Sosa y Zubieta - Control - Psicológico.
Sosa y Zubieta - Control - Psicológico.
Sosa y Zubieta - Control - Psicológico.
1. Introducción
El estudio de las creencias que las personas desarrollan acerca de sus posibilidades
de controlar el medio en el que viven recibe atención por parte de los psicólogos sociales
ya que atañe a una dimensión sustancial de la disciplina: aquello en lo cual los individuos
necesitan creer para que el entorno se vuelva, además de previsible, menos amenazante
(Barreiro y Zubieta, 2011).
A las creencias de las personas respecto de su capacidad y posibilidad de intervenir
en el resultado de los eventos se las denomina Control Psicológico.
Para Blanco y Díaz (2007), el ser humano acumula información imprescindible
para adaptarse y para actuar dentro de su ambiente. Junto a esta necesidad de información
está también la necesidad de cognición, de comprender y hacer comprensibles las
experiencias del entorno, de buscar nuevos datos que resulten útiles para estructurar las
situaciones en que viven. Sostienen que, junto a la necesidad de certidumbre, aparece la de
control “[…] que pertenece a la más recia tradición psicosocial […]” y cuyos intentos de
comprensión y teorías responden, citando a Albert Bandura (1997, p.1) a la lucha del ser
humano por “controlar los eventos que afectan a su vida”. Los autores plantean que el
control muestra distintas aristas: es conocimiento, es poder, es confianza en sí mismo, es
dominio del entorno y es libertad, por ello la importancia de su estudio.
Distintos autores enfocados en el estudio y comprensión del control plantean que
las personas y los grupos tienden a desarrollar distintas expectativas acerca de lo que
pueden controlar y lo que no en relación a los eventos, y que aquellas se basan en
experiencias que se generalizan, y que se aplican a posteriori a las nuevas situaciones. Si
un individuo experimenta un evento como incontrolable, es probable que tienda a pensar
que ocurrirá lo mismo ante una futura situación similar. Lo mismo puede ocurrir en una
situación opuesta de control del evento.
Las teorías sobre el control se orientan en función de si el énfasis se pone en
aquello que ocurre cuando un individuo percibe que no tiene control sobre un resultado, o
1
Ficha didáctica confeccionada para uso exclusivo de la cátedra de Psicología Social II, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos
Aires.
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en las diferencias individuales en las creencias del control personal. En la primera
perspectiva se encuentran la Teoría de la Reactancia Psicológica (Brehm, 1966) y la
Teoría de la Indefensión Aprendida (Seligman, 1975) aunque, como se verá, sus
predicciones son opuestas, mientras una da cuenta del aumento de la motivación, la otra
refiere a la disminución de la capacidad para responder. En la segunda perspectiva se ubica
la Teoría del Locus de Control (LOC) propuesta por Rotter (1966).
Las creencias a través de las cuales las personas piensan y sienten que de alguna
manera controlan el medio en el que viven les permiten percibir el entorno como más
previsible y menos amenazante. Por el contrario, la percepción de falta de control, la
incontrolabilidad, genera incertidumbre e inseguridad incrementando la perturbación
emocional, cognitiva y conductual.
La ilusión del control tiene que ver con el grado de controlabilidad percibida que
las personas tienden a sobreestimar, es decir, con una visión optimista de su propia
capacidad de controlar la realidad al compararse con otros individuos de características
similares. Las personas perciben que el mundo tiene sentido, que las cosas no ocurren por
azar, que son controlables, tendiendo a responder que tienen más capacidades y habilidades
que individuos similares a ellos. Por ejemplo, las personas sienten que tienen más
capacidad de controlar los prejuicios anti–gays que una persona similar de su entorno.
Ubillos y Zubieta (2001) asocian este fenómeno a la denominada Falsa Unicidad, a
la tendencia de los individuos a sobrestimar las propias capacidades y habilidades, así
como a subestimar la proporción de personas que poseen atributos positivos, o que pueden
llevar a cabo acciones positivas o normativas. Las personas tienden a pensar que se
comportan de forma más adecuada a las actitudes sociales. Si la actitud social dominante es
pro–gay o neutra, las personas tenderán a creer que tienen actitudes más pro–gays que una
persona “media” de la población. Otro correlato de la Falsa Unicidad es el fenómeno
denominado Primus Inter Pares, que da cuenta de la tendencia de las personas a declararse
superiores a sus pares o una persona similar a ellas en atributos deseables socialmente.
La controlabilidad refiere a las relaciones de contingencia entre las respuestas y
eventos ambientales significativos. Para Seligman (1975) un evento es controlable por una
conducta cuando su probabilidad puede ser modificada con la emisión u omisión de dicha
conducta. Por el contrario, será incontrolable cuando la conducta no influya en la
probabilidad de su ocurrencia (Fernández, 1994).
Otro factor importante es la predicibilidad, la cual se define en función de las
relaciones entre eventos ambientales. De esta forma, para Seligman y cols (1971), un
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evento puede predecirse a partir de otro cuando la probabilidad de su ocurrencia se
relaciona con la presencia, o con la ausencia, del otro evento. De esta forma le permite al
individuo saber cuándo algo va a suceder (Fernández, 1994).
Fernández (1994) señala que si bien la controlabilidad y la predicibilidad son
independientes, muchas veces se relacionan. Que un evento sea predecible no significa que
sea controlable, y viceversa, pero sin embargo están relacionados. Cuanto más se pueda
predecir un evento, más se facilitará su control, cuanto más datos previos tenga una
persona acerca de la probabilidad de que un evento ocurra, mayor oportunidad de
controlarlo habrá. Los individuos se forman entonces expectativas acerca de la
controlabilidad o incontrolabilidad de los eventos que, al generalizarse, se convierten en
sus creencias sobre la controlabilidad. Es por ello que algunos individuos, culturas o
grupos, creen que el mundo es más controlable y una cuestión de esfuerzo, y otros que es
incontrolable, producto de circunstancias externas o del destino.
La pandemia actual por COVID-19 plantea un desafío acerca de la particular
configuración de estos factores. La imposibilidad de predecirla reduce la sensación de
control a la vez que la información que se tiene de contextos en los que se manifestó
originalmente no siempre se asocia directamente con mayor control, o la sensación de
control por mayor información deviene en mera ilusión o sensación de invulnerabilidad,
exponiendo a las personas a mayor riesgo. También, la falta de predecibilidad respecto de
la cura, de cuándo efectivamente llegará la vacuna genera perturbación psicológica y
emocional en las personas, en los grupos y en los distintos contextos, no pudiendo
controlar su durabilidad y no teniendo precisiones sobre la posibilidad de rebrotes, entre
otros. Finalmente, retomando a Bandura (1977), pueden intervenir diferencialmente las
expectativas del resultado y las de autoeficacia. Las personas pueden percibir como
controlable una situación pero carecer de respuestas efectivas para ejercer tal control.
2. Reactancia Psicológica
La Reactancia Psicológica, desarrollada por Brehm (1966), plantea que cuando los
individuos o grupos sienten amenazada, o que pierden libertad, experimentan un estado
emocional y llevan a cabo estrategias de contrafuerza orientadas a la restauración de la
libertad.
Relata Fernández (1994) que esta tendencia la observa Brehm (1966) en sus
estudios con niños pequeños que, a partir de los 2 años, mostraban más interés por los
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objetos prohibidos o que eran difíciles de alcanzar, por los juguetes que estaban fuera del
alcance. En sus observaciones verificó que cuando el individuo percibe que la libertad del
comportamiento está siendo amenazada se desarrolla una respuesta emocional denominada
reactancia psicológica que resulta de la limitación de las opciones de comportamiento, y
de la capacidad para tomar decisiones.
La amenaza puede ser real o imaginaria, provocando una reacción, una contra
fuerza para recuperar la libertad. Este proceso de control que resulta en reactancia
psicológica puede darse cuando la persona sufre una gran presión para aceptar determinado
punto de vista, por ejemplo, cuando la familia considera que es mejor que se estudie una
determinada carrera universitaria en comparación con otra, o que es mejor no entrar en
contacto con otros grupos que tienen una visión opuesta a las buenas costumbres y
tradiciones sostenidas por el endogrupo. En cualquier caso, si la sensación es la amenaza o
pérdida de libertad, habrá reacciones de resistencia, de conductas contrapuestas, orientadas
a reforzar el punto de vista propio. En la reactancia psicológica hay dos elementos
centrales: la libertad y la amenaza hacia esa libertad.
En este punto, la libertad se entiende como las acciones y las decisiones que un
individuo considera que tiene derecho a ejercer, y la amenaza es el obstáculo para llevarla
a cabo. Las investigaciones en psicología social dan cuenta de la reactancia psicológica
como un fenómeno grupal cuando, por ejemplo, derechos como el acceso a la salud, a la
educación, al trabajo -libertad que todo individuo debe tener derecho a obtener- le son
impedidos a determinados grupos, surgiendo movimientos sociales que reaccionan y
luchan frente a esa falta de libertad.
Posteriormente al planteo de la reacción ante el control, Wortman y Brehm (1975)
(en Fernández, 1994) plantearon distintos parámetros que van a influir en la intensidad de
la reacción por parte del individuo, o el grupo:
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eliminada. Cuanto más importante sea esa libertad amenazada, más intensa va a ser
la reacción.
fuerza de la amenaza: cuando se elimina una libertad, el individuo va a
experimentar más reacción a si aquella es solo amenazada. En las campañas de
prevención de accidentes de tránsito por el consumo de alcohol en los jóvenes, se
observa que el resultado es diferente si se prohíbe directamente el consumo a
cuando se induce a través de fomentar: “si conduce, no beba” o un “conductor
asignado” en el grupo.
implicaciones para otras libertades: la reactancia experimentada va a depender de
lo que la persona piensa de las implicaciones que va a tener en su conducta a
futuro. Probablemente no es lo mismo en términos de consecuencias manifestar el
desacuerdo ante el grupo de amigos que hacerlo ante un jefe autocrático.
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dedicación a la conducta amenazada o eliminada: cuando la persona percibe
amenazada su libertad tratará de restaurarla intentando ejecutar efectivamente la
conducta en cuestión. Esta restauración va a depender lógicamente del costo
esperado al hacerlo.
restauración por implicación: la persona intenta restaurar la libertad llevando a
cabo conductas relacionadas, lo que, por implicación, sugiere que podría dedicarse
a la conducta amenazada.
sentimientos hostiles y agresivos: cuando la persona siente amenazada o eliminada
su libertad, pueden esperarse sentimientos agresivos u hostiles hacia el agente
responsable.
3. Indefensión Aprendida
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Esta teoría se va a enriquecer con los aportes de los estudios sobre la atribución o
estilos atribucionales. Así, los efectos de la indefensión aprendida van a ser más o menos
severos en función del estilo de atribución que tenga la persona, es decir, los efectos van a
ser mayores si un individuo tiende a pensar que la contingencia es debido a factores
estables y globales mientras que los efectos van a ser menores o transitorios si uno tiende a
atribuir el fenómeno a factores más inestables o de carácter más específico (Fernández,
1994).
La estabilidad y la especificidad, junto con importancia atribuida al efecto y los
factores de personalidad, van a explicar el fenómeno tanto a nivel individual como grupal.
Seligman (1975) da cuenta de una percepción de la contingencia entre posibles conductas
de evasión y las nulas consecuencias: hagas lo que hagas siempre se obtiene el resultado
negativo, la consecuencia más directa de este proceso es justamente la pérdida de toda
respuesta de afrontamiento, y este punto es el principio de su teoría de la indefensión
aprendida
Como bien explica Fernández (1994), las atribuciones globales producen déficits
generalizados, y las específicas déficits para la situación en cuestión. Las estables dan
lugar a déficits crónicos y las inestables producen efectos pasajeros. Se puede avanzar
también diciendo que los individuos o grupos que perciban un hecho como más externo,
global y estable probablemente manifiesten una apreciación de control más vinculada a la
indefensión aprendida, mientras que quienes perciban una situación como más interna,
específica e inestable probablemente exhiban una percepción de control más asociada a la
reactancia psicológica. En la Tabla 1 se muestran los efectos de ambas percepciones de
control.
Reactancia Indefensión
Aumento de la motivación de control Disminución de la motivación
Agresividad y hostilidad Pasividad
Cambios en la evaluación del resultado Sin cambios
Relacionada con libertades especificasReferida a los sentimientos generales de
control
Tabla 1. Comparación entre los efectos de la reactancia y la indefensión (Fernández,
1994).
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Wortman y Brehm (1975) integran en su modelo la reactancia psicológica y la
indefensión aprendida sobre la base de dos nociones comunes a ambos constructos:
expectativas de control e importancia otorgada al evento.
Plantean que cuando las personas tienen mayor expectativa de control hay más
probabilidades que se expresen a través de la reactancia psicológica y menos posibilidades
que lo hagan mediante la indefensión aprendida. Otro factor crucial es la importancia
otorgada al evento, es decir, cuando un evento es irrelevante para el individuo es
improbable que se manifieste la indefensión. Se toman en cuenta así en esta propuesta, la
interacción de tres aspectos: duración o cantidad de entrenamiento en la indefensión,
expectativas de control e importancia del resultado, que conforman un continuo cuyos
polos son las reactancia y la indefensión.
4. Locus de Control
La formulación del Locus de Control (LOC) derivó de la teoría de Rotter (1954) sobre
aprendizaje social, y se orientaba a dar cuenta de las diferencias entre los individuos
respecto de sus creencias sobre el control del medio en el que viven. Quienes creen que
controlan su destino han desarrollado un locus de control interno, mientras que aquellos
que creen que las fuerzas externas o los otros controlan su destino han desarrollado un
locus de control externo. Los primeros, a diferencia de los segundos, suponen una relación
causal entre sus acciones y los resultados obtenidos. La preeminencia de uno u otro tipo de
creencias sobre el control dependerá de las experiencias previas ya que las personas cuyos
esfuerzos han sido recompensados sistemáticamente tenderán a desarrollar un locus de
control interno mientras que aquellos que no han logrado lo que se propusieron a pesar de
sus esfuerzos tenderán a desarrollar un locus de control externo.
Los individuos con locus de control interno alto perciben que el refuerzo es
contingente a su acción o a sus características permanentes. Aquellos con locus de control
externo alto no perciben al reforzamiento como contingente a su propia acción sino como
resultado de la propia suerte, el azar, a la dificultad en la tarea, a el destino o bien como
impredecible dada la complejidad de la situación (Fernández, 1994).
Los individuos con locus de control interno tienen un mejor control de sus
comportamientos y muestran una mayor capacidad para influenciar a otras personas. Están
más dispuestos a pensar que sus esfuerzos serán exitosos y son más activos en la búsqueda
de información y conocimiento en relación a su situación en comparación con los
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individuos con locus de control externo. Atribuyen los acontecimientos a su propia
capacidad y su esfuerzo. En ambos casos tiene que ver tanto para cuestiones positivas o
negativas, tanto virtudes como fortalezas, habilidades y al propia estilo de personalidad del
sujeto.
Rotter (1954) explica que cuando la percepción de control incrementa la motivación es
esperable que las personas que se manejen con un locus interno se sientan más implicadas,
y que se comporten de manera más activa porque perciben que eso surgió a partir de su
esfuerzo, de su habilidad, etc. En cambio las personas que se manejan con un locus más
externo, como piensan que las consecuencias de su conducta no van a depender de ellas
mismas sino del destino, o de otras personas, entonces no reconocen la posibilidad de que
se pueda alterar el evento a partir de su control, y de esta manera no cambian su
comportamiento.
Examinando la forma en que las personas perciben y explican el mundo social, Páez y
Zubieta (2004) indican cierta asociación entre el sesgo de optimismo ilusorio y de ilusión
de vulnerabilidad con el LOC. El optimismo ilusorio es la tendencia de las personas a
percibir que tienen más probabilidades que la persona “media” de que les sucedan
acontecimientos positivos mientras que la ilusión de invulnerabilidad es la tendencia de las
personas a percibir que tienen menos probabilidades que la persona “media” de que le
ocurran acontecimientos negativos. Uno de los procesos que explica la ilusión de
invulnerabilidad podría ser la percepción de control en relación a las enfermedades que se
percibe dependen fuertemente del estilo de vida y de las conductas saludables (p.e. infarto
de miocardio) mientras que no ocurre lo mismo con enfermedades percibidas como menos
controlables, como el cáncer.
Es importante destacar el llamado de atención que hace Oros (2005) respecto de una
lectura ligera que dé una impresión errónea acerca de que toda atribución interna es
benéfica y que toda atribución externa es nociva. La interpretación debe ser holística e
incluir una multiplicidad de factores. De hecho, el mismo planteo undimensional de Rotter
(1966) de internalidad y externalidad se fue complejizando, sumándosele la propuesta de
distinguir el locus de control asociado a resultados de éxito o de fracaso, mientras que
Gurin, Gurin, Lao y Beattie (1969) observaron que tanto la internalidad como la
externalidad podían dividirse en dos modalidades que llamaron control personal y control
ideológico. La primera hace referencia a la cantidad de control que un individuo cree que
posee individualmente. La segunda hace referencia a la cantidad de control que un
individuo cree que posee mucha gente en la sociedad. Por su parte, Mirels (1970) planteó
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que se podía extraer dos factores de la escala de Rotter (1966), uno sobre el dominio de la
persona y otro sobre el dominio que se percibe en relación a las instituciones políticas
(Milgram & Milgram, 1975).
Para Oros (2005) la última clasificación resulta oportuna, por ejemplo, para los
objetivos de la Psicología Social Comunitaria y su propósito, que Montero (1984) plantea
como los de estudiar los factores psicosociales que permiten desarrollar y mantener el
control y poder que los individuos pueden ejercer sobre su ambiente individual y social,
para solucionar problemas que los aquejan y lograr cambios en esos ambientes y en la
estructura social. A su vez, pone de manifiesto que la percepción de control no se restringe
únicamente a variables individuales sino que contempla además factores macrosociales,
históricos y políticos.
Varios estudios dan cuenta de las condiciones históricas y culturales particulares que
tienen efecto sobre la internalidad o externalidad del control. En relación a los síndromes
culturales de individualismo-colectivismo, el control es una característica diferencial ya
que los individualistas comparten más la norma de internalidad, es decir, valoran más el
control del medio y tienen un locus de control más interno que personas de culturas
colectivistas asiáticas (Páez, Zubieta & Mayordomo; 2004).
Por otra parte, se ha verificado que el locus de control es más interno en personas con
mayores recursos sociales, en hombres que en mujeres y en grupos étnicos dominantes
frente a los dominados. Así, el locus de control interno puede verse como una
racionalización de la posición social: las personas dominantes o con recursos creen en la
internalidad porque así justifican su estatus. Los dominados creen más en la externalidad
porque así exculpan su falta de recursos. Cuestionando que el colectivismo cultural se
asocie a un menor locus de control interno por la inconsistencia de los resultados de las
investigaciones, se postula que la población general de los países más desarrollados
percibe un mayor control de su vida, y que los individuos de elite de países en desarrollo y
colectivistas muestran una percepción de control interno mayor que individuos del mismo
estatus de países desarrollados e individualistas (Páez, Zubieta y Mayordomo 2004).
Martinko y Gardner (1982) plantean el síndrome de indefensión aprendida como forma de
comprender la adaptación disfuncional de los empleados en las organizaciones. Plantean
que hay factores de atribución que no provienen de una evaluación individual de las
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personas sino de factores ambientales de la organización que tienen que ver con las
recompensas contingentes o las probabilidades de que las metas planteadas sean posibles
de cumplir. El no percibir refuerzos contingentes o la concreción de las metas establecidas
provoca en las personas una pasividad cognitiva. Al no tener injerencia sobre los hechos,
las atribuciones externas se cronifican retroalimentando la pasividad.
El fenómeno de pasividad es similar también al de desmoralización que introduce
Fernández Dols (1993) como resultado del funcionamiento de la Norma Perversa que
enfrenta a las personas con la disonancia entre lo normativo y las prácticas sociales. La
perversidad reside en el hecho de que a pesar de que las normas son trasgredidas de manera
generalizada y permanente, siguen vigentes provocando estructuras alternativas de
funcionamiento y sentimientos de desmoralización (Oceja Fernández, Adarvez &
Fernández Dols; 2001). Esta dinámica provoca de manera creciente un sentimiento
general de desmoralización por la disminución de los mecanismos de control social ya que
los individuos descreen del sistema en general al comprobar que se castiga más al que trata
de imponer la norma que a quien la trasgrede. Mediante prácticas concretas, los ciudadanos
vivencian que los logros no se alcanzan por medio de las habilidades intelectuales, las
capacidades de trabajo o el esfuerzo en general sino por pertenecer a subsistemas en los
que imperan las lealtades, el proteccionismo y el nepotismo (Beramendi y Zubieta, 2013).
Distintos estudios realizados en el contexto argentino permiten verificar la creencia
predominante sobre la escasa percepción de control sobre las prácticas sociales, la
dificultad de visualizar un cambio cercano y la auto-percepción pasiva como actores
sociales (Beramendi, Sosa y Zubieta, 2012; Beramendi y Zubieta, 2013, Beramendi y
Zubieta, 2015).
De esta desesperanza aprendida se ocupó específicamente Martín-Baró (1987,1989) al
estudiar su relación con las condiciones de existencia histórico-políticas de las personas.
Señala que amplios sectores latinoamericanos se encuentran sumidos en lo que denominó
como síndrome fatalista. Como señalan Barreiro y Zubieta (2011), para Martín-Baró
(1987) se trata de un modo particular de relacionarse con el entorno social en el que
interviene un conjunto de variables dinámicas relacionadas entre sí de triple vertiente:
ideacional, afectiva y comportamental. Estos tres elementos son el resultado de la
descomposición analítica que realiza el autor de lo que denomina como una actitud o
“forma de ser”. Entonces, tales rasgos no deben cosificarse como entidades en sí mismas
sino que cada uno de ellos se comprende en relación con una personalidad total y un
contexto histórico particular.
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Los antecedentes teóricos sobre el fatalismo, según destacan Barreiro y Zubieta (2011),
se remontan a la obra de Durkheim (1897/1992) quien lo utiliza para denominar un tipo de
suicidio que se opone al anómico, del mismo modo que el suicidio altruista y egoísta se
contraponen entre sí: “Es el que resulta de un exceso de reglamentación; el que cometen
los individuos cuyo porvenir está despiadadamente limitado, cuyas pasiones se hallan
violentamente comprimidas por una disciplina opresora” (Durkheim, 1992, p. 344). El
autor relega, o no se explaya sobre el suicido fatalista ya que, en sus palabras, no le
encontraba sentido detenerse en él dada su infrecuencia y la dificultad de encontrar
ejemplos empíricos de su ocurrencia. Señala entre ellos al suicidio de los esclavos y todos
aquellos que puedan ser atribuidos al despotismo material o moral, y es para destacar el
carácter inflexible e inevitable de las reglas, según son vividas por estos sujetos, que decide
llamar a este tipo de suicido como fatalista. Aunque Durkheim establece una relación
determinante entre la organización social y el fatalismo, su interés radica en analizar cómo
las conductas y sentimientos individuales son determinados por la conciencia colectiva,
dejando de lado las condiciones macro-sociales. Desde su perspectiva, la sociedad es un
todo homogéneo en el que no se distinguen los conflictos de poder ni la lucha de clases,
algo que ha llevado a algunos autores a suplir esta falencia homologando el fatalismo de
Durkheim al concepto de alienación de Marx (Acevedo, 2005, en Barreiro y Zubieta,
2011).
Respecto del fatalismo como síndrome cultural latinoamericano, Martín-Baró (1989)
advierte sobre los riesgos de psicologizar el fatalismo al enfatizar el carácter determinante
de los factores psicológicos intervinientes. Para él, ese tipo de explicaciones superan
apenas un nivel descriptivo y ponen de manifiesto una notoria pseudoasepsia política
(Martín-Baró, 1989), dado que dejan de lado que se trata de una actitud continuamente
causada y reforzada por el funcionamiento opresivo de las jerarquías sociales que permite
la verificación cotidiana de la inviabilidad o inutilidad de cualquier esfuerzo por cambiar
significativamente la propia realidad. En esta línea, el control externo o la desesperanza
aprendida son denominaciones que “púdica o ideológicamente” algunos psicólogos
utilizan para posicionarlos en un orden puramente intraindividual, y aun cuando se
introduzcan dimensiones de nivel cultural, siguen, en su opinión, representando el
mecanismo de subjetivación que alimenta un psicologismo cultural que se esconde tras una
“ideología de recambio” (Martín-Baró,2006).
Sin embargo, el fatalismo o la pasividad pueden no ser en sí mismos procesos
psicológicos exclusivos de contextos culturales colectivistas y de desarrollo endeble,
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dejando de lado otras formas de desesperanza resultantes de la combinación con otros
fenómenos concurrentes que caracterizan a una situación. También excluyendo la
posibilidad de las diferencias intra región en el caso latinoamericano o entre subculturas,
como se indicaba al inicio de este apartado. Una propuesta que abre el debate y la discusión
sobre otras configuraciones en tanto síndrome, la realizan Blanco y Díaz (2007) respecto de
su posible “bifrontalidad”, o de su dimensión individualista. Sostienen que más allá de que
se ha mostrado al fatalismo como un esquema cognitivo definido por la aceptación pasiva y
sumisa de un destino irremediable tras el que se encuentra la fuerza de la naturaleza o la
voluntad de Dios, los contornos dejan de ser tan nítidos por lo que varias de sus
características también se pueden observar en personas de culturas individualistas de
sociedades con importante desarrollo económico. Los autores retoman a Beck (2002) en su
afirmación de que: “la controlabilidad, la certidumbre y la seguridad han empezado a
abandonar el estado de ánimo de los principales protagonistas y máximos beneficiarios de la
modernidad” (p.1). De esta manera, junto a ese fatalismo que muestra su rostro más
tradicional, y que permanece -ratificando dominación y sumisión-, la incertidumbre,
inseguridad, resignación, conformidad y apatía como formas de afrontar la realidad
describen la égida del fatalismo que se hace visible de manera obstinada en las sociedades
altamente desarrolladas, con historias sociales y políticas diferentes.
Resulta interesante dar cierre a un texto abriendo la discusión sobre el fatalismo como
actitud sumisa a un destino inevitable, y también como producto del colapso de la idea de
control, certidumbre y seguridad que rodea la vida de las sociedades de riesgo global, como
plantean Blanco y Díaz (2007).
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