Concepcion Cabrera - A Mis Sacerdotes Parte 11
Concepcion Cabrera - A Mis Sacerdotes Parte 11
Concepcion Cabrera - A Mis Sacerdotes Parte 11
Yo, solo como hombre y en mi humildad sin término, pasaría por todo
sin quejarme; pero soy Dios hombre, y Yo mismo, en cuanto hombre, sé
honrar a la Divinidad mía, una con la del Padre y del Espíritu Santo.
Como hombre tengo que darle su lugar a Dios; como puro hombre –si
esto fuera posible en Mí-, nada exigiría, nada pediría; pero como soy al
mismo tiempo Dios y hombre, exijo pulcritud y suma limpieza en lo
relativo al culto divino, aun en lo material. Y aunque tengo en más
aprecio la limpieza interior que la exterior, me lastima la falta de
cuidado, porque implica falta de fe y falta de amor.
Me agradaría que se formara una comisión para cerciorarse de la
limpieza y que cesara este mal que ha cundido más de lo que se cree.
No bastan las Visitas pastorales; Yo quisiera una vigilancia más asidua
para enterarse de este punto que lastima mi delicadeza. No pido
riquezas, pero si grande limpieza y aseo.
¡Si vieran las vergüenzas que paso ante mi Padre Celestial, con estos
descuidos increíbles de los míos en lo que debiera ser asunto primordial
de mis sacerdotes!
Los vasos sagrados a veces no serían dignos de presentarse al mundo
más bajo, ¡y ahí estoy Yo, con mi Cuerpo, mi Sangre y mi Divinidad!
¡Los corporales!... ¡Cuántas veces me repugna reposar en ellos
sacramentado! Las manos sucias de algunos sacerdotes me repelen; y
ahí estoy, y me dejo coger, manejar, poner y quitar siempre callado y
obediente, siempre en silencio, sonrojándome ante mi Padre amado
ante la mirada de los ángeles que se cubren el rostro, que llorarían si
pudieran al verme tratado así.
Pero aunque este trato exterior e indigno me lastima, lo que más hiere
mi Corazón es la falta de fe viva en mis sacerdotes, la rutina con que se
acostumbrar tratar lo santo y al Santo de los santos.
Me duele también el descuido en las rúbricas sagradas y el poco aprecio
o ninguno que hacen de ellas algunos sacerdotes.
Me lastiman esas maneras tan poco finas de dar la comunión, de
exponerme en la Custodia y hasta de omitir palabras que debieran
pronunciar y que no lo hacen por sus prisas, por su fastidio; y
administran los sacramentos (por ejemplo, bautismos, confesiones,
etc.), por salir del paso, sin darles todo el peso divino y santo que los
sacramentos merecen.
Y ¿de qué viene todo esto? De la falta de amor, repito; de que toman los
deberes sacerdotales y santos como una carga pesada y molesta; de
que no miden lo sublime de su cargo y de sus deberes para con Dios y
para con las almas, de que se familiarizan con el Altar y no lo respetan
ni lo dan a respetar como debieran hacerlo.
¡Ay! ¿Quién recibirá estas quejas de mi Corazón herido? ¿Quién las hará
saber a quienes deben remediar estas arbitrariedades en mi Iglesia?
Muchos sacerdotes, al no amarme a Mí, tampoco aman a la Iglesia, y
esto para Mí es horrible, por tratarse de sus mismos ministros en donde
ella descansa. Ven como cosa de poco más o menos mi honra y abusan
de sus bondades y desborda mi Iglesia, que llora no sólo la pérdida de
sus hijos, sino también el descuido inaudito y la poca finura y delicadeza
con que la tratan lo que son más que sus hijos.