Cerrón Palomino, Rodolfo (2020) - La Presencia Puquina en El Formativo Tardío en El Valle Del Cuzco
Cerrón Palomino, Rodolfo (2020) - La Presencia Puquina en El Formativo Tardío en El Valle Del Cuzco
Cerrón Palomino, Rodolfo (2020) - La Presencia Puquina en El Formativo Tardío en El Valle Del Cuzco
VEGA-CENTENO, Rafael y Jalh DULANTO (editores). Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria: ensayos en
homenaje a Peter Kaulicke. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, pp. 69-87.
Rodolfo Cerrón-Palomino
Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima
Correo electrónico: [email protected]
Antecedentes
Según la escasa información que tenemos de la situación lingüística del valle del
Cuzco a la llegada de los incas míticos a la región, esta presentaría una realidad
plurilingüe y pluriétnica. Por lo menos esa es la información que recoge Cabello
Valboa, al relatar la ocupación de dicho territorio por parte de los acompañantes de
Manco Capac. Refiere, en efecto, el cronista que en ese entonces el Cuzco quedaba
menos de una legua [de Colcabamba], y muy poblado de naturales, y muy
frequentado de estrangeros de tres y quatro leguas á la redonda […], a causa de
las muchas, y muy diferentes lenguas y costumbres que a cada legua se yban allando
(énfasis agregado; cf. Cabello Valboa [1586] 1951, III, X, p. 269).
Pues bien, no hace falta señalar que nunca sabremos cuáles habrían sido las
«muchas y muy diferentes lenguas» que coexistían en las veinte leguas a la redonda
que cubría aproximadamente el valle del Cuzco preincaico. Las evidencias con que
contamos, ya sea debido a la pervivencia de una de tales lenguas, o bien a través de
la documentación colonial, y, en el peor de los casos, gracias a la persistencia de ver-
daderas toponimias de relicto, son muy escasas y su filiación no siempre es fácil de
establecer, de manera que apenas podemos identificar tres de ellas: el quechua, que
subsiste; el aimara cuzqueño, que se habría extinguido a mediados del siglo XIV;
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
y el «lenguaje particular de los incas», que habría sido el puquina, igualmente extin-
guido, aunque mucho antes que el aimara de la región. En trabajos anteriores, la
mayoría de ellos reunidos en Cerrón-Palomino (2013), nos hemos ocupado de la
identificación, coexistencia, y caracterización funcional de estas tres lenguas genética-
mente diferentes, aunque tipológicamente próximas, como resultado de un dilatado
proceso de contactos y convergencias seculares.
En cuanto a la procedencia inicial de tales lenguas, conviene señalar que si hay
algún punto en el que están de acuerdo los lingüistas históricos del área andina es en
reconocer que ninguna de ellas sería originaria del valle del Cuzco. En efecto, según
tales especialistas, y contra las posturas tradicionales aún en boga entre la mayoría de
los científicos sociales, tanto el aimara como el quechua acusarían una procedencia
centro-andina, mientras que el puquina tendría un origen altiplánico. En términos
protohistóricos, lo que está en plena discusión es la cronología de los desplazamien-
tos idiomáticos involucrados, la determinación de los agentes que los promovieron
o impulsaron y su adscripción a las sociedades huari (aimara/ quechua), pucareña
y tiahuanquense (puquina) e inca (quechua). Para los debates recientes en relación
con algunos de los temas mencionados, pueden consultarse los trabajos aparecidos
en Kaulicke, Cerrón-Palomino, Heggarty y Beresford-Jones (2010) y en Heggarty y
Beresford-Jones (2012).
Los trabajos de lingüística histórica y filología que hemos estado realizando en
los últimos tiempos, con especial énfasis en el estudio de la onomástica andina, están
demostrando el rol que desempeñó la lengua puquina en la génesis y la formación
del Imperio de los incas, y que identificamos como el llamado «lenguaje particular
de los incas» (en expresión del Inca Garcilaso). No otra cosa lo demuestra, de manera
taxativa, buena parte del léxico cultural e institucional del incario, tras someterlo
a escrutinio riguroso. En efecto, el examen etimológico emprendido, tocante a la
forma y el significado de dicho léxico, despojado del barniz con que lo cubrieron los
lenguaraces de turno, incapaces ya de reconocerlo como ajeno a su lengua, revela una
filiación distinta a la del aimara y del quechua. De esta manera, resulta de primera
importancia destacar el aporte puquina mencionado, pues estamos hablando nada
menos que del léxico fundacional y organizativo del Imperio incaico (ver Cerrón-
Palomino, 2013, I Parte, en especial I-2, 3; 2016c).
Por lo demás, sobra señalar que dicha impronta léxica no pudo haberse dado por
simple ósmosis idiomática, sino que debió haber sido vehiculizada, en el plano extra-
lingüístico, por movimientos de pueblos de habla puquina en dirección del Cuzco y
territorios aledaños, como parecen sugerirnos los mitos de origen del Imperio incaico.
En tal sentido, la revelación lingüística hecha hasta aquí constituye un reto para las
ciencias sociales, particularmente la etnohistoria y la arqueología, pero también para
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La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino
la genética, las cuales están llamadas a replantear sus modelos interpretativos de los
orígenes del imperio incaico no ya de manera autosuficiente, como ha sido la vieja
práctica, sino interdisciplinariamente, a la luz de las evidencias lingüísticas aportadas.
Al respecto cabe recordar que, por nuestra parte, hemos venido formulando algu-
nas correlaciones etnohistóricas, arqueológicas, y genéticas que permiten explicar el
fenómeno lingüístico previamente descrito (confróntese Cerrón-Palomino, 2012;
2013, I-2; 2015).
Lo dicho hasta aquí habla solo de la impronta léxica puquina en la dimensión ins-
titucional del incario. Sin embargo, que tal presencia idiomática dejó sus huellas más
allá del léxico sociocultural para dejarse entrever en la toponimia local, denunciando
una cobertura regional de gran envergadura como efecto de un uso lingüístico no
menos importante, es algo que quisiéramos demostrar en las secciones que siguen.
Según lo hemos estado señalando en otros lugares, la tesis del Cuzco como cuna
del quechua y la del altiplano como patria del aimara, elaboradas al calor de las
ideologías nacionalistas en boga de los intelectuales criollos peruano-bolivianos, son
las responsables indirectas de la persistencia en la negación de la existencia de una
toponimia que no sea asignable a cualquiera de las lenguas mencionadas. Y no obs-
tante que los estudios de filología y lingüística histórica del área andina demostraron
hace medio siglo la falacia de tales posturas, asombra constatar que todavía subsis-
tan, especialmente entre los investigadores de disciplinas afines, quienes permanecen
aferrados a ellas y niegan la presencia de estratos toponímicos diferentes a los de las
lenguas mencionadas. Contribuye a ello, sin duda alguna, el estado de postración en
que se encuentran los estudios toponímicos de la región, todavía en manos de aficio-
nados o, peor aún, de investigadores improvisados carentes de una mínima sindéresis
deontológica y profesional.
Pues bien, nos complace anunciar que los trabajos que estamos desarrollando
en la materia1 están demostrando, de manera inconcusa, la presencia, compacta y
recurrente, de una toponimia asignable al puquina en toda la región altiplánica, con
un centro nuclear denso en torno a la hoya del lago Titicaca y sus proyecciones
tanto cisandinas como transandinas. En efecto, así lo prueban, en el terreno léxico,
la recurrencia jalonada de ocho elementos diagnósticos perfectamente identificados
a la fecha como raíces puquinas; pero también, y de manera más interesante, el
registro de por lo menos cuatro sufijos derivativos asignables a la lengua (confróntese
Cerrón-Palomino, 2014; 2016d). El reconocimiento de tales formas como propias
1
Uno de nuestros asiduos contertulios en dicho afán, esta vez desde la disciplina arqueológica, es el
colega y amigo Peter Kaulicke, en cuyo homenaje escribimos la presente contribución, que recoge algu-
nos aspectos sobre los cuales venimos conversando desde hace ya un buen tiempo.
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
Itinerario mítico
Como se sabe, el recorrido de los hermanos Ayar del espacio mítico comprendido
entre Pacariytambo y el actual templo de Santo Domingo en la ciudad del Cuzco
ha sido consignado por cronistas como Sarmiento de Gamboa ([1572] 1965, [12]),
Cabello Valboa ([1586] 1951, I, 9, pp. 260-264) y Murúa ([1613] 1987, I, II); y lo
hacen con mayor o menor detalle, con algunas omisiones de nombres de los paraderos
del trayecto, amén de presentar variantes notorias en su registro. Lo último responde,
en parte al menos, a la deficiente edición de las crónicas mencionadas, especialmente
en lo referente al tratamiento de los nombres en lengua indígena, que, en ausencia de
un enfoque filológico disciplinado, nunca han sido objeto de fijación seria.
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2
Sirva la ocasión para agradecer al colega y amigo Paul Heggarty por haber gestionado para nosotros
copia del manuscrito mencionado (14-06-2015).
3
No discutimos aquí el caso de <Haysquisrro>, nombre de una parada entre <Pallata> y <Quirirmanta>,
por ostentar una notación a todas luces grotescamente copiada, y de cuya restitución aproximada nos
ocuparemos en otra ocasión. Adelantemos por ahora que, a la luz de la identificación plena del sufijo
puquina –no y sus variantes, introducido en § 5.3.3, la terminación –rro del topónimo (que aparece regis-
trado dos veces: <Haysquisrro>, fol. 25; y <HaysquisRo>, fol. 26) puede ser aislada y reconocida como
una variante recurrente del mismo. Señalemos de paso que la forma consignada por Murúa, paleografiada
como <Chasquito>, resulta a todas luces igualmente grotesca (confróntese [1613] 1987, I, II, p. 49).
Por lo demás, la identificación que se ha propuesto de este con el topónimo actual de <Yaurisque> (con-
fróntese Urton, 2004, cap. 2, nota 9) no resiste, por lo menos formalmente, la más mínima posibilidad.
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
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La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino
pp. 298-299), es decir /kiru-iki/ ‘señor de la coca’, resulta menos forzado, de manera
que pueda glosarse como ‘Coca del mesón’. En relación con el segundo topónimo,
debemos señalar que Molina (1573, fol. 21v) lo registra como <Quiras-manta>.
Dejando de lado la diferencia mostrada por el primer elemento del compuesto, no
es aventurado señalar que estaríamos ante una misma forma. De asumirse que la
versión de Molina es la más fidedigna, entonces <quira>, interpretable como khira,
podría glosarse como ‘palizada’ (confróntese Bertonio, [1612] 1984, II, p. 298); y el
segundo componente del topónimo, es decir <manta> vendría a ser ‘lugar, sitio’, voz
puquina preservada por el callahuaya (confróntese Girault, 1989, p. 53), de manera
que el lugar podría haber significado ‘Sitio de palizadas’. En relación con el sufijo del
primer elemento, resulta difícil decir si fue -ro o -si, ambos sufijos puquinas, en sus
versiones sincopadas.
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
4
El caso más escandaloso es el de <Yana-huara>, presente también en Arequipa y en Yamparáez
(Chuquisaca), y que suele traducirse por ‘pantaloneta negra’, significado reñido con los principios natu-
rales y elementales que gobiernan todo proceso de nominación toponímica. Nótese, de paso, que en la
variante no lenizada, es decir <para>, puede estar la etimología de la voz para ‘lluvia’ del quechua sureño.
5
De aquí en adelante, la abreviatura de este nombre y de otros semejantes refiere a la lista de los
santuarios del Cuzco imperial, siguiendo la convención iniciada por Rowe, según la cual se alude pri-
meramente a la orientación cardinal en forma abreviada (así, Ch= Chinchaisuyo, Cu = Cuntisuyo,
Co= Collasuyo y An= Antisuyo), luego el número del clasificador y finalmente el del santuario. De paso,
notemos que un alto porcentaje de la toponimia de los ceques acusa, como debía esperarse, procedencia
puquina, y ello se hará evidente, a manera de adelanto, a lo largo de nuestra discusión. Sobra señalar
que la recta interpretación de los nombres sagrados en cuestión, contrariamente a lo que se piensa (con-
fróntese Bauer, 2000, cap. 2, p. 13), no puede hacerse exclusivamente a partir del quechua, de manera
que las glosas que ofrece Beyersdorff (2000), por ejemplo, resultan harto ingenuas, por decir lo menos.
6
El editor de la «Relación» citada, don Marcos Jiménez de la Espada, inserta, tras el elemento descompuesto
<llata>, la forma que supone que es la correcta, es decir «[llacta]», consolidando de esta manera el entuerto.
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La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino
pero también en un nombre tan caro a los arqueólogos: <Cota-calli>, que hace
alusión al estilo alfarero cuzqueño pre-inca. Incidentalmente, los partidarios del
quechuismo primordial creen identificar en tales nombres la palabra quechua
<cachi> ‘sal’. Según esta lógica, por ejemplo, el topónimo <Tara-cache> debería
glosarse como ‘Sal de tara’, lo cual es sencillamente un absurdo.
Nuevos radicales. Los siete nuevos radicales que introducimos en esta oportunidad,
y que se dan también en el resto del área puquina, son: <calla>, <parqui>, <quira>,
<tira>, <cati>, <tiy> y <cari>. En lo que sigue nos ocuparemos de cada uno de ellos.
2. Por lo que respecta a <parqui>, que varía con su forma lenizada <huarque>, y cuyo
prototipo vendría a ser *parki «ladera del cerro» (cf. Bertonio, op. cit., II, 250),
se lo registra en <Ama-huarqui> (Acomayo), <Sayana-huarqui> (San Jerónimo),
<Illan-guarque> (Ch-8:1), <Ana-huarque> (Cu-1: 7), <Chata-guarque> (Cu-1:
8), e incluso <Illa-huallqui> (Urubamba), que puede ser variante perfectamente
predecible del nombre del santuario <Illan-guarque>. Aquí también hay que seña-
lar que los aimaristas improvisados de etimólogos suelen interpretar la variante
<parqui> como préstamo del castellano parque (!).
3. Por lo que concierne a <quira>, que postulamos como *khira ‘palizada’ (con-
fróntese Bertonio, [1612] 1984, II, p. 298: «varas con que cruzan las tixeras
del techo»), y que por lo regular aparece seguido de los reflejos del morfema
ubicativo aimara *-wi (ver Cerrón-Palomino, 2008, II-3, § 2), tenemos, como
elemento inicial en <Quira-coma> (Co-6: 4), pero de manera más recurrente
como segundo formante de compuesto: <Callan-quira-y> y <Toco-quira-y>
(Anta), <Ayu-quira-y> y <Uro-quiray> (Urcos), <Raorao-quira-y> (Co-4: 7),
<Cahacha-quiray> ( Co-7: 3), <Chuqui-quira-o> (Vilcabamba), <Huaca-quira-o>
(San Jerónimo). Para la alternancia de los reflejos <–y> y<–o> del ubicativo aimara
–wi, ver Cerrón-Palomino (2008, II-3, § 2).
4. Por lo que toca a <tira>, lo encontramos formando compuestos, bien como modi-
ficador bien como núcleo, como en <Tira-canchi> (Pisac, Calca), <Tira-ypu>
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
5. El siguiente radical, es decir <cati>, se muestra bajo tres variantes: (a) en forma ente-
riza, como en <Aya-n-cati> (Santa Ana), <Pallar-cati> (Apurímac); (b) sonorizada,
como <gati>, en <Ausa-n-gate> (Paucartambo), <Oco-n-gate> (Quispicanchis)7; y
(c) sincopada en <cti>, como en <Amaro-cti> (santuario, Cu-4: 2), <Guano-cti>,
<Collo-cti> (Calca), <Pache-cti> (Paruro). Como puede verse, la forma sincopada,
sin duda como efecto de su aimarización, se da cuando la base termina en conso-
nante. En cuanto a su consonante inicial, por la apertura que causa sobre la vocal
radical, como se puede ver en los casos de (c), podría postularse *qati, como la
forma originaria8. De otro lado, es de notarse que el cronista Santa Cruz Pachacuti
registra <Aosancata>, y no <Ausancati>; además, nos proporciona un nuevo topó-
nimo: <Quiyancata>, en ambos casos con la variante enteriza <cata> (confróntese
Santa Cruz Pachacuti [1613] 1993, fol. 15v). Si bien <cata> puede reinterpretarse
como /qhata/ ‘cuesta’, no hemos podido aún dar con el significado de <cati>, que
sin embargo recurre en toda el área puquina (rebasando el Cuzco por el Oeste),
ya sea como primer o segundo elemento de compuesto9.
6. El sexto de los radicales es <tiy>, que tiene la forma breve de un sufijo, ya que se
manifiesta como <ti> o <te>; y, sin embargo, se trata de una forma léxica, que fun-
ciona como cabeza o núcleo de los compuestos en los que interviene. Lo registra
Bertonio, quien lo glosa como «cueua, o concauidad en las peñas donde pueden
dormir algunas personas» (confróntese [1612] 1984, II, 350), significado que les
da pleno sentido a topónimos como<Zuri-te> (Anta), <Poma-ti>, <Huanlla-ra-ti>
(Paruro), <China-y-ti> (Canchis) y <Coclla-ti> (Chumbivilcas).
7
Nótese que aquí no entra el topónimo <Callangati> (nevado en Quispicanchis), pues este se analiza
como <Callanga-ti(y)>, cuyo segundo elemento ilustra el radical siguiente. El primer componente es la
versión «chinchaisuya» de <Callanca>.
8
De allí que no parece que <Huanu-quite> (Paruro) sea la forma enteriza de <Huano-cti>, pues, en
el primer caso, el elemento <quiti> se puede glosar como ‘hueco, espacio, sitio’ (confróntese Gonçález
Holguín ([1608] 1952, I, p. 310); en el segundo caso, ya vimos que la forma sincopada <-cti>, es decir
*/q-ti/, abre la vocal radical. A menos que <Huanu-quiti> sea forma castellanizada, con vocal epentética,
de <Huano-cti>.
9
En un trabajo anterior postulábamos una etimología distinta para <Ausangate> y <Ocongate> (con-
fróntese Cerrón-Palomino, 2008, II-4, § 1.2.2, 221), de la que nos rectificamos ahora. Ocurre que por
entonces no sospechábamos que la presencia puquina en el Cuzco fuera realmente impresionante.
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La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino
7. Por lo que respecta al radical <cari>, debemos señalar que se trata de un elemento
muy recurrente en el área puquina, particularmente en la toponimia de las islas
de Amantani y Taquile, y gracias a cuyo registro podemos postular como *khari,
con el significado de ‘resto habitacional’. Lo encontramos en cuatro santuarios
del Cuzco incaico, a saber: <Cari-puquiu> (An-3: 7), <Cari-urco> (An-4: 1),
<Cari-bamba> (Co-1: 4) y <Coto-cari> (Cu-2: 0). Sobra señalar que en ninguno
de estos casos se está frente a la raíz quechua qhari ‘varón’, salvo por etimología
popular; en tal sentido es contundente la evidencia encontrada en las islas del
Titicaca, como por ejemplo <Cari-pata>, <Hanan-cari> y <Uray-cari>, en Taquile.
Sufijos puquinas
10
Dicho significado se deja ver claramente en el glosado de «despensa» que le da el anconense a la
palabra <Huscusi>, es decir /husku-si/, derivada del verbo <Huscu-> «guardar» (confróntese Bertonio,
[1612] 1984, II, p. 1169), y que puede atribuirse tranquilamente al puquina, demostrándonos al mismo
tiempo que el sufijo puede formar nombres a partir de verbos.
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
11
Este es un ejemplo aislado en el que se da la forma intacta del sufijo –no, visto en la sección siguiente.
Importa señalar, además, que su identificación, así como su «sintaxis» interna, se ven afianzadas por
ejemplos como <Cota-ro-si> y <Chinche-ro-si> (Apurímac) y <Choco-ro-si> (Azángaro).
12
Además, fuera del área cuzqueña y entrando en terreno boliviano, el sufijo se deja reconocer fácil-
mente en topónimos como <Inqui-si-vi> (Omasuyos), <Chiri-si-vi> (Sapahaqui, Sicasica), <Chica-si-vi>
(Aijachi, Omasuyos), etcétera, todos ellos ya aimarizados, en los que, tras perderse el significado ubi-
cativo de –si, se echa mano del nominalizador aimara –wi (confróntese Cerrón-Palomino, 2008, II-3,
§ 2.2), para expresar la misma noción de ubicación.
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La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino
4. El sufijo *-so. Sufijo derivativo del puquina, de función semejante al –ta del aimara
y al –sqa del quechua, lo encontramos en topónimos de textura simple como
<Huchu-so> (Canas y Chumbivilcas), <Ichi-so> (Paucartambo), <Yacca-so>
(Espinar), <Aya-su-que> (Paruro); pero también en compuestos del tipo <Capa-
su-ma> (es decir, <Capa-so uma>, Paruro) o <Jaru-capa-so> (Espinar). Como
se adelantó, al igual que en el caso de –si, aquí también se dan ejemplos de
topónimos en los que el sufijo muestra apócope; y así encontramos <Cana-s>
(Yanaoca), <Cuycu-s> (San Sebastián), <Puti-s> (Espinar); pero también lo halla-
mos en los santuarios<Cuycu-s amaru> (Co-8: 5), <Micho-s amaro> (Ch-1: 1),
<Pica-s> (An-5: 10); <Uma-talli-s pacha> (Co-2: 4). Otros ejemplos, en palabras
compuestas son <Ayu-s bamba>, <Casu-s pampa> (Paruro) y <Jaqui-s pampa>
(Chumbivilcas)14.
13
Notemos, de paso, que ahora estamos en condiciones de explicar el carácter extraño de <Huasca-r>
(topónimo y luego antropónimo), cuya –r final, igual que la de <suntu-r>, resultaba extraña en que-
chua, no obstante portar un radical propio de esta lengua (wask’a y şuntu, respectivamente). Tampoco
debe descartarse que el nombre <Ama-ro> pueda estar conteniendo la forma enteriza del sufijo, pues
otro tanto ocurre con <Asi-ro>; en ambos casos estamos ante el significado básico de ‘serpiente’.
14
Con anterioridad al «descubrimiento» de las formas sincopadas de *–si y *–so en la toponimia sureña,
creíamos que en nombres tan conocidos como los de <Cana-s> o <Canchi-s> estábamos ante el sufijo
*-ş del quechua, perdido en los dialectos sureños pero vigente en los del centro (confróntese Cerrón-
Palomino, 2008, II-4, § 1.1.3). Los ejemplos aportados demuestran que dicha <s> debe ser atribuida
a cualquiera de los dos sufijos puquinas mencionados. Admitamos, sin embargo, que no siempre es
fácil reconstruirlos con certeza, más allá de su identificación como derivativos puquinas, pues tam-
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
poco es fácil reconocer las raíces (nominales o verbales) que los portan en ausencia de un vocabulario
de la lengua.
15
Como se sabe, en la entrada al bautisterio de la famosa iglesia de Andahuailillas (Quispicanchis)
puede leerse aún, aunque parcialmente, la fórmula del bautizo en lengua puquina, al lado de sus equi-
valentes en aimara, quechua y castellano. Se ha querido ver en ella la presencia de la lengua en las
cercanías del Cuzco en pleno siglo XVII (confróntese Torero, 1987, p. 399); sin embargo, como lo ha
demostrado Mannheim, tal insinuación no encuentra apoyo documental que la sustente, de manera
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La presencia puquina en el Formativo Tardío en el valle del Cuzco / Rodolfo Cerrón-Palomino
que la inscripción solo parece indicar el interés que tenían los jesuitas, que estuvieron en la parroquia
por espacio de ocho años (1628-1636), de hacer de ella un centro que emulara el laboratorio idiomático
que fue Juli (1991, cap. 2, nota 17).
16
Conforme se vio, las pesquisas etimológicas emprendidas hasta aquí supusieron una tarea de limpieza
del léxico toponímico examinado, en la medida en que este, tal como aparece registrado en las fuentes
(por defecto de copiado, de lectura, o de edición), ostenta, siguiendo la vieja práctica del quechuismo y
del aimarismo primitivos, una fisonomía distorsionada, cuando no alterada deliberadamente, a favor de
las lenguas mayores involucradas.
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Los desafíos del tiempo, el espacio y la memoria
y guallas, en el valle del Cuzco a la llegada de los Ayar, según la tradición oral recogida
por Murúa, y citada en nuestro epígrafe: por lo menos uno de tales grupos, de modo
mucho más obvio en el caso de los primeros (en razón del etnónimo), hablarían el
puquina, lo cual corroboraría en cierta forma la situación plurilingüe de que nos
habla el cronista Cabello Valboa en la cita que hiciéramos al principio.
Ahora bien, atribuir la presencia inicial del puquina a los agentes de la cultura
pucará en todo el territorio cuzqueño, abarcando el de Apurímac por el oeste y el
de Arequipa por el sur, es algo que no había sido planteado previamente por los
arqueólogos que se ocuparon del estudio de la sociedad mencionada (confróntese
Mujica, 1990; Cook, 1994, cap. VI; Stanish, 2001; Janusek, 2008, p. 90). En efecto,
el área de influencia trazada para dicha tradición no pasaría, por el norte, más allá
de la Raya (al sur del Cuzco y el norte de Puno), a la par que, por el oeste y el
sur, alcanzaría los valles de la vertiente occidental de los Andes, llegando hasta la
región de Atacama; y, también, por el sudeste serrano, más allá del actual altiplano
boliviano, hasta los valles de Hualfín y Salta en el noroeste argentino (confróntese
Rex González, 2004). Estamos hablando prácticamente del mismo territorio cubierto,
en el Horizonte Medio, por la sociedad tiahuanaquense (confróntese Stanish, 2003,
Goldstein, 2005; Janusek, 2008), que habría sido la responsable de vehiculizar esta
vez el puquina, sobre un territorio previamente incursionado por la protoforma de la
lengua. Los estudios toponímicos de la región que estamos desarrollando ya no dejan
duda, contra lo que se afirmaba sin base (confróntese Stanish, 2003, cap. 3, p. 59),
de la presencia compacta del puquina, previa a la del aimara, en la mayor parte
del territorio cubierto por la sociedad tiahuanacota (confróntese Cerrón-Palomino,
2016a; 2016b; 2016c).
Y aquí radica, ahora, uno de los problemas señalados al comienzo de nuestra
exposición, quizás el más importante: el del ente emisor de la lengua, sea esta en
su fase pucareña o tiahuanacota, y no solo en relación con su expansión más allá
del Cuzco. Es este un asunto que todavía no ha merecido la atención de los estu-
diosos, especialmente entre los arqueólogos, quienes dan por sentada la adscripción
del aimara a tales sociedades y pasan por alto el hecho de su procedencia tardía en
el altiplano, como lo han demostrado los lingüistas. Por lo pronto, hay que señalar
que ninguno de los modelos clásicos ensayados por los arqueólogos para interpretar
la expansión de las tradiciones de Pucará y Tiahuanaco, ya sea mediante el sistema
de colonos o a través del comercio de élites a grandes distancias, pueden explicar de
manera sistemática y coherente la difusión del puquina tanto en su fase de protolen-
gua como en la de su forma ya constituida como vehículo de Tiahuanaco. De hecho,
tales mecanismos no son suficientes para explicar la nutrida y recurrente toponimia
puquina no solo en el área nuclear tiahuanaquense sino en el de su periferia, pues la
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historia y el sentido común se imponen para recordarnos que ni los colonos ni los
comerciantes caravaneros podrían haber llegado, en sus trajines y pascanas, a terri-
torios y parajes enteramente vacíos e innominados. Así pues, quedaría por explicar
mejor el nivel de organización política compleja que habría alcanzado la sociedad de
Pucará para propiciar una unidad idiomática regional como la sugerida por la topo-
nimia puquina, y que, estaría testimoniando contactos altiplánicos que remontarían
por lo menos al Formativo Tardío.
Referencias
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