Articulo 3 Comun A Los 4 Convenios de Ginebra
Articulo 3 Comun A Los 4 Convenios de Ginebra
Articulo 3 Comun A Los 4 Convenios de Ginebra
A este respecto, se prohíben, en cualquier tiempo y lugar, por lo que atañe a las
personas arriba mencionadas:
b) la toma de rehenes;
d) las condenas dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal
legítimamente constituido, con garantías judiciales reconocidas como indispensables
por los pueblos civilizados.
-11-1998 por Jean Pictet
Comentario del artículo 3 común a los Convenios de Ginebra y
relativo a la protección de las víctimas de los conflictos
armados sin carácter internacional
Tomado de Comentario del Protocolo del 8 de junio de 1977 adicional a los Convenios de
Ginebra del 12 de agosto de 1949 relativo a la protección de las víctimas de los
conflictos armados sin carácter internacional (Protocolo II) y del artículo 3 de estos
Convenios, CICR - Plaza & Janés Editores Colombia S. A., noviembre de 1998
Índice
Introducción histórica
Generalidades
A este respecto, se prohíben, en cualquier tiempo y lugar, por lo que atañe a las
personas arriba mencionadas:
b) la toma de rehenes;
d las condenas dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal
legítimamente constituido, con garantías judiciales reconocidas como
indispensables por los pueblos civilizados.
2. Los heridos y los enfermos serán recogidos y asistidos.
Además, las Partes en conflicto harán lo posible por poner en vigor, mediante
acuerdos especiales, la totalidad o parte de las otras disposiciones del presente
Convenio.
INTRODUCCIÓN HISTÓRICA
Este artículo, común a los cuatro Convenios de Ginebra de 1949, marca una nueva
etapa en el incesante desarrollo de la idea en que se basa la Cruz Roja y en la
transcripción de ésta en compromisos internacionales. Se trata de una ampliación
casi inesperada del artículo 2, que acabamos de ver.
Nacida en un campo de batalla, la Cruz Roja fue la impulsora del primer Convenio
de Ginebra para la protección de los militares heridos o enfermos. Al extender
poco a poco su solicitud, por la lógica aplicación de su principio, a otras categorías
de víctimas de la guerra, propició sucesivamente la revisión de este Convenio y la
extensión de la protección legal a los prisioneros de guerra y, posteriormente, a
los civiles. La misma lógica debía necesariamente llevar a la idea de una aplicación
de este principio a todos los casos de conflictos armados, incluidos los conflictos
internos.
Los Convenios internacionales, tanto el que nos ocupa como cualquier otro, son
ante todo asunto de los Gobiernos. Los Gobiernos los discuten y los firman; es a
ellos a quienes incumbe aplicarlos. No obstante, es imposible hablar de los
Convenios de Ginebra, y especialmente de su aplicación a la guerra civil, sin
recordar el papel de la Cruz Roja.
El principio del respeto de la persona humana, que está en la base de todos los
Convenios de Ginebra, no fue creado por éstos, sino que es anterior y exterior a
ellos. Si, hasta 1949, sólo se había formulado en los Convenios en favor de los
militares, esto no se debía a su condición de militares. Por encima de esta
circunstancia, dicho principio se refiere a la persona por su sola condición de ser
humano, sin consideración de uniforme, deber de fidelidad, raza o creencia; sin
consideración incluso de los compromisos que la autoridad de la que depende haya
podido contraer en su nombre o en su favor. Herida o enferma, esa persona tiene,
como tal, el derecho a recibir los cuidados o la asistencia que ordena el respeto de
la persona humana.
No es, por lo tanto, nada sorprendente que la Cruz Roja se haya preocupado
desde hace mucho tiempo de socorrer a las víctimas de los conflictos internos,
cuyos horrores sobrepasan a veces a los de las guerras internacionales a causa del
odio fratricida que los caracteriza. Pero, a las dificultades con que tropezaba la
Cruz Roja en este ámbito –como en todos en los que se esfuerza por actuar más
allá de los textos convencionales– se agregaban los obstáculos particulares
debidos a la política interior del Estado asolado por el conflicto. En una guerra civil,
el Gobierno legal –o el que afirma serlo– propende a no ver en sus adversarios
más que vulgares criminales. Esta tendencia ha llevado a veces a las autoridades
gubernamentales a considerar los socorros que la Cruz Roja proporciona a las
víctimas pertenecientes a la parte adversa como una ayuda indirecta a culpables.
En cuanto a las solicitudes de intervención caritativa de una sociedad de la Cruz
Roja extranjera o del Comité Internacional de la Cruz Roja, fueron más de una vez
consideradas como tentativas inamistosas de intromisión en los asuntos internos
del Estado. Esta concepción predominaba todavía cuando, en la Conferencia
Internacional de la Cruz Roja de 1912, se presentó por primera vez un proyecto de
Convenio relativo al papel de la Cruz Roja en caso de guerra civil o de
insurrección. El tema no fue ni siquiera discutido.
Tal era la opinión –una aspiración ideal, pero lógica– del mundo de la Cruz Roja.
Quedaba por saber lo que pensarían de ello los círculos gubernamentales. Era de
temer que se mostrasen reacios a la idea de comprometer internacionalmente a
un Estado con motivo de asuntos internos; que negasen la posibilidad de obligar
mediante un convenio a Gobiernos provisionales, partidos o agrupaciones aún
inexistentes. Ahora bien, lejos de repetir los argumentos aducidos a menudo
contra las intervenciones caritativas de la Cruz Roja, la Conferencia de Expertos
Gubernamentales, convocada por el Comité Internacional de la Cruz Roja en 1947,
reconoció la necesidad de incluir en el Convenio las disposiciones pertinentes para
extenderlo, al menos parcialmente, a la guerra civil. Sus trabajos culminaron en
un proyecto de artículo según el cual, en caso de guerra civil, la Parte contratante
aplicaría los principios del Convenio, con la condición de que la parte adversa
también se conformase a ellos [6].
Este proyecto se quedaba muy corto con respecto al de las Sociedades Nacionales
de la Cruz Roja. Sólo pretendía la aplicación de los principios, subordinándola,
además, a la condición de reciprocidad. No obstante, animó al Comité
Internacional de la Cruz Roja a continuar su labor.
Los partidarios del Proyecto de Estocolmo veían, por el contrario, en este texto un
acto de valentía. Los insurrectos no son siempre bandidos, afirmaban algunos.
Puede suceder que, en una guerra civil, quienes son considerados rebeldes sean,
de hecho, patriotas que luchan por la independencia y la dignidad de su patria. La
actitud de los insurrectos, señalaban otros, mostrará precisamente si se está ante
simples bandidos o si éstos combaten, por el contrario, como verdaderos soldados,
dignos de beneficiarse de la aplicación de los Convenios. Se hizo, además, valer
que, para tranquilizar a los adversarios del proyecto, bastaría con prever la
cláusula de reciprocidad en los cuatro Convenios y no solamente en los Convenios
III y IV, como se había hecho en Estocolmo, pues, cuando los rebeldes actúan de
conformidad con los principios humanitarios, no se puede hablar de terrorismo, de
anarquía o de desórdenes. Finalmente, se resaltó que la aprobación del proyecto
de Estocolmo no impediría en modo alguno a un Gobierno legal reprimir, de
conformidad con su legislación, los actos que a su juicio fuesen peligrosos para el
orden y la seguridad del Estado.
Hasta ese momento, ante la casi unanimidad de las opiniones contrarias a una
aplicación integral, se había buscado la solución limitando los casos en los que el
Convenio debería aplicarse. La propuesta francesa veía la solución en otra
limitación: la de las disposiciones aplicables.
“En caso de conflicto armado que no sea de índole internacional que surja en el
territorio de uno de los Estados participantes en el presente Convenio, cada una
de las partes en conflicto aplicará todas las disposiciones del presente Convenio
que:
– prohíban sobre el territorio ocupado por las fuerzas armadas de una u otra parte
las represalias contra la población civil, la toma de rehenes, la destrucción o el
daño de bienes que no estén justificados por las necesidades militares;
Este proyecto se basaba en la misma idea que la propuesta francesa: limitar las
disposiciones aplicables. Difería de ella en cuanto al método, pues se remitía,
mediante una disposición general, a las disposiciones particulares del Convenio
que deberían aplicarse.
GENERALIDADES
1. Que la parte en rebelión contra el Gobierno legítimo posea una fuerza militar
organizada, una autoridad responsable de sus actos, que actúe sobre un territorio
determinado y tenga los medios para respetar y hacer respetar el Convenio.
¿Quiere esto decir que si estallan disturbios armados en un país, pero no cumplen
de hecho ninguna de las condiciones mencionadas –no obligatorias y citadas a
título indicativo– no es aplicable el artículo 3? Mucho nos guardaremos de sostener
tal idea. Pensamos, al contrario, que este artículo debe tener un ámbito de
aplicación tan vasto como sea posible. De ello no puede surgir inconveniente
alguno, pues, al fin y al cabo, es muy reducido y, contrariamente a lo que se ha
podido pensar, no limita en nada el derecho de represión del Estado, ni
proporciona ningún aumento de poder al partido rebelde. ¿Qué pide este artículo si
no es el respeto de algunas normas que, mucho antes de que el Convenio fuese
firmado, se reconocían como esenciales en todos los países civilizados y estaban
ya prescritas por las leyes internas de esos Estados? ¿Qué Gobierno se atrevería a
pretender ante el mundo –en caso de disturbios internos que él calificara, con
justo motivo, de simples actos de bandidaje– que, dado que el artículo 3 no es
aplicable, él tiene derecho a dejar a los heridos sin asistencia, a infligir torturas o
mutilaciones y a tomar rehenes? Por útiles que sean, pues, las diversas
condiciones antes enunciadas, no son indispensables, ya que ningún Gobierno
puede sentirse molesto por respetar, en la confrontación con sus adversarios
internos y sea cual fuere la denominación del conflicto que lo opone a ellos, un
mínimo de normas que respeta de hecho todos los días, en virtud de sus propias
leyes, e incluso en el trato de vulgares criminales de derecho común.
De manera general, hay que admitir que los conflictos a los que se refiere el
artículo 3 son conflictos armados caracterizados por hostilidades en las que se
enfrentan fuerzas armadas. En suma, nos encontramos ante un conflicto que
presenta muchos de los aspectos de una guerra internacional, pero que se libra en
el interior de un mismo Estado. En muchos casos, cada una de las dos partes está
en posesión de una parte del territorio nacional y, a menudo, existe alguna forma
de frente.
Las palabras “cada una de las Partes” marcan toda la evolución que el derecho
internacional ha experimentado en algunos años. Todavía no hace mucho se
consideraba como jurídicamente irrealizable la idea de obligar mediante un
Convenio internacional a una parte no signataria y, lo que es más, a una parte aún
no existente, de la que ni siquiera se exige que represente a una entidad jurídica
capaz de comprometerse internacionalmente.
La obligación para cada una de las partes es incondicional. Fue a propósito que se
omitió la cláusula de reciprocidad, que figuraba para el IV Convenio en el proyecto
de Estocolmo. Esto representa un progreso importante, aunque es cierto que está
compensado por el hecho de que ya no es el conjunto del Convenio lo que es
aplicable, sino únicamente el contenido del artículo 3 mismo.
Si un partido rebelde aplica el artículo 3, tanto mejor para las víctimas del
conflicto. Nadie se quejará de ello. Si no lo aplica, dará la razón a quienes
consideran su acción como un simple acto de anarquía o bandidaje. En cuanto al
Gobierno legal, el hecho de aplicar el artículo 3 no puede tener ningún efecto
perjudicial para él. No cabe duda de que no existe ningún Estado cuya autoridad
gubernamental reclame el derecho de utilizar la tortura o los demás actos
contrarios a la humanidad prohibidos por el Convenio como armas contra sus
enemigos.
Habida cuenta de que se estaban elaborando cuatro Convenios, cada uno de los
cuales protegía a una categoría particular de víctimas de la guerra, cabría pensar
que se hubiera debido fraccionar este párrafo, para poner en cada Convenio
únicamente la parte correspondiente. De este modo, en el IV Convenio sólo se
hubiera hablado de personas civiles. Pero, teniendo en cuenta el carácter
indivisible y sagrado del principio proclamado, y dada su brevedad, pareció
preferible enunciarlo íntegramente y de manera rigurosamente idéntica en los
cuatro Convenios. Sin embargo, nos limitaremos en este comentario a lo que
atañe más especialmente a las personas protegidas por el IV Convenio.
Un trato humano.
Ya explicaremos más adelante, a propósito del artículo 27, lo que hay que
entender por “un trato humano”. Esta definición no es, como veremos, muy
precisa. En cambio, es más fácil enumerar lo que es incompatible con un trato
humano. Es la vía que sigue el Convenio, enunciando cuatro prohibiciones
absolutas. La fórmula no puede ser más clara: “A este respecto, se prohíben, en
cualquier tiempo y lugar [...]”. No hay escapatoria, ni excusa, ni circunstancia
atenuante posibles.
Las condenas y ejecuciones sin previo juicio llevan aparejado un riesgo de error
demasiado grande. La “justicia sumaria”, por eficaz que sea –lo que aún está por
demostrar–, debido al temor que suscita, añade más víctimas inocentes a todas
las víctimas inocentes que causa el conflicto. Todo los pueblos civilizados dotan a
la administración de la justicia de garantías tendentes a eliminar los errores
judiciales. El Convenio ha hecho bien en proclamar que ésta es una necesidad
válida incluso en tiempo de guerra. Precisemos bien que el Convenio sólo pretende
prohibir aquí la justicia “sumaria”. Mediante esta disposición, el Convenio no
confiere ningún tipo de inmunidad. No impide en modo alguno que se ponga al
presunto culpable, mediante su detención, en la imposibilidad de hacer daño; deja
intacto el derecho del Estado a enjuiciar, condenar y castigar, de conformidad con
la ley.
Hay que señalar que las prohibiciones enunciadas en las letras a) a d) son
igualmente objeto de otros artículos del Convenio, en particular los artículos 27,
31 a 34 y 66 a 77.
Como sabemos, el Convenio extendió a los heridos y enfermos civiles las garantías
que otorgaba a los heridos y enfermos militares el I Convenio, en cuyo artículo 12
se dice: “habrán de ser respetados y protegidos en todas las circunstancias [...]”,
mientras que el artículo 16 del presente Convenio dispone que “serán objeto de
protección y de respeto particulares”. No obstante, hay que admitir que, pese a
estas ligeras diferencias de redacción, los textos están basados en la misma idea,
es decir, que los heridos y enfermos deben ser respetados y protegidos.
Es evidente que la ayuda exterior no puede ni debe ser más que supletoria. Es a
las partes en conflicto a quienes les corresponde aplicar el artículo 3 y procurar
que se observen todas sus disposiciones. Es también evidente que la Sociedad
Nacional de la Cruz Roja, en cuanto órgano auxiliar, es a quien le incumbe, en
primer lugar, ayudar a ello y a conseguir, mediante las palabras y las obras, que
las exigencias humanitarias prevalezcan en todo el territorio nacional. Puede
suceder, no obstante, que las necesidades sobrepasen las posibilidades de las
autoridades y de la Cruz Roja del país en cuestión, o que esta última no esté en
condiciones de actuar, con la eficacia necesaria, en todas partes donde haría falta.
Se impone, entonces, una ayuda complementaria. La parte en conflicto que
rehusara en tal caso los ofrecimientos de servicio caritativo del exterior asumiría
una grave responsabilidad moral.
Para que los ofrecimientos de servicio sean legítimos, y puedan ser aceptados,
deben emanar de un organismo humanitario e imparcial. Y es necesario que los
servicios ofrecidos y prestados tengan este mismo carácter de humanidad e
imparcialidad. El Comité Internacional de la Cruz Roja se menciona aquí tanto por
sí mismo, en cuanto institución estatutaria y tradicionalmente llamada a intervenir
en caso de conflicto, como por ser un ejemplo de lo que se entiende por
organismo humanitario e imparcial. Para otras observaciones al respecto, nos
remitimos, por analogía, al comentario del artículo 10, más adelante.
Esta disposición no sólo brinda una posibilidad práctica, sino que hace, además,
una exhortación acuciante, señala un deber: “las Partes en conflicto harán lo
posible por [...]”. Aunque las partes, cada una por lo que le atañe, no tienen el
deber de observar unilateralmente otra norma que el artículo 3, están obligadas a
procurar una aplicación más amplia, mediante un acuerdo bilateral.
Por último, no hay que olvidar que esta estipulación, al igual que todas las
precedentes, está cubierta por la última disposición del artículo, que vamos a
comentar.
¿Cuáles son las disposiciones que podrían ponerse más fácilmente en vigor
mediante acuerdos especiales [14]? Ante todo, las disposiciones contenidas en los
artículos 27 a 34, comunes a los territorios de las partes en conflicto y a los
territorios ocupados. Por otro lado, no cabe duda de que también podrían aplicarse
las disposiciones relativas al territorio ocupado, lo mismo que las que se refieren al
régimen de los internados (artículos 79 a 135). En cambio, las disposiciones que
conciernen a los extranjeros en el territorio de una parte en conflicto serían más
difíciles de aplicar en caso de guerra civil. En efecto, en una guerra civil, la lucha
se libra en un territorio cuyos ciudadanos tienen todos la misma nacionalidad. Por
lo demás, ésta fue una de las objeciones que se hicieron contra la extensión
completa e incondicional de este Convenio a los casos de guerra civil. Numerosos
delegados destacaron que muchas disposiciones del Convenio no podrían aplicarse
en caso de guerra civil, o que, en todo caso, deberían introducirse importantes
modificaciones en ellas. Para resolver estos problemas, el Comité Internacional de
la Cruz Roja tuvo que presentar a la Conferencia Diplomática una definición de las
personas protegidas en caso de guerra civil y del régimen que debía aplicárseles.
Esta definición rezaba así: “Además, en caso de conflicto que no presente un
carácter internacional, los ciudadanos del país en que tiene lugar el conflicto que
no pertenezcan a las fuerzas armadas están igualmente protegidos por el presente
Convenio, de conformidad con las disposiciones relativas a los territorios
ocupados” [15].
De igual manera, para el bando adverso, sea cual fuere, así como la calificación
que él se dé o que pretenda, el hecho de aplicar este artículo no le confiere ningún
derecho a una protección especial, ni ninguna inmunidad.
El artículo 3 –como todo el Convenio, por lo demás– sólo tiene por objeto el
individuo y el trato físico debido a su condición de ser humano,
independientemente de las otras calidades de la que está revestido, pero carece
de efecto sobre el trato jurídico o político que puede acarrearle su
comportamiento.
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Notas:
1 Artículo común a los cuatro Convenios.
10 V. ibíd., p. 18.
11 V. ibíd., p. 17.
14 Hay que señalar a este respecto que uno de los Estados signatarios de este
Convenio, Argentina, hizo una reserva en el momento de la firma. En ella se
puntualiza que el artículo 3 común a los cuatros Convenios, con exclusión de todos
los demás artículos, será el único aplicable en caso de conflicto armado que no
presente carácter internacional.
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Traducido del francés al español por:
José Chocomeli Lera, con la colaboración de Mauricio Duque Ortiz.
Referencias: Margarita Serrano García y María Ecuyer.