Contenido de Formación para Liturgia

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Contenido de formación para liturgia

PRIMERA PARTE

LA PALABRA DE DIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA MISA

CAPÍTULO II

LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA EN LA MISA

1. ELEMENTOS DE LA LITURGIA DE LA PALABRA Y SUS RITOS

11. «Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la
parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe la oración universal u
oración de los fieles, la desarrollan y concluyen (25).

a) Las lecturas bíblicas

12. No está permitido que, en la celebración de la misa, las lecturas bíblicas, junto con los
cánticos tomados de la Sagrada Escritura, sean suprimidas, mermadas ni, lo que sería más grave,
substituidas por otras lecturas no bíblicas (26). (Es lamentable que sacerdotes o laicos se
arroguen este derecho que no tienen, aduciendo razones a menudo por demás infundadas). En
efecto, desde la Palabra de Dios escrita, todavía «Dios habla a su pueblo» (27) y, con el uso
continuado de la Sagrada Escritura, el pueblo de Dios, hecho dócil al Espíritu Santo por la luz de la
fe, podrá dar, con su vida y costumbres, testimonio de Cristo ante el mundo.

13. La lectura del Evangelio constituye el punto culminante de esta Liturgia de la Palabra; las
demás lecturas, que, según el orden tradicional, hacen la transición desde el Antiguo al Nuevo
Testamento, preparan la asamblea reunida para esta lectura evangélica.

14. Lo que más ayuda a una adecuada comunicación de la Palabra de Dios a la asamblea por
medio de las lecturas es la misma manera de leer de los lectores, que deben hacerlo en voz alta y
clara, y con conocimiento de lo que leen. Las lecturas, tomadas de versiones aprobadas (28),
pueden, según la índole de las diversas lenguas, ser cantadas, pero de modo que el canto no
oscurezca el texto, sino que le dé realce. Si se dicen en latín, se observará lo indicado en el Ordo
cantus Missae (29).

Es de destacar la importancia que el parágrafo anterior atribuye a las aptitudes que ha de tener
el lector. 
Cuando allí mismo se habla de "versiones aprobadas" se refiere a los libros litúrgicos oficiales, o
en su defecto, a los que reproduzcan fielmente los textos en ellos impresos.
La posibilidad de cantar las lecturas puede apreciarse especialmente en muchas de las Misas que
el Papa preside en Roma y en otras ciudades del mundo.

15. Antes de las lecturas, especialmente antes de la primera, pueden hacerse unas breves y
apropiadas moniciones. Hay que atender con mucho cuidado al género literario de estas
moniciones. Deben ser sencillas, fieles al texto, breves, preparadas minuciosamente y adaptadas al
matiz propio del texto al que deben introducir (30). (De lo que se deduce que no es suficiente
saber redactar para elaborarlas).

16. En la celebración de la Misa con participación del pueblo, las lecturas deben proclamarse
siempre desde el ambón (31).

17. En los ritos de la Liturgia de la Palabra hay que tener en cuenta la veneración debida a la
lectura del Evangelio (32). Cuando se dispone de un Evangeliario, que en los ritos iniciales ha sido
llevado procesionalmente por el diácono o por el lector (33) (y depositado sobre el Altar), es muy
conveniente que el diácono, o, en su defecto, el presbítero, tome del Altar (34) el libro de los
Evangelios y, precedido de los ministros con ciriales (salvo en la Vigilia Pascual) e incienso, u otros
signos de veneración autorizados por la costumbre, lo lleve al ambón. Los fieles están de pie y
veneran el Libro de los Evangelios con sus aclamaciones al Señor. El diácono que ha de leer el
Evangelio, inclinado ante el que preside, pide y recibe la bendición. El presbítero, cuando no hay
diácono, inclinado ante el altar, dice en secreto la oración: «Purifica mi corazón.» (35). En el
ambón, el que proclama el Evangelio saluda al pueblo, que está de pie, anuncia el título de la
lectura, haciendo la señal de la cruz en la frente, en la boca y en el pecho, luego, si se usa incienso,
inciensa el libro y, finalmente, lee el Evangelio. Terminado el Evangelio, besa el libro, diciendo en
secreto las palabras prescritas. La salutación, el anuncio: «Lectura del santo evangelio ... », y:
«Palabra del Señor», al final, es conveniente cantarlos, a fin de que la asamblea pueda aclamar del
mismo modo, aunque el Evangelio sea tan sólo leído. De este modo, se pone de relieve la
importancia de la lectura evangélica y se aviva la fe de los oyentes. (Y también se diferencia la
"Palabra de Dios" de la "palabra del hombre").

Adviértase que la procesión de entrada y la del Evangelio se realizan únicamente con el


Evangeliario y no con el Leccionario, más allá de que este último contenga también las lecturas
evangélicas.

18. Al final de las lecturas, la conclusión: «Palabra de Dios» puede ser cantada también por un
cantor
distinto al lector que ha proclamado la lectura (a menudo se procede así en las Misas presididas
por el Papa), respondiendo luego todos con la aclamación. De este modo, la asamblea reunida
honra la Palabra de Dios, recibida con fe y con espíritu de acción de gracias.

b) El salmo responsorial

19. El salmo responsorial, llamado también gradual, por ser «parte integrante de la Liturgia de la
Palabra» (36), tiene una gran importancia litúrgica y pastoral. Por ello, los fieles han de ser
instruidos con insistencia sobre el modo de percibir la Palabra de Dios, que nos habla en los
salmos, y sobre el modo de convertir estos salmos en oración de la Iglesia. Esto «se realizará más
fácilmente si se promueve con diligencia entre el clero un conocimiento más profundo de los
salmos, según el sentido con que se cantan en la sagrada liturgia, y si se hace partícipes de ello a
todos los fieles con una catequesis oportuna» (37). También pueden ayudar unas breves
moniciones en las que se indique el porqué de aquel salmo determinado y de la respuesta, y su
relación con las lecturas. (Esto no es algo muy difundido pero debería ponerse en práctica al
menos algunas veces; sería un modo de "recuperar" la conciencia de la importancia del salmo
que, no con poca frecuencia, suele pasar desapercibido, siendo degradado a la categoría de
mera aclamación).

20. Normalmente, el salmo responsorial debe ser cantado. Conviene recordar los dos modos de
cantar el salmo que sigue a la primera lectura: el modo responsorial y el modo directo. En el modo
responsorial, que, en lo posible, ha de ser el preferido, (y de hecho, se prefiere, puesto que
jamás he participado de una Eucaristía en la que se ponga en práctica el otro modo) el salmista o
cantor del salmo canta los versículos del salmo, y toda la asamblea participa por medio de la
respuesta. En el modo directo, el salmo se canta sin que la asamblea intercale la respuesta, y lo
cantan, o bien el salmista o cantor del salmo él solo, o bien todos a la vez.

21. El canto del salmo o de la sola respuesta favorece mucho la percepción del sentido espiritual
del salmo y su meditación. En cada cultura hay que poner en juego todos los medios que pueden
favorecer el canto de la asamblea, y en especial el uso de las facultades previstas para ello en la
Ordenación de las lecturas de la Misa (38) en lo que se refiere a las respuestas para cada tiempo
litúrgico.

22. El salmo que sigue a la lectura, si no se canta, debe leerse de la manera más apta para la
meditación de la Palabra de Dios (39). El salmo responsorial es cantado o leído por el salmista o
cantor en el ambón (40).

c) La aclamación antes de la lectura del Evangelio.

23. También el «Aleluya» o, según el tiempo litúrgico, el versículo antes del Evangelio «tienen por
sí mismos el valor de rito o de acto (41) con el que la asamblea de los fieles recibe y saluda al
Señor que va a hablarles, y profesa su fe con el canto. El «Aleluya» y el versículo antes del
Evangelio deben ser cantados, estando todos de pie, pero de manera que lo cante unánimemente
todo el pueblo, y no sólo el cantor o el coro que lo empiezan (42).
d) La homilía

24. La homilía, en el cual, en el transcurso del año litúrgico, y partiendo del texto sagrado, se
exponen los misterios de la fe y las normas de vida cristiana, como parte de la Liturgia de la
Palabra (43), muchas veces, a partir de la Constitución sobre la sagrada liturgia del Concilio
Vaticano II, ha sido recomendada con mucho interés, e incluso mandada en algunos casos. En la
celebración de la Misa, la homilía, que normalmente es hecha por el mismo que preside (44),
tiene por objeto el que la Palabra de Dios proclamada, junto con la liturgia eucarística, sea como
«una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de
Cristo» (45). En efecto, el Misterio pascual de Cristo, proclamado en las lecturas y en la homilía, se
realiza por medio del Sacrificio de la Misa (46). Cristo está siempre presente y operante en la
predicación de su Iglesia (47). La homilía, por consiguiente, tanto si explica las palabras de la
Sagrada Escritura que se acaban de leer como si explica otro texto litúrgico (48), debe llevar a la
comunidad de los fieles a una activa participación en la Eucaristía, a fin de que «vivan siempre de
acuerdo con la fe que profesaron» (49). Con esta explicación viva, la Palabra de Dios que se ha
leído y las celebraciones que realiza la Iglesia pueden adquirir una mayor eficacia, a condición de
que la homilía sea realmente fruto de la meditación, debidamente preparada, ni demasiado larga
ni demasiado corta, y de que se tenga en cuenta a todos los que están presentes, incluso a los
niños y a los menos formados (50). En la concelebración, normalmente hace la homilía el
celebrante principal o uno de los concelebrantes (51).

25. En los días que está mandado, a saber, en los domingos y fiestas de precepto, debe hacerse la
homilía, la cual no puede omitirse sin causa grave, en todas las Misas que se celebran con
asistencia del pueblo, sin excluir las Misas que se celebran en la tarde del día precedente (52).
También debe haber homilía en las Misas con niños y con grupos particulares (53). La homilía es
muy recomendable en las ferias de Adviento, de Cuaresma y del tiempo pascual, para los fieles
que habitualmente participan en la celebración de la Misa, y también en otras fiestas y ocasiones
en que el pueblo acude en mayor número a la iglesia (54).

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos ha elaborado un valioso


documento con los lineamientos generales y consejos pastorales para la preparación de la
homilía. Se llama Directorio homilético. Data de la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y
Pablo (29/06) de 2014.

26. El sacerdote celebrante pronuncia la homilía en la sede, de pie (como el Papa Francisco) o
sentado (como San Juan Pablo II o Benedicto XVI), o también en el ambón (55).

27. Hay que separar de la homilía las breves advertencias que, si se da el caso, tengan que
hacerse al pueblo, ya que éstas tienen su lugar propio terminada la oración después de la
comunión (56).

e) El silencio

28. La Liturgia de la Palabra se ha de celebrar de manera que favorezca la meditación, y, por esto,
hay que evitar totalmente cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. El
diálogo entre Dios y los hombres, con la ayuda del Espíritu Santo, requiere unos breves momentos
de silencio, acomodados a la asamblea presente, para que en ellos la Palabra de Dios sea acogida
interiormente y se prepare la respuesta por medio de la oración. Pueden guardarse estos
momentos de silencio, por ejemplo, antes de empezar dicha Liturgia de la Palabra, después de la
primera y segunda lectura y, por último, al terminar la homilía (57).

Es sumamente necesario  recuperar allí donde se haya perdido, y revalorizar en donde se haya
subestimado, la importancia del silencio como "realidad litúrgica".

f) La profesión de fe

29. El Símbolo o profesión de fe, dentro de la Misa, cuando las rúbricas lo prescriben
(concretamente, en los domingos y solemnidades), tiende a que la asamblea reunida dé su
asentimiento y su respuesta a la Palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía, y traiga a su
memoria, antes de empezar la celebración del misterio de la fe en la Eucaristía, la norma de su fe,
según la forma aprobada por la Iglesia (58). (Hay dos fórmulas aprobadas: el Credo de Nicea y el
Símbolo de los Apóstoles). La Renovación de las Promesas bautismales puede suplir a la
Profesión de fe. De hecho, lo hace en la Vigilia Pascual y en otras celebraciones particularmente
solemnes.

g) La oración universal u oración de los fieles

30. En la oración universal, la asamblea de los fieles, a la luz de la Palabra de Dios, a la que en
cierto modo responde, pide normalmente por las necesidades de toda la Iglesia y de la comunidad
local, por la salvación del mundo y por los que se hallan en cualquier necesidad, por determinados
grupos de personas. Bajo la dirección del celebrante (que introduce la oración), un diácono o un
ministro o algunos fieles proponen oportunamente unas peticiones, breves y compuestas con una
sabia libertad, con las que el pueblo, ejercitando su oficio sacerdotal, ruega por todos los
hombres (59), de modo que, completando en sí mismo los frutos de la Liturgia de la Palabra,
pueda hacer más adecuadamente el paso a la liturgia eucarística

31. El celebrante dirige la oración universal desde la sede, mientras que las intenciones se
anuncian desde el ambón (60). La asamblea reunida, de pie, participa en la oración, diciendo o
cantando la misma invocación después de cada petición, o bien orando en silencio (61). (La
segunda alternativa, conservada en la liturgia del Viernes Santo, desafortunadamente casi ha
caído en desuso, salvo en las liturgias papales).

2. COSAS QUE AYUDAN A UNA RECTA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA

a) Lugar de la proclamación de la Palabra de Dios

32. En la nave de la iglesia ha de haber un lugar elevado, fijo, dotado de la adecuada disposición y
nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios y, al mismo tiempo,
recuerde con claridad a los fieles que en la Misa se les prepara la doble mesa de la Palabra de Dios
y del Cuerpo de Cristo (62), y que ayude, lo mejor posible, durante la Liturgia de la Palabra, a la
audición y atención por parte de los fieles. Por esto, hay que atender, de conformidad con la
estructura de cada iglesia, a la proporción y armonía entre el ambón y el altar.

33. Conviene que el ambón esté sobriamente adornado, de acuerdo con su estructura, de modo
estable u ocasional, por lo menos en los días más solemnes. Como que el ambón es el lugar en
que los ministros anuncian la Palabra de Dios, debe reservarse, por su misma naturaleza, a las
lecturas, al salmo responsorial y al Pregón pascual. (Se destaca aquí la importancia que la Iglesia
ha atribuido siempre al venerable Pregón pascual que se proclama en la Noche más santa del
año; en efecto, se le reserva el ambón, propio de la Palabra de Dios y se lo inciensa, al igual que
la lectura evangélica). En cuanto a la homilía y la oración de los fieles, pueden hacerse también en
el ambón (de lo que se deduce que no se prohíbe que no sea allí, como es el caso del Pregón),
por la íntima conexión de estas partes con toda la Liturgia de la Palabra. En cambio, no es
aconsejable que suban al ambón otros, como, por ejemplo, el comentador, el cantor o el que
dirige el canto (63).

34. Para que el ambón sirva adecuadamente para las celebraciones, debe tener la suficiente
amplitud, ya que a veces debe situarse en él más de un ministro (lectores, como en el caso de la
Pasión, o no lectores, como los ceroferarios y el turiferario). Además, hay que procurar que los
lectores tengan en el ambón la suficiente iluminación para la lectura del texto, y, si es necesario,
puedan utilizarse los actuales instrumentos de orden técnico para que los fieles puedan oír
cómodamente.

b) Los libros para la proclamación de la Palabra de Dios en las celebraciones

35. Los libros que contienen las lecturas de la Palabra de Dios, así como los ministros, las actitudes,
los lugares y demás cosas, suscitan en los oyentes el recuerdo de la presencia de Dios que habla a
su pueblo. Hay que procurar, pues, que también los libros, que son en la acción litúrgica signos y
símbolos de las cosas celestiales, sean realmente dignos, decorosos y bellos (64).

36. Puesto que la proclamación del Evangelio es siempre el ápice de la Liturgia de la Palabra, la
tradición litúrgica, tanto occidental como oriental, ha introducido desde siempre alguna distinción
entre los libros de las lecturas. En efecto, el libro de los Evangelios era elaborado con el máximo
interés, era adornado y gozaba de una veneración superior a la de los demás leccionarios. Es, por
lo tanto, muy conveniente que también ahora, por lo menos en las catedrales y en las parroquias e
iglesias más importantes y frecuentadas, se disponga de un Evangeliario bellamente adornado,
distinto de los otros leccionarios. Con razón, este libro es entregado al diácono en su ordenación,
y en la ordenación episcopal es colocado y sostenido sobre la cabeza del elegido (65).

37. Finalmente, los leccionarios que se utilizan en la celebración, por la dignidad que exige la
Palabra de Dios, no deben ser substituidos por otros subsidios de orden pastoral, por ejemplo, las
hojas que se hacen para que los fieles preparen las lecturas o para su meditación personal.
(Infelizmente esta costumbre está difundida en no pocos lugares).

CAPÍTULO III

OFICIOS Y MINISTERIOS EN LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA DENTRO DE LA MISA

1. FUNCIONES DEL PRESIDENTE EN LA LITURGIA DE LA PALABRA

38. El que preside la Liturgia de la Palabra, aunque escucha él también la Palabra de Dios
proclamada por los demás, continúa siendo siempre el primero al que se le ha confiado la función
de anunciar la Palabra de Dios, compartiendo con los fieles, sobre todo en la homilía, el alimento
interior que contiene esta Palabra. Si bien él debe cuidar, por sí mismo o por otros, que la Palabra
de Dios sea proclamada adecuadamente, con todo, a él le corresponde ordinariamente preparar
algunas moniciones que ayuden a los fieles a escuchar con más atención y, sobre todo, hacer la
homilía, para facilitarles una comprensión más fecunda de la Palabra de Dios.

39. Es necesario que el que ha de presidir la celebración conozca perfectamente, él mejor que
nadie, la estructura de la Ordenación de las lecturas, para que sepa hacerla provechosa en el
corazón de los fieles, y que además, mediante la oración y el estudio, perciba claramente la
coherencia y conexión entre los diversos textos de la Liturgia de la Palabra, a fin de que, a través
de esta Ordenación de las lecturas, se comprenda adecuadamente el misterio de Cristo y su obra
de salvación.

40. El que preside no ha de ser reacio en aprovechar las diversas posibilidades que le ofrece el
Leccionario, en cuanto a las lecturas, respuestas, salmos responsoriales, aclamaciones para el
Evangelio (66); pero debe hacerlo de común acuerdo (67) con todos los interesados, oyendo
también el parecer de los fieles en aquello que les atañe (68).

41. El presidente ejerce también su función propia y el ministerio de la Palabra cuando hace la
homilía (69). Con ella, en efecto, guía a sus hermanos hacia una sabrosa comprensión de la
Sagrada Escritura, abre el corazón de los fieles a la acción de gracias por las maravillas de Dios,
alimenta la fe de los presentes en la Palabra que, en la celebración, por obra del Espíritu Santo, se
convierte en sacramento, los prepara para una provechosa comunión y los invita a asumir las
exigencias de la vida cristiana.

42. Corresponde al presidente introducir, de vez en cuando, a los fieles, mediante unas
moniciones, en la Liturgia de la Palabra, antes de la proclamación de las lecturas (70) (El Misal
Romano ofrece, por ejemplo, una breve pero incisiva monición para las lecturas de la solemne
Vigilia Pascual). Estas moniciones podrán ser de gran ayuda para que la asamblea reunida escuche
mejor la Palabra de Dios, ya que promueven el hábito de la fe y de la buena voluntad. Esta función
puede ejercerla por medio de otros, por ejemplo, del diácono o del comentador (71).

43. El presidente, dirigiendo la oración universal y, si es posible, conectando las lecturas de la


celebración y la homilía con la oración, por medio de la monición inicial y de la conclusión,
introduce a los fieles en la Liturgia eucarística (72).

2. OFICIO DE LOS FIELES EN LA LITURGIA DE LA PALABRA

44. Por la Palabra de Cristo el pueblo de Dios se reúne, crece, se alimenta, «lo cual se aplica
especialmente a la Liturgia de la Palabra en la celebración de la Misa, en que el anuncio de la
muerte y de la Resurrección del Señor, y la respuesta del pueblo que escucha, se unen
inseparablemente con la oblación misma con la que Cristo confirmó en su Sangre la Nueva Alianza,
oblación a la que se unen los fieles con el deseo y con la recepción del sacramento» (73). En
efecto, «no sólo cuando se lee lo que se escribió para enseñanza nuestra, sino también cuando la
Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los asistentes se alimenta y sus almas se elevan hacia Dios, a fin
de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia» (74).

45. En la Liturgia de la Palabra, por una audición acompañada de la fe, también hoy la
congregación de los cristianos recibe de Dios la Palabra de la Alianza, y debe responder a esta
Palabra con la misma fe, para que se convierta cada día más en el pueblo de la Nueva Alianza. El
pueblo de Dios tiene derecho a recibir abundantemente el tesoro espiritual de la Palabra de Dios,
lo cual se realiza al llevar a la práctica la Ordenación de las lecturas de la misa, y también a través
de las homilías y de la acción pastoral. Los fieles, en la celebración de la Misa, han de escuchar la
Palabra de Dios con una veneración interior y exterior que los haga crecer continuamente en la
vida espiritual y los introduzca cada vez más en el misterio que se celebra (75).

46. Para que puedan celebrar de un modo vivo el memorial del Señor, los fieles han de tener la
convicción de que hay una sola presencia de Cristo, presencia en la Palabra de Dios, «pues cuando
se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura es Él quien habla», y presencia, «sobre todo, bajo las
especies eucarísticas» (76).

47. La Palabra de Dios, para que sea acogida y traducida en la vida de los fieles, pide una fe viva
(77), fe que va siendo actuada sin cesar por la audición de la Palabra proclamada. En efecto, la
Sagrada Escritura, sobre todo en la proclamación litúrgica, es fuente de vida y de fuerza, ya que el
Apóstol atestigua que el Evangelio es fuerza de salvación para todo el que cree (78); por esto, el
amor a las Escrituras es vigor y renovación para todo el pueblo de Dios (79). Conviene, por tanto,
que todos los cristianos estén siempre dispuestos a escuchar con gozo la Palabra de Dios (80). La
Palabra de Dios, cuando es anunciada por la Iglesia y llevada a la práctica, ilumina a los fieles, por
la actuación del Espíritu, y los arrastra a vivir en su totalidad el misterio del Señor (81). La Palabra
de Dios, en efecto, recibida con fe, mueve todo el interior del hombre a la conversión y a una vida
resplandeciente de fe, personal y comunitaria (82), ya que, es el alimento de la vida cristiana y la
fuente de toda la oración de la Iglesia (83).

48. La íntima relación entre Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística en la celebración de la


Misa llevará a los fieles a estar presentes en la celebración desde el principio (84) y a que
participen atentamente, y, en lo posible, a una audición preparada con anterioridad,
principalmente por medio de un más profundo conocimiento de la Sagrada Escritura; además,
suscitará en ellos el deseo de alcanzar una comprensión litúrgica de los textos que se leen y la
voluntad de responder por medio del canto (85). Así también, habiendo escuchado y meditado la
Palabra de Dios, los cristianos pueden darle una respuesta activa, llena de fe, de esperanza y de
caridad, con la oración y con el ofrecimiento de sí mismos, no sólo durante la celebración, sino
también en toda su vida cristiana.

3. MINISTERIOS EN LA LITURGIA DE LA PALABRA

49. La tradición litúrgica asigna la función de leer las lecturas bíblicas en la celebración de la Misa a
los ministros: lectores (instituidos, se entiende, en el sentido de que, estando ellos, han de ser
preferidos para la proclamación de las lecturas frente a otro fiel laico, con la salvedad de que
únicamente un ministro ordenado puede proclamar el Evangelio: v. infra, 51) y diácono. A falta
de diácono o de otro sacerdote, el mismo sacerdote celebrante leerá el Evangelio (86) y, si
tampoco hay lector, todas las lecturas (87).

50. Corresponde al diácono, en la Liturgia de la Palabra de la Misa, proclamar el Evangelio (de


modo que, habiendo diácono, él debe proclamar el Evangelio como oficio propio), hacer la
homilía en algunos casos especiales y proponer al pueblo las intenciones de la oración universal
(88).

51. «El lector tiene un ministerio propio en la celebración eucarística, ministerio que debe ejercer
él, aunque haya otro ministro de grado superior» (89). Al ministerio de lector conferido con el rito
litúrgico hay que darle la debida importancia. Los lectores instituidos, si los hay, deben ejercer su
función propia, por lo menos los domingos y días festivos, sobre todo en la celebración principal.
También se les podrá confiar el encargo de ayudar en la organización de la Liturgia de la Palabra y
de cuidar, si es necesario, la preparación de otros fieles que, por encargo temporal, han de leer las
lecturas en la celebración de la Misa (90).

52. La asamblea litúrgica necesita de lectores, aunque no estén instituidos para esta función. Hay
que procurar, por tanto, que haya algunos laicos, los más idóneos, que estén preparados para
ejercer este ministerio (91). Si se dispone de varios lectores y hay que leer varias lecturas,
conviene distribuirlas entre ellos.

53. En las Misas sin diácono, la función de proponer las intenciones de la oración universal hay que
confiarla a un cantor, principalmente cuando estas intenciones son cantadas, a un lector o a otro
(92).

54. El sacerdote distinto del celebrante, el diácono y el lector instituido en su propio ministerio,
cuando suben al ambón para leer la Palabra de Dios en la celebración de la Misa con participación
del pueblo, deben llevar la vestidura sagrada propia de su función (es decir, alba en todos los
casos; estola cruzada, y en las Misas más solemnes, dalmática, el diácono; estola que cae a
ambos lados desde el cuello, y de ser posible, casulla, el sacerdote, pues solamente el celebrante
principal tiene la obligación de vestir casulla). Los que ejercen el ministerio de lector de modo
transitorio, e incluso habitualmente, pueden subir al ambón con la vestidura ordinaria, aunque
respetando las costumbres de cada lugar.

55. «Para que los fieles lleguen a adquirir una estima suave y viva de la Sagrada Escritura por la
audición de las lecturas divinas, es necesario que los lectores que ejercen tal ministerio, aunque no
hayan sido instituidos en él, sean de veras aptos y diligentemente preparados.» (93). Esta
preparación debe ser antes que nada espiritual, pero también es necesaria la preparación
llamada técnica. La preparación espiritual presupone, por lo menos, una doble instrucción: bíblica
y litúrgica. La instrucción bíblica debe apuntar a que los lectores estén capacitados para percibir el
sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe el núcleo central del
mensaje revelado. La instrucción litúrgica debe facilitar a los lectores una cierta percepción del
sentido y de la estructura de la Liturgia de la Palabra y las razones de la conexión entre la Liturgia
de la Palabra y la Liturgia eucarística. La preparación técnica debe hacer que los lectores sean cada
día más aptos para el arte de leer ante el pueblo, ya sea de viva voz, ya sea con ayuda de los
instrumentos modernos de amplificación de la voz.

56. Corresponde al salmista o cantor del salmo cantar, en forma responsorial o directa, el salmo u
otro cántico bíblico, el gradual y el «Aleluya» u otro canto interleccional. El mismo, si se juzga
oportuno, puede incoar el «Aleluya» y el versículo (94). Para ejercer esta función de salmista es,
muy conveniente que en cada comunidad eclesial haya unos laicos dotados del arte de
salmodiar, y de facilidad en la pronunciación y en la dicción. Lo que hemos dicho anteriormente
acerca de la formación de los lectores se aplica también a los cantores del salmo.

57. Igualmente, el comentador que, desde el lugar apropiado, propone a la asamblea de los fieles
unas explicaciones y moniciones oportunas, claras, diáfanas por su sobriedad, cuidadosamente
preparadas, normalmente escritas (conviene evitar la improvisación, no pocas veces enemiga de
la precisión y de la claridad que exige la fe cuando se expone) y aprobadas con anterioridad por
el celebrante (es, como el anterior, otro modo de velar hasta en el mínimo detalle por la
ortodoxia de la fe), ejerce un verdadero ministerio litúrgico (95).

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