Tercera Parte La Verdad en La Biblia
Tercera Parte La Verdad en La Biblia
Tercera Parte La Verdad en La Biblia
La verdad en la Biblia
Para comprender la verdad en la Biblia, ante todo hay que partir de un presupuesto
fundamental: existe siempre una absoluta armonía entre la verdad revelada (es decir, la que
encontramos en la Biblia) y la verdad natural (la que encontramos en la naturaleza). Nunca puede
haber contradicción entre las cosas que conocemos mediante la fe (leyendo el libro de la Biblia) y
las que conocemos con la razón (leyendo el “libro” de la naturaleza) 1. Porque tanto las verdades
que hallamos en la creación como las que descubrimos en la Escritura proceden del mismo Dios.
Y Dios no puede contradecirse2.
Hecha esta aclaración, ponemos presentar ahora algunos principios, tal como los encontramos
en la Constitución Dei Verbum, para solucionar los supuestos errores de la Biblia. Ningún lector
puede dejar de tenerlos en cuenta ya que la misma Dei Verbum afirma: Es deber de los exegetas
el trabajar según estas reglas para entender y exponer más profundamente el sentido de la
Sagrada Escritura (n° 12c). ¿Cuáles son estos principios?
1) Las verdades que la Biblia enseña son las referidas a nuestra salvación.
Este primer principio lo encontramos en la Dei Verbum (n° 11b).
En efecto, la Biblia no es libro de ciencias naturales, sino de religión Sus autores no son
astrónomos, ni matemáticos, ni geólogos, sino catequistas y teólogos, que tratan de expresar con
un lenguaje fácil y adaptado a los lectores de su tiempo, las verdades fundamentales de la
salvación. La única sabiduría, pues, que hay que buscar en la Biblia, es la que se refiere a nuestra
salvación. Como dice la Segunda carta a Timoteo: Desde niño conoces las Sagradas Letras, que
pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación (2Tim 3, 15).
Por lo tanto, cuando la Biblia sostiene, por ejemplo, que “el Sol se detuvo y la Luna se paró”
(Jos 1, 12), como no pretende enseñar astronomía, no afecta para nada la veracidad bíblica 3.
Cuando afirma que la liebre es un animal rumiante (Lev 11, 6), no quiere que aprendamos
zoología. Y cuando dice que Nabucodonosor era rey de Nínive (Jdt 1, 1), no pretende darnos una
lección de historia. Como ninguna de estas afirmaciones sirven para nuestra salvación, y no
pertenecen estrictamente al ámbito teológico, no debemos tomarlas como enseñanzas bíblicas.
1
La constitución Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II, lo afirma claramente: Cuando la
investigación metódica en todos los campos del saber se realiza en forma verdaderamente científica...,
nunca se opondrá realmente a la fe. Porque tanto las cosas profanas como las realidades de la fe tienen
su origen en el mismo Dios (GS 36).
2
Esto mismo afirmaba el Papa Benedicto XVI en Ratisbona: “No actuar según la razón es contrario a
la naturaleza de Dios”. Y más adelante añadía: “Quien quiere llevar a otra persona a la fe necesita la
capacidad de hablar bien y de razonar correctamente, y no recurrir a la violencia ni a las amenazas”
(Discurso a los representantes de la Ciencia, 12 de septiembre de 2006).
3
Lo decía atinadamente san Agustín: “No leemos en el Evangelio que el Señor haya dicho: 'Les envío
el Espíritu Santo para que les enseñe el curso del Sol y de la Luna'. El Señor quiso hacer cristianos, y no
astrónomos”. Si en el siglo XVII los teólogos del Santo Oficio hubiesen tenido en cuenta este principio tan
claro, enseñado ya por la Tradición, no hubieran condenado a Galileo.
De este modo desaparecen todas las objeciones que puedan hacerse a la Biblia en el campo de
la astronomía, la antropología, la historia, la zoología, la matemática, o de cualquier otra rama de
las ciencias.
2) Para entender correctamente un texto bíblico hay que tener en cuenta la intención de los
autores.
Este segundo principio se encuentra en la Dei Verbum (n° 12a), y es uno de los más
importantes de la exégesis moderna4. Quiere expresar que, cuando una frase de la Biblia tiene
varios significados, el correcto no es el más lindo, ni el que más me guste, ni siquiera el más
profundo, sino aquel que quiso darle el autor.
Un ejemplo puede ilustrar lo que decimos. Es sabido que las últimas palabras del famoso poeta
alemán Goethe antes de morir fueron ¡Más luz! ¿Qué quiso decir con ellas? Podrían referirse a la
luz de la vida eterna, que veía acercarse. O podrían aludir a la fama que esperaba tener a partir de
su muerte. O podrían significar que estaba llegando a la luz de la Verdad. O podrían significar,
simplemente, que le abrieran las ventanas de su habitación porque estaba muy oscuro. Esta última
es una interpretación más banal, pero perfectamente posible. Y si el poeta moribundo hubiera
querido decir que estaba incómodo en la oscuridad de su lecho, ¿tendríamos derecho a buscar una
interpretación más profunda? Nosotros nos sentimos comprendidos cuando han entendido lo que
queremos decir, no cuando alguien descubre y añade un sentido más profundo a nuestras
palabras.
Es conocido el cuento de aquel estudioso bíblico que estaba comentando el Evangelio de Juan.
Y al llegar a la pasión de Jesús leyó al final de una página: Los guardias encendieron fuego en
medio del patio y se sentaron alrededor. Pedro se sentó con ellos… Entonces el comentarista
empezó a preguntarse por qué Pedro se sentaría aquella noche junto al fuego. Y encontró varias
razones: 1a razón, porque el fuego es símbolo del Espíritu Santo; 2 a razón, porque es signo de
unidad; 3a razón, porque representa el amor; 4a razón, porque significa la pureza del corazón... Y
así, encontró 24 razones. Entonces pasó la página y siguió leyendo: ...para calentarse. Y jubiloso,
por haber encontrado otra razón, anotó: 29a razón: para calentarse5.
Lo correcto no es, pues, lo que uno puede “hallar” en un texto, sino, ante todo, lo que el autor
quiso decir en él.
Si se tuviera en cuenta este importante principio, se evitarían muchas conclusiones absurdas.
Por ejemplo, los testigos de Jehová prohíben la donación de sangre, porque en Levítico 17, 10-11
se dice: Si alguno come sangre yo lo exterminaré, porque la vida de la carne está en la sangre.
Pero, el autor del Levítico, ¿pensaba realmente en las transfusiones de sangre al dar aquella
prescripción? Los mormones impiden a sus seguidores tomar café, porque cuando Jesús estaba
moribundo en la cruz rechazó el vino con mirra que le ofrecieron (Mc 15, 23), bebida estimulante
al igual que el café. Pero ¿la intención de Marcos al narrar ese episodio era prohibir a los
cristianos beber café? Ciertas sectas evangélicas prohíben a sus miembros festejar el cumpleaños,
porque Isaías dice: No tolero las reuniones de fiesta, detesto las celebraciones (1, 1314). Pero
¿quería Isaías referirse a las celebraciones de cumpleaños?
4
Ya aparece en la Providentissimus Deus, cuando León XIII dice citando a san Jerónimo: “El oficio
del comentador es exponer, no IO que él mismo piensa, sino lo que pensaba el autor cuyo texto explica”.
5
Ambos ejemplos aparecen citados en D. Arenhoevel, Así nació la Biblia, Ediciones Paulinas, Madrid
1980.
Ahora bien, ¿cómo hacer para descubrir lo que el autor bíblico quiso decir? Existen algunos
elementos que se deben tener en cuenta.
A) Los géneros literarios
Es lo primero que hay que considerar. Ya la Divino afflante Spiritu aludía a ellos. Y la Dei
Verbum (n° 12b) insiste: Para descubrir la intención del autor hay que tener en cuenta, entre
otras cosas, los géneros literarios. Pues la verdad se propone y se expresa de modo diverso en
obras de índole histórica, en libros proféticos o poéticos, o en otros géneros literarios.
Como hemos visto, los géneros literarios son las diversas maneras que un escritor tiene de
expresarse. Son como el “ropaje” de un texto. Y en esta forma o manera de expresarse, cada
género literario tiene sus reglas, o características propias. Una verdad puede ser expresada de
distinta manera según el género literario utilizado, que puede ser un relato histórico (como, por
ejemplo, la persecución religiosa del rey Antíoco IV contra los judíos, contada en 1Macabeos),
un libro didáctico (como el de Jonás), una novela (como Judit), o una parábola de Jesús.
Por eso, ante una determinada narración no debemos decir: “¿Ocurrió esto en verdad? Porque
si no sucedió, no lo creo”. Porque esa narración puede pertenecer al género de la novela, al relato
sapiencial, al poético o a cualquier otro, sin que la verdad de la enseñanza de la narración se vea
afectada. La palabra de Dios, pues, no se ata a un solo y único género literario.
Algunos casos que hay que tener especialmente en cuenta son la forma de expresar los
conceptos abstractos, los relatos sapienciales con apariencia histórica y los relatos etnográficos.
a) Conceptos abstractos
La distinción de los géneros literarios ayuda a entender ciertos relatos sorprendentes de la
Biblia, como por ejemplo las llamadas teofanías (de theos = Dios, y faino = aparecer).
En efecto, el pueblo de Israel siempre pensó en su Dios como en un ser grandioso,
trascendente, que estaba más allá y por encima de todo lo creado. Pero estos conceptos abstractos
eran imposibles de expresar en la lengua semita, por lo que eran reemplazados por otros
concretos. Así nació el género llamado teofanía. Consistía en que cada vez que querían contar
una manifestación del Dios trascendente, adornaban el relato con fenómenos naturales: truenos,
relámpagos, fuego, luces, nubes de humo, temblor de tierra, voces, sonido de trompetas, temor
del hombre (como se lee en Éx 19, 16) que, por supuesto, no hay que tomar al pie de la letra.
Las apariciones mismas de Dios tampoco deben ser tomadas como si Dios se mostrara de
algún modo fantasmal, y que con voces perceptibles por los oídos humanos les dijera a Abraham,
a Moisés o a los profetas “mira”, “vete” “haz”. Simplemente este es en la Biblia un modo de
decir que la situación que se narra es causada por Dios, ya que para la fe del pueblo de Israel era
Dios quien conducía su historia. Un ejemplo de esta narración teofánica lo encontramos en la
conversión de san Pablo, acompañada de voces, luces y caídas (Hech 9)6.
Por otra parte, los israelitas también sentían que Dios era un ser muy cercano al hombre. Y
para decir esto recurrían al lenguaje “antropomórfico” (de ánthropos = hombre, y morfé =
forma), es decir, lo presentaban con rasgos y actitudes humanas. Así, vemos en la Biblia que Dios
se pasea por el Paraíso (Gn 3, 8), que cose vestidos para Adán y Eva (Gn 3, 21), que baja a ver la
construcción de la torre de Babel (Gn 11, 5), que come yogur con Abraham (Gn 18, 8), que
6
Cfr. “¿Cómo fue la conversión de san Pablo?”, en Ariel Álvarez Valdés, Enigmas de la Biblia 1, San
Pablo, Buenos Aires 2008.
escribe el decálogo con su dedo (Éx 31, 18), que duerme (Sal 44, 24), se despierta (78, 65), se
olvida (42, 10)7.
Evidentemente ninguno de estos relatos son descripciones de hechos reales sino didácticos, y
pretenden enseñar cosas que los autores no sabían expresar de otro modo.
b) Poemas sapienciales
También desde esta óptica podemos comprender la narración de la creación del mundo que
hallamos en el Génesis. Pertenecen a otro género literario llamado “sapiencial”, el cual consiste
en recrear un relato con el fin de transmitir una enseñanza, no una teoría científica ni una epopeya
histórica.
Así, el texto de la creación del mundo quiere enseñarnos que todas las cosas que existen en el
universo salieron de las manos de un Dios bondadoso8. Y el relato de la creación de Adán y Eva
busca dejarnos el mensaje de que todo hombre es imagen y semejanza de Dios, y que la mujer
tiene la misma dignidad que el hombre9. Cualquier intento, pues, de descalificar la hipótesis del
Big Bang, o la teoría de la evolución, apelando a estos relatos, sería no haber captado la verdad
que encierran.
Del mismo modo desaparece el apuro que nos produce la narración del arca de Noé (con una
lluvia de 40 días, y un imposible cargamento de todos los animales del mundo). No se trata de un
episodio histórico sino sapiencial, que quiere enseñarnos que el pecado termina ahogando a la
humanidad, mientras que la justicia la saca a flote10.
Y la longevidad de los patriarcas, que llegaron a vivir, según el Génesis, 600, 800 y hasta 900
años, no es un dato de las ciencias biológicas (como se empecinan en afirmar algunas sectas),
sino la manera de expresar, del autor sagrado, que Dios siempre bendice y premia a las personas
que le son fieles11.
Lamentablemente, muchos lectores de la Biblia se quedan con el ropaje literario, y por eso
rechazan estos textos a la luz de los conocimientos modernos.
c) Relatos etnográficos
Lo mismo ocurre con el relato de Lot, que se acuesta con sus dos hijas sin que Dios
desapruebe en absoluto su proceder. El autor bíblico no narra aquí hecho histórico sino una
leyenda de género “etnográfico”, que consiste en explicar el origen de un pueblo mediante una
historia aparente. Ahora bien, Israel tenía dos pueblos vecinos con quienes se llevaba muy mal:
los ammonitas y los moabitas. A tal punto los aborrecían, que ni siquiera se les permitía
convertirse al judaísmo. El Deuteronomio dice: El ammonita y el moabita no serán admitidos en
la asamblea de Yahvé, ni aún en la décima generación. Nunca jamás (23, 3-4). Por eso crearon
7
En realidad, el hombre sólo puede hablar de Dios en forma antropomórfica. Aún hoy decimos “la mano
de Dios”, “el corazón de Dios”, “Dios me lo pide”.
8
Cfr. “El mundo “fue creado dos veces?”, en Ariel Álvarez Valdés, ¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo
Testamento, San Pablo, Buenos Aires 2008.
9
Cfr. “¿Existieron realmente Adán y Eva?”, en ídem.
10
Cfr. “¿Existió el arca de Noé?”, en ídem.
11
Cfr. “¿Vivieron muchos años los patriarcas del Antiguo Testamento?”, en ídem.
esta leyenda del incesto de Lot con sus hijas, a fin de presentar, de forma despectiva y sarcástica,
el origen de estos dos pueblos como nacidos de un incesto de las hijas de Lot.
Lo mismo sucede con el patriarca Jacob, que le roba a su hermano mayor Esaú el derecho de
la primogenitura, y Dios no sólo no lo castiga, sino que lo bendice por esta acción. No es que
Dios apruebe el hecho real del robo. Se trata de un relato etnográfico para explicar por qué Jacob
(es decir, los israelitas), a pesar de ser el hijo menor, fue bendecido más que Esaú (es decir, los
edomitas), que eran un pueblo más antiguo que Israel.
B) El significado de los números
Otro elemento que hay que tener en cuenta para descubrir la intención del autor, y que muchas
veces produce confusión y errores, es el sentido de los números en la Biblia. Para nosotros, el
número tiene un solo significado: ex. presa la cantidad de algo. En cambio, en la Biblia los
números pueden expresar tres cosas bien distintas: cantidad, símbolo y gematría.
c) El número gemátrico
El tercer sentido que puede tener un número en la Biblia es el gemátrico. ¿Qué significa esto?
La lengua hebrea (como la griega) tenía una particularidad. Mientras en castellano escribimos los
números con ciertos signos (1, 2, 3), y las letras con otros diferentes (A, B, C), en hebreo se
emplean las mismas letras para escribir los números. Así, el 1 es la letra “A”; el 2 es la “B”, el 3
es la “C”. De esta manera, si sumamos las letras de cualquier palabra hebrea se puede obtener una
cifra, un número, llamado gemátrico.
Conocer esto aclara, por ejemplo, por qué el libro de los Números dice que cuando los
israelitas huyeron de Egipto salieron 603.550 hombres, sin contar mujeres, ancianos ni niños
(cantidad imposible de ser real). Si sumamos las letras de la frase todos los hijos de Israel (en
hebreo: “rs kl bny ysr´l”), vemos que da precisamente 603.550. Con lo cual, el autor quiso decir
que de Egipto salieron “todos los hijos de Israel”, y no un número exacto de israelitas,
De la misma manera cuando leemos, en la genealogía de Jesús (Mt 1, 1-17), que sus
antepasados se agrupan en 3 series con 14 generaciones cada una (lo cual resulta imposible, por
la cantidad de nombres que faltan), el misterio se aclara: Mateo confecciona así su lista porque 14
es el número gemátrico del rey David: D (=4) + V (=6) + D (=4). De modo que Mateo lo que
quiere decir es que Jesús es “totalmente descendiente de David”. Por eso hay 3 agrupaciones de
14.
También el famoso número de la “Bestia” del Apocalipsis, el 666 (Apoc 13, 18), es un número
gemátrico, y designa al emperador romano Nerón César. En efecto, si sumamos los valores de las
letras de Nerón César en hebreo (N = 50, R = 200, W = 6, N = 50, Q = 100, S = 60, R = 200),
totalizan 666.
De esta manera, ante cada número de la Biblia hay que preguntarse: ¿se trata de una cantidad,
de un símbolo o de gematría?12
12
Cfr. “Qué significado tienen los números en la Biblia?”, en ídem.
C) La teología de cada autor
Un tercer elemento que hay que tener en cuenta para descubrir la intención del escritor
sagrado es lo que se llama la “teología del autor”. ¿Qué significa esto? Que los autores bíblicos,
además de estar influidos por su época y su cultura, estaban condicionados por sus propias
preocupaciones religiosas, y por los problemas particulares de la comunidad a la que se dirigían.
Al momento de escribir, pues, tienen su propia intención, su propio enfoque. A este, los
especialistas llaman la “teología del autor”.
A este respecto, la Dei Verbum (n° 12b) dice: El intérprete indagará lo que el autor sagrado
dice e intenta decir. O sea, no sólo lo que expresa, sino la intención que lo llevó a expresarse de
ese modo.
Esta teología propia del autor podemos notarla sobre todo en los evangelios. En efecto, estos
son cuatro relatos de la misma vida de Jesús, y sin embargo aparecen contados con notables
diferencias. Ocurre que cada uno escribe para una comunidad determinada, con sus propios
problemas y dudas. Por lo tanto, cada evangelista adopta un enfoque particular para expresar
mejor sus enseñanzas. Veamos algunos ejemplos.
¿Cuál fue el primer milagro de Jesús? Vimos que, según san Juan, fue el del agua convertida
en vino en las bodas de Caná (2, 1-11). Según Marcos (y Lucas), fue la curación de un
endemoniado en Cafarnaún (Mc 1, 21-28; LC 4, 3137). Y según Mateo, la curación de un leproso
(Mt 8, 1-4). ¿Por qué? San Juan escribe a una comunidad que dudaba en aceptar a Jesús como
Mesías. Y según la creencia judía, cuando llegara el Mesías, habría una inmensa fiesta de bodas,
con abundancia de vino. Al mostrar a Jesús en la fiesta de Caná, Juan enseña a sus lectores que
Jesús es el Mesías esperado. En cambio, Marcos escribe su Evangelio para los cristianos de
Roma, de origen pagano, a quienes quiere convencer del enorme poder y autoridad de Jesús. Por
eso elige como primer milagro un exorcismo, la demostración de poder más grande que había en
el ambiente pagano. Y Mateo escribe su Evangelio para cristianos de origen judío, para quienes
no había enfermedad más terrible y espantosa que la lepra. Por eso elige la curación de un leproso
como primer milagro.
¿Cuál fue el Padrenuestro que Jesús enseñó a rezar? Probablemente el más corto, con sólo
cinco peticiones, que es el que trae el Evangelio de Lucas, pues Lucas no habría tenido motivos
para acortarlo de haber sido más largo. En cambio, es probable que Mateo haya añadido al
original dos peticiones más para que éstas llegaran a siete, el número perfecto13.
¿Y dónde pronunció Jesús su primer Sermón? ¿En la montaña, como afirma Mateo (5, 1), o en
una llanura, como dice Lucas (6, 17)? Posiblemente la tradición lo recordaba a Jesús en una
llanura. Pero para la “teología de Mateo”, Jesús debía aparecer como el nuevo Moisés que venía
enviado por Dios. Y como Moisés dio su ley en una montaña (el Sinaí), Mateo lo pone a Jesús
dando también su nueva ley en una montaña.
¿Cuáles fueron las últimas palabras de Jesús? Según Mateo y Marcos fueron: Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado? (Mt 27, 46; Mc 15, 34). Porque quieren mostrar a Jesús
rezando un Salmo (22, 2) en el momento culminante de su muerte. En cambio, Lucas tuvo miedo
de que sus lectores, poco conocedores de Salmos, mal interpretaran estas palabras y pensaran que
el Señor se estaba quejando, y prefirió poner otras palabras, también de un Salmo (31, 6), pero
menos ambiguas: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu (Lc 23, 46). Finalmente, Juan dice
13
Cfr. “¿Cuántos Padrenuestros enseñó a rezar Jesús”, en ¿Qué sabemos de la Biblia? Nuevo
Testamento, San Pablo, Buenos Aires 2007.
que Jesús antes de morir exclamó: Todo está cumplido (19, 30). Porque quiere mostrar a sus
lectores que Jesús vino a cumplir una tarea encomendada por su Padre, y que antes de morir la ha
cumplido totalmente. Tenemos, pues, tres versiones distintas de las últimas palabras de Jesús14.
Gracias a este concepto de la “teología del autor”, cuando encontremos discordancias entre
diferentes relatos de un mismo tema, hay que preguntar cuál es la teología de cada autor, cuál el
punto de vista desde el que relata, cuál es su enfoque, a quiénes está dirigida su obra. Y eso
explicará las diferencias.
3) Para descubrir el sentido exacto de los textos sagrados hay que tener en cuenta toda la
Biblia.
Este tercer criterio lo encontramos en la Dei Verbum (n° 12c). Significa que, para saber lo que
enseña la Biblia sobre determinado tema, no basta con leer un versículo, o un párrafo, y ni
siquiera un libro, sino que hay que tener en cuenta qué dice toda la Biblia sobre ese tema.
La verdad de la Biblia no está en determinada frase o versículo, sino en la totalidad de la
misma. Por consiguiente, un libro puede aclarar lo dicho por otro anterior, puede completarlo, o
puede corregirlo. No se debe tomar, pues, una frase bíblica aislada del contexto, separada (como
muchas veces hacen los miembros de algunas sectas), y tenerla como irrefutable.
Si uno tomara frases sueltas, podría llevarse varias sorpresas: por ejemplo, que la Biblia
enseña que no hay resurrección después de la muerte (Eclo 3, 19-20; Sab 2, 3); que la vida es
absurda y sin sentido (Sab 2, 2); que la mujer es un ser abyecto y despreciable (Eclo 7, 25-26;
Eclo 42, 12-14); que lo único que cuenta en esta vida es el comer y el beber (Is 22, 13b); que
fomenta la orgía y la mala vida (Sab 2, 6-9); que está bien cometer injusticias (Sab 2, 10), y
rebelarse contra las autoridades legítimas (Lc 1, 52). Incluso podemos hacerle decir a la Biblia
que... ¡Dios no existe! (Sal 13, 1).
Por supuesto, todas estas frases están sacadas de contexto. Si ampliamos la mirada, veremos
que el sentido es otro. Si queremos saber qué enseña realmente la Biblia sobre la resurrección, la
mujer, las autoridades, o cualquier otro tema, se debe tomar la Biblia en su totalidad.
15
“Así como el Verbo de Dios se hizo semejante a los hombres en todo excepto en el pecado, así también
las palabras de Dios, expresadas en lenguas humana, se hicieron semejantes en todo al lenguaje humano,
excepto en el error. Ya lo ensalzó san Juan Crisóstomo como una synkatábasis o condescendencia de
Dios”.
de cualquier otro de su época. Y no lo transformó de golpe. No le enseñó todo desde un principio.
Como buen pedagogo, lo fue educando lenta, gradualmente, en la medida en que el pueblo podía
y estaba en condiciones de comprender. A través de los siglos, el pueblo de Israel fue madurando
con la revelación divina, hasta que al llegar a lo que se llama “la plenitud de los tiempos”, Dios
envió a su Hijo Jesús para que transmitiera ya la culminación de sus enseñanzas. Es lo que dice
la exhortación a los Hebreos: En muchas partes y de muchos modos habló Dios en el pasado a
nuestros padres, por medio de los profetas. En estos últimos tiempos, nos habló por medio del
Hijo (Heb 1, 1).
Esta revelación progresiva quedó reflejada en la Escritura. Por eso es posible descubrir, a lo
largo de la Biblia, una evolución en las ideas. Vemos que muchas afirmaciones van cambiando,
van modificándose, a medida que avanzamos hacia los tiempos de Cristo.
La Biblia entera, pues, debe leerse desde esta perspectiva. Es decir, no debemos tomar como
definitivas cada una de las afirmaciones del Antiguo Testamento, sino seguir su trayectoria
ascendente hasta desembocar en la plenitud de la revelación del Nuevo Testamento. Como hemos
visto, la misma Dei Verbum no teme reconocer que los libros del Antiguo Testamento contienen
cosas imperfectas y pasajeras.
Un ejemplo puede ilustrar este carácter progresivo de la revelación. En el libro del Éxodo se
dice que cuando un hombre peca, Dios lo castiga en sus hijos, y en los hijos de sus hijos, hasta la
tercera y cuarta generación (Éx 34, 7). Pero más adelante el profeta Ezequiel dice: El hijo no
cargará con la culpa de su padre, ni el padre con la culpa de su hijo. A cada uno se lo castigará
por su maldad (Ez 18, 20). Entre estas dos afirmaciones no hay contradicción, sino progreso.
Desde los tiempos del éxodo (siglo XIII) hasta Ezequiel (siglo VI), han transcurrido varios siglos,
durante los cuales Dios ha ido orientando al pueblo desde la primitiva creencia de que los hijos
pagaban por los pecados de los padres, hasta la responsabilidad de cada individuo. Si a esto le
agregamos que seis siglos después de Ezequiel vino Jesús y enseñó, con la parábola del hijo
pródigo, que Dios no manda castigos a los pecadores sino que les tiene una infinita paciencia,
veremos cuánto ha evolucionado el tema del castigo del pecador.
c) Progreso en la moral
Así como el Antiguo Testamento es imperfecto con respecto a las cuestiones teológicas,
también lo es con respecto a la moral. No pode- mos pretender encontrar en Abraham, en Lot, en
Jacob o en el rey David, una moral “cristiana”, sencillamente porque faltaban siglos todavía para
que Cristo viniera a enseñarnos cómo deben vivir los cristianos.
Por eso muchas veces vemos cómo estos grandes personajes de la Biblia mienten, roban,
matan, o cometen incesto, sin que Dios reproche su proceder. Es que Dios, con su pedagogía de
la “revelación progresiva”, aún no les había revelado los grandes principios de la moral cristiana,
y respetaba su mentalidad primitiva. Debemos esperar hasta la llegada de Cristo para encontrar la
plenitud con los imperativos del evangelio.
Por esta misma razón, el propio Jesús reconoció la imperfección de muchas normas morales
del Antiguo Testamento, cuando dijo en el Sermón de la Montaña: Yo no he venido a abolir la
Ley sino a perfeccionarla (Mt 5, 17), es decir, reconocía que era imperfecta. Por eso decidió
cambiarla o modificarla (Mt 5, 21-48). Así, una a una fue llevando a la perfección las antiguas
normas de Israel.
Si a los criterios morales, pues, que encontramos en el Antiguo Testamento, los juzgamos
desde el punto de vista de la revelación progresiva, es decir, reconociendo que obraron así porque
eran “niños” en la fe y aún no habían llegado a la plena madurez, no nos preocuparán tales
“errores” morales.
4) La verdad de la Biblia se aplica principalmente al texto original.
Aunque no se trata de un principio propiamente dicho, es necesario tener en cuenta que la
verdad de la Biblia se encuentra en su texto original, que está en hebreo, arameo y griego.
Por eso la Dei Verbum pide que se hagan traducciones lo más exactas posibles, y adaptadas a
las diversas lenguas, partiendo de los textos originales.
Todas las versiones modernas de la Biblia contienen la verdad bíblica en la medida en que
sean fieles al texto original. Pero ser fieles al texto original no es fácil de lograr. Veamos algunos
problemas que se oponen a este propósito.
A) Los problemas del hebreo
El hebreo, en que se escribió el Antiguo Testamento, es un idioma especialmente difícil, entre
otros motivos porque en él no se escriben las vocales. Es como si en castellano nosotros
escribiéramos “cs”. Podría significar “casa” cosa, cesa, acusa causa”. Generalmente en la Biblia
por el contexto se sabe de qué palabra se trata, pero en algunos casos puede no ser así.
Tenemos un célebre ejemplo, en el que una mala traducción produjo consecuencias
irreparables. En el libro del Éxodo (34, 29), se dice que Moisés bajó del monte Sinaí, luego de
hablar con Dios, con “krn” en su cabeza. Los traductores antiguos de la Biblia pensaron que la
palabra “krn” era “keren” (cuernos), y así la tradujeron. Por eso la famosa estatua de Moisés,
hecha por Miguel Ángel en el siglo XVI, lo muestra con cuernos en su frente. Pero hoy sabemos
que la palabra correcta era “karan” (rayo, resplandor), como bien fue traducida más tarde.
Otro ejemplo de una mala traducción lo tenemos en el nombre propio de Dios. En hebreo se
escribe con cuatro consonantes (YHWH). Y como los judíos durante siglos tuvieron prohibido
pronunciarlo por respeto, cuando por fin se lo quiso leer ya no se sabía que vocales ponerle.
Entonces, por un error, se lo empezó a pronunciar “Jehová”. Hoy, aunque ya sabemos que la
correcta traducción es Yahvé, muchas iglesias y sectas (como los Testigos de Jehová) siguen
aferradas al nombre equivocado16.
B) Los problemas del griego
El griego antiguo es uno de los más precisos y flexibles idiomas que existen. Por eso el Nuevo
Testamento, que está íntegramente escrito en griego, tiene a veces dificultad para su traducción.
Por ejemplo, en griego existen cinco verbos para decir “amar”, cada uno de ellos con un
significado diferente. Así, están los verbos erao (= amor entre el hombre y la mujer), stergo (=
amor entre padres e hijos), fileo (= amor entre amigos) y agapao (= amor caritativo, de servicio).
De allí que cuando Jesús habla de “amar a los enemigos”, esta frase puede resultar mal
comprendida si no tenemos presente cuál es el verbo griego utilizado por los evangelios17.
C) Los problemas de las lenguas modernas
A veces los problemas de traducción se deben a que, en nuestros idiomas modernos, no
pueden traducirse ciertos matices de las lenguas bíblicas.
Por ejemplo, en 1991 se hizo una nueva traducción de la Biblia al esquimal. Ahora bien, esta
lengua tiene más de diez palabras distintas para decir “nieve”. ¿Cuál de ellas usar? Y a la inversa,
los aborígenes del Paraguay o del Brasil no conocen la nieve. ¿Cómo traducir “más blanco que la
nieve”? Los esquimales tampoco tienen palabras para decir “cordero”, “templo”, o “palmera”.
¿Cómo decir entonces “Cordero de Dios”? ¿Cómo expresar el concepto de “Cristo Rey”?
También en castellano tenemos dificultades. Porque mientras en hebreo existen cinco palabras
distintas para decir “desierto” (por los diferentes tipos de desiertos: con arena, con rocas, con
agua, con vegetación), en castellano sólo tenemos una, y siempre nos hace pensar lo mismo: una
inmensa sabana cubierta de fina arena. De modo que cuando la Biblia dice que Juan Bautista
bautizaba en el desierto (Mc 1, 4), uno se pregunta: ¿y el agua?
Hay otros juegos de palabras intraducibles al castellano. Cuando el Génesis dice que Dios
formó a la mujer de la costilla del hombre, éste exclamó: Esta sí que es hueso de mis huesos y
carne de mi carne. Será llamada “isha” (mujer) porque fue tomada del “ish” (varón) (Gn 2, 23).
¿Cómo traducir esto? Poner “Será llamada 'mujer' porque fue tomada del 'varón'“, no traduce el
sentido. Algunas Biblias, para mantener el juego de palabras, hablan de “varón” y “varona”, o de
“hombre” y “hembra”. Pero sin mayores resultados.
De la misma manera, hay otras expresiones difíciles de traducir. Por ejemplo, en hebreo, para
decir “hacer sus necesidades” se usa la expresión elegante “cubrirse los pies” (1 Sam 24, 4), que
no tenemos nosotros. Para referirse al hombre, se emplea la frase “el que orina contra la pared” (1
16
Cfr. “El Dios de Israel ¿era Yahvé o Jehová?”, en Ariel Álvarez Valdés, ¿Qué sabemos de la Biblia? Antiguo
Testamento, San Pablo, Buenos Aires 2008.
17
“¿Ordenó Jesús amar a los enemigos?”, en Ariel Álvarez Valdés, ¿Qué sabemos de la Biblia? Nuevo
Testamento, San Pablo, Buenos Aires 2007.
Sam 25, 22), pues esta expresión, para la mentalidad antigua, reflejaba un matiz de superioridad
con respecto a la mujer, que no puede hacerlo. ¿Cómo traducirlo en castellano? Y para las
relaciones sexuales se emplea el verbo “conocer” (Gn 4, 1; 4, 25). De ahí que, en el relato de la
anunciación, María le diga al ángel: “Yo no conozco varón” (Lc 1, 34)18.
D) Malas traducciones famosas
Hubo casos en los que una mala traducción ha provocado desconcierto, y ha terminado
cambiando el sentido de una narración. Uno de ellos es el relato del nacimiento de Jesús, en el
Evangelio de Lucas. Allí se dice que María dio a luz a Jesús y lo acostó en un pesebre porque no
había lugar en la “posada” (Lc 2, 7). Pero la palabra posada (en griego Katályma) no es una
traducción correcta. Katályma más bien significa “sala” o “habitación de una casa”. Debido a este
error, muchos han pensado que María y José andaban buscando posada al llegar a Belén, y que
por lo tanto no tenían donde alojarse. Y nos lleva a preguntarnos: ¿por qué san José fue tan
imprudente y descuidado, y llevó de viaje a su esposa que está a punto de dar a luz, cuando no
tiene dónde hospedarla, y para cumplir un simple trámite administrativo como era el censo? En
cambio, si a la palabra katályma la traducimos por “habitación”, comprendemos que Lucas se
refiere a la habitación de la casa de san José, donde ellos se habían instalado oportunamente,
gracias a la previsión de José19.
Otro caso de una traducción errónea lo tenemos en la frase de Jesús Ni un pajarito cae por
tierra sin que lo permita el Padre del cielo (Mt 10, 29). Así traducida, la expresión parece decir
que entonces si algo malo nos sucede es porque Dios lo “permitió”. En realidad, el texto griego
original no tiene verbo. Simplemente dice: Ni un pajarito cae por tierra sin el Padre del Cielo. Al
no tener verbo, los traductores le agregaron “sin que lo permita el Padre”, pensando que eso era
lo que quiso decir Mateo. Pero el evangelista en realidad quiso decir simplemente “sin el Padre”,
o sea, ningún pajarito cae por tierra sin que Dios lo acompañe, sin que esté a su lado, sin que
sufra con él. Pero no significa que lo permitió”.
18
El relato de Lucas está en griego, pero influenciado por la mentalidad hebrea.
19
Cfr. “¿No había lugar en la posada para María?”, en Ariel Álvarez Valdés, ¿Qué sabemos de la Biblia? Nuevo
Testamento, San Pablo, Buenos Aires 2007.
CUADRO 3:
Primer principio:
A) a)
b)
c)
Segundo principio: B) a)
b)
c)
C)
a)
Tercer principio: b)
c)
A)
B)
Cuarto principio:
C)
D)
20
Prefacio al Documento de la Pontificia Comisión Bíblica La interpretación de la Biblia en la Iglesia,
del 15 de abril de 1993. San Pablo, Buenos Aires 2001.