Acompanamiento Espiritual Santiago Bohigues

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ARZOBISPADO

DE VALENCIA
Vic. de Evangelización y Transmisión de la Fe
SECRETARIADO DIOCESANO DE ESPIRITUALIDAD
C/ Avellanas, 12 · Tel. 96 315 82 09 ·46003 Valencia

EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL

Santiago Bohigues Fernández


Director Secretariado Espiritualidad

TEXTOS:

“En una civilización paradójicamente herida de anonimato y, a la vez


obsesionada por los detalles de la vida de los demás, impudorosamente enferma
de curiosidad malsana, la Iglesia necesita la mirada cercana para contemplar,
conmoverse y detenerse ante el otro cuantas veces sea necesario. En este mundo
los ministros ordenados y los demás agentes pastorales pueden hacer presente la
fragancia de la presencia cercana de Jesús y su mirada personal. La Iglesia
tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos– en este «arte
del acompañamiento», para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias
ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Tenemos que darle a nuestro caminar
el ritmo sanador de proximidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión
pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana
(EG169).

“Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de


acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la
capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para
cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan
disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más
que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón
que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro
espiritual” (EG 171).

ESQUEMA:

1. Todos estamos llamados a la santidad en una unión plena con Cristo por la
perfección de la caridad – Vocación universal a la santidad:

El sacerdote “pastor de almas” (peligro de funcionario de lo sagrado y


activista socio-político).
- Visión profunda de la identidad y ministerio sacerdotal: “imagen viva y
transparente de Jesucristo Buen Pastor”.

La pastoral personalizada (peligro de dispersión en las actividades y
activismo)

1

- La acción pastoral de la Iglesia, en el sacerdote, debe llegar a cada uno en
particular. Reflejo del amor personal de Dios en Cristo.

2. En una sociedad de subjetivación del mundo religioso, se necesitan unos


verificadores, unos referentes objetivos para crecer en la vida espiritual -
Las edades espirituales del crecimiento en Cristo:

1ª Vía purgativa (incipientes):



Después de iniciarse la vida espiritual propiamente dicha, es decir, la voluntad
de seguir a Cristo en el camino del amor, emprendiendo la marcha hacia la
santidad, hacia la unión plena con Dios, la persona se encuentra con la propia
verdad: el estado de su alma en combate.
Es un cristiano principiante (un niño en Cristo) en el que predomina el “hombre
carnal” sobre el “hombre espiritual”. Vive aún más con criterios humanos, y sus
movimientos espontáneos proceden más de si que de la acción del Espíritu
Santo, que por otra parte está actuando y trabajando su alma.
La característica de esta etapa es la purificación de la carnalidad. Vive duros
combates contra las pasiones y los vicios, y la preocupación está en superar el
pecado mortal, mantenerse en gracia de Dios. Experimenta lo costoso y duro del
esfuerzo ascético. La vida cristiana se le hace más cumplir unas leyes u
obligaciones que vivir la amistad con Cristo (aunque se vive esa relación con
Cristo, pero es incipiente, no llega a ser gozosa amistad). Lucha por no caer.

2ª Vía iluminativa (adelantados):

Como fruto de la gracia y del esfuerzo ascético que colabora con ella, el
cristiano entra en una etapa nueva, en la que predomina el conocimiento e
imitación de Cristo. La atracción del Misterio de Cristo se convierte en lo
central.
La lucha contra las pasiones y desórdenes interiores se pacifica por estar el alma
más libre y purificada. El combate está puesto en la superación de todo pecado
venial, ya se han superado las caídas graves (esto no quiere decir que no pueda
darse alguna caída esporádica en pecado mortal, pero son infrecuentes). Se da
una cierta libertad sobre los apegos.
Se ha ido realizando una transformación interior que “espiritualiza” al hombre.
Los movimientos del alma son más conducidos por el Espíritu, se han asentado
las virtudes, y actúan más connaturalmente los dones del Espíritu Santo.
La oración es más contemplativa. De la meditación pasa fácilmente a la
contemplación de los Misterios de Cristo en una intimidad mayor y con un gozo
interior de la amistad con Él (se entiende como tono de fondo, pues pueden
darse, y de hecho se dan, sequedades, oscuridades y tentaciones).

3ª Vía unitiva (perfectos):

El avance progresivo del amor en Dios introduce en la unión perfecta de amor.


Suelen preceder grandes purificaciones interiores y sufrimientos que limpian del
alma todo lo que no es del Espíritu, llevan a una pureza total interior
(“bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” Mt 5,8).

2

Cristiano espiritual y perfecto, puede llamarse a aquél que, con la gracia de Dios,
ha ido hasta el final por el camino de la perfección evangélica. Este se ve
habitualmente iluminado y movido por el Espíritu Santo. Cuando piensa siempre
en fe y actúa movido siempre por la caridad, es decir, cuando vive
cristianamente, obra ya espontáneamente, desde sí mismo, o mejor, desde el
Espíritu de Jesús, que ahora experimenta en sí como su principio vital intrínseco.
Acrecido el amor de la caridad, quedó ya fuera de él el temor.
Ahora es cuando se ha hecho plena su unión con Dios –fase unitiva–, y cuando
sus virtudes son constantemente asistidas y perfeccionadas por los dones del
Espíritu Santo. La unión perfecta de amor que hace vida en Dios (“Vivo, pero no
soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” Gal 2,20).
Vive en la libertad de los hijos de Dios. Libre del mundo y de si mismo, en una
abnegación perfecta que le hace tener su gozo en el cumplimiento fiel del agrado
de Dios. Es ahora cuando el cristiano, libre de apegos, de pecados, de filias y de
fobias, configurado a Cristo paciente y glorioso, alcanza ante el Padre su plena
identidad filial, entra de lleno en la alta contemplación mística y pasiva, y se
hace radiante y eficaz en la actividad apostólica.

Observaciones:

Hay aspectos comunes en todas las etapas espirituales que responden a la


esencia misma del vivir cristiano. De manera que puede decirse que en la etapa,
o edad, siguiente se asume la anterior.
No puede determinarse, muchas veces, cuándo es el momento en el que se pasa
de una etapa a otra. Se trata de reconocer los aspectos predominantes para ir
viendo el camino que se recorren interiormente.
Los esquemas propuestos deben ser interpretados con gran flexibilidad. Señalan
las fases ordinarias del crecimiento espiritual, pero la vida de la gracia está
siempre abierta a lo extraordinario, al camino personal y único, a las posibles
intervenciones del Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3,8). Los mismos
maestros que han descrito el crecimiento espiritual en forma sistemática, avisan
que no se interpreten sus esquemas en forma rígida.

3. La dirección o acompañamiento espiritual es una dedicación de la persona


en el itinerario personal de santidad con la ayuda de un “maestro” que me
enseña a caminar - Elementos fundamentales a formar: el corazón cristiano
(rebeldía – resignación – aceptación y acogida, permanentemente abierto y
entregado, corazón ilimitadamente bueno):

Formación a la unidad de la vida espiritual como amistad con Cristo:


Ser de Dios
No ser de si mismo
Ser para los hermanos
Formación de la actitud oracional:
El estado oracional: la unión con Dios en todo
La oración formal: tiempos, modos, métodos
Itinerario pedagógico de la oración: vocal, meditativa, contemplativa.
Principios a inculcar: familiaridad confiada con el Padre en la
amistad con Cristo, fidelidad heroica a la oración (un tiempo diario),
las luces interiores acogidas, valor en si de la oración mas allá de la

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experiencia psicológica, perseverancia en las sequedades y arideces,
recogimiento en la oración y fuera de ella (las distracciones),
introducir a la oración litúrgica y comunitaria y el fruto que es la
prontitud para el servicio de Dios y de los hermanos.
Formación a la estructura sacramental de la vida cristiana (Bautismo-
Eucaristía-Penitencia):
La importancia de las “mediaciones” en la vida cristina. El encuentro
con Cristo es personal y con la mediación de la Iglesia, mediación
jerárquica y sacramental.
Importancia y centralidad de la Eucaristía (Presencia, Sacrifico,
Comunión)
Formación de la abnegación cristiana y la mortificación:
Concepto evangélico de abnegación: no determinarse por si mismo
sino por la voluntad de Dios.
El sentido de la Cruz: valor redentor del sufrimiento.
La mortificación cristiana
El sentido de la penitencia voluntaria.
Formación a la integración comunitaria y eclesial:
La vida cristiana es esencialmente eclesial (Bautismo): influjo mutuo
de la Iglesia en mi y de mi en la Iglesia. Responsabilidad.
Ser parte del Cuerpo de Cristo. Superación del individualismo.
Importancia de la Comunidad eclesial concretada: familia, parroquia,
movimiento, diócesis, Iglesia universal (corazón universal a las
dimensiones de Cristo).
El lugar de la Virgen:
Vida filial: piedad mariana
La oración a María: formas comunes y tradicionales recomendadas
por la Iglesia (el rosario) y formas personales.
María Modelo supremo de santidad (Espejo de la Iglesia)
Formación al apostolado – vida de entrega: la caridad cristiana:
Desarrollar la sensibilidad de la ayuda mutua en la vida de fe: nos
necesitamos unos a otros, me necesitan.
La necesidad de la obras buenas (caridad) y la relativa obligación de
hacerlas (estamos llamados a hacer todo el bien que esté a nuestro
alcance).
Participación del deseo de Cristo Redentor y de la Misión de la
Iglesia.
El trabajo apostólico permanente y la participación en los trabajos
apostólicos de la Iglesia en concreto (discernimiento personal según
la propia vocación en el Cuerpo Místico).

4. La base de la dirección espiritual es la conversión afectiva.

Presupone en la persona la “conversión afectiva”. El cristiano que ha tenido un


encuentro personal de amor con Jesucristo Vivo que le alcanza el corazón de tal
manera que se siente impulsado para dedicar la vida a ese su Amor, y busca
sinceramente conocer su voluntad y cumplirla. Quiere vivir para agradar al
Señor. Aquí comienza, propiamente dicha, la vida espiritual, una vida que quiere
ser movida por el Espíritu Santo.

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Prolonga la acción de Cristo en la Iglesia:
“El ministerio de dirección es aquel por el que la Iglesia confía a uno de sus
fieles, dotado de carisma para ello, la misión de educación, que ella ha recibido
de Cristo en su función personal-sapiencial para que la ejercite sobre los fieles
en su nombre. [...] ... al “maestro” toca principalmente representar y actuar la
función materna que la Iglesia tiene de alimentar y cuidar a sus hijos. Jesucristo
no quiso que sus discípulos quedasen huérfanos (Jn 14,18). Por eso, nadie debe
extrañarse de la solicitud materna de la Iglesia, que se ejercita principalmente a
través de la dirección educacional de sus ministros.” (Luis M. Mendizábal,
Dirección espiritual, pág. 51)

5. La dirección espiritual se puede definir como toda forma de cultivo interno


y sapiencial de la disposición de entrega ilimitada al servicio de Dios para la
perfección cristiana.

La naturaleza de la DE que se puede definir como: “toda forma de cultivo


interno y sapiencial de la disposición de entrega ilimitada al servicio de Dios
para la perfección cristiana” (Cfr. P. Luis M. Mendizábal, DE, pág. 34):

“cultivo”: un conjunto de ayudas diversas que fomentan el crecimiento y


disponen para acoger y secundar la gracia de Dios.

“interno”: no se trata sólo de un comportamiento externo (obras), sino de una


transformación interior del corazón (actitudes interiores permanentes).

“sapiencial”: indica un aspecto de “sabor”, de “experiencia personal”, del


Misterio de Cristo y de la vida cristiana. Se trata de ayudar a asimilar vitalmente
los misterios de la fe.

“una disposición de entrega ilimitada”: el fundamento de la vida espiritual está


en esta “entrega” a Cristo. Es el misterio del amor verdadero. Es acoger el amor
y la entrega de Cristo, y en Él, del Padre en el Espíritu Santo, y “responder”
adecuadamente con la propia entrega de amor. Es “ilimitada” en cuanto que es
amor que busca darse totalmente, sin poner límite a la unión con Dios, es amar
sin límites. Es la orientación a la “santidad”.

“el servicio de Dios”: Se trata de la disponibilidad real a la voluntad de Dios


tomando parte en el Misterio de la Redención de Cristo. Todo redimido por
Cristo debe ser corredentor con Cristo.

“la perfección cristiana”: correctamente entendida como plenitud de unión vital


con el Padre en Cristo por el Espíritu en la comunión de los hermanos. No es un
“perfeccionismo” de virtudes que se cultivan (podría hacerlo una persona que
buscara coherencia “antropológica”), sino de la “perfección de la caridad”.
Llegar al amor perfecto de unión e identificación con Cristo.

6. El auténtico director espiritual debe ser el Espíritu Santo.

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El auténtico “director espiritual” debe ser el Espíritu Santo. Se trata de “seguir”
a Cristo, no a “personas concretas”. Se busca la “teonomía” (seguir la norma de
Dios), que me dirija Dios. Y la ayuda humana será en tanto en cuanto me lleva a
depender realmente de la acción y dirección de Dios:

«... se concluye que la dirección humana es normalmente necesaria como


colaboración que entra en los planes de Dios sobre el hombre. Pero es esencial
comprender que no es una realidad que termina en sí misma, sino que está al
servicio de la dirección del verdadero y único director que es el Espíritu Santo»
(P. Luis M. Mendizábal, DE, pág. 31)
La iniciativa debe partir del “dirigido”. Quien sinceramente busca ayuda para
conocer y seguir la inspiración divina en su vida solicita esta ayuda. Cuando hay
que insistir mucho en que “tenga director espiritual” suele indicar que aún no se
ha dado el encuentro vital con Cristo y/o la respuesta positiva para seguirle.
Entonces la atención debe ser de solicitud pastoral, pero no puede darse una
verdadera dirección espiritual. (las dos etapas de la vida espiritual: 1ª el director
te persigue a ti, 2ª tu persigues al director).

Para elegir bien es necesario la escucha de Dios. Lo ideal es descubrir al director


espiritual que Dios quiere para mi (por los signos positivos y el fruto espiritual
que veo en mi al tratar al posible director; tengo ir viendo que puede ser él). Es
bueno contactos previos que puedan valorarse positivamente antes de decidirse.
Incluso se puede pedir consejo a personas de espíritu y prudentes.

7. Características del director y del dirigido.

Cualidades que debe presentar el director:

Madurez humana y equilibrio psicológico y afectivo.


Formación teológica y espiritual suficiente y correcta.
Vida de unión con Dios. Que tenga experiencia de Dios. Ser de Dios.
Familiaridad con Dios y vida de oración. No puede guiar quien no sabe el
camino.
Un cierto “don de entender el alma”. Saber “leer” el alma. Al menos la del
dirigido.
Capacidad de sugerir con sencillez y confianza, y al mismo tiempo con eficacia.
Una capacidad de diálogo y escucha que pueda infundir confianza. Tratar con
magnanimidad y anchura de corazón.

< Es bueno una cierta “aprobación” de la Iglesia: en comunión con las


directrices doctrinales y disciplinares de la Iglesia. En el caso de los “directores”
nombrados por el obispo, o las órdenes religiosas, va por el cauce de la
obediencia que hace presente al Señor >.

¿Quién puede serlo?:

El Catecismo de la Iglesia Católica enseña:


“El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de
discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración (dirección

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espiritual). Aquellos y aquellas que han sido dotados de tales dones son
verdaderos servidores de la Tradición viva de la oración:
Por eso, el alma que quiere avanzar en la perfección, según el consejo de San
Juan de la Cruz, debe “considerar bien entre qué manos se pone porque tal sea
el maestro, tal será el discípulo; tal sea el padre, tal será el hijo”. Y añade: “No
sólo el director debe ser sabio y prudente sino también experimentado... Si el
guía espiritual no tiene experiencia de la vida espiritual, es incapaz de conducir
por ella a las almas que Dios en todo caso llama, e incluso no las
comprenderá” (Llama estrofa 3). (CEC 2690)

Por tanto, ¿quienes pueden ejercer este servicio espiritual?:


Aquellos que hayan sido instituidos por la autoridad eclesiástica.
Los sacerdotes: por su propio ministerio pastoral (aunque implica a veces un
cierto “carisma” personal).
Religiosos/as, o personas consagradas que la institución eclesial aprueba (ej.
maestras de novicias, etc.).
Laicos que tengan este “carisma”. El Espíritu Santo puede suscitar y sostener a
personas laicas en este carisma de ayuda espiritual. Es bueno un cierto
reconocimiento por parte de la Iglesia (no puede darse sin la comunión con la
Iglesia jerárquica, aunque no haya una aprobación explícita).
Los grupos o comunidades no pueden pretender “dirigir” a las personas
concretas ya que implicaría la eliminación del “fuero interno”. Tampoco hay
ninguna garantía de la guía del Espíritu en las indicaciones, pues, como mucho,
hacen presente un sentir eclesial común, no el camino personal, que de suyo es
único e irrepetible.

Cualidades que debe presentar el dirigido:

El dirigido es ante todo < un fiel cristiano animado por un impulso interior de
entrega ilimitada al servicio de Dios hasta el sacrificio de sí mismo >; sin este
enfoque fundamental no podemos plantear estrictamente la vida espiritual en la
vida de una persona.

La conversión afectiva se presupone en aquél que pide iniciar una dirección


espiritual: la ayuda que se le ofrece no es ya la de arar la tierra, sino los
cuidados para el crecimiento de la planta que está brotando o ha brotado ya.

El Hombre animado de espíritu de entrega no es solamente aquél que no está


apegado al pecado sino que tiene prontitud para entregarse ilimitadamente al
servicio de Dios: sin reservarse nada, se entrega todo entero a disposición de
Dios; sino se da, entonces no tiene lugar la dirección propiamente espiritual,
sino, a lo más, la legal o moral. La dirección espiritual en el dirigido tiene que
llevar a un incremento de la disposición oblativa y a la superación de las
dificultades internas que se oponen a la guía de Dios.

<Cual el maestro, tal el discípulo>; por eso la elección del director por parte
del dirigido el de tal trascendencia que se le debe dar el tiempo y la reflexión
necesaria para que la realice adecuadamente.

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Se puede faltar por ambos extremos en la manifestación de la conciencia: por
ser demasiado vago y abstracto de manera totalmente impersonal (peligro más
frecuente en el varón) o por descender a detalles nimios, sin importancia para
la dirección (peligro más frecuente en la mujer). La consolidación de una
conciencia sana es garantía y seguridad de que es uno guiado por el Señor: la
seguridad de la buena conciencia, el juicio equilibrado de sí mismo y de sus
cosas, la moderación.

La ascesis y la mística son necesarias para el dirigido. Los sacrificios en la vida


cristiana son necesarios en función de lo que se aspira alcanzar; o se va
haciendo uno sordo a la voz de Dios o se va estableciendo en el espíritu una
apertura hacia Dios que le dará a la persona una seguridad seria y pacífica de
proceder en la voluntad de Dios.

Uno de los grandes secretos del progreso espiritual consiste en reconocer y


seguir fielmente las mociones divinas. Pero estas mociones chocan muchas
veces con el amor propio y las pasiones humanas. Por eso, las mociones de
Dios implican frecuentemente exigencia de sacrificios. Quien no se decide a
abrazar los sacrificios impuestos por las exigencias de la gracia, cae fácilmente
en la mediocridad.

La inquietud que debe tener el dirigido para interiorizar progresivamente el


misterio de Cristo en su vida, con la ayuda del director espiritual, es la
siguiente: “La pregunta que se debe hacer al director y cuya respuesta
justamente se le puede exigir, o inmediata o mediata, es ésta: <¿Voy bien?
¿Qué debo hacer para agradar más al Señor?>”.

Una señal de auténtico progreso espiritual es acoger los propios defectos -


sinceramente detestados en lo que tienen de ofensa a Dios- con humildad y
hasta con alegría: arrepentimiento sereno, discreción para no impedir
engañosamente la guía del Espíritu Santo [...]: “A veces, Dios permite en ellos
[los principiantes] caídas algo notables para que la compunción y humildad
construyan lo que destruyó la presunción y vanidad, vicio frecuente, en su
grado, en los principiantes demasiado fervorosos”.

En la vida espiritual del que se inicia en la maduración hacia la perfección


cristiana, se pueden encontrar dos extremos en la actitud con que el cristiano
vive su vida sacramental: “La tendencia que fácilmente suele aparecer en el
fervor inicial suele consistir en una confianza excesiva en los medios
ejercitativos o sacramentales en sí mismos; una especie de pelagianismo
espiritual o semipelagianismo... Suele aparecer luego en el transcurso del
camino espiritual, como fruto de desengaños personales, una tendencia a
confiar en la gracia, pero a veces con un matiz sospechoso. Es cansancio,
desilusión, abandono. Un cierto quietismo o confianza luterana, con abandono,
frecuentemente, de toda actividad ordenada. Se considera obra de la gracia,
para la que es inútil el esfuerzo humano”.

El que se inicia a la vida interior también puede caer en su comportamiento


cristiano en una cierta superficialidad o artificialidad, faltando a la integración
de toda su vida: “También aparece el peligro de que tanto al ejercicio espiritual

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como a la participación sacramental les falte integración en la vida, estén
dominados por un tono de ejercicio táctico calculado, con un cierto sentido de
superficialidad y marginación de la vida [...] el director ha de esforzarse por
sugerir continuamente al dirigido que toda su actividad ejercitativa y
sacramental la realice en espíritu, cordialmente y con totalidad”.

8. Los objetivos que se buscan en la dirección.

San Pablo hace una síntesis de lo que desea para los fieles en forma de oración.
Es un don de Dios esa “plenitud” (santidad) que debe alcanzar el cristiano:

“Por eso doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda
paternidad en el cielo y en la tierra, pidiéndole que os conceda, según la
riqueza de su gloria, ser robustecidos por medio de su Espíritu en vuestro
hombre interior; que Cristo habite por la fe en vuestros corazones; que el
amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; de modo que así, con todos los
santos, logréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo,
comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento. Así
llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios. Al que puede
hacer mucho más sin comparación de lo que pedimos o concebimos, con ese
poder que actúa entre nosotros; a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús
por todas las generaciones de los siglos de los siglos. Amén.” (Ef 3,14-21)

Contenidos que deben ir dándose (no se trata de llevar un orden académico de


la vida espiritual, pocas veces se ajusta a ello el alma y el Espíritu):

La forma fundamental ha de ser el amor a Cristo (la unidad de la vida


espiritual): cultivar la amistad con Cristo en la relación con Él, conocimiento y
seguimiento personal. La vida espiritual se condensa en : “Ser de Dios” (vida
de unión), “No de si mismo” (abnegación), “Ser para los demás” (caridad-
servicio)

Formar el “corazón cristiano”: la dirección lleva consigo la ayuda para formar


en el dirigido un “corazón cristiano”, el corazón nuevo guiado y transformado
por el Espíritu Santo. Es necesario ir formando las distintas actitudes
evangélicas, fruto siempre de la acción de la gracia y la colaboración diligente
por nuestra parte:
Formación de la actitud oracional: enseñar a orar. Itinerario pedagógico de la
oración. Sus tiempos y modos. Oración litúrgica, etc.
Formación de la estructura sacramental de la vida cristiana: vivencia
bautismal, centralidad vital de la Eucaristía, el sacramento del Perdón como
experiencia de misericordia.
Formar la abnegación cristiana: la renuncia de si mismo para acoger el agrado
de Dios. El sentido y valor auténtico de la mortificación y la penitencia.
Formar la integración comunitaria y eclesial: vivencia del Misterio del Cuerpo
de Cristo en su Iglesia. Sentir con la Iglesia. Relaciones fraternas.
El mundo de la comunión de los santos: Comunicación de los bienes
espirituales. Relación con la Virgen María, Madre de la vida espiritual, y con
los santos. Imitación y ayuda.

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Formación del compromiso apostólico: personal y eclesial. El crecimiento del
“celo” apostólico que debe darse según la forma adecuada a la propia vocación
y misión en la Iglesia.

El seguimiento de Cristo: Se trata de introducir al seguimiento concreto de


Cristo Vivo y Resucitado que ahora me invita a seguirle. Es la búsqueda
sincera de la voluntad de Dios en Cristo: “Qué quiere de mi Cristo, aquí y
ahora”. Esto supone dos aspectos:
1º La superación de los obstáculos: el combate espiritual (la dualidad de la
“carne” y el “espíritu” en sentido paulino). Y por lo tanto la lucha contra las
tentaciones y engaños del demonio.
2º El discernimiento espiritual: enseñar las reglas del discernimiento espiritual
para asimilarlas y actuarlas personalmente. El dirigido debe ir aprendiendo a
manejarse en el campo de las “mociones” espirituales (reconociendo el “mal
espíritu” para rechazarlo y el “buen espíritu” para secundarlo). De manera que
adquiera capacidad de conocer la voluntad de Dios para cumplirla. Es lo que
San Pablo llama “sabiduría e inteligencia espiritual”:

“Por eso también nosotros, desde que nos enteramos, no dejamos de orar por
vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad con
toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esa manera vuestra conducta será
digna del Señor, agradándole en todo; fructificando en toda obra buena, y
creciendo en el conocimiento de Dios, fortalecidos plenamente según el poder
de su gloria para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría,
dando gracias a Dios Padre, que os ha hecho capaces de compartir la
herencia del pueblo santo en la luz.” (Col 1,9-12)

< Determinar la fisonomía espiritual de cada uno. Ver el camino espiritual


propio. Aquí entra el discernimiento vocacional (el lugar propio que el Señor
me asigna en la Iglesia, como unión con Él y como colaboración en su obra
redentora) >.

< El director como médico del corazón: la vida espiritual bien vivida es
sanante y equilibrante. Hay una ayuda directa en las “enfermedades
espirituales” que afectan al desarrollo de la vida espiritual (mediocridad,
tibieza, perplejidades, escrúpulos, etc.). Y una ayuda indirecta en la formación
humana y en la madurez afectiva. En caso de la necesidad de una ayuda más
especializada en el campo psicológico es conveniente acudir al profesional
adecuado, psicólogo o psiquiatra, no sustituirlo >.

9. La entrevista direccional.

En el comienzo:

Se puede llegar paulatinamente a establecer la dirección después de un


tiempo de ayuda pastoral personalizada en la que crecen los signos positivos
de la acción de Dios (por los frutos que va dejando el encuentro pastoral).
Comienza cuando hay garantías de confianza y buena dirección. Es
conveniente que haya conciencia clara de que se da esa dirección espiritual
para evitar ambigüedades y ayudar a la firmeza y fidelidad en mantenerla.

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La frecuencia es variable según el estado del dirigido y las circunstancias o
problemática concreta: en los comienzos es bueno que sea más frecuente; y
con el crecimiento personal y la madurez espiritual de la “teonomía” se
pueden ir distanciando más las entrevistas.

El clima humano de la entrevista debe ser de confianza, sencillez y apertura.


Un auténtico encuentro personal de corazón. Ir venciendo poco a poco los
recelos y desconfianzas. Sin forzar nada, ni exigir. Es un clima de auténtico
amor evangélico.

¿De qué se tiene que hablar en una entrevista de dirección espiritual? ¿Qué
presenta el dirigido al director para que pueda ayudarle? En principio “de
todo” se puede hablar, pero es bueno acotar los temas para aprovechar mejor
y no perder el tiempo con lo que no es necesario. Es claro que no es una
confesión, es decir, que no interesan tanto los pecados como las dificultades
que se presentan en el camino espiritual de santidad (se pueden indicar
pecados en cuanto afectan a ese camino). Por eso es bueno preparar la
entrevista. San Claudio de la Colombière, en una carta, le indica a su hermana
religiosa cómo debe dar cuenta de “su interior”:

“No podría ahora trazarte el método para dar cuenta de tu interior, lo haré
en la primera ocasión; no es cosa difícil. No tienes sino leer tu regla en ese
punto y luego decir con sencillez lo que hay en ti, tal como me lo dirías a mí,
excepto los pecados. Basta decir las malas inclinaciones, las tentaciones y
las penas interiores, los buenos deseos, el cuidado que se tiene de
mortificarse, de perfeccionarse, o la negligencia en hacerlo. Se podrían decir
también las faltas que se han cometido, aunque no hay ninguna obligación;
pero hay que acostumbrarse a no limitarse a sólo lo obligatorio. El amor de
Dios está muy lejos de contentarse con tan poca cosa, pues nada le puede
contentar.” (Carta VI, Escritos espirituales, pág. 137, Formato W)

En la conversación:

Por parte del director:


La escucha y acogida cordial, sin dejarse llevar por las primeras impresiones,
escucha del Espíritu que habla en el alma del dirigido.

Por parte del dirigido:


Preparar la entrevista para centrar en lo que se busca y no perder tiempo (ni
hacerlo perder)
Transparencia y sinceridad. En espíritu de fe: El Señor actúa.
Evitar caer en ser demasiado vago y abstracto, y tampoco descender a detalles
sin importancia.
Recordar la marcha general, los puntos concretos que preocupan y los
elementos que se están trabajando en concreto.
Presentar hechos y juicios en concreto, no importan tanto las impresiones. No
darlo ya discernido. Abrirse a una interpretación nueva en la luz que el Señor
pueda dar.

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Manifestar con palabras exteriores la noción que uno tiene de sí tal como se
manifieste en sus obras. Y cómo esas obras proceden del interior:
motivaciones, sentimientos, disposiciones.
Acogida prudente del consejo. Es una indicación que puede llevarse a la
práctica y que se verá más adelante si ha sido conveniente o no, viendo los
frutos que se siguen, y que deben ser presentados al director.
Ir consolidando la salud y rectitud de conciencia. Aprender a asimilar el
juicio de Dios sobre las cosas. Los criterios evangélicos que deben impregnar
la vida.
Como ayuda práctica: llevar unos apuntes de vida espiritual donde se van
anotando luces, consejos, etc. y que pueden revisarse periódicamente.

10. Peligros que pueden darse en la dirección espiritual.

Falta de constancia. Pueden aparecer dificultades que enturbian la dirección


(en el dirigido o en el director, o en la entrevista, etc.). Es importante tratar de
resolverlas sinceramente con la ayuda de la gracia de Dios antes de abandonar
la dirección.

El miedo a la exigencia de santidad. La entrega va siendo exigente, el Señor


lo quiere todo, es llamada a la santidad. Dejarse ayudar con la confianza en la
gracia. El crecimiento en el amor vence los miedos.

Bloqueos ante determinados puntos vitalmente no aceptados. Puede que se


toquen elementos “traumáticos” de la persona. Es importante usar de
suavidad, amor paciente y comprensivo, dando tiempo a la acción sanadora
del Señor.

Sentimentalismos: Dejarse llevar por los sentimientos en lugar de la fe. Es


parte de la necesidad de la madurez cristiana: la vida cristiana es vida de fe.
Alentar en las oscuridades y sequedades. Fiarse mucho del director en las
noches.

Apegos afectivos: es frecuente que se den apegos afectivos por ser una
relación de verdadero amor personal. Hay que madurar la vida afectiva en la
misma dirección espiritual conduciendo al afecto de Jesucristo.

Valencia, 30 de mayo 2018

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