La Naciente República Boliviana. Un Período de Continuidad en La Estructura Económica y Fiscal (1825-1855) - Marcelo Rolón Scampino

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Anuario de Estudios Bolivianos Archivísticos y Bibliográficos, nº 26

167 - 188, Sucre, 2019 (Vol. I)


ISSN: 1819-7981

La naciente República Boliviana. Un período de continuidad


en la estructura económica y fiscal (1825-1855)

The nascent Bolivian Republic. A period of continuity in


the economic and fiscal structure (1825-1855)

Marcelo Rolón Scampino1

Resumen:
Este trabajo busca las continuidades del sistema económico e impositivo boliviano durante sus primeros
treinta años de vida. Así, muchas de las estructuras económicas, circuitos comerciales, unidades de
producción, conductas, instituciones y mecanismos impositivos de recaudación previos a la independencia
perduran hasta la segunda mitad del siglo XIX. Se destaca aquí la hegemonía de la economía agrícola sobre
la minera, al igual que los regímenes de subsistencia sobre los comerciales.
Palabras claves: Bolivia, economía, independencia, fiscalidad, impuestos

Abstract:
This work seeks the continuities of the Bolivian economic and tax system during its first thirty years of
life. Thus, many of the economic structures, commercial circuits, production units, conducts, institutions
and tax collection mechanisms prior to independence last until the second half of the 19th century. The
hegemony of the agricultural economy over the mining one is highlighted here, as well as the subsistence
regimes over the commercial ones.
Keywords: Bolivia, economy, independence, taxation, taxes

1825: El desafío republicano


El proceso fundacional de la República Boliviana, luego de las guerras de Independencia,
la partida de la estructura española de administración y las nuevas aunque provisorias
fronteras nacionales, mostraban algunos de los indicios de lo duro que sería para este
nuevo país independiente (especialmente para la conducción y los sectores a los que
representaban) poder manejarse autónomamente.

1 Título de Bachiller Universitario en Historia, Universidad Nacional de Rosario (UNR), Argentina.


Docente de enseñanza media. Integrante de las cátedras de Historia de Europa II (medieval) e Historia de Europa
III (moderna) en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Becado en Universidad San Francisco Xavier de
Chuquisaca (USFX), Bolivia, en 2017. Periodista. Rosario, Santa Fe, Argentina.
Comentarios: [email protected]
168 Marcelo Rolón Scampino

Para este objetivo, importantes grupos de la élite de Charcas tuvieron que dar la
espalda a numerosos preceptos liberales que adornaban al proceso revolucionario que se
estaba llevando a cabo en Latinoamérica y también en Europa.

Efectivamente, muchos intereses estaban en juego: en gran medida, eran los


heredados de la etapa colonial por dichos grupos. El objeto de este trabajo es poder
identificar esas continuidades que pueden encontrarse en la colonia y en los primeros
tiempos republicanos a través del régimen económico y fiscal que puso en práctica la
naciente Bolivia.

¿Cuál era la situación en la etapa final independentista?


En febrero de 1825 llegó el mariscal Sucre a lo que iba a llamarse Bolivia y convocó a la
Asamblea Deliberante, en la que 48 diputados se reunieron en Chuquisaca para la fun-
dación de la República.

Pero ¿con qué país nos encontramos? Una Bolivia arrasada por la guerra y con un
contexto internacional que la dejaba en una situación extremadamente débil, incluso
comparándola con sus flamantes vecinos. Para colmo de males, el crédito real al que la
región estaba acostumbrada ya no era accesible.

La minería no estaba exenta de este momento complicado. Desde el año 1803 que
entró en una fase de descapitalización (Klein, 2010: 120), con una situación internacional
que contribuía a ese estado de las cosas.

En la etapa colonial, el eje económico regional estaba representado principalmente


por Potosí como centro minero. Para ese momento, ya no era el centro indiscutido de
esa economía. La caída del precio internacional de la plata y las guerras de independencia
(que destruyeron minas e ingenios) fueron factores claves en el tambaleo de este centro
articulador. De hecho, su población había bajado notoriamente, en un proceso que
ya venía desde el siglo XVII. Su razón de ser originaria se estaba difuminando, a tal
punto que este centro urbano apenas alcanzaba los 9.000 habitantes al momento de la
fundación de la República, contra las decenas de miles que llegó a tener décadas atrás (y
ni hablar de su proceso de auge, durante parte del siglo XVI).

Aun así Bolivia persistió en el imaginario, refiriéndonos a la etapa republicana,


como una nación minera. Si bien ese elemento tuvo su peso, hay que decir que durante
gran parte del siglo XIX la producción agrícola fue predominante, tanto a nivel de la
economía local (subsistencia y de intercambio mercantil) como la que estaba orientada
al engorde de las arcas estatales.

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Las bases económicas de la minería eran extremadamente débiles y el sector


sufrirá algunos golpes iniciales. Pero en el transcurso de las primeras décadas se fueron
asentando para acomodarse a este nuevo panorama que con el tiempo, en ausencia de una
metrópoli, apuntaría al comercio internacional. Los yacimientos mineros y los puertos de
exportación entrarían así en una fase de estrecha interdependencia.

No es menor tener en cuenta este último punto porque el desgaste de las relaciones
con Lima y la crisis del comercio con el norte de la actual Argentina (no era una entidad
política unificada para ese entonces) y con Chile, afecta duramente a la economía boliviana.
El puerto de Cobija, que se encontraba a 600 km. de los centros mineros y que representaba
una dura travesía por el desierto de Atacama, era la única salida nacional posible por mar
hacia el exterior. Un relieve y clima muy áspero para poder considerarla como la opción más
viable de intercambio. Y encima, un transporte terrestre que estaba en manos de extranjeros
y que demandaba altos costos. El resultado fue que reunió en su mejor etapa apenas a la
tercera parte del comercio internacional por mar (Klein, 2010: 121).

La otra opción marítima era Arica. Su disputa con el Perú trajo como resultado el
pago de aranceles, como también lo significaría el uso de algunos puertos chilenos. Pero
en definitiva terminó siendo la más accesible.

Todo esto contribuiría a sostener una economía de subsistencia que marcaría a


esta etapa comprendida entre el año 1825 y 1855, como también al proceso posterior.
Esto también se reflejó en el aspecto demográfico, con la población urbana en descenso
desde el siglo XVII. La independencia, observa Klein, profundiza la crisis colonial (Klein,
2010: 120). Este mismo autor expresa la incapacidad de las nuevas burocracias, que
por otra parte, eran insuficientes para las nuevas tareas que desempeñaban antes los
administradores españoles. Además, los salarios eran muy costosos para atraer a los más
dotados en este sentido, algo que no era excepcional de Bolivia dentro de Latinoamérica.

Desde ahora, Bolivia pasaba a ser, a criterio de Bonilla, “un espacio de gran
vulnerabilidad económica y precariedad política” (Bonilla, 1980: 109). Su geografía
la mostraba en terreno de aislamiento. La vinculación con el exterior, luego de la
Independencia de España, era muy limitada.

Sin embargo, el comercio regional no ha desaparecido. Lo que podremos ver es


que, aun con barreras aduaneras, los productos y manufacturas seguirían circulando
entre países vecinos, e incluso con el tiempo tomaría impulso. Eso también podremos
verlo en este trabajo.

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De todas maneras, si algo es cierto, es que el Estado tuvo graves problemas para
recaudar y las élites no la pasaron nada bien. En efecto, libraron una dura batalla
por su continuidad como tales. En lo fiscal, conservaron muchas de las instituciones
de exacción… y no sólo por necesidad, sino por presiones sectoriales que terminaron
perjudicando a las que estaban en una posición desfavorable en la colonia. En lo socio-
político, las instituciones de esta naturaleza apenas si se modificaron. ¿la revolución?
Hasta ahí nomás.

La primera imagen: Bolivia hacia 1827


En su nacimiento, podemos obtener unos primeros números, aunque solamente
reflejan una estimación. Los trabajos de Pentland calculaban una población boliviana
de aproximadamente 1.100.000 habitantes. Unos 800.000 estaban clasificados como
“indios”, otros 200.000 como “blancos” y un grupo más reducido de 100.000 como
“mestizos”.

Una primera continuidad respecto a la colonia la podemos encontrar en las


categorías jurídicas de las personas. Una clasificación en las que se integraban a los
“negros”, estimados en 7000, se subdividen en 4700 en situación de esclavitud y 2300
en libertad. Aquí se percibe cómo la República tenía muchas cuentas por rendir todavía
respecto a los status coloniales de la población.

Otra estadística que nos muestra este trabajo saca a la luz la caída en la importancia
de la región como centro minero argentífero. Potosí, ciudad que centralizaba gran parte
de la producción de plata, y clave en la etapa colonial, mostró un marcado descenso
poblacional: los 75.000 habitantes con los que contaba al finalizar el siglo XVIII,
quedan grandes en este año, cuando se estimaba a la población potosina hacia los 9.000
habitantes.

La producción de plata que la República mostró en los dos primeros años es muy
magra comparada con otras etapas, sin siquiera tener que recurrir a los años de auge:
hacia 1825 ascendía a 244.780 marcos, y en 1826, a 295.202 marcos, cifra que no se
superaría hasta entrada la segunda mitad del siglo.

¿Cuáles son las razones principales? Fundamentalmente, el abandono de las minas


en la etapa independentista (las cuales fueron nacionalizadas por el Estado) y la escasez
de capital para recuperar las que continuaban en funcionamiento; la carestía de mano
de obra (la mita minera fue suprimida y mucha población de las comunidades regresaba
periódicamente a ellas) y la permanencia del Monopolio estatal sobre la exportación del
mineral, una gran herencia colonial. Como podremos observar más adelante, existieron
intentos por atraer capitales extranjeros, en este caso infructuosos. Pero para el momento,

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para hablar sólo de la región potosina, apenas 6 minas de plata estaban en actividad, con
1450 obreros (Serrano Bravo, 2004: 96-97).

En lo agrario, salvo el momento de incertidumbre tras las reformas de Bolívar entre


1825 y 1826, encontramos otra permanencia: la de las haciendas y las comunidades como
unidades productivas (Bonilla, 1980: 112). Las primeras acompañaron, en especial las del
sur (cercanas a centros mineros) el proceso de crisis de la producción de mineral. Sólo en
la región que rodea a Cochabamba y La Paz (mucho más independientes de la producción
minera) la situación logró mantenerse y hasta a veces, mejorar. Así lo manifiesta también
la resistencia de dichos centros poblacionales (30.000 en Cochabamba, 40.000 en La
Paz), a comparación de los de Oruro (4.600), Chuquisaca (12.000) y Potosí (9.000).
Interesante es mencionar una frase de Peñaloza: Cochabamba y La Paz eran los verdaderos
epicentros revolucionarios (Peñaloza, 1946: 119).

Las producciones más comercializables resultaban ser la quina y la coca, mientras que
el maíz, el higo y la papa se encontraban entre los ejemplos más importantes dedicados
a la subsistencia. Pero pensemos en los números estimativos que nos da Pentland: Entre
la coca, el maíz y el trigo (producciones cercanas a La Paz y Cochabamba) su producto
conjunto oscilaba por las 210.000 libras esterlinas. Sin embargo, la exportación de plata
seguía siendo clave: en el mismo año, se estimaba su valor por encima de las 300.000 libras.

Junto al oro, se estimaba a la producción de metales preciosos por los 3.420.000


dólares, mientras que otros valores exportables no se les acercaban ni a los talones: la
corteza llegaba a los 84.000, el estaño (que en sus primeras etapas no fue protegido)
66.750, los distintos tipos de lanas por un valor de 15.000, la vainilla por 10.000, y la
peletería por 20.000.

¿Qué ocurría con la industria? Este sector, en especial el textil, comenzó a ser
vulnerado en la etapa de las Reformas Borbónicas, en el siglo XVIII. El proceso de
liberalización del comercio condujo a que, de las etapas de auge, con una producción de
200.000 lbs, se disminuyera rotundamente al valor de 1826 de 16.000 lbs. Sin embargo,
esto es un proceso, y no algo que sucedió de un día para el otro. No obstante, el momento
en el que estamos parados también muestra políticas activas aperturistas y sin interés por
la protección de la manufactura local: son estos años iniciales, los sucristas, los que son
testigos de un aumento indiscriminado de los ingresos del extranjero de textiles de lana
y algodón. La relación con las tarifas aduaneras para la importación de estos productos,
que oscilaban solamente entre un 2 y un 10%, es evidente (Safford y Jacobsen, 1999:
47). Es importante saber que con excepción de algunos períodos de protección, como el
de Santa Cruz, desde 1829, y especialmente el de Belzu a partir de 1848, dicho proceso
continuó de manera irreversible.

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Las importaciones ultramarinas mostraban un valor de 637.000 f, de las cuales se


estimaban que el 30% provenían de Buenos Aires, y el otro 70% del Pacífico, en especial
de Arica.

Sin embargo, los circuitos coloniales internos regionales (excluyendo los que
desembocaban en Lima) se habían debilitado notoriamente, pero todavía resistían a su
desaparición. Para mostrar un ejemplo, es importante destacar el comercio con el Perú:
Bolivia recibía del país vecino grandes cantidades de algodón, vinos y aguardientes por
un valor de 82.240 libras, mientras que en contrapartida, diferentes bienes agrícolas
cruzaban la frontera hacia el Perú por un monto de 30.640 lbs.

Es interesante relacionar al debilitado proceso industrial con estos datos: el 70% por
ciento de dichas importaciones tenían que ver especialmente con telas inglesas, mientras
que las francesas, holandesas y alemanas englobaban a la mayor parte del remanente
(Bonilla). Sin dudas que para esta época tuvimos a una clase comerciante vinculada al
mundo ultramarino muy interesada en que el proceso revolucionario tuviera éxito.

Es muy importante señalar el gasto público que la República mostraba para ese
momento. En promedio, Pentland estimaba que en los años 1825 y 1826 rozaban las
400.000 lbs. de promedio, mientras que en 1827 alcanzaban los 350.254 lbs.

Hay que tener en cuenta otros puntos, como que por ejemplo existía una deuda
con Perú por 40.000 lbs, y con el ejército, por un monto de 140.000 lbs. También existía
la llamada “deuda española”, que son compromisos asumidos por la República de la
etapa independentista y también de antes, por diferentes conceptos. Hasta en las deudas,
la colonia dejaba “herencias”.

¿Cómo se distribuía dicho gasto? Lo que pudimos obtener, y lo más importante


seguramente, es que en 1827, 215.851 lbs (o sea, el 62%) era absorbido por el ejército. De
hecho, Bonilla nos da datos claves que refutan el anterior trabajo de Klein: Se contaban
con 2.291 efectivos bolivianos y 2.253 colombianos –llegados con Sucre- (Bonilla, 1980:
114), que contrastan con los 8.000 que menciona Klein (Klein, 2010: 109). Estos gastos,
de acuerdo a lo que conocemos de la etapa de Santa Cruz (1829-1839), continuaron con
los militares en el primer escalón, continuados por el clero, seguido de la burocracia en
el tercer lugar.

Si bien el gasto militar fue inmenso durante muchísimo tiempo, Bonilla destaca
que se decidió recurrir poco al crédito externo para paliar esta situación. En 1826, como
en 1829, se emitieron bonos respaldados con bienes estatales (Bonilla, 1980: 114).

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La pregunta es: ¿qué bienes eran estatales? En primer lugar, se declaran nacionalizadas
las minas abandonadas durante la etapa independentista (1809-1825). Pero no podemos
dejar pasar que en 1826 Sucre avanza sobre propiedades eclesiásticas, confiscándolas.
En una de las medidas que más éxito tuvieron durante su gestión, el Estado asumió el
patronazgo nacional (como sucedía por ejemplo en Buenos Aires con Rivadavia). Sin
embargo, hay que aclarar que si bien cuantiosos grandes tenentes de tierras de carácter
eclesiástico perdieron sus privilegios, muchos de estos inmuebles pasaron a engrandecer
el patrimonio de otros terratenientes y numerosos comerciantes: de hecho, fueron ellos
quienes compraron los bonos mencionados anteriormente a un precio muy escaso. Esto
está en consonancia con la tesis de Grieshaber, que ubica a las élites paceñas en un
momento de engrandecimiento de su hacienda a partir de la llegada al poder (Grieshaber,
1990: 34). Por lo demás, algunas tierras siguieron en posesión de los eclesiásticos, pero ya
no en situación de propiedad, sino de arrendamiento al fisco.

Según Klein, el valor de lo confiscado oscilaba entre 8 y 10 millones de pesos fuertes.


Estos incluían propiedades por 3 millones, sumados a otros casi 4 en concepto de conventos
femeninos. Además, tomaba la cobranza del diezmo, que rentaba un valor de unos 200.000
pesos de promedio (ver cuadro de Grieshaber, más adelante). Un gran problema para esto
era que los salarios del clero que sobrevivió debió afrontarlos el Estado, que se hizo cargo
del Patronazgo Nacional. En tanto, las instituciones educativas que fueron instaladas en
algunos de estos inmuebles, pronto desaparecieron (Klein, 2010: 128).

Las cargas impositivas: la minería, el comercio exterior e interior, y el tributo


indígena
Pasando a la exacción impositiva, comenzó luego de la etapa independentista un inicio
de reordemaniento. Si vamos al caso de la minería, su gravamen fue disminuyendo
progresivamente y rápidamente: del quinto real colonial se pasó al décimo, y de ese 10%
continuó achicándose al 8,5% y al 5% antes de 1830. Esta disminución era necesaria si lo
miramos desde el punto de vista de los propietarios de minas: pero no era suficiente bajo
ningún tipo de vista, como lo adelantamos y como lo demostraremos a continuación. En
efecto, las condiciones que rodeaban a la minería eran demasiado poco favorables para un
incremento de la producción. Esto se iba a dar recién en la segunda mitad del siglo XIX.

El impuesto al movimiento de mercancías resultaba vital para el Estado, en ese


sentido, los puertos de Cobija (boliviano) y Arica (en litigio con el Perú) otorgaban
recursos para el Erario, pero aún se necesitaba del comercio interno y de las aduanas
interiores. ¿se cambió? Hubo una disminución notoria de las alícuotas, pero en sí la
estructura no mostraba todavía una unidad aduanera, como los principios liberales lo
muestran. Por un lado, se trata de complacer a los estratos comerciantes; por otro, de
alimentar el Tesoro estatal.

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Dicho esto, estas medidas, sumadas a las tomadas en perjuicio de la Iglesia, no


alcanzaban para engrosar las arcas del Estado. Para esto era necesaria la continuidad del
tributo indígena. ¿Estado liberal, igualdad ante la ley? Esta medida no lo demuestra.

A fines de 1825, durante la breve presencia de Bolívar, fue abolido el tributo indígena,
como también se intentó dar un paso hacia la titulación individual de la propiedad de
los indígenas: no sólo que la estructura de haciendas no se modificó (Peñaloza, 1946:
121), sino que la idea de una Contribución Directa General que gravaba a la propiedad,
a los ingresos y a las cabezas de familia sin importar su origen, con un monto exigido
que disminuía considerablemente, fue resistido tanto por los no indígenas, como por
aquellos que sí lo eran pero que pertenecían a las capas terratenientes (Peñaloza, 1946:
122). Así, a mediados de 1826 Sucre restablecía el tributo segmentado por estamentos al
mejor estilo colonial. En cuanto a las comunidades no se disgregaron, pero comenzaron
a ser objeto de continuos ataques que minaron su integridad, proceso que continuó con
Ballivián en los 40´ y sus proyectos enfitéuticos, y que tuvo un punto bisagra en la etapa
de Melgarejo, ya fuera de nuestro objeto de estudio, en los años 60´. Es clave entender
que la preservación de la comunidad era fundamental para un Estado que a partir de ese
momento subsistiría principalmente del tributo indígena. Era necesario, para Klein, que
el estado las proteja de la amenaza blanca y chola (Klein, 2010: 124).

Entre otros gravámenes, figuraban los diezmos (tributo nada moderno) y la


acuñación de la moneda. Los datos nuevos de Grieshaber nos pueden ilustrar más al
respecto.

Año/% Tributo Diezmo Aduana Acuñación Export. Misceláneos


Minerales
1827 41 13 14 2 30
1831 37 15 17 6 25
1832 31 11 17 8 32
1833 35 12 20 8 25
1835 34 9 14 10 32
1836 38 9 14 8 30
1837 36 10 14 9 31
1839 34 7 10 9 40
1841 30 7 12 11 39
1842 27 1 14 14 37
1843 33 6 17 16 28
1844 37 6 17 17 24

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1845 39 8 23 7 23
1846 37 9 26 10 18
1847 36 7 17 14 26
1848 30 7 23 12 28
1849 34 9 28 10 19
1852 41 7 15 22 14
1853 34 11 13 30 12
1854 38 8 14 28 11
1855 35 10 21 20 14
1856 33 9 21 22 15
1862 26 10 18 13 33
1863 36 14 23 15 12
1866 31 5 19 16 28
1867 17 6 13 13 51
1868 10 4 17 18 51
1869 8 5 19 14 52
1871 14 8 30 6 4 37
1873 21 11 21 4 24 18
1880 22 11 14 1 31 20
Fuente: E.P. Grieshaber

Todos estos impuestos demostraron su importancia para el Estado, pero el de los


tributos sobre los indígenas fue el más vital de todos: recién en la década del 60´ su
importancia iría en disminución.

Como hablamos de las cargas, también debemos hablar de algunas exenciones:


por ejemplo, las que gozaban el sector del azogue y de la maquinaria, en pos de ayudar
a la minería (Safford y Jacobsen, 1999: 48). Sin embargo, poco pudieron hacer por la
reavivación económica sectorial, que rápidamente tuvieron que afrontar otros estratos
nacionales a altos costos.

Otras medidas fundamentales del Estado: el Monopolio sobre la exportación de


plata y la circulación de la moneda feble
El Monopolio permanente sobre la exportación de la plata y el parcial sobre otros recursos,
fue un elemento identificatorio de esta primera etapa de vida republicana y también de
la colonial. Formaron parte de un conjunto de medidas proteccionistas que tuvieron el
objetivo de dotar al Estado de ingresos para su sostenimiento. Este Monopolio, como

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ya hemos mencionado y detallaremos más adelante, implicaba la centralización de la


compra de plata y otros minerales a un precio que se ubicaba ampliamente por debajo
del internacional.

Otro recurso que se tomó para tal efecto fue la acuñación de moneda feble.
Iniciada durante el gobierno de Santa Cruz (1829-1839), y de base transitoria, terminó
por hacerse permanente durante las demás gestiones. Para explicar de qué se trata: esta
medida fue un intento de obtener recursos mediante la puesta en circulación de moneda
con menor valor en plata, comparándola con la fuerte existente desde la colonia. Esta
moneda tomó un valor y una trascendencia fundamental en la región (incluyendo al sur
peruano y al norte argentino-ver cuadro), pero fue vital para el Estado, en cuanto fue
utilizada cada vez más para el pago de los rescates de plata al sector minero. Sin duda
que era una medida perjudicial para ese sector (llegaron a recibir hasta los 2/3 del pago
en esta moneda, que les ocasionaba pérdidas de hasta el 20%, si se lo sumamos al 5%
del impuesto y la diferencia de precio del rescate respecto al precio internacional), pero
no lo fue tanto como se cree, ya que muchos de los costos internos que debían afrontar
(entre ellos, la mano de obra) lo pagaban con esta misma moneda. Lo único que hacían
era trasladar estas desventajas al sector trabajador.

Años % feble/acuñado
1830-1834 14
1835-1839 19
1840-1844 40
1845-1849 50
1850-1854 80
1855-1859 90
Cuadro extraído de Mitre, Antonio “Los patriarcas de la plata”

Es necesario recalcar, sin embargo, que la circulación de esta moneda mantuvo en


pie de una gran manera al comercio regional, dándole un gran margen de autonomía ante
esa “desconexión del mundo” que era vista como un problema para otros sectores. De
hecho, para los productores locales de materias primas y textiles con destino al consumo
interno fue un alivio que así fuera, retrasando el proceso de ingresos masivos de bienes
de importación provenientes del viejo continente. Algunas de las medidas de Santa Cruz
(1829-1839) y muchas de las de Belzu (1848-1855) favorecieron el refuerzo de esta
tendencia.

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La situación durante la gestión Santa Cruz (1829-1839)


A criterio de Peñaloza y de Bonilla, la gestión Santa Cruz fue el primer intento serio de
ordenamiento de la administración y la economía. La apertura y el mejoramiento de
nuevas rutas estaban en sus planes, dándole fomento al puerto de Cobija, como también
el de buscar bajo las mejores condiciones posibles el acceso a Arica. Fue también el
intento de una alianza estable con el Perú, marginando a Chile. Dicho intento se plasmó
en la Confederación ensayada desde 1836, empresa que no prosperó por la oposición
militar chilena, consciente de la amenaza que representaba esta formación política.

Sin embargo, esto no hizo más que deteriorar la situación de Cobija, que perdió
preeminencia durante la etapa de la Confederación y luego pagó las consecuencias, que-
dando detrás de Arica definitivamente en las preferencias a la hora del comercio exterior,
incluso con las dificultades que conllevaban las cargas impositivas impuestas por Chile
(en especial en Valparaíso) y el Perú.

Siguiendo con las medidas tendientes a favorecer el circulacionismo interno,


podemos hablar del aumento en las tarifas de los textiles de algodón, licores y vinos
europeos entre un 10 y 40% y la prohibición de la importación de tocuyos y otros textiles
baratos que eran producidos localmente y que penetraron con facilidad desde el exterior
durante los años de Sucre (Safford y Jacobsen, 1999: 44).

Sin embargo, los resabios coloniales no desaparecían. Una medida típicamente


impropia de los tiempos que se venían era la imposición del mayorazgo, ciertamente
trayendo ideas aristocráticas (Peñaloza, 1946: 125).

La situación de la minería entre 1825 y 1850


Antonio Mitre, en su obra “Los Patriarcas de la Plata”, nos grafica muchos puntos
salientes.

Empecemos por el volumen producido. La estimación realizada hacia 1825 indica


que se producía para esa fecha un valor que rondaba los 1,5 millones de onzas, cifra
muy menor comparándolas con las del período colonial, en casi cualquiera de sus etapas
(podemos incluir también aquí al período independentista: si ponemos como ejemplo a
1810, se produjo por un valor de 2,5 millones). La realidad indicó que este valor apenas
se movió en el resto de la primera mitad del siglo XIX: promedió el valor de 2 millones
hasta la década del 60´, en la que las compañías de Arce y Aramayo tomaban la iniciativa
de una organización exitosa en sus proyectos que había comenzado la década anterior,
favorecidos también por otras condiciones.

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Producción de onzas de plata (millones)


Año Onzas Ag Año Onzas Ag Año Onzas Ag
1825 1,7 1844 1,6 1863 2,0
1826 2,1 1845 1,6 1864 1,9
1827 2,2 1846 1,5 1865 1,7
1828 1,9 1847 1,2 1866 2,0
1829 2,1 1848 1,2 1867 2,3
1830 2,4 1849 1,6 1868 2,4
1831 2,5 1850 1,6 1869 2,7
1832 2,2 1851 1,7 1870 2,6
1833 2,2 1852 1,7 1871 2,3
1834 2,2 1853 1,8 1872 2,6
1835 1,7 1854 1,8 1873 2,8
1836 1,7 1855 2,0 1874 2,9
1837 1,9 1856 2,7 1875 3,2
1838 1,8 1857 2,1 1876 4,7
1839 2,1 1858 2,2 1877 5,9
1840 2,1 1859 2,4 1878 7,5
1841 1,8 1860 2,2 1879 7,8
1842 1,8 1861 2,1
1843 1,6 1862 2,0
Cuadro extraído de Antonio Mitre “Los Patriarcas de la Plata”.

Es importante remarcar que al estancamiento boliviano no acompañó al crecimiento mundial:


México ya había retomado parte de sus viejos niveles coloniales, que junto a Rusia y a Europa,
tomaban la posta en la hegemonía de la producción argentífera (Mitre, 1981: 90).

El segundo ítem que mencionaremos refiere al Monopolio de la plata, medida


nada liberal empleada por el Estado boliviano naciente. Empezando por los precios
internacionales de la plata, tenemos que decir que la situación en la que el precio fue
estable durante gran parte del siglo XIX, hasta 1873 (con la desmonetización defectiva
del marco de plata alemán) con un valor que promediaba los 60 peñiques. Sin embargo, el
rescate se encontraba por debajo de los 30 peñiques (Mitre, 1981: 89). Así, la producción
del mineral no resultaba demasiado atractiva a pesar de las disminuciones impositivas
mencionadas antes. Entre 1810 y 1872 el sistema de rescates fue muy similar, factor que
fue clave en esta deficiencia que sufrió también el sector estatal para cubrir sus gastos a
través de las divisas generadas por este segmento económico.

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El sistema, esquemáticamente, funcionaba de la siguiente manera: los bancos de


rescate, que llegaron a ser cuatro (Potosí, La Paz, Oruro y Tupiza) compraban el mineral,
prohibido de exportar sin su acuñación. A su vez, estos bancos lo enviaban a la Casa de
la Moneda en Potosí, que se encargaba de acuñar el metal, de cobrar derechos por ello
(fundamentales en el sostenimiento del Estado), y de enviarlo de vuelta a los bancos para
su circulación o su exportación. El de Potosí fue el que logró resistir con mayor firmeza
el paso del tiempo. Los de Oruro y La Paz debieron cerrar por un período, mientras
que el de Tupiza, necesario en su cercanía con las fronteras de la actual Argentina, fue
concesionado directamente a manos privadas. Aunque como los anteriores, también tras
una serie de ensayo y error.

Entre otras causas importantes se encuentran los altos costos de obtención de los
insumos: el mercurio, necesario para el beneficio y difícil de conseguir desde principios
de siglo cuando España entró en conflicto con Inglaterra (1802/03), sumada a la
paralización de las minas de Huancavelica, le dieron un golpe a la producción minera.
Sólo hacia 1850 hubo a disponibilidad una mayor cantidad de mercurio (proveniente de
las minas descubiertas en California, Estados Unidos), lo que produjo una baja notable
de su precio.

Precios del mercurio


Años
(frasco x 75 lb en $)
1800 54
1809 37
1819 89
1825 112
1832 118
1840 105
1850 112
1854 68
Cuadro extraído de Antonio Mitre “Los Patriarcas de la Plata”

Por otra parte, el abandono de las minas en la etapa independentista (1809/25),


y su nacionalización por el Estado (tengamos en cuenta que muchos propietarios eran
españoles y regresaron a su patria) deterioró la situación de este sector. Mitre estima en
1.800 en número de minas despobladas (Mitre, 1981: 91). Las minas que continuaban
funcionando o que tenían a sus propietarios en actividad, debían lidiar con la inundación
de las minas y la limpieza de socarrones derrumbados. Sus altos costos de reposición y
los largos tiempos que demandaba tal empresa, indicaba que a corto plazo sólo debían

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contentarse con la explotación de yacimientos superficiales. Recién hacia 1850 podremos


observar que se habían consolidado los trabajos de rehabilitación de las minas.

Los efectos de estos trabajos se comenzaban a notar: las minas de Huanchaca, que
por esta fecha producían 15.000 onzas de plata, pasaron al número (que incluso fue
ampliamente superado) del millón de onzas en 1895. Sin embargo, los datos que nos
ofrecen Safford y Jacobsen muestran un contraste grande con la etapa colonial: En 1850
se producía el 52,3% que en 1790.

La obtención de la mano de obra también fue dificultosa. El poderoso gremio de


los azogueros (encargados de la amalgamación y refinamiento y que subsistieron como
sector agremiado pese al establecimiento republicano) intentaron, sin éxito, detener la
reforma que suprimía la mita minera. Esto se vio aún más agravado por las migraciones
temporales de los trabajadores, que regresaban a sus comunidades. Sin embargo, los
hábitos coloniales, poco cambiaron: se establecieron “castigos de azotes” para los nuevos
trabajadores asalariados que no concurrían a trabajar o lo hacían con insuficiencia a
entender del sector propietario. La colonia seguía así presente, aunque nominalmente
haya dejado de existir.

Tampoco hubo reformas sustanciales en los métodos para extraer el mineral: el


nivel de las técnicas de beneficio era extremadamente bajo, comparable con las décadas
anteriores. La maquinaria y el equipo eran muy caros. La llegada de la máquina a vapor
al sector minero, ya presente en otros puntos del planeta, se dio recién en los 50´ y los
60´ con los Arce y los Aramayo, entre otros.

Los costos de otros materiales y del combustible también resultaban onerosos para
emprender una producción gananciosa de la plata.

Hay una conclusión que puede extraerse fácilmente de esto: un gran volumen
de plata salía de manera ilegal: la minería, muy vinculada a los intereses de la costa
del Pacífico y a otras regiones fronterizas, eludió así muchos controles estatales, que a
pesar de generar medidas punitorias (primera infracción, decomiso de la carga + 25%
extra; segunda infracción, exilio) y de traslado de parte del negocio al sector privado (un
gran ejemplo es la privatización parcial o total de los bancos de rescate para que estos
grupos pasen a controlar), no tuvo demasiado éxito en evitar la salida ilícita de la plata.
Los medios para realizar tales controles eran prácticamente inexistentes. Acá queda al
descubierto otro problema del naciente Estado: la falta de un aparato administrativo,
burocrático y de control que supliese la ida de los españoles.

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El fracaso de las medidas de Bolívar y estos sucesos demostraban cómo la


contribución indigenal pasó a ser la principal fuente de ingresos, desde el comienzo
mismo de la República hasta el comienzo del auge de la producción de plata. Esto es,
desde 1825 hasta 1873.

¿Hubo intentos por atraer capitales extranjeros? Desde ya que sí. Desde la etapa
de Sucre que podemos observarlo. Hubo dos grandes intentos de conformación de
sociedades. Una era la “Chilean and Peruvian Mining Company” y la otra la “The
Potosí, La Paz and Peruvian Mining Association”. Lo que ocurrió es que ambos proyectos
naufragaron. Apenas si la segunda logró reunir una pequeña porción del capital inscripto
para insumos, que fueron embargadas por autoridades de Arica (Mitre, 1981). Así, la
primera etapa fue transcurrida solamente con capital nacional. ¿Cuál fue su proveniencia?
Fundamentalmente de la esfera del comercio. Los primeros capitales provinieron de
Cochabamba o de La Paz en su conexión con Arica. Estos primeros años republicanos
consolidaron un proceso de concentración del comercio, que les permitió a algunos
potentados obtener posesiones mineras. Este fue el caso del propio Arce y Aramayo.

Por otra parte, el oro era un complemento a la plata, que también le daba un respiro al
Erario nacional. El cobre comenzó a explotarse en la costa en los años 40´, principalmente a
partir de capitales chilenos, franceses, españoles e ingleses. El estaño, por fin, fue marginado
en esta estructura. Recién se le daría importancia en la etapa de Belzu.

Por último, hacia 1840 comenzaron los trabajos de producción y extracción


de guano en la región costera, que junto con el cobre, contaron con la inversión de
capitalistas extranjeros. Pero sería en la segunda mitad del siglo XIX cuando este recurso
cobraría mayor importancia, al igual que los yacimientos salitreros.

La administración Ballivián (1841-1847)


La etapa de Ballivián a cargo del poder ejecutivo estuvo marcada por la exploración
del oriente, creando el departamento de Beni, y por un reordenamiento del sistema
educativo. Sin embargo, lo más importante vino por el lado de lo militar y también
por la situación jurídica de las tierras de la comunidad. En efecto, en 1842 declaró a las
posesiones comunitarias como del Estado, pasando a ser los indios, enfiteutas. Esto fue
un paso importante para la expropiación en la etapa de Melgarejo, pero aun sin causar
los efectos esperados.

También, nuevamente se recurrió al crédito público, en este caso para pagar las
jubilaciones de soldados. En un intento de reducir los gastos militares, Ballivián se
encuentra con que también debía pagarle las jubilaciones a los soldados jubilados. Esta
toma de deuda también se garantizó, como las anteriores, con tierras. Muy probablemente
a esto apuntaba la medida de la enfiteusis.

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La segunda imagen: Bolivia hacia 1846


La segunda fotografía que nos puede acercar a la realidad boliviana, la tenemos en 1846, con los trabajos de
Dalence. Este estadístico y letrado nos muestra que para esa fecha, el número de habitantes “civilizados” de
Bolivia estaba por los 1.373.896 habitantes, amén de los 700.000 “salvajes” que estimaba en la región oriental.
Pasando a hablar sólo del primer grupo, 1/3 de esta población residía en villas y ciudades.

La Paz Potosí Oruro Cochabamba Sucre


1835 30.000 13.000 4.000 27.000 13.000
1845 42.000 16.000 5.000 30.000 19.000
Fuente: Erwin Grieshaber. Tener en cuenta, a criterio de este autor, La Paz estaba en conexión con el
próspero puerto de Arica, mientras que Sucre y Potosí estaban más vinculados a Cobija, puerto boliviano
pero con inconvenientes. La Paz se convertiría en centro principal de exportación de la producción,
mientras que Potosí se mantenía en base al Monopolio.

Efectivamente, La Paz contaba con aproximadamente 42.000 habitantes,


mientras que Cochabamba mantenía los 30.000 que estimó Pentland. Potosí mostró un
crecimiento que la puso por los 16.000 habitantes. En estas cifras se refleja la continuidad
del sistema que se estaba afianzando hace dos décadas: el modelo sin demasiado contacto
con el exterior, lejos de la minería como pilar articulador, con permanencia del comercio
regional, y con una vida que seguía siendo en la mayor parte del país, de subsistencia.
En efecto, el consumo interno apenas había aumentado, por lo menos el que deviene
del comercio, como son consideradas las dos ciudades más importantes del país para ese
entonces. En cuanto a la demanda externa, la producción de quinina decayó notablemente
con el ingreso de Colombia en la oferta de la misma.

Teniendo en cuenta la cifra poblacional del país, observemos los siguientes datos y
podremos vislumbrar por omisión, cuánta gente se dedicaba a las tareas agrícolas.

Dalence estimaba la existencia de un centenar de médicos, 449 abogados,


3316 comerciantes, y unas 13.000 personas entre el ejército, burócratas y sirvientes.
Estimó también una cifra que rondaba los 20.000 artesanos y los 23.000 terratenientes
(incluyendo las familias; se estimaban 5.100 hacendados), poseedores del 50% de la
mejor tierra cultivable y beneficiarios de bienes por 20.000.000 de pesos. En cambio, las
comunidades, apenas tenían un patrimonio de 6.000.000 de pesos.

Podemos darnos cuenta que la abrumadora mayoría de la población era de carácter


rural y trabajaba la tierra: por suerte, Dalence nos ofrece algunas líneas al respecto. Estima
en 500.000 la población residente en comunidades, poseedoras del 20% de las mejores
tierras cultivables. Dentro de las haciendas, estima una cifra que ronda las 160.000
personas. Los arrendatarios eran estimados en 360.000, mientras que las pequeñas
propiedades eran de unas 160.000 personas.

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En cuanto a la debilitada minería, Dalence contabilizaba unos 228 propietarios


y más de 9.000 empleados para todo el país (apenas el séxtuple de los que menciona
Serrano Bravo para la región potosina 20 años atrás).

Estos cálculos fueron sobre las cabezas de familia y estableciendo un coeficiente


familiar de 4,5 personas.

Dalence estimaba que de la población “civilizada”, unos 700.000 eran indios. A


los de comunidad los subclasificaba a la vez en originarios (35%), forasteros (23%),
agregados (42%). Además estaban los vagos y yanaconas (entre 375.000 y 400.000).
Los primeros tres representaban las categorías más amplias: los originarios, como los
propietarios de las tierras de comunidad, los forasteros, como personas sin tierras dentro
de la comunidad, y los agregados (con posesión de las tierras en la comunidad). Esto
manifestaba claramente un proceso de diferenciación interna que se estaba gestando
al interior de los indígenas. Al mismo tiempo, estos grupos participaban de un modo
desigual de las imposiciones tributarias.

Algunas revisiones de Grieshaber demuestran que en esta etapa el número de


tributarios pertenecientes a las haciendas no aumentó exponencialmente a costa de los
de las comunidades, como se creía. He aquí sus números, a partir del análisis de los
padrones de tributarios:

Comunidades (%) Haciendas (%)


1838 68 29
1858 73 25
1877 75 23

Así, lejos de avanzar, las comunidades lograron mantenerse estables a pesar de los
avances del gobierno de Ballivián, e incluso de Melgarejo. Esto obedecía también, en
parte, a la falta de una demanda que pudiera absorber el total del producto de dichas
haciendas.

¿Qué nos dice Tristán Platt? Que las comunidades continuaban para esta fecha
produciendo trigo, harinas, y otros productos agrícolas. No sólo alcanzaba para la
subsistencia, sino que se podían ver también en el comercio: se asemeja así a los datos
de Pentland de 1826, que alcanzaban al sur peruano (y al norte chileno) como parte de
un circuito de intercambio. Y hay más: en las primeras décadas republicanas “Chayanta
(perteneciente al depto. Potosí) fue el centro de producción triguera más importante del
país”, ubicándolo incluso por encima de Cochabamba (Platt, 1981: 82).

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A continuación, un dato fundamental: el producto nacional estimado por Dalence,


mostraba un altísimo predominio de la agricultura (13,5 m), seguido de la manufactura
(3,9 m), mientras que la minería se encontraba en tercer lugar (2,3 m). Este último
rubro estaba muy debilitado, pues el número de minas abandonadas rondaba las 10.000,
a su entender (número muy exagerado en comparación a las revisiones de Mitre). Su
producción en marcos alcanzó los 385.000, cifra que bajó en los años 20´ a 156.000
anuales. Más arriba expusimos algunos números que mostraban a los inicios de la
etapa republicana una producción por entre los 250.000 y los 300.000 marcos, y que
finalmente en los 40´ apenas llegaba a los 191.000.

Interesante dato, más allá de lo económico, es la cantidad de niños que estudiaban:


unos 22.000 (10% del total de niños), mientras que había en el país unos 100.000
alfabetizados (7% del total poblacional). Apenas el 20% de la población hablaba
castellano, lo cual indica que el cambio cultural avanzaba pero no era tan contundente.
La situación persistiría de igual modo hasta entrado el siglo XX.

En muchos sentidos, los cálculos no se alejan mucho de los números de Pentland,


con lo cual, aun con muchas revisiones (como la de Grieshaber) ambos siguen siendo
útiles en este siglo XXI para estudiar esta primera etapa republicana.

Belzu y sus medidas proteccionistas (1848-1855)


Isidoro Belzu toma el comando del poder en 1848, mostrando la última gran
resistencia desde la vereda proteccionista para mantener el orden existente. En parte,
el proteccionismo obedeció a una lógica colonial. Pero a diferencia de los demás, optó
por el apoyo del sector artesanal, muy organizado en las ciudades, como base social para
llevar adelante su gestión.

Entre las medidas más importantes estuvieron el aumento de tarifas para la


importación, y el apoyo a la industria textil nacional. El monopolio sobre la cascarilla
también fue una decisión clave en este período.

Con él finalizaba una década que sufrió fuertes y numerosos intentos de


desestabilización política: 65 ensayos de golpe de Estado.

La mantención del comercio regional


Deustuá diría que “la circulación de moneda (basada en la plata) era, si no abundante,
suficiente para mantener a la economía boliviana funcionando. Esto se basa en evidencia
de que los campesinos y las economías rurales participaban vigorosamente, o quizás sería
mejor decir, participaban estratégicamente en las relaciones de mercado. La circulación,
basada en la moneda de plata, (mayoritariamente pesos febles) acuñados en el Potosí,

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traspasaban las fronteras bolivianas y llegaban hasta las naciones vecinas de Perú, Chile
y Argentina.” (Deustua, 2004: 88). El hecho de que dicha moneda cruzaba los límites
nacionales, sosteniendo otras economías, lo podremos encontrar también en el trabajo
de Nicolini acerca de Tucumán. Lo que nos va a decir, por un lado, es que no hay una
ruptura en términos cuantitativos con décadas anteriores, pero que a partir de 1840, con
la mayor emisión de feble, la presencia de esta moneda en Tucumán se hizo más evidente.
En efecto, el circuito había sido vulnerado por las guerras de Independencia, pero luego
de 1830 el espacio económico recobra vitalidad, dejando a la ciudad de Tucumán en un
rol de importante relevancia. Esto se manifestó especialmente durante la gobernación
provincial de Heredia, a partir de 1832.

El feble, para el caso tucumano, se utilizaba para el pago de bienes y servicios,


jornales, transacciones en pulperías e incluso manumisiones, lo que no se ubica a
contramano de la tesis que, pese a la diferencia espacial y cultural, haya tenido un uso
similar en el espacio boliviano. El trueque y el fiado coexistían con esta modalidad e
incluso podríamos decir que para la etapa de la Confederación Argentina (1853-1862),
esta moneda fue utilizada en gran manera en sectores tan lejanos como Entre Ríos,
Córdoba, Mendoza, entre otras provincias confederadas.

Esto no quiere decir que haya sido la única moneda: en el actual territorio argentino
habían sido lanzadas otras que estaban en circulación y que en su mayoría surgieron
durante la crisis del espacio económico tratado aquí. Es el caso del “federal”, que coexistió
con el feble boliviano.

Sin embargo, Tucumán era uno de los ejes más nuevos. Silvia Rivera Cusicanqui,
al referirse en un prólogo al trabajo de Tristan Platt “Estado boliviano y ayllu andino.
Tierra y tributo en el norte de Potosí”, destacará un “modelo cacical de mercantilismo
agrario” que comenzó antes de la caída de la colonia, que tenía como protagonistas a los
curacas, que ponían en circulación los excedentes comunitarios tras la paga de la “tasa”
a la administración metropolitana, y que aceitaban un eje comercial de carácter regional
con base en el norte de Potosí.

El mismo Platt nos muestra a través de sus fuentes obtenidas, como la del intendente
de Potosí que declaraba en 1787 que los indios del pueblo de Chayanta

“Bajan a los valles de Micami, San Pedro y Carasi, en que poseen tierras, y con las
harinas y granos que conducen a La Paz, Yungas y Oruro, retornan coca, algodón y agí,
extendiéndose algunos hasta la costa, de donde regresan con aguardientes” (Platt, 1981: 67)

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Dicho eje, dirá, se mantuvo hasta la segunda mitad del siglo XIX. Y Platt añadirá
que los actores centrales aquí no eran los hacendados, sino los indios de los ayllus. Este
fue entonces uno de los elementos dinamizadores que también llevó a la diferenciación
tributaria antes mencionada en el documento de Dalence entre originarios, forasteros y
agregados.

Vislumbrando el futuro
El futuro ya se mostraba diferente para Bolivia. El peso de las comunidades en la tributación
decaería de manera sustancial. La minería reemergería como factor económico clave, con
la introducción de capitales y técnicos (bolivianos, chilenos y peruanos), de maquinarias
modernas pero baratas (a diferencia de las de los 20´), de la baja del precio del mercurio.
Estos elementos, entre otros, contribuirían a la exigencia de un cambio en la estructura,
tanto económica, como política e institucional del país. Mientras tanto, las primeras tres
décadas de la República mostraron que los principios liberales estaban muy verdes para
aplicar por las clases dirigentes, que estaban demasiado lejos de estar preparadas para
modificar su organización. La mantención del tributo indigenal (y de la diferenciación
social al estilo colonial), de los modos de extraer el excedente minero, la permanencia
del Monopolio sobre la exportación de plata, como así también de otros tributos propios
de la etapa de dominación española, son sólo algunos ejemplos de lo que marcó a estos
primeros treinta años de república, pero que eran también un espejo del sistema al que
se pretendía eliminar.

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Bibliografía

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1980 “Un siglo a la deriva. Ensayos sobre el Perú, Bolivia y la guerra”.

Dalence, José María


1851 “Bosquejo estadístico de Bolivia”

Deustua, José
2004 “La minería en las Américas en el siglo XIX: el desarrollo de economías
sociales”

Grieshaber, Erwin
1990 “La expansión de la hacienda en el departamento de La Paz, Bolivia (1850-
1920): Una revisión cuantitativa.”

Klein, Herbert
2010 “Historia de Bolivia: de los orígenes al 2010”

Mitre, Antonio
1981 “Los patriarcas de la plata: estructura socioeconómica de la minería
boliviana en el siglo XIX”

Nicolini, Esteban
2007 “La circulación de moneda en el norte argentino después de la
independencia: el caso de Tucumán entre 1820 y 1850”

Pentland, Barclay
1827/1975 “Informe sobre Bolivia”

Peñaloza, Luis
1946 “Nueva historia económica de Bolivia”

Platt, Tristan
1981 “Estado boliviano y ayllu andino. Tierra y tributo en el Norte de Potosí”

Safford, Frank y Jacobsen, Nils


1999 “Las economías de la América Andina, 1830-1885” en “Historia de
América Andina”

Serrano Bravo, Carlos


2004 “Historia de la minería andina boliviana (XVI-XX)”

Anu. est. bols. archi. biblio. nº 26, 167 - 188, 2019 (Vol. I). ISSN: 1819-7981

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