año... No tendría sentido educar a los
niños haciendo evidentes todos los ciclos menos el que más emociones despierta en nosotros: nuestro propio ciclo vital.
Hablar de él con calma, sin miedos enfermizos, ayuda a entender. Y entender ayuda a vivir con plenitud.

Una sexta cuestión es que la muerte y la vida, además de ser hechos biológicos, están cargadas de simbolismo y han sido
siempre centro de reflexión profunda de los individuos y de los pueblos. Como madres y padres tenemos que transmitir a
nuestros hijos e hijas el sentido que les damos, transmitiendo los sentimientos y los convencimientos filosóficos o religiosos
que tenemos. Como maestros y maestras tenemos que facilitar la expresión y el conocimiento de los diferentes
posicionamientos. La diversidad ayudará a comprender más su originalidad.

Una séptima cuestión es que hay que reconocer que la muerte está rodeada sobre todo de sentimientos... No tiene sentido
esconder a los niños los sentimientos que nos produce a las personas adultas la muerte de amigos, vecinos, familiares...
Vernos emocionados y expresando con palabras nuestros sentimientos les ayudará a entender y a vivir en paz los suyos. La
pedagogía de la muerte no es una pedagogía indolora, sino una pedagogía que asume el dolor, la tristeza... como parte de
la existencia humana. Los niños necesitan saber que vivir no es sólo ser feliz, que el dolor también forma parte de la
existencia.

Una octava cuestión es que la muerte está vinculada a unas causas. Es bueno que los niños y las niñas conozcan las
causas: enfermedades graves, grandes accidentes..., y que no la atribuyan a pequeños incidentes ni a enfermedades
irrelevantes.

Una novena cuestión es que es bueno que los niños y las niñas tomen la iniciativa de hablar de la muerte. Sin embargo, si
ellos no entran en esta temática, somos las personas adultas las que debemos abordarla. Ellos a veces también tienen
miedo y esconden los interrogantes y las inquietudes de la conciencia.

Una décima cuestión es que la pedagogía de la muerte tiene que ver con la pedagogía de la finitud. Nadie es finito. La
pedagogía de la muerte se apoya en la pedagogía del tiempo. Sólo tenemos un tiempo, el nuestro. No se nos concederá
ningún otro tiempo y hay que aprender a emplearlo. Saber hacerlo da intensidad a la propia historia. Las respuestas a los
interrogantes que se plantean alrededor de la muerte llenan de sentido la vida. Saber que la muerte existe da sentido a la
vida.

La pedagogía de la muerte tiene que ver con buscar y construir el sentido de la vida.

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