Chocolata decide ir a probar una casa de baños en la ciudad después de escuchar a Teófilo hablar de ella. En la ciudad, Chocolata compra ropa y zapatos nuevos para su visita. Después de comer en un restaurante vegetariano, Chocolata pasa la tarde en la casa de baños charlando con compañía fabulosa. Antes de regresar a la laguna, compra un cuento para Teófilo. A su regreso, Chocolata cuenta su viaje a Teófilo y sus amigas.
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Chocolata decide ir a probar una casa de baños en la ciudad después de escuchar a Teófilo hablar de ella. En la ciudad, Chocolata compra ropa y zapatos nuevos para su visita. Después de comer en un restaurante vegetariano, Chocolata pasa la tarde en la casa de baños charlando con compañía fabulosa. Antes de regresar a la laguna, compra un cuento para Teófilo. A su regreso, Chocolata cuenta su viaje a Teófilo y sus amigas.
Chocolata decide ir a probar una casa de baños en la ciudad después de escuchar a Teófilo hablar de ella. En la ciudad, Chocolata compra ropa y zapatos nuevos para su visita. Después de comer en un restaurante vegetariano, Chocolata pasa la tarde en la casa de baños charlando con compañía fabulosa. Antes de regresar a la laguna, compra un cuento para Teófilo. A su regreso, Chocolata cuenta su viaje a Teófilo y sus amigas.
Chocolata decide ir a probar una casa de baños en la ciudad después de escuchar a Teófilo hablar de ella. En la ciudad, Chocolata compra ropa y zapatos nuevos para su visita. Después de comer en un restaurante vegetariano, Chocolata pasa la tarde en la casa de baños charlando con compañía fabulosa. Antes de regresar a la laguna, compra un cuento para Teófilo. A su regreso, Chocolata cuenta su viaje a Teófilo y sus amigas.
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Chocolata
Eran las cinco en punto de la tarde.
Todo estaba en calma. Chocolata tomaba su baño diario en la laguna y Teófilo escuchaba en el viento las noticias del día. De pronto, Teófilo gritó: - ¡Chocolata! ¡Acabo de oír que en la ciudad hay una estupenda casa de baños! - ¿Casa de baños? -preguntó Chocolata, interesada-. ¡Qué idea más divertida! ¡Iré a probarla enseguida! Al día siguiente, Chocolata despertó temprano, se despidió de sus amigas y, con una minimaleta, atravesó la selva, camino de la ciudad. Nada más llegar pensó: Tengo una pinta salvaje y así llamo la atención. Veo que aquí andan de traje… ¡Buscaré una solución! y entró en una tienda de ropa. Probó calzones, pijamas, faldas de volantes… Y se compró un chándal con cremalleras, un camisón rosa y un bikini de talla súper. Después, Chocolata fue a una zapatería y dijo: - Necesito unos zapatos elegantes y baratos. Le enseñaron unos de piel de cocodrilo y casi le da un patatús. Probó sandalias, botas de punta, botas de tacón… y unos tenis con lucecitas que se encendían y se apagaban al andar. Los tenis le gustaron mucho y se los llevó puestos. Con tanta caminata, le entró hambre. En un restaurante vegetariano le sirvieron veinte platos de hierba de la sabana en salsa verde y once litros de agua mineral. El menú era un poco caro, la mesa algo pequeña, y la silla demasiado frágil para sentarse; pero Chocolata comió cuanto pudo y se quedó muy a gusto. A las cinco en punto de la tarde, llegó a la casa de baños. La bañera era un poco estrecha, el bikini algo justo, y el agua demasiado escasa para sumergirse; pero Chocolata pasó la tarde charlando y disfrutó de una compañía fabulosa. Al salir del baño, Chocolata pensó en comprar un regalo para Teófilo y buscó una librería. Lo que más le gustaba a Teófilo era hacer monadas y contar cuentos. Había cuentos de cabras bobas, de princesas dormilonas, de gatos pelados… Y Chocolata eligió uno de la selva africana. Aquella noche durmió en un hotel de tres estrellas. La cama era un poco blanda, el camisón algo corto, y no había más estrellas que las que había visto en la puerta del hotel; pero Chocolata pasó una noche formidable, soñando con la selva y la laguna. Por la mañana, Chocolata se calzó los tenis de lucecitas, se vistió el chándal con cremalleras y, enciende-apaga, enciende-apaga, enciende-apaga… regresó a la laguna. A las cinco en punto, Teófilo, que estaba escuchado el viento de la tarde, gritó: -¡Llega Cocholaataaa…! No es que hiciera monadas; es que, con la emoción, se le trabó la lengua. Y todas sus amigas salieron a recibirla, con muchas ganas de escuchar novedades. Chocolata contó su viaje y habló de la ciudad. Teófilo se puso el camisón rosa, colgó los tenis en la laguna, como farolillos intermitentes, y les hizo reír con sus monadas. Chocolata y sus amigas chapotearon, se sumergieron en el agua, se restregaron con barro… ¡Era el mejor baño del mundo! Al anochecer, Teófilo les contó un cuento de la selva africana y se quedaron dormidas, mirando las estrellas.