Una Política Del Síntoma - Esquel

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Una política del síntoma. Por Xavier Esqué (Barcelona).

Por Redacción | 2 noviembre, 2007


RESUMEN DE LA CONFERENCIA DE CLAUSURA DE LAS XI JORNADAS CASTELLANO-
LEONESAS DE PSICOANÁLISIS
RESPUESTAS DEL PSICOANÁLISIS AL MALESTAR CONTEMPORANEO

Una política del síntoma

Hemos escuchado a una serie de psicoanalistas que desde distintos ámbitos institucionales, en contacto
directo con lo social, ofertan una respuesta siempre singular al malestar contemporáneo. El ámbito
institucional es un lugar privilegiado para leer la subjetividad de la época. En la clínica que se elabora
en la institución se pueden leer y descifrar los efectos del discurso de la ciencia y del discurso
capitalista sobre el sujeto, lo que nos da una perspectiva de nuestra época, una época que se caracteriza
por la inexistencia del Otro. Los efectos de la globalización, los fenómenos y patologías del consumo,
la extensión de los efectos de banalización de una sociedad basada en el espectáculo, la creciente
judicialización de los conflictos, las nuevas formas de segregación, etc., aparecen en el campo de la
clínica institucional de forma manifiesta.

Ahora bien, ¿qué hacen los analistas trabajando en las instituciones psiquiátricas o de salud mental, que
son instituciones donde manda el discurso del amo? Es una pregunta que deberían hacerse todos los
profesionales que se dedican a tratar la locura, ¿qué es lo que les ha llevado a ello? ¿Qué alegría
encuentran en su trabajo? (pregunta con la que el Dr. Lacan interpeló en 1968 a los trabajadores de la
salud mental en unas Jornadas sobre la psicosis en la infancia). La verdadera respuesta se encuentra en
la experiencia analítica, en función del fantasma de cada uno, es decir, que tiene que ver con el modo
de goce del sujeto.

Y entonces, ¿por qué los analistas siguen en este campo? Más allá de la respuesta singular de cada uno,
puedo decir que los analistas siguen ahí para sostener la existencia del inconsciente en lo social. La
presencia de los psicoanalistas en las instituciones es crucial, tanto por su trabajo clínico, como por la
elucidación de las prácticas que realizan, como por la transmisión que hacen de la teoría y la clínica
psicoanalítica; también es muy importante para su propia formación.

Por otra parte, el psicoanálisis tiene que hacerse un lugar en el discurso del amo, fue siempre así, ya
desde el inicio, desde Freud. Nuestra apuesta es seguir manteniendo y reconquistando este lugar aún
cuando las condiciones del amo, como saben han cambiado mucho, el amo moderno no nos pone las
cosas nada fáciles…
Pero también tendremos que reconocer que la dificultad algunas veces ha estado de nuestra parte, los
analistas durante un tiempo se habían acomodado en sus propios dispositivos, refugiados en una
extraterritorialidad mal entendida, disfrutaban del confort y del prestigio obtenidos décadas atrás y de
repente se han dado cuenta que para hacer pasar el psicoanálisis al siglo XXI deben despertar y pelear.
Se trata de abandonar el santuario y de salir a la calle.

La respuesta del psicoanálisis es distinta a la de los demás terapéuticas

Los trabajadores de la salud mental y los psicoanalistas se encuentran concernidos por un mismo real,
el real de la clínica, clínica de lo imposible de soportar, deben hacer frente al malestar de la
civilización, hacer frente al sufrimiento humano. Ahora bien, la respuesta del psicoanálisis es distinta a
la de los demás terapéuticas, nuestra respuesta es particular. Ante el “para todos” de la medida
universal que promueve el discurso de la ciencia, con sus consecuentes efectos de segregación,
nosotros desde el psicoanálisis respondemos desde el uno por uno, haciendo emerger en cada caso la
dimensión subjetiva.

La evaluación y la medida universal conllevan una disolución de la clínica. Desde este punto de vista
los profesionales: psiquiatras, psicólogos, trabajadores sociales, enfermeros, educadores sociales,
corren el peligro de convertirse en simples gestores de casos, es decir, dispensadores de fármacos,
dispensadores de normas y pautas, de palabras vacías cuyo fin es el de impedir que el sujeto hable,
impedir que el síntoma hable, dispensadores de recursos y programas que acaban convirtiendo cada
caso en una nueva cifra que pasa a engordar las estadísticas.

Los psicoanalistas no somos unos nostálgicos de la clínica psiquiátrica clásica -aunque tampoco
tenemos problema en reconocer la enseñanza que ésta aún nos procura- sino que para nosotros se trata
de leer y construir la lógica de cada caso para avanzar en la clínica contemporánea.

Los analistas trabajamos, entonces, en instituciones: psiquiátricas, de salud mental, médico-educativas,


psico-sociales, etc., públicas y privadas. Instituciones terapéuticas y asistenciales que, como toda
institución, tienen como fin el tratamiento del goce por el discurso del amo…

El analista, síntoma de la institución


Ahora bien, los analistas tienen también que preguntarse qué instituciones pueden ser más favorables
para introducir el discurso analítico o cuáles se pueden dejar orientar por él, o en qué condiciones un
analista puede hacerse un lugar incluso en un ámbito que de entrada pueda parecer poco propicio a su
discurso. Es decir, donde y en qué condiciones el analista puede hacerse un lugar como síntoma de la
institución.
El lugar posible del psicoanálisis en la institución depende de la instalación de la transferencia, es decir,
de la puesta en acto de la realidad del inconsciente. Ya sea al comienzo de todo proyecto institucional
donde el psicoanálisis tenga cabida, ya sea al comienzo de la experiencia psicoanalítica, ya sea en la
transmisión de su teoría y su praxis, precisamos siempre de la transferencia.

En las instituciones se reciben una amplia y variada gama de demandas que exigen de entrada un
trabajo preliminar de diagnóstico y orientación. Es una demanda que cubre prácticamente todo el vasto
campo de la psicopatología general así como las nuevas formas de presentación del síntoma:

– Psicosis desencadenadas, aquellos cuadros más clásicos de la clínica estructural que actualmente en
las redes asistenciales -por lo que antes decía de la desaparición de la clínica y a la burocratización de
la gestión– muchas veces entran en una nueva cronificación, cuando paradójicamente todo el sistema se
organizó para evitarla. Ni los nuevos y poderosos antipsicóticos de nueva generación, ni los nuevos
programas de rehabilitación, ni los variados recursos y dispositivos socio-terapéuticos, etc., alcanzan a
suplir con éxito la lógica de la construcción del caso que falta.

– Los casos raros: los inclasificables de la clínica, que son por lo general psicosis sin desencadenar,
formas contemporáneas de presentación de la psicosis, sujetos que pueden presentarse totalmente
desenchufados del Otro o con un lazo absolutamente precario, son sujetos que circulan erráticamente
buscando un lugar donde ser escuchados a partir del cual, tal vez, encuentren la manera de inventar un
pequeño artificio que les sirva de punto de detención de la deriva de su vida.

– Las antes llamadas personalidades narcisistas, ahora TLP, que en un mundo donde la línea de
trasgresión está cada vez más desdibujada cuestionan la frontera entre neurosis y perversión, sujetos
cuya voluntad de goce aparece en primer plano de forma clara y manifiesta. Sujetos modernos que no
se orientan por el ideal, siendo su representación significante muy débil frente la pragmática de su
goce.

– Las patologías mono sintomáticas, como efecto de la fragmentación del significante amo, sujetos
identificados a una unidad sintomática de goce (toxicomanías, anorexia, depresión, bipolares,
adicciones varias, etc) que les proporciona un borramiento de su división subjetiva o que les permite
establecer un nuevo lazo de identidad.

– Por último, y en otro orden de cosas también hay que tener en cuenta la nueva y creciente demanda
social de psicoterapia como efecto de la psicologización general de las masas.
Algunas orientaciones

Ante esta rápida y general panorámica de la clínica que encontramos en las instituciones, trataremos de
resaltar algunas orientaciones que deberemos tener en cuenta:

1.- El diagnóstico diferencial es crucial. Aquí la solidez de la clínica psicoanalítica es indiscutible. El


psicoanálisis puede aportar a las instituciones la eficacia de su clínica, de sus conceptos y su alcance
ético haciendo de contrapunto a la desorientación que embarga a algunos profesionales como
consecuencia de la disolución de la clínica estructural psiquiátrica y de la fragmentación causada por el
manual diagnóstico DSM.

2.- La clínica del sujeto es competencia del psicoanálisis. Introducir la dimensión subjetiva implica que
más allá del empuje a objetivar con que toda institución tiende a proceder, aparezca la dimensión
singular del sujeto. Se trata de introducir en cada paciente el interés por su singularidad frente la norma
de adaptación que los ideales sociales y la institución promueven. Se trata de separar al sujeto de las
soluciones “prêt à porter” que el Otro social le brinda, para ayudarlo a elaborar y a inventar sus propias
soluciones. Nosotros sabemos bien que la clínica del sujeto conduce a soluciones inéditas.

3.- El psicoanálisis aplicado es una praxis realista. El psicoanálisis aplicado a la terapéutica, es decir,
aplicado al síntoma, es una praxis realista, no idealista. El psicoanalista no se orienta en función de los
ideales terapéuticos sociales sino que se orienta en la perspectiva del síntoma, sabiendo que el síntoma
es lo más real del ser hablante y una exigencia ética.

4.- El real que el psicoanálisis cierne es insoportable para la institución. Por esto cada institución
genera inercias y burocracias diversas en forma de programas, protocolos, reglamentaciones, etc., para
mantenerse a la mayor distancia posible de ese real. Son formas de estandarización y ritualización de la
clínica que terminan haciendo perder la orientación de los profesionales hasta el punto que éstos
pueden acabar haciendo las cosas sin saber porqué. Es algo de lo que nadie debería considerarse a salvo
pero que suele presentarse de forma bastante manifiesta en los profesionales que trabajan en las
instituciones.

5.- La posición del analista en la institución es subversiva. ¿Por qué subversiva? Porque su incidencia
política se encuentra en la juntura del saber y lo real. Subversiva porque descompleta la institución. El
analista al estar atravesado por el deseo de saber no puede dejar de introducir la inconsistencia del Otro,
como tampoco puede dejar de hacer presente el registro de lo imposible, manifestando en acto que el
deseo siempre se encuentra en el más allá de la norma. No se trata de rechazar la institución ni de
situarse al margen de la responsabilidad en el funcionamiento de la misma, esto tan solo produciría
rechazo y exclusión, quedando el analista sin posibilidad real de incidir en la clínica y en la práctica
institucional.

La política del analista es la del síntoma, eso le permite situarse más allá del ideal unificante y de la
norma adaptativa…

El síntoma es un efecto de creación, esto es algo que se puede comprobar cuando al síntoma se lo deja
hablar, cuando no se lo silencia, cuando el síntoma es dirigido a alguien que está formado en la
experiencia del inconsciente, entonces, el síntoma habla, y si habla se convierte en saber supuesto…

Control social de la población


Lo que se impone en nuestros días es el cálculo generalizado, un cálculo hecho para acallar el síntoma,
para que no hable, es por eso que se pretende reducir el síntoma a una entidad estadística y
epidemiológica, desde este punto de vista no interesa la etiología del malestar, no interesan las causas
-gritan algunos con desfachatez-, sólo interesa la morbilidad, la co-morbilidad estadística entre
síntomas. Interesa la gestión del síntoma y a partir de la gestión lo que se está haciendo es control
social de la población.

Nuevos campos de concentración


El síntoma, en efecto, contiene una cifra pero ésta no es la cifra estadística, la cifra que a nosotros nos
interesa es la cifra de goce del síntoma, y eso no es calculable ni civilizable. Y si nosotros nos
interesamos por la clínica y por la causa no es porque seamos amantes de la historia de la clínica sino
por una cuestión ética. La objetivación del síntoma, el desprecio por la causa y su singularidad, produce
efectos de segregación y los profesionales deberían saber que con ello se contribuye a la emergencia y
generalización de nuevos campos de concentración.

El analista en la institución no debe sustraerse a la demanda social y sin embargo debe responder a las
finalidades del discurso analítico y a la ética del bien decir. Se trata para el analista de situarse más allá
de la demanda social para que un sujeto pueda encontrarse con la sorpresa creacionista del
inconsciente, con la puesta en acto de su realidad libidinal, para que pueda encontrarse con los efectos
del acto analítico más allá de una oferta de palabra como tantas otras que pueblan las instituciones…

Sin tiempo anticipado


El psicoanalista en la institución debe estar disponible para una clínica de los encuentros que en su
mayor parte serán seguramente breves, intervenciones cortas en el tiempo pero capaces de producir
rectificaciones subjetivas, cambios en la relación con el Otro, soluciones particulares a impasses
subjetivos, nuevos usos del síntoma, etc. Una clínica basada en el encuentro y el acto analítico, lejos
del planteamiento de otras orientaciones psicoanalíticas que apuestan por terapias breves y focales en
las que el planteo de un tiempo anticipado de antemano está destinado a enmarcar una solución
terapéutica adaptada a la realidad colectiva. La intervención del analista de orientación lacaniana no
está marcada por el estándar sino que es a medida del sujeto y sujeta a la contingencia.

Xavier Esqué (Barcelona)