72 Horas - Lais Arcos
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Lais Arcos
5. Enviar.
CAPÍTULO VI
23 de marzo — Jueves — Encuentro fortuito
—¿Qué?
—Que lo lamento. El puñetazo. Me encontraba tan perdida y
angustiada... Nunca he reaccionado así, no sé lo que me ha
pasado, de verdad —y bajó la vista, Marion sostenía la mirada.
—Vale, ya está, no te preocupes, de verdad. Pero ahora, Laia, y
espero que te llames así de verdad, creo que nos debemos
explicaciones, ¿no? —Su tono, un poco autoritario, hizo que Laia
se sintiera como una niña pequeña delante de su madre.
—Sí —susurró sin más.
Laia continuó.
—Pues, bueno, la cosa empezó a interesarme un poco más en
serio ya que sucedía a menudo y mi compañera se extrañó
cuando la puse al corriente y me confirmó lo que yo imaginaba,
que ella no era. Bueno, ya sé que no debe hacerse, igual te va a
chocar, pero instalé un programa espía en el ordenador, el cual
está, digamos, oculto de cara a cualquier utilizador que no
emplee los medios adecuados para detectarlo. No se ve en el
inicio ni figura entre los programas que funcionan si la persona
quisiera saberlo. Entonces dejé pasar unos días, a sabiendas de
que el programa espiaba tanto a mi compañera, Cristina, como a
mí misma. Unos cinco días después, estando tranquila a solas en
el despacho, decido ver qué es lo que pasa; le pido al programa
espía, el cual necesita una contraseña para entrar, el informe de
todo, absolutamente todo lo registrado. Hasta dos días después
de la instalación no veo nada raro, entre otras cosas me doy
cuenta de que mi compañera tiene, seguramente, un lío con un
tío con el que se escribe a menudo, pero bueno, no profundizo
mucho porque no quiero entrar en su vida privada y luego veo
unas visitas a unos sitios extraños, los nombres de los sitios están
en caracteres latinos claro, pero la lengua no creo que lo sea.
Entre todas esas cosas encuentro una dirección electrónica y su
contraseña.
Marion iba abriendo cada vez más los ojos, después de todo
era periodista y la curiosidad la estaba picando. Observó que Laia
era una buena narradora, precisa y concisa; asintiendo con la
cabeza la incitaba a seguir.
—Decido copiar el contenido del informe en un disquete, para
estudiarlo en casa con más tiempo, pues la gente de la limpieza
estaba a punto de llegar y no quería que me hicieran preguntas.
Voy a buscar un disquete virgen a un cajón de mi mesa y lo grabo
todo. Pero como lo que veo es superior i mis fuerzas me voy al
servidor de esa mensajería, que es de tipo “hotmail”; escribo el
nombre de usuario, la contraseña y venga, adelante.
—Vaya, perdona, creo que es mi teléfono.
7. Los franceses llaman “Quai” a las avenidas que bordean los ríos y los andenes.
CAPÍTULO XVI
La sorpresa
—¿Qué?
—Adelante, Mike 1.
—Pongan ese coche inmediatamente en búsqueda y captura;
me huelo que acaba de pasarnos por delante de las narices.
—De acuerdo, Mike 1. Corto.
—Yo no le puedo dar las llaves así por las buenas, ¿no tiene un
papel o algo?
—Pero ¿usted se cree que está en una película americana o
qué? Le estoy diciendo que vaya a buscar las llaves y rápido —
gritó.
El hombre se dio media vuelta, volvió a pasar la puerta por la
que había salido y dio las llaves al capitán Martin, mudo y
perplejo.
El policía cogió la copia y llamó al ascensor. Dijo por radio al
compañero que esperaba en la puerta que era él quien subía por
el ascensor con las llaves.
Entraron en el piso, que no había sido forzado, y echaron un
vistazo sin tocar nada.
Tendrían que llamar a la policía judicial, que decidiría a su vez
si había necesidad de llamar a la policía técnica y científica. Las
primeras constataciones no eran ni malas ni buenas. Había
habido violencia, pues un mueble de la entrada había caído al
suelo, pero no había sangre. Habían registrado el apartamento
rápidamente, como buscando detalles flagrantes. Había alguna
ropa caída en el vestidor y lo mismo delante de la lavadora,
esparcida sobre las baldosas.
El capitán Martin sacó su teléfono móvil y llamó al Capitán
Philippe Mas, responsable del asunto. Le puso al corriente de lo
sucedido y a continuación llamó a los de la policía judicial, que le
respondieron que llegarían de un momento a otro.
Esperaron en el lugar de los hechos hasta pasar el relevo a sus
compañeros.
Los de la PJ8 llegaron veinte minutos después. Martin y su
compañero, así como los otros que hacían guardia a la entrada
del garaje, les pusieron al corriente de lo sucedido.
Uno de ellos dijo que había interrogado a la mujer de la
limpieza y a ésta le había parecido ver a alguien fuera de lo
habitual, un chico joven que era la primera vez que veía. Una
quincena de hombres se habían dispersado por todo el piso,
hacían fotos y tomaban huellas, marcaban trazos de tiza en el
suelo. Dijeron a Alain Martin que podía quedarse un poco si
estaba interesado y éste accedió.
Tras unas vueltas por el apartamento y parándose en cada
detalle, el encargado de la PJ le dijo:
—Así por las buenas, puedo decirle que la mujer abrió la
puerta sin dudar que podría haber un agresor detrás de ella,
luego forcejearon y ésta debió quedar inconsciente. Le han
suministrado un número indeterminado de somníferos, hemos
encontrado una tableta en la cocina y el vaso de agua caído al
lado del albornoz, que probablemente era lo único que llevaba
puesto.
Luego el agresor la vistió con algo que llamara menos la
atención que un albornoz, probablemente un vestido, pues es
más fácil vestir con esa prenda a alguien inconsciente que con
pantalones u otra ropa. Ha debido atarla con el cinturón del
albornoz pues no hay manera de encontrarlo.
—Hola, buenos días, Capitanes Mas y Neuville; soy el
encargado del asunto, pónganme al corriente de lo sucedido,
traemos con nosotros las fotos de un sospechoso —dijo Philippe.
—Perfecto —dijo el policía de la PJ y mandó a uno de los suyos
a buscar a la señora de la limpieza a la que habían ordenado
quedarse por ahí cerca. Cuando la mujer llegó le mostraron las
fotos, sobre todo la primera, en la que la cara del sospechoso se
veía más claramente.
—Sí, sí, es él, llevaba una gorra de béisbol con la visera hacia
delante, pero estoy prácticamente segura de que es el mismo
chico. ¡Ay, Dios mío! —dijo y se echó a llorar.
—Con la información primera que tenemos y la que hemos
recibido por radio, hemos sabido que el hombre se llama Kamel
Mebarki y trabaja en una empresa de limpieza para el Ministerio
de Asuntos Exteriores; lo estamos comprobando todo, pero si no
me equivoco y las huellas que van a tomar ustedes aquí lo
confirman, su verdadera identidad es Karim Hassan Moulem,
integrista islámico muy peligroso y entrenado en campos
ca mpos de todo
el mundo. Algo grande se está preparando.
Todos los policías suspiraron y continuaron su trabajo. Philippe
y Thierry partieron hacia la comisaría, indicando a los demás que,
en cuanto supieran algo nuevo, sobre todo cuando tuvieran el
resultado de la comparación de las huellas, les llamasen.
8. Policía Judicial.
CAPÍTULO XXVIII
24 de marzo — Viernes - Buscando a Kath
—De acuerdo.
—Bien, pues el hombre nos pasea por París, luego llega al lado
del río y se para allí unos minutos. —La cara de Laia se
descompuso, Thierry se dio cuenta —. No, no, espera a que te
cuente más, lo hemos comprobado, no hay ni una gota de
sangre, ni de pelo, ni de nada en el suelo, hemos explorado el
río, cinco hombres rana han buceado por el sector y otros cinco
han verificado el primer punto donde el río se estrecha: no
hemos encontrado nada. Pienso que por ese lado podemos estar
tranquilos. En esos momentos debió robar un coche, hizo el
cambio del robado por el de Marion, que hemos encontrado
perfectamente aparcado y cerrado en el lugar del que se lo llevó.
Le hemos pasado el peine, las huellas del interior del coche
corresponden a las de Karim y en el maletero hemos encontrado
cabellos, que hemos comprobado con los de los cepillos del piso
de Marión y ambos corresponden: son los suyos.
—Un trabajo magnífico, Thierry—dijo Manu, asintiendo con la
cabeza.
—Cierto —confirmó Philippe—, continúa.
—Pues, bueno, fuimos a la comisaría más cercana,
encontramos varias denuncias de robo de vehículos, una
correspondía al lugar donde el coche de Marion estaba
aparcado. Nuestro hombre no tiene un pelo de tonto; cambió el
coche de Marion por otro que llamara menos la atención: un
modelo corriente, antiguo, gris, un coche pequeño. Lanzamos un
aviso de búsqueda y captura del coche a las cuatro de la tarde; a
las cinco una patrulla urbana dio con él. Enviamos a un equipo de
técnicos que encontraron las huellas de Karim en el interior, pero
esta vez había muchas más huellas superpuestas a las suyas, las
de al menos otras cuatro personas. Hemos comprobado los
ficheros y dos de ellos están fichados, son jóvenes delincuentes
reincidentes, que viven en zonas desfavorecidas. Estamos
intentando encontrarlos pero, por ahora, sus familias no tienen
señales de vida de ellos. De todas formas, son gente
acostumbrada a pasar tres o cuatro días sin ir a casa. Habían
acabado con la gasolina del coche y lo habían estrellado contra
un árbol. Por otro lado, lo interesante es que en el maletero
hemos vuelto a encontrar cabellos que corresponden a los de
Marión, lo que descarta la posibilidad de que la tirara al río, y
ésta es buena señal.
—Y ¿el teléfono? —preguntó Laia impaciente.
—Pues a eso voy, el teléfono nos lleva hasta una zona de las
denominadas “conflictivas”, la Courneuve, ¿la conoces?
—He oído hablar.
—Es verdad. Bueno, señores, les voy a tener que dejar, ya hace
casi media hora y tenemos que irnos si no quieren perderse el
partido.
—¡Ah, no! Venga, vámonos.
—Vale. —Laia hizo clic sobre “hex”, sus cifras desap arecieron y
surgieron otras en su lugar.
—AF3049, eso es. Manu, tenemos que llamar a Thierry. —Le
dijo gracias al chico y, cerrando la calculadora, le pasó el
ordenador—. Dile que compruebe si hay algún vuelo con esa
referencia.
—¡Claro! —dijo Marion—. ¡AF, debe ser de Air France!
Un taxi les dejó en las puertas del estadio; los tres se alegraron
de llegar. El taxista no había parado de hablar de fútbol durante
los casi cuarenta minutos de trayecto, tema que no interesaba a
ninguno de los tres. Las chicas habían aprovechado para no
despegarse, aprovechando que estaban solas en el asiento
trasero. Marion apretaba con fuerza la mano de Laia y ésta le
enviaba miradas efímeras pero llenas de pasión.
Laia sólo pensaba en la noche que les esperaba; quería pasarla
con Marion, pero seguro que Philippe y los demás iban a
asediarlas con preguntas durante una buena parte de ella. Luego,
Marion y ella tendrían un montón de cosas que contarse, una
vida por delante; al menos, eso esperaba, que no fuese sólo una
historia para Marion, como Catherine le había dicho. Quizás la
periodista la encontrara un poco cría. Laia nunca se había
sentido igual; Marion la aturdía en lo más profundo de su alma:
una sola de sus miradas y su nuca se erizaba. Era guapísima,
inteligente y tenía un coraje incalculable.
Allí estaba ella, en primera fila, después de todo lo que le había
pasado. No quería volver a pensar en todo eso, en lo que Kamel
podría haberle hecho.
El pensamiento de Marion iba en el mismo sentido, sus
temores eran casi los mismos. Sentía que su corazón había dado
un vuelco enorme, como si se sintiera madura y lista para el
amor por primera vez. Esa chica la volvía loca, le daba fuerzas y
energía para remontar todo lo que se le echara encima. Se
preguntaba si habría tenido muchas amantes, se decía que
seguramente sí, además era más joven que ella, quizás la
encontrara demasiado mayor.
—Chicas, ¿os despertáis o qué? Hemos llegado o ¿es que
queréis quedaros en el taxi? —dijo Manu con un tono irónico.
Mientras el hombre les aguantaba cortésmente la puerta, las
muchachas salieron una detrás de otra, del lado de la acera.
a cera.
—Vaya, qué lástima que no tengamos tiempo de visitar la
ciudad, desde lejos parece bonita —dijo Laia.
—¿No la conocéis? —preguntó Marion.
Franck pensó que Karim no tardaría en llegar con los dos kilos
de cannabis. Lo había conocido en un aparcamiento del estadio,
una tarde de partido, mientras Karim esperaba a que acabara
para llevar a los aficionados de vuelta a París.
A veces, a la vuelta de sus descargas de cosas raras del
laboratorio, Franck se paraba para hablar con los vigilantes de
seguridad y saber cuál era el resultado del encuentro.
Una de esas veces intentó entablar conversación con el
hombre, que al principio parecía arisco, pero cuando le dijo qué
tipo de trabajo hacía logró impresionarlo como a todos los
demás. Se lió un petardo mientras hablaban; Karim se interesaba
cada vez más por su ocupación. Se dieron cita para el próximo
partido, de eso hacía ya casi dos años, hasta que Karim se ofreció
para bajarle chocolate14 de París a un buen precio. La verdad es
que aquello le iba a ayudar económicamente: tenía dos niñas
pequeñas y otra en camino y su mujer no trabajaba; conocía a un
montón de gente que fumaba, así que, después de todo, ¿por
qué no?
Karim no le había decepcionado nunca; sólo tenía que decirle a
qué hora llegaba exactamente al laboratorio cada vez y, cuando
el autocar tuviera que bajar de París y coincidieran, Karim le
bajaría su pedido en el autocar. Así había cumplido siempre,
además la mercancía era buena. Se mantenían en contacto por
correo electrónico.
Franck había tenido que aprender a utilizar los ordenadores en
un cibercafé, al que iba siempre para entrar en contacto con
Karim. El plan era perfecto, nadie sospechaba que la droga
bajaba de París en un autocar de aficionados al fútbol y que
luego atravesaba Lyon dentro de un camión que normalmente
transportaba virus peligrosos.
Eran las 18.48 horas. El policía que lo escoltaba en moto se
dirigió a la recepción para advertir al personal del laboratorio de
la llegada del camión.
14. Nombre que se le da al cannabis en la jerga de la calle.
CAPÍTULO LVII
25 de marzo - Sábado - El lobo
—Adelante.