TEMAS-Kerygma 2018

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TEMA 2: EL PECADO

I. OBJETIVO
Reconocer nuestra inclinación al mal, nuestra debilidad y egoísmo que nos impide amarnos y amar a Dios en
nuestros hermanos necesitados, alejados, perdidos y marginados.

II. ORACIÓN
Señor, es de noche. ¿Estás también aquí en mi noche? Tu luz se ha apagado y mi vida es un caos. Todo se me
hace cuesta arriba, todo me pesa y yo me siento torpe y lento. Al despertar, la mañana me abruma porque el
peso del pecado y la soledad que habita en mi corazón, me hacen dudar de tu presencia. Quiero escapar de tu
sentencia, pero más le temo a mi propio juicio y el de los demás. Hazme acudir siempre a tus brazos de
misericordia, cerrar mis ojos y ver con arrepentimiento mis pecados y correr a la fuente de tu amor. Amén.

III. CANTO
Athenas, “Enséñame”
https://www.youtube.com/watch?v=W6I8NhLl3zE

IV. HECHO DE VIDA

Un hombre devoto fue a vivir a una casa en donde tenía como vecina a una prostituta. Ya al día siguiente se
dio cuenta del incesante ir y venir de hombres que acudían a solicitar los servicios de la mujer. Escandalizado
por la situación, se dirigió a la prostituta en estos términos:

-Mujer malvada y pecadora que corrompes a los hombres, ¡arrepiéntete de tu conducta! Y para que cada día
tengas conciencia de tus terribles actos, yo colocaré una piedrecita en la puerta de la casa por cada pecado
que cometas.

Y así, cada día, el devoto fue sumando piedras por cada hombre que visitaba a la mujer, formando un montón
con cientos de ellas. La mujer veía crecer el cúmulo de piedras y su corazón sufría, ya que la vida y las
circunstancias le habían empujado a aquella situación de la que era ella la primera en lamentar.

Una noche, un terremoto destruyó aquel pueblo, muriendo en la catástrofe el devoto y la prostituta. Ambas
almas fueron rápidamente conducidas ante los jueces celestes que dictaron:

-El alma de la prostituta que sea llevada al paraíso, y el alma del hombre que sea conducida al purgatorio.

-Un momento; intervino el devoto, aquí debe haber un error. Es ella la que ha estado pecando
incesantemente todos los días en varias ocasiones, y en cambio he respetado los dictados de la moral y los
mandamientos.

Los jueces se miraron entre sí sin dar crédito a lo que oían.

-No hay ningún error. Esta mujer tiene el alma blanca. Es posible que su cuerpo pecase, pero la vida la condujo
a un destino que no pudo eludir. Pero su mente y su corazón rogaban a cada instante el poder terminar con
aquel tipo de vida que tanto la hacía padecer. Tú, en cambio, tienes el corazón negro de albergar
resentimiento, culpa y juicio contra ella, eso sin contar con que con cada piedra contribuías a aumentar su
humillación y su vergüenza. Tu corazón es soberbio, ¡que se cumpla la sentencia!
Inmediatamente la mujer fue llevada a gozar de los placeres y beatitud del paraíso, y dicen que aquel hombre
que se creía un santo, continúa purificando su alma.

V. ILUMINACION
Ya hemos visto en el tema anterior el gran amor de Dios para con el hombre, y hoy tocaremos un tema que no
es de nuestro agrado, y es la gran paradoja de nosotros, los pecadores, que siendo libres preferimos ver la
paja en el hermano que la viga en nuestro ojo.

¿Quién soy?,
¿Cuál ha sido mi respuesta al amor de Dios?,
¿He visto lo que hay dentro de mí antes de ver al vecino, al amigo o a mi familiar?,

La Iglesia nos invita de manera especial a la conversión, Pero, ¿cómo lograrlo? Lo primordial es comprender
que todos somos pecadores.

Me gusta citar el ejemplo de los alcohólicos, que, en sus sesiones, se presentan como: “soy Juanito y soy
alcohólico”, y lo hacen aun estando en periodo de sobriedad. Pues de la misma manera nosotros, podríamos
presentarnos como: soy (nombre) y soy pecador.

Ahora bien, ¿qué es el pecado?, existen muchas definiciones de este concepto. En griego se dice hamartía, y
significa no dar al blanco, equivocarse, fallar en el objetivo de la vida, que es la felicidad.
…. No es solamente la trasgresión de un precepto divino, por ejemplo: no mentir o no robar,… es fallar al
amor de Dios. Consiste en el rechazo "libre" del amor de Dios, estamos ante un grave acto de rebeldía, cuando
conscientes de que no es correcto, que con aquella acción voy a ofender a Dios o al prójimo, aun así lo
cometemos. Es decir, el pecado es ir contra el orden que Dios ha establecido en nuestro corazón, que es la
ley natural, y nos perjudica, no porque esté prohibido o mal sino porque no está dentro de nuestro
instructivo de uso.

¿Por qué ofendemos a Dios en el pecado? Fundamentalmente por las siguientes razones:

a) Porque se desobedece a la conciencia que es la voz de Dios que resuena en nuestro interior; dejando de
lado las leyes de Dios, medios por los cuales amorosamente nos lleva a gozar de Él. En estos mandamientos,
Dios pone todo su amor, revela en ellos su voluntad de que seamos felices.

b) Porque es desplazar a Dios, el hombre al pecar toma como fin a las criaturas en lugar de Dios. Él pone a
disposición del hombre unos medios para que sea feliz y vaya hasta Él, y el hombre prefiere quedarse con los
medios. Deleitándose en bienes que producen placeres temporales, se desprecia al único Bien que puede
saciar las ansias de felicidad.

c) Porque Dios es despreciado ya que el hombre al pecar se sustrae a su dominio. Actuamos ante Él como el
niño que rechaza un regalo magnífico simplemente porque está distraído o enfadado por otra causa. No se
valora lo que Dios nos regala desinteresadamente para nuestro bien.

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Ya hemos definido lo que es el pecado, pero, ¿cuál es mi pecado?, ¿qué es lo que necesito reconocer en mí
para amarme, amar a Dios, a los demás y ser feliz?
Para comprender a fondo lo anterior, cito a continuación algunos pasajes que nos pueden ayudar a examinar
nuestras vidas a la luz del Evangelio.

• EL PECADO PÚBLICO SAN LUCAS 7, 36-37


Un fariseo invitó a Jesús a comer. Entró, pues, Jesús en casa del fariseo y se sentó a la mesa. En esto, una
mujer, pecadora pública, al saber que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo se presentó.
¿Quién era esta mujer? ¿Era María Magdalena?, era una pecadora pública, mujer altiva y muy hermosa, de
largos y sedosos cabellos que parecían un velo de oro cuando reflejaban el sol. Los hombres perdían el aliento
nada más de verla. Era la mujer de nadie y la mujer de todos… de todos los de Magdala, por eso la llamaban: la
Magdalena. Hay una extraordinaria coincidencia, entre la historia de esta mujer; a quien llamaremos “la hija
pródiga”, y la del hijo pródigo que nos relata el mismo evangelista en el capítulo 15.

El hijo menor, nos dice San Lucas, le pidió a su Padre su herencia, y a los pocos días lo reunió todo y se marchó
a un país lejano, donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Esta mujer hizo lo mismo, ella
quería disfrutar de los dones que había recibido; su belleza, su encanto, y los quería disfrutar lejos de Dios,
de Aquél que se los había otorgado, y por eso se fue a otra ciudad donde ni sus padres, ni sus hermanos, ni
su marido, pudieran reprocharle su mala vida.

El hijo pródigo lo gastó todo, se quedó sin nada y comenzó a pasar necesidad. Esta mujer hizo lo mismo, gastó
los mejores años de su vida, su juventud, su belleza y sobre todo, había gastado su corazón, dándoselo a quien
no lo merecía. Había estado en el regazo de muchos hombres y en el corazón de ninguno. Y también aquella
mujer sintió hambre; el hijo pródigo en el estómago, y ella en su corazón.

Entonces el hijo pródigo se puso a servir a un hombre que lo mandó a cuidar cerdos y deseaba llenar su
estómago con el alimento que comían los cerdos. La hija pródiga quería concederse un capricho, era nada más
una frivolidad, una aventura, si quería, pensaba, podría dar marcha atrás, pero las pasiones una vez que se les
da rienda suelta, ya no obedecen y la fueron arrastrando cada vez más lejos, cada vez más abajo. La hija
pródiga también deseaba llenar su corazón vacío.

Obviamente todos sabemos que estos encuentros terminan llenos de amor y misericordia. Porque no hay un
solo encuentro en los evangelios donde Cristo no cruce su mirada con la de algún alma pecadora o necesitada
de su amor. Todos hemos pecado y vale la pena preguntarnos y reconocer aquellos pecados que tenemos tan
arraigados y nos alejan de Dios, a vivir como si no existiera o estuviera muerto. Quizá el excesivo gusto por la
posesión de bienes, avaricia, posición social, idolatría, hechicería, libertinaje, comodidad, pereza, gula, lujuria,
etc. ¿Cuál es ese pecado que te aleja de su presencia? Pongámosle cada uno el nombre a nuestras faltas y sin
miedo reconozcámoslo públicamente ante la presencia de Dios.

• EL PECADO DE LOS QUE SE CREEN BUENOS. SAN LUCAS 11, 37-45

Al terminar de hablar, un fariseo le invitó a comer. Jesús entró y se puso a la mesa. El fariseo se extrañó al ver
que no se había lavado antes de comer. Pero el Señor le dijo:
-Ustedes, los fariseos, limpian por fuera la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y de
maldad. ¡Torpes! El que hizo lo de fuera ¿no hizo también lo de dentro?

Pues den limosna de corazón, y entonces quedarán limpios. Pero, ¡ay de ustedes, fariseos que pagan el diezmo
de la menta, del té y de todas las legumbres, y descuidan la justicia y el amor de Dios! Esto es lo que hay que
hacer aunque sin omitir aquellos. ¡Ay de ustedes, fariseos, que les gusta ocupar el primer puesto en las
sinagogas y que los saluden en la plaza!

¡Ay de ustedes, que son como sepulcros que no se ven, sobre los que se pisa sin saberlo!

Entonces uno de los expertos en la ley tomó la palabra y le dijo:

-Maestro, hablando así nos ofendes también a nosotros.

¿Quién es el fariseo según la Sagrada Escritura?

El fariseo era el que oraba para sus adentros de pie, sin arrodillarse diciendo: “Oh Dios, te doy gracias porque
no soy como los demás hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por
semana, pago el diezmo de todo lo que poseo”.

Eran los que vestían muy bien, y les gustaba ocupar los primeros lugares en las sinagogas. Se vanagloriaban de
sus acciones, se comparaban con otros pensando que eran los mejores. Y lo más triste es que se sentían
orgullosos de saberse perfectos y no les movía el amor de Dios. No eran conscientes de que, sin la ayuda del
Señor, no podían nada.

Jesús conocía sus intenciones, sus corazones y denuncia su fanatismo, que consistía en tener un celo tan
exagerado por ciertas creencias y opiniones religiosas, que perdían su significado auténtico y atacaban a
quienes no estaban de acuerdo, llegando incluso a matarlos. Se opone a su exhibicionismo en el que
realizaban las prácticas religiosas para que otros admiraran su piedad, en lugar de dar culto a Dios y hacer su
voluntad. No tolera su hipocresía.

¿Por qué si Jesús tuvo tanta compasión con los pecadores, fue tan duro con los fariseos? Porque se oponen a
la liberación que viene del amor de Dios. Eran como el hijo mayor de la parábola del Padre misericordioso que
trabajaba como esclavo, se esforzaba con sus propias fuerzas por ser bueno, y no quería entrar a la fiesta de
su hermano menor. No quiere entrar en comunión con el hermano y esto lo separa del Padre. Ve, escucha,
juzga y le dice al Padre te desprecio. Y el desprecio sobaja a los demás, porque quien sobaja se cree superior a
todos, mientras mantiene la apariencia de bueno. Bajo una justicia falsa, el corazón está lleno de egoísmo, de
autosuficiencia, de veneno contra Dios.
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Tristemente, dentro de la Iglesia y aun nosotros mismos, podemos tener rasgos de Fariseos, que nos creemos
buenos y juzgamos sin misericordia a los demás, que nos esforzamos por ser mejores pero no para gloria de
Dios, sino para nuestra propia vanagloria. ¿Cuál es ese pecado que te aleja de la verdadera virtud, de la
santidad? Pongámosle cada uno el nombre a nuestras faltas y sin miedo reconozcámoslo públicamente ante la
presencia de Dios.

•EL PECADO DE OMISIÓN. SAN MARCOS 10, 17-22


Iba ya de camino cuando se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: -Maestro bueno, ¿qué
debo hacer para heredar la vida eterna? Jesús le contestó:

-¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Ya conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás
adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
Él contestó: -Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven.

Jesús lo miró con cariño y le dijo:

-Una cosa te falta: vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Luego
ven y sígueme.

Ante esta respuesta, él puso mala cara y se alejó muy triste, porque poseía muchos bienes.

Lo primero que notamos en el pasaje es el entusiasmo de ese joven; correr es señal de gozo y alegría: corre
María a visitar a su prima Isabel, corren los pastores a Belén, corren las mujeres a anunciar a los discípulos la
resurrección de Jesús, corren Pedro y Juan a la tumba vacía; corre el joven porque tiene ganas de vivir, de ser
plenamente feliz.

Este joven no deja pasar la oportunidad y corre para preguntarle al Maestro de la vida, sobre el arte de vivir,
cómo vivir la vida en plenitud, cómo triunfar en la vida. La juventud es entusiasmo por la vida y vida en
plenitud, por eso pregunta: “Maestro, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?

Aquel joven exitoso, había alcanzado en pocos años aquella riqueza que muchos no logran en toda su vida.
Tenía muchas posesiones, había resuelto sus necesidades básicas en este mundo, pero, ¿qué hacer para
alcanzar la vida eterna?

Y es que, este joven sabía de negocio, no era tonto; sabía algo que parece que muchos hemos olvidado: el
cielo no se regala, se conquista. Mi salvación o condenación no depende de la buena o mala suerte, de lo que
haga mi abuelita o diga el señor cura, sino depende de mí. Por eso pregunta: ¿qué debo hacer yo? La vida
eterna es una tarea personal, es algo que me compete. Si hay una enseñanza clara en el Evangelio, ésta es, la
vida eterna es aquí y ahora para los valientes, que dan su sí y lo sostienen bajo cualquier circunstancia, como
la Virgen María.

La respuesta de Jesús es muy sencilla: Si lo que quieres es ir al cielo, cumple los mandamientos. Los
mandamientos son una ruta segura al cielo, porque los mandamientos antes que ley, son camino seguro, y
más que sabérnoslos de memoria hay que vivirlos con desprendimiento. Esto es lo fundamental, los
mandamientos nos permiten medir y sentir el esfuerzo real que hacemos por ascender y nos libran del engaño
de creer que somos buenos sólo por no hacer el mal.

Aquel joven repasa su vida y responde que todo esto lo ha cumplido. Por desgracia o dicha, Cristo lo conoce.
Parece que Cristo entiende la vida cristiana como algo más que cumplir con la ley, hay algo más que cumplir
con los mandamientos para evitar el infierno; hay algo más hermoso y apasionante en la vida y es el dar mis
posesiones y vivir el riesgo de la fe, del amor, del servicio y de la "misión" de la Buena Nueva. Vivir la vida
cristiana al mínimo, contentarme con ser bueno y no hacer mal a nadie es muy peligroso, hay que salir de
nosotros mismos y darnos a los demás, despojarnos de nuestros criterios y abrazar con la Palabra de Dios a los
demás.
Jesús le dice al joven y en él a todos nosotros: “Vete, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres”. El amor
de Cristo es exigencia, es aspirar a lo heroico, al amor perfecto. El amor es la fuerza que mueve al pecado de
omisión, al pecado social y que me lleva a ser Iglesia en salida. Son muchos los pecados de omisión de
nosotros el día de hoy, todo el bien que podemos hacer y no hacemos, por miedo, por flojera, por que las
cosas terrenas nos seducen, el internet, las redes sociales, y no hay tiempo para Dios, no queremos
compromisos en la Iglesia.

Cuando hay amor los pecados de omisión pueden ser menos; por ejemplo ¿ustedes aman a Dios?....Sí, bueno,
¿conoce a su Párroco?, ¿Van a misa? ¿Conocen lo que ofrece la Parroquia para ustedes?...

A LA LUZ DEL MAGISTERIO DE LA IGLESIA.

Con la fuerza del Espíritu Santo, se vive este tiempo de conversión, es dádiva de Dios, es gracia de su amor que
nosotros hoy reconozcamos nuestros pecados y nos comprometamos a seguir su voz, dejando que su Palabra
gobierne nuestra vida.

VI. CONCLUSIÓN

Todo sufrimiento que se genera en el mundo, se genera por la maldad que en él existe, por nuestro pecado y
principalmente por la apatía o la omisión de las personas de buena fe. Y es que el mal actúa mientras el "bien-
pasivo" lo permite.

Llamemos a nuestro pecado por su nombre, como los personajes del Evangelio que hemos compartido, y no
dejemos que nuestro verdadero nombre, que Dios conoce, sea cambiado por el "nombre de nuestro pecado":
magdalena, fariseo, joven ric o. Vivamos la cuaresma de tal manera que activemos en nosotros nuestra fe
cristiana y comprometámonos con la vocación que hemos recibido desde el día de nuestro bautismo, ser
santos.

Los pecados personales, públicos, sociales; de acción u omisión, todos, absolutamente todos los pecados que
cometemos ofenden a Dios, agreden y traen consecuencia para nuestro prójimo y por supuesto para nosotros,
pues en nuestro corazón se va desgastando la gracia que hemos recibido y cada vez seremos más presa fácil
de las tentaciones y las seducciones del enemigo.

Vivamos de manera especial en adviento y vaciemos lo que trae nuestro corazón, permitiendo que la
misericordia de Dios restaure nuestra vida.

VII. DINÁMICA
VIII. COMPROMISO

Buscar la conversión por medio de una buena confesión

IX.ORACIÓN FINAL

No me mueve, mi Dios, para quererte

el cielo que me tienes prometido,

ni me mueve el infierno tan temido

para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte

clavado en una cruz y escarnecido,

muéveme ver tu cuerpo tan herido,

muéveme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,

que aunque no hubiera cielo, yo te amara,


y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera.

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