Ciencia Infusa

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CIENCIA INFUSA

“El mundo está lleno de cosas obvias a las que nadie observa ni por casualidad.”

Sherlock Holmes, en El sabueso de los Barkerville, según Sir Arthur Conan Doyle,
1902.

“BiC naranja escribe fino, BiC cristal escribe normal.


BiC naranja, BiC cristal,
dos escrituras a elegir.
BiC, BiC,… BiC, BiC, BiC.”

“Yo tengo en mi mano un cetro.


Mi cetro dice, habla, canta
con su punta luminosa:
en medio del papel planta
una luminosa rosa.
Entre mis dedos se mueve,
lo deslizo entre mis dedos
como una espada de nieve
en el centro de los ruedos.”

Blas de Otero, Bolígrafos, publicado en El Correo el 2 de abril de 2018.


La azada y el arado para el labrador, el yunque y el martillo para el herrero, el
estetoscopio para el médico, la paleta y la grúa en la construcción y, en nuestro
trabajo, por lo menos para mí, el bolígrafo, la pluma, el lápiz y, ahora, el teclado.
Son las herramientas de trabajo para el que escribe. Me quedo con el bolígrafo pues
es, sin duda, la herramienta que más utilizo. Contaré su historia.

El bolígrafo que ahora conocemos empezó a utilizarse en la década de los cuarenta


del siglo pasado, hace casi 80 años, pero, como ocurre con todos los adelantos, tuvo
precursores que hemos olvidado. Después de siglos de usar diferentes tipos de tinta
para escribir, tinta que había tomar de un recipiente, la idea de ponerla en un tubo
y colocar una bolita en un extremo cuya única función sea extenderla sobre la
superficie en la que se quiere escribir, viene del siglo XIX. Sin embargo, presentaba
muchas dificultades técnicas: fabricar bolas suficientemente pequeñas, colocar la
bola en el cilindro con tinta, la propia tinta en exceso líquida o viscosa,… Todo ello
se ha ido resolviendo con tiempo y mucho ingenio.
Casi todos los expertos nos recuerdan a John Loud, de Weymouth, Massachusetts,
como el inventor del bolígrafo. Por lo menos recibió la primera patente de un
cilindro con tinta y una bola en un extremo para escribir. Fue la patente número
392046 de Estados Unidos, de 30 de octubre de 1888. En el texto de la patente,
Loud explica que su “invención consiste en un depósito de tinta mejorado,
especialmente útil entre otros propósitos, para marcar superficies ásperas –como
madera, papel rugoso, y otros artículos- que una pluma no lo puede hacer”. Loud
trabajaba con pieles y necesitaba un instrumento de escritura para marcarlas.

Loud utilizaba un cilindro con la tinta, una bola metálica gruesa en el extremo para
escribir y otras dos bolas de menor diámetro para que, junto a la grande, se
deslizaran y no se atascaran. A estas últimas bolas las llamaba “anti-fricción”. Era
difícil fabricar estas bolas y Loud fabricó algunos ejemplares de su invento pero
nunca lo comercializó.

En los años siguientes, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, se
presentaron varias patentes con el mismo sistema de bolas e, incluso, se fabricaron
algunos de estos instrumentos de escritura, pero todos ellos tuvieron poco éxito.
Las patentes se presentaron en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania,
Checoslovaquia y otros países.

Además, para los primeros bolígrafos se exigían características adecuadas para la


manera en que se escribía entonces en los centros de trabajo. Por ejemplo, el
sistema de bolas debía de ser lo suficientemente fuerte como para permitir una
gran presión sobre el papel para la escritura simultánea de siete u ocho copias
superpuestas en papel carbón.

En los años treinta se empieza a conocer al húngaro Laszlo Jozsef Biro, nacido en
Budapest en 1899 y un verdadero “hombre del Renacimiento” tal como lo
considera Henry Gostony, experto norteamericano en bolígrafos. Había estudiado
medicina, era escultor, practicaba la hipnosis, pintaba, y era escritor y periodista y,
además, inventor, que es lo que aquí nos interesa. Habían desarrollado una
lavadora, un cambio automático para coches, la levitación magnética para trenes,
un explosivo inflamable que luego sería el napalm, un método de separación de
isótopos,… y, así, hasta 32 patentes.

Lazslo y su hermano György, químico, inventaron un instrumento de escritura con


la bola en el extremo del cilindro para la tinta. Al diseño de Loud, con su bola
central grande y las pequeñas alrededor para evitar una fricción excesiva, añadió
un conducto de muy poco diámetro para llevar la tinta desde el depósito hasta la
bola central. Así, consiguió que la tinta llegara a la bola por la gravedad y, además,
por capilaridad al ser el conducto muy estrecho. La tinta, mejorada por György, el
hermano químico, era muy viscosa para evitar los derrames y la evaporación pero,
también, debía secarse lo más rápidamente posible en el papel.

Sin embargo, no consiguió que su invento interesara a financieros y fabricantes.


Por casualidad, en un viaje por vacaciones en el Lago Balaton, en Hungría, o, según
otros autores, en una estancia en los Balcanes, en Yugoeslavia, por su trabajo como
periodista (era editor de un periódico con una tirada muy baja), una persona se
interesó por aquel extraño instrumento de escritura que Biro utilizaba. Era el
Presidente de Argentina Agustín Justo que le invitó a trasladarse a su país y, allí,
montar una fábrica y comercializar su invento.

Era 1938 y, en principio, a los hermanos Biro no les interesó el viaje a Argentina,
pero se veía venir la guerra en Europa y eran judíos. Huyeron a París en 1940 pero,
cuando los nazis llegaron a la ciudad decidieron marchar a Argentina. En París
habían conocido a un financiero, también húngaro, Johann Georg Meyne, dedicado
a negocios de importación y exportación, que les ayudó a escapar y les acompañó a
Argentina. Trabajaron juntos en el desarrollo del invento de Biro y se convirtió en
uno de sus mejores amigos.
En Buenos Aires, Laszlo Jozsef Biro se convirtió en Ladislao José Biro, su hermano
György fue Jorge Biro, y a Johann Georg Meyne se le conoció como Juan Jorge
Meyne. Ladislao José Biro fundó la empresa Biro-Mayne-Biro, con su socio y su
hermano.
Para 1943 ya tenían un modelo que funcionaba y al que
llamaron Eterpen. Los hermanos presentaron la patente en Estados Unidos y se les
concedió la certificación el 11 de diciembre de 1945 con el número 2390636. Antes,
desde Hungría, habían patentado el invento en su país y en Suiza en 1938, en
Francia en 1939, y, más tarde, desde Argentina, en ese país en 1940 y 1947.

Los hermanos Biro lo llamaron “esferográfica” pero se popularizó, sobre todo en


Argentina pero también en muchos otros países, como biro, por el apellido de su
fabricante. Poco después apareció el término bolígrafo que, por lo que sé hasta
ahora, llegó desde España. El industrial catalán Amadeo Arboles registró en 1946 la
marca “bolígrafo” a nombre de su madre Antonia. Al principio se le conoció como
“pluma atómica” pero, en 1960, el término “bolígrafo” y el instrumento habían sido
aceptados por el público y eran de uso común. Y pronto fue incluido como genérico
en el «Diccionario de la lengua española», que dice:

“Bolígrafo. Instrumento para escribir que tiene en su interior un tubo de tinta


especial y, en la punta, una bolita metálica que gira libremente.”
Amadeo Arboles era dueño de la empresa “Estilográfica Nacional” y fabricante de
plumas y, en pocos años, también de bolígrafos con la marca Arpen. La empresa
todavía sigue funcionando hoy con el nombre Molin.

Pero volvamos a 1943, en plena guerra mundial. Henry Martin, que había ayudado
en la financiación del invento de Biro, le compró los derechos y contrató la venta de
miles de bolígrafos a la RAF, la Real Fuerza Aérea inglesa, para usarlos en sus
bombarderos. Funcionaban bien en altura, no les afectaban los cambios del clima y
llevaban tinta que no se secaba y duraba mucho tiempo. Eran evidentes sus
ventajas para el uso militar.

Llegó la noticia al Departamento de Guerra de Estados Unidos y, después de


probarlo, se lo ofrecieron a las compañías Eversharp, Parker y Sheaffer y,
aseguraron que, si los fabricaban, se los comprarían. En agosto de 1944, comenzó la
fabricación en la Sheaffer.

Entonces entra en nuestra historia Milton Reynolds, de Chicago. Unos seis meses
después de la decisión del Departamento de Guerra, Reynolds se interesó por el
invento. Era un empresario, nacido en Minnesota, que había invertido en muchos
negocios e inventos, y se había hecho millonario y, también, se había arruinado
unas cuantas veces. Por ejemplo, fue uno de los primeros inversores en Syntex, la
empresa pionera en la píldora anticonceptiva.

Mientras tanto, en Argentina y en 1944, Biro había cedido los derechos del
bolígrafo o, mejor, del biro, para Estados Unidos a las compañías Eversharp y
Eberhard Faber por dos millones de dólares. Comercializaron el invento con la
marca Birome, de Biro y Meyne, y lo llamaron esferográfica.

Reynolds vio, en un comercio de Chicago, unos de los escasos bolígrafos de Biro.


Era uno de los fabricados en Inglaterra por la compañía Miles-Martin para la RAF.
Reynolds creyó en la importancia del producto y pensó que tendría unas grandes
ventas al acabar la guerra. Declaró que era el sueño de los inversores. Viajó a
Buenos Aires para conocer a Biro e investigar el origen de aquel producto tan
sugestivo y que veía con un gran futuro. Allí se encontró con que los derechos ya
eran de Eversharp y Eberhard Faber y volvió a Chicago dispuesto a fabricar su
propio bolígrafo.

Contrató a un par de expertos ingenieros mecánicos y fabricó un prototipo de


bolígrafo que no era exactamente igual al que vendía Biro. Este tenía la patente en
Estados Unidos y Reynolds no lo podía copiar. En el bolígrafo de Biro, la tinta
llegaba a la bola por gravedad y capilaridad pero, en el de Reynolds, solo lo hacía
por gravedad. Y Reynolds era un genio de las ventas y lo anunció por todas partes.
Decía, entre otras cosas, que “escribe bajo el agua”. Además, en años anteriores,
Reynolds había vendido otros productos a muchas tiendas y grandes almacenes y,
por ello, tenía una buena lista de posibles clientes con sus encargados de compras.
Contactó con Gimble, unos grandes almacenes de Manhattan, firmó con ellos una
exclusiva y les vendió 50000 bolígrafos que todavía no había fabricado. Volvió a
Chicago y buscó una empresa para fabricarlos. La producción comenzó el 6 de
octubre de 1945 y, solo 23 días después, los primeros bolígrafos Reynolds se vendía
en Gimbel, en la tienda de la calle 32 de Manhattan con fecha 29 de octubre de
1945. El precio era de $12.50, aunque solo costaba 80 centavos fabricar cada
unidad. Se convirtió en el perfecto regalo de Navidad de aquel año. Hacía mes y
medio se había rendido Japón y había terminado la Segunda Guerra Mundial.

Para fabricar su bolígrafo Reynolds fundó la Reynolds International Pen Company.


Consiguió, después del estreno del 29 de octubre, vender ocho millones de
bolígrafos en seis semanas y por valor de $5.3 millones en tres meses. La compañía
Eversharp, que tenía los derechos de la patente de Biro, denunció a Reynolds por
copias su producto, y Reynolds contraatacó con una denuncia contra Eversharp por
restringir la libertad de comercio. No he encontrado datos exactos de quien ganó
todos estos juicios pero, está claro, todos se beneficiaron de la publicidad que
despertaron. Era lo que se llamó la “guerra de los bolígrafos”. Fue cuando
Eversharp fundó Parker, y un socio de Reynolds, Paul Fisher, creó Fisher,
compañías que compitieron con Reynolds y todavía se mantienen en el mercado.

Cuando Eversharp empezó a vender sus bolígrafos con licencia Biro, era mediados
de 1946 y el mercado ya era de Reynolds. Además, llegaron al mercado más de 150
firmas vendiendo cada una sus propios bolígrafos. Los compradores pronto
detectaron que los bolígrafos Biro de Eversharp no eran tan buenos como los de
Reynolds. Lo mismo pasaba con muchos de los bolígrafos de otras marcas: eran
malos, las ventas cayeron y el precio comenzó a bajar desde aquellos
extraordinarios $12.50 del primero de Reynolds. Sin embargo, las ventas, en
número de bolígrafos vendidos crecían vertiginosamente: casi nada en 1949, 50
millones en 1951, 300 millones en 1957, 475 millones en 1958, 650 millones en
1959, 900 millones en 1061, y 1000 millones en 1962.
Pronto Reynolds comenzó a exportar sus bolígrafos a todo el mundo y, sobre todo,
a Europa donde había dinero para comprarlos. Pero fue en Francia, en concreto,
donde apareció el que conseguiría colocar un bolígrafo en el bolsillo de casi todos
los habitantes de nuestro planeta. Se llamaba Marcel Bich y, con Edouard Buffard,
fundó en Clichy, Francia, una empresa que fabricó un bolígrafo de plástico en 1948.
Lo comenzaron a vender en Francia en 1953 con la marca, ahora famosa, de BiC,
pensada solo con quitar la h del final del apellido del fundador. Era de plástico
transparente y de sección hexagonal, lo que facilitaba el agarre y escribir con
precisión por el usuario. La bola es de tungsteno según una patente sueca. Las
bolas del bolígrafo de Biro eran de acero inoxidable y se fabricaban según técnicas
de los relojeros suizos. El BiC escribe entre tres y cinco kilómetros de tinta.

En 1958 compró Waterman y entró en el mercado de Estados Unidos. Fue el


modelo Cristal el primero que se vendió en aquel país. En la actualidad, BiC vende
20 millones de bolígrafos al día, unos 57 por segundo, y la empresa ha declarado
que, en toda su historia, habían vendido 100000 millones de bolígrafos.

Referencias:

Anónimo. 2013. Estilográfica Nacional, la marca pionera de bolígrafos en


España. La Vanguardia 26 abril.

Brachmann, S. 2014. The evolution of modern ballpoint pen: A patent history.


IPWatchdog Blog. December 10.
Gostony, H. & S. Schneider. 1998. The incredible ball point pen. A comprehensive
history & price guide. Schiffer Publ. Ltd. Atglen, Pennsylvania. 160 pp.

Hilton, O. 1957. Characteristics of the ball point pen and its influence on
handwriting identification. Journal of Criminal Law and Criminology 47: 606-613.

Jiménez Cano, A. 2018. Historia del bolígrafo. Bolígrafos con Propaganda Blog. 21
febrero.

U.S. Patent nº 392046, October 30, 1888. John J. Loud.

Wikipedia. 2017. Ladislao José Biro. 6 noviembre.

Wikipedia. 2017. Marcel Bich. 13 noviembre.

Wikipedia. 2018. Milton Reynolds. 31 enero.

Sobre el autor: Eduardo Angulo es doctor en biología, profesor de biología celular


de la UPV/EHU retirado y divulgador científico. Ha publicado varios libros y es
autor de La biología estupenda.
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Por César Tomé
5 comentarios
Publicado el 13 de mayo, 2018 en 
 Ciencia infusa
 tecnología
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