¿Quién Soy Yo
¿Quién Soy Yo
¿Quién Soy Yo
¿QUIÉN SOY YO?
ANTROPOLOGÍA
PARA
ANDAR COMO HOMBRE EN EL MUNDO
«¡Ser de un día... Sueño de una sombra, el hombre!».
Píndaro.
«Muchas son las cosas inauditas; pero nada tan inaudito como el hombre».
Sófocles.
«¿Qué es el hombre? Sólo una caña pensante».
Pascal.
«Un animal corrompido».
Rousseau.
«El ser que puede querer, no sólo que debe».
Schiller.
«Homo homini lupus».
Hobbes.
«Un animal que puede prometer y engañar».
Schopenhauer.
«Es el animal no acabado».
Nietzsche.
«El animal que se engaña a sí mismo».
Paul Ernst.
«El ser que puede decir que no».
Scheler.
«Un animal simbólico».
Cassirer.
Y otras muchas cosas, como se verá...
Editores: Desclée de Brouwer
Año de publicación: 1990
País: España
ISBN: 8433008234
PRESENTACIÓN
¿Quién soy yo?
¿Quién soy yo? Este interrogante, que ha inquietado al hombre de todas las épocas,
hoy se plantea con mayor urgencia que nunca a todo el que quiera vivir su existencia de un
modo verdaderamente humano. Nunca ha sido tan amplio y tan especializado como hoy el
desarrollo de las ciencias del hombre: biología, fisiología, medicina, psicología, sociología,
economía, política, etc., ciencias que intentan aclarar la complejidad de la vida humana. Pero
esta maravillosa explosión científica está marcada de ambigüedad. El aumento vertiginoso de
los conocimientos técnicos y científicos va acompañado de una creciente incertidumbre
respecto a lo que constituye el ser profundo y último del hombre.1
En el marco de las comparaciones entre el animal y el hombre, ante la armonía de
reacciones instintivas y capacidad biológica de adaptación al medio del animal y la
indigencia del hombre, como ante la fuerza creadora del hombre, de que carece el animal,
surge espontánea la pregunta: ¿Qué es el hombre? La antropología biológica nos ofrece unas
aportaciones importantes para el conocimiento del hombre, pero no es el único y principal
acceso al misterio del hombre.
De la comparación del hombre con el hombre extranjero, enemigo, amigo, hermano,
de otra cultura o raza, con su igualdad y sus diversidades, brota la misma pregunta ¿Qué es el
hombre? La antropología cultural nos da rasgos significativos del hombre, pero aún no queda
desvelado el misterio del hombre.
De la comparación del hombre con la divinidad, la pregunta ¿Qué es el hombre? no se
puede ya responder racionalmente, haciendo referencia a su alma, a sus indigencias o a su
capacidad creadora. El interrogante se densifica en una pregunta interpersonal: ¿Quién soy
yo, Dios mío, ante ti?.2 La antropología religiosa nos aproxima al desvelamiento del misterio,
pero aún nos deja a la puerta, en el atrio del misterio. Queda una respuesta aún, que aparecerá
apuntada al final del libro, cuando la pregunta se haya despojado de todas sus capas y
aparezca al desnudo en toda su radicalidad: ¿Quién soy yo? y ¿Qué será de mí? …
Aún cuando millones de hombres se hayan preguntado ¿quién soy yo? ¿qué será de
mí? ¿qué sentido tiene mi vida?, su búsqueda de una respuesta o sus respuestas podrán ser
una luz, un estímulo, una guía, pero jamás reemplazar el esfuerzo personal por aclarar el
misterio de la propia existencia. Vivir la propia vida como vida humana significa vivirla en
presencia de estos interrogantes. Lo contrario es sólo señal de una profunda alienación o de
una inmensa falta de autenticidad. Por eso la conciencia se despierta siempre con la pregunta:
¿quién soy yo?
¿Qué es el hombre? Cuestión banal, cuestión magnífica, cuestión eterna. Hace millones de
años que los hombres se agitan por la superficie del bosque, como mosquitos al lado de un
estanque; y desde entonces millares y millones de hombres y mujeres se han planteado esta
famosa cuestión. Lo han hecho incansablemente, con la misma angustia, con la misma
1 G. MARCEL, L’homme problematique, París 1955.p 7374.
2 S. Agustín. Confesiones, X. 17. 16.
insistencia, con el mismo sufrimiento. ¿Por qué nacemos a la luz del día? ¿Por qué amamos? ¿Por qué
estamos destinados a desaparecer? ¿Por qué nos devoramos mutuamente? A través de los caminos de
la historia, por encima de la diversidad de pueblos y razas, este interrogante del hombre sobre sí
mismo se eleva sin tregua, sin descanso. Todo lo que dura, todo lo que une, las obras de arte, como las
religiones, todo tiene por objeto ofrecer un balbuceo de respuesta a esta inquietante, a esta perpetua
cuestión.3
Es cierto que sabemos muchas cosas acerca del hombre, aunque sólo sea porque es
eso lo que nosotros somos, experimentamos y vivimos. Pero, apenas queremos definirle, nos
percatamos de que hemos topado con lo ilimitadamente abierto, sin orillas, lo indefinible, en
suma. Esto hace más acuciante la cuestión. La búsqueda antropológica, hasta sus
ramificaciones paleontológicas y etnológicas, saca su dinámica de esta necesidad de conferir
un sentido a la vida, que hemos de vivir... El sentido de la vida es algo que todos buscamos;
algo, pues, que creemos en cierto modo que ya existe y que sólo es preciso encontrar. Hasta
los mismos marxistas, que quisieron rechazar estos interrogantes, no pueden librarse de ellos,
como advierte A. Schaff:
Mientras haya hombres que mueran o sientan miedo a la muerte, hombres que pierdan a sus
seres queridos y teman esta pérdida, o sufran corporal o espiritualmente (y será esto lo que
ocurra mientras haya hombres), no nos contentaremos con conocer solamente los cambios en
las formaciones sociales, sino que querremos comprender los problemas personales y saber
cómo hemos de comportarnos ante ellos.4
El hombre: ser problemático
Quizás estemos asistiendo actualmente a la más amplia crisis de identidad que ha
atravesado nunca el hombre. Las palabras de Max Scheler y de Martin Heidegger, lejos de
haber perdido actualidad, han cobrado en nuestros días un acento más actual y alarmante:
En la historia de más de diez mil años somos nosotros la primera época en que el hombre se ha
convertido para sí mismo, radical y universalmente, en un ser problemático: el hombre ya no
sabe lo que es y se da cuenta de que no lo sabe.5
Ninguna época ha sabido conquistar tantos y tan variados conocimientos sobre el hombre
como la nuestra... Sin embargo, ninguna época ha conocido al hombre tan poco como la
nuestra. En ninguna época el hombre se ha hecho tan problemático como en la nuestra.6
Cuando el hombre y la razón creyeron serlo todo se perdieron a sí mismos; quedaron, en
cierto modo, anonadados. De esta suerte, el hombre del siglo XX se encuentra más solo aún;
esta vez, sin mundo, sin Dios y sin sí mismo; singular condición histórica.7
En nuestro mundo industrializado y tecnicista, muchos hombres viven alienados en
medio de una masa impersonal, que los explota sin tener en cuenta sus problemas personales.
O bien corren detrás de los espejismos engañosos que ofrece la publicidad obsesiva,
olvidándose igualmente de sus verdaderos problemas. Pero a todos les llega el momento en
3 G. HOURDIN, Qu'estce que l'homme, París 1954, p. 143.
4 A. SCHAFF. Marx oder Sartre, Viena 1961. p. 61.
5 M. SCHELER. Philosophische Weltanschaunng, Bonn 1929, p. 62.
6 M. HEIDEGGER, Kant und das Problem der .Metaphysik, Frankfurt 1951, p. 189.
7 X. ZUBIRI, Naturaleza, Historia y Dios, Madrid 1959, p. 41.
que se les derrumba el mundo falso y aparece el vacío y la nada. Albert Camus ha escrito
páginas impresionantes, describiendo al hombre, preso de los engranajes despersonalizantes
de la vida moderna, revelando en toda su crudeza el absurdo y el vacío de semejante
existencia:
Resulta que todos los decorados se vienen abajo. Levantarse, tranvía, cuatro horas de oficina
o de taller, comida, tranvía, cuatro horas de trabajo, descanso, dormir y el lunesmartes
miércolesjuevesviernessábado, siempre al mismo ritmo, siguiendo fácilmente el mismo
camino casi siempre. Un día surge el «por qué» y todo vuelve a comenzar en medio de ese
cansancio teñido de admiración. «Comenzar», eso es importante. El cansancio está al final de
los actos de una vida mecánica, pero inaugura al mismo tiempo el movimiento de la ciencia.8
Hombres lo son todos los que tienen rostro humano y, sin embargo, la humanidad del
hombre supone una pregunta para cada uno de ellos. Con los proyectos, con la acción y con el
estilo de vida, todos y cada uno marchan en busca de una respuesta que les ilumine y
convenza. El conocimiento de las estrellas, les es a las estrellas mismas indiferente, pero para
el ser del hombre el conocimiento del hombre está cargado de consecuencias. Por eso la
pregunta sobre sí mismo es una pregunta tan antigua como el hombre mismo. Un perro
siempre será un perro. No se pregunta ¿qué es un perro? ¿quién soy yo? Sólo el hombre
pregunta así y tiene por fuerza que preguntárselo. Es su pregunta. Pregunta que se hace
consciente cuando la persona, que espontáneamente actúa, se ve replegada hacia sí misma y
obligada a reflexionar en torno a sí. Puede estar entregado hasta tal punto a su trabajo, a su
familia, a su labor política que parezca olvidar el interrogante sobre sí mismo, pero un día
percibe el peligro de perderse a sí mismo. Entonces se dice: «antes de nada, he de
reencontrarme» o, al menos, se le escapa el lamento: «ya no sé siquiera quién soy yo». Así es
como esta pregunta acecha al hombre en sus experiencias cotidianas, agudizándose en las
situaciones especiales de felicidad o de dolor. Así es como el hombre se hace, de hecho, el
mayor de los misterios para el hombre. Tiene que conocerse para vivir y darse a conocer a
1os demás.
La conciencia del hombre actual recibió una sacudida al enfrentarse con la crueldad
de las últimas guerras mundiales. ¿Cómo fue posible una cosa así en el siglo XX? ¿Qué
puede haber en el hombre para que algo así suceda? En la posguerra, el hombre se ha sentido
cada vez más como un ser que no sabe quién es propiamente, para qué está en el mundo y
cómo vivir. La pregunta se ha hecho más acuciante. Al igual que el filósofo Diógenes, que en
pleno día llevaba una linterna por el mercado de Atenas diciendo que buscaba un hombre, así
cada uno de nosotros, en imágenes, en proyectos y en experiencias de vida, andamos a la
búsqueda de “el hombre”. Cada uno de nosotros, al experimentar su vida en sociedad,
dividida y desgarrada por una infinidad de conflictos e intereses, se pregunta por su
identidad, por su ser, es decir, por su salvación.
En el templo de Apolo en Delfos, estaba ya escrito el profundo epigrama:
( ¡CONÓCETE A TI MISMO! El salmista bíblico en la noche, sentado en el poyo de la
puerta de casa, contempla el ciclo estrellado y, pleno de admiración, exclama: «¿Qué es el
hombre, Señor, para que te acuerdes de él?». El hombre actual que, en la noche, no puede
8 A. CAMUS. Le mythe de Sisyphe, París 1965, p. 106.
contemplar las estrellas, se sienta ante el televisor a contemplar las estrellas de celuloide y,
ante las noticias de muertes violentas, guerras en tantos rincones de la tierra, secuestros,
accidentes....quizás con un bostezo de hastío o de tristeza, suspira también: ¿Que es el
hombre? ¿Dónde vamos a llegar? ¿Qué va a ser de nosotros? ¿Quién nos puede salvar?
El interrogante ¿Quién soy yo? puede nacer de la maravilla y de la admiración frente a
un bosque, el mar o el cielo estrellado, ante una obra de arte: música, pintura, danza,
arquitectura; ante el hechizo de la amistad y del amor o ante los ojos inocentes de un niño. Sin
embargo, la mayor parte de las veces, la pregunta no nace de esta actitud de contemplación
serena. Muchos hombres, inmersos en la superficialidad de sus incontables actividades
exteriores, sólo entran dentro de sí en el choque con la realidad, esto es, en la experiencia de
la frustración, del fracaso o del conflicto. Una noticia adversa, la muerte de un ser querido,
una desgracia, una desilusión... arrancan al hombre de la dispersión para ponerle frente al
problema fundamental de su existencia. «Me convertí para mí mismo en un grave
interrogante», afirma San Agustín, refiriéndose al trauma sufrido con ocasión de la muerte de
un amigo.9 El libro de Job está lleno de este interrogante, donde aparece la misma pregunta
del salmo 8, pero cargada de amarga ironía, en lugar de la admiración serena: «¿Qué es el
hombre para que tanto de él te ocupes?» (7,17).
De la admiración, de la frustración o de la experiencia del vacío brota la pregunta
sobre el misterio de la existencia humana. Los problemas antropológicos, los interrogantes
sobre el sentido de la vida no nacen de una simple curiosidad científica. Se imponen por sí
mismos, irrumpen en la existencia y se plantan por su propio peso.
¿Qué sentido tiene mi vida?
Los interrogantes personales aparte del impulso de la propia libertad que va en busca
de sí misma con frecuencia suscitan los vínculos que nos unen a los demás hombres: en el
trabajo, en el dolor, en el gozo del amor y de la amistad, en la muerte del ser querido, en los
conflictos que dividen a los hombres y en las esperanzas que los unen. El mismo sentido de la
existencia y la posibilidad de realizar una auténtica libertad parecen depender en amplia
medida de los demás. La decepción de estas relaciones conduce, por tanto, casi
inevitablemente a suscitar los interrogantes sobre el misterio del ser y del significado del
hombre. Sin embargo, la muerte ocupa el lugar privilegiado en esta experiencia. A través de
toda la historia, la muerte ha provocado siempre los grandes interrogantes del hombre. En
todos los sitios, en que la muerte de la persona amada es considerada como un problema serio
y original, florecen igualmente, con todo su peso de humanidad, la libertad personal, el amor,
la esperanza, el sentido de la vida.
“La presencia de la muerte pone al mundo en cuestión”, dice S. de Beauvoir.10 En el
mismo sentido se expresa el ya citado marxista A. Schaff: “La muerte es de todos modos el
estímulo más fuerte para reflexionar sobre la vida. La amenaza de la propia muerte, y con
mayor frecuencia la muerte de la persona amada”.11 Frente al límite de la muerte brota la
necesidad urgente e irreprimible de conferir a la existencia un significado último y definitivo.
9 S. Agustín, Confesiones, IV, c. 4.
10 S. de BEAUVOIR, Une mort trés douce, París 1964, p. 164.
11 Ibidem. p. 65.
Frente a la muerte, la angustia existencial busca una libertad definitiva, un fundamento eterno
del amor, una razón auténtica de esperar. La pregunta por el significado último del hombre
nace de la convicción de que la posibilidad de vivir la libertad y el amor frente a los demás, en
un mundo radicalmente marcado por la muerte, necesita la presencia de una tercera
dimensión que supere los límites restringidos de la existencia personal e histórica. Y
entonces se llega a un interrogante explícitamente metafísico y religioso: ¿Cuál es el
fundamento del ser y el puesto del hombre en el universo? ¿Quién soy yo? y ¿Qué será de mí?
¿Por qué he nacido? ¿Por qué vivo? ¿Vale la pena vivir? ¿Por qué se ve amenazado todo
amor? Estas son las preguntas que ha planteado el mismo Concilio Vaticano II:
Los hombres esperan de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la
condición humana, que hoy como ayer conmueven su corazón. ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es
el sentido y qué fin tiene nuestra vida? ¿Qué es el bien y el pecado? ¿Cuál es el origen y el fin
del dolor? ¿Cuál es el camino para conseguir la verdadera felicidad? ¿Qué es la muerte? ¿Qué
hay después de la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve
nuestra existencia, del cual procedemos y hacia el cual nos dirigimos?.12
Cuando el hombre se siente vinculado a una vida con sentido experimenta el deseo de
transmitirla. Pero cuando la vida se hace absurda, entonces más bien se desea la muerte y no
se tiene ánimo de confiar a ningún descendiente el peso de una vida que ha perdido su
sentido. De aquí que la pregunta ¿qué es lo que confiere sentido a la vida? no sea nunca una
simple curiosidad, sino una necesidad.
Antropología para andar como hombre por el mundo
Esta es una Antropología para andar por el mundo como hombre. No para
disquisiciones o discusiones de universidad. A lo máximo, para diálogos en sus pasillos o en
el bar. Pero, sobre todo, para el hombre de la calle, que lee el periódico y se encuentra con
una noticia que le obliga a interrumpir la lectura, a encender un cigarrillo y preguntarse. ¿Qué
es el hombre? ¿Qué será de nosotros? O quizás no es una noticia del periódico, sino una
noticia más cercana y personal, que le llega a través del teléfono o de un familiar o amigo y se
derrumba en el sofá para preguntarse: ¿Quién soy yo? y ¿Qué será de mí? O, para el que en un
viaje, ante la sorpresa de un encuentro inesperado, ante un paisaje, en un museo o en un
concierto, que se le cuela hasta el corazón, conmoviéndole hasta las entrañas, instalándosele
en la mente hasta no dejarle dormir. Entonces, en la noche del desvelo, se pregunta: ¿Pero, en
realidad, quién soy yo?
Estas páginas van dirigidas al hombre que encontramos en la vida, en la oficina y la
fábrica, en el bufete o en la playa; al hombre que carga su haz de ilusiones y desilusiones,
atado con su sueño de grandeza y su peso de miseria, al hombre indigente de palabra más que
de pan, de luz y compañía, de silencio y amor. Al hombre como yo, que escribo estas páginas,
y como tú, que las lees; es mi yo y tu yo los que hacen un nosotros en la simpatía, compadecer
y comunión. Como dice Unamuno en el comienzo Del sentido trágico de la vida, este libro
habla del hombre concreto y al hombre concreto, «el hombre de carne y hueso, el que nace,
sufre y muere», pero «es el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia,
inteligencia y voluntad, quien centrará las explicaciones que siguen». (…)
12 C. Vat. II. Nostra aetate, n. 1.
BIBLIOGRAFÍA
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Salamanca 1984.
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