Las Cronicas de Leila Guerriero y Las Modulaciones
Las Cronicas de Leila Guerriero y Las Modulaciones
Las Cronicas de Leila Guerriero y Las Modulaciones
http://dx.doi.org/10.25025/perifrasis202011.22.06
Mariana Bonano*
Universidad Nacional de Tucumán, Argentina
Resumen
El presente artículo apunta a examinar las crónicas de la escritora argentina Leila
Guerriero recogidas en el volumen de su autoría, Frutos extraños, a la luz de la dimensión
de la voz narrativa que asoma en la superficie textual. En tal sentido, repara en que si
bien en un número significativo de las crónicas de Guerriero el sujeto cronista se resiste
a aparecer, en otras, se manifiestan una voz intimista y un tono confesional que permiten
vincular aspectos de la escritura de la autora con los gestos presentes en otras narrado-
ras actuales como María Moreno y Gabriela Wiener.
Abstract
This article aims to examine the chronicles written by the Argentinian journalist Leila
Guerriero collected in her book Frutos extraños, considering the narrative voice that emer-
ges on the textual surface. In this sense, despite of the fact that the chronicler is reluc-
tant to appear in a significant number of Guerriero’s chronicles, an intimate voice and a
confessional tone are evident in others. This allows to link aspects of the author’s writing
to the gestures present in other current writers as María Moreno and Gabriela Wiener.
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Las crónicas de Leila Guerriero y las modulaciones de la voz. Mirada, subjetividad y autoficción
En las dos o tres últimas décadas ha tomado fuerza, en Argentina y en el amplio ámbito
de la producción cultural hispanoamericana, el llamado “periodismo de autor”, una
práctica ejercitada por los cronistas actuales que apuestan a una mirada personal acerca
de los hechos, al tiempo que exponen sus propias vacilaciones y producen una subjeti-
vidad a partir de la cual se resignifica la realidad narrada1. En este grupo se inscriben,
según establece la crítica, narradores-periodistas como Beatriz Sarlo, Cristian Alarcón
y María Moreno, cuyos trabajos, aunque “distantes entre sí”, incursionan en la urbe para
establecer “un juego de sutiles correspondencias entre subjetividad, ciudad y experien-
cia” (Bernabé 10). Si bien el fenómeno no es totalmente nuevo ni privativo del nuevo
milenio —pues la puesta en escena de la subjetividad del narrador atraviesa una tenden-
cia cuyas raíces se revelan ya con claridad en la no ficción norteamericana de mediados
del siglo xx (y antes, incluso), así como en el Nuevo Periodismo sesentista—, es nece-
sario notar que la práctica a la que me refiero aquí remite a/o se vincula con el ejercicio
actual de lo que se ha dado en llamar “crónica íntima” y/o “crónica de la cotidianeidad”,
en el sentido asignado a estos términos por Julián Gorodischer (2018), entre otros.
Respecto de la relación entre crónica e intimidad, cabe consignar que autores como
María Angulo Egea, a partir de las conceptualizaciones de Mark Kramer, dan cuenta
de la “voz intimista” como uno de los paradigmas que caracterizó el nuevo periodismo
norteamericano. Dicha postura no desmerece, sin embargo, lo explicitado arriba, en la
medida en que la “crónica íntima” delimitada por Gorodischer respecto de los perio-
distas narrativos actuales, muestra rasgos particulares que no exhiben los textos escritos
por los cronistas sesentistas, entre ellos, los de la mediatización de la experiencia y la
tecnologización de la vida cotidiana.
De acuerdo con Gorodischer, las materias de la intimidad y de la vida coti-
diana constituyen el interés de los cronistas practicantes del periodismo narrativo en la
Argentina de comienzos de esta centuria. La tendencia da cuenta de una emancipación
subjetiva susceptible de revelar “el desplazamiento profundo de la sociedad civil en lo
que va del siglo, instantes de auge … que abarcan a las nuevas disposiciones familiares,
la mediatización de la experiencia y la tecnologización de la vida cotidiana, entre otros
temas” (Gorodischer 9-10). Alentados por las nuevas posibilidades que ofrece el soporte
1. Entre la bibliografía dedicada al tema, Mónica Bernabé se ha referido puntualmente a las “crónicas
de autor”, entendiendo a estas como relatos en donde el autor es “alguien que se pone a sí mismo en
observación”, estableciendo “una relación, un lazo entre diferentes lecturas y voces, entre diferentes
sitios y temporalidades” (9-10).
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digital, desde la creación de weblogs y fotoblogs hasta la de sitios web de medios perio-
dísticos como el suplemento Radar del diario argentino Página/12 (1996), o de revistas
como las argentinas Latido (1999), La mujer de mi vida (2003), Anfibia (2012) o de la
hispanoargentina Orsai (2011-2013, primera temporada) —entre otras mencionadas
por Gorodischer—, los cronistas de lo íntimo apuntan a la reivindicación de un espacio
discursivo propio, opuesto a “la regulación de los soportes de publicación masiva, que
operan como dispositivos de disciplinamiento” (15). Al poner como objeto la propia
subjetividad, pueden desarmar lo real instituido para cuestionar las convenciones discur-
sivas del periodismo noticioso, paradigma encarnado en las fórmulas de la neutralidad y
de la despersonalización narrativa.
En el panorama del periodismo narrativo actual, toman un lugar destacado den-
tro de esta vertiente intimista voces femeninas cuyos quehaceres se orientan a consti-
tuir una práctica transgresora tanto en relación con el contenido que dan a conocer,
como con la forma, los procedimientos y los soportes de publicación. Es el caso de las
autoras Gabriela Wiener (de origen peruano) con trabajos como Sexografías o Nueve
lunas (este último concebido como el diario del embarazo de la autora), y de la argen-
tina María Moreno con sus intervenciones en diversos medios culturales, susceptibles
de conformar lo que María José Sabo (“‘Porque no habrá obra’”) denominó una “trama
archivística”. Recorriendo la producción de ambas narradoras, se evidencia la emergen-
cia en la superficie textual de una voz testimonial y de un tono confesional y personalista
que María Angulo Egea (“Voces femeninas”) encuentra subsidiario de la corriente de
mujeres periodistas que participaron hacia mediados del siglo xx del Nuevo Periodismo
norteamericano y también, desde el otro lado del océano, de experiencias informativas
europeas. Heredado de las biografías, memorias, diarios y literatura de viajes decimo-
nónica, ese “tono personalista” se concretó, de acuerdo con la autora, “en un yo feme-
nino, reivindicativo y crítico que se nutría también en parte de las posturas feministas
imperantes a principios del siglo xx en los Estados Unidos” (163). Para Angulo Egea, se
trataba de “una postura que, sin duda, tenía mucho que ver con la necesidad femenina,
si no feminista, de reivindicar una mirada propia, una ‘habitación propia’ como Virginia
Wolf; una forma de estar en el mundo, de percibirlo y de entenderlo” (163). Periodistas
como Joan Didion, Sara Davidson o la controvertida entrevistadora italiana Oriana
Fallaci apelaron a su experiencia personal para dar testimonio y hablar sobre temas de
debate en la arenga de la opinión pública. La subjetividad organizadora y constitutiva
de los relatos no siempre se manifestó, sin embargo, de forma explícita en la superficie
textual. De allí que Angulo Egeo demarque dos vertientes respecto del tratamiento de
la subjetividad en las narraciones de los llamados nuevos periodistas: por una parte, la
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Además de la escritura de los libros de no ficción Los suicidas del fin del mundo. Crónica
de un pueblo patagónico (2005), Una historia sencilla (2013) y Opus Gelber (2018),
historias de largo aliento y de extenso tiempo de investigación, Guerriero participó
desde sus inicios periodísticos de diversos suplementos y revistas culturales de circu-
lación digital pertenecientes tanto al ámbito hispanoamericano como también euro-
peo: Página/30 y Rolling Stone, de Argentina; Orsai (publicación hispano-argentina);
El País y Vanity Fair, de España; El Malpensante y SoHo, de Colombia; Gatopardo y El
Universal, de México; Etiqueta Negra, de Perú; Paula y El Mercurio, de Chile; Granta,
del Reino Unido; Lettre Internationale, de Alemania y Rumanía; L´Internazionale, de
Italia, entre otros. Muchos de sus artículos publicados en los distintos medios fueron
luego recogidos en antologías de crónicas latinoamericanas [cabe mencionar Mejor que
ficción (2012) y Antología de crónica latinoamericana actual (2012)] y argentinas (La
Argentina Crónica, 2007), así como en volúmenes dedicados en su totalidad a crónicas
de su autoría (Frutos extraños, 2009; Plano americano, 2013) y en Zona de obras (2014),
que reúne un conjunto de columnas, conferencias y ensayos de Guerriero.
El volumen Frutos extraños, integrado por las secciones “Crónicas y perfiles”;
“Discusiones”, “Sobre el periodismo” y “Coda”, consta, según sugiere la nominación de cada
uno de los apartados, de un entramado de textos de índole y procedencia diversas, todos ellos
publicados entre los años 2001 y 2008. La primera sección nombrada es la más extensa tanto
respecto del número de páginas que abarca como en relación con la cantidad de artículos
que reúne (un total de 16). Y es respecto de los artículos comprendidos en ese apartado que
delimitaremos en este lugar las premisas que guían la escritura cronística de Guerriero.
De acuerdo con los postulados vertidos por en la “Introducción”, se puede esta-
blecer como punto de partida del presente abordaje, que la recurrencia por parte de
Guerriero al registro impersonal en la narración no tiene el sentido de hipostasiar “un” y
único sentido de su aproximación a lo real. En los textos de su autoría, por el contrario,
el relato avanza mediante interrogantes que la narradora pone en escena pero a los que
no intenta —ni llega a— clausurarlos. Quizás por ello es recurrente la apelación por
parte del sujeto narrativo al recurso de la negación en la apertura de los textos: antes
que la afirmación de una historia, la narración que construye parece querer dar cuenta
de aquello que se presentifica al negarlo, como muestra el inicio del perfil titulado “El
gigante que quiso ser grande”: “No. / Esta no es una tierra extraordinaria. La provincia
de Formosa, en el noreste argentino, es una planicie sin elevaciones con una vegetación
que fluctúa entre el verde discreto de las zonas húmedas y los campos agrios de la sequía”
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Las crónicas de Leila Guerriero y las modulaciones de la voz. Mirada, subjetividad y autoficción
(Guerriero 15). O bien, la apertura de su célebre y premiada crónica “La voz de los hue-
sos”: “No es grande. Cuatro por cuatro apenas, y una ventana por la que entra una luz
grumosa, celeste. El techo es alto. Las paredes blancas, sin mucho esmero” (77). Como
en el proceso psicoanalítico delineado por Jacques Lacan en relación con la constitución
psíquica del sujeto, en el paso del registro de lo imaginario (el estadio del espejo) al esta-
dio de lo simbólico (el orden del lenguaje y de la cultura), la negación parece tener aquí
un rol primordial en tanto posibilita configurar la imagen del yo a partir de la mirada de
un otro. Si lo real en tanto tal es aquello que tiene una presencia y existencia propias, al
tiempo que resulta no representable, la negación de un determinado estado u orden de
cosas permite afirmar la existencia de eso mismo y simultáneamente, postular la impo-
sibilidad del sujeto para acceder a su representación. Decir, como propone Guerriero al
inicio de otro de sus textos titulado “El mundo feliz: venta directa”, “Parece una cosa.
Pero es otra” (127), refuerza la idea de la imposibilidad para el sujeto de adentrarse en
lo real, representándolo. De allí, creemos también, las “crónicas corales” o “perfiles”
—denominaciones propuestas por la propia autora para dar cuenta de sus produccio-
nes—, no intentan reducir el relato a un intento de explicación consciente del entra-
mado de hechos narrados, proporcionando una respuesta totalizadora, sino entender
ese entramado como una búsqueda inacabable en pos de la construcción de sentidos
susceptibles de otorgar posibles —y a la vez, inciertas— definiciones.
Como establecí en un trabajo anterior dedicado a Guerriero, en las crónicas de
esta autora, el sujeto narrativo opta por un relato cuyo engranaje, si bien resulta armóni-
camente integrado —para establecer una analogía, podríamos acudir aquí a la figura de
una sintonía coral—, está lejos de imponer la coherencia de un “yo” y de una voz poética
fuerte al estilo del cubano José Martí en sus crónicas modernistas (Ramos). Por ello,
hipotetizamos, los textos que Guerriero delinea, sintonizan con lo que se ha dado en
llamar “perfiles”, discursos donde la narración si bien está presente, se ancla fuertemente
a la entrevista, un género que como el ensayo literario, instituye un modo de diálogo,
interpela al “otro” para ayudarlo a construir una imagen de sí mismo (Giordano). Si
Guerriero propone en sus perfiles la indagación en el lado humano de las prácticas cultu-
rales y sociales, la forma en que inquiere al “otro” o a los “otros” instaura una mirada que
según la definición de la autora, es “la … de una persona que cuenta lo que ve o lo que,
honestamente, cree ver” (392). Por ello, advierte Guerriero en su escrito sobre el célebre
mago argentino de una sola mano, René Lavand, creador de una técnica de ilusionismo
con naipes llamada lentidigitación, el perfil no es otra cosa que “la mirada del otro” (392),
una mirada que no es siempre —casi nunca— la misma y que como todo ilusionismo,
instaura una “mentira” —honesta—: la “bella y sutil mentira del arte” (261).
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2. “Llega hasta el borde de la mesa y dice, clavando los ojos viscosos, un brillo raro detrás de las gafas:/
-¡Qué linda sos! ¡Sos un amor, vos! ¡Eliana…!/ -Leila./ -¡Eleila! ¡Estás hablando con Yiya Murano!
(Guerriero 294).
3. Los tres nombres mencionados en el parágrafo corresponden a los de las mujeres asesinadas por Yiya
Murano, presuntamente por medio del veneno incorporado en el té que esta última preparaba, o bien,
en las masas que les invitaba.
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Las crónicas de Leila Guerriero y las modulaciones de la voz. Mirada, subjetividad y autoficción
una modulación similar a la delimitada por Gorodischer respecto de los textos de los
argentinos Javier Sinay y Cristian Alarcón, “El amigo chino”, de Guerriero, muestra “esa
trastienda como un in progress de la crónica que hace de las fallas un motor narrativo”
(17-18). Centrado en la figura de Ale, un supermercadista chino que según consigna la
narradora, es “el hombre” que (la) “alimenta”, el relato da cuenta no solo de los encuen-
tros entre la entrevistadora y el entrevistado, sino de los intentos fallidos por parte de
la cronista para concretar las citas, así como también, de las malogradas tentativas de
comunicación entre ambos: “Finalmente Ale dice que ese fin de semana no podremos
encontrarnos porque viajará…” (Guerriero 154); “Intento explicarle, pero lo hago mal, y
desde aquel día Ale cree que aburrirse es estar apurado. Ahora cada vez que lo llamo por
teléfono y tiene mucho trabajo, me dice; ‘Ahora no, disculpa, aburido, aburido’” (159).
Los ensayos por parte de la cronista en el intento de permanecer en el lugar donde
Ale trabaja y vive, son paralelos a los tanteos que ella misma realiza en pos de compren-
der quién es su “amigo chino” y qué hace este en la Argentina: “En cambio yo (después
de entrevistarlo una docena de veces, de citarlo en bares y hablar a hurtadillas en su lugar
de trabajo para responder una pregunta simple: por qué vino de su China milenaria a
estas jóvenes pampas del sur) todavía no sé —no sabré— nada de él” (150). En contraste
con ese conocimiento incierto acerca de un tercero que la narradora expresa, se erige el
retrato de sí misma en tanto vecina a quien el supermercadista chino le vende la comida
y cuya identidad es revelada a partir de la mirada del propio Ale: “Ale es chino, y sabe
muchas cosas de mí. Cuándo estoy en casa, cuándo salgo de viaje, cuándo se termina mi
dinero y cuándo no hay más comida en mi heladera. … Lo veo más que a cualquiera de
mis amigos, hablo con él dos o tres veces por semana, sabe que me gusta el queso estacio-
nado y que no como nada que tenga ajo” (149).
De acuerdo con el último relato analizado, postulamos que el retrato acerca de
sí misma, concebido en términos de una máscara o de una autoficción, expone al yo de
la cronista en su relación con lo concreto y lo cotidiano, y por eso mismo, más allá de
su condición de “verdad”, apuntala a un relato construido desde la autenticidad, “en el
sentido de promover un desnudamiento contrario a la prueba” (Gorodischer 19).
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Como ha expresado Guerriero en sus intervenciones acerca del oficio, esto corresponde
a una decisión deliberada por parte de la autora, quien considera necesario que el/la
cronista “desaparezca” del relato en pos de la preminencia y centralidad de la figura per-
filada. El abordaje de sus crónicas mostró, sin embargo, que en algunos de sus textos,
el yo narrativo de la cronista se filtra en la narración, dando lugar a la emergencia en la
superficie textual, de una cierta “mirada” constitutiva de esa figura de autora/cronista en
su relación con lo concreto y con lo cotidiano.
Según anoté en un trabajo previo dedicado a Guerriero, la construcción identi-
taria del “otro” puesta en relato por la cronista en sus perfiles, funciona al mismo tiempo
como posibilitadora de la puesta en objeto de la identidad propia. Esta última operación
está presente en las crónicas de carácter testimonial recogidas en la sección de Frutos
extraños, titulada “Discusiones”. Los textos incluidos en ese parágrafo conforman un
espacio metadiscursivo donde la escritora recurre a su experiencia para reflexionar en
torno de su práctica y/o en torno de su posición social de mujer periodista/narradora. El
retrato acerca de sí misma, concebido en términos de una máscara o de una autoficción,
expone al yo cronista en su relación con la subjetividad. En esta dirección, sostengo que
hay un registro de “lo íntimo” en las crónicas de Guerriero que no solo está relacionado
con lo concreto, sino que ahonda en la subjetividad narrativa en tanto posicionalidad
relacional en la que confluyen diversas colocaciones/disposiciones de un sujeto mujer
(Arfuch), delineado no en términos de un ser o de un ente del que se prediquen deter-
minadas características, sino de una construcción discursiva, una figura oposicional y a
la vez, contingente y precaria, abierta y en constante diferimiento (Sabsay).
El registro de “lo íntimo”, vinculado al rastreo en los orígenes familiares y a la meta-
narración (Gorodischer), se hace explícito en Guerriero en el texto “Me gusta ser mujer…y
odio a las histéricas”, aparecido originalmente en la revista Latido, de Argentina, en sep-
tiembre de 2001 y recogido luego en la sección “Discusiones” del volumen aquí abordado.
El relato construido por la autora transcurre entre la rememoración de anécdotas del
pasado ligadas a la iniciación sexual de una adolescente de pueblo, los conflictos con los
padres, el cambio de vida experimentado a partir de la mudanza a la “gran ciudad” (Capital
Federal), y las decisiones tomadas en el presente que permiten al yo narrador delinear una
identidad femenina a partir de la diferenciación y de la negación del estereotipo:
Sabía que la pérdida de la virginidad era un rito de pasaje del que los hom-
bres se sentían responsables y al que las mujeres le tenían pavor. Decidí que
no iba a permitir que nadie cargara con la responsabilidad de haber finiqui-
tado el parchecito. No diré ni cómo ni cuándo, pero no hubo dolor. Él no
se dio cuenta y para mí no tuvo la menor importancia. Fue como yo quería.
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4. CONCLUSIONES
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BIBLIOGRAFÍA
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