Karin Tabke - Serie El Legado de La Espada de Sangre 03.5 - Un Caballero para Recordar PDF

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1

Prometida al claustro, el espíritu libre de Lady Mercia regresa a casa antes de sus votos finales a la boda
de su hermana Rowena con un príncipe Gales. Pero el destino interviene cuando ella encuentra a un
hombre seriamente malherido varado en la orilla.
Incapaz de resistir sus febriles súplicas por su ayuda, ella lo oculta entre las cavernas que usaba para
jugar cuando era una niña. Y ahí, mientras cuida al apuesto extraño para que recupere su salud, descubre
una pasión por él que no puede soportar. Sabiendo que está prometida a Dios y que nunca conocerá el
toque de un hombre, Mercy se rinde ante los deseos de su corazón y de su cuerpo.
En su camino hacia su prometida, Lady Rowena, el príncipe Rhodri de Dinefwr naufraga y es gravemente
herido, sin memoria de quién es él. Pero no le importa; un ángel misericordioso ha llegado a reclamar su
mente, cuerpo, alma, y pronto su corazón.
Sin embargo, el destino interviene nuevamente cuando Rhodri recupera su memoria y se percata de que
su verdadero amor es la hermana de su prometida. Aunque el honor llama a casarse con una mujer que
nunca ha visto, el corazón de Rhodri pertenece a Mercy.

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UNO

Costa de Wessex, Febrero 1068

Mercia caminaba derrotada por el camino de los dentados acantilados con vistas al Mar de Irlanda. La frustración
se batió a duelo con un profundo sentimiento de melancolía. Frustración con su padre, Lord Cedric, no solamente
por la pérdida de la fortuna de la familia, sino también por preparar su salida hacia las monjas en Drury Abbey. ¡No
no tengo ni una moneda de plata para ofrecer por tu mano, Mercia¡ ¡Una novia de Dios, tú serás!
Enojada le dio una patada a una piedra en su camino. – ¡Jesús!- Maldijo cuando se golpeó la punta del pie. Ella
tenía la decencia de hacer la señal de la cruz y pedirle al Señor su perdón, pero también pidió perdón por la
próxima vez. Siempre había una próxima vez.
¡No quería pasar el resto de su vida de rodillas, con las manos juntas, susurrando repetidamente oraciones y
votos! Era una hija de la tierra, de los
sentidos. Aye, y una mujer de la nobleza sin ni siquiera una vaca lechera para ofrecerle a un potencial novio.
Su mirada atravesó la playa de color blanco plateado abajo. Trozos oscuros de madera envuelta en algas y otros
restos habían llegado a la costa con la reciente tormenta.
El duro viento de invierno desgarró su trenza, liberando las largas cadenas de oro de la cinta de terciopelo
gastado. Su capa raída no hacía nada para calentarla, pero tampoco quiso pasar el día en Wendover. Era su casa,
pero había perdido su brillo, aunque su padre trató de ocultar el hecho.
De hecho, él trabajó sin descanso para mantener la apariencia de prosperidad. El príncipe Rhodri de Dinefwr
estaba en camino a reclamar a su novia, su hermana, la hermosa y etérea Rowena. ¿La querría a ella cuando se
enterase de que ella venía solamente con la ropa que llevaba puesta?
La belleza de Rowena era sabida, y su sangre estaba entre las mejores de toda Sajonia. Ella sería para cualquier
hombre una esposa digna. Ella podría engañar al príncipe con seguridad. No le importaría que ella viniese a él en la
más humilde indigencia.
La ira de Mercia se desvaneció. No podía envidiar a su hermana en nada. Ella oró por ella todos los días, y
confiaba en que una vez que se instalase en su nueva casa en Gales, podría llamar a su única hermana para que
fuese su compañía en el barco. Pero sabía que no lo haría. Una mujer soltera era un gasto adicional. Nay, ella se
quedaría en Drury Abbey, y este verano tomaría sus votos finales. Era una pequeña victoria. Cuando toda
Inglaterra estuviese sangrando ella estaría a salvo e iría a la cama cada noche con el estómago lleno.
Aye, cuando se convirtió en la chica racional que sabía que debía ser, incluso con todos los problemas de
Inglaterra a su alrededor, se obligaría a sí misma para estar encerrada en Drury Abbey. La abadesa Avril era
amable, y aunque a Mercia le resultaba difícil orar de rodillas durante horas y horas, lo intentaría. Ella trataría muy
duro para ser una buena sierva de Dios. Pero estaba ese salvajismo aún dentro de ella, el salvajismo de montar a
pelo a lo largo de la costa, correr descalza por los bosques arcillosos, bailar y reír y ser feliz.
Pasaría, le dijo la abadesa, siempre era así. Dios sólo la tentaba con estos placeres de la carne, no debía sucumbir
a ellos, nunca, porque Dios sería duro en su penitencia. Sería su perdición si no era más obediente. ¡Obediente!
Ella sacudió la cabeza mientras el demonio atravesaba el ángel en ella, y miró por encima del hombro a su
doncella, Agatha. Desde el momento en que Mercia le habló de su deseo de ver las playas, la anciana se había
quejado y no había parado hasta que, finalmente, incapaz de escuchar su maullido, Mercia partió al trote. Ella se

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encogió de hombros al ver el camino vacio detrás de ella. La alcanzaría pronto. Ella no hizo caso a las agitadas
aguas abajo mientras se inclina por el sendero empinado como uno de los ponis lanudos que había cabalgado
cuando era una niña. Su frustración la guió hacia adelante, y no le dio más atención a Agatha, que tropezó sin duda
en el bosque. La anciana no entendía que quisiera salir de la antigua casa solariega. Ella había estado horrorizada
por su estado ruinoso cuando regresó a su casa sólo cuatro días atrás. La Fortuna de su Padre se había reducido
considerablemente desde la llegada de los normandos. Él esperaba que el matrimonio entre la casa de Wendover
y la gran casa de Dinefwr, no sólo su fortuna se restaurara con tal yerno adinerado, sino que la fusión de Sajón y
Galés lo fortalecería contra los normandos invasores.
Lanzar su suerte con el Conde Edric había sido desastroso para su padre. Pero él había hecho incursiones con los
galeses, y el pasado otoño había montado a Dinefwr sólo para ofrecer su más preciada posesión, su hija Rowena,
como esposa de único hijo el príncipe, Rhodri. La llegada de su escolta había sido prevista hace unos días. Pero con
la tormenta fueron detenidos.
Al llegar a las húmedas y frías arenas de la playa, Mercia continuó su paso frustrado, ajena a todo lo que la
rodeaba. Ella luchó todas las noches con su destino para convertirse en una novia de Dios, y no vivir la vida que
había soñado. Una de sol, y niños, y con un marido que la apreciaba. El sueño de un loco, sin duda. Quería gritar,
correr tan lejos y tan rápido de su vida como pudiese. Ella sólo debía marchar a la derecha hacia el mar y nadar
hasta las costas salvajes de Irlanda. Su padre no se atrevería a venir por ella, ya que el mar estaba azotado por
piratas.
Pero ella no podía. Mercia era tan salvaje e indomable como el mar, pero había dado su juramento de Inglaterra,
a la abadesa y a Dios, y ella haría todo lo que tuviese en su poder para cumplirlo. Tan concentrada estaba en su
marcha hacia las agitadas aguas que ella no vio el gran trozo de madera. Ella tropezó con él y cayó en un ruido
sordo en la arena húmeda. Ella abrió la boca y escupió algunas piedras arenosas y se secó la sal que escocía en sus
ojos. El viento soplaba con fuerza frente a ella, trayendo consigo lágrimas en sus ojos. Al darse la vuelta y ponerse
a cepillar sus ropas para limpiarse, se detuvo y gritó.
No era la madera con la que había tropezado, sino un bote boca abajo enterrado en la arena, y un hombre,
medio desnudo, en su interior. Se giró para correr, pero la curiosidad pudo más en ella. Detuvo su huida y se
quedó. Él no representaba una amenaza. Su cuerpo estaba inmóvil, mientras los elementos lo agredían. Intrigada
por su largo cuerpo musculoso y rostro anguloso, ella se acercó. Una profunda herida le marcaba el pecho, y otra
más pequeña cortaba su hombro.
Tragó saliva. Solo las calzas y chauses cubrían la parte inferior de su cuerpo y sus piernas largas. Ella dio unos
pasos más cerca, hasta que pudo ver el fino y oscuro vello de su torso. Siguió mirando hasta abajo donde estaba
tapado su… ella se sonrojó con vehemencia. Su largo cabello negro estaba mojado y lleno de arena, ocultando la
mayor parte de su rostro con barba sin afeitar. Ella se inclinó y suavemente lo empujó, y jadeó por segunda vez. A
pesar del nuevo crecimiento de la barba, él era muy apuesto. Cejas oscuras recortaban sobre los ojos que ella
previó que debían ser tan profundos y penetrantes como el mar. Pómulos altos enmarcados y labios carnosos. No
podía dejar de preguntarse qué tan cálidos y suaves se podían sentir sobre los suyos. Ella se sonrojó de nuevo.
Nunca la habían besado, pero desde que era una niña y tenía su corazón puesto en el joven vasallo de su padre, Sir
Bertram, se había preguntado cómo se sentiría estar en manos de un hombre, y besar a uno. Rara vez se permitió
la libertad de pensamiento; ella estaba, después de todo, prometida a Dios.
Tentativamente, llevó una mano a su pecho y retrocedió ante el calor que emanaba de él. Fiebre. Su pecho subía
a cámara lenta, en superficiales inhalaciones. Él gimió cuando ella apretó la palma de la mano con más fuerza en
él. Aye, su piel, a pesar del frío del aire, estaba caliente al tacto.
Mercia miró hacia el camino que acababa de atravesar, y a continuación, a los acantilados. Moriría si lo dejaba
expuesto. Y si había una cosa que se podía decir de Lady Mercia de Wendover, era que no podía soportar ver
siquiera a un gorrión con dolor. Ella se acercó más para ver alguna señal de quién era. Tenía el pelo largo en el
modo de los sajones, pero su rostro, aunque una barba oscura lo asechaba, estaba bien afeitado, como un
Normando. Él no llevaba espada, ninguna otra arma, ni un anillo con algún sello. Salvo por su prenda interior,
estaba desnudo. Y, sin embargo, a pesar de estar despeinado, instintivamente, Mercia supo que era un noble.
La tensión se marcó en su frente. Se mordió el labio inferior, sin saber qué hacer. No podía llevarlo donde su
padre. Él se quejaría de otra boca que alimentar, y prohibiría que un hombre extraño se refugiase en el interior de
Wendover. El hombre gimió, moviéndose ligeramente en el bote. Mercia se agachó a su lado y casi pierde la
compostura cuando dos ojos del color de la plata fundida le devolvieron la mirada. Algo dentro de ella se movió en
ese preciso momento, hasta llegar a su vientre.
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Su mano tocó la suya. Abrió la boca para hablar, pero sólo una maldición ronca salió. El dolor irradiaba en sus
ojos, y algo más. Una súplica silenciosa por su ayuda. Extendió una mano temblorosa. –Ayúdame.- Dijo con voz
ronca. La silenciosa desesperación en su voz cambió la situación. Ella no podía negarse. Lentamente Mercia se
levantó y miró a su alrededor, sin saber qué hacer. Había una choza abandonada en el acantilado, donde había ido
muchas veces cuando era una niña y veía el choque de las olas contra la arena. Pero había también cuevas. - Voy a
encontrar refugio para ti.- Dijo. Al moverse de él, sus dedos se cerraron más fuerte alrededor de ella. Otra
sacudida de algo tan desconocido se clavó a través de sus partes inferiores. Sintió que sus mejillas se encendían
como su piel. -Por favor, señor.- Le rogó. Le soltó la mano y cerró los ojos. Rápidamente corrió hasta el borde
inferior del acantilado y a través de la maleza, encontró la apertura de una de las muchas cuevas en las que se
había escondido cuando era una infante con su hermana. Rowena no se fascinaba tanto como Mercia, siempre se
quejaba de los fantasmas y piratas. Pero Mercia lo había encontrado fascinante.
Y como la hija más joven, su pobre padre no la frenó tan marcadamente como a su hermana.
Mercia corrió hacia el hombre que yacía tan inmóvil como una piedra.
- Señor, voy a necesitar de su ayuda. No puedo arrastrarlo ni puedo llevarlo. ¿Puede ponerse de pie?
Sus ojos se abrieron lentamente. Tragó saliva y asintió. En lo que fue un esfuerzo hercúleo, Mercia logró arrastrar
al hombre herido a la cueva. Ella sacó su capa de los hombros, la dejó en el suelo arenoso, y lo instaló. -Una
bebida.- dijo en entrecortado inglés.
Ella podía decir por su acento que no era su lengua materna. Aunque no podía saberlo, era vagamente familiar
para ella.
Había una pequeña piscina de poca profundidad más allá de la cueva, alimentada por un manantial subterráneo.
En los meses de verano había pasado muchas horas en él, chapoteando y nadando, esquivando el calor opresivo. -
Tengo que ir para conseguirlo. Pero volveré.
Mercia voló de la cueva. Cuando llegó al pie del camino, estuvo a punto de chocar con Agatha, que gracias al cielo
había insistido en traer una pequeña cesta de comida y vino. Ella se la arrebató de la mano de su niñera y fue
recompensada con una mirada. -Quédate aquí. Agatha.- Entonces ella corrió hacia el hombre.
Él estaba como ella lo había dejado. Se dejó caer de rodillas y sacó la bota de la cesta. Cautelosamente ella
levantó la cabeza y cogió un poco de la bebida entre los labios entreabiertos. Tosió, agarrando sus manos,
sorprendiéndola. Pero una vez que sus convulsiones disminuyeron, la soltó y bebió a pequeños sorbos. Cuando se
cansó, él empujó la piel de inmediato. Con cuidado, ella le bajó la cabeza hacia su capa.
El chasquido de una ramita le llamó la atención. Ella corrió a la entrada de la cueva para encontrar a Agatha
mirando curiosa - ¿Qué te traes, muchacha?
Durante un largo momento, Mercia se quedó en silencio, debatiéndose en compartir su secreto con su vieja
nana. Al final, decidió que Agatha sería una buena excusa para mantener a su padre lejos de husmear. Y Mercia
vendría aquí a diario para ver el bienestar del apuesto extraño. No sólo porque no podía dejar que se muriese, sino
porque cuando sus manos se habían agarrado de ella, todo su cuerpo se calentó ante la emoción de su tacto. Y
aunque sabía que jugaba un juego peligroso que venía de él, no podía ayudarlo si se quedaba lejos. Su instinto le
dijo que él no era un hombre nefasto, sino que había sufrido lesiones graves, y sin su ayuda ciertamente moriría.
¿No habían tenido ya suficientes muertes desde la invasión de William? Aye, y habría más, estaba segura, pero iba
a aportar su pequeña parte para salvar al menos una vida.
- Ven, Agatha, es un hombre, está herido.
Mercia tomó la mano de la anciana y la llevó a la cueva oscura. Cuando el cuerpo del hombre emergió, la niñera
siseó en una profunda respiración. - ¿Es un Normando? Tu padre tendrá tu cabeza, muchacha.
- Él no lo sabrá, ¿no es así Agatha?- Amenazó Mercia. La nana se negó a acercarse al hombre. - Aggie, por
favor, sus heridas son graves, me gustaría saber qué cataplasmas y hierbas debo usar.
- Nay, no voy a ayudarte. No voy a salvar a un normando cuando tomaron tantas vidas inglesas.
- ¡Bah! -Mercia levantó las manos en el aire. - ¿Quién puede decir con seguridad que es normando? Podría
ser irlandés o galés. Yo lo atenderé por mí misma. - Se volvió hacia la anciana y entrecerró los ojos. – Pero
una sola palabra de esto a alguien, y te voy a enviar a través del mar y dejar que los piratas te cojan.-
Agatha era vieja, tenía problemas de la vista y la audición, pero no había perdido ni una sola parte de su
ingenio. Ella apretó los labios arrugados, pero asintió con la cabeza. - Bueno. Ahora quédate allí mientras yo
veo lo que puedo hacer.

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DOS

Mercia necesitaba aguja e hilo. Necesitaba bálsamo y hierbas curativas. Necesitaba ropa de cama y cálidas pieles.
Las noches eran heladas, y si el hombre herido era dejado donde estaba, el podría sucumbir ante los elementos.
Por más que desease no dejarlo, lo hizo. Vació el contenido de la canasta, puso la comida y la piel de vino cerca de
él. Pero dudo de que pudiese comer o beber. Él había caído en un profundo sueño.
Ella se apresuró a volver a la mansión, ignorando los llamados de su hermana y los refunfuños de su padre. La
cena estaba a punto de comenzar y sabía que no había manera de librarse de ella. Si ella decía que tenía un dolor
de cabeza, Rowena sabría que lo había usado como ardid para retirarse, y de seguro Mercia se habría ido después.
¡Y la entrometida de Ro no descansaría hasta que fuese encontrada! Así que se preparó mentalmente para
sentarse en esa miserable cena, rehuyendo cualquier contacto ocular con su cuidadora.
- Papá, me preocupa no haber sabido ninguna palabra de mi prometido.- Dijo Rowena suavemente.
Mercia miró a su hermana. La hermosa, elegante, atractiva Rowena. La dama que todos los hombres deseaban,
pero ninguno pudo obtenerla. Ella es digna de un príncipe, su padre había cantado, esa fue la cobertura de sus
apuestas, cuando, por fin, se había negociado un golpe de Estado. No bien se había firmado el contrato
matrimonial, perdió todo lo que había prometido como dote. La guerra era costosa. Cedric había dado todo
primero a Harold, luego al conde Edric; fue esa última campaña que lo hizo quebrar. Ahora sus campos yacían sin
atención, sin campesinos, no había dinero para pagarles a los hombres libres. Apenas un caballo en los establos, y
moneda que pudo ser guardada se gastó en la ropa fina de Rowena. Debía parecer una lady próspera cuando su
príncipe llegase a reclamarla como su novia. Mercia miró a su padre, que hizo un gesto impaciente a los criados
para que los dejaran solos a él y sus dos hijas y se sentaran a la mesa del Señor.
- Aye, tu prometido llega tarde, Rowena. Ni siquiera una escolta para anunciar su llegada. Me temo que nos
ha descubierto. -Se quejó el Señor Cedric.
- ¿Qué va a ser de mí, entonces, padre? - Gritó Rowena. – ¡No voy a presentarme ante las monjas! -Con sus
palabras, Ro dirigió a su hermana una mirada de disculpa silenciosa. Cedric palmeó la mano de su hija. -No
temas, muchacha, el padre del príncipe firmó el contrato.
- P-pero, el príncipe Rhodri no fue informado hasta hace poco. Tal vez él se haya enojado.
Cedric se encogió de hombros. -Tal vez, pero un contrato es un contrato. Hyclon no podrá romperlo. Con el rey
normando en el poder debemos aliarnos con los galeses para proteger lo que es nuestro.
- Pero Padre. -Interrumpió Mercia. – El príncipe Rhodri seguramente descubrirá tu engaño y se retractará del
contrato.
Cedric le dio una bofetada en la cara, con el rostro rojo de ira acumulada.
- ¡No hables de eso! ¡Te he prohibido que lo hagas!
Cálidas lágrimas brotaron de los ojos de Mercia. Se frotó el punto caliente palpitante en su mejilla. Paseando su
mirada hacia abajo, ella asintió con la cabeza. - Perdóname, Padre.
- No debería haber permitido que regresases para el matrimonio de tu hermana. Podrías echarlo todo a
perder con tus palabras. Guarda silencio, hija o te voy a regresar de inmediato a Drury Abbey.
Mercia levantó los ojos llorosos a Rowena, que estaba sentada en silencio, pero con empatía hacia ella. Ella no se
atrevió a defender a su hermana. Cedric era salvaje e impredecible desde su regreso de la batalla de Hereford. Era
un hombre acostumbrado a tener el control, pero desde que el duque normando llegó, nunca sabía si iba a
despertar con una guarnición de normandos tomando su residencia permanentemente o si estaría colgado por sus
traidores actos. Porque en cada vuelta se puso en contra de Normandía.
Cedric volvió su atención de nuevo a la hija que resucitaría su fortuna.
- Sospecho que la escolta del príncipe se ha retrasado con la tormenta. Os ruego que lo busque
inmediatamente después de su llegada, Rowena y lo seduzcas. Nosotros no tenemos ni un solo día que
perder. Consíguele un hijo, y a él no le importará que llegues a él con sólo tu belleza y con tu ropa a tus
espaldas.
Mercia se quedó sin aliento, al igual que Rowena. ¡Lo que su padre propuso era que Rowena sedujera al príncipe,

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incluso antes de que se fueran a casar! Era absurdo y vil. Pero indicaba lo desesperado que estaba. Miró a su hija
menor. - Espero que, Mercia, ayudes a tu hermana en todo lo posible.
- Aye, Padre, voy a guiar al semental directamente a la yegua. Incluso le sostendré la cola para que él pueda
montarla. -Su comentario le valió otra sonora bofetada. Esta vez Mercia no se inmutó, ni una sola lágrima le
picó sus ojos. Desafiante, miró a su padre.
- Eres hija del demonio, Mercia. Que Dios te ayude.
- Aye, Padre, Dios nos ayude a todos.
No quería nada más que levantarse, pero no pudo hasta que su padre la excusó. Cuando lo hizo poco tiempo
después, ella corrió hacia el lugar que compartía con su hermana, y con enojo se arrojó sobre las sábanas.

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TRES

No fue una hazaña fácil colarse lejos de la mansión. Mercia miró hacia el suave resplandor en el cielo de la noche,
agradecida por el brillo de la luna. Después de haber vagado por la tierra toda su vida, podía encontrar el camino a
las cuevas con los ojos vendados. Aunque cargaba con pieles, alimentos y plantas medicinales, Mercia llego a la
cueva en un tiempo muy rápido.
Estaba oscuro, aunque ella no creía que fuese prudente, no tuvo elección de, una vez en la cueva, encender un
poco de fuego. ¡Ella no podía ver en la oscuridad! Cuando el pequeño espacio brilló con una luz de color naranja
ella vio que el hombre se había movido de su capa. Con cuidado, le tocó el pecho y retrocedió. Estaba más caliente
que las brasas del fuego. Rápidamente sacó las cosas de su bolso y se puso a trabajar. Ella le cosió las heridas,
aunque no fue fácil. Con la fiebre, su cuerpo tembló y se removió. Se sintió aliviada al ver que sus heridas no eran
tan malas como parecían. Una vez recompuestas sus heridas, Mercia puso un pequeño cubo de agua a calentar, y
lo bañó. Al enjuagar el cabello, sus dedos encontraron un bulto duro en la parte posterior de su cabeza. No estaba
abierto, pero sabía como una lesión de esas podría matar. No fue hasta que llegó a su vientre que se detuvo en su
tarea. Se debatió sobre la conveniencia de despojarlo de sus calzones mojados y calzas, y aunque el calor llenó sus
mejillas, ella sabía que las ropas necesitaban secarse. Húmedo y frío como estaba, sólo ayudaba a su
disconformidad.
Con cuidado y con gran esfuerzo, ella lo desnudó, haciendo todo lo que podía para no ver lo que lo tenía un
hombre. Cuando ella apretó los dedos con su piel, retrocedió. No fue por el calor, sino a partir de la suavidad de su
piel dura. No esperaba que se sintiera tan agradable. Abrió la palma de la mano y la apretó contra su vientre,
maravillada por la fuerza bajo su mano. Sus dedos se extendieron a lo ancho, le gustaba la sensación del cabello
suave y fino que iba desde el pecho hasta el vientre y más allá donde no se atrevía a mirar. Poco a poco, le tocó la
piel expuesta, desde las mejillas hasta los pies, pero tomando un gran rodeo alrededor de sus caderas. Su
imaginación se volvió salvaje con pensamientos de él despertando y tomándola en sus musculosos y fuertes
brazos.
Mercia mentalmente sacudió sus fantasías de su cabeza. Necesitaba más de ella ahora que sus pensamientos de
niña romántica. Finalmente, mientras le bañaba sus muslos, no pudo dejar de mirar lo que le hacía tan diferente
de ella. Tragó saliva. Era muy masculino. Su grueso miembro se acurrucaba contra la suave piel oscura.
Instintivamente sabía que él era un hombre orgulloso, y más de una criada le habría visto y sucumbido a su gloria.
Más calor enrojeció sus mejillas. Hizo caso omiso de su atracción por él y terminó su limpieza. Ella extendió las
pieles y le dio la vuelta hacia ellos. Tenía la piel seca y caliente, y ella conocía una sola manera de quitar una fiebre.
Dejó caer el cubo de agua de la bañera, vertió agua limpia y fría en ella, y poco a poco comenzó a presionar la ropa
fresca en su cuerpo. Inmediatamente fue absorbida por su calor. Ella no le dio ninguna importancia al tiempo
transcurrido. No fue hasta que los temblores fueron incontrolables y sus dientes comenzaron a castañetear que
ella supo que estaba helado. Echó cada piel que había traído sobre él y avivó el fuego.
La fiebre duró. Se revolvió, arrojando las pieles de su cuerpo. La preocupación caló profundamente en ella. -
Señor, no debe agitarse. Quédese quieto y deje que las pieles lo calienten.
Él se quedó quieto ante su voz. Ella apretó la palma de su mano en su mejilla y suavemente le acarició. - Deja que
el calor lo envuelva, le ayudará.- Mientras ella le hablaba en voz baja y lo tocaba, él se quedó inmóvil. A pesar de
ello, su cuerpo se contorsionó con firmes escalofríos. Ella se acercó para darle un poco de su propio calor corporal.
Sin embargo, continuó temblando. Finalmente, se acostó a su lado y apretó su cuerpo contra el suyo. Sin embargo,
todavía no era suficiente. Con una fuerte determinación, Mercia sabía que si ella apretaba su piel desnuda contra
la suya y pudiese mantenerlos envueltos en las pieles, podría finalmente quitarle el frío. Ella vaciló mientras la
vergüenza le calentó el cuerpo caliente. Pero se quitó la ropa, incluso sus zapatos, tomó las pieles más grandes y se
apretó contra él. El contacto piel a piel la sorprendió con su sensualidad. Era duro, pero suave. Podía sentir el
poder de su cuerpo.
Mercia cerró los ojos y contuvo la respiración, imaginando lo que se sentía al ser poseída por un hombre. Ella
sabía que no era un campesino, sino un guerrero. Tenía un rostro noble y las pocas palabras que había hablado,

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incluso en un idioma diferente indicaban un aire de nobleza.
Cuando se movió, ella se apretó más, envolviendo sus brazos alrededor de él, acariciando su espalda y sus
brazos, hablándole en voz baja con una voz suave.
Su cuerpo se relajó. Sus respiraciones se igualaron, y sintió una extraña sensación de satisfacción. Ella siempre se
había encontrado en la sombra de su hermana, la hermana normal, la inteligente, la que los muchachos miraban
como una amiga, no una compañera de vida. Se sentía bien estar en los brazos de un hombre guapo, viril. Una
oleada de miedo le siguió la felicidad. Estaba mal lo que hizo. Ella se prometió a Dios, y este hombre era un
extraño. Ella retrocedió, alejándose de él, sabiendo que estaba ya prohibido a él como él a ella. Unos fuertes
brazos se apretaron a su alrededor.
–Nay.- Dijo, su voz era gruesa y ronca. Mercia se puso tensa. Sus brazos se apretaron alrededor de su cintura
mientras la tiraba con más fuerza a su cuerpo febril. Movió la cabeza, hundiendo la nariz en su pelo grueso. Tenía
la piel enrojecida, y su cuerpo se estremeció de una manera deliciosamente angustiosa. Sus pezones se erectaron
contra su duro pecho. El calor llenó su vientre. Cerró los ojos y se permitió disfrutar del momento. Sus manos se
apretaban contra su espalda, sus dedos largos y gruesos extendidos a través de sus curvas redondeadas. Los ojos
de Mercia se abrieron de golpe. Su virilidad había despertado. Ella sintió que golpeaba contra su muslo. El pánico
se apoderó de ella.
Ella empujó contra su pecho, con cuidado de no tocar la herida. Él dijo algo en su lengua nativa y ella sabía por la
súplica contenida que le rogaba que se quedara. No podía. Los pensamientos se agolpaban en la cabeza de lo que
podría pasar si ella lo permitía. En su delirio, no recordaría, pero ella sí, y no podía volver impura a la abadía.
- Por favor, señor. Libéreme. - Susurró.
Sus labios calientes se presionaron contra su mejilla, y luego a sus labios. El choque del contacto la inmovilizó.
Ella no se atrevía a moverse.
- No puedo. - Dijo con espeso acento inglés. - Me has embrujado. -Sus dedos presionaron la tierna carne de
su trasero, y mientras lo hacía, sus caderas se movían contra la de ella, su virilidad caliente e hinchada se
movió contra su vientre.
Estuvo a punto de desmayarse: el sentimiento de su poder era tan tentadora que contuvo el aliento.
Sus labios capturaron los suyos una vez más, y esta vez, probaron sus labios con la lengua. Fragmentos calientes
de deseo atravesaron hasta el vértice entre los muslos. Ella gimió bajo él, las nuevas y emocionantes sensaciones
la intoxicaron. Su beso se profundizó, sus dedos exploraron, sus pechos se hincharon y de repente se volvieron tan
sensibles que anhelaba que él la tocara con la boca. Ella jadeó ante la idea.
- Por favor. -Rogó.
Él le dio la vuelta de manera que ahora estaba totalmente contra de ella. Sus ojos plateados brillaban con fiebre, y
algo más. Deseo. - Dime tu nombre, dulce ángel de la misericordia. Dime tu nombre y te soltaré.
- Rowena. -Soltó.
- Rowena. - Dijo en voz baja, y sonó como una caricia. Su cuerpo se quedó inmóvil. La forma en que lo dijo la
hizo sentir como si fuera la única mujer en el mundo, la Eva de su Adán. Un repentino deseo de ser tan
apreciada por este hombre y solo este hombre casi la venció. Era una locura. Por qué no le dijo su
verdadero nombre, ella no lo sabía. Pero era mejor así. Una vez que la fiebre desapareciera, ella lo dejaría y
no regresaría jamás.
- ¿Su nombre, señor? - Preguntó en voz baja. Ella sabría el nombre de su amante ideal y lo mantendría
anhelante a su corazón por el resto de su vida. Porque nunca más se volvería a sentir tan querida por un
hombre. Sus cejas oscuras se torcieron en la confusión. Su lucha por recordar su nombre era evidente en su
rostro. Lentamente negó con la cabeza. -No me acuerdo.
Tiernamente le tocó el chichón en la parte posterior de la cabeza. Hizo una mueca. -Es común con este tipo de
lesiones. La fiebre no ayuda tampoco. Una vez que usted se encuentre bien, recordará.
Se dejó caer de nuevo en las pieles, trayéndola con él. Mercia contuvo el aliento, sin saber qué debía hacer. Su
cuerpo cálido absorbió su frialdad. ¡Sin embargo, ella no podía yacer desnuda con un hombre extraño que estaba
totalmente excitado!
Ella abrió la boca para defender su caso, cuando sus brazos se aflojaron. Se apoyó en un codo, sus pechos llenos
rozando su duro pecho. Reprimió un gemido, avergonzada por el calor que se apoderó de ella. Se atrevió a mirarlo.
Tenía los ojos cerrados, y la tensión había desaparecido de su rostro. Sus respiraciones profundas llenaron el
pequeño espacio. Por último, se durmió.
Mercia se deslizó de él, y cuando ella lo hizo un profundo sentimiento de nostalgia se apoderó de ella. Si fuese
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capaz de tomar sus propias decisiones se deslizaría por debajo de las pieles y se acostaría a su lado hasta que
despertara, y luego permitiría que la naturaleza siguiese su curso.
Lamentablemente, ella salió corriendo de la cueva, al igual que los dedos grises de la aurora empujando hacia
atrás a la noche.
Mientras se metió en su habitación, se detuvo en seco al encontrarse con los ojos sospechosos de Rowena. -
¿Dónde has estado toda la noche, hermana?- Exigió saber.
Mercia se encogió de hombros y caminó casualmente en el solar. -He pasado la noche de rodillas en la capilla,
rezando para que tu príncipe venga. Estoy cansada ahora y busco un poco de descanso.

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CUATRO

Mercia despertó con la sensación de fuertes, toscas manos en sus senos. El lujurioso sentimiento de sus callosos
dedos acariciando sus sensitivos pezones liberando un suave gemido. Cálido aliento sobre sus mejillas y la fuerte
suavidad del pecho de un hombre contra su piel sedosa fue suficiente para hacerle sollozar de placer.
- ¡Mercy!
Mercia despertó sobresaltada encontrándose con la sospechosa mirada de su hermana sobre ella. Tímidamente
le dijo: -Ro, yo… ¿me dormí hasta haber pasado el desayuno?- Se movió, deslizándose de la cama.
Rowena agarró su brazo.
- ¿Tienes un amante, hermana?
Caliente culpabilidad la recorrió en oleadas a través de su cuerpo. Nunca le había mentido a su hermana. Respiró
profundamente. Siempre había una vez para todo. Mercia asintió. Rowena contuvo el aliento. Tomó ambas manos
de Mercia.
- ¡Dime! ¡Cuéntame todo!
Mercia tragó nuevamente. Dirigió una mirada alrededor de la habitación vacía. Susurró con complicidad.- Hay un
chico, nay, un hombre, en Drury Abbey, el escudero local de Sir Ashton. Él….- Mercia bateo sus pestañas y fingió
coquetería.- Él, es muy apuesto, y antes de que la escolta de mi padre llegase, compartimos un beso.
Rowena jadeó y atrajo a Mercia hacia ella.- ¿Fue mágico?
Mercia tragó de nuevo, de repente se sentía terrible por mentir a su hermana. Pero si se negaba haría sospechar
a Rowena, y ocultar la verdad sería más difícil. Le daría lo que quería y estaría satisfecha. Al menos eso esperaba.
Mercia logró sonrojarse y asintió con la cabeza. – No volverá a ocurrir. Tomaré mis votos finales antes de la
cosecha.
La hermosa cara de Rowena se transformó en tristeza. - Mercy, siento que padre haya administrado tan mal tu
vida. Te llevaría conmigo a Dinefwr si pudiera. Pero no conozco la disposición de mi futuro marido. Él podría ser un
ogro y resentido.
Mercia deslizó las manos de su hermana y se levantó. - No te preocupes por mí, Ro. Voy a estar contenta en la
abadía.-Otra mentira. Llegaban demasiado fáciles a alguien prometida a Dios.
Rápidamente se bañó, se vistió y se dedicó a sus quehaceres. Al mismo tiempo, el olor del hombre al que había
dejado sólo esa mañana se aferró a sus sentidos, y apenas podía controlarse de volar de vuelta a sus brazos. Pero
ella no podía. Encontró los ojos de Rowena en ella a lo largo del día, y su padre, huraño como él, se paseaba en un
largo surco en frente de las puertas, a la espera de la palabra del príncipe que debía llegar.
Finalmente, justo cuando el sol comenzó su diario descenso en el mar agitado, un grupo de hombres a caballo se
acercaron a la casa. El Señor Cedric salió al encuentro de ellos, Mercia lo seguía de cerca. Rowena se puso nerviosa
en el umbral.
Reconoció el estándar del jabalí, el jabalí de Dinefwr. ¿El príncipe había llegado por fin? Mercia miró más allá del
cansado contingente, pero ninguno de ellos estaba sentado majestuosamente sobre su corcel como príncipe. Nay,
sus rostros eran graves y ojerosos.
- ¿Lord Cedric de Wendover? -Exigió el abanderado.
- Aye.- Dijo su padre, dando un paso adelante. - Yo soy.
- Soy Morgan de Dinefwr, mayordomo de milord, el príncipe Rhodri. Nuestra flota se encontró con los
piratas en el mar y han sido separados del príncipe. ¿Ha llegado?
Mercia contuvo un suspiro, su padre maldijo. - ¡Nay! ¡No ha habido ninguna señal de él!
La furia de su padre era notable. Él no estaba preocupado por el bienestar del príncipe, sino por su propia
pérdida si el príncipe hubiese hecho un juego sucio. El rostro de Morgan palideció. Él desmontó y entregó las
riendas a su escudero. -Cogimos la peor parte. Oren para que su barco haya volado por culpa de la tormenta. Mi
señor es sano y fuerte. Él saldrá a la superficie. Lo vamos a esperar aquí.
Su padre frunció el ceño, sin duda, contando en su cabeza lo mucho que costaría para alimentar la escolta de
diez hombres hambrientos. Hizo una reverencia y dijo: -Por supuesto, señor Morgan, no sería de ninguna otra

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manera. En la mañana, vamos a enviar a un grupo de búsqueda por el príncipe.
Mercia se apresuró a darle la noticia a su hermana. Rowena casi se desmayó. Mercia se la llevó a su habitación y
la calmó, ella también estaba preocupada. Sin marido, Ro sufriría el mismo destino que Mercia.

No fue hasta mucho más tarde, cuando la casa se había calmado, que Mercia fue capaz de deslizarse de su
habitación y de nuevo ir a la cueva. Se sintió aliviada al ver que el hombre seguía ahí. Se quedó inmóvil bajo el
pesado montón de pieles, incluso su respiración, y ella pudo ver que no había tocado la comida que había dejado
atrás. Dejó las provisiones frescas que había logrado robar al lado de la bota de vino.
Despertó de su letargo y la agarró. Ella gritó cuando él la cubrió con su cuerpo grande. - ¡Nay! -Exclamó. Sus ojos
grises miraban frenéticamente alrededor, pero cuando se colocó sobre ella, se aclararon.
- Soy yo, señor, Rowena, vengo a ver su salud. – Él la miró fijamente, y la confusión reinaba en su mirada. -
¿Rowena? -Dijo con voz ronca.
Poco a poco quitó los dedos de sus brazos y asintió. - Aye, yo lo saqué de las olas y le he cuidado estos dos
últimos días.
La realización llenó su mente, y con él, sonrió lentamente.
- Aye, ya me acuerdo, ha juntado su cuerpo al mío para bajar la fiebre.- Él la atrajo hacia sí. - Aún continúa.
El calor brilló en su piel, como si la hubiese acariciado. – Señor…eso fue mi último recurso.
Lamentablemente, la soltó y se recostó contra las pieles. Sus manos fueron a descansar justo debajo de su
vientre. A pesar de su enfermedad y las heridas, él era un espectáculo de lo más varonil. Avergonzada por sus
pensamientos, Mercia se alejó. - Tiene que comer si desea ganar fuerza.
- Tengo mucha hambre, Rowena, pero no de comida.
Se volvió de espaldas a él, nerviosa, y se alegro por el cumplido. - Si usted no puede controlar esa hambre, no voy
a volver a velar sus necesidades.
- Soy un hombre de honor. Te doy mi palabra de que no te forzaré. - Él se apoyó en un codo y la miró, sus
ojos de plata brillante en el bajo fuego. -Pero hay que decirlo, yo te daría todas las posesiones que poseo
para tenerte desnuda y dispuesta debajo de estas pieles.
Mercia se quedó sin aliento por la sorpresa. - ¡Es muy atrevido, señor!
- Nay, no soy más que un hombre honesto.
Le entregó un trozo de carne salada y un trozo de pan crujiente. - Aquí. Coma mientras yo atiendo sus heridas.
Él sonrió y lentamente tomó la comida de sus manos, sus largos dedos rozando su piel avivando el calor en ella.
Ella se estremeció ante el contacto, preguntándose qué estaba mal con ella. Nunca había sentido tanto vértigo
cuando Sir Bertram le dirigió una sonrisa y le tomó la mano para ayudarla. ¿Por qué este extraño? Lentamente
retiró la mano.
- Señor, ayer por la noche cuando le pregunté su nombre no se podía recordar. ¿Y ahora?
Frunció el ceño y mordió un trozo de pan y masticó lentamente. -Nay. - Tragó y la miró a los ojos. -¿Dónde
estoy?
- Wendover en la costa del Wessex. Le encontré en la playa. -Le tocó la punta del dedo en la herida en el
pecho.-Es una herida de espada.
Frunció el ceño más profundamente mientras trataba de recordar quién era y por qué había luchado.
- El inglés no es su lengua materna. –Dijo. -¿Es usted tal vez de Irlanda? ¿O Galés?
Negó con la cabeza, pero cuando habló, sus palabras eran extranjeras. Luego dijo en inglés: - Hablo gales e irlandés
con la misma facilidad.
Un repentino y horrible pensamiento pasó por la cabeza de Mercia. ¿Y si fuera uno de los piratas que atacaron la
flotilla del príncipe? Sus heridas eran recientes, y admitiéndolo, hablaban irlandés con facilidad. Su conocimiento
de gales tendría sentido también. Muchos piratas hablaban el lenguaje de aquellos que depredaron alguna vez.
Ella se movió de nuevo lejos de él, de repente con miedo.
Sus ojos se estrecharon peligrosamente. Dejó caer la comida y la agarró por las muñecas, tirándola contra su
pecho. - ¡Nay! - Gritó. En un movimiento rápido, él estaba sobre ella, presionando su espalda en las pieles suaves.
Su cuerpo desnudo le infundía a su piel su calor. Su cabeza se acercó a sus labios. Suavemente dijo: - Tú me haces
un gran deshonor, Lady Rowena. Puedo ser un pirata, pero no voy a hacerle daño a la mujer que me sacó del mar.
Te debo la vida.
Un chispeante alivio inundó su cuerpo. -Señor, yo…-
Negó con la cabeza, su cálido aliento acariciando sus mejillas. Imágenes salvajes de sus cuerpos desnudos
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enredados y brillantes, vigorosamente apareándose pasó ante sus ojos. Ella se quedó sin aliento, y se arqueó hacia
él. Él gruñó y bajó la cara en su pelo, que había dejado sin restricciones. - Puedo estar herido, mi dulzura, pero sigo
siendo un hombre con un apetito fuerte hacia una mujer. Especialmente una como tú. No me tientes más o puedo
jugar al pirata y violarte.
- Nunca he sido violada. - Admitió en voz baja.
Sus palabras lo sorprendieron, lo podía ver. No que ella no hubiese sido violada, sino como lo dijo como si fuera
algo malo. Él sonrió, mostrando sus dientes blancos y fuertes. Sus ojos brillaban con picardía. - Puedo remediarlo,
dulce Rowena.
En lugar de exigir que la soltara, Mercia se quedó quieta y en silencio, permitiendo que su imaginación huyese
como un ciervo asustado que sintió a los cazadores. Ella quería saber cómo se sentía. Quería la experiencia, ya que
cuando regresase a la abadía y tomase sus votos finales, ella nunca, ni siquiera por su libertad, rompería su
juramento de Dios.
- Yo… yo le doy permiso para que me bese. -Tartamudeó. Sus ojos se abrieron más antes de que se
estrecharan.
- ¿Juegas con el corazón de un moribundo?
Ella le dio una palmada en broma y se rió. - Usted no está a punto de morir. Usted tiene sólo dos cortes y un
golpe en la cabeza. En uno o dos días estarás en condiciones de nadar a Irlanda.
Sus labios bajaron a los de ella. Podía sentir el fuerte latido de su corazón en la garganta. De pronto, sus labios
estaban secos. Se los lamió. Él gruñó bajo. -¿Eres tan inocente como pareces?
Ella asintió con la cabeza, nunca vacilante ante su mirada. Ella lo sintió hincharse contra su vientre, y sabía que
jugaba con fuego. No le importaba si se quemaba. –Bésame.- Exigió en voz baja.
Y así lo hizo. Un lento, profundo beso caliente que curvó sus dedos del pie y la dejó sin aliento. Sus largos dedos
se clavaron profundamente en su cabello, llevándola más cerca de él, tan cerca que sintió como si se tratara de
una parte de él. Tan cerca que podía sentir el sólido golpe de su corazón contra su pecho. Tan cerca que ella no
tenía nada más que levantar la falda y…- arrancó los labios de él, su aliento en la garganta, no podía dibujar una
respiración normal. Se apartó de él y se sentó, envolviendo sus brazos alrededor de sus rodillas.
Se quedó allí con toda su gloria desnuda, sin molestarse en disimular su erección. Era todo lo que podía hacer
para no mirar. Más calor infundió su piel. Ella caminó hacia atrás como cangrejo, luego se levantó.
- Señor, parece que es muy capaz de valerse por sí mismo. Tengo que irme. No voy a volver. - Ella voló de la
cueva, y a continuación, en la oscuridad, y deseaba con cada parte de su cuerpo volver. Cuando la llamó,
ella se detuvo y se volvió. Se puso de pie desnudo en la entrada de la cueva, con el brazo extendido, la
palma hacia arriba.
- Vuelve a mí, Rowena.
Ella sacudió la cabeza y corrió tan rápido como sus piernas la llevaron de vuelta a la seguridad de Wendover.

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CINCO

Ella pateó y giró, sin encontrar una posición confortable. Muchas veces para contar, ella se movió para dejar la
cama, su deseo de regresar al lado del extraño fue tan insistente que casi gritó de la frustración.
Pero no volvió a él. No esa noche, o la mañana siguiente o la tarde siguiente. Pero una vez que el sol se hundió y
la luna erigió, como el llamado de una sirena, en sus sueños él la llamó. Y ella fue hacia él.
Ella fue hacia él, diciéndose a sí misma, porque la comida que le había dejado seguramente ya estaría acabada.
Ella fue hacia él, diciéndose a sí misma, porque a pesar de que estaba lejos del bosque igual que su fiebre y sus
heridas estaban curadas, no era lo suficientemente fuerte como para cazar, o defenderse. Ella fue hacia él, se
diciéndose a sí misma, para ayudarle a regresar al lugar de donde vino. Ella fue hacia él, diciéndose a sí misma,
porque si no lo hacía, el moriría.
La cueva estaba vacía. Sólo el bajo brillo de las brasas iluminaba el espacio. Pero ella no necesitaba la escasa luz
para pensar que se había ido. Un vacío de dolor profundo se abrió en sus entrañas, le dolía más de lo que cualquier
dolor de estómago o dolores de cabeza que alguna vez hubiera tenido que soportar jamás. Le dolía más que el día
en que su padre le dijo que iría a la abadía, donde pasaría el resto de su vida como una novia virgen de Dios.
La ira no se hizo esperar. ¿Ella no significó nada para él? ¡Le había salvado la vida! ¿No tenía que contar algo
aquello? Por supuesto que no, se dijo. Era simple y aburrida, y él era viril, un hombre apuesto a quien las mujeres
adulaban. ¿Qué interés tendría un hombre como él en una chica como ella?
Entró en la cueva y se sentó en las pieles, trayéndolos a la nariz. Inhaló profundamente. Olía a él. Limpio y
potente, como el mar. Cálidas lágrimas escocieron sus ojos. Ella era una niña tonta con sueños tontos de amor.
Sueños tontos que no tenía derecho a soñar. Arrojó las pieles lejos de ella y se puso furiosa. La humillación se
mezcló con su ira. Se dijo que no importaba. No podía importar. Era un extraño. Ella era una mujer de la nobleza,
de una noble casa aunque empobrecida. Las mujeres como ella no retozaban con los piratas. Sin duda, con ningún
hombre a menos que estuviese propiamente casada.
Aún así, las lágrimas le escocían. Y, sin embargo, a pesar de todo, ella lo anhelaba como nunca antes había
anhelado nada en su vida, incluyendo la libertad. Él era la libertad. Él le podía dar una idea de lo que significaba ser
verdaderamente deseado. Sería suficiente verla hasta el final de sus días.
Un pequeño sonido detrás de ella la sobresaltó. Se dio la vuelta y casi gritó. Era él. De pie en la entrada de la
cueva, vestido sólo con sus calzas, una liebre salvaje colgando lánguidamente en sus manos. Sus ojos ardían con
vehemencia en la de ella.
- Has vuelto.- Susurró ella.
- ¿Pensaste que te dejaría? -Dejó caer el conejo y se dirigió deliberadamente hacia ella.
Mercia contuvo el aliento. Al instante estaba en sus brazos. Sus labios capturaron los suyos en un duro, inflexible
beso. Sus brazos se envolvieron alrededor de ella, presionando su suavidad contra su dureza. En ese instante, se
dejó ir. De todo. Clavándole los dedos en su cabello, ella quitó su boca de la suya, sin ser capaz de conseguir lo
suficiente de él. Como un ciego deseoso de memorizar cada parte de ella, sus manos estuvieron por todas partes.
Sus mejillas, su cuello, sus hombros, de vuelta a su parte inferior, luego por su vientre hasta sus pechos. Su toque
caliente dejó una estela de fuego, despertando su oscura y latente sensualidad. Él la atrajo hacia sí a las pieles,
hundiéndose con ella en la suavidad. Mercia gimió cuando sus labios y lengua hurgaron en ella, con las manos
ahuecadas y acariciando sus pechos, sus pulgares jugaban con sus pezones hasta volverlos rígidos. Un salvaje
abandono la llenó, enrollándose firmemente dentro de ella, con ganas de ser liberada. El poder de su toque la
aterrorizaba tanto como la excitaba de una manera que nunca pensó posible. Se arqueó contra sus labios mientras
chupaba un pezón a través de la gruesa tela de su camisa. Gimiendo, ella cerró los ojos, disfrutando de su toque.
En un rápido movimiento le quitó su ropa y se desató sus calzas. La próxima vez que la volvió a tocar estaban tan
desnudos como Adán y Eva. Recorrió gran parte de su vientre y apretó la mano en su cálido monte de Venus.
–Rowena. -Susurró.- Eres el sueño de todo hombre.
Sus ojos se abrieron. Sus ojos se habían oscurecidos, pero ardían calientes de pasión. Cuando dijo el nombre de

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su hermana, la culpa se apoderó de ella. Quería oír su nombre de sus labios, con tal dulce pasión. Se mordió el
labio, casi diciéndole la verdad. Pero ella no quería estropear ese momento. Y, además, no importaría en la
mañana. No podía volver aquí. Porque si lo hacía, nunca se iría.
- Y tú, mi señor, es el sueño de cualquier muchacha.
Él sonrió con esa sonrisa sensual que le derritió el corazón, y bajó sus labios contra su pecho. Ella se quedó sin
aliento cuando sus labios tocaron las curvas, su lengua estaba caliente, sus dientes mordisqueaban. Su mano
apretó con más fuerza entre sus muslos. Todo su cuerpo se estremeció en tensión, la sensación de sus manos y sus
labios contra su cuerpo era tan sublime que pensó que iba a desmayarse por el placer. Él besó su pezón. Mercia se
quedó sin aliento. La sensación casi la deshizo.
Pero lo que la hizo desmayarse fue la sensación de absoluta delicia cuando deslizó un dedo largo y grueso a lo
largo de sus labios inferiores, luego frotando suavemente sobre el duro, encapuchado nudo escondido allí. -
Querido Señor.- Se quedó sin aliento. Su cuerpo vibraba con la conciencia. Cuando él la tocaba allí, era como si le
acariciase su cuerpo entero. Oleada tras oleada de deseo ardía en su interior. Le chupó el seno, mientras su dedo
exploraba más profundamente en ella. Era un contacto muy íntimo. Tan cerca que estaban, tan delirante estaba
ella. Sus muslos se apretaron alrededor de su mano. Contuvo el aliento, sin saber si podía ser mejor. Porque
instintivamente sabía que había algo más. Y más podría conseguir.
- Seré gentil, Rowena, relájate.- Dijo suavemente contra su seno. Ella quiso, desesperadamente, pero sabía
que si le permitía ir más allá de esa barrera no habría retorno.
Sus labios viajaron desde su seno hasta su hombro, y luego hasta su cuello. Acariciaba con sus dientes a lo largo de
su vena hasta arriba de su mandíbula. Sus manos reemplazaron sus labios en sus senos y su boca nuevamente
reclamó la de ella. En lentos besos saboreándola la atrajo hasta él. Su mano en su monte de Venus no empujó, ni
se retiró; en vez de eso mantuvo una presión constante. Sus besos ahogaban cualquier volátil timidez; lentamente,
ella se relajó contra él y abrió sus muslos. Cuando su dedo se introdujo gentilmente en ella, su caliente humedad le
permitió ingresar con mayor facilidad, y ella gimió. Se puso rígido contra ella y presionó su frente con la de ella.
- Jesús, eres apretada, Rowena. Temo que pueda dañarte.- Ella no entendió a lo que se refería. Solamente
entendió que no quería que detuviese lo que le estaba haciendo.
- Tú nunca podrías hacerme daño.- Susurró, presionando sus caderas contra su mano.
El gruñó e introdujo su dedo más profundamente en ella. Ella jadeó, el sentimiento era tan increíblemente
delicioso que deseaba que pudiese mantener suspendida de esa manera para siempre. En un lento ritmo, movió su
dedo hacia dentro y hacia afuera, su pulgar acariciando la humedad alrededor del duro capullo en una pegajosa
candencia que la dejó apuntando hacia las estrellas. Su respiración era poco profunda, mientras que sus dedos se
movían adelante y atrás, el ritmo se aceleró. La besó larga y profunda. Su cuerpo se calentó y se volvió resbaladizo
por el sudor.
Cuando tomó un pezón en la boca y lo mordió suavemente, ella gritó con una dura oleada de algo que nunca
había existido estrellándose con fuerza en el interior de su cuerpo, mientras ola tras ola de placer intenso se
apoderaban de ella. El pánico la inundó. Estaba sorprendida y asombrada, y aterrorizada. ¿Qué le había hecho a su
cuerpo? Lánguida como un trapo, colgó en sus brazos, su cuerpo tan resbaladizo por el sudor igual que el suyo. Él
sonrió con un silencioso asombro. Se humedeció los labios secos.
- ¿Qué me has hecho? -Preguntó ella sin aliento.
Sus profundos ojos eran serios, no como ella esperaba. Un ceño fruncido de preocupación. - ¿Te decepcioné? -
Preguntó, de repente sintiéndose inadecuado.
Durante mucho tiempo la miró, mientras ella se sintió cada vez más incómoda. Se retorció debajo de él. - Por
favor, no me mires así.
Sacudió la cabeza y sonrió, sus brillantes dientes brillaban en el fuego. Se alisó el pelo hacia atrás de su rostro.
Podía oler su sexo en su mano. La vergüenza estalló en ella, acalorándola.
- Nunca pidas disculpas por lo que acaba de suceder. Fue hermoso, Rowena. Se veía como si yo te hubiese
dado el regalo más grande que un hombre puede darle a una mujer.
Más calor se instaló en sus mejillas. - Quiero más.- Exigió audaz.
Su sonrisa casi le partió la cara en dos. Movió sus caderas contra su costado. Estaba lleno, duro y caliente. Ella
extendió la mano y lo tocó. Cuando silbó en un profundo suspiro, ella retrocedió. - ¿Te he hecho daño?
Rió bajo y le tomó la mano entre las suyas, y luego la guió de vuelta a su miembro. - Sí, me duele por ti. Y sólo tú
puedes aliviar el dolor.
En una silenciosa fascinación, ella envolvió sus dedos alrededor de la circunferencia de él. Estaba caliente, duro y
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sorprendentemente suave. Ella frotó su pulgar sobre la punta carnosa para encontrarlo húmedo. Se movió para
mirar. Él liberó otro profundo suspiro. Inocentemente alzó la vista hacia él. - Parece doloroso, milord. ¿Cómo
puedo hacer que se vaya?
Rodó sobre ella. - Hazme el amor, Ro. Entonces y sólo entonces el dolor desaparecerá.
Ella clavó los dedos en su pelo largo, acercando sus labios a los de ella, y separó los muslos, ofreciéndose a él.
Suavemente sondeó, la gran cabeza empujando fácilmente en sus resbaladizos pliegues. Mercia contuvo el aliento
mientras empujaba más adentro, entonces jadeó cuando un dolor agudo le atravesó. Él cogió su grito con un beso,
pero continuó su entrada suave y lenta. Por un tenso momento, Mercia se puso tiesa debajo de él, insegura de que
otro dolor le seguiría. – No dolerá otra vez.- Prometió. - Relájate, amor, relájate y dame todo de ti.
Mercia aflojó sus muslos, y luego los músculos de la espalda. Él presionó más profundamente en ella hasta que
se sumergió tan profundo como pudo. No se movió durante un largo momento, permitiendo que su cuerpo se
acostumbrase al de él. Ella sintió el pulso de los latidos de su corazón en su interior, y encontró una verdadera
gloria en aquello. Cada parte de ella vibraba de deseo, la pasión al rojo vivo. Cada parte de ella quería más de lo
que él le había dado. Cada parte de ella no quería que él la soltara.
Envolviendo sus brazos alrededor de su cuello, ella se movió contra él. Cuando salió lentamente de ella, ella
gimió. Cuando la penetró, ella gritó. Él cubrió su ruido con los labios y con la lengua, que imitaba el lento y sensual
vaivén de sus caderas contra las de ella. Él la tomó en una cabalgata salvaje, el trueno y el entusiasmo de sus
cuerpos ajenos sólo a sí mismos y al calor que emanaban entre ellos. Saltaron chispas como brasas de los fuegos
de Beltane. Salvaje y embriagadora y de cabeza en un furioso frenesí de deseo.
Nunca se había imaginado la unión de un hombre y una mujer pudiese ser tan gloriosa. Tan adictivo, tan
deliciosamente pura en su gloria mientras ella lo sentía con este extraño, un hombre al que siempre se uniría por
ese simple acto.
En un momento catastrófico, su cuerpo se rompió en mil pedazos. La magnitud de su liberación la envió a
sumergirse del cielo a las estrellas. Mercy abrió la boca, tragó el aire, los pulmones se expandieron, necesitaban
sobrevivir. Ella clavó los dedos en sus hombros, temerosa de que si lo soltaba ella se iría flotando. A su alrededor
se sentía el extraño cuerpo acelerarse y apretarse al igual que ella, y luego él también se sintió resquebrajarse.
- ¡Rowena! – La llamó, su voz ronca por la pasión. Él la atrajo hacia él, mientras su cuerpo se convulsionaba y
tiraba contra ella. Mientras tanto flotaron de nuevo a la tierra, su calor resbaladizo se enfrió, sus
respiraciones pesadas se desaceleraron, sus cuerpos todavía unidos permanecieron inmóviles, mientras
cada uno de ellos saboreaba lo que acababa de ocurrir.

No sabía su nombre, ni su legado, ni sabía si él tenía una esposa o un título, pero lo que sí sabía era que no
importaba la cantidad de mujeres que había tenido en toda su vida, nunca había llegado a tal altura como había
sido con la encantadora e inocente Rowena. Rodó sobre su espalda, llevándola con él. Ella era sólo un granito,
pero tenía el corazón de un león. Su cuerpo era suave, flexible y sensual. Y él había sido el primero. Deseaba con
todo su corazón ser el primero y único hombre para el resto de su tiempo en la tierra. Frunció el ceño, los
sentimientos eran desconocidos. Sabía instintivamente que no era un hombre de perderse por una mujer. Él sabía
en su corazón que había cerrado una puerta, pero ella las había abierto de par en par. Sus brazos se apretaron
alrededor de ella.
Un pequeño chillido brotó de ella. Al instante aflojó su agarre. Bajó la mirada hacia sus labios entreabiertos y sus
mejillas sonrojadas, todavía húmedas de su amor. Su polla se estremeció en su interior. Era joven y viril. La
deseaba de nuevo. Ahora. Se inclinó y la besó en la nariz. Entonces sus largas pestañas gruesas mostraron las
sombras de los ojos del color del mar de Irlanda. Su pelo largo, de color miel colgaba en gruesos trozos húmedos
entre ellos. La alisó para mirarla mejor. Él sonrió cuando sus pezones se arrugaron. Levantó la vista hacia su rostro
para encontrar su mirada maravillosa sobre él. Su pene se endureció.
- No me mires así, mi dulzura, o te encontrarás en mi misericordia.
Ella sonrió tímidamente. - No me importa.
Sus palabras alimentaron su deseo por ella. Ella se quedó sin aliento mientras llenaba su interior. Sus labios
bajaron a ella; con avidez la besó, con ganas de todo de ella, aquí, ahora. Para siempre. Él la tomó de nuevo, y
luego una vez más antes del que el agotamiento los reclamase a ambos.

El ladrido de un perro rompió el silencio de la mañana. Se incorporó de un salto, instintivamente echando mano
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a su espada, que no estaba allí. Rowena se levantó, acaparando la ropa desgastada hacia su pecho. - ¡Me tengo
que ir! - Gritó ella, entrando en pánico. Pasando a la entrada de la cueva, vio como un grupo de búsqueda de
hombres recorrían las playas. Él frunció el ceño. El estandarte de jabalí de uno de los jinetes tiró de su memoria.
Le dolía la cabeza. Con aire ausente, se frotó la parte posterior de la cabeza. El golpe, aunque reducido, todavía le
dolía.
- Tengo que irme. -Dijo Rowena suavemente. Ella lo miró, con lágrimas brillando en sus ojos. - No puedo
volver. - Se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Sus brazos la rodearon, atrayéndola cerca.
- Nay. -Susurró contra sus labios. - No puedo dejarte ir cuando sólo te he encontrado.
Se liberó de su abrazo. - No podemos continuar. Por favor, no me sigas. -Ella pasó junto a él, pero él la sujetó
contra su pecho. El calor llenó su cuerpo.
- Eres mía, Rowena. -Gritó, más fuerte de lo que pretendía. - ¡No te voy a dejar ir!
Su voz tenía una autoridad fuerte que venía tan natural con él como su pelo oscuro. Ella se quedó sin aliento ante
la ferocidad de su arrebato, pero negó con la cabeza. - Nay, no lo soy. -Ella apretó los labios contra los suyos por
última vez. Mientras ella se apartó de él en voz baja le dijo: - Nunca podremos serlo. Me prometí a otro. - Luego se
dio la vuelta y salió corriendo de la cueva. Corrió tras ella, pero se detuvo en seco cuando los hombres a caballo se
acercaron a ella.
¿Eran una amenaza para él? ¿Era un pirata? ¿Ella revelaría su escondite? Se trasladó de nuevo en el refugio de la
cueva, pero observaba. Ella negó con la cabeza y señaló hacia la playa. El grupo de hombres se alejó al galope. Ella
se volvió y lo miró. Por un largo momento, él pensó que ella iba a volver a él. Se trasladó fuera de la cueva. Su
cuerpo se sacudió cuando ella lo vio.
- Rowena.- Le llamó y corrió hacia ella. Ella le dio la espalda y echó a correr. Y en ese instante de claridad
recordó. Dinefwr, navegando a Wendover para reclamar a su novia. El ataque pirata, entonces la tormenta
que destruyó todo. ¡Era Rhodri de Dinefwr! ¡Un príncipe! ¡Y ella, Lady Rowena, era su novia! El júbilo lo
llenó. ¡Sus hombres! ¡Lo buscaban! Él gritó y arrojó arena en el aire. Él se apresuró a regresar a la cueva y
se puso la ropa escasa que había traído para él. Con la esperanza y el amor volando alto en su corazón,
Rhodri caminó por la playa en busca de sus hombres. Una anticipación ardía en su vientre, creando un
nerviosismo que nunca había experimentado. Esta noche lo encontraría casado y en la cama con su ángel
secreto.

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SEIS

-¡Mercia! ¿Dónde has estado? –Demandó saber Lord Cedric, mientras ella se apuraba a subir el sucio camino
hacia la mansión. Él la abofeteó duramente cuando pasó a su lado sin decir una palabra. Él tiró de su pelo tan
fuerte que sus pies volaron por debajo de ella. Tenía la cara hinchada de furia. - ¿Dónde habéis estado,
muchacha?
Ella sólo pudo sacudir la cabeza mientras se puso de pie. Ella no podía decírselo. La vería clavada en las puertas
señoriales. Sabiendo lo único que su padre no podía soportar eran las lágrimas, rompió en llanto y se arrojó en sus
brazos. Inmediatamente retrocedió. -¡Aléjate de mí, chica! -Se volvió a Agatha, que estaba de pie cerca
retorciéndose las manos. - Llévatela, vieja, y que se acueste. ¡No la pierdas de vista!
El corazón de Mercia se rompió en mil pedazos. El dolor era tan grande que no sabía si podría sobrevivir. Nunca
había pensado que esas emociones se escondían en su interior. Nunca había pensado que podría amar tan
profundamente. Nunca había soñado con un hombre como el oscuro desconocido del cual había huido.
Agatha la llevó a su habitación. Mercia se rehusó a permitirse ser desnudada. Su aroma se le pegaba a la ropa, al
pelo, a la piel. Ella nunca se bañaría de nuevo. Quería estar siempre rodeado por él. Las lágrimas a su padre habían
sido un engaño, pero ahora fluían libremente, calientes y copiosas, sin fin. Los débiles intentos de Rowena para
calmar a su hermana fueron en vano. La insistencia de Agatha de comer fue ignorada.
Al amanecer, el corazón de Mercia se hundió en lo más profundo, en el más oscuro pozo de desesperación.
Desesperadamente quería dejar este lugar y volar a sus brazos. Desesperadamente quería sentir su poderosa
fuerza. Desesperadamente, con cada parte de su ser, que quería pasar el resto de sus días con él en esa pequeña
cueva en la que nada ni nadie se atrevería a molestarlos. Pero ella no podía. Ella estaba prometida a la iglesia. ¡Y
era allí donde iba a morir!

***

- ¡Mercia!- Chilló Rowena. - ¡Él está aquí! ¡Está aquí! ¡Mi príncipe ha llegado!
Mercia se apartó de su hermana. No le importaba si el rey de Inglaterra hacía su aparición. Ella no se movió de la
cama. No por su hermana, ni por nadie.
Rowena le agarró la mano y la tiró de la cama. - ¡Arréglate! Padre insiste en que lo saludemos juntos.
Mercia se dio la vuelta y miró a la cara exuberante de su hermana. Se iluminó con la verdadera felicidad. Mercia
frunció el ceño. ¿No sabía Rowena que su corazón se había roto en pequeños fragmentos, irreparables y que no le
importaba un comino lo que pasase a alguien más?
- Por favor, Mercy. Te lo ruego. Arréglate y ponte tu mejor vestido. Él debe pensar que somos prósperos. -
Mercia podía ver que Rowena se había puesto su mejor vestido, con excepción del que usaría en su boda
- Ven, gatita. -Suavemente alentó Agatha. -Déjame prepararte.
Como en un trance, Mercia les permitió bañarla y vestirla. El entusiasmo de Rowena sólo profundizó la
desesperación de Mercia.
A medida que fueron escoltadas por la escalera desvencijada a la sala abierta, Mercia casi se desmayó. El
contingente de los hombres del príncipe se erguió con orgullo, rodeando al extranjero de la cueva. Se había
lavado y su atractivo rostro estaba claramente afeitado. Llevaba espléndidas ropas, y se irguió majestuosamente,
mirándola. Cuando sus ojos se encontraron y se quedaron quietos, sonrió. ¡Nay! ¡El no podía ser el prometido de
su hermana! ¡Nay!
Tropezó. Su padre la sacudió con dureza hacia él, manteniendo una mano firme en su brazo. Rowena estaba al
otro lado, pero el príncipe sólo tenía ojos para Mercia.
Cada ojo en la sala estaba en Rowena, quien sonrió como la luna. El príncipe Rhodri era una figura más que
gallarda en su ropa de terciopelo y pieles.

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Mercia contuvo la respiración mientras descendían el último paso. Se inclinaron. Lord Cedric se aclaró la
garganta, e hizo las presentaciones. - Príncipe Rhodri de Dinefwr, permítame presentarle a mi hija, Lady Rowena.
El príncipe ni una sola vez apartó su mirada de Mercia. No podía haber apartado la mirada aún si lo intentara.
Visiones de ellos encerrados en un apasionado abrazo mientras él se movía dentro de ella, nublaron su visión. Sus
mejillas ardían calientes.
El príncipe se acercó a ella y le tendió la mano. Cuando Rowena hizo una reverencia más profunda y su padre
puso la mano de Rowena en la del príncipe, Mercia quería desaparecer en el aire. El príncipe se detuvo.
- Nay. -Dijo, dirigiéndose a Mercia. -Ella es Lady Rowena.
- De hecho, mi señor, no lo es. Es Mercia, mi hija menor, quien se ha prometido a Dios. - Cedric se colocó
delante de ella, oscureciendo la vista del príncipe, y profundamente colocó la mano de Rowena en la suya.-
Mi hija, Lady Rowena.
El príncipe Rhodri se tensó, negándose a tomar la mano de Rowena. Sus ojos oscuros se estrecharon
sospechosamente. ¿Qué tipo de subterfugio es este? - Exigió. Mercia se encogió más atrás cuando todos los ojos
se volvieron hacia ella.
Lord Cedric lucía como si estuviera a punto de arder. Las lágrimas llenaron los ojos de Rowena como golpes y una
súbita comprensión amaneció. Mercia negó con la cabeza. – Yo… yo no sabía, Ro. Lo siento mucho. -Se volvió
entonces y huyó de la sala, haciendo caso omiso de las llamadas furiosas que le indicaban que regresara. Corrió tan
rápido y tan lejos como pudo. A ciegas. No tenía ni idea de dónde podría ir o dónde iba a terminar. No podía volver
a su casa, y ahora como una novia manchada de Dios, no podía volver a la abadía. La vergüenza la invadió. Había
deshonrado a su familia y a su Dios. Pero a pesar de todo eso, el dolor más profundo de Mercia era la de saber que
su hermana se casaría con el hombre que ella amaba.
Se encontraba de pie en la entrada en la pequeña cueva. El lugar en el que había cobrado vida. El lugar donde se
dejo caer como si hubiese ido a morir. Los recuerdos la perseguían, la envolverían si ella entraba más a la cueva.
Sin embargo, sabiendo eso se sumergió profundamente en esta.
El olor de haber hecho el amor asaltó sus sentidos. Podía verlo tumbado aquí, desnudo, lleno de deseo por ella.
Las pieles que había traído yacían esparcidas como las habían dejado esta mañana. El fuego estaba frío, la bota de
vino vacía. Estaba seca como su corazón. Mercia se hundió en las pieles suaves, tirando de ellas a su alrededor
mientras su aroma llenó sus sentidos. Se acostó y dejó que las lágrimas fluyesen. No podía hacer nada más que
llorar por lo que soñó con lo que seguramente nunca podría ser.

***

- ¡Exijo saber qué pecado cometió usted en contra de mi hija! -Gritó Lord Cedric.
Rhodri se quedó en silencio, demasiado aturdido para moverse. La comprensión de que la mujer con la que había
soñado durante los últimos días, la que le salvó la vida, lo cuidó y que se había entregado libremente a él, estaba
perdida para siempre, rasgó sus tripas. Nunca había sido un hombre que se entregaba completamente a una
mujer. De hecho, él había hecho una promesa hace mucho tiempo de no entregar su corazón. Su padre amaba a
un fantasma, a su madre, aun cuando ella había dado todo a Hyclon, se sentía miserable porque amaba a otra.
Rhodri nunca había prometido andar en esas aguas peligrosas, pero allí estaba en una casa destartalada,
comprometiéndose con una dama que no quería. ¿Cómo podía desearla cuando añoraba a su hermana? Ella era
todo lo que quería en una mujer. Ahora, él entendía perfectamente cómo su padre se sentía. Si se casaba con
Rowena por el honor, ella sufriría el mismo destino que su madre. Una miserable y solitaria existencia, sabiendo
que su esposo amaba a otra.
Miró amablemente a Lady Rowena. Ella era una belleza, estaba seguro. Serena, y compuesta a pesar de lo que
había ocurrido. Ella le devolvió la mirada, dispuesta por su postura a aceptarlo todavía. Se dio cuenta de que había
algunas cosas que el amor no podía conquistar. Un contrato de compromiso. La ira destrozó sus entrañas. Él era un
hombre de honor.
Él se casaría con Lady Rowena, porque estaba atado a ella por un contrato. Sin embargo, era a su hermana a quién
quería, y la hubiese tomado a ella si hubiese estado permitido.
Rhodri volvió su atención al lloriqueo de Lord Cedric de Wendover. Se dio cuenta por primera vez que la ropa del
hombre estaba parcheadas con habilidad. Él miró más allá de él a la casa y vio que debajo de las capas de juncos
frescos y las paredes limpias, estaban en un estado de deterioro. Cuando habían viajado desde la playa habían
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visto los campos en mal estado, sin campesinos para atenderlos. El establo estaba desprovisto de ganado. Morgan
expresó sus sospechas sobre el viaje a la mansión. Rhodri los había ignorado, pensando que tendría la mujer que
quisiera, y que la aceptaría si ella viniese a él con una moneda de plata.
- Lord Cedric, ¿puedo hablar con usted en privado?- Cedric miró a su hija, luego a Rhodri. -Por supuesto.
Cuando la sala fue despejada y sólo los dos varones estaban cara a cara, habló Cedric, - Insisto en que debe
casarse con Rowena inmediatamente para calmar las malas lenguas que hablan. Ella es tan pura como el nuevo
mañana. No es una chica descuidada como su hermana.
Tomó un gran esfuerzo por parte de Rhodri no golpear al insufrible Lord. - No hables de Lady Mercia así. Me
salvó la vida. No voy a soportar que se la calumnie en su propia casa por su propio padre.
Los ojos de Cedric saltaron fuera de su cabeza. - ¿Eh? ¿Qué dice usted? ¿Cómo?
Rhodri pasó junto a él, quitándole importancia a la pregunta.
- Muéstreme el cofre de plata que me había dicho, y los documentos de la dote de las tierras de Lady
Rowena.
Cedric farfulló. - ¿Por qué? ¡Es…es un insulto pedir esas cosas antes que los votos sean sellados!
Rhodri se giró hacia el tartamudo Lord. - Es costumbre en Dinefwr. Muéstremelo.
- Yo…yo no puedo. Están ocultos en Drury Abbey. Tomaría un día para recuperarlas.
- Soy un hombre paciente, milord. No voy a honrar el compromiso hasta que haya visto con mis propios ojos
todo lo que había prometido a Dinefwr.
Cedric entró en pánico. - ¡Usted ha desflorado a Mercia! ¡Ella tiene que decir sus votos finales en el plazo de tres
meses! ¡Las monjas no van a tomarla ahora! ¡La plata de Rowena se exigirá por la sangre de la virgen! ¡No puedo
casar a la muchacha como está ahora! ¡Me debe eso ahora!
Rhodri agarró al codicioso Lord por la túnica. - No le debo nada, milord. No cuando usted está incumpliendo
nuestro contrato.
Empujó a Cedric lejos de él. - ¿Por qué no ha encontrado a un novio adecuado para Lady Mercia?
Cedric frunció los labios. Rhodri asintió. -Aye, es evidente que la casa de Wendover ha caído en tiempos difíciles.
No se podía permitir otra dote, por lo que la has enviado a las monjas. ¿Creías que podrías engañarme en este
matrimonio, señor?
- ¡Nay! ¡Mercia escuchó la llamada de Dios! ¡Me rogó ir! Rowena es mi hija más preciada. ¡En sus venas corre
la sangre más azul de toda Sajonia! ¡Su belleza única es digna de un príncipe como tú!
Rhodri sacudió la cabeza y pasó junto a Cedric.
- ¡En la mañana cabalgaremos a Drury Abbey!

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SIETE

Mercia despertó con la oscuridad envolviéndola. El distante sonido de las olas golpear contra la playa ahogaban
su tristeza. Por largas horas se mantuvo acostada allí, incapaz de pensar, solamente de sentir el dolor en su pecho.
En cada giro la esencia de Rhodri se mofaba de ella. En cada giro, ella rezó con todo su corazón de que pudiese
abrir sus ojos y él apareciera.
Cerró sus ojos y se mantuvo quieta, preguntándose si él ya había dicho sus votos a su hermana, y si ahora como
hombre y esposa tocó a Rowena como la había tocado a ella. Los celos ardían en su interior. No podía evitarlo. De
que Rowena lo pudiese tener hasta la eternidad era más de lo que Mercia podía soportar. Abrió sus ojos y se
sentó. Un grito salió de sus labios. Una figura en las sombras se irguió en la entrada de la cueva. El levantó la
pequeña antorcha en su mano. Ella casi murió de felicidad.
- Rhodri.- Susurró.
Su apuesto rostro tenía dibujado un ceño oscuro. Pero el brillo en sus ojos plateados desmentía su ira. El caminó
hacia el interior de la cueva. Lentamente ella se levantó.
- ¿Por qué me mentiste acerca de quién eras?- Ella dirigió sus ojos al suelo, luego mirándolo, avergonzada de
admitir la verdad.
- He soñado con ser mi hermana, con ser la hermosa, con ser aquella que todos los hombres anhelan, de
tener a un hombre como tú deseándome.
El dejó caer la antorcha en la pila de las frías llamas, y el fuego crepitó. Rhodri estiró su mano y deslizó sus dedos
a lo largo de su mejilla, luego entre su cabello. Afirmó la nuca de su cabeza y la atrajo hacia él. – Te vendes a un
poco precio, Mercia. Eres más que una mujer.
Mercia cerró sus ojos e inhaló profundamente, luego lentamente exhaló. Una poderosa batalla se producía en su
interior. Quería derretirse entre sus brazos y rogarle que huyera con ella, pero el poco honor que tenía la mantuvo
de no hacerlo. Ella se enderezó.- Por favor, milord, no deshonre a mi hermana con tocarme de esta manera.- Ella
se alejó de él.
- Dime, Lady Mercia, cómo en todo este tiempo que viniste a mí no tenías nada más que harapos, y aún así
en nuestro encuentro de hoy vestías esta gala, expertamente parchada como está.
- La guerra es costosa, señor. Mi padre ha dado generosamente su dinero a Harold, luego a Edric.
- ¿Hasta el punto de estar pobre?- Ella se quedó sin aliento, y supo que por su propia duda el percibió la
verdad. Tomó sus manos.-
- ¡No puedes rechazar a Rowena! ¡Rompería su corazón! ¡Ella es una digna esposa!
Él frunció el ceño. -¿Podrías tomar su lugar, no es así?
Con los ojos abiertos, ella lo miró pero negó con la cabeza.-No puedo, estoy sucia, y estoy prometida a las monjas
si aún es que quisieran tenerme a su lado.
- ¿Qué hay de mi, Mercia? ¿de nosotros? ¿Acaso no significó nada para ti?
- ¡Aye! ¡significas todo para mí!- Tomó sus manos y las llevó a sus labios.- Me he entregado a ti porque sabía
que no habría otro para mí. Me he entregado a ti porque sabía que en mi corazón estabas prometido a
otra. Pero no hubiese podido mantenerme alejada si mi vida hubiese dependido de ello.- Besó sus manos.-
Seré tuya por siempre, Rhodri, pero por contrato perteneces a mi hermana.- Miró a sus ojos, y algo
profundo y poderoso se movió en ella. Amaba a este hombre que conocía solamente por unos días, con
todo su corazón.- Estoy prometida a la iglesia, Rhodri.
La atrajo en un abrazo y le besó la coronilla de su cabeza. –Viajaré a Drury Abbey a primera luz del día. Tu padre y
hermana me acompañarán. Deseo que me acompañes también.
Ella se retiró de su abrazo.- ¡No puedo enfrentarme a mi familia! Los he deshonrado. Y la abadesa estará más que
decepcionada si llego con el objeto de mi impropiedad.
Tomó la antorcha y la atrajo a ella gentilmente a su lado. –No temas, amor mío. Me perteneces. No permitiré que
ningún hombre, mujer, o niño, pariente o no, te difame.

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Ella tiró de su mano.- Rhodri, no puedo ser vista contigo. Destruirá a mi hermana.
- Entonces te enviaré adelante esta noche con un grupo de mis hombres. Tu presencia será requerida
mientras ordeno todo esto.

***

Y así Mercia se encontró a sí misma en la siguiente mañana en Drury Abbey. Un extraño sentimiento de
contención la llenó mientras caminaba hacia el edificio de helada piedra. Inmediatamente voló hacia los brazos de
la abadesa y confesó todo, rogando por su perdón. La vieja mujer la abrazó más cerca y la hizo callar. Cuando su
familia y la escolta del príncipe llegaron, una sombra oscura se cernió sobre la estructura de piedra y madera. Sus
rodillas dolían por las horas de haber rezado en la capilla. Oró por su hermana, por su padre, por su príncipe, y por
último por ella. Cuando todos ellos se reunieron en el vestíbulo afuera de la capilla, Rhrodri pidió el cofre con plata
para que fuese traído. Nerviosamente, Mercia miró como el rostro de su padre enrojecía.
- ¡Muéstrenme los títulos! –La voz de Rhodri retumbó.
La abadesa hizo una reverencia, entrelazando sus manos. –Mi señor, no tenemos títulos o cofres con plata.
- No es lo tuyo lo que pido, sino aquello que Lord Cedric dijo que mantendrías guardado por él.
La abadesa miró a Cedric, que se había vuelto entre pálido y amarillo, para luego mirar al príncipe. –No tenemos
tal tesoro o documentos.
- ¡Él le mintió! –Exclamó Rowena. -¡El le mintió para que así usted pudiese casarse conmigo! ¡Estamos en la
ruina y no podemos honrar el contracto!- Ella se dejó caer en un estanque de angustia en el suelo de
piedra. Mercia se apresuró al lado de su hermana y sostenerla. Rowena la alejó lejos.- ¡Cómo te atreves a
tocarme después de lo que has hecho!
Mercia se sentó, sorprendida y dolida. Rhodri fue a su lado y le ofreció su mano. Ella la tomó.
- ¿Abadesa Avril, es posible para una novicia no hacer sus votos finales?
La anciana negó con su cabeza.- Una vez prometida a Dios, tomaría un acto de Dios para quedarse.
Rhodri sonrió.- ¿Serviría mil piezas de plata para aplacar la decepción de Dios?
Todos exclamaron atónitos. La abadesa asintió.
- Somos pobres aquí en Drury Abbey. Sería un bienvenido regalo.
- Entonces considere el regalo como un signo de Dios a través de mí, y la orden tiene una novicia menos.
Lady Mercia no vivirá más en este lugar.
Mercia se quedó sin aliento. Cedric farfulló, Rowena aulló. Rhodri volvió hacia Cedric. -Tú me has mentido, señor,
y por lo tanto, me retracto de mi contrato prometido por la mano de su hija Rowena.
- ¡Cómo te atreves! -Exclamó Cedric.
- Me atrevo todo lo que quiero. ¡Ha roto tu juramento! Soy libre para negociar un nuevo contrato. -Miró a
Rowena, quien lo miró con los ojos hinchados. -Te daré quinientas monedas de plata como una dote para el
novio de tu elección.
Otro jadeo colectivo desgarró el aire. Rhodri volvió hacia Cedric y llevó la mano de Mercia a los labios. -Por esta
hija, voy a aceptar como dote la ropa que lleva y nada más.
Las rodillas de Mercia temblaban, y si Rhodri no la hubiese abrazado con tanta fuerza se habría unido a su
hermana en el suelo.
Cedric farfulló. - ¿Quiere decir que desea casarse con Mercia? Pero ella es… -
- La mujer que yo elija. ¿Está de acuerdo o no?
- Yo… tome a Rowena, es más digna.
Rhodri se acercó al rostro de Cedric. - Es Mercia a quien deseo. ¿Da usted su permiso?
- ¡Padre! -Rowena lloró cuando se puso de pie. - No se interponga entre mi hermana y su felicidad. Porque si
lo haces voy a cortarme el pelo, quemaré mis ropas y usaré harapos, por lo que ningún hombre, ni siquiera
por quinientas monedas de plata, me va a querer.
El corazón de Mercia se lleno de amor. Cedric asintió, pero gruñó sus verdaderos sentimientos. Rhodri se volvió
hacia ella, y se dejó caer sobre una rodilla.
Él tomó sus manos entre las suyas. -¿Me quieres tener, Lady Mercia?
La alegría la llenaba tan completamente que Mercia pensó que iba a estallar. Ella se lanzó a sus brazos. - Aye.
¡Voy a tenerte, a partir de este día y todos los días que sigan!
Se la acercó a él y le dio un beso. Largo, duro e íntimo, sin dar atención a los que estaban y se abría a su
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alrededor.
Cuando se separaron, Rhodri gritó: - ¡Llamen a un sacerdote! ¡Me veré esta noche como un hombre casado!
Y así iba a ser. Lady Mercia de Wendover encontró a su príncipe. Y él, el príncipe de Rhodri Dinefwr, que juró que
nunca iba a amar, descubrió en las playas frías de Wessex a la mujer que se convertiría en la princesa y cambiaría
su mundo para siempre. Volvieron a Dinefwr, donde comenzaron una dinastía que perduró durante siglos.

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