Símbolos Sagrados de La América Precolombina

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Los símbolos sagrados de la América precolombina

I. La cosmovisión indígena

Comprender la cosmovisión amerindia nos permitirá, no sólo ordenar la com-


plejidad y riqueza de su mundo simbólico, sino acceder a una percepción holís-
tica de la realidad.

Podemos decir que un símbolo es una forma, natural o artificial (visual,


sonora, de expresión o de pensamiento), a la que el ser humano le atribuye un
significado. Por otro lado, sagrado es aquello con un significado trascendente,
es decir que se lo considera imbuido de cierta energía espiritual. Por ello, lo
sagrado es el símbolo tangible de lo divino. El indígena, integrado a la Natura-
leza, vive en un Universo simbólico. Todo es sagrado y cada cosa es símbolo
de alguna realidad metafísica.

En todas las tradiciones espirituales de la América indígena, la realidad


material es sólo una parte de la realidad espiritual, como la luz visible es sólo
una franja del espectro electromagnético. El universo visible, el “mundo-de-
aquí” es sólo una franja intermedia entre dos mundos invisibles: el “mundo-de-
arriba” y el “mundo-de-abajo”. En nuestra analogía, el Supramundo estaría re-
presentado por las frecuencias elecromagnéticas superiores a la luz ultravioleta
y el Inframundo por las inferiores a la luz infrarroja. En términos científicos ac-
tuales hablaríamos de un hiperespacio y de un subespacio; y en psicología ser-
ían análogos al supraconsciente y al subconsciente.
Cosmológicamente, el Supramundo está representado por la trayectoria
del sol durante el día y el inframundo por la misma durante la noche. Antítesis
complementaria entre lo luminoso y lo oscuro, lo visible y lo oculto. El ciclo so-
lar es el símbolo por excelencia del ciclo vital: el día y la noche, el verano y el
invierno, son otras tantas representaciones de la vida y la muerte. La muerte
pasa a ser lo misterioso y oculto, como la trayectoria del sol durante la noche.

Representación del cosmos indígena y sus siete puntos de referencia.

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El “mundo-de-arriba” es el mundo de los dioses, los astros y los héroes.
El “mundo-de-abajo” es el mundo de los muertos, de los antepasados y de los
que están por nacer. Los tres planos de existencia están conectados por el eje
del mundo (“axis mundi”), representado por una montaña, un árbol sagrado, un
menhir o un templo, que actúan como gnomones desde los cuales puede me-
dirse el cosmos por la posición de los astros. Se considera que los tres mundos
se conectan especialmente en los lugares sagrados, llamados genéricamente
"ombligos-del-mundo".

ZUÑIS AZTECAS MAYAS QUECHUAS MAPUCHES


SUPRAMUNDO Apoyan-Tachu Ilhuicatl Caan Hanaq-Pacha Wenu-Mapu
MUNDO Awitelin-Tsita Tlalli Itzam-kab-ain Kay-Pacha Anem-Mapu
INFRAMUNDO Anosin-Ténuli Miztlán Xibalbá Uku-Pacha Minche-Mapu

La triplicidad de supramundo, mundo e inframundo está simbolizada en


toda América por el ave, el felino y el reptil. Cada cultura amerindia adapta es-
tas imágenes animales a las especies que conoce. Así el ave sagrada de los
indígenas norteamericanos es el águila, mientras el cóndor lo es para los su-
damericanos, otras variantes son el colibrí entre los hopi, el quetzal para los
mayas, o el ñandú para los tehuelches. El felino característico de muchas tribus
de Norteamérica es el lince, de Centroamérica es el jaguar, mientras en las
regiones andinas lo es el puma. Entre los reptiles, encontraremos serpientes de
agua en las zonas húmedas y lagartos o serpientes de arena en las desérticas.

Pero desde el punto de vista esotérico, el cielo no es literalmente el Su-


pramundo, sino que lo simboliza, del mismo modo que las entrañas de la tierra
no constituyen en sí el Inframundo, sino que lo representan. Lo perceptible es
una puerta hacia las realidades imperceptibles. Es así también, que el ave es el
símbolo de los seres del “mundo-de-arriba”, la mensajera de los dioses, como
el felino lo es del poder terrenal y su peligro, y el reptil es el conductor de las
fuerzas ctónicas del “mundo-de-abajo”.

Claudio Ardohain
1996

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Los símbolos sagrados de la América precolombina

II. El ave, mensajera del Cielo

“Pueden utilizar mi pluma siempre que quieran enviar un mensaje a nuestro


Padre-Sol, el Creador. Soy el conquistador del aire y el amo de las alturas, el
único que domina el poder del espacio-de-arriba, pues represento la elevación
del espíritu y puedo llevar sus oraciones.”
Tradición Hopi.

En toda la iconografía indígena, pre y pos-colombina, el ave ha ocupado


un lugar trascendental. Aún hoy, nuestra alma se puede conmover al ver la ma-
jestuosidad del vuelo andino del cóndor, la destreza del águila acechante, la
mirada omnisciente de la lechuza, la carrera siempre cercana al despegue del
ñandú, el movimiento incansable del picaflor, o la danza colectiva de una ban-
dada de flamencos sobrevolando una laguna. Para la cosmovisión amerindia
cada característica de los seres vivos o del paisaje está llena de analogías y
enseñanzas que se pueden aplicar en la vida humana.

El águila, como ave rapaz, es el símbolo del guerrero espiritual.


La elevación del espíritu, mediante duras pruebas, sacrificios y trabajos, tanto
interiores como exteriores, preparaban a quien había elegido el camino del
guerrero para la victoria sobre los poderes materiales. Los aztecas cuentan en
el mito de sus orígenes, que al iniciar su migración desde la mítica Aztlán, los
oráculos daban, como señal del sitio donde debían asentarse, la visión de un
águila parada sobre un nopal (especie de cactus) con una serpiente entre sus
garras. Es decir, que se estaba señalando como lugar sagrado donde se levan-
taría su capital, aquel donde las fuerzas del Cielo (el águila) dominaran las del

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Inframundo (la serpiente) a través de un eje universal (el nopal). Desde este
centro de poder los aztecas controlarían las cuatro direcciones del mundo.

El cóndor es pariente cercano del buitre y, como tal, es un ave carroñe-


ra; es decir que no mata para vivir. Se lo ve habitualmente volando muy alto,
buscando los restos de algún animal desbarrancado. Esto explica la analogía
entre el simbolismo solar del buitre entre los antiguos egipcios y el del cóndor
entre las culturas andinas. A diferencia del águila que es un ave rapaz y, por lo
tanto de simbología guerrera, tanto el cóndor como el buitre, por alimentarse de
carroña, son símbolos de purificación: toman la carne de los cadáveres y la
llevan hacia las alturas. Representan así, la elevación de los espíritus después
de la muerte. Como mensajeros de lo alto (malkis para los aymarás) saben
rescatar la esencia de los hechos fatídicos.

El búho o la lechuza son aves relacionadas principalmente con la


sabiduría espiritual. Su asombrosa capacidad visual les permite ver en la oscu-
ridad de la misteriosa noche. Mientras todos duermen ellas velan y, casi in-
móviles, están alertas para lanzarse sobre su presa. Su canto semeja la pro-
nunciación de un conjuro. Este ave adquiere así connotaciones ligadas a lo
oculto, a la magia y la hechicería. La cultura chaco-santiagueña dio especial
importancia al símbolo del búho, repetido una y otra vez en sus cerámicas y
tejidos.

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El ñandú y sus variedades, el surí entre los coyas de la Puna, el choique
entre los mapuches, reviste una simbología semejante a la del cóndor, pero
con características que enriquecen su significado. Es, de alguna manera, el
símbolo opuesto y complementario al de la serpiente emplumada, en la que el
animal terrestre se eleva y adquiere características de ave. El ñandú es la gran
ave, mensajera de los dioses, que ha sacrificado su capacidad de volar para
quedarse sobre la Tierra para ayudar a los hombres. Podríamos así establecer
una analogía con la imagen del bodhisattva oriental, aquel ser que se ha eleva-
do sobre la ilusión del mundo material (maya), escapando de la necesidad de
reencarnar (samsara), pero que, por amor a la humanidad, sacrifica su estado
de gracia (nirvana). En los grabados rupestres y en las cerámicas, la imagen
del ñandú aparece muchas veces asociada al símbolo de la cruz, ícono de la
confluencia entre el Cielo (eje vertical) y la Tierra (eje horizontal).

Claudio Ardohain
1996

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Los símbolos sagrados de la América precolombina

III. El poder de la serpiente

“...Veis aquí con que habéis de pasar donde está una culebra guardando el
camino. Veis aquí con que habéis de pasar a donde está la lagartija verde...”

Libro de los Muertos de los Aztecas.

Jujuy, Río de las Burras, 1986. Después de una larga marcha, nos
acercábamos a un peñón que semejaba un monasterio tallado en la roca. Sus
paredes estaban recubiertas de petroglifos (dibujos grabados en la piedra). La
llamamos la “Peña del Conejo”, porque abundaban representaciones orejudas
de vizcachas de la Puna. Sobre la pared Sur, la más fría y oscura, los extraños
diseños se ordenaban horizontalmente como jeroglíficos. Por debajo de ellos,
casi tocando el suelo, se extendía por más de seis metros el dibujo en zig-zag
de una serpiente. De alguna manera se podría decir que este petroglifo domi-
naba a todos los demás desde abajo. Esta imagen transmitía una sensación de
poder, de veneración y de misterio.

En América, el símbolo del reptil en general y de la serpiente en particu-


lar, se asemeja, por su contenido semiológico, al símbolo del dragón en China.
Siendo animales de simbolismo ctónico (del inframundo), sin embargo apare-
cen también en el Cielo. Esto se debe a la idea del ciclo de transformaciones
que se ve en las fuerzas de la Naturaleza, como se da en el ciclo del agua (de
mares y lagos a las nubes, luego en forma de lluvia sobre las montañas, de allí
a los ríos y corrientes subterráneas hasta volver a los lagos y mares). En el
lenguaje occidental contemporáneo hablaríamos de la representación de la
energía vital del planeta.

Cuando la serpiente se representa en zig-zag, evoca la idea del relám-


pago, imagen de este animal cuando ataca. La serpiente es el rayo de abajo,

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como el rayo es la serpiente del cielo que descarga su poder sobre la tierra. En
cambio, cuando su diseño es ondulado, se remite a alguna especie de víbora
acuática, asociada a la lluvia, las aguas subterráneas y la fecundidad de la tie-
rra. Cuando toma la forma de una espiral, a modo de durmiente o en su nido,
se refiere a las fuerzas telúricas del inframundo, focalizadas en un punto ge-
ográfico específico.

En lo poco que aún se conserva del Cuzco preincaico, existe una calle,
cuyos muros megalíticos muestran los sobrerrelieves de siete serpientes. La
llaman la “Calle de los Amarus”, pues éste es el nombre de las serpientes sa-
gradas de los quechuas (Tupac Amaru significa “serpiente brillante”). En Mac-
chu Picchu encontramos también un “Santuario de las Amarus” construido so-
bre una serie de oquedades que se suponía comunicaban con el Inframundo.

Un símbolo dual

También este reptil asume el valor de un símbolo dual, no sólo como


polaridad cielo-tierra, sino como bien-mal. Entre los mapuches encontramos el
mito de las serpientes Treng-treng y Kai-kai. Treng-treng es la serpiente bue-
na, que salvó a una parte de la humanidad del diluvio, cataclismo que produjo
la malvada Kai-Kai desde las profundidades de la Tierra. Entre los guaraníes,
Mboy-Tuí (Serpiente-loro) es el símbolo benéfico de la humedad que fertiliza la
tierra, mientras Mboy-Yaguá (Serpiente-perro), de carácter maligno, simboliza
las aguas subterráneas que perturban la vida en superficie. Entre los calchaqu-
íes encontramos el mito de las serpientes Yacu-mama (madre de las aguas) y
Sacha-mama (madre del monte), representantes respectivamente de las venas
de agua subterránea y de los rayos.
Esta dualidad se traduce muchas veces en la representación de la víbo-
ra con doble cabeza o doble cola. En todo caso, esta iconografía es una adver-
tencia del peligro del uso de los poderes del inframundo.

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La serpiente emplumada

En idioma nahualt “coatl” significa serpiente. Cihuacoatl es la mujer-


serpiente, diosa de la tierra y de los partos (recordemos que entre las culturas
americanas los niños vienen del seno de la madre-tierra), que luego se ha de
convertir en Coatlicue, la terrible diosa de falda de serpientes, símbolo de la
Madre-Tierra y de la Muerte. Mixcoatl, que significa Serpiente-nube, es el pa-
dre celeste de Quetzalcoatl, la Serpiente emplumada, el dios civilizador de los
aztecas. En él se funden la imagen del reptil y del ave, se unen el Supramundo
con el Inframundo. Para los mayas “can” significa serpiente y Kukulcán es el
nombre de la Serpiente emplumada. Entre los chimúes encontramos el símbolo
análogo del lagarto volador. En todos los casos, nos encontramos ante el ícono
de un ser divinizado, que alcanzó su lugar en el Cielo a través de la elevación
vibratoria de la energía telúrica que anida en nosotros y que los hindúes llaman
Kundalini, el fuego serpentino.

Claudio Ardohain
1996

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Los símbolos sagrados de la América precolombina

IV. Las fauces del jaguar

En la mítica precolombina el felino es el intermediario entre el inframun-


do y el mundo humano. Sus fauces son la puerta al reino de los muertos y sus
garras definen el poder sobre la vida y la muerte. Este poder sobre los seres
vivos fue apropiado por los gobernantes como signo de terror. La temible y os-
cura boca del felino representa la caverna, la noche, la muerte, pero es también
la fuente de la vida y la fertilidad de la tierra. Así se lo representa con formas
vegetales y acuáticas surgiendo de sus fauces, como el monstruo Cauac de los
mayas. Es el portal de entrada al Inframundo, representado en el kala-mukkha
hindú y el tao-tieh chino, imágenes de piedra colocadas sobre las puertas de
los templos. El dios del poder y la fertilidad devora al adorador que entra a sus
entrañas. El felino guardián (cuya representación en piedra o madera se ubica
de a pares a ambos lados del acceso a lugares sagrados), tan común en las
culturas asiáticas, africanas y europeas, encuentra su correlato también en
América, como en el chachapuma de Tiawanaku.

El felino se convierte entonces en el símbolo natural del camino del


chamán: Garras y dientes son instrumentos del descuartizamiento iniciático que
debe padecer, simbólicamente en su cuerpo físico, para pasar por la "muerte"
purificadora que lo lleve al Inframundo, donde le serán revelados secretos y
fórmulas mágicas. Entre las culturas amazónicas se cree que si un cazador
sobrevive al ataque de un jaguar, se convierte en un chamán con el poder de
metamorfosearse en ese felino.

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Titi-Cacca significa literalmente “isla del tigre”, que curiosamente es el
equivalente quechua al nombre mapuche Nahuel-Huapi, por lo que se entiende
el significado de estos lagos sagrados como lugares propicios para la iniciación
chamánica.

Como la serpiente, pese a ser un animal terrestre, puede asumir la forma


de dragón celeste, con lo que asume atributos de fertilidad, como se puede in-
terpretar en la imagen del felino del Lanzón de Chavín de Huántar, que toma la
forma de un eje lítico que atraviesa los tres mundos. El rugido del felino evoca
al trueno, manifestación del poder del Cielo, y, al mismo tiempo al terremoto, el
"trueno de abajo". Para los quechuas existe un felino, que llaman qowa, que
ronda los manantiales y que atrae con su rugido las tormentas de granizo.

A veces sus rasgos, como los colmillos o las garras, son exportados a
otros animales o al hombre para significar su terrible poder de destrucción. El
felino se halla en la cúspide del ciclo ecológico, es el predador por excelencia.
Entre las culturas centroamericanas, el altar de los sacrificios toma muchas
veces la forma de un jaguar, un ocelote o un puma.

No nos deja de asombrar la eficacia de la cosmovisión indígena de los


tres mundos (inferior, medio y superior) relacionados con el simbolismo de la
serpiente, el felino y el ave. Podemos extender esta analogía hacia la interpre-
tación científica de nuestro triple cerebro: de reptil (tronco cerebral), relaciona-
do con los instintos; de mamífero (sistema límbico), relacionado con las emo-
ciones; y el humano (neocórtex), ligado al razonamiento. Desde la óptica de las
tradiciones esotéricas nos referiríamos a nuestros tres cuerpos (físico, astral y
mental). La meta del trabajo espiritual de las culturas indígenas americanas es
sin duda alguna, la integración de los tres aspectos, como veremos más ade-
lante en el simbolismo de los seres mixtos.

Claudio Ardohain
1996

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Los símbolos sagrados de la América precolombina

V. Los seres mixtos

“Estas imágenes híbridas, abstractas, son metáforas visuales cuyos rasgos


humanos y animales nos hablan de la existencia de un mundo sobrenatural que
trasciende la realidad material visible.”
Beatriz de la Fuente

En las tradiciones artísticas de los pueblos indígenas de América, los


poderes del Cielo, de la Tierra y del Inframundo se combinan de diversas ma-
neras para dar origen al simbolismo de los seres mixtos. Como en otras cultu-
ras milenarias, los pueblos de América cuentan en su mitología y su iconografía
con esfinges, quimeras, “ángeles” y otras formas originales de estas culturas
como el hombre-cangrejo de las costas peruanas (aparentemente asociado con
la imagen del guerrero) y las sirenas-lagarto de Chan-chan (vinculadas con ri-
tos pluviógenos).
Particularmente, a cada animal se le adjudica un atributo espiritual, pro-
veniente de sus características esenciales de forma o conducta. Al combinarse
estos atributos con la imagen humana se alcanza un nuevo nivel de significa-
ción, en el que las fuerzas manifestadas en la naturaleza, ya no son ciegas y
accidentales, sino que se tornan conscientes, inteligentes y autónomas. Así se
justifican las acciones de las fuerzas naturales y el esfuerzo de comunicación
con las entidades que las dirigen, ya sea a través de rituales o de estados al-
ternos de consciencia (sueños, visiones extáticas, alucinaciones).
Lejos de tratarse de un animismo primitivo y supersticioso, en América
esta hominización de las fuerzas naturales refleja una posición filosófica ante la
vida y la muerte. Se trata de establecer un lazo de parentezco con todos los
animales, los árboles, los lugares y las estrellas. El nexo se constituye a través
de los antepasados míticos, comunes a todos los seres vivientes. Se logra así
un acercamiento afectivo, que conjura los miedos ante las terribles fuerzas na-
turales desatadas y promueve un trato de respeto hacia la Naturaleza toda.
Veamos algunos ejemplos de las Culturas Andinas:

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Grifo: Posee cuerpo de felino, cabeza y dorso de ave. Expresa la fusión de las
fuerzas terrestres con las celestes. -Tiawanaku-

Esfinge: Cuerpo de felino, simbolizando las fuerzas fecundas de la Tierra y


cabeza de humano. Es probable que represente al shamán en un ritual propi-
ciatorio. A veces se le agregan alas, como símbolo del Cielo, completando la
analogía con las esfinges asirias, egipcias y griegas. -Tiawanaku-

Quimera: Cuerpo de felino y cola serpentina, fusionando los atributos del poder
terrestre con las fuerzas intraterrestres. -Cultura mochica-

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Hombre-pájaro: Como ejemplo, en la tradición aymará se cita a los Malkus,
espíritus del cóndor, mensajeros de los Achachilas (espíritus ancestrales de las
montañas). -Puerta del Sol,Tiawanaku-

“Ángeles”: Los Callaguayas rinden culto a los Ankaris, servidores del Cielo,
mensajeros aéreos, portadores de las oraciones y ofrendas hacia los Lugares
sagrados (llamados huacas o machulas). -Puerta del Sol, Tiawanaku-

Claudio Ardohain - 1997

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