DE LA SUBJETIVIDAD EN EL LENGUAJE. Benveniste

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 9

DE LA SUBJETIVIDAD EN EL LENGUAJE

ÉMILE BENVENISTE
 
 
Journal de Psychologie, julio-sept. 1958, P. U. F.
 
Si el lenguaje es, como dicen, instrumento de comunicación, ¿a qué debe
semejante propiedad? La pregunta acaso sorprenda, como todo aquello que
tenga aire de poner en tela de juicio la evidencia, pero a veces es útil pedir
a la evidencia que se justifique. Se ocurren entonces, sucesivamente, dos
razones? La una sería que el lenguaje aparece de hecho así empleado, sin
duda porque los hombres no han dado con medio mejor ni siquiera tan
eficaz para comunicarse. Esto equivale a verificar lo que deseábamos
comprender. Podría también pensarse que el lenguaje presenta
disposiciones tales que lo toman apto para servir de instrumento; se presta a
trasmitir lo que le confío, una orden, una pregunta, un aviso, y provoca en
el interlocutor un comportamiento adecuado a cada ocasión. Desarrollando
esta idea desde un punto de vista más técnico, añadiríamos que el
comportamiento del lenguaje admite una descripción conductista, en
términos de estímulo y respuesta, de donde se concluye el carácter mediato
e instrumental del lenguaje. ¿Pero es de veras del lenguaje de lo que, se
habla aquí? ¿No se lo confunde con el discurso? Si aceptamos que el
discurso es lenguaje puesto en acción, y necesariamente entre partes,
hacemos que asome, bajo la confusión, una petición de principio, puesto
que la naturaleza de este "instrumento" es explicada por su situación como
"instrumento". En cuanto al papel de trasmisión que desempeña el lenguaje,
no hay que dejar de observar por una parte que este papel
puede ser confiado a medios no lingüísticos, gestos, mímica, y por otra
parte, que nos dejamos equivocar aquí, hablando de un "instrumento", por
ciertos procesos de trasmisión que, en las sociedades humanas, son sin
excepción posteriores al lenguaje y que imitan el funcionamiento de éste.
Todos los sistemas de señales, rudimentarios o complejos, están en este
caso.
En realidad la comparación del lenguaje con un instrumento —y con un
instrumento material ha de ser, por cierto, para que la comparación sea
sencillamente inteligible— debe hacernos desconfiar mucho, corno
cualquier noción simplista acerca del lenguaje. Hablar
de instrumento es oponer hombre y naturaleza. El pico, la flecha, la
rueda no están en la naturaleza. Son fabricaciones. El lenguaje está en la
naturaleza del hombre, que no lo ha fabricado. Siempre propendemos a esa
figuracióningenua de un período original en que un hombre completo se
descubriría un semejante no menos completo, y entre ambos, poco a poco,
se iría elaborando el lenguaje. Esto es pura ficción. Nunca llegamos al
hombre separado del lenguaje ni jamás lo vemos inventarlo. Nunca
alcanzamos el hombre reducido a sí mismo, ingeniándose para concebir la
existencia del otro. Es un hombrehablante el que encontramos en el mundo,
un hombre hablando a otro, y el lenguaje enseña la definición misma del
hombre.
Todos los caracteres del lenguaje, su naturaleza inmaterial, su
funcionamiento simbólico, su ajuste articulado, el hecho de que posea
un contenido, bastan ya para tornar sospechosa esta asimilación
a un instrumento, que tiende a disociar del hombre la propiedad del
lenguaje. Ni duda cabe que en la práctica cotidiana el vaivén de la palabra
sugiere un intercambio, y por tanto una "cosa" que intercambiaríamos; la
palabra parece así asumir una función instrumental o vehicular que
estamos prontos a hipostatizar en "objeto". Pero, una vez más, tal papel
toca a la palabra.
Una vez devuelta a la palabra esta función, puede preguntarse qué
predisponía a aquélla a garantizar ésta. Para que la palabra garantice la
"comunicación" es preciso que la habilite el lenguaje, del que ella no
es sino actualización. En electo, es en el lenguaje dónele debemos buscar
la condición de esta aptitud. Reside, nos parece, en una propiedad del
lenguaje, poco visible bajo la evidencia que la disimula, y que todavía no
podemos caracterizar si no es sumariamente.
Es en y por el lenguaje como el nombre se constituye
como sujeto porque el solo lenguaje funda en realidad, en su realidad que
es la del ser, el concepto de "ego".
La "subjetividad" de que aquí tratamos es la capacidad del locutor de
plantearse como "sujeto". Se define no por elsentimiento que cada quien
experimenta de ser él mismo (sentimiento que, en la medida en que es
posible considerarlo, no es sino un reflejo), sino como la unidad psíquica
que trasciende la totalidad de las experiencias vividas que reúne y que
asegura la permanencia de la conciencia. Pues bien, sostenemos que esta
"subjetividad", póngase en fenomenología o en psicología, como se guste,
no es más que la emergencia en el ser de una propiedad fundamental del
lenguaje.  Es "ego" quien dice "ego". Encontramos aquí el fundamento de
la "subjetividad", que se determina por el estatuto lingüístico de la
"persona".
La conciencia de sí no es posible más que si se experimenta por
contraste. No empleo yo sino dirigiéndome a alguien, que será en mi
alocución un tú. Es esta condición de diálogo la que es constitutiva  de
la persona pues implica en reciprocidad que me torne tú en la alocución de
aquel que por su lado se designa por yo. Es aquí donde vemos un
principio cuyas consecuencias deben desplegarse en todas direcciones. El
lenguaje no es posible sino porque cada locutor se pone como sujeto
y remite a sí mismo como yo en su discurso. En virtud de ello, yo plantea
otra persona, la que, exterior y todo a "mí", se vuelve mi eco al que
digo tú y que me dice tú. La polaridad de las personas, tal es en el lenguaje
la condición fundamental, de la que el proceso de comunicación, que nos
sirvió de punto de partida, nb pasa de ser una consecuencia del todo
pragmática. Polaridad por lo demás muy singular en sí, y que presenta un
tipo de oposición cuyo equivalente no aparece en parte alguna, fuera del
lenguaje. Esta polaridad no significa igualdad ni simetría: "ego" tiene
siempre una posición de trascendencia con respecto a tú; no obstante,
ninguno de los dos términos es concebible sin el otro; son
complementarios, pero según una oposición "interior/exterior", y al mismo
tiempo son reversibles. Búsquese un paralelo a esto; no se hallará. Única es
la condición del hombre en el lenguaje.
Así se desploman las viejas antinomias del "yo" y del "otro", del
individuo y la sociedad. Dualidad que es ilegítimo y erróneo reducir a un
solo término original, sea éste el "yo", que debiera estar instalado en su
propia conciencia para abrirse entonces a la del "prójimo", o bien sea, por
el contrario, la sociedad, que preexistiría como totalidad al individuo y de
donde éste apenas se desgajaría conforme adquiriese la conciencia de sí. Es
en una realidad dialéctica, que engloba los dos términos y los define por
relación mutua, donde se descubre el fundamento lingüístico de la
subjetividad.
Pero ¿tiene que ser lingüístico dicho fundamento? ¿Cuáles títulos se
arroga el lenguaje para fundar la subjetividad?
De hecho, el lenguaje responde a ello en todas sus partes. Está marcado
tan profundamente por la expresión de la subjetividad que se pregunta uno
si, construido de otra suerte, podría seguir funcionando y llamarse
lenguaje.   Hablamos ciertamente del lenguaje, y no solamente de lenguas
particulares. Pero los hechos de las lenguas particulares, concordantes,"
testimonian por el lenguaje. Nos conformaremos con citar los más
aparentes.
Los propios términos de que nos servimos aquí, yo y tú, no han de
tomarse como figuras sino como formas lingüísticas, que indican la
"persona". Es un hecho notable —mas ¿quién se pone a notarlo, siendo tan
familiar?— que entre los signos de una lengua, del tipo, época o región
que sea, no falten nunca los "pronombres personales". Una lengua sin
expresión de la persona no se concibe. Lo más que puede ocurrir es que,
en ciertas lenguas, en ciertas circunstancias, estos "pronombres" se omitan
deliberadamente; tal ocurre en la mayoría de las sociedades del Extremo
Oriente, donde una convención de cortesía impone el empleo de perífrasis
o de formas especiales entre determinados grupos de individuos, para
remplazar las referencias personales directas. Pero estos usos no hacen
sino subrayar el valor de las formas evitadas; pues es la existencia
implícita de estos pronombres la que da su valor social y cultural a los
sustitutos impuestos por las relaciones de clase.
Ahora bien, estos pronombres se distinguen en esto de todas las
designaciones que la lengua articula: no remiten ni a un concepto ni a un
individuo.
No hay. concepto "yo" que englobe todos los yo que se enuncian en
todo instante en boca de todos los locutores, en el sentido en que hay un
concepto "árbol" al que se reducen todos los empleos individuales
de árbol. El "yo" no denomina, pues, ninguna entidad léxica. ¿Podrá
decirse entonces que yo se refiere a un individuo particular? De ser así, se
trataría de una contradicción permanente admitida en el lenguaje, y la
anarquía en la práctica: ¿cómo el mismo término podría referirse
indiferentemente a no importa cuál individuo y al mismo tiempo
identificarlo en su particularidad? Estamos ante una clase de palabras, los
"pronombres personales", que escapan al estatuto de todos los demás
signos del lenguaje. ¿A qué yo se refiere? A algo muy singular, que es
exclusivamente lingüístico: yo se refiere al acto de discurso individual en
que es pronunciado, y cuyo locutor designa. Es un término que no puede
ser identificado más que en lo que por otro lado hemos llamado instancia
de discurso, y que no tiene otra referencia que la actual. La realidad a la
que remite es la realidad del discurso. Es en la instancia de discurso en
que yo designa el locutor donde éste se enuncia como "sujeto". Así, es
verdad, al pie de la letra, que el fundamento de la subjetividad está en el
ejercicio de la lengua. Por poco que se piense, se advertirá que no hay otro
testimonio objetivo de la identidad del sujeto que el que así da él mismo
sobre sí mismo.
El lenguaje está organizado de tal forma que permite a cada
locutor apropiarse la lengua entera designándose como yo. Los
pronombres personales son el primer punto de apoyo para este-salir a luz
de la subjetividad en el lenguaje. De estos, pronombres dependen a su vez
otras clases de pronombres, qué comparten el mismo estatuto. Son los
indicadores de la deixis, demostrativos, adverbios, adjetivos, que
organizan las relaciones espaciales y temporales en tomo al "sujeto"
tomado como punto de referencia: "esto, aquí, ahora", y sus numerosas
correlaciones "eso, ayer el año pasado, mañana", etc. Tienen por rasgo
común definirse solamente por relación a la instancia de discurso en que
son producidos, es decir bajo la dependencia del yo que en aquélla se
enuncia.
Fácil es ver que el dominio de la subjetividad se agranda más y tiene
que anexarse la expresión de la temporalidad. Cualquiera que sea el tipo de
lengua, por doquier se aprecia cierta organización lingüística de la noción
de tiempo. Poco importa que esta noción se marque en la flexión de un
verbo o mediante palabras de otras clases (partículas; adverbios;
variaciones léxicas, etc.) —es cosa de estructura formal. De una u otra
manera, una lengua distingue siempre "tiempos"; sea un pasado  y un
futuro, separados por  un presente, como en francés o en español; sea un
presente-pasado opuesto a un futuro, o un presente-futuro distinguido de
un pasado, como en diversas lenguas amerindias, distinciones susceptibles
a su vez de variaciones de aspecto, etc. Pero siempre la línea divisoria es
una referencia al "presente". Ahora, este "presente" a su vez no tiene como
referencia temporal más que un dato lingüístico: la coincidencia del
acontecimiento descrito con la instancia de discurso que ¡o describe. El
asidero temporal del presente no puede menos de ser interior al discurso.
El Dictionnaire general define el "presente" como "el tiempo del verbo
que expresa el tiempo en que se está". Pero cuidémonos: no hay otro
criterio ni otra expresión para indicar "el tiempo en que se está" que
tomarlo como "el tiempo en que se habla". Es éste el momento
eternamente "presente", pese a no referirse nunca a los mismos
acontecimientos de una cronología "objetiva", por estar determinado para
cada locutor por cada una de las instancias de discurso que le tocan. El
tiempo lingüístico es sui-referencial. En último análisis la temporalidad
humana con todo su aparato lingüístico saca a relucir la subjetividad
inherente al ejercicio mismo del lenguaje.
El lenguaje es pues la posibilidad de la subjetividad, por contener
siempre las formas lingüísticas apropiadas a su expresión, y el discurso
provoca la emergencia de la subjetividad, en virtud de que consiste en
instancias discretas. El lenguaje propone en cierto modo formas "vacías"
que cada locutor en ejercicio de discurso se apropia, y que refiere a su
"persona", definiendo al mismo tiempo él mismo como yo y una pareja
como tú. La instancia de discurso es así constitutiva de todas las
coordenadas que definen el sujeto, y de las que apenas hemos designado
sumariamente las más aparentes.
La instalación de la "subjetividad" en el lenguaje crea, en el lenguaje y
—creemos— fuera de él también, la categoría de lapersona. Tiene por lo
demás efectos muy variados en la estructura misma de las lenguas, sea en
el ajuste de las formas o en las relaciones de la significación. Aquí nos
fijamos en lenguas particulares, por necesidad, a fin de ilustrar algunos
efectos del cambio de perspectiva que la "subjetividad" puede introducir.
No podríamos decir cuál es, en el universo de las lenguas reales, la
extensión de las particularidades que señalamos; de momento es menos
importante delimitarlas que hacerlas ver. El español ofrece algunos
ejemplos cómodos.
De manera general, cuando empleo el presente de un verbo en las tres
personas (según la nomenclatura tradicional), parecería que la diferencia de
persona no acarrease ningún cambio de sentido en la forma verbal
conjugada. Entre yo corno, tú comes, él come, hay en común y de constante
que la forma verbal presenta una descripción de una acción, atribuida
respectivamente, y de manera idéntica, a "yo", a "tú", a "él". Entre
yo sufro y tú sufres y él sufre hay parecidamente en común la descripción
de un mismo estado. Esto da la impresión de una evidencia, ya implicada
por la ordenación  formal en el paradigma de la conjugación.
Ahora bien, no pocos verbos escapan a esta permanencia del sentido en
el cambio de las personas. Los que vamos a tocar denotan disposiciones u
operaciones mentales. Diciendo yo sufro describo mi estado presente.
Diciendo yo siento (que el tiempo va a cambien), describo una impresión
que me afecta. Pero ¿qué pasará si, en lugar de yo siento (que el tiempo va
a cambiar),digo: yo creo (que el tiempo va a cambiar)? Es completa la
simetría formal entre yo siento y yo creo.   ¿Lo es en el
sentido?  ¿Puedo considerar este yo creo, como una descripción de mí
mismo a igual título que yo siento? ¿Acaso me  describo creyendo cuando
digo yo creo (que...)?  De seguro que no.
La operación de pensamiento no es en modo alguno el objeto del
enunciado; yo creo (que...) equivale a una aserción mitigada.   Diciendo yo
creo (que...), convierto en una enunciación subjetiva el hecho afirmado
impersonalmente, a saber, el tiempo ya a cambiar, que es la auténtica
proposición.
Consideremos también los enunciados siguientes: "Usted es, supongo
yo, el señor X . . .  —Presumo que Juan habrá recibido mi carta. — Ha
salido del hospital, de lo cual concluyo que está curado." Estas frases
contienen verbos de operación: suponer, presumir, concluir, otras tantas
operaciones lógicas. Pero suponer, presumir, concluir, puestos en la
primera persona, no se conducen como lo hacen, por ejemplo, razonar,
reflexionar, que sin embargo parecen vecinos cercanos. Las formas yo
razono, yo reflexiono me describen razonando, reflexionando. Muy otra
cosa es yo supongo, yo presumo, yo concluyo. Diciendo yo concluyo
(que...), no me describo ocupado concluyendo, ¿qué podría ser la actividad
de "concluir"? No me represento en plan de suponer, de presumir, cuando
digo yo supongo, yo presumo. Lo que indica yo concluyo es que, de la
situación planteada, extraigo una relación de conclusión concerniente a un
hecho dado. Es esta relación lógica la que es instaurada en un verbo
personal. Lo mismo yo supongo, yo presumo están muy lejos de yo pongo,
yo resumo. En yo supongo, yo presumo hay una actitud indicada, no una
operación descrita. Incluyendo en mi discurso yo supongo, yo
presumo, implico que adopto determinada actitud ante el enunciado que
sigue. Se habrá advertido en efecto que todos, los verbos citados van
seguidos de que y una proposición: ésta es el verdadero enunciado, no la
forma verbal personal que la gobierna. Pero esta forma personal, en
compensación, es, por así decirlo; el indicador de subjetividad. Da a la
aserción que sigue el contexto subjetivo —duda, presunción, inferencia—
propio para caracterizar la actitud del locutor hacia el enunciado que
profiere. Esta manifestación de la subjetividad no adquiere su relieve más
que en la primera persona. Es difícil imaginar semejantes verbos, en la
segunda persona, como no sea para reanudar verbatim una argumentación:
tú supones que se ha ido, lo cual no es sino una manera de repetir lo que
"tú'' acaba de decir:"Supongo que se ha ido." Pero recórtese la expresión de
la persona y no se deje más que: él supone que..., y lo único que queda,
desde el punto de vista del yo que la enunciares una simple verificación.
Se discernirá mejor aún-la naturaleza de esta "subjetividad"
considerando los efectos de sentido que produce el cambio de las personas
en ciertos verbos de palabra. Son verbos que denotan por su sentido un
acto individual de alcance social: jurar, prometer, garantizar,
certificar, con variantes locucionales tales como comprometerse a...,
obligarse a conseguir... En las condiciones sociales en que la lengua se
ejerce, los actos denotados por estos verbos son considerados
competentes. Pues bien, aquí la diferencia entre la enunciación "subjetiva"
y la enunciación "no subjetiva" aparece a plena luz, no bien se ha caído en
la cuenta de la naturaleza de la oposición entre las "personas" del verbo.
Hay que tener presente que la "tercera persona" es la forma del paradigma
verbal (o pronominal) que no remite a una persona, por estar referida a un
objeto situado fuera de la alocución. Pero no existe ni se caracteriza sino
por oposición a la persona yo del locutor que, enunciándola, la sitúa como
"no-persona". Tal es su estatuto. La forma él... extrae su valor de que es
necesariamente parte de un discurso enunciado por "yo".
Pero yo juro es una forma de valor singular, por cargar sobre quien se
enuncia yo la realidad del juramento. Esta enunciación es
un cumplimiento: "jurar" consiste precisamente en la enunciación yo
juro, que liga a Ego. La enunciación yo juro es el acto mismo que me
compromete, no la descripción del acto que cumplo. Diciendo prometo,
garantizo, prometo y garantizo efectivamente. Las consecuencias (sociales,
jurídicas, etc.) de mi juramento, de mi promesa, arrancan de la instancia de
discurso que contiene juro, prometo. La, enunciación se identifica con el
acto mismo. Mas esta condición no es dada en el sentido del verbo; es la
"subjetividad" del discurso la que la hace posible. Se verá la diferencia
remplazando yo juro por él jura. En tanto que yo juro es un
comprometerme, él jura no es más que una descripción, en el mismo plano
que él corre, él fuma. Se ve aquí, en condiciones propias a estas
expresiones, que el mismo verbo, según sea asumido por un "sujeto" o
puesto fuera de la "persona", adquiere valor diferente. Es una consecuencia
de que la instancia de discurso que contiene el verbo plantee el acto al
mismo tiempo que funda el sujeto. Así el acto es consumado por la
instancia de enunciación de su "nombre" (que es "jurar"), a la vez que el
sujeto es planteado por la instancia de enunciación de su indicador (que es
"yo").
Bastantes nociones en lingüística, quizá hasta en psicología, aparecerán
bajo una nueva luz si se las restablece en el marco del discurso, que es la
lengua en tanto que asumida por el hombre que habla, y en la condición
de intersubjetividad, única que hace posible la comunicación lingüística.

También podría gustarte