Partes de La Misa

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INSTRUCCIÓN GENERAL

DEL MISAL ROMANO

III. CADA UNA DE LAS PARTES DE LA MISA

A) Ritos iniciales

46. Los ritos que preceden a la Liturgia de la Palabra, es decir, la entrada,


el saludo, el acto penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria. y la colecta,
tienen el carácter de exordio, de introducción y de preparación.

La finalidad de ellos es hacer que los fieles reunidos en la unidad


construyan la comunión y se dispongan debidamente a escuchar la
Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.

En algunas celebraciones, que se unen con la Misa, según la norma de


los libros litúrgicos, se omiten los ritos iniciales o se realizan de modo
especial.

Entrada

47. Estando el pueblo reunido, cuando avanza el sacerdote con el


diácono y con los ministros, se da comienzo al canto de entrada. La
finalidad de este canto es abrir la celebración, promover la unión de
quienes se están congregados e introducir su espíritu en el misterio del
tiempo litúrgico o de la festividad, así como acompañar la procesión del
sacerdote y los ministros.

48. Se canta, o alternándolo entre los cantores y el pueblo o, de igual


manera, entre un cantor y el pueblo, o todo por el pueblo, o todo por los
cantores. Se puede emplear, o bien la antífona con su salmo como se
encuentra en el Graduale Romanum o en el Graduale simplex, o bien otro
canto que convenga con la índole de la acción sagrada, del día o del
tiempo litúrgico,[55] cuyo texto haya sido aprobado por la Conferencia
de los Obispos.

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Si no hay canto de entrada, los fieles o algunos de ellos o un lector,
leerán la antífona propuesta en el Misal, o si no el mismo sacerdote,
quien también puede adaptarla a manera de monición inicial (cfr. n. 31).

Saludo al altar y al pueblo congregado

49. Cuando llegan al presbiterio, el sacerdote, el diácono y los ministros


saludan al altar con una inclinación profunda.

Sin embargo, como signo de veneración, el sacerdote y el diácono besan


el altar; y el sacerdote, según las circunstancias, inciensa la cruz y el altar.

50. Concluido el canto de entrada, el sacerdote de pie, en la sede, se


signa juntamente con toda la asamblea con la señal de la cruz; después,
por medio del saludo, expresa a la comunidad reunida la presencia del
Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo se manifiesta el
misterio de la Iglesia congregada.

Terminado el saludo del pueblo, el sacerdote, o el diácono o un ministro


laico, puede introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas
palabras.

Acto penitencial

51. Después el sacerdote invita al acto penitencial que, tras una breve
pausa de silencio, se lleva a cabo por medio de la fórmula de la confesión
general de toda la comunidad, y se concluye con la absolución del
sacerdote que, no obstante, carece de la eficacia del sacramento de la
Penitencia.

El domingo, especialmente en el tiempo pascual, a veces puede hacerse


la bendición y aspersión del agua en memoria del Bautismo, en vez del
acostumbrado acto penitencial.[56]

Señor, ten piedad

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52. Después del acto penitencial, se tiene siempre el Señor, ten piedad, a
no ser que quizás haya tenido lugar ya en el mismo acto penitencial. Por
ser un canto con el que los fieles aclaman al Señor e imploran su
misericordia, deben hacerlo ordinariamente todos, es decir, que tanto el
pueblo como el coro o el cantor, toman parte en él.

Cada aclamación de ordinario se repite dos veces, pero no se excluyen


más veces, teniendo en cuenta la índole de las diversas lenguas y
también el arte musical o las circunstancias. Cuando el Señor, ten piedad
se canta como parte del acto penitencial, se le antepone un “tropo” a
cada una de las aclamaciones.

Gloria a Dios en el cielo

53. El Gloria es un himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia,


congregada en el Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le
suplica al Cordero. El texto de este himno no puede cambiarse por otro.
Lo inicia el sacerdote o, según las circunstancias, el cantor o el coro, y en
cambio, es cantado simultáneamente por todos, o por el pueblo
alternando con los cantores, o por los mismos cantores. Si no se canta,
lo dirán en voz alta todos simultáneamente, o en dos coros que se
responden el uno al otro.

Se canta o se dice en voz alta los domingos fuera de los tiempos de


Adviento y de Cuaresma, en las solemnidades y en las fiestas, y en
algunas celebraciones peculiares más solemnes.

Colecta

54. En seguida, el sacerdote invita al pueblo a orar, y todos, juntamente


con el sacerdote, guardan un momento de silencio para hacerse
conscientes de que están en la presencia de Dios y puedan formular en
su espíritu sus deseos. Entonces el sacerdote dice la oración que suele
llamarse “colecta” y por la cual se expresa el carácter de la celebración.
Por una antigua tradición de la Iglesia, la oración colecta ordinariamente
se dirige a Dios Padre, por Cristo en el Espíritu Santo[57] y termina con la
conclusión trinitaria, es decir, con la más larga, de este modo:

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Si se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Si se dirige al Padre, pero al final se menciona al Hijo: Él, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Si se dirige al Hijo: Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del


Espíritu Santo y eres Dios por los siglos de los siglos.

El pueblo uniéndose a la súplica, con la aclamación Amén la hace suya la


oración.

En la Misa se siempre se dice una sola colecta.

B) Liturgia de la palabra

55. La parte principal de la Liturgia de la Palabra la constituyen las


lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, junto con los cánticos que se
intercalan entre ellas; y la homilía, la profesión de fe y la oración
universal u oración de los fieles, la desarrollan y la concluyen. Pues en las
lecturas, que la homilía explica, Dios habla a su pueblo,[58] le desvela los
misterios de la redención y de la salvación, y le ofrece alimento
espiritual; en fin, Cristo mismo, por su palabra, se hace presente en
medio de los fieles.[59] El pueblo hace suya esta palabra divina por el
silencio y por los cantos; se adhiere a ella por la profesión de fe; y
nutrido por ella, expresa sus súplicas con la oración universal por las
necesidades de toda la Iglesia y por la salvación de todo el mundo.

Silencio

56. La Liturgia de la Palabra se debe celebrar de tal manera que


favorezca la meditación; por eso hay que evitar en todo caso cualquier
forma de apresuramiento que impida el recogimiento. Además conviene
que durante la misma haya breves momentos de silencio, acomodados a
la asamblea reunida, gracias a los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo,
se saboree la Palabra de Dios en los corazones y, por la oración, se
prepare la respuesta. Dichos momentos de silencio pueden observarse

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oportunamente, por ejemplo, antes de que se inicie la misma Liturgia de
la Palabra, después de la primera lectura, de la segunda y, finalmente,
una vez terminada la homilía.[60]

Lecturas bíblicas

57. Por las lecturas se prepara para los fieles la mesa de la Palabra de
Dios y abren para ellos los tesoros de la Biblia.[61] Conviene, por lo
tanto, que se conserve la disposición de las lecturas, que aclara la unidad
de los dos Testamentos y de la historia de la salvación; y no es lícito que
las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la Palabra de Dios,
sean cambiados por otros textos no bíblicos.[62]

58. En la celebración de la Misa con el pueblo, las lecturas se


proclamarán siempre desde el ambón.

59. Según la tradición, el servicio de proclamar las lecturas no es


presidencial, sino ministerial. Por consiguiente, que las lecturas sean
proclamadas por un lector; en cambio, que el diácono, o estando éste
ausente, otro sacerdote, anuncie el Evangelio. Sin embargo, si no está
presente un diácono u otro sacerdote, corresponde al mismo sacerdote
celebrante leer el Evangelio; y si no se encuentra presente otro lector
idóneo, el sacerdote celebrante proclamará también las lecturas.

Después de cada lectura, el lector propone una aclamación, con cuya


respuesta el pueblo congregado tributa honor a la Palabra de Dios
recibida con fe y con ánimo agradecido.

60. La lectura del Evangelio constituye la cumbre de la Liturgia de la


Palabra. La Liturgia misma enseña que debe tributársele suma
veneración, cuando la distingue entre las otras lecturas con especial
honor, sea por parte del ministro delegado para anunciarlo y por la
bendición o la oración con que se prepara; sea por parte de los fieles,
que con sus aclamaciones reconocen y profesan la presencia de Cristo
que les habla, y escuchan de pie la lectura misma; sea por los mismos
signos de veneración que se tributan al Evangeliario.

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Salmo responsorial

61. Después de la primera lectura, sigue el salmo responsorial, que es


parte integral de la Liturgia de la Palabra y en sí mismo tiene gran
importancia litúrgica y pastoral, ya que favorece la meditación de la
Palabra de Dios.

El salmo responsorial debe corresponder a cada una de las lecturas y se


toma habitualmente del leccionario.

Conviene que el salmo responsorial sea cantado, al menos la respuesta


que pertenece al pueblo. Así pues, el salmista o el cantor del salmo,
desde el ambón o en otro sitio apropiado, proclama las estrofas del
salmo, mientras que toda la asamblea permanece sentada, escucha y,
más aún, de ordinario participa por medio de la respuesta, a menos que
el salmo se proclame de modo directo, es decir, sin respuesta. Pero, para
que el pueblo pueda unirse con mayor facilidad a la respuesta salmódica,
se escogieron unos textos de respuesta y unos de los salmos, según los
distintos tiempos del año o las diversas categorías de Santos, que
pueden emplearse en vez del texto correspondiente a la lectura,
siempre que el salmo sea cantado. Si el salmo no puede cantarse, se
proclama de la manera más apta para facilitar la meditación de la Palabra
de Dios.

En vez del salmo asignado en el leccionario, puede también cantarse el


responsorio gradual tomado del Gradual Romano, o el salmo
responsorial o aleluyático tomado del Gradual Simple, tal como se
presentan en esos libros.

Aclamación antes de la lectura del Evangelio

62. Después de la lectura, que precede inmediatamente al Evangelio, se


canta el Aleluya u otro canto determinado por las rúbricas, según lo pida
el tiempo litúrgico. Esta aclamación constituye por sí misma un rito, o
bien un acto, por el que la asamblea de los fieles acoge y saluda al Señor,
quien le hablará en el Evangelio, y en la cual profesa su fe con el canto.
Se canta estando todos de pie, iniciándolo los cantores o el cantor, y si

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fuere necesario, se repite, pero el versículo es cantado por los cantores
o por un cantor.

a) El Aleluya se canta en todo tiempo, excepto durante la Cuaresma. Los


versículos se toman del leccionario o del Gradual.

b) En tiempo de Cuaresma, en vez del Aleluya, se canta el versículo antes


del Evangelio que aparece en el leccionario. También puede cantarse
otro salmo u otra selección (tracto), según se encuentra en el Gradual.

63. Cuando hay solo una lectura antes del Evangelio:

a) En el tiempo en que debe decirse Aleluya, puede tomarse o el salmo


aleluyático o el salmo y el Aleluya con su versículo.

b) En el tiempo en que no debe decirse Aleluya, puede tomarse o el


salmo y el versículo antes del Evangelio, o solamente el salmo..

c) El Aleluya o el versículo antes del Evangelio, si no se canta, puede


omitirse.

64. La Secuencia, que sólo es obligatoria los días de Pascua y de


Pentecostés, se canta antes del Aleluya.

Homilía

65. La homilía es parte de la Liturgia y es muy recomendada,[63] pues es


necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una
explicación o de algún aspecto de las lecturas de la Sagrada Escritura, o
de otro texto del Ordinario, o del Propio de la Misa del día, teniendo en
cuenta, sea el misterio que se celebra, sean las necesidades particulares
de los oyentes.[64]

66. La homilía la hará de ordinario el mismo sacerdote celebrante, o éste


se la encomendará a un sacerdote concelebrante, o alguna vez, según
las circunstancias, también a un diácono, pero nunca a un laico.[65] En
casos especiales, y por justa causa, la homilía puede hacerla también el
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Obispo o el presbítero que esté presente en la celebración sin que pueda
concelebrar.

Los domingos y las fiestas del precepto debe tenerse la homilía en todas
las Misas que se celebran con asistencia del pueblo y no puede omitirse
sin causa grave, por otra parte, se recomienda tenerla todos días
especialmente en las ferias de Adviento, Cuaresma y durante el tiempo
pascual, así como también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo
acude numeroso a la Iglesia.[66]

Es conveniente que se guarde un breve espacio de silencio después de la


homilía.

Profesión de fe

67. El Símbolo o Profesión de Fe, se orienta a que todo el pueblo reunido


responda a la Palabra de Dios anunciada en las lecturas de la Sagrada
Escritura y explicada por la homilía. Y para que sea proclamado como
regla de fe, mediante una fórmula aprobada para el uso litúrgico, que
recuerde, confiese y manifieste los grandes misterios de la fe, antes de
comenzar su celebración en la Eucaristía.

68. El Símbolo debe ser cantado o recitado por el sacerdote con el


pueblo los domingos y en las solemnidades; puede también decirse en
celebraciones especiales más solemnes.

Si se canta, lo inicia el sacerdote, o según las circunstancias, el cantor o


los cantores, pero será cantado o por todos juntamente, o por el pueblo
alternando con los cantores.

Si no se canta, será recitado por todos en conjunto o en dos coros que


se alternan.

Oración universal

69. En la oración universal, u oración de los fieles, el pueblo responde en


cierto modo a la Palabra de Dios recibida en la fe y, ejercitando el oficio

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de su sacerdocio bautismal, ofrece súplicas a Dios por la salvación de
todos. Conviene que esta oración se haga de ordinario en las Misas con
participación del pueblo, de tal manera que se hagan súplicas por la
santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren diversas
necesidades y por todos los hombres y por la salvación de todo el
mundo.[67]

70. Las serie de intenciones de ordinario será:

a) Por las necesidades de la Iglesia.

b) Por los que gobiernan y por la salvación del mundo.

c) Por los que sufren por cualquier dificultad.

d) Por la comunidad local.

Sin embargo, en alguna celebración particular, como la Confirmación, el


Matrimonio o las Exequias, el orden de las intenciones puede tener en
cuenta más expresamente la ocasión particular.

71. Pertenece al sacerdote celebrante dirigir las preces desde la sede. Él


mismo las introduce con una breve monición, en la que invita a los fieles
a orar, y la termina con la oración. Las intenciones que se proponen
deben ser sobrias, compuestas con sabia libertad y con pocas palabras y
expresar la súplica de toda la comunidad.

Las propone el diácono, o un cantor, o un lector, o bien, uno de los fieles


laicos desde el ambón o desde otro lugar conveniente.[68]

Por su parte, el pueblo, de pie, expresa su súplica, sea con una


invocación común después de cada intención, sea orando en silencio.

C) Liturgia Eucarística

72. En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y el banquete


pascuales. Por estos misterios el sacrificio de la cruz se hace
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continuamente presente en la Iglesia, cuando el sacerdote,
representando a Cristo Señor, realiza lo mismo que el Señor hizo y
encomendó a sus discípulos que hicieran en memoria de Él.[69]

Cristo, pues, tomó el pan y el cáliz, dio gracias, partió el pan, y los dio a
sus discípulos, diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste
es el cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía. Por eso, la
Iglesia ha ordenado toda la celebración de la Liturgia Eucarística con
estas partes que responden a las palabras y a las acciones de Cristo, a
saber:

1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con


agua, es decir, los mismos elementos que Cristo tomó en sus manos.

2) En la Plegaria Eucarística se dan gracias a Dios por toda la obra de la


salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y en la Sangre de
Cristo.

3) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles, aunque sean
muchos, reciben de un único pan el Cuerpo, y de un único cáliz la Sangre
del Señor, del mismo modo como los Apóstoles lo recibieron de las
manos del mismo Cristo.

Preparación de los dones

73. Al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los dones que


se convertirán en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.

En primer lugar se prepara el altar, o mesa del Señor, que es el centro de


toda la Liturgia Eucarística,[70] y en él se colocan el corporal, el
purificador, el misal y el cáliz, cuando éste no se prepara en la credencia.

En seguida se traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que


sean presentados por los fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los
fieles, el sacerdote o el diácono las reciben en un lugar apropiado y son
ellos quienes las llevan al altar. Aunque los fieles ya no traigan, de los
suyos, el pan y el vino destinados para la liturgia, como se hacía

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antiguamente, sin embargo el rito de presentarlos conserva su fuerza y
su significado espiritual.

También pueden recibirse dinero u otros dones para los pobres o para la
iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la iglesia, los cuales se
colocarán en el sitio apropiado, fuera de la mesa eucarística.

74. Acompaña a esta procesión en la que se llevan los dones, el canto del
ofertorio (cfr. n.37 b), que se prolonga por lo menos hasta cuando los
dones hayan sido depositados sobre el altar. Las normas sobre el modo
de cantarlo son las mismas que para canto de entrada (cfr. n. 48). El
canto se puede asociar siempre al rito para el ofertorio, aún sin la
procesión con los dones.

75. El sacerdote coloca sobre el altar el pan y el vino acompañándolos


con las fórmulas establecidas; el sacerdote puede incensar los dones
colocados sobre el altar, y después la cruz y el altar mismo, para
significar que la oblación de la Iglesia y su oración suben como incienso
hasta la presencia de Dios. Después el sacerdote, por el sagrado
ministerio, y el pueblo por razón de su dignidad bautismal, pueden ser
incensados por el diácono, o por otro ministro.

76. En seguida, el sacerdote se lava las manos a un lado del altar, rito con
el cual se expresa el deseo de purificación interior.

Oración sobre las ofrendas

77. Depositadas las ofrendas y concluidos los ritos que las acompañan,
con la invitación a orar junto con el sacerdote, y con la oración sobre las
ofrendas, se concluye la preparación de los dones y se prepara la
Plegaria Eucarística.

En la Misa se dice una sola oración sobre las ofrendas, que se concluye
con la conclusión más breve, es decir: Por Jesucristo, nuestro Señor; y si al
final de ella se hace mención del Hijo: (Él) que vive y reina por los siglos de
los siglos.

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El pueblo uniéndose a la súplica con la aclamación Amén, hace suya la
oración.

Plegaria Eucarística

78. En este momento comienza el centro y la cumbre de toda la


celebración, esto es, la Plegaria Eucarística, que ciertamente es una
oración de acción de gracias y de santificación. El sacerdote invita al
pueblo a elevar los corazones hacia el Señor, en oración y en acción de
gracias, y lo asocia a sí mismo en la oración que él dirige en nombre de
toda la comunidad a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo. El
sentido de esta oración es que toda la asamblea de los fieles se una con
Cristo en la confesión de las maravillas de Dios y en la ofrenda del
sacrificio. La Plegaria Eucarística exige que todos la escuchen con
reverencia y con silencio.

79. Los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística


pueden distinguirse de esta manera:

a) Acción de gracias (que se expresa especialmente en el Prefacio), en la


cual el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica a Dios
Padre y le da gracias por toda la obra de salvación o por algún aspecto
particular de ella, de acuerdo con la índole del día, de la fiesta o del
tiempo litúrgico.

b) Aclamación: con la cual toda la asamblea, uniéndose a los coros


celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que es parte de la misma
Plegaria Eucarística, es proclamada por todo el pueblo juntamente con el
sacerdote.

c) Epíclesis: con la cual la Iglesia, por medio de invocaciones especiales,


implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones ofrecidos por los
hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y en la
Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en
la Comunión sirva para la salvación de quienes van a participar en ella.

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d) Narración de la institución y consagración: por las palabras y por las
acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo
instituyó en la última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo
las especies de pan y vino, y los dio a los Apóstoles para que comieran y
bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.

e) Anámnesis: por la cual la Iglesia, al cumplir el mandato que recibió de


Cristo por medio de los Apóstoles, realiza el memorial del mismo Cristo,
renovando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa
resurrección y su ascensión al cielo.

f) Oblación: por la cual, en este mismo memorial, la Iglesia,


principalmente la que se encuentra congregada aquí y ahora, ofrece al
Padre en el Espíritu Santo la víctima inmaculada. La Iglesia, por su parte,
pretende que los fieles, no sólo ofrezcan la víctima inmaculada, sino que
también aprendan a ofrecerse a sí mismos,[71] y día a día se
perfeccionen, por la mediación de Cristo, en la unidad con Dios y entre
ellos, para que finalmente, Dios sea todo en todos.[72]

g) Intercesiones: por las cuales se expresa que la Eucaristía se celebra en


comunión con toda la Iglesia, tanto con la del cielo, como con la de la
tierra; y que la oblación se ofrece por ella misma y por todos sus
miembros, vivos y difuntos, llamados a participar de la redención y de la
salvación adquiridas por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

h) Doxología final: por la cual se expresa la glorificación de Dios, que es


afirmada y concluida con la aclamación Amén del pueblo.

Rito de la comunión

80. Puesto que la celebración eucarística es el banquete pascual,


conviene que, según el mandato del Señor, su Cuerpo y su Sangre sean
recibidos como alimento espiritual por los fieles debidamente
dispuestos. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios,
con los que los fieles son conducidos inmediatamente a la Comunión.

Oración del Señor

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81. En la Oración del Señor se pide el pan de cada día, que para los
cristianos indica principalmente el pan eucarístico, y se implora la
purificación de los pecados, de modo que, en realidad, las cosas santas
se den a los santos. El sacerdote hace la invitación a la oración y todos
los fieles, juntamente con el sacerdote, dicen la oración. El sacerdote
solo añade el embolismo, que el pueblo concluye con la doxología. El
embolismo que desarrolla la última petición de la Oración del Señor pide
con ardor, para toda la comunidad de los fieles, la liberación del poder
del mal.

La invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología con la que el


pueblo concluye lo anterior, se cantan o se dicen en voz alta.

Rito de la paz

82. Sigue el rito de la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad
para sí misma y para toda la familia humana, y con el que los fieles se
expresan la comunión eclesial y la mutua caridad, antes de la comunión
sacramental.

En cuanto al signo mismo para dar la paz, establezca la Conferencia de


Obispos el modo, según la idiosincrasia y las costumbres de los pueblos.
Conviene, sin embargo, que cada uno exprese la paz sobriamente sólo a
los más cercanos a él.

Fracción del Pan

83. El sacerdote parte el pan eucarístico, con la ayuda, si es del caso, del
diácono o de un concelebrante. El gesto de la fracción del Pan realizado
por Cristo en la Última Cena, que en el tiempo apostólico designó a toda
la acción eucarística, significa que los fieles siendo muchos, en la
Comunión de un solo Pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado
para la salvación del mundo, forman un solo cuerpo (1Co 10, 17). La
fracción comienza después de haberse dado la paz y se lleva a cabo con
la debida reverencia, pero no se debe prolongar innecesariamente, ni se
le considere de excesiva importancia. Este rito está reservado al
sacerdote y al diácono.

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El sacerdote parte el pan e introduce una parte de la Hostia en el cáliz
para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra
de la redención, a saber, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso.
La súplica Cordero de Dios se canta según la costumbre, bien sea por los
cantores, o por el cantor seguido de la respuesta del pueblo el pueblo, o
por lo menos se dice en voz alta. La invocación acompaña la fracción del
pan, por lo que puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta
cuando haya terminado el rito. La última vez se concluye con las
palabras danos la paz.

Comunión

84. El sacerdote se prepara para recibir fructuosamente el Cuerpo y la


Sangre de Cristo con una oración en secreto. Los fieles hacen lo mismo
orando en silencio.

Después el sacerdote muestra a los fieles el Pan Eucarístico sobre la


patena o sobre el cáliz y los invita al banquete de Cristo; además,
juntamente con los fieles, pronuncia un acto de humildad, usando las
palabras evangélicas prescritas.

85. Es muy de desear que los fieles, como está obligado a hacerlo
también el mismo sacerdote, reciban el Cuerpo del Señor de las hostias
consagradas en esa misma Misa, y en los casos previstos (cfr. n. 283),
participen del cáliz, para que aún por los signos aparezca mejor que la
Comunión es una participación en el sacrificio que entonces mismo se
está celebrando.[73]

86. Mientras el sacerdote toma el Sacramento, se inicia el canto de


Comunión, que debe expresar, por la unión de las voces, la unión
espiritual de quienes comulgan, manifestar el gozo del corazón y
esclarecer mejor la índole “comunitaria” de la procesión para recibir la
Eucaristía. El canto se prolonga mientras se distribuye el Sacramento a
los fieles.[74] Pero si se ha de tener un himno después de la Comunión,
el canto para la Comunión debe ser terminado oportunamente.

Téngase cuidado de que también los cantores puedan comulgar en el


momento más conveniente.
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87. Para canto de Comunión puede emplearse la antífona del Gradual
Romano, con su salmo o sin él, o la antífona con el salmo del Graduale
Simplex, o algún otro canto adecuado aprobado por la Conferencia de
los Obispos. Lo canta el coro solo, o el coro con el pueblo, o un cantor
con el pueblo.

Por otra parte, cuando no hay canto, se puede decir la antífona


propuesta en el Misal. La pueden decir los fieles, o sólo algunos de ellos,
o un lector, o en último caso el mismo sacerdote, después de haber
comulgado, antes de distribuir la Comunión a los fieles.

88. Terminada la distribución de la Comunión, si resulta oportuno, el


sacerdote y los fieles oran en silencio por algún intervalo de tiempo. Si
se quiere, la asamblea entera también puede cantar un salmo u otro
canto de alabanza o un himno.

89. Para terminar la súplica del pueblo de Dios y también para concluir
todo el rito de la Comunión, el sacerdote dice la oración después de la
Comunión, en la que se suplican los frutos del misterio celebrado.

En la Misa se dice una sola oración después de la Comunión, que termina


con conclusión breve, es decir:

— Si se dirige al Padre: Por Jesucristo, nuestro Señor.

— Si se dirige al Padre, pero al fin se menciona el Hijo: Que vive y reina


por siglos de los siglos.

— Si se dirige al Hijo: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

El pueblo hace suya la oración con la aclamación: Amén.

D) Rito de conclusión

90. Al rito de conclusión pertenecen:

a) Breves avisos, si fuere necesario.


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b) El saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y
ocasiones se enriquece y se expresa con la oración sobre el pueblo o con
otra fórmula más solemne.

c) La despedida del pueblo, por parte del diácono o del sacerdote, para
que cada uno regrese a su bien obrar, alabando y bendiciendo a Dios.

d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y después la
inclinación profunda al altar de parte del sacerdote, del diácono y de los
demás ministros.

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