La Fascinación de Narrar PDF
La Fascinación de Narrar PDF
La Fascinación de Narrar PDF
Serie
TALLERES VIRTUALES
Primera edición, FCE, Perú, agosto 2020
Distribución mundial
ISBN: 978-612-4395-10-9
Presentación........................................8
Prólogo................................................9
Ivar R. Lazo
Gastos Finales.....................................31
Jorge López
Reposo del sueño.................................34
Kari De la vega
Leyenda urbana...................................45
Úrsula Terramar
Pampa de Cueva..................................48
Lupe Jara
Pandemial...........................................54
Omar Guerrero
Gatos...................................................61
Piero Farromeque
A solas con mi hermano......................65
Abraham Virhuez
Número imaginario.............................68
Cronwell Jara
Nació en Piura, 1951. Es Licenciado en
Literatura por la UNMSM. En 1983, laborando en el
Instituto Nacional de Cultura, representó a Perú en
el Encuentro de Jóvenes Artistas Latinoamericanos,
organizado por Casa de las Américas en La Habana,
donde hace amistad con Mario Benedetti y otros na-
rradores latinoamericanos de este calibre. Viajó a
Brasil en 1987, buscando especializarse en guiones
de telenovelas. Ha recorrido el Perú, desde 1985, di-
rigiendo su TALLER ITINERANTE DE NARRATIVA
BREVE invitado por diversas universidades e insti-
tuciones culturales durante estos últimos 35 años. Es
autor de “Las Huellas del Puma” (cuentos), “Babá
Osaím, cimarrón, ora por la Santa muerta”, “Patíbulo
para un caballo” (novela),“Agnus Dei” (cuentos),
“Esopo, esclavo de la fábula”, “Las ranas embajado-
ras de la lluvia, 96 relatos recopilados en la Isla de Ta-
quile” (en coautoria con Cecilia Granadino), “Faite”
(novela), “El Manifiesto de las Jodas” (176 relatos).
Tiene en imprenta, por editar, una nueva novela so-
bre el patio de letras de San Marcos. Ha escritos poe-
marios y muchos cuentos para niños.
8
Prólogo
9
Di lo que pude, lo mejor de mí, para estimular
la fuerza emocional y hacerles sentir la dicha de crear
historias, diálogos, situaciones dramática, estrategias
técnicas, tonos poéticos, eufonías, para acabar en
una posible historia bien eslabonada y entonada en
ritmo y musicalidad. Un ritmo y una melodía que, si
nos tenemos fe, surge natural de nuestro propio ser.
Porque somos eso en nuestro diario sentir, pensar y
vivir: ritmos, tonos emocionales, poesía y musicalidad,
como musicales son los pájaros y los seres humanos,
el mar, las lluvias y los bosques. Todo es musical en
este planeta. Como respuesta de la musicalidad y de
los ritmos que nos vienen –y nos dan energías y vida–
desde los espacios siderales. De ahí que un buen poema,
cuento o novela, deberá a tender naturalmente a eso.
Ser música y provocar esas fuerzas y sentimientos en
nuestros lectores. Como lo han logrado Borges, Juan
Rulfo, Eleodoro Vargas Vicuña, Vallejo o don José
María Arguedas. Los aplaudo.
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Debo confesarlo: quedo sorprendido al revisar
los 17 cuentos que integran esta antología; sobre todo,
si es cierto lo que me dijeron algunos participantes, que
esta era su primera experiencia de escritura.
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La Habitación
Ana Akamine Yamashiro
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tranquilidad codiciosa y ávida. Volvió a echarse
mostrando su espalda mal iluminada por la luz
que se deslizaba a través de la puerta. No era un
hotel barato, pero nosotros éramos pobres aman-
tes deseando engañar al tiempo.
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habitación estaba suspendida en el aire. Las vo-
ces que venían de fuera eran lejanas y cercanas
a la vez. Con la cronología suspendida mis ojos
se cerraron.
14
El Golpe
Carlos Gustavo Cabrera León
15
que noqueaba y un infalible sentido del humor.
Él quería pedirle que fuera su pareja del baile de
promoción de primaria pero tenía miedo que ella
le dijese que iría con Beto, el muchacho de trece
años, cinturón naranja que participaba en algunos
eventos de la academia. Cuando Linda conversa-
ba, tan feliz, con Beto, Gabriel apretaba los puños.
—¡Al canchón!
16
giró rápidamente. Gabriel estuvo a punto de caer
de bruces, volteó para pelear y fue recibido con un
puñetazo en el pómulo.
17
Beto, apareciendo de pronto.
18
Una Muerte Recurrente
Erika Carina Delgado Rubio
19
—Por supuesto doctor, tan pronto re-
cibí su receta fui a la farmacia y compré
todo lo señalado. ¿Qué sucede? ¿Usted cree que
no esté funcionando? ¿Es grave?
20
—Para nada, es usted libre de tomar las
acciones que crea necesarias. Solo insistiré en que
continúe el tratamiento.
21
estrellas y corría el viento cuando, de repente, es-
cuchó que alguien abría la puerta.
22
El dedo de Sarutobi
Frank Mamani Barrantes
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El tatuaje elegido era del pez Koi, pues existía
la leyenda que uno de ellos luchó contra la corriente,
como es mi caso, y los dioses como recompensa lo
transformaron en un dragón. ¿Acaso esta leyenda
podía reflejar mi vida?
24
El irezumi era sagrado, pues no podía exhibirse
como muchos creen. Solo debía estar destinado a
la contemplación del esposo o amante. Akane sa-
bía muy bien eso, pero su hambre de poder hizo
que se metiera con la persona equivocada. Había
conseguido miedo, respeto y dinero, pero come-
tió un error, se enamoró. Estaba dispuesta a darlo
todo. Creía que yendo contra la corriente por fin
sería el dragón que tanto anhelaba.
25
Lista de deseos
Giovanna Guzmán Palomino
26
sintió el golpe del sol veraniego sobre su cara, se
asustó un poco.
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salir. No lo hizo. Apenas la vio anciana y silencio-
sa, Sara escondió sus brazos porque fue asolada
por una profunda culpa. Los siguientes números
no valieron la pena. La quinta lo acaba de hacer,
ponerse en contacto con Maripili, su mejor amiga
del colegio. Repasó los otros deseos y se detuvo
en el noveno: conseguir trabajo estaba siendo im-
posible. Pero su atención se enfocó en el décimo:
pedir perdón a la familia de las víctimas. Lo había
estado pensando desde hacía mucho. Su madre
pensaba que ya no valía la pena pero ella no lo
creía así. Además, era algo que le había prometido
a Dios, en sus horas más oscuras.
28
Sara aprovechó la confusión. Entro y miró
el interior de aquella casa que no era más una casa,
sino un lugar oscuro, de paredes roídas, muebles
viejos y pestilencias de gato. De ese hoyo salió el
anciano con una cajita entre las manos.
29
—¿Puedo volver? —Le preguntó Sara con una vo-
cecita. El anciano le prometió que buscaría algo
bonito para la próxima vez. Sara abandonó la casa
y tres pasos después se deshizo en llanto.
30
Gastos Finales
Ivar R. Lazo
31
Consciente del tiempo, olvidando las ha-
bituales conversaciones que iniciaba con extra-
ños sobre sus experiencias en la guerra, pidió su
más reciente balance. Al ver que no fue un error y
comprobar que en realidad debía, levantó su mi-
rada y temeroso pidió una explicación. Un cobro
automático de la compañía Gastos Finales fue el
motivo por el cual su cuenta se sobregiró y mante-
nía un balance negativo. En ese momento el señor
Roy entendió todo.
32
mano al bolsillo sacó el único billete de 20 dólares
que guardaba para comprar su pastel de cumplea-
ños y pagó su deuda. Miró su reloj, advirtió que
solo lo quedaban tres minutos para no llegar tarde
y salió apresurado del banco.
33
Reposo del sueño
Jorge López
34
Mi deseo de verte me hizo continuar ca-
minando y finalmente llegué a tu casa. Toqué la
puerta con fuerza pero nadie me respondió. Ca-
miné alrededor de la cuadra y me metí por un
terreno baldío intentando colarme a tu patio. No
parecía haber nadie, pero escuché algo familiar.
Subí a la barda, me acomodé sobre ella y te vi
bailando jazz debajo de un viejo árbol de lila. Me
quedé un largo momento viéndote. El sonido de
tus zapatos me hacía olvidar todo lo demás.
35
—Cuenta hasta cinco —alguien me dijo.
—Uno, dos...
—Deja de moverte.
—¿Cuál?
—Negros.
36
—Debajo del agua se oye lo que uno piensa.
—No; es tu cama.
—Tu mano.
37
La mujer lobo
José Luis Jiménez
—Pollón –respondí.
38
El único año que viví en Los Riscos, su herma-
na fue mi novia, mi primera novia. Laura tenía
doce, yo trece, Ariana dieciséis. Pollón era mu-
cho mayor; vestía jeans ajustados, polos feos y
zapatos negros. Una vez me pidió prestada la
bicicleta para ir hasta la bodega —“un toque”,
me dijo— y la regresó de noche. Maldito. Siem-
pre masticaba mondadientes y detonaba carca-
jadas resonantes cuando ya no estaba cerca; lo
hacía para burlarse mientras se iba. Hizo eso
con Ariana. Si discutían, se apoyaba en la es-
quina de enfrente con Mykol, Cheche o con los
Zamudio, y desde ahí vigilaba con su mirada
de vaca. Cuando Ariana aparecía en su puer-
ta, Pollón reventaba un tracatrá de risotadas
campanudas, falsas, venenosas; los otros cele-
braban. En ese barrio la gente era ruin cuando
quería; Ariana no. Era huraña y se desenvolvía
con arrebato, es verdad, pero bajo el gesto ceñu-
do de sus ojos ocultaba una tristeza plúmbea.
Pollón no la quería. Hasta le puso un apodo una
de las tantas veces que rompieron.
39
Íbamos por el tercer pisco sour y me retó
con una expresión traviesa, provocadora, de-
safiante. La besé y durante esa noche la seguí
besando. De hecho, bailamos y bebimos harto.
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—Creo que solo he tenido canallas en mi
vida —susurró.
41
Secretos
Juan Carlos Guerrero Bravo
42
Gustavo aprovechó para leer cada uno de
los poemas. Lo conmovieron. Pensó que si Laura
hiciera lo mismo aceptaría sin duda a Teresa como
su novia. Alentado por su idea la buscó. “Tengo
algo para ti”, le dijo y le entregó el cuaderno en-
vuelto en papel de regalo. Le rogó que no le dijera
nada a Tito ni a Teresa.
43
Cuando Tito se fue por unos refrescos,
Gustavo puso atención en ellas. Las vio muy
animadas y contentas. De un momento a otro, las
dos se ponen de pie y caminan hacia el jardín. Él
las sigue sigilosamente. Ambas se ubican de-
trás de unos arbustos grandes. Para no perderlas
de vista, Gustavo se trepa a un árbol. Laura lee
los poemas. Con paciencia pasa de uno a otro.
En tanto, Teresa guarda silencio expectante. Sin
mediar palabra alguna, Laura toma su mano
y sin dejar de mirarla acerca su rostro al suyo.
Cierra los ojos y la besa lentamente. Gustavo no
puede creer lo que ocurre. Su sorpresa lo hace
trastabillar, que pierda el equilibrio y caiga apa-
ratosamente. De inmediato, levanta la vista y se
encuentra a las dos riéndose sin parar. Teresa se
arrodilla y coloca uno de sus dedos en sus labios
y le dice “será otro de nuestros secretos y hoy
correrás desnudo”.
44
Leyenda urbana
Kari De la vega
45
de la infancia hasta que una de las tantas noches
en que hacía guardia me tocó verla. Su presencia
era terrorífica; vestía un uniforme antiguo con capa
azul y, en efecto, no tenía cabeza.
46
«Allá por los años cincuenta, una
bella enfermera se enamoró de un joven médico y se
comprometieron. El joven tuvo que viajar a su pue-
blo para invitar a sus familiares. Por desgracia, hubo
un accidente en la carretera y él murió. Ella estuvo
de licencia un tiempo, pero, al volver, cada espacio
le recordaba a su novio. Una tarde, no soportó más
y se lanzó desde el último piso, con tan mala suerte
que cayó sobre unos fierros de construcción que la
decapitaron al instante. Dicen que su alma no se ha
enterado de su partida y que sigue deambulando
por este hospital en busca de su prometido».
47
Pampa de Cueva
Úrsula Terramar
48
El sol que enciende a los buses, a las frentes,
a la cebra, ya no es para mí, por el contrario, me son-
ríe hipócritamente. Hoy los uniformes de mis com-
pañeros son tan extraños, sus colores tan brillantes y
hermosos. Pero cada uno habla un idioma diferente
y todos sonríen complacientes en medio de este caos
que me enloquece. Ningún color es el mío.
49
desvanecerme. Mi tía me agarró muy fuerte del bra-
zo y muy cerca de mi oído me suplicaba: «¡Julia, acá
no, por favor!». Pudimos subir a un colectivo y deja-
ron una ventana abierta para que diera el viento en
la cara.
50
Venancio
Lucía del Rosario Espezúa Berríos
51
Desde su ventana, observaba a Venancio
regocijándose en ese amor censurado y soñando
con un día poder escapar. En un arranque de ro-
manticismo, le escribió una carta confesando un
amor tan fuerte y profundo que prometía, de ser
correspondida, huir junto a él.
52
presentó en la hacienda señorial, afirmando tener
riquezas y pidiendo la mano de su amada. Pobre
inocente Amelia, quien al verlo descascarado, del-
gado y envejecido rompió su amor basado en ilu-
siones y rechazó a gritos su propuesta, echándolo
para no verlo más.
53
Pandemial
Lupe Jara
54
Mi cuerpo fue tu habitación, mi pecho tu
fuente de vida. No tengo noción de cuándo comía
o dormía, empeñada como estaba por vigilar tu
respiración. Entresueños rememoro que alguien
preguntó si estaba enferma. Sé que mi vida se de-
tuvo, que me alimentaba de ternura, mientras te
abrigaba con mi piel.
55
niño, mientras me cuentas tu día: la partida que ga-
naste en el video juego; la chica que –aseguras— no
te gusta, pero que es tan única; la falta que te hacen
tus amigos, los pandemials. Entonces, las palabras
y el afecto regresan para hilvanar los fragmentos
de nuestro vínculo, para reparar el día abominable.
Esta tarde, mientras escribía, manoteaste el tecla-
do y chancaste mi trabajo. Vaciaste mis palabras
buscando atención. Me molesté tanto que tuve que
alejarme, sabiendo cuánto te asusta perderme. Te
encerraste en tu cuarto y el silencio gobernó la casa,
hasta ahora que asomaste inseguro, trayéndome la
manta con la que te abrigo.
56
Guardacaballo
Marco André Fernández Risco
—¡Por tu hijo!
—¡Salud cumpita!
57
garrafa fue a galope hasta la mesa del insolen-
te. Le retó a repetir lo dicho, presionándole el
pescuezo con la hoja de su navaja.
58
—Seguro que te has peleado con el Yarlequé.
—Sí, le di su merecido.
59
puso su cabeza entre sus piernas flacas, temblo-
rosas. La carcajada de Yarlequé fue una sola con
el chillido del cabrito. Y es que el joven olvidó que
a este animal se le mata de una sola puñalada.
60
Gatos
Omar Guerrero
61
—¿Y ahora dónde vamos a vivir? —Pre-
gunté en medio de la noche larga y desolada.
62
tampoco. Simplemente nos habíamos acostum-
brado a vivir juntos. Era tan igual al bañarnos
cuando éramos niños. No teníamos vergüenza,
no teníamos pudor. También dormíamos en la
misma cama, sobre todo cuando era invierno o
cuando teníamos miedo de las explosiones y los
temblores. A fin y al cabo, éramos hermanos y na-
die podía criticarnos, ni siquiera nuestros padres,
que no se murieron de viejos sino de pavor y de-
cepción al confirmar que había tanto cariño entre
nosotros.
63
—¡Mañana mismo conseguiremos otro
gato! —Dijo mi hermana como una sentencia.
64
A solas con mi hermano
Piero Farromeque
65
desarticuladas tratando de explicar su sentir por
diez minutos o más. Su hermano, que lo escu-
chaba en silencio, recordaba al mismo tiempo las
muchas veces en que oyó a su padre exclamar las
mismas frases vacilantes que ahora Franco repetía
tenazmente, desconcertándolo.
66
encontrar una verdad que te ilumine? Porque si la
esperas, no existe. Lo único que hay es acción. Ac-
ción, acción y acción, obedeciendo mil impulsos
diferentes. Acción, contingencias y contradiccio-
nes. Crímenes, mentiras, hambre, celos y estupi-
dez. Aprende a reír es lo único...”.
67
Número imaginario
Abraham Virhuez
68
—Porque es mi vocación —respondió,
e inmediatamente añade que le gusta ayudar a
las personas.
69
ese día, salimos del anonimato, ahora todos nos
reconocen por nuestra loable acción, lo que consi-
dero que es muy justo.
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Serie
TALLERES VIRTUALES
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