San Buenaventura. El Itinerario de La Mente Hacia Dios

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La Sabiduría misteriosa revelada por el Espíritu Santo

San Buenaventura, obispo


Opúsculo sobre el itinerario de la mente hacia Dios, 7,1.2.4.6:
(Opera omnia 5,312-313)

Cristo es el camino y la puerta. Cristo es la escalera; y él


vehículo, él, que es la placa de la expiación colocada sobre el
arca de Dios y el misterio escondido desde el principio de los
siglos. El que mira plenamente de cara esta placa de expiación
y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza
y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento,
alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el
paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el
mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde
saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el
sepulcro, muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es
posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al
ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo
en el paraíso.
Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda
especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la
totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y
secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y
nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a
quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que
Cristo envió a la tierra. Por esto, dice el Apóstol que esta
sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo.
Si quieres saber cómo se realizan estas cosas pregunta a la
gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al
entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no
al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro;
pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la
claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que
transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos
afectos.
Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en
Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su
ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que
es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado y la misma muerte.
El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que
está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie
puede ver mi rostro y quedar con vida. Muramos, pues, y
entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras
preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo
crucificado de este mundo al Padre, y así, una vez que nos
haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: Eso nos
basta; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi
gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi
corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo. Bendito sea el
Señor por siempre, y todo el pueblo diga: «¡Amén!»
San Buenaventura, Obispo y Doctor de
la Iglesia
(1221 - 1274)

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