Lector de Poesía y Otros Ensayos Inéditos - Fernando Charry Lara PDF
Lector de Poesía y Otros Ensayos Inéditos - Fernando Charry Lara PDF
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Contenido
Cubierta
Portada
Créditos
DE POESÍA COLOMBIANA
Divagación sobre Silva
La naturalidad del simbolismo en José Asunción Silva
Porfirio Barba Jacob
Eduardo Castillo
León de Greiff
Aurelio Arturo
A Eduardo Carranza
Jorge Gaitán Durán
Álvaro Mutis
La rutina de lo maravilloso
Giovanni Quessep
Jaime García Maffla
«33 poemas» de Fernando Herrera
La crisis del verso en Colombia
DE LA GENERACIÓN DEL 27
La poesía como destino: Cernuda
Otro recuerdo de Cernuda
Aleixandre y el surrealismo
Recuerdo de Pedro Salinas
Jorge Guillén: Lenguaje y poesía
DE POESÍA HISPANOAMERICANA
A Eduardo Carranza
1965
La naturalidad del simbolismo en José Asunción Silva
Han sido frecuentes tres maneras de juzgar a Porfirio Barba Jacob (1883
-1942) en obra y persona, confundiendo además ésta y aquélla en una sola
imagen en la que se dan, inseparables, la invención y la realidad.
Apologistas incondicionales llegan a otorgarle cierta exclusividad como
poeta desgarrado por el dolor, la soledad, el amor o el pecado, el misterio de
la vida y el terror a la muerte. La Muerte, que escriben, como él, con
mayúscula. Improvisan reincidiendo en nebulosas divagaciones sobre el tono
maldito o acongojado de sus cantos. No descartan en éstos su absoluta
originalidad. Ni su satanismo: se ilusionan con el dicho suyo de que su poesía
es para "hechizados". Y le conceden especial preeminencia por haberse
alejado su autor, según su Parecer, de lo que en otras obras poéticas existe de
sustancia intelectual para beneficiar la suya de los arrebatos de la pasión y de
las desolaciones de la tragedia humana: "Nadie supo en la tierra sombría /mi
dolor, mi temblor, mi pavura". Ello puede parecer emocionante y teatral. Pero
no debería olvidarse que los asuntos de estos poemas, que se relacionan con
sentimientos nada excepcionales, son comunes a la poesía romántica
universal. Desde luego, él declaraba ser única su extrañeza: "Entre los coros
estelares /oigo algo mío disonar"; o cuando dice: "Y entre el dolor humano yo
expreso otro dolor". No obstante, la importancia de ellos no radica en los
temas ni en la novedad de las técnicas, sino principalmente en la magia verbal
con que supo Presentarlos. Y al decir lo anterior se pone de relieve una vez, a
pesar de cualquier reparo, la admiración de que, en buen número, son
"merecedores.
Otro modo de tratar a Barba Jacob, este ya desdeñoso, es el de llamarle
modernista tardío. Considerándole, como en parte lo fue, legatario de la
escritura de Rubén Darío. Tanto en su inicial exaltación y fulgor de las
formas poéticas como en su posterior meditación apenumbrada. Es así como
fueron perdiendo crédito ante la crítica el tono altisonante ("yo amo la
pompa") y la esmerada musicalidad, "el vago son sinfónico", que decía de sus
estrofas. Él lo previo: "Me está reservada una celebridad rencorosa... me
conformo con ser un ruiseñor equivocado". Y cuenta que un intelectual
cubano dudaba entre si pertenecía él al presente o era ya del pasado.
Pudiendo entonces hasta tildársele de romántico tardío. Lo cual no dejaría de
corroborar la suposición que se ha insinuado de que, en lengua española,
nuestro modernismo fue nuestro verdadero romanticismo. ¿Le importaba
aquello a Barba Jacob? Pensándolo, se respondía: "Lógico es que quien lleva
esta lumbre ardiendo congénitamente a las propias raíces de su personalidad
(...) se encoja de hombros ante la literatura, ose despreciar el flujo y reflujo de
esas mareas que constituyen la moda literaria".
Deberemos entonces tener en cuenta dos cosas. La primera, que la
poesía de Barba Jacob fue compuesta, casi en su totalidad, entre 1907 y 1925,
cuando todavía, desde México hasta la Argentina, sobrevivía en poetas
estimables la entonación modernista. La segunda, que no parece criterio
siempre afortunado, el desaire a una obra literaria por no tenérsela como
original o novedosa o por no corresponder a las modas y a las corrientes que
le fueron contemporáneas. De seguir este camino llegaríamos a menospreciar
nuestro barroco colonial, incluso en creaciones como las de sor Juana Inés de
la Cruz y Hernando Domínguez Camargo. Sólo por haber reiterado ellas, en
lo más sobresaliente, los estilos de Góngora o de Quevedo. Sonreiría Barba
Jacob al declarar una vez: "Yo debí haber nacido en Inglaterra: hubiera hecho
mejor papel, con mi poesía grave, elevada e inactual, al lado de Francis
Thompson... (o de) Shelley y los Rosseti... (o de) Yeats... que al lado de
Valencia, pongo por caso".
Y tampoco deja de desestimarse a veces la poesía de Barba Jacob
ligándola al destino personal de su autor. Cuyos magníficos fulgores, sin ser
inmunes al desacierto y a la espectacularidad, no tuvieron la eficacia de atajar
el desastre en que finalmente sucumbió. Se definió a sí mismo: "Soy
antioqueño, soy de la raza judía, gran productora de melancolía (¿cuál raza
suya judía?, nos preguntamos), y vivo como un gentil que no espera ningún
Mesías, o como un pagano acerbo en la Roma decadente". Se menciona
además el aura luciferina de que quiso rodearse. Su homosexualidad, por él
alardeada. Los episodios que le emparientan a la familia picaresca. Sus
extravagancias. Su soberbia. Su megalomanía. El anacronismo, en fin, en que
incurrió cuando ambicionaba hacerse admirar como nuevo poeta
endemoniado. Todo ello no deja de ser cierto. Como tampoco podría negarse
la desmesura de una personalidad en la que por períodos era cotidiana su
aproximación a lo maravilloso. La magnífica biografía de Fernando Vallejo,
Barba Jacob el mensajero, nos muestra con sorprendente vivacidad a un ser
deslumbrante. No dejaremos de entusiasmarnos, a través de esa Páginas,
tanto con su grandeza, comprobada en episodios sin cuento, como en sus
yerros, también de infatigable reiteración. Sus días se sucedieron largos de
alucinaciones, de placeres, de alegrías, de pesadumbres. Al asombro,
conociéndole más de cerca, se nos une igualmente la ternura. Cuando volvió
a Colombia, en 1927, Barba Jacob seria ya la sombra, el fantasma del
prodigioso personaje que no dejó de ser desde cuando abandonó por primera
vez el país, veinte años antes. Para vagar, "andando el tiempo, la vida y los
países", por la desmembrada geografía del continente. En sus distintas
repúblicas, viendo artificiales las fronteras, jamás se sintió ni se pensó
extranjero.
De las diversas actitudes que se han adoptado ante la obra de Barba
Jacob, sin más o menos olvidar al individuo que la compuso, las que
acabamos de mencionar no son únicas. Ya hemos recordado que su
aprendizaje más visible lo alcanzó con la lección de Rubén Darío. Tampoco
podrían haberle sido ajenas, entre los autores que cita, las de Guillermo
Valencia y Leopoldo Lugones. A pesar de su amor a la figura de José
Asunción Silva, que advirtió "incomparable de sencillez, de dolor y de
rebeldía", eco suyo directo no se sospecha en su poesía. De Salvador Díaz
Mirón, a quien dedicó elogioso ensayo, pudo tomar, como también de
Valencia, el excepcional pulimento de la forma que siempre practicó: "Soy
un poeta de producción lenta, difícil, dolorosa”. Y fue aún más lejos de
Valencia y de Díaz Mirón, que nunca se manifestaron tan humildemente
inconformes, como él a pesar de su arrogancia, con varios de sus propios
poemas. Gran cantidad de éstos, deliberadamente olvidados, se han perdido.
Lo que no ocurriría por los azares de su existencia o los continuos
desplazamientos. Ya que mantuvo esmerada custodia, sin alejarlas del
inmediato alcance, por las que con afecto llamaba sus "canciones". Ellas
fueron muchas veces, en los viajes que desde adolescente y sin rumbo fijo
realizó a otra ciudad o a otro país, junto con un cuaderno de apuntes, el único
equipaje que le acompañaba.
La opinión más generalizada es la de un predominio romántico dentro
del modernismo de Barba Jacob. El mismo lo confirmó: "Yo pomposo, yo
romántico, yo engreído, yo delirante, yo prestidigitador". Sus limitaciones
podrían derivar en parte de esa autosuficiencia. Aminorada, es cierto, por
severa autocrítica. Federico de Onís habló de un retroceso suyo hasta Edgar
Poe (sin mencionar a Baudelaire, inevitable) y hasta los clásicos castellanos.
Y, sobre todo, a la "afirmación única, límpida y amarga de la desesperación y
la nada individual". Por eso, en sus celosas clasificaciones, lo coloca en la
que se presentó dentro del postmodernismo como "reacción hacia el
romanticismo". Años después, en 1941, Xavier Villaurrutia pareció confirmar
esa ubicación en Laurel, antología de la poesía moderna en lengua-española.
A esto conviene añadir que, aun cuando al proclamar su "trascendentalismo"
poético, hablaba de la necesidad de abandonar las bellezas formales de sus
maestros en busca de una más profunda (entenebrida, deseara él)
manifestación de lo humano, jamás pudo o quiso Barba Jacob superar la
seducción de su lenguaje modernista. "Yo trabajo en este glorioso empeño",
solía o fingía creer. Para finalmente declarar que la técnica apropiada a este
propósito: "no puede romper a muerte ni con las formas ni con el espíritu de
la tradición". El espíritu de la tradición poética: que no dejaba de formar parte
de aquello que reivindicó como suyo, más allá de falsas apariencias, la
rebelión del modernismo.
Entre las páginas que pretenden dar cuenta de la poesía de Barba Jacob
existen infortunadamente otras en las que la ligereza y la inexactitud se
acompañan. Un distinguido historiador de la literatura hispanoamericana, por
ejemplo, dictamina que, en medio de sus vehemencias y desesperaciones, "no
logró dar salida poética a ese mundo interior que le ahogaba el corazón". Y
para nuestra sorpresa supone: Más que cantos, le oímos quejidos". Cuando
seguramente se basó en palabras del poeta que tienen otro sentido:"(Mi
poesía) está llena de temblores, de relámpagos, de aullidos". Presume
artísticas, pero no poéticas, las que da por simulaciones en que se pervertía su
exageración. Oponiéndolas a sus momentos de sinceridad, imagina que en
éstos "no siempre vio claro en su propia hondura". Tampoco le fue del todo
favorable, sin llegar al extremo anterior, el juicio de Sanín Cano: "Su poesía
señaladamente personal, honda y no exenta Vaguedades y desvíos". La
salvedad que aquí se expresa semejaría delante, no a la poesía de Barba Jacob
en la que son casi habítales la exactitud y la seguridad de la expresión, sino a
la vida escandalosa de su hacedor, con todo aquello que en ésta se mezcló,
indiscerniblemente, de lo que la opinión de las gentes distingue como
fatalidad, nobleza o ignominia.
La porción más valiosa de la obra de Barba Jacob fue escrita lejos de
Colombia, de donde partió a los 24 años. Desde entonces residió en México
con las interrupciones, varias veces forzosas, a que le conducía la sobrada
beligerancia de su actividad periodística. En 1927 decidió venir a recorrer sus
pasos en Colombia. Ya no era Miguel Ángel Osorio (su nombre verdadero),
ni Main Ximénez, ni Ricardo Arenales, sino Porfirio Barba Jacob. Al volver
de nuevo a México en su viejo amigo, el poeta simbolista Enrique González
Martínez, se dolió de encontrarle arruinado el cuerpo y con "un alma sin
posible redención". Si, taciturno, había dicho ya todo cuanto tenía por decir
en poesía. En un lenguaje que, si conmovedor (y de eso se trataba), no era
nuevo ni original. Sino delirante en la pasión, depurado por el arte y
enriquecido con personalísimo acento. Fue siempre un exaltado y no habría
podido escribir sino la que nombró "rima errante por noches de pavura". Sus
exacerbaciones fueron ineludibles. Y serían comienzo de aquella decadencia
física y espiritual. Siguió amando a Colombia como la patria de su infancia y
de su adolescencia. Y a México, patria de su juventud y de sus ilusiones. Este
último país iría a ser escenario de su prolongado, melancólico final. Entre las
compensaciones que allí tuvo, una pudo ser la de quedar incluido Ricardo
Arenales en un volumen riguroso y polémico: la Antología de la poesía
mexicana moderna editada por "Contemporáneos" en 1928 y de la que se
responsabilizó Jorge Cuesta: "Por el espíritu de las influencias que ha
recibido (se dijo en ella), Ricardo Arenales es un poeta de México". Al
comentarla Bernardo Ortiz de Montellano, otro poeta del grupo
"Contemporáneos", exaltó esta inclusión: "El soplo de Poe circula por las
venas —sangre profunda y doliente— de la poesía del gran poeta que sin
desmayos, ajeno a la languidez y a la melancolía superficial, prende en los
ritmos más puros la exasperada voz de su dolor". Ya hemos mencionado la
aparición suya en Laurel. Villaurrutia, en el prólogo, le situó como
paradigma de que "la angustia de un drama personal se resuelve, en última
instancia, en música, canto y apasionada sensualidad". Esta segunda
figuración, en cambio, no vino a ser favorecida por Octavio Paz, quien en
1982 reiteró: "Entre los poetas de esta segunda sección (de Laurel) hay uno
cuya presencia, a pesar del aprecio que le profesaba Villaurrutia, me parece
una desafinación: Porfirio Barba Jacob. Por su acento elocuente y la
musicalidad de su prosodia, uno y otra no carentes de noble intensidad, Barba
Jacob es un modernista rezagado".
No se declara cerrada la discusión sobre la poesía de Porfirio Barba
Jacob. Algunos, ya se ha recordado, le mencionan como discípulo de los
grandes maestros del modernismo por haberse servido de su gracia
idiomática, de su retórica, de su vocabulario. ¿Contó él, a su vez, con
discípulos? En Colombia quizá pueda hablarse de su huella, apenas
perceptible en unas voces, en primeros poemas de Aurelio Arturo y de
Antonio Llanos. Si se atiende a la fecha de nacimiento y mostrando algo de
laxitud, hasta se le podría incluir, como críticos lo han hecho, en la segunda
generación de modernistas hispanoamericanos. Cuya edad no excedía de la
suya en contados años. Pero ha Prevalecido, con mejores argumentos, el
primer criterio: ser sucesor de la estética y de las formas poéticas de Darío,
Valencia y Lugones, Principalmente. Y es entonces cuando debe aceptarse
que son inexistentes las novedades que Barba Jacob trajese al arte poético
dentro de la renovación que, habiendo llegado al punto culminante tales
estética y formas, cumplían los poetas jóvenes de su época yendo contra
ellas. La "reacción hacia el romanticismo" que mencionó Onís es preciso
tomarla menos como avance que como un salto atrás. Barba Jacob no innovó
en la concepción ni en la escritura de la poesía. Se estableció, con fuerza y
dignidad singulares, en su ser romántico y en el lenguaje modernista. Sin
duda, refino intensamente este último, matizándolo además de su poderosa
personalidad. Lo que dio a su canto un alarde verbal que por poco decaía no
en la música sino en la altisonancia. Y esto no hubiera sido concebible en él,
tan sabio artesano de su verso, como fruto de descuido o de desacierto.
Pensaba a si mismo que, en poesía, el lenguaje es y seguirá siendo siempre
convencional. Desechando, con esa suposición, el habla coloquial que otros
poetas habían comenzado a insinuar. Es suerte que en sus mejores poemas la
melodía verbal, en vez de enardecerse, se afina. Con orgullo confesó haber
seguido, en definitiva, "aquel consejo final de Pedro Henríquez Ureña sobre
la eficiencia imprescriptible de la musicalidad".
Repasando una colección de El Hijo Pródigo, la bella revista de Xavier
Villaurrutia que estimuló nuestra atención a la poesía y a temas que con ella
se relacionan, encuentro una nota de Gilberto Owen, otro celebrado poeta del
grupo "Contemporáneos". Owen residió, con vínculos familiares, largo
tiempo en Colombia. Se refiere su escrito a la publicación que de Poemas
intemporales de Barba Jacob hizo en 1944 en ciudad de México la editorial
que ocasionalmente llevaba el nombre de "Acuarimántima", una de sus más
conocidas composiciones. Destaca que "de entre los ásperos breñales que
rodean a aquel pueblecito andino (Santa Rosa de Osos, cuna de Barba Jacob)
surgió el delirio verbal más alto, más violento y más rico que se haya oído en
América. "Pues lo del Chocano a voz en cuello no era eso (aclara en seguida),
sino una catarata de gritos ensordecedores". Da una fugaz imagen, que no
llega a ser ingrata, de la propia persona del poeta: "Sólo una vez, de paso por
algún puerto, nos encontramos su rostro agudo y cetrino; pero fue una noche
en que su amargura rebosaba sarcasmo, y la repulsión nos hacía preferible no
haberle visto nunca. No supimos, pues, acercarnos a ese espíritu
indudablemente vigoroso, pero desconcertante". Menciona también la "limpia
verbosidad" de Barba Jacob, "en quien la palabra se goza a sí misma, y se
posee a sí misma, para engendrar a la palabra, que a virginal suena siempre,
en milagro de perpetua concepción". Agregando Owen una opinión que debe
leerse tan cordial como sincera: "Queremos decir, con esto, que todas las
palabras del colombiano (Valencia, Arenales, De Greiff) suenan a
"Acuarimántima", a nombre exacto, fiel e inaudito".
Barba Jacob explicó varias veces con lucidez su concepción de la
poesía. Soñaba en alcanzar una expresión desnuda, dejando atrás esos faustos
modernistas que, con el correr del tiempo, los hallaría superficiales. Podemos
pensar entonces que su drama, su drama poético, no fue de desatención sino
de incapacidad para eludir una estética que había creído inconmovible: el
imperio de la musicalidad. ¿Tendríamos que seguir lamentándonos de ello?
Dijo el autor de "Balada de la loca alegría" con autenticidad y atrevimiento,
en lengua bella, intensa y certera, no importa si en instantes heredada,
algunas cosas que debió sentir profundamente. Y otras que con igual hondura
imaginó. Esto acaso baste para no dejarnos lanzar en la parcialidad o en la
injusticia a que a veces conduce locuaz, el continuo requerimiento.
Eduardo Castillo
1963
A Eduardo Carranza
Mi primer encuentro con Eduardo Carranza* debe haber ocurrido hace años,
pero de él mantengo imagen tan fresca que me parece cosa de ayer: la tarde y
la esquina bogotanas donde un joven poeta, a quien ya rodeaba una vasta
admiración fervorosa, conversaba, alto, alegre, vertiginoso, adorador de todas
las cristalinas presencias de este mundo, detenido por un adolescente casi
silencioso que después no dejaría de sentir para siempre el calor de su
amistad y la fascinación de su verso. Evoco ese primer diálogo de dos
borrosas siluetas en aquella equina, sin que acierte a decir si son los mismos
los que luego se han encontrado, como ahora, muchas veces. Quisiera que de
algún modo pudiésemos ser los mismos. Hemos vivido tantas fugitivas vidas,
hemos sido tantos seres que en sucesivos instantes aman, sufren, se
apasionan, son indiferentes y sueñan encarcelados dentro de un solo cuerpo
Si permanece vivo este recuerdo y si acertara a fijarlo con palabras es para
afirmar la perseverancia, a través o a pesar del tiempo, de mi afecto por
Eduardo Carranza y la seguridad con que en mí se ha mantenido la devoción
por las sorprendentes virtudes de su poesía.
No considero necesario insistir de nuevo en la importancia que, hacia
1935, tuvo en las letras colombianas la aparición de unos poemas de
extraordinaria levedad, hondura y casi inmaterial belleza. Canciones para
iniciar una fiesta, publicado al siguiente año, representó en la historia de
nuestra poesía, además de una azulada visión en la que asoman y se
desvanecen las más aéreas criaturas que habían presentido los hombres de
esta tierra, un adelgazamiento de la expresión, un hallazgo de finísimos
acentos, una búsqueda de la manera de llegar a libertarse de tonos de oquedad
y altisonancia que, después de un modernismo excesivamente prolongado,
quisieron también superar otros intentos de poner al día nuestro lenguaje
poético. Son Eduardo Carranza y Aurelio Arturo, a pesar de ser tan diferentes
entre sí, los dos poetas en los que hoy se reconoce que mejor representan en
Colombia, por los años treinta, la adivinación de nuevas y deslumbrantes
corrientes de la poesía contemporánea. Quienes han venido después de ellos
de alguna manera, aun a veces sin saberlo, son herederos de la música de sus
versos.
La poesía colombiana comenzó a perder desde entonces, en sus mejores
momentos, una cierta pesantez oratoria a la que tanto contribuyeron los
ejemplos neoclásicos, románticos y parnasianos. El habla poética, como con
la nostalgia con que se pretendiera una tradición, comenzó a hacerse, tal lo
fue en las grandes intuiciones de un José Asunción Silva, más inmediata,
eficaz, luminosa. Era el camino que aproximaba, en ambición de más amplio
alcance, a cualquier posible mudanza de nuestra poesía.
1974
Creo haberle conocido hacia el final de sus estudios universitarios por los
lados de "La Fortaleza", luego de los mediodías y tardes del "Asturias", pero
tal conocimiento debió ser en extremo breve y hoy lo imagino imprecisable.
Después se me presenta su delgada figura, su compañía por la calle con libros
y abrigo bajo el brazo o en la conversación del café, habiéndosele acentuado
en firmeza con los años las líneas del rostro, en el que dominaba en boca,
ojos, dientes, una alegría tenaz. Sus rasgos acusaron bien pronto empeño
varonil, reciedumbre de carácter, rigor ante los demás y ante sí mismo; sabían
también reflejar la razón verdadera de sus dudas e insatisfacciones-Como el
trato social era estímulo de su inteligencia y temperamento, compensaba sus
encierros, desde entonces, con largas horas cordiales de reunión. Su amistad
fue siempre generosa, entera, sin sombras.
No hizo parte del grupo de poetas que sucedió a "Piedra y Cielo",
orientado aún, en la mayoría de ellos, dentro de tendencias dominantes en
aquel momento de la poesía colombiana. De ese grupo iba a surgir, en
algunos, una separación definitiva con la obra de sus antecesores inmediatos.
Unos años menor, Jorge Gaitán Durán pudo quizá advertir, en el despertar de
su vocación poética, la lucha que se planteaba por lograr para la lírica, llena
entonces de intenciones formales, una mayor densidad. Debió atraerle
vagamente la reacción hacia una poesía que ha pretendido ser menos esbelta
que expresiva. Aunque no fuese del todo decidida, su preferencia se orientaba
también en la búsqueda de una nueva dimensión imaginaria.
Su primer libro de poemas, que aparece en 1946, muestra ya, a pesar de
cierto balbuceo inicial e ineludible, la separación que intenta de una temática
y unos tonos anteriores en nuestra poesía. Insistencia en la tristeza recoge los
versos escritos hacia sus veinte años, naturalmente impregnados de
sentimientos y ardores juveniles. Su nombre mismo anuncia el halago de la
pesadumbre. Sus desolaciones son literarias o demasiado humanas, como se
quiera, pero corresponden a un ciclo vital. Junto a su libertad frente a las
corrientes imperantes, se anuncia en él uno de los dones a que jamás fue
extraña la obra de Gaitán Durán: la hermosura de la palabra. Quien relea esas
páginas, un tanto olvidadas por la mayor significación que posteriormente
alcanza su obra poética, no dejará de reconocer en ellas una gracia naciente
que iba más tarde a llenarse de sentido y fuerza perdurables.
Varios escritores volvieron por entonces a plantear en Colombia la
necesidad de que el poema participase de la vida y de las aspiraciones del
pueblo en lucha. Este llamado coincidía con la vasta agitación política que se
extendió, a lo largo de oscuros acontecimientos durante interminables días y
noches sangrientos, desde 1946. La mayor parte de los intelectuales estaba
del lado de las gentes vencidas y humilladas. Algunos quisieron que su obra
reflejase aquella ola trágica y pudiese servir de aliento a la insurgencia
popular. Se discutía acerca de la eficacia que acaso lleguen a alcanzar, en este
sentido, la literatura y las artes; si se trata de tal eficacia a través de la poesía,
nuestro escepticismo, por razones otras veces explicadas que ahora no vienen
al caso, siempre se ha mantenido irreductible.
Presencia del hombre no corresponde con exactitud, en 1947, a este de
poesía combatiente que se pregonaba, pero en sus versos es visible un
sentimiento de amor y de solidaridad hacia las batallas del hombre
contemporáneo. El poeta quiso objetivar su acento: no son sus personales
angustias las que le obsesionan, sino aquellas en que interviene el sino de la
colectividad. El hombre, el semejante, el hermano, se hacen presentes. Una
esperanza de redención se agita en ese libro vibrantemente. Si afirma con
orgullo la soberanía del hombre, es asimismo para reclamar el deber
imperioso de su libertad. La voz de la poesía anhela confundirse con la voz
humana. Sin entrar de lleno en la arenga, serenando, embelleciendo el eco de
sus palabras, el poeta expresa la esperanza de un mundo futuro, más feliz y
armonioso, en el que el hombre pueda realizar la plenitud de su destino.
Gaitán Durán, por otra parte, iba a mantener siempre despierta una
preocupación lúcida por la suerte de nuestro pueblo, manifestada a través de
diversos escritos en prosa, o en problemas denunciados en la revista Mito, o
en su trabajo ocasional de columnista de diarios y gacetas políticas, o en
ensayos de aguda perspicacia como el que en 1959 intituló La revolución
invisible. Desechó la idea de que pudiese existir una calidad intelectual
independiente de la calidad humana: "Todo edificio estético —dijo—
descansa sobre un proyecto ético. Las fallas en la conducta vital corrompen
las posibilidades de la conducta creativa". En esta convicción se afirmaban
sus inquietudes sociales.
***
***
Ni tú en mi lecho, dormida,
ni mi libertad despierta,
pueden abrirme la puerta
de la existencia perdida.
***
***
***
1963
Álvaro Mutis
"...si estas y otras tantas cosas suceden por encima de las palabras,
por encima de la pobre piel que cubre el poema,
si toda una vida puede sostenerse con tan vagos elementos,
¿qué ajan nos empuja a decirlo, a gritarlo vanamente!
¿en dónde está el secreto de esta lucha estéril
que nos agota y lleva mansamente a la tumba?"
***
***
Demoraste en la paz
del Sur definitivo,
hoja lenta que otoño
baja como una lágrima.
A tu lado bebí
agua profunda y fresca.
¿Y quién mi fiebre
pulsará, la mano huérfana? Una palabra más,
un ademán apenas
de adiós y se rompiera
tu cielo de silencio.
En los poemas de Rogelio Echavarría no es insólito hallar la confluencia
de la velocidad expresiva con la pluralidad de emociones inconexas o
contrarias. Ya he mencionado su versión del sin sentido, de 1a sin salida que
encierra al hombre en el laberinto diario. El significado de algunas
composiciones, de ciertas metáforas, de uno u otro Verso, posiblemente
escapará de momento al lector. Mas no la intuición de las vivencias que los
han hecho posibles. Ello está lejos de insinuar que su lenguaje se complazca
en la oscuridad; es audible en él ese diálogo entre poeta y lector en que se
define, en último término, la magia del poema.
Giovanni Quessep (1939) se inició con poemas en los que un tono reflexivo y
desencantado parecía ser dominante: El ser no es una fábula (1968). Luego
su poesía fue canto y cuento, como la definen unas palabras de Antonio
Machado que colocó al comienzo de su segundo libro, Duración y leyenda
(1972): "Canto y cuento es la poesía. /Se canta una viva historia, /contando su
melodía". Imágenes que avanzan por entre sucesivas ondas de fábula y
cadencia. Sabiduría en el manejo de las arquitecturas clásicas del verso, desde
la tradicional canción española: "Me gusta —declaró— el lenguaje de la
canción, su intensidad lírica, su música. La estructura musical del poema,
soñada y pensada. Si busco lo conceptual en mi poesía, es lo conceptual dado
por la melodía". Simetría y acendramiento pero, al mismo tiempo, exaltación
del lenguaje. Primacía de la musicalidad y la fluidez sobre un vago, blanco
fondo en duermevela.
Gabriel Rodríguez, al referirse a esa esencia flexible del verso Quessep,
dice: "Que a esta altura un poeta sea capaz de flexibilizar la métrica
castellana, comunicándole sentido y sonido, resulta bastante sorprendente".
En Canto del extranjero (1976) debería señalarse también el realce de las
maneras de composición y, como antes en alusiones culturales apenas
insinuadas, una nueva visión enriquecida de temas que son su mundo poético:
el amor, en primer término, y luego algunas de sus ineludibles derivaciones
como el sueño, el olvido, el tiempo o la muerte. Realidad y poesía son en él
un mismo universo verbal. Él lo indicó así: "Tu historia es lo que sueñas /Lo
real es ya fábula naciendo de tu mano".
Ha seguido determinando la poesía de Quessep esa depurada
concentración, un uso de la palabra limitado a lo precisamente expresivo,
aquella sigilosa actitud ante la pronta y general abundancia. Todo esto
mostrado desde su primera colección de poemas. Ahora, con caracteres que el
tiempo deja ver mejor definidos, esas propiedades se acentúan en una
aspiración de una poética que, como la definió Rilke, intenta transformar el
objeto visible en esencia invisible:
Jaime García Maffla (1941) colocó como epígrafe de uno de sus libros unos
versos ajenos en los cuales se define su propia poesía: "A donde se escucha
/al hombre que está solo consigo". La grave e intensa obra de este joven
corresponde, ciertamente, a la actitud de para quien la imaginación solitaria
no sólo es el medio más propicio sino también el sustento poderoso de toda
experiencia poética. De ahí ese inagotable, persuasivo fluir de una meditación
que Incesantemente se apasiona en su poesía por plantearse, con originalidad
y hondura, suscitaciones eternas de la creación lírica. La realidad próxima
parece esfumarse por momentos ante la inquisidora mirada que recorre, ávida
de sí misma, secretas galerías interiores. La visión poética es en él de
exploración y de crítica de esa intimidad. Coincide por ello con algunos en la
comprensión de la poesía como un laborioso empeño de la inteligencia
gobernada por la imaginación y, desde luego, por la emoción.
"Son versos prismáticos, cuyas caras reflejan, cada una, una posibilidad
del poema", observa Pedro Gómez Valderrama refiriéndose a Guirnalda
entre despojos. Es ésta una de las características más valiosas de la obra de
García Maffla: la pluralidad de sentidos del poema. Con ella puede
mostrarnos las muchas fases de las cosas, las múltiples variaciones de las
señales que nos salen al encuentro. Y con ella sigue siendo inevitable la
sospecha de que, en definitiva, la poesía es creación verbal del mundo. Ese
lenguaje suyo, que en su rigor puede presentarse a alguien como demasiado
adusto, ha logrado precisamente a causa de su propiedad, una nueva versión
de la belleza idiomática, haciéndola más breve y casi silenciosa. "El arte de
escribir —se preguntó Martí—, no es reducir?". Concretar y adelgazar la
dicción para liberarla de una opulencia vacía y reconquistar así su poder de
representación su riqueza de significados. La palabra, si desnuda e
independiente como en estos poemas, quiere vivir sola y por sí misma.
Un amigo inglés, Derek Harris, notable conocedor de la poesía
contemporánea en español, me escribe al conocer Guirnalda entre despojos:
"Los poemas de García Maffla me han entusiasmado y me han dejado
conmovido con la extraordinaria fusión de fuerza y delicadeza de aquella voz
tan personal. ¡Y qué dominio formal —cada palabra en su lugar! Habita allí
el espíritu vivo del mejor romanticismo que poco a poco ha ido ganando al
falso canto de los “tenores huecos” que llenó y empobreció la poesía de habla
española".
«33 poemas» de Fernando Herrera
1959
DOS POETAS COLONIALES
Hernando Domínguez Camargo
Uno de los estudios que mejor han venido a tratar el tema del amor en
Sor Juana es el que recientemente le consagró Ramón Xirau. Para este
inteligente conocedor de su poesía, la expresión amorosa de Sor Juana le
recuerda la idea que nació entre los cátaros y pasó luego a los trovadores de
Provenza y Occitania. En Dante y en ellos, dicen Xirau, "el amor lo es de
verdad si es amor recíproco desgraciado. Sólo existe el amor cuando no se
realiza para mejor llegar a ser en un constante posponer las relaciones
amorosas. La espada que Tristán coloca entre los dos cuerpos desnudos es
uno de los símbolos más explícitos de este amor que se irrealiza para
realizarse".
"Amores que ella escribe sin amores", dijo el padre Calleja, su biógrafo,
para apoyar aquella afirmación de Sor Juana de que todo, verso y prosa,
excepto el Primero sueño, lo escribió "por encargo". Esos amores no son
ilusorios: alguien los vivió profundamente. Es no sólo más sugestivo, por
misterioso, sino también más verosímil, pensar que fueron propios y no
ajenos, porque en todo caso su vivencia, real o soñada, ocurrió sobre todo en
la poesía. Ello la impulsa en sus poemas a discurrir largamente sobre la
pasión amorosa. El amor, como en otros torturados espíritus, era en ella una
forma despiadada de la meditación.
Se presenta así la poesía de Sor Juana, en varias de sus muestras felices,
con un expresivo y espontáneo gesto en el que el hechizo poético deriva
preferentemente de la inteligencia. No quiero con esto insinuar que esos
poemas nos parezcan hoy, por cerebrales, carentes de emoción, sino que en
ellos la emoción, honda y conmovida a veces hasta el sentimiento, es en
primer término de orden mental. Decir que su poesía es inteligente no implica
frialdad sino eficacia de la pasión. Admitamos que en muchas ocasiones sus
versos merecen ser tomados apenas como goces formales y que en otras son
dóciles a la adulación cortesana, los motivan circunstancias enteramente
triviales o descienden al simple juego de conceptos y palabras. Por la
ocurrencia de esas debilidades no puede llegar a negarse el genio poético de
Sor Juana. Su acento valioso y sustancial nos lo entregan, hemos dicho, los
poemas de amor y el Primero sueño.
Primero sueño, que así intituló y compuso la Madre Juana Inés de la
Cruz, imitando a Góngora, es el nombre que los primeros editores dieron al
poema en que la poetisa penetró por el mundo del sueño y del conocimiento.
Es indudable que Góngora está presente en él: cultismos, imágenes,
procedimientos metafóricos y recursos estilísticos proceden de varios
modelos del poeta cordobés. Aunque la palabra "imitación" la hubiere
utilizado ella misma para referirla a ese texto y estudios críticos hayan
establecido con detalle tal influjo, no deja tampoco de ser evidente, como se
ha advertido, una divergencia esencial entre la observación interior del alma
en el poema de Sor Juana y el incesante apoderamiento de las formas
exteriores que caracteriza a la poesía gongorina. Sor Juana imitó allí el
lenguaje, más al mismo tiempo que imitaba estableció, por el contraste de
actitud, la originalidad de su expresión. Como lo dijo Alfonso Reyes, "supo
vaciar en el molde ajeno su propia sangre, su índole inclinada a la
introspección y a las realidades más recónditas del ser". No existe en el
poema de Sor Juana esa "exaltación de la realidad", de la realidad material,
de la realidad de los sentidos que, según la afortunada calificación de Salinas,
es en definitiva la obra de Góngora. Sor Juana moderó aquel ejemplo
mediante la necesidad, que seguramente la dominaba y la iluminaba, de
revelar el universo nocturno, el sueño, la noche oscura, la inmersión en el
espíritu del hombre.
En este poema de Sor Juana, el alma, en la travesía lúcida de un sueño,
intenta desentrañar de una vez al Cosmos por medio de la intuición pero,
fracasada, acude al conocimiento metódico y deductivo del cual también
duda, hasta cuando el cuerpo despierta y nace un nuevo día. El padre Calleja
sintetiza el asunto: "Siendo de noche, me dormí; soñé que de una vez quería
comprender todas las cosas de que el Universo se compone; no pude, ni aun
divisar por categorías, ni aun solo un individuo. Desengañada, amaneció y
desperté". Escepticismo, pues, no únicamente ante el amor sino también con
respecto a la posibilidad de conocer. De seguro quiso mostrar Sor Juana que
la razón es impotente para explicar al ser y al mundo. Ansiaba el
conocimiento, desconfiando de él. No es creíble que haya pensado en la sola
fe como medio para llegar a la verdad: su vida se resume en una compleja
aspiración por el saber. No olvidemos que, defendiendo los poderes de la
inteligencia, dijo ella que el Ángel es más que el hombre sólo porque
entiende más.
"Se trata del mejor poema filosófico en lengua española", escribe Ramón
Xirau en el ensayo a que antes se ha hecho referencia. El paisaje de Góngora
es la naturaleza resplandeciente, la luz, la seducción de las apariencias. El de
Sor Juana, falto de aquella reverberación, es, tal como Xirau lo observa,
paisaje puramente intelectual: “Un poema hecho del material del tiempo que
se desliza de la noche al día y, más concretamente, por lo que toca a los seres
vivos, del dormir al despertar”.
Se ha hecho notar que, gracias principalmente a ese poema, la poesía de
Sor Juana se relaciona, por delirante y soñadora, con la de nuestra época.
Entre algunas confesiones declaró Sor Juana que ni aún en el sueño se libraba
"de este continuo movimiento de mi imaginativa". El sueño le era, como la
poesía, estado de conocimiento. Poetas posteriores, afirmándose en esta
creencia, han aventurado que el enajenamiento poético, la inconsciencia, los
éxtasis y la sustancia de los sueños son los medios capaces de entregar, o por
lo menos de insinuarnos, una revelación distinta sobre lo real. La criatura
humana intenta trascender las cosas que nos limitan y rodean: la existencia
verdadera está más allá de sus mezquinas contingencias. Nuestra vida secreta
no cesa de comunicarse con otra infinita realidad, " más vasta, anterior y
superior a la vida individual". Así lo vislumbraron, iluminados, aquellos que
estuvieron más cerca del origen de la poesía moderna. El alma poética de Sor
Juana no fue extraña a tales profecías o adivinaciones. Ello no dejará de ser
motivo para el reconocimiento a su obra.
1968
DOS ENSAYOS EJEMPLARES
Vanguardismo: Sus antecedentes modernistas
Cuando, años más tarde, estalla con gran estrépito en Buenos Aires el
ultraísmo argentino, blanco preferido de sus ataques fueron la persona y la
poesía de Leopoldo Lugones. Modificando burlescamente el título Lunario
sentimental por un paródico Nulario sentimental, Jorge Luis Borges, joven
capitán de la revuelta ultraísta, escribió contra Lugones: "Ni sufro sus rimas,
ni me acuerdo del tétrico enlutado ni pretendo que sus imágenes,
divulgadoras siempre y nunca ayudadoras del pensar, puedan equipararse a
las figuras orgánicas que muestran Ramón Gómez de la Serna y Rafael
Cansinos Asséns".
De ese ataque juvenil al autor de Lunario sentimental iría Borges a
arrepentirse pasados unos cuantos años. Ya en prólogo a la Antología Poética
argentina que en 1941 seleccionó, junto con Silvina Ocampo y Adolfo Bioy
Casares, hizo nacer toda la poesía ultraísta del ejemplo poético de Leopoldo
Lugones. Confesó entonces Borges: "Tal vez Lugones fue el primer poeta
argentino que cuidó cada línea, cada epíteto cada verbo. El ultraísmo exageró
estas atenciones y no paró hasta la desintegración del poema". Y finaliza, no
ocultando ya su decepción, con la confidencia de que el ultraísmo "durante
quince años se consagró a reconstruir los borradores del Lunario
sentimental".
Dando testimonio de honestidad intelectual enmendó así Jorge Luis
Borges sus primeros juicios contra la poética de Lugones. A quien finalmente
terminó por admirar como a uno de los grandes maestros de las letras
hispánicas. Una de aquellas rectificaciones del antiguo enemigo ultraísta la
hizo en conferencia que dictó en la Unión Panamericana en 1962. Donde
manifestó: "Yo he pensado que todo suicida muere asesinado por sus amigos,
asesinado por todos, como murió César. Todos nosotros tuvimos alguna parte
en el suicidio de Lugones. Lugones, además, era considerado, con toda
justicia, como el primer poeta argentino, pero los jóvenes lo atacamos
injustamente, acaso para librarnos de su poderosa gravitación. Todos
sentíamos su presencia. Todos sentíamos que escribir bien era escribir como
él. (...) Todos fuimos injustos para él. Todos inventamos que algo se había
hecho después que él no había hecho antes. Sé que lo que yo pueda decir
ahora no puede tener importancia para Lugones. Si Lugones existe en alguna
parte, está mucho más allá de estas pequeñas mezquindades de la nombradía,
de la gloria, de la justicia póstuma. Pero yo sé que aquí estoy cumpliendo con
mi deber honrando a ese extraordinario poeta, del cual todos descendemos y
que ha sido injusta y acaso deliberadamente olvidado".
El caso del uruguayo Julio Herrera y Reissig es diferente. Jamás
alcanzaría reconocimiento oficial, pero desde poco después de su temprana
muerte fue admirado, como creador genial, por los jóvenes vanguardistas del
continente. Y aun cuando en vida no publicó ningún libro, su nombre y sus
poemas circularon ampliamente en prensa hispanoamericana de esos años,
más culta, más política, más literaria y menos comercial que la de ahora.
Fueron así influidos por Herrera y Reissig poetas tan distintos entre sí como
Luis Carlos López en Colombia, Ramón López Velarde en México, Vicente
Huidobro en Chile y César Vallejo en Perú. En 1910, a unos meses de su
desaparición, circuló el primer libro suyo, ordenado por él mismo, que &e una
antología de su obra: Los peregrinos de piedra.
Con conocimiento de los clásicos castellanos, incluso de Góngora,
proscrito entonces por los pedagogos y tildado como ejemplo de mal gusto,
las lecturas favoritas de Herrera y Reissig debieron ser simbolistas. Y, entre
éstas, la del poeta francés Jules Laforgue (nacido en Montevideo en 1860 y
muerto en 1887). Se ha supuesto que la poesía de Laforgue penetró en
nuestros países hacia 1920. Pero tal conjetura sería inexacta si se considera
que, en casos como los de Herrera y Reissig, Lugones, López Velarde y León
de Greiff, el ejemplo del autor de L'imitation de Notre-Dame la lune fue
seguido desde comienzos de siglo. Se piensa que la importancia de Laforgue
supera lejos de Francia a la que le conceden dentro de las letras de esa nación.
La revolución que originó Laforgue en la poesía simbolista se cumplió en
aspectos diversos. La incorporación a la creación poética, en primer lugar, de
un nuevo elemento: la ironía. Y, junto a ésta, la multiplicación de imágenes
novedosas. Y una extraña y sugestiva adjetivación. Ironía, lenguaje coloquial,
verso libre, metáforas sorprendentes, rareza de epítetos. Todo ello, mezclado
a cierto gusto por lo popular son aportes con que Laforgue enriqueció la
poesía de varios idiomas. De ahí el culto que le han profesado personalidades
poéticas como T.S. Eliot. Su ascendiente en el modernismo
hispanoamericano fue notable. Allen Phillips, estudioso especializado en este
campo, señaló: "es posible que Laforgue haya sido, más que un estímulo
fecundo, una fuente concreta e inmediata de la legión de metaforistas que
surgieron con el modernismo". La escritura de Herrera y Reissig fue tan
intrépida como la de Laforgue. A la poesía de ambos son comunes palabras
rebuscadas, giros violentos, choques de lo literario y lo conversacional .Y,
bajo la máscara de la ironía, ocultamiento de una profunda tristeza.
Varias fueron las lecciones de Julio Herrera y Reissig, lo que explica la
amplitud y variedad de su influjo. Acaso fue el poeta de lengua española que
más leyeron nuestros vanguardistas de la generación siguiente a la suya,
desde México hasta el Río de la Plata. La más notoria de esas lecciones sería
la novedad y fausto de imágenes: "No hay, en nuestra poesía, otro ejemplo así
de ametralladora metafórica", escribió de él Enrique Anderson Imbert. Y
Neruda, exaltando al lunático montevideano, dijo: "Su locura verbal no tiene
parangón en nuestro idioma". Aparte de su lenguaje, merece mencionarse
también su onirismo, su mirada hacia las zonas irracionales del ser, por lo que
algunos le toman como poeta surrealista avant la lettre. Así desde un
principio se creyó, con la terminología de la época, que su modernismo era
un ultramodernismo. Fue el mismo Neruda quien lo dio a conocer en Madrid
a sus amigos de la Generación del 27: "Yo llevé la pasión herrerayreissigiana
a Madrid, a mi generación. Es verdad que algún brillante erudito se preocupó
alguna vez de él: existía la erudición, pero no la pasión. Nada más
apasionante que la poesía de este uruguayo fundamental, de este clásico de
toda la poesía. Así fue que leí a Vicente Aleixandre, y luego a Federico, a
Alberti, a Altolaguirre, a Cernuda, a Miguel Hernández y a algunos otros
más, las décimas góticas de Herrera y Reissig. Yo contrapuse al disparatado
criollo, con su centelleo de imágenes perturbadoras, al también uruguayo
Lautréamont, cuyo delirio sigue incendiando la poesía del mundo. (…) Al
leer a mis compañeros españoles la Tertulia lunática salían chispas verdes,
sulfúricos diamantes, y mientras más arreciaban las sorprendentes ecuaciones
de las décimas julianas, más fuertemente se comunicaba el poder poético del
uruguayo".
Recordemos algunas décimas de la Tertulia lunática:
1961
Otro recuerdo de Cernuda
Iniciémonos con unas confesiones propias, para traer luego las más
valederas de Aleixandre. La sola atracción de la novedad expresiva acaso no
explica totalmente cómo ella podía inducir a un lector Joven a escribir, a su
turno, poemas. La inconsciente vocación se asomaba en medio de la sorpresa,
como venciendo sobre un ejército de sombras, al recorrer unos renglones
trémulos y desgarrados. La poesía de Vicente Aleixandre contribuyó, con su
hermosa eficacia, a establecer esa zona de delirio y de magia que hace posible
el surgimiento de un verso. Nos situaba en un mundo en el que, con
frecuencia, el sueño es asombrosamente real. Mientras más nos escapáramos
de lo "poético" y de su lenguaje gastado y mellado, mejor podíamos
aproximarnos a la realidad sin nombre que intuíamos. Todo esto ha debido
presentarse de manera enteramente oscura o imprecisable: nuestros pasos
habrán sido siempre indecisos y sonámbulos. Los poemas de Vicente
Aleixandre nos abrieron entonces la relación con un universo desconocido,
insólito, deslumbrante.
Fuimos imantados por la novedad de los poemas de Vicente Aleixandre:
una deliberada incoherencia de imágenes, una tendencia que se establecía en
lo hermético, un bucear por las aguas más sumérgelas de la marea nocturna.
Se nos fijaba la aspiración de la poesía en revelarnos aspectos del ser
largamente inéditos. Ello ha dado ocasión a que varias veces se hable de
surrealismo en los poemas de Aleixandre reunidos en tres de sus primeros
libros: Pasión de la tierra, Espadas como labios y La destrucción o el amor.
El propio poeta no ha negado enteramente esta influencia. Alguna vez dijo:
"No he creído nunca en lo estrictamente onírico, en la «escritura automática»,
en la abolición de la conciencia creadora. Pero he de confesar la profunda
impresión que la lectura de un psicólogo, de incisiva influencia, me produjo
en 1928, y el cambio de raíz que en mi modesta obra se produjo. Mi segundo
libro, Pasión de la tierra, de poemas en prosa, escrito en 1928-29 y publicado
más tarde en México, rompía abiertamente con la tradición y era la poesía en
libertad, la poesía manando con hervor caliente del fondo entrañable del
poeta, aquí instrumento de un fuego que habríamos de llamar telúrico". El
mismo Aleixandre anota que en ese libro, Pasión de la tierra, tal fuerza
tomaba su manera más libre para manifestarse luego en los versos de
Espadas como labios. Y señala, en síntesis esclarecedora, la evolución de su
poesía: "Un bien diferenciado estado interior, más que un tema objetivo,
seguía dando todavía a cada uno de los poemas su unidad propia; aunque ya
en algunos el claro bulto de un tema con representación estaba manifiesto. La
destrucción o el amor acentuaba con relieve esta diferenciación y una rotunda
unidad exterior (sobre la interna) daba perfil y cuerpo a cada una de las piezas
que lo componían. Sombra del paraíso, mi reciente libro, es, en este sentido,
el último eslabón de una cadena evolutiva. No ha habido saltos".
En una cierta medida existe, innegablemente, influjo del surrealismo en
la poesía de Aleixandre. Mas ocurre que el surrealismo no se dio en la poesía
de lengua española, salvo una u otra excepción hoy casi no recordada, con el
carácter ortodoxo, de sumisión a una disciplina y a un programa establecidos,
que tomó en el país de origen. Allí su ejercicio obedeció a planteamientos
más rigurosos. No quisiera, sin embargo, que esto pudiera entenderse como
superioridad de conjunto del surrealismo francés, cuando en nuestro idioma,
al lado de esas obras de Vicente Aleixandre, pueden también señalarse en es
tentativa poemas de Pablo Neruda, Luis Cernuda, Octavio Paz, Enrique
Molina, Juan Larrea, Cardoza y Aragón o César Moro, siendo la mención de
estos nombres de veras parcial en dos sentidos: por limitada y por no ocultar
diferencias y simpatías. Pero es suficientemente demostrativa, en cambio, de
una calidad y de una plenitud.
Quisiera añadir que tanto en Hispanoamérica como en España se ha
escrito poesía surrealista, aunque, en el momento de escribirla, no se haya
pretendido atribuir poderes sobrenaturales a lo inconsciente. Ha sido más un
querer la conciencia de la inconsciencia, un lograr atención de la vigilia sobre
el sueño. ¿O sólo es surrealista la poesía que obedece al automatismo? ¿O es
que de veras se ha escrito poesía bajo el dictado automático, libre de la
voluntad y de la enmienda en el instante de su creación? Estas preguntas
asoman ya con aire trasnochado. Lo cierto es que el surrealismo pretendió ser
algo distinto de una retórica o de un movimiento literario. Implicaba, como es
sabido, la liberación del espíritu de las mutilaciones a que lo han sometido la
lógica y los convencionalismos sociales, una pretensión de desencadenar las
potencias oscuras de nuestro ser, una búsqueda Vertiginosa de lo intuitivo sin
mancha. Su esperanza de cambiar al hombre y a la sociedad no habría podido
jamás reducirse a un formulismo excluyente.
La aventura espiritual del surrealismo, pese a las limitaciones de sus
obras concretas, es una de las más admirables de nuestra época y rebasa,
luminosa de vehemencia subversiva, cualquier procedimiento, o limitemos,
entonces, el surrealismo a la escritura automática y comprendamos mejor lo
que significa esta recuperación para el hombre de sus perdidas riquezas.
Bretón, al cabo de los años, tuvo que reconocer el "infortunio completo" en la
historia de una escritura automática que pretendía transcribir directamente los
sueños sin ninguna interferencia de elementos insomnes. A causa de las
frustraciones a que condujo, a partir de una época dejó de considerarla entre
sus principios capitales. Que el descenso hacia el interior del espíritu no haya
observado, en otros poetas, esa técnica, no autoriza para desconocer en ellos
una actitud rebelde contra el largo monopolio de lo razonable y lo verosímil
y, más específicamente, su coincidencia con muchos aspectos de la
desesperada y singular hazaña del surrealismo por la libertad, el amor y la
poesía.
Vicente Aleixandre fue cumpliendo en su obra una tarea dilucidadora
que avanza desde sus libros primeros, si exceptuamos Ámbito, del
hermetismo a lo comunicable, de la oscuridad hacia la clarificaron. Tal
movimiento parece haberse desarrollado naturalmente, sin que fuese animado
de este especial propósito, pero con la adivinación de que así se cumplía el
destino. Aleixandre fue lúcido de su tránsito al escribir que la poesía "es un
camino hacia la luz, un largo esfuerzo hacia ella. Sólo mucho después —
agrega— yo he descubierto la claridad y el espacio celeste. Pero desde la
angustia de las sombras, desde la turbiedad de las grandes grietas terráqueas
estaba presentida la coherencia del total mundo poético". Aleixandre, hasta
llegar a En vasto dominio y Poemas de la consumación, sus últimos
volúmenes publicados, viene revelándonos esa universalidad del ser, esa
totalidad de hombre, meditador triste ante el tiempo, el espacio y el silencio.
Su cenital resplandor de ahora reconoce los orígenes en aquellos subterráneos
gritos que, horadando la piedra, iban finalmente a irrumpir en un precioso
manantial de transparentes imágenes.
La obra de Vicente Aleixandre constituye otro grande ejemplo de que la
tradición de la poesía es la de su mudanza permanente. Lo que en un
momento llegó a parecer desviación o exotismo —no es cierto: ¿Garcilaso,
Góngora, Darío?— se vincula de inmediato, si animado por una fuerza
convulsiva, a la corriente ávida de la literatura y o lenguaje de un pueblo. No
podría tomarse a la tradición como remedo o copia. Un poeta japonés expresó
mejor esta conjetura hace tres siglos, en breves palabras: «No pretendo seguir
los pasos de los hombres de antaño; busco lo mismo que ellos buscaron". Lo
que quiere decir que el verdadero poeta no imita las soluciones que antes se
han dado a los problemas poéticos, sino que debe buscarlas por sí mismo,
resolviéndolos nuevamente. La tradición de la poesía, es, así, la de la
cambiante y eterna historia de esas soluciones. Aleixandre es, en nuestra
época, uno de aquellos creadores que, hallándolas, ha alcanzado su
consagración.
1968
Recuerdo de Pedro Salinas
Pasó una vez por Bogotá Pedro Salinas. Se desempeñaba en ese tiempo como
profesor de una universidad estadounidense, posiblemente la Johns Hopkins
de Baltimore. Nuestra Universidad Nacional, que disfrutaba entonces una de
sus épocas mejores, tuvo la fortuna de contar con él como expositor de un
cursillo sobre poesía española durante varias semanas. Aún tenía entonces,
pasados los cincuenta años de su edad, algo de aquel poeta joven madrileño
que Juan Ramón Jiménez conoció en viaje siempre a cátedras de Sevilla,
París o Cambridge, "árbol bueno y cariñoso... alto entre sus ramas de
verdosísima salud estival... sonriente, rubio y rojo". La tragedia española de
1936, que debió sufrir con amargura y sobriedad, le había dejado una honda
huella que sin embargo no alteró la juventud de su corazón. Su inteligencia
estaba íntimamente acordada con su bondad. Su juicio se explayaba lúcido,
descubridor, agudo. Esa visita, como duchos años después la de Jorge
Guillén, entrañable amigo suyo, iba a ser tan breve como estimulante.
Era el año de 1947. Fue notorio el gesto de Salinas de haber encontrado
acá ambiente grato no sólo para su actividad profesional sino también para su
nostalgia de exiliado, que ya llevaba algún tiempo, en nación de lengua y
circunstancias diferentes a las de su origen. Acaso pensó Salinas residir en
Colombia, según lo manifestó en privado, y habría constituido su presencia
lección e incentivo notables en un momento en que los nuevos estudios de
filosofía y letras, a cargo ya de profesores especializados y exclusivamente
dedicados a su tarea, comenzaban a desarrollarse en naciente instituto con
perspectivas serias y modernas. Es presumible que el pudor de Salinas no
debió permitirle la oportunidad de que las propias directivas universitarias,
que acogieron su visita con el mayor afecto, llegasen a enterarse de este deseo
suyo. Y al poco tiempo, es cierto, se apoderaba del país una situación política
desoladora que también invadió las aulas universitarias. De modo que
difícilmente a Salinas le hubiese sido dado trabajar aquí con la plenitud y
fecundidad que siguieron acompañándole en esos años.
Dos meses más tarde de los sucesos de abril de 1948 en Bogotá, la
Universidad imprimía un volumen de ensayos de Salinas con el título de El
defensor. La intención al publicarlo era la de ofrecer un nuevo testimonio de
aprecio hacia el poeta y el catedrático que acababa de estar entre nosotros.
Tal propósito se frustró en gran parte por haber aparecido el libro a los pocos
días de esos acontecimientos, pero, sobre todo, por el hecho de que luego
vino a quedar largamente olvidada la edición en alguna bodega oficial.
Fueron contados, por ello, los lectores que entonces llegaron a conocer esta
obra.
Tenía Salinas en ese momento, y creemos lo ha de conservar en el
futuro, el prestigio de, añadida la destreza de la forma, ser uno de los poetas
más intensos y prosistas más sagaces de su generación. Compartiendo el
acatamiento general hacia la obra fuimos al trato de su persona. Raras veces
la nobleza y simpatía de un ser podrían acrecentar de tal manera la
admiración previa. Junto al respeto por su creación literaria, sobre la cual la
actitud guardada por él era, como pocas, discreta, Salinas suscitaba en torno
suyo una espontánea sensación de dignidad y calor humanos. Su fervor por la
poesía y por la indagación del poema fue de inmediato compartido por
quienes le rodearon. Condición suya era la de motivar el entusiasmo por
cualquier tema que desarrollase, revelándole aspectos inéditos de vivacidad y
sugestión.
No sólo era Pedro Salinas el gran poeta que leíamos en Poesía junta,
volumen argentino que recogió sus colecciones poéticas anteriores, sino
también el crítico excelente de quien estaban ya divulgándose, entre otros,
sus estudios sobre Rubén Darío Jorge Manrique y la literatura española del
siglo XX. Sensibilidad, talento, contemplación y sabiduría formaron su obra.
Fueron fértiles aquellos años de su producción. La capacidad expresiva se
diversificaba en poemas, ensayos, narraciones, comedias, todo dentro de "una
profunda, una unitaria comprensión poética del mundo". Nostalgia de
emigrado: su teatro, lo manifestó a quien esto escribe, nació en el exilio
norteamericano del requerimiento de escuchar con detención ciertos matices
de la lengua propia. Quería, necesitaba vivir en país de habla española; de
haber sido posible, como dije antes, en Colombia. Gozó de las reminiscencias
españolas que le ofrecieron Bogotá, Popayán y Cartagena. Viajó en seguida
por Quito y Lima. Residió luego temporalmente en la Universidad de Puerto
Rico, en el recuerdo de sus amigos la estación más feliz de Salinas en
América. Después, en diciembre de 1951, iría a morir en Boston.
No sé si en Salinas el renombre del crítico ha opacado un tanto al del
poeta. O, como sería más exacto pensar, si su poesía no cuenta ahora para los
últimos lectores con el favor de la moda. No es injusta la opinión de alguien
sobre la estrechez del medio literario en nuestro idioma: "entre nosotros la
literatura no tiene, cuando la tiene, sino actualidad". Sería acaso excesivo,
entonces, pretender que una poesía como la suya, de tan depuradas esencias,
pudiese resistir al olvido que la inautenticidad y la improvisación son capaces
de acumular. Es preferible, mejor, asumir que la indiferencia del ambiente no
ha tocado los poemas de Salinas. Está del lado de esta venturosa sospecha la
circunstancia de que sus libros de poemas han sido varias veces reimpresos,
una vez en forma total y de que, en los últimos años, se hayan publicado en
España una antología en Alianza Editorial y las poesías completas en Barral
Editores. Ello es índice de interés por el verso de Salinas.
Desde los poemas de Presagios, pasando por los de Seguro azar, Fábula
y signo y La voz a ti debida hasta llegar a los de Razón de amor (o sea su
primer recorrido poético), la insistencia de la mujer amada ha hecho que el
juicio general sobre ellos sea el de que los anima un espíritu esencialmente
amoroso. Esa mujer, salvo momentos en que el tema es su ausencia, no
parece corresponder tanto a una idealización como a un ser concreto —"un
rostro serio, grave / una desconocida / alta, pálida y triste"— que se mueve en
el espacio y en el tiempo que vive el poeta. La existencia a su alrededor es la
urbana y corriente de escenarios y elementos de la vida contemporánea,
teléfono, el automóvil, el reloj, la velocidad. Ellos, a pesar de su naturaleza
técnica o aparente significado trivial, se adhieren estrechamente a la persona
amada. A su intimidad, a su cercanía secreta, a su sensualidad, a su ternura,
no permanece ajeno el universo circundante. Ya en uno de sus primeros
poemas quiso así Salinas a este amor:
1972
Jorge Guillén: Lenguaje y poesía
1970
OTROS POETAS ESPAÑOLES
San Juan de La Cruz
1956
Xavier Villaurrutia
***
De acuerdo con la frase de alguno, "poeta es el hombre que cree en su
genio, y artista el que lo pone en duda". Lo que vale tanto como afirmar que
no en todos los casos resulta suficiente ser dueño de un temperamento
poético sino que, además, es indispensable procurar los medios para no
perderlo. Aquello que apenas es promesa, se frustra fatalmente cuando se
confía a la riqueza de la sensibilidad. Quien es incapaz de discutir su propio
don poético, será todavía más incapaz de expresarlo. Nunca se alcanzará a
ponderar suficientemente la esterilidad de una poesía sin arte.
El prólogo de Villaurrutia a la antología Laurel, en el cual examina el
proceso de la poesía en lengua española a partir del modernismo es,
finalmente, una preciosa página de autocrítica. Se refiere allí a la influencia
de la corriente irracionalista en la contemporánea poesía de España e
Hispanoamérica. Dicha corriente está caracterizada, como es sabido, por la
importancia que concede al mundo de los sueños y al influjo del inconsciente.
Frente a esa tendencia se encuentra la que afirma y reclama la mayor
atención, la profunda conciencia del acto poético. La actitud conciliadora de
la poesía de Xavier Villaurrutia ante estas dos posiciones contrarias queda
definida en estas reveladoras palabras: "Conviene tener presente que, sin
desdeñar la corriente del irracionalismo, antes bien asimilando las nuevas
posibilidades y aportaciones de esta forma de libertad, otros espíritus se
mantienen dentro del sueño— en una vigilia, en una vigilancia constantes".
La intención de la mayoría de los poemas de Xavier Villaurrutia es la de
revelar su oculto espíritu de hombre, sus deseos recónditos, las zozobras del
corazón, las insobornables provincias secretas de un alma inasible. El poeta,
como lo expresó él mismo, lleva dentro de sí, en la oscuridad de su cuerpo,
un mar que lo recorre a tientas, un mar esclavo que no rompe sus riberas,
desolado, que ni siquiera asoma su espuma a los labios; la oreja sigue un
sordo rumor y él debe soportarlo, desde todos los siglos, como un
remordimiento. Las semejanzas que Baudelaire descubría entre el hombre y
el mar conservan un origen misterioso y ha de ser este tema, por su
fascinación y melancolía, uno de los motivos eternos de la poesía universal.
***
Mas no se trata de que el poeta parezca estar conmovido, sino de que
realmente lo esté. De esta manera puede interpretarse la reflexión de alguien
acerca de la necesidad de contener, hasta adelgazarlo, el ancho grito del
romántico. La poesía de Villaurrutia se caracteriza mucho por la repetida
contención de las emociones a través de la claridad de un espíritu. Despierto
y desvelado, este poeta no se dejó sorprender jamás, ni siquiera en el
abandono y en la marea de los sueños, por un primer envite hacia la amplitud,
hacia la desmesura. Se atuvo las más de las veces a la sentencia valéryana de
que, entre dos Palabras, debe escogerse la menor.
No se desdeñó para la creación de su obra la invitación al sueño de los
poetas irracionalistas. Pero una torturante vigilia debió presidir el surgimiento
de cada uno de sus poemas, de uno por uno de sus versos, de una a una de sus
palabras. Hasta un descuido mínimo, desde un punto de vista formal, sería
extraño en su poesía. El siguiente párrafo condensa su conducta poética:
"Pocas veces en América se une un temperamento poético bien dotado a una
cabeza reflexiva, lógica, severa. Confórmame los poetas con el instinto vago
y difuso en el que creen ver un don bastante por sí solo para desarrollar una
obra. Desdeñan o temen las normas del orden y hallan insoportable la
severidad que se opone a su abandono. Por eso en el cielo de nuestra poesía
nos alegramos en mayor grado a la vista de un solo poeta que prefiere el
orden al instinto, que frente a cien hombres de versos que no han salido jamás
de su regalada virtud poética".
En algunos de sus últimos poemas se advierte mayor acercamiento a la
expresión desnuda del deseo humano. Como por mucho tiempo estuvo
reprimida, fue lenta y vacilante la conquista de su libertad. No quiero decir, ni
mucho menos, que Xavier Villaurrutia consiguiera, a través de esa difícil
libertad, renegar de su antigua actitud y darse a una poesía menos elaborada.
Esos poemas también muestran las cicatrices de un proceso intelectual arduo,
más se abandonan deliciosamente al goce de los sentidos. La sensualidad —
dijo él— es una forma de la inteligencia. Pero su sensualidad es reflexiva y
obedece menos al desorden de la pasión que a la seducción de la mente.
Me parece que una preocupación tan irreductible por el imperio de la
más profunda conciencia había de provocar una frialdad forzosa que
conduciría, necesariamente, al escepticismo del poeta frente a la poesía. De
haber Xavier Villaurrutia creído menos en un imposible control absoluto del
intelecto sobre la inspiración, tal vez una parte de su obra se resentiría menos
de una perfección no siempre poética.
La nostalgia de la muerte es uno de los más constantes entre los
agobiadores sentimientos inspirados por la fuerza taciturna que arrastra al
hombre en el mundo. La muerte es el motivo de muchos poemas de Xavier
Villaurrutia, quien presintió a diario ("no hay hora en que yo no muera", dice
uno de sus versos) llegar callando su lívido paso:
1956
Octavio Paz
***
"Llévame solitaria,
llévame entre los sueños,
llévame, madre mía,
despiértame del todo,
unta mis ojos con tu aceite,
para que al conocerte, me conozca".
***
Otro tema que preocupa a Octavio Paz corresponde al título ya citado de
Poesía de soledad y poesía de comunión.
El poeta —dice Paz— es el desterrado de la sociedad contemporánea y
de allí que pueda hablarse de la clandestinidad de la poesía moderna. El culto
de la poesía respira un aire de conspiración, secreto y nocturno. Su rito se
cumple en pasajes subterráneos y en soledad absoluta. Todo ello mueve a Paz
a formular esta afirmación, que exasperará a algunos: "Esto no es una
metáfora: la poesía no existe para la burguesía ni para las masas
contemporáneas". Pero, asimismo, se tiene la esperanza de que la poesía
moderna, nacida de la soledad, sea poesía de comunión. El poeta, condenado
al destierro, adivina que en el punto extremo de su soledad termina su
condena. Porque allí, explica, donde parece que no hay nadie, surge el otro,
surgen todos. Como la poesía moderna corresponde, además, a una situación
que afecta a todos, el canto solitario puede llegar, un día, a ser palabra común
a todos los hombres.
Este tema corresponde al desarrollo de tesis surrealistas. Paz las estudia
con inteligencia apasionada. Analiza el programa surrealista de transformar la
vida en poesía para operar una revolución definitiva sobre los espíritus y la
vida social, hallándolo similar al programa romántico de Federico Schlegel.
Éste decía: "La poesía romántica... debe mezclar y fundir poesía y prosa,
inspiración y crítica, poesía natural y poesía artificial, vivificar y socializar la
poesía, hacer poética la vida y la sociedad, poetizar el espíritu..." Recuerda
cómo Novalis intentaba convertir a la sociedad en comunidad poética, en
poema viviente, en la que colectivamente grupos humanos producirían
poesía. Los surrealistas, al igual que los románticos, atacan los conceptos de
objeto y sujeto. Y las ideas de la inspiración, como manifestación del
inconsciente y de la creación colectiva de poemas, implican no sólo la
socialización de la creación poética, sino aún más: "Vivir poesía es ser
poemas, ser imágenes. El surrealismo no se propone tanto la creación de
poemas como la transformación de los hombres en poemas vivientes".
¿Pero es válida, por lo menos en los años presentes, la tentativa
surrealista que así quiere negar la creación de las obras poéticas,
disolviéndolas, a través de la pretendida socialización de la inspiración, la
vida y la acción colectivas? ¿Podemos pensar en el poema sin creador? No
podrá existirlo, en mucho tiempo, y a Octavio Paz, que estado tan cerca del
grupo surrealista francés y ha compartido, sustentándose en el triángulo
libertad-amor-poesía, algunas de sus singulares tentativas, debemos estas
palabras:"...independientemente de lo que reserve el porvenir a este grupo y a
sus ideas, es evidente que la soledad sigue siendo la nota predominante de la
poesía actual. La escritura automática... no está al alcance de los hombres. La
poesía no ha encarnado en la historia, la experiencia poética es un estado de
excepción y el único camino que le queda al poeta es el antiguo de la
creación de poemas, cuadros y novelas".
El arco y la lira es teoría de la poesía. La poesía de Octavio como una
importante porción de la lírica moderna, es también teoría de la poesía:
revelación del hombre sobre sí mismo. Teoría de la poesía y de su poesía.
Este admirable trabajo en prosa multiplica la obra poética suya, aclarando a
muchos su significado y evolución. Se comprende con cuánto interés se
camina por sus páginas, rigurosas en su necesaria precisión y desbordantes de
belleza permanente. Esta obra nos demuestra, en la plenitud de su mediodía,
que no se opone a la vocación poética, sino, por el contrario, le confiere un
significado, la asistencia del espíritu reflexivo.
No debe ser extraño, en nuestro tiempo, el caso de un poeta como
Octavio Paz, que en forma tan decidida se enfrenta al conocimiento de la
poesía. No debe serlo, porque si en algún modo el hombre contemporáneo ha
ganado algo, es en lo que respecta a la esperanza de una mejor concentración
de su espíritu sobre sí mismo. En esta aspiración, ningún otro análisis puede
ser tan fecundo como el de la experiencia poética. El día en que conozcamos
un poco mejor, en su vasto misterio y desolación, el oculto intento de la
poesía, habremos avanzado unos pasos hacia la revelación de nuestro ser más
profundo y verdadero.
1956
***
La poesía de Octavio Paz se afianza definitivamente dentro de lo que él
mismo ha llegado a calificar como la tradición más auténtica de la poesía
moderna: la tradición de la ruptura. A simple vista, los dos términos de esta
fórmula chocan entre sí. Tenemos por costumbre asimilar tradición a
permanencia y ruptura a derrumbe de toda continuidad. Sin embargo, ha
existido en arte la tradición de que en él se debe inventar permanentemente.
La historia de la poesía se nos presenta como una fértil sucesión de cambios,
unidos por secretos o inconscientes lazos, a través de los cuales se ha hecho
visible esta voluntad de romper para crear.
Acaso el poeta voluntariamente no asume siempre una actitud que sitúe
su obra en oposición a los modelos del pasado, sino que existe algo de veras
fatal en esta situación. El poema, como invención hombre, es nuevo y distinto
todos los días. La imaginación, que ya de tiempo atrás se la considera como
el impulso que orienta al poeta, lo mueve irresistiblemente hacia la novedad.
Se arguye que, al librarse de la repetición, alguno cree con exceso en su
propia originalidad. Ya sabemos que este sueño de lo nuevo y lo original
pertenece muchas veces a un mundo ilusorio: la invención es a menudo
reinvención, hallazgo imprevisto con el pasado. Pero no importa que al poeta
lo engañen en ocasiones las máscaras de la mutación. Lo que interesa señalar
es que su producción debe ser inseparable de la aventura. Octavio Paz, alerta
entre pocos a esta lección, es un convencido de la poesía como movimiento
perpetuo.
En un texto anterior de Octavio Paz, Signos en rotación (1965), se lee
que, contra la opinión corriente de que la poesía moderna es poema de la
poesía, desde Una temporada en el infierno de Rimbaud "nuestros grandes
poetas han hecho de la negación de la poesía forma más alta de la poesía: sus
poemas son crítica de la experiencia poética, crítica del lenguaje y el
significado, crítica del poema mismo". El hecho a que se refiere Paz parece
concentrarse en la concepción de la poesía como postura crítica ante el
lenguaje. El poeta, al hablar de las cosas, utiliza palabras que no se limitan a
designarlas, a otorgarles un significado, sino que, por su atracción poderosa
sobre las otras voces que las acompañan, son capaces, por sí solas, de
constituir una fuerza como de imanación o encantamiento. El lenguaje que
emplea el poeta no es, por ello, aquel que usualmente conviene a las
necesidades del trato social, sino uno que intenta terminar con esas
significaciones inmediatas y que, en desarrollo de su feroz intento, llega a la
vez a destruirse y a recrearse. Más aún: a destruir y a re las realidades.
Crítica del lenguaje y de su sentido convencional es, en uno de los
aspectos más dignos de ser destacados, el poema Blanco, de Octavio Paz, que
acaba de publicarse en rara edición orientada hacia la comprensión visual de
las páginas, los signos, los espacios. Este poema, de acuerdo con las
particularidades tipográficas que le son propias, puede ser leído de varias
maneras, o sea que tiene diversas significaciones. Ello concuerda con una
verdad que Paz ha sintetizado así: "Cada lector es otro poeta; cada poema,
otro poema". De modo que si el poema, en algún momento, parte del silencio
o de lo blanco para llegar al silencio o lo blanco, negando así toda acepción a
las palabras, aspira también, en otros instantes, a tener tantos sentidos como
lectores Igualmente el silencio y lo blanco pueden decir tanto como las
palabras. En alguna parte intenta Paz la abolición del entendimiento, la
destrucción del lenguaje. Esto parece ser evidentemente mallarmeano, como
las restantes obsesiones por la vacuidad, el silencio, la página, el espacio, lo
blanco. Paz ha reconocido que "si algún poeta del pasado reciente es nuestro
precursor, nuestro maestro y nuestro contemporáneo, ese poeta es Mallarmé".
Paz oscila entre suprimir el significado, como Mallarmé, o ir a la búsqueda de
la significación. Finalmente, habrá de entender al poema en esta última
necesidad, pero afirmando que "no es poeta aquel que no haya sentido la
tentación de destruir el lenguaje o de crear otro, aquel que no haya
experimentado la fascinación de la no significación y la no menos aterradora
de la significación indecible".
Podría entonces pensarse que Blanco corresponde a una forma de Poesía
experimental, pero más exacto sería afirmar que es, en el mejor sentido de la
expresión, poema crítico. Así llama el mismo Paz a Un golpe de dados de
Mallarmé: poema que lleva en sí su propia negación y que hace de ella su
punto de partida. Pero Blanco no es sólo eso, sino que constituye, por la
densidad y reverberación de su lenguaje, una de las más perfectas creaciones
verbales de la poesía contemporánea. Su intención es también la de
presentarnos las simultáneas visiones de lo real, un parpadeo de luces que se
encienden y apagan en ese espacio estrellado: la página. Poesía en
movimiento, blanco ofrece el movimiento de la realidad. Hace unos años,
Paz decía: los tigres beben sueño en esos ojos"; esa imagen de embeleso ante
una mirada se modifica hoy para darnos lo que hay también en ella de
movedizas llamas, de apariciones y desapariciones, de rápidos
deslumbramientos: "ojo jaguar en espesura de pestañas". Mundo en rotación,
poema que apasionadamente persigue reflejar el incesante torbellino de la
realidad. Al mostrárnoslo, Octavio Paz está al mismo tiempo renovando, en
actitud y palabra, la poesía de nuestra lengua.
1968
Borges en su poética
1970
***
Entre las rectificaciones hechas, las que acaso eran más previsibles son
las de cambiar los exclusivos términos argentinos por las correspondientes y
válidas voces castellanas. Con esta variación la palabra adquiere evidente
eficacia y puede escuchársela en un ámbito más extenso. La expresión, que
pierde su incierto color local, se acerca mejor a los distantes lectores. El
buscado carácter mitológico de la ciudad de Buenos Aires no merma
dimensión por el hecho de que el lenguaje con que se le delate no sea el que
forzosamente va de boca en boca en sus calles. Borges, sin eliminarlo del
todo y consciente de sus posibilidades creadoras, restringe a convenientes
límites el habla coloquial. La poesía gana con ello mayor entendimiento, lo
que de ninguna manera es motivo de deterioro o menosprecio.
La supresión de algunos versos la ha realizado Borges con acierto
asimismo indudable. Las tachaduras logran que desaparezcan ciertas
imprecisiones que ahora nos es dado apreciar. No todas ellas merecerían
fatalmente nuestra poco significante aprobación. Por ejemplo, lamentamos la
de un verso cuyo poder definitorio no es menor al de los restantes de aquella
vehemencia contenida que se encierra en "Mi vida entera": "Soy esa torpe
intensidad que es un alma". Pero en general lo borrado contribuye a destacar
los elementos poéticos que pensamos más perdurables. El sacrificio de
algunos versos, la mutilación de fragmentos y aun la eliminación, en los tres
primeros libros, de varias composiciones, todo lo cual suponemos no debe
haberse realizado con la íntima indiferencia del autor, despoja de cualquier
sospecha de vanidad al rigor con que se expresan la poesía y el pensamiento
poético de Borges.
Al término de este esfuerzo por llegar a una forma justa en la que
conviven armoniosamente el origen en esencia mágico de la palabra y la
transparencia, propiedad y donaire con que se la traza, Borges resume una
trayectoria que es la suya: "Es curiosa la suerte del escritor. Al principio es
barroco, vanidosamente barroco, y al cabo de los años puede lograr, si son
favorables los astros, no la sencillez, que no es nada, sino la modesta y
secreta complejidad". Ese barroquismo inicial —de su prosa, de su verso— es
una de las maneras de ser moderno con que soñó la juventud del poeta: el
ultraísmo, las metáforas raras, lo insólito. El sentido de la proporción y la
necesidad de ser verdaderamente expresivo darían desde entonces base a su
esperanza. Al bullicio que desde fuera llamaba para que se le celebrara, sabía
oponer el gozo en lo íntimo, la proximidad de una laboriosa revelación. Hoy
Borges, al referirse a la totalidad de su obra, declara haber estado "más cerca
del modernismo que de las sectas ulteriores que su corrupción engendró y
que ahora lo niegan". En el prólogo de El oro de los tigres, de 1972, nuevo
volumen que no alcanzó a ser incluido en la colección de poemas a que
venimos remitiéndonos, su confesión su aún más tajante: "Descreo de las
escuelas literarias, que juzgo simulacros didácticos para simplificar lo que
enseñan, pero si me obligaran a declarar de dónde proceden mis versos, diría
que del modernismo, esa gran libertad, que renovó las muchas literaturas
cuyo instrumento común es el castellano y que llegó, por cierto, hasta
España".
El modernismo del cual ha podido estar más cerca la poesía de Borges,
como por diversas razones parece tan natural como evidente, es el de
Leopoldo Lugones, cuya imprevista muerte ocurrió en 1938. A él ha
dedicado no sólo los más queridos de sus libros, El Hacedor, de 1960, y El
otro, el mismo, de 1967, sino, a lo largo de su vida, conferencias, ensayos y
hasta un curso en universidad norteamericana.
Desde cuando, en el liceo de Suiza, el joven poeta pretendía a novedad
al definir la luna, "con una suerte de estudiosa pena /agotaba modestas
variaciones, /bajo el vivo temor de que Lugones y hubiera usado el ámbar o
la arena". Lugones pudo igualmente insinuarle, con algunos de sus cuentos
fantásticos, la oposición que narrativa de Borges ha practicado al tradicional
realismo hispánico También procede de Lugones su aserción de que la
melodía es la esencia del poema, o sea el modo como se corresponden la
emoción y el sonido del verso. Lugones, el modernismo y el idioma en que se
entiende con los compatriotas atan su destino fatalmente, un poco a pesar
suyo, a España y a la lengua castellana. Porque, aclara, lo "exaltan otras
músicas más íntimas": la lírica inglesa y la alemana. La pasión argentina es
otra cosa: engendra la raíz de su alma (porque le acusan de un europeísmo
que, si bien entendemos, no resulta diferente a una manera de ser de Buenos
Aires). La España que admira no es la del lucimiento sino otra, silenciosa,
desgarrada y cálida, que a ratos pueden olvidar porque inexorablemente está
con él. El modernismo que acoge en Lugones es, desde luego, el de una
maravillosa aventura verbal.
De la poesía de Lugones le apartan la vistosa técnica, los derroches de
virtuosismo, la suma sapiencia en que no dejaba de incurrir el gran amigo y
discípulo de Darío. Borges ha sabido comprender que "el defecto de Lugones
es la falta de intimidad... (porque) le faltó la inocencia, la despreocupación de
Rubén Darío". Borges, no obstante ser un poeta de extraordinaria destreza,
que a todo momento expresar con perfección lo que quiere decir, no elude,
moderando el esplendor, la ternura de una confidencia ni la familiaridad de
un acento. Sabe asimismo, en un extremo, que sólo hacer sentir no satisface
al poema. Tampoco es suya, en el otro, la intención que experimentan ahora
algunos seguidores, de una poesía de helados ejercicios intelectuales,
sugerida quizá por continuas referencias suyas al mundo de la cultura, pero a
cuyo triste campo de razonamiento o de erudición Borges nunca ha intentado
llevarnos. Mairena nos recordaba, hace años, que el intelecto no ha cantado
jamás, ni es esa su misión, aunque tampoco llegase a concebir poesía sin
ideas. Guardando el equilibrio de este juicio se encuentran las mejores
composiciones de Borges. Ni brasa ni nieve, sino dinamismo esencial del
ritmo poético. Sonámbula o lúcida, pero siempre sensible, toda poesía es
inseparable de lenguaje y vida. La obra de Borges viene a darnos otro alto
ejemplo de ello y de que, como convencido su autor de la suficiencia de la
palabra, no incurre del todo en exageración quien, admirándola, piense que
en el poema puede cifrarse el misterio del universo.
1972
*Otra versión de este poema figura en el volumen Obra poética de Alianza Emecé,
Madrid,1972.
**Alianza Editorial, S.A., Madrid, 1972
Lezama Lima
Debe tenerse la obra de José Lezama Lima como una de las creaciones
en las que la imagen poética, devoradora del mundo como él la piensa, ha
descifrado más intensamente, para nuestra gozosa comprensión, secretas
esencias del espíritu hispanoamericano.
1971
1974
Luis Cardoza y Aragón en Bogotá
Debió ser hacia finales de 1946 cuando llegó a Bogotá Luis Cardoza V
Aragón. Venía como representante de Guatemala ante el gobierno
colombiano. De cuantos éramos los poetas jóvenes de ese momento, los que
veníamos después de la agitación que trajo "Piedra y Cielo", era acaso yo el
más interesado en la lectura de revistas literarias que se publicaban en la
capital de México, ciudad que compartía con Buenos Aires el liderazgo
editorial y cultural de Hispanoamérica: Romance, de los emigrados
españoles; Taller, cuyo Consejo de Redacción encabezaba Octavio Paz, y El
Hijo Pródigo, casi inimitable en su género, dirigida por Xavier Villaurrutia.
Las encontrábamos en las librerías o en los puestos de prensa junto con Sur y
los diarios dominicales bonaerenses. En éstos, desde los años de universidad,
leíamos ya con avidez, por ejemplo, a Jorge Luis Borges, el mismo a quien
otros, en su propio país y en los restantes de nuestra lengua, muchos años
después, descubrirían con retardado entusiasmo.
Han sido constantes en las páginas mexicanas los poemas y ensayos de
Cardoza y Aragón. Ejemplares los primeros en la correspondencia entre rigor
y sonambulismo y los segundos en el juego de novedad y lucidez. De ahí la
alegría, que creo haber contagiado entonces a mis amigos, con que acogimos
a quien, despreocupado de cualquier presunción diplomática, iba a ser en
adelante, en largas caminatas nocturnas, en la mesa de café, en su casa, un
nuevo compañero. Más cercano a nuestras inquietudes y esperanzas que
muchos de aquellos intelectuales con algún renombre, cuya camaradería
hubiéramos pretendido, pero evidentemente más interesados, en esos años
como siempre, en figurar en política. Y, siguiendo una vieja costumbre
colombiana, en conquistar con ella las altas vitrinas burocráticas. Muchas
noches nos reuníamos los amigos en la pequeña residencia de la legación.
Nos acompañaba a veces, silenciosamente escrutador, Aurelio Arturo, cuya
densa poesía, fragmentaria y escasamente conocida de la mayor parte de los
contertulios, nos ayudó a encontrar otros caminos a quienes queríamos
apartarnos de los excesos formalistas que acusábamos en el piedracielismo.
Las conversaciones se prolongaban casi hasta el amanecer. De vuelta a
nuestras casas, en pequeños grupos, continuaban sin tregua las menciones a la
poesía, a los poetas y a los libros. Casi todos habíamos publicado poemas,
pero después casi todos dejaron de escribirlos.
Nos interesaban también los aspectos teóricos y los problemas de la
poesía. Cardoza y Aragón vivió en su adolescencia y juventud largos años en
Francia, entre 1921 y 1929,1o cual incitaba nuestro interés para interrogarle,
por ejemplo, sobre el surrealismo. En 1932 se residenció en México, donde
desde entonces vivió en exilio casi permanente. Al llegar a ese país se
vinculó a su actividad cultural, a sus intelectuales y artistas, a su prensa
literaria y política. Inicialmente, a los poetas de la generación de
"Contemporáneos". Uno de los más brillantes entre éstos, el malogrado Jorge
Cuesta, había escrito sobre él unas líneas definidoras: "Cardoza y Aragón
atiza un incendio en incendio en su alma. Su temperatura interior es el rojo
blanco; su temperatura exterior es la del hielo. Entre esos dos extremos, su
temperamento es como el de esos países que al mismo tiempo arden y se
congelan (…). Si hubiera que resumir en una las emociones que hierven en
sus obras, tendrá que decirse que la emoción que este escritor transmite es el
escalofrío. El amor a la poesía..."
***
***
***
Diciembre, 1983
Poesía de César Vallejo
Uno de los pocos reconocimientos que alcanzó César Vallejo, en vida suya,
fue el de figurar en un histórico tomo: Antología de la poesía española e
hispanoamericana (1882-1932) de Federico de Onís, que apareció en Madrid
en 1934. Ocurría ello a los 42 años de su edad. Es cierto que su nombre
también se había encontrado en el Índice de la nueva poesía americana que,
con prólogos de Alberto Hidalgo, Vicente Huidobro y Jorge Luis Borges, vio
la luz en Buenos Aires en 1926. Mas el hecho de ser tenido en cuenta en la
antología de Onís, de amplia divulgación tanto en América como en la
península, pudo ser considerado por muchos como consagratorio ya que era
grande, con justicia, el prestigio que rodeaba a la obra crítica del catedrático
de la Universidad de Columbia.
Los poemas de Vallejo no dejaron de destacarse en cuantas selecciones
de la poesía moderna en lengua castellana se han publicado desde entonces
en diversos países. La más exigente de ellas, Laurel, salida en México en
1941 por iniciativa de José Bergamín y con la colaboración de Xavier
Villaurrutia (quien parece haber sido su único responsable), Emilio Prados,
Octavio Paz y Juan Gil-Albert, incluyó la creación del poeta peruano, muerto
tres años antes en la capital francesa, con algunas muestras tomadas de sus
libros y, entre ellos, de sus versos póstumos. Estos últimos no estaban aún, en
ese momento, suficientemente divulgados. Otro hecho importante para la
extensión del nombre y de la poesía de César Vallejo fue la aparición en
Editorial Séneca, un año antes de lanzar Laurel, del poema España, aparta de
mí este cáliz, con prólogo de Juan Larrea. En 1942 el poeta peruano Xavier
Abril, compañero suyo en años europeos, editó en Buenos Aires una
Antología de César Vallejo.
Dentro de las clasificaciones que hizo Onís, en aquel volumen, se
encasilló a César Vallejo en el ultraísmo. Éste fue tenido como manifestación
de la rebeldía juvenil que recogía, en el mundo hispánico, el sentido
primordial de varios movimientos literarios surgidos, principalmente en
Europa, hacia la segunda década del siglo XX. Se proyectó ante todo en la
poesía. Según su manifiesto, de 1918, "Nuestra literatura debe renovarse;
debe lograr su ultra, y en nuestro credo cabrán todas las tendencias, sin
distinción, con tal que expresen un anhelo nuevo. Más tarde, estas tendencias
lograrán su núcleo y se definirán". El Ultra, como el resto de los ismos, tuvo
a la image11 poética como su mayor estímulo. Aspiró, aunque en menor grado
que el futurismo italiano, a que en su temática apareciese la dinámica de la
vida moderna, con el ritmo de su velocidad y de sus máquinas) adelantos
industriales. Y que mostrara también novedad con metáforas ajenas al
sentimentalismo y a cierta retórica, ya envejecida, verso modernista. Jorge
Luis Borges, en su raudo paso por el ultraísmo (del que pronto iría a desertar
y a arrepentirse) intentó definir mejor su programa: "Reducción de la lírica a
su elemento primordial: metáfora. (...) Síntesis de dos o más imágenes en
una, que ensancha así su facultad de sugerencia".
Debió Vallejo, posiblemente, leer en Lima algunas revistas del
ultraísmo, como Cervantes, que se editó en Madrid entre 1916 y 1920. En sus
páginas se dieron a conocer, entre otras primicias: poemas ultraístas junto con
los creacionistas que seguían a Vicente Huidobro; los manifiestos del
dadaísmo; una antología de recientes poetas franceses y la traducción que
hizo Rafael Cansinos Asséns de Un coup de dés... de Stéphane Mallarmé.
Tales fueron acaso algunas de sus iniciales les lecturas vanguardistas. Pero no
le convencería un aspecto esencial en la poética de éstas. En cuanto
aspiraban, como el ultraísmo, a despojar al objeto artístico de su dimensión
trascendente llevando el poema a lo que llamaron un fino juego: el mito de la
poesía lúdica. Además, los ultraístas, que confiaban en la autonomía del arte,
aspiraron a la creación de un mundo poético independiente del mundo de lo
real y emancipado de cualquier nexo con lo humano: se pretendía establecer
distancia entre la realidad estética de la poesía y la realidad humana de su
hacedor. De ahí que en aquellos poemas la naturaleza, las cosas y los seres
aparezcan como transformados y desrealizados. Un defensor de esta actitud,
el ensayista Antonio Marichalar, escribió en 1924 en Revista de Occidente de
Madrid: "La vida es una cosa demasiado seria para, con ella, hacer literatura.
Precisa distinguir bien los elementos artísticos y los vitales para saber dar al
arte lo que es del arte. Y hoy, más que nunca, se cuida y se procura esa
distinción".
La posición de César Vallejo, desde el comienzo de su escritura poética,
se mostró enteramente contraria a esa voluntad de juego y de
deshumanización de la poesía que ambicionaba el ultraísmo. De modo que
difícilmente podría catalogársele de poeta ultraísta. Por el contrario, vanas
veces acusó a la generación vanguardista del decenio de 1920, a la que él
mismo pertenecía, de ser tan retórica, plagiaría y simuladora como, a su
juicio, lo habían sido las anteriores generaciones de nuestros países: la juzgó
"impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad, de vida,
en fin, de sana y auténtica inspiración humana". Y en 1927 reclamó a sus
jóvenes compañeros adoptar una actitud que, en definitiva, debería
sustentarse en una posición ética: "Hay un timbre humano, un sabor vital y de
subsuelo, que contiene, a la vez, la corteza indígena y el sustratum común a
todos los hombres, al cual propende el artista, a través de no importa qué
disciplinas, teorías o procesos creadores. Dése esa emoción sana, natural,
sincera, es decir, prepotente y eterna y no importa de dónde vengan y cómo
sean los menesteres de estilo, técnica, procedimientos. A este rasgo de
hombría conmino a mi generación".
Trilce
En la segunda colección de versos de César Vallejo, Trilce, aparecida en
1922, se encuentran también dos voces o dicciones poéticas. Una, afín a las
de las poesías más personales del libro anterior y que corresponde a las
composiciones que alguno podría llamar claras: obedecen a ciertas normas
tradicionales, dejan ver la anécdota en que semejan apoyarse y ofrecen cierta
regularidad. Sus temas se relacionan constantemente con la infancia y la
nostalgia hogareña. El otro tono es el de los poemas que, en franca oposición
a los anteriores y por las dificultades que encierran, llamaremos herméticos.
En estos últimos el poeta se ha propuesto adaptar el lenguaje a la intuición
poética. O mejor, al fluir de las intuiciones poéticas.
Para el italiano Roberto Paoli, estudioso de la poesía peruana y
especialmente de la de Vallejo, los poemas oscuros de Trilce se relacionan
con "una preocupación intelectual, de vanguardia y experimental". Es decir,
los conecta con el espíritu de aventura y de revolución poética que caracterizó
a las vanguardias de los años veinte. Américo Ferrari piensa, por el contrario,
que la inspiración de esos poemas herméticos, cuyas complejidades han dado
ocasión a no pocas y distintas interpretaciones, no es de naturaleza intelectual
sino afectiva. Aseverando, por consiguiente, que "Trilce representa una
experiencia vital profunda y se opone, por ello mismo, a toda preocupación
experimental". Se apoya, para sustentar esta opinión, en que en diversos
escritos Vallejo "denunció la poesía de laboratorio, el intelectualismo de
ciertos poetas como Valéry, y en general todo intento experimental en
materia de literatura". Podríamos añadir que, ciertamente, el poeta peruano
ironizó varias veces sobre la pretendida originalidad de los vanguardistas,
como cuando en 1926 escribió contra ellos: "Hacedores de imágenes,
devolved las palabras a los hombres. (...) Hacedores de colmos, se ve de lejos
que nunca habéis muerto en vuestra vida".
Nos parece, sin embargo, que el propósito de ofrecer una experiencia
vital en poesía no se opuso a la preocupación intelectual y experimental que
efectivamente muestran los poemas más misteriosos de Trilce. Es indiscutible
que Vallejo utilizó en ellos procedimientos típicos de las vanguardias. Como
el de emplear en ocasiones singular ortografía y, en la presentación de los
versos, tipografía caprichosa. O el de eludir todo nexo con la anterior retórica
modernista. O el sistemático rechazo de la regularidad y del orden
consabidos: "Rehusad, y vosotros, a posar las plantas /en la seguridad dupla
de la Armonía. /Rehusad la simetría a buen seguro", leemos en el poema
XXXVI. En Trilce el libre surgir de las emociones corre turbador, como entre
saltos, en dinamismo vertiginoso, sin someterse a relaciones advertibles:
concreto y desesperado, refleja su lucha con las palabras. Conjeturamos,
entonces, que esta lucha correspondió tanto a la necesidad de expresar
directamente la experiencia vital del poeta como a la preocupación intelectual
y experimental para darla a conocer con la mayor fidelidad posible. Y no
podría desconocerse que Trilce participa de la gran aventura verbal que en
buena parte fue el vanguardismo. Como la de las creaciones poéticas que le
fueron contemporáneas en Hispanoamérica: Altazor (1919-1931) de Vicente
Huidobro, Tentativa del hombre infinito (1925) de Pablo Neruda,
Calcomanías (1925) de Oliverio Girando y Tergiversaciones (1915-1925) de
León de Greiff. Y deberemos tener presente asimismo que, en poesía, toda
exploración a la vida se traduce ineludible, fatalmente, en exploración al
lenguaje.
Ya en composiciones de Los heraldos negros asoma lo que va a ser
Trilce: además de lograr una expresividad inmediata, exacta, estricta.
Intención, sin desviaciones, de manifestar incorruptible el pensamiento.
Vallejo envidiaba el lenguaje directo del león. Deberían quedar atrás los
adornos heredados de los modernistas, su voluntad de estilo, su ritual
esteticismo. El poeta sería libre de asociar, sin rodeos ni orden alguno, todas
sus intuiciones, no importa si fuese desmesurada e incoherentemente. Como
respondiendo a la realidad del mundo exterior que a él se le presentaba,
regido por el absurdo y sus monstruosas evidencias, igualmente arbitrario,
inarmónico y caótico. Las literaturas europeas de la primera posguerra
reflejaban definitivamente la crisis de la razón y de la racionalidad. Se
intentaría además abolir el pasado y sus valores artísticos tradicionales.
Vallejo comprendió esta revuelta corno ruptura del lenguaje en busca de la
representación espontánea e íntegra de las vivencias y de la mente del
hombre. Así apareciesen ellas, como la existencia misma, en vasto desorden:
En Poemas humanos es más grande esta fraternidad con todos los seres,
esta ardorosa compañía a las infinitas maneras de sus tormentos. El amor a
los que padecen hace que el amor a la mujer, con el espíritu y el instinto, con
el cuerpo y el alma, deje de ser motivo frecuente del poema. A través de la
identificación con el dolor de los demás encuentra Vallejo la fórmula como se
podrá un día superar el desamparo y vencer la injusticia: el sufrimiento sólo
desaparecerá cuando todos los hombres hagan causa común contra él. Y el
lazo que logrará esa unión será cita universal de amor soñada desde sus
primeros renglones poéticos. Esta cita universal es para la humanidad entera,
sin distingos entre buenos o malos, opresores u oprimidos, ricos o pobres: