Copia de 'Marathon-Ricardo-Monti' (Propuesta) PDF

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MARATHON

DE

RICARDO MONTI

Personajes:

Animador
Guardaespaldas
Homero Estrella
Elena García
Tom Mix
Ana D.
Héctor Expósito
NN
Pipa
Pedro Vespucci
Hombre
Mujer

NOTA DEL AUTOR


La música que se escucha (y se baila) proviene de viejas grabaciones de tangos y milongas, o bien
algún fox-trot, de los años treinta. El aparato donde se pasan los discos se encuentra sobre la tari
ma del Animador.
En la escenas 4, 9, 14, 22 y 23 se intercalan citas - en algunos casos no textuales - de Enrique de
Gandía, Manuel Moreno, Esteban Echeverría, Leopoldo Lugones y V. Maiakovski.

ESCENA 1

Un salón de baile suburbano. En la pista, cinco parejas bailan, con movimientos mínimos, auto
máticos - como si fueran muñecos sin vida, cubiertos de polvo y telarañas -. Sobre una tarima, fren
te a un micrófono, un individuo de pelo engominado, pegado sobre el cráneo; traje oscuro de sola
pas resplandecientes, rostro empolvado, ojos ocultos bajo el negro de sus pestañas, labios pinta
dos: el Animador. Entre las parejas deambula el Guardaespaldas, siempre alerta y vigilante, furtivo,
como un perro de presa. El zumbido de viejas grabaciones de tangos y milongas de la década del
treinta brota continuamente de los altoparlantes. El Animador se dirige a los espectadores por el
micrófono
ANIMADOR.- ​¡Pasen, damas y caballeros! ¡Acomódense donde gusten, que hay sitio para todos!
El que quiera un agujero, aquí lo espera, aquí lo espera. ¡Pasen, damas y caballeros! Agradecidos
por su visita esta noche... ¿Junio de?

GUARDAESPALDAS.- ​1933, señor.

ANIMADOR.- ​Algunos dudaban de que hoy vinieran. La noche está fría, el dinero anda escaso, y
la vida - ¿para qué negarlo? - es incierta. Pero yo presentía que esta gente no iba a quedar des
amparada. Porque sin ustedes, sin los centavos que dejan en la puerta, ¿esta gente podría seguir?
Y créanme, señores, no están tirando su dinero. Esta maratón es de primera. Y no sólo por el tiem
po que aquí se lleva bailando... No, damas y caballeros, lo digo por la calidad de los bailarines. No
es que sean superhombres, es gente común. Entonces cuál es la diferencia, dirán ustedes. Les
contesto, confidencialmente y adelantándome a los hechos: están desesperados. ¡Pasen, damas y
caballeros! ¡Ocupen la oscuridad! ¡En este iluminado centro verán pasar: el tiempo, el tiempo, el
tiempo! ¡Protegidos por la oscuridad, durante un par de horas la muerte no los tocará, ni la duración
ni el desgaste que consume a nuestros héroes! ¡Pasen, damas y caballeros, es bastante por tan
poco dinero!

Hace una pausa para tomar un sorbo de agua y secarse el sudor de las manos con una toalla que
hay sobre una pequeña mesa. Mientras tanto, el Guardaespaldas reparte discretos golpecitos entre
los concursantes.

GUARDAESPALDAS.- ​En voz baja.)(​ V


​ amos, no dormirse.

El Animador vuelve al micrófono con aire profesional.

ANIMADOR.-​¡Último aviso! ¡Que nadie se quede en la vereda! Vean esta gente, por favor. Com
prueben ustedes mismos los estragos del combate. Exhaustos, doloridos. ¿Cuánto hace que están
bailando? Ya perdieron la cuenta.

Simula escuchar una pregunta.

¿El premio? Lamento no poder satisfacer tan legítima curiosidad , porque en esta maratón, seño
res, el premio es una sorpresa. ¡Sí, damas y caballeros, esta gente no sabe por qué baila! ¡Es la fe
lo que los mueve! ¡La fe los hace bailar! Ciegos, se dirigen hacia el final, hacia la exaltación o la
derrota. Señores, ¿quién entiende a los hombres? Yo no me atrevo. Están ahí, se agitan, se mue
ven, mueren... Se destrozan ferozmente. Y renacen, renacen, como insectos fugaces. Y sin embar
go ellos, luchando a muerte con la indiferencia y con la nada, construyen sus frágiles obras, dispo
niéndose para la eternidad. Señores, si no fuera ridículo, esto sería una tragedia. ¡Y sigue el baile!
¡Homero Estrella!

HOMERO.- ​¿Señor?

ANIMADOR.- ​Por supuesto, todos ustedes conocen a nuestro ruiseñor suburbano. ¿Cómo hace
este anciano para mantenerse en pie? Tal vez los poetas conozcan el secreto de la juventud.

HOMERO.- ​Gracias, señor.


2
ANIMADOR.- ​Su compañera, la señorita Elena García.

Pequeño aplauso convencional del Animador. Algunos bailarines lo imitan, desmayadamente,


siempre bajo la presión del Guardaespaldas.

Y en el otro extremo del hilo de la vida, dos tiernos jóvenes: ¡Tom Mix y Ana

D! ​ANA D.-​ ​(Como en el colegio.)​ ​¡Presentes!

Se repiten los aislados aplausos.

(Confidencial:)​ N
​ o sé por qué estos niños quieren mantener en secreto su identidad. En fin, las re
glas de la maratón lo permiten. Pero es difícil que a la larga... ¡Héctor Expósito!

HÉCTOR.- ​¡Ausente sin aviso!

Hace unos exagerados pasos de baile. Algunas risitas. Luego, ante la impavidez del Animador,
silencio sepulcral.

ANIMADOR.- ​Este... gracioso es Héctor Expósito, trabajador de cuello duro, actualmente sin em
pleo. Su mujer, Ema Expósito. Oiga, Expósito, un consejo, no se canse tanto, mire que hay para
rato.

HÉCTOR.- ​Mientras el cuerpo aguante...

ANIMADOR.- ​No es sólo el cuerpo, mi amigo, no es sólo el cuerpo. ¡NN!

NN.- ​¡Presente, señor!

ANIMADOR.- ​¡Otra pareja de incógnito, damas y caballeros! El señor prefiere mantener el anoni
mato y la señora... lo ejerce.

Risas burlonas de los bailarines.

Quiero decir, por si no me entendieron, que la señora trajina la oscuridad, la noche, en fin, que la
señora es noctámbula... ¡NN y Pipa! Confidencialmente, este caballero ha sido hasta hace pocos
días un hombre rico, dueño de no sé qué industria. Una quiebra imprevista... Arruinado de la noche
a la mañana. ¡Merece nuestro aplauso!

Algunos aplausos tibios. NN agradece en forma lamentable.

NN.- ​Gracias, muchas gracias.

ANIMADOR.- ​¡Y por último, el pur sang de la maratón, la noble bestia Pedro Vespucci!
VESPUCCI.- ​¡Presente, señor!

3
ANIMADOR.- ​¡De profesión, albañil! ¡Su señora esposa, Asunción Vespucci! ¡Sí, damas y caballe
ros, en esta maratón hay de todo! ¡No saldrán defraudados! No sé qué podrá pasar esta noche,
porque aquí cada velada es distinta, pero si ustedes no son demasiado exigentes, tendrán la nece
saria cuota de pasión, amor, odio - tal vez, si todo sigue su curso normal, también algún crimen -, y
por qué no, una gota de espíritu...

Se inician unos aplausos.

¡Un momento!

Pausa.

Señor NN, lo vi perfectamente, y eso va contra las reglas.

NN.-​ ​(Sonriendo confundido.) ​¿Cómo, señor?

ANIMADOR.- ​¿Usted me va a negar que se detuvo un momento para rascarse disimuladamente


una parte anatómica que paso por alto? Las normas son claras: no se puede detener el movimien
to. Se le descuenta una hora.

NN.- ​Señor, yo le juro que no...

ANIMADOR.- ​Dos horas. Por discutir con el animador.

Aplausos de los concursantes.

ASUNCIÓN.- ​Se lo tiene merecido.

ANIMADOR.- ​Silencio, por favor.

GUARDAESPALDAS.- ​¡Silencio!

ANIMADOR.- ​Pero por ser la primera vez, y como prueba de mi generosidad, si usted se anima a
decirnos qué parte anatómica se estaba rascando, se le perdonará media hora. ¿De acuerdo, ca
ballero?

NN.- ​Sí, señor...

NN se ríe y vacila.​ Los demás lo miran expectantes.

ANIMADOR.- ​Estamos esperando...

NN.- ​Yo, señor, me estaba rascando el...


Risitas de los bailarines.

ANIMADOR.- ​¿El qué…?

4
NN.- ​El...

Murmura algo ininteligible.

ANIMADOR.- ​¡Hable claro, NN!

NN.- ​(Rápidamente.)​ ​¡El culo, señor!

Risas burlonas, menos del Animador. Paran las risas.

ANIMADOR.- ​¿Y por qué se rascaba... eso, señor?

NN traga saliva.

NN.- ​Porque... se junta el sudor... y...

ANIMADOR.-​ ​(Implacable.)​ ¿
​ Se junta el sudor dónde?

NN.- ​En el...

Vacila.

ANIMADOR.- ​(Falsamente condescendiente.)​ E


​ stá bien. ¿Así que a usted el sudor le pica?

NN.- ​Sí, señor.

ANIMADOR.- ​No, señor.

NN.- ​¿No?

ANIMADOR.- ​(​Imperativo.)​ ¡​ A usted le pica por otra cosa!

NN.- ​No sé...

Vacila. Los demás lo animan por lo bajo, febrilmente.

Será... suciedad, señor.

Algunas risas de los bailarines.

ANIMADOR.- ​Gracias, NN, por su valiente confesión.


Breve pausa.

Tanto que se le perdonan las dos horas porque, por supuesto, todo ha sido una broma inocente...
Un momento, diez minutos de descuento sí le corresponden, por decir una mala palabra...

NN.- ​Pero si fue en broma...

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ANIMADOR.- ​No, no, señor... Ni en broma... Podía no haberla dicho... No sería justo que algunos
tuvieran privilegios que otros no tienen... ​(Al público.)​ A
​ sí es, señores, así pasamos el rato en esta
gran familia donde todos nos queremos. Un poco de sana diversión y otro poco de pena, a veces
un poco de severidad bien intencionada y paternal para mantener el orden, ¡y por encima de todo
la Justicia! ¡Y sigue el baile!

Toma un sorbo de agua de un vaso y se seca el sudor de las manos con la toalla. Mientras tanto, el
Guardaespaldas le pega a Héctor una trompada furtiva en el estómago. Héctor emite un quejido, se
dobla en dos y cae. Exclamación sofocada de su mujer. Todo es rapidísimo.

APAGÓN

ESCENA 2

Una fría luz lunar envuelve el recinto. Las parejas duermen de pie, fijas en un lugar, con un leve
movimiento mecanizado, los cuerpos recostados unos en otros. El Guardaespaldas, sentado en un
taburete alto frente al micrófono, vigila la pista. Sus ojos brillan en la semipenumbra, y a intervalos
una larga pitada aviva la brasa de su cigarrillo. El Animador ha desaparecido. Se escucha el susu
rro de un tango por los altoparlantes. Repentinamente, un convulsivo sollozo.

​ Qué pasa ahí?


GUARDAESPALDAS.-​ ​(Por el micrófono.) ¿

Héctor sacude suavemente a su compañera.

HÉCTOR.- ​Nada, señor. Una pesadilla.

GUARDAESPALDAS.- ​Calmelá, ¿quiere?

EMA.- ​Está muerto...

HÉCTOR.- ​Tranquila, querida, despertáte.


EMA.- ​¡Está muerto! ¿Pero no lo ven? ¿Nadie lo ve?

Algunos bailarines se despiertan y protestan, somnolientos. El Guardaespaldas, intranquilo, tira el


cigarrillo y se incorpora.

GUARDAESPALDAS.- ​Bueno, que la acabe.

6
Ema sigue sollozando. Héctor la zamarrea y finalmente la abofetea. Los sollozos de Ema se cortan
abruptamente. Mira a Héctor como si se despertara, pero de inmediato se reclina en su hombro,
con débiles sollozos que se apagan, y continúa durmiendo. El Guardaespaldas vuelve a sentarse y
enciende otro cigarrillo.

APAGÓN

ESCENA 3

ANIMADOR.- ​Señores espectadores, no puedo más que admirar su sagacidad. Ustedes no vinie
ron los primeros días, en los que una manada informe se sacudía en la pista. Con noble curiosidad
esperaron el momento oportuno. Porque es en este momento, en que el cansancio reduce el cuer
po a un manojo de fibras entumecidas y doloridas, cuando se transparenta, sutil, la condición
humana. Veamos sino un caso... Elijo al azar...

Los bailarines eluden su mirada, en un vano intento de ocultarse. El Guardaespaldas recorre la


​ e oye una tos.
pista como un perro de presa. S

El que tosió.

El Guardaespaldas inmediatamente lo detecta. Va hacia él, inflexible, y lo aparta de su pareja con


un empellón. Vespucci se resiste débilmente.

VESPUCCI.- ​Oiga, yo no... ¿Para qué?

Asunción lo empuja, nerviosa.

ASUNCIÓN.- ​Pero vamos... ¡Qué hombre escrupuloso!

Trata de justificarlo ante los demás.


Siempre fue así...

Risitas de alivio.

HÉCTOR.- ​¡Dale, tano!

VESPUCCI.-​ ​(Al Guardaespaldas.)​ ​Está bien, está bien, no empuje...

ANIMADOR.- ​(Ídem.)​ ​Déjelo, si viene de buen grado... Usted siga con la señora...

7
Vespucci dirige una inquieta mirada a su mujer.

VESPUCCI.- ​No... ¿por qué? Si ella puede bailar sola...

Risas en el grupo. El Guardaespaldas se dirige con expresión deliberadamente lasciva hacia la


mujer.

ANIMADOR.- ​Pero no tenga miedo, hombre. ¡No lo van a hacen en público, como los perros!

NN.-​ ​(Con voz aflautada.) ¡​ Cornuto!

El Guardaespaldas abraza estrechamente a la mujer y le pellizca el trasero.​ Gritito de Asunción.


Vespucci se detiene.

VESPUCCI.- ​¡Eh!

Pero el Animador ya lo ha tomado de la mano y lo arrastra hacia el

micrófono.

​ NIMADOR.- ​No haga caso.


A

Le suelta la mano con expresión de asco.

¿Por qué tiene la mano tan caliente... y pegajosa?

Lo examina.

Pero este hombre está empapado de sudor... Y tiene fiebre...

Volviéndose al micrófono.

Sí, señores, nuestro héroe de hoy tiene fiebre... ¡Este hombre está bailando con treinta y nueve
grados de fiebre por lo menos! ¡Merece nuestro aplauso!
Algunos aplausos de los bailarines.

Acérquese al micrófono, Vespucci. Diga algunas palabras.

VESPUCCI.- ​(Con una sonrisa febril.) ​¿Y qué voy a decir?

El Animador lo huele.

ANIMADOR.- ​¡Y el olor, señores! ¿Quién diría que el espíritu huele así? Porque este hombre, tal
como lo ven, está reducido a su espíritu... ¿No me creen?

Vespucci tiene un acceso de tos.

¿Qué le pasa, Vespucci? ¿Se atragantó?

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VESPUCCI.- ​No, señor... El aire... me hace mal...

ANIMADOR.- ​¡El aire le hace mal! ¿Qué me dicen, señores? ¡El aire le hace mal! ¿A alguno de
ustedes acaso el aire le hace mal?

GUARDAESPALDAS.- ​No, señor, a nadie.

ANIMADOR.- ​No, por supuesto que no, el aire no les puede hacer mal, el aire los mantiene vivos...
Pero a este hombre el aire lo mata. ​(A Vespucci.)​ ​Siga bailando, ya descansó bastante.

Vespucci va a salir.

No, acá arriba.

(A los espectadores.)​ E
​ n todos los pulmones el aire nutre la vida, pero en esta mole de músculos el
núcleo está podrido... Véanlo bailar a este hermoso cuerpo granítico, envuelto en su sudor y en sus
olores, sostenido sólo por la fiebre y las imágenes fugaces que produce su cerebro... Estudiemos
con noble interés humano y científico este cuerpo... Siga bailando, por favor... Señores, no sin an
gustia pregunto: ¿Adónde va este cuerpo envuelto en su niebla, en la agitación frenética y final de
sus músculos? ¡Oiga!

VESPUCCI.- ​¿Qué?

ANIMADOR.- ​Acérquese.

Vespucci se acerca al micrófono, sin dejar de moverse en forma

​ Por qué baila?


automática. ¿

VESPUCCI.- ​¿Hay que bailar, no?

ANIMADOR.- ​También puede irse...


VESPUCCI.- ​No, pero...

ANIMADOR.- ​¿Qué?

VESPUCCI.- ​Quiero ganar...

ANIMADOR.- ​¿Por qué?

Vespucci sufre un acceso de tos,​ se tambalea y se aferra al micrófono. El Guardaespaldas se acer


ca rápido. El Animador le hace una seña de que no es necesario intervenir todavía.

ANIMADOR.- ​(En un paréntesis de la tos.)​ ¿


​ Cuánto hace que no va al hospital?

VESPUCCI.- ​Soy sano.

9
ANIMADOR.- ​¿Por qué tose?

VESPUCCI.- ​La fatiga...

​ l Animador hace otra señal al Guardaespaldas, que sube en dos trancos a la


Vuelve la tos. E
tarima con un pañuelo en la mano. Con rudeza profesional abraza a Vespucci por la espalda,
atenaceán dolo con un brazo y taponando su boca con el pañuelo, como si fuera una mordaza.
Vespucci tiene unas débiles convulsiones y luego se calma.

ANIMADOR.- ​(Al público.)​ ​No se asusten, señores, esto es ciencia...

El Guardaespaldas suelta a Vespucci, que se tambalea, pálido, sonriendo

​ uestre el pañuelo.
aliviado. (Al Guardaespaldas.) M

El Guardaespaldas despliega el pañuelo, donde se ve una mancha de sangre reciente. ​Asunción


irrumpe, angustiada.

ASUNCIÓN.- ​No es nada... Al toser se muerde la lengua... Ya le pasó varias veces...

Vespucci continúa bailando, ajeno a todo. Flojo, ajeno, feliz.

ANIMADOR.- ​(Al Guardaespaldas.) ​Muéstreselo a los espectadores, para que vean que aquí no
engañamos a nadie...

El Guardaespaldas baja de la tarima y recorre unas filas de espectadores mostrando de cerca el


pañuelo.

Es vida, señores, sangre... Sangre humana. Examinen sin asco ese estandarte... Con ella estamos
cosidos... Con ese frágil hilván de hilos mortales... Levemente nos sostiene... Y él derramará hasta
la última gota... Nuestro héroe de hoy... El hombre que baila aquí...
A Vespucci, t​ omándolo de un hombro.

Descanse un momento, se lo merece... ​(Dulcemente.) ​Ahora díganos... ¿Por qué

baila? ​VESPUCCI.- ​(Ablandado, manso y dócil.)​ ​Quiero el premio.

ANIMADOR.- ​(Con afectada sorpresa.) ​¿Qué premio? ¿Hay algún premio? ​Risitas de

los concursantes y de Vespucci, como si el Animador hubiera hecho un broma.

ANIMADOR.- ​(Condescendiente.)​ B
​ ueno, supongamos que haya un premio.

ASUNCIÓN.- ​Queremos nuestra casa.

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Gesto de fastidio del Animador por la interrupción de la mujer. El Guardaespaldas, siempre alerta,
va hacia ella y la hace bailar.

VESPUCCI.- ​Sí, la casa....

ANIMADOR.- ​(Siempre afectado.)​ ​¿Cómo, el premio es una casa?

VESPUCCI.- ​(​Febril.) N
​ o, mi casa... Yo tengo una casa, mi casa...

ANIMADOR.- ​¿Y para qué quiere otra?

VESPUCCI.- ​Yo la construí. ¿Ve?

Muestra las manos, como si estas explicaran algo.

Yo la levanté.... Ladrillo a ladrillo... Soy albañil, ¿ve?

ANIMADOR.- ​¡Un aplauso para nuestro albañil!

Aplausos.

ASUNCIÓN.- ​(En medio de los aplausos, sin poder contenerse.) ​¡La tuvimos que hipotecar!

ANIMADOR.​- ​(Al Guardaespaldas.)​ ​Hágala callar, ¿quiere? Siga, Vespucci...

En adelante, el Guardaespaldas se dedica a manosear a la mujer. Vespucci observa esta acción,


alerta en medio de su fiebre.

GUARDAESPALDAS.- ​(A Asunción.)​ B


​ ailá, ¿no sabés bailar?
VESPUCCI.- ​Una casa, hijos... No es mucho, ¿no? Los hijos nunca vinieron. Y la casa... Oiga,
¿qué hace aquel? ¿Por qué no la deja tranquila?

ANIMADOR.- ​(Al Guardaespaldas.)​ ​No se abuse, che, usted sólo la tiene que hacer bailar. Y us
ted, Vespucci no se enoje. Ya sabe que aquí todo se hace pour la galerie. Nada es serio. Continúe,
por favor.

VESPUCCI.- ​Sin su casa, sin hijos, ¿un hombre qué es? Un paria, un vagabundo, un muerto. No
existe. En cambio, la casa... Todo está bien... En invierno, en verano... Uno llega a la nochecita, la
ve en lo oscuro, iluminada... El olor de las plantas... Y piensa: todo está bien. Todo está bien.

Tiene otro acceso de tos. Pausa.

ANIMADOR.- ​Suficiente. Baje.

VESPUCCI.- ​¿Cómo?

ANIMADOR.- ​Baje.

11
VESPUCCI.- ​¿Puedo volver?

ANIMADOR.- ​Sí, ya terminó. Vuelva.

VESPUCCI.- ​Gracias.

ANIMADOR.- ​De nada.

Pausa. ​Vespucci comienza a bajar en medio del silencio los escalones de la tarima.

ANIMADOR.- ​(Susurra íntimo por el micrófono.)​ D


​ esciende vacilante los escalones, y en el último
se va a caer.

En el último escalón, Vespucci se desploma.

APAGÓN

ESCENA 4

MITO I
La música cesa bruscamente. Una pálida luminosidad cubre lentamente el lugar. En la pista, Ves
pucci, los restantes bailarines y el Guardaespaldas se hallan tendidos en los lugares en que los
sorprendió el apagón. Sólo el Animador permanece erguido frente al micrófono, sonriente y miste
rioso.

ANIMADOR.- ​(Intimo, por el micrófono.) ​Adelante, señores, pasen al teatro de los hechos. Rodeen
con sus cuerpos la dorada pista de nuestro circo universal. No dejen huecos libres. Que un halo de
calor animal envuelva a nuestros héroes y entibie el frío que los ha tumbado. Porque han bailado
mucho, hasta quedar en sus huesos, hasta disolver sus cuerpos en la muerte y en la memoria de
los otros. Adelante, señores. Agradecidos de estar con nosotros esta noche de agosto de mil qui
nientos y...

Retrocede lentamente hasta desaparecer en la oscuridad.

VESPUCCI.- ​Ayuda, por favor... Un médico... Mis pulmones, agrietados... Y las pústulas, las lla
gas... ¿No hay nadie en esta nave? ¿Nadie que se apiade? ¿Que arranque de mí este cuerpo, este
cuerpo, este envoltorio de dolor?

12
Un murmullo imperceptible se alza entre los caídos y persiste durante la escena: “Custodi nos, Do
mine. Sub umbra alarum tuarum, protege nos.”

¡Dios, cómo te ansío! ¡Sé mi médico! Que termine esta travesía, este mar salvaje. Que llegue a
la tierra que me prometiste. Fue ​tu ​promesa, Señor, no lo olvides. Vigía, ¿qué se ve?

ANIMADOR.- ​Nada, señor Almirante. Sólo el mar.

OTRA VOZ MASCULINA.- ​¡Ah, de proa, alerta y buena guardia!

VESPUCCI.- ​Señor, levanta el peso de la noche aterradora. Que broten en su luz las Islas de la
Bienaventuranza.

VOCES FEMENINAS.-
Bendita sea la luz
y la Santa Vera Cruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad;
bendita sea el alba,
y el señor que nos la manda,
bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía.

La letanía continúa casi imperceptible.

VOZ MASCULINA.- ​El señor Almirante está ya casi muerto.

VOZ MASCULINA.- ​Ya estaba muerto al embarcarse.


VOZ MASCULINA.- ​¿Dónde arribaremos, si un cadáver nos guía?

VESPUCCI.- ​Mis huesos estallan, mi piel en llamas. Médico, si no puedes evitar tanto dolor, dale al
menos un nombre.

ANIMADOR.- ​Sarna egipcíaca. Morbo gálico. ​Syphilidis, s​ eñor.

Ana D. se incorpora, sonámbula, c​ on un alarido.

ANA D.- ​¿Te acuerdas de mí, señor? ¡Yo soy la puta romana! ¿Te acuerdas de tu noche de es
plendor y fuerza? ¿Te acuerdas de los incendios y los gritos? ¡Sitiador! ¡Conquistador de Roma!
¡Ebrio de poder! ¡Recuérdame, señor! Impregnado de sudor y negro por el humo de los incendios,
con los cabellos quemados hasta la raíz y reluciente de sangre ajena. ¡Fuiste inmenso esa noche
en Roma! ¡Con qué ferocidad mordiste la vida! ¡Yo fui ese cuerpo maltratado! ¡El que terminó de
destrozar tu soldadesca! ¡Acuérdate de mí, señor, porque tu triunfo era tu derrota; porque sólo po
seíste lo que te quitaba; porque en medio de la vida ya estabas muerto! ¡En esta hora en que ya no
existo, acuérdate de mí, señor!

13
Ana D. vuelve a desplomarse.

VESPUCCI.- ​¿No me purificará nunca este mar? Vigía, ¿qué se ve?

ANIMADOR.- ​Nada, señor Almirante. Sólo el mar.

VESPUCCI.- ​Yo, señor de Argüeso, de Campotejar, de Jayena, gentilhombre de cámara, caballero


de Santiago, todo lo cambio por esa tierra que tengo prometida. Que el Rey mi Señor, y Dios por el
Rey, me prometieron. Todo, todo lo doy por esa tierra que brotará por fin del mar. Mi morada, mi
tierra, mi ​casa​.

APAGÓN

ESCENA 5

Algún momento perdido. Las parejas, dispersas. Asunción, haciéndole una seña al Guardaespal
das, levanta una mano como los niños en el colegio.

ASUNCIÓN.- ​Baño, señor.


GUARDAESPALDAS.-​ ​(Seco.) ​Tiene que esperar. Está ocupado.

Tom Mix, que está bailando solo, se despereza; el Guardaespaldas pasa a su lado y le pega un
golpecito en las costillas.

GUARDAESPALDAS.- ​Ojo.

TOM MIX.- ​¿Qué?

GUARDAESPALDAS.- ​Baile.

PIPA.- ​(Abstraída en un monólogo interno.) ​Gente grosera.

NN.- ​¿Cómo, Pipa?

PIPA.- ​(Brusca.) ​No hablaba con usted.

HÉCTOR.- ​¿Qué pasa, Ema?

Ema trata de quitarse un zapato sin interrumpir el baile.

14
EMA.- ​Me duelen los pies.

Héctor mira furtivamente a su alrededor.

HÉCTOR.- ​Nos van a descalificar.

EMA.- ​Yo estoy bailando, ¿no?

Se saca el otro zapato.

HÉCTOR.- ​(Con violencia contenida.)​ ​Ema...

EMA.- ​(Desafiante.)​ ¿
​ Qué?

Pausa.

HÉCTOR.- ​Tenés las medias rotas.

Ema finge estupor. Lanza una risita histérica.

EMA.- ​¿Y qué?

HÉCTOR.- ​Ponéte los zapatos, hacé el favor.

Ema ríe nuevamente.


EMA.- ​¿Y qué si tengo las medias rotas?

HÉCTOR.- ​Bajá la voz.

EMA.- ​¿Pero dónde te creés que estamos? ¡Oigan!

HÉCTOR.- ​Ema...

La mujer está ya lanzada, entre risitas histéricas.

EMA.-​¿Escucharon? ¡Tengo las medias rotas! ¡Pero qué va pensar esta gente! ¡Una reunión tan
elegante! ¡Pipa, tápese la nariz!

​ Qué le pasa a esa conmigo?


PIPA.- ​(Desde lo alto de su dignidad.) ¿

NN.- ​(Con una risita de entusiasmo.)​ ​Tiene las medias rotas.

EMA.- ​Un consejo, Elena, nunca se case. Los hombres son un misterio. Fíjese mi marido... ¡Hace
meses que no vemos un centavo! ¡Vivimos de prestado, en casa ajena, en puntas de pie, tragando
el desprecio de mi hermana! Pero a él le dan vergüenza mis medias rotas...

15
NN.- ​(Divertido.)​ S
​ erá un hombre muy exigente.

EMA.- ​Sí, muy exigente. No se conforma con cualquier cosa. Cualquier trabajo. No. Es un hombre
muy delicado.

HÉCTOR.- ​Bueno, basta, Ema.

EMA.- ​¿O estará enfermo? ​(A Asunción.) ​Debe estar enfermo, ¿no, señora?

ASUNCIÓN.- ​No sé...

EMA.- ​A veces se pasa el día entero en la cama, inmóvil, como una piedra, como un muerto, páli
do, barbudo, con los ojos fijos en el techo, hundidos, secos... ¡No escucha, no habla, no se mueve!
¡Me da miedo! Héctor, Héctor... ¿Se murió? No, respira... Está vivo. Pero frío como un cadáver.

HÉCTOR.- ​Basta, Ema, por favor.

EMA.- ​A veces en cambio se transforma en una cucaracha.

NN.- ​(Canta estúpidamente.) “​ La cucaracha, la cucaracha... ya no puede caminar...”

Tom Mix empuja a Héctor.

TOM MIX.- ​¡Reaccioná, payaso!


EMA.- ​¡Sí, señora, una cucaracha! ¡Anda furtivamente por la casa, pegado a las paredes! ¡Para
que no lo vea mi hermana! ¡Para que no lo corra a escobazos! ¡Para que no le grite: “Rajen de acá,
atorrantes. Necesito el cuarto para poner trastos viejos”!

Ema parece haberse desahogado.​ Pausa.​ Todos miran a Héctor. Este, pálido, sin apartar los ojos
de su mujer, retrocede unos pasos. Luego, con deliberada lentitud, se desprende el cinturón y co
mienza a desabrocharse los pantalones.​ Risitas y movimientos nerviosos del grupo ante la inespe
rada actitud de Héctor.​ El Guardaespaldas mira interrogante al Animador, pero no halla respuesta.
Sin saber qué hacer, el Guardaespaldas se acerca a Héctor.

GUARDAESPALDAS.- ​Oiga, pare la mano.

HÉCTOR.- ​Iba a mostrarles mis calzoncillos.

GUARDAESPALDAS.- ​(Vacilante.)​ S
​ í, pero no es el sitio.

HÉCTOR.- ​Tiene razón. Sería un penoso espectáculo. La intimidad de un matrimonio. Las medias,
los calzoncillos... La asquerosa intimidad. Ahí está todo. Todas las marcas. ¿Quieren ver el despre
cio? Ahí está el desprecio. El abandono, el odio, la miseria cotidiana... ¡La suciedad, señores! Por
que mis calzoncillos le dan asco. Y ustedes se darán cuenta que si no puede tocar mis calzoncillos,
menos...

PIPA.- ​(Severa.)​ ​¡Ja! ¡Después soy yo la que los aguanta!

16
GUARDAESPALDAS.- ​¿Y de qué se queja?

EMA.- ​(Justificándose ante los demás.) ​Tengo derecho a vivir tranquila, ¿no? ¿Qué más quiere de
mí? Estoy agotada. ¿El cumplió con su obligación? No. Es un pobre tipo, un fracaso. Entonces que
no espere nada de mí.

HÉCTOR.- ​(En un arranque de patético histrionismo.) ​¡Presten atención, vecinos! ¿Por qué me
casé con esta mujer? ¡Hoy, solamente hoy, se develará el secreto! ¿Acaso me casé por su belle
za?

Hace una pausa sarcástica, y la señala. Ema mira acosada a su alrededor. Algunas

​ Habrá sido por su inteligencia? Vecinos, siempre fue estúpida. ¿Por su riqueza
risas. ¿

tal vez?

​EMA.- ​(Con los dientes apretados.) ​Me comiste los ahorros.

HÉCTOR.- ​¿Escucharon? Ahorritos de solterona, tristes pesos arrancados al tiempo para asegu
rarse una amarga vejez. ¡No, vecinos! Si no me casé por su belleza, ni por su inteligencia, ni su
riqueza, ¿por qué? Les digo por qué.
Hace una pausa deliberada, para crear suspenso.

¡Para hacerle una broma!

Algunas risas de los bailarines. Ema echa una mirada en torno con lágrimas en los ojos.

Sí, vecinos. ¡Para hacerle una broma! Cuando la conocí ya estaba resignada a su fealdad, a su
estupidez, a su miserable avaricia de solterona. Era una tentación demasiado fuerte para mí. ¿Qué
quieren? Es mi debilidad. Nunca puedo dejar pasar una broma. Y le propuse casamiento. Toda una
vida minuciosamente preparada se le vino abajo. ¡Con qué odio aceptó! Claro, no tenía otra alter
nativa... Porque una cosa es ser víctima de un destino adverso, y otra ser responsable de ese des
tino. Y ella era demasiado cobarde para decir “no”.

Breve pausa.

Ese es el secreto, vecinos, de este... ridículo matrimonio.

Silencio penoso. Héctor parece vacío, deprimido. Ema lo mira, impotente, a través de sus

lágrimas.

​ SUNCIÓN.- ​Señor... Baño...


A

​ éctor se acerca a ella.


En silencio, Ema comienza a calzarse. H

HÉCTOR.- ​¿Te ayudo?

EMA.- ​¡No me toques!

17
Héctor alza las manos.

HÉCTOR.- ​Está bien... ¿Qué vas a hacer?

EMA.- ​Me voy.

Una exclamación recorre el grupo. Se produce una gran expectativa.​ El guardaespaldas redobla su
vigilancia. Va y viene agitadamente entre las parejas.

ANIMADOR.- ​(Susurra por el micrófono.) ​Presten atención, señores, esto no se da todos los días...

HÉCTOR.- ​Ema... yo... estaba bromeando.

ANIMADOR.- ​Como ven, no sólo la resistencia física es lo que cuenta...

Héctor aferra a Ema de un brazo.


EMA.- ​¡Soltáme!

Héctor lo hace.

HÉCTOR.- ​Ema, sufrimos mucho por esto. ¿Cómo vamos a dejar así? ¿Tan cerca de...? Pensá
todo lo que podemos perder.

EMA.- ​Ya no me importa nada.

HÉCTOR.- ​¿Pero cómo podés creer lo que dije? Estaba... bromeando. Vos me conocés, Ema. Por
favor, perdonáme.

Ema se mantiene inflexible, aunque de todos modos no deja de bailar rudimentariamente.

ELENA.-​ ​(Feroz.)​ ¡​ No lo perdone! ¡Ema, no lo perdone! ¡No se lo merece! ¡Es un egoísta, un puer
co, como todos los hombres!

VESPUCCI.- ​(Con impaciencia febril.) ​¿Y? ¡Vamos! ¿Qué espera?

HÉCTOR.- ​Ema, es una oportunidad... La última... Todo puede cambiar.

ELENA.- ​¡No le crea! ¡Quiere usarla! ¡Como lo hizo siempre!

VESPUCCI.- ​(Exasperado.)​ ¡​ Vamos! ¡Perra! ¡Asquerosa! ¡Vamos!

Ema vacila en el borde de la pista.

HÉCTOR.- ​(Como un grito final, desgarrado.) ¡​ Ema, no me dejes!

Pausa. Repentinamente, Ema se vuelve con una risita.

18
EMA.- ​No, no vas a ser vos el que decida terminar esto. ¡Yo sé cuándo me voy a ir! ¡Y va a ser en
el momento justo! ¡Cuando más te duela!

Estallando, Vespucci hace un intento de arrojarse sobre ella.

VESPUCCI.- ​¡La voy a matar!

El Guardaespaldas se interpone. Pero su intervención es innecesaria, porque una explosión de tos


detiene al albañil. Asunción corre en su ayuda, al mismo tiempo que se dirige al Animador.

ASUNCIÓN.- ​¡Ay, señor! ¡Baño! ¡Me desmayo!

​ Quién está en el baño?


ANIMADOR.-​ ​(Con fastidio, al Guardaespaldas.) ¿

GUARDAESPALDAS.- ​La piba.


ANIMADOR.- ​Vaya a ver qué le pasa.

​ na enorme lasitud se ha apoderado de los bailarines. Parecen más agotados, embruteci


Pausa. U
dos, encerrados en sí mismos.

PIPA.-​ ​(Prosiguiendo un monólogo interno.)​ S​ í, estos son los matrimonios respetables. Estos son
los que me desprecian. Limpitos por fuera, pero llenos de roña por dentro. A más de uno le conoz
co los calzoncillos. Yo... estoy orgullosa de ser quien soy. ​(Inflexible, invencible y magnífica.) ​¡Estoy
orgullosa de ser quien soy!

Sobre estas palabras el Guardaespaldas entra corriendo con expresión de

alarma.

​ UARDAESPALDAS.- ​¡Señor!
G

APAGÓN

ESCENA 6

Nocturno. Ya en la oscuridad comienzan a escucharse espaciados suspiros, chasquidos, risitas y


murmullos de los durmientes. El Guardaespaldas cabecea al pie de la tarima. En ella, el Animador
está sentado, casi inmóvil frente a una mesita, de perfil a la pista, con un mazo de cartas en la ma
no. Homero está despierto, abstraído en sus pensamientos. Una risita de Pipa llama su atención.
Se acerca a ella arrastrando con cuidado a su pareja, que se remueve y refunfuña.

19
HOMERO.- ​(Susurra.)​ ¿
​ Pipa?

Pipa tiene los ojos extrañamente abiertos.

PIPA.-​¿Qué?

HOMERO.- ​¿De qué se ríe?

PIPA.- ​(Riéndose.)​ ​De las moscas. ¡Qué irrespetuosas!

Homero la observa intrigado. Luego hace sonar los dedos delante de ella. Pipa ríe. Homero suspi
ra, decepcionado. Pausa.

EMA.- ​(Bruscamente, en sueños.)​ ¡​ No! ¡No! ¡Está muerto! ¡No quiero!

HÉCTOR.-​ ​(Sin despertarse, mecánico.) ​Está bien, calmáte, ya pasó todo.

Pausa.​ El Animador se dirige a Homero, sin volver el rostro, actitud que mantendrá durante todo el
diálogo.

ANIMADOR.- ​Pobre mujer, siempre sueña lo mismo.

Homero lo mira con curiosidad.

HOMERO.- ​Sí...

ANIMADOR.- ​¿Y a usted qué le pasa? ¿Está desvelado?

HOMERO.- ​No, señor, duermo muy poco.

ANIMADOR.- ​¿Le gusta la noche?

HOMERO.- ​Vigilo.

Pausa. El Animador silba.

Usted me entiende, ¿no?

ANIMADOR.- ​No.

HOMERO.- ​¿Usted no escucha?

ANIMADOR.- ​¿Qué?

HOMERO.- ​Los crujidos.

Pausa.

20
(Con una risita algo siniestra.)​ A
​ la noche siempre se escuchan... Hay que tener buen oído y prestar
un poco de atención... Pero usted seguramente habrá escuchado...

El Animador silba entre dientes. Homero se anima a insistir.

Porque usted tampoco duerme, ¿no? Muchas veces lo he visto ahí, inmóvil, mezclando ese mazo...
Perdón, señor; hace tiempo que quiero preguntarle...

ANIMADOR.- ​¿Sí?
HOMERO.- ​¿A qué juega?

ANIMADOR.- ​Invento...

VESPUCCI.- ​(De pronto, en sueños.) ​¡Vamos, monitos, diablos, gitanos! ¡Viento a babor! ¡A tierra,
gitanos! ¡Se hunde el barco!

Súbitamente abre los ojos y la boca en forma desmesurada, como si se hubiera quedado sin

aire.​ ​Asunción... me ahogo...

Se tambalea. Asunción se despierta de golpe y trata de sostener el cuerpo de su

​ SUNCIÓN.- ​¡Socorro!
esposo. A

APAGÓN

ESCENA 7

Milonga.

ANIMADOR.- ​¡Vamos, señores! ¡Muévanse! ¡Los quiero ver frescos como el primer día! ¡Pecho
erguido! ¡Ojos fieros! ¡El futuro es nuestro! ¡Qué les pasa? ¡Están muertos? ¡Resuciten! ¡Enciendan
esa sangre! ¡Cambio de pareja!

El Guardaespaldas hace cumplir las órdenes en la pista.

¡Cambio! ¡Cambio! ¡Cambio!

21
Los bailarines pasan de la inercia a un estado de excitación enfermiza. Cuando el Animador deja
de azuzarlos, el cuadro es el siguiente: NN baila con Elena; Vespucci manosea a Ana D.; Pipa,
Ema y Asunción se disputan jocosamente al pequeño Tom Mix. Homero y Héctor han quedado
sueltos, contemplando la escena.

VESPUCCI.- ​(Jadeante y febril.)​ ​Te gusto, ¿eh? Soy fuerte... grande... ¿Eh, putita? ​A
una seña del Animador, el Guardaespaldas libera a Tom Mix del asedio de las mujeres.

GUARDAESPALDAS.- ​(Forcejeando.)​ ​Bueno, basta, mujeres.

Las mujeres van dejando a Tom Mix. Se apartan, arreglándose los vestidos como si nada hubiese
pasado. Asunción separa a su marido de Ana D., lo tranquiliza. En el centro queda el pequeño Tom
Mix, con las ropas en total desorden, el pantalón medio desprendido.​ Pausa.

ANIMADOR.- ​Pequeño Tom Mix.

TOM MIX.- ​¿Sí, señor?

ANIMADOR.- ​Abróchese la bragueta.

Risas de las mujeres.

TOM MIX.-​ ​(Con un guiño.)​ S


​ í, señor.

VESPUCCI.- ​¡Miren qué cuerpo! ​(Por Asunción.)​ ​¡Miren qué mujer! ¡Qué pechos! ¿Cuantos hijos
podría alimentar?

La mujer lo calma. Pausa.

ANIMADOR.- ​Pequeño Tom Mix.

TOM MIX.- ​¿Señor?

ANIMADOR.- ​¿Qué olor tiene, querido? Digo por las mujeres. Se le van encima como moscas.

TOM MIX.- ​(Riéndose.)​ S


​ í, algún día me van a destrozar.

Breve pausa.

¿Tengo que quedarme aquí?

ANIMADOR.- ​Sí.

Pausa.

22
(A los espectadores, por el micrófono, en tono confidencial.) ​Damas y caballeros, observen esta
joven incógnita. Parece tímido, a veces sumiso. Pero fíjense cómo aprieta los labios, y los ojos...
devoran. ¿Quién es? ¿Un animal depredador? Pequeño Tom Mix.

TOM MIX.- ​¿Señor?


ANIMADOR.- ​¿Qué hace aquí?

TOM MIX.- ​Bailo, señor.

ANIMADOR.- ​(Duro.)​ ​Le pregunto por qué está aquí y no en otro lado.

TOM MIX.- ​¿Dónde, señor?

ANIMADOR.- ​Hay muchos sitios para un joven de su presunta edad. El aula, el surco, el taller...

HÉCTOR.- ​La cárcel.

Algunas risitas, cortadas por la gélida mirada del Animador.

​ o no soy nadie, señor.


TOM MIX.-​ ​(Sonriendo.) Y

ANIMADOR.- ​(Violento.)​ ​No le pregunto quién es, sino dónde está. Dónde está parado. ¿Entien
de?

TOM MIX.- ​Sí, señor. No estoy parado, señor. Me estoy cayendo.

ANIMADOR.- ​(A los espectadores.)​ E


​ s desafiante. Me gusta. ¡Joven!

TOM MIX.- ​¿Señor?

ANIMADOR.- ​Supongo que tendrá aspiraciones normales. Labrarse un futuro, constituir un hogar,
tener hijos.

TOM MIX.- ​No, señor.

ANIMADOR.- ​¿Y entonces qué quiere? ¿Divertirse nomás? Hijo, la vida no es un baile intermina
ble... Lo hemos admitido aquí con toda confianza. No le preguntamos de dónde venía, ni siquiera la
edad... A pesar de un edicto policial. Pero tampoco queremos olvidar nuestra función pedagógica.
Además, usted no está solo... La joven que lo acompaña... Supongo que entre ustedes hay algo
más que una simple... sociedad para el baile...

Se detiene como esperando una respuesta.

TOM MIX.- ​No sé quién es.

ANIMADOR.- ​¿Cómo?

23
TOM MIX.- ​No sé quién es. La encontré en algún lado. No me acuerdo. Se me pegó.

Pausa. El Animador pone cara profesional de sorpresa.


ANIMADOR.- ​¡Simplemente... se le pegó!

Hace una breve pausa efectista.

¿Y usted, niña?

ANA D.- ​Sí.

ANIMADOR.- ​¿Sí? ¿Sí qué? ¡Me desconcierta esta gente! ¡Me pone furioso! Querida, ¿usted
siempre dice sí?

ANA D.- ​Sí.

ANIMADOR.- ​Y supongo que usted tampoco sabe quién es él. Se le pegó.

ANA D.- ​Sí.

ANIMADOR.- ​(Con creciente “indignación”.)​ S


​ e pegaron. Simplemente se pegaron, uno al otro, en
la calle, como animales, o como insectos. Por cierta... sustancia adhesiva que segregan los cuer
pos.

Breve pausa.

¡Joven!

Tom Mix golpea tacos, a la manera militar.)

TOM MIX.- ​¡Se-ñor!

ANIMADOR.- ​¡Usted no es absolutamente libre!

TOM MIX.- ​(Con un golpe de tacos.)​ ¡​ No, señor!

El Animador hace una una señal al Guardaespaldas.

ANIMADOR.- ​Existe la naturaleza...

TOM MIX.- ​(Con un golpe de tacos.)​ ¡​ Sí, se...!

El Guardaespaldas le toma vertiginosamente un brazo y se lo dobla a la espalda, mientras sonríe a


los espectadores como si todo fuese una broma. ​Leve quejido del muchacho.

24
ANIMADOR.- ​(Como si nada sucediera.) ​Vea, la naturaleza es, ¿cómo decirlo?, fatalista y senti
mental. No le interesa más que reproducirse, siguiendo un orden misterio. Y usted, querido, ¿no
piensa siquiera mantener el orden biológico?
Pausa.

ANIMADOR.- ​Conteste, por favor.

El Guardaespaldas retuerce despiadadamente el brazo del joven.

PIPA.- ​¡Suelteló!

TOM MIX.- ​(Venciendo su dolor.) ​Mejor que... no cuente conmigo..., señor.

El Guardaespaldas lo suelta.​ Pausa.​ Vespucci se señala a sí mismo y a su mujer..

VESPUCCI.- ​Cuerpos sanos, fuertes. Miren qué manos... ¿Cuántos hijos podrían alimentar...? Mi
ren esta mujer: qué caderas... ¿Es justo, digo?

Su mujer lo hace callar; él sigue farfullando. El Animador se ha quedado contemplando, absorto, el


rostro del pequeño Tom Mix, como si fuera un problema a desentrañar. ​Pausa.

ANIMADOR.- ​Muy bien, pequeño Tom Mix, principios son principios. Tengo criterios amplios. Pero
le advierto, hay ciertos límites que no se pueden traspasar. Una cosa es ser un joven irresponsable,
y otra... En fin, sigue el baile.

Se da vuelta, como dando por terminado el asunto.

TOM MIX.- ​Yo no soy nadie, señor. Yo...

Se ríe. Breve pausa.

Ni siquiera estoy aquí. ¿Ve? Me estoy yendo.

ANIMADOR.- ​¿Tampoco quiere el premio?

TOM MIX.- ​¿Qué premio?

ANIMADOR.- ​(Rápidamente.)​ N
​ o puedo decírselo.

Breve pausa.

TOM MIX.- ​No quiero nada.

ANIMADOR.- ​(A los espectadores, íntimo.) ​Créanme, damas y caballeros, si este joven conociera
el premio, no estaría aquí. No porque sea un premio menor, no, sino porque el mayor de los pre
mios sería para él insignificante. Muy bien, pequeño Tom Mix, su minuto de gracia terminó. ¿Tiene
algo que agregar?

25
Pausa.
TOM MIX.- ​No, señor, nada.

ANIMADOR.- ​Entonces sigue el baile.

APAGÓN

ESCENA 8

MITO II

La música se extingue. En el centro de la pista un haz de luz envuelve al pequeño Tom Mix.

TOM MIX.- ​Esta oscuridad. Este ruido sordo, acompasado. Y mi cuerpo entumecido, con un can
sancio de siglos. Caminando, entre la muchedumbre harapienta, vencida. ¿Hacia dónde? Sin mirar
atrás. Cautivos. Con la espada suspendida sobre nuestras cabezas. Ciegos de terror y hambre. A
la matanza. Y en mi mente entonces, en medio de la noche, un breve, intenso relámpago. Un re
cuerdo de la luz perdida.

ANIMADOR.- ​¡Año de gracia de mil ochocientos y...!

TOM MIX.- ​¡Sudamericanos!

Silencio súbito. El pequeño Tom Mix continúa con voz vibrante.

Ante las recientes turbaciones de nuestra América, algunos extranjeros han acusado a los descon
tentos, fundándose en la admirable sabiduría y suavidad de las leyes hispánicas. ¿Pero acaso es
sabiduría y suavidad haber condenado a millones de habitantes a vegetar en la pobreza y sujetar
los al gobierno militar y despótico de los virreyes, que tienen en sus manos la vida, propiedades y
honor de los vecinos? ¿Es sabiduría y suavidad haber condenado a los indios a la condición de
tributarios de la corona española, y arrebatar a esta infeliz raza el fruto de su trabajo, regado con su
sangre en las minas? Los dueños de las minas, o los que han de gozar de ellas sin trabajarlas,
aman muy bien su vida. Y los negros esclavos son una propiedad de sus amos: ha costado dinero
el adquirirlos. Sólo los indios son unos seres indiferentes que deben despreciar la muerte en prove
cho ajeno.

Pausa.

26
VOZ FEMENINA.- ​(Canta.)
Cielo, cielito que sí,
cielo lejano y celeste,
si es que no puedo ser libre,
mejor me libre la muerte.

TOM MIX.- ​Sudamericanos, no es este territorio doliente y humillado, impregnado por el sufrimien to
de generaciones, el que iluminó el relámpago de mi sueño. Es otra tierra que esta, ya endurecida
de dolor y estéril. Porque detrás de este mar de iniquidad, América aún se alza, callada en su res
plandor, infinita. En sus playas nos aguardan, riendo, niños inmortales. Es esa la tierra de mi sue
ño, la que Dios nos guarda en custodia, su promesa.

Cae como bajo una descarga de fusilería.

VOZ FEMENINA.- ​(Canta.)


Cielo, cielito que sí,
cielo lejano y celeste,
si es que no puedo ser libre,
mejor me libre la muerte.

APAGÓN

ESCENA 9

Nocturno. Luces y música atenuadas. Las parejas duermen. Las voces de sus sueños se van su
mando unas a otras, coralmente, de modo vertiginoso, hasta conformar un único, breve clamor.

HÉCTOR.- ​Cruzamos la frontera. La tierra pedregosa, parda. La luz suave. Acuosa y brillante. Nos
vamos acercando a la ciudad.

PIPA.- ​Moscas, gordas como dedos, verdosas. Queridas mías. Hijitas.

TOM MIX.- ​Arena, arena. Y charcos de agua limpia, brotando de la arena.

ELENA.- ​Agua. Agua, por favor. Me queman los labios.

HOMERO.- ​Palabras. Necesito palabras.

PIPA.- ​Me bajan por las piernas. Me hacen cosquillas.

27
ANA D.- ​Corro por el campo. Descalza. Corro por el agua.
EMA.- ​El galpón está oscuro, polvoriento. Olor a maderas podridas. Crujidos. Ratas. El va apare
cer. Me da miedo.

ELENA.- ​Agua.

NN.- ​Un agujero oscuro. ¡Pum!, en la cabeza.

HÉCTOR.- ​La ciudad antigua, deshabitada. Muros de piedra pulida. Ancestrales.

PIPA.- ​Moscas en mis cabellos como corona de esmeraldas.

TOM MIX.- ​Y niños, niños. Desnudos. Riendo. Saltan sobre los charcos. Arrojan puñados de arena
al viento.

ASUNCIÓN.- ​Tengo los pechos llenos de leche. Él se prende. Me vacía. ¡Este hombre!

EMA.- ​Primero, una luz tenue en el fondo. En el fondo del galpón. Miedo. Abrazarlo.

PIPA.- ​Moscas en mis agujeros. Pululan. Se enciman. Me llenan.

ELENA.- ​Agua. Tanta sed. Me estoy secando.

ANA D.- ​Corro por el viento.

HÉCTOR.- ​Y en cada piedra un dibujo antiguo. Colores que brotan de la piedra.

PIPA.- ​Moscas a mi alrededor como una nube de incienso. ¡Salta el gato dorado! ¡Las espanta!
¡Se vuelan! ¡Hijitas, vuelvan! ¡Queridas!

NN.- ​¡Pum!, en la cabeza.

ELENA.- ​¡Agua! ¡Me quemo! ¡Me seco!

HOMERO.- ​¡Palabras! ¡Palabras!

VESPUCCI.- ​¡Se hunde el barco!

TOM MIX.- ​¡Y saltan! ¡Y ríen! ¡Y gritan! ¡Libres! ¡Libres!

EMA.- ​En el fondo del galpón. Fosforescente. Envuelto en su mortaja blanca. ¡Me sonríe! ¡Me tien
de sus manitos! ¡Pero está muerto! ¡Dios mío, está muerto!

APAGÓN

28
ESCENA 10

Luz. Animación: ​es de día.

ANIMADOR.-​ ​(Dirigiéndose a los espectadores.)​ S​ in los sueños, la vida sería insoportable. Pero
sin el poeta, también los sueños serían insoportables. Y en nuestra maratón, señores, espejo de la
vida, no podía faltar el poeta. El hombre que algún día tal vez cantará - ¿por qué no? - esta gesta
valerosa y anónima. Por supuesto, ya saben a quién me refiero. ¡Al intérprete de los humildes, el
insigne don Homero Estrella!

Aplaude junto al micrófono. Los bailarines también aplauden.

Suba, Homero. Háganos el honor.

Homero finge modestia. Elena, exaltada, aplaude y lo tironea hacia el palco. Lo ayuda, innecesa
riamente, a subir los peldaños y se abalanza sobre el micrófono.

ELENA.- ​(Por el micrófono.) ​Parec

e mentira, pero en realidad es tímido como un niño. ​Lo llama con gestos.

ANIMADOR.- ​Lástima no tener laurel para coronarlo...

ELENA.- ​Cierto, qué lástima.

ANIMADOR.- ​Pero aquí, nuestro ayudante... ha reparado el olvido... Y a falta de laureles...

Toma un pañuelo con las puntas anudadas, que le alcanza el Guardaespaldas. Lo alza sobre la
cabeza de Homero, guiñándole un ojo a los espectadores.

¡Gloria artistae!

Elena se une a la coronación.

ELENA.- ​¡Por la poesía!

HOMERO.- ​Gracias, acepto este humilde...

ANIMADOR.- ​¡Venerado maestro!

HOMERO.- ​¿Señor?

29
ANIMADOR.- ​Nos debe una confidencia.

HOMERO.- ​A sus órdenes, señor. Siempre que no haya empeñado mi palabra, ni perjudique a un
amigo, ni manche el honor de una dama.
PIPA.-​ ​(Admirativamente.)​ ​¡Me meo!

ELENA.- ​¡Sh!

ANIMADOR.- ​Por supuesto, por supuesto... No queremos curiosear en secretos de alcoba, ni mal
quistarlo con su compañera...

​ na
HOMERO.- ​Pero no, mi amigo, no habría cuidado. La señorita Elena es sólo... ​(​Ambiguo.) u
amiga, un consuelo de mi vejez, un...

ELENA.- ​En realidad, para que no haya ningún malentendido, ni nadie piense lo que no corres
ponde, quiero dejar bien sentado que nuestra relación se basa exclusivamente en la admiración
mutua. Realizo una meritoria labor cultural. Ejerzo mi apostolado como bibliotecaria de la Sociedad
de Fomento Almafuerte. Fue allí donde nos conocimos, e iniciamos una amistad que nunca salió
del margen de la poesía.

HOMERO.- ​Elena ha gastado noches enteras en dactilografiar mis inmerecidos poemas.

ELENA.- ​Que son interminables, por otra parte. Pero no sólo eso. Pronto comprendí que Pirín...
Ay, perdón, Homero tenía grandes lagunas culturales. Me propuse reconstruir a este hombre. Le
hice un plan de lecturas sistemáticas. Desde entonces, su poesía ha mejorado notablemente.
Además, no pocas veces, al pasar sus poemas, he pulido alguna imagen, algún descuido.... Bien
dicen que detrás de todo hombre hay una gran mujer.

El Animador la aparta del micrófono.

ANIMADOR.- ​Pero en realidad, maestro, mi pregunta iba dirigida a que, considerando sus años, su
mérito, su fama... En fin, su presencia aquí es un misterio...

HOMERO.- ​Sí, en efecto. Pero hay que decir que nuestra presencia en general es un misterio, ¿no
cree? Fíjese, van a ser casi setenta años que respiro este aire y miro esta luz y todavía no lo com
prendo.

​ o sé si entienden...
EMA.-​ ​(Inmiscuyéndose en el micrófono.) N

ANIMADOR.- ​(Apartándola.)​ ​Sí, sí... Lo que no me explico, Homero, es qué lo impulsó a partici
par...

HOMERO.- ​No fue la codicia, señor.

ELENA.- ​Aunque es bastante tacaño.

30
HOMERO.- ​Es una broma de Elena.

ELENA.- ​No, no, es tacaño; es bastante tacaño. Nadie sabe que tiene una cuenta bancaria...
HOMERO.- ​Elena exagera, por supuesto. Cuando nací, mis padres eran casi viejos. Tenían detrás
toda una vida laboriosa. Y me dejaron algunas cosas, pocas... Su memoria, que venero; la casa
grande y vieja en que nací y donde vivo; y el fruto en metálico del esfuerzo de toda su vida... Un
escaso capitalito que con muchas penurias y cuidados me permitió dedicar mi vida a la inspira
ción...

ANIMADOR.- ​Y supongo que pagarle a la señorita para que le dactilografíe sus poemas.

Carcajada sarcástica de Elena.

HOMERO.-​ ​(​Casi sobresaltado.)​ ​Disculpe, señor, pero eso hubiera sido, con perdón de las damas
presentes, como pagarle a una prostituta. Aclaro, por supuesto, que no menosprecio a esas desdi
chadas flores nocturnas... Me complazco de la amistad de muchas de ellas, con las que numerosas
noches, dicho sea con todo respeto, hemos rendido culto a Venus... Pero, aclaro, nunca por dinero.

Todos miran malévolamente a Pipa.

PIPA.- ​(Agria.)​ ​Lo que es conmigo, viejito, yo te hubiera sacado las ganas de garronear.

ANIMADOR.- ​Entonces, Homero, ¿el motivo de su participación?

ELENA.- ​En realidad, todo fue idea mía. Tengo una meta en la vida, y es publicar la obra completa
de Homero Estrella.

Homero hace disimulados cuernitos hacia el suelo.

Como comprenderá, esta empresa necesita fondos. Y estoy dispuesta a cualquier sacrificio para
lograrlos.

PIPA.- ​¿Cualquier sacrificio, querida?

Risas de los bailarines.

ELENA.- ​Hay gente que goza manchando las causas más puras. Gente sucia....

PIPA.- ​¡Obras completas! Lo que quiere es forrarse de guita, haciéndose la viuda.

ELENA.- ​¡Callesé! ¡Guaranga! ¡Prostituta!

PIPA.- ​¡Solterona!

El Guardaespaldas interviene.

GUARDAESPALDAS.- ​Tranquila, Pipa...

31
PIPA.- ​¡Que no me busquen!
Sigue refunfuñando.

ANIMADOR.- ​¿De modo, maestro, que ha sido el arte que lo condujo hasta aquí?

HOMERO.- ​Puede decirse que sí... Aunque, en realidad, todo es un capricho de Elena... Yo, a mi
edad, no tengo ambiciones desmedidas... Pero, ¿qué quiere?, nunca pude negarme a los ruegos
de una dama. Salvo el yugo matrimonial no he escondido nunca el bulto. En fin, mientras me quede
en el cuerpo una gota del jugo de la vida... Pero en lo demás, siempre fui humilde. Sólo una vez
tuve en mi vida una gran ambición...

ANIMADOR.- ​Diga nomás.

HOMERO.- ​Publicar un poema en el suplemento dominical de “La Nación”. Puedo morir tranquilo.
Ese sueño se ha cumplido.

ANIMADOR.- ​¡Un aplauso para don Homero Estrella, publicado en “La Nación”!

Algunos aplausos desmayados de los bailarines. Con mano temblorosa, Homero saca un papel del
bolsillo y se lo tiende al Animador. Este lo examina brevemente y se lo alcanza al Guardaespaldas,
que recorre la fila de espectadores, mostrándolo.

HOMERO.- ​(Simultáneamente con las acciones anteriores.)​ ​¿Ve? Hay muchas maneras de reali
zar un sueño. Durante años estuve enviando las pobres obras de mi ingenio. Sin ningún resultado.
Pero entonces pensé: ¿Acaso no soy un poeta? ¿Mi única realidad no es el sueño? Pues vamos a
darle una mano a la realidad. Con astucia e inocencia. ¿Se acuerda?: “Cándidos como palomas,
astutos como serpientes”. Entonces, señor, elegí mi poema más consagrado, me agencié una tije
ra, engrudo, y domingo a domingo fui recortando del suplemento cada una de las palabras que ne
cesitaba... Y no crea que fue fácil, de todos modos. Cuando todo estuvo listo, una palabra aún fal
taba. Una palabra, una palabra, que perseguí durante meses, años... Una tortura, un suplicio... Una
palabra me separaba de la fama, la inmortalidad. Llegué a odiarla, a desesperarme, me hubiera
suicidado por esa palabra... Pero era inútil; allí estaba, un espacio en blanco en el poema.
Humillándome. ¿Qué hacer? ¿Trampa? No, no, uno tiene que ser coherente con su invención. Esa
es la primera ley poética. ¿Cambiarla? Dios sabe que hubiera sido una derrota de la poesía. Y sin
embargo, estuve a punto... Iba a hacerlo, cuando apareció. Apareció esa palabra amada, odiada,
de la que pendía el hilo de mi vida. Y publiqué mi poema en “La Nación”. Salvado. Podía morir
tranquilo.

Pausa.

ANIMADOR.- ​Gracias, insigne maestro. Así ha pasado una brisa de espíritu por nuestra rante ma
ratón. Y después del espíritu, bienvenida sea la carne. Pipa, anímese y suba a nuestro histórico
tablado.

Risas de los bailarines, que animan a Pipa.

32
PIPA.- ​(Amarga y estridente.)​ ​No, señor. Paso. Yo no tengo historia. Yo acá sólo pongo el cuerpo.

APAGÓN

ESCENA 11

Al alba. La mayor parte de los bailarines dormitan; otros acaban de despertarse o están desvela
dos. El Animador se lava las manos en una palangana que el Guardaespaldas sostiene frente a él
desde abajo de la tarima. Es una larga escena en silencio. Súbitamente, el Animador clava la mira
da en un punto, hacia la entrada. El Guardaespaldas lo imita. Una mujer acaba de entrar al salón:
elegante, bella, frágil; su vestido de gala largo deja al descubierto sus perfectos hombros morenos.
La mujer se acerca lánguida, lentamente, arrastrando su vestido y su estola de piel blanca. Lleva
un cigarrillo sin encender entre sus dedos enguantados. Ante la mirada atónita del Guardaespaldas
y de los bailarines despiertos, la mujer avanza como una vaga aparición hasta el centro de la pista.
Mira en silencio a su alrededor. Por fin, el Guardaespaldas reacciona y se acerca a ella, obsecuen
te.

GUARDAESPALDAS.- ​¿Un asiento, señora?

Luego de una pausa, sin mirarlo.

MUJER.- ​Fuego.

El Guardaespaldas busca torpemente en sus bolsillos. La mirada del Animador se dirige nueva
mente hacia la entrada. El Guardaespaldas saca una caja de fósforos y enciende uno. Lo sostiene
frente a la mujer, pero esta permanece impasible. El Guardaespaldas mira hacia la entrada. Un
hombre avanza lentamente, blando, vacilante, vestido de smoking y con una chalina blanca col
gando de su cuello. Se acerca a la mujer.

HOMBRE.- ​Ma soeur, almita, vamos, on nous attends.

Silencio. Ella no responde. Mira fijamente a las parejas, como si tratara de diferenciar un sueño
de la realidad.

MUJER.- ​Mon frère... ¿qué están haciendo?

Él mira a su alrededor, vacilante.

HOMBRE.- ​Creo que... bailan.


33
MUJER.- ​¿Bailan? ¿En el infierno... bailan?

Ríe lentamente. Luego cierra los ojos, vacila. El hombre le da su apoyo.

HOMBRE.- ​Vamos, querida, on nous attends.

La mujer tiene la cabeza reclinada en el hombro de su hermano.

MUJER.- ​¿Por qué... bailan?

HOMBRE.- ​No sé, hermanita. Es tarde.

MUJER.- ​Mon frère, esta gente... bailando en la madrugada... No sé por qué...

Ríe en forma corta y agria.

Es siniestro.

HOMBRE.- ​No todas las cosas tienen su explicación, ma soeur.

MUJER.- ​No, no... Quiero una explicación. Necesito una explicación.

HOMBRE.- ​Et voilá...

Canturreando y girando lentamente en una danza vacilante y fantasmal, se dirige hacia la tarima.

“London bridge is falling down,


falling down, falling down...
London bridge is falling down,
my fair Lady...”

Habla en voz baja con el Animador. Mientras tanto, Pipa se acerca con expresión hipnótica a la
mujer. La señala.

PIPA.- ​Señora, una mosca. Tiene una mosca dentro de la oreja.

El hermano vuelve canturreando junto a la hermana.

HOMBRE.- ​Ma soeur, seguirán bailando hasta... algo... J’en sais pas... Es algo así como... una
competencia... No sé por qué... Parece que hay un premio...

MUJER.- ​Quiero bailar.

HOMBRE.- ​Almita, estamos agotados... Toda la noche...

MUJER.- ​Quiero bailar. Hay un premio, ¿no? Quiero ese premio.


HOMBRE.- ​Tu vestido. Se va a arruinar en este piso.

34
MUJER.- ​Recogeré mi vestido, como una lavandera.

HOMBRE.- ​Ma soeur, je t’en prie, nos llaman, ¿oís las bocinas? Nos van a dejar aquí. Ni siquiera
sabemos dónde estamos.

MUJER.- ​No importa. De todos modos, vamos a estar mucho tiempo en este lugar.

El hombre ríe suavemente y canturrea.

HOMBRE.- ​“London bridge is falling down...” ​(Al Animador.) ​Oyó, monsieur, nos quedamos... Mi
hermana es obcecada. Será imposible convencerla de lo contrario.

ANIMADOR.- ​Me temo, señor, que en este punto, una incorporación... Salvo informalmente, claro
está.

El Hombre mira interrogativamente a su hermana.

MUJER.- ​Quiero bailar... formalmente.

El vuelve a reír suavemente.

HOMBRE.- ​Ya escuchó.

ANIMADOR.- ​Sí, sí, pero comprendamé... Esta gente hace ya mucho tiempo que está bailando...
Demasiada ventaja a favor de ustedes...

​ i apenas nos tenemos en pie.


MUJER.- ​(Riendo.) S

HOMBRE.- ​Bien, supongo que si hay que pagar... algo así como una... inscripción. No hay ningún
inconveniente... “London bridge is falling down...”

Canturreando y bailando vacilante se dirige hacia la tarima. Saca su billetera y disimuladamente


ofrece unos billetes al Animador. Este se los guarda rápidamente y con una profesional expresión
de asombro se dirige por el micrófono, íntimo, a los bailarines.

ANIMADOR.- ​Señores... despiértense... Un imprevisto...

El Guardaespaldas palmotea y reparte golpes y empujones.

GUARDAESPALDAS.- ​¡Despertarse! ¡Vamos! ¡Despertarse!

ANIMADOR.- ​(En el mismo tono que antes.) ​Señores, perdón... Algo que no estaba en nuestros
cálculos... Entre gallos y medianoche... Estas distinguidas personas piden... Señores, amigos, el
secreto del premio me impide revelar la oferta del caballero... Pero en mi cara leerán que se trata
de algo verdaderamente excepcional.
Señala con un dedo su propia, histriónica, expresión.

35
Pero en fin, son ustedes quienes deben... La decisión está en sus manos...

Las palabras del Animador resuenan como un sarcasmo ante el estupor entumecido del grupo de
bailarines, que adquieren cada vez más el aspecto de una manada exhausta, que el Guardaespal
das se divierte en atropellar y manejar a empellones, con voces de arreo. Repentinamente, como
una res cortándose de la tropilla, Pipa echa a correr en torno a la pareja.

PIPA.- ​¡Señora...! ¡Señora...! ¡Una mosca dentro de la oreja!

APAGÓN

ESCENA 12

MITO III

En la oscuridad, como continuación de la escena anterior, se escucha un correr atropellado, inter


jecciones y silbidos de arreo. Una luz grisácea deja ver que ahora son todos los bailarines los que
giran como ganado en torno a la pareja nueva, que danza lentamente. En la tarima, el Animador
juega su solitario y silba entre dientes. Cada tanto echa una mirada a la pista.

MUJER.- ​Mon frère, una pesadilla... ¿Por qué no paran estas bestias? Me marean.

HOMBRE.- ​Le dije, almita, que no era un espectáculo para usted. Pero no tema. No es difícil dete
nerlos. Se los sigue a caballo. Y después, con una hoja de acero en la punta de una caña... Un
golpe seco y filoso en el garrón... Y quedan desjarretados, tendidos en el campo. Después, el de
güello. Y se les saca el cuero, lo más valioso, el asta, el sebo... y con la carne, si cabe, charque,
tasajo...

MUJER.- ​Levantan tierra.

HOMBRE.- ​Si, mucha tierra en el aire. Leguas de tierra. ¡A la buena de Dios! ¡Polvo y cielo! Tanto
ganado libre, tanta tierra al viento, me da vértigo. “Horror vacui.” Hermana, a esta llanura infinita,
baguala, hay que domarla como un potro. Montarla, clavarle la espuela en los ijares. Alambrarla.

MUJER.- ​Sus negocios no los entiendo. A mí déjeme en mi mundo doméstico: mis tapices de Ita
lia, mi porcelana inglesa, nuestra cama francesa de caoba labrada...
36
HOMBRE.- ​Hermana, un sueño. La tierra estaba quieta. Toda América: una mole inmóvil, gruesa y
grasienta. Una inmensa mujer grávida. Y sin cesar paría: ovejas, vacas, caballos... Hermana, un
sueño. La tierra sangraba. América toda: un matadero. Reses tendidas sobre el lodo, una compar
sa de negras achuradoras y en el medio el carnicero, chiripá y camisa y rostro embadurnados, cu
chillo en mano. Arriba las gaviotas revoloteaban sobre el olor a carne y excrementos y abajo el ma
tambrero desollaba la res. La izaban a la cinta transportadora. Le quitaban las vísceras, la cabeza y
el rabo. La separaban en mitades, con un serrucho eléctrico. Y la sepultaban en nichos, en enor
mes cavidades de hielo. Y así esa triste carne terminaba por fin su duro tránsito.

Breve pausa.

(Solemne, haciendo el saludo romano.) ​¡Gloria al frigorífico!

APAGÓN

ESCENA 13

ANIMADOR.- ​(Desperezándose frente al micrófono.) ​Bueno, hijitos, vamos a bajar las luces. Les
deseo un buen descanso.

Un clima de extraña inquietud flota entre los bailarines. Se advierte en sus miradas alertas y febri
les, en una vaga tensión, como si algo hubiera de sobrevenir, particularmente del exterior.

EMA.- ​Señor...

ANIMADOR.- ​¿Sí?

EMA.- ​No... es que en realidad todavía no tengo sueño... Pero si los demás...

ASUNCIÓN.- ​Yo tampoco tengo sueño.

NN.- ​Se podrían dejar las luces prendidas un rato más.

Mira a Pipa, en busca de su aprobación.

Bah, si les parece bien.


​ í.
PIPA.- ​(Seca.) S

Los demás también asienten.

37
TOM MIX.- ​(Al Animador.) ​Oiga, señor, ¿por qué estuvimos solos hoy?

El Animador se ríe y se frota las manos.

ANIMADOR.- ​No sé. El frío acobarda a la gente.

GUARDAESPALDAS.- ​(Imitando al Animador.) ¿ ​ Saben cuántos grados hace afuera? Dos bajo
cero. ¡Qué nochecita, eh! Suerte de ustedes que están acá, calentitos, bien alimentados, en movi
miento. Imagínense esa pobre gente ahí afuera. Como para ser descalificado, ¿eh? Si yo fuera
ustedes ni dormiría por cuidar mi puesto... ¡Dos grados bajo cero!

PIPA.- ​Alguien se estará helando afuera.

HÉCTOR.- ​Y usted se queja, Pipa. Mire si tuviera que andar trotando por esas calles...

PIPA.- ​Yo no me quejo.

VESPUCCI.- ​Yo tengo calor.

ASUNCIÓN.- ​(Con exagerado entusiasmo.) ¡​ Eh, qué vivo! ¡Con semejante cuerpo! ¡Como para
tener frío!

​ veces también tengo frío.


VESPUCCI.- ​(Simple.) A

ASUNCIÓN.- ​¡Porque siempre anda desabrigado! ¡Qué hombre! A veces lo veo en pleno invierno
con una camisita y se me pone la piel de gallina. “Ponéte algo”, le digo. “No tengo frío”, me dice.

ANA D.- ​(Riéndose.) ​En el campo, a la mañana íbamos caminando a la escuela. Dos kilómetros.
Las zapatillas se nos mojaban con la escarcha y se nos congelaban. Entonces nos sacábamos las
zapatillas y las escondíamos en el pasto. Nos íbamos descalzos.

Pausa.

ANIMADOR.- ​Bueno, vamos a bajar la luz.

EMA.- ​No, un rato más, por favor.

​ Qué les pasa hoy? ¿Tienen miedo?


ANIMADOR.- ​(Riéndose.) ¿

ASUNCIÓN.- ​Señor, ¿podríamos... tirarnos en el suelo... un ratito?

ANIMADOR.- ​(Dulcemente.) ​No, no puede ser.


ASUNCIÓN.- ​¿Por qué? Si nadie nos ve.

ANIMADOR.- ​No, imposible. No sería moral.

38
HÉCTOR.- ​(Riéndose, burlón.) ​¿Moral?

​ or otro lado, no les convendría. Si alguien se tira, ¿quién


ANIMADOR.- ​(Sin prestarle atención.) P
me asegura que se pueda levantar? Además, perderían incentivos. Para los que no ganen, des
cansar será el premio consuelo.

HÉCTOR.- ​(Burlón.) ​Cansarse para descansar. ¿Así que ese era todo el secreto?

​ Bajamos la luz, señor?


GUARDAESPALDAS.- ​(Al Animador.) ¿

Voces de protesta de los bailarines.

ANIMADOR.- ​(Riendo.) ​Homero, recíteles un poema suyo, a ver si se duermen.

HOMERO.- ​¿Tan aburridos son, señor?

ANIMADOR.- ​(Riendo.) ​No he dicho eso. ​(Levemente irónico.) S​ ólo me refería a que en una noche
como esta, en que la mañana es lejana e incierta, y el rebaño anda disperso... la voz inmortal del
poeta... Metalé nomás.

HOMERO.- ​(Ceremonioso.) ​Muy bien. Si todos están de acuerdo...

Voces aprobatorias de los bailarines.

“La boda”.

ELENA.- ​(Fastidiada.) ​¡Ay, pero ese lo conoce todo el mundo!

HOMERO.- ​No sabía que le disgustara.

ELENA.- ​No es que me disguste. Es demasiado conocido.

HOMERO.- ​Bueno... No sé... Es el que recuerdo entero...

ELENA.- ​(Sugiere.) ​“Rosa de fuego.”

PIPA.- ​¡No! ¡No! ¡”La boda”! ¿Qué sabe esa de poesía?

Entre los bailarines se alzan voces en favor de “La boda”.

HOMERO.- ​Elena, el público exige...


ELENA.- ​(Brusca.) ​Recite lo que quiera.

HOMERO.- ​A pedido...

Aplausos y exclamaciones aprobatorias. Homero hace una breve pausa y comienza a recitar so
lemnemente.

39
Era una blanca paloma,
la flor más linda del barrio.
A su paso iban brotando
requiebros, palabras hondas.

Ella nunca respondía


a la viril devoción.
Ni el deseo ni el amor
su corazón encendían.

Pero un día un forastero,


un varón de dura estampa,
le capturó el alma intacta
con sólo decir: “Te quiero.”

Y le pidió que en secreto


juntara todas sus horas
y preparara su boda
para el año venidero.

Transida de amor quedó


cuando se fue el caballero.
Sin tardanza, con esmero,
su blanco ajuar preparó.

Todo ese año vivió


con la sonrisa en los labios,
pero al llegar casi el plazo
la enfermedad la postró.

En su lecho de dolor
a su madre consolaba.
Ella esperaba con calma
al que abrió su corazón.

Y llegó ese triste viernes


y el varón apareció.
A los ojos la miró
le tendió sus manos fuertes.
Ella apenas sonrió, inerte,
“Este es mi brazo, aquí estoy”.
Y sin temor se entregó
al abrazo de la muerte.

Larga pausa. Pipa se echa a llorar desconsoladamente.

40
PIPA.-​¿Por qué es tan triste la vida?

Héctor se separa un paso de Ema y abre los brazos en toda su extensión.

HÉCTOR.- ​(Solemnemente burlón.) ¡​ Ven, amada, a mis brazos!

Todos miran con malicia. Pero sorpresivamente, Ema, con un seco y convulsivo sollozo, se acurru
ca en el pecho de Héctor. Este, sorprendido y angustiado, queda con los brazos en cruz. Luego los
cierra lentamente en torno a ella.

HOMBRE.- ​¿Es suficiente, almita? ¿Vamos?

MUJER.- ​(Riéndose.) ​No, mon frère, hasta el final.

APAGÓN

ESCENA 14

Luz plena. Música estridente.

ANIMADOR.- ​¡Pasen, señores, pasen! Nuestra maratón progresa indefinidamente. ¿Marzo del…?

GUARDAESPALDAS.- ​¡Treinta y dos, señor!

ANIMADOR.- ​Nadie cede. Pero la crisis se acerca. ¡Son cuerpos! ¡Pasen, señores! ¡Mañana ya es
tarde! ¡No vacilen demasiado!

APAGÓN
ESCENA 15

41
Un momento perdido, alguna tarde. El Animador fuma en la tarima, ausente. Brusco sobresalto de
Pipa.

PIPA.- ​¡Pero me cacho en...! ¡Se me paró el reloj! ¿Qué hora es?

NN la mira parpadeando, asustado.

NN.- ​N-no sé, Pipa...

PIPA.- ​¿Quién tiene hora?

Breve pausa. Nadie responde.

¡Elefantes! ¿Nadie tiene hora aquí?

​ as seis y cuarto, Pipa.


ANIMADOR.- ​(Por el micrófono.) L

​ iga, me debe las cinco.


PIPA.- ​(A NN, dura.) O

NN.- ​¿Qué cinco?

PIPA.- ​Horas, querido.

​ o se han cumplido, Pipa.


NN.- ​(Suavemente.) N

PIPA.- ​¿Cómo no se han cumplido? ¡Son las seis pasadas!

NN.- ​Claro, el pago es a las ocho...

PIPA.- ​No, no. No me entiende. Las otras...

NN.- ​(Pálido.) ​¿Qué otras?

PIPA.- ​(Furiosa.) ​¡Las cinco... las cinco de antes de éstas que terminan a las siete!
NN comienza a desesperarse.

NN.- ​A las ocho, Pipa.

PIPA.- ​No, no. No hablo de éstas. ¡Las que me debe!

NN.- ​(Tratando de concluir el asunto.) ​Pipa, estoy al día con usted. No le debo nada.

Pipa se aleja de él, vehemente, pero sigue bailando.

PIPA.- ​¿Me recibí de otaria, yo? ¿Estoy acá por diversión? ¿Porque me gusta el baile? Hicimos un
trato claro, ¿sí o no? ¡Conteste!

42
NN está mudo de rabia.

¡Tanto cada cinco horas o fracción! Todo lo que usted gane, o crea que gane o pierda conmigo,
todo ese asunto del premio, son cosas suyas. ¿Usted quiere usarme así, en vez de asá? Muy bien,
no me meto en sus negocios. Yo lo que cobro es el tiempo, horizontal o vertical, el tiempo de servi
cio. ¿A usted mi tiempo le sirve? ¿Cree que puede llegar a algo? Perfecto. ¡Pero las cuentas cla
ras! ¡Lo único que falta es que me explote! ¡Como a los infelices de su fábrica! ¡No, señor! ¡Mi
cuerpo es sagrado! Si usted quiere disfrutar... yo, piernas abiertas, ahí tiene el agujero, todo muy
lindo, señor: ¡Pero pague!

NN, muy alterado, estalla al fin con voz aguda, balbuceando de ira.

NN.- ​¡Usted... usted se... aprovecha! ¡Se aprovecha de mi necesidad!

PIPA.- ​¡No me diga! ¿No me voy a aprovechar de la mía, no?

Mira a su alrededor satisfecha, buscando la aprobación de los demás.

¡No me voy a aprovechar de ​mi ​necesidad! ​(A NN.) ​Las mujeres no tenemos esa necesidad, queri
do. Se la imponen los hombres.

NN.- ​(Ofuscado, pateando el suelo.) ¡​ No, no, no! ¡Ustedes...! ¡Chupasangres!

PIPA.- ​¡No le permito!

NN.- ​¡Se aprovechan del hombre caído! ¡Todos! ¡Usureros! ¡Esperan que uno tenga un tropiezo!
¡Una pequeña deuda! ¡Una montaña! ¡La ruina! ¿Qué quieren? ¿Eh? ¿Que me pegue un tiro en la
​ Eso quieren? ¿Que me pegue un
cabeza? ​(Feroz, exaltado por haber encontrado las palabras.) ¿
tiro en la cabeza?

PIPA.- ​Por mí, haga lo que quiera. Si quiere pegarse un tiro... ¡Pero no a costa mía!

NN.- ​(Exasperado, impotente.) ​¡Chupasangre! ¡Chupasangre!


ANIMADOR.- ​Bueno, basta, NN. Cálmese. ¡Y usted, Pipa! Mire este hombre, una piltrafa. Un poco
de piedad, caramba.

PIPA.- ​No me haga reír. ¿Piedad de quién? ¿De este... bicho? Lo conozco muy bien, señor. Es un
cliente antiguo. Y si quebró es por su culpa. Porque es un estúpido.

NN.- ​¡No es mi culpa! ¡No, señor! ¡Yo... quedé sentido por la muerte de mi hermano!

PIPA.- ​Que era el que llevaba todo adelante.

NN.- ​¡No es cierto! ¡​Yo ​era el que llevaba todo adelante! El ponía la alegría, la picardía. ¡Era la
comparsa! Pero el burro de trabajo era yo. El... tenía la parte financiera... Enredaba a medio mun
do. Sabía... mantener el equilibrio. Con él todo era... divertido. Nos tenían miedo. ¡Y él siempre se
reía! Me necesitaba. ¡Nos entendíamos con la mirada! Y yo... lo quería... tanto...

43
PIPA.- ​Mucho sentimiento, pero a la viuda la dejó sin un centavo.

​ Quién se lo dijo?
NN.- ​(Como si hubiera recibido un golpe.) ¿

PIPA.- ​¿Quién me lo va a decir? Vos, querido.

NN.- ​¡No estaban casados! ¡No tenía ningún derecho! ¡Era concubinato!

PIPA.- ​¿Y los dos hijos tampoco tenían ningún derecho?

NN.- ​¡Era concubinato! A él... le gustaban las mujeres... ¡Era un picaflor!

PIPA.- ​(Patética.) ​¡Ni un mango partido por la mitad! ¡Ni siquiera la casa! ¡La pobre mujer... con
dos chicos, en la calle!

NN.- ​¡No había ningún papel! ¡No había nada! ¡Era una extraña! ¿Por qué le iba a regalar...? ¿A
mí me regalan algo? El decía siempre: “Con sentimientos no se hace la plata”. Nadie perdona la
vida a nadie, ¿por qué yo...? Además, yo... ¡El se murió! ¡Me dejó todo el fardo a mí! ¡Hubiera sido
él el generoso!

Se interrumpe bruscamente. Pausa larga.

Señor, me siento mal. Quiero ir al baño.

ANIMADOR.- ​No.

NN.- ​Quiero... salir de aquí... Tengo el revólver preparado. Pum. En la cabeza. En el baño.

Se ríe.

No voy a esperar hasta el final. ¿Querían un charco de sangre? Pum, en la


cabeza. ​Se ríe.

ANIMADOR.- ​(Suave, susurra por el micrófono.) ​El premio, NN.

NN.- ​Un agujero oscuro, un poco de sangre. La cabeza vacía. ¿El premio? Sí... Es cuestión de
tiempo. Encontrar el equilibrio. Tapar el agujero.

PIPA.- ​Muy bien, querido. Pero a mí lo que me importa es este agujero. Me debés cuatro pesos.

​ o... a usted... no le debo nada.


NN.- ​(Débilmente.) Y

PIPA.- ​¿Esa es su última palabra?

NN.- ​Sí.

44
PIPA.- ​Entonces, acá se acaba todo.

Amaga irse.

¿Dónde está la salida?

Se dirige hacia un costado con paso vacilante. Pausa.

NN.- ​¡Pipa!

Ella se vuelve lentamente.

PIPA.- ​¿Qué quiere?

NN saca su billetera con mano temblorosa.

NN.- ​Siga.

APAGÓN

ESCENA 16

MITO IV
Un cono de luz ilumina a NN. Detrás de NN, en la penumbra, los bailarines forman una confusa
hilera. NN canta y baila un foxtrot sonámbulo, con voz y movimientos desarticulados. Los bailarines
reproducen la melodía y los pasos con voces asordinadas y gestos de marionetas desmayadas.
Music-hall fantasmal.

NN.- ​(Canta.)
Creanmé, soy un buen hombre,
un honesto buen burgués.
Tuve sanas intenciones,
sólo obré de buena fe.

Un día soñé que la tierra,


ay América,
estaba de acero cubierta,
ay América.

45
Chimeneas y petróleo,
ríos de electricidad,
y montañas de altos hornos
contra un gris cielo industrial.

Un sueño de máquinas era,


ay América.
Un sueño de máquinas era,
ay América.

Ay, ¿por qué tan tristemente


ese sueño fracasó?
¿Me esquivó tal vez la suerte
o es que todo fue un error?

Un día soñé que la tierra,


ay América,
estaba de acero cubierta,
ay América.

Ya no queda ni memoria
de ese mundo que inventé.
Terminó la breve historia
de este honesto buen burgués.

Un sueño de máquinas era,


ay América.
Un sueño de máquinas era,
ay América.
APAGÓN

ESCENA 17

Ema en la tarima, frente al micrófono, desencajada. El Animador a su lado. En la pista, los bailari
nes bailan, indiferentes, embotados. El Guardaespaldas retiene a Héctor.

46
EMA.- ​Señor, él vuelve y vuelve de la oscuridad. Mi hijito, señor. Me tiende sus manitos blancas. Y
me mira con sus ojos oscuros, mudos. ¡El estuvo conmigo! No es un sueño. Vivía... en un hueco,
entre mis brazos... Latía...

HÉCTOR.- ​Basta, Ema...

EMA.- ​Yo lo tuve... Era tibio. Creamé, señor.

ANIMADOR.- ​Sí, Ema.

EMA.- ​Dos meses, nada más. Fue la única alegría que tuve en esta vida... ¡Y duró... nada más que
dos meses! ¡Mi hijito, señor! Tan tibio... en mis brazos... tan confiado. ¡No pude! ¡No pude retenerlo!
Se escurría... como aire... Su vida, señor, se escurría, como si nunca... Lloraba, señor, como si me
dijera: ¡No me dejes, no me sueltes, no dejes que me pase esto... tan extraño...! Sufría, señor... ¡Y
yo me hubiera arrancado con las uñas hasta el último pedazo de mi vida para dárselo...!

HÉCTOR.- ​¡Ema...!

EMA.- ​¡No es justo, señor! ¡No es justo! ¡Dos meses! ¿Y tengo que cargar con... todo lo demás?
¿Con esa basura? ¡No, señor! Si es cierto que hay otra cosa... Si es cierto que después de la muer
te... Si alguien me va a juzgar: cuando me llame, señor, le voy a escupir en la cara y le voy a decir:
¿Con qué derecho? ¡Viví nada más que dos meses! ¡No soy responsable del resto! ¡No soy culpa
ble! ¡Nadie tiene derecho a acusarme de nada! ¡Soy inocente! ¡Inocente! ¡Inocente!

ANIMADOR.- ​Gracias, Ema Expósito, por este delicado y emotivo momento. Una prueba más de
que aquí no ahorramos esfuerzos. Alguien que acompañe a la señora hasta la pista. ¡Y sigue el
baile, señores, sigue el baile!

APAGÓN
ESCENA 18

Nocturno. El embrutecimiento ha llegado hasta un grado casi irreal.

ELENA.- ​Usted me da asco.

HOMERO.- ​Elena, amiga mía, no le entendí...

ELENA.- ​¡Usted-me-da-asco! ¿Cómo quiere que se lo diga?

47
HOMERO.- ​Elena... creo que llegó al límite de sus fuerzas y...

ELENA.- ​¡Usted me da asco!

HOMERO.- ​Elena, esto es... una mancha para nuestra amistad...

ELENA.- ​(Totalmente histérica.) ¡​ Usted me da asco! ¡Usted me da asco!

APAGÓN

ESCENA 19

Sólo el Animador iluminado. Música vertiginosa.

ANIMADOR.- ​Señores, curioso es nuestro mundo y nuestra década, sublime. Todo se inventa. La
penicilina, sin ir más lejos - no para usted, Vespucci, lo siento -. En fin, formas de no morir, y las
mejores formas de hacerlo. En España, por ejemplo. Y en Berlín, un pequeño canciller. Y en este
rincón sur del universo, un australopithecus. Un fantasma recorre el mundo desde Wall Street. Y en
el treinta y tres, en Buenos Aires - la ciudad sin esperanza, dice Le Corbusier-, una ola de suici
dios... Le Roi du Tango triunfa en París, y después, en Medellín, sufre su más seria derrota. Musso
lini en Abisinia, el obelisco. Joliot-Curie, el pibe Cabeza. Y Guernica. Y una cruz dentada, flamean
do en negros estandartes, cubre el cielo. Y en Berlín, ¡ein kleiner Kanzler!

APAGÓN

ESCENA 20

MITO V

Como continuación directa de la escena anterior, se ilumina la pista, donde los bailarines han for
mado un círculo cerrado.

48
TODOS.- ​(Mordiendo las últimas palabras del Animador.) ¡​ Heil!

Se desploman como fulminados. En el centro emerge el Guardaespaldas, esgrimiendo un revólver.


En la tarima, el Animador juega su solitario y silba la música de la escena anterior.

GUARDAESPALDAS.- ​(Moviéndose entre los cuerpos, con exaltación sonámbula.) ​La victoria es
el orden. Esta tierra está podrida, llagada. Hay que cauterizarla a fondo. América bellaquea, hay
que sofrenarla. La quietud es mi sueño, un vasto cementerio. Este territorio que hace cuatro siglos
nuestra estirpe ha conquistado, ¿hemos de entregarlo a esa plebe ultramarina, y a sus cómplices
mulatos y mestizos, a esa ralea mayoritaria, triste chusma de las ciudades? No es cuestión de que
el derecho esté de nuestra parte, sino únicamente la victoria. Al vencedor no se le pedirán explica
ciones. La ejecución tiene que ser brutal y sin miramientos. Todos los que han meditado sobre el
orden de este mundo saben que sólo se cimienta en el éxito de los que mejor utilizan su fuerza.

APAGÓN

ESCENA 21

HOMBRE.- ​(En la oscuridad.)


“London bridge is falling down,
falling down, falling down.
London bridge is falling down,
my fair Lady...”

Ronroneo de un tango por los altoparlantes. Agotamiento final. Larga pausa. Sólo la voz de Ves
pucci, monótona, enloquecedora.

VESPUCCI.- ​Nadie quiere largar, ¿eh? Muerden, y hasta que matan o mueren... Cuervos, esperan
la carroña... Dan vueltas encima del débil, del enfermo... ¿Qué miran, eh? ¿Qué están esperando?
Que caiga, ¿no? Que me muera. No, no les voy a dar el gusto. Aunque me quede sin sangre, sin
aire. Voy a bailar sin sangre.

Se ríe bajito.

Como un fantasma.

EMA.- ​(Estallando.) ¡​ Háganlo callar! ¡Por Dios! ¡Me vuelve loca!

ASUNCIÓN.- ​¡Métase en sus cosas, señora! Quieto, Pedro, hay que ahorrar el aliento...

49
HOMBRE.- ​Ma soeur, salgamos de aquí.

MUJER.- ​Imposible, mon frére.

HOMBRE.- ​Mais pourquoi?

​ orque estamos atrapados. ¿No ves nuestros cuerpos allí, frente a no


MUJER.- ​(Con una risita.) P
sotros. Están bailando. ¿Dónde iríamos sin nuestros cuerpos?

Breve pausa.

VESPUCCI.- ​Moscas de letrina... Nada las espanta... Pueden estarse muriendo que siguen, si
guen... No miran a un costado, no miran atrás... Al que cae, al necesitado, al que sufre... No, qué
les importa... Revuelven, roban, matan, siguen...

NN se dirige hacia él con paso vacilante. Lo enfrenta.

NN.- ​¿Cómo se atreve? Usted que está acá... pudriendo el aire. ¡Quitándole espacio a los vivos!
¡Un muerto!

Le pega una bofetada. Hay un revuelo entre los bailarines.

¡Un tísico! ¡Un muerto!

VESPUCCI.- ​¡Piojos! ¡Piojos!

Exasperado, escupe al azar. Alarido de Pipa. Brusco silencio.


PIPA.- ​(Paralizada por el terror.) ​¡Me escupió! ¡El tuberculoso... me escupió!

Trata de limpiarse. Vuelve a gritar.

VESPUCCI.- ​¡Piojera!

Escupe al azar a su alrededor.

¡Tumba!

Griterío y confusión. Todos procuran ponerse a salvo.

ELENA.- ​¿Homero, qué le pasa? ¡Suélteme! ¡Socorro, me mata!

Silencio. Todos miran hacia Homero. El viejo está desencajado, rígido, pálido, con los ojos clava
dos en el vacío; sus manos oprimen los brazos de Elena, que grita enloquecida. Repentinamente,
Homero se derrumba, arrastrando casi a la mujer, que por fin consigue zafarse. Hay unos segun
dos de inmovilidad, mientras Homero se sacude levemente en el suelo. Todos están paralizados;
han dejado de bailar. Héctor corre hacia Homero.

50
HÉCTOR.- ​Tranquilo, viejo. ¿Está bien?

HOMERO.- ​Necesito... palabras...

ANIMADOR.- ​¿Qué pasa ahí?

HÉCTOR.- ​No sé.

HOMERO.- ​¡Confesión!

Se ríe.

Denme... palabras...

HÉCTOR.- ​Quieto, viejito.

Homero trata de incorporarse.

HOMERO.- ​Un poema nuevo...


Y llegó ese triste viernes
y el Señor apareció.
A los ojos lo miró,
le tendió sus manos fuertes.
El apenas sonrió, inerte,
“Este es mi brazo, aquí estoy”.
Y sin temor se entregó
al abrazo de la muerte.
Muere. Silencio.

ANIMADOR.- ​Señor Expósito, ¿puede decirnos, por favor, qué pasa ahí?

HÉCTOR.- ​Creo que...

Pausa.

ANIMADOR.- ​¿Sí?

HÉCTOR.- ​Creo... que está muerto.

VESPUCCI.- ​Uno menos.

Pausa.

​ No está seguro?
ANIMADOR.- ​(A Héctor.) ¿

HÉCTOR.- ​No.

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El Animador hace una señal al Guardaespaldas. Este va junto a Homero. Su veredicto es rápido,
profesional.

GUARDAESPALDAS.- ​Está muerto.

Nervioso movimiento general. Casi todos se acercan al cadáver. Elena estalla en sollozos, como
una descarga de tensión.

PIPA.- ​¡Dijo el poema de siempre! ¡Y él creyó que era nuevo! ​(Indignada hasta las lágrimas.) ¡​ No
hay... justicia!

ELENA.- ​(Entre sollozos.) ​La memoria últimamente le fallaba... No sabía otro.

ANIMADOR.- ​Señores, este hombre ha alcanzado ya su premio.

HÉCTOR.- ​(Violento.) ​¿Este era el premio?

ANIMADOR.- ​Por supuesto que no. Es una metáfora. Quiero decir que este hombre dio de sí todo
lo que podía dar, no cejó... ​(Al Guardaespaldas.) ​Llame una ambulancia. Y nos legó lo mejor de sí,
los últimos instantes de su valiosa existencia. Y ese es su premio: lo que en nosotros queda de él,
en nuestra eterna memoria. ¡Este hombre vive! ¡Vive en sus obras! ¡Vive en nosotros! ¡No ha muer
to!

PIPA.- ​¡Es cierto! ¿Quién no se acuerda de su poema? “Y llegó ese triste viernes...”

VESPUCCI.- ​¿Viernes? ¿Por qué viernes? Podría ser jueves o miércoles.


NN.- ​¿Hoy es viernes?

PIPA.- ​Callesé, estúpido. Era viernes y punto. Ese triste viernes, me acuerdo perfecto, y un
varón...

ASUNCIÓN.- ​Un señor.

ANA D.- El ​Señor.

PIPA.- ​¡Un varón! ¡Era un varón! ¿Me quieren volver loca? ¡Ya está! ¡Se me fue de la cabeza! ¡Ahí
tienen! ¿Cómo seguía? ¿Eh? ¿Cómo seguía?

Breve silencio tenso.

EMA.- ​¡Elena tiene que acordarse!

ELENA.- ​Yo...

VESPUCCI.- ​La muerte lo abrazaba.

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NN.- ​Lo abrazó.

EMA.- ​Sonrió.

ASUNCIÓN.- ​Había algo de las manos.

PIPA.- ​¡Ay, Dios mío!

ANIMADOR.- ​Señores, les ruego... Debemos mantener la calma. Estamos confusos, perplejos. La
muerte ha caído a traición, salvajemente, sobre uno de nosotros... Pero debemos cerrar filas... Aho
ra precisamente. Somos una pequeña comunidad. Por lo tanto debemos responder organizada
mente a este desafío. Hay que dar algunos pasos concretos... Elena, ¿usted se va a hacer cargo?

ELENA.- ​¿Qué? No, no... Yo... Imagínese, soy una mujer soltera... Para mí sería un compromiso...
Además, tengo que irme...

Se mira las manos, como si se sintiera vacía.

Yo... me parece que traía algo... Una cartera... y un saquito...

ANIMADOR.- ​Sí, en el vestuario.

ELENA.- ​Ah, gracias.

Sale.

ANIMADOR.- ​Por favor, si son tan amables... No creo que sea un espectáculo... Bajo la tarima van
a encontrar una sábana.

Va Héctor. Cuando vuelve con la sábana, Vespucci se la saca.

VESPUCCI.- ​Déjeme a mí...

Asunción interviene.

ASUNCIÓN.- ​No, dame...

​ o... Quiero ser yo... ​Se arrodilla y cubre


VESPUCCI.- ​(Furioso, le arranca la sábana y balbucea.) N

lentamente, casi amorosamente, el cadáver con la sábana. ​ANIMADOR.- ​Ahora, si son tan

amables... Un par de voluntarios... ¿Lo ponen al lado de la tarima?

Vespucci y Héctor se disponen a realizar el trabajo. Asunción, angustiada, trata de apartar a su


marido.

ASUNCIÓN.- ​¡Te va a hacer mal!

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Vespucci, desesperado, la golpea y la aparta de un empujón. Llevan el cadáver a un costado de
la tarima. Vuelve Elena, con un saquito sobre los hombros y una cartera.

ELENA.- ​Bueno, ya no tengo nada que hacer aquí... ¿Me puedo despedir?

ANIMADOR.- ​Sí, por supuesto.

ELENA.- ​Bueno, adiós, ¿eh? Es una lástima que tanto esfuerzo... Bah, siempre pasa lo mismo...
Estoy tan cansada...

Les va dando la mano.

ASUNCIÓN.- ​Mi más sentido pésame.

ELENA.- ​No es nada. Gracias. Perdonen la molestia, ¿eh?

ALGUNOS.- ​Adiós.

ELENA.- ​¿Por dónde es la salida?

GUARDAESPALDAS.- ​Por acá. Venga, yo la voy a acompañar.

ELENA.- ​No, no, está bien... Ya me oriento... Lo que pasa es que estoy algo mareada.
Vacila en el borde de la pista, como si fuera a desmayarse. Pausa.

(Con angustia.) ​¿Puedo descansar aquí un poquito antes de irme?

Elena se queda y participa en todas las situaciones siguientes.

ANIMADOR.- ​¿Qué es el hombre, señores? La memoria de sí mismo. Un hombre muerto es una


memoria para siempre sellada a la curiosidad general. Un hombre muerto es un fugaz espectáculo.
Demos, entonces, una última mirada a esta memoria que ya no nos pertenece; y entreguemos ese
frío disfraz de lo intangible al universo que le corresponde. Por razones de fuerza mayor, esta pare
ja queda descalificada. Los que sobreviven, que sigan bailando.

Comienzan a bailar. A poco se advierte que Tom Mix no lo hace. Permanece inmóvil, ensimismado.
Frente a él, sin comprender, Ana D. lo mira, simplemente a la espera, obediente. El Guardaespal
das consulta algo en voz baja con el Animador.

ANIMADOR.- ​(Suavemente.) ​¿Qué le pasa, hijo? ¿Por qué no baila? Se está quedando atrás...

El Guardaespaldas se acerca a Tom Mix. Le palmea la espalda.

GUARDAESPALDAS.- ​Vamos, muchacho, hay que bailar...

ANIMADOR.- ​Pequeño Tom Mix, yo comprendo sus sentimientos, pero me veo obligado a decirle
que le está corriendo tiempo de descuento.

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GUARDAESPALDAS.- ​No seas otario, ¿qué ganás con emperrarte? Mirá, todos bailan, y vos...

ANIMADOR.- ​Oiga, Tom Mix... Lo lamento mucho, pero le doy un minuto de plazo para que revea
su actitud, y es demasiado. En caso contrario, mi amigo, su pareja quedará descalificada.

El Guardaespaldas lo empuja.

GUARDAESPALDAS.- ​Movéte, perejil...

Inesperadamente, Héctor va hacia el tocadiscos, quita el disco y lo rompe. Velozmente, el Guarda


espaldas se vuelve hacia él, apuntándole con un revólver. Héctor alza los brazos. Hay algunas co
rridas y gritos de mujeres.

ANIMADOR.- ​(Al Guardaespaldas.) ¡​ Quieto!

Pausa tensa.

​ eñor Expósito, ¿por qué hizo eso?


(Con suavidad.) S

HÉCTOR.- ​(Con las manos en alto.) ​Señor... se le puede escapar un tiro.

​ stá bien. Baje el arma.


ANIMADOR.- ​(Con una risita condescendiente.) E
El Guardaespaldas así lo hace, pero no guarda el revólver.

ANIMADOR.- ​¿Se siente mejor, señor Expósito?

HÉCTOR.- ​Sí.

ANIMADOR.- ​¿Puede explicarse, ahora?

HÉCTOR.- ​Sí, señor... Es una pavada. Ese pibe... Quiero saber qué le pasa, nada más.

ANIMADOR.- ​Bueno, no era necesario llegar hasta ese extremo. Pregúntele.

HÉCTOR.- ​¿Puedo?

ANIMADOR.- ​Por supuesto.

Breve pausa.

HÉCTOR.- ​(A Tom Mix.) ​Hijito...

Pausa.

TOM MIX.- ​¿Qué estoy haciendo aquí... bailando... en esta tierra enemiga? ¿Qué estoy haciendo...
en este lugar? Perdido entre todos... y todos perdidos... Escarbando... escarbando en la tierra con

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las uñas... Escarbando un agujero para acostarnos adentro y descansar... Por fin, descansar... En
esta tierra ajena... ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Afuera de mí? Si hay otro lugar. Todas las noches,
en mis sueños... Una playa infinita... Hay niños... Inmortales... Corren desnudos sobre el agua y
ríen... Hermosos, libres... La vida es eso...

Pausa.

EMA.- ​(Estallando en sollozos.) ​Ahí está mi hijo... Viene de allí... Todas las noches, viene... ¡Y yo
tengo miedo!

Pausa.

ANIMADOR.- ​¿Satisfecho, señor Expósito? ¿Qué consiguió? Paralizar al rebaño... Cuando nues
tro propósito aquí es todo lo contrario. Mantener el movimiento.

HÉCTOR.- ​Pero a usted...

ANIMADOR.- ​¿Qué?

HÉCTOR.- ​Lo que él dijo...


ANIMADOR.- ​No me conmueve. Todos los hombres han soñado con la inmortalidad. Señor Ex
pósito, esta es nuestra realidad, no es perfecta, pero ha costado un enorme esfuerzo construirla.
Mantengamos el movimiento.

HÉCTOR.- ​¿Mantener esta realidad? ¿Por qué?

ANIMADOR.- ​¿Conoce otra?

HÉCTOR.- ​No.

ANIMADOR.- ​¿Entonces?

HÉCTOR.- ​Pero es posible, ¿no?

ANIMADOR.- ​¿Y cuál sería la diferencia?

HÉCTOR.- ​Habría... justicia.

ANIMADOR.- ​Señor Expósito, mire a su alrededor... ¿Usted cree que a estos seres desesperados
les importa la justicia? ¿Estos seres voraces, hambrientos, asediados por la muerte? ¿Estos ani
males en fuga? ¿Justicia, en medio del pánico? Si pudiéramos quitar la muerte del corazón de los
hombres - pero entonces ya no serían lo que son -, sí, en ese caso sería fácil imaginar la justicia...

HÉCTOR.- ​¿Para usted no hay hombres justos?

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ANIMADOR.- ​Sí, las víctimas. Podemos decir que las víctimas son más justas que los verdugos.
Alguien dijo que es preferible sufrir la injusticia que cometerla. En fin, usted ve, si el único modo de
ser justos es sufrir la injusticia, la justicia es sólo una forma de la pasividad.

​ o, la justicia es posible.
HÉCTOR.- ​(Tercamente.) N

ANIMADOR.- ​Tiene el don de ser obcecado.

HÉCTOR.- ​¿Y qué otra cosa nos queda, señor? Tal vez la justicia no sea más que una forma de la
obcecación.

ANIMADOR.- ​Tal vez... Pero esto se ha vuelto demasiado discursivo, y la gente vino a ver un es
pectáculo. Señores, a los hechos. ¿Seguimos bailando?

HÉCTOR.- ​¿Señor?

ANIMADOR.- ​¿Sí?

Breve pausa.
HÉCTOR.- ​¿Cuál es el premio?

Breve pausa.

ANIMADOR.- ​(Suavemente.) S ​ eñor Expósito, hay reglas del juego. Usted las aceptó. Con su pre
sencia misma las está aceptando en este momento.

HÉCTOR.- ​Todas las reglas pueden modificarse.

ANIMADOR.- ​No dentro de este juego.

HÉCTOR.- ​¿Quién lo establece?

ANIMADOR.- ​Yo. Entienda, señor, que mientras usted esté aquí, yo soy el que dicta las reglas. Y
si usted no las acepta, corre el riesgo de ser descalificado. En ese caso sí, señor, vamos a ser
iguales, porque yo no voy a tener ningún poder sobre usted, pero usted tampoco va a tener nada
que ver conmigo ni con esto, ni recibirá desde luego ningún premio. Yo soy nadie y soy todo. Yo,
en cierta forma, no existo; estoy, por decirlo así, dentro de usted. Lo poseo porque usted me posee.
Es su propio deseo el que me da poder. De este lado soy todo para usted, del otro un vago sueño.
Esos son los términos de nuestra alianza.

Pausa.

HÉCTOR.- ​Sólo quiero saber: ¿existe algún premio?

ANIMADOR.- ​Señor Vespucci, ¿por qué baila?

VESPUCCI.- ​Quiero... levantar la hipoteca de mi casa.

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ANIMADOR.- ​¿Señor NN?

NN.- ​Quiero... salvarme de la quiebra.

​ a ve, el premio existe.


ANIMADOR.- ​(A Héctor.) Y

HÉCTOR.- ​¡Quiero saber si existe un premio ​real​!

ANIMADOR.- ​¡Señor Expósito, acepte la convención!

HÉCTOR.- ​¡Ese hombre está muerto! ¿Es una convención?

ANIMADOR.- ​¡Eso no me incumbe!

HÉCTOR.- ​¿Quiere decir... que todo esto puede ser un engaño, una fantasmagoría?

ANIMADOR.- ​Decida por usted.


Breve pausa.

Los que deseen permanecer en nuestra maratón, que continúen bailando. Los que no: quedan
descalificados.

Pausa tensa. Repentinamente se suceden de modo vertiginoso los siguientes hechos: el pequeño
Tom Mix se lanza sobre el Guardaespaldas y le quita el revólver de un manotazo. En medio de gri
tos confusos, Vespucci corre hacia uno de los bordes de la pista, vacila un instante, y como si no
supiera qué hacer con el arma, se apunta a la cabeza. Asunción grita, corre hacia él, intenta quitar
le el revólver; hay un forcejeo y suena un disparo. El Guardaespaldas cae de rodillas.

VESPUCCI.- ​¡Quiero morir! ¡Quiero morirme!

GUARDAESPALDAS.- ​¡Yo no tengo nada que ver con él! ¡Cumplía órdenes! ¡Es mi trabajo! ¡Un
sueldo! ¡Tengo familia! ¡Hijos! ¡Yo no sabía nada! Por favor, créanme... Soy... completamente ino
cente...

Pero nadie presta atención al Guardaespaldas, que lloriquea de rodillas. Todos, en tropel, se preci
pitan hacia la tarima, a los gritos de “​¡Ladrón! ¡Estafador!​”, etc. El Animador apenas tiene tiempo de
exclamar:

ANIMADOR.- ​¡Manga de locos! ¡Esto es un espectáculo, una convención, un juego!

Todos suben a la tarima, en la mayor confusión. Rodean al Animador, lo golpean, lo escupen, lo


zamarrean, lo bajan a empujones. Le quitan el saco, lo despintan. Todo es muy rápido y confuso. El
Animador trata de huir, pero cae en un borde de la pista. Su aspecto es lamentable: despeinado, el
maquillaje corrido, sin camisa - llevaba sólo pechera y puños -, una camiseta agujereada, sin un
zapato - una media que ya no está en condiciones de uso -. Al caer el Animador, tiene encima al
Guardaespaldas, que nuevamente empuña el revólver.

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GUARDAESPALDAS.- ​(Exaltado.) ¡​ Hay que matarlo! ¡Como un perro!

Salvajemente aferra al Animador del pelo y apoya el revólver en su sien. Al ver esto, el grupo que
viene detrás se paraliza. Suena un “clic”. El Guardaespaldas mira el revólver.

¿Se descargó?

El Animador queda hecho un ovillo en el suelo, en medio de convulsiones: es imposible descifrar si


ríe o llora. Silencio.

ANIMADOR.- ​Asesinos... Manga de locos... Soy un ser humano...

Se sienta en el suelo, quejándose y llorando. Los demás lo miran en silencio,

​ uieren sangre, ¿eh? ¿Destrozarme? ¿A patadas, como a un perro... un


estupefactos. Q

perro rabioso? ​Lloriquea.


Me rompieron el saco... El único que tengo... Cobardes... Un hombre indefenso... Péguenme un
tiro, mejor... No me martiricen... ¿Qué soy yo? ¿Qué se creen que soy? ¿Se creen que me hago
millonario con ustedes? ¡Infelices! ¿Cuánto piensan que vale que estén aquí destrozándose para
que se rían de ustedes! ¡Menos que chimpancés en el zoológico, estúpidos! ¡Centavos, eso es lo
que valen, centavos roñosos, que apenas me alcanzan para pagar un pieza mugrienta en una pen
sión barata!

Lloriquea.

Y encima me rompen el saco... ¡Péguenme un tiro, mejor! ¡Yo,

agradecido! ​Se queja de dolor.

¡Qué porquería! Ladrón, sí... ¡Cómo si tuvieran algo para que yo les robe...! Ladrón de
miserias... Eso sí: tengo una fortuna de miserias... ¿Quieren saber qué es mi vida? ¿Quién está
más solo, enfermo, quebrado...?

Se ríe.

¡El premio! Sí, señores... Cómo no, con todo gusto... Puedo decirles cuál es el

premio... ​Vespucci se precipita sobre él y le pega una feroz patada.

VESPUCCI.- ​¡Cállese!

Héctor forcejea con Vespucci.

HÉCTOR.- ​¡Basta!

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VESPUCCI.- ​¡Lo que quiere es quedarse con todo! ¡Hambriento!

Mientras tanto, NN abofetea al Animador.

NN.- ​¡El premio! ¿Dónde está el premio?

Tom Mix lo aparta.

TOM MIX.- ​¡Déjelo...! ¡Déjelo hablar!

NN lo enfrenta, furioso.

NN.- ​¡Acá no hay nada que saber! ¡Acá estamos para ganar! ¡Cada uno sabe lo que tiene que sa
ber! ¡Lo que gana y lo que pierde! ¡No estoy acá echando los bofes para que un mocoso me diga lo
que tengo que saber!

TOM MIX.- ​(Tartamudeando, furioso.) ¡​ Usted... cobarde! ¡Tripa gorda!


PIPA.- ​¡Nene, un poco de respeto por los mayores!

TOM MIX.- ​¡Cuerpos manoseados! ¡Carne podrida!

Se eleva un muro de protestas contra Tom Mix. El Guardaespaldas lo

​ UARDAESPALDAS.- ​Tranquilo, querido, ¿eh?


prepotea. G

TOM MIX.- ​(Violentísimo.) ¡​ Sáqueme las manos de encima, tacho de basura!

GUARDAESPALDAS.- ​Vamos por las buenas, ¿eh?, vamos por las buenas.

Tom Mix lo escupe. El Guardaespaldas levanta fríamente el revólver y le apunta a la cabeza, con el
brazo muy extendido.

TOM MIX.- ​¡Tirá! ¡Tirá, hijo de puta!

Un instante de silencio. Inesperadamente comienza a sonar la música: el hombre ha puesto


un disco.

HOMBRE.- ​Por favor, s’il vous plaît... El tiempo pasa. Y mi hermana tiene jaqueca. Terminemos
con esto, ¿eh? Ma soeur...

Empiezan a bailar. Vespucci también empieza a moverse automáticamente.

​ Qué es un hombre sin una casa, sin mujer, sin hijos...? Si pierdo mi casa,
VESPUCCI.- ​(Delira.) ¿
¿dónde meto este cuerpo, eh? No soy un vagabundo... Soy un hombre...

NN.- ​¿Baila, Pipa?

60
​ o nunca digo no. Me debe cinco horas...
PIPA.- ​(Riendo.) Y

NN suspira resignado.

NN.-​¿Ya?

Saca la billetera. Le paga.

ELENA.- ​Bueno, ya es hora...

En contradicción con lo que sugieren sus palabras, Elena se queda rondando la pista. Mientras
tanto, el Guardaespaldas ha continuado apuntando a Tom Mix con el brazo extendido. Ambos se
miran tensos, inmóviles. Héctor, su mujer y Ana D. los miran a su vez, paralizados. El Animador, en
el suelo, trata de arreglarse la ropa.
ANIMADOR.- ​Una mano, por favor.

Breve pausa. La situación anterior continúa estática. Por fin:

GUARDAESPALDAS.- ​Pum.

Se ríe. Guarda el revólver y va en ayuda del Animador.

¿Se siente bien, señor?

Lo acompaña hasta la tarima, obsecuente. Le limpia la ropa, etc. Pausa. Tom Mix parece haberse
derrumbado en su interior. Se ríe convulsivamente, entre sus lágrimas. En un impulso, se dirige
hacia la salida. Ana D. lo sigue. Antes de salir, Tom Mix se detiene y se vuelve hacia Héctor. Breve
pausa. Ambos se miran.

TOM MIX.- ​Héctor... ¿usted se queda?

Héctor mira a Ema.

HÉCTOR.- ​¿Ema...?

Héctor y Tom Mix miran a Ema. Ella los mira como si estuviera saliendo de un sueño. Imperceptible
y automáticamente, comienza a bailar.

EMA.- ​¿Yo...?

Pausa.

Hay tantas cosas... que nunca tuve... Yo siempre... serví a los demás. ¡Quiero tener sirvientas! Yo...
nunca salí de esta ciudad inmunda... ¡Quiero ver el mar! ¡Las islas! ¡Quiero... saber cómo acarician
las pieles finas! ¡Quiero conocer California, Bengala...!

Breve pausa.

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No, yo me quedo.

Baila. Héctor, sin dejar de mirar a Tom Mix, comienza a moverse.

​ a ve...
HÉCTOR.- ​(A Tom Mix.) Y

TOM MIX.- ​Adiós.

HÉCTOR.- ​Oiga, ¿por qué se va?

TOM MIX.- ​Porque me muero... de pena. Y usted, ¿por qué se queda?

HÉCTOR.- ​(Riéndose.) ​Estaré enamorado del sufrimiento... Quién le dice que yo... no ame a esta
desventurada mujer.

Tom Mix comienza a irse.

¡Pequeño Tom Mix! No nos juzgue tan mal... Su sueño, tal vez algún día...

Tom Mix se encuentra ya cerca de la puerta.

TOM MIX.- ​(Riéndose.) ¡​ Si llega ese día, avíseme! ¡Y si estoy muerto, resucíteme! Aunque más no
sea: porque lo he soñado tantas veces...

Sale, seguido por Ana D.

ANIMADOR.- ​(Nuevamente al micrófono.) ​Damas y caballeros, veo con regocijo que sigue el baile.
Nuestra maratón ha sufrido una pequeña crisis. Pronto será olvidada. Una crisis de crecimiento,
apenas. Un incidente en todo cuerpo vivo. Claro, algunos han quedado en el camino. ¿Pero cuán
do, en qué circunstancias, no queda siempre alguien en el camino...? Lo importante es que todo
siga. Mantener el movimiento general. Continuar el espectáculo.

Cambiando de tono, a los espectadores.

Adelante, señores, contemplen a nuestros héroes. ¿Cuánto hace que están bailando? Ya perdieron
la cuenta... Ciegos, se dirigen hacia el final, hacia la exaltación o la derrota. Señores, ¿quién en
tiende a los hombres? Se agitan, se mueven, mueren... Se destrozan ferozmente... Y renacen, re
nacen, como insectos fugaces. Y sin embargo ellos, luchando a muerte con la indiferencia y con la
nada, construyen sus frágiles obras, disponiéndose para la eternidad. Señores, si no fuera ridículo,
esto sería una tragedia. ¡Y sigue el baile, damas y caballeros, sigue el baile!

La música crece.

APAGÓN

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