Chocolata

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Chocolata

Eran las cinco en punto de la tarde.


Todo estaba en calma. Chocolata tomaba su baño diario en la laguna y Teófilo escuchaba en el
viento las noticias del día.
De pronto, Teófilo gritó: - ¡Chocolata!
¡Acabo de oír que en la ciudad hay una estupenda casa de baños!
- ¿Casa de baños? -preguntó Chocolata, interesada-.
¡Qué idea más divertida! ¡Iré a probarla enseguida!
Al día siguiente, Chocolata despertó temprano, se despidió de sus amigas y, con una
minimaleta, atravesó la selva, camino de la ciudad.
Nada más llegar pensó: Tengo una pinta salvaje y así llamo la atención. Veo que aquí andan
de traje… ¡Buscaré una solución! y entró en una tienda de ropa.
Probó calzones, pijamas, faldas de volantes… Y se compró un chándal con cremalleras, un
camisón rosa y un bikini de talla súper.
Después, Chocolata fue a una zapatería y dijo: - Necesito unos zapatos elegantes y baratos.
Le enseñaron unos de piel de cocodrilo y casi le da un patatús. Probó sandalias, botas de
punta, botas de tacón… y unos tenis con lucecitas que se encendían y se apagaban al andar.
Los tenis le gustaron mucho y se los llevó puestos.
Con tanta caminata, le entró hambre. En un restaurante vegetariano le sirvieron veinte platos
de hierba de la sabana en salsa verde y once litros de agua mineral.
El menú era un poco caro, la mesa algo pequeña, y la silla demasiado frágil para sentarse;
pero Chocolata comió cuanto pudo y se quedó muy a gusto.
A las cinco en punto de la tarde, llegó a la casa de baños. La bañera era un poco estrecha, el
bikini algo justo, y el agua demasiado escasa para sumergirse; pero Chocolata pasó la tarde
charlando y disfrutó de una compañía fabulosa.
Al salir del baño, Chocolata pensó en comprar un regalo para Teófilo y buscó una librería. Lo
que más le gustaba a Teófilo era hacer monadas y contar cuentos. Había cuentos de cabras
bobas, de princesas dormilonas, de gatos pelados… Y Chocolata eligió uno de la selva
africana.
Aquella noche durmió en un hotel de tres estrellas. La cama era un poco blanda, el camisón
algo corto, y no había más estrellas que las que había visto en la puerta del hotel; pero
Chocolata pasó una noche formidable, soñando con la selva y la laguna.
Por la mañana, Chocolata se calzó los tenis de lucecitas, se vistió el chándal con cremalleras y,
enciende-apaga, enciende-apaga, enciende-apaga… regresó a la laguna.
A las cinco en punto, Teófilo, que estaba escuchado el viento de la tarde, gritó: -¡Llega
Cocholaataaa…! No es que hiciera monadas; es que, con la emoción, se le trabó la lengua. Y
todas sus amigas salieron a recibirla, con muchas ganas de escuchar novedades.
Chocolata contó su viaje y habló de la ciudad. Teófilo se puso el camisón rosa, colgó los tenis
en la laguna, como farolillos intermitentes, y les hizo reír con sus monadas.
Chocolata y sus amigas chapotearon, se sumergieron en el agua, se restregaron con barro…
¡Era el mejor baño del mundo! Al anochecer, Teófilo les contó un cuento de la selva africana y
se quedaron dormidas, mirando las estrellas.

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