CD 72 La Sociedad Civil PDF

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38 CUADERNOS DE LA REJA

LA SOCIEDAD CIVIL
SEGUN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO

Por Emmanuel FRANÇOIS


Traducción del Padre Jesús MESTRE

                      


                          
           

INDICE

PRÓLOGO ........................................................................................................................................... 39
Primera parte
PRESENTACIÓN GENERAL ......................................................................................................................... 40
I. La realeza social de Cristo ............................................................................................................ 40
II. Los deberes cívicos de los seglares ............................................................................................. 42
III. La voz de la Iglesia..................................................................................................................... 43
Segunda parte
EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO ................................................................................................................. 46
I. El hombre, animal social y político .............................................................................................. 46
II. La autoridad ................................................................................................................................. 47
III. La persona y la sociedad civil .................................................................................................... 48
IV. La familia ................................................................................................................................... 49
V. El estado ...................................................................................................................................... 51
VI. Los cuerpos intermediarios ........................................................................................................ 54
VII. La guerra ................................................................................................................................... 54
VIII. El trabajo — El orden económico........................................................................................... 56
IX. La escuela y la educación........................................................................................................... 58
X. Las relaciones entre la Iglesia y el Estado................................................................................... 60
Tercera parte
PROBLEMAS DE ACTUALIDAD.................................................................................................................. 63
I. La libertad religiosa....................................................................................................................... 63
II. La doctrina política y social de la Iglesia desde Vaticano II....................................................... 64
BIBLIOGRAFÍA.................................................................................................................................. 66
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 39

«De todos modos, la hora actual exige de los creyentes que con todas sus energías hagan que la doctrina de
la Iglesia alcance su mayor eficiencia y cuantas más realizaciones pueda. Sería una ilusión creer, como piensan al-
gunos, que se puede desarmar el anticlericalismo y la pasión anticatólica limitando los principios del catolicismo al
ámbito de la vida privada. Esta “actitud minimalista” sólo lograría, al contrario, darle a los adversarios de la Iglesia
nuevos pretextos. Los católicos mantendrán y mejorarán sus posiciones en la medida del valor que pongan en tras-
formar en actos sus convicciones íntimas en todos los ámbitos de la vida, tanto pública como privada».
PÍO XII, Carta a las Semanas Sociales, 18 de julio de 1947

«Nunca se insistirá bastante sobre el papel providencial de la autoridad del Estado en cuanto a ayudar y que-
rer apoyar a los ciudadanos en la obtención de su salvación eterna. (...) No puede negarse eso que surge de la expe-
riencia de la historia de las naciones católicas, la historia de la Iglesia, la historia de la conversión a la fe católica, y
que pone de manifiesto el papel providencial del Estado, a punto tal que puede afirmarse con todo derecho que su
parte en el logro de la salvación eterna de la humanidad es capital, si no preponderante».
MONS. MARCEL LEFEBVRE, Un Obispo habla, Ed. Nuevo Orden, B. Aires, págs. 79-80

«Las instituciones son como el clima en el que están sumergidas nuestras almas: según sean buenas o malas
hacen crecer el bien o el mal que está en nosotros, y esta ley es mucho más rigurosa aun cuando las sociedades
han evolucionado tanto y el individuo depende aun más del Estado».
Gustave Thibon, Volver a lo real, págs. 49-50

PRÓLOGO
«No, Venerables Hermanos —preciso es recordarlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía so-
cial e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores—, no se edificará la ciudad de
modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la sociedad si la Iglesia no pone los cimientos
y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la ciudad nueva por edificar en las nu-
bes. Ha existido y existe; ES LA CIVILIZACIÓN CRISTIANA, ES LA CIUDAD CATÓLICA. NO SE TRATA
MÁS QUE DE ESTABLECERLA Y RESTAURARLA SIN CESAR SOBRE SUS FUNDAMENTOS NATURALES Y
DIVINOS CONTRA LOS ATAQUES, SIEMPRE RENOVADOS DE LA UTOPÍA MALSANA, DE LA REBELDÍA Y
DE LA IMPIEDAD. OMNIA INSTAURARE IN CHRISTO».

Un siglo después de haber sido pronunciada, esta exhortación del Papa San Pío X sigue siendo muy actual.
Sea cual sea la gravedad de la situación política y social actual, tenemos que luchar. Luchar para el reinado social
de Nuestro Señor Jesucristo contra todas las formas de subversión, para la edificación de una Sociedad cuyas
estructuras políticas, sociales y económicas se conformen con los principios del derecho natural y cristiano.
Este modesto folleto pretende presentar resumidamente estos principios tradicionales, enseñados por el
Magisterio romano y por los Doctores católicos —en cuyo primer lugar está santo Tomás de Aquino—. Debido a
sus modestas dimensiones, será necesariamente incompleta y probablemente podrá recibir mejoras y precisiones;
pretende sobre todo proporcionar a los católicos que desean comprometerse en la lucha cívica una primera
aproximación a las riquezas de la enseñanza política y social católicas.
H. E.
40 CUADERNOS DE LA REJA

PRIMERA PARTE
PRESENTACIÓN GENERAL
I. LA REALEZA SOCIAL DE CRISTO
1.- La encíclica Quas primas. El documento del Magisterio romano más completo sobre la doctrina de
Cristo Rey es la encíclica “Quas primas” del Papa Pío XI al instituir la fiesta de la Realeza de Cristo (11 de di-
ciembre de 1925). Es una verdadera “carta” de la Sociedad Católica.
Este documento —hoy particularmente desconocido en la lucha contra «la peste de nuestro tiempo» que es
el laicismo— recuerda y proclama que Cristo reina no sólo en el corazón y en el alma de los individuos sino tam-
bién en las sociedades y Estados.
2.- ¿Qué es el laicismo? Es la teoría, fruto del racionalismo y del naturalismo 1, que pretende suprimir toda
referencia a Dios en la vida temporal, civil y oficial; teoría que favorece y propaga el ateísmo y engendra tal esta-
do de cosas que, según la expresión del Papa Pío XI, supone «una apostasía pública y desastrosa» 2. Esta es la fi-
nalidad última de la Revolución, ese «movimiento histórico, esencialmente anticristiano, cuyo objetivo es destruir
la civilización cristiana» 3.
3.- Cristo Rey universal. Después de haber mostrado que esta doctrina de la Realeza de Cristo aparece en la
Sagrada Escritura, Pío XI recuerda que Cristo, cuya Realeza se funda en la unión hipostática 4, posee el triple poder
legislativo, ejecutivo («Me ha sido dado todo poder en el Cielo y en la tierra») y judicial («El Padre no juzga a na-
die, sino que ha puesto todo juicio en el Hijo») 5. Además, su Realeza es universal en el tiempo y en el espacio 6.
4.- Realeza espiritual y también en el orden temporal. A pesar de una opinión muy difundida, la realeza
1
«El naturalismo —explica el Padre Roussel— es el sistema que pretende eliminar metódicamente a Dios y su soberanía suprema del orden de las cosas de
este mundo, llamado “naturaleza” (A. ROUSSEL, Liberalismo y Catolicismo, Relación presentada a la “Semana católica”, Rennes, 1926, p. 20). En cuanto al
racionalismo, «no difiere realmente del naturalismo, pero se presenta más explícitamente como sistema de conocimiento en el que se promueve como árbitro
supremo y único de la verdad y de la mentira, del bien y del mal, a la razón absolutamente autónoma del hombre» (Ibid., p. 21). Sobre el naturalismo, se puede
consultar Para que El reine de J. OUSSET, y el excelente folleto del P. EMMANUEL, El naturalismo.
2
«El laicismo —explica el Padre Berto— no es cualquier forma de hostilidad contra la Iglesia, sino la que consiste en sostener que el Estado, las instituciones
civiles, las leyes y todos los asuntos temporales tienen que concebirse, construirse y conducirse fuera de toda preocupación cristiana, de toda influencia de la
Iglesia y absolutamente como si Jesús no fuese el Señor de todas las cosas, incluso las de este mundo, y como si la Iglesia no existiese, o como si no fuese más
que una asociación privada y desprovista de toda autoridad pública».
3
PADRE JULIO MEINVIELLE, De Lammenais a Maritain, Verbo, nº 70, abril de 1955, p. 51. Pero, ¿qué realidad encierra exactamente el término Revolución
(con mayúscula)? «La Revolución —escribe Albert de Mun— es una doctrina que pretende fundar la sociedad sobre la voluntad del hombre en lugar de fun-
darla sobre la de Dios» (discurso a la Cámara de Diputados, noviembre de 1878). «Se manifiesta por un sistema social, político y económico, desarrollado en
la cabeza de los filósofos, sin preocuparse de la tradición, y caracterizado por la negación de Dios en la sociedad pública. Ahí es donde está la Revolución y ahí
es donde hay que atacarla (...). Lo demás no es nada, o más bien todo proviene de ahí, de esa rebelión orgullosa de la que ha salido el Estado moderno, Estado
que ha tomado el lugar de todo, que se ha convertido en un dios y al que nosotros nos negamos a adorar. La contra-Revolución es el principio contrario, la doc-
trina que funda la sociedad sobre la ley cristiana» (Discurso a la 3ª Asamblea General de los miembros del Círculo Católico, 22 de mayo de 1875).
MONS. GAUME la define así: «Si, arrancándole la máscara, le preguntáis: ¿quién eres tú?, ella os dirá: “No soy lo que se cree. Muchos hablan de mí, pero pocos
me conocen. No soy ni el carbonarismo...., ni el motín... ni el cambio de la monarquía en república, ni la sustitución de una dinastía por otra, ni los disturbios
momentáneos del orden público. No soy ni las vociferaciones de los jacobinos, ni los furores de la Montaña, ni el combate de barricadas, ni el saqueo, ni el incen-
dio, ni la ley agraria, ni la guillotina, ni los ahogamientos. No soy ni Marat, ni Robespierre, ni Baboeuf, ni Mazzini, ni Kossuth. Esos hombres son mis hijos, no
son yo. Esas cosas son mis obras, no son yo. Esos hombres y esas cosas son hechos pasajeros y yo soy un estado permanente. Soy el odio de todo orden no esta-
blecido por el hombre y en el cual no sea rey y Dios a la vez. Soy la proclamación de los derechos del hombre sin preocupación de los derechos de Dios. Soy la
fundación del estado religioso y social sobre la voluntad del hombre en vez de la voluntad de Dios. Soy Dios destronado y el hombre puesto en su lugar (el hom-
bre llegando a ser él mismo su fin). He aquí por qué me llamo Revolución, es decir, trastrocamiento...» (Cit. por OUSSET, Para que El reine, pág. 102).
«La Revolución —escribe por su parte MONS. FREPPEL— es la aplicación del racionalismo al orden civil, político y social; ése es su carácter doctrinal, el
matiz que la distingue de todos los otros cambios que se han producido en la historia de los Estados... Su principio, lo mismo que su finalidad, es eliminar de
ellos al cristianismo entero, a la revelación divina y al orden sobrenatural para atenerse sólo a lo que los teóricos llaman los datos de la naturaleza y de la ra-
zón» (La Revolución Francesa, Ed. Fayard, 1928, p. 20-21).
La Revolución —se ha escrito en una frase luminosa que resume muy bien la esencia del fenómeno revolucionario— es «ante todo la gran Rebelión contra el
Creador y contra su Orden» (H. LE CARON, Comprender la Revolución, Ed. de la Revue Moderne, Paris 1974, p. 9). El estudio de la Revolución, de sus agentes,
de su “quinta columna” y de sus mecanismos es extremadamente importante en la formación doctrinal contra-revolucionaria: se puede consultar útilmente sobre
este tema una obra maestra, la de Juan Ousset, Para que El reine (segunda parte: «Las oposiciones contra la Realeza social de Nuestro Señor Jesucristo»).
4
Unión hipostática: unión de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la Persona de Cristo.
5
MONS. B. TISSIER DE MALLERAIS, Política de Cristo Rey, Fideliter nº 104, marzo-abril de 1995, p. 45 ss.
6
J. OUSSET, Para que El reine.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 41

de Cristo no es exclusivamente espiritual. Desde luego, como dijo el mismo Salvador, no es de este mundo («non
est de hoc mundo»): eso, como confirma el sentido latino de esta palabra, sólo significa que no proviene ni tiene
su origen en este mundo, que proviene de Arriba y no de abajo; pero no por eso deja de ejercerse en este mundo y
sobre este mundo.
Ante Pilatos que le preguntaba: «¿No sabes que tengo poder para crucificarte o para soltarte?», ¿acaso
Nuestro Señor Jesucristo no afirmó solemnemente: «No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado
de Arriba» 1?
5.- Realeza sobre las instituciones y el orden social. La realeza de Cristo se ejerce sobre toda creatura: es
decir que no sólo se ejerce sobre las personas individuales sino que se extiende a todas las sociedades humanas 2.
Pío XI enseña a este propósito que «no se crea que hay diferencia entre los individuos y la sociedad doméstica o
civil, puesto que los hombres, unidos en sociedad, no se hallan menos sujetos al poder de Cristo que cada uno de
ellos en particular. El es la única fuente de la salvación privada y pública: “No hay bajo el cielo otro nombre dado
a los hombres por el que debamos salvarnos”».
Además, el cardenal Pie nos recuerda con toda razón que: «Decir que Jesucristo es el Dios de los indivi-
duos y de las familias pero que no lo es de los pueblos y de las sociedades, es decir que no es Dios. Decir que el
cristianismo es la ley del hombre individual pero no del hombre colectivo, es decir que el cristianismo no es divi-
no. Decir que la Iglesia es juez de la moral privada y doméstica pero que no tiene nada que ver con la moral pú-
blica de la política, es decir que la Iglesia no es divina 3.
6.- La paz de Cristo por el reino de Cristo. El reino de Cristo es la condición de la paz verdadera, que se
define como la tranquilidad del orden 4. «La causa de la ruina, o de los desórdenes gravísimos y de los problemas
insolubles de orden moral, política social y económica que nadie puede dominar hoy, es que las naciones rechazan
la Realeza social de Nuestro Señor Jesucristo» 5.
7.- Los derechos del Estado católico. «La celebración de esta festividad, que se renueva cada año —
subraya Pío XI— servirá también para advertir a las naciones que la obligación de venerar a Cristo públicamente y
de prestarle obediencia incumbe no solamente a las personas privadas, sino también a los magistrados y gobernan-
tes: les despertará la idea del juicio final, en el cual Cristo, no sólo arrojado de la cosa pública, sino también igno-
rando y despreciado, vengará acerbamente las injurias recibidas, ya que su real dignidad exige que la sociedad ente-
ra se conforme a los divinos mandamientos y a los principios cristianos, ya en el fundar las leyes, en el administrar
la justicia, ya, finalmente, en el informar las almas juveniles en la sana doctrina y la pureza de costumbres».
No olvidemos que el Estado tiene, como cualquier sociedad, la obligación de:
a) dar a Cristo un culto público;
b) obedecer a la ley divina en su acción, en sus leyes, en su administración y en todas las institucio-
nes que dependen de él.
8.- La realeza de Cristo y la salvación de las almas. Cristo tiene que reinar en la sociedad en vista a la
salvación de las almas, es decir, que el espíritu de Cristo tiene que inspirar las instituciones, las leyes, la cultura y
las costumbres. Esto es lo que subrayaba Pío XII cuando afirmaba en su radiomensaje del 1 de junio de 1941:

1
En adelante, ya no se puede dudar; la realeza del Hijo de Dios no es sólo una realeza sobre las almas; sino también una realeza social, puesto que es el origen
mismo del poder de Pilato. Prueba cierta, pues, de que el poder civil de ningún modo está fuera de su imperio. Por propia confesión Jesús es rey en este ámbito,
como en todos los demás. Su reino no conoce límites. Llena el universo. Tal es la lección del Evangelio.
2
«Toda sociedad —explica el P. PHILIPPE, en el Catecismo de los derechos divinos en el orden social—, lo mismo que el hombre, ha sido creada por Dios, y,
por consiguiente, depende de El con una dependencia absoluta. Esta doctrina se aplica a toda Sociedad, ya se trate de una natural (es decir, impuesta por la na-
turaleza del hombre), o de una libre (es decir, fundada por la voluntad humana. (...) Además del testimonio de Dios y del Espíritu Santo en las Escrituras, y
además del testimonio de la Santa Iglesia, podemos dar algunas pruebas de razón. Toda Sociedad se compone de hombres. Todo hombre es una creatura. Por
eso, las relaciones de los hombres entre sí son cosas creadas. Es más, toda Sociedad y Nación constituye una realidad verdaderamente existente. Esa realidad es
un todo moral, que existe verdaderamente fuera de Dios. Por eso, no es Dios sino que ha sido creada por El, y no puede dejar de depender de El de un modo
supremo, lo mismo que toda creatura depende del Creador».
3
CARDENAL PIE, Obras, tom. 6.
4
«La fuerza de las sociedades —declaraba SAN PÍO X— está en el reconocimiento pleno y entero de la realeza social de Nuestro Señor y en la aceptación sin
reserva de la supremacía doctrinal de Su Iglesia» (22 de octubre de 1913). En efecto, como enseña PÍO XI en la Quas primas, Cristo Rey «es el exclusivo autor
de la prosperidad y de la verdad felicidad, así de cada ciudadano como de cada Estado: “La sociedad civil dichosa no procede de un principio distinto al del
hombre, puesto que la sociedad no es mas que el conjunto de hombres unidos” (SAN AGUSTÍN, Epist. 153 A Macedonio, PL 33, 656). No se nieguen, pues, los
jefes de las naciones a rendir público testimonio de reverencia y de obediencia al imperio de Cristo juntamente con sus pueblos, si quieren con la incolumidad
de su poder, el incremento y el progreso de la patria».
5
MONS. TISSIER DE MALLERAIS, Política de Cristo Rey, Fideliter, nº 4, marzo-abril de 1995, p. 44. Se puede consultar igualmente la encíclica de PÍO XI Ubi
arcano Dei, «la paz de Cristo por el reino de Cristo» (23 de diciembre de 1922).
42 CUADERNOS DE LA REJA

«De la forma que se dé a la Sociedad, conforme o no con las leyes divinas, depende y procede el bien o el mal de las
almas, es decir el hecho de que todos los hombres, llamados a ser vivificados por la gracia de Cristo, respiren en las contin-
gencias terrenas que suceden en la vida el aire puro y vivificador de la verdad y de las virtudes morales, o al contrario, el mi-
crobio mórbido y a menudo mortal del error y de la depravación...»
En cambio, es evidente que la Iglesia se enfrenta a dificultades muy grandes en su misión de la salvación de
las almas cuando las instituciones, las leyes y la atmósfera públicas están inspiradas en los principios de la Revo-
lución 1. Esta es la razón por la que el cardenal Pie dijo: «La consecuencia más terrible de la negación de la reale-
za social de Jesucristo es el número tan grande de almas que se alejan de los caminos de salvación».
9.- Las dos espadas. El reconocimiento de la realeza social de Jesucristo implica un reconocimiento de la
soberanía de la Iglesia y de su “poder indirecto” sobre lo temporal. Es la doctrina denominada “de las dos espadas”.
Estudiaremos este poder indirecto de la Iglesia en el capítulo dedicado a las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
10. La crisis actual de la Iglesia y la realeza de Cristo. La declaración de Vaticano II sobre la libertad
religiosa Dignitatis humanae (13 de diciembre de 1965), por el abandono de la doctrina católica sobre el Estado
cristiano, señala «la muerte del reinado social de Nuestro Señor Jesucristo» 2. Trataremos más adelante de las con-
secuencias de la nueva doctrina sobre la libertad religiosa.

II. LOS DEBERES CÍVICOS DE LOS SEGLARES


11.- Defensa de la fe católica. El deber de los católicos es en primer lugar el de procurar mantener la doc-
trina de la fe, especialmente en cuanto a los derechos de Dios, de la Iglesia y de la vida sobrenatural, tanto en la
vida pública como en la privada. Este deber implica necesariamente la refutación y la lucha contra los errores re-
volucionarios. «Para la integridad de la profesión católica se requiere rechazar los principios del naturalismo o ra-
cionalismo, cuyo fin principal es la destrucción completa de las instituciones cristianas y establecer en la sociedad
la autoridad de los hombres, prescindiendo en absoluto de la de Dios» 3.
12.- La jurisdicción de la Iglesia. «En cualquier cosa que haga el cristiano, incluso en el orden de las co-
sas terrenas, no le está permitido descuidar los bienes sobrenaturales; es más, tiene que dirigir todas las cosas al
Supremo Bien como al fin último. Además, todas sus acciones, en cuanto moralmente buenas o malas, es decir en
cuanto son conformes o no al derecho natural y divino, están sujetas al juicio y a la jurisdicción de la Iglesia»,
como enseña de un modo muy claro el Papa San Pío X 4.
Por su parte el Papa León XIII precisa: «Tampoco es permitido adoptar una regla de conducta en privado y
otra en público, de suerte que se respete la autoridad de la Iglesia en la vida privada, y se desconozca en la vida
pública» 5.
13.- La acción temporal de los seglares. Los seglares católicos tienen la obligación de empaparse de la
doctrina política esencial de la Iglesia y de procurar, según sus medios, que penetre en las ideas y en las institu-
ciones. Tienen que trabajar para «la formación de mejores estructuras económicas, políticas, jurídicas y socia-
les» 6, pero también «procurar que nada ofrenda los intereses de la verdadera religión» 7 e «intervenir con todos
los medios lícitos para que la legislación sobre la familia, las normas para una distribución más equitativa de la ri-
queza y para la educación de la juventud, y todas las disposiciones que conciernen el terreno de la fe y de la moral
se realicen según los postulados del pensamiento cristiano y de la enseñanza de la Iglesia» 8.

1
Se entiende fácilmente: cuando las leyes civiles autorizan y legitiman, si no es que favorecen, el divorcio, la unión libre, la homosexualidad, la anticoncep-
ción, el aborto, la pornografía y una multitud de otras plagas; cuando además de la escuela estatal, las instituciones públicas y los medios de comunicación
transmiten una ideología naturalista y racionalista, al cristiano se le vuelve cada vez más difícil lograr su salvación. Como subrayaba muy bien MONS. LE-
FEBVRE: «Si todo el aparato y el condicionamiento social del Estado es laicista, ateo, arreligioso, y más aún, perseguidor de la Iglesia, ¿quién se atreverá a
afirmar que les será fácil a los no católicos convertirse y a los católicos permanecer fieles? Hoy más que nunca, con los modernos medios de comunicación so-
cial y con las relaciones sociales que se multiplican, el Estado influye cada vez más sobre el comportamiento de los ciudadanos, sobre su vida interior y exte-
rior, en consecuencia, sobre su actitud moral, y, en definitiva, sobre su destino eterno» (Un Obispo habla, Ed. Nuevo Orden, B. Aires, págs. 80). Véase tam-
bién el libro de MARCEL DE LA VIGNE DE VILLENEUVE, Satanás en la Ciudad.
2
MONS. LEFEBVRE, Lo destronaron, pág. 210.
3
LEÓN XIII, encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885.
4
SAN PÍO X, carta Singulari quadam al cardenal Kopp, 24 de septiembre de 1912.
5
LEÓN XIII, encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885. Destaquemos que la Iglesia condena también la opinión según la cual «El católico, por ser
también ciudadano, tiene el derecho y la obligación, sin cuidarse de la autoridad de la Iglesia —pospuestos los deseos, consejos y preceptos de ésta, y aun des-
preciadas las reprensiones— de hacer lo que juzgue más conveniente a la utilidad de la patria».
6
PÍO XII, Alocución a los Comités cívicos, 14 de abril de 1953.
7
PÍO XII, ibid.
8
PÍO XII, ibid.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 43

La acción temporal de los seglares tiene que estar regulada por la virtud de la prudencia, virtud moral cuya
función propia es la de «hacer derivar las conclusiones particulares —es decir, las acciones prácticas— de las re-
glas morales universales» 1.
14.- Necesidad de una sólida formación doctrinal. Los seglares que quieren llevar a cabo una acción cí-
vica, política o social correcta tienen que tener absolutamente una sólida formación doctrinal, apoyada en la filo-
sofía política de Santo Tomás y en las enseñanzas de la Santa Sede sobre los problemas de la Sociedad civil, pero
también en los grandes autores contrarrevolucionarios y antiliberales 2.
La experiencia muestra, en efecto, que varios intentos de restauración del orden social cristiano han fraca-
sado o se han desviado de su finalidad inicial porque sus promotores no estaban suficientemente formados doctri-
nalmente, y no supieron evitar las trampas del liberalismo. Sobre este particular, el caso de Le Sillon de Marc
Sangnier es muy instructivo 3.

III. LA VOZ DE LA IGLESIA


15.- Misión de la Iglesia. La Santa Iglesia Católica ha recibido de su divino Fundador la misión de predi-
car el Evangelio a toda creatura y de enseñar a todas las naciones 4. Además de su enseñanza dogmática, tiene una
enseñanza social y política, cuya aplicación proporciona a las naciones orden y paz.
«Cuántos y cuáles remedios pueda y deba ofrecer la Iglesia Católica para la pacificación del mundo lo comprenderá
quien considere qué enseñanzas y consejos dio Jesucristo sobre la dignidad de la persona humana, la pureza de las costum-
bres, la obligación de obedecer, la institución divina de la sociedad, la santidad del sacramento del matrimonio y de la familia
cristiana; lo comprenderá quien considere, además, que Jesucristo trajo del cielo a la tierra éstos y otros dogmas, los confió El
mismo únicamente a su Iglesia con la solemne promesa de ayudarla y de asistirla indefectiblemente, ordenándole predicar
constantemente como infalible maestra a todos los hombres hasta el fin de los siglos.
Constituida por Dios única intérprete y depositaria de estas verdades y preceptos, solamente la Iglesia posee una
inagotable capacidad para preservar la vida humana, el hogar y la sociedad de la deshonra y del materialismo que tan grandes
daños les ha hecho, e introducir en ellos la doctrina de la inmortalidad de las armas, o sea, el espiritualismo cristiano, muy su-
perior al filosófico; capacidad para unir con una como confraternidad y más elevado concepto de la benevolencia a las clases
y al pueblo entero, y para elevar hasta Dios la dignidad rescatada del individuo; capacidad, por fin, para procurar que, corregi-
das y más santamente formadas las costumbres privadas y públicas, todas las cosas estén completamente sometidas a Dios,
que lee en el corazón, profundamente empapadas en sus leyes y doctrinas, a fin de que así los corazones de todos los hombres
privados o públicos y las instituciones de la sociedad civil se compenetren de la consecuencia de su sagrado deber y sea todo
y en todos Jesucristo» 5.
16.- Competencia y ámbito de la intervención del Magisterio de la Iglesia. Nos podríamos preguntar
cuál es la extensión y la “esfera de aplicación” de la doctrina política y social de la Iglesia.
Se puede responder con Pío XII: la competencia de la Iglesia se extiende a los ámbitos «ya sean puramente
sociales o político-sociales que comprometen el orden moral, las conciencias y la salvación de las almas».
«No se puede pretender —destaca el Papa Pío XII— que no están bajo la competencia de la autoridad de la Iglesia» 6.

1
JEAN MADIRAN, Doctrina, prudencia y acciones libres, N.E.L., 1960, p. 13, apoyándose en SANTO TOMÁS, quien precisa: «La prudencia no designa a las vir-
tudes su finalidad ni razona las reglas de la moralidad, que supone conocidas y queridas, sino que sólo discierne y dicta las acciones que les son convenientes»
(Suma Teológica, IIª-IIª, q. 47, a. 6).
2
G. CELIER, Ensayo bibliográfico sobre el antiliberalismo católico, 1986, que enumera un gran número de figuras católicas de los siglos XIX y XX opuestas
al liberalismo, y contiene valiosas indicaciones sobre sus obras.
3
Le Sillon, creado en Francia a finales del siglo XIX por impulso de Marc Sangnier, apuntaba a una restauración del orden social conforme a las exigencias de
la justicia cristiana por una acción apostólica y social dirigida principalmente a los ambientes obreros. Alentada durante un tiempo por el episcopado y por la
Santa Sede, se fue acercando progresivamente a los errores revolucionarios. «El cristianismo de Le Sillon — pudo decir el cardenal Billot— siempre está en
función de su democratismo, y este democratismo cristiano es una deformación del Evangelio en la ideología revolucionaria» (citado por JEAN OUSSET, Para
que El reine, p. 317). SAN PÍO X se vio obligado a condenar el movimiento: «Llegó un día en que Le Sillon descubrió, para ojos perspicaces, algunas tenden-
cias alarmantes. Le Sillon se extraviaba. ¿Podía suceder otra cosa? Sus fundadores, jóvenes, entusiastas y llenos de confianza en sí mismos, no estaban bastante
pertrechados de ciencia histórica, de sana filosofía y de teología sólida ni para afrontar sin peligro los difíciles problemas sociales a que los arrastraba su actitud
y su corazón, ni para precaverse, en el terreno de la doctrina y de la obediencia, contra las infiltraciones liberales y protestantes».
4
Cf. Mat. 28, 18-20; Mar. 16, 15-16.
5
PÍO XI, Encíclica Ubi arcano Dei, 23 de diciembre de 1922.
6
«En materia social, no una, sino muchas y gravísimas son las cuestiones, o meramente sociales o político-sociales, que tocan de cerca el orden ético, la con-
ciencia y la salvación de las almas, no pudiendo por tanto decirse que caen fuera de la autoridad y vigilancia de la Iglesia. Más aún, fuera del orden social exis-
ten cuestiones no estrictamente “religiosas” sino políticas, relacionadas con cada una de las naciones o con las naciones entre sí, que tocan íntimamente el or-
den ético, pesan sobre la conciencia y pueden exponer y muchas veces exponen a grave peligro la obtención del último fin. Así son: el ámbito del poder civil;
las relaciones entre cada hombre y la sociedad; los llamados “Estados totalitarios”, cualquiera que sea el principio de su origen; el “total laicismo del Estado” y
44 CUADERNOS DE LA REJA

Por consiguiente, no se puede contestar la competencia de la Iglesia en lo referente a la parte del orden social
que entra en contacto con la moral. La Iglesia es competente, sigue diciendo Pío XII,
«para jugar si las bases de una organización social determinada están conformes con el orden inmutable de las cosas
que Dios ha manifestado por el derecho natural y la Revelación» 1.
Además, el Magisterio interviene con la doctrina social «sub specie aeternitatis, a la luz de la ley divina, de
su orden, de sus valores y de sus normas» 2; e interviene también para defender y salvar los valores supremos: la
dignidad del hombre y la salvación eterna de las almas 3.
En cambio, la Iglesia no pretende
«fijar reglas en el ámbito práctico, puede decirse que puramente técnico, de la organización social» 4.
17.- Autoridad de la Iglesia en materia política y social. Hay que rechazar la tendencia actual que consiste
en minimizar la importancia de las enseñanzas pontificias del pasado, pretendiendo que como han cambiado las
circunstancias, estas enseñanzas se han vuelto anticuadas. Pío XI criticó enérgicamente esta tendencia que calificó
de modernismo social 5. Los principios de la doctrina política social profesados por el Magisterio de la Iglesia no
pueden cambiar, pues, como afirma el texto del esquema preparado por el concilio Vaticano II sobre el derecho pú-
blico de la Iglesia (y esta afirmación puede aplicarse a los principios de la filosofía política y social):
«Estos principios (...) se apoyan en los derechos absolutamente firmes de Dios, en la constitución y en la misión inmu-
tables de la Iglesia, como también en la naturaleza social del hombre, la cual, siendo siempre la misma a través de todos los
siglos, determina el fin esencial de la misma Sociedad civil a pesar de la diversidad de los regímenes políticos y de las demás
vicisitudes de la historia» 6.
18.- Fuentes de la doctrina política y social de la Iglesia. Las fuentes de esta doctrina son:
a) la Sagrada Escritura;
b) la enseñanza de los Santos Padres y de los Doctores de la Iglesia 7, y particularmente de Santo Tomás de
Aquino 8;
c) la enseñanza de la Iglesia docente, y especialmente de la Santa Sede 9.
19.- Encíclicas pontificias. En particular las encíclicas de los Papas que tratan de los problemas de la So-
ciedad civil, sobre todo las del siglo XIX, constituyen un Corpus doctrinal que no se puede comparar con ningún
otro, y que en cuanto a lo esencial no ha perdido su actualidad; resalta por su homogeneidad a pesar de que suele
ser muy desconocida.
20.- Breve exposición del desarrollo de la doctrina política y social de la Iglesia. La civilización cristia-
na, que tuvo su apogeo en la edad media, constituye la realización práctica del orden político y social según los
principios cristianos, y precede a la explicación y a la formulación teórica de la doctrina católica en estos temas.
«La doctrina social de la Iglesia no es de ningún modo, como podría creerse, de León XIII: la Iglesia no esperó al siglo
XIX para preocuparse por la justicia, la economía, el capitalismo, el liberalismo y el gobierno de los pueblos. Todo el renaci-
miento de la civilización después de las invasiones bárbaras, toda la obra del magisterio y de los teólogos, toda la construcción
hecha por los monjes y los obispos, están ahí para atestiguar la existencia, fecundidad y vitalidad de la doctrina política de la
Iglesia, doctrina que se vivió incluso antes de haberse declarado explícitamente» 10.
Ya hemos hablado de la importancia de las encíclicas de los Papas a partir del siglo XIX. Hay que subrayar

de la vida pública; el absoluto laicismo de las escuelas; la naturaleza ética de la guerra; la legitimidad o ilegitimidad de la misma, tal como en nuestros tiempos
se realiza; la cooperación o resistencia a ella por parte de un individuo de conciencia religiosa; los vínculos y razones morales que unen y obligan a las nacio-
nes» (PÍO XII, Alocución a los cardenales y obispos, 2 de noviembre de 1954).
1
PÍO XII, Discurso del 50º aniversario de la encíclica Rerum Novarum.
2
PÍO XII, Radiomensaje al mundo entero, 24 de diciembre de 1951.
3
PÍO XII, Mensaje a los católicos austriacos, 14 de septiembre de 1952
4
PÍO XII, Radiomensaje del 1 de junio de 1941.
5
«Los mismos, que tal profesan se portan al hablar, escribir, obrar y en todos los actos de su vida como si las doctrinas y los preceptos promulgados tantas ve-
ces por los Sumos Pontífices, por León XIII sobre todo, Pío X y Benedicto XV, hubiesen perdido su primitivo vigor o se hubieran anticuado enteramente. Hay
que reconocer en esto cierta especie de modernismo moral, jurídico y social, que Nos reprobamos cuidadosamente junto con el otro modernismo dogmático»
(PÍO XI, encíclica Ubi arcano, 23 de diciembre de 1922).
6
Esquema preparado para el concilio Vaticano II sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado, y la tolerancia religiosa. CIVITAS, nº 22, septiembre de 2001, p. 44.
7
Se puede particularmente citar: La Ciudad del Dios (De Civitate Dei) de SAN AGUSTÍN.
8
Entre otras, la Suma teológica, en particular la IIª-IIª referente a las virtudes morales; se pueden consultar también los Comentarios sobre Aristóteles y el De
Regimine Principum o De Regno.
9
La recopilación de documentos pontificios sobre los temas políticos y sociales hecha por los monjes de Solesmes, titulada La paz interior de las naciones
(Ed. Desclée, 1962) constituye un instrumento de trabajo sin igual (abreviatura: PIN).
10
CIVIS, Un objetivo: la Realeza social de Nuestro Señor Jesucristo, Civitas nº1, junio de 2001, p. IV.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 45

que el Papado se opuso frontalmente, a nivel de los principios doctrinales, a la Revolución, desde 1789 a 1958. Mar-
cel de Corte decía que: «Hasta finales del pontificado de Pío XII, el catolicismo se mostró siempre como baluarte de
las verdades del sentido común y, según la fórmula admirable de Maurras, “el templo de las definiciones del de-
ber” 1, y por consiguiente, se mostró siempre como adversaria resuelta de los errores revolucionarios. La enseñanza
pontificia en materia política y social hasta Pío XII es un enseñanza netamente contrarrevolucionaria y antiliberal 2.
¿Qué hicieron los Papas desde la Revolución de 1789 (principio de esta nueva etapa de la ofensiva del lai-
cismo), es decir, de la doctrina que pretende excluir a Dios y a su Ley de todas las instituciones humanas? Vamos
a verlo en una breve ojeada histórica.
Pío VI (Papa de 1774 a 1799) condenó la ideología de los derechos del hombre y de la soberanía popular 3.
Gregorio XVI (1830-1846) reprobó, siguiendo a Pío VII (1800-1823), las «libertades modernas» (libertad
de culto, libertad de prensa, etc.) 4.
Pío IX (1846-1878) condenó a su vez firmemente los errores modernos sobre el orden social, especialmen-
te en el Syllabus y en la encíclica Quanta cura (1864) 5. Denunció varias veces y con los mismos términos el
liberalismo católico que comenzaba a surgir en algunos ambientes.
A su sucesor inmediato, León XIII, debemos una notable recopilación de filosofía política y social 6. León
XIII expuso en ella los principios fundamentales del orden social y político según la doctrina cristiana. Mostró la
superioridad de la civilización cristiana que tuvo su apogeo en la edad media, y luego evocó
«aquel pernicioso y deplorable deseo de novedades que en el siglo XVI se apoderó de muchos, después de haber con-
turbado en primer lugar a la religión cristiana; inficionó más tarde a filosofía, y después de ésta, invadió todos los ordenes de
la sociedad. De aquí se han derivado los modernos postulados de una libertad sin freno, proclamados en medio de las graví-
simas agitaciones del siglo XVIII y propuestos como los principios y fundamentos de un nuevo derecho, hasta entonces des-
conocido y en desacuerdo no sólo con el derecho cristiano sino en más de un aspecto aun con el derecho natural» 7.
Y denunció uno tras otro los supuestos “derechos del hombre”, fruto de 1789, y sus consecuencias funestas
para la sociedad.
Se conoce sobre todo a San Pío X por su lucha vigorosa contra el modernismo; condenó además la inci-
piente democracia cristiana (Carta Notre charge apostolique del 25 de abril de 1910) y recordó los principios de
una verdadera acción cívica católica (cf. especialmente en el Motu proprio del 18 de diciembre de 1903 sobre la
acción popular cristiana).
Sabemos que a Pío XI se le pueden imputar ciertas debilidades y errores de gobierno y de juicio político
(como la condenación de la Acción Francesa de Charles Maurras y el abandono de los Cristeros en México). Pe-
ro no es menos cierto que este Papa reafirmó los grandes principios del orden social cristiano en varios destacados
documentos que, en lo esencial, siguen siendo de gran actualidad 8.
A Pío XII le debemos una síntesis magistral de la enseñanza de sus predecesores 9, así como importantes
desarrollos (por ejemplo, sobre la noción de la tolerancia).
Toda esta enseñanza constituye —como dice Jean Ousset— «un monumento de homogeneidad perfecta y
la solidez incomparable». Esta enseñanza es patrimonio nuestro; tenemos que volver a apropiarnos de ella y cono-
cerla, y para eso, estudiarla cuidadosamente.

1
M. DE CORTE, El templo se derrumba, Itineraires nº 164, junio de 1972, p. 319.
2
«Es un hecho que se puede callar pero que no se puede negar: desde el siglo XVIII y el gran empuje revolucionario, sólo el papado ha visto claro, sólo el pa-
pado ha dado la alarma. Los últimos Papas sobre todo no han cesado de proclamar las verdades que deben ser el principio de nuestra salvación. Porque si estu-
diamos el «Syllabus» de Pío IX y las encíclicas de León XIII, de San Pío X, de Benedicto XV, de Pío XI y de Pío XII, es imposible no ver que esas verdades
recordadas a la sociedad cristiana forman un monumento de una homogeneidad perfecta, de una solidez insuperable, de tal forma que, en comparación con este
conjunto prestigioso, nada vale o todo aparece truncado de cuanto el laicismo opone» (JEAN OUSSET, Para que El reine, Speiro 1972, pág. 321).
3
Cf. especialmente la admirable Carta Quod aliquantum del 10 de marzo de 1791, PIN nº 1 ss.
4
Cf. Encíclica Mirari vos, 15 de agosto de 1832, PIN nº 24 ss.
5
Cf. Encíclica Quanta cura, 8 de diciembre de 1864, PIN nº 39-42; Syllabus, misma fecha, PIN nº 43 ss.
6
Entre los principales documentos de León XIII sobre los temas políticos y sociales: la Carta Quod Apostolici muneris (28 de diciembre de 1878) contra el
comunismo y el socialismo (PIN nº 71 ss.); la encíclica Diuturnum illud (29 de junio de 1881) sobre la autoridad del Estado (PIN nº 90 ss.); la encíclica Im-
mortale Dei (1 de noviembre de 1885) sobre la constitución cristiana de los Estados (PIN nº 126 ss.).
7
LEON XIII, Encíclica Immortale Dei, 1885.
8
Cf. Especialmente la encíclica Ubi Arcano Dei (23 de diciembre de 1922) sobre la paz de Cristo por el reino de Cristo (PIN nº 508 ss.); la encíclica Quas
primas (11 de diciembre de 1925) sobre Cristo Rey (PIN nº 521 ss.); la encíclica Divini illius Magistri (31 de diciembre de 1929) sobre la educación cristiana;
la encíclica Quadragesimo anno (15 de mayo 1931) sobre la reconstrucción del orden social; y la encíclica Divini Redemptoris (19 de marzo de 1937) conde-
nando el comunismo ateo.
9
Ver especialmente MARCEL CLEMENT, La economía social según Pío XII (N.E.L., París, 2 volúmenes) que reproduce casi un centenar de documentos ponti-
ficios (en el volumen 2).
46 CUADERNOS DE LA REJA

SEGUNDA PARTE
EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO
I. EL HOMBRE, ANIMAL SOCIAL Y POLÍTICO
21.- El hombre en la vida social. «El hombre es por naturaleza un animal social y político», enseña santo
Tomás de Aquino 1, pues no puede bastarse a sí mismo: la naturaleza requiere la sociedad —en primer lugar la
familia (o sociedad familiar o doméstica), y luego la sociedad civil (o sociedad política)— para el buen desarrollo
de la vida humana.
«Es una tendencia natural en el hombre, el vivir unido en sociedad; pues siéndole imposible procurarse todo lo necesa-
rio y útil para la vida y alcanzar su perfección espiritual y cultural haciendo vida solitaria, fue destinado por disposición divina
a hacer vida en común con sus semejantes, tanto en la sociedad familiar como en la civil, la única capaz de procurarle una per-
fecta suficiencia de vida» 2.
22.- La sociedad humana. Una sociedad humana es «la reunión de varios hombres que están de acuerdo
en la prosecución de un bien común que todos quieren» 3. Lo que caracteriza a toda sociedad humana, desde la
familia al Estado, es la búsqueda voluntaria común y ordenada de un cierto bien común.
La multiplicidad de fines particulares que se prosiguen en común explica la multiplicidad y la diversidad de
comunidades que componen el orden social 4.
Toda sociedad, para existir, proseguir y obtener su finalidad, tiene que poseer una autoridad real, «a quien
incumba señalar a cada miembro del cuerpo social su parte de colaboración en la obra común y que, para ser efi-
caz, debe poseer la facultad de imponer una obligación a cada uno de sus subordinados con vistas al bien común,
que ella, en virtud de su función, está encargada de hacer realizar» 5. Más adelante volveremos a tratar el proble-
ma de la autoridad política.
23.- La sociedad política. «Las comunidades son de rango y orden diverso; la más elevada es la comuni-
dad política, instituida para asegurar el bien completo de la vida humana» 6.
Para asegurar la protección, la coordinación de las actividades y, finalmente, la armonía del cuerpo social,
hace falta un poder supremo 7. A esta estructura institucional, política y jurídica, que asegura la dirección del con-
junto orgánico y jerárquico que componen las distintas comunidades, es a lo que llamamos Estado.
Más adelante volveremos a tratar en detalle la cuestión del Estado.
24.- El bien común temporal 8. Pío XII define el bien común como:
«la realización de tales condiciones públicas normales y estables que, ni a los individuos ni a las familias les resulte di-
fícil llevar una vida digna, regular y feliz según la ley de Dios». « Este bien común —añade el Papa— es el fin y la regla del
Estado y de sus órganos» 9.

1
De Regimine principum, cap. 1.
2
LEÓN XIII, encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885, PIN nº 128.
3
TAPARELLI, Ensayo teórico de derecho natural, nº 319. «Parece que una sociedad no es más que un conjunto de hombres que se reúnen para realizar algo en
común», SANTO TOMÁS DE AQUINO, Contra impugnantes Dei cultum ac religionem, c. 3.
4
Las diversas sociedades pueden distinguirse según diferentes criterios: «Divídense las sociedades en naturales y artificiales, según seamos impelidos a ellas
por una ley de nuestra naturaleza o sean fruto de una convención arbitraria; en iguales y desiguales, según todos sus miembros tengan o no los mismos dere-
chos y los mismos deberes, bajo una autoridad común a todos; en simples y compuestas, según estén integradas inmediatamente por individuos o por otras so-
ciedades más pequeñas y a su vez más o menos complejas; en perfectas e imperfectas, según tengan o no en su poder todo cuanto es necesario para realizar su
propio fin» (P. HENRI COLLIN, Manual de filosofía tomista, Luis Gili editor, Barcelona 1950, tomo II, p. 327).
5
Ibid. p. 328.
6
SANTO TOMÁS DE AQUINO, I, Polit., lect. § Deinde cum dixit maxime autem.
7
Es importante distinguir el ámbito social del político: «La familia y sus grupos subsidiarios constituyen el tejido social, pues las necesidades del hombre son
tales que necesitan para su satisfacción la cooperación de muchos individuos organizados. Pero también es importante que reine la armonía entre los diferentes
grupos, y que se asegure una protección de todos contra las agresiones exteriores. Esta pluralidad organizada es la que forma la sociedad política. Estamos,
pues, en presencia de dos ámbitos que se distinguen por su naturaleza y finalidad (de las cuales, algunos elementos son comunes). El primero se refiere a la ac-
tividad de cada una de las partes del conjunto: es el social. Cada organización social se encamina a un bien particular. El segundo se refiere a la disposición del
mismo conjunto: es el político. Así, la finalidad de la sociedad política es hacer posible la realización armoniosa de todas las actividades del ámbito social»
(YVES CHRETIEN, Lo social y lo político, CIVITAS, nº 3, diciembre de 2001, p. 27).
8
YVES CHRETIEN, El bien común temporal, fin de la sociedad política, CIVITAS, nº 3, dic. 2001, p. 27 ss.
9
PÍO XII, Alocución al Patriarcado romano, 8 de enero de 1947, PIN nº 981.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 47
«Toda actividad política y económica del Estado —enseña igualmente Pío XII— se ordena a la realización duradera
del bien común, es decir, de esas condiciones exteriores necesarias al conjunto de los ciudadanos para el desarrollo de sus cua-
lidades, sus funciones, y su vida material, intelectual y religiosa» 1.
Como vemos, la noción natural y cristiana del bien común no coincide con la noción moderna del interés
general, de connotación utilitarista y materialista 2.

II. LA AUTORIDAD
25.- Necesidad de la autoridad. Santo Tomás enseña: «La vida en sociedad no podría extenderse a mu-
chos individuos sin la presidencia de un hombre encargado de proveer al bien común. Los que son muchos, por sí
mismos se dirigen a muchas cosas; pero lo que es uno, se dirige a una sola cosa» 3.
«Mas, como quiera que ninguna sociedad puede subsistir ni permanecer si no hay quien presida a todos y mueva a ca-
da uno con un mismo impulso eficaz y encaminado al bien común, síguese de ahí ser necesaria a toda sociedad de hombres
una autoridad que la dirija; autoridad que, como la misma sociedad, surge y emana de la naturaleza, y, por lo tanto, del mismo
Dios, que es su autor» 4.
26. Noción de la autoridad política. El P. Taparelli define la autoridad como «el derecho a determinar, en
la inmensa variedad de los juicios humanos, una regla a la que todos los demás tienen que conformarse
forzosamente en sus acciones sociales».
Sin embargo, esta definición tiene el inconveniente de omitir el vínculo entre la legitimidad de la autoridad
y la prosecución del bien común 5. Como señala Yves Chrétien:
«la autoridad se define por su función de asegurar la unidad de acción de los ciudadanos en vistas al bien común.
Además, la relación que el jefe mantiene con el bien común constituye la autoridad. Esta relación del Príncipe con el bien
común se funda en su voluntad de obtener el bien común. Esta integración tiene que ser habitual y eficaz» 6.
Se puede decir:
– que la autoridad se define esencialmente por su función propia, que es la de asegurar la unidad de acción
de los miembros del cuerpo social cuando prosiguen el bien común;
– que el que posee la autoridad tiene que tener la intención habitual de promover y defender el bien común.
En caso contrario (es decir, si objetivamente no hay intención habitual y eficaz de promover el bien co-
mún), el Príncipe (el jefe de Estado) no tiene autoridad política, sino lo que se puede llamar poder político al que
le falta legitimidad 7.
27.- La ley, instrumento de la autoridad política. El bien común temporal, como hemos visto, es el fin de
la sociedad política.
«El fin de la sociedad humana es la felicidad temporal subordinada a la bienaventuranza eterna. La voluntad bien or-
denada piensa que puede alcanzar la verdadera bienaventuranza. Por eso, el arte que tiende a hacer feliz al hombre tiene que
dirigir sus esfuerzos sobre todo al perfeccionamiento de la voluntad. La sociedad, por consiguiente, o, lo que viene a ser lo
mismo, la autoridad social, tiene que hacer de este arte su principal aplicación; tiene que dirigir todos los demás medios de la
política hacia ese fin» 8.

1
PÍO XII, Radiomensaje al mundo entero, 24 de diciembre de 1942, PIN nº 782.
2
«El bien común temporal —enseña León XIII— es principalmente un bien moral» (Encíclica Rerum novarum, 15 de mayo de 1891). «Este bien común natu-
ral —advierte por su parte el P. LACHANCE— es así principio primero de la vida comunitaria, contrariamente a lo que se piensa, y en una gran parte espiritual»
(citado por YVES CHRETIEN, art. cit., p. 29).
3
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, I, qu. 96, art. 4.
4
LEÓN XIII, encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885.
5
Vínculo que SANTO TOMÁS DE AQUINO y la enseñanza de la Santa Sede en muchos documentos ponen en evidencia. Cf. Por ejemplo LEÓN XIII: el poder
considerado en su naturaleza «está constituido (...) para proveer al bien común, fin supremo que da su origen a la sociedad humana» (Carta Au milieu des solli-
citudes, 16 de febrero de 1892, PIN Nº 321).
6
YVES CHRETIEN, Autoridad, bien común y guerra, pro manuscripto. El autor precisa: «Además, está claro que la esencia de la autoridad tiene que incluir una
relación con el fin, pues procede de la naturaleza de la sociedad. Ontológicamente la naturaleza de la sociedad es un orden cuyo principio es la finalidad. No
hay que extrañarse, pues, de que lo que es inherente a la esencia de la sociedad, es decir, la autoridad, suponga por naturaleza cierta relación con el fin de la so-
ciedad. Esta relación es la voluntad de obtener el bien común temporal que tiene el Príncipe».
7
La posesión de autoridad —señala MARCEL DE LA BIGNE DE VILLENEUVE— «sigue siendo esencialmente precaria y su legitimidad es sucesiva y jamás de-
finitiva, ni adquirida una vez por todas, es decir que tiene que renovarse en cada momento, y pierde su título tan pronto como deja de cumplir su función. No
podría, pues, ser reconocida ni garantizada por el derecho salvo si se somete a cierto número de reglas estrictas, de las cuales la primera es que se dedique no a
la satisfacción ni al bien individuales de su o sus titulares provisionales, sino a los de todos sus súbditos y al bien de todos» (Principios de sociología política y
de estatología general, Ed. Sirey, París, 1957, p. 58).
8
TAPARELLI D'AZEGLIO, S.J., Ensayo teórico de Derecho natural, nº 920.
48 CUADERNOS DE LA REJA

«La política, el arte que perfecciona la voluntad o la educación civil de los pueblos, se puede definir como “el arte de
presentar públicamente a los individuos asociados, a su inteligencia, a su imaginación y a su sensibilidad, objetos que puedan
provocar la voluntad a que abrace el bien honesto y conducirlo a él por una especie de sensibilidad moral”. Este arte puede en-
focarse en su parte positiva, al presentar esos objetos; y en su parte negativa, cuando aleja los objetos contrarios» 1.
Esta educación cívica de los ciudadanos se realiza principalmente por medio de las leyes. La autoridad, cu-
ya noción hemos examinado anteriormente, puede, pues, definirse como “la facultad de hacer leyes”.
León XIII, siguiendo a Santo Tomás, define la ley como el «imperio de la recta razón, dado por el poder le-
gítimo y dirigido al bien común» 2.
Las buenas leyes, conformes a la ley divina y a la ley natural, y promulgadas teniendo prudentemente en
cuenta las circunstancias, tienen como efecto hacer buenos a los ciudadanos y conducirlos a la virtud 3. Son inclu-
so útiles para los malos —explica Santo Tomás— en la medida en que les ayudan a detenerlos en el progreso de
sus faltas, y les facilitan el regreso al bien y se acostumbren a la vida virtuosa 4. En cambio, una ley injusta y en
contradicción abierta con el derecho natural y cristiano (como las leyes de secularización de los siglos XIX y XX,
la ley del divorcio, del aborto, etc.), no podría obligar en la medida en que no realiza las condiciones de ley 5.
Hablando con propiedad, no es ninguna ley.
La Iglesia reprueba, pues, el error del positivismo jurídico y, de modo general, toda concepción jurídica que
conduce a negar, teórica o prácticamente, la sumisión de la ley humana y de la autoridad política al derecho natu-
ral y divino:
«Sustraída al derecho su base constituida por la ley divina natural y positiva, y por lo mismo inmutable, no queda sino
fundarlo sobre la ley del Estado como norma suprema, y he aquí puesto el principio del Estado absoluto. A su vez este Estado
absoluto buscará necesariamente someter todas las cosas a su arbitrio y, especialmente, hacer servir el mismo derecho a sus
propios fines.
El simple hecho de ser declarado por el poder legislativo norma obligatoria del Estado, tomado sólo y por sí, no basta
para crear un verdadero derecho» 6.

III. LA PERSONA Y LA SOCIEDAD CIVIL


28.- El problema de la relaciones entre la persona y la sociedad civil. La solución correcta de la relacio-
nes entre la persona y la sociedad civil (la Civitas) es extremadamente importante. La auténtica doctrina católica
sobre este punto, fundada en santo Tomás de Aquino, se opone tanto al error del totalitarismo como al del perso-
nalismo 7 y al del liberalismo (dos errores que triunfan actualmente en la Iglesia).
29. La doctrina católica. Una gran parte de la información que va a seguir proviene de un folleto del P.
Jean-Marc Rulleau 8. Dada la complejidad del tema, sólo podemos dar breves indicaciones, invitando vivamente
al lector a ahondar el tema con el estudio de las obras citadas.
«Si la persona humana —explica el P. Rulleau— es una realidad absoluta y primera en el orden sobrenatu-
ral y en el orden del ser (o de la existencia metafísica) por su alma inmortal, en cambio en el orden del obrar natu-
ral o, si se prefiere, en el de la vida humana concreta, no es nada» 9. La persona humana no es el principio de la
sociedad 10.
1
Ibid. nº 922.
2
LEÓN XIII, Encíclica Sapientiae Christianae (cf. SANTO TOMÁS, Sum. Teol. Iª-IIª, q. 90, a. 4).
3
SANTO TOMÁS explica que «lo propio de la ley es inducir la virtud a los que le están sometidos (...). Si la intención de legislador se dirige al bien común regu-
lado por la justicia divina, los hombres se vuelven buenos por la ley» (Sum. Teol. Iª-IIª, q. 92, a. 1).
4
Sum. Teol. Iª-IIª, q. 95, a. 1.
5
«Las leyes humanas que están en contradicción insoluble con el derecho natural están marcadas con un defecto original que ninguna coacción ni despliegue
exterior de poder puede remediar» (PÍO XI, encíclica Mit Brennender Sorge, 14 de marzo de 1937).
6
PÍO XII, Alocución al Tribunal de la Rota, 13 de noviembre de 1949. El Papa prosigue: «El “criterio del simple hecho” vale sólo para Aquél que es el autor y la regla
soberana de todo derecho, Dios. Aplicarlo al legislador humano indistinta y definitivamente, como si su ley fuese la norma suprema del derecho es el error del positi-
vismo jurídico en el sentido propio y técnico de la palabra; error que está en la base del absolutismo del Estado y que equivale a una deificación del mismo Estado».
7
Se puede definir al personalismo como «la doctrina que afirma que el fin del hombre, como persona, es superior al de la sociedad civil», o también, como «la
doctrina que subordina el bien común al bien de la persona humana en particular, o al bien del hombre particular en cuanto persona» (MONS. HENRI GRENIER,
El personalismo, revista La sal de la tierra, nº 21).
8
JEAN-MARC RULLEAU, Modernismo y catolicidad, Ed. Tradiffusion, Bulle, 1996. Ver también el estudio de MONS. BERNARD TISSIER DE MALLERIAS sobre
la encíclica de Juan Pablo II Veritatis splendor, en la revista La sal de la tierra, nº 9, verano de 1994.
9
JEAN-MARC RULLEAU, Op. cit., p. 35; MARCEL DE CORTE, Cuarta nota sobre la pastoral, Itineraires nº 229, enero de 1979, p. 107.
10
MARCEL DE CORTE explica: «En materia de acción humana, que proviene de una naturaleza razonable, el principio y la causa determinante es el fin que se
pretende, pues sólo se obra en vista de un bien y de un bien concreto (...). Ahora bien, el bien humano concreto sólo puede existir en cierta amplitud humana
bajo la forma del bien común y bajo la modalidad de un acuerdo, de un entendimiento y de una amistad entre los miembros de una sociedad. La familia supone
en sí misma la unión de sus miembros, y lo mismo la sociedad civil; si no, de sociedades sólo tendrían el nombre (...). Es importante, pues, afirmar vigorosa-
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 49

Como hemos visto anteriormente, el hombre es naturalmente un animal social y político.


«Cada hombre nace y vive en una comunidad familiar, provincial, nacional, profesional, cultural... La
comunidad política es la primera con relación a la persona humana» 1.
Santo Tomás enseña:
«Según la naturaleza, la Sociedad civil es más importante que el individuo» 2.
«El hombre encuentra su término y plenitud en las diversas comunidades de las que forma parte. Precisamente gracias
a esas comunidades y en ellas mismas (familia, ciudad, provincia, país), jerarquizadas y ordenadas entre sí, el hombre puede
ejercer y desarrollar su libertad. La felicidad no es algo privado, si no una realidad común. Gracias a la educación que recibe,
por medio de la sumisión a las autoridades y al bien común (lo que supone algunas coacciones o incluso sanciones), el hom-
bre puede desarrollarse espiritual y corporalmente» 3.
«La persona es con relación a la sociedad lo mismo que una parte con relación al todo; está ordenada al to-
do» 4. Es una aplicación del principio de totalidad.
Esta doctrina ha sido totalmente reducida a la nada por Vaticano II y el magisterio posconciliar, como ve-
remos más adelante 5.

IV. LA FAMILIA
30.- La ofensiva contra la familia. «La familia se ve atacada hoy por todas partes y (...) todo conspira para
profanarla, arrancándole la fe, la religión y las buenas costumbres» —decía Pío XII 6. Particularmente, son objeto

mente que la persona humana en cuanto tal no es el principio de la sociedad. Su principio es su fin, irreductiblemente inscrito en su naturaleza social, y al que
está completamente subordinada» (MARCEL DE CORTE, Cuarta nota sobre la pastoral, Itineraires nº 229, enero de 1979, p. 108).
1
RULLEAU, op. cit., p. 35.
2
RULLEAU, op. cit., p. 35 («Bonum unius hominis non est ultimus finis, sed ordinatur ad commune bonum»: Iª-IIª, qu. 90. art. 3, ad. 3). El Doctor Angélico es-
cribe también: «El bien común es siempre y para todos más amable que el propio, lo mismo que una parte prefiere el bien del todo a su bien como parte» (Iª-
IIª, qu. 109. art. 3, c.). Y también: «Entre el bien común de la Sociedad civil y el bien particular de una sola persona hay una diferencia que no es cuantitativa,
sino esencial: la razón del bien común es distinta de la del bien singular, lo mismo que la razón de parte es distinta de la del todo» (IIª-IIª, qu. 58. art. 8, ad 2).
Cf. Los comentarios de MARCEL DE CORTE, Cuarta nota sobre la pastoral, en Itinéraires, nº 229, enero de 1979, p. 109.
3
RULLEAU, op. cit., p. 35-36.
4
RULLEAU, op. cit. Sobre el tema de las relaciones entre la persona y la Sociedad civil, se puede consultar con provecho el estudio mencionado de MONS.
TISSIER DE MALLERAIS, que explica: «Para que el hombre lleve una vida buena se requieren dos condiciones: la primera, que es la principal, es que obre según
la virtud (pues la virtud es aquello por lo que se vive bien); la otra es secundaria y como instrumental: la suficiencia de bienes corporales, cuyo uso es necesario
para la práctica de la virtud (...) A esto hay que añadir el bien de la paz, porque la unidad de la multitud no es una unidad sustancial, sino de orden, que hay que
mantener con un cuidado especial».
«Además —prosigue— el bien de la multitud (el bien común) es un bien complejo, compuesto de tres elementos: 1.- “La unidad de la paz”, como
condición previa; 2.- “La cantidad suficiente de cosas necesarias para la vida buena” (bienes colectivos o bienes destinados a distribuirse, bienes útiles
o bienes honestos); 3.- “Lo que dirige a un modo correcto de obrar” (por las leyes, costumbres, tradiciones familiares o nacion ales...). Todo este conjun-
to de bienes, comunes a todo el mundo colectiva o distributivamente, constituyen el “bien común” de la sociedad, que tiene que procurar el rey —dice
santo Tomás—, y que se ordena a la vida buena, es decir, a la vida virtuosa de la multitud: de todos y de cada uno».
El Papa Pío XII enseña lo mismo: «El bien común, es decir, la realización de tales condiciones públicas normales y estables que, ni a los individuos ni a
las familias les resulte difícil llevar una vida digna, regular y feliz según la ley de Dios; este bien común es el fin y la regla del Estado y de sus organismos» (Alo-
cución al patriarcado romano, 8 de enero de 1947, PIN. nº 981).
Mons. Tissier esclarece luego el hecho de que el bien común es una condición de la vida virtuosa: «Por eso hay que decir que la vida virtuosa —que
es el fin próximo del hombre y de la multitud— está condicionada por el bien común. El bien común es incluso causa de la vida virtuosa de los ciuda-
danos, puesto que sólo la vida en comunidad puede hacer que cada uno practique las virtudes sociales (...): justicia, amistad, abnegación..., que perfec-
cionan al hombre con relación a su prójimo y a toda la sociedad. A este propósito, las instituciones de la sociedad son como un molde o forma, la causa
formal de la perfección de la persona. Pero como la forma es también el fin, las personas tienen que dejarse formar consciente y libremente, y ordenarse
voluntariamente a la sociedad como a un fin, como la materia se ordena a la forma. La persona alcanza la perfección de la vida virtuosa en su misma
ordenación a la sociedad civil».
«Así pues, la sociedad civil es un fin para la persona y la forma de su vida buena y perfecta. Esta es una verdad que el magisterio o lo que ocupa su
lugar ha olvidado mucho desde hace décadas. Es la aplicación del principio de totalidad, según el cual la parte es para el todo; eso quiere decir:
1.- La parte tiene que proporcionarse al todo y subordinar su bien particular al de la multitud. Aquí vale lo que Santo Tomás dice siguiendo a Aristó-
teles: “El hombre entero está subordinado como a un fin a toda la comunidad de la que forma parte”.
2.- En la medida de su inserción en el todo y de su prestación y colaboración con el bien común, la parte alcanza la perfección de su operación: “Sólo
forman realmente parte de la multitud los que están unidos para colaborar a una vida buena”».
Sin embargo, Mons. Tissier plantea una pregunta importante: «¿Quiere decir esto que, en el orden temporal, la sociedad civil es el fin último de la persona?
Hay que distinguir. Si la sociedad civil es una sustancia distinta de la persona de la cual es su socio o adversario, decir que la persona es para la sociedad civil
es profesar el totalitarismo condenado por los Papas. Pero si la sociedad civil sólo es una unidad de orden y de operación, “quod accidit personae: que se aña-
de ‘per accidens’ a la persona” como un bien añadido y que consiste eminentemente en la vida virtuosa, en ese caso no hay ningún inconveniente en decir que
la persona es para la sociedad civil: no para las instituciones sociales, por supuesto, que son sólo medios, sino para la sociedad civil como vinculación en la vi-
da virtuosa, en la que consiste la perfección temporal, tanto del hombre individual como de la multitud ordenada».
5
RULLEAU, op. cit., p. 33 ss.
6
PÍO XII, Oración por la familia, compuesta el 31 de octubre de 1954 en la fiesta de Cristo Rey.
50 CUADERNOS DE LA REJA

de los ataques de la propaganda y de la legislación revolucionarias 1: la autoridad del esposo sobre la esposa y los
hijos, la indisolubilidad del matrimonio (con la institución del divorcio), la libertad familiar escolar, y las leyes de
la unión conyugal (con la difusión de la anticoncepción y la legalización, cuando no la promoción, del aborto).
31.- La familia, sociedad natural. La familia es una sociedad natural 2, necesaria al hombre e instituida
por Dios —enseña Pío XI—, «para su finalidad propia, que es la procreación y la educación de los hijos» 3. Es la
base del edificio social, la «célula fundamental» de la sociedad. Su constitución ha sido fijada por Dios: «Así co-
mo el matrimonio y el derecho a su uso natural son de origen divino, así también la constitución y las prerrogati-
vas fundamentales de la familia han sido determinadas y fijadas por el mismo Creador y no por la voluntad huma-
na o por factores económicos» 4.
32.- El matrimonio. El matrimonio es de institución divina 5. Está fundado en la unión indisoluble de los
esposos. La Iglesia reprueba el divorcio y protesta contra la institución legal del divorcio, auténtica plaga de con-
secuencias desastrosas tanto para los individuos como para la sociedad 6. ¿Cuál es el fin del matrimonio? El códi-
go de derecho canónico de 1917 indica: «El fin primero del matrimonio es la procreación de los hijos y su educa-
ción» (c. 1013).
33.- La autoridad en la familia. «El hombre es cabeza de la mujer» —enseña san Pablo 7. En toda socie-
dad existe un principio de unidad, una autoridad, un jefe; la sociedad familiar no es una excepción a esta regla. La
autoridad del padre de familia, ejercida con prudencia, recibida con digna y noble obediencia por la esposa,
establece la paz del hogar y lo que San Agustín llama «el orden del amor».
34.- La natalidad. El Estado tiene que favorecer con sus leyes la vida moralmente buena de las familias, y
procurar que puedan realizar su fin primero, que es la procreación de los hijos según la ley de Dios y su educa-
ción. Al mismo tiempo, la autoridad política tiene que oponerse a la propaganda y a la acción de los promotores
de la anticoncepción, del aborto y, de modo general, de todas las profanaciones de la ley divina que se refieren al
deber conyugal. Pío XI lo explica claramente en la encíclica Casti connubii, y acerca del aborto, declara:
«Finalmente, no es lícito que los que gobiernan los pueblos y promulgan las leyes echen en olvido que es obligación
de la autoridad pública defender la vida de los inocentes con leyes y penas adecuadas; y esto, tanto más cuanto menos pueden
defenderse aquellos cuya vida se ve atacada y está en peligro, entre los cuales, sin duda alguna, tienen el primer lugar los ni-
ños todavía encerrados en el seno materno. Y si los gobernantes no sólo no defienden a esos niños, sino que con sus leyes y
ordenanzas los abandonan, o prefieren entregarlos en manos de médicos o de otras personas para que los maten, recuerden
que Dios es juez y vengador de la sangre inocente, que desde la tierra clama al cielo» 8.
35.- La educación de los hijos. La educación es el primer deber de los padres con sus hijos. «La naturale-
za, el Creador y la Iglesia católica imponen al mismo tiempo a los padres este imperioso deber de la educación de
sus hijos» 9. Los padres cristianos tienen que defender la escuela católica al precio de los mayores sacrificios. Es
evidente que «para la familia cristiana la única escuela que puede haber es la escuela católica» 10.
36.- Intervención del Estado. El Estado moderno inspirado por los principios revolucionarios ha pisoteado

1
Sobre el odio de la Revolución a la familia y su empeño por corromper a la mujer y a la niñez se pueden consultar los testimonios que cita JEAN OUSSET, Pa-
ra que El reine, Ed. 1961, pp. 133 ss.
2
«La sociedad conyugal es de derecho natural —contra lo afirmado por todos los partidarios de la unión libre—, queriendo significar con ello que la ley natu-
ral ha determinado su fin y sus medios esenciales. En efecto, ella es el único medio adecuado para conseguir unos fines en atención a los cuales la naturaleza ha
dotado al hombre de ciertas aptitudes, tendencias específicas y exigencias, a saber: la propagación del género humano por los hijos engendrados y convenien-
temente educados, y la mutua asistencia entre marido y mujer» ( Cf. P. HENRI COLLIN, Manual de filosofía tomista, Luis Gili editor, Barcelona 1950, tomo II,
p. 327; SANTO TOMÁS, Sum. Teol., IIª-IIª, q. 154, a. 2).
3
PÍO XI, Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929. El Papa precisa luego las relaciones entre la familia y las otras dos sociedades necesarias establecidas por
Dios: la Iglesia y la sociedad civil (el Estado), que son dos sociedades perfectas (la Iglesia en el orden sobrenatural; la sociedad civil o Estado en el orden temporal),
al contrario de la familia, que «es una sociedad imperfecta porque no tiene en sí misma todos los medios necesarios para alcanzar su propia perfección».
4
PÍO XI, encíclica Divini Redemptoris, 19 de marzo de 1937.
5
LEÓN XIII, encíclica Arcanum divinae Sapientiae, 10 de febrero de 1880.
6
«Por el divorcio —enseñaba León XIII— los compromisos del matrimonio se vuelven móviles; el afecto recíproco se debilita; la fidelidad recibe un aliento
pernicioso; la protección y la educación de los hijos quedan comprometidas; la dignidad de la mujer se rebaja y disminuye, pues corre el peligro de quedar
abandonada después de haber servido a la pasión del hombre. El divorcio es extremadamente perjudicial a la prosperidad de las familias y de los pueblos, dado
que el divorcio, que es la consecuencia de costumbres depravadas, abre el camino, como muestra la experiencia, a una depravación aún más profunda de las
costumbres privadas y públicas» (Encíclica Arcanum, pref.) Para una explicación de las consecuencias nefastas de la institución del divorcio, véase también, P.
HENRI COLLIN, Manual de filosofía tomista, Luis Gili editor, Barcelona 1950, tomo II, p. 327.
7
Efe. 5, 22-23. El Apóstol precisa que esta autoridad, como cualquier otra, viene de Dios: «Omnis potestas a Deo» (Rom. 13, 1).
8
PÍO XI, encíclica Casti connubii, 31 de diciembre de 1930.
9
R. P. NOEL BARBARA, Catecismo católico del matrimonio, Ed. Forts dans al Foi, Tours, 1994, p. 269.
10
Ibid., p. 273.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 51

los derechos de las familias. «Decir que la familia toma toda su razón de ser del derecho puramente civil y que, en
consecuencia, todos los derechos de los padres sobre los hijos, incluso el de la instrucción y de la educación, de-
penden de la ley civil, es el error del comunismo y del socialismo» 1.
Con todo, el Estado dispone de auténticas prerrogativas con relación a la familia, por estar encargado del
bien común temporal. De este modo, tiene que «proteger y hacer progresar a la familia y al individuo, pero sin ab-
sorberlos o reemplazarlos» 2.
Como extensión de la familia y en pro del bien común, el Estado puede intervenir también para proteger los
derechos de la familia 3, en particular el derecho a la educación cristiana de los hijos 4. Tiene que preocuparse
también de las necesidades materiales de las familias pobres —y especialmente de las familias numerosas— a las
que, en caso de necesidad, tiene que ayudar 5.
37.- Defensa de la familia. Los jefes de familia, pero también las esposas cristianas, tienen graves respon-
sabilidades. «Como ella recibe de Dios su existencia, dignidad y función social, la familia es responsable ante
Dios. Sus derechos y privilegios son inalienables e intangibles; tiene el deber, sobre todo ante Dios, y secundaria-
mente ante la sociedad, de defender, reivindicar y promover efectivamente estos derechos y privilegios, no sólo
para sus propias ventajas, sino para la gloria de Dios y para el bien de la colectividad» 6.
Los padres y madres de familia cristianos tienen especialmente que:
a) defender la santidad del matrimonio y del vínculo conyugal;
b) defender la autoridad de los padres 7 y la libertad de educar cristianamente a sus hijos.
c) proteger a la infancia contra la invasión de la perversión de las costumbres, la pornografía y las
modas indecentes.
En la situación política actual (la de un Estado inspirado en los principios revolucionarios, y por lo tanto, de
hostilidad al concepto cristiano e incluso natural de la familia, inmiscuyéndose gravemente en sus prerrogativas),
los padres cristianos tienen que obrar por sí mismos, agrupándose: los Sumos Pontífices han recomendado que se
forme un «Frente de la familia». Pero no tienen que perder de vista que solamente se puede asegurar de modo du-
radero un (relativo) restablecimiento de la situación de las familias volviendo a condiciones políticas normales (es
decir, a un orden político constituido por la autoridad legítima que vele por el bien común). «La familia no puede
mantenerse si un Estado desconoce las leyes esenciales y las reglas fundamentales de su desarrollo» 8.

V. EL ESTADO
38.- Definición de Estado. Ya hemos visto que el Estado es la estructura institucional, política y jurídica
que asegura la dirección de las diversas sociedades que forman el orden social para lograr el bien común temporal.
El profesor Marcel de la Bigne de Villeneuve propone la siguiente definición:

1
PÍO IX, encíclica Quanta cura, 8 de diciembre de 1864.
2
PÍO XI, encíclica Divini illius Magistri, 31 de diciembre de 1929.
3
«El Estado tendría en virtud, por así decir, del instinto de conservación, que cumplir con lo que, esencialmente según el plan de Dios Creador y Salvador, es su
primer deber, es decir: garantizar los valores que aseguran a la familia el orden, la dignidad humana, la salud y la felicidad. Estos valores, que son elementos del
bien común, nunca se pueden sacrificar a lo que podría ser aparentemente un bien común. Mencionemos, sólo a título de ejemplo, algunos que están en la hora
actual en un peligro muy grande: la indisolubilidad del matrimonio; la procreación de la vida antes del nacimiento; la habitación conveniente de la familia, no de
uno o dos hijos o incluso sin ellos, sino de la familia normal más numerosa; el suministro de trabajo, pues que el padre esté en paro es la dificultad más amarga de
la familia; el derecho de los padres sobre los hijos ante el Estado; que los padres tengan plena libertad para educar a sus hijos en la verdadera fe y, por consiguien-
te, el derecho de los padres a la escuela católica; las condiciones de vida pública y, particularmente, una moralidad pública que sea tal que las familias, y sobre to-
do la juventud, no tengan la certeza moral de sufrir su corrupción» (PÍO XII, Alocución a los padres de familia franceses, 18 de septiembre de 1951).
4
PÍO XI lo enseña en estos términos: «Por lo tanto, en orden a la educación, es derecho, o, por mejor decir, deber del Estado, proteger en sus leyes el derecho
anterior —que arriba dejamos descrito— de la Familia en la educación cristiana de la prole; y, por consiguiente, respetar el derecho sobrenatural de la Iglesia
sobre tal educación cristiana. Igualmente toca al Estado proteger el mismo derecho en la prole cuando venga a faltar física o moralmente la obra de los padres,
por defecto, incapacidad o indignidad, ya que el derecho educativo de ellos, como arriba declaramos, no es absoluto o despótico, sino dependiente de la ley na-
tural y divina, y por tanto, sometido a la autoridad y juicio de la Iglesia, y también a la vigilancia y tutela jurídica del Estado en orden al bien común; y además
la Familia no es sociedad perfecta que tenga en sí todos los medios necesarios para su perfeccionamiento. En tal caso, por lo demás excepcional, el Estado no
suplanta ya a la Familia, sino suple el defecto y lo remedia con medios idóneos, siempre en conformidad con los derechos naturales de la prole y los derechos
sobrenaturales de la Iglesia» (Encíclica Divini illius Magistri).
5
PÍO XI, encíclica Casti connubii, 31 de diciembre de 1930.
6
PÍO XII, Alocución a los padres de familia franceses, 18 de septiembre de 1951.
7
PÍO XI denunciaba ya vigorosamente en su encíclica Casti connubii «los sistemas que apelan a una supuesta autonomía y a una libertad sin límites del niño,
reduciendo o incluso suprimiendo la autoridad y la función del educador, atribuyendo al niño un derecho primero y exclusivo de iniciativa».
8
Por una política familiar, en Verbo, nº 30, p. 4.
52 CUADERNOS DE LA REJA

«El Estado es una unidad política y jurídica durable, constituida por una aglomeración humana, que forma en un terri-
torio común un grupo independiente sometido a una autoridad suprema».
39.- Distinción entre Estado, patria y nación. Hay que distinguir el Estado de la patria, la «tierra de los
padres» 1, y también de la nación, que se puede definir como «el conjunto de herederos, que tienen un lugar co-
mún por su “nacimiento” (natus). Es la comunidad viva de los herederos pasados, presentes y futuros. La nación
implica una dimensión de solidaridad en el tiempo y en el espacio, y la idea de comunidad de destino» 2.
«Si la Patria se refiere sobre todo a la herencia, la Nación se refiere a la comunidad viva de los herederos que se trans-
miten y administran esa herencia que es la Patria» 3.
40.- El Estado, colectividad humana.
«El Estado —subraya Pío XII— no encierra en sí mismo ni reúne mecánicamente en un territorio concreto una aglo-
meración amorfa de individuos. Es y tiene que ser en realidad la unidad orgánica y organizadora de un verdadero pueblo» 4.
Dicho de otro modo:
«Las células sociales son, pues, aquí, de ley ordinaria, no los individuos, sino las familias, que, unidas a su vez en mu-
nicipios, provincias y, con respecto a algunos de sus miembros, en asociaciones profesionales, constituyen de este modo los
diferentes órganos de desigual importancia del cuerpo social, del Estado, en el que, bajo una autoridad civil única, se hallan
asociadas entre sí por una comunidad de intereses, derechos y deberes, en un determinado territorio, necesario para su com-
pleta organización» 5.
Esta concepción orgánica de la sociedad civil se opone directamente a los “principios inmortales” de 1789,
y en particular al individualismo revolucionario que, tendiendo a debilitar o a destruir la familia y los distintos
cuerpos intermediarios, acaba enfrentando al individuo con el Estado 6.
41.- El bien común, finalidad del Estado. Hemos examinado más arriba la noción del bien común tempo-
ral. Recordemos que Pío XII lo define como: la realización duradera
«de las condiciones exteriores necesarias para que el conjunto de ciudadanos pueda desarrollar sus cualidades, sus fun-
ciones, y su vida material, intelectual y religiosa» 7.
La obtención del bien común es el fin del Estado; tiene que esforzarse en promoverlo a través de las leyes
que promulga, y de las administraciones e instituciones que dependen de él.
«Es, por tanto, noble prerrogativa y misión del Estado inspeccionar, ayudar y ordenar las actividades privadas e indivi-
duales de la vida nacional, para hacerlas converger armónicamente al bien común; el cual no puede determinarse por concep-
ciones arbitrarias, ni recibir su norma, en primer término, de la prosperidad material de la sociedad, sino, más bien, del desen-
volvimiento armónico y de la perfección natural del hombre, para la que el Creador ha destinado la sociedad como medio» 8.
La corrupción de la auténtica noción del bien común explica muy bien la decadencia política y social ac-
tual, como ya subrayaba Pío IX:
«¿Quién no ve y no siente claramente que una sociedad, sustraída a las leyes de la religión y de la verdadera justicia,
no puede tener otro ideal que acumular riquezas, ni seguir más ley, en todos sus actos, que un insaciable deseo de satisfacer la
indómita concupiscencia del espíritu sirviendo tan solo a sus propios placeres e intereses?» 9.

1
«La patria —escribe JEAN-MARIE LAGARDE— se define como la “tierra de los padres”, y el capital y herencia que nos dejan los antepasados, herencia mate-
rial e igualmente espiritual y moral. Es ante todo un suelo, un territorio y una línea trazada en el mapa. Como dijo Péguy, es esa cantidad de tierra en la que se
habla una lengua, y en la que pueden reinar unas costumbres, un espíritu, un alma y un culto. “Es esa porción de tierra en la que puede respirar un alma, y don-
de un pueblo puede no morir”. Una patria es un territorio concreto que han transformado las generaciones humanas cultivándolo, explotando sus canteras y
minas, construyendo casas, castillos, fábricas, carreteras, hospitales, universidades, ayuntamientos, palacios de justicia, cementerios, imprentas, iglesias y cate-
drales. “Una patria son los campos, los muros, las torres y las casas; son los altares y las tumbas: (...) no hay nada tan concreto en el mundo” (CH. MAURRAS).
La patria es, por consiguiente, el fruto de lo que la historia ha realizado en un pueblo» (en Civitas, nº 4).
2
J.M. LAGARDE, art. cit.
3
J.M. LAGARDE, art. cit.
4
PÍO XII, Radiomensaje de Navidad 1944, D.C. 1945, col. 4. Cf. también M. DE LA BIGNE DE VILLENEUVE, Principios de sociología política y de estadolo-
gía general, Ed. Sirey, París 1957, p. 90: «Para formar un Estado, los hombres no tienen que estar aislados ni únicamente yuxtapuestos sino reunidos en comu-
nidad. Eso significa que una colectividad estática sólo será viable si constituye una asociación de asociaciones y no una asociación de individuos».
5
P. HENRI COLLIN, Manual de filosofía tomista, Luis Gili editor, Barcelona 1950, tomo II, p. 349.
6
Sobre las teorías individualistas y su refutación, P. HENRI COLLIN, Manual de filosofía tomista, Luis Gili editor, Barcelona 1950, tomo II, p. 348.
7
PÍO XII, Radiomensaje del 24 de diciembre de 1942. El Papa, en otra alocución, precisa esta noción: «Este bien común, vale decir el establecimiento de con-
diciones públicas normales y estables, de modo que tanto a los individuos como a las familias no les sea difícil llevar una vida digna, arreglada y feliz según la
ley de Dios, es el fin y la norma del Estado y de sus órganos» (Alocución a los patricios romanos, 8 de enero de 1947, en BELAUNDE, La Política en el Pensa-
miento de Pío XII).
8
PÍO XII, encíclica Summi Pontificatus, 20 de octubre de 1939. El Papa subraya que ahí está la auténtica alma del Estado: «El alma de todo Estado, sea cual
sea, es el sentido íntimo y profundo del bien común...» (PÍO XII, Radiomensaje al pueblo suizo, 15 de septiembre de 1946). «Considerado en su naturaleza, el
poder civil está constituido y se impone para alcanzar el bien común, fin supremo que da su origen a la sociedad humana» (LEÓN XIII, Au milieu des solicitu-
des, 16 de febrero de 1892). «La autoridad civil no tiene que servir, bajo ningún pretexto, al beneficio de uno solo o de un reducido número, puesto que ha sido
constituida para el bien común» (LEÓN XIII, encíclica Immortale Dei, 1885).
9
PÍO IX, encíclica Quanta cura, 8 de diciembre de 1864.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 53
42.- La autoridad del Estado. Todo Estado —enseña Pío XII— tiene que «estar investido del poder de
mandar con una autoridad verdadera y efectiva» 1. Es decir, que la autoridad política, «autoridad superior provis-
ta de derecho de coacción» 2, y por consiguiente soberana, es de necesidad constitutiva en el orden social.
La exigencia de una autoridad «verdadera y efectiva» en el Estado, lo mismo que la unidad de éste, obliga a
rechazar la teoría de la separación de poderes que, no obstante, no hay que confundir con una sana distinción de
las funciones.
Esta teoría elaborada por Montesquieu (que pretende evitar las posibles derivas del Estado hacia la tiranía,
confiando los poderes legislativo, ejecutivo y judicial a organismos distintos e independientes), teoría consagrada
por la Declaración de los derechos del hombre de 1789, corresponde —como subraya Arnaud de Lassus— a una
concepción más dialéctica que orgánica del Estado. Esa es la razón por la que los Papas, antes de la crisis actual,
no la habían jamás ratificado 3.
43.- Unidad y unicidad del Estado. Contra esta teoría, hay que reafirmar que la unidad es un elemento fun-
damental del Estado; un elemento sin el cual, propiamente hablando, no existe. «Pues, según la observación de
santo Tomás, a la que siempre hay que referirse, decir que una institución es o que es una, son dos afirmaciones
idénticas» 4. La unidad del Estado implica lógicamente la unicidad del Poder estatal, como explica M. de la Bigne:
«Esta autoridad, cuyo papel incesante es el de fundar y unificar en una inmensa y ligera síntesis todos los diversos bienes y
todos los intereses legítimos de la colectividad, no sólo es una, sino que necesariamente tiene que ser única. Única en su constitu-
ción y en su estructura, sin lo cual estaría dividida contra sí misma y desaparecería; única en su dirección, sin lo cual el Estado caó-
tico acabaría rompiéndose en pedazos; única en el espacio estatal, sin lo cual no habría un solo Estado sino varios; única, finalmen-
te, en la duración, a pesar de los cambios de titulares, sin lo cual no habría continuidad ni identidad en la vida nacional y tendría-
mos diversos Estados sucesivos en lugar de uno solo a lo largo de toda su historia, siendo el mismo a través de los siglos» 5.
Está en la naturaleza del Poder estatal que sea absoluto; pero eso no significa de ningún modo, como vamos
a ver, que el Estado tenga todos los derechos.
44.- Límites del poder del Estado. La Iglesia, sabiendo que toda autoridad viene de Dios, reprueba el
principio de que la autoridad del Estado sea ilimitada: ilimitada sobre todo en el sentido de que «no se admita nin-
guna apelación a una ley superior que obligue moralmente» 6. Si sucede que los gobernantes prescriben algo con-
trario a la ley de Dios, «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» 7. Conviene subrayar que:
«el poder estatal sigue estando sometido a las reglas de la moral y del Derecho superior, y que se convierte en usurpa-
dor y tiránico si sale de su esfera de mando, la de la Política en el sentido amplio, y que sólo es legítimo en la medida en que
prosigue la realización del Bien común. Fuera de eso, puede enfrentarse con la negativa muy lícita a la obediencia, o incluso a
la rebelión de sus súbditos» 8.
El Papa Pío XII insistió sobre la dependencia de la autoridad estatal con relación a la Ley divina:
«La verdadera noción del Estado es la de un organismo fundado en el orden moral del mundo; y la primera misión de
una enseñanza católica consiste en disipar los errores —especialmente el del positivismo jurídico— que, desvinculando el po-
der de su esencial dependencia con respecto a Dios, tienden a romper el nexo eminentemente moral que lo une a la vida indi-
vidual y social».
«Tan sólo este orden soberano, por otra parte, puede dar un fundamento a la autoridad “verdadera y efectiva” del Esta-
do, cuya imperiosa necesidad Nos repetimos en nuestro último radiomensaje de Navidad 9. Sobre esa base común la persona,
el Estado, la autoridad pública, con sus derechos respectivos, se encuentran indisolublemente ligados: “La dignidad del hom-
bre es la dignidad de la imagen de Dios, la dignidad del Estado es la dignidad de la comunidad moral querida por Dios, la
dignidad de la autoridad política es la dignidad de la participación en la autoridad de Dios” 10. En virtud de esta íntima co-
nexión, por lo tanto, el Estado no podrá violar las justas libertades de la persona humana sin lesionar su propia autoridad, e,
inversamente, el abuso de la libertad personal del individuo, no obstante su responsabilidad con respecto al bien general, sig-
nificaría la ruina de su misma dignidad» 11.

1
PÍO XII, Radiomensaje de Navidad 1944.
2
PÍO XII, ibid.
3
A. DE LASSUS, La doctrina social de la Iglesia en la crisis doctrinal actual, suplemento al nº 134 de la A.F.S., diciembre de 1997, p. 80-81. El autor muestra
que el Papa Juan Pablo II ha sido el primero en apropiarse la teoría de la separación de los poderes en 1991, con la encíclica Centessimus annus.
4
M. DE LA BIGNE DE VILLENEUVE, Op. cit., p. 93.
5
M. DE LA BIGNE DE VILLENUEVE, Cartas a los Constituyentes, París 1941, p. 67-68.
6
PÍO XII, Radiomensaje de Navidad 1944.
7
Hech. 5, 29.
8
M. DE LA BIGNE DE VILLENUEVE, Principios..., París 1941, p. 97.
9
Radiomensaje de Navidad 1953, D.C. nº 1164, 10 enero de 1954, col. 11.
10
Radiomensaje de Navidad 1944, A.A.S., t. XXXVII, p. 15; D.C. nº 927, 7 enero de 1945, col. 6.
11
PIO XII, Carta al Sr. Carlos Flory, 14 de julio de 1954.
54 CUADERNOS DE LA REJA

45.- Los derechos fundamentales del hombre y del Estado. Por lo demás, el Estado no respeta los ver-
daderos derechos fundamentales de los hombres si no reconoce los derechos de Dios. De este modo, León XIII
pudo decir:
«Desde que el Estado se niega a dar a Dios lo que es de Dios, se niega, por una consecuencia necesaria, a dar a los
ciudadanos lo que tienen derecho a recibir como hombres, pues, se quiera o no, los verdaderos derechos del hombre nacen
precisamente de sus deberes con Dios. De donde se sigue que cuando el Estado falta a esto, la finalidad principal de su insti-
tución acaba, en realidad, negándose a sí misma y desmintiendo lo que constituye la razón de su propia existencia» 1.

VI. LOS CUERPOS INTERMEDIARIOS


46.- Noción de los cuerpos intermediarios. «Los cuerpos intermediarios —escribe Michel Creuzet— son
grupos sociales y humanos, situados entre el individuo aislado (o la familia, célula básica) y el Estado. Se consti-
tuyen ya sea naturalmente, ya por acuerdo deliberado, para obtener un fin común para las personas de los compo-
nen» 2. «Existe una multitud de cuerpos intermediarios de orden local (pueblos, comunidades, provincias), profe-
sional (empresa, profesión, oficio, agrupaciones profesionales diversas), cultural, religioso, recreativo...» 3. Los
cuerpos intermedios tienen un papel educativo importante con relación a sus miembros 4.
47.- El principio de subsidiaridad. Una sociedad constituida normalmente está formada por innumerables
cuerpos intermediarios, cuyas legítimas iniciativas tiene que respetar el Estado. El principio subsidiaridad exige
que se les dé una amplia autonomía:
«Como es ilícito quitar a los particulares lo que con su propia iniciativa y propia industria pueden realizar, para entre-
garlo a una comunidad, así también es injusto y al mismo tiempo de grave perjuicio y perturbación del recto orden social,
confiar a una sola sociedad mayor y más elevada lo que pueden hacer y procurar comunidades menores e inferiores» 5.
Sabemos que la situación actual, especialmente en Francia, está muy lejos de esto, a pesar de algunas pro-
clamaciones puramente verbales de respecto del principio de subsidiaridad.
48.- Orden jerárquico y función supletoria de los cuerpos intermediarios. Los diferentes cuerpos in-
termediarios tienen que estar dispuestos armoniosamente, según un orden jerárquico. Se rigen por el principio de
la función supletoria 6 de toda colectividad:
«Por tanto, tengan bien entendido esto los que gobiernan: cuanto más vigorosamente reine el orden jerárquico entre las
diversas asociaciones, quedando en pie este principio de la función supletiva del Estado, tanto más firme será la autoridad y el
poder social, y tanto más próspera y feliz la condición del Estado» 7.

VII. LA GUERRA
49.- La Iglesia ante la guerra. La Iglesia católica «aborrece» 8 evidentemente la guerra, y a lo largo de su
historia ha tratado de limitar y humanizar los conflictos armados 9. Sin embargo, no condena absolutamente la
guerra. Pío XII enseña que:

1
LEÓN XIII, Au milieu des sollicitudes.
2
M. CREUZET, Los cuerpos intermediarios, Ed. des Cercles Saint Joseph, Martigny, 1964, p. 23. «Los cuerpos intermediarios son grupos sociales que corres-
ponden a las diversas libertades, autoridades y competencias que permiten ser ejercidas para ser conformes al orden natural querido por Dios. El orden social
tiene que respetar y favorecer los cuerpos intermediarios, y sus libertades y derechos correspondientes» (ibid., p. 70.)
3
M. CREUZET, op. cit, p. 23.
4
«Los cuerpos intermedios educan al ser humano de varias maneras:
- desarrollando el sentido de las iniciativas y del ejercicio de la libertad en las personas con el acceso a cargos de su competencia;
- creando en los distintos medios sociales costumbres y tradiciones favorables al desarrollo de la personalidad en cada uno de sus miembros;
- protegiendo moralmente a los individuos con su inserción en grupos humanos en donde se conocen;
- asegurando la defensa de los particulares contra las fuerzas opresivas que proceden del Estado y de grupos políticos y económicos poderosos» (M. CREU-
ZET, op. cit. p. 57).
5
PÍO XI, encíclica Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931.
6
«Toda intervención de la sociedad debe por su naturaleza prestar auxilio a los miembros del cuerpo social, nunca absorberlos ni destruirlos» —explica el Pa-
pa Pío XI en la Quadragesimo anno. El Papa prosigue: «Conviene que la autoridad pública suprema deje a las asociaciones inferiores tratar por sí mismas los
cuidados y negocios de menor importancia, pues de otro modo le serán de grandísimo impedimento para cumplir con mayor libertad, firmeza y eficacia lo que
a ella sola corresponde, y que solo ella puede realizar, a saber: dirigir, vigilar, urgir, castigar, según los casos y la necesidad lo exijan».
7
PÍO XI, encíclica Quadragesimo anno.
8
PÍO XII, 2 de octubre de 1955.
9
En la edad media, apogeo del orden social y político cristianos, la Iglesia desarrolló varias instituciones, como la Paz de Dios, por la que se sustraían catego-
rías considerables de personas (mujeres, campesinos y personas refugiadas en lugares de culto o en un territorio eclesiástico) a las violencias de la guerra, y la
Tregua de Dios (prohibición de la guerra durante los tiempos litúrgicos que corresponden a unos dos tercios del año). Cf. A. AUPHAN, La guerra y el derecho
natural, Permanences, pp. 5-6.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 55
«El precepto de la paz es de derecho divino. Su fin es la protección de los bienes de la Humanidad, en cuanto bienes
del Creador. Ahora bien, entre estos bienes, algunos son de tanta importancia para la convivencia humana que, defenderlos
contra una agresión injusta, es sin duda plenamente legitimo» 1.
Santo Tomás define con mucho rigor las condiciones que tiene que reunir una guerra justa:
– una autoridad legítima: un particular no puede decidir de la guerra, puesto que existe la posibilidad del re-
curso a un superior para decidir sobre ella. El compromiso en una guerra es de tal gravedad que el mismo sobera-
no no puede tomar él solo esta decisión, sino solamente después de haber escuchado la opinión de sus consejeros.
Si existe un tribunal o un superior común a las dos partes que se oponen, la posibilidad de recurrir a él legítima-
mente 2 suprime toda posibilidad de decir que se está en el caso de una guerra justa.
– una causa justa: es justa la guerra que procura rechazar un ataque injusto; y al revés, es injusto defenderse
cuando se es atacado justamente. El hecho de que un ataque injusto sea una falta grave, supone para el Estado ata-
cado una razón suficiente para rechazar al adversario y, en todo caso, para perseguirlo en el territorio de éste para
castigarlo. Por extensión, es justa una guerra, incluso ofensiva, cuyo objeto es ayudar a una tercera parte oprimida.
La única causa de la guerra justa es la violación del derecho, pero a condición de que esta violación sea de una
importancia proporcionada a los males que resultarán de la guerra 3.
– una recta intención: hacer abstracción de los sentimientos personales, de las consideraciones ajenas a la
justicia como las ventajas que podrían sacarse de ella; sólo buscar la paz, no entablar la guerra sino como último
recurso, y no preferirla a un reparto razonable de los perjuicios de los que se es víctima 4.
51.- Duda sobre la justicia de la guerra. Obligaciones de los ciudadanos o de los soldados: nunca es lícito
participar en una guerra manifiestamente injusta, incluso por orden de las más altas autoridades del Estado. Pero
los súbditos, ¿están obligados a examinar la justicia de la guerra? Para los que no tienen conocimiento de los mo-
tivos supremos de los gobernantes, que sin duda es el caso más frecuente, el beneficio de la duda está a favor de
las órdenes de estos últimos, salvo que haya una razón evidentemente contraria: «un hombre justo (...) puede
hacer la guerra, sin faltar a la justicia si (...) está seguro de que lo que se le ordena no es contrario a la ley de Dios
o, por lo menos, no está seguro de que lo sea» 5.
52.- Conducta en la guerra (jus in bello). Obligado a la guerra, el jefe tiene que dirigirla procurando limi-
tar lo más que se pueda sus efectos destructores, aplicando los siguientes principios:
a) el discernimiento, que trata de perdonar a las poblaciones civiles, combatiendo sólo a los soldados
enemigos y destruyendo sólo objetivos militares;
b) la proporcionalidad, que trata de emplear sólo la fuerza estrictamente necesaria para conseguir lo-
grar la misión.
53.- La guerra moderna. Con la guerra moderna han aparecido dos evoluciones importantes de la guerra:
– mientras que en otro tiempo la guerra la hacía un número limitado de individuos especialmente reclutados
para ella, con el «reclutamiento en masa » de 1793 en Francia, la que entra en el conflicto es la nación, con el con-
junto de su población y con la totalidad de sus recursos 6. De ahí el aspecto “industrial” de los conflictos modernos,
caracterizados por su desproporción (en número de hombres movilizados, pérdidas y extensión de destrucciones);

1
PÍO XII, Mensaje de Navidad 1948, citado por J. M. SCHMITZ, La guerra moderna, en Actas del VIIº Congreso de Lausana del Oficio Internacional, “Fuerza
y Violencia”, 1972. El mismo Papa precisa, en otra alocución, que «si la Iglesia se niega a admitir cualquier doctrina que considere la guerra como efecto nece-
sario de fuerzas cósmicas, físicas o económicas, dista igualmente de admitir que guerra sea siempre reprensible. Dado que la libertad humana puede desenca-
denar un conflicto injusto en perjuicio de una nación, queda claro que ésta puede, en condiciones determinadas, levantarse en armas y defenderse» (21 de mayo
de 1958). La Iglesia no puede, pues, aceptar la doctrina del pacifismo, de la “no violencia” ni las reivindicaciones en favor de la “objeción de conciencia”: doc-
trinas que se fundan en una interpretación errónea del mandamiento de Dios: «No matarás» y de diversos pasajes del evangelio según San Mateo. Enseña que
el Estado «tiene, lo mismo que el individuo, derecho a rechazar la fuerza por la fuerza, y de llamar para el servicio de la patria a sus propios ciudadanos, prepa-
rados convenientemente con la instrucción militar a la triste eventualidad de su defensa armada» (Civiltà Cattolica, Catolicismo y objeción de conciencia, 18
de febrero de 1950, citado por SCHMITZ, op. cit., p. 32).
2
La ONU, que establece como finalidad propia: «...el arreglo de las discrepancias o situaciones de carácter internacional que pueden conducir a una ruptura de
la paz» (art. 1 de sus estatutos), podría ser esta instancia de justicia por encima de las dos partes. Sin embargo, por una parte habría que probar que puede exis-
tir otra autoridad además de la de la Iglesia que pueda asegurar por encima de las naciones el bien común de éstas; y, por otra parte, las orientaciones habitua-
les, mundialistas y subversivas de este organismo pueden provocar serias reservas sobre su objetividad en el modo de arreglar los conflictos y pueden, por con-
siguiente, hacer dudar de la legitimidad de recurrir a su ayuda.
3
Según DE VICTORIA (O.P.), en De jure belli, no hay que considerar como causa justa la diferencia de religión, la extensión del imperio, ni la gloria del Príncipe.
4
En la recta intención se puede incluir el hecho de que una guerra no sería justa si fuera evidente que el entablarla voluntariamente supondría un debilitamiento
grave del país o del Estado.
5
SAN AGUSTÍN, Contra Faustum, XXII, 75.
6
Estamos lejos de la observación de FEDERICO II: «Cuando hago la guerra, mis pueblos no se dan cuenta porque la hago con mis soldados», citado por RO-
MANO AMERIO en Iota Unum, Salamanca 1994.
56 CUADERNOS DE LA REJA

– la aparición de las armas de destrucción masivas (nucleares, biológicas y químicas) aumenta el replan-
teamiento del principio de moderación del conflicto y, por consiguiente, de la guerra justa hecha con esas armas,
hasta quizás en un marco defensivo. Evocando la guerra A.B.C. (atómica, biológica y química), Pío XII decía:
«No puede quedar ninguna duda, en particular a causa de los horrores y de los inmensos sufrimientos provocados por
la guerra moderna, de que provocarla sin motivo justo (es decir, sin que se imponga por una injusticia evidente y extremada-
mente grave, que no podría evitarse de otro modo) constituye un delito, y digno de las más severas sanciones nacionales e in-
ternacionales. En principio no se puede ni siquiera plantear la pregunta de si es lícita la guerra A.B.C. si no es en el caso en
que hay que juzgarla indispensable para defenderse en las condiciones indicadas» 1.
54.- La guerra revolucionaria. En esta clase de guerra, de inspiración marxista, es la población la que se
ve implicada en el conflicto. Nadie puede, por consiguiente, mantenerse al margen y, como regla general, los que
participan en ella creen que todos los medios son buenos para controlar a esta población. Está, pues, en las antípo-
das del espíritu cristiano, que trata de limitar los males de la guerra y “civilizarla”.
Frente a estos movimientos revolucionarios, el soldado está obligado a mostrar un gran discernimiento para
no aplicar su fuerza represiva a toda la población, sino sólo a los que apoyan de modo positivo la guerrilla revolu-
cionaria, y para recurrir lo menos que se pueda a medios que reprobaría la moral en un marco distinto.
De ahí la necesidad de una formación sólida de los responsables del ejército, que enfrentándose a semejan-
tes problemas sólo pueden hallar la solución en una aplicación muy madura de la virtud de prudencia 2.

VIII. EL TRABAJO — EL ORDEN ECONÓMICO


55.- Doctrina económica de la Iglesia. La Iglesia, cuya competencia, como ya hemos visto, se extiende a
«aquella parte del orden social en que éste se acerca y aun llega a tocar el campo moral, para juzgar si las bases de
un determinado ordenamiento social están de acuerdo con el orden inmutable que Dios Creador y Redentor ha
manifestado por medio del derecho natural y de la revelación» 3, no puede desinteresarse del desorden económico
y social generado por la diversa aplicación de los errores revolucionarios. «Sin embargo, se puede decir sin teme-
ridad que las condiciones de la vida social y económica son tales, que una gran parte de los hombres encuentra las
mayores dificultades para atender a lo único necesario, a la salvación eterna» 4.
La Iglesia ha condenado los sistemas económicos modernos fruto de los principios de la Revolución fran-
cesa 5 en la encíclica Rerum novarum (1891) de León XIII, y en la Quadragesimo anno (1931) en donde Pío XI
repite y desarrolla la enseñanza de Rerum novarum. Desaprueba el socialismo, inclusive el “mitigado”, no tanto
por sus reivindicaciones como por su principio que subordina «los bienes más elevados del hombre a las exigen-
cias de la producción racional». El Papa añade que la designación de “socialismo cristiano” es contradictoria.
En cuanto al capitalismo, «no hay que condenarlo en sí mismo», pero «infringe el orden cuando el capital
sólo compromete a los obreros (...) para explotar a su gusto y provecho personal la industria y el régimen econó-
mico enteros». La encíclica muestra la necesidad de una colaboración entre el capital y el trabajo: «Sería radical-
mente falso ver, sólo en el capital o sólo en el trabajo, la única causa de todo lo que produce su esfuerzo combina-
do... Una sola de las partes reivindicaría de modo muy injusto todo el fruto para sí, contestando toda eficacia del
otro». La encíclica prevé una remuneración de capital superior a la que se limitaría a asegurar únicamente su pre-
servación. De este modo, califica de injustificada la pretensión de la escuela socialista, que limita la remuneración
del capital a «lo que exige la amortización y la reconstrucción del capital».
El Magisterio de la Iglesia ha reprobado igualmente varias veces el control de la Alta finanza internacional
sobre la economía, y las formas modernas de usura y «dominación de la economía y de la política por los dueños
del dinero» 6.
Los Papas han pedido positivamente «la constitución de un orden económico y social que responda mejor a
la ley divina eterna y a la dignidad humana» 7.

1
30 de septiembre de 1954, citado por SCHMITZ, op. cit., p. 39.
2
«La prudencia aplica los principios universales a las conclusiones prácticas en materia de acción» (SANTO TOMÁS, Sum. Teol., IIª-IIª, q. 47, a. 6).
3
PÍO XII, Radiomensaje del 1 de junio de 1941.
4
PÍO XI, encíclica Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931.
5
PÍO XI, encíclica Quadragesimo anno; PÍO XII, exhortación Menti nostrae, 15 de septiembre de 1950.
6
A. DE LASSUS, Finanzas, economía y política, A.F.S., nº 96, agosto de 1991.
7
PÍO XII, Radiomensaje del 1 de junio de 1941.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 57
56.- El trabajo. El trabajo humano es a la vez una función noble (puesto que fortifica la voluntad, acaba
con el ocio y reprime la concupiscencia y el orgullo) y algo que se ha vuelto penoso por el pecado 1. La Iglesia en-
seña un alto concepto del trabajo como medio de perfeccionamiento del hombre 2.
57.- La riqueza. La Iglesia tiene una doctrina sobre el uso de las riquezas y de los bienes materiales que el
trabajo permite conseguir. El Evangelio enseña el desprendimiento de los bienes de la tierra, y Cristo advierte que
es difícil de los ricos entren en el Reino 3. Pero lo que se condena, según la enseñanza común de los teólogos, es el
mal uso de las riquezas, no la riqueza en sí misma, que es algo indiferente 4.
58.- La propiedad. La Iglesia defiende la legitimidad de la propiedad, es decir, el derecho de disponer de
un bien material. Ve en ella un derecho natural:
«La propiedad privada es un derecho natural del hombre. (...) Lo que por antonomasia distingue al hombre... y en lo
que se diferencia completamente de los demás animales es la inteligencia, esto es, la razón. Y precisamente porque el hombre
es animal razonable, necesario es atribuirle no sólo el uso de los bienes presentes, que es común a todos los animales, sino
también el usarlos estable y perpetuamente (...) El hombre, al abarcar con su inteligencia cosas innumerables, al unir y enca-
denar también las futuras con las presentes y al ser dueño de sus acciones, es él mismo quien bajo la ley eterna y bajo la pro-
videncia universal de Dios se gobierna a sí mismo con la providencia de su albedrío: por ello en su poder está el escoger lo
que juzgare más conveniente para su propio bien, no sólo en el momento presente sino también para el futuro» 5.
La propiedad aparece como una prenda de libertad para el hombre y su familia 6; es un componente esen-
cial del orden social.
Tiene que ser ampliamente difundida 7. Sin embargo, tiene límites sociales: el uso del derecho de propiedad
puede ser limitado legítimamente por la autoridad política en función de las exigencias del bien común 8.
59.- Organización corporativa de la economía. La restauración del orden económico implica la supresión
de la confrontación de las clases sociales, factor permanente de subversión, y la reconstitución de auténticos cuer-
pos económicos naturales, que son:
la empresa. «Unidad económica natural que resulta de la unión de los dos factores de la producción: capi-
tal y trabajo; comunidad de hombres unidos en una labor productiva 9;
la profesión. La profesión puede definirse como: «la agrupación de todos los agentes económicos que parti-
cipan en la producción de bienes y servicios análogos o por lo menos comparables» 10. Así, por ejemplo, la profesión
automovilística agrupa muchos oficios: construcción, venta, reparación, etc. Es también una sociedad natural 11.
el cuerpo del oficio. El oficio corresponde a la habilidad personal de cada individuo y a su “talento pro-
pio”, del que proviene un título y una competencia (médico, secretario, asistente social, etc.). El cuerpo del oficio
(o profesional) es la estructura de recepción de todos los que ejercen un mismo oficio, incluso —y sobre todo— si
lo practican a distintos niveles de responsabilidad. Lugar de solidaridad, es un órgano de formación, de perfeccio-
namiento, de promoción y de defensa de sus miembros 12. «La política social pondrá todo su interés en reconsti-
tuir los cuerpos profesionales (...). Una sana prosperidad tiene que basarse en los auténticos principios de un cor-
porativismo sano» 13.

1
CREUZET (Michel) y OUSSET (J.), El trabajo, pág. 17 ss.
2
Cf. Verbo nº 89, enero de 1958, p. 27. «Como medio indispensable de conquista del mundo y medio que Dios ha querido para su gloria, todo trabajo tiene
una dignidad inalienable y, al mismo tiempo, un vínculo estrecho con el perfeccionamiento personal» (PÍO XII, Radiomensaje de Navidad de 1942).
3
Cf. también San Pablo, 1 Tim. 6, 9-10, que habla de las «tentaciones a las que expone la búsqueda de las riquezas, trampas del demonio, deseos preciosos que
precipitan a la perdición».
4
LEÓN XIII enseña en Rerum novarum: «Para la bienaventuranza eterna no importa si se abunda en riquezas y en todo lo que se consideran bienes de fortuna,
o si se está privado de ello; lo que importa es el uso que se hace». SANTO TOMÁS llega incluso a decir (Sum. Teol., IIª-IIª, qu. 129, art. 8): «Ni siquiera el deseo
de grandes riquezas es moralmente reprensible en sí, (...) siendo magnánimo el que desprecia los bienes exteriores en cuanto que no los juzga suficientemente
grandes como para cometer una acción inmoral para conseguirlos; pero no los desprecia en cuanto que son útiles para realizar la obra de la virtud». Aquí, por
supuesto, se trata de las virtudes naturales y no de las teologales, que no necesitan las riquezas para nada.
5
LEÓN XIII, encíclica Rerum novarum, 15 de mayo de 1891.
6
Si el hombre fuera despojado del derecho de propiedad privada —enseña LEÓN XIII— se produciría «una detestable e insoportable servidumbre para todos
los ciudadanos» (citado en El trabajo, pág. 37).
7
CREUZET (Michel) y OUSSET (J.), El trabajo, pág. 42 ss.
8
Sobre esta cuestión, cf. CREUZET (Michel) y OUSSET (J.), El trabajo, pág. 115-116.
9
CREUZET (Michel), Los cuerpos intermediarios, pág. 49 ss.
10
M. CLEMENT, Introducción a la doctrina social católica, Montreal-París, 1951, p. 115.
11
PÍO XII afirmaba que «así como los que estrechan relaciones de proximidad llegan a constituir ciudades, la naturaleza inclina a los miembros de un mismo
oficio o profesión, sea cual sea, a crear agrupaciones corporativas, de tal modo que muchos consideran esas agrupaciones como organismos si no esenciales,
por lo menos naturales de la sociedad» (citado por M. CLEMENT, Introducción a la doctrina social católica, pág. 115-116). Precisemos que aunque la profe-
sión es una sociedad natural, sin embargo no lo es al mismo título que la familia o que la sociedad civil.
12
Cf. J. OUSSET y M. CREUZET, El trabajo, pp. 115-116.
13
S.S. PÍO XI, Encíclicas Quadragesimo anno, de 1931, y Divini Redemptoris, 11 de marzo de 1937.
58 CUADERNOS DE LA REJA

¿Cuáles serán las grandes líneas de una organización económica fundada en el orden natural, tal como re-
sultan de la enseñanza de los Sumos Pontífices?
«El derecho cristiano ha establecido siempre que los cuerpos sociales tienen la competencia para administrarse y organi-
zarse a sí mismos. Estas libertades políticas son las únicas que garantizan la vida de cuerpo social. Este presentará en la práctica:
a) una organización vertical de agrupaciones descentralizadas (comunales, cantonales o provinciales) de los in-
tereses, recursos y posibilidades de un mismo oficio o profesión;
b) una organización horizontal que utilice las relaciones entre los diversos cuerpos de oficios y los diversos
cuerpos de profesión, asegurando la representación ante las autoridades públicas.
Este tipo de organización social concede al poder central un papel de árbitro más eficaz aun, puesto que no tiene parte
en los intereses y se limita a su función esencial de juez y de promotor del bien común» 1.
60.- La remuneración del trabajo. El trabajo de la mujer fuera del hogar, promovido por los sistemas econó-
micos que son fruto de la Revolución —por consideraciones inicialmente vinculadas sobre todo a la productividad, y
en nuestros días principalmente por razones ideológicas— perjudica a la familia 2. La Iglesia afirma, además, que el
trabajo humano no es una mercancía, y exige una remuneración conforme a la justicia. «Para fijar la medida justa del
salario —enseña León XIII— hay que considerar muchos puntos». Teniendo en cuenta la complejidad del tema, remi-
timos al lector a los desarrollos sustanciales que se encuentran en El Trabajo (pp. 183 ss.). Basta con indicar que el sa-
lario tiene que ser un salario familiar, es decir, suficiente para hacer que vivan el trabajador y su familia 3.

IX. LA ESCUELA Y LA EDUCACIÓN


61.- El tema educativo. La Revolución ha concedido siempre una gran importancia a la educación, y no ha
parado hasta tener poder efectivo sobre la escuela, para reforzar su control sobre los corazones y las inteligencias 4.
62.- Importancia social de la educación cristiana. En la encíclica Divini illius Magistri, que es el docu-
mento romano fundamental en materia de educación, el Papa Pío XI subraya la importancia de la educación cris-
tiana y de sus incidencias sociales cuando evoca: «En lo cual se hace patente la importancia suprema de la educa-
ción cristiana, no sólo para los individuos, sino también para las familias y toda la sociedad humana, ya que la
perfección de ésta no puede menos que resultar de la perfección de los elementos que la componen», y resalta que
«de los principios indicados resulta clara y manifiesta la excelencia, que puede con verdad llamarse insuperable, de la
obra de la educación cristiana, por ser la que atiende, en último término, a asegurar la consecución del Bien Sumo, Dios, a las
almas de los educandos, y el máximo bienestar posible en esta tierra, a la sociedad humana. Y esto de la manera más eficaz
que sea realizable por parte del hombre, cooperando con Dios al perfeccionamiento de los individuos y de la sociedad».
63.- Las sociedades competentes en materia de educación. «La educación es obra necesariamente social,
no solitaria. Ahora bien: tres son las sociedades necesarias, distintas, pero armónicamente unidas por Dios, en el
seno de las cuales nace el hombre»: es decir, la familia, la sociedad civil y la Iglesia 5.
«Por consiguiente, la educación que abarca a todo el hombre, individual y socialmente, en el orden de la naturaleza y
en el de la gracia, pertenece a estas tres sociedades necesarias, en una medida proporcional y correspondiente a la coordina-
ción de sus respectivos fines, según el orden actual de la providencia establecida por Dios».
64.- Los derechos de la Iglesia. La educación pertenece en primer lugar «de un modo supereminente a la
Iglesia, por dos títulos de orden sobrenatural, exclusivamente concedidos a Ella por el mismo Dios, y por esto ab-
solutamente superiores a cualquier otro título de orden natural» 6.

1
Verbo, nº 89, enero de 1958, p. 29.
2
Los Papas no han dudado tampoco en recordar que «el trabajo de las madres de familia está ante todo en la casa y entre las ocupaciones domésticas» (PÍO XI,
Encíclica Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931).
3
PÍO XI, Encíclica Quadragesimo anno, 15 de mayo de 1931.
4
Cf. M. CREUZET (Michel), Enseñanza - Educación, París, 1973, pp. 153 ss.
5
PÍO XI a continuación declara: «Ante todo, la familia, instituida inmediatamente por Dios para un fin suyo propio, cual es la procreación y educación de la
prole, es sociedad que por esto tiene prioridad de naturaleza y consiguientemente cierta prioridad de derechos, respecto de la sociedad civil. Sin embargo, la
familia es sociedad imperfecta, porque no tiene en sí todos los medios para el propio perfeccionamiento; mientras que la sociedad civil es sociedad perfecta,
pues encierra en sí todos los medios para el propio fin, que es el bien común temporal; de donde se sigue que bajo este respecto, o sea, en orden al bien común,
la sociedad civil tiene preeminencia sobre la familia, que alcanza precisamente en aquélla su conveniente perfección temporal. La tercera sociedad, en la cual
nace el hombre, por medio del Bautismo, a la vida divina de la Gracia, es la Iglesia, sociedad de orden sobrenatural y universal, sociedad perfecta, porque con-
tiene todos los medios para su fin, que es la salvación eterna de los hombres, y por tanto suprema en su orden».
6
Estos títulos, dados por su Divino Fundador a la Iglesia —explica PÍO XI en Divini illius Magistri— son: 1º) el Magisterio, es decir, la misión de enseñar las
verdades de la fe y la regla de las costumbres; 2º) la Maternidad sobrenatural de la Iglesia, Esposa Inmaculada de Cristo, que engendra, alimenta y educa a las
almas en la vida divina de la gracia, por medio de sus sacramentos y gobierno espiritual.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 59

No hay que pensar que la Iglesia ejerce su función educadora sólo por una concesión del Estado; sino que,
al contrario, hay que afirmar que «la Iglesia es independiente de cualquier potestad terrena, tanto en el origen co-
mo en el ejercicio de su misión educativa, no sólo respecto a su objeto propio sino también respecto a los medios
necesarios y convenientes para cumplirla». Que la Iglesia ejerza libremente su derecho en materia de educación
constituye, por otra parte, «un eficaz auxilio al orden y bienestar de las familias y de la sociedad civil». «De este
primado de la misión educativa de la Iglesia y de la Familia, así como resultan grandísimas ventajas, según hemos
visto, para toda la sociedad, así también ningún daño puede seguirse a los verdaderos y propios derechos del Esta-
do respecto a la educación de los ciudadanos, conforme al orden por Dios establecido».
65.- El Estado y los derechos de la familia en materia de educación. «La Familia, pues, tiene inmedia-
tamente del Creador la misión, y, por tanto, el derecho de educar a la prole, derecho inalienable por estar insepa-
rablemente unido con la estricta obligación; derecho anterior a cualquier derecho de la sociedad civil y del Estado,
y por lo mismo inviolable por parte de toda potestad terrena» 1.
Hay que reprobar además la doctrina según la cual «la prole, antes que a la Familia pertenece al Estado, y
que el Estado tiene sobre la educación absoluto derecho» 2.
66.- Prerrogativas del Estado. «La educación no puede pertenecer a la sociedad civil del mismo modo
que pertenece a la Iglesia y a la Familia, sino de manera diversa correspondiente a su fin propio», que es el bien
común temporal.
«Doble es, pues, la función de la autoridad civil, que reside en el Estado: proteger y promover; y no absorber a la fami-
lia y al individuo o suplantarlos».
Pío XI precisa además:
«Por lo tanto, en orden a la educación, es derecho, o, por mejor decir, deber del Estado, proteger en sus leyes el dere-
cho anterior —que arriba dejamos descrito— de la Familia en la educación cristiana de la prole; y, por consiguiente, respetar
el derecho sobrenatural de la Iglesia sobre tal educación cristiana».
Sin embargo, las prerrogativas del Estado no son de ningún modo absolutas, por lo que el Papa puede añadir:
«Igualmente toca al Estado proteger el mismo derecho en la prole cuando venga a faltar física o moralmente la obra de
los padres, por defecto, incapacidad o indignidad, ya que el derecho educativo de ellos, como arriba declaramos, no es absolu-
to o despótico, sino dependiente de la ley natural y divina, y por tanto, sometido a la autoridad y juicio de la Iglesia, y también
a la vigilancia y tutela jurídica del Estado en orden al bien común; y además la Familia no es sociedad perfecta que tenga en sí
todos los medios necesarios para su perfeccionamiento. En tal caso, por lo demás excepcional, el Estado no suplanta ya a la
Familia, sino suple el defecto y lo remedia con medios idóneos, siempre en conformidad con los derechos naturales de la pro-
le y los derechos sobrenaturales de la Iglesia».
«En general, es derecho y deber del Estado proteger, según las normas de la recta razón y de la fe, la educación moral
y religiosa de la juventud, removiendo de ella las causas públicas a ella contrarias» 3.
Además, «el Estado puede exigir y, por tanto, procurar que todos los ciudadanos tengan el conocimiento
necesario de sus deberes civiles y nacionales, y cierto grado de cultura intelectual, moral y física, que el bien co-
mún —atendidas las condiciones de nuestros tiempos— verdaderamente exija».
67.- Contra el monopolio del Estado. Pío XI enseña en la misma encíclica que «es injusto e ilícito todo
monopolio educativo o escolar, que fuerce física o moralmente a las familias a acudir a las escuelas del Estado
contra los deberes de la conciencia cristiana, o aun contra sus legítimas preferencias».

1
PÍO XI se apoya aquí en la enseñanza de SANTO TOMÁS DE AQUINO: «En efecto —dice— “el hijo naturalmente es algo del padre..., así, pues, es de derecho
natural que el hijo, antes del uso de la razón, esté bajo el cuidado de los padres. Por lo tanto, sería contra la justicia natural si el niño, antes del uso de la razón,
fuese sustraído al cuidado de los padres, o de alguna manera se dispusiese de él contra la voluntad de los padres” (SANTO TOMÁS, Sum. Theo. IIª-IIª, qu. 10, art.
12). Y como la obligación del cuidado de los padres continúa hasta que la prole esté en condición de proveerse a sí misma, perdura también el mismo inviola-
ble derecho educativo de los padres, “porque la naturaleza no pretende solamente la generación de la prole, sino también su desarrollo y progreso hasta el per-
fecto estado del hombre en cuanto es hombre, o sea el estado de virtud”, dice el mismo Doctor Angélico” (SANTO TOMÁS, Sum. Theo. Suple., qu. 41, art. 1)».
2
DANTON decía: «Los niños pertenecen a la República antes de pertenecer a sus padres». Los sistemas totalitarios del siglo XX han aplicado frecuentemente la
misma máxima. Parece que el actual “totalitarismo light” va por esos mismos pasos cuando tiende a retirar al niño de la influencia de la familia por medio de la
acción conjunta de los programas educativos y de los medios de comunicación, con la finalidad de «neutralizar la transmisión familiar de prejuicios» (según un
documento de la UNESCO citado por PASCAL BERNARDIN en su libro Maquiavelo pedagogo, Ed. Notre-Dame des Grâces, 1995). El «Nuevo Orden educati-
vo mundial» está funcionando.
3
Igualmente, el Estado, al procurar el bien común, tiene que impedir, según las palabras de PÍO XI, «todo naturalismo pedagógico que de cualquier modo ex-
cluya o aminore la formación sobrenatural cristiana, en la instrucción de la juventud; y es erróneo todo método de educación que se funde, en todo o en parte
sobre la negación y olvido del pecado original y de la Gracia, y por tanto sobre las fuerzas solas de la naturaleza humana. Tales son, generalmente, esos siste-
mas actuales de nombre diverso, que apelan a una pretendida, autonomía y libertad ilimitada del niño y que disminuyen o aun suprimen la autoridad y la obra
del educador, atribuyendo al niño una preeminencia exclusiva de toda ley superior, natural y divina, en la obra de su educación», y protesta particularmente
contra la educación sexual y la coeducación (o educación mixta).
60 CUADERNOS DE LA REJA

68.- La educación cívica, las escuelas superiores y las escuelas militares. La Iglesia reconoce la compe-
tencia del Estado en lo que se refiere a la educación cívica de los ciudadanos: «No sólo para la juventud, sino para
todas las edades y condiciones, pertenece a la sociedad civil y al Estado la educación, que puede llamarse cívica,
la cual consiste en el arte de presentar públicamente a los individuos asociados tales objetos de conocimiento ra-
cional, de imaginación y de sensación, que inviten a las voluntades hacia lo honesto y lo persuadan con una nece-
sidad moral ya sea en la parte positiva que presenta tales objetos, ya sea en la negativa, que impide los contrarios.
Esta educación cívica, tan amplia y múltiple que comprende casi toda la obra del Estado en favor del bien común,
así como debe conformarse con las normas de la rectitud, así no puede contradecir a la doctrina de la Iglesia, divi-
namente constituida Maestra de dichas normas».
Por otra parte, la Iglesia no desconoce de ningún modo una justa competencia del Estado en la organización
de las escuelas superiores, instituciones de formación del personal administrativo o escuelas militares 1.
69.- Papel del Estado en una nación en donde coexisten varias religiones. Los Papas han condenado
claramente la escuela «llamada neutra o laica, de la que se excluye la religión» como «contraria a los primeros
principios de la educación» 2.
Han evocado igualmente el problema de los Estados divididos desde el punto de vista religioso, y han refu-
tado la objeción que se suele plantear a la postura católica:
«No se diga que es imposible al Estado en una nación dividida en varias creencias, proveer a la instrucción pública, si
no es con escuela neutra y con la escuela mixta; entonces debe el Estado más racionalmente e incluso mas fácilmente puede
proveer al caso dejando libre y favoreciendo con justos subsidios la iniciativa y la obra de la Iglesia y de las familias».

X. LAS RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL ESTADO


70.- La Iglesia, sociedad perfecta. La iglesia católica es, en virtud de la voluntad de Nuestro Señor Jesu-
cristo su Fundador, una verdadera sociedad: la sociedad visible compuesta de hombres que han recibido el bau-
tismo y que, unidos entre sí por la profesión de una misma fe y por el vínculo de una mutua comunión, tienden al
mismo fin espiritual, bajo la autoridad del Pontífice Romano y de los Obispos en comunión con él 3. Teólogos y
canonistas explican que la Iglesia es un sociedad sobrenatural, visible y pública, universal y perfecta 4.
71.- La distinción de los dos poderes. El principio de la distinción de los dos poderes, espiritual y tempo-
ral, se apoya en las palabras mismas de Cristo: «Dad al César lo que es del César —enseña Jesús— y a Dios lo
que es de Dios» (Mat 20, 31; Mar 12, 17). Esto es lo que asume y explica en el transcurso de los siglos toda la
Tradición católica, de la que se hace eco el Papa León XIII en la encíclica Immortale Dei, «De Civitatum christia-
na constitutione» 5, cuando enseña:
«Dios ha dividido el gobierno del género humano entre dos potestades: la eclesiástica y la civil; aquélla, encargada de
las cosas divinas; ésta, de las humanas. Ambas son supremas, cada una en su esfera y las dos tienen sus límites propios, per-
fectamente determinados por su naturaleza y su causa próxima; así, cada una tiene su propio radio de acción en que desarro-
llar con plena soberanía sus peculiares atribuciones. Pero como ambas potestades tienen que ejercerse sobre los mismos
súbditos, puede suceder que un mismo asunto, aunque a título diferente, pero al fin y al cabo el mismo, pertenezca a ambas
jurisdicciones. En ese caso, hemos de suponer que la divina Providencia, de quien las dos potestades descienden, habrá
trazado a cada una su camino, recta y ordenadamente» 6.
«Es, pues, de todo punto necesario que exista entre los dos poderes una recta unión, semejante a la que existe en el
hombre entre el alma y el cuerpo» 7.

1
«Pero esto no quita que para la recta administración de la cosa pública y para la defensa interna y externa de la paz, cosas tan necesarias para el bien común y
que exigen especiales aptitudes y especial preparación, el Estado reserve la institución y dirección de escuelas preparatorias para alguno de sus cargos, y seña-
ladamente para la milicia, con tal que tenga cuidado de no violar los derechos de la Iglesia y de la Familia en lo que a ellas concierne».
2
«La escuela, además, no es prácticamente posible porque de hecho, viene a hacerse irreligiosa. No es menester repetir cuanto acerca de este asunto han decla-
rado Nuestros Predecesores, señaladamente Pío IX y León XIII, en cuyos tiempos particularmente comenzó a embravecerse el laicismo en la escuela pública.
Nos renovamos y confirmamos sus declaraciones, y al mismo tiempo las prescripciones de los Sagrados Cánones en que la asistencia a las escuelas acatólicas,
neutras o mixtas, es decir, las abiertas indiferentemente a católicos y no católicos sin distinción, está prohibida a los niños católicos, y sólo puede tolerarse, úni-
camente a juicio del Ordinario en determinadas circunstancias de lugar y tiempo y con especiales cautelas».
3
Cf. S. ROBERTO BELLARMINO, Controversias, lib. III, De Ecclesia, c. II; Catecismo católico para adultos del CARDENAL GASPARRI, nº 133.
4
Se llama perfecta a la sociedad que posee en sí misma todo los medios necesarios para alcanzar su propio fin. La Iglesia (cuyo fin es la salvación eterna de los
hombres) lo mismo que el Estado (cuyo fin es el bien común temporal) son, en este sentido, sociedades perfectas, la primera en el orden sobrenatural, y la se-
gunda en el orden temporal.
5
«Sobre la constitución cristiana de los Estados».
6
LEÓN XIII, encíclica Immortale Dei, 1 de noviembre de 1885.
7
LEÓN XIII, Ibid.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 61
72.- La unión de los dos poderes. Aunque netamente distintos, la Iglesia y el Estado no tienen que estar
separados sino unidos. Tal como exponía el esquema preparado por la Comisión teológica para el concilio Vati-
cano II sobre «las relaciones entre la Iglesia y el Estado y la tolerancia religiosa» 1:
«Como esas dos sociedades ejercen su poder sobre las mismas personas y con frecuencia sobre un mismo objeto, no
pueden ignorarse la una a la otra. Deben incluso proceder en perfecta armonía, a fin de prosperar ellas mismas no menos que
sus miembros».
El Papa Pío XII, hablando de la «colaboración entre la Iglesia y el Estado», enseñaba también, en 1955:
«La Iglesia no disimula que considera en principio esta colaboración como algo normal, y que considera como un
ideal la unidad del pueblo en la verdadera religión y la unanimidad de acción entre ella y el Estado» 2.
La unión entre la Iglesia y el Estado supone «que la religión católica sea considerada como la religión del
Estado» 3.
73.- La teoría del poder indirecto. La mayor parte de los teólogos adoptan la teoría denominada del poder
indirecto de la Iglesia sobre las cosas temporales 4 o «Doctrina de las Dos Espadas».
¿En qué consiste este poder indirecto de la Iglesia sobre las cosas temporales? ¿Cuáles son sus característi-
cas? Tomamos prestada la respuesta al P. Journet:
«Se trata de un poder verdadero, es decir, de una jurisdicción que da órdenes y no solamente consejos; que puede
mandar y no sólo persuadir. Se trata de un poder indirecto. Esto significa que la Iglesia tiene poder sobre lo temporal, no di-
rectamente, es decir, en vistas a lo temporal, sino indirectamente, es decir, en vistas a lo espiritual. El poder directo en cuanto
a lo temporal, es el poder del Estado. El poder directo en cuanto a lo espiritual, pero indirecto en cuanto a lo temporal, que só-
lo se ve concernido si está vinculado con lo espiritual, es el poder de la Iglesia» 5.
«Al subordinar los fines del orden temporal a los del orden espiritual, [la teoría del poder indirecto] respeta plenamente
la jerarquía de los fines; (...) reconoce al Papa la jurisdicción que posee por derecho divino; (...) asegura a la Iglesia la posibi-
lidad de cumplir su misión incluso en el ámbito político; (...) explica y justifica las decisiones tomadas muchas veces por la
Iglesia contra los príncipes, especialmente deponiendo a los reyes como a Enrique IV (1080), Juan sin Tierra (1212), Federico
II (1245), o desligando a los súbditos de su juramento de fidelidad al rey, como hicieron Gregorio VII (1076) con el empera-
dor Enrique IV, Inocencio III (1208) con el conde de Tolosa o el emperador Otón (1211)» 6.
74.- La Iglesia y el Estado católico. «Al mismo tiempo que ejerce su actividad de un modo soberano e in-
dependiente en el orden temporal que es su esfera propia, por el mismo hecho el Estado tiene que tener en cuenta
que, siendo católicos los ciudadanos y estando llamados por su misma vocación a lograr su salvación en la Iglesia
católica y por medio de ella, y no al gusto de su “libertad de pensamiento” (...), a él le toca protegerlos y defender-
los en el cumplimiento de sus deberes como cristianos» 7.
«Además, la sociedad como tal tiene que reconocer los derechos que Dios tiene sobre ella y, por consiguiente, profesar
su dependencia de Dios» 8.
75.- Función ministerial del Estado con relación a la verdadera religión. Se puede decir que el Estado
asume una “función ministerial” con relación a la verdadera religión. Esta función ministerial supone de parte del
Estado varios deberes:
«1.- Honrar a Dios, autor de la sociedad civil, y esto con el culto de la verdadera religión; y por consiguiente, recono-
cer la religión católica como religión de Estado (contra el agnosticismo e indiferentismo religioso del Estado, lo mismo que
contra el laicismo)» 9.
«2.- Conformar sus leyes con las leyes de Dios y de la Iglesia y, mejor aún, impregnar con ellas su legislación contra el
ateísmo práctico del Estado» 10.
«3.- En razón de la subordinación indirecta del fin del Estado al de la Iglesia, procurar el bien común temporal no sólo

1
Una traducción castellana del Esquema figura como apéndice en el libro de MON. LEFEBVRE, Lo destronaron.
2
PIO XII, Discurso al 10º Congreso internacional de ciencias históricas, 7 de septiembre de 1955. En los Dubia de Mons. Lefebvre se encuentra esta intere-
sante cita de una Alocución de Pío XII al Primer ministro de Irlanda: «Apoyados en la ley natural, estas prerrogativas humanas fundamentales que garantiza y
asegura vuestra Constitución a todo ciudadano de Irlanda en los límites del orden y de la moralidad, no podrían encontrar una garantía más amplia y segura co-
ntra las fuerzas ateas de la subversión y el espíritu de facción y de violencia que en la confianza mutua entre las autoridades de la Iglesia y del Estado, indepen-
dientes cada una en su propio ámbito, pero aliadas para el bien común, sobre la base de los principios de la fe y de la doctrina católica (4 de octubre de 1957;
citado en MONS. LEFEBVRE, Mis dudas sobre la libertad religiosa, Ed. Clovis, 2000, p. 109-110).
3
MONS. LEFEBVRE, Mis dudas sobre la libertad religiosa, Ed. Clovis, 2000, p. 110 ss. y los textos del magisterio y ejemplos históricos citados.
4
Cf. S. ROBERTO BELARMINO, De Romano Pontífice, lib. V; Diccionario de derecho canónico, por R. NAZ y al., art. Iglesia, col. 164-165, 167; OTTAVIANI,
Institutiones Juris Publici Ecclesiastici, Roma, 4ª edic., 1958, vol. II, pp. 133 ss.
5
CHARLES JOURNET, La jurisdicción de la Iglesia sobre la sociedad civil, París 1931, p. 117, citado por el Diccionario de derecho canónico, art. Iglesia, col. 164.
6
Diccionario de derecho canónico, art. Iglesia, col. 167.
7
D.T.C., art. Tolerancia, col. 1220.
8
Ibid., col. 1220.
9
MONS. LEFEBVRE, Mis dudas sobre la libertad religiosa, Ed. Clovis, 2000, pp. 100 ss. y los textos del magisterio citados.
10
MONS. LEFEBVRE, ibid., pp. 101.
62 CUADERNOS DE LA REJA

de modo que se evite todo lo que perjudica a la libertad de la Iglesia y de las almas, sino también de modo que se favorezca
positivamente el orden temporal y el bien de la Iglesia y de las almas (contra el laicismo del Estado)» 1.
«4.- En razón del poder indirecto de la Iglesia sobre el Estado, ejercer una función ministerial con relación a la Iglesia,
y en particular proporcionarle la ayuda del “brazo secular” (o “espada temporal”) 2.
«5.- Usar la espada temporal —sin que se le pueda reprochar una injerencia en el ámbito religioso— contra los pertur-
badores del orden religioso (tal como lo juzgue correcto la Iglesia) y contra los que se oponen a la difusión del Evangelio» 3.
76.- Tolerancia religiosa. La doctrina católica sobre la tolerancia del error religioso y moral (es decir, el
hecho —cuando lo exigen las circunstancias— «de no impedir el error religioso o el mal moral para promover un
bien mayor»), doctrina reiterada especialmente por Pío XII 4, está resumida en los Dubia presentados a la Con-
gregación para la Doctrina de la Fe por Mons. Lefebvre 5, a cuya consulta invitamos al lector.

1
MONS. LEFEBVRE, ibid., pp. 102.
2
MONS. LEFEBVRE, ibid., pp. 101.
3
MONS. LEFEBVRE, ibid., pp. 105-106.
4
Discurso a la Unión de juristas católicos italianos, 6 de diciembre de 1953, D.C. 1953, col. 1607-1608; cf. nº 94 de noviembre de 1972 de la Revista Permanences.
5
MONS. LEFEBVRE, op. cit., pp. 115-127.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 63

TERCERA PARTE
PROBLEMAS DE ACTUALIDAD
I. LA LIBERTAD RELIGIOSA
77.- El problema de la libertad religiosa. La declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad reli-
giosa Dignitatis humanae, promulgada el 7 de diciembre de 1965 1, aparece como una de las manifestaciones más
espectaculares de esta «nueva y singular orientación adoptada por la Santa Sede». Ha provocado que miles de ca-
tólicos en el mundo entero se opongan a los que tienen la autoridad en la Iglesia «por fidelidad a la doctrina infali-
ble de la Iglesia y a los sucesores de Pedro» 2.
Los Innovadores se han congratulado por el brusco cambio que supone la proclamación de la libertad reli-
giosa. Así, han podido escribir: «con su declaración sobre la libertad religiosa, más que cualquier otro texto, el
Concilio Vaticano II ha volcado a la Iglesia en el mundo moderno» 3. Juan Pablo II, por su parte, no deja de elo-
giar la doctrina conciliar sobre la libertad religiosa en muchísimos documentos y alocuciones 4.
78.- ¿Qué es la libertad religiosa según el Concilio Vaticano II? Es la afirmación de un derecho natural
a la libertad de toda coacción en la profesión y propaganda públicas de cualquier culto religioso:
«Este Concilio Vaticano declara que la persona humana tiene derecho a la libertad religiosa. Esta libertad consiste en
que todos los hombres han de estar inmunes de coacción, tanto por parte de individuos como de grupos sociales y de cualquier
potestad humana, y esto de tal manera que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le im-
pida que actúe conforme a ella en privado y en público, sólo o asociado con otros, dentro de los límites debidos. Declara, ade-
más, que el derecho a la libertad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se la
conoce por la palabra revelada de Dios y por la misma razón natural. Este derecho de la persona humana a la libertad religiosa
ha de ser reconocido en el ordenamiento jurídico de la sociedad, de tal manera que llegue a convertirse en un derecho civil».
79.- Condenación de la libertad religiosa por el Magisterio tradicional. Nos resultaría imposible enu-
merara aquí todas las condenaciones pontificias. Nos contentaremos con señalar las principales.
Desde 1791, el Papa Pío VI condenó la libertad religiosa proclamada por la Declaración de los Derechos
del Hombre de 1789:
«Para lograr [la abolición de la religión católica] se establece, como un derecho del hombre en sociedad, esa libertad
absoluta que no sólo asegura el derecho a no ser inquietado en las propias opiniones religiosas, sino que se concede también
esa licencia de pensar, decir, escribir e incluso imprimir impunemente en materia de religión todo lo que pueda sugerir la
imaginación más desordenada; derecho monstruoso, pero que a la Asamblea le parece que se deriva de la igualdad y de la li-
bertad naturales que tienen todos los hombres. ¿Qué puede haber más insensato que esto...?» 5.
Pío VII 6, Gregorio XVI 7, Pío IX 1, León XIII 2 y Benedicto XV 3 enseñaron la misma doctrina.

1
D.C. 16 de enero de 1966, nº 1463, col. 98-110.
2
MONS. LEFEBVRE, Carta al cardenal Seper, 26 de febrero de 1978, Itinéraires, nº 233, mayo de 1979, p. 27.
3
JEAN POTIN, La Croix, 17 de noviembre de 1985.
4
Cf. especialmente JUAN PABLO II, Discurso a los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, 9 de enero de 1988, D.C. 1988, nº 1955, p. 142. El Papa afirma que
«el derecho a la búsqueda religiosa, es decir, la facultad de corresponder a los imperativos de la propia conciencia en la búsqueda de la verdad y de profesar públi-
camente su fe en la pertenencia libre a una comunidad religiosa organizada, constituye como la razón de ser de las demás libertades fundamentales del hombre».
5
PIO VI, Carta Quod aliquantum, 10 de marzo 1791. El P. PIERRE-MARIE, en su Estudio sobre la libertad religiosa según Vaticano II (revista La sal de la tie-
rra, nº 2) subraya que esta condenación afecta principalmente a los dos artículos siguientes de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1789: «Art. 10:
Nadie puede ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, mientras su manifestación no moleste al orden público establecido por la ley». «Art. 11: La
comunicación libre de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más preciosos del hombre: cualquier ciudadano puede, pues, hablar, escribir
e imprimir libremente, salvo que tenga que responder por los abusos de esta libertad, en los casos determinados por la ley».
6
«Un nuevo motivo de pena que aflige a nuestro corazón aún más vivamente, y que confesamos que nos causa un tormento, abatimiento y angustia extremas,
es el art. 22 de la Constitución. No hace falta un largo discurso dirigiéndonos a un obispo como vos para haceros ver qué herida mortal se le inflige a la religión
católica en Francia con este artículo. Por el mismo hecho de establecer la libertad de todos los cultos sin distinción, se confunde la verdad con el error y se pone
a la Esposa santa e Inmaculada de Cristo, la Iglesia, fuera de la cual no puede haber salvación, al mismo nivel de las sectas heréticas e incluso de la perfidia ju-
daica. Además, al prometer el apoyo a las sectas heréticas y a sus ministros, se tolera y favorece no sólo a sus personas sino también a sus errores» (PÍO VII,
Carta Post tam diuturnas, 28 de abril de 1814).
7
«De esta fuente de todo punto pestífera del indiferentismo, mana aquella sentencia absurda y errónea, o más bien, aquel delirio de que la libertad de concien-
cia ha de ser afirmada y reivindicada para cada uno. A este pestilentísimo error le prepara el camino aquella plena e ilimitada libertad de opinión, que para rui-
na de lo sagrado y de lo civil está ampliamente invadiendo todo, afirmando a cada paso algunos con sumo descaro que de ella dimana algún provecho a la reli-
gión. Pero “¿qué muerte peor para el alma que la libertad del error?”, decía San Agustín» (GREGORIO XVI, Encíclica Mirari vos, 15 de agosto de 1832).
64 CUADERNOS DE LA REJA

Justo antes de que empezara el Concilio Vaticano II, en la Iglesia se enseñaba comúnmente que:
«El Estado tiene que prohibir los cultos falsos, a menos que haya una verdadera necesidad de tolerancia» (Cardenal
Billot, De Ecclesia, nº 19, art. 1, § 3). Este último pone entre los sofismas de los liberales el siguiente: «El Estado tiene que in-
teresarse por la cuestión religiosa, no en cuanto religiosa, sino sólo en cuanto afecta a la tranquilidad pública o política, o en
cuanto afecta a la defensa y a la protección de los derechos del hombre» 4.
El Esquema preparado para Vaticano II por la Comisión teológica bajo la dirección del cardenal Ottaviani
decía que:
«El Poder civil puede por sí mismo, reglamentar y moderar las manifestaciones públicas de otros cultos y defender a
los ciudadanos contra la difusión de falsas doctrinas que, a juicio de la Iglesia, ponen en peligro su salvación eterna».
80. Oposición entre la doctrina tradicional y la declaración de Vaticano II. A pesar de lo que pretenden
algunos, no hay ninguna duda que entre la doctrina católica tradicional que acabamos de recordar y la doctrina de
la declaración Dignitatis humanae no sólo no hay ninguna continuidad sino una contradicción flagrante.
Esta contradicción ha sido esclarecida en diversos estudios 5 que puede consultar el lector, y se puede re-
sumir en el siguiente cuadro que tomamos prestado a Arnaud de Lassus 6:
Doctrina tradicional Doctrina conciliar
¿Es algo malo el culto público de una falsa religión? Sí Sí
¿Tiene competencia el Estado para reprimir este mal? Sí No (salvo si ese culto perturba el
orden público justo)
¿Tiene que ser considerada como un derecho la
No Sí
libertad de culto público para las falsas religiones?
¿Tiene que inscribirse en la ley este derecho? No Sí
¿Puede el Estado establecer legítimamente discrimi-
Sí No
naciones entre los ciudadanos por motivo religioso?
-Culto publico -No se afirman (ni se niegan)
-Legislación conforme a las estos deberes
¿Cuáles son los deberes del Estado con la verdadera exigencias de la verdadera -Su aplicación es imposible
religión? religión en gran parte por la regla de
-Protegerla (en particular co- no discriminación por moti-
ntra las falsas propagandas) vo religioso

II. LA DOCTRINA POLÍTICA Y SOCIAL DE LA IGLESIA DESDE VATICANO II


81.- La crisis en la Iglesia. La Iglesia Católica atraviesa actualmente, como se sabe, una crisis de una am-
plitud y gravedad sin precedentes en la historia.

1
«Contra la doctrina de las Sagradas Letras, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan en afirmar que “la mejor condición de la sociedad es aquella en que
no se le reconoce al gobierno el deber de reprimir con penas establecidas a los violadores de la religión católica, sino en cuanto lo exige la paz pública. Partien-
do de esta idea, totalmente falsa, del régimen social, no temen favorecer la errónea opinión, sobremanera perniciosa a la Iglesia Católica y a la salvación de las
almas, calificada de “delirio” por nuestro antecesor Gregorio XVI, de feliz memoria, de que “la libertad de conciencia y de cultos es derecho propio de cada
hombre, que debe ser proclamado y asegurado por la ley en toda sociedad bien constituida, y que los ciudadanos tienen derecho a una omnímoda libertad, que
no debe ser coartada por ninguna autoridad eclesiástica o civil, por el que puedan manifestar y declarar a cara descubierta y públicamente cualesquiera concep-
tos suyos, de palabra o por escrito o de cualquier otra forma”. Mas al sentar esa temeraria afirmación, no piensan ni consideran que están proclamando una li-
bertad de perdición...» (PIO IX, Encíclica Quanta cura, 8 de diciembre de 1864). Ver también el Syllabus (8 de diciembre de 1864, nº 78 y 79).
2
«Se sigue que el Estado no se creerá obligado hacia Dios por ninguna clase de deber... sino que concederá a todas ellas [las religiones] igualdad de derechos,
con tal que el régimen del Estado no reciba de ellas ninguna clase de perjuicios». Elemento del “Derecho nuevo”, reprobado por LEÓN XIII en Immortale Dei,
1 de noviembre de 1885.
3
BENEDICTO XV ponía entre los principios preciosos que corroen el orden civil y trastocan los fundamentos de la sociedad cristiana esta frase: «en materia re-
ligiosa, la libertad de pensar y de difundir todo lo que se quiera no debe ser limitada mientras no perjudique a nadie» (Anno iam exeunte, 7 de marzo de 1917).
4
CARDENAL BILLOT, op. cit., citado por el P. PIERRE-MARIE, art. cit.
5
MONS. LEFEBVRE, Carta al cardenal Seper, 26 de febrero de 1978, Itinéraires 233, mayo de 1979; ID. Dubia sobre la libertad religiosa, reeditados con el tí-
tulo Mis dudas sobre la libertad religiosa, Ed. Clovis, Etampes, 2000; P. BERNARD LUCIEN, Anexo sobre la oposición entre el concilio Vaticano II y la encí-
clica Quanta cura, en la Carta a algunos obispos sobre la situación de la santa Iglesia y memoria sobre algunos errores actuales, Paris, Sociedad Santo To-
más de Aquino, 1983; ID., Gregorio XVI, Pío IX y Vaticano II. Estudio sobre la libertad religiosa en la doctrina católica, Tours, Ed. Forts dans la Foi, 1990;
MICHEL MARTIN, Vaticano II y los errores liberales, en Courrier de Rome, nº 157, 162, 172 y180.
6
A. DE LASSUS, Libertad religiosa, la controversia en el ámbito tradicional, en A.F.S., nº 111, febrero de 1994, p. 19.
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 65
a) «Desde octubre de 1958, al morir Pío XII, la apostasía moderna, al no ser combatida suficientemente en la
Iglesia, conquistó poco a poco el derecho de ciudadanía.
b) Desde octubre de 1962, al iniciarse el Concilio, una avalancha de solemnes ambigüedades venidas de lo alto
desorientó metódicamente la fe y la esperanza de los fieles.
Desde 1969, ya no se puede dudar de que estamos en presencia de un sistema deliberado de autodestrucción de la Igle-
sia, impuesto por una facción que, como un ejército de ocupación, mantiene a sus pies las jerarquías y las administraciones de
la Iglesia militante» 1.
82.- El liberalismo católico. Lo que quizás caracteriza principalmente la crisis actual es un «cambio grave
y profundo en las relaciones de la Iglesia con el mundo» 2.
Es el triunfo del liberalismo en la Iglesia: el liberalismo católico 3, que se manifiesta por el abandono de la
oposición resuelta a los errores y a las empresas de la Revolución.
Esta crisis es una crisis del Magisterio pontificio, puesto que la responsabilidad de los Papas que se han
sucedido en la Sede Apostólica desde Juan XXIII está comprometida objetivamente de modo grave en las
reformas y nueva orientación de la Iglesia.
Por eso no es de extrañar que la doctrina política y social católica se vea afectada por esta crisis.
83.- El personalismo 4. El personalismo es la filosofía subyacente de Vaticano II y de la enseñanza de la
jerarquía eclesiástica desde el Concilio. Producto principalmente de la doctrina de Jacques Maritain, consiste, en
el ámbito político-social, en la exageración de la autonomía y del valor de la persona en el orden social. Maritain
afirmaba «la extraterritorialidad de la persona con relación a los medios temporales y políticos» 5 y proclamaba su
“santa libertad”. Siguiendo sus pasos, Juan Pablo II, preocupado por «afirmar al hombre por sí mismo y no por
ningún otro motivo: únicamente por sí mismo» 6, enseña por ejemplo:
a) que «la verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad» 7.
b) que «la persona humana es y tiene que ser el principio, el objeto y el fin de todas las instituciones
sociales» 8.
84.- La libertad religiosa. La doctrina política social conciliar se funda en la libertad religiosa y,
correlativamente, en la tesis de la incompetencia del Estado en materia religiosa que formuló en el Concilio Mons.
De Smedt, para quien el Estado «no es una autoridad competente para juzgar sobre la verdad o la falsedad en
materia religiosa» 9. Por su parte, Juan Pablo II enseña: «Un Estado moderno no puede hacer del ateísmo o de la
religión uno de sus fundamentos políticos» 10. Esto se opone claramente a la doctrina católica tradicional que
hemos recordado anteriormente.
La aplicación de la doctrina conciliar ha consistido principalmente en “secularizar” los Estados que seguían
aún siendo católicos al llegar Vaticano II 11.

1
JEAN MADIRAN, Reclamo al Santo Padre, N.E.L., París, 1974, p. 7.
2
MONS. LEFEBVRE, Carta al cardenal Seper, 13 de abril de 1978, Itinéraires, nº 233, mayo de 1979, p. 114.
3
«Inspirado por la preocupación de conciliar los derechos de la Iglesia con la condición de las sociedades actuales, esta teoría repudia las tesis fundamentales
del liberalismo, pero preconiza sus conclusiones prácticas. “El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y
con la civilización moderna” (Syllabus, prop. 80). El régimen de la separación de la Iglesia y del Estado se considera como el mejor para la Iglesia; la libertad
de todos los cultos se presenta como si tuviera un valor de principio, etc. (ibid. prop. 77 ss)».
4
Cf. más arriba, el capítulo sobre La persona y la Sociedad civil.
5
MARITAIN, Humanismo integral, p. 191.
6
Discurso a la UNESCO, 2 de junio de 1980, en O. R. 10 de junio de 1980, p. 6.
7
Carta apostólica Tertio Millenio adveniente, 10 de noviembre de 1994, nº 35. Sobre la enseñanza de Juan Pablo II en general y su carácter personalista en par-
ticular, se pueden leer provechosamente los dos estudios del R. P. DE BLIGNIERES, Juan Pablo II y la doctrina católica (1981) y La enseñanza de Juan Pablo
II (1983). Ver también JEAN-MARC RULLEAU, Modernismo y catolicidad, Ed. Tradiffusion, Bulle, 1996.
8
Encíclica Veritatis splendor, nº 97. Se podría tratar de demostrar la ortodoxia de esta afirmación señalando que el mismo PÍO XII enseñaba: «El origen y el fin
esencial de la vida social es la conservación, el desarrollo y la perfección de la persona humana» (Radio mensaje del 24 de diciembre de 1944). Pero, como se-
ñala Mons. Tissier De Mallerais, estas dos frases no significan lo mismo: «En Juan Pablo II la sociedad civil se ordena a la persona considerada en su indivi-
dualidad y con su bien particular, que no sabemos si consiste en la libertad o en la virtud; mientras que en Pío XII la sociedad civil se ordena a la persona con-
siderada en la perfección real que le proporciona la vida social, tanto en sus bienes particulares como en los de la vida común. Además, Pío XII afirma el vín-
culo necesario entre la perfección de la persona y el bien común de la sociedad civil» (en La sal de la tierra, nº 9, 1994).
9
MONS. DE SMEDT, en la Relatio de reemendatione schematis emendati, a 28 de mayo de 1965, documento 4SC., pp. 48-49 (citado por MONS. LEFEBVRE, Lo
destronaron, Ed. Fideliter, Escurolles, 1987, p. 135).
10
Homilía en La Habana, 25 de enero de 1998, D.C. nº 2177, 1 de marzo de 1998, pp. 230-231. La cita continúa diciendo: «El Estado, lejos de todo fanatismo
o laicismo extremista, tiene que promover un clima social sereno y una legislación apropiada que permitan a cada persona y confesión religiosa vivir libremen-
te su fe, expresarla en el ámbito de la vida pública y contar con los medios y lugares suficientes para proporcionar riquezas espirituales, morales y civiles a la
vida del país». Para un análisis de esta declaración, cf. La sal de la tierra, nº 26 (1998), pp. 1-8.
11
El CARDENAL RATZINGER ha declarado que hoy «nadie contesta que los Concordatos español e italiano pretendían conservar demasiadas cosas de una con-
cepción del mundo que, desde hace mucho tiempo, no corresponde a las circunstancias reales. Además, casi nadie puede negar que al apego a esta concepción
66 CUADERNOS DE LA REJA

Después de Vaticano II, la Santa Sede ha tratado, pues, de modificar sus Concordatos con los Estados cató-
licos: fue el caso de Colombia en 1973, del Estado de Valais en Suiza en 1974, de Portugal en 1975, de España en
1976 1, de Perú en 1980 y, finalmente, de Italia en 1984 2. Las consecuencias no se hicieron esperar: descristiani-
zación, introducción del divorcio, de la anticoncepción y del aborto en la legislación civil, libertinaje en las
costumbres, etc.
85.- Destrucción de las instituciones cristianas. La doctrina oficial posconciliar se caracteriza igualmente
por un desconocimiento dramático de la incidencia de las estructuras políticas y sociales sobre la virtud moral y la
obtención de la salvación eterna de la mayor parte de las personas. El cardenal Etchegaray llega incluso a conside-
rar que la secularización de las instituciones supone una “oportunidad” para los cristianos 3. La acción cívica y polí-
tica de los católicos se limitará, pues, a una “presencia”, a una “animación” del orden temporal existente, olvidando
(o queriendo olvidar) que está infectado por los principios revolucionarios. Con razón señalaba Mons. Lefebvre:
«Si todo el aparato y el condicionamiento social del Estado es laicista, ateo, arreligioso, y más aún, perseguidor de la
Iglesia, ¿quién se atreverá a afirmar que les será fácil a los no católicos convertirse y a los católicos permanecer fieles? Hoy
más que nunca, con los modernos medios de comunicación social y con las relaciones sociales que se multiplican, el Estado
influye cada vez más en el comportamiento de los ciudadanos, en su vida interior y exterior; en consecuencia, en su actitud
moral, y, en definitiva, en su destino eterno» 4.
86.- Nuestra acción cívica y política en la situación actual de la Iglesia. La crisis que atraviesa actual-
mente la Iglesia Católica hace que sea particularmente difícil una acción cívica y política auténtica y fecunda.
Es evidente que los seglares comprometidos en la acción para restaurar una Sociedad católica no pueden, a
menos que lleguen a demostrar la falsedad de lo que acabamos de explicar en este capítulo, dar su asentimiento:
a) ni a los nuevos principios doctrinales (sociales y políticos) que profesa la jerarquía eclesiástica ac-
tual, manifiestamente infectados por los errores del liberalismo y el personalismo;
b) ni, con mayor motivo, a las directivas cívicas prácticas y prudenciales que proceden de esa misma
jerarquía 5.
Tienen que dedicarse al estudio cada vez más profundo de los principios de la doctrina social católica, tratando
de aplicarla progresivamente, en sus respectivos ámbitos, para llegar al reinado social de Nuestro Señor Jesucristo.

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anticuada —de las relaciones de la Iglesia y del Estado— correspondían anacronismos similares en el ámbito de la educación» (CARDENAL RATZINGER, Los
principios de la teología católica, Ed. Téqui, París, 1985, p. 427).
1
Hay que observar que la modificación del Concordato entre la Santa Sede y España hecha en 1976 fue precedida por la revisión del Fuero de los Españoles,
carta constitucional española, para conformarla con la nueva doctrina de Vaticano II sobre la libertad religiosa. Cf. E. FRANÇOIS, Franco o el regreso a la Es-
paña católica, en CIVITAS, nº 3, diciembre de 2001, pp. 53 ss.
2
Cf. D. LE ROUX, Pedro, ¿me amas?, Ed. Fideliter, 1988, pp. 20 ss.
3
Cf. D.C. 1980, nº 1788, pp. 587 ss.
4
MONS. LEFEBVRE, Un Obispo habla, Ed. Nuevo Orden, B. Aires, págs. 80.
5
No pretendemos aquí tomar postura en favor o en contra de ninguna de las teorías sobre la situación actual de la Autoridad en la Iglesia (de la Sede Apostóli-
ca y del Episcopado católico).
LA SOCIEDAD CIVIL SEGÚN EL ORDEN SOCIAL CRISTIANO 67
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