El Oficio Del Investigador
El Oficio Del Investigador
El Oficio Del Investigador
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JACQUES APRILE-GNISET
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
JACQUES APRILE-GNISET
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JACQUES APRILE-GNISET
© Jacques Aprile-Gniset
Universidad Surcolombiana
Asociación Colombiana de Historiadores
Maestría en Conflicto, Territorio y Cultura
© 2012
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
EL INVESTIGADOR
No nací con especial vocación para esta tarea de la investigación histórica urbana;
no tengo particular inclinación o calidad para ella y tampoco encontré la receta uni-
versal en bandeja de plata. Lo poco que sé, lo aprendí en la práctica, en el error y en las
derrotas: trabajando. Hoy día no vengo aquí con verdades, fórmulas o doctrinas; pero
sí con dudas y convicciones, y alguna que otra reflexión en torno a unas prácticas. En
definitiva, soy un neófito en este oficio, y a pesar de mi formación universitaria, soy en
este campo un autodidacto. Mi propósito no es de convencer, sino de exponer cómo
actué y actúo a diario ante determinadas situaciones y para lograr un determinado
conocimiento. Un conocimiento surgido de necesidades propias, para mi deseo y mi
curiosidad, con el fin esencial de alegrar mi vida; algo distinto al saber con mayúsculas,
cargado de erudición, de prestigio y de solemnidad. Por lo tanto, no pretendo, de nin-
guna manera, que mi camino sea el único, ni tampoco el mejor.
De entrada es necesario decir que tuve la suerte y la desgracia de interesarme en algo
que no interesaba a nadie. Entonces no encontré ni ayuda ni limitantes; el desierto. Una
total libertad y soledad. Me tocó desbrozar y lo hice, paso a paso; no abrí una autopista,
apenas una senda en la selva. Es que la tarea y mi meta me obligaron a aprender los ru-
dimentos de varias disciplinas del conocimiento en las cuales estaba yo completamente
ignorante. Por ejemplo, me tocó reelaborar unos parámetros de estudio de la geografía
urbana. Lo que aprendí en la Sorbona y los barrios de París con Pierre Georges o con
Chombart de Lauw poco me servía en un país tropical colonial; insisto, colonial. La
historia universal de la ciudad que me enseñaron Pierre Lavedan y Maximilien Sorre
nunca había mirado por este lado del planeta. El curso de estadísticas y las densidades
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Con frecuencia se aborda un campo de estudio que proporciona un activo, que tiene
historia y un cierto patrimonio, un acervo, un cúmulo previo; en otras palabras, se parte
de algo. Por desierta que sea la playa en la madrugada, encontraré las huellas de dos pies.
En mi caso no había nada, en absoluto, fuera de un ensayo de Carlos Martínez
que salió poco después de mi llegada al altiplano; me aportó más interrogantes que
respuestas. Por desgracia decidí estudiar la cuestión urbana en el momento en que todo
el «parque investigativo» del país estaba focalizado, y con sobrantes razones, sobre las
cuestiones agrarias. No encontré nada ni nadie, y hasta diría que éste fue el hecho ac-
cidental y anecdótico que me impulsó.
Es necesario indicar aquí que una bibliografía sobre arquitectura y urbanismo en
Colombia quizá no pasaría de veinte títulos, y eso que se duplicó en los últimos diez
años. Hoy los que entran en la tarea encuentran muchos apoyos en las obras, desde lue-
go muy diferentes, de Alberto Corradine, Jaime Salcedo o Germán Téllez, los pioneros;
luego vienen los trabajos de Néstor Tobón , Hans Rother, Margarita Serje, Silvia Arango,
Samuel Jaramillo, Benjamín Barney. Por su parte Germán Colmenares ofrece una mi-
rada innovadora sobre la sociedad de ciudades coloniales como Popayán o Cali. Este
fondo no existía cuando abordé el tema en 1966, a mi llegada a la Universidad Nacional.
En cuanto a la historiografía de la ciudad era aun sumamente reducida: Bogotá,
Cali y Buga, Cartagena, Tunja, Bucaramanga, Popayán, Pereira. Son obras generalmente
tupidas, de concepción arcaica y muy a menudo ilegibles. De cada página brotan héroes
y batallas, victoriosas desde luego, desbordan próceres, benefactores adinerados, pia-
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que otro escribiente hambriento o mercenario, esta historia se elabora para la glorifi-
cación de los poderosos, y de inmediato se incorpora a su patrimonio ideológico.
Entonces, la Historia deja de ser una disciplina científica y se vuelve sencilla
instrumentación del ideario vigente; un arma más en el arsenal del poder, concebido
más para el óptimo manejo del presente, que para la evocación nostálgica del pasado. Es
hagiografía urbana más que historia urbana; un escollo en mi senda, más que un apoyo.
Afortunadamente no hallé una abundante bibliografía histórica urbana; ni su escasa
ayuda, ni su estorbo.
Afortunadamente finalizando el siglo e iniciándose el siguiente, nos llegó un soplo
nuevo y una visión renovadora con los trabajos sobre Bogotá de Alberto Saldarriaga, de
Carlos Niño y de Germán Mejía ; de Ángela Guzmán en San Gil, El Socorro y Barichara;
de Fernando Botero sobre Medellín; de Edgar Vásquez sobre Cali ; de Luis Fernando
González sobre Quibdó y sobre Supía , o de Lina María Sánchez Steiner sobre Mocoa. Y
seguramente algunos más que no conozco.
Mi interés fue inicialmente de carácter profesional. Estudié Urbanismo, mi oficio es
el diseño de la ciudad y ésa era mi tarea cuando llegué a América. Pero enseguida me di
cuenta que no podía trabajar con una materia prima de la cual ignoraba todo. Lo que se
me confirmó con un primer descalabro profesional en Popayán ; luego experimenté otro
fracaso en Quibdo, y después un tercero, en Neiva. Todos originados en mi ignorancia
absoluta de la situación real y concreta de la cuestión urbana colombiana. Con la mirada
parisina, yo andaba por la séptima en busca de palomas y de los Campos Elíseos ...
Al poco tiempo me percaté de que en las esferas oficiales a nadie le importaba que
la ciudad tuviera o no un diseño y un rumbo. El gran asunto, entonces, era pegar uno a
otro los parches dispares del “arlequín urbano”, construir casas y barrios, kilómetros de
cuartos, pero no ciudad. Es más, descubrí que la falta de rumbo beneficiaba a unos
y que la ausencia de política urbana era precisamente la política oficial escogida; el
“laisser faire”, en provecho de un suntuoso caos y de un saqueo inclemente del cual
surgen victoriosos los bancos, de un día para otro, como agresivos hongos.
Pero la ciudad no es un champiñón que brota en una noche, surge y madura de un
día para otro. La ciudad nace y madura, más bien de un siglo para otro. En Colombia (y
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quizá por doquier) verifiqué que la ciudad, considerada como elemento constitutivo
de la organización territorial de una comunidad, es decir, como parte de su hábitat,
sólo surge en un momento ascendente de la trayectoria histórica de dicha comuni-
dad, nunca en su ocaso. Todas, sólo adquieren poco a poco sus “dimensiones” de ciu-
dad, no sólo tamaño sino vocación urbana; lo logran al calor del pulso de la sociedad, y
con el tiempo. Entonces en su transcurrir se modifican tanto su tamaño como su papel y
sus necesidades; unas exigencias desaparecen otras las sustituyen. Hoy, muchos centros
urbanos de Colombia ya no tienen el rol que originó su parto, o aquel que tenían hace
apenas cincuenta años. El estudio de su transcurrir y de sus avatares es aquel cono-
cimiento útil que permite, no sólo explicar eso, sino detectar lo que puede ocurrir, y
pronosticar las tendencias futuras.
Por lo tanto, derrotado tantas veces por mi propio candor decidí alejarme del oficio:
me pareció más interesante buscar la trayectoria del pasado de esta ciudad que diseñar
su futuro, por lo demás muy incierto. Así empecé, pero todo se agravó cuando mi interés
pasó de profesional a pasional, volviéndose enseguida obsesivo .
Aquí y antes de seguir, es preciso indicar una circunstancia que iba a incidir
poderosamente sobre el trabajo y su resultado final. Como bien se sabe, cada ciencia
dispone de un abanico más o menos amplio de herramientas técnicas del conocimien-
to y del trabajo investigativo; los análisis que posibilita la química, los archivos, las
matemáticas y las estadísticas, los instrumentos de mediciones, etc.
Encontré una tal carencia que me tocó usar todo, lo que fuera, de donde proviniera
, por mediocre o sospechoso que fuera. Desde los documentos falsos o mutilados en las
notarías hasta los libros de Cabildos con páginas arrancadas, desde mapas apócrifos o
“corregidos”, sin fecha ni escala, hasta dudosos censos de población o estadísticas com-
placientes pero a todas luces mentirosas, desde archivos carcomidos o saqueados hasta
rápidas observaciones y mediciones in situ, desde la literatura y la biblioteca hasta el
viaje.
Entonces se inició el vía crucis de los avatares de tipo doméstico. Aquí mi exposición
se torna mera enumeración, se convierte en un fastidioso catálogo de las numerosas
dificultades operativas. Es aquí el mal genio de un burócrata pueblerino, acá la cita frus-
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trada con un testigo que se murió el día anterior, la desconfianza de unos herederos
mostrando el baúl pero no lo quieren abrir -se perdió la llave-. Al anochecer y con un
“mar bravo” entre Jurubidá y Nuquí , es un lanchero tan codicioso como inepto, y la
ola sorpresiva abriendo una fisura de tres metros de largo en la lancha carcomida; un
entrevistado prevenido y parcializado, casi mudo, o sibilino y que falsifica los hechos; en
un legajo del juzgado el folio que estoy buscando es el único que falta, arrancado, entre
mil folios; y en Tunja o en Caloto sin saberlo estoy hablando con aquel que robó unos
documentos en un archivo, y desde luego no tendrá el descaro de mostrarme estas joyas.
Así fue, y todo eso en medio de penurias monetarias vergonzosas y situaciones labo-
rales kafkayanas, un vuelo cancelado, un carro que se vara, no “salieron” los viáticos y
no hay plata, que en Colciencias dicen que ... que Colcultura dijo que .. y es un pueblo
sin hospedaje ni teléfono, y en Natagaima un hotel decrépito sin agua ni sábanas pero
con putas famélicas y lastimeras, el cheque que “salió” a las cuatro, cerrado el banco
desde mediodía, ay que pena doctor, y mi vuelo es a las seis; la plaza tétrica de El Dovio
llena de “pájaros” amenazantes; de madrugada en Pitalito los agentes viajeros en los
corredores de la “Pensión del Motorista”, cada uno con la barriga afuera y su cepillo
de dientes en la mano; los estudiantes paisas que cambian un programa de encuestas
en Santa Fe de Antioquia por una borrachera en Sopetrán; la secretaria de una notaría
boyacense que decidió tomarse la tarde y se fue con las llaves; en la mitad del río Atrato
el motorista oficial y sindicalizado que apaga el motor a las doce en punto y hasta las dos
p.m. en punto; en un caserío cordillerano y quindiano los cuatro policías enloquecidos
por su miedo y que toman posición detrás del parapeto cuando me bajo del carro; un
notario frustrado y alcohólico; un inspector de policía amargado pero todopoderoso
y con el palillo entre los dientes; el Índice de un archivo que “se perdió”; el agente del
DAS siguiéndome paso a paso (con mucho gusto lo acompaño doctor); un secretario
de alcaldía conservador que acaba de ser despedido por el nuevo alcalde liberal; entre
Santa Marta y Cañaveral los dos aduaneros sudados y corrompidos que me quieren
extorsionar para darme paso al sendero de Pueblito, “un billete de su país mister , para
nuestra colección”. Ritualmente, después de media hora de cola, en el momento que me
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Pero, oscilando entre la rabia estéril y la desesperación que sólo lleva al infarto,
escogí la risa; así encontré la salida por la puerta saludable del humor. Pues, como bien
anotó alguien: “En tono de broma se puede decir todo, incluso la verdad”.
Lo anterior no significa que estoy exento de obstáculos de tipo teórico, y puedo citar
el ejemplo del tamaño tropiezo que me tocó enfrentar cuando abordé el estudio del
nacimiento de las ciudades de conquista del siglo XVI. Estaba armado con el postulado
de Marx y Engels retomado por Castells, sobre el crecimiento de las fuerzas producti-
vas, su presión para el ajuste de los medios de producción y de las mismas relaciones
laborales, la subsiguiente división técnica, social y espacial del trabajo y finalmente la
separación y el antagonismo dialéctico campo-ciudad. Miraba la ciudad considerándola
como producto máximo y más acabado de la división del trabajo, una separación de
origen social y con manifestación espacial.
Manejaba -y sigo manejando- una concepción resueltamente materialista de la ciu-
dad, mirada como el óptimo lugar de concentración de excedentes, flujos de productos
y mercancías para su intercambio y consumo, de mayor acumulación del dinero y, por
ende, de la más eficiente centralización del poder ideológico, político y militar para el
dominio de un determinado ámbito territorial. En otras palabras, la ciudad vista desde
la razón como hábitat de mayor socialización del individuo y, por tanto, de más intensa
conflictividad; la quintaesencia de contradicciones sobre un metro cuadrado de suelo.
Sin embargo, encontraba una situación peculiar, aquella de la exploración militar
colonialista, fenómeno histórico en el cual se invierten las fases de construcción del
hábitat, surgiendo primero la ciudad, digamos en el desierto, es decir, sin que se
cumplan previamente las condiciones de su supervivencia. En el proceso de po-
blamiento se transita obligatoriamente desde el núcleo «insular» intensivo (lo urbano),
hacia la posterior expansión territorial extensiva. La ciudad, si se puede decir, se
adelanta a sus premisas, no resulta del dominio y de la explotación territorial sino
que los antecede; puesto que con su existencia previa los posibilita y que su persis-
tencia los exige.
Por ende, en los siglos XVI, XVII e incluso XVIII lo rural procede de lo urbano,
siendo que la sociedad española urbana era el mayor productor de hábitats agrarios.
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Pero hacia fines del siglo XVIII, y más que todo a lo largo del siglo XIX, se invirtió el
proceso y se devolvió la ola. Si la intervención colonialista foránea había adulterado el
proceso “natural”, las masas autóctonas habían corregido la desviación.
Situación algo incómoda, el manejo concienzudo del materialismo dialéctico, me
llevaba a invertir las fases de un modelo marxista, y a enfrentar la ciudad armada “de
entrada” y la ciudad “de salida” de la producción agro-pecuaria.
No obstante, el máximo escollo contra el cual tropecé fue la arcaica y sumisa
ideología imperante, tanto en los diversos círculos sociales como en la misma univer-
sidad. Me resultó sumamente difícil trabajar usando los postulados e instrumentos del
racionalismo científico en una sociedad dominada y nublada por una religión anacróni-
ca y en bancarrota, impregnada de mitos paralizantes y de magia primitiva, y que no ha
logrado, ni ha intentado siquiera, “la emancipación de las ciencias naturales respecto
a la teología” (F.Engels). Dudo mucho del investigador dispuesto a ayudarme “si Dios
quiere”, o que me facilita el documento extraviado, pero encontrado “milagrosamente,
gracias a Dios”.
Hoy en día todavía mi visión parisina del “neo-clásico franco-chibcha de las cor-
dilleras”, choca mi audiencia, ofende a profesores y estudiantes. Nunca hubieran pensa-
do que este edificio tan lindo del “patrimonio nacional” como dicen, sería considerado
por otros como porquería apátrida y un “pot pourri” (popurri) mal copiado de una
postal de Paris o Viena. Y es así, porque considero que el neoclasicismo en estas lati-
tudes surgía en una sociedad donde mandaba un grupo carente de espíritu creativo o de
ideología estética propia, y además afanosamente imitativo. Su arquitectura urbana no
podía ser más que un simulacro torpe de neoclasicismo, y la manifestación construida
burda del neocolonialismo entonces imperante en todo el país.
Con estos dos ejemplos, se evidencia la importancia que tiene para mí colocar ade-
cuadamente este país, (como objeto de estudio) en su situación política de satélite, de
nación bajo tutela; bajo “protectorado”, tal como lo pensaron en algún momento tanto
Bolívar (1830) como Mariano Ospina Rodríguez (1854), y tal como lo hicieron Núñez y
después Reyes; y luego, cada uno a su manera, otros veinte mandatarios hasta el actual
y el próximo.
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Pero antes de mencionar múltiples dificultades, es preciso señalar un hecho que iba
a facilitar considerablemente las labores: el carácter nuevo o reciente de la ciudad co-
lombiana. Por su poca edad es aún, en la mayoría de los casos un compuesto “químico”,
social y espacial relativamente simple, es decir, de poca complejidad. En algunos casos
no pasa de ser una proto-ciudad en su fase embrionaria, una ciudad “simplificada” si
aceptan este calificativo, y rudimentaria, si no se ofenden por este vocablo. En mi país,
construir la trayectoria de una ciudad puede significar un recorrido de mil o dos mil
años, viajando de un modo de producción a otro, transitando uno de un ámbito social a
otro; de poco interés además, puesto que otros ya lo hicieron.
Por lo tanto, después de unos años de aprendizaje, aquí aprendí a manejar para
su conocimiento, una gama relativamente reducida de temas, indicadores , variables,
y pocos instrumentos de medición y análisis. Un pueblo nacido en los siglos XVI o
XVII, generalmente estuvo conformado por pocos componentes urbanísticos, y los sue-
los estaban asignados en su casi totalidad a la vivienda y algunos edificios religiosos.
Adquirida cierta práctica, su análisis no presenta dificultades particulares.
De tal modo que optamos obligatoriamente y por razones meramente operativas,
por un absoluto “eclecticismo investigativo” si se puede decir, lo cual significa acudir
-sin prejuicios pero con la máxima cautela- a una total heterogeneidad informativa,
técnica e instrumental. No nos podemos dar el lujo de despreciar una sola fuente, por
defectuosa o sospechosa que sea, si nos puede proporcionar información, o inclusive
meros indicios.
Entonces, manejamos todas las fuentes disponibles, y practicamos las múltiples
modalidades posibles y asequibles de indagación. En otras palabras practicamos en
las labores diarias “la combinación de todas las formas de lucha y de investigación”
para vencer nuestra propia ignorancia. No se asusten, no hay nada “subversivo” en este
postulado. Con él, sencillamente estamos resumiendo una actitud básica para alcanzar
cierta exactitud y lograr la máxima productividad.
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DESCRIBIENDO LA TRAYECTORIA
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aún, estos indios sin vergüenza, aquí al pie de la Brigada, tenían el descaro insolente y
magnífico de llamar su barrio “Marquetalia”. Así se inició para mí un recorrido que se
prolongaría durante años.
Trabajé varios años (y hasta ahora), en asocio con mi compañera Gilma Mosquera,
y hacia 1972 habíamos logrado acumular un material abundante, suficiente para hacer
un alto. Con distintos métodos operativos y variados instrumentos estadísticos pudi-
mos clasificar y ordenar este material, darle una primera organización general y luego
realizar mediciones, cálculos, etc. Entonces conseguimos un primer panorama -por lo
demás muy gráfico y visual, con mapas, usando una simbología en policromía y una téc-
nica de superposición de calcos- que nos permitió reflexionar sobre el momento actual.
De eso salió un ensayo -lo veo hoy con un ojo demoledor- en el cual pudimos consignar
y precisar algunos tópicos meramente cuantitativos relativos al fenómeno moderno de
urbanización del país. Esa fue la primera etapa. Por parcial que era el resultado, por
lo menos, habíamos podido formular unas preguntas e hipótesis y concluir con unas
respuestas y unas tesis provisionales.
Pero mientras estábamos trabajando sobrevino el censo nacional de población de
1973, lo que nos obligó a considerar una última etapa; con lo cual pudimos verificar
algunas tesis y rectificar otras. Por ejemplo, las estadísticas de 1973 nos enseñaron
algo muy importante: la “puja” de la concentración urbana de la población estaba dis-
minuyendo (en cuanto a ritmo y tasas), y se evidenciaba que había pasado la ola mayor
de los años 40-50 y 60. Esta tesis se reforzó doce años después con los datos del censo
de 1985. Con ellos pudimos constatar la persistencia de nuestras indagaciones durante
más de quince años. Luego, se volvió a verificar nuestra tesis, cuando publicaron los
primeros datos del censo de 1993, que más tarde se comprobaron en el 2005.
Se puede señalar aquí que nuestras tesis sobre la urbanización, algo novedosas,
chocaron de inmediato y de frente, contra la escuela sociológica-demográfica co-
lombiana y su líder en esa época, Ramiro Cardona, vocero entonces de las corrientes
norteamericanas antinatalistas. Tardó diez años éste en admitir el papel de las luchas
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las Leyes de Felipe II, más los tres tomos de la Recopilación de 1680 (que suman 2.000
páginas), para entender lo que era la ciudad de conquista. Terminado este trabajo
bibliográfico embrutecedor, se asomó Bernardo Vargas Machuca que nadie conocía,
un perfecto rufián y un tesoro, de 1580 y de lo mejor... De paso, nos fuimos percatando
que los bárbaros no llegaban a un desierto sino a una geografía activa plagada de hábitats
americanos milenarios, algunos de ellos todavía muy dinámicos. Nos pusimos a la tarea
ardua de localizar en un mapa los verdaderos descubridores, y pudimos poco a poco
reconstruir la formación espacial prehispánica con sus peculiaridades y sus prolon-
gaciones residuales contemporáneas, aunque con muy pocos casos observables hoy, lo
cual resta validez a nuestros intentos de generalización y de interpretación sintética.
Terminamos así el ciclo de las pesquisas en 1986, con un regreso a la primera fase del
procesus urbano del país, la época prehispánica.
Entonces algo se me aclaró : trabajar con la Historia, para mi oficio es buscar rela-
ciones y conexiones, continuidades o rupturas, unir los segmentos de la trayectoria,
para finalmente descifrar y entender lo que veo y que hoy existe en el espacio.
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el monte para abrir otra finca. También puede ir a pasar una temporada donde un her-
mano, una cuñada, un primo, unos tíos, tías o sobrinos, radicados en Buenaventura; y
estos, en determinadas épocas vienen a rozar unos colinos que han conservado. Otros
miembros del mismo grupo parental se radicaron en un pueblo costero, donde a veces se
alojan las mujeres parientes cuando bajan de la finca del río, para dedicarse a la recolec-
ción de moluscos. Así, integrantes o segmentos de la familia circulan constantemente
de un hábitat a otro, de una residencia principal a unas residencias temporales, pero
sin salir del círculo de la sociedad parental.
Este tránsito permanente y cíclico de los individuos se origina en los múltiples que-
haceres de la vida cotidiana, y actúa a través de los lazos familiares y de una solidaridad
parental de tipo clásico. Como se ve, aquí se manifiesta hoy una costumbre arraigada en
siglos de práctica social, y que sigue siendo una eficiente adaptación a las necesidades
modernas, pero que opera dentro de mecanismos consuetudinarios y tradicionales de
la solidaridad comunitaria. Conociendo esta trayectoria histórica de una determinada
práctica que queda vigente, podemos trabajar con más acierto; en términos no de emi-
gración, pero sí de circulación.
Tomando otro ejemplo, hay varias maneras de enfocar la cuestión vieja de los teji-
dos urbanos. En Cali se ha vuelto un tema académico y es bien visto dedicar unas in-
dagaciones en tomo al problema del ejido durante el siglo XVIII, o durante el período
post-Independencia. Es problema del pasado. Pero resulta que en este caso el conflicto
se prolonga hasta nuestros días, incluso se recrudece; lo que significa que este episodio
es historia viva de hoy, vigente y actuante. Tan actuante que la estructuración física de
la ciudad, su implantación geográfica y su morfología físico-social sencillamente no se
pueden entender o explicar sin introducir en el análisis esta dimensión: el ejido y sus
avatares. Es obvio que sin el “ejido del común”, la configuración que adquirió la ciudad,
hoy sería otra, diferente. Y tan actuante, repito que estos días el ejido en disputa desde
1706 estaba a la orden del día en el Cabildo de una ciudad que vive bajo la dictadura
terrorista de un latifundismo urbano organizado y armado. Tan actuante y viva está
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esta historia nacida en 1706, que en 1991, por amenazas, hubo que levantar la sesión y
postergar la discusión; en la que tres concejales quedaron aterrorizados, y uno de ellos
huyó y se exiló. Pero eso no detuvo el asunto. Tanto es así que revisando este texto en
2011, la prensa local me informa que el cabildo sigue tratando de recuperar unos ejidos
en los esteros de Cucarachas y en las lomas de Meléndez.
Ampliando la explicación con otro caso, los recursos de la geografía (considerados
aquí como medios naturales de producción) explican en Puerto Tejada, el importante
papel constructivo de la guadua, en la actualidad. Eso lo constato hoy, analizando en
esa localidad las peculiaridades que adquiere allá la cuestión de la crisis de la vivienda
urbana. Devolviéndome atrás encuentro que el pueblo se fundó hace cien años con la
guadua de sus propios bosques cenagosos. Y durante casi un siglo, pero retomando
las técnicas seculares y ancestrales de los cimarrones caucanos, se construyó la casa
en guadua, íntegramente; estructura, columnas y vigas, paredes, piso, concluyendo con
una cubierta en tejas de guadua rajada. Entonces, me encuentro en presencia de una
tradición activa, especie de cultura arquitectónica de la guadua, aún viva y que seguirá
actuando mientras haya bosques de guadua en los “monte oscuros” de “las dos aguas”
y de las orillas del Cauca.
Eso es lo que califico como historia viva y actuante: detectar el origen de una
tradición viva, seguir el comportamiento de un fenómeno, o el desarrollo de un con-
flicto desde su génesis hasta hoy, establecer su persistencia y perennidad, comprobar su
sorprendente continuidad y su necesaria vigencia.
Entonces procuro encontrar la continuidad de una historia viva, mientras otros
sólo se interesan en la historia muerta. Los académicos pertenecen a una respetable
institución fundada con este fin. Removiendo temas para sepulcros que tienen el doble
de su propia edad, son ancianos solemnes y venerados, colmados de honores, diplomas
y condecoraciones. Se dedican a desenterrar difuntos sagrados y mudos, y por tanto
silenciosamente cómodos, asépticos e inofensivos.
Me enteré que estos días en las fértiles tierras del Cauca, se dedican unos a un enig-
ma, según ellos crucial y apasionante. Se trata nada menos que de elucidar si el Liber-
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En definitiva, la historia es siempre para mí, un sitio concreto; un lugar que respira
y tiene pulso, que se mueve, se transforma, se comprime o se dilata, se modela y se re-
modela. No puedo imaginar historia sin piso ni gente. Si existe debe ser más triste que
un entierro de pobre un lunes con lluvia ...
Hojeando y ojeando estos días un conjunto de mis trabajos, me doy cuenta de que
al fin de cuentas, lo que me interesa es aclarar el paso de una geografía en bruto a la
categoría de hábitat, y luego la transformación de éste en territorio, es decir, la mu-
tación de un paisaje natural pasivo en paisaje urbano activo, por ejemplo. Y también
el paso del espacio inanimado y apacible, a un espacio social y conflictivo, delimitado,
controlado, administrado, impugnado.
En esta búsqueda, ningún asentamiento me es indiferente, por humilde, diminuto
o naciente que sea. Hace poco estaba observando El Rosal y Subachoque , dos antiguos
“rancheríos de indios” de la Sabana de Bogotá, pero con auténticos elementos de ar-
quitectura civil colonial que el visitante ya no encuentra en ciudades transformadas;
y a poca distancia La Pradera, curioso caserío atípico con plaza triangular y un par de
cuadras que se abren en abanico en la Y de dos caminos confluyendo hacia los hornos
de la primera fundición de hierro que hubo en éste país. Este diseño significa que hace
más de cien años, mucho antes que en Bello o en Barrancabermeja, el trabajo industrial
y la localización de la fábrica, quizá por primera vez en el país, dictaron el trazado; y la
iglesia quedó relegada en una colina de las afueras ...
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Y no solo activa sino sensible, mutable y vulnerable. A propósito del papel capital
del espacio natural en mi búsqueda, quiero recordar lo siguiente. Algunos -incluso mu-
chos, desde el siglo XIX hasta hoy- creyeron que los fundadores del materialismo cientí-
fico habían “olvidado”, despreciado o ignorado, estos factores naturales que el hombre
encuentra previamente suministrado por el mundo natural, el espacio físico-geográfico.
Me parece que leyeron mal, puesto que varios pensadores, Feuerbach, Marx, Engels,
Plekhanov y el mismo Lénin, insisten en varias oportunidades en la relación existente
entre el desarrollo de una sociedad y sus ámbitos geográficos; es decir entre la vida social
y lo que le ofrece el mundo natural donde se asentó.
Mientras tanto, el desenvolvimiento científico de los dos últimos siglos dejó atrás
las viejas especulaciones filosóficas del pasado negando la existencia de la materia y
del mundo concreto. El espacio es pura materia sensible con sus tres dimensiones, con
volumen, masa, densidad; y además en movimiento continuo y cambiante, siendo ma-
teria viva. Es tan viva la naturaleza que siempre ha producido los recursos de vida, y
sigue hoy suministrando la materia prima y los medios naturales de producción de la
supervivencia humana. Eso lo dicen no sólo la física, sino también múltiples campos del
saber científico, la geografía física, la geología y la climatología, la química y la agrología,
la botánica, la biología, cada disciplina a su manera; desde las ciencias naturales hasta
las ciencias humanas.
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Resulta sorprendente el hecho que a lo largo de los dos últimos siglos no pasan de
tres o cuatro los estudiosos de la geografía colombiana. Nos suministran una visión
geográfica en esencia descriptiva pero poco analítica, que registra situaciones pero no
ahonda en su explicación ; una geografía estática y pasiva, que ignora la dinámica in-
terna de sus componentes, el movimiento, los cambios en el mundo mineral, acuático o
vegetal, y en el propio espacio sideral; y que desconoce la dialéctica que enfrenta a sus
elementos constitutivos. Una geografía empobrecida y castrada.
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Registro un hecho espacial nuevo, luego otro, similar, vecino y posterior. Con eso se
asoma un fenómeno, y el tiempo se convierte en imprescindible categoría de mi trabajo.
¡A Colombia todo le llega tarde! Esta fórmula tantas veces oída, en algún momento
pasó de broma popular graciosa a regla de análisis racional.
En Bucaramanga hacia 1930, según dicen seguía vigente y de uso cotidiano y
generalizado el “acueducto de las tres B, Bobo, Barril y Burro”. Entre 1880 y 1925,
desde el río Magdalena se demoró tanto en llegar el tren que caducó en el camino, y
finalmente llegó primero la carretera. A Bucaramanga todo le llegó tarde.
Otro caso ilustra lo anterior. En arquitectura y urbanismo persistía en 1850 la siesta
española del siglo XVIII. En esa fecha más o menos se inicia el siglo XIX ! La arqui-
tectura llamada “republicana” no surge en 1819 por decreto de Santander; ignoraba las
leyes y se demoraría hasta la Constitución del 86, por lo menos.
La ciudad del siglo XIX es aquella, sin cambio alguno, del siglo XVIII. Se verifica la
prolongación en las normas de administración urbana y “de policía”, la persistencia re-
publicana hasta 1850 por lo menos, de las instituciones coloniales y de las instrucciones
hispánicas de control urbano.
A todo lo largo del siglo XIX, las necesidades de alojamiento del Estado se resuelven
sin construir edificios oficiales; sencillamente confiscando aquellos que pertenecían a
la iglesia católica, es decir, expropiando el latifundio clerical urbano . Lo cual, dicho de
paso, en cierta forma constituye una manifestación tardía de la cualificación del mora-
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JACQUES APRILE-GNISET
dor; pasa de feligrés a vecino y adquiere así otra dimensión para integrarse a una socie-
dad urbana que se pretende distinta.
Pienso que sobra mencionar más casos y ejemplos de éste desfase que uno encuen-
tra por doquier y en cualquier etapa.
Es tiempo de abrir un paréntesis sobre mi método de indagación y de análisis.
Primero está el contenido, luego la forma. Primero los hechos y fenómenos sociales
que conforman las condiciones previas; y luego sobre estos cimientos y este piso, se
asoman sus manifestaciones en los campos de la ideología, del arte, de las expre-
siones técnico-culturales como son el urbanismo o la arquitectura. Así que no es para
mí sorpresa alguna encontrar el surgimiento tímido y rezagado de unos intentos de
intromisión franco-italiana “post neoclásica” en la arquitectura urbana, 60 años después
de la erección de la República. Se produce aquí el desfase, normal para mí, entre conte-
nido y forma. Pero en las condiciones concretas del paso de un colonialismo a otro, y
de luchas entre lo viejo y lo nuevo; plasmadas éstas en cien años de guerras.
Pero significa eso que tengo que manejar simultáneamente varias periodizaciones
y es lo que he tratado (sin mayor éxito) a todo lo largo de este trabajo, usando distin-
tas variables: periodización política, otra en términos de formaciones espaciales; una
tercera dimensión tiene que ver con el desarrollo tecnológico en la construcción desde
la época prehispánica. Una categoría de periodización clasifica los tres trazados ur-
banísticos -circular, lineal, reticular- que se van sucediendo, otra coloca en el tiempo
las influencias que van a determinar uno u otro estilo arquitectónico ... No es nada
fácil y confieso que no lo logré. Engels nos dice cómo debe ser un trabajo basado en los
postulados del materialismo científico e histórico, pero lo que no dice es que él mismo
y su compadre tampoco tuvieron tiempo para lograrlo ... Y eso que eran dos, yo trabajo
solo ...
Pero tampoco me dediqué exclusivamente a almacenar informaciones como una
bodega cerebral o electrónica. De vez en cuando había que hacer un alto, no sólo
para organizar y clasificar los datos y darle coherencia, sino también para unificar
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
postulado afirmando que la ciudad surge del previo desarrollo de las fuerzas pro-
ductivas, del cambio que eso produce en el manejo de los medios de producción y
en las relaciones laborales, de la imprescindible división técnica y social del trabajo,
y luego, del divorcio campo-ciudad. Pero resulta que la ciudad de conquista militar
colonialista anula este proceso “natural” y lo antecede. De hecho la aldea de los con-
quistadores es “ante-ciudad” fundada en un “pre-hábitat”, o “protohábitat” si se quiere,
aun sin ocupar ni conocer. Es centro de entrada de guerreros y no de salida de al-
gún excedente de producción (o extracción) primaria. Dicho con otras palabras, nace
como centro terciario, pero de un terciario “en el aire” en la medida que aún no puede
pretender ni exprimir ni administrar, un primario o un secundario todavía inexistentes
o inaprovechables, y que solamente son un proyecto territorial lejano y una perspectiva
futura. El “divorcio campo-ciudad” en 1550, para los soldados significa que el primero
no lo dominan, y que por lo tanto, vegetan hambrientos en la segunda. Y precisamente,
puedo constatar que Vargas Machuca, hacia 1580 es muy consciente de eso; y también
las Leyes de Carlos V advierten este peligro de fundar ciudades “en el desierto” impro-
ductivo; no son respuestas pero sí interrogantes.
Por eso tuve que separar y distinguir cuatro fases encadenadas entre 1515 y 1630.
- la exploración marítima costera hacia 1510-1525.
- las primeras bases militares del litoral caribe entre 1525 y 1535.
-la penetración continental entre 1536 y 1560.
-y más adelante la consolidación territorial de los escasos enclaves dominados.
De tal modo que en este caso y para mi objetivo, la categoría de “ciudad colonial”
prevalece sobre la ciudad-respuesta formulada por Marx, Engels, y más reciente-
mente desarrollada por Castells. En una situación histórica distinta tengo que con-
siderar otras modalidades del divorcio campo-ciudad, operando en condiciones mili-
tares y estratégicas, más que productivas. Entonces, dadas estas circunstancias, tengo
que admitir y examinar un proceso invertido, y sus consecuencias y contradicciones.
Este es uno de las dificultades de método y de enfoque que tuve que sortear.
Desde luego, avanzando en el tiempo histórico tropecé con otros escollos de la mis-
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JACQUES APRILE-GNISET
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
(Panamá, Buenaventura), en los enclaves yanquis del banano, del oro o del petróleo
(Santa Marta, Andagoya, Barrancabermeja), en el hotel de Puerto Berrío, en el edificio
de la planta del acueducto de Cali, en el banco López de la Avenida Jiménez (Bogotá),
para el cual el vivo contrata al arquitecto norteamericano Farrington. Y de manera aún
más agresiva y radical, los seis pisos del primer «rascacielos» de Colombia, las oficinas
de la Andian Petroleum Corporation; deliberada agresión modernista, desembarcando
detrás de las cañoneras de Theodor Roosevelt, en plena plaza del Reloj en Cartagena.
Todos objetos arquitectónicos surgiendo en forma tímida en las décadas del 10 y del 20,
mientras era todavía hegemónica y triunfante la arquitectura de presunta inspiración
francesa.
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JACQUES APRILE-GNISET
Otro problema se presentó, durante otra pausa, cuando sospechamos (hacia 1982
según indica un primer texto al respecto) que era lícito articular estrechamente el ritmo
del desenvolvimiento territorial con el mismo desarrollo de la sociedad. Siguiendo la
teoría de los modos de producción y de las formaciones socio-económicas, fuimos lle-
gando a la convicción de que en cada momento debíamos encontrar un modo de pro-
ducción de espacios y una formación espacial. Explicar eso en detalle es un tema que
no desarrollaré aquí. Lo que quiero indicar es cómo, poco a poco, fuimos elaborando
un intento sintético de explicación basado en una categoría articulando la historia
con la sociedad y el territorio, que hemos llamado formación socio-espacial. No es
mayor cosa, es solamente un intento de llevar el materialismo histórico al estudio de un
territorio y de estudiar el proceso urbano y los hábitats a la luz del materialismo dialéc-
tico. No obstante, admito que para nosotros fue y sigue siendo un reto, y poco hemos
avanzado después de varios años.
Sin embargo, adquirí una orientación general, dispongo de una guía: los impera-
tivos materiales concretos de la vida social son los que transforman un paisaje
natural en hábitat humano. Cuando busco una cronología de la progresión de la
colonización de baldíos de vertientes, lo que me interesa es establecer los nexos entre
un proceso espacial y el proceso social en el cual se inscribe, que le es inherente, que
le da vida, lo moldea, lo impulsa y del cual depende.
En mis labores de conocimiento, no me enfrentó con abstracciones o con ideas sur-
gidas de mi cerebro, sino con cuerpos reales en su materialidad; tienen masa, dimen-
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
siones, formas, volúmenes, consistencia. Trabajo sobre unos objetos materiales dis-
tribuidos en el contexto igualmente material de la geografía, el espacio. El suelo es el
soporte de objetos existentes, visibles y tangibles, productos del trabajo de las sociedades
humanas, a los cuales se dieron nombres; son obras civiles de ingeniería, de urbanismo y
de diseño de los hábitats, de construcción de edificios. Dicho de otra manera, mi esfera
de trabajo lo constituyen hechos objetivos; reales, cumplidos y observables.
A esta presencia material de absoluta realidad se ajusta naturalmente un pen-
samiento filosófico adscrito a una corriente materialista. (Mejor decir a una en-
tre varias) No hay contradicción sino acuerdo absoluto entre la materia prima de mi
búsqueda, y mi concepción en torno al modo de responder con acierto, con precisión y
exactitud, a mis interrogantes. Estos objetos productos de la actividad material humana
pueden ser analizados y pensados desde ellos mismos, como hechos concretos que son.
Por lo tanto mi modo de conocimiento no parte de mi imaginación, sino de la presencia
real de estos hechos. Con ellos se descarta de entrada el pensamiento especulativo y se
deja al templo la teología y sobran las divinidades celestiales .
Mi objeto de trabajo son los hábitats humanos organizados; construidos y tangi-
bles, siendo que son obras y lugares concretos en el espacio geográfico real, percepti-
ble y mensurable. Me apasiona indagar sus fundamentos, su génesis y su parto; y luego
la dialéctica afirmación-negación-cambio que siempre activa su movimiento perma-
nente de transformación a través del tiempo. Buscar los mecanismos del nacimiento de
un hábitat, identificar sus componentes, desarmar los elementos constitutivos, uno tras
otro, desenterrar las contradicciones; este es mi interés y mi aspiración.
Es decir que estos hábitats surgen en determinados lugares, momentos y circunstan-
cias sociales. Tiempo y espacio, ambas dimensiones son para mis tareas tan indiso-
ciables como la palma de la mano y los dedos; son herramientas, materia prima y
derroteros de mi búsqueda.
Dicho eso bastaría agregar que aspiro a manejar con acierto las disciplinas de
la geografía y de la historia. Y que por lo tanto las nociones de espacio (en sus tres
dimensiones convencionales) y de tiempo (visto como proceso, con fases, ciclos
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JACQUES APRILE-GNISET
y períodos), orientan todos mis trabajos. De tal modo que en mis labores, acudir
al transcurso histórico es imprescindible si quiero reconstruir los procesos, identificar
las conexiones -o rupturas si es del caso- entre un momento y otro, y para descifrar y
entender el producto final: lo que hoy existe en el espacio.
Así se desarrollan mis labores en busca de la historia de la geografía; lo que llamo
también los espacios históricos, los cuales se enlazan con el actuar social para configurar
sucesivas formaciones socio-espaciales.
Estas últimas no son más que las formaciones socioeconómicas del materialismo
histórico, a las cuales agregué su soporte físico y material, mejor decir el im-
prescindible atributo espacial que exigen mis labores y sus fines.
Así se combinan en mis tareas y se tejen entre si sus tres ejes y dimensiones, para
mi propósito inseparables: el espacio, la historia, la sociedad. El encuentro y la articu-
lación de estos tres pilares configuran los cimientos de mi método de indagación y
conocimiento, y el soporte del andamio operativo. Son como el norte de mis labores.
Un ejemplo perfecto y muy ilustrativo de la estrecha unión sociedad-espacio-tiem-
po es, en el transcurrir de la propiedad privada territorial, la desigual asignación de
tierras en América, por las mercedes reales de la Corona española. Según la posición
social del individuo, siendo que era peón o poseía caballo -es decir pobre o con algunos
medios- se le otorgaba títulos de peonía o de caballería. Estas son medidas medievales
de superficie que corresponden a la extensión de terreno -la distancia- que se puede
recorrer en un determinado lapso de tiempo, por ejemplo entre la salida y la puesta del
Sol.
Pero iban a determinar no solamente una división catastral diferenciada, y una
apropiación territorial con un reparto poblacional y amoblamiento espacial diversifi-
cados, sino también una determinada organización estratificada de la sociedad.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
MODO DE FORMACIÓN
PRODUCCIÓN SOCIO-ECONÓMICA
PRODUCCIÓN FORMACI[ON
ESPACIAL ESPACIAL
HÁBITAT
INGENIERÍA
ARQUITECTURA
URBANISMO
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JACQUES APRILE-GNISET
Así podría terminar mi exposición. No obstante, son el hombre y su trabajo los que
construyen estos hábitats. Con esta evidencia muy banal surge en mis labores una ter-
cera dimensión, desde luego capital; aquella que busca identificar las sociedades que en
un momento u otro se radican en un ámbito natural (vacío e intacto) y lo transforman y
organizan en un determinado espacio social (poblado). Sintetizando esta parte, cuando
ingreso al ámbito de un hábitat es con la convicción de estar ante un espacio producido
mediante múltiples eventos por la historia de una sociedad .
Ahora bien, siendo por naturaleza social, este ámbito tiene unas dimensiones físicas
y determinados rasgos naturales, y estos ofrecen una óptima capacidad de poblamiento
humano. También tiene unos limites de explotación de sus medios naturales de vida, de
producción, es decir una determinada capacidad de carga .
Pero igualmente tiene que considerarse unos limites en la duración de explotación
de estos medios naturales de producción. Por lo tanto, agotados estos si es del caso -u
obsoleta su necesidad y su demanda-, es espacio de un momento histórico al cual se
ajusta temporalmente.
Además adquiere este hábitat una capacidad conflictiva -socialmente conflictiva-
que de una manera u otra -y más bien de mil maneras- influirá sobre su devenir. Por
eso siempre hago la distinción entre hábitat y territorio, expresando el último la fase
superior del tránsito y desenvolvimiento del primero.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Ahora bien, dados mis objetivos, para cumplir con mi propósito tuve que buscar
en mis tareas un tiempo y un espacio operativos; es decir por una parte manejables,
y por otra que ilustran y explican el nacimiento y el devenir de un hábitat humano en
determinados sitio y época.
Allí interviene la noción de movimiento y cambio. Por ejemplo, el intervalo de espa-
cio entre dos localidades se convierte en distancia y su recorrido en un lapso de tiempo.
Pero tanto la distancia como la duración del tránsito entre ambos sitios cambian con
el progreso técnico y los adelantos en medios de transporte. Este cambio repercute de
inmediato sobre las prácticas sociales y la misma vida de la sociedad.
Por ejemplo, en 1930-1940 aun se iba desde las playas del Pacífico hasta las plazas
comerciales de Tumaco, Buenaventura o Panamá con pequeños botes de vela nave-
gando varios días. Para los colonos agricultores costeros la duración del viaje favorecía
la venta de determinados productos de la tierra que no se alteran enseguida, como son el
caucho o la tagua, el coco o el arroz, inclusive el plátano; pero excluía otros, rápidamente
perecederos, como son la yuca o el pescado fresco.
Hace todavía unos treinta años, los pescadores de la bahía de Solano, terminada la
pesca antes del medio día, iban al pueblo a canalete, en dos horas para vender el pescado
fresco de consumo inmediato que esperaban los habitantes del pueblo. Hoy en día, con
motor llegan en media hora, y con el transporte aéreo, el mismo día el pescado fresco
está en venta en los mercados de Medellín.
Las consecuencias sociales son tales que en el transcurso de dos generaciones, en los
caseríos de la bahía la pesca ha destronado a la agricultura. Pero esta no ha desapare-
cido. Con el desarrollo de las fuerzas productivas y los incrementos demográficos, se
desdobló y creció el ámbito productivo: a los medios naturales de producción, terrestres
y selváticos, se agregó el espacio marítimo. Hoy, a los escasos ingresos de la cosecha
agrícola semestral, se suman los ingresos diarios que suministra el mar.
El espacio cambia, naturalmente primero y por su propia dinámica interna, intrínse-
ca digamos; y también por la misma acción humana. Son cambios a veces dramáticos
porque cuestionan la perdurabilidad de asientos que en su momento y en su inicio se
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JACQUES APRILE-GNISET
pensaron como eternos. En las playas del Pacífico, por ejemplo, se observa fácilmente el
avance del mar mediante las hileras de palmas sembradas hace cien años, que hoy yacen
en las aguas, y los vestigios de pilotes de los primeros ranchos que luego tuvieron que
retroceder. Eso se constata desde Jurado y Cupica hasta Candelilla del mar, y se verifica
en los mismos vuelos aerofotográficos.
Varias veces experimenté lo anterior, por ejemplo buscando ciudades en el lugar
equivocado, por lo que en algún momento se mudaron y cambiaron de localización. En
la misma vida social, sus procesos, sus cambios y sus contradicciones tendré que indagar
porque se mudó Toro, o Caloto, o Cartago o el puerto fluvial de La Buena Ventura.
Hace poco estaba analizando la breve vida de un caserío a la orilla del río Dagua ,
nacido espontáneamente hacia 1750 y que en 1820 estaba ya agonizando.
¿Porqué buscar un villorrio de algunos ranchos pajizos y que desapareció? Es pre-
cisamente su corta existencia y su carácter fugaz los que llamaron nuestra atención. Pero
siendo concebido como lugar de tránsito, no podía ser menos que transitorio, siendo
que su duración no podía exceder la duración del sistema de comunicaciones que le
dio vida.
Asimismo, para nosotros el valor del caso supera ampliamente sus reducidas dimen-
siones temporales y espaciales como hábitat efímero. De hecho, en el caso de La Cruz
aquí citado su corta vida ilustra como un lugar adquiere vigencia en el esquema territo-
rial de una determinada formación histórica socio-espacial, y como se vuelve obsoleto
con el paso a una nueva formación.
El espacio cambia, naturalmente primero y por su propia dinámica interna, intrínse-
ca digamos; y también por la misma acción humana. Son cambios a veces dramáticos
porque cuestionan la perdurabilidad de asientos que en su momento se pensaron
como eternos. Negando estas realidades y negando su carácter transitorio, otros
asientos, cumplidos su ciclo histórico, se resisten al cambio y se aferran al lugar.
¿ Cien años después de la llamada colonización cafetera de vertientes , en las cor-
dilleras devastadas por los hacheros y labradores, qué queda de esta promisoria riqueza
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UNA PAUSA.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Pero no me doy por satisfecho con este inesperado resultado editorial, y a veces
me asombra lo mucho que trabajé y lo poco que se ve. Más consigo y siempre más me
falta. Es que cada vez que aclaro algún enigma, de este mismo saber adquirido surge
enseguida el abanico de tres o cuatro incógnitas nuevas que antes ni siquiera sospe-
chaba. Como quien dice que saber, es en primer lugar descubrir y revelar nuevas
ignorancias; es saber la dimensión de lo que se ignora. El resultado final puede ser muy
desproporcionado, y una pequeña luz generar una extensa zona de sombra.
El asunto parece funcionar a la manera de este horizonte con vibrantes ciudades
blancas ondulantes e inaccesibles, que iba yo persiguiendo durante horas bajo el fuego
de mediodía en el desierto de Saa da Bandeira en el sur de Angola. A cada rato me
parecía acercarme al espejismo, y enseguida me daba cuenta de que estaba retrocedien-
do y permanecían inalcanzables, inmaculadas y quiméricas las míticas ciudades. Tengo
que asumir esta dialéctica del conocimiento; de la depresión del desierto de Somalia
hasta la biblioteca o los ilusorios “castilletes” mágicos de la Guajira, el viaje no tiene fin.
El horizonte siempre retrocede y nunca se llega a las resplandecientes ciudades blancas
e inmateriales de la sabiduría absoluta.
Asimismo, hay una evidente desproporción entre quince años de labores (episódi-
cas o continuas según mis compromisos socio-laborales y dedicación) y sus resultados
finales; que no son finales, ni completos, hablemos más bien de resultados actuales y
provisionales puesto que además, como siempre sucede, en el camino fueron naciendo
otras incógnitas. De hecho, tengo que admitir que un trabajo mío nunca concluye ni se
presenta como terminado sino más bien como interrumpido o detenido y “en obra
negra”. Por tanto se entrega un trabajo parcial y sin terminar, que por ser interrumpido
solo deja fragmentos de nuevos conocimientos. Y que por sus limitaciones queda muy
distante de nuestras aspiraciones de totalidad y unificación. Pero un trabajo investiga-
tivo nunca termina, siempre se detiene y se interrumpe. Entonces, cumplida la tarea,
uno registra los logros del conocimiento adquirido, y con la necesaria modestia deja la
puerta abierta para aquellos que quieren saber más .
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JACQUES APRILE-GNISET
Un caso corriente ilustra esta dicotomía. Para poder analizar el cuadro de un padrón
demográfico del país en 1776, tuve que dedicar desde un domingo hasta un miércoles
no menos de treinta horas de un trabajo embrutecedor. Tenía que manejar, solo, simul-
táneamente a mi izquierda el maldito cuadro con 24 entradas verticales y otro tanto
de indicadores horizontales; a mi derecha la doble hoja de papel cuadriculado donde
venía transcribiendo estos datos pero transformados con otras categorías; según el caso
agrupados o discriminados. Al frente estaba la imprescindible calculadora para traducir
esta pelota de cifras en porcentajes, y al lado la máquina de escribir para interpretar y
dar forma escrita a esta masa de datos. El jueves, concluyendo todo me encontré con
que el resultado cabía en 4 páginas...La investigación racional es cruel, y quizá un es-
pecialista no se demoraría quince minutos para invalidar y volver añicos este trabajo.
Sin embargo, de eso surgió después, un mapa que no he visto en ninguna parte (por eso
me tocó diseñarlo), de la distribución espacial de la población del país y sus distintas
categorías hacia 1776.
Puedo agregar que con eso se abrió una nueva trocha para contestar a una vieja
pregunta: ¿si en esa época, fundar ciudades ya no puede ser privilegio de “nobles espa-
ñoles”, entonces quién funda a Chiquinquirá, Barichara, Medellín, Barranquilla, Sonsón
, Montería o Sincelejo, San Gil, y la Cartago de las llanuras , etc?
Entonces, se inició un trabajo sumamente largo. Pero culminó destacando el papel
determinante que tuvo el campesinado mestizo, zambo y mulato en el surgimiento
de un nuevo modelo de núcleo urbano; las parroquias y villas de vecinos libres o de
“mestizos de todos los colores”. Todas fueron asunto de “plebeyos”, del proletariado,
de los labradores y estancieros de los campos, el “común” y “las montoneras”. Ya no era
obra de guerreros aparecidos y venales , y de allí en adelante fundar ciudades sería,
esencialmente, obra y respuesta del campesinado en busca de mercado.
Quería precisar estas farragosas circunstancias; me quedará más fácil ahora descri-
bir algunas características de mi estilo de trabajo; asimismo señalar unos fracasos, uno
que otro hallazgo, y muchos escollos.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
LO TÍPICO Y LO ATÍPICO
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JACQUES APRILE-GNISET
analogías, pero sin excluir lo diferente; tanto me sirve lo anormal como lo normal; el
primero revela el movimiento que ocultaba el segundo.
Supongo que todo investigador actúa así. Sin embargo, hay gente que bota los
atípismos, aduciendo que por su escasez numérica, vistos desde la aritmética “no son
representativos”. En mi método, más que representativos son de importancia capital.
Curiosamente, en ciertos casos son los mismos que transforman un “accidente ar-
quitectónico” excepcional o único en regla, incluso en “estilo” tal como sucedió con
el mítico mudéjar (escaso en las calles de Colombia, prolifera en las bibliotecas), las
casas de haciendas o la mansión urbana suntuaria, enclaustrada y con patios múltiples,
pileta esculpida, etc. Resultado: mis alumnos están convencidos que todas las haciendas
del siglo XVIII en Colombia eran como El Alisal o Japio, y que todas las casas urbanas
tenían la extensión y la calidad sofisticada de la casa Mosquera de Popayán. Piensan en
ella cuando dicen “la casa colonial”.
Y precisamente, la casa Mosquera, aquella de Marisancena en Cartago o la casa-
latifundio de Louis Peru de Lacroix en Bucaramanga son un buen ejemplo. En una
época en que la regla es la división del antiguo “solar de cuarta”) en unidades menores,
vemos tres solares latifundios que se mantienen intactos, adquiriendo valor de contraste
por su carácter excepcional, atípico. Es más, en dos casos ni siquiera se trata de una
división predial de conquista, puesto que la traza de Cartago es de fines del siglo XVII
y aquella de Bucaramanga de fines del siglo XVIII. De tal manera que su persistencia
testaruda indica otro hecho singular; y para mí un sendero nuevo que se abre y que
ignoraba.
En cuanto se refiere a las construcciones, con su juego alternado de patios en forma
de claustro, asombran por sus dimensiones, su riqueza o sus materiales, y surgen como
una anomalía y de manera provocadora en un entorno arquitectónico sumamente hu-
milde, o por lo menos mesurado y bastante discreto en sus proporciones y expresiones
estéticas. Indican hacia fines del siglo XVIII un afán de individualismo y de exhibición
de poder y riqueza por parte de algunos citadinos.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Un siglo más tarde en los poblados cordilleranos que van surgiendo de la economía
cafetera de laderas, volvemos a encontrar en cada localidad algunas viviendas suntuarias
y excepcionales, con lo cual manifiestan su éxito social los más ricos pobladores. Eso
es lo que engañó a Néstor Tobón, quien no captó su carácter atípico; entonces registró
estas moradas como si fueran la regla y no la excepción. Lo distinto, lo sobresaliente, lo
más llamativo y espectacular en la geografía urbana, quedó consignado en el libro como
lo más representativo: así el libro, por lo demás técnicamente perfecto y magnífico, de-
forma los hechos y adultera la realidad; así, traiciona la verdad.
Asimismo, durante otra bonanza una actitud parecida explica aquí o acá, el castillo
feudal Marroquín, el castillo Carvajal, el palacio Echeverri, la babilónica casa egipcia de
Villanueva, los ponqués rococó del barrio Manga o el palacete pastelero de Félix Salazar
en Manizales; y en general, el fachadismo agresivamente provocador e individualista de
la (primera) danza de los millones.
Finalmente, en estos alegres años 80, observaba unas estrambóticas mansiones que
deslumbran toda la parroquia, construidas con un presupuesto de un millón de dólares:
mármol, oro, prácticamente fueron importadas en estas cordilleras por los “lobos” de la
nueva mafia. A lomo de “mulas” digamos ...
Entonces, esta sucesión histórica de anomalías y atípismos, consignados en cada
época, ya me dicen algo y no los puedo ignorar; están llamando mi atención por su
repetición periódica y su continuidad; parecen obedecer a ciclos. De pronto puedo re-
flexionar en tomo a esta persistencia, quizá buscando una tradición social relativa a la
exhibición de riqueza y poder que se manifiesta en varias épocas y en determinadas
condiciones, en ciertos grupos por medio de la arquitectura de la morada. Expresan
brotes que se producen en forma cíclica, según un determinado ritmo; y por lo tanto,
no son ni excepcionales ni únicos, ni mucho menos atípicos.
Son excepcionales en su momento, bueno, sí; pero también lo son los temblores y
los maremotos; sin embargo éstos, de repente pueden jugar con nuestra vida y nues-
tra muerte. Entonces, de pronto las ciencias de la naturaleza tuvieron que considerar
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JACQUES APRILE-GNISET
estos cataclismos devastadores aunque infrecuentes. Los geólogos los clasificaron por
tipos, manifestaciones, aparición, efectos; luego les pusieron números en una escala, por
duración, profundidad, intensidad, finalmente por frecuencia, ritmos y ciclos, etc. Así
agregando indicadores y variables, llegaron hasta detectar su comportamiento, y que se
producen en determinadas condiciones.
Volviendo a nuestro caso, brotan en pocos años veinte casas atípicas dispersas en
el país; a los cien años se repite eso, durante muy poco tiempo; vuelve a suceder hacia
1920, y otra vez hacia 1980. Sospechamos que lo atípico ha perdido su singularidad
inicial; se está tornando un fenómeno cíclico, con determinado pulso, y que obedece
a un ritmo. Reflexionando, varios indicios nos llevan a pensar que surge, y sólo surge,
cuando en el país se reúnen varias condiciones para darle vida. De pronto, eso puede dar
pie a una tesis, o una ley histórica ...
Me acuerdo de una construcción explicativa perfecta que yo tenía elaborada, una
maravilla. Y un buen día, casi accidentalmente, recorriendo las tortuosas callejuelas de
“la cité” de Cartagena se me evidenció la falla: Cartagena no cuadraba en nada con mi
modelo explicativo. Surgía un tipo que no había sido ni clasificado ni siquiera identifi-
cado o considerado y que, por supuesto, no cabía en la parrilla de mi tipología ; salía una
espina. Me puse a analizar esta anomalía, y me resultó un caso atípico que al fin y al cabo
enriquecía la visión y apuntalaba mi construcción.
Pero para lograr eso me tocó trabajar hasta entender cómo pudo tener Cartagena en
1586, 300 casas apretadísimas y asfixiadas en 20 cuadras pequeñas e irregulares, chuecas
o torcidas, con un promedio de 15 edificaciones por manzana. Y por qué desde fines
del siglo XVI, al contrario de las demás ciudades de conquista, no tenía traza ortogonal,
presentaba un régimen de propiedad privada con extrema división predial, apartándose
del latifundio catastral urbano cuadrado, no estaba construida en tierra sino en piedra,
y no presentaba un perfil horizontal en planta única sino una silueta vertical con varias
construcciones de tres pisos. Terminado este recorrido, por contraste, lo atípico refor-
zaba lo típico y lo resaltaba mediante la excepción.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Puedo agregar que otro problema parecido surgió, también en Cartagena, cuando
descubrí que la ciudad más antigua del país (casi, por ser posterior la Santa Marta de-
finitiva) era la que menos conservaba huellas arquitectónicas de sus primeros tiempos,
y la que más infringía todas las prescripciones urbanísticas del Concejo de Yndias . Me
tocó otra vez trabajar bastante hasta comprobar que los que más destruyeron la arqui-
tectura colonial cartagenera no fueron los ingleses del XVII, ni los franceses del XVIII
o los españoles de 1815, sino en 1920-30 los nuevos ricos cartageneros de la danza de
los millones, siguiendo el camino destructor iniciado por un adinerado bárbaro italiano
llamado Mainero.
A poca distancia, encontré otro evento atípico en la retícula de Santa Marta; una pla-
za alargada y no cuadrada, una manzana rectangular y desde luego una división predial
no convencional. Estas dos excepciones de Santa Marta y de Cartagena, por medio de
aproximaciones sucesivas me permitieron, entre otras cosas dividir mi período global,
llamado “de la conquista”, como dije atrás en cuatro sub-períodos: la exploración del
litoral, las bases de penetración, la penetración continental y la consolidación territorial
de los enclaves.
Gracias a lo atípico pude dividir cien años en momentos más cortos y muy diferen-
ciados, con un producto espacial diversificado. Pasando de la impresión y la intuición al
conocimiento empírico, de lo global a lo parcial más preciso, de la suma a la división, la
unidad se convirtió en diversidad y la homogeneidad en heterogeneidad.
Es también mediante este método que pudimos salir de este confuso término de
“arquitectura colonial”; con la identificación de lo precoz, lo mediano, lo tardío y lo
republicano. Aquí quiero señalar la vaguedad de los términos adoptados por los his-
toriadores de la arquitectura: de hecho, al parecer no hay diferencia entre la torre de
Avianca (1960) y el Capitolio (1850), puesto que ambos son de “la época republicana”...
Eso por lo que escogieron calificar estilos con base en categorías de la historia política.
En mi opinión hubiera sido mucho más apropiado considerar categorías que sí tienen
que ver con el asunto de construir edificios, por ejemplo, su tecnología; y más acertado
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JACQUES APRILE-GNISET
separar períodos a partir del uso o desuso de un determinado material básico, período
del bahareque, de la tapia, del adobe, del ladrillo, etc., o sea ¿quién construye, cómo, con
qué y para quién? Porque de lo contrarío, incluso podría argumentar que en Bogotá toda
arquitectura es colonial; de distintas épocas, XVIII, XIX o XX, incluyendo el “colonial
moderno republicano” ...
Miro un trabajo, por lo demás admirable y muy minucioso, de Jaime Salcedo
construyendo el catálogo completo de algunos elementos arquitectónicos del siglo
XVIII en Buga. No obstante, no se percató, o no le interesó, discriminar las subdivi-
siones que actúan durante el dominio español. No distingue entre el siglo XVI, el XVII
y el XVIII. Al parecer todo es igual, como quien dice que la ciudad quedó petrificada
durante tres siglos! Obviamente, con esta visión metafísica la ideología le “juega sucio”:
comete errores elementales sobre la división predial y la tipología de solares y de pa-
trones arquitectónicos.
Con todo eso, debo confesar que mi subdivisión de “lo colonial” es más intuitiva
que demostrada. De la época calificada como precoz, sólo veo hoy algunos vestigios
religiosos, templos y conventos. Pero sería incapaz de decir cuáles son los rasgos de este
tiempo, en cuanto se refiere a arquitectura civil residencial. Tampoco puedo determinar
con precisión cuándo y cómo se pasa a la etapa siguiente, en términos tecnológicos, esté-
ticos y estilísticos. Quizá lo podría lograr en una ciudad petrificada, después de muchas
labores, pero eso haría muy arriesgado formular una generalización a escala nacional.
Quiero agregar que el asunto se complica cuando a la dimensión temporal se
añade la diversidad proveniente del desarrollo territorial desigual. Para ser más claro,
y con un ejemplo ilustrativo, que algún patrón puede ser decadente en un lugar, incluso
en vía de extinción, mientras que apenas está surgiendo en otro; este patrón moribundo
en un sitio que experimenta determinadas condiciones, en el mismo momento, inscrito
en un contexto diferente, es novedoso.
En otros trabajos, varios historiadores identifican acertadamente, entre la arqui-
tectura de (lejana) inspiración francesa (o pretendida tal), y aquella llamada moderna y
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
procedente de Estados Unidos, un período que llaman “la transición”; pero solamente
en este caso ven transición, considerada casi como una anomalía. Difícilmente podría
aceptar esta periodización puesto que según mi visión , en la dinámica histórica inin-
terrumpida de cambio, la transición es permanente; parte integrante del movimiento
dialéctico continuo de afirmación-contradicción, negación-afirmación.
Cuando llegué a Caloto tenía todo eso muy claro. No obstante, de entrada consideré
equivocadamente que debía encontrar vestigios arquitectónicos del siglo XVIII. Con
asombro terminé el trabajo concluyendo que no existe en el poblado, exceptuando un
pedazo de la iglesia, una construcción anterior a 1900. Y que en términos de volúmenes
y de materiales, se edificaba “colonial” en 1921.
La derrota de mi hipótesis culminó en forma positiva; lo colonial tardío que había
olfateado de manera intuitiva en varios lugares, se asentaba ahora con firmeza, con el
análisis empírico de Caloto. Adicionalmente, la corrección de la hipótesis falsa permitió
elevar la visión. Habíamos considerado inicialmente la restauración eventual de unas
tres o cuatro edificaciones presentando alguna huella de vestigios predeterminados por
las dos fechas de un supuesto período. Inexistentes éstas, tuvimos que romper estas dos
barreras, y entonces, se vio que era la totalidad del viejo casco que bien merecía una
protección total.
Así, mediante una práctica investigativa actuante, tanto por sus fines pedagógicos
en la universidad, y sus compromisos con la sociedad, las conclusiones alcanzaban un
nivel superior. Eso se logró pasando de la identificación y localización de los hechos,
a la reconstrucción de los procesos.
A todos nos ha ocurrido asociar en tal o cual ciudad “lo colonial” con un determi-
nado perímetro correspondiente al recinto urbano en esa época. Pero cuando uno logra
reconstruir los perímetros posteriores, verifica en el “anillo” del período 1820-1900 la
persistencia de los patrones arquitectónicos y constructivos del pasado, es decir, la vi-
gencia de los modelos coloniales durante todo el siglo XIX. De tal modo que, paradójica-
mente no es tanto en el mismo centro sino más bien en el perícentro que encontramos la
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JACQUES APRILE-GNISET
huella colonial más nítida, densa y persistente; expresándose muy a menudo mediante
la vivienda popular humilde más que por la mansión oligárquica.
En el transcurso de los siglos XVIII y XIX, incluso a principios del siglo XX, Caloto
nunca pasó de unas cien casas en sus escasas diez manzanas: “86 casas de paja y una de
teja, con 535 habitantes” dice un informe de 1792. Y nunca tuvo más de una a dos casas
de dos plantas y techadas con tejas. El resto eran “ranchos” y “chozas” bajas cubiertas
con paja. Estas últimas, con un 98% del total, sin duda constituyen el tipo dominante
y “colonial”. El primer censo de Cartago la nueva, establece que en 1771 la población
urbana vivía en 246 casas, de las cuales apenas 7 con techo de tejas, (menos del 3%) y
239 cubiertas con paja. Estas últimas son las que configuran la visión acertada de “lo
colonial”, y se comprueba en el registro fiscal; el avalúo del total de las 246 casas urbanas
apenas suma 16.000 patacones, mientras los 467 esclavos tenían un valor de 116.750
patacones, o sea, que el promedio era de 250 patacones para un esclavo y de 65 pata-
cones para una vivienda.
Las fuentes escritas o gráficas permiten afirmar que igual cosa ocurrió en Tunja,
Popayán, Santa Fe de Antioquia, Pasto o Ibagué. No obstante, el muy difundido y
mayoritario rancho de guadua, bahareque y paja “del común” queda hasta hoy injus-
tamente excluido de “lo colonial”.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
ALGUNAS REGLAS
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JACQUES APRILE-GNISET
“revelado”, pero si un conocimiento racional. Y para eso, como decía Engels, tengo que
“expulsar de la ciencia a la teología”, para poder “explicar el mundo partiendo del
mundo”. Así podré pasar de la oración y la religión, a la observación y la reflexión.
Entonces, impávido y distanciado, puedo asumir con naturalidad la comprensión de
cualquier manifestación cultural humana y analizarla fríamente, por insólita o chocante
que sea ante mi propia concepción de moral.
Un ejemplo tomado directamente de mi experiencia vivida, ilustra esta postura
consciente y deliberada. Una investigación de Gilma Mosquera, que se podría calificar
de antropología del hábitat, dedicada a las aldeas campesinas del río Atrato, concluyó
con un programa de mejoramiento de caseríos y casas. Pero en el momento de actuar
en algunas viviendas sumamente rústicas tropezamos con unas prácticas matrimoniales
y residenciales algo singular, un mismo hombre jefe de dos hogares, o tres; cada esposa
con su casa propia, y “adscrita” a un marido “itinerante”, si se puede decir.
De entrada y de una vez, decidimos apartarnos del concepto convencional de “in-
moralidad” que aún prevalece en el Vicariato de Misiones en Quibdó. Hay que mejorar
cada casa habitada, sea de quien sea; somos arquitectos, no somos predicadores en una
cruzada de puritanismo. Y siendo que nuestro proyecto requiere la disposición de mano
de obra familiar para cooperar en la construcción, lo único que aquí interesa es que el
dueño de dos casas (y marido de dos mujeres), trabaje en ambas viviendas. Considerar
el asunto de otra manera y desde la moral corriente, terminaría perjudicando a las dos
mujeres y sus niños. (En realidad las encuestas establecieron que por lo general eran
casos de parejas separadas, pero el ex marido asumiendo alimentos y gastos del hogar
abandonado; es decir una situación universal).
Pero aquí también la historia se vuelve actuante. Un lejano pasado me explica esta
situación y me proporciona pautas para actuar hoy. Se hace necesario, pues, situar la
poligamia en su contexto histórico durante la esclavitud bajo el dominio hispánico ; las
prácticas de los negreros, por ejemplo su fomento de la “autoproducción doméstica” de
esclavos por medio de verdaderos “sementales”; o luego, bajo la República y después de
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
ganización del hábitat para lograr solucionar estas exigencias: la representación visible,
tangible y medible erigida sobre un contenido oculto en “los cimientos”. La segunda se
capta en forma sensorial y se ve, pero el primero hay que buscarlo con la mente; con
hechos, datos y reflexión.
Una de mis tareas -y de mayor interés en el proceso investigativo- consiste en es-
tablecer el contexto de la manera más acertada posible y con la mayor precisión al-
canzable; y luego, identificar los nexos entre la forma y el contenido, es decir, buscar
en primer lugar los factores que van a producir después, determinada funcionalidad o
estética. Insisto, después, puesto que nunca encuentro un reflejo simultáneo entre con-
tenido y forma, sino un reflejo diferido; más o menos rápido o tardío, según el caso. Soy
consciente de la escasa posibilidad de sincronía, y de la permanente diacronía, entre
las dimensiones económicas, demográficas o ideológicas de un fenómeno espacial, y
sus reflejos físico-territoriales. Algo así como un espejo cubierto de vaho y donde va
apareciendo la imagen a medida que la neblina se disipa. Como bien sabemos, la luz del
relámpago corre más rápido que el sonido del trueno.
El caso de Buenaventura es muy diciente. Se colocan hacia 1880 los primeros rieles
del FFCC hacia el Cauca; pero es en 1920 que el tren, desde el interior, arrastra los pa-
trones arquitectónicos “nuevos” (ni tanto) que se reflejarían en la estación, la aduana
o el hotel de turismo. Desde luego, diez hilos analíticos distintos, seguido cada uno
mediante detenidas pesquisas, explican este desajuste.
Asimismo, cuando constatamos en veinte localidades a lo largo y ancho del país,
la vigencia de los patrones de la arquitectura urbana del período hispánico 50 años
después de la Independencia, estamos comprobando en una dimensión estética la per-
sistencia testaruda del mundo social, económico, político e ideológico colonial; y desde
luego la carencia de la tal “independencia” de las celebraciones oficiales.
No bastaba con la reciente República para cambiar la morada y cuestionar los pa-
trones arcaicos. Se necesitaban varias condiciones materiales muy concretas, una nueva
actitud mental, la construcción de una ideología de cambio, que sólo se asomarían en
forma tímida finalizando el siglo XIX.
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JACQUES APRILE-GNISET
Si considero, por ejemplo, la historia del andén, visto como obra tecnológica, nos
remite a la división y especialización de las áreas de circulación, tanto su segregación
como su jerarquización. Habrá tráficos lentos y otros rápidos, unos humanos o ani-
males, otros mecánicos, en vehículos.
Pero también, debo considerar la transmisión ideológica cuando veo que en de-
terminada ciudad se copió el modelo sin necesidad alguna, y parcialmente; de manera
tan mecánica como artificial. Por lo demás, es fácil seguir su aparición cronológica en
una ciudad y después en otra y así sucesivamente. Entonces, este recorrido factual me
permite entender que su generalización progresiva coincide con un momento en que se
destaca un cambio de función en el centro, pasando de centro cívico-político a centro
de negocios; con marcado incremento de los flujos que llamamos “origen-destino”, o
sea, de las necesidades de relaciones. A su vez, este cambio significa una intensificación
de los tráficos, una construcción en altura aumentando la densidad humana laboral, y
todo eso converge para que tanto la naturaleza diversa de los flujos, como sus crecidos
volúmenes, entren en contradicción con las especificaciones de las vías que conforman
la red de relaciones. De todo eso resulta el andén, concebido aquí como ajuste de la
forma con un nuevo contenido.
Entender un espacio arquitectónico como es el zaguán, su ubicación, su forma y
sus dimensiones, nos remite a su aparición y luego a su ciclo y su extinción. Tendré que
analizar su papel social, más que arquitectónico, para entender su éxito y más tarde su
obsolescencia; lo cual ipso facto me lleva a su uso y a sus usuarios. Terminado un largo
recorrido de pesquisas, se aclara que fue un espacio con marcado peso ideológico, en
ciertos segmentos sociales, y en residencias urbanas con determinadas formas y dimen-
siones. Desaparece naturalmente, sin pena ni gloria, cuando queda sin este soporte de
legitimación: caduca esta forma cuando pierde su contenido y se toma inútil.
La historia de un hábitat es para mí la historia de sus cambios, y en últimas la
historia de sus contradicciones. Muchos hábitats del país, aún muy recientes y ende-
bles, son particularmente sensibles a cualquier fenómeno localizado golpeando un
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
el primer paso hacia la verdad.) Il doit être général , car il en est la pierre de touche”.
La articulación entre mis convicciones, mi método y mis prácticas investigativas, se
puede ilustrar con el manejo preferencial que siempre doy a la demografía. Privilegiar
de entrada el análisis demográfico, en comparación con otros factores o indicadores, es:
-en primer lugar, tener disponible una cierta cantidad de datos útiles registrados
de manera continua y bastante precisa (en razón de sus motivaciones, bien sean mili-
tares, políticas o tributarias), configurándose una información factual necesaria, relati-
vamente exacta y confiable, y de fácil manejo estadístico.
-hasta dónde lo permite la información, poder medir el comportamiento y la
dinámica de las fuerzas productivas; siendo éstas los cimientos que soportan gran parte
de mi edificio cognoscitivo.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
Otro me asegura que con los repartimientos de esta fundación, quedaron “en pro-
medio” 7,3 tributarios por cada encomendero: coma tres, así...Por excesivo celo de
precisión aritmética, resulta el encuestador con un comportamiento “agro-pecuario” y
bastante primitivo. Olvida que su materia prima son seres humanos, y que no se pueden
dividir como cualquier racimo de “primitivo”: ración, media ración, una cuarta, una
mano, tres bananos.
Un tercero trabaja con porcentajes, pero me confiesa con pasmosa tranquilidad
un manejo totalmente arbitrario de las cifras: tomó un universo parcial “por muestra”
con proporción inicial de uno a treinta. Resultaron 70 unidades y globalizó, agregan-
do treinta unidades ficticias. Lo que él llamó “porcentaje”, no era sino “porsetentaje”.
Parece ignorar esta regla matemática básica de la técnica del sondeo, a saber que la
muestra carece de valor si la selección no es representativa de la mayoría.
Un cuarto trabajó con 30 individuos y también nos entrega sus cuadros con por-
centajes. Obviamente, es mentiroso y arbitrario, además de inexacto en los resultados,
afirmar un universo de 100 en las conclusiones cuando no pasaba 30 en las labores. Es
suponer alegremente que con los 70 faltantes no hubieran variado los datos, cantidades
y proporciones. Pero las disciplinas del conocimiento racional, se llaman así porque
precisamente afirman con comprobaciones, no con suposiciones.
Ahora bien, la tontería no es privilegio de la universidad, también se halla en la
montaña. Un día, en la vertiente tolimense del Sumapaz, después de chapotear durante
kilómetros arriba de Cunday en un lodo con consistencia de papilla y color de maizena
, llegué a la frontera entre el café y la papa. Recorrí las diez cuadras medio desocupadas
de un pueblo nuevo pero en estado muy avanzado de agonía; lo cual se pudo comprobar
durante varias entrevistas con unos escasos ancianos que revivieron los años dorados:
“... Entraban mulas y mulas, la gente bajaba cargada de todas las veredas, desde el
viernes por la noche. Esta plaza estaba llena de toldos, dos veces a la semana, se mataban
diez reses cada sábado”.
¿Y ahora?, pregunté, y contestó el inspector de Policía:
“... No, no, no, todo eso se acabó, hoy día apenas se mata media vaca y sobra ... “
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Bueno, siempre hay un optimista que ve la botella medio llena y un angustiado que
la considera medio vacía...Como me aseguró otro “hace treinta años la mitad de la po-
blación iba descalza, mientras hoy en día el 50% tiene zapatos”...
El Estado mismo no está exento de barbarismos y estos días el DANE pone de re-
lieve la distancia entre las matemáticas y la anatomía. Nos asegura que entre 1985 y 1993
la población del país creció a razón de 2,21 habitantes nuevos por cada cien, y cada año;
dos coma veinte y uno ... Pero nunca he visto el 0,21 de un citadino de “estrato medio-
medio” andando por la calle. Con razón alguien pudo decir que la tercera manera de
mentir se llama estadística.
Lo que queremos decir con estas anécdotas es que en el registro meramente arit-
mético, en los conteos, y en su manejo, las cifras tienen una validez y una utilidad
proporcionales a su veracidad; lo cual exige de entrada su precisión y exactitud. Eso
a su vez nos obliga a ser muy escrupulosos en cuanto al origen del dato, y en cuanto a la
seriedad de las fuentes que nos suministran la información. Aquí va una cadena: vali-
dez, utilidad, veracidad, precisión, exactitud y, finalmente, seriedad.
Pero tampoco podemos confundir investigación científica y contabilidad, para lle-
gar a una veneración ilimitada y miope de la aritmética; o terminar sumisos y arrodilla-
dos frente al ordenador. Pensamos que no existe la magia de la supuesta super inteligen-
cia del computador electrónico. Al computador le pasa lo mismo que a la embarazada ;
sólo sale lo que entró, que es lo que uno le metió.
Otro tipo de manejo optimista de las estadísticas está muy de moda en los círculos
del poder. Algún día, en un evento oficial muy concurrido se felicitaba un alto fun-
cionario ministerial: el analfabetismo nacional había mermado de un 40% de la po-
blación en 1950 a un 20% en 1980. Confrontando estos porcentajes con los anuarios
del DANE, resultaba que en 1950, de unos 10 millones de habitantes, unos 4 millones
eran iletrados. En 1980, entre 25 millones, habían ascendido a 5 millones.
Codazzi, en cierta forma, fue un pionero de las estadísticas de población en el país.
Comisionado desde Bogotá, en cada pueblo por donde pasaba en estos agitados años de
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JACQUES APRILE-GNISET
1850-55 anotaba con precisión un sólo dato demográfico: el número de varones en edad
de llevar armas. Cien años después nada ha cambiado.
Algún día oí a alguien disgustado decir con desprecio: ¿De qué sirve el DANE?
Para mí la pregunta correcta es: ¿A quién sirve el DANE? Instrumento más técnico
que científico, el DANE sirve pragmáticamente a un Estado, y por lo tanto, al poder de
una clase, sus necesidades y su ideología. Además de que lo necesitan en el ministerio
de Hacienda y de Gobierno, también lo necesita Planeación Nacional para sustentar
sus permanentes solicitudes de empréstitos al BID, la OEA, la OMS, la AID, el Banco
Mundial; para burlar las exigencias de la ONU y el PNUD, o la Unesco; o para mistificar
los empresarios norteamericanos o los cacharreros japoneses, la Siemens y la Ericsson,
y cuantos más.
Sin embargo, eso no es nada nuevo. Encuentro las primeras estadísticas de este país
en unas visitas de funcionarios Reales hacia 1560. ¿De qué tratan?, sencillamente de en-
comenderos, de “pueblos de indios”, de tributarios produciendo tantas hanegas de maíz
o tantas mantas de algodón, y de la “chusma de chinos y chinas”, que son tantos. Y en
Cartagena, para cobrar el impuesto sobre cada “pieza de Guinea”, los oficiales de la Ha-
cienda Real registran números, origen, edad y sexo de los africanos que desembarcan.
Más tarde se dinamiza el asunto y se tecnifican los conteos cuando el clero vive de diez-
mos, capellanías y otros tributos, levantando sus propios padrones fiscales. El impuesto,
bien sea sobre exportaciones de minerales o importaciones, seguiría constituyendo lo
esencial de las estadísticas coloniales, pero interferidas éstas por “la malicia indígena”.
Por esto, no podemos confiar en cifras y conteos que originaban recursos y rentas para
la administración española: ganadería, padrones de esclavos, producción minera, etc.
Al parecer nada cambió con la República sino que empeoró, eso es lo que se de-
duce de la correspondencia entre Bolívar y Santander. Además, se agregó la dimensión
política, y en adelante la aritmética se subordina a las luchas de poder entre fracciones
de la casta dirigente. A partir de ese momento no podemos confiar en ningún censo
de población, sea local, regional o nacional. Resultan viciados todos por los sucesivos
sistemas electorales, y adulterados con fines políticos. Como bien se sabe, Rafael Reyes
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
no fue más que uno entre muchos beneficiados de estos fraudes. Por eso, cuando trato
de trabajar con el censo de 1912, me detengo perplejo ante los detalles de cada depar-
tamento, con la repetida advertencia de “que sólo se contabilizaron a los hombres”. Por
supuesto, había elecciones a la vista y solamente votaban los varones...Cierro el libro y
lo guardo, algo desilusionado. Para mi consuelo, la encuadernación se ve bonita en el
estante; en definitiva el censo de 1912 sí sirve para adornar la biblioteca.
Ante estas situaciones vividas a diario, lo importante para mí es acordarme siem-
pre de que la estadística no es en Colombia categoría de tipo científico; se inició como
asunto meramente fiscal y exigencia del Ministerio de Hacienda, y sólo adquiere tecnifi-
cación para el mejor cumplimiento con estos fines. Nada ha cambiado; hoy en día sigue
siendo el mejor auxiliar de este Ministerio.
En 1977 nos llegó de la Gobernación del Valle, un informe del Director de la Oficina
de Planeación Departamental. Analizaba los resultados del censo de población de octu-
bre de 1973, comparándolos con aquellos de 1964. Notaba un aumento prodigioso de la
población rural en el municipio de Sevilla, con una tasa intercensal anual del orden del
8%; hecho único en el país, y por lo tanto atípico, de ser cierto. No obstante, en el mo-
mento de concluir, el autor, apoyándose en un dato local, excepcional y sin verificar,
lanzaba alegremente la tesis de una supuesta estabilidad y dinámica demográfica
rural en todas las áreas cafeteras.
Fuimos a la fuente y llegamos al billar El Vesubio, en el costado este de la plaza,
donde estaba tomando tinto el supervisor del censo del 73, y durante la entrevista contó
lo que había sido:
“ ... No fue fácil, imagínese, en plena cosecha grande, había que ir de finca en finca, y
en cada una, en cada campamento, estos galpones donde a veces duermen hasta 100, 200
hombres o más... Es que en esa época de mayor cosecha nos llegan de todas partes como
20.000 cosecheros...Yo seguí las instrucciones del Manual del DANE, censar todos aquellos
que durmieron aquí la noche anterior .”
Después, como si fuera poco otro chequeo permitió comprobar que estos mismos
cosecheros temporales, también habían sido censados con su familia en su lugar de
origen y de residencia permanente. Creemos que sobran los comentarios.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
Entiendo que así procede y avanza el conocimiento racional y exacto. Encuentro una
nota de Freud en 1924 que parece ir por el mismo camino y que yo puedo traducir así
del francés:
“En sicoanálisis, después de un gran número de observaciones e impresiones aisladas,
por fin se edificó algo como una teoría, conocida bajo el nombre de “teoría de la libido”.
En cuanto al abandono de una vía por otra:
“Solamente los creyentes que piden a la ciencia sustituir el catecismo al cual re-
nunciaron, considerarán con mal ojo que un sabio adelante y desarrolle, e incluso
modifique, sus ideas”.
Para eso me sirve la estadística: trazando un umbral aritmético, mediante el cambio
de números de pronto logro identificar un cambio de naturaleza y de calidad.
Hace poco mostraba a un alumno de Tesis algo que él no había visto en su cuida-
doso cuadro demográfico: a lo largo de cien años, la tasa anual que nunca había pasado
del 3%, en algún momento y durante unos diez años ascendía a 4%. Cuando le señalé
eso, dijo muy despreocupado:
“Bueno la diferencia no es mayor».
No se daba cuenta que de 3 a 4, sencillamente, una curva demográfica antes pro-
ducto exclusivo de la simple tasa del crecimiento vegetativo in situ, ahora tenía que
considerar la categoría de un aporte migratorio, sus dimensiones, su significado y sus
repercusiones. Lo que equivale a decir, que entre 3 y 4 se había producido, más que
un brinco cuantitativo, un salto cualitativo que podía incidir poderosamente en
el futuro del poblado ... y de la tesis de grado del sociólogo. En el concepto del
estudiante “la diferencia no era mayor”. Para mí, más que “mayor” era capital.
Avanzando las asesorías, me di cuenta que el casi planificador, al parecer poco
había cambiado mentalmente entre los 10 y los 20 años; pero no importa puesto
que de 10 a 20 la diferencia no es mayor ...
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
LA PREGUNTA.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
No debo mezclar dos preguntas, una es una y otra es otra; ésta última se registra
y se guarda, se le dará su tratamiento más adelante. Es probable y casi seguro que la
primera pregunta, aparentemente sencilla, se complique o se duplique y se desdoble
en el transcurso del trabajo, y que éste se amplíe; con seguridad le saldrán ramas, y al
investigador canas.
Por tanto necesito tener siempre presente siempre esta preocupación meramente
utilitaria: ¿Qué se investiga? ¿Y para qué? ¿Este dato me sirve? ¿Y para qué? ¿Lo
necesito ahora o más tarde? Controlar el flujo incesante de preguntas pensando que
por lo general cada respuesta suscita enseguida diez preguntas nuevas. Así actúa el
movimiento dialéctico: problema-solución-problema.
En cuanto a la hipótesis, como bien saben, es una suposición a priori, una propuesta
tentativa de respuesta formulada aún en forma interrogativa y provisional, desde mi
intuición y apoyada a veces en conocimientos previos; sobre ella se arma todo el anda-
miaje operativo que estructura las labores investigativas y su misma logística.
Terminadas las labores, se comprobó la pertinencia de la pregunta y de la hipótesis.
Ésta pasa de hipótesis a tesis, de interrogante a afirmación. Pero a todos nos ha ocurrido
que las labores no confirmen nuestro supuesto inicial. Terminadas éstas, no se confirmó
nuestra hipótesis, sino que, por el contrario, fue refutada y derrotada; por lo tanto, hay
que abandonarla, y buscar otra.
Por doloroso que sea, eso no es siempre negativo; hasta puede ser más fecunda y
positiva la refutación que la comprobación. Ahora queda por averiguar si la hipótesis
se derrumbó por errónea o por una falla en su formulación; o por razones digamos
técnicas, información insuficiente, defectuosa, o su mal manejo. Pero la moraleja sería
que se requiere la máxima flexibilidad y versatilidad; lo peor lo más estéril es aferrarse a
clasificaciones a priori que luego destruyen la misma vida y la práctica.
No confundir hipótesis con axioma, aunque parezca aquí infantil mi observación.
La hago por lo que a veces un estudiante me presenta como proposición necesitando
labores de comprobación o verificación, lo que no es más que un principio demostrado
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JACQUES APRILE-GNISET
y establecido desde tiempo atrás. Me acuerdo del caso de un alumno que me presentó
un tema de investigación partiendo de esta supuesta hipótesis: el aumento de los índices
de ocupación del suelo y de construcción, origina un aumento de la densidad residen-
cial. Descubrió en 1990 por cuenta propia, algo que sabían Vitruvio e Hipodamos de
Mileto... hace algo más de dos mil años, y que hoy se llama axioma (¿quizá sea una ley?).
Relativo a la arquitectura, es más o menos como un alumno de ingeniería hidráulica que
presentaría este tema de tesis: «Importancia del agua para la navegación.»
Moraleja: recordarme siempre que lo que estoy yo “descubriendo”, a lo mejor miles
de parroquianos ya lo sabían. No olvidar lo que le pasó a Colón, que por muy ignorante
y todavía más testarudo y petulante, terminó ridículo para la eternidad; y la eternidad
es muy larga, afirman unos que no tiene fin. Lo cual no pasa de ser mera hipótesis ...
¿ Como evitar este descalabro ? De entrada averiguar que nuestra pregunta tam-
bién es un enigma para el resto de la humanidad. Es decir hacer un repaso de lo que
los especialistas llaman “el estado del arte”. Es decir situar mi interrogante entre lo
conocido y lo que aun se ignora.
Por experiencia aprendí que la investigación es un árbol, alto y frondoso, y que crece
y crece... Parto del tronco y voy trepando en las ramas bajas, luego más altas, hasta final-
mente llegar a las extremidades de las ramillas; pero tengo que regresar a la base. Hay
que saber “cortar” ramas, de lo contrario, uno corre el riesgo de quedar colgado en las
ramillas ... Por lo tanto, antes de quedar uno extraviado en este matorral, es necesario
distinguir lo esencial de lo secundario; separar lo importante de lo anodino.
La investigación no tiene fin; sino el fin que uno le ponga. Hay que saber iniciar
una investigación pero más importante aún es saber cerrarla y darle término. Digo eso
porque comprobé que la investigación no tiene final y nunca termina, puesto que en
la dialéctica del conocimiento cada respuesta resulta enseguida preñada por diez
interrogantes nuevos surgidos de esta misma respuesta.
La investigación es provocativa y apasionante; hay que saber resistir a sus encantos,
apartarse de sus seducciones; delimitar el tema y no salirse de él. Me acuerdo de un caso
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
en el cual olvidé esta regla. Me dejé conquistar y tomé una desviación, una “trocha” que
me llevó al Sumapaz y a dos años de trabajo inesperado; dejando de lado el camino
principal. El producto final no tenía nada que ver con el proyecto inicial .
En Barranca inicié mirando calles, puertos, el malecón y las dos curiosas plazas rec-
tangulares diseñadas por la Tropical Oil Company, casas y edificios: pero de pronto me
encontré sumido en la legislación nacional sobre petróleos. Terminé haciendo una lista
de todos los ministros títeres, presidentes comprados, altos funcionarios sobornados,
abogados nativos venales, embajadores lacayos, empresarios corruptos, y otros testa-
ferros tramposos al servicio de las petroleras de Estados Unidos desde 1905 hasta los
años 40. Eran tantos que me cansé, afortunadamente; mi ensayo se estaba convirtiendo
en el directorio de la vergüenza nacional...
¿Cómo iniciar? Contestaría lo mismo que respondió un escritor a Henry Miller
cuando éste le preguntó: “¿Cómo empezar a escribir?” ¡Escribiendo! ¿Cómo iniciar una
investigación? Investigando, el resto se complicará enseguida, de eso podemos estar se-
guros.
Aquí surgen los métodos y las técnicas, separados y unidos; pues con cierta frecuen-
cia el método implica -o descarta- distintos tipos de recursos y de herramientas . Pero
hay una regla general, que un manual resume así:
«Toda ciencia se basa en la experiencia y consiste en aplicar un método racional
de investigación a lo dado por los sentidos. La inducción, el análisis, la comparación,
la observación, la experimentación son las condiciones fundamentales de este método
racional».
Además, no puedo ignorar que en ciertos casos la existencia, la abundancia o la
carencia de medios y recursos, la disponibilidad de instrumentos, influyen en el método,
lo modifican o lo condicionan; y finalmente, interfieren con mi trabajo y repercuten en
el producto final. De todas maneras, en esta fase de las tareas, dos palabras usadas en la
plaza de mercado me servirán de guía: abasto y suministro.
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JACQUES APRILE-GNISET
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Encontré una monografía de Manizales escrita en 1924 por un señor que aparece
fotografiado, ataviado como una especie de Maurice Chevalier andino. Nos informa
de entrada que tiene 27 años, 5 hijos y 3 libros; como quién dice un niño, un libro, un
niño, un libro, etc, con la misma presteza...Tengo que superar la náusea que provoca en
mí la petulancia del culebrero caldense, por lo que de la cursilería se salvan dos páginas
capitales, como es un cuadro de precios de materiales de construcción; y una reveladora
fotografía panorámica de la ciudad encaramada a horcajadas sobre filos y barrancos,
con su rígida cuadricula ciegamente trazada en una topografía anunciadora de futuros
desastres.
Eso era en 1924, pero en 1990 me llega una historia inédita de Cartago, escrita a
máquina, y pienso que quedará inédita. El autor, de entrada nos cuenta su biografía, y
luego, entre las “fotografías” de Andagoya, Benalcázar y Bolívar, intercala los retratos de
sus padres, su mujer y sus tres queridísimos angelitos; combinando la biografía familiar
con la trayectoria de la ciudad. El historiador de Tumaco actúa igual, y queda claro que
la historia de la “perla del Pacífico” se inició cuando él fue nombrado en algún cargo en
la alcaldía; y que la ciudad cambió de rumbo cuando él llegó a la Procuraduría ...
Resumiendo, la historiografía en Colombia transita forzosamente desde un país oral
hacia un país alfabetizado; a veces sin dejar de ser, como dijo un presidente tolimense
“un país de cafres”.
¿Problemas?, en cantidades; unos previsibles, otros imponderables e inesperados.
Estos últimos son tan frecuentes que lo mejor es esperar lo inesperado; o por lo menos
abrirle un espacio. De todos modos estoy convencido que los problemas de la inves-
tigación se resuelven investigando; es decir que dificultades y obstáculos técnicos y
prácticos se solucionan mediante la práctica de la investigación. Lo cual quiere decir
también que es preciso asimilarlos por medio de la reflexión en torno a estas prácticas.
Y hablando de práctica, siempre tengo en un rincón de la mente esta reflexión de Marx,
vuelta una de sus “Tesis sobre Feuerbach”:
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JACQUES APRILE-GNISET
“La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían la teoría
hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica humana y en la comp-
rensión de esta práctica”.
Esta es una de mis reglas de acción y de conocimiento. No es en las modificaciones
del gusto, o en la estética que voy a buscar, de entrada, el paso en Bogotá del techo de
paja al techo con tejas de barro. Un documento me indica un camino explicativo de
sentido común. En 1603 el cabildo ordenó empedrar las calles mediante la mano de
obra de los mitayos, y demoler “las muchas casas de paja”, argumentando los frecuentes
incendios. Lo más probable es que el proponente -y licitante de las obras- era dueño de
un tejar. Dos siglos más tarde es con el mismo argumento que el cabildo de la naciente
Buenaventura trata de introducir los techos “de hierro”.
Ahora bien, encuentro otro hilo en esta reflexión, también de Marx:
“ . ..la humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede alcanzar,
pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos objetivos sólo brotan cuando ya se
dan o, por lo menos, se están gestando, las condiciones materiales para su realización”.
Retomando el caso anterior, eso significa que existían en Bogotá en 1603, las con-
diciones materiales de producción y consumo de la teja de barro, y que hacia 1880 al
Cascajal llegaban de los EEUU las laminas de zinc.
El mismo autor, en una carta a Engels, me indica una actitud investigativa para la
búsqueda del conocimiento científico:
“... sustituyendo los dogmas en controversia por los hechos en conflicto y las contradic-
ciones reales que forman su fundamento oculto”.
Retomando el mismo ejemplo, encontraré que la división de la sociedad bogotana se
expresaba en un segmento social de cambio, presionando hacia el uso de la teja de barro;
mientras tanto, otro seguía aferrado al material tradicional. Un material era producto de
un procesamiento técnico y una mercancía; el otro de simple recolección gratuita y de
fácil consecución, sólo tenía valor de uso.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Disponiendo de estas bases, puedo ahora indagar más allá. Sé que en Bogotá en
1603 coexistían dos modos de elaboración de techos, uno con un sistema laboral de
tipo feudal, otro de tipo empresarial y manufacturero. El primero producía un material
natural con simple valor de uso, el segundo lanzaba al mercado un producto con valor
de cambio y generador de plusvalía. Solo falta averiguar que los techos de teja llenaron
la calle Real desde el siglo XVIII, pero que seis cuadras arriba en el popular Egipto eran
corrientes los ranchos pajizos en 1905.
De modo que el materialismo histórico y dialéctico constituye mi herramienta de
conocimiento más valiosa. No obstante, soy consciente de que mi convicción de la su-
perioridad del materialismo científico como modo de pensamiento y de conocimiento,
en nada garantiza mi capacidad de manejo de las múltiples dimensiones y categorías
implicadas en su método.
Soy muy cuidadoso en el manejo de este sacrosanto marco teórico que se impuso
en los años de la minifalda; debe ser una ayuda y no una cárcel. Conozco gentes que
se refugian de entrada en la jaula ideal y dorada de un magistral marco teórico, y allí
quedan, presos, paralizados e impotentes. Elaboraron el perfecto círculo, armonioso
y confortable de la sacrosanta teoría. Pero de pronto surgen las agudas espinas de la
testaruda realidad y que salen con insolencia del “marco teórico”. Lo más cómodo es
negar y borrar los salientes para no “dañar” este magnífico marco y que todo quede
adentro, bien ordenadito. Muchos son aquellos que acomodan las fastidiosas espinas
al marco preestablecido, aunque sea “a la brava”. Otros las arrancan sin contemplación,
para no molestarse más y poder seguir; sencillamente considero su trabajo como carente
de seriedad y acientífico.
Ante el marxismo tengo una doble actitud: por una parte respetuosa y convencional,
por otra parte dinámica y creativa; mis convicciones no deben ser paralizantes y tienen
que ser fecundas. Después de cien años de “desviaciones” y “revisiones” de toda clase, en
este laberinto busqué mi propia luz, hecha de renovación moderada y de una libertad
mesurada.
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JACQUES APRILE-GNISET
Considero que en mi búsqueda y para mis necesidades, lo más útil resultó ser el nú-
cleo central, la sustancia misma del marxismo; la contradicción interna, alojada dentro
de todo fenómeno natural o social. Por lo tanto, y cualquiera que sea el objeto del saber
o el campo del conocimiento considerado, el “arte” del análisis marxista, en prioridad,
debe privilegiar la búsqueda de las contradicciones. Identificado un fenómeno, estable-
cida su tendencia mediante su movimiento, su actuar y sus cambios, entonces busco
la contradicción que encierra: este es el elemento imprescindible para luego entender
cómo, y en qué, se va a transformar este fenómeno.
Si llego al Pie de la Cuesta y veo dos templos católicos en el mismo costado del
parque, enseguida me surgen interrogantes. Si observo algo parecido en Neiva, y luego
en Florida (Valle), en La Ceja (Antioquia), en Toca o en el caserío apenas esbozado de
Topagá (Boyacá), entonces considero que esta dualidad es ilógica, aparentemente irra-
cional, y que sólo puede surgir de unos antagonismos. Su misma localización lo sugiere:
a veces las dos iglesias están colocadas en posición enfrentada, como para un desafío, es
decir, que la explicación radica en la identificación de la contradicción que originó este
repetitivo hecho espacial y arquitectónico. Y efectivamente, los archivos documentales
evidencian una lucha de clases entre tabacaleros, en el origen mismo del Pie de la Cuesta
hacia 1770-1780; cada bando liderado por un sacerdote en busca de estipendios. Es de
unos antagonismos sociales que surgió un hecho que había quedado inexplicable, con-
siderado desde los enfoques de la estética o de la arquitectura.
Si Cartago estuvo 150 años en su primitivo lugar y que algún día de 1691 sus mil
habitantes, todos juntos, se mudaron a cinco leguas hacia el occidente, no puede ser eso
sino el resultado de algún tipo de contradicción imperiosa y muy poderosa. Tengo que
exhumar esta contradicción.
Hablar claro y sin confusión en cuanto a objetivos, métodos, técnicas o instrumen-
tos y herramientas; no confundir investigación con encuestas, pesquisas, exploraciones
o indagaciones, prospección y recolección de datos, las partes con el todo. No confundir
los instrumentos empíricos de registro o medición con una posición mental empirista.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
Así que primero el conocimiento de las cosas, como decía Engels; la teoría la en-
frentaremos después, si somos capaces. En otras palabras, trabajar con la necesaria
humildad, siguiendo una secuencia que se inicia con lo empírico y apunta hacia lo
teórico; y no al revés.
Todo lo que precede excluye el reloj: no se investiga mirando la hora, ni mucho
menos en la Colombia de “pan y circo” y de los cuatro domingos semanales. Pero tam-
poco significa eso que el tiempo no cuenta. Por olvidarme de eso experimenté varios
descalabros. En un trabajo, privilegiando el testimonio oral, me perdí una entrevista
capital por una demora de un mes; cuando llegué había muerto Gentil Carabalí, joven
aún pero carcomido por sus veinte años pasados en la Gorgona. Lo que me iba a contar
se lo llevó en la tumba: un trabajo mío quedó mocho, irremediablemente, de-fi-ni-ti-va-
men-te. Algo parecido sucedió en El Aguila, Valle, donde por mi premura quedó mocha
la biografía de un tenebroso Marín.
Recientemente, por haber aplazado un viaje tres semanas perdí una fuente preciosa.
Cuando entré al archivo municipal de Barrancabermeja, estaba empacado en cajas listas
para su traslado a otro lugar; pero los funcionarios acababan de quemar la mayor parte,
50 tomos de los documentos más antiguos.
-Mire me dijo la encargada con amabilidad, aquí hay algo sobre el plano de ur-
banismo, del año de 1974 ...
-Qué bien, contesté con la debida paciencia, pero acuérdese que lo que me interesa son
los libros de actas de los años 1921-22 ...
- ¿Cosas como históricas, no?
- Algo así.
- Ah, entonces es el archivo viejo, el que se quemó hace quince días ...
-¿Que se quemó?
-Sí, porque en el momento de empacar los libros, se iban desbaratando solos, estaban
llenos de comején. Nos tocó meterle candela. Había hasta cosas interesantes ¿cómo le digo
yo? ... como históricas ...
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Me sirvió la doble lección, y me precipité a “las dos aguas” de Puerto Tejada, para
entrevistar a la última centenaria del pueblo.
Hablando de tiempo, otra preocupación mía, capital, es tratar siempre de situar un
fenómeno espacial en su época antes de examinarlo. Hacia 1580 en el oriente del país, el
mundo español se reduce a 500 milicianos harapientos concentrados en Bogotá, Vélez
y Tunja, Pamplona y Ocaña, y los treinta labradores de Leyva. El viajero que sale de
Bogotá hacia el norte tiene su itinerario definido por estas cinco posibles etapas noc-
turnas. Cuando imagino el espacio nacional del siglo XVIII, es imprescindible entender
que los viajeros recorren extensas y monótonas zonas despobladas, en un país donde
se registró menos de 800.000 habitantes. En ambos casos, me obligo a borrar la visión
actual que tengo del país, modificando mi idea de tiempo, de ritmo, de distancias; debo
sumergirme en una realidad geográfica y social distinta; la legua, el día y la noche, la
mula. Es una manera, quizá algo pragmática, de interpretar un principio que alguien
formuló así:
«La teoría marxista exige de un modo absoluto que, para analizar cualquier
problema social, se le encuadre dentro de un marco histórico determinado».
Finalmente, mi trabajo no se origina en una demanda social; surge de una exigencia
eminentemente personal. Con esta lucidez, debo permanecer siempre consciente de que
mi interés por tal o cual asunto es mío y que nadie lo comparte. Por lo tanto no debo
fastidiar a los demás con él; y tampoco esperar de ellos que me ayuden. No habrá inter-
cambios, diálogo o crítica. Estoy solo y en el desierto.
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JACQUES APRILE-GNISET
Este título indica mi guía secuencial de trabajo y sus tres etapas básicas: obser-
vación, reflexión y conclusión, que también se podría entender como hipótesis, análisis,
síntesis y tesis. No obstante, no siempre aspiro a unir las tres etapas en una investigaci6n.
Intentaré precisar eso con un ejemplo.
Durante años estudié casos considerados en tanto como hechos; para aclarar el
asunto diría que el surgimiento de Sabanalarga (Atlántico), por ejemplo, es un hecho
espacial y urbanístico procedente de un hecho social, desde luego. Ilustra el fenómeno
comarcal de un hábitat rural “de reducción” con una malla de nuevos caseríos, por me-
dio de las villas de “vecinos libres” que promueven las autoridades de Cartagena entre
1750 y 1780 para detener la expansión campesina en los latifundios ganaderos.
Eso es lo visible, pero resulta ser producto tangible de un contexto general inmate-
rial que tengo que construir; de un momento político, de las reformas administrativas
borbónicas, del ascenso del campesinado mestizo, de las posibilidades económicas del
tabaco ilegal al margen de la política oficial de los distritos tabacaleros de la Corona, los
intentos de las autoridades para separar negros y chimilas, detener la dispersión de un
campesinado de colonos cimarrones, las amenazas que representan éstos para los lati-
fundios de hatos ganaderos de la poderosa familia De Mier ; también inciden los altiba-
jos de las exportaciones de carne en el Caribe, los primeros brotes de inconformidad que
anuncian la aspiración a la independencia, unos programas de reformas para detener
esta corriente, tres siglos de enemistad entre cartageneros, samarios y momposinos, y
mucho más.
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JACQUES APRILE-GNISET
del desarrollo social y espacial. Es la etapa en la cual aspiro a articular la producción del
espacio territorial o urbano, lo urbanístico y lo arquitectónico, con el desarrollo de las
fuerzas productivas y el incremento de la división técnica y social del trabajo; y todo
lo que de eso se deriva inevitablemente. Resumiendo, un mismo hecho multiplicado
simultáneamente me permite delimitar un fenómeno, y la persistencia de este úl-
timo quizá conlleve a la formulación de una ley.
Sin embargo, el ejemplo escogido no está exento de escollos y nos deja varios
interrogantes. El asunto de las reducciones y agregaciones mestizas de la costa, se
inicia como política con un rufián llamado Pérez Vargas hacia 1730-1740, y sigue luego
hasta 1780 con un despótico latifundista que tenía mucha tierra pero medio apellido:
el capitán Mier, al cual seguramente los expoliados campesinos chimilas, mulatos, zam-
bos y mestizos agregaron la sílaba que falta a su nombre. Mientras tanto, hacia el oeste
operaba el capitán Latorre Miranda, y también actuaba en Cundinamarca y Boyacá el
funcionario real Moreno Escandón. Pero con este enunciado vemos que me estoy ba-
sando en papeles de archivos, escritos existentes, disponibles y asequibles. Quizá unos
documentos destruidos, extraviados, o conservados en Sevilla y fuera de mi alcance,
cambiarían por completo mi visión.
Entonces, con la información disponible detecto un amplio ámbito territorial del
fenómeno y su persistencia durante 50 años. No más. Fuentes más abundantes, quizá me
permitirían ampliar este período, hacia atrás y hacia adelante; y quizá autorizarían una
mayor generalización territorial de las reducciones-agrupaciones, y con una tipología
más diversificada de acciones y modalidades. Pero por carencia de base documental no
me puedo aventurar; tengo que admitir mis limitaciones y aceptar nuevas incógnitas.
No he encontrado el hecho aislado, todo hecho espacial en un lugar se explica
ubicándolo en una dimensión territorial mayor: así se puede llegar a identificar el fenó-
meno que lo produjo. El hecho no tiene mayor significado; sin piso no deja de ser algo
anecdótico. Para mi búsqueda explicativa, sólo se torna útil llevado a la categoría de
fenómeno. Siempre tengo presente una sabia reflexión del matemático Poincaré, que
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De igual manera, también sé que el período histórico que me interesa sólo se podrá
captar a cabalidad, retrocediendo y agregando unas premisas que se conectan al período
anterior. Incluso hay casos en los cuales este estudio de los contextos tiempo-espacio
se convierte en lo más apasionante de mi búsqueda. Y no faltan casos donde mi objeto
inicial de interés pasa a un segundo plano, o se convierte en un capítulo final.
En primer lugar están los hechos y, en eso, soy convencido discípulo de Engels :
“Había que investigar las cosas antes de poder investigar los procesos. Había que saber
lo que era tal o cual objeto, antes de pulsar los cambios que en él se operaban... Ahora ya
no se trata de sacar de la cabeza las concatenaciones de las cosas, sino de descubrirlas en
los mismos hechos”.
Y luego recomendaba “partir de los hechos dados”. De tal modo que Lenin podía
formular esta regla: “En la base del método marxista están los hechos”.
Por lo tanto, el hecho, más que cualquier insumo, para mis tareas es la misma mate-
ria prima del proceso investigativo; “materia primaria”, más bien, y vital. Por eso mismo
siempre se inician mis labores con el registro de los hechos espaciales.
Por ende, es sólo con el registro de una gran masa de hechos que puedo ascender del
ejemplo a la regla, del caso aislado a la generalización, y de lo fútil o efímero a lo esencial
y permanente; y de abajo hacia arriba en la calidad del conocimiento.
Una escritura de compra-venta de casa urbana en Caloto en 1734, no es más ni
menos que eso; me informa pero poco me dice. Cinco documentos del mismo año des-
dibujan un cierto cuadro; y cincuenta registros más, desde esta fecha hasta 1797, me
proporcionan un panorama bastante completo del mercado de finca raíz en este pueblo,
a lo largo del siglo XVIII.
La primera cuadra de Tumaco que visité me pareció algo extraordinario, pero como
pintoresco o exótico; una curiosidad expresando el ingenio popular. Esta modalidad
de doble poblamiento, perimetral e interior, con su doble sistema de circulaciones
epidérmicas e internas, era algo para mí nunca visto. Descubrí con encanto la crea-
tividad urbanística espontánea, que brotaba de un determinado sector social; al margen
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recinto urbano donde lo que más abunda es la huella tecnológica y estilística del siglo
XIX. En Cali, se finge asociar una capilla del siglo XVIII con una construcción original
supuestamente de los años de la fundación y sobre la cual no hay dato alguno escrito.
En muchos poblados el culto al héroe conduce a la búsqueda del fundador, personaje
de excepción; en la mayoría de los casos su estatua no resiste a la encuesta, y termina
siendo un individuo común y corriente, que no fundó el poblado. Cito algunos casos
de creencias, mitos, leyendas y no pocas mentiras que, con el paso del tiempo y la pa-
ciente repetición, se tomaron verdad reconocida e intocable. Entonces, se trata aquí de
señalar el escollo generalizado de una historia amañada y falsificada, apoyada en las
creencias y mistificaciones más que en el saber, pero que tengo que conocer y con la cual
pierdo mucho tiempo; sobre todo si pretendo restablecer la veracidad y la exactitud de
los hechos. Es que si en mi camino encuentro una roca, tengo que quitarla para poder
seguir adelante.
Desde luego estas baratijas fantásticas no me sirven; no se trata para mí de creer
sino de saber. Estoy en una universidad, no en la iglesia, no me muevo en el terreno de
la fe, pero sí de lo conocible. Aspiro a producir conocimientos, no mitos; saber, pero
no leyendas, por bonitas que sean. Es que de la veracidad y exactitud iniciales depende
mi posibilidad de formular alguna que otra ley sin cometer disparates; con acierto y
pertinencia.
Lo anterior nos rememora el diálogo entre Laplace y Napoleón. Como el astrónomo
y matemático exponía al Emperador su “Mécanique Céleste” funcionando sin ningún
tipo de intervención exterior o trascendental, y sin “creador”, le preguntó Napoleón:
-”¿ Y Dios?”.
Y el sabio contestó, con suma elegancia a mi modo de ver, y con este sutil humor
británico que uno encuentra sorpresivamente en Boyacá o Nariño:
- “No tenía necesidad de recurrir a ésta hipótesis”.
Se dice “el mar es azul”, o “el mar es verde”, y se acepta que puede ser azul o verde;
inclusive que ambas afirmaciones son la verdad. Incluso a veces lo veo índigo, en otros
momentos amarillento, o como oro, y no faltan minutos breves en que se torna púrpura.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Sin embargo, basta con sacar su agua entre ambos manos para constatar que es incoloro.
Ahí de pronto radica la diferencia entre sensación visual y experimento. Se cree y se
dice, que el mar es azul, aunque se sabe que el agua no lo es. Pese a esta evidencia
seguiremos diciendo que el mar es azul o verde. Es la solución más cómoda; sería muy
complicado pensar que el mar es azul con agua que no lo es.
Además la cosa se hace aún más compleja, constatando que el mar puede tener tres
colores, o cuatro, o cinco... Aquí volvemos al concepto de contexto. Pues sabemos que al
fin y al cabo es el entorno el que explica estas fantasías, cielo y nubes, sol, fondos mari-
nos, la vegetación en su alrededor. Pero no hay dudas, el asunto compete a los químicos
y físicos; y es demasiado serio para dejarlo a juicio de los sacerdotes:
“ La ignorancia y el miedo, son los dos pilares de todas las religiones”. (Sade).
Creer y saber; me acuerdo de mi incredulidad burlona, cuando el carpintero embera
me dijo que con el fin de conseguir buena madera estaba esperando la luna para cortar
los palos de alizo. Entendí que se trataba de algún tabú, de una creencia ancestral, quizá
vinculada con los mitos de la astrología y las supersticiones atávicas. Pero más tarde
-mirando el comején en una viga, una sola y las demás intactas- supe que se trataba de
un auténtico saber, nacido de la observación, de la experiencia, del trabajo: es decir, de
prácticas concretas.
Es preciso señalar un momento difícil en mis labores: el paso del caso a la generali-
zación, lo cual no se logra sin una cierta cantidad de materiales fácticos. Es de la masa
de los casos que surgen las analogías, las similitudes que permiten pasar de los hechos
aislados al fenómeno generalizado, es decir, espacialmente extendido y con cierta per-
sistencia temporal.
Cuando afirmo la persistencia histórica del modelo urbano lineal frente al agua,
generalizo comprobaciones que enlazan Mompós, fundada hacia 1540, con Copomá
que están hoy fundando a la orilla del río San Juan unos colonos chocoanos. La valiosa
lección de Copomá es que aclara Mompós, y viceversa; pero lo sé ahora, después de
haber observado Guapi y Quibdó, Puerto Berrio, Barrancabermeja, el primer núcleo de
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JACQUES APRILE-GNISET
Buenaventura, las costas de Tumaco y muchas aldeas del río Atrato. Estudiando lo que
pasó después en Buenaventura, Guapi o Quibdó, y lo que está ocurriendo hoy en Napipi
o Tagachi, también puedo augurar lo que sucederá mañana en Copomá. Ayer, hoy, ma-
ñana, también eso es lo que llamo historia actuante; pues incluso me sirve para pensar o
diseñar el futuro con mínima sensatez.
Y mirando hacia otras latitudes, la ciudad lineal de Tony Garnier o Estalingrado,
expresan un urbanismo de ciudad en producción, donde transportar y circular se to-
man vitales para las cuatro M del capitalismo industrial (Materia prima, mano de obra,
mercancía y mercadeo). A cien años, y medio planeta de distancia, Tony Gamier y Es-
talingrado me suministran un hilo para entender Mompós y Copomá.
En ciertos casos puedo establecer simultáneamente los nexos entre hechos y fenó-
menos y entre contenido y forma. Pero es preciso ampliar un caso apenas citado unas
páginas atrás.
Constato una absoluta carencia de arquitectura oficial e institucional entre 1820 y
1900. Enseguida me devuelvo a una serie de constataciones “paralelas”:
- por ejemplo, la pobreza fiscal recurrente.
- hacia medio siglo, el anticlericalismo de la masonería.
- la ley de manos muertas.
Y termino constatando la expropiación de los edificios del clero y la ocupación
por las entidades del Estado, del patrimonio construido de la Iglesia, para localizar
allí ministerios o cuarteles, alojar cárceles, instalar hospitales u oficinas de gobierno.
Otro ejemplo, fueron sondeos en veinte ciudades y observación cartográfica de nu-
merosos diseños, trazados y proyectos, los que me permiten afirmar el surgimiento de
innovaciones urbanísticas generalizadas entre 1890 y 1930; pero ligadas a determinadas
formas y modalidades nuevas de especulación urbana en torno a la vivienda.
En varias ciudades capitales, y con fuerte presencia administrativa, entre 1880 y 1940
el sector de la construcción de vivienda urbana crece a la par con el desenvolvimiento
del sector terciario. Son las capas medias de funcionarios y oficinistas, la burocracia
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
estatal o privada, aquellas que auspician y nutren las primeras especulaciones sobre la
frontera de los suelos agrícolas periféricos. Entonces, surgen modas y nuevos patrones
de diseño a escala barrial, en Bucaramanga y Manizales, en Cúcuta, en Bogotá, Me-
dellín y Cali, en Barranquilla, en Santa Marta y Cartagena; con glorietas circulares, pla-
zas rectangulares, calles curvas, callejones penetrando hasta el centro de una manzana
tradicional, plazas atravesadas por dos ejes en cruz, o por vías diagonales o en abanico,
andenes y antejardines, aislamientos laterales entre viviendas, etc.
De las especulaciones del mercader Salomón Gutt nace en el barrio Marly de Bogotá
la cuadra partida por una calle axial, resultando veinte pequeños lotes. Poco después
el empresario cervecero Leo Kopp retomaría la idea para los galpones de la inhumana
ciudadela obrera de La Perseverancia. De los años 40 en adelante cambia la demanda,
se origina en otras capas, y además se expresa con volúmenes superiores. Cambio social
cuantitativo, cambio espacial y estético cualitativo.
Esta secuencia en el conocimiento encuentra su ilustración en el proceso histórico
de la colonización de baldíos, al cual me referí anteriormente. Al inicio de mis indaga-
ciones, primó lo factual y lo episódico. Me dediqué a localizar, identificar y caracterizar
unos casos inconexos y con cabos sueltos; sucesos aislados y casi anecdóticos de coloni-
zaciones de montañas y de fundaciones de pueblos. Sin selección previa y sin mayores
conexiones entre sí, no me proporcionaban más que datos de aconteceres.
No obstante, en algún momento el volumen de la información me obligó a su clasi-
ficación. La multiplicación cuantitativa de los hechos registrados, la magnitud de la in-
formación, no sólo implicaban sino que autorizaban, pasar a otro nivel, superior; con
un enfoque distinto, ahora de tipo cualitativo. Es cuando pude determinar un periodo
general, una fase histórica durante la cual estos aconteceres se unificaban en una amal-
gama, en un fenómeno. Pero un fenómeno que apenas veía en forma global, sin poder
aún distinguir sus partes.
Profundizando con el análisis del proceso interno, detecté varios componentes de
este fenómeno, una tipología en la causalidad, un catálogo de modalidades y actores;
inclusive un pulso y un ritmo en las olas de los ciclos, cada onda con su cima y su sima.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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Allí radican tempranos conflictos, como aquel que opone Robledo a Benalcázar, en
torno a Anserma, hacia 1540; como la negación de la villa de Leyva por parte del cabildo
de Tunja, hacia 1570-80. De igual manera, hacia 1630 el cabildo de Vélez se opone al
proyecto de sus emigrantes que pretenden fundar a Girón. Oprimido vuelto opresor,
en esta dialéctica a fines del siglo XVIII es el cabildo de “nobles” de Girón el que trata
de detener el ascenso de los “vecinos libres” de Bucaramanga y de los estancieros taba-
caleros del Pie de la Cuesta. Mientras tanto, los ediles “españoles” de Buga estorban los
“rebeldes”, plebeyos y mestizos de Tuluá y de Palmira.
Consignados en el Diario Oficial de la República o en los archivos del Ministerio
de Gobierno, pululan estos litigios a todo lo largo del siglo XIX, entre cabildos y juntas
fundadoras de nuevas localidades; prosperan las facultades de Derecho, y se enriquecen
los tinterillos y los agrimensores. Luego vienen las protestas de este siglo, como aquella
del cabildo de San Vicente de Chucurí en 1922, cuando se le escapa el área más rica de su
subsuelo con la erección del municipio de Barrancabermeja. En los años treinta, son los
ganaderos del cabildo de Cunday , los que se oponen diez años a la “independencia” de
los colonos (primero madereros y luego cafeteros) de Andalucia-Villarrica. Y así hasta
hoy, cuando tienen que litigar cinco años los pescadores costeros de Docordó para
liberarse de un cabildo que se reúne río San Juan arriba, en Istmina y a 200 kms de
distancia. De allí una voluminosa legislación, desde 1550 hasta la última Constitución,
sobre las condiciones, normas y trámites de erección de nuevas jurisdicciones munici-
pales; tan densa, contradictoria e inaplicable que por lo general no se respeta.
Si señalo lo anterior es por lo que en cada caso encuentro, vuelto anécdota local,
el substrato de una contradicción profunda, eminentemente social, y que va a golpear
y modificar un ámbito espacial. Es decir, que en cada caso se presentan los mismos in-
gredientes. En primer lugar, una contradicción creciente entre el modo de apropiación
territorial y el transcurrir, entre las limitaciones espaciales y las necesidades sociales. En
segundo lugar e ilustrando esta crisis, varios segmentos sociales en lucha, unos -siempre
envejecidos y atrasados- procurando mantener lo existente, otros -siempre nuevos e in-
novadores- propugnando por el cambio.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Lo anterior siempre fue bastante claro, y por eso muy temprano vi la necesidad
de situar mi objeto de interés en su doble entorno espacial y temporal. Son estas dos
dimensiones que me permiten establecer -o por lo menos delinear y considerar- el con-
texto que incide para determinar ciertas peculiaridades, ciertos rasgos, ciertas tenden-
cias que presenta mi objeto de trabajo desde su misma génesis, y que pesan sobre su
evolución posterior.
Avanzando, aprendí que todos los interrogantes que tengo de entrada relativos a un
caso, fácilmente se resuelven si previamente pude “rodear” el sitio mediante la reunión
de las condiciones que inciden en su configuración; adquiero un panorama general de
los factores determinantes. De tal modo, que el contexto, con frecuencia, encierra la
mitad de la solución a mis preguntas. Últimamente, digamos los últimos diez años,
el contexto es, en cuanto a dedicación y labores, la mitad de mi trabajo; la primera
mitad, y sólo abordo mi objeto específico cuando me siento armado para eso.
Inclusive, mirando mis trabajos más recientes, constato que con frecuencia, dediqué
más tiempo y espacio al contexto general que al objeto mismo. Eso es muy visible en mis
estudios sobre Manizales, Tuluá, Villarrica (Tolima), Caloto, Cartago, Puerto Tejada,
Tumaco o Barrancabermeja; y también, Buenaventura y la provincia del Raposo. Incluso
constato que en todos estos casos el manuscrito final resulta cojo; después de extensos
capítulos de premisas, la descripción de la configuración urbanística o de las peculiari-
dades arquitectónicas, no pasa de algunas páginas: lo que más me interesó fue elucidar
por qué, cómo y cuándo se llegó a eso.
Quiero ampliar lo anterior con el ejemplo de Cartago, ciudad “pendular” y oscilante,
que se mueve a través del tiempo y de la geografía. Fundada primero en el Quindío en
1540, se muda enseguida y permanece siglo y medio “entre los ríos Otún y Quindiu”,
dice Fernández Piedrahita, escribiendo hacia 1670. Publicado en 1688 su relato, poco
después perdía vigencia, siendo que la ciudad se mudaba en 1691 al lugar donde hoy
quedó. No obstante, en 1863, unos moradores decidieron regresar al Quindío, y vuelven
a fundar una tercera Cartago que se llamaría Pereira.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Y más precisamente, del buen uso de los planos malos. También se podría lla-
mar este capítulo: de la dificultad de hacer un buen trabajo con fuentes mediocres.
Pues, ni siquiera se puede confiar en la cartografía. Encuentro a cada paso
cantidades de interrogantes insolubles mirando mapas. Lo más grave es que a
veces revelan unos escollos inesperados que las demás fuentes no dejaban sospechar.
Uno había reunido una masa de datos escritos, de documentos y sobre eso había construido
una descripción, incluso una explicación. Y de pronto encuentra un plano, un mapa: surge
una contradicción entre la escritura y el dibujo. Todo se desmoronó, hay que devolverse
hasta el principio.
Desde años atrás, se concentran en mi trabajo dificultades comunes y compartidas,
más aquéllas que me son personales por lo específico de mi campo de trabajo; por ejem-
plo, la cuestión de las fuentes gráficas. Un oficio no sólo solicita ideas o creatividad sino
que además exige herramientas; la cartografía es una.
Trabajo con el espacio de donde nació la geografía y luego la cartografía; impulsada
ésta última tanto por la propiedad privada como por la geología, en últimas tanto por
el desarrollo de los medios de producción, como por los avatares de su apropiación.
En otras palabras, hay mapas y planos que necesito, son una herramienta básica de mi
oficio, algo así como el martillo para el carpintero. Pero si presentan fallas se vuelven
tan inutilizables como el martillo si no consigo clavos. Cierto es que la información se
hace visual, casi palpable, más que con la letra con el dibujo. Por eso la cartografía es
un instrumento imprescindible, un insumo indispensable de mis labores. De los textos
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JACQUES APRILE-GNISET
escritos saco datos, y con ellos dibujo mapas. Entonces, en planos y mapas se visualizan
los datos, y se ven fenómenos que no decían los textos.
Mis labores me convierten en “usuario” del espacio; por lo tanto, la geografía es la
materia prima de mi trabajo cotidiano. Pero no se trata de una geografía escolar y muer-
ta sino de una geografía viva, activa y actuante; la tengo que observar y analizar desde
la dialéctica. Pues considero los hábitats naturales como determinados potenciales
de medios materiales de producción. Los tengo que identificar y analizar como es-
pacios vitales, para entender cómo y por qué se van a transformar en formaciones
socio-espaciales, y cómo va a operar la segmentación física del entorno en territorios
humanos. En este sentido, en un momento u otro del transcurso histórico, la fuerza de
las contradicciones y la agudeza del conflicto, en un determinado hábitat será exacta-
mente proporcional a la densidad de la población, a la naturaleza y calidad de los medios
naturales, y a la disponibilidad de tierras.
En París puedo trabajar con mapas de la ciudad desde la alta Edad Media y cada
mapa es conocido por el nombre del cartógrafo. Aquí tropiezo con el espacio de una so-
ciedad que ignoraba los mapas. Surgen algunos, anónimos, pero muy tardíos y tienen la
factura defectuosa e imprecisa de dibujos de niños. Otros son de máximo refinamiento
gráfico, ocultando la destreza de su dibujo su total inexactitud geográfica.
Pero esta carencia negativa aprendí a voltearla; con el vuelco dialéctico pasó del
polo negativo al polo positivo, es decir, que de este vacío surgió mi pregunta: ¿por qué
no hay cartografía ni mapas en los archivos? y resultó una indagación completa, desde
A hasta Z, sobre este tema específico. En el camino descubrí: que sí hay algunos escasos
mapas, pero tardíos; segundo, que son rurales pero no urbanos. Y tercero, que siempre
acompañan un pleito y que sirven para litigar. Siguiendo por esta trocha llegué a estas
conclusiones:
-durante los siglos XVI, XVII, y XVIII los conflictos de propiedad (bien sea de
tierras, o de “indios tributarios” de una encomienda) suscitan cantidades de pleitos
rurales de linderos.
-por el contrario el uso urbano de la estricta geometría ortogonal y de medidas
sencillas y seguras, excluye el diferendo de mojones y linderos.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
1620 en Tunja, pieza capital para mí. Invertí en un rápido viaje y tuve la desgracia de pre-
sentarme al palacio arzobispal el día que el prelado no estaba en la ciudad. Por supuesto,
se había ido con las llaves de su despacho; donde tronaba el famoso plano...Tengo que
añadir que más tarde lo pude analizar, y que mucho después hallé otro plano de Tunja
dibujado en Bogotá en 1816, en tiempos de guerra. Cuando me puse a estudiar aquel de
1620, comparándolo con el de 1816 descubrí una ciudad más extensa en el siglo XVII
que a principios del XIX...Me quedé pensativo: la traza de 1816 tiene treinta cuadras
menos que aquella de 1620 ...Pero las cosas no paran allí, pues tardíamente encontré en
el Censo Nacional de 1912 un plano topográfico de Tunja de 1907 que tiene la singulari-
dad de no representar ningún elemento topográfico. y que además, presenta una traza
más pequeña que aquella de 1816.
Como quien dice que desde el siglo XVII se fue continuamente reduciendo el tama-
ño de la ciudad; Tunja se encogió durante tres siglos. Inclusive se volvió más bajita. El
censo de edificios de 1610 afirma que de las 313 casas urbanas, 88 son de dos plantas.
En el plano de 1620, no figuran más de unas 10 casas “de alto y bajo”, todas desde luego
agrupadas en la calle Real del Comercio. ¿Quién dijo “verdad” y a quién creer?. Sólo se
puede registrar y dudar . Pero en definitiva es sumamente difícil hacer un trabajo bueno
con fuentes malas.
La verdad es que cada uno de estos planos fue concebido con un objetivo diferente:
tributario el primero, militar el segundo, técnico y para un proyecto de acueducto, el
último. y que cada uno fue diseñado a partir de su propósito, es decir, con marcada par-
cialidad; más como intención que como realidad. En cuanto al último, al fin y al cabo no
muestra si no la parte “noble” de la ciudad, el centro, eliminando la periferia popular y
las digitaciones viales semi urbanas de pequeños labradores: tiene un marcado carácter
ideológico. Es ideología dibujada a escala, pero ante todo a escala de la ideología del au-
tor y los fines de sus clientes. Con todo eso, se evidencia que el mapa, por inocente que
parezca, no es pasivo; y nunca es neutral.
Y eso de la ideología importada irrumpiendo en la cartografía, me parece grave en
un país donde se llegó, sin reflexionar mucho, hasta el extremo de invertir los puntos
cardinales. De tal manera que se califica a países del este como occidentales y se dice
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
el oriente hablando de aquellos del poniente. Así que, en Colombia se logra esta difícil
hazaña que el sol sale del occidente y desaparece hacia el oriente.
Pese a mis dudas, trabajé en varias oportunidades con el plano de Tunja de 1620.
No obstante, debo confesar que siempre consideré que podía ser posterior; con el temor
de que alguien demuestre que es de otra época. No obstante, me atreví a usarlo para
analizar la configuración urbana de principios del siglo XVII.
Sin embargo, se puede verificar con certeza esta fecha. Basta con comparar los nom-
bres de los propietarios escritos sobre los techos en el mapa, con los patronímicos de la
época, y los libros parroquiales. ¿Quién se va a dedicar a esta tarea que no interesa a na-
die más? En cuanto a la relación entre los medios operativos, y la utilidad que se espera
del resultado, ni hablar ... Como dicen los cristianos ése es trabajo para benedictino.
Además, ahora puedo agregar que la señora Cortés (que señalé páginas atrás) hizo
lo esencial del trabajo, y con tanta minucia que sus datos me permiten aclarar algo que
no podía elucidar. Hoy puedo afirmar la relación concatenada entre:
-La densidad demográfica prehispánica y el número de pueblos de indios dados en
Encomienda.
-La relación entre el volumen de tributarios y el número de encomenderos.
-La concordancia entre la magnitud de los tributos y la riqueza personal de los en-
comenderos y de la Iglesia.
-Las condiciones privilegiadas que resultan para ciudades como Santafé de Bogotá,
Vélez, Pamplona, Tunja y Pasto.
- y finalmente, el reflejo de todo lo anterior en la arquitectura residencial o sagrada,
y su carácter ostentoso y excepcional en Tunja, a la vuelta del siglo XVI.
De todos modos, logré superar lo que era una testaruda incógnita: entender que el
efímero esplendor urbano de Tunja resulta de una riqueza producida por la Encomien-
da. Ahora sé que la ciudad tiene parte de su destino determinado por esta institución y
que la declinación urbana posterior debe analizarse a partir -y como una de las conse-
cuencias- de la decadencia de la Encomienda.
Ya señalé nuestra prolongada trayectoria investigativa, de unos veinte años. Volvien-
do al caso del mapa de Tunja, puedo indicar que inicié su estudio en 1980, pero que sólo
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JACQUES APRILE-GNISET
se levantaron mis últimas dudas en 1993. La comparación tardía del mapa original con
el censo de población que lo acompañaba, encontrado éste en los archivos de la Curia,
no solamente resolvió el asunto sino que además dio un giro cualitativo inesperado a
mis indagaciones. Tenía en la mano, además del primer plano urbano casa por casa
escala 1/2.000, el más antiguo padrón demográfico urbano del país: ambos del año de
1620. Y eso se lo debo al profesor e historiador tunjano Luis Wiesner.
En Bogotá, en el Codazzi, me costó mucho trabajo, con la ayuda algo lánguida de
un empleado visiblemente aburrido por mi insistencia (iban a ser las doce), encontrar
unos excelentes mapas cinco colores, 1/25.000 del año de 1950. Se apagó mi entusiasmo
cuando el señor me indicó sobre el mosaico de referencia un perímetro trazado en azul
incluyendo las hojas de venta prohibida por el Ministerio de Defensa. Muy amable me
indicó la oficina del CAN y los trámites exigidos “... claro que eso se demora, pero usted
estando de paso y extranjero...” eso con el nacionalismo herido y el tono socarrón al cual
me tuve que acostumbrar a estas alturas de la vida y del altiplano.
Asimismo, debo usar los mapas con cuidado, y no confiar demasiado en su pre-
cisión, en su exactitud o en su veracidad. Conozco cuatro mapas de Santa Marta dibuja-
dos entre los primeros años y mediados del siglo XVIII. Pero no confío en ninguno por
lo que son anónimos, sin fecha y puedo sospechar, apócrifos. Igual que en otras ciudades
de Colombia me toca esperar hasta 1910, es decir, hasta las necesidades surgidas de
nuevas formas de tutela extranjera, para conseguir algún plano creíble de Santa Marta.
De hecho, la cartografía se renueva y se tecnifica, con base en las exigencias técnico-
científicas que surgen del capitalismo, en las condiciones particulares de su irrupción en
Colombia. A la vuelta del siglo, tanto las necesidades de agua como la intrusión de em-
presas extranjeras de ingeniería sanitaria, hicieron más en dos décadas para la disciplina
cartográfica y la modernización urbana, que tres siglos de “madre patria”.
Cuando en 1923 el primer cabildo de Barrancabermeja solicita la colaboración de la
Tropical Oil Company para financiar el acueducto y el alcantarillado urbano, los direc-
tivos yanquis, como buenos ingenieros del MIT, contestan que con mucho gusto, pero
que primero hay que levantar el plano topográfico para tener el perfil de las calles. Y se
levanta el primer plano de Barranca, como quien dice a solicitud de Rockefeller y por
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
exigencia de la Standard Oil de New Jersey. A los cinco años de su llegada, los petroleros
yanquis tenían de la geografía de Santander una visión más precisa que aquella que
había quedado después de tres siglos de colonia española y un siglo de República.
Conseguí varios mapas del Chocó de los siglos XVIII y XIX. Pero son dibujos simu-
lando la técnica cartográfica, no más: un simulacro de cartografía. ¿Cómo confiar en
el mapa de Ambroise de la Roche, con fecha de 1804, si dice su familiar Erasmo que
lo copió en 1830? ¿Podía haber un puerto Cascajal en 1804, llamado Buenaventura en
1830? ¿Entonces? El segundo corrigió o no al primero? ¿Cómo se puede seguir llaman-
do en 1830 Citarrá, lo que se llamaba Quibdó desde fines del siglo XVIII en los docu-
mentos? Finalmente, los dos De la Roche no se percataron que Cupica queda al norte
de la bahía de Solano y no al sur, que difícilmente puede situarse cerca a las bocas del
río Baudó, y que éste no se puede llamar Napipi ... etc. Conclusión, no puedo usar una
seudo-cartografía que no fue concebida como técnica y ciencia sino como trampa, en-
gaño o superchería: quizá un subterfugio para engañar políticos o jueces en algún litigio
de sectorización electoral...
En resumen, no se puede creer ciegamente en la exactitud de los mapas: más creíble
resulta la Biblia. Por el contrario, sí podemos confiar en las fotografías, si llevan fecha
segura, desde luego. En definitiva, la veracidad absoluta del documento gráfico radica en
las aerofotografías; desafortunadamente eran más bien escasos los vuelos fotográficos
en tiempos de la colonia ...
En Medellín, existe un juego completo de mapas desde fines del siglo XIX, los
primeros que fueron levantados técnicamente por los alumnos y profesores de la Es-
cuela de Minas, es decir que de los necesarios ejercicios académicos resulta en una ciu-
dad, una no más, un catálogo gráfico, cronológicamente continuo. Pero a partir de 1920
llaman la atención de los mercaderes. Se tornan planos, a colores tipo guía turística, con
cantidades de medallones perimetrales, la foto de un prestigioso edificio “moderno”, del
parque, aforismos y propagandas comerciales. Siempre más adornados, terminan adul-
terados y no me sirven para tratar de medir las zonas sucesivas que se van integrando a
la ciudad a medida que ésta va creciendo. Es que el plano de tal año no distingue entre lo
existente y lo que estaba en proyecto; o el plano anterior presenta extensiones construi-
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JACQUES APRILE-GNISET
das que figuran como mangas en un documento posterior, etc. Comprobé luego, que
hasta hoy incluso, en Bogotá, Medellín o Cali se siguen diseñando mapas mentirosos
con extensiones en proyecto; proyectos que pueden tardar dos, tres o diez años, o
sencillamente ser descartados.
Creía haber encontrado un excelente plano francés tipo ingenieros de la marina de
mediados del siglo XVIII, sobre el cual me basé para decir algo sobre la Santa Marta de
esa época. Ahora “Proa” pública un plano apócrifo sacado de un atlas, anónimo y sin
fecha pero anterior, el cual evidencia varias contradicciones. Pero lo más gracioso es
que comparando ambos documentos tendría yo que concluir que la ciudad (igual que
Tunja) se achicó en cincuenta años... De todos modos, eso me obliga a revisar cuida-
dosamente un par de páginas que tenía listas, sobre la Santa Marta del siglo XVIII.
Cartagena es otro caso. Por razones obvias, es la ciudad que concentra la más abun-
dante cartografía histórica: se dibujó a Cartagena en Londres, en Amsterdam, en París,
en Viena en todas partes donde había algún pillo, desde rey hasta corsario, con la idea
de saquear las bodegas del quinto Real. Pero esta pletórica cartografía es más una com-
plicación que una ayuda; no hay dos mapas iguales para un mismo momento histórico.
En Cali, creí durante mucho tiempo que existía un plano de la ciudad levantado hacia
1880. Cuando por fin lo conseguí, descubrí que era el equivalente gráfico del Alférez Real,
donde cien años más tarde alguien imagina la Colonia. Era una supuesta reconstitución
del Cali de 1880, pero dibujada en 1945. Yo también puedo hacer eso, y así levantar diez
planos “históricos” de Cali desde su fundación: y de hecho lo intenté pero reuniendo y
localizando sobre mapas los datos y sucesos construidos que me suministran las escrituras
notariales y las actas del Cabildo. Otros, estos días lo están haciendo en Bogotá, para me-
diados del siglo XVII, con base en la buena información que suministra “El Carnero” .
Con frecuencia los estudiosos caen en la trampa de otorgar valor de prueba absoluta
a la cartografía. El propio Carlos Martínez, víctima de un embustero, se dejó engañar
alguna vez por un supuesto mapa colonial de la ciudad de Cali: en realidad apócrifo y
moderno. Eso era hacia 1960-65, pero este mismo mapa recorrió luego mucho camino.
Incluso se integra a los estudios del Plan Director de 1970; para que vean la seriedad con
que se trabaja en el piso 14. Luego se entroniza en Planeación Municipal, y finalmente
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
todos los estudiantes de arquitectura de tres Facultades caleñas lo usan ciegamente se-
mestre tras semestre, hasta hoy.
Es algo curioso la concepción misma que se tiene del mapa en ciertas oficinas donde
se hacen mapas. Un caso general: en Colombia el mapa urbano local, casero, que no
salió del Codazzi, siempre mezcla lo existente con los proyectos, los trazados actuales
con los trazados futuros, etc. En cambio, los del Instituto Geográfico, muy a menudo
confunden la toponimia, o la alteran. De fabricación local, para no decir parroquial, el
último mapa de Cali se inicia con dos mentiras en una sola frase; un medallón aseguran-
do que Cali fue fundada por Benalcázar, y en 1536 ... Esta abundancia de zonas verdes
y de parques, ¿existen en la realidad? .. Estas arterias del sur, amplias autopistas, éstos
«rond point» con orejas ¿dónde están? Con el plano en mano, un grupo de alumnos
míos se fue a encuestar distintos barrios indicados con todos los detalles, para comparar
su morfología y sus rasgos organizativos. En el lugar sólo encontraron potreros, árboles,
y ganado; ni casas ni vías, ni un cristiano. Se devolvieron porque no tenían botas...Los
técnicos habían dibujado un mapa que quisieron bonito, para el turista, pero a nadie
se le ocurrió que la cartografía no es un afiche; se supone que es la realidad planimé-
trica proyectada sobre un papel. En otras latitudes, hemos dedicado siglos para colocar
acertadamente 20.000 cms de terreno en un centímetro de papel, o 5.000 metros de
geografía en un metro de papel, pero en alguna oficina caleña, alguien borra eso de una
vez. ¿Quién ha dicho ciencia, cartografía?
Me ha tocado ampliar el valor de un texto de descripción territorial, transformado
en mapa. El documento original era bastante confuso, por su misma sintaxis; pero se
aclaró acompañado con mi dibujo. Es éste mismo sistema de transcripción gráfica, la
técnica que me ayudó para captar las características espaciales de la primera sectori-
zación del país, los límites y las dimensiones de la división política-administrativa en
gobernaciones y municipios, instaurada a mediados del siglo XVI. Este es uno de los
senderos mediante los cuales detecté los conflictos de “términos” que brotaban por do-
quier a medida que se iban fundando ciudades nuevas en territorios ya adscritos a una
jurisdicción; disputas que se multiplicarían en los siglos XVII y XVIII, e incluso durante
el siguiente.
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JACQUES APRILE-GNISET
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
TRABAS Y ESCOLLOS
Igualmente tengo que usar los libros con cautela. Ayudan mientras no estorban o
castran. Fortalecen la cultura, mientras no llegan al exceso de paralizar el pensamiento;
convirtiéndose entonces en el contrario de su vocación y en limitante de la cultura. Un
escollo está escondido, del cual debo estar pendiente: el fetichismo, la sacralización. Así
prevenido, puedo conservar la sagrada libertad de poner en cuestión.
Aquí cabe otra anécdota ilustrativa. Hace unos veinte años, se publicó en París un
pequeño ensayo mío sobre Colombia, en el cual, de paso, demolía alegremente y sin
compasión alguna, uno que otro mito de la mentirosa historia patria. Este texto inocuo
me valió copiosos (y bien merecidos) insultos tanto de mi Embajada como del Tiempo y
de La Patria. Me acuerdo que entre otras cosas, después de una lectura de la hagiografía
de las guerras de Independencia, y con partes militares de Soublette en mano, llegaba
a la conclusión sacrílega que en el Puente de Boyacá no hubo la tal grandiosa “batalla
napoleónica” que se pretende.
Esta revelación -no era denuncia- era inaceptable para algunos; engañados y felices
de serlo, la consideraban como una blasfemia y una profanación, un sacrilegio; me ex-
comulgaron. A los veinte años, estos días de 1993 encuentro en una Gaceta Dominical
de provincia dos páginas de un historiador (se llama Germán Patiño) destruyendo esta
misma gloriosa leyenda militar. Reduce la hazaña a su tamaño de breve escaramuza
entre las dos y las tres de la tarde, e igual que yo concluye que no pasó a mayor. Incluso
se atreve a escribir esto:
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JACQUES APRILE-GNISET
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Examinando fríamente el uso que hago de la literatura sobre el país, me doy cuenta
que en la casi totalidad de los textos, buscaba exclusivamente informaciones y datos;
incluso y con frecuencia, estadísticas y cifras. Sólo en algunos pocos ensayos, buscaba
visión e ideas, reflexión y altura; y más que todo el talento de la creatividad y de un
pensamiento libre, original y novedoso. En este sentido, considerando mis propios in-
tereses temáticos me doy cuenta que varios investigadores cada uno en su campo de
conocimiento propio, sobresalen por su seriedad y por su lucidez. Pienso en Catherine
Legrand, Juan Friede, Darío Fajardo, en los cuales, a pesar de las diferencias de per-
sonalidades, finalidades y trayectorias, encuentro afinidades y la sustancia de una
materia prima a la vez “útil” y procesada . En ellos no busco datos para el análisis, sino
la ayuda de un pensamiento libre y “de ruptura”, con una visión global y una reflexión
de síntesis.
Los dos párrafos anteriores me llevan a matizar la idea de información. No vale
tanto, en mi opinión por su volumen como por su calidad. No es asunto de cantidad sino
de exactitud y de veracidad; más vale un escueto dato verdadero, que cien datos dudosos
y que mil noticias de escasa fiabilidad. Ciertamente, en determinados casos es preciso
acumular información. El límite es cuando pasa de útil y necesaria, a sobrante e inmane-
jable: entonces su volumen la torna inutilizable. Con la transformación de la cantidad
en calidad, escasa era insuficiente y no me servía; pero superabundante me ahogaba.
Volviendo sobre la cuestión de la precisión y de la veracidad, regresemos una vez
más a Cartago, para ilustrar unas dificultades que se me presentan con cierta frecuencia.
Varios libros escritos este siglo sobre Pereira y sobre Cartago, señalan todos que ésta
última se mudó en 1691, cuando contaba con 180 casas distribuidas en 26 manzanas
y agrupando 1.156 habitantes. Eso es importante por lo que me proporciona indicios
sobre la configuración y la extensión que tendría, en sus inicios, la nueva fundación de
Cartago. Sin embargo, me tocó repetir, sin más, lo que dicen estas fuentes secundarias.
Eso por lo que ningún autor indica su fuente. No he tenido acceso hasta ahora al docu-
mento original y contemporáneo del traslado. ¿En qué fecha se levantó, en qué archivo
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JACQUES APRILE-GNISET
está, qué más datos me puede proporcionar? En estas condiciones, no puedo sino dudar
de la exactitud de estos datos modernos y de segunda mano, pero sin tener la posibilidad
de cuestionar, ni comprobar su veracidad. Con este ejemplo, queremos señalar la bre-
cha que detectamos muy a menudo, entre un acontecer comprobado y la información
incompleta o vaga que de él nos llega. En este caso, no estamos cuestionando la auten-
ticidad de un suceso, pero sí la validez de la interpretación de sus transmisores. Pero,
por obviamente absurda que resulte esta interpretación, nunca conseguiré las pruebas
documentales que permitan demostrar su falsedad.
Algunas veces me tocó parar un trabajo y darlo por concluido; y en este mismo
momento de finalización me llegaron fuentes e informaciones nuevas, que por algún
motivo eran anteriormente inaccesibles. Es así que tardíamente pude localizar el diario
de un fundador de pueblo; estaba en una prendería pueblerina del Quindío y no tuve
tiempo de subir hasta su hermosa colina.
Es así como la llave de la fundación de Bolívar (Valle) radica en un mapa de 1876
guardado en la notaría local. Hace añicos unas tesis equivocadas sobre unos pueblos
de conquista y que refuté con argumentos del sencillo “sentido común”; pero mal y de
manera poco convincente, por tener entonces más intuición que apoyos documentados.
No he podido sacar el día que necesito para buscar y analizar este mapa. Quizá sólo lo
logre después del incendio de la notaría ...
Hace tiempo que estoy aplazando la visita al único testigo vivo de la fundación de
Caicedonia, Valle. La muerte no da tantos plazos, Ofelia Giraldo tiene más de 80 años.
Eso es mucho vivir en Caicedonia, y tengo que apresurarme.
También ha ocurrido lo contrario; que una primera difusión de mi trabajo, una
conferencia en un pueblo por ejemplo, lo reactivó; le dio impulso y cambio de rumbo,
de manera a veces inesperada y accidental. Terminada mi exposición, se me acerca una
diminuta viejita amarillenta que parece un pergamino, y me dice : “soy la hija de fulano,
el plano que hizo mi papa y que usted dijo que no encontró, lo tengo en la casa, camine se
lo muestro” ...
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Relacionado con el punto anterior quiero señalar una falla operativa y de origen bu-
rocrático, que nunca he podido superar y que parece ser una fatalidad celestial y un cas-
tigo divino. Cuando preparo un proyecto, adjunto un cronograma y un presupuesto, del
cual tengo que rendir cuentas a alguien al final. Articulo la fase informativa pensando
por ejemplo: primero el viaje a San Pablo, una semana de observaciones in situ, archivos
de la alcaldía y notaría, levantamientos, dibujos, material fotográfico, entrevistas, etc.
Luego, segundo viaje a los archivos, digamos en Manizales o en Tunja. Siempre, siempre,
terminado el trabajo, primero en San Pablo y luego en Manizales, brotan interrogantes
inesperados que me obligan a un nuevo viaje a San Pablo, cuando no al archivo central
en Bogotá, que no eran ni previstos ni presupuestados. Si programo las labores al revés,
pasa lo mismo. Inicio las tareas en Manizales, sigo en San Pablo y alguien allá me dice:
“Este documento señor, usted lo encuentra en Manizales”.
Empezando en un sitio u otro, siempre concluyen las giras por la necesidad de otro
viaje, el cual no ha sido presupuestado. Si incluyo dos viajes en mi proyecto algún audi-
tor-verdugo (el sicario del investigador) me preguntará:
“¿Y por qué tiene que ir dos veces a Manizales? Sólo le pagamos un viaje”.
Sospecha el celoso cerbero del Ministerio de Hacienda que voy a pasear a Manizales;
pero ¿a quién se le ocurre ir a Manizales por gusto y de paseo? De todos modos la mo-
raleja sería: hasta dónde se puede pensar en lo inesperado y los imponderables, prever
lo imprevisible ...
Asimismo, no puedo omitir señalar el escollo que constituye la dispersión de la
información, y más que todo de los archivos históricos. Me interesa saber lo que era
Tumaco a fines del siglo XVIII, y qué es eso de una comuna popular proclamada por
negros palenqueros de un caserío surgiendo en una isla arenosa, con 60 chozas pajizas
y 391 habitantes; que brota cuando agonizan las comunas del oriente, que dura un año
completo, y que ningún historiador ha siquiera mencionado. Hasta tal punto que mi
única pista es la tesis de Grado de Gloria Gómez titulada “Tumaco 1781” .
Surge de diez interrogantes un apasionante tema de indagaciones. Para vencer estos
enigmas viajaré hasta la arenosa, donde no encontraré nada (todo ardió en 1947) y lo
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
todos los habitantes en 1620, cada poblador registrado con nombre y apellido. Así pude
basarme en este padrón para realizar un ejercicio de geografía social-urbana. Pero no
volví a encontrar los padrones de épocas posteriores que me hubieran permitido seguir
la migración de las familias en el espacio urbano. En Cartago encontré el padrón “mu-
nicipal” y urbano de 1771, doblemente precioso. Pues, por una parte pude construir un
mapa hipotético de la distribución social de los moradores en el ámbito urbano y sub-
urbano. Asimismo, los datos onomásticos me ayudaron para entender ciertos tópicos
relativos al poblamiento del Chocó; por ejemplo, la relación directa entre los mestizos
dueños de minas o sus capataces, procedentes de Cartago, y el surgimiento de sus
apellidos en las cuadrillas de los Reales de Negua, Tadó, Nóvita, etc.
Igual cosa pude hacer con la estadística agropecuaria del Cauca levantada en 1721,
o con las listas de minas y mineros en 1746, 1756, 1777, 1797, referidos a comarcas que
van desde el río Bebaramá, hasta el Patía y Barbacoas. Datos tan valiosos que inclusive
permiten entender ciertas deformaciones; Mina vuelto Mena, Pereañez convertido en
Perea, Tres Palacios reducido a Palacios, la cadena Echeverry-Chaveri-Chaverra, Mo-
rillo vuelto MurilIo, La EsprielIa quedando Asprilla, Ribas ayer vuelto Rivas hoy, y mu-
chos más.
Pero más allá de las curiosidades idiomáticas, lo que aquí me interesa es seguir la
huella de estos apellidos en su posterior deambular por el territorio hasta hoy, para
elaborar un mapa de los desplazamientos de población que se producirían a lo largo del
siglo XIX; para finalmente identificar ciertas corrientes de migraciones y poblamiento
de nuevos hábitats en la región del Pacífico.
Pero como decía, estas listas son vestigios afortunadamente rescatados, mas escasos
y aislados, carentes de la necesaria continuidad para yo poder hacer un trabajo completo
y de cierta validez. Entonces, en estas circunstancias mi trabajo no puede ser más que
una muestra parcial, y de poca consistencia.
Claro que tropecé contra los escollos de la noción de tiempo histórico y de sus di-
versas dimensiones. Vacilé ante las duraciones, tiempos cortos o tiempos largos, desde
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
meses o años hasta siglos; dificultad que señalan prácticamente todos los historiadores
franceses desde principios de siglo, como lo recuerda un libro de Jacques Le Goff sobre
La Nouvelle Histoire. Dividir y partir los períodos, cortar, separar y articular es en Co-
lombia, muy a menudo, casi imposible a causa de la discontinuidad en la información,
de la carencia de documentos o de su carácter fragmentario.
Confieso que frente a la aparente inmovilidad del régimen y del período colo-
niales, ante la carencia de movimiento perceptible, me queda prácticamente imposible
determinar las rupturas, los cambios de ritmo en el pulso que experimenta un territo-
rio determinado, un hábitat. Contrasta este carácter estático con la intensa movilidad
que adquiere el territorio de la República; gentes y cosas circulan como nunca antes,
se incrementan las relaciones entre lugares y hábitats. Se multiplican los caminos, y la
historia de los caminos y senderos se convierte en la historia del fraccionamiento del
latifundio; en el espacio natural virgen los caminos y su trazado permiten reconstruir la
historia del poblamiento de un nuevo hábitat, y desde luego las peculiaridades físicas,
catastrales y sociales de éste último.
Pero quizá se me escapó alguna duración corta dentro de los tres siglos de co-
lonialismo español, durante la cual el país experimentó una dinámica que no supe
percibir. No había visto más que tiempo petrificado, no descubrí un tiempo activo y
móvil; y eso que estoy siempre alerta, muy atento a detectar el movimiento.
Para ilustrar lo anterior, si me limito al material documental de los Informes y Rela-
ciones de Mando, resultaré convencido que entre 1750 y 1790, está el período durante
el cual más proliferan las villas y parroquias mestizas de vecinos libres. Pero si me de-
vuelvo a fuentes anteriores encuentro sus gérmenes hacia fines del siglo XVII, en Me-
dellín, en Purificación, y en diez pueblos de los Santanderes. En un caso el fenómeno
dura medio siglo, mientras en el otro es más que centenario; es cosa distinta. Hay más, y
es que la documentación deja entre estos dos extremos un hueco informativo abarcando
la primera mitad del siglo XVIII; no sé yo qué ocurrió durante 50 años. Por lo tanto, no
sé si es lícito ligar lo de fines del XVII con lo que ocurre cien años después; o si se trata
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JACQUES APRILE-GNISET
de algo diferente, que debe enfocarse de otra manera, con otra visión, otros criterios,
indicadores o variables. Considero que esa es la diferencia entre tratar la historia con el
debido respeto, o maltratarla.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
presencia y su interés. Y asumir con seriedad esta nueva responsabilidad con la cual se
iba estrechando mi sagrada independencia, pero ampliando mi audiencia. Poco después
me derrotaba la vanidad: había ganado público -¿por unos días?- pero perdido toda
libertad, y para siempre.
La comunicación se me presenta como una situación nueva, ya no de creatividad,
sino más bien de transmisión del conocimiento. De investigador paso a ser exponente
del saber adquirido. Una aspiración individual culmina en una responsabilidad social.
Quedó atrás la satisfacción personal de haber logrado resolver un enigma. Ahora se
trata de la pertinencia y del acierto, que hacen posible ser compartido -o controvertido-
por otros este conocimiento. Es un momento crucial, pues mediante la comunicación se
somete a prueba la validez social de mi trabajo.
Es indispensable para mí separar -distinguir y no confundir- la producción y su
divulgación. Disociar los métodos, técnicas y herramientas usados para la construcción
de un conocimiento; y los instrumentos de su exposición y comunicación. Éstos, según
el caso, pueden ser un informe minucioso, un ensayo reflexivo, un artículo condensado
y más global, modalidades visuales o gráficas (independientes, o con mi participación),
o una sencilla conferencia oral. Desde luego este abanico de modos de transmisión y la
selección de una modalidad o de un estilo, también tienen que ver con mi propósito.
Éste puede ser de distinta índole: descriptivo, analítico, explicativo, sintético; de uso per-
sonal o dirigido a los demás, de “consumo interno” en la universidad o “de exportación”
afuera, pedagógico o no; modesto, parcial y de avance, o más ambicioso.
Siempre tengo que considerar para quién estoy trabajando. Lo cual de entrada me
puede orientar hacia ciertas técnicas y descartar otras, pensando en la transmisión ade-
cuada de mi trabajo, y más que todo en su óptima comprensión. No siempre trabajo
para alumnos de una universidad ni mucho menos para la Escuela de Arquitectura. En
Letras, Sociología o Historia, o en la Casa de la Cultura pueblerina, nadie sabe -ni tiene
que saber- lo que es un plano con escala 1 a 100.000 y en qué se diferencia de un mapa
catastral urbano de1 a 500; ni mucho menos por qué en nuestra jerga, curiosamente, al
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
primero se le llama “escala pequeña” y al último “escala grande”. Despreciar eso, fácil-
mente lleva a la pedantería académica y a esta exhibición de erudición que permite
identificar sin error a los imbéciles; tanto en las aulas de Meléndez o del Volador, como
en el resto del planeta. Inclusive llega un momento en que la erudición se vuelve ofen-
siva para los demás.
¿A quién me dirijo? El problema indicado no existe si soy el único consumidor
de mi producto; la “investigación casera de pancoger”, se podría llamar. Pero si pienso
divulgar mi trabajo entre un grupo, soy el único responsable de mi capacidad de co-
municación. Si cuento algo a los demás, es con el propósito que me entiendan, es decir,
que si mi público no me entiende la culpa no es del público, es mía. Por lo demás estoy
convencido que entre más complejo es el tema, más fácil resultará su comprensión si
se transmite con un lenguaje trivial excluyendo (hasta donde se puede) el vocabulario
técnico o la terminología propia del oficio; e insisto, exento de erudición exhibicionista
y de vana pedantería.
Esta necesidad de hablar claro y no dejar campo a la ambigüedad, se me eviden-
ció alguna vez en un congreso en Medellín. Terminada mi exposición, dos oyentes se
enfrascaron en una polémica en tomo a lo que yo había dicho. Uno de ellos, tratando
de amarrar de manera burda una tesis mía con sus inclinaciones políticas llegó hasta
sugerir que me había explicado en forma confusa; y siguió explicando él, que era lo que
yo quería decir. El público advirtió enseguida la maniobra, protestó; pese a mi espantosa
pronunciación, todos habían entendido: no había ningún tal malentendido sino para
aquellos dos polemistas. Me tocó intervenir y en forma tajante: “No necesito su traduc-
ción o su “aclaración”, gracias; lo que quería yo decir es exactamente lo que he dicho”.
Allí viene a propósito el cuento del nudo gordiano. Sesionaba la asamblea nacional
de una organización popular de vivienda. Invitado a dictar una conferencia, esperando
mi tumo escuché la docta exposición del abogado que me precedía. Era un erudito
y un doctor, y al parecer había decidido escoger la terminología que menos podían
entender unos obreros y campesinos procedentes de los más apartados rincones del
país, Guaviare, Urabá, Vichada; muchos de ellos analfabetas, según la rudimentaria
definición del DANE.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
Recordarme que existe una plaga inevitable a lo largo y ancho del país: una peste
tropical, endémica e imprescindible. Es aquel auditor que llegó tarde y que pregunta
al final, señalando “críticamente” y con mucha propiedad, “un vacío en la exposición”;
siempre, siempre, pregunta sobre algo que se expuso muy detalladamente y de entrada,
cuando él no estaba.
Otra plaga que parece proliferar en estas fértiles tierras calientes del trópico,
es el erudito que consiente en dirigirse a nosotros “los cafres”. Hace poco uno se
gargarizó durante media hora frente a cien pobres diablos como yo; pocos podían
entender “desindustrialización”, “enfoque tripolar”, “globalización”, “perfil horizon-
tal”, “ruralización” o “reprimarización”. Me pregunto: ¿Es eso “comunicación” o
búsqueda deliberada de incomunicación?
Otra lección recibí en Medellín, donde alguna instancia del alto gobierno había de-
cidido convocamos para convencemos de algo, tan importante que se me esfumó al día
siguiente detrás de la fragancia del ciprés, en mi subida al aeropuerto de Rionegro. Con
este objetivo los bogotanos -que a veces actúan como si fueran “pastusos” contrataron
a destajo un experto, un asesor de estos “free lance” con dos Ph.D. Pero ante nosotros,
invitados con simple papel de “participación popular”, expuso una cosa, de por sí muy
sencilla, en una jerga pastosa, agro-filosófica y seudo científica “made in” Javeriana; con
la cual ésta se volvió un galimatías enigmático y melcochudo, más adecuado para el
rechazo que para convencer.
El mismo conferencista se dio cuenta que nosotros los brutos de provincia no en-
tendíamos qué era eso de “lo fractal”, y que la cosa se complicaba cuando la “fractalidad”
además era “holística”. Pero el expositor, benévolo con estos iletrados campechanos se
corregía después de cada frase: “Con eso lo que quiero decir...” Y más adelante; “Lo cual
en otros términos significa que ...” y luego: “O sea, con otras palabras ...” etc. Hasta que
entre los auditores, uno de los “pastusos” le aconsejó: “Siendo que no entendemos su ter-
minología, y que usted a cada rato tiene que explicar cada vocablo “con otras palabras”,
porque no los elimina. Así puede de una vez decir todo en forma sencilla y con las “otras
palabras”.
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Y en cada evento tropiezo con otra calamidad nacional, aquel angustiado autor que
me persigue sin compasión con su último libro en la mano; recién publicado, quiere
que lo lea yo, y se lo comente. A veces, colocó estratégicamente su mesa-ventorrillo en
el pasillo donde todos tenemos que pasar. Bajó de escritor respetable a librero bufón.
En mi caso todos fueron muy benévolos conmigo en esta tierra; publicaron textos
con ideas mías que no comparten, inclusive que combaten. No puedo exigir más elegan-
cia, más “clase”, y no puedo exigir, además, que me lean.
Es probable que Van Gogh dedicó más tiempo a escribir que a pintar. Quizá pintó
quinientos lienzos y escribió mil cartas; más numerosas son éstas que sus cuadros y más
numerosas resultan las obras del literato que no era, que aquellas del pintor que fue. Eso
porque, despachada una pintura en pocas horas, mas tenía que dedicar el día siguiente
para explicarla, y argumentar su angustiosa búsqueda pictórica mediante la escritura, en
las cartas que acompañaban el envío del chasis a Theo y al comprador.
Mi libro, según sus méritos y fallas, sus llenos y sus vacíos, tendrá el destino que se
merece. El libro mío es bueno o es malo; está hecho con papel y palabras o con ideas.
O se defiende solo, guardando la altura mediante un par de ideas; o se cae solo, por el
peso de papel, de la palabrería y la vacuidad. De tal modo que si tiene méritos, algún
día él mismo encontrará sus lectores. Dejemos el libro quieto y no quitemos el pan a los
libreros.
A unos expositores, quizá les parezca vergonzoso no saber ni poder contestar una
pregunta; entonces improvisan una respuesta apresurada, a veces en forma expeditiva
y vergonzosa. Me parece más condenable la superchería, que lamentable la ignorancia.
Un asistente me hace una pregunta sobre algo que nunca supe ni estudié, generalmente
muy alejado de mi temario: contesto sencillamente:
-”No lo sé.”
Entre dos vergüenzas, me parece más honorable ésta a la anterior.
Otro aspecto de la cuestión es el resultado escrito, el producto final de una investi-
gación. Constato a diario que una excelente investigación puede concluir en un pésimo
informe. Y que no se debe tampoco confundir informe con libro. El informe -5 o 10
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
copias a máquina- se dirige a un círculo restringido de mis pares, quizá seis en el país,
dos en Leningrado, otro en Bologna, uno en Tombuctu. El libro es una mercancía que
se fabrica en un taller, se vende entre las zanahorias y los champús, siempre muy cerca
del papel toilet (lo cual sugiere una relación espacial WC-biblioteca), y se dirige a una
amplia audiencia de consumidores neófitos.
Digo eso con toda la cínica lucidez del caso. Tengo editado varios libros pésimos que
son el resultado final mediocre, de una investigación que no lo era tanto. Eso me pasó
por haber privilegiado lo investigativo y descuidado lo comunicativo. Fue así porque
estaba convencido de que sería yo el único usuario de las respuestas a mis interrogantes.
Pensaba desde el principio que el asunto en cuestión no interesaba a nadie más que a mí;
actué en términos de saber personal, no de libro.
Sin embargo, puede ocurrir lo contrario, un libro espectacular o asombroso origi-
nado en los resultados de una pésima investigación. Hablando del campo de mi interés,
estos días veo en vitrina dos productos ordinarios -en su contenido- sobre Bogotá y
sobre “la colonización antioqueña”; pero ambos empacados en un lujo deslumbrante
-en su presentación- y con un precio más alto que el nevado del Huila. Eso por lo que
unas empresas editoriales descubrieron que en estos tiempos de la nueva “danza de los
millones” hay gentes que necesitan libros por metro, para llenar unos estantes ante los
cuales se hacen retratar para la televisión.
Y hablando de libros, aprendí a ser paciente. Un escrito mío quedó sin editor du-
rante cerca de diez años, otro yacía en un cajón dos años después de su terminación: lo
más curioso es que por casualidad ambos se publicaron al tiempo a fines de 1991. Otro
manuscrito estuvo meses pasando de comité a evaluador, de comisión a Junta Editorial,
y de ésta a comité y segunda evaluación...Un trabajo sobre Barranca, aquel que más me
gusta, quedó varios años dormido en un estante, en el bunker del CINEP. Sin embargo,
fotocopiado aquí y acá, en Bogotá, Tunja, Bucaramanga o Barrancabermeja, tengo el
alegre consuelo de un record: haber sido “pirateado” antes de publicado. Pero no me es-
toy quejando. Lo que quiero decir es lo siguiente: uno trabaja, los demás evalúan el valor,
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geométrico en cada municipio donde se registró tal fenómeno, o varios para expresar
cantidades. Decidió cubrir con una mancha en monocromía, la totalidad del municipio.
Pueden juzgar del efecto visual en un mapa territorial con jurisdicciones municipales
que fluctúan entre 10 y 10.000 kilómetros cuadrados; con municipios orientales que
pueden tener incluso, mayor extensión que un departamento central completo. Desde
luego el público fue muy impresionado por el mapa y su reacción mostró que confundía
-con toda razón- localización con extensión. El mapa distorsionaba por completo la
información y exageraba la importancia que indicaban los datos; adulteraba la realidad
y hasta contradecía al expositor.
Otro excelente investigador de la sociedad colombiana, de renombre y muy serio,
para un estudio de criminalidad regional, dedicó un año en el registro diario y minu-
cioso de todos los masacrados y destripados del Cauca Grande. En el momento de con-
struir el mapa, adoptó una sectorización territorial errónea, resultando el coeficiente
de homicidios de Puerto Tejada superior a aquel de Cali. Sencillamente delimitó el
territorio sin considerar que a diez minutos de Cali, esta metrópoli tiene en los caña-
duzales su extenso “cementerio informal”; especie de botadero de cadáveres, todos
“importados” de Cali, pero situado en jurisdicción de Puerto Tejada donde se regis-
tran y se tornan estadística los finados.
Nunca se me olvida este aforismo según el cual uno escribe lo que cree para que
luego todos crean lo que uno escribió. En otras palabras soy consciente que aquí están
los que hacen historia, allá los que se la adueñan, y acá los que la cuentan. La interfieren
productores, propietarios, parásitos, y alguno que otro charlatán o mercenario profe-
sional; por ejemplo, el distinguido y condecorado maestro, venerable dueño y apodera-
do de la historia del país, con su tenebrosa pandilla de inquisidores mac cartistas.
Siempre tengo presente esta definición de un campesino asegurando que “hay dos
historias, la de ellos que está en los libros y la nuestra que quedó en nuestra memoria”.
No había leído a Marx e ignoraba la famosa tesis, pero no tenía dudas:
-”Como son dueños de todo también son dueños de la historia”. Visiblemente era
partidario de la expropiación ...
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Para él, era claro que los que la cuentan en nombre de todos, son peones a destajo de
aquellos que se la adjudican; pero que en definitiva unos la “hacen” y otros la padecen.
Claro que eso nos llevaría a otro tema, que no cabe aquí y para el cual no tengo autori-
dad: el triste papel de notario, de tinterillo o de escribiente que cumple el historiador
cuando se contenta con “escriturar” la historia como propiedad titulada de la clase di-
rigente.
Un personaje de Humberto Eco lo dice a su manera:
-”La historia oficial es la que escriben los vencedores”.
Por eso debo dudar de entrada, sistemáticamente, de todo lo que proviene del cam-
po de los “vencedores”, que además son también “vendedores” de ideas y de la historia;
combinan con destreza los negocios con la ideología.
Lo anterior me obliga a una total “desconfianza metódica” ante los adjetivos y las es-
tadísticas; igual sospecho de las ideas o los números, y mucho más cuando las primeras
se sustentan en los últimos. En “otras palabras”, como decía el “freelance” javeriano, (y
para no citar sino un ejemplo) hay dos maneras (por lo menos) de festejar los 500 años:
con alegría unos, con lágrimas otros. Es que el asunto puede considerarse desde varios
enfoques:
- España descubrió América.
- América “descubrió” España.
- descubrimos a los españoles.
Estos días una señora escribe en El País -más con la imaginación que con la razón-
sobre las ruinas de un supuesto fuerte militar hispánico del siglo XVI encontrado por
los arquitectos Salcedo arriba del Cerrito (Valle), encaramado en la cima de una colina,
y que bien pudo ser un refugio-trabajadero de pastor en el siglo XVIII, o cualquier cosa,
en cualquier época. Comete el error de confundir los pequeños huecos del andamiaje
transversal de sujeción de la formaleta del tapial, con puestos de tiro para arcabuceros,
nada menos. Y luego se dedica a esta historia invertida en la cual el vencido difunde con
penoso servilismo, la visión y la ideología de sus vencedores:
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-” .. .la construcción de dichas fortalezas se explica por la guerra sin cuartel declarada
por los indios contra los colonizadores españoles, etc ...”.
Una dificultad personal directamente ligada a mi origen geo-cultural es la siguiente.
En Europa tenemos un sistema de comunicaci6n oral muy burdo, limitado a la palabra.
Ustedes los americanos -igual que los orientales- son mucho más refinados en eso: se
expresan tanto -y hasta más- por el silencio que por el sonido. Desde luego no domino
este arte del eufemismo, del medio decir y de lo sugerido, que ustedes manejan con
suma sutileza; aunque, a mi parecer en detrimento de la expresividad y de la claridad. El
resultado actúa contra mí. Hablo siempre demasiado claro y en ciertos recintos resulta
chocante; pues se considera hasta como una agresión, cuando no como infantilismo por
lo sencillo de mi vocabulario. Desde luego tengo que reconocer y asumir esta falla mía.
Otra dificultad procede del idioma y confieso que el manejo del castellano ha sido,
y sigue siendo para mí, difícil. Y en el tránsito de manuscrito a libro, a veces provoco
dolores de cabeza al “corrector de estilo”. Sobre todo cuando él cree que me equivoqué,
y decide por cuenta propia cambiar mis palabras por las suyas. Ha visto toda la vida la
palabra agronomía y no puede aceptar agrología; decide tachar aborigen y escribe indí-
gena, vocablo que considero barbarismo y nunca uso; más grave aún, actuando su sub-
consciente, reemplaza deliberadamente mestizo por criollo. Como se ve, en este último
caso llega hasta confundir estilo con ideología. De tal modo que terminado su trabajo,
siempre me toca corregir al corrector ...
Aunque la entiendo, no comparto esta tajante prohibición de Mao Tse Tung:
- “Quien no ha investigado no tiene derecho a hablar”.
Siendo mi máxima frustración mi aislamiento, mi reclusión y mi ausencia de co-
municación por carencia de colegas, eso significaría la soledad definitiva. Por el con-
trario, yo busco el diálogo y tengo que aceptarlo con aquellos que no saben lo que yo sé;
reconozco el valor estimulante de estos “intercambios desiguales”. Eso no es pose sino
convicción; de lo contrario no escribiría esto.
Es más, me ha ocurrido en varias oportunidades que la pregunta desprevenida de
un neófito, con la ingenuidad de su ignorancia, actuó como revelador. Algo así como el
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niño del cuento que fue el único que vio que el rey estaba desnudo. Me abrió una visión
que se me había opacado porque los árboles me escondían la selva, o que la selva me im-
pedía ver los árboles. Adicionalmente, puedo decir que la divulgación, muy a menudo se
convierte en colaboración. El año pasado, durante una clase señalé las dificultades con
las cuales tropezaba para seguir, en Cali, la pista de los planos que levantó el ingeniero
Karl Brunner en 1944. Enseguida dos alumnos me informaron; habían visto un pro-
grama de televisión durante el cual se entrevistó a su hija. Me dieron los datos que me
permiten retomar la pista extraviada.
Hace poco tuve esta sorpresa, que una alumna de un postgrado después de leer un
largo y enredado texto mío, logró en su examen final sintetizar en una frase lo que yo no
había logrado en muchas páginas:
-”La ciudad es un elemento de la organización de una comunidad, que surge en un
momento ascendente de su trayectoria histórica”.
No solamente había entendido lo que yo quería referir sino que lo expresaba con
una fórmula sencilla, compacta; y mejor que yo.
Cierto es que manejo la instrumentación con una gran cantidad de datos durante mi
trabajo pero quedan muy pocos en el producto final. Aprendí la economía, soy parco.
Siempre elimino del documento final los datos que me parecen fútiles y sólo expongo
los datos decisivos, terminantes y convincentes.
Siempre me han aburrido los libros plagados de citas, referencias entre paréntesis,
(Brown y Vasilievich, 1879, página 354) y dos renglones abajo (Smith y Muller, 1918,
79, Swann and Proust editores) y tres renglones abajo (Fuller y Cornegidouille, 1962,
198 y también Lecon-Lajoie, 1957, 346). Largas referencias bibliográficas al pie de cada
página, con enigmáticas fórmulas latinas, ibid, cf, op. cit., etc, sin olvidar este tipo de
canallada: Véase ... aquí un largo título en húngaro o en serbio, el autor con apellido
impronunciable, algo así Trmibcht Wrkmutrck y finalmente: Biblioteca Musulmana Im-
perial, Estambul, Fondo ACV, Sección siglo XII, Manuscritos, N° 767, Libro 45, capítulo
l6, folios 90 y 91); es decir, todo este aparato de la escuela norteamericana. La lectura
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resulta una tortura, uno tiene que interrumpir el hilo diez veces en una página; más
que leer (y con gusto) uno tiene que décriptar, y con fastidio. He padecido tanto este
martirio en América que no lo voy a infligir a los que me leen. Hace poco leí una serie
de estudios históricos de los más renombrados historiadores franceses, miles de páginas
sin una sola interrupción, textos bien escritos, con estilo y clase. Al final vienen las 20 o
50 páginas enumerando todas las fuentes... En eso seguiré siendo galo.
Hace poco se me presentó la oferta de publicar un texto mío; me alegré, pero ense-
guida volví a hojear el manuscrito, entonces me asusté ante sus deficiencias y sus vacíos.
Se trata de un texto sintetizando años de trabajo, especie de “collage” de veinte investi-
gaciones distintas sobre la ciudad y los hábitats colombianos. Pero cada ensayo lleva la
impronta del momento en que se hizo; y uno cambia y avanza en veinte años, porque
va aprendiendo. Estos textos se refieren a indagaciones muy variadas: el sitio y su exten-
sión territorial son diversos, el hábitat considerado tiene sus peculiaridades, el momento
histórico tratado es distinto, el tema central o el fenómeno que más me interesó, más es-
tudié y más desarrollé, es diferente de una indagación a otra. En resumen, de un ensayo
a otro, se presentan numerosas desigualdades y desniveles. A veces, precisamente las
desigualdades se originan, de manera bastante prosaica, en el hecho que para determi-
nada labor disponía de fuentes abundantes y de excelente exactitud, mientras para otras
se padecía la más extrema penuria.
Claro me asusté; enseguida me dediqué a tratar de “nivelar” el conjunto y remediar
sus fallas más protuberantes. Me lancé en la tarea de insertar cantidades de adiciones,
durante meses, tanto que proseguían estas correcciones estando el texto en la imprenta,
luego en las galeras de las pruebas. Trabajo vano, con el libro en la mano me doy cuenta
que estas desigualdades subsistieron. Apenas logré complicarles la vida a los tipógrafos
de la editorial...
Ultima reflexión que se podría llamar: de los peligros de una excesiva confianza.
Hace muchos años, un alumno de Comunicación Social, (que quiere decir periodismo)
vino a consultarme a propósito de su tesis. Me solicitó, y le presté con ingenuidad, el
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borrador, por lo demás muy crudo, de un pequeño texto en elaboración. Salí de vaca-
ciones y cuando regresé me enteré: primero que lo había hecho publicar, con mi nombre
eso sí, en un pasquín local; supongo que le dieron a él, unos centavos por mi trabajo.
Segundo, supe que dicho texto había levantado una polémica parroquial; y tercero, que
en una emisora pueblerina un mercenario, de estos peligrosos sicarios con micrófono,
reclamó de las autoridades mi expulsión del país. Aquí estoy, pero el periódico quebró
y se cerró a los quince días...Después de lo que leí hace poco en el “Chibcha Times of
Bogota” y en “El Siglo”, contra este inofensivo K... , y a propósito de un inocente manual
escolar, no tengo afán alguno en que salga a la luz mi trabajo; en estos tiempos de si-
carios y del latifundismo urbano armado, más bien tengo miedo. El fascismo siempre
me asustó, desde pequeño.
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una voz (y confiar o no en ella) que en un documento escrito. Los enigmas del escrito,
enigmas quedarán. No obstante, a cada paso me encuentro con que el documento se
originó en la voz. Llegué a considerar que acudir al tesoro del patrimonio oral no es
más que trabajar con la materia prima, la fase inicial y el archivo vivo del futuro ar-
chivo documental escrito. En este sentido, el escrito se puede considerar como fuente
secundaria y alterada, del documento oral original. Es, como bien dijo un poeta de mi
tierra, “grabar sobre el papel la imagen de la voz”.
En definitiva, trabajando me di cuenta que los interrogatorios de testigos en los
pleitos de los siglos XVI hasta XIX, no son sino un diálogo oral registrado sobre papel
con la doble subjetividad del testigo y del escribano; ambos respetando un ritual teatral
con preguntas orientadas y la réplica monótona de respuestas mecánicas aprendidas;
previamente buscadas y esperadas. Un oral subjetivo consignado con tinta y papel. En
esta batalla académica pueril entre lo escrito y lo oral entiendo que pugna un sector
culto pero triste, negando la alegre tradición popular oral, actuante y vigente.
Pienso que no hay motivo alguno para dar entera credibilidad a los documentos de
archivos, ni mucho menos para volverlos fetiches sagrados e intocables. Una excesiva
credulidad se torna pura ingenuidad, cuando conlleva a la sacralización ciega del texto
antiguo y manuscrito. Tengo que cuestionar su veracidad, su precisión y su exactitud,
para medir su valor de información; y de paso indagar sobre su o sus autores y su visión,
sus objetivos.
Un ejemplo, varios viajeros llegando a Santafé de Bogotá hacia mediados del
siglo XVIII, describen una ciudad “con calles rectas y anchas”. Llegan de ciudades
mediterráneas medievales, donde se circula mediante un laberinto de callejuelas oscu-
ras, angostas y torcidas. Y pasaron por Cartagena, donde se proyectó en un litoral amer-
icano este tipo de trazado medieval. Entonces, en el barrio de San Diego caminaron
por callejuelas de 4 metros entre altos muros; senderos urbanos oscuros, irregulares o
sinuosos. En Bogotá transitan en La Candelaria por unas calles de siete u ocho metros,
¡anchísimas desde luego!; puesto que además son las pocas que recorren, ignorando
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la mayor parte de la ciudad y los estrechos callejones del Egipto, de las Nieves o de las
Cruces.
Jerónimo Escobar asegura en 1582, que en Toro hay dos mil indios encomendados
a veinte españoles, y éstos son 24 en total. En 1583, un año después, Francisco Guillén
dice que los indios son 800, los encomenderos 28, y un total de 50 españoles. ¿Cómo
pudo crecer el número de encomenderos, disminuyendo de más de la mitad la cantidad
de tributarios? ¿A quién creer?, siendo que a lo mejor uno redactó su informe sentado
en Popayán, y el otro no salió de Quito. ¿Cuál de los dos datos voy a utilizar, y cuál
desechar?
Considero entonces que referido al período contemporáneo, y sin ignorar las
fuentes documentales, tenemos además -y como “de ñapa”- el valioso archivo vivo de
los testigos y protagonistas. Puedo decir que tuvo un peso decisivo la investigación tes-
timonial, para identificar las dos últimas formaciones espaciales de mi periodización,
y precisar cantidad de asuntos de detalle: tan distintos como son los pormenores de
la fundación de un pueblo de colonos y el papel del filo, (o de “la cuchilla”), algunas
raíces económicas del machismo, la fabricación de tejas de astillas, el control sexual en
la arquitectura rural, el paso de la cal a la “colorización antioqueña”, el salto de la colo-
nización agraria a la colonización urbana, la génesis de unos pueblos de manumisos, la
cultura arquitectónica del bambú en tierras calientes; en muchos poblados la fecha de
construcción de tal o cual edificio, las migraciones campesinas de principio del siglo XX
hacia el litoral del Pacífico, y muchos más. Es después de registrar miles de entrevistas
con desterrados, que me atreví a proponer una tesis relacionando directamente la expul-
sión violenta del campesinado con la urbanización moderna del país; para luego esbozar
un nuevo modelo de hábitat con la ciudad-refugio, hoy presente, vigente y activo.
Desde luego, experimenté las dificultades del manejo de las técnicas de historia
testimonial. Tropiezo con sus múltiples trampas cada vez que mi temario me pone en
contacto directo con una realidad viva, es decir, estudiando cuestiones del siglo XX, con
protagonistas aún vivos. Aprendí a acosar la veracidad mediante su cacería sistemática y
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JACQUES APRILE-GNISET
multiplicando los testimonios. Es más o menos lo mismo que la técnica de las frecuen-
cias en matrices agrupando indicadores y variables. Ilustro eso con el dibujo del cruce
y del accidente de tránsito; captado desde cuatro ángulos distintos por Manuel y María,
oído por Luis, quien es ciego, y visto por Lucía, la sorda.
Con frecuencia uso esta técnica de la visión múltiple y del accidente en el cruce.
Hace diez años aclaré así, con doce biografías de protagonistas y testigos presenciales,
un hecho social sepultado en la vergüenza de la oligarquía. Me acuerdo que Carlos Ruiz
estaba haciendo lo mismo “en busca” del 9 de abril, utilizando una técnica literaria y
periodística de reconstitución de un acontecer, tipo “El día más largo”. De su trabajo y
de este mosaico con unos 70 testimonios, salió un fresco amplio y total; que orienta al
lector sin agredirlo, con cierto respeto y dejando una gran libertad de interpretación.
Volviendo a la cuestión del valor relativo y selectivo de las fuentes; no tuve la suerte
de Carlos Ruiz y mi manuscrito quedó en un cajón; el papel ya tiene (casi) el color ama-
rillento del siglo XVIII. Entonces me pregunto: ¿De pronto estos testimonios, orales y
subjetivos hoy, se convertirán más tarde en “fuentes escritas primarias”? De hecho, es-
tos últimos años varios historiadores o literatos me pidieron, consultaron y usaron este
manuscrito; lo consideran como fuente documental. Finalmente, el texto fue publicado
a fines de 1991, y se vendieron mil ejemplares en seis meses; a pesar de un silencio total,
y sin que ningún periódico o revista lo hubiera siquiera mencionado. Hoy lo encuentro
integrado a unas Tesis de Doctorado...
La práctica investigativa de la encuesta con testimonio por medio de entrevistas, es
particularmente apasionante; uno tiene la historia viva al frente, palpitante, de sangre
y carne. Cualquier error, por mínimo que sea puede frustrar esta posibilidad. Con eso
se asoma el problema de la selección de los encuestadores, de los monitores, de los co-
laboradores del investigador; del sitio y del momento, de los que presencian el trabajo,
vecinos o familiares del entrevistado. Dos anécdotas ilustran la óptima manera de frus-
trar una entrevista.
Primer caso: después de horas subiendo por un río chocoano bordeado por
kilómetros de plátano y plátano y más plátano, el estudiante aborda la choza ribereña
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de la compañía del Ferrocarril, quienes trazaron el nuevo poblado hacia 1910. También
estaba equivocado. Más tarde, dos entrevistas in situ con ancianos nacidos en el lugar,
entre ellos monseñor Collazos, restablecieron la exactitud del acontecer, totalmente dis-
tinto a lo que había visto y leído; lo oral reveló una realidad ocultada, muy alejada de
mis observaciones, y más aún de los documentos oficiales. No es del caso extenderme
aquí, sobre el hecho que de paso descubrí inesperadamente otra fechoría mercantilista
de Rafael Reyes y sus hermanos. Más interesante resulta la moraleja, (por lo demás de
sentido común) del asunto:
-Nunca confiar en una fuente única, por convincente y segura que parezca. y nunca
privilegiar, ni desdeñar, una determinada técnica: siempre combinar el manejo de varios
instrumentos investigativos.
Después de varios descalabros de alto costo, aprendí a no perder tiempo para
“agarrar” a un testigo muy anciano. En 1978 me precipité donde un protagonista que
tenía 90 años. Se preparó la entrevista con sumo cuidado, para no olvidar nada en pre-
visión de su posible muerte el día siguiente. El diálogo se prolongó horas y resultó muy
completo y útil. El entrevistado vivió diez años más; en el momento de fallecer, este
Recio, hijo de un fundador de Pereira había cumplido un siglo de existencia ...
Aprendí a manejarme con suma prudencia con lo que se podría llamar el “testigo
profesional”. Es una fuerte personalidad local y una celebridad a nivel nacional, es que
fue teniente-escolta de Rojas Pinilla, o está fotografiado con Alfonso López Pumarejo, o
igual que medio país, tenía cita con Gaitán a las dos de la tarde (es increíble el número de
gentes afirmando que tenían cita éste día con él). A su rancho llegan cantidades de estu-
diantes, profesores, antropólogos, historiadores norteamericanos o franceses, escritores,
Fals Borda, el CINEP, el dúo Arocha y Friedeman, periodistas; incluso la parafernalia de
la televisión, una efímera reina o algún ministro en gira. Con años de práctica adquirió
experiencia y se volvió un experto en el asunto; sabe lo que esperan los visitantes y tiene
su discurso listo, con todos los ingredientes del caso. Se convirtió en “estrella”, y muy
a menudo “farolea” frente a la grabadora o las filmadoras. Habla hoy sin cambiar una
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coma a lo que ha dicho cien veces desde años atrás. Para qué voy a perder tiempo, si todo
eso ya está escrito, apropiado y desactivado; sirve más una curita sobre una pata de palo.
Por el contrario, a veces descubro tesoros. Invitado en Barrancabermeja para pre-
sentar un avance de mi trabajo sobre la génesis de la ciudad, durante mi exposición
formulé un interrogante sobre algún hecho, y un asistente se volteó para decir a otro en
voz baja: “Sheila”. Poco después, es éste que dijo al primero: “Sheila”. Luego, durante la
pausa del tinto con empanadas se formó un grupo y varios me dijeron:
- “Eso que usted dijo que no sabía... sabe qué, habría que ver eso con Sheila”.
Intrigado pregunté y me dijeron que «lo que pasa es que Sheila tiene todavía su abue-
la que llegó aquí en el año veinte y que tiene más de cien años “.
Actué con la velocidad del rayo, y el mismo día tomaba contacto con Sheila, la nieta,
con medio siglo encima. El día siguiente, un domingo nos fuimos en procesión como
quince, sindicalistas, estudiantes, fotógrafo, filmadora con operadora, una niña dedi-
cada a un cuaderno, otra manejando una grabadora. De entrada Sheila me dijo:
-”Usted la va a ver, ella aceptó hablar con usted, espere que se está arreglando...Su
cédula dice que tiene 105 años, ella sostiene que tiene 109; mentiras, apenas tiene 103”.
En una sola tarde, con la santandereana centenaria María Antonia Martínez,
aprendí de una fuente única en el mundo lo mejor de lo que sé sobre la aldea naciente
de Barrancabermeja; e incluso sobre la Guerra de los Mil Días, tal como la vivió una
niñita en un caserío de laderas llamado Zapatoca .
Tres años después, tendría que llegar hasta la casa cural de la iglesia del Carmen,
en Barranquilla, para oír los recuerdos de infancia de un padre franciscano casi nonage-
nario y con apellido escocés Mackenzie. Así pude elucidar unos testarudos enigmas en
torno a la biografía y la personalidad de Roberto De Mares.
En otra oportunidad, logré devolverme 150 años atrás. La viejita caucana Josefa
Balanta de 90 años retrocedía con sus recuerdos personales a los años 80 del siglo XIX.
Pero actuando como fuente secundaria, tenía acumulada los recuerdos de su mamá y de
su “mamita”, contados a la niña noche tras noche, en una choza de paja. Supe con su voz
y su memoria, algo de lo que era la vida cotidiana de los esclavos, durante la República
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tanto me la imaginaba inmortal; entonces dilataba siempre una entrevista que nunca se
hacía. Finalmente, un día empezó a hablar, y anoté, y anoté en la libreta. Mirando luego
los vacíos, armé la segunda entrevista para llenar los huecos. Terminado el trabajo tenía
una biografía completa y un caso muy documentado para ilustrar las migraciones del
Atrato hacia el litoral del Pacífico a principios del siglo XX. A los diez días una llamada
telefónica me informó que acababan de sepultar a Dominga y que en el pueblo estaban
en la novena.
Todo eso lo descubrí por cuenta propia y mediante años de prácticas concretas. Al
principio usaba el trabajo oral como paliativo, para subsanar la carencia o penuria de
otras herramientas. La falta de documentos o de mapas me obligaba al uso forzado de
este recurso; pero siempre con algo de reticencia. Con el paso del tiempo cambió mi
visión. Hoy en día estoy convencido que la historia testimonial oral, puede ser incor-
porada a la ciencia historiográfica y considerada -respetada- como integrante de ella.
Pienso que Nicolás Buenaventura y Carlos Ruiz, muy temprano, y luego Fals Borda,
Michael Taussig, Mauricio Archila, Nina Sánchez, Alfredo Molano, estos días Rocio
Londoño, cada uno a su manera y con su técnica propia, iniciaron esta rehabilitación.
En definitiva, a mi juicio, entrevistar requiere en primer lugar una actitud de respeto
frente al que sabe y que se ofrece contarme lo que ignoro. Y necesito dos cualidades
“técnicas”: saber interrogar, y saber escuchar, es decir, hablar poco y escuchar mucho.
Además, no sobra escuchar este idioma popular rústico que florece del mundo
agrario en las cordilleras y selvas del país. Con esta asombrosa creatividad verbal del
campesinado colombiano, unos viejos hacheros y carboneros me explicaron cómo
trabajaban “en cachirola”; más que un término de sabor tropical, es una sabia técnica
de desmonte selvático para economizar esfuerzos, progresando en la pendiente, y “pi-
cando” de abajo hacia arriba. Otros viejos colonos, pero en otra región me contaron
su penosa labor inicial “para desbrocar”, quizá alteración de desbrozar. Y en el Atrato
central los hijos de los inmigrantes recuerdan que “nuestros padres y abuelos, todos “los
libres” eran “arribeños”. No se pierde nada y se gana mucho escuchando.
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Por lo demás, es indispensable una cierta sensibilidad de tipo sicológico para captar
momentos malos, atmósferas negativas, sitios propicios o desaconsejables, condiciones,
hora, circunstancias. Si interrogo a Ulalo y Otilia juntos, en su rancho, a mediodía y
comiendo, cometo varios errores. En primer lugar, cholo comiendo, cholo mudo. En
segundo lugar, se miran el uno al otro, cada uno callando al otro con la mirada, es
decir, que se autocensuran. En tercer lugar, Otilia está más interesada por su fogón y
sus patacones que por mis preguntas. Finalmente, entran y pasan hijas y nietos, en si-
lencio pero vigilando las respuestas, y este control discreto pero eficaz también paraliza
a los entrevistados; con ésta vergüenza de ser “cholos”, es decir, “indios”, que tienen los
jóvenes, y que llegó montada sobre la ideología dominante. Me retiro derrotado; apenas
conseguí algunas breves respuestas lacónicas, reticentes y negativas. Al día siguiente,
bajando el sol estoy sentado en el piso con Otilia sola remendando una camisa de hom-
bre. Cambiando su formulación y su forma, pero sin modificar el contenido, le hago las
mismas preguntas. Charlando largamente a solas, habla sin reserva ni recelos, y relata
prolijamente hechos de la vida doméstica que negaba el día anterior cuando podían
ser “cosas de cholos”. Al rato veo a Ulalo a la sombra de una palma, sentado sobre una
canoa volteada, fumando su pipa de barro y contemplando el mar. A los cinco minu-
tos, también me cuenta con una profusión de detalles técnicos observados cien veces
cuando era niño, la técnica de la cocción de tinajas de barro, y la fabricación del jabón
natural -jabón de tierra- por su mamá; práctica ancestral que igualmente había negado
la víspera.
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EL EJEMPLO DE TULUA
Algunos trabajos míos sobre el surgimiento de Tuluá ilustran todo lo que acabo
de exponer: la relación hecho-fenómeno, la cuestión de las hipótesis, los nexos forma-
contenido, los escollos “domésticos” y técnicos que se presentan durante las labores, etc.
Esta es una ciudad en busca de un pasado, pero una búsqueda perezosa, y entonces,
los que indagaron no se dieron a la tarea con dedicación. Y una búsqueda además algo
vergonzosa; buscando un pasado noble y prestigioso eliminaron las incómodas “espi-
nas” de la realidad; una realidad integralmente popular. Algunos quieren ser -o decir
que son, o parecer- descendientes de aristócratas, blancos y españoles y no de plebeyos,
labradores y mestizos. Con eso, escribieron sobre Tuluá montones de tonterías cómodas
y acomodadas, y de mentiras ingenuas pero tranquilizantes. No es nada excepcional,
ocurre lo mismo en Buenaventura sobre la fundación (de hecho jurídicamente y es-
pacialmente inexistente), de la cual se escribieron kilométricas estupideces relativas a
héroes, fechas y lugares. Igual cosa ocurrió a lo largo y alto del país, según parece.
Todavía hay en Tuluá gente ansiosa buscando desesperadamente en su intrincada
genealogía, un glorioso capitán y fundador, lo mismo que “la fecha de la fundación”.
Pero no hubo tal ceremonial; en primer lugar, porque habían concluido mucho antes los
tiempos del ritual de la fundación como exorcismo de un delito, y como acto de legiti-
mación y legalización de un despojo. En segundo lugar, porque no era posible celebrar
abiertamente algo tan ilícito, que no se podía realizar sino a escondidas; y finalmente,
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Ante cien enigmas, y como de ellos no sabía nada, con esta ignorancia pude
ahorrar la etapa de las atrevidas hipótesis; esas que a menudo me resultan derrota-
das por la realidad de los hechos, y me obligan a reiniciar todo desde el principio.
Apoyado en el concepto de formación socio-espacial, para lograr mi propósito
monté el andamiaje del conocimiento racional científico, es decir exacto y compro-
bable. Se incorporó la secuencia operativa y mecánica acostumbrada de herramientas
empíricas, técnicas, procedimientos, cronograma; y la necesaria disciplina de trabajo
con miras a conseguir un saber de cierta precisión y veracidad.
Emprendí mi viaje buscando pistas y revisando la escasa bibliografía en torno a mi
objeto: eso fue cuando terminaba el siglo XX, que para mi resultó el más divertido
entre todos. Inicié la primera fase in situ, acumulando en la isla durante un año largo
los hechos cumplidos y registrados, es decir confiables por ser la expresión exacta de la
realidad sucedida. Escarbando papeles, me llené de datos y de polvo oliendo a pasado y
marea baja; me tocó sacudir el comején de los legajos, y expulsar gusanos blancos vivos,
que se alimentaban con los muertos de los folios. Luego me demoré unos meses en orde-
nar, seleccionar, procesar, clasificar y agrupar. En la etapa siguiente, esta materia prima
se había convertido en fenómenos distribuidos en determinadas etapas del proceso, y
repartidos en una propuesta de capítulos para el informe.
Siguió su análisis, combinado y con cruces para lograr un tejido unificado
de las diversas dimensiones y variables manejadas. En primer lugar la geografía,
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flexiones sintéticas formuladas a manera de tesis generales. A eso se resume una aventu-
ra del conocimiento vivida por un carpintero; y su feliz finalización después de tres años
de labores, con el paso de la obra negra de la indagación a la obra blanca de un libro.
Curiosamente, inicié estas andanzas convencido de una penuria absoluta de infor-
mación escrita y gráfica. Pero sucedió todo lo contrario y muy rápidamente me encontré
hundido en profusa documentación. Inicialmente mi propósito se limitaba a la con-
figuración material y física del lugar, la inscripción de un asentamiento en un espacio
natural, su modo de expansión, su urbanismo y los determinantes de su arquitectura.
Por eso apenas usé una mínima parte de los archivos locales del Cabildo, de la parroquia
y de la notaría.
En Cali donde queda conservado (y más botado que conservado) el archivo del
FFCC del Pacífico (y la cartografía), apenas realicé algunas cortas exploraciones, y
lo mismo en Popayán. Pero no escarbé los archivos nacionales en Bogotá, ni consulté
aquellos de Quito. Por eso, después de tres años de labores, el libro solo expone las
respuestas a mis primeros interrogantes; pero en rigor este ensayo no es más que una
introducción : una exploración y un acercamiento al tema.
No obstante se logró el objetivo de esclarecer unos oscuridades; como son los por-
menores de un proceso portuario y urbano que brota de unas primeras semillas autócto-
nas, es decir raizales - hay que insistir en eso - hacia 1820; que experimenta un progreso
lento contrariado y constreñido por una serie de obstáculos, y por lo tanto solo adquiere
su manifestación material tangible y su consolidación definitiva hacia 1930-33.
En el momento de cerrar el estudio , entre los logros más relevantes del trabajo
pude resaltar unos hallazgos originales y formular unas tesis finales . Una muy somera
descripción de la geografía del lugar permitió caracterizar la contradicción entre el sitio
y el nuevo proyecto, la “distancia” y la oposición entre el espacio y la sociedad; fenómeno
del cual resultó la mayor parte de la problemática que hoy vive el extenso conglomerado
urbano insular-continental.
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
siones, para hacer coincidir su personaje con la idea que él quiere legar: que Benalcázar
fundó (o mandó fundar) Neiva, Timaná, Popayán y Cali, Buenaventura, Anserma,
Caramanta, Cartago, Arma, Santa Fe de Antioquia: nada menos. En realidad, con
múltiples contradicciones, su propio texto evidencia que el tal fundador no estuvo
físicamente presente en ninguna; que en la cadena jerarquizada de las decisiones, es tan
válido atribuir tales fundaciones al Rey o a Pizarro; y que muchas de éstas fundaciones,
obra de sus rivales, fueron realizadas por distintos jefes de bandas sueltas y enfrentadas,
contra Benalcázar y sus órdenes.
El autor es un académico admirado, respetado y celebrado por los suyos. Estos, sólo
le pedían reafirmar contra vientos y mareas, la anterioridad de Cali sobre Popayán, vieja
disputa provincial de fines del siglo XIX que se inscribe en la lucha política y económica
de la primera para sacudir la tutela y el poder de la segunda. Entonces, sus amigos y su
clase quedaron satisfechos. Pero la historia sale muy maltratada por el malabarista. Su
libro es lo que llamo una fuente envenenada ...
En otra oportunidad, cometí el error de confiar demasiado en mi fuente. Posterior-
mente aprendí a manejar con sumo cuidado los relatos de los viajeros extranjeros del
siglo XIX cuando describen los poblados y ciudades. De hecho resultan generalmente
con poca curiosidad: siguen un camino malo y único, del cual nunca se desvían, igno-
rando los lugares donde no pasa éste. Desde Mellet, Mollien y Hamilton hacia 1820-25
hasta Holton, Hettner o Rothlisberger, todos ignoran a Caloto. Entre Popayán y Cali,
encuentran el “crucero” de Quilichao o de la hacienda de Japio, dejando de lado Caloto,
escondida en el rincón de un pliego entre dos costillas de la cordillera. Describen Palmi-
ra, Cali, Quilichao y Popayán pero no vieron a Caloto. Me tocó reconstruir -aunque
de manera imperfecta- la historia del camino del pie de monte, desde Quilichao hasta
Candelaria y Palmira, para elucidar esta carencia.
Otro caso surgió de un desvío en mi camino exploratorio. En algún momento el
estudio urbano de Barrancabermeja me obligó a regresar hasta su fundación, cuyo re-
cuento hizo imprescindible devolverme a la cronología de la Concesión De Mares. Aún
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faltaba un paso hacia atrás, y así terminé en Washington y Panamá, metido de pleno en
los asuntos que rodean la secesión del Istmo y el vergonzoso tratado Herrán-Hay.
Cualquier día, leí en el «Chibcha Times of Bogota» el artículo de un renombrado
académico costeño; una reseña del trabajo de un historiador norteamericano (La Crisis
de Panamá, 1900-1904, de Thomas Dodd), develando, a partir de la correspondencia de
Tomás Herrán (que había sido entregada a la Universidad de Georgetown por su viuda a
solicitud de un norteamericano “para proteger el nombre del señor Herrán de cualquier
manera posible”), su triste papel en la liquidación del Istmo.
Muy respetuoso de “Don Tomás”, se muestra visiblemente disgustado el historiador
oficial de Panamá y de Cartagena. En primer lugar, lo incomoda ver revelados por otro
historiador sucesos que causan sensación y que él ignoraba; en segundo lugar, se mo-
lesta que un extranjero los publique, y peor aún sin su autorización, lo cual lamenta en
estos términos:
“... creo que, en vez de un favor, la publicación de sus papeles, lo que ha hecho es un
daño y bien grande a su memoria ... aparecen dos hechos nuevos -por lo menos para mí-
que habría sido mejor que se quedarán definitivamente en la penumbra, para bien de la
memoria del señor Herrán”.
En resumen, para el historiador costeño prevalece la reputación de un estadista so-
bre la verdad histórica, y dictamina que sería mejor para toda Colombia seguir igno-
rando definitivamente la felonía del “pillo de buena familia”. Quizá no sobra recordar
aquí que fue acusado de alta traición y de “vendepatria” por el Congreso e incluso, según
el propio académico, un senador dijo en el Capitolio que “para criminales de esa laya, la
horca les viene chica”. De tal modo que es por lo menos curioso ver a un historiador ex-
altar no el conocimiento de los aconteceres sino por el contrario su ignorancia; no su
revelación sino su ocultamiento. No busca la luz sino que explícitamente recomienda
la sombra, “la penumbra”. Ciertamente, más que el pobre Herrán, sale muy mal librada
del asunto su clase en general; la cual es la clase para la cual trabajó servilmente el citado
académico durante medio siglo.
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su vida privada, que ser un embajador de los Estados Unidos en Washington, con-
tratado eso sí, en Colombia. En estas circunstancias, es casi un contrasentido car-
gar los Herrán de “vendepatria”: ¿cuál patria? Modelado por la civilización del Norte,
Herrán no podía ser sino un agente doble. Theodor Roosevelt había decidido que si
seguían regateando eternamente los colombianos, firmaría con Nicaragua. Para Herrán
este chantaje significa eligir con «patriotismo» el canal por Colombia; en las condiciones
que sean, aunque bajo el ultimátum dictatorial. Con esta dialéctica cruel se convierte en
mensajero trasmitiendo dócilmente a Bogotá los deseos y la presión de Roosevelt. Es la
correa de transmisión del chantaje imperialista; actúa en forma “patriótica” para que el
canal no escape del país en beneficio de otra nación.
En segundo lugar, Herrán desde Washington mantenía informado con un código en
clave (reproducido en el libro ), a unos socios y familiares de Medellín traficando con las
divisas, especulando sobre las fluctuaciones del cambio originadas en sus negociaciones
diplomáticas relativas a Panamá. La misma noche de la firma, de regreso a su casa en
Washington, Herrán manda sin tardar un cable a su socio paisa, para recomendarle una
especulación inmediata sobre la tasa de cambio. Efectivamente, a lo largo del libro abun-
dan las cartas que evidencian explícitamente que Herrán favoreció a sus banqueros en
Medellín, Julio Uribe, Vicente Villa, Germán Villa, Lisandro Restrepo; también Enrique
Cortés su banquero en Londres -y que años más tarde, Embajador de Rafael Reyes en
Washington se volvería otro “vendepatria”- ; y sus familiares Hurtado, el tío Embajador
en Roma y el primo Vicente con cargo en París. Unos le proponen el negocio, otros le
agradecen por el resultado. Curiosamente, Dodd no parece haber leído los documentos
que publica, cuando dice: “no hay evidencia que Herrán se benefició de este arreglo”.
En definitiva, la lectura de la correspondencia demuestra que Herrán era un agente
doble, o triple: al servicio de la Cancillería, su formación y su cultura lo llevaban a fa-
vorecer al adversario; además de eso comunicaba toda la correspondencia diplomática,
incluso la más secreta, en primer lugar a los mercachifles antioqueños traficando con la
tasa de cambio; finalmente, se transmitía la información al obispo de Medellín, amigo
también de los Herrán.
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He cometido cantidad de errores, de toda clase y por los más distintos motivos. Sigo
cometiendo errores, pero por lo menos aprendí a no repetir el mismo.
Por lo general, me cuido bastante de las equivocaciones de fondo, como son las inex-
actitudes; pero soy muy vulnerable a las equivocaciones, digamos de forma. A menudo
una idea válida no tiene un desarrollo llevado al nivel de su valor intrínseco y queda
como subexplotada. La idea es buena pero está sustentada de manera torpe o incom-
pleta; se nota un desfase entre el enunciado y su respaldo.
Más de una vez me ha tocado rectificarme. Un documento tan capital como defini-
tivo, perfecto, inobjetable, llega a mis manos demasiado tarde. Destruyó por completo
mi argumentación y me obliga a cuestionar lo que expuse cuando no lo conocía. Había
sacado conclusiones apresuradas de una información escasa, o incompleta, y que datos
posteriores contradecían.
Muy a menudo, en mi premura radica el origen del error. En diversas oportunidades
me embarqué en la búsqueda de ciudades fantasmales y que resultaron míticas. El caso
resultó bastante incómodo en una supuesta fundación de conquista caucana, sobre la
cual, por descuido, me atreví a escribir algo en forma muy prematura, confiado en docu-
mentos que parecían seguros y veraces. En realidad, estos cimientos no eran muy firmes;
acertados, eso sí, pero insuficientes. Luego, por casualidad, ojeando un documento en el
Archivo Nacional, descubrí mi error; me tocó recortarle como dos siglos a la trayectoria
de Caloto. Había cometido el error grosero de asociar la fundación de Caloto de 1587
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con la geografía en la cual se asienta la Caloto actual, creyendo entonces que se trataba
de la fundación definitiva. Hice un dibujo de la planta del pueblo según los datos de
1587, en un lugar que no era. Un folio del AHNC echó todo por tierra; una visita de un
funcionario real en 1787 y una sesión del cabildo en 1793, revelaron una realidad muy
distinta. Estos papeles eran inobjetables: me convencí que la Caloto actual surgió hacia
1700. Entonces, afloraron cantidades de contradicciones entre mi dibujo y la realidad.
Más grave aún, tuve que “desplazar” a Caloto como conjunto social, ya no era “ciudad
de españoles” del siglo XVI, sino “villa de mestizos libres de todos los colores” del siglo
XVIII, es decir, algo muy distinto, incluso antagónico, y que exige de mi parte una mi-
rada distinta. Por eso me tocó rectificar lo que había dicho. Pues una Caloto en 1587,
sería fundación de soldados españoles vueltos encomenderos ricos, con mano de obra
servil, y recibiendo tributos. Una Caloto del siglo XVIII ignora los rituales legales y no
se funda ; no se beneficia con la Encomienda, y sus moradores son indianos, es decir,
agricultores mestizos y pobres en su casi totalidad. Y su pueblo es distinto y sus casas
son diferentes; no son mansiones sino chozas.
Otra clase de error tiene que ver a la vez con mi método y con mi premura. Tengo la
costumbre de buscar en los hechos repetitivos la perennidad de un fenómeno; entonces,
este último se va asentando y va tomando firmeza. Conseguido un determinado volu-
men de datos, puedo reflexionar con acierto y concluir con algo de sensatez.
Retomando el caso de los ejidos de Cali, logré poco a poco construir una secuencia,
desde 1706 hasta hoy, como dije anteriormente. No obstante, en el momento de concluir
encontré “huecos”, es decir, vacíos en la continuidad, un período sin información, más
o menos entre 1870 y 1915. Consciente de eso, sin embargo, me atreví y construí algo
en pocas páginas; al rato alguien vino, me preguntó, leyó eso, se lo llevó y enseguida lo
publicó.
Pero al mes, esculcando en el Archivo del Ministerio de Gobierno las guerras de las
petroleras, encontraba por casualidad un magnífico documento de abril 14 del año de
1897 que colmaba el vacío. Se trata de un memorial de moradores firmado en forma
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masiva por 115 vecinos y 2 mujeres; dirigido al Ministro, informa que el Personero de
Cali teme a los ocupantes y propietarios de los ejidos en razón de su “número, riqueza y
posición social, que dan prestigio e influencia a los actuales detentadores de los Ejidos... y
que de allí surja algún resentimiento personal contra el empleado”.
Es un documento capital para reforzar mi concatenación, y desde luego mi argu-
mentación relativa a la persistencia histórica de la lucha colectiva y popular en defensa
de los ejidos de Cali. Pero llegó más tarde que mi prisa ...
En otra ocasión, engañado por libros de “historiadores” que resultaron ser periodis-
tas fracasados o famélicos y tinterillos jubilados, busqué desesperadamente en el litoral
una Buenaventura hispánica y colonial que nunca fue fundada, por ningún conquista-
dor, es decir, que nunca existió, ni en la costa ni adentro, ni en los papeles y tampoco
en la geografía; es tan ausente de los manglares como de los documentos. En este caso
mi error fue perder tiempo en busca de un espejismo. Pero no me arrepiento, eso me
obligó a restablecer paso a paso y meticulosamente, algo poco conocido. Quizá no será
del agrado de las autoridades locales, puesto que desaparece del calendario de la ciudad
el día de fiesta consagrado al “aniversario de la fundación”.
Trabajar con fenómenos recientes no me asusta de manera particular, pero sí me
obliga a considerar con sumo cuidado su posible desarrollo futuro. Supongamos que
detecté algún ciclo; mediante su seguimiento, lo llevo desde tiempos atrás hasta hoy, y
desde su surgimiento hasta su aparente extinción. ¿Quién puede asegurar que consideré
la totalidad del ciclo? Quizá su desenvolvimiento esté incompleto y tendrá en el futuro
una fase final que aún no se dio.
Cometí este error, particularmente burdo e imperdonable, con lo que llamé “el efec-
to Chapinero”. Seguí este barrio y este fenómeno desde sus inicios hasta su apogeo, y
luego su rápida decadencia. Observaciones en varias ciudades permitieron afirmar la ti-
picidad de este modelo de barrio en varias ciudades, Cartagena, Barranquilla, Cali, Me-
dellín, Bucaramanga, entre otras. Este respaldo empírico me llevó a enunciar “el efecto
Chapinero”, considerada su decadencia como fase final, lo cual era más que un descuido,
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
una tontería idealista. Me apresuré, cuando tenía que esperar y detectar la fase actual,
nueva, de “la reconquista y del reciclaje”, para darle algún calificativo. Allí me equivoqué
de manera grosera; como quien dice que en el semáforo de la carrera 13 con 65, se paró
el movimiento y se detuvo la dialéctica.
Y cometí con frecuencia errores de tipo operativo; el más grave es olvidar una pre-
gunta o una consulta documental, por razones prácticas, puro descuido, falta de tiempo
o algo así. Después me doy cuenta de que algo falta, pero ya es muy tarde y resulta difícil,
incluso imposible, volver a la fuente informativa.
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JACQUES APRILE-GNISET
NO SOY NEUTRAL
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
tral observando las múltiples manifestaciones del caótico combate social urbano que se
apoderó de un país. Sería como en la fábula, no tomar partido entre el lobo y la oveja.
“Hay que tomar distancia de los aconteceres, dejar que pase el tiempo y las pasiones,
que emerjan los documentos, uno no puede ser cronista neutral de lo que fue protagonista
o testigo presencial”, etc. Estos son los consejos y objeciones que se oyen a diario. ¿Hasta
dónde llegarán estos dictámenes y prohibiciones? ¿Será que debemos descartar a Cieza
de León? Porque de pronto, podría yo solicitar de los historiadores una “distanciación
espacial”; argumentar que la presencia física en el lugar no es garantía alguna; también
impide la “necesaria distancia” e invalida el trabajo de los historiadores colombianos y
así, sin más ni menos decretar que solamente es válida y “científica” la producción asép-
tica, imparcial y objetiva “de los blancos”, con su máxima “distancia” geográfica; allá en
sus incontaminados laboratorios en Oxford o en La Sorbona. ¡Qué tal!
Considero que historia es lo que ya ocurrió, y a priori, no me causa dramas de con-
ciencia el hecho que haya sucedido en 1693 o el miércoles pasado. El resto es asunto de
mi capacidad o talento, para colocarme al nivel de estas diferencias, y buscar el enfoque
adecuado.
En cuanto a la interpretaci6n, en parte depende de las metas del investigador y de su
actitud frente a la informaci6n. Si hago un recorrido por las colecciones de los periódi-
cos colombianos desde principios del siglo, constato sin mayor dificultad la presencia
insistente de un tema: el café. Trátase del volumen exportado, previsto o esperado, de
buena o mala cosecha como consecuencia de la sequía o del invierno, de sus precios en
Nueva York, de las cuotas autorizadas en la bolsa mundial de los compradores, está pre-
sente el grano en los titulares de primera plana de la prensa regional o nacional, desde
los años veinte, por lo menos, hasta estos días de fin del siglo.
De lo anterior puedo sacar mil conclusiones de toda índole y hasta opuestas, pesi-
mistas u optimistas, según que proceden de los labradores o de los compradores, de los
exportadores, de las tostadoras, de los transportadores, de los banqueros, del Estado o
de la Federación. Lo que me interesa, en primer lugar, es tratar de sintetizar esta multi-
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JACQUES APRILE-GNISET
plicidad tan contradictoria. Pero lo que más me resulta útil, es a través de unos setenta
años de titulares de prensa, comprobar una constante: la angustia cotidiana y perma-
nente de un país bajo tutela, y pendiente a diario de decisiones externas.
Veinte años de trabajo con fuentes elaboradas por los demás me convencieron que
ninguno de ellos actuó al margen de sus convicciones, distanciado de su formación,
de su situación social y de su ideología, la cual es por lo general la ideología impuesta
por la clase dominante. “Dominante” por lo que al parecer la ideología respeta la ley de
Newton y se mueve de arriba hacia abajo, y desde “los de arriba” hacia “los de abajo”.
¿Qué derecho tienen de exigirme imparcialidad y una supuesta objetividad,
aquellos mercenarios baratos que laboran a destajo para reforzar o perpetuar la
ideología del poder y mantener el estatu quo ? ¿Y qué derecho tienen de exigir mi
objetividad, aquellos que me proporcionan una información y unos datos alterados,
adulterados y parcializados por su ideología y sus intereses?
Registrando sucesos, recolectando hechos y datos que me proporcionan las
fuentes (como se vio siempre ideológicamente “contaminadas”), procedo a su
conexión coherente. Luego los analizo y finalmente los interpreto a partir de mi
formación como practicante de una determinada disciplina, y como ser social
con determinada concepción del mundo; en este caso el materialismo dialéctico e
histórico. Así, sumándose el conocimiento adquirido, con mi visión y mis convic-
ciones, voy construyendo mi explicación.
Encuentro un padrón de población, digamos de fines del siglo XVIII, y tropiezo
con el hecho de que el empadronador, en su parrilla situó los individuos mezclando
categorías sociales, de oficios o epidérmicas, a partir de una clasificación mera-
mente sensorial y arbitraria; blanco, paseto, pardo, labrador, eclesiástico, esclavo,
libre, hortelano, mulato, zambo, noble, español, indio, chino y china, estanciero,
montañés, mestizo, liberto; con este revoltillo que no es gratuito.
Brincando siglos, encuentro en el último censo nacional de población el formulario
destinado a la vivienda; alguien puso en sus categorías clasificatorias de construcciones
la “casa en mármol”, así; incluso figura dos veces, con piso de mármol, y con muros
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
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JACQUES APRILE-GNISET
- Conferencia dictada en el Seminario «El oficio del Investigador», Facultad de Ciencias Sociales,
Universidad del Va1le, Cali, mayo de 1989.
- Ponencia , VII Congreso de Historia Colombiana, Popayán, 1990.
- Artículo , Revista Planta Libre Nº 3, Universidad del Valle, Cali, 1990.
- Magíster de Sociología, Universidad del Va1le, Cali, abril de 1991.
- Banco de la República, Medellín, agosto 12 de 1991.
- Magíster en Historia, Universidad Nacional, Bogotá, marzo 4 de 1992.
- Casa de la Moneda , Bogotá, 1992.
- Taller urbano, I . P. C. Medellín, octubre 22 de 1992.
- Conferencia, Feria del Libro, Medellín, marzo 20 de 1993.
- Postgrado en Historia, UPTC, Tunja, abril de 1993.
- Encuentro Nacional de Investigación Urbana, ESAP, Bogotá, agosto de 1993.
- Departamento de Historia, UlS, Bucaramanga, octubre 27 de 1993.
- CETEC, Cali, junio 29 de 1994.
- UPTC, Tunja, 1998.
- Universidad Nacional, Manizales, septiembre 2001.
- Universidad Nacional, Medellín , 16-17 de octubre 2001.
- Univalle , Dpto de Geografía, marzo 20 de 2001.
- Univalle, CALI, Humanidades, febrero 6 , 2004.
- Cali, Universidad Autónoma, febrero 17 , 2004.
- Quibdó, UTCH, diciembre 5 , 2005.
- Univalle, Cali, Maestría en Urbanismo, octubre 2011.
- Barranquilla, Uninorte, Maestría en Urbanismo, Febrero 2012
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EL OFICIO DEL INVESTIGADOR
CONTENIDO
Pág.
EL INVESTIGADOR ................................................................................................................... 7
LOS INFORTUNIOS DE UN INVESTIGADOR ........................................................................... 9
DESCRIBIENDO LA TRAYECTORIA ........................................................................................ 21
UNA HISTORIA ACTUANTE ..................................................................................................... 26
...Y UNA GEOGRAFIA ACTIVA. ................................................................................................ 35
EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO: LA PERIODIZACIÓN ..................................................... 37
EN BUSCA DE UNA TEORÍA ; LAS FORMACIONES SOCIO-ESPACIALES. .............................. 44
LOS ESPACIOS HISTÓRICOS. ................................................................................................... 48
UNA PAUSA. ............................................................................................................................... 56
LO TÍPICO Y LO ATÍPICO ......................................................................................................... 59
ALGUNAS REGLAS ..................................................................................................................... 67
DEL MALTRATO A LAS CIFRAS. ............................................................................................... 75
LA PREGUNTA. ......................................................................................................................... 83
HECHOS, FENÓMENOS Y LEYES .............................................................................................. 96
DE LA MUY DISCRETA CARTOGRAFIA ................................................................................... 117
TRABAS Y ESCOLLOS ................................................................................................................ 127
EL PRODUCTO, SU COMUNICACIÓN Y SUS USUARIOS .......................................................... 137
FUENTE ORAL Y TESTIMONIO ................................................................................................ 151
EL EJEMPLO DE TULUA ............................................................................................................ 162
ITINERARIO DE UNA BÚSQUEDA ; EL CASCAJAL. ................................................................ 165
LAS FUENTES CONTAMINADAS .............................................................................................. 168
ERRORES POR MONTONES ..................................................................................................... 174
NO SOY NEUTRAL .................................................................................................................... 178
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JACQUES APRILE-GNISET
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© Jacques Aprile-Gniset, 1989-2012.
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