Copia de 'Marathon-Ricardo-Monti' (Propuesta) PDF
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DE
RICARDO MONTI
Personajes:
Animador
Guardaespaldas
Homero Estrella
Elena García
Tom Mix
Ana D.
Héctor Expósito
NN
Pipa
Pedro Vespucci
Hombre
Mujer
ESCENA 1
Un salón de baile suburbano. En la pista, cinco parejas bailan, con movimientos mínimos, auto
máticos - como si fueran muñecos sin vida, cubiertos de polvo y telarañas -. Sobre una tarima, fren
te a un micrófono, un individuo de pelo engominado, pegado sobre el cráneo; traje oscuro de sola
pas resplandecientes, rostro empolvado, ojos ocultos bajo el negro de sus pestañas, labios pinta
dos: el Animador. Entre las parejas deambula el Guardaespaldas, siempre alerta y vigilante, furtivo,
como un perro de presa. El zumbido de viejas grabaciones de tangos y milongas de la década del
treinta brota continuamente de los altoparlantes. El Animador se dirige a los espectadores por el
micrófono
ANIMADOR.- ¡Pasen, damas y caballeros! ¡Acomódense donde gusten, que hay sitio para todos!
El que quiera un agujero, aquí lo espera, aquí lo espera. ¡Pasen, damas y caballeros! Agradecidos
por su visita esta noche... ¿Junio de?
ANIMADOR.- Algunos dudaban de que hoy vinieran. La noche está fría, el dinero anda escaso, y
la vida - ¿para qué negarlo? - es incierta. Pero yo presentía que esta gente no iba a quedar des
amparada. Porque sin ustedes, sin los centavos que dejan en la puerta, ¿esta gente podría seguir?
Y créanme, señores, no están tirando su dinero. Esta maratón es de primera. Y no sólo por el tiem
po que aquí se lleva bailando... No, damas y caballeros, lo digo por la calidad de los bailarines. No
es que sean superhombres, es gente común. Entonces cuál es la diferencia, dirán ustedes. Les
contesto, confidencialmente y adelantándome a los hechos: están desesperados. ¡Pasen, damas y
caballeros! ¡Ocupen la oscuridad! ¡En este iluminado centro verán pasar: el tiempo, el tiempo, el
tiempo! ¡Protegidos por la oscuridad, durante un par de horas la muerte no los tocará, ni la duración
ni el desgaste que consume a nuestros héroes! ¡Pasen, damas y caballeros, es bastante por tan
poco dinero!
Hace una pausa para tomar un sorbo de agua y secarse el sudor de las manos con una toalla que
hay sobre una pequeña mesa. Mientras tanto, el Guardaespaldas reparte discretos golpecitos entre
los concursantes.
ANIMADOR.-¡Último aviso! ¡Que nadie se quede en la vereda! Vean esta gente, por favor. Com
prueben ustedes mismos los estragos del combate. Exhaustos, doloridos. ¿Cuánto hace que están
bailando? Ya perdieron la cuenta.
¿El premio? Lamento no poder satisfacer tan legítima curiosidad , porque en esta maratón, seño
res, el premio es una sorpresa. ¡Sí, damas y caballeros, esta gente no sabe por qué baila! ¡Es la fe
lo que los mueve! ¡La fe los hace bailar! Ciegos, se dirigen hacia el final, hacia la exaltación o la
derrota. Señores, ¿quién entiende a los hombres? Yo no me atrevo. Están ahí, se agitan, se mue
ven, mueren... Se destrozan ferozmente. Y renacen, renacen, como insectos fugaces. Y sin embar
go ellos, luchando a muerte con la indiferencia y con la nada, construyen sus frágiles obras, dispo
niéndose para la eternidad. Señores, si no fuera ridículo, esto sería una tragedia. ¡Y sigue el baile!
¡Homero Estrella!
HOMERO.- ¿Señor?
ANIMADOR.- Por supuesto, todos ustedes conocen a nuestro ruiseñor suburbano. ¿Cómo hace
este anciano para mantenerse en pie? Tal vez los poetas conozcan el secreto de la juventud.
Y en el otro extremo del hilo de la vida, dos tiernos jóvenes: ¡Tom Mix y Ana
(Confidencial:) N
o sé por qué estos niños quieren mantener en secreto su identidad. En fin, las re
glas de la maratón lo permiten. Pero es difícil que a la larga... ¡Héctor Expósito!
Hace unos exagerados pasos de baile. Algunas risitas. Luego, ante la impavidez del Animador,
silencio sepulcral.
ANIMADOR.- Este... gracioso es Héctor Expósito, trabajador de cuello duro, actualmente sin em
pleo. Su mujer, Ema Expósito. Oiga, Expósito, un consejo, no se canse tanto, mire que hay para
rato.
ANIMADOR.- ¡Otra pareja de incógnito, damas y caballeros! El señor prefiere mantener el anoni
mato y la señora... lo ejerce.
Quiero decir, por si no me entendieron, que la señora trajina la oscuridad, la noche, en fin, que la
señora es noctámbula... ¡NN y Pipa! Confidencialmente, este caballero ha sido hasta hace pocos
días un hombre rico, dueño de no sé qué industria. Una quiebra imprevista... Arruinado de la noche
a la mañana. ¡Merece nuestro aplauso!
ANIMADOR.- ¡Y por último, el pur sang de la maratón, la noble bestia Pedro Vespucci!
VESPUCCI.- ¡Presente, señor!
3
ANIMADOR.- ¡De profesión, albañil! ¡Su señora esposa, Asunción Vespucci! ¡Sí, damas y caballe
ros, en esta maratón hay de todo! ¡No saldrán defraudados! No sé qué podrá pasar esta noche,
porque aquí cada velada es distinta, pero si ustedes no son demasiado exigentes, tendrán la nece
saria cuota de pasión, amor, odio - tal vez, si todo sigue su curso normal, también algún crimen -, y
por qué no, una gota de espíritu...
¡Un momento!
Pausa.
GUARDAESPALDAS.- ¡Silencio!
ANIMADOR.- Pero por ser la primera vez, y como prueba de mi generosidad, si usted se anima a
decirnos qué parte anatómica se estaba rascando, se le perdonará media hora. ¿De acuerdo, ca
ballero?
4
NN.- El...
NN traga saliva.
ANIMADOR.- (Implacable.) ¿
Se junta el sudor dónde?
Vacila.
NN.- ¿No?
Tanto que se le perdonan las dos horas porque, por supuesto, todo ha sido una broma inocente...
Un momento, diez minutos de descuento sí le corresponden, por decir una mala palabra...
5
ANIMADOR.- No, no, señor... Ni en broma... Podía no haberla dicho... No sería justo que algunos
tuvieran privilegios que otros no tienen... (Al público.) A
sí es, señores, así pasamos el rato en esta
gran familia donde todos nos queremos. Un poco de sana diversión y otro poco de pena, a veces
un poco de severidad bien intencionada y paternal para mantener el orden, ¡y por encima de todo
la Justicia! ¡Y sigue el baile!
Toma un sorbo de agua de un vaso y se seca el sudor de las manos con la toalla. Mientras tanto, el
Guardaespaldas le pega a Héctor una trompada furtiva en el estómago. Héctor emite un quejido, se
dobla en dos y cae. Exclamación sofocada de su mujer. Todo es rapidísimo.
APAGÓN
ESCENA 2
Una fría luz lunar envuelve el recinto. Las parejas duermen de pie, fijas en un lugar, con un leve
movimiento mecanizado, los cuerpos recostados unos en otros. El Guardaespaldas, sentado en un
taburete alto frente al micrófono, vigila la pista. Sus ojos brillan en la semipenumbra, y a intervalos
una larga pitada aviva la brasa de su cigarrillo. El Animador ha desaparecido. Se escucha el susu
rro de un tango por los altoparlantes. Repentinamente, un convulsivo sollozo.
6
Ema sigue sollozando. Héctor la zamarrea y finalmente la abofetea. Los sollozos de Ema se cortan
abruptamente. Mira a Héctor como si se despertara, pero de inmediato se reclina en su hombro,
con débiles sollozos que se apagan, y continúa durmiendo. El Guardaespaldas vuelve a sentarse y
enciende otro cigarrillo.
APAGÓN
ESCENA 3
ANIMADOR.- Señores espectadores, no puedo más que admirar su sagacidad. Ustedes no vinie
ron los primeros días, en los que una manada informe se sacudía en la pista. Con noble curiosidad
esperaron el momento oportuno. Porque es en este momento, en que el cansancio reduce el cuer
po a un manojo de fibras entumecidas y doloridas, cuando se transparenta, sutil, la condición
humana. Veamos sino un caso... Elijo al azar...
El que tosió.
Risitas de alivio.
ANIMADOR.- (Ídem.) Déjelo, si viene de buen grado... Usted siga con la señora...
7
Vespucci dirige una inquieta mirada a su mujer.
ANIMADOR.- Pero no tenga miedo, hombre. ¡No lo van a hacen en público, como los perros!
VESPUCCI.- ¡Eh!
micrófono.
Lo examina.
Volviéndose al micrófono.
Sí, señores, nuestro héroe de hoy tiene fiebre... ¡Este hombre está bailando con treinta y nueve
grados de fiebre por lo menos! ¡Merece nuestro aplauso!
Algunos aplausos de los bailarines.
El Animador lo huele.
ANIMADOR.- ¡Y el olor, señores! ¿Quién diría que el espíritu huele así? Porque este hombre, tal
como lo ven, está reducido a su espíritu... ¿No me creen?
8
VESPUCCI.- No, señor... El aire... me hace mal...
ANIMADOR.- ¡El aire le hace mal! ¿Qué me dicen, señores? ¡El aire le hace mal! ¿A alguno de
ustedes acaso el aire le hace mal?
ANIMADOR.- No, por supuesto que no, el aire no les puede hacer mal, el aire los mantiene vivos...
Pero a este hombre el aire lo mata. (A Vespucci.) Siga bailando, ya descansó bastante.
Vespucci va a salir.
(A los espectadores.) E
n todos los pulmones el aire nutre la vida, pero en esta mole de músculos el
núcleo está podrido... Véanlo bailar a este hermoso cuerpo granítico, envuelto en su sudor y en sus
olores, sostenido sólo por la fiebre y las imágenes fugaces que produce su cerebro... Estudiemos
con noble interés humano y científico este cuerpo... Siga bailando, por favor... Señores, no sin an
gustia pregunto: ¿Adónde va este cuerpo envuelto en su niebla, en la agitación frenética y final de
sus músculos? ¡Oiga!
VESPUCCI.- ¿Qué?
ANIMADOR.- Acérquese.
ANIMADOR.- ¿Qué?
9
ANIMADOR.- ¿Por qué tose?
uestre el pañuelo.
aliviado. (Al Guardaespaldas.) M
ANIMADOR.- (Al Guardaespaldas.) Muéstreselo a los espectadores, para que vean que aquí no
engañamos a nadie...
Es vida, señores, sangre... Sangre humana. Examinen sin asco ese estandarte... Con ella estamos
cosidos... Con ese frágil hilván de hilos mortales... Levemente nos sostiene... Y él derramará hasta
la última gota... Nuestro héroe de hoy... El hombre que baila aquí...
A Vespucci, t omándolo de un hombro.
ANIMADOR.- (Con afectada sorpresa.) ¿Qué premio? ¿Hay algún premio? Risitas de
ANIMADOR.- (Condescendiente.) B
ueno, supongamos que haya un premio.
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Gesto de fastidio del Animador por la interrupción de la mujer. El Guardaespaldas, siempre alerta,
va hacia ella y la hace bailar.
VESPUCCI.- (Febril.) N
o, mi casa... Yo tengo una casa, mi casa...
Aplausos.
ASUNCIÓN.- (En medio de los aplausos, sin poder contenerse.) ¡La tuvimos que hipotecar!
ANIMADOR.- (Al Guardaespaldas.) No se abuse, che, usted sólo la tiene que hacer bailar. Y us
ted, Vespucci no se enoje. Ya sabe que aquí todo se hace pour la galerie. Nada es serio. Continúe,
por favor.
VESPUCCI.- Sin su casa, sin hijos, ¿un hombre qué es? Un paria, un vagabundo, un muerto. No
existe. En cambio, la casa... Todo está bien... En invierno, en verano... Uno llega a la nochecita, la
ve en lo oscuro, iluminada... El olor de las plantas... Y piensa: todo está bien. Todo está bien.
VESPUCCI.- ¿Cómo?
ANIMADOR.- Baje.
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VESPUCCI.- ¿Puedo volver?
VESPUCCI.- Gracias.
Pausa. Vespucci comienza a bajar en medio del silencio los escalones de la tarima.
APAGÓN
ESCENA 4
MITO I
La música cesa bruscamente. Una pálida luminosidad cubre lentamente el lugar. En la pista, Ves
pucci, los restantes bailarines y el Guardaespaldas se hallan tendidos en los lugares en que los
sorprendió el apagón. Sólo el Animador permanece erguido frente al micrófono, sonriente y miste
rioso.
ANIMADOR.- (Intimo, por el micrófono.) Adelante, señores, pasen al teatro de los hechos. Rodeen
con sus cuerpos la dorada pista de nuestro circo universal. No dejen huecos libres. Que un halo de
calor animal envuelva a nuestros héroes y entibie el frío que los ha tumbado. Porque han bailado
mucho, hasta quedar en sus huesos, hasta disolver sus cuerpos en la muerte y en la memoria de
los otros. Adelante, señores. Agradecidos de estar con nosotros esta noche de agosto de mil qui
nientos y...
VESPUCCI.- Ayuda, por favor... Un médico... Mis pulmones, agrietados... Y las pústulas, las lla
gas... ¿No hay nadie en esta nave? ¿Nadie que se apiade? ¿Que arranque de mí este cuerpo, este
cuerpo, este envoltorio de dolor?
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Un murmullo imperceptible se alza entre los caídos y persiste durante la escena: “Custodi nos, Do
mine. Sub umbra alarum tuarum, protege nos.”
¡Dios, cómo te ansío! ¡Sé mi médico! Que termine esta travesía, este mar salvaje. Que llegue a
la tierra que me prometiste. Fue tu promesa, Señor, no lo olvides. Vigía, ¿qué se ve?
VESPUCCI.- Señor, levanta el peso de la noche aterradora. Que broten en su luz las Islas de la
Bienaventuranza.
VOCES FEMENINAS.-
Bendita sea la luz
y la Santa Vera Cruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad;
bendita sea el alba,
y el señor que nos la manda,
bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía.
VESPUCCI.- Mis huesos estallan, mi piel en llamas. Médico, si no puedes evitar tanto dolor, dale al
menos un nombre.
ANA D.- ¿Te acuerdas de mí, señor? ¡Yo soy la puta romana! ¿Te acuerdas de tu noche de es
plendor y fuerza? ¿Te acuerdas de los incendios y los gritos? ¡Sitiador! ¡Conquistador de Roma!
¡Ebrio de poder! ¡Recuérdame, señor! Impregnado de sudor y negro por el humo de los incendios,
con los cabellos quemados hasta la raíz y reluciente de sangre ajena. ¡Fuiste inmenso esa noche
en Roma! ¡Con qué ferocidad mordiste la vida! ¡Yo fui ese cuerpo maltratado! ¡El que terminó de
destrozar tu soldadesca! ¡Acuérdate de mí, señor, porque tu triunfo era tu derrota; porque sólo po
seíste lo que te quitaba; porque en medio de la vida ya estabas muerto! ¡En esta hora en que ya no
existo, acuérdate de mí, señor!
13
Ana D. vuelve a desplomarse.
APAGÓN
ESCENA 5
Algún momento perdido. Las parejas, dispersas. Asunción, haciéndole una seña al Guardaespal
das, levanta una mano como los niños en el colegio.
Tom Mix, que está bailando solo, se despereza; el Guardaespaldas pasa a su lado y le pega un
golpecito en las costillas.
GUARDAESPALDAS.- Ojo.
GUARDAESPALDAS.- Baile.
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EMA.- Me duelen los pies.
EMA.- (Desafiante.) ¿
Qué?
Pausa.
HÉCTOR.- Ema...
EMA.-¿Escucharon? ¡Tengo las medias rotas! ¡Pero qué va pensar esta gente! ¡Una reunión tan
elegante! ¡Pipa, tápese la nariz!
EMA.- Un consejo, Elena, nunca se case. Los hombres son un misterio. Fíjese mi marido... ¡Hace
meses que no vemos un centavo! ¡Vivimos de prestado, en casa ajena, en puntas de pie, tragando
el desprecio de mi hermana! Pero a él le dan vergüenza mis medias rotas...
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NN.- (Divertido.) S
erá un hombre muy exigente.
EMA.- Sí, muy exigente. No se conforma con cualquier cosa. Cualquier trabajo. No. Es un hombre
muy delicado.
EMA.- ¿O estará enfermo? (A Asunción.) Debe estar enfermo, ¿no, señora?
EMA.- A veces se pasa el día entero en la cama, inmóvil, como una piedra, como un muerto, páli
do, barbudo, con los ojos fijos en el techo, hundidos, secos... ¡No escucha, no habla, no se mueve!
¡Me da miedo! Héctor, Héctor... ¿Se murió? No, respira... Está vivo. Pero frío como un cadáver.
Ema parece haberse desahogado. Pausa. Todos miran a Héctor. Este, pálido, sin apartar los ojos
de su mujer, retrocede unos pasos. Luego, con deliberada lentitud, se desprende el cinturón y co
mienza a desabrocharse los pantalones. Risitas y movimientos nerviosos del grupo ante la inespe
rada actitud de Héctor. El Guardaespaldas mira interrogante al Animador, pero no halla respuesta.
Sin saber qué hacer, el Guardaespaldas se acerca a Héctor.
GUARDAESPALDAS.- (Vacilante.) S
í, pero no es el sitio.
HÉCTOR.- Tiene razón. Sería un penoso espectáculo. La intimidad de un matrimonio. Las medias,
los calzoncillos... La asquerosa intimidad. Ahí está todo. Todas las marcas. ¿Quieren ver el despre
cio? Ahí está el desprecio. El abandono, el odio, la miseria cotidiana... ¡La suciedad, señores! Por
que mis calzoncillos le dan asco. Y ustedes se darán cuenta que si no puede tocar mis calzoncillos,
menos...
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GUARDAESPALDAS.- ¿Y de qué se queja?
EMA.- (Justificándose ante los demás.) Tengo derecho a vivir tranquila, ¿no? ¿Qué más quiere de
mí? Estoy agotada. ¿El cumplió con su obligación? No. Es un pobre tipo, un fracaso. Entonces que
no espere nada de mí.
HÉCTOR.- (En un arranque de patético histrionismo.) ¡Presten atención, vecinos! ¿Por qué me
casé con esta mujer? ¡Hoy, solamente hoy, se develará el secreto! ¿Acaso me casé por su belle
za?
Hace una pausa sarcástica, y la señala. Ema mira acosada a su alrededor. Algunas
Habrá sido por su inteligencia? Vecinos, siempre fue estúpida. ¿Por su riqueza
risas. ¿
tal vez?
HÉCTOR.- ¿Escucharon? Ahorritos de solterona, tristes pesos arrancados al tiempo para asegu
rarse una amarga vejez. ¡No, vecinos! Si no me casé por su belleza, ni por su inteligencia, ni su
riqueza, ¿por qué? Les digo por qué.
Hace una pausa deliberada, para crear suspenso.
Algunas risas de los bailarines. Ema echa una mirada en torno con lágrimas en los ojos.
Sí, vecinos. ¡Para hacerle una broma! Cuando la conocí ya estaba resignada a su fealdad, a su
estupidez, a su miserable avaricia de solterona. Era una tentación demasiado fuerte para mí. ¿Qué
quieren? Es mi debilidad. Nunca puedo dejar pasar una broma. Y le propuse casamiento. Toda una
vida minuciosamente preparada se le vino abajo. ¡Con qué odio aceptó! Claro, no tenía otra alter
nativa... Porque una cosa es ser víctima de un destino adverso, y otra ser responsable de ese des
tino. Y ella era demasiado cobarde para decir “no”.
Breve pausa.
Silencio penoso. Héctor parece vacío, deprimido. Ema lo mira, impotente, a través de sus
lágrimas.
17
Héctor alza las manos.
Una exclamación recorre el grupo. Se produce una gran expectativa. El guardaespaldas redobla su
vigilancia. Va y viene agitadamente entre las parejas.
ANIMADOR.- (Susurra por el micrófono.) Presten atención, señores, esto no se da todos los días...
Héctor lo hace.
HÉCTOR.- Ema, sufrimos mucho por esto. ¿Cómo vamos a dejar así? ¿Tan cerca de...? Pensá
todo lo que podemos perder.
HÉCTOR.- ¿Pero cómo podés creer lo que dije? Estaba... bromeando. Vos me conocés, Ema. Por
favor, perdonáme.
ELENA.- (Feroz.) ¡ No lo perdone! ¡Ema, no lo perdone! ¡No se lo merece! ¡Es un egoísta, un puer
co, como todos los hombres!
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EMA.- No, no vas a ser vos el que decida terminar esto. ¡Yo sé cuándo me voy a ir! ¡Y va a ser en
el momento justo! ¡Cuando más te duela!
PIPA.- (Prosiguiendo un monólogo interno.) S í, estos son los matrimonios respetables. Estos son
los que me desprecian. Limpitos por fuera, pero llenos de roña por dentro. A más de uno le conoz
co los calzoncillos. Yo... estoy orgullosa de ser quien soy. (Inflexible, invencible y magnífica.) ¡Estoy
orgullosa de ser quien soy!
alarma.
UARDAESPALDAS.- ¡Señor!
G
APAGÓN
ESCENA 6
19
HOMERO.- (Susurra.) ¿
Pipa?
PIPA.-¿Qué?
Homero la observa intrigado. Luego hace sonar los dedos delante de ella. Pipa ríe. Homero suspi
ra, decepcionado. Pausa.
Pausa. El Animador se dirige a Homero, sin volver el rostro, actitud que mantendrá durante todo el
diálogo.
HOMERO.- Sí...
HOMERO.- Vigilo.
ANIMADOR.- No.
ANIMADOR.- ¿Qué?
Pausa.
20
(Con una risita algo siniestra.) A
la noche siempre se escuchan... Hay que tener buen oído y prestar
un poco de atención... Pero usted seguramente habrá escuchado...
Porque usted tampoco duerme, ¿no? Muchas veces lo he visto ahí, inmóvil, mezclando ese mazo...
Perdón, señor; hace tiempo que quiero preguntarle...
ANIMADOR.- ¿Sí?
HOMERO.- ¿A qué juega?
ANIMADOR.- Invento...
VESPUCCI.- (De pronto, en sueños.) ¡Vamos, monitos, diablos, gitanos! ¡Viento a babor! ¡A tierra,
gitanos! ¡Se hunde el barco!
Súbitamente abre los ojos y la boca en forma desmesurada, como si se hubiera quedado sin
SUNCIÓN.- ¡Socorro!
esposo. A
APAGÓN
ESCENA 7
Milonga.
ANIMADOR.- ¡Vamos, señores! ¡Muévanse! ¡Los quiero ver frescos como el primer día! ¡Pecho
erguido! ¡Ojos fieros! ¡El futuro es nuestro! ¡Qué les pasa? ¡Están muertos? ¡Resuciten! ¡Enciendan
esa sangre! ¡Cambio de pareja!
21
Los bailarines pasan de la inercia a un estado de excitación enfermiza. Cuando el Animador deja
de azuzarlos, el cuadro es el siguiente: NN baila con Elena; Vespucci manosea a Ana D.; Pipa,
Ema y Asunción se disputan jocosamente al pequeño Tom Mix. Homero y Héctor han quedado
sueltos, contemplando la escena.
VESPUCCI.- (Jadeante y febril.) Te gusto, ¿eh? Soy fuerte... grande... ¿Eh, putita? A
una seña del Animador, el Guardaespaldas libera a Tom Mix del asedio de las mujeres.
Las mujeres van dejando a Tom Mix. Se apartan, arreglándose los vestidos como si nada hubiese
pasado. Asunción separa a su marido de Ana D., lo tranquiliza. En el centro queda el pequeño Tom
Mix, con las ropas en total desorden, el pantalón medio desprendido. Pausa.
VESPUCCI.- ¡Miren qué cuerpo! (Por Asunción.) ¡Miren qué mujer! ¡Qué pechos! ¿Cuantos hijos
podría alimentar?
ANIMADOR.- ¿Qué olor tiene, querido? Digo por las mujeres. Se le van encima como moscas.
Breve pausa.
ANIMADOR.- Sí.
Pausa.
22
(A los espectadores, por el micrófono, en tono confidencial.) Damas y caballeros, observen esta
joven incógnita. Parece tímido, a veces sumiso. Pero fíjense cómo aprieta los labios, y los ojos...
devoran. ¿Quién es? ¿Un animal depredador? Pequeño Tom Mix.
ANIMADOR.- (Duro.) Le pregunto por qué está aquí y no en otro lado.
ANIMADOR.- Hay muchos sitios para un joven de su presunta edad. El aula, el surco, el taller...
ANIMADOR.- (Violento.) No le pregunto quién es, sino dónde está. Dónde está parado. ¿Entien
de?
ANIMADOR.- Supongo que tendrá aspiraciones normales. Labrarse un futuro, constituir un hogar,
tener hijos.
ANIMADOR.- ¿Y entonces qué quiere? ¿Divertirse nomás? Hijo, la vida no es un baile intermina
ble... Lo hemos admitido aquí con toda confianza. No le preguntamos de dónde venía, ni siquiera la
edad... A pesar de un edicto policial. Pero tampoco queremos olvidar nuestra función pedagógica.
Además, usted no está solo... La joven que lo acompaña... Supongo que entre ustedes hay algo
más que una simple... sociedad para el baile...
ANIMADOR.- ¿Cómo?
23
TOM MIX.- No sé quién es. La encontré en algún lado. No me acuerdo. Se me pegó.
¿Y usted, niña?
ANIMADOR.- ¿Sí? ¿Sí qué? ¡Me desconcierta esta gente! ¡Me pone furioso! Querida, ¿usted
siempre dice sí?
Breve pausa.
¡Joven!
24
ANIMADOR.- (Como si nada sucediera.) Vea, la naturaleza es, ¿cómo decirlo?, fatalista y senti
mental. No le interesa más que reproducirse, siguiendo un orden misterio. Y usted, querido, ¿no
piensa siquiera mantener el orden biológico?
Pausa.
PIPA.- ¡Suelteló!
VESPUCCI.- Cuerpos sanos, fuertes. Miren qué manos... ¿Cuántos hijos podrían alimentar...? Mi
ren esta mujer: qué caderas... ¿Es justo, digo?
ANIMADOR.- Muy bien, pequeño Tom Mix, principios son principios. Tengo criterios amplios. Pero
le advierto, hay ciertos límites que no se pueden traspasar. Una cosa es ser un joven irresponsable,
y otra... En fin, sigue el baile.
ANIMADOR.- (Rápidamente.) N
o puedo decírselo.
Breve pausa.
ANIMADOR.- (A los espectadores, íntimo.) Créanme, damas y caballeros, si este joven conociera
el premio, no estaría aquí. No porque sea un premio menor, no, sino porque el mayor de los pre
mios sería para él insignificante. Muy bien, pequeño Tom Mix, su minuto de gracia terminó. ¿Tiene
algo que agregar?
25
Pausa.
TOM MIX.- No, señor, nada.
APAGÓN
ESCENA 8
MITO II
La música se extingue. En el centro de la pista un haz de luz envuelve al pequeño Tom Mix.
TOM MIX.- Esta oscuridad. Este ruido sordo, acompasado. Y mi cuerpo entumecido, con un can
sancio de siglos. Caminando, entre la muchedumbre harapienta, vencida. ¿Hacia dónde? Sin mirar
atrás. Cautivos. Con la espada suspendida sobre nuestras cabezas. Ciegos de terror y hambre. A
la matanza. Y en mi mente entonces, en medio de la noche, un breve, intenso relámpago. Un re
cuerdo de la luz perdida.
Ante las recientes turbaciones de nuestra América, algunos extranjeros han acusado a los descon
tentos, fundándose en la admirable sabiduría y suavidad de las leyes hispánicas. ¿Pero acaso es
sabiduría y suavidad haber condenado a millones de habitantes a vegetar en la pobreza y sujetar
los al gobierno militar y despótico de los virreyes, que tienen en sus manos la vida, propiedades y
honor de los vecinos? ¿Es sabiduría y suavidad haber condenado a los indios a la condición de
tributarios de la corona española, y arrebatar a esta infeliz raza el fruto de su trabajo, regado con su
sangre en las minas? Los dueños de las minas, o los que han de gozar de ellas sin trabajarlas,
aman muy bien su vida. Y los negros esclavos son una propiedad de sus amos: ha costado dinero
el adquirirlos. Sólo los indios son unos seres indiferentes que deben despreciar la muerte en prove
cho ajeno.
Pausa.
26
VOZ FEMENINA.- (Canta.)
Cielo, cielito que sí,
cielo lejano y celeste,
si es que no puedo ser libre,
mejor me libre la muerte.
TOM MIX.- Sudamericanos, no es este territorio doliente y humillado, impregnado por el sufrimien to
de generaciones, el que iluminó el relámpago de mi sueño. Es otra tierra que esta, ya endurecida
de dolor y estéril. Porque detrás de este mar de iniquidad, América aún se alza, callada en su res
plandor, infinita. En sus playas nos aguardan, riendo, niños inmortales. Es esa la tierra de mi sue
ño, la que Dios nos guarda en custodia, su promesa.
APAGÓN
ESCENA 9
Nocturno. Luces y música atenuadas. Las parejas duermen. Las voces de sus sueños se van su
mando unas a otras, coralmente, de modo vertiginoso, hasta conformar un único, breve clamor.
HÉCTOR.- Cruzamos la frontera. La tierra pedregosa, parda. La luz suave. Acuosa y brillante. Nos
vamos acercando a la ciudad.
27
ANA D.- Corro por el campo. Descalza. Corro por el agua.
EMA.- El galpón está oscuro, polvoriento. Olor a maderas podridas. Crujidos. Ratas. El va apare
cer. Me da miedo.
ELENA.- Agua.
TOM MIX.- Y niños, niños. Desnudos. Riendo. Saltan sobre los charcos. Arrojan puñados de arena
al viento.
ASUNCIÓN.- Tengo los pechos llenos de leche. Él se prende. Me vacía. ¡Este hombre!
EMA.- Primero, una luz tenue en el fondo. En el fondo del galpón. Miedo. Abrazarlo.
PIPA.- Moscas a mi alrededor como una nube de incienso. ¡Salta el gato dorado! ¡Las espanta!
¡Se vuelan! ¡Hijitas, vuelvan! ¡Queridas!
EMA.- En el fondo del galpón. Fosforescente. Envuelto en su mortaja blanca. ¡Me sonríe! ¡Me tien
de sus manitos! ¡Pero está muerto! ¡Dios mío, está muerto!
APAGÓN
28
ESCENA 10
ANIMADOR.- (Dirigiéndose a los espectadores.) S in los sueños, la vida sería insoportable. Pero
sin el poeta, también los sueños serían insoportables. Y en nuestra maratón, señores, espejo de la
vida, no podía faltar el poeta. El hombre que algún día tal vez cantará - ¿por qué no? - esta gesta
valerosa y anónima. Por supuesto, ya saben a quién me refiero. ¡Al intérprete de los humildes, el
insigne don Homero Estrella!
Homero finge modestia. Elena, exaltada, aplaude y lo tironea hacia el palco. Lo ayuda, innecesa
riamente, a subir los peldaños y se abalanza sobre el micrófono.
e mentira, pero en realidad es tímido como un niño. Lo llama con gestos.
Toma un pañuelo con las puntas anudadas, que le alcanza el Guardaespaldas. Lo alza sobre la
cabeza de Homero, guiñándole un ojo a los espectadores.
¡Gloria artistae!
HOMERO.- ¿Señor?
29
ANIMADOR.- Nos debe una confidencia.
HOMERO.- A sus órdenes, señor. Siempre que no haya empeñado mi palabra, ni perjudique a un
amigo, ni manche el honor de una dama.
PIPA.- (Admirativamente.) ¡Me meo!
ELENA.- ¡Sh!
ANIMADOR.- Por supuesto, por supuesto... No queremos curiosear en secretos de alcoba, ni mal
quistarlo con su compañera...
na
HOMERO.- Pero no, mi amigo, no habría cuidado. La señorita Elena es sólo... (Ambiguo.) u
amiga, un consuelo de mi vejez, un...
ELENA.- En realidad, para que no haya ningún malentendido, ni nadie piense lo que no corres
ponde, quiero dejar bien sentado que nuestra relación se basa exclusivamente en la admiración
mutua. Realizo una meritoria labor cultural. Ejerzo mi apostolado como bibliotecaria de la Sociedad
de Fomento Almafuerte. Fue allí donde nos conocimos, e iniciamos una amistad que nunca salió
del margen de la poesía.
ELENA.- Que son interminables, por otra parte. Pero no sólo eso. Pronto comprendí que Pirín...
Ay, perdón, Homero tenía grandes lagunas culturales. Me propuse reconstruir a este hombre. Le
hice un plan de lecturas sistemáticas. Desde entonces, su poesía ha mejorado notablemente.
Además, no pocas veces, al pasar sus poemas, he pulido alguna imagen, algún descuido.... Bien
dicen que detrás de todo hombre hay una gran mujer.
ANIMADOR.- Pero en realidad, maestro, mi pregunta iba dirigida a que, considerando sus años, su
mérito, su fama... En fin, su presencia aquí es un misterio...
HOMERO.- Sí, en efecto. Pero hay que decir que nuestra presencia en general es un misterio, ¿no
cree? Fíjese, van a ser casi setenta años que respiro este aire y miro esta luz y todavía no lo com
prendo.
o sé si entienden...
EMA.- (Inmiscuyéndose en el micrófono.) N
ANIMADOR.- (Apartándola.) Sí, sí... Lo que no me explico, Homero, es qué lo impulsó a partici
par...
30
HOMERO.- Es una broma de Elena.
ELENA.- No, no, es tacaño; es bastante tacaño. Nadie sabe que tiene una cuenta bancaria...
HOMERO.- Elena exagera, por supuesto. Cuando nací, mis padres eran casi viejos. Tenían detrás
toda una vida laboriosa. Y me dejaron algunas cosas, pocas... Su memoria, que venero; la casa
grande y vieja en que nací y donde vivo; y el fruto en metálico del esfuerzo de toda su vida... Un
escaso capitalito que con muchas penurias y cuidados me permitió dedicar mi vida a la inspira
ción...
ANIMADOR.- Y supongo que pagarle a la señorita para que le dactilografíe sus poemas.
HOMERO.- (Casi sobresaltado.) Disculpe, señor, pero eso hubiera sido, con perdón de las damas
presentes, como pagarle a una prostituta. Aclaro, por supuesto, que no menosprecio a esas desdi
chadas flores nocturnas... Me complazco de la amistad de muchas de ellas, con las que numerosas
noches, dicho sea con todo respeto, hemos rendido culto a Venus... Pero, aclaro, nunca por dinero.
PIPA.- (Agria.) Lo que es conmigo, viejito, yo te hubiera sacado las ganas de garronear.
ELENA.- En realidad, todo fue idea mía. Tengo una meta en la vida, y es publicar la obra completa
de Homero Estrella.
Como comprenderá, esta empresa necesita fondos. Y estoy dispuesta a cualquier sacrificio para
lograrlos.
ELENA.- Hay gente que goza manchando las causas más puras. Gente sucia....
PIPA.- ¡Solterona!
El Guardaespaldas interviene.
31
PIPA.- ¡Que no me busquen!
Sigue refunfuñando.
ANIMADOR.- ¿De modo, maestro, que ha sido el arte que lo condujo hasta aquí?
HOMERO.- Puede decirse que sí... Aunque, en realidad, todo es un capricho de Elena... Yo, a mi
edad, no tengo ambiciones desmedidas... Pero, ¿qué quiere?, nunca pude negarme a los ruegos
de una dama. Salvo el yugo matrimonial no he escondido nunca el bulto. En fin, mientras me quede
en el cuerpo una gota del jugo de la vida... Pero en lo demás, siempre fui humilde. Sólo una vez
tuve en mi vida una gran ambición...
HOMERO.- Publicar un poema en el suplemento dominical de “La Nación”. Puedo morir tranquilo.
Ese sueño se ha cumplido.
ANIMADOR.- ¡Un aplauso para don Homero Estrella, publicado en “La Nación”!
Algunos aplausos desmayados de los bailarines. Con mano temblorosa, Homero saca un papel del
bolsillo y se lo tiende al Animador. Este lo examina brevemente y se lo alcanza al Guardaespaldas,
que recorre la fila de espectadores, mostrándolo.
HOMERO.- (Simultáneamente con las acciones anteriores.) ¿Ve? Hay muchas maneras de reali
zar un sueño. Durante años estuve enviando las pobres obras de mi ingenio. Sin ningún resultado.
Pero entonces pensé: ¿Acaso no soy un poeta? ¿Mi única realidad no es el sueño? Pues vamos a
darle una mano a la realidad. Con astucia e inocencia. ¿Se acuerda?: “Cándidos como palomas,
astutos como serpientes”. Entonces, señor, elegí mi poema más consagrado, me agencié una tije
ra, engrudo, y domingo a domingo fui recortando del suplemento cada una de las palabras que ne
cesitaba... Y no crea que fue fácil, de todos modos. Cuando todo estuvo listo, una palabra aún fal
taba. Una palabra, una palabra, que perseguí durante meses, años... Una tortura, un suplicio... Una
palabra me separaba de la fama, la inmortalidad. Llegué a odiarla, a desesperarme, me hubiera
suicidado por esa palabra... Pero era inútil; allí estaba, un espacio en blanco en el poema.
Humillándome. ¿Qué hacer? ¿Trampa? No, no, uno tiene que ser coherente con su invención. Esa
es la primera ley poética. ¿Cambiarla? Dios sabe que hubiera sido una derrota de la poesía. Y sin
embargo, estuve a punto... Iba a hacerlo, cuando apareció. Apareció esa palabra amada, odiada,
de la que pendía el hilo de mi vida. Y publiqué mi poema en “La Nación”. Salvado. Podía morir
tranquilo.
Pausa.
ANIMADOR.- Gracias, insigne maestro. Así ha pasado una brisa de espíritu por nuestra rante ma
ratón. Y después del espíritu, bienvenida sea la carne. Pipa, anímese y suba a nuestro histórico
tablado.
32
PIPA.- (Amarga y estridente.) No, señor. Paso. Yo no tengo historia. Yo acá sólo pongo el cuerpo.
APAGÓN
ESCENA 11
Al alba. La mayor parte de los bailarines dormitan; otros acaban de despertarse o están desvela
dos. El Animador se lava las manos en una palangana que el Guardaespaldas sostiene frente a él
desde abajo de la tarima. Es una larga escena en silencio. Súbitamente, el Animador clava la mira
da en un punto, hacia la entrada. El Guardaespaldas lo imita. Una mujer acaba de entrar al salón:
elegante, bella, frágil; su vestido de gala largo deja al descubierto sus perfectos hombros morenos.
La mujer se acerca lánguida, lentamente, arrastrando su vestido y su estola de piel blanca. Lleva
un cigarrillo sin encender entre sus dedos enguantados. Ante la mirada atónita del Guardaespaldas
y de los bailarines despiertos, la mujer avanza como una vaga aparición hasta el centro de la pista.
Mira en silencio a su alrededor. Por fin, el Guardaespaldas reacciona y se acerca a ella, obsecuen
te.
MUJER.- Fuego.
El Guardaespaldas busca torpemente en sus bolsillos. La mirada del Animador se dirige nueva
mente hacia la entrada. El Guardaespaldas saca una caja de fósforos y enciende uno. Lo sostiene
frente a la mujer, pero esta permanece impasible. El Guardaespaldas mira hacia la entrada. Un
hombre avanza lentamente, blando, vacilante, vestido de smoking y con una chalina blanca col
gando de su cuello. Se acerca a la mujer.
Silencio. Ella no responde. Mira fijamente a las parejas, como si tratara de diferenciar un sueño
de la realidad.
Es siniestro.
Canturreando y girando lentamente en una danza vacilante y fantasmal, se dirige hacia la tarima.
Habla en voz baja con el Animador. Mientras tanto, Pipa se acerca con expresión hipnótica a la
mujer. La señala.
HOMBRE.- Ma soeur, seguirán bailando hasta... algo... J’en sais pas... Es algo así como... una
competencia... No sé por qué... Parece que hay un premio...
34
MUJER.- Recogeré mi vestido, como una lavandera.
HOMBRE.- Ma soeur, je t’en prie, nos llaman, ¿oís las bocinas? Nos van a dejar aquí. Ni siquiera
sabemos dónde estamos.
MUJER.- No importa. De todos modos, vamos a estar mucho tiempo en este lugar.
HOMBRE.- “London bridge is falling down...” (Al Animador.) Oyó, monsieur, nos quedamos... Mi
hermana es obcecada. Será imposible convencerla de lo contrario.
ANIMADOR.- Me temo, señor, que en este punto, una incorporación... Salvo informalmente, claro
está.
ANIMADOR.- Sí, sí, pero comprendamé... Esta gente hace ya mucho tiempo que está bailando...
Demasiada ventaja a favor de ustedes...
HOMBRE.- Bien, supongo que si hay que pagar... algo así como una... inscripción. No hay ningún
inconveniente... “London bridge is falling down...”
ANIMADOR.- (En el mismo tono que antes.) Señores, perdón... Algo que no estaba en nuestros
cálculos... Entre gallos y medianoche... Estas distinguidas personas piden... Señores, amigos, el
secreto del premio me impide revelar la oferta del caballero... Pero en mi cara leerán que se trata
de algo verdaderamente excepcional.
Señala con un dedo su propia, histriónica, expresión.
35
Pero en fin, son ustedes quienes deben... La decisión está en sus manos...
Las palabras del Animador resuenan como un sarcasmo ante el estupor entumecido del grupo de
bailarines, que adquieren cada vez más el aspecto de una manada exhausta, que el Guardaespal
das se divierte en atropellar y manejar a empellones, con voces de arreo. Repentinamente, como
una res cortándose de la tropilla, Pipa echa a correr en torno a la pareja.
APAGÓN
ESCENA 12
MITO III
MUJER.- Mon frère, una pesadilla... ¿Por qué no paran estas bestias? Me marean.
HOMBRE.- Le dije, almita, que no era un espectáculo para usted. Pero no tema. No es difícil dete
nerlos. Se los sigue a caballo. Y después, con una hoja de acero en la punta de una caña... Un
golpe seco y filoso en el garrón... Y quedan desjarretados, tendidos en el campo. Después, el de
güello. Y se les saca el cuero, lo más valioso, el asta, el sebo... y con la carne, si cabe, charque,
tasajo...
HOMBRE.- Si, mucha tierra en el aire. Leguas de tierra. ¡A la buena de Dios! ¡Polvo y cielo! Tanto
ganado libre, tanta tierra al viento, me da vértigo. “Horror vacui.” Hermana, a esta llanura infinita,
baguala, hay que domarla como un potro. Montarla, clavarle la espuela en los ijares. Alambrarla.
MUJER.- Sus negocios no los entiendo. A mí déjeme en mi mundo doméstico: mis tapices de Ita
lia, mi porcelana inglesa, nuestra cama francesa de caoba labrada...
36
HOMBRE.- Hermana, un sueño. La tierra estaba quieta. Toda América: una mole inmóvil, gruesa y
grasienta. Una inmensa mujer grávida. Y sin cesar paría: ovejas, vacas, caballos... Hermana, un
sueño. La tierra sangraba. América toda: un matadero. Reses tendidas sobre el lodo, una compar
sa de negras achuradoras y en el medio el carnicero, chiripá y camisa y rostro embadurnados, cu
chillo en mano. Arriba las gaviotas revoloteaban sobre el olor a carne y excrementos y abajo el ma
tambrero desollaba la res. La izaban a la cinta transportadora. Le quitaban las vísceras, la cabeza y
el rabo. La separaban en mitades, con un serrucho eléctrico. Y la sepultaban en nichos, en enor
mes cavidades de hielo. Y así esa triste carne terminaba por fin su duro tránsito.
Breve pausa.
APAGÓN
ESCENA 13
ANIMADOR.- (Desperezándose frente al micrófono.) Bueno, hijitos, vamos a bajar las luces. Les
deseo un buen descanso.
Un clima de extraña inquietud flota entre los bailarines. Se advierte en sus miradas alertas y febri
les, en una vaga tensión, como si algo hubiera de sobrevenir, particularmente del exterior.
EMA.- Señor...
ANIMADOR.- ¿Sí?
EMA.- No... es que en realidad todavía no tengo sueño... Pero si los demás...
37
TOM MIX.- (Al Animador.) Oiga, señor, ¿por qué estuvimos solos hoy?
GUARDAESPALDAS.- (Imitando al Animador.) ¿ Saben cuántos grados hace afuera? Dos bajo
cero. ¡Qué nochecita, eh! Suerte de ustedes que están acá, calentitos, bien alimentados, en movi
miento. Imagínense esa pobre gente ahí afuera. Como para ser descalificado, ¿eh? Si yo fuera
ustedes ni dormiría por cuidar mi puesto... ¡Dos grados bajo cero!
HÉCTOR.- Y usted se queja, Pipa. Mire si tuviera que andar trotando por esas calles...
ASUNCIÓN.- (Con exagerado entusiasmo.) ¡ Eh, qué vivo! ¡Con semejante cuerpo! ¡Como para
tener frío!
ASUNCIÓN.- ¡Porque siempre anda desabrigado! ¡Qué hombre! A veces lo veo en pleno invierno
con una camisita y se me pone la piel de gallina. “Ponéte algo”, le digo. “No tengo frío”, me dice.
ANA D.- (Riéndose.) En el campo, a la mañana íbamos caminando a la escuela. Dos kilómetros.
Las zapatillas se nos mojaban con la escarcha y se nos congelaban. Entonces nos sacábamos las
zapatillas y las escondíamos en el pasto. Nos íbamos descalzos.
Pausa.
38
HÉCTOR.- (Riéndose, burlón.) ¿Moral?
HÉCTOR.- (Burlón.) Cansarse para descansar. ¿Así que ese era todo el secreto?
ANIMADOR.- (Riendo.) No he dicho eso. (Levemente irónico.) S ólo me refería a que en una noche
como esta, en que la mañana es lejana e incierta, y el rebaño anda disperso... la voz inmortal del
poeta... Metalé nomás.
“La boda”.
HOMERO.- A pedido...
Aplausos y exclamaciones aprobatorias. Homero hace una breve pausa y comienza a recitar so
lemnemente.
39
Era una blanca paloma,
la flor más linda del barrio.
A su paso iban brotando
requiebros, palabras hondas.
En su lecho de dolor
a su madre consolaba.
Ella esperaba con calma
al que abrió su corazón.
40
PIPA.-¿Por qué es tan triste la vida?
Todos miran con malicia. Pero sorpresivamente, Ema, con un seco y convulsivo sollozo, se acurru
ca en el pecho de Héctor. Este, sorprendido y angustiado, queda con los brazos en cruz. Luego los
cierra lentamente en torno a ella.
APAGÓN
ESCENA 14
ANIMADOR.- ¡Pasen, señores, pasen! Nuestra maratón progresa indefinidamente. ¿Marzo del…?
ANIMADOR.- Nadie cede. Pero la crisis se acerca. ¡Son cuerpos! ¡Pasen, señores! ¡Mañana ya es
tarde! ¡No vacilen demasiado!
APAGÓN
ESCENA 15
41
Un momento perdido, alguna tarde. El Animador fuma en la tarima, ausente. Brusco sobresalto de
Pipa.
PIPA.- ¡Pero me cacho en...! ¡Se me paró el reloj! ¿Qué hora es?
PIPA.- (Furiosa.) ¡Las cinco... las cinco de antes de éstas que terminan a las siete!
NN comienza a desesperarse.
NN.- (Tratando de concluir el asunto.) Pipa, estoy al día con usted. No le debo nada.
PIPA.- ¿Me recibí de otaria, yo? ¿Estoy acá por diversión? ¿Porque me gusta el baile? Hicimos un
trato claro, ¿sí o no? ¡Conteste!
42
NN está mudo de rabia.
¡Tanto cada cinco horas o fracción! Todo lo que usted gane, o crea que gane o pierda conmigo,
todo ese asunto del premio, son cosas suyas. ¿Usted quiere usarme así, en vez de asá? Muy bien,
no me meto en sus negocios. Yo lo que cobro es el tiempo, horizontal o vertical, el tiempo de servi
cio. ¿A usted mi tiempo le sirve? ¿Cree que puede llegar a algo? Perfecto. ¡Pero las cuentas cla
ras! ¡Lo único que falta es que me explote! ¡Como a los infelices de su fábrica! ¡No, señor! ¡Mi
cuerpo es sagrado! Si usted quiere disfrutar... yo, piernas abiertas, ahí tiene el agujero, todo muy
lindo, señor: ¡Pero pague!
NN, muy alterado, estalla al fin con voz aguda, balbuceando de ira.
¡No me voy a aprovechar de mi necesidad! (A NN.) Las mujeres no tenemos esa necesidad, queri
do. Se la imponen los hombres.
NN.- ¡Se aprovechan del hombre caído! ¡Todos! ¡Usureros! ¡Esperan que uno tenga un tropiezo!
¡Una pequeña deuda! ¡Una montaña! ¡La ruina! ¿Qué quieren? ¿Eh? ¿Que me pegue un tiro en la
Eso quieren? ¿Que me pegue un
cabeza? (Feroz, exaltado por haber encontrado las palabras.) ¿
tiro en la cabeza?
PIPA.- Por mí, haga lo que quiera. Si quiere pegarse un tiro... ¡Pero no a costa mía!
PIPA.- No me haga reír. ¿Piedad de quién? ¿De este... bicho? Lo conozco muy bien, señor. Es un
cliente antiguo. Y si quebró es por su culpa. Porque es un estúpido.
NN.- ¡No es mi culpa! ¡No, señor! ¡Yo... quedé sentido por la muerte de mi hermano!
NN.- ¡No es cierto! ¡Yo era el que llevaba todo adelante! El ponía la alegría, la picardía. ¡Era la
comparsa! Pero el burro de trabajo era yo. El... tenía la parte financiera... Enredaba a medio mun
do. Sabía... mantener el equilibrio. Con él todo era... divertido. Nos tenían miedo. ¡Y él siempre se
reía! Me necesitaba. ¡Nos entendíamos con la mirada! Y yo... lo quería... tanto...
43
PIPA.- Mucho sentimiento, pero a la viuda la dejó sin un centavo.
Quién se lo dijo?
NN.- (Como si hubiera recibido un golpe.) ¿
NN.- ¡No estaban casados! ¡No tenía ningún derecho! ¡Era concubinato!
PIPA.- (Patética.) ¡Ni un mango partido por la mitad! ¡Ni siquiera la casa! ¡La pobre mujer... con
dos chicos, en la calle!
NN.- ¡No había ningún papel! ¡No había nada! ¡Era una extraña! ¿Por qué le iba a regalar...? ¿A
mí me regalan algo? El decía siempre: “Con sentimientos no se hace la plata”. Nadie perdona la
vida a nadie, ¿por qué yo...? Además, yo... ¡El se murió! ¡Me dejó todo el fardo a mí! ¡Hubiera sido
él el generoso!
ANIMADOR.- No.
NN.- Quiero... salir de aquí... Tengo el revólver preparado. Pum. En la cabeza. En el baño.
Se ríe.
NN.- Un agujero oscuro, un poco de sangre. La cabeza vacía. ¿El premio? Sí... Es cuestión de
tiempo. Encontrar el equilibrio. Tapar el agujero.
PIPA.- Muy bien, querido. Pero a mí lo que me importa es este agujero. Me debés cuatro pesos.
NN.- Sí.
44
PIPA.- Entonces, acá se acaba todo.
Amaga irse.
NN.- ¡Pipa!
NN.- Siga.
APAGÓN
ESCENA 16
MITO IV
Un cono de luz ilumina a NN. Detrás de NN, en la penumbra, los bailarines forman una confusa
hilera. NN canta y baila un foxtrot sonámbulo, con voz y movimientos desarticulados. Los bailarines
reproducen la melodía y los pasos con voces asordinadas y gestos de marionetas desmayadas.
Music-hall fantasmal.
NN.- (Canta.)
Creanmé, soy un buen hombre,
un honesto buen burgués.
Tuve sanas intenciones,
sólo obré de buena fe.
45
Chimeneas y petróleo,
ríos de electricidad,
y montañas de altos hornos
contra un gris cielo industrial.
Ya no queda ni memoria
de ese mundo que inventé.
Terminó la breve historia
de este honesto buen burgués.
ESCENA 17
Ema en la tarima, frente al micrófono, desencajada. El Animador a su lado. En la pista, los bailari
nes bailan, indiferentes, embotados. El Guardaespaldas retiene a Héctor.
46
EMA.- Señor, él vuelve y vuelve de la oscuridad. Mi hijito, señor. Me tiende sus manitos blancas. Y
me mira con sus ojos oscuros, mudos. ¡El estuvo conmigo! No es un sueño. Vivía... en un hueco,
entre mis brazos... Latía...
EMA.- Dos meses, nada más. Fue la única alegría que tuve en esta vida... ¡Y duró... nada más que
dos meses! ¡Mi hijito, señor! Tan tibio... en mis brazos... tan confiado. ¡No pude! ¡No pude retenerlo!
Se escurría... como aire... Su vida, señor, se escurría, como si nunca... Lloraba, señor, como si me
dijera: ¡No me dejes, no me sueltes, no dejes que me pase esto... tan extraño...! Sufría, señor... ¡Y
yo me hubiera arrancado con las uñas hasta el último pedazo de mi vida para dárselo...!
HÉCTOR.- ¡Ema...!
EMA.- ¡No es justo, señor! ¡No es justo! ¡Dos meses! ¿Y tengo que cargar con... todo lo demás?
¿Con esa basura? ¡No, señor! Si es cierto que hay otra cosa... Si es cierto que después de la muer
te... Si alguien me va a juzgar: cuando me llame, señor, le voy a escupir en la cara y le voy a decir:
¿Con qué derecho? ¡Viví nada más que dos meses! ¡No soy responsable del resto! ¡No soy culpa
ble! ¡Nadie tiene derecho a acusarme de nada! ¡Soy inocente! ¡Inocente! ¡Inocente!
ANIMADOR.- Gracias, Ema Expósito, por este delicado y emotivo momento. Una prueba más de
que aquí no ahorramos esfuerzos. Alguien que acompañe a la señora hasta la pista. ¡Y sigue el
baile, señores, sigue el baile!
APAGÓN
ESCENA 18
47
HOMERO.- Elena... creo que llegó al límite de sus fuerzas y...
APAGÓN
ESCENA 19
ANIMADOR.- Señores, curioso es nuestro mundo y nuestra década, sublime. Todo se inventa. La
penicilina, sin ir más lejos - no para usted, Vespucci, lo siento -. En fin, formas de no morir, y las
mejores formas de hacerlo. En España, por ejemplo. Y en Berlín, un pequeño canciller. Y en este
rincón sur del universo, un australopithecus. Un fantasma recorre el mundo desde Wall Street. Y en
el treinta y tres, en Buenos Aires - la ciudad sin esperanza, dice Le Corbusier-, una ola de suici
dios... Le Roi du Tango triunfa en París, y después, en Medellín, sufre su más seria derrota. Musso
lini en Abisinia, el obelisco. Joliot-Curie, el pibe Cabeza. Y Guernica. Y una cruz dentada, flamean
do en negros estandartes, cubre el cielo. Y en Berlín, ¡ein kleiner Kanzler!
APAGÓN
ESCENA 20
MITO V
Como continuación directa de la escena anterior, se ilumina la pista, donde los bailarines han for
mado un círculo cerrado.
48
TODOS.- (Mordiendo las últimas palabras del Animador.) ¡ Heil!
GUARDAESPALDAS.- (Moviéndose entre los cuerpos, con exaltación sonámbula.) La victoria es
el orden. Esta tierra está podrida, llagada. Hay que cauterizarla a fondo. América bellaquea, hay
que sofrenarla. La quietud es mi sueño, un vasto cementerio. Este territorio que hace cuatro siglos
nuestra estirpe ha conquistado, ¿hemos de entregarlo a esa plebe ultramarina, y a sus cómplices
mulatos y mestizos, a esa ralea mayoritaria, triste chusma de las ciudades? No es cuestión de que
el derecho esté de nuestra parte, sino únicamente la victoria. Al vencedor no se le pedirán explica
ciones. La ejecución tiene que ser brutal y sin miramientos. Todos los que han meditado sobre el
orden de este mundo saben que sólo se cimienta en el éxito de los que mejor utilizan su fuerza.
APAGÓN
ESCENA 21
Ronroneo de un tango por los altoparlantes. Agotamiento final. Larga pausa. Sólo la voz de Ves
pucci, monótona, enloquecedora.
VESPUCCI.- Nadie quiere largar, ¿eh? Muerden, y hasta que matan o mueren... Cuervos, esperan
la carroña... Dan vueltas encima del débil, del enfermo... ¿Qué miran, eh? ¿Qué están esperando?
Que caiga, ¿no? Que me muera. No, no les voy a dar el gusto. Aunque me quede sin sangre, sin
aire. Voy a bailar sin sangre.
Se ríe bajito.
Como un fantasma.
ASUNCIÓN.- ¡Métase en sus cosas, señora! Quieto, Pedro, hay que ahorrar el aliento...
49
HOMBRE.- Ma soeur, salgamos de aquí.
Breve pausa.
VESPUCCI.- Moscas de letrina... Nada las espanta... Pueden estarse muriendo que siguen, si
guen... No miran a un costado, no miran atrás... Al que cae, al necesitado, al que sufre... No, qué
les importa... Revuelven, roban, matan, siguen...
NN.- ¿Cómo se atreve? Usted que está acá... pudriendo el aire. ¡Quitándole espacio a los vivos!
¡Un muerto!
VESPUCCI.- ¡Piojera!
¡Tumba!
Silencio. Todos miran hacia Homero. El viejo está desencajado, rígido, pálido, con los ojos clava
dos en el vacío; sus manos oprimen los brazos de Elena, que grita enloquecida. Repentinamente,
Homero se derrumba, arrastrando casi a la mujer, que por fin consigue zafarse. Hay unos segun
dos de inmovilidad, mientras Homero se sacude levemente en el suelo. Todos están paralizados;
han dejado de bailar. Héctor corre hacia Homero.
50
HÉCTOR.- Tranquilo, viejo. ¿Está bien?
HOMERO.- ¡Confesión!
Se ríe.
Denme... palabras...
ANIMADOR.- Señor Expósito, ¿puede decirnos, por favor, qué pasa ahí?
Pausa.
ANIMADOR.- ¿Sí?
Pausa.
No está seguro?
ANIMADOR.- (A Héctor.) ¿
HÉCTOR.- No.
51
El Animador hace una señal al Guardaespaldas. Este va junto a Homero. Su veredicto es rápido,
profesional.
Nervioso movimiento general. Casi todos se acercan al cadáver. Elena estalla en sollozos, como
una descarga de tensión.
PIPA.- ¡Dijo el poema de siempre! ¡Y él creyó que era nuevo! (Indignada hasta las lágrimas.) ¡ No
hay... justicia!
ANIMADOR.- Por supuesto que no. Es una metáfora. Quiero decir que este hombre dio de sí todo
lo que podía dar, no cejó... (Al Guardaespaldas.) Llame una ambulancia. Y nos legó lo mejor de sí,
los últimos instantes de su valiosa existencia. Y ese es su premio: lo que en nosotros queda de él,
en nuestra eterna memoria. ¡Este hombre vive! ¡Vive en sus obras! ¡Vive en nosotros! ¡No ha muer
to!
PIPA.- ¡Es cierto! ¿Quién no se acuerda de su poema? “Y llegó ese triste viernes...”
PIPA.- Callesé, estúpido. Era viernes y punto. Ese triste viernes, me acuerdo perfecto, y un
varón...
PIPA.- ¡Un varón! ¡Era un varón! ¿Me quieren volver loca? ¡Ya está! ¡Se me fue de la cabeza! ¡Ahí
tienen! ¿Cómo seguía? ¿Eh? ¿Cómo seguía?
ELENA.- Yo...
52
NN.- Lo abrazó.
EMA.- Sonrió.
ANIMADOR.- Señores, les ruego... Debemos mantener la calma. Estamos confusos, perplejos. La
muerte ha caído a traición, salvajemente, sobre uno de nosotros... Pero debemos cerrar filas... Aho
ra precisamente. Somos una pequeña comunidad. Por lo tanto debemos responder organizada
mente a este desafío. Hay que dar algunos pasos concretos... Elena, ¿usted se va a hacer cargo?
ELENA.- ¿Qué? No, no... Yo... Imagínese, soy una mujer soltera... Para mí sería un compromiso...
Además, tengo que irme...
Sale.
ANIMADOR.- Por favor, si son tan amables... No creo que sea un espectáculo... Bajo la tarima van
a encontrar una sábana.
Asunción interviene.
lentamente, casi amorosamente, el cadáver con la sábana. ANIMADOR.- Ahora, si son tan
53
Vespucci, desesperado, la golpea y la aparta de un empujón. Llevan el cadáver a un costado de
la tarima. Vuelve Elena, con un saquito sobre los hombros y una cartera.
ELENA.- Bueno, ya no tengo nada que hacer aquí... ¿Me puedo despedir?
ELENA.- Bueno, adiós, ¿eh? Es una lástima que tanto esfuerzo... Bah, siempre pasa lo mismo...
Estoy tan cansada...
ALGUNOS.- Adiós.
ELENA.- No, no, está bien... Ya me oriento... Lo que pasa es que estoy algo mareada.
Vacila en el borde de la pista, como si fuera a desmayarse. Pausa.
Comienzan a bailar. A poco se advierte que Tom Mix no lo hace. Permanece inmóvil, ensimismado.
Frente a él, sin comprender, Ana D. lo mira, simplemente a la espera, obediente. El Guardaespal
das consulta algo en voz baja con el Animador.
ANIMADOR.- (Suavemente.) ¿Qué le pasa, hijo? ¿Por qué no baila? Se está quedando atrás...
ANIMADOR.- Pequeño Tom Mix, yo comprendo sus sentimientos, pero me veo obligado a decirle
que le está corriendo tiempo de descuento.
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GUARDAESPALDAS.- No seas otario, ¿qué ganás con emperrarte? Mirá, todos bailan, y vos...
ANIMADOR.- Oiga, Tom Mix... Lo lamento mucho, pero le doy un minuto de plazo para que revea
su actitud, y es demasiado. En caso contrario, mi amigo, su pareja quedará descalificada.
El Guardaespaldas lo empuja.
Pausa tensa.
HÉCTOR.- Sí.
HÉCTOR.- Sí, señor... Es una pavada. Ese pibe... Quiero saber qué le pasa, nada más.
HÉCTOR.- ¿Puedo?
Breve pausa.
Pausa.
TOM MIX.- ¿Qué estoy haciendo aquí... bailando... en esta tierra enemiga? ¿Qué estoy haciendo...
en este lugar? Perdido entre todos... y todos perdidos... Escarbando... escarbando en la tierra con
55
las uñas... Escarbando un agujero para acostarnos adentro y descansar... Por fin, descansar... En
esta tierra ajena... ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Afuera de mí? Si hay otro lugar. Todas las noches,
en mis sueños... Una playa infinita... Hay niños... Inmortales... Corren desnudos sobre el agua y
ríen... Hermosos, libres... La vida es eso...
Pausa.
EMA.- (Estallando en sollozos.) Ahí está mi hijo... Viene de allí... Todas las noches, viene... ¡Y yo
tengo miedo!
Pausa.
ANIMADOR.- ¿Satisfecho, señor Expósito? ¿Qué consiguió? Paralizar al rebaño... Cuando nues
tro propósito aquí es todo lo contrario. Mantener el movimiento.
ANIMADOR.- ¿Qué?
HÉCTOR.- No.
ANIMADOR.- ¿Entonces?
ANIMADOR.- Señor Expósito, mire a su alrededor... ¿Usted cree que a estos seres desesperados
les importa la justicia? ¿Estos seres voraces, hambrientos, asediados por la muerte? ¿Estos ani
males en fuga? ¿Justicia, en medio del pánico? Si pudiéramos quitar la muerte del corazón de los
hombres - pero entonces ya no serían lo que son -, sí, en ese caso sería fácil imaginar la justicia...
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ANIMADOR.- Sí, las víctimas. Podemos decir que las víctimas son más justas que los verdugos.
Alguien dijo que es preferible sufrir la injusticia que cometerla. En fin, usted ve, si el único modo de
ser justos es sufrir la injusticia, la justicia es sólo una forma de la pasividad.
o, la justicia es posible.
HÉCTOR.- (Tercamente.) N
HÉCTOR.- ¿Y qué otra cosa nos queda, señor? Tal vez la justicia no sea más que una forma de la
obcecación.
ANIMADOR.- Tal vez... Pero esto se ha vuelto demasiado discursivo, y la gente vino a ver un es
pectáculo. Señores, a los hechos. ¿Seguimos bailando?
HÉCTOR.- ¿Señor?
ANIMADOR.- ¿Sí?
Breve pausa.
HÉCTOR.- ¿Cuál es el premio?
Breve pausa.
ANIMADOR.- (Suavemente.) S eñor Expósito, hay reglas del juego. Usted las aceptó. Con su pre
sencia misma las está aceptando en este momento.
ANIMADOR.- Yo. Entienda, señor, que mientras usted esté aquí, yo soy el que dicta las reglas. Y
si usted no las acepta, corre el riesgo de ser descalificado. En ese caso sí, señor, vamos a ser
iguales, porque yo no voy a tener ningún poder sobre usted, pero usted tampoco va a tener nada
que ver conmigo ni con esto, ni recibirá desde luego ningún premio. Yo soy nadie y soy todo. Yo,
en cierta forma, no existo; estoy, por decirlo así, dentro de usted. Lo poseo porque usted me posee.
Es su propio deseo el que me da poder. De este lado soy todo para usted, del otro un vago sueño.
Esos son los términos de nuestra alianza.
Pausa.
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ANIMADOR.- ¿Señor NN?
HÉCTOR.- ¿Quiere decir... que todo esto puede ser un engaño, una fantasmagoría?
Los que deseen permanecer en nuestra maratón, que continúen bailando. Los que no: quedan
descalificados.
Pausa tensa. Repentinamente se suceden de modo vertiginoso los siguientes hechos: el pequeño
Tom Mix se lanza sobre el Guardaespaldas y le quita el revólver de un manotazo. En medio de gri
tos confusos, Vespucci corre hacia uno de los bordes de la pista, vacila un instante, y como si no
supiera qué hacer con el arma, se apunta a la cabeza. Asunción grita, corre hacia él, intenta quitar
le el revólver; hay un forcejeo y suena un disparo. El Guardaespaldas cae de rodillas.
GUARDAESPALDAS.- ¡Yo no tengo nada que ver con él! ¡Cumplía órdenes! ¡Es mi trabajo! ¡Un
sueldo! ¡Tengo familia! ¡Hijos! ¡Yo no sabía nada! Por favor, créanme... Soy... completamente ino
cente...
Pero nadie presta atención al Guardaespaldas, que lloriquea de rodillas. Todos, en tropel, se preci
pitan hacia la tarima, a los gritos de “¡Ladrón! ¡Estafador!”, etc. El Animador apenas tiene tiempo de
exclamar:
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GUARDAESPALDAS.- (Exaltado.) ¡ Hay que matarlo! ¡Como un perro!
Salvajemente aferra al Animador del pelo y apoya el revólver en su sien. Al ver esto, el grupo que
viene detrás se paraliza. Suena un “clic”. El Guardaespaldas mira el revólver.
¿Se descargó?
Lloriquea.
¡Qué porquería! Ladrón, sí... ¡Cómo si tuvieran algo para que yo les robe...! Ladrón de
miserias... Eso sí: tengo una fortuna de miserias... ¿Quieren saber qué es mi vida? ¿Quién está
más solo, enfermo, quebrado...?
Se ríe.
¡El premio! Sí, señores... Cómo no, con todo gusto... Puedo decirles cuál es el
VESPUCCI.- ¡Cállese!
HÉCTOR.- ¡Basta!
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VESPUCCI.- ¡Lo que quiere es quedarse con todo! ¡Hambriento!
NN lo enfrenta, furioso.
NN.- ¡Acá no hay nada que saber! ¡Acá estamos para ganar! ¡Cada uno sabe lo que tiene que sa
ber! ¡Lo que gana y lo que pierde! ¡No estoy acá echando los bofes para que un mocoso me diga lo
que tengo que saber!
GUARDAESPALDAS.- Vamos por las buenas, ¿eh?, vamos por las buenas.
Tom Mix lo escupe. El Guardaespaldas levanta fríamente el revólver y le apunta a la cabeza, con el
brazo muy extendido.
HOMBRE.- Por favor, s’il vous plaît... El tiempo pasa. Y mi hermana tiene jaqueca. Terminemos
con esto, ¿eh? Ma soeur...
Qué es un hombre sin una casa, sin mujer, sin hijos...? Si pierdo mi casa,
VESPUCCI.- (Delira.) ¿
¿dónde meto este cuerpo, eh? No soy un vagabundo... Soy un hombre...
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o nunca digo no. Me debe cinco horas...
PIPA.- (Riendo.) Y
NN suspira resignado.
NN.-¿Ya?
En contradicción con lo que sugieren sus palabras, Elena se queda rondando la pista. Mientras
tanto, el Guardaespaldas ha continuado apuntando a Tom Mix con el brazo extendido. Ambos se
miran tensos, inmóviles. Héctor, su mujer y Ana D. los miran a su vez, paralizados. El Animador, en
el suelo, trata de arreglarse la ropa.
ANIMADOR.- Una mano, por favor.
GUARDAESPALDAS.- Pum.
Lo acompaña hasta la tarima, obsecuente. Le limpia la ropa, etc. Pausa. Tom Mix parece haberse
derrumbado en su interior. Se ríe convulsivamente, entre sus lágrimas. En un impulso, se dirige
hacia la salida. Ana D. lo sigue. Antes de salir, Tom Mix se detiene y se vuelve hacia Héctor. Breve
pausa. Ambos se miran.
HÉCTOR.- ¿Ema...?
Héctor y Tom Mix miran a Ema. Ella los mira como si estuviera saliendo de un sueño. Imperceptible
y automáticamente, comienza a bailar.
EMA.- ¿Yo...?
Pausa.
Hay tantas cosas... que nunca tuve... Yo siempre... serví a los demás. ¡Quiero tener sirvientas! Yo...
nunca salí de esta ciudad inmunda... ¡Quiero ver el mar! ¡Las islas! ¡Quiero... saber cómo acarician
las pieles finas! ¡Quiero conocer California, Bengala...!
Breve pausa.
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No, yo me quedo.
a ve...
HÉCTOR.- (A Tom Mix.) Y
HÉCTOR.- (Riéndose.) Estaré enamorado del sufrimiento... Quién le dice que yo... no ame a esta
desventurada mujer.
¡Pequeño Tom Mix! No nos juzgue tan mal... Su sueño, tal vez algún día...
TOM MIX.- (Riéndose.) ¡ Si llega ese día, avíseme! ¡Y si estoy muerto, resucíteme! Aunque más no
sea: porque lo he soñado tantas veces...
ANIMADOR.- (Nuevamente al micrófono.) Damas y caballeros, veo con regocijo que sigue el baile.
Nuestra maratón ha sufrido una pequeña crisis. Pronto será olvidada. Una crisis de crecimiento,
apenas. Un incidente en todo cuerpo vivo. Claro, algunos han quedado en el camino. ¿Pero cuán
do, en qué circunstancias, no queda siempre alguien en el camino...? Lo importante es que todo
siga. Mantener el movimiento general. Continuar el espectáculo.
Adelante, señores, contemplen a nuestros héroes. ¿Cuánto hace que están bailando? Ya perdieron
la cuenta... Ciegos, se dirigen hacia el final, hacia la exaltación o la derrota. Señores, ¿quién en
tiende a los hombres? Se agitan, se mueven, mueren... Se destrozan ferozmente... Y renacen, re
nacen, como insectos fugaces. Y sin embargo ellos, luchando a muerte con la indiferencia y con la
nada, construyen sus frágiles obras, disponiéndose para la eternidad. Señores, si no fuera ridículo,
esto sería una tragedia. ¡Y sigue el baile, damas y caballeros, sigue el baile!
La música crece.
APAGÓN
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