Weber y La Democracia

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Max Weber y la democracia Titulo

Rodríguez Sánchez, Carlos - Autor/a; Autor(es)


Crítica & Utopía. Latinoamericana de Ciencias Sociales (No. 1 sep 1979) En:
Buenos Aires Lugar
CLACSO-Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales Editorial/Editor
1979 Fecha
Crítica & Utopía Latinoamericana de Ciencias Sociales Colección
Capitalismo; Burocracia; Liderazgo carismático; Violencia; Lucha de clases; Temas
Legitimidad política; Estado; Democracia de masas; Weber, Max; Sociologia política;
Artículo Tipo de documento
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/clacso/otros/20130604092123/rodriguezsanchez.p URL
df
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MAX WEBER Y LA DEMOCRACIA
Por Carlos Rodríguez Sánchez

1. DOMINACIÓN AUTORITARIA, LEGITIMACIÓN Y GOBIERNO DEMOCRÁTICO


La sociología de Marx Weber es el intento más monumental realizado hasta el presente, dentro de la sociología académica de
inspiración burguesa, para elaborar una teoría científica del fenómeno del poder en el mundo moderno. La desigual
distribución del control que tienen los individuos y grupos sociales sobre el destino común de una sociedad o comunidad es
analizado en sus múltiples dimensiones. Sin embargo, el problema de la autoridad estatal y del andamiaje que la constituye y
sostiene ocupa un lugar central en su construcción teórica.
El poder de mando autoritario o dominación es "un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta del "dominador" o de
los "dominadores" influye sobre los actos de otros, de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen
lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí solos y como máxima de su obrar el contenido del mandato1".
Existen por supuesto otras formas de dominación como las derivadas de situaciones de clase, especialmente en el caso de la
posesión de un monopolio, y de situaciones estamentales, pero es la dominación autoritaria la que reclama la atención de
Weber.
Poder, dominación, autoridad y autoridad estatal o política podrían expresarse como círculos concéntricos donde el círculo
mayor seria el poder y el menor el de la autoridad política. En este sentido la autoridad política es una forma de autoridad,
que difiere de otras formas, como v.g. la familiar, debido al motivo peculiar por el cuales s aceptado el poder de mando y
reconocido el deber de obediencia: La creencia de la legitimidad.
Las formas de atribución de legitimidad a los mandatos de la autoridad estatal han variado a lo largo de la historia.
Los tres tipos puros de dominación legítima son: 19 de carácter tradicional cuando descansa en la creencia en la santidad de
las tradiciones que rigieron desde siempre y en los ordenamientos y poderes señoriales fundados en esas tradiciones; 2) de
carácter carismático que descansa en el heroísmo, en la ejemplaridad o en las cualidades extraordinarias atribuidas a una
persona y a las ordenaciones por ella creadas o reveladas; 3) de carácter regional-legal cuando descansa en la creencia en la
validez de los preceptos legales y en los derechos de mando de los llamados por esos preceptos a ejercer la autoridad.
Entre estos tres tipos ideales puede haber diversas combinaciones. En general en la antigüedad predominaba el tipo
tradicional y en la época moderna predomina el racional-legal. Siendo una relación social puramente personal y
extraordinaria la dominación carismática es siempre transitoria y se suele dar en el marco, combinada o en contra, de una
dominación tradicional o racional.
La dominación estatal se manifiesta y funciona en forma de gobierno. En el gobierno democrático el poder de mando asume
una modesta apariencia y el jefe es considerado "servidor" de los dominados.
Un gobierno es calificado como "democrático" por dos razones no siempre coincidentes: a) la suposición de que todos están
igualmente calificados para la dirección de los asuntos comunes; b) la reducción al mínimo del poder de mando. De ambos
limites democráticos a la jefatura, el segundo proviene del pensamiento de la tradición liberal; en cambio, el racionalismo
igualitario rousseuaniano no admitiría restricciones a la soberanía popular y solo aceptaría el primero de los caracteres
señalados. Al respecto, nos parece acertado poner una cierta dosis de libertad como condición necesaria de la igualdad propia
de un régimen democrático, ya que parece imposible que pueda existir ésta sin aquella.
La falencia del tipo puro de democracia no consisten en la combinación de rasgos liberales con rasgos igualitarios sino en ser
solo un tipo de carácter político, con exclusión de las condiciones económicas de la democracia. La irreductibilidad de lo
político es una nota característica del pensamiento weberiano, pero esta irreductibilidad orillea muchas veces la confusión
entre las distinciones analíticas y empíricas.
De todas maneras Weber reconoce que su definición de democracia es un caso límite topológico y que esta forma de
gobierno se da solamente cuando en las asociaciones políticas se cumplen ciertas condiciones, a saber: 1) limitación
territorial y en el numero de participantes, 2) poca diferenciación social y económica de los participantes, 3)suficiente
instrucción y práctica de éstos en la determinación objetiva de los medios y fines apropiados, 4) tareas de gobierno
relativamente simples y estables.
Teniendo en cuenta estas condiciones, la organización democrática del gobierno aparece históricamente como una forma
inestable que se rompe fácilmente con las desigualdades sociales y económicas y que, por lo general, funciona dentro de
límites aristocráticos, existiendo un juego democrático para una minoría solamente.
Ubicado el concepto de democracia dentro del sistema conceptual de M. Weber, quedaría por analizar algunos aspectos
relacionados con su relevancia empírica. Ya nos adentramos en su consideración cuando señalamos las limitaciones de una
definición puramente política de la democracia.
Su concepción instrumental de la teoría sociológica lo llevó siempre a privilegiar la precisión conceptual por sobre la
vigencia histórica. Esto no quiere decir que sus tipos ideales sean meras construcciones arbitrarias, totalmente históricas, por
el contrario, su enorme erudición le permitió a través del análisis comparativo de una multitud de casos y hechos llegar a un
cierto tipo de generalización histórica. El ejemplo más diáfano es el de los tipos de legitimidad: Pero éstos son una forma de
generalización sesgada, formalista, que deja de lado el problema de quien detenta el poder y para qué, centrándose en el
problema de cómo se ejerce.

1
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, 1964, Pág. 699.

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La delimitación excesiva entre lo político y lo económico, situada dentro de su esfuerzo de precisión conceptual, debe
entenderse a la luz de su concepción instrumental y formalista de la ciencia social y la negación weberiana de una teoría de
las orientaciones materiales y de los sujetos sociales portavoces de esas orientaciones.
Dejar de lado el problema de quién construye la historia y para qué, es empobrecer la teoría y anular su capacidad
explicativa.
Por otra parte, sus intenciones parecen desembocar muchas veces en verdaderos callejones sin salida, lo cual está relacionado
con su consideración parcial de la realidad social. Uno de esos callejones es la propia ambigüedad del concepto de
democracia.
El gobierno democrático, es cuanto forma de dominación, se da en el marco de una situación de legitimidad. Pero violencia y
legitimidad son el pensamiento weberiano totalmente inseparables.
"El rango de que modernamente disfrutan las asociaciones políticas se debe al prestigio que impone en el animo de sus
componentes la creencia específica, muy extendida, en un especial carácter sagrado -la legitimidad de la acción comunitaria
por ellas establecidas- aunque justamente porque incluye en su seno la coacción física y el poder de disponer de la vida y la
muerte2".
La reducción al mínimo del poder de mando que caracteriza al tipo ideal de democracia, y que también debe manifestarse en
todo régimen político concreto para que pueda ser calificado como democrático, implica una reducción de la violencia y, por
ende, una cierta merma en la legitimidad. Max Weber parece percibir este fenómeno cuando considera algunas formas de
democracia urbana como formas de dominación no legitimas. El problema se plantea en toda su crudeza en la llamad
"democracia de masas". La legitimidad racional propia de la dominación moderna parece incompatible con la idea de
democracia. Esto podrá apreciarse más claramente cuando analicemos la relación entre burocracia y democracia.
La razón por la cual Weber consideraba posible conciliar la concentración del poder, propia de la burocracia con la
descentralización y limitación del poder, propia de la democracia, la encontramos en aquello que Weber pensaba debía ser la
democracia.
En un diálogo sostenido con el General Ludendorff, en 1919, Weber sostenía: "En una democracia el pueblo elige al líder
(Führer) en quién confía. Entonces el elegido dice: ahora, a callarse y obedecer. Nada de que el pueblo y los partidos se
entremetan...Y después el pueblo puede juzgar, y si el líder ha cometido errores, se lo ahorca!".
En otras palabras, la única democracia posible, la única que podría funcionar eficazmente, seria esa forma cuasi-autoritaria
donde el líder puede mandar sin restricciones asumiendo la totalidad de la responsabilidad.

2. RACIONALIDAD FORMAL, LIDERAZGO CARISMÁTICO Y DEMOCRACIA


Para M. Weber, en el gobierno de masas, el concepto de "democracia" altera radicalmente su sentido sociológico, en cuanto
apunta a una realidad muy distinta a la de las asociaciones políticas basadas en relaciones personales o de vecindad.
El tipo ideal de democracia queda reservado para el gobierno de pequeñas unidades homogéneas, donde la dominación sólo
se da en el germen. Cuando la organización social altera sus dimensiones cuantitativas y las tareas de gobierno se vuelven
cualitativamente más complejas se hace necesario la aparición de una estructura, más o menos permanente de funcionarios
técnicamente especializados.
Esta organización permanente para el ejercicio de la dominación ha estado compuesta, en el Occidente moderno, por
"honorables" dotados de espíritu de cuerpo que poseían riquezas y ocio suficiente como para dedicarse a las tareas de
gobierno; más recientemente esta organización se ha vuelto una estructura jerárquica de funcionarios profesionales,
nombrados por una autoridad superior, sometidos en su desempeño a normas abstractas que fijan sus atribuciones y
retribuidos en dinero por sus tareas, asegurando así económicamente su existencia. Este sistema articulado de mando y
subordinación es la burocracia.
Los "honorables" eran aquellos que, portadores de un cierto honor social unido a un estilo de vida específico, no tenían
necesidad de trabajar para obtener ingresos y, por lo tanto, estaban desocupados y disponibles para la actividad política.
El gobierno de los honorables, al establecer un verdadero privilegio en favor de un sector social, no constituía una forma
democrática de gobierno. Por ello los grupos desposeídos o los grupos económicamente poderosos, pero sin prestigio social,
suelen organizarse como partido para luchar por la obtención de un régimen democrático.
M. Weber señala que la lucha por la democratización, en cuanto lucha por el poder, termina por consolidar y desarrollar las
formas burocráticas de organización del estado.
"Sin embargo, con la aparición de la lucha de los partidos por el poder, la democracia directa pierde necesariamente su
carácter especifico, que contiene la dominación sólo en germen. Pues todo partido es una organización que lucha
específicamente por el dominio y, por consiguiente, tiene la tendencia, a veces oculta, a organizarse expresamente de acuerdo
con las formas de dominación3".
La necesidad de vencer en la lucha partidaria exige burocratizar la organización, para garantizar su eficiencia, pero esto
significa dejar de lado el objetivo originario de la democratización de la vida política. La burocratización de los partidos y el
desarrollo cuantitativo y cualitativo de las tareas de gobierno ha ido burocratizada, ya que es imprescindible un cuerpo social
permanente y especializado para el ejercicio de la administración.

2
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, 1964, Pág. 663.
3
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, 1964, Pág. 703.

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Hablar de democracia burocratizada es, en cierto sentido, contradictorio. Pero el problema no es sólo lógico, pues la
dificultad más importante de la idea weberiana de democracia está en su contenido empírico.
El tipo ideal de democracia no es una posibilidad real en el mundo moderno porque está pensado para pequeñas
comunidades. Mas la alternativa no es volver al pasado para recuperar la posibilidad de las formas organizativas
democráticas o aceptar las modernas formas de organización burocráticas, añorando el irreversible pasado democrático. La
verdadera alternativa es repensar la idea de democracia para la sociedad moderna.
Por supuesto que no queremos alterar la intención de Weber y convertir a los tipos ideales en modelos para la acción, sin
embargo su instrumentalidad metodológica también depende de su actualidad histórica. El tipo ideal de democracia resulta
poco relevante para el análisis empírico de las formas de gobierno moderno y el calificativo de "democracia de masas" a dado
a las formas políticas de las sociedades industriales modernas parece más una ironía que una afirmación científica.
Democracia y burocracia no son compatibles, por lo menos en sus formas puras son tipos de organización basados en
principios antagónicos. La burocracia concentra el poder en la cúspide y la democracia distribuye ese poder. La burocracia es
más eficiente como organización de dominio y para el control de la naturaleza pero no para garantizar la integración y unidad
de las sociedades nacionales, más allá de ciertos límites. La democracia podría cumplir mejor esa función integradora y
unificadora.
La burocracia es la expresión organizativa del principio de racionalidad formal, en el cual residiría la originalidad histórica de
las sociedades capitalistas modernas frente a otros tipos de sociedades. Pero toda racionalidad formal o técnica se inserta en
una racionalidad material. Los instrumentos son siempre manejados por alguien y al servicio de fines determinados. Es cierto,
como señala Max Weber, que la racionalidad formal se ha ido desarrollando en las sociedades occidentales modernas hasta ir
adquiriendo una cierta autonomía frente a las orientaciones materiales dominantes. Sin embargo esta autonomía nunca ha
sido total; en realidad la racionalidad formal es una fase del desarrollo histórico de la razón burguesa.
Toda sociedad tiene siempre una racionalidad material predominante, en cuanto tiene una orientación, que no es el resultado
fortuito del choque anárquico de las individualidades sino fruto de la hegemonía de un grupo social sobre el resto.
Es por ello, que aunque M. Weber no lo reconozca, el funcionamiento de la burocracia en las sociedades modernas sólo se
vuelve inteligible cuando se plantea el problema de quién se ocupa la cúspide de la organización, y la cúspide es,
generalmente, de origen extraburocrático, aspecto reconocido por Weber.
La menor relevancia empírica de los tipos ideales, entre ellos el de la democracia, está vinculado al sesgo formalista de la
sociología weberiana y al hecho de haberse desechado, como impropio del análisis científico, el problema de las
orientaciones materiales. En realidad M. Weber creía que sólo se podía hablar de orientaciones materiales de los individuos y
no de la sociedad.
La racionalidad formal, la legitimidad racional-legal y la burocracia son conceptos que intentan dilucidar, no tanto el
problema de quién domina y para qué, sino de cómo se organiza la dominación.
En este sentido la burocracia es una de las formas más eficientes de dominación. La posición dominante de las personas
pertenecientes a ella, especialmente a su cúspide, reside en las ventajas del pequeño número, ventaja que se acrecienta por la
ocultación de las propias intenciones y de la información, característica del ejercicio secreto del cargo burocrático, que
aumenta en situaciones en que la dominación se ve amenazada. Pero por sobre todo, la eficacia de la dominación burocrática
reside en la disposición del aparato para obedecer a los jefes. La dominación es ejercida, según Weber, plenamente por los
jefes, quienes no ejercen el poder de mando por delegación de otros. El aparato, en cambio, ejerce el mando por delegación
de los jefes y dentro de las facultades previamente asignadas.
La estructura de una forma de dominación reside en la relación entre los jefes y el aparato de mando, y entre ambos y los
dominados. De esta relación es fundamental la cuestión de la legitimidad, o sea la auto justificación que cada sector da a su
propia posición y a la de los otros sectores. Weber sostiene que los grupos positivamente privilegiados tienden, en general, a
considerar como natural y como resultado de un mérito su propia posición de mando y como producto de una culpa la
posición ajena.
La leyenda de la superioridad natural de los grupos dominantes es cuestionada en la moderna lucha de clases; en cambio es
mucho más aceptada en las formas estamentales de ordenación jerárquica de la sociedad. Cuando más racionalizada resulta la
forma de dominación, menos natural parece. La racionalización de la dominación, a pesar de volverla menos natural y, por lo
tanto, resultar menos inamovibles las posiciones positivamente privilegiadas, que puede llegar a ser contraria a los intereses
materiales de las masas desposeídas. La igualdad jurídica formal, la imparcialidad del gobierno y la tendencia democrática de
reducir el poder de gobierno, -efectos de la democracia racional moderna-, pueden dejar insatisfechas a las masas que desean
un gobierno fuerte al servicio de la nivelación de la vida social y económica, esto último exige que se dejen de lado los
criterios formales e imparciales de gobierno.
Este análisis weberiano adolece de ciertas debilidades y por lo tanto merece ciertas aclaraciones complementarias. La
democracia liberal o racional de masas, es una democracia formal, donde existe la posibilidad de que cualquiera acceda a los
puestos de mando, pero, en realidad, sólo una minoría accede a tales puestos. La democracia sería real si todos ocuparan, por
turnos o por cualquier otro sistema, los puestos de mando del gobierno. Pero, más aun, el poder económico y el poder político
se hallan interrelacionados, por lo cual la burguesía como detentadora del poder económico está interesada en mantener la
neutralidad e imparcialidad objetiva del gobierno como una forma que permita no alterar su situación positivamente
privilegiada en el área económica. Las masas desposeídas, a su vez, presionan al poder político para alterar esa situación y
para que éste se incline a satisfacer sus reivindicaciones. En este sentido, la lucha por el poder político es una lucha política
pero también económica, ya que ni las masas, ni la burguesía son indiferentes ante quienes ocupan puestos directivos del
gobierno y, por lo tanto, tampoco el gobierno puede ser neutral o indiferente ante las posiciones en pugna.

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Esta situación paradojal de una democracia que no satisface plenamente las aspiraciones de las masas es el fundamento
empírico de la aparición de una nueva forma de legitimidad en las sociedades occidentales modernas. La legitimidad
carismática se asentaría en supuestas, o reales, cualidades extraordinarias, atribuidas por las masas a ciertos lideres políticos,
quienes podrían en cierta medida, merced a dichas cualidades, inclinar la neutralidad o imparcialidad formal del gobierno en
favor de las reivindicaciones igualitarias de las masas. Max Weber llamará demagogos a este tipo de líderes. Aunque, como
el mismo Weber lo señala, el gobierno democrático, en la sociedad de masas, pierde su neutralidad e imparcialidad formal
toda vez que la burocracia, basándose en la "objetiva razón del Estado", consolida su propio poder; interés de poder que da
un contenido concreto y material a las acciones burocráticas, cuando la ley ha dejado lagunas o su aplicación es dudosa.
Detrás de la fachada racional de la burocracia, del derecho y del estado moderno se cuelan constantemente los intereses
sectoriales y concretos de múltiples grupos sociales. Por ello Weber ha podido decir que "no sólo se opone al curso racional
de la justicia y del gobierno toda clase de "justicia popular", sino que no suele interesarse por razones y normas racionales,
sino también toda clase de influencias ejercidas sobre el gobierno por la llamada "opinión pública", es decir cuando existe
una democracia de masas, por una acción social brotada de sentimientos irracionales preparados y dirigidos normalmente por
los jefes de partido y por la prensa4.
Como habíamos señalado anteriormente, no existe una racionalidad formal desligada de una racionalidad material y el
crecimiento de aquella no implica una restricción de ésta. Más aún, es posible que, junto al aumento de la racionalidad
técnica en la administración de justicia y en las tareas de gobierno, se dé la utilización de dicha racionalidad para los fines
concretos de la burguesía, de las masas, de la burocracia misma o de cualquier otros grupo que pueda instrumentalizar esa
gran maquinaria cuasi-perfecta: la burocracia.
Es cierto que la democracia de masas ha eliminado la rigidez de los privilegios feudales y, por lo menos en la intención, los
privilegios plurocráticos dentro de la administración estatal, al desplazar los partidos burocráticamente organizados a los
partidos de "honorables". Pero la democratización no implica aumento de la participación activa de los dominados en el
poder dentro de la organización. La democratización real, entendida como igualación se da sólo entre los dominados. Los
grupos dominadores, o aquellos que pueden competir por el poder, se organizan burocráticamente, concentrando los medios
de decisión en manos del jefe.
Max Weber cree que la democratización, además de nivelar a los grupos dominados implica cierta participación de éstos en
la selección de los jefes y en la posibilidad de enfrentar a la burocracia con la presión de la "opinión pública". Pero esto no es
lo decisivo, como lo reconoce, sino esa desigual combinación: democracia inarticulada a nivel de las masas y autocracia
burocratizada a nivel de los grupos dominantes.
En realidad la "opinión pública" y las organizaciones burocráticas del estado entran en conflicto cuando están controladas por
diferentes grupos dominantes.
La eficiencia de la dominación burocrática reside en la racionalidad metódica de su accionar enfrentada a la espontaneidad e
inarticulación de las acciones de masa.
La democracia en cuanto tal, a pesar de ser enemiga de la burocratización, ha fomentado inevitablemente este proceso. Han
sido los grupos que han tenido mayor cuota de poder dentro de la democracia moderna los que han fomentado la
organización burocrática para conservar su propio poder. La burocracia estatal moderna es hija del capitalismo burgués. Lo
que no sabemos es cuando los hijos devorarán a los padres.
La democracia y la burocracia, en el planteo de Max Weber, no son sujetos colectivos que puedan ejecutar acciones sino
formas de organización, las cuales son utilizadas por los grupos sociales concretos. Lo que parece incongruente es cómo
puede la burocracia llegar a suprimir la empresa privada capitalista sin convertirse en un sujeto colectivo, con cierto grado de
autonomía. La burocracia es por definición típico-ideal un instrumento en manos de sus jefes, pero éstos pueden provenir de
sectores sociales extraburocráticos o de las filas mismas de la burocracia, o mejor dicho pueden representar a sectores
sociales diferentes. Mientras sea sólo un instrumento el problema de la burocracia y su orientación se resuelve al responder al
interrogante de cuál es el grupo con poder social autónomo que lo controla.
Cuando Max Weber se lo pregunta, responde que la burocracia de la empresa capitalista es controlada por el empresario y la
del estado por el soberano político. Sus análisis sobre los políticos modernos y los "honorables económicos" están orientados
a dilucidar el contenido social de la categoría "soberano político".
La burocracia estatal tiene un contenido y un significado muy diferente si funciona en una sociedad de capitalismo privado o
de socialismo estatal, aunque formalmente puedan estar regidas por los mismos principios. Naturalmente la autonomía de la
burocracia o mejor dicho de sus jefes parece mucho mayor en el socialismo estatal.
En general la independencia económica de los funcionarios y la debilidad de los otros sectores sociales pueden fortalecer
dicha autonomía. La burocracia se ha vuelto, en la vida moderna, más poderosa en la medida que se ha vuelto más necesaria.
En el Occidente moderno la burocracia es un instrumento manejado por jefes extraburocráticos, pero es un instrumento
imprescindible, y éste es el fundamento de su poder.
El crecimiento de la burocracia se apoyó, en cierta medida, en las tendencias democráticas de los dominados, quienes
aspiraban a mitigar el poder discrecional de los jefes y poder acceder y ascender escalofriantemente dentro de la estructura
burocrática. Pero, a su vez, estos criterios racionalizadores están en contra de la tendencia democrática a sustituir los
funcionarios nombrados por los funcionarios electivos, a sustituir el poder de los jefes jerárquicos por el poder plebiscitario
de las masas.

4
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, 1964, Pág. 736.

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Los principios democráticos y burocráticos de organización sólo ha coincidido en su lucha contra los principios del poder
personal, más allá de lo cual son totalmente antagónicos.
Para M. Weber la democracia de masas se encuentra ante un callejón sin salida, en el que el hombre corre peligro de no poder
vivir como tal. La disyuntiva es, por un lado, la anarquía económica y el partidismo sectario y, por el otro, el pacifismo de la
impotencia social ante el único poder inevitable: la burocracia racional total, estatal y económica.
Nosotros creemos que ante el alejamiento creciente de las posibilidades de una democracia integral y directa, las sociedades
industrializadas y burocráticas se enfrentan ante la conflictiva alternativa de cuál será el grupo social que conservará
suficiente libertad frente a la burocracia para utilizarla para sus propios fines, la burguesía o las élites de extracción político-
militar. La lucha está entablada, pero no resuelta definitivamente.
La burocracia es un instrumento de dominación cuasi-infalible y se busca activamente su posesión y control. En las
sociedades de economía socialista estatal la burocracia está controlada por élites político-militares. El partido único tiene, a
su vez, una cierta estructura burocrática, aunque en la cúspide las promociones y eclipses se deciden en las luchas internas y
no por criterios formales. En las sociedades de economía capitalista desarrollada la burocracia está controlada por la
burguesía del gran capital. Con esto apuntamos a la necesidad de plantear el problema de la democracia no sólo en los
terminos weberianos de cómo se organiza el poder sino también de quien y para qué lo organiza. Planteado en términos de
organización la democracia aparece como totalmente imposible porque toda organización para ser eficiente debe
burocratizarse. Mas la eficiencia aquí encarnada como eficiencia para vencer en la lucha y no para otra finalidad. Por eso
Max Weber ha señalado que la creciente competencia entre los partidos, en el interior de las naciones, así como entre ellas
mismas por el predominio mundial, ha acrecentado la importancia cualitativa y cuantitativa de la burocracia.
En el análisis weberiano de los partidos políticos, siendo éstos, según Weber, las únicas organizaciones que pueden garantizar
un mínimo de representación popular activa, volvemos a encontrar los elementos que utiliza para caracterizar la vida política
de las democracias plebiscitarias de masas: el aparato burocrático que tiene a la política como medio de vida y el aspecto
mítico-irracional del carisma caudillesco. La racionalidad de medios junto a la racionalidad de los fines.
Estos elementos existen en la vida política moderna, pero ésta no se agota en ellos. Si todo se redujera al carisma y a la
burocracia, las masas serían meros rebaños que podrían ser manejadas a voluntad por los jefes políticos. La política se
reduciría, por un lado, a un problema técnico-administrativo y, por otro lado, a una cuestión de psicología de masas. Pero la
política es también una cuestión de orientaciones materiales y fines humanos y el pueblo puede adherirse, o no,
concientemente a ellos.
Esta explicación de la vida política por la conjunción de la legitimidad carismática y racional-burocrática parece más válida
para las sociedades capitalistas de economía desarrollada y sin agudas crisis sociales. Las crisis sociales y económicas
cuestionan cualquier racionalidad teórica y cualquier carisma que no se apoye en orientaciones políticas concientemente
arraigadas en las masas.
Para M. Weber el poder del jefe político sobre el partido y el gobierno, incluido el Parlamento, se apoya en el poder del
discurso demagógico, en otras palabras, en el poder de atracción emotiva que puede ejercer, sobre la masa electoral, la
personalidad del líder. Todo el partido depende de la obtención de cargos del triunfo electoral y este triunfo se asegura con
jefes que puedan aprovechar la emotividad del pueblo, atrayendo su adhesión.
En la vida interna de los partidos políticos la actividad de los miembros es exigua, toda la vida partidaria se desenvuelve
alrededor de los núcleos directivos y de los funcionarios permanentes, dentro de éstos se destacan los líderes carismáticos y
los funcionarios encargados de la obtención de los fondos.
La dirección de los partidos por caudillos o jefes plebiscitarios implica la subordinación total de los cuadros partidarios, su
despersonalización o absorción por la maquinaria. Esto lleva a M. Weber a plantear una visión pesimista de la vida política.
"En efecto, éste es el precio con que se paga la dirección por un caudillo. Pero no hay más elección que ésta: democracia de
jefes con "máquina", o democracia sin jefes, esto es, el dominio de los "políticos de profesión" sin profesión, sin las
cualidades internas, carismáticas, que consagran precisamente al jefe. Y esto significa aquello que la fronda partidista suele
designar como dominio de "camarilla5". Aunque esta alternativa weberiana tiene el supuesto ideológico de que las masas no
pueden participar activamente en la vida política, es cierto que aquellas han empezado a participar en la vida política
moderna a través del seguimiento y apoyo de ciertos líderes o jefes carismáticos. El sistema parlamentario original, se basaba
en el reclutamiento aristocrático de los políticos.
La democratización del sufragio ha reducido el papel del Parlamento. En este sentido se puede afirmar que parlamentarismo
y democracia no se han desarrollado paralelamente. Los partidos modernos deben competir por conseguir el apoyo electoral
de las masas. Para ello es necesario una eficaz maquinaria partidaria y sobre todo un jefe político que tenga especiales
cualidades demagógicas o de captación de las masas. El ámbito de la lucha política ya no es tanto el parlamento como las
contiendas electorales. La conducción política por el cuerpo parlamentario es sustituida por la conducción unipersonal del
jefe del partido.
Para Weber la vida democrática moderna necesita de la aparición de verdaderos temperamentos de jefes. El peligro mayor
para el surgimiento de esos temperamentos no es tanto el espíritu burocrático de la maquinaria del partido como la
subordinación de los partidos políticos a las organizaciones de intereses materiales. De ahí su rechazo hacia toda forma de
corporativismo. "La importancia de la democratización activa de las masas está en que el jefe político ya no es proclamado
candidato en virtud del reconocimiento de sus meritos en el círculo de una capa de honoratiores, para convertirse luego en
jefe, por el hecho de destacarse en el Parlamento, sino que consigue la confianza y la fe de las mismas masas, y su poder, en
consecuencia, con medios de la demagogia de masas. Por su carácter, esto representa un cambio cesarístico en la elección de

5
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, 1964, Pág. 1094.

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los jefes. Efectivamente, toda democracia tiende a ello. El medio específicamente cesarístico es el plebiscito. no se trata de
una elección o votación normal, sino de la confesión de una "fe" en la vocación de un jefe, que aspira para sí a dicha
aclamación6".
La selección de los jefes es otro de los puntos en los cuales se separan democracia y parlamentarismo. La selección
plebiscitaria de los jefes se opone a la selección parlamentaria y a la selección burocrática.
A pesar de que los fenómenos de democratización y de burocratización son fenómenos de desarrollo paralelo, por lo menos
hasta la época de Weber, la forma de selección de los jefes es muy diferente. La burocracia no crea jefes sino subordinados.
la sumisión, y no la independencia, es la cualidad más apreciada por la burocracia.
El método de selección política no serviría para el nombramiento de burócratas profesionales. las votaciones populares no
garantizarían que ocupen los cargos los profesionales más aptos, técnicamente o desde el punto de vista de la
incorruptibilidad.
En la visión de M. Weber el jefe carismático, el Parlamento y la burocracia profesional se complementan y aparecen como
necesarios para la vida política de la moderna democracia de masas.
el Parlamento aparece como el ámbito de compromiso político y como organismo de control de los funcionarios. La
burocracia profesional es el órgano de administración objetivo, sin la cual la actividad política del Estado seria puro
diletantismo.
La jefatura carismática plebiscitaria garantiza que las masas sean tenidas en cuenta de algún modo, más allá de que se las
considera objetos pasivos de administración.
Los defensores de la burocracia y del dominio de ella pueden oponerse al Parlamento tanto como los partidarios de la
democracia directa, pero por motivos muy diferentes.
Los puntos más importantes de la discrepancia entre democracia y parlamentarismo son: "1) que no sean decisivos para la
creación de las leyes los acuerdos del Parlamento, sino la votación popular forzosa, 2) que no subsista el sistema
parlamentario, esto es, que los Parlamentos no sean lugares de selección de los políticos directivos, ni su confianza o
desconfianza decisivos para su permanencia en los cargos7".
Es indudable que el referéndum popular puede ser el mejor método para dirimir ciertas opciones básicas que competen a todo
el cuerpo social de una nación y, por otra parte, es una forma de acercar la democracia de masas a la democracia directa. Pero
la votación popular tiene limitaciones, tanto como medio de elección cuanto como medio de legislación. la complejidad
técnica de muchas leyes exige un cuerpo deliberativo más reducido que el conjunto de la sociedad. Este cuerpo es el
Parlamento.
La democracia plebiscitaria de masas corre peligro de caer en excesos emocionales y, por consiguiente, crear una gran
inestabilidad e inseguridad en el funcionamiento del Estado. La masa es inestable porque es organizada y solo se mueve por
los intereses y sentimientos inmediatos. El verdadero contrapeso de estos excesos está en el Parlamento y en la existencia de
partidos racionalmente organizados.
Estos análisis de Max Weber acerca de la "democracia de masas" descansan en ciertos supuestos, que si bien tienen cierta
base empírica dejan de lado muchos aspectos de la realidad política. No es del todo cierto que la relación entre líder y masa
sea solo emocional e inestable. Los ciudadanos son el parte masa, o sea una creación del poder seductor y comunicativo del
jefe, político, y, en parte, pueblo, o sea sujeto colectivo que sigue a su conductor porque coincide con sus ideas políticas. En
este sentido la relación entre líder y pueblo tiene mucho de consciente, racional, estable. Esta miopía de M. Weber, ante la
dimensión "pueblo" del conjunto de ciudadanos, es la que le impulsa a presentar el seguimiento emocional y pasivo del líder
carismático como la única forma de trascender la democracia representativa parlamentaria.
La burocracia es un instrumento formal, el más racional, de organización y dominación social y por ende necesita someterse
a un poder extraño a ella. En la moderna democracia de masas el carisma irracional aparece como el necesario complemento
de la dominación burocrático-racional. Los jefes plebiscitarios, son los lideres carismáticos que aparecen al frente de los
estados racional-legales y son elevados a tal condición por elección de la totalidad de los ciudadanos.
El poder impersonal de la burocracia necesita del poder personal del jefe para aplicar toda su racionalidad instrumental al
servicio de las directivas de este. Por otra parte, los intereses económicos siempre tienden a utilizar el carisma para consolidar
a mantener sus privilegios.
En la democracia de masas de las sociedades capitalistas centrales el jefe carismático se ve sometido a una triple tensión: los
intereses de los capitalistas, las rigideces de la normatividad burocrática y las aspiraciones de las masas. Su éxito dependerá
de que haga funcionar la maquinaria burocrática, no altere las posiciones económicas de los capitalistas y conserve su
carisma, o sea, su liderazgo ante las masas, sin la cual no serviría tampoco a los intereses capitalistas y burocráticos.
Muchos, especialmente algunos marxistas, se inclinarían a pensar que la reconciliación de estos intereses y aspiraciones
contradictorias es imposible. Weber pensaría que se debe a factores emocionales exclusivamente. Los lideres funcionarían
como verdaderos "encantadores" o hipnotizadores de las masas. En realidad, nos parece que el "encantamiento" tiene una
base real, dominación imperialista, en la cual se ha apoyado. El capitalismo central ha trasladado a la periferia sus rasgos más
irracionales, expoliadores y de afán desmedido de lucro, lo que le permitió desarrollar internamente los aspectos metódicos y
racionales que satisfacen ordenadamente las necesidades de las masas, creando la sociedad de la abundancia y el consumo.

6
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, 1964, Pág. 1109.
7
Max Weber, Economía y Sociedad, Fondo de Cultura Económica, 1964, Pág. 1112.

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Las dos caras del espíritu del capitalismo se han separado, la aventura y la rapiña se han trasladado al llamado Tercer Mundo
y el método y la ascética se han desarrollado en las sociedades subdesarrolladas. La expoliación de los pueblos de la periferia
ha posibilitado a la burguesía central la integración de sus masas trabajadoras y la realización de su democracia de masas,
eficiente (racional) y popular (carismática) al mismo tiempo.
Racionalidad económica y carisma democrático aparecen como totalmente irreconciliables en las sociedades
subdesarrolladas, porque se relacionan dentro de un ordenamiento social cualitativamente distinto: el capitalismo periférico-
dependiente.
La conciliación entre el capitalismo y las masas es posible en las sociedades industriales modernas no sólo por los efectos
demagógicos y persuasivos de la acción de los lideres políticos sino también por el éxito integrador de su desarrollo
económico, dado en el contexto de una política internacional imperialista.

3. CONCLUSIÓN: MARX. WEBER Y LA DIALECTICA DE LA HISTORIA


Marx en "El Capital" había hecho un diagnostico de las contradicciones sociales básicas de las sociedades capitalistas
modernas de su tiempo. De ese diagnostico había derivado una serie de consecuencias político-sociales que implican la
resolución de las anteriores contradicciones. Dichas consecuencias podrían sintetizarse en la noción del socialismo proletario,
que debía instituirse a través de una revolución y de una dictadura. Esta dictadura, a su vez, no era del todo incompatible con
la idea de democracia existente en J. J. Rousseau, por lo menos podemos decir que no era más incompatible que la idea de
democracia representativa liberal que se iba a ir instaurando en las sociedades capitalistas, durante el siglo XIX. La idea de
democracia directa de Rousseau, en la cual se inspira tanto Marx como Weber, cuando éste ultimo habla de democracia como
tipo ideal, se basaba en un cierto modelo comunal de democracia. Sea la "polis" griega, la ciudad medieval o la "comuna de
París" todos tenían como referente un modelo donde las masas, en relaciones cara-a-cara, resolvían el problema del poder,
por constituir aquellas la única fuente real de dicho poder.
Max Weber con sus conceptos de capitalismo racional y de democracia de masas redefine los términos de la problemática, tal
cual se la planteaba hasta entonces. La novedad que introduce Weber en la definición y resolución de la lucha por el poder es
el señalamiento de la importancia de las organizaciones burocráticas racionales en dicha lucha. Lenin seria quien intuiría el
problema, desde el bloque marxista. Las oscilaciones de Lenin, desde su teoría del partido, como organización de políticos
profesionales que viven de y para la política, hasta sus criticas a la burguesía del Estado soviético, se entienden por la
incapacidad de encajar el problema de las organizaciones tecnoburocraticas en el pensamiento marxista clásico.
Max Weber replantea los términos básicos de la estructura y dinámica de las sociedades modernas, planteados por Marx, de
acuerdo al desarrollo de la historia pero sin crear un modelo complementario, sino más bien paralelo al marxista.
El desarrollo de las fuerzas productivas es redefinido como desarrollo de la racionalidad formal, donde la inversión técnica
aparece como más decisiva, para la marcha de la historia, que la acumulación, por lo menos en el mundo occidental.
También Weber complejiza el concepto de trabajo. La homogeneidad de la clase trabajadora, postulada por Marx como
condición de la revolución proletaria queda diluida en las grandes pirámides burocráticas, sean económicas o políticas. Por lo
menos podemos plantear que en el seno de las grandes organizaciones se establece una dicotomía entre trabajo técnico y
trabajo no técnico, donde la mayor cantidad y calidad de la información y conocimiento resulta una nueva fuente de poder y
de relaciones sociales asimétricas y, por que no, de una nueva forma de "explotación".
Por ultimo, la introducción del concepto de "democracia de masas" supone una ruptura con el viejo modelo de democracia
comunal, ya perimido ante el fenómeno de las complejas sociedades modernas. Este concepto supone que la conexión con las
masas es realizada por un líder carismático, quien sintetiza más o menos mágicamente los intereses de las masas, de la
burocracia y de los empresarios capitalistas. Esta conexión mágica, llamada "demagogia" por Weber, supone especiales
condiciones de desarrollo de las fuerzas productivas, de acumulación de capital y de distribución de la riqueza. Podemos
decir que esta especie de democracia nacional-populista es solo posible en las llamadas sociedades industriales desarrolladas.
Las conexiones entre tipo de economía y democracia de masas no fueron nunca planteadas por Weber, faltaba todavía
percibir el problema de las sociedades subdesarrolladas del capitalismo periférico-dependiente.
La lucha social o "clasista" y la lucha por el control de los estados es planteada en la época de M. Weber en términos de lucha
en el seno y por medio de las grandes organizaciones burocráticas. Aquí se puede establecer una conexión entre Lenin y
Weber, aunque el primero destacaba más la lucha por medio de las organizaciones y el segundo la lucha en el seno de éstas,
mas no de las clases sino de los individuos, quienes conciertan alianzas más o menos circunstanciales para acceder a los
puestos de poder, el cual se constituya como una dominación transitoria, dentro de los moldes permanentes de la legitimidad
racional-legal. En el mundo actual el conflicto social y político es redefinido, aunque sin excluir los anteriores conflictos:
"luchas de clases" y lucha en y por medio de las organizaciones tecnoburocráticas, por la presencia de dos grandes imperios
mundiales y sus aliados y la lucha de las sociedades subdesarrolladas-dependientes por constituirse como naciones.
Las clases sociales, las organizaciones racionales y las naciones son los sujetos históricos que en intrincada trama de
relaciones van resolviendo la dialéctica conflictivo-consensual de la historia moderna.
Esa dialéctica de la historia puede resolverse de muchas maneras, algunas son más posibles que otras pero de todas formas
los hombres tienen siempre la posibilidad de acudir al recurso más inesperado, a implementar la variante menos probable.
Las tendencias que por ahora predominan son, por un lado la expansión, hacia todo el planeta, de un capital de bases
nacionales, como ocurre con el de las naciones capitalistas desarrolladas; por otro lado, la organización de los estados como
grandes maquinarias tecnoburocraticas. En algunas sociedades estas maquinarias coexisten, mas o menos conflictivamente,
con formas de gobierno democráticas en la llamada "democracia de masas". En otros estados, sean capitalistas o socialistas,
las formas democráticas han sido eliminadas, por lo menos del régimen jurídico ya que el juego de la política y la lucha real

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por el poder nunca puede ser eliminado totalmente. Por todo esto la predicción original de Marx de un socialismo proletario
debe ser redefinida como un socialismo tecnoburocrático. Y Weber, en parte, porque vivió cuarenta años más, predijo mejor
este resultado. De estas consideraciones se siguen varias conclusiones: 1) muchos estados capitalistas se parecen más al
estado soviético que al estado capitalista democrático; 2) si la tecnoburocracia se consolida como la nueva clase dominantes,
en las sociedades capitalistas, podría implementarse en el futuro un modelo bipartidista y aceptarse ciertas libertades
publicas. De inmediato surge la pregunta si la tecnoburocracia puede ser una clase social. En términos de Weber no es ni un
sujeto histórico, ni una clase social; en términos de Marx seria solo un sujeto histórico y para Weber no lo es porque él la
define solamente en términos formales, pero como no existe una racionalidad formal sin una racionalidad material, y la
racionalidad material de la burocracia no es totalmente impuesta desde afuera, podemos concluir que es un sujeto histórico, o
sea, una organización colectiva que busca determinados fines, algunos fijados por ella misma. Lo que impediría que fuera
una clase social es la asimetría existente al interior suyo, pero existen también grandes diferencias entre los distintos
miembros de la burguesía capitalista, aunque en la burocracia esas diferencias de poder se dirimen, en general, de acuerdo a
reglas formales.
La idea weberiana de una burocracia total que incluya todos los aspectos de la vida social parece ser más la conclusión de un
razonamiento abstracto que la predicción de lo probable. De todas maneras podemos preguntar si esa burocracia total se
daría a nivel nacional o a nivel mundial. En el primer caso los sujetos históricos serian solamente las naciones; en el segundo
caso no habría ningún sujeto histórico colectivo, porque para que haya un sujeto histórico tiene que haber por lo menos otro
con el cual pueda interactuar en relaciones de consenso-conflicto. En este ultimo caso solo tendríamos relaciones entre
individuos al interior de dicha burocracia, relaciones asimétricas sujetas a reglas formales de procedimientos, dentro de las
cuales son posibles algunas alianzas y conflictos aleatorios.
Este desarrollo ad-infinitum de la burocracia nos parece poco probable, porque si bien la tendencia hacia la eficiencia
instrumental es un componente importante de la historia humana, también lo es la necesidad de un dialogo y acuerdo entre
los hombres, que deberá replantearse continuamente y no podrá resolverse a partir de reglas formales. En síntesis, la
necesidad de la democracia es tan imperiosa como la necesidad de la burocratización. Más aun, los problemas de la
integración social realizada desde individuos libres, única forma para obtener una integración duradera, va a convertirse, en el
mundo moderno, en un problema acuciante. Y este problema no puede ser resuelto por ninguna burocracia.
Ahora podemos plantear las consecuencias de la expansión del capital norteamericano y de sus socios mayores y menores.
Esta expansión está anulando las posibilidades de muchas sociedades nacionales de constituirse como tales. En realidad lo
"nacional" no es algo constituido de una vez y para siempre. Para consolidarse necesita de una fuerza social interna y
autónoma que pueda conducir al conjunto de la sociedad hacia metas que solidifiquen esa autonomía. El problema de la
conducción política "nacional" no puede resolverse solamente desde la justificación conciente de los conducidos o
dominados, la llamada creencia en la legitimidad. Es necesario, también, que exista esa fuerza social capaz de hacerlo y que
sea algo más que una simple controladora del orden. Aquí se plantea el dilema entre dictadura o democracia. En otros
términos podríamos hablar de dictadura o hegemonía.
La expansión del capital externo en las sociedades capitalistas subdesarrolladas-dependientes ha impedido la formación de
una burguesía nacional autónoma, que ha sido, en las sociedades capitalistas desarrolladas, la fuerza social hegemónica,
alrededor de la cual se han constituido la unidad y la conciencia nacional. Esta conciencia de la unidad nacional o, como diría
Max Weber, el sentimiento especifico de solidaridad que poseen ciertos grupos humanos frente a otros y de la cual resulta
una cierta acción comunitaria, exige una fuerza social que organice dicha conciencia, formando un bloque ideológico que
debe apoyarse en un desarrollo material que posibilite la incorporación de las mayorías a los frutos de éste. La consolidación
de ese sentimiento implica necesariamente la existencia de esa fuerza social integradora y conductora. El papel predominante
que tiene el capital externo, en el desarrollo de algunas sociedades es un obstáculo a la formación de dicha fuerza, en cierta
medida, traslada la hegemonía hacia el exterior de la sociedad. Si bien este proceso no disuelve totalmente la "nacionalidad",
la reduce a una simple adhesión a valores simbólicos. En otras palabras, podemos decir que la penetración del capital externo
es una penetración cultural, ya que la importación de tecnología va unida a la importación de modos de consumo y de
producción y, en general, a un estilo de vida: "el consumismo".
La perdida paulatina de la identidad nacional es acompañada por la expansión de la cultura "internacionalista" que impone el
gran capital. Las ambigüedades y carencias teóricas de la sociología de Max Weber se deben, sobre todo, a su negativa a
elaborar una teoría de los sujetos colectivos históricos y de la racionalidad material que orienta su acción, de ahí su sesgo
formalista y superindividualista. La importancia que le da a las formas histórico-sociales va unida a su concepción de origen
nietzscheniano, de superindividuos, los lideres carismáticos, que tienen un papel decisivo en las transformaciones históricas.
La historia se modifica por la acción impredecible del carisma y por el desarrollo metódico y regulado de la burocratización;
el conflicto entre sujetos colectivos (clases sociales, organizaciones, sociedades nacionales) no entra en su modelo
explicativo.
Este desfasaje entre explicación y realidad también se refleja en la coherencia de su esquema analítico, a pesar de que su
objetivo metodológico fundamental fue la coherencia y preescisión conceptual.
En la obra de Marx Weber hay una conexión evidente entre la acción racional con arreglo a fines y la dominación racional,
pero ello nos parece una trasposición de la lógica de la sociedad moderna a la lógica de la persona humana. La sociedad está
edificada alrededor del fenómeno de poder, y la racionalidad, en cuanto búsqueda eficiente del poder, es uno de los focos de
su análisis sociológico. Pero, el poder es, por definición, la situación de dominación de los pocos sobre los muchos, de las
minorías sobre las mayorías.
En este sentido, la categoría de racionalidad formal, importante para el análisis sociológico, resulta muy secundaria para el
análisis de los actores individuales. Solo los miembros de las élites pueden ser actores racionales en el sentido weberiano, el

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resto carece de la libertad necesaria para actuar racionalmente con arreglo a fines elegidos libremente. Esta es la explicación
de por que la ontología del hombre -individuo libre-, como único sujeto de la historia y su consiguiente negación de la
existencia de sujetos colectivos, desemboca en la sociología del hombre masa. Esta contradicción resulta evidente si uno
compara las primeras paginas de su obra cumbre "Economía y Sociedad" y el ultimo capitulo sobre la dominación.
La sociología del hombre-masa y la burocratización creciente nos muestra el pesimismo básico que tenia Max Weber sobre el
desarrollo de la historia. Para Marx, en cambio, la dialéctica histórica solo podía traer una creciente liberación del hombre de
todas las alienaciones y subordinaciones, ya que la próxima supresión de las clases y del Estado haría pasar al hombre del
reino de la necesidad al reino de la libertad. Ambas concepciones de la historia nos aparecen ahora como demasiado
simplistas y unilineales. La dialéctica real de la historia nos muestra que la civilización en su progreso evidente y concreto
tiene siempre la posibilidad de volver a la barbarie original y, de hecho, muchas veces así ha ocurrido. Pero esta vuelta, en la
medida que es siempre desde un nivel superior de progreso social y desarrollo técnico, significa una experiencia cada vez
más terrible y desgarradora.
Volviendo al tema de la democracia, podemos decir que el innegable progreso material del hombre lleva en si mismo la
posibilidad de concretar una democracia más plena y real pero, también, la posibilidad de anularla metódica y
sistemáticamente, empleando los últimos adelantos de la ciencia y la tecnología.

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