Pensamiento Precolombino
Pensamiento Precolombino
Pensamiento Precolombino
América es una tierra rica y fecunda, en cuyo seno han florecido algunos de los
más grandes pueblos y civilizaciones de la Historia. A primera vista, es cierto que
las culturas del «Mundo Precolombino» pueden parecernos un tanto exóticas e
incomprensibles, pero no cabe duda que sus monumentales restos arqueológicos
atraen poderosamente la atención, despertando en nosotros el deseo de conocer
mejor a aquellos pueblos antiguos que fueron capaces de edificar unas colosales
ciudades-santuario rebosantes de pirámides, templos y avenidas procesionales, en
medio de las frondosas selvas tropicales, en las altas planicies de la Meseta
Interandina o en la escarpada cumbre de abruptos picos montañosos.
Es por eso que, si realmente queremos llegar a descubrir cómo eran, como
pensaban y cómo vivían estas gentes precolombinas, lo primero que hay que hacer
es situarse en el centro mismo de su cosmovisión, ya que para poder conocer y
comprender cualquier civilización antigua, además de despojarnos de los valores,
tabúes y prejuicios propios de nuestra presente cultura histórica, es fundamental
que seamos capaces de llegar hasta el corazón mismo de su mentalidad y de su
cultura, para dialogar así con ella en su propio lenguaje, pues sólo de esta forma
es posible ver el mundo desde su perspectiva e interpretar la vida «a su manera» y
no a la nuestra, pudiendo constatar una vez más que: «Lo desconocido deja de
ser extraño y diferente cuando puede ser comprendido».
En este sentido, los hombres que habitaban estas tierras tenían una
cosmovisión orgánica del Universo, al que ellos veían como un inmenso Ser vivo,
un Macro-Bios o «Gran Vida», que albergaba en su seno incontables miríadas de
seres pertenecientes a muy distintos estados evolutivos, pero todos ellos
armonizados en un perfecto equilibrio ecológico. Según esta mentalidad, el
concepto de «Ser Vivo» no se ceñía tan solo a los seres orgánicos, sino
que abarcaba a toda la Naturaleza, siendo el hombre un ciudadano más de la
creación que se hallaba en permanente diálogo con todos los seres y criaturas que
habitan los mundos visibles e invisibles. Este natural vínculo de unión con los
demás seres y fuerzas de la Creación, inspiraba en ellos un profundo sentimiento
de gratitud, adoración y reverencia hacia el divino Espíritu de la Naturaleza. El
hombre se sentía hijo de la Tierra… la «Gran-Madre-de-Vida» a la cual
debía amar, cuidar y respetar; pues a diferencia del hombre actual, que se
proclama a sí mismo como dueño absoluto de la tierra, a la cual se cree con
derecho para explotar, maltratar y contaminar; el hombre de estas sociedades
tradicionales sentía que era él, el que pertenecía a la Tierra, pues de ella había
surgido, en ella vivía, de ella se alimentaba y a su amoroso seno habría de retornar
al final cuando muriese.
Desde esta cosmovisión, los «Dioses» no son más que los rayos o
canales a través de los cuales se manifiesta «lo sagrado», es decir, la
personificación de esta divina energía en sus múltiples aspectos. Es por eso que la
religión, entendida como la unión del hombre con lo sagrado, abarcaba todas las
facetas de su vida, tanto a nivel político, laboral o social, como en lo público y en
lo particular. De esta forma, en base a un elaborado calendario anual de fiestas y
ceremonias sagradas, el hombre antiguo se reintegraba cíclicamente una y otra
vez por la «Ley del Eterno Retorno» a sus orígenes míticos, reencontrándose
con sus ancestros y sus Dioses tutelares, es decir, con aquellos espíritus y
fuerzas que «al principio del tiempo» habían hecho el mundo «tal como
es», haciendo posible que ellos hoy pudieran existir. En efecto, para ellos el
tiempo era un continuo proceso de renovación interior y de lucha contra las
fuerzas de la no-existencia que someten a todo lo viviente a un perpetuo estado
de desgaste y descomposición. Y así es como a través de sus ritos mágicos, ellos
se esforzaban en mantener la unión y la armonía entre el mundo de los hombres,
las fuerzas invisibles de la naturaleza y el mundo de los Dioses y los Espíritus. Por
eso, el dominio de las energías ocultas de la naturaleza, los conocimientos
proféticos y adivinatorios, la interpretación de los oráculos y los augurios, el poder
curativo de las hierbas y demás esencias de la Naturaleza, la magia como medio
eficaz de mantener alejada a la fatalidad y el infortunio y, en suma, lo que ellos
entendían como la ciencia de la vida y la ciencia de la muerte, eran la brújula
espiritual que orientaba permanentemente su quehacer cotidiano.
Es por eso que la Tradición Iniciática que nos han legado las civilizaciones
del mundo antiguo y, en este caso, las culturas de América Precolombina, es para
los historiadores y antropólogos un valioso eje de referencia que nos permite
orientar con acierto el difícil curso de nuestras investigaciones, dentro de un
contexto lógico y coherente, pues a la hora de interpretar la mentalidad, la
conducta y las motivaciones del hombre de las sociedades tradicionales, vemos
que la Iniciación es el modelo de experiencia que establece el fundamento de sus
principales actividades e instituciones, sociales, políticas y religiosas. Por otro lado,
la sorprendente homogeneidad del proceso iniciático, sea cual sea la cultura de la
que se trate, cuyos símbolos, ritos, grados y pruebas de acceso, parecen ser tan
universales como atemporales, dado que forman parte del patrimonio común de la
Sabiduría perenne. Lo cierto es que toda la literatura americana, tanto la de sus
libros sagrados como el Popol Vuh o el Chilam Balam, como sus crónicas históricas
escritas en códices sobre cortezas de árbol y piel de venado; al igual que las
representaciones pictóricas y los textos grabados en jeroglífico maya sobre las
piedras de sus monumentos, están escritos en un arcano lenguaje plagado de
símbolos metafísicos, que tiene mucho en común con otras culturas y civilizaciones
del mundo… son los restos una Sabiduría ancestral a la que humildemente hoy nos
hemos acercado y con la que pensamos proseguir en este fascinante viaje
filosófico.