Harry Potter y El Ocaso de Los Altos Elfos

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Francisca Solar

Harry Potter y el Ocaso de los Altos Elfos


(versión sin editar)

“A Carla Fox, por estar ahí siempre

A Cristhian, por ayudar a Krum a aparecer

Y a toda la Orden, que aunque no hechiceros, sí creemos en la magia”.

Cap. I: Maldito Silencio (Damn Silence)

Al parecer es bastante lógico pero, ciertamente, nunca está de más una ayuda de memoria:
Harry Potter no es un niño normal. Y bueno, no sólo ya dejó de ser un niño, sino además sus
intereses y metas se trazan muy lejos de los que compartirían sus congéneres. Harry es
mago, lo sabe hace ya seis años, y a pesar de que fue su excusa para abandonar a su odiosa
parentela por largos periodos (y así sólo regresar para el verano), su vida no ha sido fácil.
Pues hay que decirlo: Los Dursleys distan bastante de ser un ejemplo de familia, aunque
traten de aparentarlo de cualquier modo. Los tíos Vernon y Petunia, sumado a su obeso hijo
Dudley, se han encargado de hacerle a Harry la vida imposible desde que tuvo la mala suerte
de caer, pequeño y arropado en una cesta, en la puerta del número 4 de Privet Drive. Y
aunque todo tiene un “porqué”, éste en particular ha sido doloroso. Confuso, difícil de
sobrellevar... aún más que el solo hecho de tener una cicatriz en forma de rayo, punzante, al
costado de su frente.

Harry perdió a sus padres, James y Lily, en el marco de una noche fría de Halloween hace 15
años, sin siquiera haber compartido con ellos. Fueron asesinados, cruel y fríamente, por el
mago más temido de todos los tiempos: Lord Voldemort. No recuerda sus rostros, ni su
voz... pero sí aquel destello verde enceguecedor que terminó con sus vidas, y que,
milagrosamente, salvó la suya, dejándole a cambio dicha cicatriz. Así también, perdió a
Sirius Black, su padrino, cuando apenas comenzaba a conocerlo. Había estado muchos años
encarcelado en la prisión mágica de Azkabán, incapaz de probarle al mundo su inocencia, y
cuando recién comenzaba a abrirse un camino de liberación para él, un nefasto episodio en
uno de los rincones desconocidos del Departamento de Misterios, alojado en el Ministerio de
Magia, lo vio desaparecer. Así, sin más. Se esfumó tras un velo rasgado, y desde entonces,
Harry no ha podido quitarse de encima aquel abrumante hedor a luto. Porque la muerte lo
persigue... no sólo a él, sino a todo a quien él estima. La vida se lo ha demostrado, él mismo
lo ha comprobado, pero jamás lo ha terminado de asumir.

En adelante - y debido en gran proporción a aquella odiosa cicatriz en su frente - el futuro se


gesta para él cada vez más oscuro e incierto, y lo sabe. Le costaba alejar aquel pensamiento
de su cabeza, no quería ni aceptarlo ni asumirlo, pero hubo veces en las que deseó ser sólo
un humano más. Sin distinciones, sin talentos, sin peculiaridades... sin pasados tormentosos
o profecías con su nombre... sin cicatrices que espantaran a unos y embobaran a otros. Sólo
un muggle... sin la responsabilidad de salvar al mundo o, si le quedaba tiempo, a él mismo.
O, quizá, hubiera deseado sólo morir... haber sucumbido al poder de Lord Voldemort y
fallecido en los brazos de su madre. Sí, eso hubiera sido mejor que esto. Mejor que sufrir por
otros, mejor que vivir por otros.

El verano estaba en su apogeo pero, como era usual en Privet Drive, no había niños jugando
con agua en las aceras ni recostados en los antejardines, buscando la sombra de un buen
árbol. En esa pequeña comunidad de los alrededores de Londres, y sobre todo en aquella
calle, el sentido de cordura era lo más importante qué aparentar. Por prohibición de sus
padres, ningún niño podía jugar en la calle: era escandaloso y de mal gusto. Peor aún si
llevaba las rodillas sucias y el pelo mojado. No, los niños debían aparentar modales
intachables y conductas domesticables. Es decir, debían ser y actuar como Dudley, y jamás
Francisca Solar

intentar, ni siquiera imaginar, seguir el modelo de su descarriado e insano primo Harry. Pero
él se sentía cada vez más ajeno a aquellas presiones; ahora, algo más “grande” que el año
pasado, comprendía a cabalidad las diferencias entre sus dos mundos y se comprometió a
lidiar con ellos. Después de tanta fatalidad, no le quedaba más remedio, pero aún así no
toleraba ciertos detalles.

Sentado tras su escritorio y recibiendo con agrado los cálidos rayos de sol que se colaban por
la ventana, Harry sonrió ante lo absurdos que eran la mayoría de sus vecinos. “Cuando tenga
hijos...” pensó, pero apretó los labios, inseguro, “Bueno, si es que llegara a tenerlos, dejaré
que jueguen y se ensucien todo lo que quieran. Por algo son niños”. Satisfecho con aquella
idea, miró una vez más hacia su derecha, donde residía, junto a su pluma y tinta, la
fotografía que Alastor “Ojo Loco” Moody - un prestigioso auror retirado - le había dado meses
atrás. Sonrientes y orgullosos, Sirius Black, James y Lily Potter (entre todos los antiguos
miembros de la Orden del Fénix) posaban ante la cámara. Con melancolía, Harry estiró su
mano y rozó la fotografía con los dedos, suspirando. No podía reconocer todas las caras en
aquel grupo, pero le bastaba saber que habían luchado por sus mismos ideales como para
tenerles, además de respeto, afecto.

Movió la cabeza y cerró los ojos. No quería llorar. Ya lo había hecho demasiado, por todos y
por él mismo, y estaba harto. No era un mártir de las circunstancias, pero todos a su
alrededor no hacían más que demostrárselo. Había sufrido, solo y silencioso, incapaz de
compartirlo, pero era su realidad y de alguna manera debía enfrentarla. Él era Harry Potter,
El-Niño-Que-Vivió, y mantendría ese estigma para siempre. Aún incluso después de derrotar
a Voldemort... si es que lograba hacerlo.

A menudo pensaba que todos ponían demasiadas esperanzas en él, y que no sería capaz de
cumplirlas. Deseaba ser Harry, sólo Harry, un alumno más de Hogwarts y un transeúnte más
del mundo mágico. Odiaba aquella aura que lo embargaba, ese estúpido manto de
celebridad... Cambiaría todo en un segundo, lo entregaría todo sin pensarlo, sólo por un
momento de tranquilidad, de paz, de sosiego. Por un día ficticio de felicidad, en el que todas
las fatalidades desaparecieran y descubrir, como un sueño, que todo aquello que perdió
jamás se fue después de todo...

Suspiró profundo, se recostó pesadamente sobre su silla y se regañó duramente por


fantasear de ese modo. Así no llegaría a ningún lugar. Sus padres estaban muertos, Sirius
estaba muerto. El destino lo situaría como asesino o víctima, mártir o héroe, y no había nada
qué hacer. Ahogó su rabia y su resentimiento, tomó el lápiz rojo que había sobre la mesa y
se inclinó sobre el papel frente a sí, tachando el día correspondiente. Según sus cálculos,
sólo restaban dos semanas para volver a Hogwarts. Suspiró de nuevo, corrigió la postura de
sus lentes y cerró el calendario, guardándolo en uno de sus cajones. Si alguno de los Dursley
entraba a su habitación y encontraba su pequeña cuenta regresiva, quizá le harían un
escándalo. “Tío Vernon gritando” pensó, y luego movió su cabeza, sonriendo a medias.

Hacía casi un mes que no lo escuchaba rugir por algo. No había escuchado aquel
despreciativo y seco “muchacho” con el que tío Vernon usuaba llamarlo; ya no lo mandaba
temprano a la cama, ni recibía media ración menos al almuerzo; incluso lo dejaban ver el
noticiario de las nueve con ellos. Harry volvió a sonreír, un poco más relajado, evocando en
su mente la extraña expresión de Moody al despedirse meses atrás: “No dejes que los
Dursleys te traten mal. Si no sabemos de ti en tres días, alguien de la Orden te hará una
visita. Y no creo que usted quiera un par de magos en la entrada de su casa” había dicho,
desafiando a tío Vernon con la mirada.

Lo cierto es que Harry, en aquel extraño momento de su vida y erguido en la estación King
Cross, jamás pensó que las palabras de Moody surtirían efecto, aun cuando la cara de horror
de tía Petunia podía darle una pista de lo que sucedería durante el resto del verano. Y no es
que le importara demasiado: Sirius acababa de morir y sólo deseaba reunirse con él, aunque
tuviera que hacerlo con sus propias manos. Pero era un pensamiento demasiado nefasto y
prefirió, desolado, reflexionarlo un poco más antes de cometer una locura. Entonces sólo se
limitó a volver a Privet Drive, sin decir una palabra, cabizbajo, dispuesto a recibir los usuales
malos tratos. Pero - con tanta sorpresa que le costó varios minutos reaccionar - esa misma
tarde tío Vernon lo había llamado a cenar, forzadamente sonriente, e incluso había aceptado
que recogiera algunas verduras para darle de comer a Hedwig. Y eso sólo sería el inicio.
Francisca Solar

Durante más de un mes tío Vernon y tía Petunia debieron luchar contra su naturaleza hostil y
hacer de la vida de Harry algo más... soportable, pero sólo si un continuo silencio pudiera
denominarse así.

Hasta Dudley había cambiado de actitud, claro que él era un caso aparte. El vivo recuerdo
del ataque de los dementores el año pasado había aquietado bastante su brutal
comportamiento hacia Harry. Ya no lo empujaba en el pasillo, ya no le gritaba ni intentaba
comerse su cena; siguiendo el modelo de sus padres, no había compartido con él ni una
palabra, ni siquiera un insulto, y ahora apenas le dirigía la mirada. Y no es que le preocupara
mucho, pero sí le inquietaba que tal vez su primo hubiera quedado con algún tipo de
secuela, luego de que su alma estuvo a punto de ser extraída por aquel indeseado guardián
de Azkabán. Continuaba llegando tarde por las noches, y se paseaba constantemente con
sus guantes de boxeo puestos, golpeando cualquier cosa que se moviese. Según Tío Vernon,
faltaba muy poco para que Dudley fuera descubierto por algún agente profesional, aunque
Harry tenía sus dudas al respecto. Cada vez que peleaba lo hacía con niños bastantes más
pequeños que él, por lo que gozaba de una eterna amplia ventaja. Pero bueno, al menos
pasaba mucho tiempo fuera de casa, ideal para que Harry no tuviera que aguantarlo
espiando tras las puertas, o peor, escuchar el abrir y cerrar del refrigerador cada dos
segundos para sacar un nuevo pedazo de un enorme jamón serrano, regalado por Tía
Petunia luego de que ganara la última pelea. Si seguía descuidando su peso, quizá ya no
podría ni subir la escalera. Ya sucedió que, siguiendo las instrucciones de silencio de su
padre, no pudo pedir ayuda a Harry para alcanzar el primer escalón. Iba con sus brazos
abarrotados en pasteles de crema, y ni Vernon ni Petunia se encontraban ahí a esa hora,
salvo su primo. Pero no, no podía hablarle, se lo tenían prohibido. Así que, después de veinte
minutos de un infructuoso intento por subir al dichoso peldaño, decidió simplemente sentarse
en él y comer ahí todo su cargamento. Su pequeño cerebro no daba para más análisis.

Gritos provenientes de la calle sacaron a Harry pronto de sus pensamientos. Ni siquiera tuvo
que asomarse a la ventana para saber quién los emitía: la Sra. Figg, su extraña vecina
recientemente descubierta como una squib, vestida con su usual bata rosa y con un bolso en
la mano, golpeaba a Mundungus Fletcher en la cabeza, obligándolo a salir por la reja
delantera. “¿Qué habrá hecho ahora...?” pensó Harry, sonriendo, para luego fijar la vista en
una tercera persona, quien acaba de aparecer tras la puerta principal de la casa. Una joven,
quizá de la misma edad de Harry, parecía muy divertida con la escena que presenciaba.
Caminando hacia ellos, abrazó fuerte a la Sra. Figg, tal como si estuviera despidiéndose.
Luego hizo un gesto con la mano hacia Mundungus, suprimiendo una carcajada, para luego
cruzar la reja de calle, adentrándose en la avenida.

Harry no pudo dejar de observarla hasta que se perdió de vista. Pelirroja, de contextura
media y tez blanca, parecía ser una gran conocida de la Sra. Figg, por la forma en que se
despidieron. Algo evasivo a reconocerlo, pensó en la posibilidad de ir hasta su casa por la
tarde y preguntarle quién era, de dónde la conocía. Pero lo veía poco viable; para eso tendría
que preguntar a Tía Petunia si podía salir, y lo más probable es que evitara su mirada, como
tantas veces, y regresara a sus quehaceres.

No era la primera vez que veía una escena parecida a las afueras de la casa de la Sra. Figg.
Todo había comenzado hace apenas una semana, donde hubo otro momento en que Harry
ya no sabía si molestarse por aquel maldito silencio de los Dursleys, o echarse a reír. Había
sido una mañana cálida y soleada, en la que en toda la casa no se escuchaba más que el
murmullo monótono del televisor. Él masticaba su tostada en una esquina del comedor,
cabizbajo, pero con un ojo puesto en cada movimiento de sus tíos. Vernon simulaba prestar
atención a lo que sea que el canal estatal estuviera transmitiendo, hipnotizado, mientras
Petunia seguía dándole vueltas a una cacerola humeante con un gran cucharón de madera.
Dudley, a los pies de su padre, veía la pantalla con tanta o más devoción.

Ahí fue cuando llamaron a la puerta, en tres golpes secos y estridentes. El silencio que los
rodeaba era tal que todos saltaron de sus asientos. Vernon llevó una mano a su pecho,
recuperándose del susto, y Petunia fue a abrir.

- ¿Sí, diga?
Francisca Solar

Una mujer mayor, de unos sesenta años, y enfundada en un grisáceo traje de oficina, sonrió
amablemente a tía Petunia. Llevaba su cabello semi canoso recogido en un moño discreto
unos centímetros sobre la nuca, y unos gruesos anteojos ovalados en el tabique de su nariz.
Levantó su brazo a la altura de su pecho, mostrando el maletín que cargaba.

- Buenos días, señora. Busco al joven Harry James Potter.

Harry tragó con fuerza su último trozo de tostada al oír su nombre. ¿Quién lo buscaría? Él no
tenía tratos con muggles... Petunia pestañeó un par de veces, para luego inclinarse, como si
no hubiera oído bien.

- ¿Dijo "Harry Potter"...?

La anciana asintió, tranquila.

- Mi nombre es Ruth Tonks. Soy la encargada de Admisiones del Centro de Seguridad San
Bruto para Delincuentes Juveniles Incurables.

Esta vez fue Vernon quien se atragantó, aunque, a unos metros de distancia, Harry abría los
ojos al máximo. Se levantó de un salto, con una agilidad casi imposible para un obeso como
él. Se apresuró a la entrada, y estrechó la mano de la recién llegada con un repentino
entusiasmo, empujándola hasta el recibidor.

- ¡Ya era hora de que vinieran! Estoy pidiendo por una vacante hace mucho...

- Lo sé, y lamento el atraso, pero es tanta la demanda... - Movió la cabeza y luego bajó sus
lentes, escudriñando la casa tras Vernon - ¿Podría hablar con el posible interno?

- ¿Va a llevárselo? - preguntó Vernon sin preámbulos, demostrando un brillo de excitación en


sus pequeños ojos de cerdito.

Ella sonrió.

- Primero debo llenar unos cuantos formularios. Entonces veremos...

- Nadie lo merece más, puedo confirmarlo yo mismo - recalcó, ya casi nervioso - Lo he


acogido en mi casa por seis años, y no sabe la de situac...

- Señor Dursley - lo interrumpió ella, muy calmada para la ocasión - Yo determinaré si el


aludido merece o no estar en nuestra noble institución¿le parece?

Vernon refunfuñó, haciendo que tanto su papada como su bigote se agitaran, pero luego
asintió. Entonces Petunia y él voltearon al mismo tiempo, fijando la mirada en el comedor.
Dudley volteó con desgano acto seguido, y Harry suspiró. Se levantó sin que lo llamaran; de
todas maneras sabía que no pronunciarían palabra. Con un gesto divertido, aunque intentó
disimularlo, se acercó a la encargada.

- Pero pase, por favor... - sugirió Petunia, diplomática, si bien ya la había tomado del brazo y
obligado a sentarse en el comedor - ¿Puedo ofrecerle una taza de té¿Unos bollos?

- Oh, no, gracias. Debo irme en unos minutos y...

- ¡Pero siempre hay tiempo para unos deliciosos bollos! - insistió Vernon, en un tono casi
suplicante, al tiempo que Petunia ya había extendido un plato lleno de ellos frente a la
anciana. Dudley se abalanzó convenientemente sobre ellos, pero Vernon lo tomó del suéter y
lo tiró hacia atrás - Mientras, dígame dónde están esos formularios y comenzaré a firmarlos
con gusto...
Francisca Solar

- No es necesario, Sr. Dursley. Aún no he determinado si el joven puede...

- ¡Tiene que aceptarlo¡Le pagaré!

La encargada curvó las cejas tras el comentario de Vernon, y se levantó bruscamente de su


silla. Petunia se sobresaltó, dejando la taza de té sobre la mesa con el pulso acelerado. Harry
debió morderse los labios para no soltar una carcajada.

- Si me disculpan, quisiera hablar con el joven Potter a solas. Debo analizar su estado actual.
Somos muy estrictos para seleccionar a nuestros internos...

- Claro, claro... - murmuró Vernon, ahora totalmente dócil, viendo cómo aquella señora
tomaba a Harry del hombro y lo sacaba de la casa hacia el antejardín.

Apenas la puerta se cerró tras ellos, los tres Dursleys corrieron al ventanal de la sala,
asomándose tras una de las cortinas. No podían escuchar nada desde ahí, pero al menos
podrían apreciar la conversación... aunque no por mucho. Convenientemente, la anciana
caminó con Harry hasta uno de los grandes arbustos que adornaban la entrada del número 4
de Privet Drive. Vernon ya no los vería desde ahí.

Harry pudo, por fin, relajar los hombros.

- ¿Tonks...?

Nimphadora Tonks, la más joven y entusiasta recluta de la Orden del Fénix, cerró los ojos
con fuerza. Arrugó los párpados, cerró sus puños, apretó los labios y, en un par de
segundos, su rostro se volvió un material indefinido, como arcilla cruda. Su aspecto de
anciana oficinista había desaparecido, cambiándolo por una túnica violeta, pantalones
brillantes del mismo color, y una polera algo gastada que rezaba "Las Brujas de MacBeth".
Su cabello, ahora corto y de puntas, había adquirido un alegre color verde claro. Harry pensó
que, si se acercaba más al arbusto, se mimetizaría.

- ¿Acaso no soy una excelente actriz?

Harry le sonrió, mientras ella le guiñaba un ojo.

- Casi me lo creí. ¿Cómo supiste sobre San Bruto?

- Hey, no pasé cuatro años en la Academia de Aurores por nada... Saqué puntaje máximo en
Tácticas de Espionaje Básico. También puedo decirte cuál fue el último negocio de tu tío
Vernon, qué flores puso tu tía Petunia en la mesa del comedor... o cuál es el color de tu ropa
interior.

- ¡Tonks! - exclamó Harry, entre aterrorizado y sonrojado. Ella rió con ganas.

- Calma, calma, sólo fue una broma. Pero lo de tus tíos era cierto, no hemos descuidado sus
pasos. Ya sabes cómo es Moody. No hemos recibido quejas tuyas, pero decidimos que alguno
de nosotros te vendría a visitar, para cerciorarnos de que todo está en orden. La
Metamorfomagia suele ser muy útil en este tipo de casos... - Subió los hombros,
acomodándose en su nuevo aspecto, y suspiró - Entonces, Harry... ¿Te han tratado bien¿No
has tenido problemas?

- Estoy bien, este verano no ha sido tan espantoso como los otros - explicó él, rascándose la
cabeza. Volteó ligeramente, asegurándose de que ninguno de los Dursley estuviera espiando
más de lo necesario - Sólo se han dedicado a ignorarme, incluso más que antes. No tengo
muchas novedades para ustedes en ese aspecto... pero creo que algo sucedió en la casa de
la Sra. Figg. Salió muy temprano de su casa, hecha una furia. La vi desde mi ventana. Poco
después regresó con Mundungus, regañándolo para variar. Quizá sucedió algo importante...
Francisca Solar

Tonks arrugó la frente.

- No, no lo creo... Remus ya me lo hubiera dicho - pensó hacia sí en voz alta, escudriñando
con la mirada hacia donde comenzaba la calle Magnolia - ...pero iré a investigar de todas
maneras. Aprovecharé que varios están cerca.

Harry alzó una ceja.

- ¿Varios¿Quiénes?

Ella le sonrió, elocuente, para luego inclinarse un poco hacia él.

- ¿No notas nada diferente en el barrio?

Harry volvió a hacer un gesto de confusión, pero le siguió la corriente y observó


detenidamente el pedazo de calle que podía verse desde aquel rincón del antejardín. Y no,
para él no había nada extraño. La Sra. Barts, del n7, hablaba animadamente con el cartero a
un lado de la reja. Un poco más allá, en el n11, un repartidor de volantes dejaba un trozo de
papel en el parabrisas del auto estacionado a la entrada. Antes, en el n2, un...

Hey, esperen. ¿Cartero? Hoy es lunes¡y él no trabaja los lunes!

Entonces parpadeó. Volvió la vista hacia el susodicho, lo escudriñó con la mirada, y suprimió
un sobresalto. Debidamente enfundado en el uniforme azul de la Compañía de Correos,
Remus Lupin estrechaba la mano de la señora del n7, para luego emprender camino calle
abajo. Claro que, antes de volver la vista hacia el horizonte, Harry juró que le guiñaba un ojo
a distancia.

- ¡Remus! - exclamó, entusiasmado pero en apenas un hilo de voz. No quería que los
Dursleys pensaran que la idea de ir a San Bruto lo había llenado de fascinación.

Tonks volvió a sonreír.

- ...el de los volantes es Dedalus, quien hace el trabajo de Jardinería en la casa n1 es


Emmeline, y quien maneja el camión de basura los sábados es Kingsley. Todos han querido
ayudar en algo.

Harry se sintió abrumado.

- No... no era necesario, Tonks, de verdad. No tenían que hacerlo por mí, yo estoy bien. Hay
otras formas... - Apretó los labios y movió sus pies, incómodo - Apuesto a que Remus debe
odiar ese uniforme...

- Nadie se ha quejado, Harry - le aseguró Tonks, calmada - Tú eres nuestra principal


preocupación. Pero créeme, esto ha sido bastante divertido, sobre todo para Emmeline. Ha
recibido una paga excelente, e incluso le dio tiempo para plantar un huerto de rosas en casa
de Molly. Además, sólo venimos por aquí de vez en cuando, como un chequeo de rutina.

Harry no parecía convencido, pero se obligó a asentir.

- Gracias.

Tonks movió la cabeza, cálida.

- Gracias a ti, Harry. Esto de conocer más a los muggles ha sido muy interesante - Ambos
voltearon para mirar a Dedalus, pero éste ya había doblado la esquina. Tonks hizo un gesto
de apuro - Será mejor que me vaya... Cuídate¿sí? La amenaza de Moody sigue en pie: que
Francisca Solar

estos odiosos tíos tuyos no se atrevan a tocarte un centímetro, porque no querrán conocer la
furia de la Orden.

- Lo tendré en cuenta... Ruth - bromeó. Ella le sonrió de vuelta, revolviéndole el cabello.

- Es mejor que “Nimphadora”¿no?.

Harry no respondió, intrigado en el extraño arte que observaba. No entendía cómo podía
cambiar de esa forma... tan raudo y abrupto. Su atuendo de joven extravagante había
mutado bruscamente a un gris traje sastre, y su piel se había llenado de arrugas. Salieron
tras del arbusto, volvió a guiñarle un ojo a Harry, simuló estrecharle la mano con parsimonia
- sólo por si algún Dursley estaba viéndolos - y cruzó la reja hasta perderse en el fondo de la
calle.

- Al parecer no cumplí con todos los requisitos - explicó Harry a sus tíos minutos después, ya
que ellos, como era de esperarse, morían por saber qué había sucedido pero se resistían a
dirigirle la palabra. Él resolvió el dilema por ellos - Me avisarán de una nueva postulación el
año que viene...

Hubiera dado lo que fuera por tener una cámara fotográfica a mano en aquel segundo. El
rostro de Vernon era de tal desconsuelo, que bien podía asimilarse a las más empalagosas
actuaciones que llenaban las telenovelas que a tía Petunia tanto le gustaban...

Algunos rasguños en la ventana volvieron a interrumpir sus recuerdos. Bajó la mirada y


encontró a Hedwig, su lechuza, irguiendo el pecho y restregando sus alas, deseosa de entrar
en la habitación. Harry le hizo un gesto con la cabeza y ella se posó tranquila sobre el
escritorio. Tras unos sonidos guturales, dio algunos picotones de cariño en la palma de su
dueño y mantuvo su pasividad hasta que Harry hubo quitado la carta anudada en su pata
izquierda. Debía ser la respuesta de Ron: hace sólo unas horas Harry había enviado a
Hedwig para preguntar cuándo vendrían por él.

Hace semanas que había tratado de comunicarse con la casa de los Weasley, pero no lo
había logrado. Hedwig regresaba con la carta intacta, como si la hubieran obligado a volver.
Ni siquiera había recibido una tarjeta de felicitación de Ron por su cumpleaños... y aquello le
extrañó, sobretodo después de la sorpresa que sus amigos le habían dado. Prácticamente
toda la AD se había acordado de él, y abarrotaron su mesa de noche con tarjetas de saludo.
Hasta Cho le había escrito una pequeña nota... pero Ron, su mejor amigo, había brillado por
su ausencia. Entonces volteó, mirando sobre su escritorio: mostrando airosas sus
contenidos, estaban las cartas de los miembros de la AD, de Hagrid (junto a varios bollos de
azúcar que Harry prefirió no probar), de Remus (sencilla pero afectuosa) y la de Hermione,
una de las últimas en llegar y, también sospechosamente, bastante más escueta de lo que
hubiera esperado.

A Harry todo esto le tenía muy intrigado, pues comenzaba a pensar que algo malo le podría
haber sucedido a los Weasleys. Entonces recordó el último número de “El Profeta” y se
calmó; si algo extraño estuviera pasando, ya lo hubiera sabido. “El Profeta” jamás perdía la
posibilidad de anunciar un buen chisme. Además, Tonks se lo hubiera mencionado. Entonces,
e intentando dejar de lado aquella idea de fatalidad, pensó en las posibilidades que le
quedaban. Ron siempre había tenido una correspondencia muy fluida con él, y sobre todo,
contaba los segundos para que se reunieran en su casa. Pero este verano había sido distinto:
Ron apenas había dado señales de vida, y lo peor de todo, no había dado indicios de querer
invitarlo a la madriguera. ¿Estaría enfadado con él? No, no era posible; si así fuera ya lo
sabría. Lo cierto es que Harry tenía una fuerte sospecha, después de todo, y no lo culpaba.
Lo más seguro es que Ron no supiera cómo hablarle, cómo tratarlo luego de que lo de Sirius
fuera tan reciente, y optaba simplemente por no escribirle. Encontrarse cara a cara con él
quizá sería más incómodo aún. Y lo pensaba también para Hermione, Remus o Hagrid:
ninguno de los tres le había preguntado nada sobre el asunto, y él lo prefería así. En el
fondo, agradecía sus silencios.

En un último intento, hizo otra carta y envió nuevamente a Hedwig a casa de Ron, sin más
esperanzas que las veces anteriores... sólo que ahora, varias horas después, ella estaba ahí,
Francisca Solar

rebosante, visiblemente alegre por haber dejado, por fin, la nota en manos de su
destinatario. Si bien es cierto que la vida de Harry en Privet Drive no había sido tan
miserable este verano, sí estaba ansioso por ver nuevamente a sus amigos y regresar, como
siempre, al mundo al que realmente pertenecía. El silencio en aquel terreno muggle no lo
ayudaba a superar su pena... aunque no estaba demasiado seguro de que Hogwarts fuera un
mejor salvavidas...

Apartó algunos libros de su cama y se sentó, estirando el pequeño pedazo de papel ante sus
ojos. La carta era breve, pero suficiente para saciar el nerviosismo de Harry:

“Querido Harry:

Perdón por no haberte escrito antes pero¡Feliz Cumpleaños!. Esta noche iremos por ti. Mis
padres han estado muy ocupados en sucesivas reuniones del Ministerio de Magia. Ya sabes,
por todo esto de que el Señor Tenebroso ya regresó y hay que tomar medidas, pero Mamá
me dijo que podría ir a buscarte hoy.

Tengo muchas cosas qué contarte, amigo. ¡Y ah! Ponte tu mejor ropa muggle. Ya te lo
explicaré.

Ron“

Instintivamente pasó una mano por su rebelde cabello. ¿Por qué tenía que vestirse con su
mejor ropa? Quizá el Señor Weasley tendría invitados a algunas personas del ministerio para
cenar, y Ron querría que todos den una buena impresión. Entonces sonrió, satisfecho. Si
este hubiera sido otro año, el nerviosismo de hacer un papelón lo habría hecho temblar, ya
que la ropa usada y extra-grande de Dudley distaba mucho de ser un buen atuendo. Pero
gracias a la conversación de algunos miembros de la Orden con los Dursleys meses atrás -
siempre en un tono oportunamente amenazante - Harry no sólo logró un mejor trato dentro
de la casa, sino además se atrevió a exigir algunas cosas, empezando por su guardarropa.

Abrió lentamente su armario y arqueó las cejas: al menos dos cajones con ropa muggle sin
estrenar saltaban a la vista. Estiró su mano derecha y tomó unos pantalones negros. Pensó
un momento y luego sacó una camisa negra a rallas. Observó las dos prendas y sonrió de
nuevo. Nunca antes se había preocupado tanto por su aspecto; últimamente pasaba mucho
tiempo frente al espejo tratando de domar su cabello, lográndolo sólo a medias. Miró su
reloj: las seis y media. No tardarían mucho en llegar. Dejó sus anteojos sobre la mesa de
noche y comenzó a cambiarse, mientras pensaba qué eran todas esas cosas que su amigo
tendría que contarle.

/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Pequeño Hangleton se había convertido, con el pasar de los últimos años, en un oscuro
pueblo fantasma. La muerte de Frank Bryce y las innumerables historias tenebrosas que
rondaron su deceso terminaron por ahogar el encanto del lugar, y lo abandonaron, por miedo
o ignorancia, como una parada suprimida del camino. Aun cuando a unos pocos kilómetros
había personas quejándose por las altas temperaturas, por las calles de este pueblo corría
una brisa gélida que chocaba con las ventanas quebrajadas, y entre tanta desolación, los
rumores de sangre y muerte no parecían tan fuera de lugar. No quedaba nadie; los últimos
en marcharse probaron suerte en Londres, y otros, más reticentes a un viaje tan largo, se
refugiaron en Gran Hangleton, la ciudad aledaña. El pueblo estaba sumido en un profundo
silencio, triste y lúgubre... pero para los veinte moradores de la antigua mansión Riddle,
aquello parecía más bien una bendición.

El aire frío del sótano se llenaba a ratos de ruido de capas. Aquellos encapuchados,
misteriosos y siniestros, apenas respiraban bajo sus máscaras, unos por nerviosismo, otros
por un recelo incontrolado. Sólo Peter Pettigrew, bajo, rollizo y prácticamente calvo, debía
sonreír sí o sí hacia su amo.
Francisca Solar

Esquivando algunos muebles sucios y desgastados, llevaba una bandeja con dos tazas de té.
Su nueva mano metálica era indestructible, firme y de extraordinaria fuerza, pero carecía de
sensibilidad, característica especialmente necesaria para este tipo de trabajos. Ya más de
una vez había vuelto el té sobre un mortífago, o quebrado varios platos en la cocina. No
controlaba bien su poder, no podía distinguir las texturas y pasaba varios minutos intentando
colocarse su capa. Durante los últimos meses aquel regalo de Voldemort se había vuelto un
fastidio, pero no podía ni chistar. Sería un gran deshonor... o peor que eso: quejarse sería
un atrevimiento que el Señor Tenebroso no toleraría, ni menos en aquellos días en que las
cosas no parecían ir muy bien para el “lado oscuro”.

Cerca del fuego recién encendido, Voldemort revolvía lentamente su taza de té. Reunidos
junto a él, pero debidamente enfrascados en sus trajes mortuorios, Wolden McNair, Vincent
Crabbe, Bellatrix Black Lestrange, Antonin Dolohov, Gregory Goyle, Theodore Nott y aquel de
apellido Avery esperaban nuevas instrucciones. De vez en cuando se agitaban
inadvertidamente tras sus trajes... El rostro de su amo aún era irreconocible, escamoso, por
lo que sus mascaras respectivas les servían de gran ayuda al tener que conversar con él. Así,
al menos, no pecarían de descorteces.

Tras un breve siseo, Voldemort tomó un sorbo. Pettigrew y Crabbe, quien estaba a su lado,
hicieron muecas de asco, pero intentaron que no se notara más de lo debido. Y antes de que
cualquiera quisiera hacer el más mínimo comentario, la voz "serpenteada" del mago antes
llamado Tom Riddle se escuchó, fuerte y decidida.

- ¿Tenemos noticias de los hermanos Lestrange? - preguntó, pausado.

Theodore Nott se adelantó a sus compañeros, compartiendo miradas de aprobación antes de


hablar.

- Rodolphus y Rabastan aún se encuentran en la misión que les encomendaste, mi Señor.

Los escasos cabellos en su cabeza se movieron en un pequeño temblor. Al parecer,


Voldemort estaba asintiendo.

- ¿Y qué hay de nuestros desertores...¿Alguien fue tras aquellos que osaron olvidar mi
nombre?

- Lucius Malfoy se encargará de eso, Señor... - respondió Peter, un poco nervioso por tener
que aportar su voz a la conversación, pero satisfecho por ser útil a su amo.

- ¿Hay algo más que debería saber?

Dolohov se inclinó hacia Voldemort, como pidiendo su permiso para acercarse. Su máscara
permaneció quieta.

- La resistencia... Señor. La resistencia se reconstruye. Hasta las criaturas más bajas de la


tierra manejan el rumor. Se están alineando, agrupando...

- También nosotros¿no? - se apresuró a agregar Goyle, con una pizca de titubeo. El Señor de
las Tinieblas fijó la vista en su taza de té, sonriendo a medias. Dolohov y Goyle compartieron
una mirada de extrañeza.

- Ignórenlos... son inofensivos. Que crean que se nos adelantan, que están planeando una
buena ofensiva. Jamás sospecharán que han dejado de ser mi blanco...

Avery sonrió ampliamente tras su máscara grisácea, al tiempo que una figura pasara
rápidamente junto a él.

- Si me lo permitiera, Señor - comenzó a decir Bellatrix, acercándose a Voldemort sin


inmutarse, aun ante tal cercanía con su rostro negro y semi putrefacto - ...hay un traidor al
Francisca Solar

que quisiera atrapar personalmente. Si me dejara... Señor, si sólo confiara en mi proceder,


le juro que lo traeré a sus pies, retorciéndose de dolor.

Voldemort hizo un gesto de sorpresa. Si bien el grueso de sus seguidores era de género
masculino, últimamente quien parecía más encantada de estar nuevamente al servicio de las
artes oscuras era Bellatrix, la flamante Sra. Lestrange. Y más que aturdirlo, para él simulaba
un beneficio.

Con un leve movimiento de cabeza, la instó a salir del salón. Ella sonrió a medias y caminó
hasta las escaleras.

- Cuando Lucius establezca contacto, avísame cuanto antes, Pettigrew. Hay algunas cosas
que me quedan por hacer antes de... aplastar insectos...

Peter asintió en silencio, cabizbajo. Podía oler el temor, el odio en su respiración y en sus
palabras. Esperaba sentir algún día la completa seguridad de que se encontraba en el bando
correcto. Si no, asumiría la peor de las consecuencias... peor que la muerte que Sirius nunca
alcanzó a propinar.
Francisca Solar

Cap. II: Música... y Dementores (Music and Dementors)

             Con esfuerzo, y a través de la atenta mirada de los Dursleys, Harry empujaba su
baúl escalera abajo. Lo arrastró hasta la puerta de entrada, colocó la jaula de Hedwig sobre
él, y luego se frotó las manos. Aprovechó el lugar y el momento para observarse en el espejo
del pasillo y chequear que todo estuviera en orden. No se consideraba demasiado atractivo,
pero lo cierto es que el pasar de los años habían puesto de su parte: Harry se había
convertido en un interesante muchacho de 16 años, con muchas oportunidades por delante.

- Duddykins, querido, deja de golpear ese florero o lo quebrarás - murmuró tía Petunia desde
la esquina opuesta de la cocina, dirigiendo la voz a su hijo pero vigilando atentamente, por el
rabillo del ojo, los movimientos de Harry.

             Dudley, sentado en un pequeño banquillo y con sus guantes de boxeo en el regazo,
miraba a Harry desde el umbral del comedor. Rumiando una contestación para su madre,
dejó el florero donde estaba, volteándolo un poco para que ella no advirtiera una profunda
grieta reciente. Con los brazos cruzados a la altura del pecho, se mordía el labio inferior y
fruncía el ceño constantemente, gesto que al parecer denotaba una intensa actividad en su
pequeño cerebro. Harry era todo lo que él jamás sería: Alto, delgado, atractivo, famoso.
Ninguno de sus amigos le escribía tan seguido como los suyos a Harry. De hecho, nunca
había recibido una carta de nadie. Incluso el hecho de que Harry tuviera a una mujer como
mejor amiga (refiriéndose a Hermione) le hacía temblar de envidia.

             Tío Vernon notó en el rostro de Dudley algo de ese resentimiento y movió con
desagrado su espeso bigote, mientras agitaba lentamente la carta de Ron en su mano. Se
movía de un lado a otro por detrás del sofá de la sala, inquieto. Harry no le había preguntado
nada: sólo se limitó a darle la carta para que supiera qué es lo que iba a suceder, pero nada
más. Tuvo que deslizarla sobre la mesa pues, apenas apareció en la cocina, Vernon desvió la
mirada hacia su periódico y se hundió en él, evadiendo a su sobrino con absurda notoriedad.
Pero Harry no dijo nada. Se encogió de hombros, dejó la carta a un lado de sus tostadas y
volvió sobre sus pasos hasta las escaleras. Y Vernon, conteniéndose, guardó silencio hasta
que lo escuchó cerrar la puerta de su habitación.

             Había sido su nueva táctica este año: no insultarlo, no desafiarlo... no hablarle.
Prefería aguantarse las ganas de gritarle antes de recibir la visita de aquel horrendo tipo del
ojo giratorio o de ese otro... ese loco pelirrojo de apellido Weasley. Giró la vista y observó la
sala con detención. “No más lunáticos en mi casa” se dijo, refunfuñando otra vez bajo su
bigote. Pero, contrario a lo que él hubiera esperado, Harry no parecía disgustado con aquel
silencio; es más, daba la sensación de que lo disfrutaba. El hecho de hacer la vida de Harry
algo más agradable perturbaba profundamente a Vernon, pero no echaría pie atrás. No le
hablaría, nadie en su familia lo haría, y eso era todo.

             Tía Petunia observaba todo tras el hombro de su marido, sin abrir la boca. Lo cierto
es que no le preocupaba lo que él hiciera: sabía que Harry estaría bien allá, en Hogwarts,
donde realmente pertenecía. Había pensado en la posibilidad de contarle algunas cosas,
darle algunas pertenencias de Lily que aún recidían en el sótano... aunque no le hablaría de
ella. Su hermana era un tema vedado en su casa... muy doloroso. Era cierto que
últimamente Harry había estado muy melancólico, suspirando en los pasillos, y aquello le
preocupaba... pero no era suficiente razón como para traspasar una barrera de años y
comenzar a tratarlo como su hijo. Vernon jamás se lo permitiría. Debían seguir con la rutina
de siempre: miradas displicentes y ley de la indiferencia. Harry no podía sospechar.

- Entonces, ¿todo bien? - dijo Harry al voltear, sintiéndose repentinamente observado.

- Estos.. hmm... estos amigos tuyos, ¿vendrán de nuevo por la chimenea? - preguntó Tia
Petunia, algo agresiva, aunque en el fondo Harry sentía que sólo lo hacía para disimular
frente a su marido. Durante el último mes había notado en su tía un cambio sustancial, un
apego que sólo podía compararse con aquel que le profesaban sus amigos... pero no había
querido pensar mucho en ello. No quería desilusionarse (una vez más) por culpa de una falsa
Francisca Solar

impresión.

             Tío Vernon se agitó la escuchar las palabras de su esposa. Giró sobre sus pies y le
dirigió una mirada de apremio, enfadado quizá por tener la osadía de contradecir la regla de
silencio que ellos mismos habían impuesto desde que Harry regresó de Hogwarts.
Encogiéndose de hombros, e intentado parecer inocente, tía Petunia miró a Harry para
escuchar lo que tuviera que decir.

- La verdad es que no lo sé - respondió Harry unos segundos después, sorprendido de que


por fin le hablaran, al traer a su mente la escena de los Weasleys cayendo por la chimenea y
estropeando la estufa eléctrica de Tio Vernon - Pero no creo que viajen por Polvos Flu...
supongo que todavía recuerdan lo que pasó la última vez.

             Dudley, aún sentado tras la mesa de la cocina, abrió los ojos al máximo y se tapó la
boca con las dos manos, cerrando los ojos. Recreó en su mente aquel minuto en que su
lengua fue tan grande como la alfombra de la entrada, y comenzó a sudar. Rezó porque los
gemelos Weasleys no regresaran jamás a su casa, pero antes de que pudiera terminar
aquella torpe y angustiante plegaria, alguien golpeó a la puerta. Sonriente pero algo
nervioso, Harry corrió a abrir.

- Ron - dijo, y sin esperar respuesta, lo abrazó fraternalmente.

- A mí también me da gusto verte, Harry - exclamó Ron, respondiendo al abrazo y luego


mirándolo de arriba a abajo - Vaya... sí que tomaste mis palabras al pie de la letra. Te ves
bien - comentó, señalando la ropa nueva de su amigo.

- Tú también te ves bien... ¿puedes decirme cuál es la ocasión tan importante?

             Ron sonrió a medias y volteó el rostro para que Harry intentara responderse él
mismo. Ahí, aparcado junto a la reja del n°4 de Privet Drive, un auto muy similar al antiguo
Ford Anglia, pero de color negro, esperaba por ellos. Y quien conducía parecía ser uno de los
gemelos.

- Mamá y Papá han debido salir por un asunto urgente... claro que no quisieron decirnos
nada - aclaró, arqueando una ceja - y nos han dejado a cargo de Fred y George. Le he dicho
a mamá que es una locura, pero al parecer tenía cosas más importantes en qué pensar... -
dijo, mirando por sobre el hombro de Harry. Los Dursley parecían muy interesados en su
conversación, por lo que Ron bajó un poco la voz - Como imaginarás, el negocio de mis
hermanos se ha convertido en una mina de oro. Ahora son unos grandes empresarios. Y no
sé cómo pero acaban de cerrar un trato con un brujo que tiene una tienda o algo cerca de
aquí... en terrenos muggles. Si mamá llega a enterarse, iremos a Hogwarts en un carro
funerario - bromeó, más ensombrecido que entusiasmado, e hizo una pausa para que Harry
terminara de procesar la nueva información. Luego continuó - Deben ir a supervisar no sé
qué nuevo invento... y como no pueden dejarnos solos en la madriguera, tendrán que
llevarnos a todos. Por eso te pedí que te vistieras bien... Nos obligaron a todos a usar
nuestros mejores atuendos - finalizó, suspirando algo incómodo.

-¿...en terrenos muggles? - repitió Harry, haciendo una mueca de reticencia.

- Sí, pero no te preocupes, ya sabes cómo son mis hermanos... arriesgados, pero no tontos.
Fred nos ha dicho que nos divertiremos, que ya es tiempo de que frecuentemos esos sitios
porque ya no somos unos niños... aunque no sé qué sitios son esos.

             Harry arqueó las cejas ante ese comentario, pero intentó sonreír. Claramente Ron
ya no era el niño que Harry conoció hace seis años: estaba mucho más alto (si acaso eso era
posible) y su voz se había puesto tan ronca que era prácticamente irreconocible. Le agradaba
saber que ya no eran niños, pero le asustaba pensar en las múltiples responsabilidades que
tendría ahora, ya como adulto.

             Volvió sobre sus pasos y tomó la jaula de Hedwig, la cual pasó oportunamente a
Ron para luego tomar un lado de su pesado baúl. Echó una mirada a los Dursleys, quienes lo
miraban desde la cocina sin decir una palabra, y movió una de sus manos. Dudley había
vuelto a golpear el jarrón de la sala.
Francisca Solar

- Adiós, hasta el próximo verano - se despidió, y al no recibir nada como respuesta, se


encogió de hombros y cerró la puerta tras de sí. Ron lo miró como pidiendo una explicación -
Supongo que tienen miedo hasta de hablarme, luego de que Lupin los amenazara en junio
pasado - contestó, y Ron asintió. Pero en ese instante la puerta volvió a abrirse, dejando ver
la cara enjuta y rosácea de Tía Petunia.

- ¡Harry, espera! - gritó, corriendo con una pequeña bolsa de papel en su mano derecha.
Harry se detuvo justo antes de abrir la reja, sorprendido - Toma, olvidaste las verduras de
Hedwig. Ehhhmmm... que tengas un buen año escolar.

             Harry demoró varios segundos en comprobar que no era una ilusión aquella bolsa
que Tía Petunia le extendía con tanta amabilidad... con tanta cortesía que comenzó a
asustarlo. De pronto creyó que estaba metido en uno de esos extraños programas muggle,
que de un momento a otro aparecería un tipo entre los matorrales y le diría: “¡Cámara
escondida!”. Pero no, nada pasó. Tía Petunia seguía sonriéndole, nerviosa, mientras Ron
ponía cara de interrogación.

- ¡Petunia, qué haces! - gritó Tío Vernon desde la puerta de entrada, arrugando sus
pequeños ojos en un gesto de histeria - ¡Te dije que estaba prohibido hablarle!

Tía Petunia bajó la mirada un momento, dejando la bolsa de papel sobre el baúl de Harry.
- ¡Voy, Vernon, querido! - gritó, al tiempo que volvía a sonreír a Harry sin que su marido lo
notase y regresaba sobre sus pasos hacia la casa.

- Gracias Tía Petunia - habló Harry mientras ella se alejaba, inseguro sobre cómo debía
actuar ante tan insólita muestra de afecto - Te deseo un buen año también.

             Petunia agradeció las buenas intenciones y entró rápidamente a la casa, cerrando la
puerta tras de sí. Unos segundos después se escucharon nuevos gritos de Tío Vernon, y, por
primera vez, Harry sintió lástima de Tía Petunia. En el fondo, deseaba que ella estuviera
bien. Incluso, descabelladamente, pensó en que quizá le escribiría. Aunque no sabía si
merecía tanto.

             Ron le dirigió una mirada de apremio y pronto estaban acarreando sus cosas hacia
el auto. No sabía si comentar algo sobre lo que había visto; sabía que los tíos de Harry eran
extraños, agresivos, descorteces e incluso algunas veces un poco crueles, pero lo que
acababa de ver salía olímpicamente de esos parámetros. Quería decir algo al respecto, pero
como Harry no daba indicios de querer hablar de ello, él también calló.

             George bajó del auto para ayudarles a cargar las cosas en el maletero. Harry le
estrechó la mano y observó atentamente su atuendo: vestía un impecable traje negro, y su
mirada traducía lo bien que les había ido, a él y a su hermano, en su negocio de bromas.
Harry se alegró mucho por ellos, y no pudo dejar de comentar su próximo destino.

- ¿Es cierto que un brujo es dueño de una tienda muggle?

- Mmm.. no es exactamente una tienda.. pero sí, así es - contestó George, arreglando la
solapa de su chaqueta - Fred y los demás ya están allá. Nos están esperando.

Harry asintió levemente, al tiempo que Ron abría la puerta del copiloto.
- Sé que suena extraño, pero ya tengo curiosidad por conocer ese lugar. Lo pasaremos bien,
ya verás.

             Pasarlo bien... qué extraño y lejano sonaba para Harry aquel sentimiento, pero
intentó despejar su mente y así poner de su parte. Los Weasley hacían constantemente un
gran esfuerzo por acogerlo y hacerlo sentir querido... tenía que retribuir aquello de alguna
forma. Y, sin perder más tiempo, subieron al auto. Harry dirigió una última mirada hacia la
casa de los Dursleys, y se sintió confusamente triste. Comenzaba a pensar que hubiera
preferido haber visto más seguido aquella extraña pero confortable actitud de Tía Petunia...
pero no podía pedir tanto. Mientras, sonrió débilmente al pensar en la cena. Esperaba que
Dudley se atragantara con su jamón serrano.
Francisca Solar

             -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

             Un gran galpón con un sugerente letrero luminoso en la entrada fue lo primero que
vio Harry al bajar del auto. Al menos una docena de personas se agolpaban para entrar,
todos adolescentes. A simple vista parecía la típica entrada de una discoteque londinense,
pero Harry dudaba que Fred y George hubieran cambiado sus bromas por luces y pistas de
baile. Se sintió algo aturdido, pero repentinamente feliz... nunca había estado en un lugar
así. Incluso, raudo, pensó en la posibilidad de bailar. “Aunque... pensándolo bien, quizás no”
se dijo, recordando un pequeño detalle. Él no bailaba, no sabía hacerlo y no le agradaba
practicarlo, por lo que seguiría con esa filosofía hasta que alguna urgencia o situación
extrema (como ser amenazado con la maldición Cruciatus, por ejemplo) lo obligara a lo
contrario.

- Vamos - convino George, caminando hacia la entrada. Ron y Harry lo siguieron de cerca.

             Un hombre grande y corpulento, que recordaba por tamaño a Hagrid, custodiaba la
entrada selectiva a aquel lugar. Tenía una pequeña lista en sus manos, buscando y tachando
a las personas que entraban y salían. George se coló olímpicamente entre la multitud y se
paró frente al tipo con una suerte de superioridad en su tono de voz. Carraspeó un par de
veces para que éste notara su presencia.

- Ejem... George Weasley - dijo, y el tipo lo miró con cara de pocos amigos. Buscó su
nombre en la lista y volvió la mirada, sin inmutarse. Dio dos golpes a la puerta continua y
ésta se abrió, dejando escapar los fuertes murmullos y la música estridente del lugar.

- Adelante - dijo, y George asintió. Hizo un gesto para que Ron y Harry lo siguieran, y los
tres cruzaron la puerta, caminando escaleras abajo.

             Harry imaginaba algo parecido a lo que vio. Una gran pista de baile al centro, el bar
a un costado y un sitio de mesas justo en la esquina opuesta, todo levemente iluminado por
varias luces de colores que giraban desde algún punto del techo. Había visto sitios similares
en algunas revistas que la Sra. Figg guardaba bajo la mesita del teléfono, o en el noticiero,
cuando el hecho más importante del día había sido la noche de juerga de algún miembro de
la realeza... pero jamás creyó que él, el insano- descarriado-rebelde allegado de los Dursley,
pisaría algún día uno de esos lugares. Además - y era lo más importante de todo - no podía
entender cómo un mago estaba a cargo de un sitio muggle, aunque pensó que quizá no le
gustaría saber la respuesta. El lugar estaba medianamente lleno, y George suspiró de
satisfacción, estirando su chaqueta.

- Nada mal, ¿no? - dijo, y Ron sonrió. Pareciera estar disfrutando su primera salida - Vamos
a buscar a los demás.

             Terminaron de bajar por la estrecha escalera y caminaron lentamente hacia el bar,
admirando a la multitud que bailaba y conversaba animadamente. Los rostros tanto de Harry
como de Ron parecían absurdamente pasmados, como si fueran dos niños pequeños
visitando el zoológico por primera vez.

- Hola Harry - saludó Ginny de repente, bajándolo de la nube.

             Ginny y Hermione estaban sentadas, una al lado de la otra, cerca de la barra.
Hermione no parecía demasiado feliz; estaba absorta en el vaso frente a ella y suspiraba
fuerte y profundo, como si acabaran de darle la noticia de la muerte de algún familiar.
Cuando notó que Harry y Ron se acercaban, cambió su gesto triste a uno de cuasi espanto.

- Oh, hola Ginny - respondió Harry, algo aturdido por la reacción de Hermione, sentándose
en uno de los banquillos del bar.

- Hola Harry... ho-ho-hola Ron - balbuceó Hermione, y Harry habría jurado que se sonrojó al
saludar a su amigo. Volteó para ver si él también lo había notado, pero se encontró con una
escena parecida: Ron enrojecía lenta pero notoriamente, con la vista hacia el suelo, como si
nada importara más en el mundo que la alfombrilla a los pies de la barra.

- Eh... los dos se ven muy bien - comentó Ginny, sutilmente divertida. Miró hacia ambos
Francisca Solar

lados, hacia Hermione y luego hacia Ron, y sonrió - Bueno Harry, ¿Qué te parece el lugar? -
comenzó a decir, intentando suavizar el repentino ambiente tenso que se creó - Mamá nos
matará si se entera de que estuvimos aquí - recordó, pero más que preocupada parecía
entusiasmada, siguiendo el ánimo de los gemelos.

- Está... supongo que está muy bien... - respondió, inseguro - Me declaro en completa
ignorancia. Jamás había estado en un lugar así...

- Yo tampoco, pero gracias a mis hermanitos podremos venir muy seguido... - dijo,
sonriendo ampliamente, y George levantó su copa hacia ella, tomando un sorbo. Junto a la
copa de George había dos cervezas de mantequilla, y Harry saltó hacia atrás, mirándolo con
terror. Luego se le acercó con sigilo.

- ¿También hay cervezas de mantequilla en el mundo muggle? - susurró, sorprendido.

George sonrió ampliamente.


- Desde hoy, sí - contestó, pasando las botellas hacia él y Ron, quien se encogió de hombros.

- ¿Pero... cómo? ¿No los meterá en problemas? - preguntó, arrugando la frente.

- Nos hemos instruido muy bien en el asunto, Harry, no te preocupes - dijo, acentuando
algunas palabras como si estuviera dirigiéndose al mismísimo Ministro de Magia - Hablé con
doña Rosmerta, la dueña de Las Tres Escobas, y me dijo que la elaboración de la cerveza de
mantequilla no le pertenecía a nadie en especial. Se había hecho tan popular que ahora
cualquiera podía tener su propia fábrica... Además, el mundo muggle saca tantos productos
nuevos al comercio como si los amenazara una avalancha... Cuando prueben la “Cerveza
Mágica” (Así la nombramos), Fred y yo tendremos tanto dinero como para comprar el castillo
de Hogwarts...

- O para regalarle unas largas vacaciones a Mamá... - intervino Ron, y George le guiñó el
ojo, cómplice.

             Harry no tuvo más remedio que sonreír. No estaba convencido de qué tan
inofensivos podían ser sus negocios con muggles, pero no quiso preocuparse demasiado.
Chocó su botella con Ron, tal como un brindis, y tomaron un gran sorbo. Entonces Ron,
luego de mirar fugazmente a Hermione y evitando su mirada tan rápido como le fue posible,
frunció el ceño hacia su hermana.

- Y hablando del Rey de Roma... ¿Dónde está Fred? - preguntó, y Ginny se movió en su
asiento.

- Hace media hora que no sale de la pista - dijo, apuntando hacia la derecha - Está bailando
con Stella, sólo para presumir - sonrió, y Hermione hizo eco de ésta, aunque tibiamente.

             Como luego de aquel comentario todos volvieron a sus conversaciones anteriores,
Harry los observó con un gesto de interrogación. Parecía ser el único que se había perdido en
los detalles.

- ¿Quién es Stella?

             Ron terminó de tragar su cerveza de mantequilla y miró a Harry como si hubiera
olvidado algo muy importante.

- Pues esa era una de las cosas que tenía que contarte, amigo.. - dijo, dejando su botella
sobre la barra - Stella llegó a la madriguera hace dos semanas. Va a estar con nosotros en el
sexto curso de Hogwarts.

- Viene de algún lugar de América... no sé cuál exactamente, pero lo importante es que es


nueva en Hogwarts y hay que integrarla... es lo que nos ha repetido Mamá
incansablemente... - dijo Ginny, entornando los ojos.

             George asintió ante el comentario, sonriente. Luego se apoyó sobre la mesa, llamó
al tipo tras la barra y, luego de decirle algo al oído, volvió a su posición original.
Francisca Solar

- Es muy inteligente y divertida... en realidad ha sido muy agradable tenerla en casa -


continuó Ron, dando un nuevo sorbo a su cerveza.

             Harry asintió levemente, girando su mirada hacia la pista para ver si podía
distinguir a Fred y Stella entre la gente. Lamentablemente el sitio estaba casi lleno y era
imposible ubicarlos.

- ¿Fred está saliendo con ella?

             Al unísono, George y Ron escupieron lo que sea que estaban en proceso de tragar,
mientras Ginny y Hermione reían como si hubieran escuchado un chiste excelente.

- ¿Estás loco? - respondió Ron, divertido, tomando un par de servilletas de la barra para
limpiarse - Stella es... es como mi hermana...

             Los demás asintieron como si aquella información fuera prácticamente obvia. Harry
no supo cómo reaccionar, salvo encogerse de hombros, algo avergonzado. Nunca terminaba
de enterarse de las cosas, sobre todo si tenían que ver con magia.

- Se quedará con nosotros hasta mañana. Cuando vayamos a Diagon Alley a comprar
nuestros libros, su madre irá a buscarla allá. Al parecer estaba en un viaje importante y por
eso no pudo llevarla...

             Harry volvió a dirigir su mirada hacia la multitud, por si Fred y Stella aparecían,
pero era tanta la gente que se movía incesantemente al compás de la música que era
imposible distinguir sus siluetas. Además, las luces tenues del lugar no ayudaban demasiado.
A su lado, Ron tomaba su último sorbo de cerveza, preso -según Harry- de un nerviosismo
incontrolable. Suspiró, levantó la vista y estiró su camisa. Sólo le faltó persignarse. Sin
siquiera reparar en la mirada perpleja de Harry, caminó sigiloso por un costado y se acercó,
casi temblando, hacia donde estaba Hermione, conversando animadamente con Ginny.

- Ahh... ehhmmm... - comenzó, tartamudo, e intentó evitar la mirada risible de Ginny - ¿P-
Podemos.... es decir... p-podemos hablar un m-momento?

             Hermione evitó un segundo los ojos de Ron, asustada, como si en lugar de sugerirle
una conversación él hubiera dicho: “Hermione, acabas de reprobar todos los exámenes”. Se
mordió el labio inferior y suspiró. Luego volvió su rostro hacia él, sonriendo a medias,
nerviosa.

- Está bien, vamos.

             Harry alzó una ceja, más confundido que antes, pero sonrió ante la escena. No se lo
hubiera esperado. ¿Qué había sucedido entre sus dos mejores amigos? Nuevamente, todos
parecían muy enterados de las novedades, menos él. George intercambió una mirada más
que elocuente con Ginny, alzando sus bebidas y brindando por algo que sólo murmuraron,
tan bajito que Harry no lo pudo oír. Pero él no deseaba quedarse con la duda. Cualquier cosa
que involucrara a Ron o Hermione era de su incumbencia directa... o al menos así lo creía.
Entonces se sentó junto a Ginny y se inclinó, con el ceño fruncido como si exigiera una
explicación. Estaba a punto de pedirle que le relatara todos los detalles que desconocía,
pero...

             Justo en ese momento, el grito desesperado de una mujer proveniente de la


entrada irrumpió en el lugar. Todo se sumergió en un espeso silencio, y de un segundo a
otro, las luces comenzaron a parpadear como si la fuente estuviera fallando. Pronto la
música dejó de sonar, dando paso a un cuchicheo general, asustados, preocupados. Todas
las miradas se dirigían hacia la escalera, todos querían saber qué había pasado... y entonces
la cicatriz de Harry comenzó a arder. Hizo una mueca de dolor y se llevó una mano hacia su
frente, gesto que sus amigos no pudieron dejar de notar. Intercambiaron una mirada de
pánico; la cicatriz de Harry había resultado ser un buen radar de peligro en otras ocasiones.
George, tragando saliva, les advirtió que se mantuvieran donde estaban.

- Yo iré a ver - murmuró y, camino a las escaleras, Harry lo tomó del brazo, adelantándose.
Francisca Solar

- Yo iré contigo - dijo, tajante - Si es quien tememos que es, necesitarás mi ayuda.

             En el fondo, George sabía que Harry tenía razón, así que asintió, temeroso, y
subieron juntos. Harry apenas lograba divisar la salida... las luces eran muy tenues, y la
escalera era tan estrecha que tropezaban al andar. No quería preocuparse más de lo
necesario, pero de un segundo a otro su corazón se llenó de miedo... no estaba preparado
para enfrentarse a Voldemort. No ahí, no con tantos muggles alrededor, no así de
indefenso... no sin su varita.

             Al llegar a la puerta, una docena de personas se reunía en torno a un cuerpo caído
cerca de la calle. Había policías en todas partes, el tráfico estaba suspendido en casi toda el
área colindante y la entrada al lugar había sido bloqueada por una gruesa banda amarilla que
decía ‘NO PASAR’. Como pudieron, Harry y George pasaron sobre ella, se escabulleron entre
algunos transeúntes y se acercaron con sigilo. Harry estudió su entorno: Todas las personas
tenían una expresión de asco y horror en sus rostros, intentaban protegerse con sus abrigos
como si hiciera un frío insoportable, y nadie distaba de una verdosa palidez. Además, el cielo
parecía haberse fundido en un negro profundo, gélido, sin dar paso ni a las estrellas ni a la
luna. Entonces volvió el rostro hacia el pequeño grupo de peritos, elevó la vista sobre ellos, y
lo vio: el cuerpo inerte de una mujer, con el peinado revuelto y el rostro calavérico, marcado
con un elocuente gesto de pánico en él.

- Fue instantáneo - explicó un tipo de gorra, inclinado sobre el cuerpo, a otro que esperaba
instrucciones a su derecha - Un infarto, al parecer.

             Harry cerró los ojos y apretó los puños. No, no había sido un infarto. Estaba
seguro... uno o más Dementores acababan de estar ahí. Pero lo más seguro de todo: no
venían por el alma de aquella mujer. Lo buscaban a él.

             George lo miró, nervioso. Harry asintió; ambos habían llegado internamente a la
misma conclusión. ¿Por qué habían mandado Dementores otra vez? ¿Estaría Dolores
Umbridge, o quizá el Ministerio, detrás de esto? Sin poder concentrarse bien, sintió una
mano en su hombro.

- No pueden estar aquí - habló uno de los uniformados, quien parecía tan asustado como el
propio cadáver - Vuelvan adentro.

             George asintió, tomó el brazo de Harry y corrieron hacia la entrada, pero no
pudieron bajar las escaleras ya que, en dirección contraria, cientos de personas intentaban
salir del club con premura. George y Harry se hicieron a un lado - antes de que la multitud lo
hiciera primero - mientras buscaban a los demás entre la gente. Harry, nervioso, creyó ver el
cabello de Hermione, y sin pensarlo demasiado la siguió. Pronto Ron se unió a ellos, y
apenas el Ford Anglia negro estuvo en marcha en mitad de la calle, subieron a él.

             Desde la ventanilla, Harry veía la expresión de las personas al pasar junto al
cadáver. ¿Qué podía haber sido tan horrible... tan espantoso como para provocar una muerte
de esa naturaleza? Pero nadie se detenía a pensar; simplemente volvían la vista hacia el
frente y se apresuraban hacia sus respectivos automóviles. “Los muggles no están
preparados para enfrentarse a un Dementor” concluyó Harry, trayendo a su mente el
recuerdo de Dudley, estupefacto y aterrado, desmayándose sólo con sentir la cercanía de un
guardia de Azkabán. Hermione y Ron no intercambiaron palabras, pero Harry podía suponer
que en sus cabezas trazaban aquellas mismas ideas.

- Papá vendrá por nosotros en un segundo - dijo Fred repentinamente, sobresaltándolos, al


tiempo que su rostro aparecía por la ventana del copiloto - Yo lo esperaré junto con Ginny y
Stella. Los veré en casa.

             George hizo un gesto de entendimiento, volteó hacia los asientos traseros para
asegurarse que Harry y los demás estuvieran bien, y puso el pie en el acelerador,
produciendo un fuerte sonido que retumbó en cada ventana del vecindario. Como era de
esperarse, los gemelos se sentían muy culpables por lo sucedido: habían arriesgado la vida
de todos... por nada que valiera realmente la pena. Era un buen negocio, pero quizá debían
replantear sus prioridades. George pensó en su madre y se agito fuertemente a causa de un
Francisca Solar

escalofrío. Antes de poder seguir con su tienda de bromas, tendrían que desenterrarlos...
pues Molly haría con ellos - estaban seguros - unas bonitas lápidas en el huerto de la
madriguera.

             Harry no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder: la sirena de una
ambulancia lejana le recordaba segundo a segundo que un muggle inocente acababa de
morir. Muerto por su culpa. ¿Por qué ahora? Sólo habían muerto muggles cuando Voldemort
había impuesto su tiranía del terror... ¿Acaso estaba comenzando, en el silencio de los
bandos, la segunda guerra?.

Cap. III: Sorpresas en el Callejón Diagon (Surprises at Diagon Alley)

              “¡¡¡Un club muggle, un club muggle!!!” había gritado Molly anoche, notoriamente
exaltada, mientras Arthur se paseaba de un lado a otro demostrando preocupación, pero no
tanta severidad como su esposa. Molly sermoneó a los gemelos durante una hora por haber
llevado a todos a ese lugar, describiéndoles y repitiéndoles sin cansancio los peligros que
habían corrido. “¡No me digan que llevaron sus varitas!” les preguntó, nerviosa, y ellos no
contestaron. Aquello sólo significaba lo peor. Prosiguió con un extenso discurso sobre la
preocupación que les había causado a su padre y a ella, pero ya pasadas algunas horas,
abrazó a los gemelos con tanta fuerza que casi los parte en dos. “No soportaría perderlos”
confesó al fin, y ellos la entendieron, prometiéndole que jamás volverían a ese lugar.
Bueno... no con los otros, al menos.

              Un fuerte rayo de sol despertó a Harry la mañana siguiente. Seguía algo
contrariado por la situación de la noche pasada... le dolía la cabeza y no sabía si sentir miedo
u odio. Sin buscar sus lentes, se apoyó en el respaldo de la cama y admiró la belleza del
prado desde la ventana de la habitación. El día estaba hermoso... nada parecía indicar que
un par de dementores habían estado muy cerca de él horas antes...

- ¡Levántense ya! Siempre al último, ¿no Ron?

              La Sra. Weasley acababa de aparecer en ese instante tras la puerta. Su rostro se
arrugaba en una expresión de apuro, y respiró sólo para hacer de su grito algo más
amenazante.

- Ronald Weasley, te lo advierto, vístete ya o sufrirás las consecuencias...

              La puerta se cerró de repente y tras eso Ron saltó de la cama, como si quisiera
alejarse de una pesadilla. Harry ni siquiera emitió comentario y se vistió, siguiendo unos
minutos después a Ron escaleras abajo.

- ¿Dónde están todos? – preguntó Ron, viendo que la sala y el comedor estaban vacíos.

- Se levantaron temprano, como debe ser, y fueron al Callejón Diagon. Ustedes son los
últimos... – los regañó la Sra. Weasley, poniendo sus manos en las caderas y arrugando la
frente – Me parece que ya no tienen tiempo de desayunar... tomen – Sacó el pequeño
macetero a un lado de la chimenea y acercó con su brazo a Harry – Toma querido, usen los
polvos Flu para llegar. Vamos, no demoren.

              Mientras Ron intentaba comer algo deprisa, la Sra. Weasley preguntó a Harry cómo
se sentía. Él no supo bien qué responder, pero ella le aseguró que Dumbledore ya había
puesto a muchas personas a investigar el ataque de anoche, así que todo saldría bien. Aún
no tenían pruebas de que los atacantes fueran realmente Dementores, pero sí llegaba a
corroborarse, el Ministerio se enteraría.

              En un par de segundos los dos ya estaban en camino. Tosiendo y con algo de
ceniza en sus capas, el impulso los arrastró desde la chimenea hasta un descascarado
mostrador de madera, al parecer de una tienda de animales, pues Ron ahogó un grito de
espanto al notar que, junto a él, un enorme lobo disecado le mostraba las garras. El
encargado sintió el golpe tras él pero ni siquiera se inmutó. Apenas los miró de reojo. “Ya
debe estar acostumbrado a ver salir personas de su chimenea” pensó Harry, corriendo tras
Ron hasta la salida.
Francisca Solar

              Sin intercambiar demasiadas palabras, caminaron hasta Flourish & Blotts, donde de
seguro encontrarían a los demás, pero en el camino se detuvieron ante la tienda de los
gemelos. Harry abrió la boca de asombro: jamás creyó que vería algo así. Una impecable
vitrina con contornos de madera anunciaba los productos más solicitados, todos con sus
respectivas muestras en platillos dispuestos en ordenadas hileras. Arriba, un letrero luminoso
(como los de neón, sólo que hecho con magia) vociferaba: “Sortilegios Weasley: Si no lo
tenemos, ¡lo inventamos!”, y en la otra esquina, destacaba un pequeño buzón que decía
“Sugerencias”. Tal como rezaba su slogan, la gente podía pedir determinadas bromas o
dulces si los gemelos no lo tenían entre su inventario.

- ¿No podían caer más bajo, no Weasley?

              Era la última persona a la que Ron deseaba oír. Draco Malfoy, vestido con un
atuendo completamente negro, donde destaca su insignia de Slytherin, dirigía una mirada
irónica hacia la tienda de Fred y George.

- Desaparece, Malfoy – gruñó Ron entre dientes, al tiempo que Harry intentaba controlarlo.
Al parecer, estaba dispuesto a saltar sobre él en cualquier segundo.

- “Sortilegios Weasley”... ¿Es que no les basta con el ridículo de tu padre persiguiendo
muggles?

Ron estaba a punto de lanzarle sus peores insultos, pero Harry lo detuvo.
- ¿Y el tuyo, Malfoy? ¿Dónde está tu padre? Seguro que debe estar pasando unas grandiosas
vacaciones en Azkabán...

              Draco cambió bruscamente su expresión burlesca por una de sorpresa y asco.
Harry alzó una ceja, esperando alguna respuesta, pero antes de que Draco pudiera pensar
en algo convincente qué decir, un grupo de Slytherin al final de la avenida lo llamaba a viva
voz. Draco volteó, les hizo un gesto con la mano, y luego clavó los ojos en Ron.

- Ya nos veremos... – dijo, contrariado, y se alejó tan rápido como llegó.

              Ron y Harry sonrieron, satisfechos. Giraron sobre sus pies y volvieron a admirar la
tienda; les parecía genial, no importaba lo que Draco pudiera decir. Pensaron en contarle lo
sucedido a los gemelos, pero no había ninguna luz dentro; posiblemente se hayan retrasado
en abrir. Pensando en que los encontrarían en Flourish & Blotts, fueron hasta allá. El pasillo
de piedra estaba lleno de estudiantes, acompañados de sus padres y hermanos en busca de
los nuevos útiles. En la esquina encontraron un grupo particularmente ruidoso; pegando sus
narices a la vitrina, admiraban, embobados, la nueva Nimbus 2004. Harry abrió la boca, pero
no encontró un adjetivo que calzara con lo que estaba viendo. Era una escoba realmente
maravillosa, de mago suave y brillante, y de astillas rectas para mejor deslizamiento. Tenía,
claramente, cientos de cualidades más, pero era tanta la gente abarrotada frente al letrero
que fue imposible acercarse más. Por otro lado, Ron le hizo un gesto para que avanzaran;
los demás los estarían esperando.

              El aspecto de la librería no distaba demasiado de las otras tiendas de Callejón


Diagon; había tanta gente entrando y saliendo que muchos preferían simplemente sentarse a
un lado de la acera y esperar, quietos, a que el movimiento cesara para poder comprar.
Como pudieron, Ron y Harry se escabulleron entre un par de familias a la entrada, y
encontraron un lugar para erguirse cerca de las rejas donde guardaban los últimos
ejemplares de “El monstruoso libro de los Monstruos”. Ron intentó mantenerse a distancia,
pero una de aquellas inquietas piezas de literatura, alcanzó a tomar el borde de su pantalón,
arrancándole un pedazo. Ron gruñó, para luego suspirar, contrariado. No tenía dinero para
comprar otro par de pantalones, pero Harry le aseguró que le regalaría unos. Si quería, podía
tomarlo como un regalo adelantado de navidad.

              Alzaron la vista, aflojaron un poco sus túnicas (apenas se podía respirar entre tanta
muchedumbre) y divisaron a Hermione, muy cerca de sus padres y conversando
animadamente con Ginny. Llevaba un pesado libro en sus manos y buscaba algo cerca de
una estantería. Ron tragó saliva; la miró fijamente, como si debatiera internamente entre
acercarse o huir lo antes posible, pero pronto suspiró y movió la cabeza. Comenzó a caminar
hacia ella, pero Harry, aunque iba tras su amigo, se detuvo. Una silueta cerca de él lo atrajo
Francisca Solar

fugazmente. Volteó el rostro y divisó a una joven, aunque no pudo observarla


detalladamente pues había mucha gente cerca de él y no lo dejaban ver. Al parecer traía
muchos libros en sus manos, y caminaba con dificultad por un pasillo estrecho. Harry
comenzó a acercársele, caminando entre los clientes, y entonces tuvo una extraña
corazonada. No, nada tenía que ver con su cicatriz. Era otro tipo de alarma... algo más
cercano a los sentidos humanos que a las consecuencias de la magia... Sin que ella lo
notara, uno de los encargados de la tienda ordenaba libros en las estanterías más altas, pero
no con demasiada agilidad. Además, la escalera en la que estaba erguido comenzaba a
tambalear y se caería en cualquier momento. Y así, tan rápido que no alcanzó ni a respirar,
corrió hasta ella y la empujó hacia un lado, justo al tiempo en que la vieja escalera caía
estrepitosamente al suelo.

              Harry escuchó a lo lejos un grito colectivo. Lo que antes había sido un murmullo
incesante, ahora se fundía en silencio. Tenía el pulso acelerado, pero intentó cerciorarse de
que todos estuvieran bien. El encargado había alcanzado a saltar y no había sufrido ningún
daño... aunque ganó una fuerte reprimenda de una señora ya bastante mayor, quien lo
golpeó con su bolso de mano por no fijarse en lo que hacía. Algunos rieron ante la situación,
y así Harry aprovechó para mirar a su lado... a la persona que había protegido. Una
muchacha delgada, de pelo anaranjado y ojos profundamente celestes, clavaba la mirada en
él. Harry se sintió ruborizar, por lo que bajó los ojos hacia el suelo y comenzó a recoger los
libros desparramados en la alfombra. Al tomar un libro gordo, con tapa de terciopelo, se topó
con la mano de ella en la misma dirección. Sus ojos se encontraron de nuevo, y entonces
ella sonrió.

- Gracias – murmuró, y Harry sólo atinó a sonreír torpemente. La ayudó a levantarse y


entonces Ron y Hermione irrumpieron en la escena.

- ¡¿Están bien?! – exclamó Hermione, acercándose con rapidez. Ron intentaba calmar su
ansiedad revisando a su amigo de arriba a abajo.

- Sí, estoy bien. Es una suerte que Harry Potter siempre esté cerca cuando se le necesita –
dijo ella, mirando nuevamente a Harry, mientras él apretaba los labios, avergonzado, como
diciendo “no fue nada”. Entonces Ron relajó los hombros, suspirando.

- Bueno, vaya forma de conocerse... Harry, ella es Stella, Stella Maris.

              Ella, que no había quitado los ojos de encima a Harry, estiró su mano, sonriendo
abiertamente. Harry la estrechó, sonriendo de vuelta, pensando en que ella ya lo había
reconocido. Cómo no, si había sido portada de El Profeta varias veces, y no siempre por
situaciones agradables...

              Se miraron fijamente un segundo, pero la voz de Hermione no tardó en


interrumpir.

- Ahmmm... Stella, tu madre te espera en el recibidor. Quiere hablar contigo – le dijo, y


Stella, al oír las primeras palabras, dio un pequeño salto, como si la hubieran despertado de
pronto de un sueño profundo.

- Ohh, está bien... bueno, fue un placer conocerte, Harry – finalizó, sonriendo por cortesía,
atrayendo sus libros fuertemente contra su pecho y desapareciendo luego entre la multitud
del lugar. Harry la siguió con la vista hasta que la perdió, mientras Ron sonreía perspicaz a
su lado.

              El encargado que había caído de la escalera se acercó de pronto a Harry. Era un
hombre extremadamente delgado, de aspecto hosco, pómulos sobresalientes y barba
frondosa. Le sonrió débilmente, mientras sacudía su delantal.

- ¿Usted es amigo de la señorita?

Harry no supo qué responder, pero el tipo no parecía querer esperar réplica.
- Dígale que el libro que buscaba no está aquí, pero sé donde conseguirlo. Lo tendré el mes
que viene...
Francisca Solar

              Harry asintió, algo confundido, al tiempo que el encargado giraba sobre sus pies y
desaparecía tras la última estantería. Y sin darle tiempo para pensar, oyó tras él la voz del
Sr. Weasley.

- ¡Buenos Días, Weasleys! – gritó entusiasmado tras abrir la puerta, y un segundo después
varias cabezas rojizas esparcidas por la tienda respondían un eufórico “¡Buenos Días, Papá!”.
Harry frunció el ceño al notar que Stella, unos pasos lejos de su madre y escondiéndose tras
una señora gorda y extravagante, también se unía al saludo. El Sr. Weasley se acercó a
ellos, abrazó a Ginny, revolvió el cabello de Ron y, sonriendo como sólo un padre lo hace,
miró a Stella y le guiñó un ojo. Ninguno de los demás pareció oponerse; es más, la Sra.
Weasley parecía encantada.

Entonces volteó, mientras daba su maletín a su esposa.


- ¡Harry! – dijo, dando unos pasos hacia él y estrechando su mano. Le susurró que el ataque
de anoche estaba siendo investigado, que lo mantendría al tanto de los detalles, pero antes
de terminar su última frase divisó a dos altos pelirrojos en una esquina – ¡Ah! Ahí están mis
empresarios favoritos... – dijo, apuntando hacia Fred y George, quienes vestían unas lujosas
túnicas de seda verde y hablaban animadamente con algunos adultos. Sin mucho preámbulo,
los gemelos abrazaron a su padre, mientras él los admiraba con orgullo – Véanse nada
más... les ha ido bien, ¿no? – Ambos asintieron, estirando la base de sus capas. Él les dio
unas palmadas en sus mejillas, felicitándolos, y luego regresó la vista hacia el resto de la
familia. Draco, en tanto, los observaba con odio desde uno de los pisos superiores.

              Sin que los demás lo notaran, la Sra. Weasley hizo un gesto a su marido, como
señalando a sus espaldas, y el Sr. Weasley pareció entender. Arqueó las cejas, suspiró, y se
dirigió con paso firme hacia donde se encontraban Stella y su madre, algo ajenas a lo que
sucedía a su alrededor. A juzgar por sus rostros, parecían enfrascadas en una acalorada
discusión.

              Arthur Weasley se acercó lo más que pudo, se quitó el sombrero e hizo una
pequeña reverencia ante ellas. Stella sonrió ampliamente, pero su madre no demostró
demasiada gratitud. Sólo se limitó a hacer un gesto de mínima cortesía, y al tiempo que el
Sr. Weasley volvía a colocar su sombrero sobre su cabeza, Stella dio unos pasos hacia atrás,
dejándolo solo con su madre. Ella era una mujer esbelta, enfundada en una túnica de color
azul cielo y de cabellos dorados que brillaban con cada movimiento. Su rostro era algo pálido
pero de facciones suaves, donde destacaban sus ojos, redondos y celestes, los mismos que
evidentemente Stella había heredado. Si no fuera por su aspecto sombrío y la eterna mueca
de disgusto en sus labios, Harry la habría encontrado muy atractiva... Y bueno, Stella no se
quedaba atrás.

- Ehmm... Harry... ¿Podrías ayudarme?

              Stella había caminado hasta él con un monte de libros, algunos muy pesados los
cuales amenazaban con caer al piso en cualquier momento. Harry dio un salto cuando la vio
y, ruborizado por su aparición justo cuando estaba pensando en ella, reaccionó lo más
pronto que pudo, aligerando su carga. Mientras Stella bajaba la mirada, divertida por el
rostro de Harry, él no pudo dejar de notar la tensa conversación entre el Sr. Weasley y la
Sra. Maris.

- ¿Sucede algo malo? – preguntó, apuntando hacia los dos adultos, y Stella suspiró algo
incómoda, como si no estuviera segura de si debía hablar o no. Pero cuando quiso pronunciar
una palabra, Hermione, Ron y Ginny aparecieron por una esquina. Hermione traía un
ejemplar de El Profeta en su mano derecha.

- El ataque de ayer salió en portada, obviamente... – comenzó a decir, mientras mostraba a


todos una de las páginas anteriores – Dicen que no pueden asegurar que hayan sido
Dementores, pero que como Tú-sabes-quién ya regresó, hay que estar alertas...

- Es lo más sensato – opinó Stella, muy segura y confiada. Harry la miró fijo – Por fin el
Ministerio ha decidido con prudencia qué posición tomar...

Ginny asintió.
- Sin mencionar que no enviará a otro “inquisidor” este año...
Francisca Solar

- No soportaría otro año de lectura silenciosa – opinó Ron, y todos se mostraron de acuerdo
– ...aunque tampoco estoy dispuesto a soportar otra clase de Snape, pero supongo que no
tengo alternativa... – bromeó, y Ginny rió bajito.

Stella le dirigió una mirada de regaño, aunque luego sonrió.


- Es muy importante para una buena defensa el que tomemos en serio las clases de
Pociones, Encantamientos... ahmm... – pensó un momento - ¿Quién es el profesor de
Defensa Contra las Artes Oscuras en Hogwarts?

Todos se miraron, mezclando confusión y vergüenza, pero Harry tomó la palabra.


- Esa es una buena pregunta... – dijo, arrugando la nariz – Por distintas circunstancias,
hemos tenido uno distinto cada año... y rezando porque no vuelva Umbridge, me parece que
estrenaremos nuevo profesor en una semana.

Stella recibió la información casi anonadada, pero luego sólo se encogió de hombros.
- Bueno, espero que sea alguien calificado. Siempre ha sido mi asignatura favorita... – y
añadió, orgullosa – Quiero ser una Auror.

              Harry abrió los ojos como platos. Estuvo a punto de decir “yo también” cuando
Hermione se le adelantó.

- Será una opción cada vez más común en los tiempos que vienen. Con una guerra encima,
todos querrán participar, pero bien preparados y armados...

- ...aunque dicen que es muy difícil entrar a la Academia de Aurores – acotó Ginny –
McGonagall me dijo que necesitas calificaciones muy altas en todas las asignaturas, además
de pasar un examen preliminar donde ven tus aptitudes de Defensa...

- Nadie dijo que ser Auror fuera algo fácil... – respondió Stella, enseriando su tono de voz.
Bajó la mirada, como si recordara algún episodio amargo - ...pelear por lo que uno cree
nunca ha sido fácil...

              Hermione y Harry compartieron una mirada de confusión, y aunque ella intentaría
preguntarle algo al respecto, pronto escucharon la voz del Sr. Weasley.

- Bien muchachos, hemos terminado. Molly tiene todas sus cosas...

              Todos asintieron. Stella miró hacia atrás, donde su madre la esperaba, y suspiró.
Luego Ginny y Ron se acercaron para despedirse, y aun cuando el Sr. Weasley hizo un
extraño ademán, como advirtiéndoles que no se acercaran demasiado, igualmente la
abrazaron fuerte, diciéndole que la verían muy pronto, en Hogwarts. Realmente parecía que
les apenaba tener que separarse... Hermione también se despidió con afecto, y cuando le
tocó el turno a Harry, no pudo moverse. Es decir, quería despedirse, decirle algo amable al
igual que los otros, pero no le salían las palabras de la boca. Stella lo miraba divertida, como
instándolo a que dijera eso que intentaba decir. Al ver que Harry seguía algo trabado,
Hermione lo tomó de un brazo, sonrió forzadamente hacia Stella y lo llevó a la salida, a
donde ya habían caminado los demás.

              Harry se detuvo un momento en la puerta. Se golpeó en la frente por ser tan
estúpido, y luego giró su rostro para ver si podía enmendar el papelón que había hecho. No
obstante, prefirió quedarse quieto, a fin de escuchar las palabras del Sr. Weasley al
despedirse de Stella.

- Stella, querida, te deseo mucha suerte. Ya sabes que Molly y yo estaremos atentos a tus
cartas, no olvides de escribirnos seguido... – Titubeó, pero Stella sonrió. Lo abrazó fuerte, y
él le dio unas palmadas en la espalda - No estarás sola... Ron y Ginny se encargarán de
hacerte sentir como en casa. De verdad te deseo mucha suerte... – Alzó un momento la vista
y divisó a la Sra. Maris, quien se aproximaba lentamente hacia ellos. No queriendo quedarse
más de lo necesario, le besó en la frente y le sonrió, caminando con rapidez hasta la salida,
donde se encontró con Harry. Ambos salieron.

- Cuídala, Harry – pidió el Sr. Weasley, mientras caminaban por el Callejón Diagon de
Francisca Solar

regreso a la madriguera. Él asintió, pero sin entender a cabalidad sus palabras. Algo muy
misterioso rodeaba a Stella, y él, principalmente él, estaba ansioso por descubrirlo...

Cap. IV: El Regreso de la Armada Dumbledore (The AD’s Return)

        La última noche que Harry pasó en la madriguera, el ambiente pesaba por una extraña
tensión, sentimiento bastante ajeno a la tranquilidad y alegría que había reinado casi todo el
verano. El Sr. Weasley iba de un lado a otro muy preocupado, enviando y recibiendo
lechuzas, y jamás se despegaba de la ventana. Además, no dejaba que nadie se sentara
frente a la chimenea, sólo por si alguien aparecía y quería hablar con él. De vez en cuando
dirigía una mirada furtiva hacia Harry, como si quisiera decirle algo, pero pronto sacudía la
cabeza y volvía la vista sobre su pergamino.

        Ron sólo se encogía de hombros. Presentían que todo aquello podía tener que ver con
Lord Voldemort, con la resistencia y la batalla que se avecinaba, pero El Profeta no decía
nada al respecto, ni menos el Sr. y la Sra. Weasley. Harry estaba seguro de haber visto unas
letras extrañas en el último mensaje que arribó, como si pertenecieran a otro lenguaje, pero
no se atrevió a comentarlo. Quizá era un asunto secreto del Ministerio, o de la misma Orden
del Fénix. “Si es algo importante, ya nos enteraremos” concluyó Hermione, serenándolos, y
así todos dejaron de pensar en ello.

        A la mañana siguiente, mientras bajaba la escalera para ir a desayunar, un débil


destello plateado llamó la atención de Harry. Frunció el ceño, se arrodilló ante una grieta
bajo el pasamanos, y encontró entre la madera una cinta de seda, quizá aquellas que las
niñas usan para tomarse el cabello. Era increíblemente suave, de un celeste brillante y
estampada con pequeñas mariposas plateadas. No supo por qué pero, al sentirla entre sus
dedos, sonrió. Una agradable sensación lo embargó, a pesar de que no pudo describirla bien.
Se incorporó, guardando la cinta en su bolsillo, y bajó hasta la cocina con un extraño
sentimiento de bienestar. Al entrar, vio a todos inclinados ante la mesa, peleándose la ultima
tostada con mantequilla.

        Harry tomó el asiento vacío a un lado de Ginny, y la Sra. Weasley lo divisó por sobre el
hombro de Fred.

- Buenos días, Harry, querido – exclamó, desplegando su usual sonrisa maternal – Vamos,
desayuna ya que se les hace tarde.

        Ron y Hermione comían en silencio, cada uno en esquinas opuestas. Mantenían sus
miradas en sus respectivos platos de cereal, confusamente nerviosos, como si no supieran
por qué estaban ahí, situación que a Harry le pareció más que sospechosa. Fred y George, a
la cabecera, discutían algunos de sus nuevos inventos y los colores de sus envoltorios,
siempre bajo la atenta vigilancia de su madre. De vez en cuando les dirigía una mirada de
desconfianza, pues a pesar de que ya estaba resignada a la idea de su tienda de bromas,
nunca dejaba de controlar sus andanzas. Los gemelos no escatimaban en accidentes o
riesgos mortales, así que mientras más tiempo pasaba con ellos, más pendiente estaba de
sus conversaciones.
        Ginny, por su parte, los escuchaba con interés. Tenía una relación muy estrecha con
sus hermanos, situación que aprovechaba para dar sus puntos de vista y algunas ideas para
bromas nuevas. De hecho, ella misma se había encargado de asesorarlos en cuanto al diseño
de la tienda y su decoración.

- Miren, ya sé cuál es la solución – dijo Ginny, levantando sus manos. Los gemelos la
Francisca Solar

miraron con interés – Es muy simple. Así los clientes no se confundirán: para el caramelo de
‘sangre-nariz’ usen el envoltorio rojo, y para el nougat de ‘vómito-instantáneo’, el envoltorio
azul. Tu cara se pone algo azul cuando estás muy enfermo, ¿no?

George suspiró de satisfacción. - Ginny, eres un genio. Recuérdame comprarte algo costoso
para navidad.

         Molly hizo un sonido de disgusto, llevando sus manos a su cintura. Los gemelos
sonrieron inocentemente, se levantaron acto seguido y llevaron con sincronización sus platos
vacíos al fregadero. Cualquier cosa antes de un regaño.

- George, Fred... ¿Llevarán a los niños a la estación, verdad? – preguntó de pronto el Sr.
Weasley, con la mirada perdida desde su posición sobre el sofá, mientras los demás
intercambiaron un gesto de desaprobación. Ron dejó de masticar su avena.

- Yo no veo niños aquí, papá – respondió Fred, dirigiendo a Ginny una mirada cómplice, y los
demás asintieron. Arthur se levantó.

- Eh... sí, lo siento – dijo, en un tono de absoluta somnolencia - ¿Los llevarás entonces?

- Sí, claro – respondió – Aún tenemos el auto de Mutang. No debemos devolverlo hasta
mañana.

- ¿El auto de quien? – preguntó Harry.

Fred tragó saliva. Su madre volvió a mirarlo con desafío, y no le quedó más que hablar. - De
Mutang... el dueño del lugar que conociste – aclaró George, frunciendo el ceño como quien
fuera a recibir un golpe en mitad de la cabeza. Miró con sigilo a su padre, luego a Fred, y
sonrió, fingidamente inocente - Es parte de nuestro trato.

        Harry de seguro quería saber más, pero no le dio el tiempo para seguir con las
preguntas. Sobresaltándolo, el ruido frenético de un par de alas llenó la habitación. Molly
dejó caer el sartén que tenía entre las manos, sacudió su delantal y corrió hacia la ventana.
Arthur, tan nervioso como lo había estado los últimos días, saltó del sillón y se reunió con su
esposa, escudriñando el horizonte. Entonces, en un par de segundos, la silueta se hizo
visible... tanto que la tuvieron bajo sus narices sin previo aviso. Era una lechuza, grande
como Hedwig pero de un gris oscuro, levemente tosca. Cuando Arthur se acercó a desatar el
mensaje, ni siquiera ululó: se paró, estática, hasta que entendió que era el momento de
partir. Harry no recordaba haber visto una mensajera tan apática...

        Molly volteó entonces hacia el resto. Con un sutil movimiento de cabeza, los apremió a
todos para que regresaran a sus habitaciones... De seguro el Sr. Weasley no quería
compartir aquel mensaje con nadie.

- Oh no, querida... no es necesario – habló Arthur, a tiempo para denotar el gesto de su


esposa – El mensaje no es para mí – dijo, aunque algo decepcionado. Entonces caminó hasta
el comedor, extendiendo su brazo – Es para Hermione.

        Hermione apretó los labios, recibiendo la carta de manos del Sr. Weasley. No estaba
sorprendida ni nada; sólo algo nerviosa. Dobló el mensaje en dos partes, lo guardó en su
bolsillo e intentó aparentar que nada había pasado, volviendo la vista hacia su plato vacío.

Ginny alzó una ceja. - ¿No vas a ver quién te la envía?

Hermione negó, dirigiendo una suplicante mirada fugaz hacia Ron. - Yo... ya sé de quién es –
respondió él – R-Reconocí a la lechuza.

        Ron movió la cabeza hacia la ventana, desde donde aún se podía apreciar la lejana
presencia del ave. Al ver que el resto interrogaba a Hermione con la mirada, Ron volvío a
hablar.

- Viktor Krum – dijo de repente, y Hermione no tuvo más remedio que asentir.
Francisca Solar

        Sin querer convertirse en la atracción lastimera de sus amigos, Ron se incorporó de su


asiento, tomó una manzana de la bandeja y abandonó el lugar, silencioso, camino a su
habitación. Harry y Ginny compartieron una mirada dolorosa, pero no se atrevieron a hacer
comentario.

- Aún te escribes con el tipo de Drumstrang, ¿no? – preguntó Fred, algo irritado. Hermione
parecía a punto de llorar.

- ¡Sólo es un amigo!

- Pero Ron no piensa igual – inquirió George, siguiendo el tono de su hermano. Sin decir
nada más, también subieron a sus habitaciones. Ginny corrió tras ellos.

        De pronto Harry se sintió pesadamente observado. Lo más probable es que Hermione
estuviera esperando también un regaño de su parte pero, e incapaz de razonar
correctamente en este tipo de situaciones, atinó sólo a encogerse de hombros. Ella asintió;
suspirando profundo, tomó su tostada a medio comer y la tiró en su plato de cereales. Luego
tomó otro par de platos sucios y los llevó al fregadero; prefería ayudar a la Sra. Weasley con
los trastos que seguir rumiando la reprimenda de sus amigos.

        Harry, como era de esperarse, sentía que Ron tenía todo el derecho a enfadarse, pero
no quería ser brusco con su amiga. Pensaría alguna forma de lograr que hicieran las paces...
aunque, por ahora, había algo que consideraba más urgente. Arreglando sus gafas, clavó la
mirada en la sala contigua, iluminada débilmente por los rayos de sol que se colaban entre
los árboles. No estaba seguro de hacer lo correcto, pero su curiosidad, por el momento, era
más poderosa.

- Sé que quizá no debo meterme, pero...

        Harry había caminado lentamente hacia el Sr. Weasley quien, sentado nuevamente en
su sillón preferido, miraba hacia el horizonte como si esperara con ansias noticias de alguien.
Para su mala suerte, no había rastros de Errol.

- ¿Decías, Harry? – contestó Arthur, volviendo su rostro hacia él. Parecía cansado, muy
cansado, pero no había perdido su temple habitual.

- ¿Pasa algo malo? – preguntó Harry.

- No, Harry, no – respondió, no demasiado seguro, pero tranquilo – Al menos no aún. Pero
créeme que apenas el campo esté despejado para hablar, tú serás el primero en saber.

        Asintió. El Sr. Weasley mantuvo la mirada, lo que le dio a entender a Harry que ahí
terminaba la conversación. Asintió de nuevo, volvió sobre sus pasos y subió la escalera a
grandes zancadas. ¿Acaso Voldemort había aparecido, y nadie quería decírselo? Prefería
pensar que no. Aunque mientras más se acercaba el comienzo de año, más evidente era la
posibilidad de nuevos y más grandes peligros.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Después que ya todos habían pasado la barrera del andén 9 y ¾, caminaron con sus
baúles hasta el compartimento de carga. Un señor enfundado en un impecable uniforme azul
marino y con el logotipo del colegio bordado en su gorra los recibió, al tiempo que Ron
regañaba a Pigwidgeon por ser tan escandalosa. No bien el tipo había tomado la jaula, la
pequeña lechuza comenzó a revolotear histérica, como si jamás hubiera viajado en el
Expreso de Hogwarts. Ron le gritó un par de veces pero terminó por resignarse. Sonrió
avergonzado hacia el funcionario y se marchó con los otros, no sin antes aconsejarle que
pusiera algún tipo de paño de tela sobre la jaula. Eso quizá la tranquilizaría.

        Como todos los años, el andén estaba repleto de gente. Estudiantes de distintos años,
padres y amigos, incluso algunos niños vestidos con ropa muggle corriendo por el pasillo. Los
adultos hablaban en grupos, con rostros que reflejaban seriedad pero también algo de
euforia, como si estuvieran tramando una revolución. Y en el fondo Harry sabía que no
estaba muy lejos de aquello; había llegado el momento de actuar, de hacer planes, de
Francisca Solar

encontrar aliados. Por que en algún lugar del planeta Lord Voldemort estaría haciendo lo
mismo, y ellos no podían quedarse atrás.

        Al despedirse de Fred y George, ellos les dieron a cada uno una bolsa repleta de dulces
para el camino, aunque la de Hermione era visiblemente más pequeña que la de los demás.
Pero ella no dio signos de quejarse. Ginny les agradeció con un abrazo, pero Ron alzó una
ceja, suspicaz, escudriñando su bolsa respectiva. George sonrió.

- Lo único peligroso ahí adentro son los dulces de Bertie Botts. Si te comes uno con sabor a
brócoli no será mi responsabilidad... – bromeó Fred.

- Nos veremos más pronto de lo que creen – dijo George, guiñándole un ojo a Ginny.

        Ella le devolvió la mirada, escéptica, pero conociéndolos, de seguro algo extraño tenían
planeado para regresar a Hogwarts. Ella y Hermione se despidieron luego de los gemelos, y
subieron al tren para encontrar alguna cabina vacía. Ron y Harry iban tras ellas cuando Fred
tomó la túnica de Ron.

- ¡Hey...! A dónde vas tan rápido, hermanito... – Tiró de él tan repentinamente que Ron por
poco cae de bruces sobre la plataforma. Al incorporarse, George le sacudió un poco la capa y
le dirigió una sonrisa elocuente – Te tenemos un regalo – dijo, y del interior de su túnica de
seda sacó un paquete mediano – Ahora no nos digas nada. Ya tendremos tiempo de
conversar.

- Pórtate bien, Ronnie... persigue a Peeves en nuestra memoria...

        Volvieron a guiñarle el ojo y se despidieron de Harry con un gesto, haciendo luego un


pequeño chasquido con los dedos y desapareciendo frente a sus ojos. Ron no sabía qué decir
pero, al mirar fijamente su regalo, una luz de satisfacción llenó su cara. Enterró las uñas en
el paquete casi con apremio, desgarrando el papel, y abrió la boca de sorpresa, pasando
luego a una gran sonrisa mientras extendía hacia sí su obsequio: una elegante túnica de gala
azul marino con bordes plateados.
        Ron la enseñó a Harry con entusiasmo, y él sólo se limitó a asentir. Regresó la vista
hacia donde los gemelos habían desaparecido, como si quisiera que volvieran por un par de
segundos más. Quería agradecerles por cumplir su palabra, luego de su promesa en ese
mismo andén dos años atrás, mientras recibían el dinero del premio del Torneo de los Tres
Magos. Pero pronto Ron le hizo volver a tierra: el silbato había sonado y si no subían pronto
se quedarían sin asiento.

        Corrieron por el pasillo y, como no sabían dónde estaban Ginny y Hermione, tocaron la
puerta de cada cabina. Ron se adelantó un poco para buscar al final del vagón y Harry, al
levantar el puño para golpear la sexta puerta, escuchó una voz grave y seca salir del interior.
Se escuchaba el movimiento de varias personas en sus asientos, cuchicheando, riendo,
pasando hojas de un libro. Y entre el murmullo, el tono de Malfoy dirigiéndose a alguien, en
voz baja.

- ... y por eso, Padre me dijo en su última carta que tuviera cuidado. No podemos fiarnos de
ella. No me explicó exactamente de qué se trataba, pero me dijo que era un fenómeno. Ha
pasado de escuela en escuela... no tiene buena reputación. Y si es así, dudo mucho que
quede en Slytherin...

        Una voz chillona y desagradable ahogó a medias una risita estridente. Harry escuchaba
atentamente tras la puerta, y al tiempo que comenzaba a pensar a quién se refería Draco,
alguien tocó su espalda. Giró sobre sus pies rápidamente, sorprendido, y vio ante sí una cara
familiar.

- No creerás lo que él dice, ¿verdad?

        Con un bolso de mano, Stella Maris miraba a Harry de reojo. Era como si no quisiera
verlo a los ojos. Se mordía el labio inferior, de alguna forma esperando que Harry pasara
junto a ella y le diera la espalda.

- ¿Hablaban de ti? – preguntó Harry, desconcertado. Se apartaron un poco de la puerta, para


Francisca Solar

que los estudiantes de Slytherin no los escucharan - ¿A qué se refería Malfoy?

Stella suspiró. - Sólo no le creas, ¿está bien? Júzgame por lo que soy.

        La petición de Stella retumbó fuerte en sus oídos. ¿Qué quería decir eso? ¿Qué es lo
que había que juzgar? Abrió la boca para volver a preguntar, pero antes de emitir algún
sonido la voz de Ron se escuchó a sus espaldas. Ya había encontrado a Ginny y Hermione.
Stella desvió nuevamente la mirada y caminó por el pasillo. Harry la siguió un momento
después, y al encontrarse frente a la cabina, arqueó las cejas.

       Sólo veía cabezas. Eran tantas las personas arrejuntadas en la estrecha cabina –
alrededor de veinte – que sus cuerpos parecían fusionados. Divisó a Seamus, Dean, Hannah,
Neville, Luna, Anthony, Zacharias, Collin, Susan, Dennis... pero no sólo eran rostros
conocidos, no sólo eran sus amigos. Ciertamente no se trataba de una reunión casual. Como
una especie de chispa, pudo notar la conexión un segundo antes de que alguien hablara.

- La Armada Dumbledore, reportándose – sonrió Hermione, al tiempo que Seamus y Dean


asentían con la cabeza. Harry arregló la montura de sus lentes, sorprendido, pues no
esperaba encontrarlos ahí. Recorrió con la mirada el resto de la cabina: ni rastros de Cho y
su desagradable amiga Marietta. En lugar de apenarse, ni se inmutó.

- Hola a todos – saludó Harry, alegre.

Ginny suspiró hondo y tomó fuerzas para hablar, directamente al grano. - Sabemos que las
cosas han vuelto a la normalidad, pero no por eso vamos a dejar las clases privadas,
¿verdad? – inquirió Ginny, casi como una súplica – Pueden ser un excelente complemento a
las clases regulares. Además.. – arrugó la nariz, pesimista – no sabemos qué zopenco de
profesor nos tocará este año.

        Todos asintieron, de acuerdo con las palabras de Ginny. Era como si llevaran todo el
camino planeando qué le dirían a Harry cuando lo vieran, cómo lo convencerían.

- ¿Están seguros de que eso es lo que quieren? – preguntó Harry, luego de sentarse
incómodamente entre Ernie McMillan y Neville – Quizá ya no es tan necesario...

- Lord Voldemort ha vuelto, Harry. Cualquier iniciativa para extremar nuestra defensa y
solventar nuestra fuerza, será bien recibida.

        Stella pronunció la última palabra con serenidad y todos volvieron sus rostros hacia
ella. Más de uno se estremeció al oír aquel nombre. La miraban de arriba a abajo, como si
recién se percataran de que alguien desconocido estaba entre ellos. Además, había tenido el
coraje suficiente para nombrar al “innombrable”. Sólo Ron, Hermione y Ginny le sonrieron de
vuelta.

- ¿Y tú eres...? – preguntó Zacharias Smith, con cara de pocos amigos.

- Mi nombre es Stella, Stella Maris – dijo, hablando hacia todos – soy nueva en Hogwarts.

        Nadie dijo nada. Luna, quien estaba a su lado, la miraba con curiosidad. Estuvo a punto
de decir algo, pero se arrepintió. Quizá no era el momento. Harry miró a Stella y sintió su
incomodidad, por lo que no demoró en retomar la conversación.

- Está bien, pensaré lo de las clases – dijo, sonriendo, y la mayoría comenzó a aplaudir.
Hermione los regañó de inmediato, diciendo que no fueran tan eufóricos o los descubrirían.
Cuando todos se hubieron callado, Harry prosiguió. – Cuando veamos nuestros horarios
elegiremos el mejor momento para reunirnos y hablar sobre el tema, siempre en la
habitación que todos conocemos y... – alzó la vista – Stella, si quieres, puedes venir.

Ella le sonrió, profundamente agradecida, pero no todos parecían estar de acuerdo. - ¿Cómo
sabemos que ella no está del otro lado? – dijo Seamus, y Ron le dirigió una mirada de odio.

- Nosotros hemos pasado el verano con ella. Claro que está de nuestro lado... – aseguró, en
un tono molesto.
Francisca Solar

- Ron... – comenzó a decir Stella, y él se calló, confundido – Tienen razón en mostrarse


desconfiados. No estamos en tiempos de paz, ¿o sí? Si quieren, puedo someterme a una
especie de tiempo de prueba. Ustedes decidirán.

        Hubo algunos murmullos por lo bajo, pero la mayoría se mostró conforme. Harry le
sonrió, pero no fue capaz de mantener su mirada por mucho tiempo. Hermione dio por
zanjada la discusión, e intentó cambiar de tema, mutando rápidamente su rostro desde la
alegría a la cuasi desesperación.

- ¡¿Alguno de ustedes recibió el resultado de los TIMOS?! Esperé y revisé acuciosamente mi


correo todo el verano... ¡y ni una sola nota de Hogwarts!! – preguntó, con un deje de histeria
en su voz.

        Todos negaron con la cabeza, y aunque algunos intercambiaron un par de comentarios
nerviosos, ninguno parecía tan preocupado (o interesado) como Hermione en desentrañar el
misterio.

- Quizá han tenido algún problema con los resultados... de seguro lo sabremos cuando
lleguemos, Hermione – respondió Harry, sin darle demasiada importancia al asunto.

Ella asintió, algo perdida, y luego abrió los ojos como platos, asustada. - ¿Y si llegáramos y
nos dijeran que hay que rendir todos los exámenes de nuevo? ¡¡No he vuelto a leer la última
clase de Historia de la Magia en seis días!!

        Su grito debió escucharse hasta el final del pasillo. Moviéndose ágilmente hasta su
mochila, a pesar de estar bastante apretada entre Ginny y Luna, sacó un libro y se sumergió
en él. Ron miró a todos como diciendo “no-la contradigan-o-se-enfurecerá”, para luego retar
a Harry a un partido de ajedrez mágico en el coche-comedor. Él aceptó, encantado de salir
de aquel sofocante cubículo, y al levantarse giró nuevamente su rostro hacia Stella, al final
de la cabina. Parecía extrañamente nerviosa, y miraba con melancolía a través de la
ventana. Harry creyó que estaba a punto de llorar. Y entonces las palabras de Draco
resonaron en su cabeza: “No se puede confiar en ella”. Pero, ¿acaso confiaba él en Malfoy?
La miró por última vez y cerró la puerta de vidrio ahumado tras de sí. Ella lo había dicho:
estaría a prueba. Esperaba no defraudarse.
Francisca Solar

Cap. V: Duelo de Patronus (Patronus Duel)

        Cuando el Expreso de Hogwarts arribó en la estación de Hogsmeade, la enorme silueta


de Hagrid apareció a contraluz desde el final del andén, abriéndose paso entre la niebla
espesa que cubría el lugar. Corría un viento gélido, anunciando que quizá este sería el
invierno más crudo que esa región de Inglaterra hubiera sufrido jamás. Hagrid, fuertemente
asido a su abrigo de pieles, saludó a Harry con la mano y gritó que se acercara.

- ¿Qué tal tu verano, Harry? – carraspeó, quitándose el pelo de la cara con una mano, y con
la otra palmoteando a Harry en la mejilla.

- No tan mal – respondió, y luego divisó un grupo de niños, asustados y con mucho frío,
intentando protegerse entre ellos – Hagrid, creo que deberías ir ya con los de primero.
Parecen aterrados.

- Ah... sí – dijo, mirando sobre el hombro de Harry – Ya veo. Bien, me voy – concluyó, pero
no se movió ni un centímetro. Daba la sensación de que buscaba a alguien entre la multitud.

- ¿Pasa algo? – preguntó Harry, y su amigo semigigante se estremeció, como si Harry


hubiera dicho algo prohibido.

- Nada, nada – respondió, nervioso, y al tiempo que le daba a Harry una palmada en la
espalda, volvía sobre sus pasos en camino hacia los de primero.

        No quiso tomar demasiado en serio el extraño comportamiento de Hagrid. Quizá sólo
estaba nervioso por el comienzo de año, porque ahora estaban en guerra, porque era tiempo
de actuar. Levantó la cabeza por sobre las personas que intentaban protegerse del viento
con sus túnicas, y pudo distinguir tres cabezas rojizas mientras corrían hacia uno de los
carruajes. Rápidamente concluyó quienes eran, y corrió hasta ellos. Llegó a la puerta unos
segundos antes de que cerraran, con la nariz y las orejas coloradas por el frío, y se dejó
envolver por la agradable temperatura que había en el interior del carro. Se sentó en el
último asiento vacío: en la esquina, a un lado de Ron y frente a Stella, y se apoyó contra la
ventana empañada. La limpió un poco con la manga de su túnica, y no vio más que niebla.
        Cerró los ojos. Esperaba que al abrirlos, diez minutos después, las luces del castillo
fueran visibles.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Tras la profesora McGonagall, una larga fila de primerizos nerviosos avanzaba


lentamente, apreciando cada rincón del gran comedor. Al final del grupo, serena pero
expectante, Stella caminaba con paso firme, tratando de hacer caso omiso al cuchicheo de
algunos. El cabello rojo caía dócil hasta la cintura, terminando en pequeños rizos. Su tez era
blanca, casi brillante, y al contrario de Ron, no tenía pecas. Poseía en su andar una suerte de
solemnidad que dejaba a varios con la boca abierta, como si en lugar de una simple alumna
Francisca Solar

estuvieran viendo al mejor jugador de Quidditch de toda la historia. “Quizá hay una Veela
entre sus parientes cercanos” pensó Hermione en voz alta, y Ron se encogió de hombros.
Conforme pasaba entre las mesas de Gryffindor y Ravenclaw, el volumen de los murmullos
se hacía más alto. A nadie le interesaba ya las decenas de niños nuevos: todos querían saber
quién era ella y qué hacía ahí.

        Minerva subió un par de escalones y se irguió frente a la mesa de los profesores. Como
siempre, el puesto del maestro de Defensa Contra las Artes Oscuras estaba vacío, aunque
nadie parecía echar de menos a la persona que debía ocupar esa silla. Miró a todos los niños
de primer año y llevó su dedo anular a sus labios, obligándolos a quedarse en profundo
silencio. Asimismo lo hizo el resto del estudiantado. Cuando ya no hubo murmullos
rezagados flotando en el salón, todas las miradas confluyeron en el Sombrero. Comenzaría a
cantar en cualquier momento...

        "Cuando Hogwarts comenzaba su andadura

            y yo no tenía ni una sola arruga,

            los fundadores del colegio creían

            que jamás se separarían.

            Todos tenían el mismo objetivo,

            un solo deseo compartían:

            crear el mejor colegio mágico del mundo

            y transmitir su saber a sus alumnos.

            "¡Juntos lo levantaremos y allí enseñaremos!",

            decidieron los cuatro amigos

            sin pensar que su unión pudiera fracasar.

            Porque ¿dónde podía encontrarse

            a dos amigos como Slytherin y Gryffindor?

            Sólo otra pareja, Hufflepuff y Ravenclaw,

            a ellos podía compararse.

            ¿Cómo fue que todo acabó mal?

            ¿Cómo pudieron arruinarse

            tan buenas amistades?

         Veréis, yo estaba allí y puedo contarles

            toda la triste y lamentable historia.

            Dijo Slytherin: "Sólo enseñaremos a aquellos

            que tengan pura ascendencia."

            Dijo Ravenclaw: "Sólo enseñaremos a aquellos

            de probada inteligencia."

            Dijo Gryffindor: "Sólo enseñaremos a aquellos


Francisca Solar

            que hayan logrado hazañas."

            Dijo Hufflepuff: "Yo les enseñaré a todos,

            y trataré a todos por igual."

            Cada uno de los cuatro fundadores

            acogía en su casa a los que quería.

            Slytherin solo aceptaba

            a los magos de sangre limpia

            y gran astucia, como él,

            mientras que Ravenclaw sólo enseñaba

            a los de mente muy despierta. Los más valientes y audaces

            tenían como maestro al temerario Gryffindor.

            La buena de Hufflepuff se quedó con el resto

            y todo su saber les transmitía.

            De este modo las casas y sus fundadores

            mantuvieron su firme y sincera amistad.

            Y Hogwarts funcionó en armonía

            durante largos años de felicidad,

            hasta que surgió entre nosotros la discordia,

            que de nuestros miedos y errores se nutría.

            Las casas, que, como cuatro pilares,

            había sostenido nuestra escuela

            se pelearon entre ellas

            y, divididas, todas querían dominar.

         Entonces parecía que el colegio

            mucho no podía aguantar,

            pues siempre había duelos

            y peleas entre amigos.

            Hasta que por fin una mañana

            el viejo Slytherin partió,

            y aunque las peleas cesaron,

            el colegio muy triste se quedó.


Francisca Solar

            Y nunca desde que los cuatro fundadores

            quedaron reducidos a tres

            volvieron a estar unidas las casas

            como pensaban estarlo siempre.

         Y todos los años el Sombrero Seleccionador se presenta,

            y todos sabéis para qué:

            yo os pongo a cada uno en una casa

            porque esa es mi misión,

            pero este año iré más lejos,

            escuchad atentamente mi canción:

            aunque estoy condenado a separarlos

            creo que con eso cometemos un error.

            Aunque debo cumplir mi deber

            y cada año tengo que dividirlos,

            sigo pensando que así no lograremos

            eliminar el miedo que tenemos.

            Yo conozco los peligros, leo las señales,

            las lecciones que la historia nos enseña,

            y os digo que nuestro Hogwarts está amenazado

            por malignas fuerzas externas,

            y que si unidos no permanecemos

            por dentro nos desmoronaremos.

            Ya os lo he dicho, ya estáis prevenidos.

            Que comience la Selección."

         La canción terminó en un aplauso cerrado. Hermione comentó en voz baja que la
advertencia del año pasado se había repetido, pero nadie pareció tomarle mucha atención.
La profesora McGonagall ya se había acercado al taburete para iniciar la repartición de casas.
Arregló sus gafas cuadradas, desenrolló un pergamino amarillento y se aclaró la garganta.

- Por favor, cuando diga sus nombres, tengan la bondad de pasar adelante. Se pondrán este
sombrero – lo levantó para que todos lo vieran – y serán asignados a sus casas.

        Asegurándose de que todos hubieran entendido, volvió la vista sobre el pergamino y


fue llamándolos, uno a uno, tal como el ritual de siempre.

- Ackray, Charles.

- ¡¡Hufflepuff!!
Francisca Solar

- Buttent, Mary.

- ¡¡Slytherin!!

(...)

- Lobe, Lisette.

- ¡¡Gryffindor!!

- Maris, Stella.

        Los murmullos y los aplausos para recibir a los nuevos integrantes de cada casa se
apagaron al escuchar aquel nombre. Se instaló repentinamente en la atmósfera un silencio
apabullante, y Stella, sin demora, se sentó en el taburete. Puso el sombrero sobre su cabeza
y cerró los ojos. Nadie se movía. Y entonces, algo sucedió. La abertura que tenía el sombrero
en forma de boca, se expandió en un gesto de sorpresa, incapaz de emitir algún sonido. Era
como si intempestivamente hubiera olvidado cómo hablar e intentara pasar ante los ojos de
todos como un sombrero ordinario. Los alumnos comenzaron a intercambiar miradas de
desconcierto, pero fueron abruptamente disuadidas por la voz de Dumbledore.

- ¿Sombrero? – advirtió el Director, con una pizca de impaciencia.

- Dumbledore – pronunció por fin – Acaso debo...

- Sí, debes – respondió, tajante, y no dio cabida a objeciones.

        El sombrero cerró la boca, arrugó la tela superior como si estuviera frunciendo el ceño,
y dejó escapar un suspiro entrecortado. Atento a algo, como si alguien le hablara desde el
interior, dijo:

- Eh... ¿eso? Muy bien. ¡Gryffindor!

        Ginny, Ron, Harry y Hermione aplaudieron con entusiasmo, pero fueron los únicos. El
resto del colegio no había roto el silencio, confusos por la extraña actuación del Sombrero
Seleccionador, y aunque los anteriores también tenían sus dudas, no podían dejar de
alegrarse por su amiga. Es más: Harry creyó entender todo a la perfección. Pensó un
momento y llegó a la conclusión que Stella, así como lo había hecho él cinco años atrás,
había manejado al sombrero a su gusto. Le había encontrado el truco, y le pidió estar en
Gryffindor. Así de simple. Por eso siguió aplaudiendo, tranquilo, sin notar la cara de
desconcierto de los demás.
        Antes de bajar, Dumbledore le hizo un gesto con la cabeza. Hagrid la miraba
embelesado. La profesora McGonagall le sonrió un segundo, y le dijo que fuera hasta su
mesa. Hermione ya le tenía preparado un puesto.

        Ginny la abrazó cuando llegó hasta ellos. Todos los alumnos de las otras casas los
miraban como bichos raros, quizá esperando algún tipo de explicación. Y no esperaron
mucho, pues cuando Minerva hubo terminado con la lista de selección, Albus se levantó de
su asiento y llamó al orden. Comenzó su usual discurso de bienvenida, en donde explicaba lo
del bosque prohibido y el sin fin de cosas que Harry y sus amigos se sabían de memoria.
Pero antes de decir “¡A comer!”, sintió la necesidad de agregar algo:

- ... y por último, y ya que ha despertado tanta curiosidad, quiero presentarles a la señorita
Stella Maris – le dirigió la mirada y luego le sonrió, haciendo un leve movimiento con la
cabeza - Viene de intercambio y, como de seguro les dije en otra oportunidad, es
importante, ahora más que nunca, que nuestras relaciones internacionales sean
principalmente fuertes... – habló con tranquilidad y apenas pestañeó – por lo tanto, espero
que le den el recibimiento que se merece y le hagan pasar una excelente estadía en nuestro
colegio.. – concluyó, y la mayoría asintió en señal de entendimiento. No hubo más miradas
curiosas hacia la mesa de Gryffindor... al menos por ahora.

        Dumbledore aplaudió un par de veces y los platos metálicos se llenaron de comida en


un segundo. Se escuchó un profundo “Ohhh!” proveniente de los de primer año, y el resto,
Francisca Solar

ya acostumbrado al acto, no hizo más que abalanzarse sobre sus platos. En eso, un
estudiante de sexto año de Ravenclaw fue directamente hacia Hermione, le pasó unos
papeles y le dijo algo al oído. Ron frunció el entrecejo, e intentando no ser tan obvio, miró
con odio el pedazo de carne en su plato, tomó el tenedor y lo clavó en él con vehemencia.
Harry se sobresaltó ante lo visto, pero no emitió palabra. Suponía que tendría que hablar con
él más tarde.

       Cuando el tipo de Ravenclaw se fue, Hermione se dirigió a sus amigos, con una mueca
de visible alivio.

- Aquí están nuestros horarios – comenzó a decir mientras pasaba los papeles a Harry, Ron y
Stella. Ginny se levantó para coger el suyo del prefecto de quinto año, que gritaba desde el
fondo de la mesa – y, sobre el asunto de los TIMOS, creo que hubo algún problema en la
lechucería y por eso no enviaron las cartas. Steve me dijo que el maestro de nuestra primera
clase nos informaría de todo.

- ¿Steve? – gruñó Ron, mirándola ya no con desagrado sino con melancolía - ¿Lo
conocemos?

Hermione pareció sonrojarse un poco. - Lo conocí en el tren. Sólo me trajo los horarios – se
excusó y, tragando saliva, volvió al tema anterior – Me encantaría saber qué fenómeno nos
tocará este año como profesor de Defensa contra las Artes Oscuras – levantó su horario y lo
mostró hacia todos – es nuestra primera clase.

        Todos se encogieron de hombros. Siguieron conversando sobre las innumerables


peripecias de sus últimos cinco profesores, cuando de pronto Hermione sugirió que se
levantaran. La clase empezaba en cinco minutos.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Debidamente sentados y con sus libros en frente, la clase de sexto año de Defensa
contra las Artes Oscuras esperaba al maestro – o maestra – envueltos en un inusual silencio.
Todos miraban hacia la escalerilla que daba a una puerta semioculta, de donde saldría aquel
desconocido personaje, pero ya llevaba 20 minutos de atraso y nada pasaba.
        Hermione comenzó a exasperarse, pero a varios de los presentes los tenía sin cuidado:
las lecciones de la Armada Dumbledore continuarían, y eso ya era suficiente práctica de
defensa.

        Tras un crujido seco, la puerta de entrada se cerró con fuerza. Todos voltearon,
sorprendidos. Un hombre de unos cuarenta años, de estatura mediana, ojos rasgados y
barba de dos días los miraba con una sonrisa inocente. Llevaba una túnica roja de terciopelo
y su cabello engominado hacia atrás. Caminó entre las mesas mirando de reojo a cada uno
de los alumnos y, al apoyarse tras su escritorio, carraspeó. El silencio aún no se había
quebrado: todos lo miraban como si fuera un animal de exhibición.
        El tipo sacó la varita, guiñó un ojo a Lavender y lanzó un rayo dorado hacia el techo
que produjo un sonido semejante al de los fuegos artificiales. Todos exclamaron un “¡Ohh!!”,
mientras que los destellos dorados danzaban en el aire y formaban, lentamente, una frase
tambaleante: “Me presento: soy su nuevo maestro de Defensa contra las Artes Oscuras,
Libertes Pittycarp”.

        Ron alzó una ceja y miró con desconfianza aquel acto de pirotecnia barata,
susurrándole a Harry que no se tragaría a otro tipo engreído, aludiendo, obviamente, a uno
de sus profesores anteriores: Gilderoy Lockhart. Seamus y Dean rieron un momento, pero la
mirada reprobante de Pittycarp los hizo callar. Harry les preguntó por qué reían, y Seamus le
dijo en voz baja: “Sólo especulamos la causa de todo esto. Quizá este tipo no sabe hablar”
concluyó, y Ron no pudo reprimir su sonrisa.
        Pittycarp, al ver que el murmullo se expandía y que ya nadie se fijaba en su
presentación, hizo un movimiento brusco con la varita y todas las letras doradas
desaparecieron. Su sonrisa tímida de un comienzo se esfumó para dar paso a un gesto de
disgusto, mientras caminaba de un lado a otro frente a su escritorio.

- Bien, bien... – comenzó a decir, y el silencio volvió a llenar la sala. Todos los ojos estaban
fijos en aquel hombre extraño, de cejas sumamente pobladas y nariz aguileña – Albus dice
Francisca Solar

grandes cosas de ustedes... – Su voz era carraspeada, pero no lo suficientemente ronca.


Además, no decía grandes frases, como si al final de cada palabra se le acabara
intempestivamente el aliento – Dice que son una gran generación de magos y brujas... Me
gustaría saber qué tanto son capaces de hacer.

        Se detuvo bruscamente frente a los primeros pupitres y observó detenidamente a


quienes los ocupaban. Eran dos chicas de Slytherin, quienes se miraron entre extrañadas y
divertidas. Luego siguió con la vista hasta llegar a los últimos asientos y trató de memorizar
cada rostro. En señal de intensa actividad cerebral, volvió a pasearse mientras golpeaba su
barbilla con la punta de su varita. En eso, repentinamente, alguien levantó la mano.

Pittycarp, antes de darle la palabra, fue hasta su escritorio y buscó en la lista. Entonces
levantó la vista.

- ¿Si... Srta. Granger? – dijo, intentando demostrar atención.

- Profesor Pittycarp... me preguntaba si puede contarnos algo sobre usted – pronunció


Hermione, forzando una sonrisa.

- Me parece que el objetivo de esta clase no es mi vida particular, Srta. Granger – respondió,
en un tono irónico y distante, el cual les recordó por un momento al profesor Snape – En
lugar de preocuparse por mi currículo, será mejor que piense la forma de mantenerse aquí..
– levantó la varita y los apuntó uno a uno – la mitad de ustedes no estará en mi clase el
próximo lunes...

La mayoría abrió los ojos, algunos asustados y otros sorprendidos. Y antes de que Hermione
pudiera preguntar “¿por qué?”, Pittycarp estaba tan cerca de ella que pudo apreciar su fuerte
aliento a tabaco.

- Los resultados de los TIMOS estarán publicados en las salas comunes de sus casas en una
hora. Ahí sabrán si pueden volver o no... – concluyó, sonriendo malévolamente, aunque
daba la impresión de que sólo lo hacía para imponer respeto. No parecía un hombre
realmente malo – No aceptaré a nadie con una calificación menor a “Excede Expectativas”.

        Hermione tragó saliva y rezó por que sus notas fueran satisfactorias. Ron frunció el
cejo, nervioso, pero no lo suficiente para caer en la histeria. Después de todo, no estaba
seguro de lo que quería hacer cuando saliera de la escuela. Harry parecía tan tranquilo como
siempre, aunque por dentro se moría de la curiosidad.

- ¿Pero por qué no recibimos los resultados por correo, como estaba presupuestado? –
preguntó Seamus, justo en el momento en el que Pittycarp iba a comenzar a hablar. Cerró
los labios con rabia, y forzó un gesto amigable.

- Eso tendrán que preguntárselo a alguien más... yo sólo les digo lo que el Director me ha
mandado – dijo, y luego les dio la espalda, apoyándose en el escritorio. Unos segundos
después se volteó con energía, batiendo su varita una vez más – Bien, bien... ya que están
en sexto año deben estar lo suficientemente preparados para enfrentarse a las más duras
peleas contra las Artes Oscuras... – al decir esto, sólo algunos sonrieron orgullosos, mientras
que otros casi intentaban esconderse bajo sus mesas – Durante los años anteriores debieron
haber visto algunos maleficios y contramaleficios, desarmes, encantamientos contra
Boggarts, Pixies... dudo que aún utilicen el encantamiento ‘piernas de gelatina’.

        Algunos rieron, al tiempo que Harry y Ron se miraron, cómplices. Ese había sido el
último maleficio que le habían lanzado a Malfoy el año pasado.

- ... y es por eso que estoy yo aquí... para enseñarles una defensa real, y no las patrañas
que han visto con sus anteriores maestros... – Harry apretó los puños. Pittycarp estaba
insultando a Lupin, y no sabía si estaba dispuesto a tolerarlo – Pues bien – dijo, sacudiendo
sus manos – mientras más pronto empecemos, mucho mejor. ¿Alguno de ustedes ha
presenciado un patronus?

        La clase se miró, confusa, al tiempo que Harry, Ron, Hermione, Stella, Neville y otros
de la Armada Dumbledore levantaban sus manos. Pittycarp los miró anonadado, como si
Francisca Solar

jamás hubiera esperado que alguno de ellos conociera siquiera lo que era un Patronus.

- Mmm... ya veo. Pero, ¿Alguno de ustedes ha... realizado un patronus?

        Las mismas manos volvieron a levantarse, y las cejas del profesor se movieron con
sorpresa. Daba la impresión de que la primera lección de Pittycarp sería cómo realizar un
Patronus, pero al juzgar por la cantidad de manos levantadas, su supuesta superioridad
como maestro se estaba poniendo en juego. Entonces, como una chispa, pensó un segundo
y regresó la mirada a la clase. Sonrió maliciosamente, casi triunfante, y preguntó:

- Esta bien, muchos de ustedes han logrado realizar un patronus, pero... ¡yo hablo de un
patronus corpóreo en una batalla real! – exclamó, arrogante, seguro de que esta vez nadie
se alzaría y así, por fin, podría relatarles sus historias de batallas legendarias contra los
guardianes de Azkabán y cómo había salido airoso de ellas.

        Esperó un segundo y Harry, esbozando una pequeña sonrisa, dejó su pluma sobre la
mesa para levantar su mano, por primera vez completamente satisfecho de ser el único de
su clase en haber luchado contra un Dementor real. Pero antes de que su brazo se
extendiera lo suficiente, la boca de Pittycarp se abría para demostrar entre sorpresa y
desagrado. Tras Harry, en la última fila, alguien se le había adelantado.

- Ohh.. – balbuceó, tras un fuerte carraspeo. Fijó la vista en el pergamino sobre su escritorio
y luego volvió los ojos hacia la clase – Bien, Srta. Maris. Demuéstrenos de lo que es capaz.

        Harry y Ron voltearon al mismo tiempo, para ver cómo Stella se levantaba de su
asiento y caminaba hasta el escritorio del profesor. Llevaba su varita fuertemente asida entre
sus dedos, algo nerviosa. Al estar frente a todos, buscó a Hermione con la mirada, y ella,
aún sorprendida, le hizo un gesto con la cabeza, sonriéndole.

- Srta. Maris, ya que usted ha tenido el privilegio de luchar contra un Dementor, tenga la
bondad de mostrarnos su patronus – comenzó a decir entre dientes, impaciente – Si lo que
dice es cierto, no tendrá problema en materializar su patronus enfrente de la clase.

        Stella no pronunció palabra, pero volvió sobre sus pasos hasta llegar a una esquina.
Miró de reojo al resto de sus compañeros, quienes no le quitaban la mirada de encima, y
suspiró, no demasiado segura de lo pasaría. Calculó rápidamente si tendría el espacio
suficiente y, ante la mirada expectante de todos, dio un paso adelante y exclamó con fuerza:
“¡Expecto Patronum!”

        Ahogando un grito de sorpresa, Ron inclinó su silla hacia atrás para poder ver mejor.
Una enorme mariposa celeste de alas plateadas salió majestuosa de la punta de la varita de
Stella, y recorrió suavemente la sala de esquina a esquina. Batía sus alas en forma graciosa
y, al juzgar por su tamaño, era perfectamente capaz de abrazar sin problemas a un hombre
de dos metros. Sus ojos eran pequeños y tan negros que brillaban en cada movimiento, y su
boca apenas se distinguía por le juego de luces y destellos a su alrededor. Cuando
emprendía su regreso hacia Stella, se detuvo un momento frente a Harry. Movió sus antenas
con lentitud, y a Ron le pareció que le sonreía. Hizo algo parecido a una reverencia, se elevó
un poco y luego revoloteó sobre la cabeza de Pittycarp, divertida, para después erguirse un
segundo frente a Stella, antes de convertirse en polvo plateado destellante.

        Nadie hablaba. Algunos estaban mudos, maravillados por el espectáculo, mientras


otros discutían por lo bajo cómo aquella extraña niña de ojos profundos había logrado hacer
un patronus de tal poder. Pittycarp, por su parte, no parecía importarle aquella
impresionante y bella mariposa, sino ante quién se había detenido ella en su breve recorrido
por la clase. Alzando su ceja derecha, avanzó unos pasos y miró a Harry fijamente.

- Tú también has luchado contra un Dementor, ¿verdad? – le preguntó, sigiloso, como si no


estuviera seguro de querer escuchar la respuesta.

- Sí – contestó Harry, confundido. ¿Cómo lo había descubierto? ¿Lo había adivinado?

- Lo sabía – dijo, pensando hacia sí, y luego miró a Stella, quien se mantenía en la esquina,
callada, y la apuntó con su varita – Tu patronus se inclinó ante el Sr. Potter. Eso sólo quiere
Francisca Solar

decir una cosa: respeto por el más fuerte.

Parvati soltó un grito de asombro. - ¿Que quiere decir?– preguntó Hermione, hablando tan
rápido que las palabras prácticamente escapaban de su boca.

        Pittycarp movió la cabeza, no totalmente seguro, con la mirada perdida y absorto en
sus pensamientos.

- Nunca había presenciado algo parecido – murmuró, al tiempo que Harry y Stella se
miraban a los ojos. Stella no atinó más que a sonreír, débilmente, y pronto apartó la mirada,
algo ruborizada – Esto es algo que sólo aparece en los libros... no sabía de nadie que.. – no
terminó la frase, y apuntó con su varita a Harry – Levántese Sr. Potter.

        Harry abandonó su silla y Pittycarp le señaló una de las esquinas de la sala, opuesta a
donde se encontraba Stella. Le dijo que se situara ahí y que, cuando él le diera la señal,
materializara su patronus.

- ¿Qué quiere hacer, Profesor? – inquirió Stella, quien por primera vez durante toda la clase
había emitido alguna palabra. Miró a Harry buscando alguna respuesta, pero Pittycarp, se
adelantó.

- En todos mis años de mago, jamás he presenciado lo que está a punto de suceder –
comenzó a decir, esta vez dirigiéndose a toda la clase, que se hallaba sumida en una intensa
discusión sobre el asunto. Algunos incluso habían salido de sus pupitres para poder observar
todo desde un ángulo mejor – Esto podrán contárselo a sus nietos – sonrió, frotando sus
manos como un niño ante un juguete nuevo. Volvió sobre sus pasos y se detuvo cuando se
encontró lo suficientemente lejos de Harry – Cuando diga tres, ambos lanzaran sus patronus
contra el otro. Veremos lo que sucede – concluyó, ansioso, y apuntó a Parvati con la varita,
regañándola por estar tan cerca de él. Ella prácticamente se había arrimado a su túnica,
presa de una suerte de miedo y emoción.

        Harry y Stella se miraron fijo, nerviosos. Demás estaba decir que no tenían ninguna
intención en pelear, pero el rostro de Pittycarp demostraba demasiada expectación como
para contradecirlo. Ambos tomaron posición de duelo: Harry elevó su brazo derecho tras su
cabeza con el puño apretado, al tiempo que estiraba su brazo izquierdo ante él y asía
fuertemente la varita; Stella, por otro lado, elevó sus brazos a la altura del codo. El izquierdo
lo dobló hacia su cuerpo y el derecho lo dejó estático, mientras sus dedos palpaban su varita
con suavidad.
        A varios metros de ellos, la voz de Pittycarp sonó fuerte y clara. “Uno, dos.. tres!”, y
dos rayos plateados avanzaron a tal velocidad que chocaron a pocos centímetros del techo,
provocando un sonido parecido a un cristal roto en mil pedazos. La mayoría de los alumnos,
Pittycarp incluido, cerró los ojos por el impacto e intentó protegerse de las chispas con sus
brazos, mas cuando pudo volver a enfocar sus ojos en la escena, abrió la boca de asombro y
dio unos pasos hacia adelante. Entre Harry y Stella, frente a ellos, una enorme mariposa y
un galante ciervo se miraban con curiosidad. Cada vez que la mariposa batía sus alas
desprendía bellos destellos plateados, y el ciervo de Harry, por su lado, doblaba y erguía su
cabeza constantemente, como si estuviera examinando algo absolutamente desconocido. El
fulgor que emanaba de sus cuerpos bastaba para iluminar hasta el último rincón de la sala,
así como las caras perplejas de los integrantes de Gryffindor y Slytherin. Hermione tenía las
dos manos en su boca, Ron estaba casi petrificado ante los patronus y Pittycarp, avanzando
cada vez más, parecía hipnotizado por la bella escena que tanto la mariposa como el ciervo
estaban provocando.

        En eso, los dos patronus se alejaron unos centímetros el uno del otro. Cuando todos
creían que iban a pelearse o algo parecido, la mariposa de Stella bajó a ras de suelo e inclinó
su cabeza y antenas, adquiriendo un gesto de solemnidad tal como si fuera un humano. El
ciervo, en apenas un sutil movimiento, irguió aún más su cuello, haciendo eco de la
majestuosidad de su homóloga, y se inclinó levemente ante ella, como si agradeciera su
gesto. Es más: Neville hubiera jurado que sonreía ante Stella y su mariposa, pero no dio
demasiado crédito a sus ojos. La luz era cegadora y podría haber visto mal.

        Sincronizados, Harry y Stella se acercaron a sus patronus y, con un movimiento de sus


varitas, los transformaron en polvo plateado, el cual se esparció rápidamente en el aire.
Francisca Solar

Pittycarp avanzó un último tramo hasta ellos. Deslizó su mirada de Harry a Stella y
viceversa, y luego aplaudió, visiblemente conmocionado. El gesto de pocos amigos
desapareció de sus labios, y el resto de la clase se unió pronto a los aplausos, como si
acabaran de ver el mejor espectáculo del siglo.

- Magnífico, realmente magnífico... – exclamó Pittycarp, dando sus últimos aplausos –


Esperen a que Dumbledore se entere... – Pensó hacia sí otro momento y luego miró su reloj
– Bien clase, hemos terminado por hoy. Pero antes de que se vayan, quisiera proponerles
algo.. – dijo, mientras caminaba hacia su escritorio. Algunos ya habían comenzado a recoger
sus libros – La pequeña demostración del Sr. Potter y la Srta. Maris me ha dado una idea.
Como todos saben, estamos a las puertas de una gran batalla, de una guerra entre el bien y
el mal de la que no se tiene precedente... – Las caras de emotividad y diversión que se
habían mantenido hasta hace unos segundos, ahora demostraban seriedad – Por eso, he
decidido que entre quienes logren entrar al curso este año, haremos un pequeño club de
duelos. Podría darles mucha teoría sobre defensa, pero ya no tenemos tiempo para perder.
La práctica es la mejor enseñanza, sobretodo en estos momentos.

        Todos parecieron estar de acuerdo, incluso bastante entusiasmados, aunque no todos


estaban seguros de poder entrar al curso. Sólo el resultado de los TIMOS se los diría. Con
rapidez y nerviosismo, la mayoría de los alumnos se agolparon para salir primeros de la sala,
con tal de ir a revisar sus notas, publicadas en la sala común.

        Harry y Stella se acercaron un momento el uno al otro, sintiéndose repentinamente


conectados, pero no sabían qué decir para expresar todo lo que daba vueltas en sus cabezas.
Estaban sorprendidos, maravillados ante lo que sus patronus podían hacer. Harry sabía que
su patronus representaba a su padre, James Potter, su lucha por él y todo el amor que,
aunque muerto, le profesaba. Sabía que el poder de su ciervo radicaba en ello, por lo que no
pudo dejar de pensar a quién representaría el patronus de Stella. Pero ya eran demasiadas
emociones por hoy... ya tendría tiempo de preguntarle.

        Alzó la vista y le sonrió, mientras Stella le devolvía la sonrisa con un gesto de cabeza.
Iba a decirle algo a Harry, pero entonces apareció Hermione, la tomó de un brazo y la llevó
fuera de la sala, ansiosa por conocer todos los detalles de lo que acaban de presenciar.
Apretando los labios, Harry la siguió con la vista hasta que desapareció tras la puerta. Hoy
más que nunca, deseaba entrar en la clase de Defensa, no por lo que podría hacer o
demostrar, sino porque la compañía sería más que agradable. Ella estaría ahí.
Francisca Solar

Cap. VI: TIMOs, Trucos, Tratos (OWLs, Tricks, Deals)

        Las pequeñas fogatas a lo largo del pasillo se debilitaban a cada segundo por la fuerte
brisa invernal. A pesar de ser sólo las once de la mañana, el cielo estaba tan negro que
parecía anunciar el anochecer en cualquier momento. Bastante a lo lejos, la niebla apenas
dejaba apreciar algunos retazos de los campos de Quidditch, y Harry, nostálgico, pensaba en
ello cuando la voz de sus amigos lo hizo reaccionar. Entre aquel sombrío paisaje, Harry, Ron,
Stella y Hermione caminaban hacia el salón de Historia de la Magia, aún comentando lo
sucedido con los patronus.

- ...y lo que dijo Pittycarp es cierto – continuó Hermione - Un encuentro entre patronus sólo
se menciona en los libros de magia, pero nadie... nadie vivo, al menos, ha sido testigo de...

- Pues tendrán que agregar mi nombre en esas páginas – interrumpió Ron, sonriendo.

- El tuyo y el de muchos otros - comentó Stella, devolviéndole la sonrisa. Ya que después de


su última palabra los rodeó un inusual silencio, volvió a hablar - Tu ciervo es muy bello –
dijo, sin mirar a Harry directamente a los ojos – Mi mariposa jamás se había comportado así,
ni siquiera cuando...

Dudó un momento y se obligó a sí misma a callar. Hermione, atenta a cada gesto de su


amiga, miró en todas las direcciones. Aún insegura sobre si debía preguntar o no, abrió la
boca.

- ¿Cuándo te enfrentaste a un Dementor? – preguntó, y Harry y Ron, interesados, detuvieron


su paso justo en la esquina anterior a la puerta del salón, en donde varios alumnos de
Gryffindor y Slytherin hacían fila para entrar. Stella los observó un momento, algo nerviosa,
y comenzó a hablar con un cierto aire de resignación.

- No poseo un recuerdo completo de aquello... – frunció el ceño e hizo una pausa, como si lo
que iba a decir a continuación se tratara de un secreto de estado – Yo sólo tenía un año –
dijo al fin, y pronto tras sus palabras, Hermione movía la cabeza diciendo “¡Es imposible!” –
Un par de dementores nos atacaron a mi madre y a mí en mitad de la calle, en aquellos
tiempos de la tiranía de Lord Voldemort (Ron, no te agites...) y según lo que ella dice, tomé
Francisca Solar

una varita que yacía cerca de mí y la apunté hacia el Dementor. Dice que una mariposa
apareció sin que yo hiciera ni un sonido, y así pudimos escapar.

Ron no cabía en sí de tanta admiración, pero no lograba decir nada pues estaba estupefacto.
Harry, por su parte, clavó los ojos en Stella y entró en una especie de trance. Por muchos
años gran parte de su popularidad radicaba en el hecho de que, siendo sólo un bebé, se
había enfrentado a Voldemort sin defensa alguna y, sin saber cómo, todo había terminado
con una simple cicatriz en su frente. Era un niño, y sin estar conciente de ello, se había
enfrentado, victorioso, ante una fuerza maligna que intentaba borrarlo del planeta. Pero
ahora había alguien más. Alguien más que, sin desearlo o consentirlo, y siendo sólo un bebé,
había combatido contra una fuerza superior y había vencido. ¿Qué es lo que estaba
sucediendo?

- Así que tú eres nuestro nuevo fenómeno, ¿no?

        Draco Malfoy, escoltado por varios de sus malhumorados amigos, había aparecido tras
la esquina y no había podido evitar la ocasión de espiar a sus más odiados homólogos, por si
se enteraba de un nuevo chisme. Había crecido algunos centímetros desde el verano pasado,
y su voz, aunque siempre desagradable, ahora era grave y profunda, muy distante a aquel
agudo chillido con el que lo conocieron en primer año.

Curvó sus labios y dibujó su eterna malévola sonrisa, mientras, a sus espaldas, Crabbe no
dejaba de mirar a Stella de arriba a abajo.

Ella, por su parte, mantuvo su temple sereno y dio unos pasos hacia adelante. - Déjame
adivinar... – dijo, sin mover más músculos de los necesarios – Tú eres Draco Malfoy, ¿no es
así?

Él asintió, confusamente incómodo. Luego volvió a sonreír, petulante. - Ahora entiendo.


Claro que me conoces. Mi reputación va más allá de Hogwarts...

- No, en realidad no – contestó Stella, aún sin inmutarse – Jamás había oído hablar sobre ti,
pero conozco a tus padres, y su reputación me parece suficientemente reveladora como para
atenerme a tus actos...

Harry y Hermione intercambiaron miradas de sorpresa, y al tiempo que Draco hacía un


ademán de querer responder, Stella ahogó su intento, acercándose más a él, cambiando un
momento su expresión serena a una de visible amenaza.

- ¿Quiero darte una oportunidad, sabes? Quiero entender quién eres realmente. Me
enseñaron que no debo prejuzgar. Por lo tanto... – pronunció, suave pero con un deje de
ironía - pasaré esta vez el epíteto de “Fenómeno”. Pero, sólo para que lo tengas en cuenta,
odio que me llamen de ese modo... – finalizó, con tanta seriedad y confianza que Malfoy
debió dar un pequeño paso atrás – Porque no quieres verme enfadada, créeme.

A pesar de que el temple de Stella había intimidado a casi toda la escolta de Slytherin, Goyle
intentó aparentar que nada lo asustaba.

- ¿Y qué podrías hacernos, ah? ¿Acaso vas a lanzarme tu patronus? – rió, y sus compañeros
hicieron pronto eco de ésta – Sólo eres una... – demoró en encontrar la palabra precisa,
como si el hecho de juntar dos o más letras en su pequeño cerebro le significara un esfuerzo
sobrehumano - ...una aparecida, y deberías regresar por donde viniste.

Mientras Hermione pensaba hacia sí lo rápido que corrió por la escuela la noticia de lo
sucedido en la clase de Defensa, Harry palpaba suavemente la varita en el bolsillo de su
túnica, inquieto. Estaba listo para usarla si era necesario. Pero antes de que pudiera pensar
qué maleficio intentaría contra Malfoy o alguno de los otros, Stella había vuelto su mirada
hacia él, negando con la cabeza. Era como si hubiera adivinado qué es lo que Harry planeaba
hacer. Aún sorprendido, vio cómo Stella le guiñaba un ojo, dando unos pasos hacia atrás.

- ¿De verdad quieres saber qué puedo hacerles? – dijo, alzando la voz esta vez - ¿Es que
acaso no oyeron a su líder? Soy un fenómeno, no lo olviden... – dijo, levantando su mano
derecha. Todos la miraban estupefactos, atentos a cualquier cosa que intentara hacer. Pero
Francisca Solar

su movimiento fue suave, ágil, y tan rápido que Ron no supo si lo había visto de verdad o lo
había soñado.

Con su dedo índice apuntó hacia quien se erguía tras Malfoy, lo movió en círculos y
murmuró: “Furunculus!”. Unos segundos después, la cara de Goyle se cubría con un finísimo
polvillo dorado, el cual se esfumó tan pronto había aparecido.

Draco rompió a reír. -¿Qué es todo esto? No sabía que existieran varitas invisibles – alcanzó
a decir, haciendo pausas entre sus carcajadas, pero pronto Crabbe lo tomó del hombro y lo
hizo detenerse. Antes de que pudiera gritarle y decir “¡¿Qué quieres?!”, una sombra de
horror se apoderó de los presentes. Temblando y gimiendo, Goyle sentía su piel arder,
llenarse de dagas, y en pocos segundos, unos grandes y horribles furúnculos comenzaban a
aparecer en sus mejillas, nariz y mentón. Acercó sus manos hacia su cara, incrédulo, y
entonces uno de aquellos horribles granos reventó, salpicando de pus el rostro de Malfoy.
Goyle dio un grito y echó a correr por el pasillo, quizá directo a la enfermería, mientras
Malfoy arrugaba la nariz en un gesto de visible repulsión.

        Al tiempo que Ron ahogaba una carcajada, Crabbe y los demás voltearon la mirada
hacia Stella, quien levantó su ceja derecha como diciendo “¿Alguien más?”. Pero de seguro
ninguno de los indeseables amigos de Draco quería algo parecido a lo que acababan de
presenciar, por lo que retrocedieron varios pasos y, sin preámbulos, entraron a empujones a
la sala de Historia de la Magia. Draco clavó sus ojos en Stella, furioso, apretando los puños,
limpiándose la cara con la manga de su túnica.

- Ya nos veremos, fenómeno – dijo, con la respiración acelerada, acentuando la última


palabra dicha. Retrocedió y caminó aprisa, perdiéndose tras la esquina contigua, sin siquiera
advertir indicios de querer entrar a clase.

Apenas lo vieron desaparecer, Harry y Hermione se abalanzaron hacia Stella. - ¡¿Cómo lo


hiciste?! – gritaron a coro, emocionados, y Stella se ruborizó un momento.

- No fue nada... – levantó nuevamente su brazo – Tenía mi varita escondida bajo la manga
de mi túnica, ¿ven? – les mostró, y Hermione exclamó un “¡Ohhhh!” – Es un truco que me
enseñó mi padre, hace mucho tiempo...

Ron, moviendo la cabeza ligeramente, a ver si lograba despertar de su asombro, se acercó a


Harry con un gesto de seudo tristeza, palmoteándole el hombro.

- Amigo, sé que será difícil para ti, pero... lamento decírtelo... – y dejó apreciar una enorme
sonrisa - ¡Ya tengo nuevo héroe! – gritó, levantando los brazos hacia Stella. Todos rieron,
nerviosos y aún choqueados, pero Stella no parecía precisamente feliz.

- No me gusta usar la violencia, Ron. No me siento cómoda con eso – aclaró, bajando un
poco la mirada, aunque no pudo dejar de sonreír, divertida, ante la cara de satisfacción de
su amigo – Sé que ustedes tienen un sin fin de excusas para pelear con Malfoy, pero yo no,
y aún así le encaré. No sé si estuvo bien en realidad...

- ¿Qué no lo sabes? – gritó Ron, entusiasta – Pues yo sí lo sé, y déjame decirte. Él te


provocó, tú sólo respondiste, y después del episodio del hurón en cuarto año, creí que no
volvería a ver una escena tan gratificante... – suspiró, riendo de nuevo. Harry y Hermione
corroboraron lo dicho, contándole a Stella un resumen de aquella historia. Pero antes de que
cualquiera de ellos pudiera hacer más preguntas sobre lo que acababa de ocurrir, Hermione
los apuró para entrar a clases. Historia de la Magia era una materia tan asombrosamente
somnolienta que podrían hablar ahí sin cuidado.

- Patronus extrapoderoso, trucos geniales, Malfoy enfurecido... Me darás tu autógrafo,


¿verdad? – pidió Ron a Stella en voz baja, unos minutos después, pero la mirada de
Hermione fue tan reprobante que luego se arrepintió de abrir la boca. Aunque, al mirarla de
reojo, creyó notar algo. No era posible, pero... quizá estaba celosa.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- Mis hermanos van a querer que los ayudes en su negocio – comentó Ron a Stella, aún
Francisca Solar

entusiasmado por lo sucedido, justo un segundo después de decir la contraseña (“Flor de


Loto”) a la señora gorda del retrato. No había dejado de hablar del encuentro con Malfoy
durante todo el almuerzo, y de vez en cuando, echaba una mirada hacia la mesa de Slytherin
para captar la reacción de Draco. De Goyle, ni rastros. Quizá aún se encontraría lidiando con
sus furúnculos.

Sobre el comentario de Ron sobre el negocio de Fred y George, Stella ni siquiera intentó
contestar, pues al dar unos pasos dentro de la sala común de Gryffindor, el alboroto con el
que se encontraron bastaba para atraer su atención. Decenas de alumnos se agolpaban para
mirar sus nombres en las listas desplegadas en el mural del fondo, todas precedidas por un
letrero en azul que proclamaba “Resultados de los TIMOs”.

Hermione puso cara de horror. Ron cerró los ojos e intentó pensar en algo agradable, quizá
en una rana de chocolate gigantesca... pues de seguro sus resultados le harían merecedor
del más grande de los disgustos, o lo que es peor, un howler de parte de su madre. Harry,
por otro lado, tragó saliva con fuerza. Debía entrar a Defensa, debía hacerlo... Luego de todo
lo que sucedió con Umbridge el año pasado, se había jurado así mismo que, contra viento y
marea, se convertiría en Auror. El resto de las materias le tenían sin cuidado.

- ¿Se ven algo desesperados, no? – comentó Stella, divertida ante el escándalo de la escena
ante sí, pero al ver los rostros de Harry, Hermione y Ron, creyó haber metido la pata.

- Yo iré primero – suspiró Ron, abatido aún sin haber visto sus calificaciones – Mientras
antes sepas las malas noticias, es mejor, ¿no?

Stella se encogió de hombros, confundida. Harry le susurró “buena suerte”, golpeándole el


hombro, y Ron caminó a paso lento hacia la multitud, mientras aflojaba el nudo de su
corbata. Tenía las palmas de las manos bastante húmedas a causa del sudor, y unos
centímetros antes de alcanzar a leer las letras en los pergaminos, Neville le cedió su lugar.

- ¡Aprobé Defensa! – gritó extasiado, corriendo hacia Hermione y Harry para contarles la
buena noticia, al tiempo que Ron comenzaba, tembloroso, a buscar su nombre en las listas.

Pestañeó un par de veces y se acercó tanto al mural que su nariz rozaba el papel. Siguió con
los ojos hasta el final de la lista, y ahí, aterrado, encontró su nombre. Tragando saliva, fue
cuadro por cuadro viendo sus calificaciones, y una vez que las hubo releído seis veces, irguió
la cabeza y volvió a pestañar.

Al ver que Ron no daba signos ni de pena ni de alegría, Harry y Hermione se le acercaron, ya
que pronto gran parte de la multitud comenzaba a dispersarse. Mientras Harry movía su
mano por delante de los ojos perdidos de Ron, Hermione aprovechaba para buscar su
nombre en la lista. Al encontrarse y revisar rápidamente sus calificaciones, suspiró de
satisfacción y sus puños tensos se aliviaron visiblemente. Ya más tranquila, volvió su rostro
hacia Ron, quien aún no respondía.

- Ron... Ron, ¿me escuchas? – preguntó Harry. Stella miró a Hermione pidiendo una
explicación, y ésta se encogió de hombros. En eso, Ron pareció balbucear un par de
palabras, pero en un tono tan bajo que ninguno de sus amigos pudo descifrarlo. Hermione se
acercó a él pidiendo que lo repitiera, y fue entonces cuando escucharon la frase completa,
seguida de una amplia sonrisa: “A... a... a... aprobé”.

- ¡Aprobé todo! – gritó, repitiendo su balbuceo, cayendo de rodillas al suelo y levantando los
brazos como si hubiera recibido un rayo en el pecho – Aprobé con la nota mínima... ¡pero a
quién le importa! ¡Gracias, gracias, gracias, gracias!

Todos echaron a reír. La mayoría de los estudiantes de Gryffindor que aún no habían
abandonado la sala común no demoraron en entender lo que sucedía, por lo que a medida
que se marchaban, saludaban y felicitaban a Ron. Suspirando y dando su última carcajada,
se puso de pie y sacudió sus pantalones.

- ¿Y a quién le agradeces? – sonrió Hermione.

- A Dios... y a tus apuntes, claro – le sonrió de vuelta, y por un segundo se miraron


Francisca Solar

fijamente, como si sólo ahora se hubieran percatado de que el otro estaba ahí. Hermione
bajó la mirada rápidamente, y Ron, sin poder disimularlo, enrojecía hasta las orejas. Harry
alzó las cejas, intrigado, mientras Stella los observaba con una gran sonrisa. Era como si ella
supiera algo que Harry no...

Pero antes de sentarse toda la tarde con Ron para hablar sobre el asunto, aún le faltaba algo
por hacer. Volteó lentamente hacia el mural, ya prácticamente libre de curiosos alumnos, y
se obligó a sí mismo a enfrentarse a la realidad. Ron había aprobado todas las materias...
habían estudiado juntos para todos los exámenes... habían revisado los mismos apuntes y
resúmenes... era imposible que él...

Siguió con su dedo índice hasta que se topó con su nombre: Potter, Harry. Cerró los ojos un
segundo, suspiró y los volvió a abrir. Continuó con su dedo hasta el primer cuadro, y leyó:
“Defensa contra las Artes Oscuras: Sobresaliente”. Sonrió apenas, orgulloso, pero como si lo
leído no presentara para él ninguna novedad. Siguió leyendo los cuadros siguientes, y
aunque también eran, casi todas, notas mínimas, al menos era suficiente para aprobar.
Hasta que llegó al último cuadro: Pociones.

Stella, Hermione y Ron esperaban ansiosos que Harry volteara y les dijera qué tal le había
ido. Pero al ver que pasaban los segundos y no movía ni un músculo, tuvieron la corazonada
de que algo no andaba bien. Intercambiaron una mirada nerviosa. Al parecer ninguno quería
ir hasta el mural y preguntar lo inevitable, pero Stella se decidió. Caminó lentamente, se
situó junto a Harry e intentó descifrar el gesto de su rostro. No era de angustia, ni tristeza...
tampoco alegría: sólo arqueaba las cejas y releía sin parar el último cuadro, como si para él
estuviera escrito en algún lenguaje extranjero.

- ¿Y bien? – susurró Stella, pensando en que si le hablaba más alto se asustaría -


¿Aprobaste?

No muy seguro, asintió con la cabeza, aunque seguía absorto en sus pensamientos. Sin
previo aviso, clavó los ojos en Stella, quien no pudo evitar ruborizarse.

- ¿Podrías leer el último cuadro por mí? No estoy seguro de haber leído bien mi calificación...
– explicó, y Stella le contestó con una sonrisa. Buscó su nombre en la lista, siguió con su
dedo hasta el último cuadro y leyó: “Pociones: Pendiente”

- ¿Pendiente? – repitió Ron, arrugando la frente - ¿Qué significa eso?

Hermione se cruzó de brazos, impaciente. - Pues significa que aún no le han asignado
ninguna calificación y...

Ron le dirigió una mirada de odio. - Sé lo que significa la palabra “Pendiente” – gruñó –
preguntaba por qué Harry obtuvo eso.

Hermione movió la cabeza, algo avergonzada, por primera vez en su vida reticente a discutir
con Ron.

- No lo sé – dijo, ruborizada – pero tratándose de Snape, no debe ser nada bueno.

- Opino igual – intervino Ginny, quien había aparecido tras el retrato de la señora gorda.
Sonrió ampliamente hacia Stella y luego hacia Ron – Dean me dijo que habías aprobado todo
hermanito, qué bien.

Ron le sonrió, contrariado, apretando los labios. - Sí, gracias... – dijo, restándole
importancia. Pronto reparó en el por qué de su visita - ¿Tú no deberías estar en clase?

Ginny arqueó una ceja. - Sé muy bien mi horario, Ron... no me controles – pronunció,
sonriendo luego – Es que mi última clase fue Cuidado de Criaturas Mágicas y Hagrid me
envió un mensaje para ti, Harry – Se acercó hacia él, y dejó que todos escucharan – Hagrid
quiere que vayas a visitarlo ahora, ya que tienes un bloque libre. Además dijo que... – dudó
un momento, y Hermione la instó con la mirada para que terminara de hablar – bueno, no sé
que quiso decir con esto, pero dijo que, si querías, podías ir con tus amigos de siempre... y
con los nuevos.
Francisca Solar

Harry se encogió de hombros, pero súbitamente, como una corazonada, giró el rostro hacia
Stella, así como luego lo hicieron los demás. Ella se sintió repentinamente abrumada.

- ¿Quién es Hagrid? – preguntó, eludiendo sus miradas.

- Ahora lo sabrás – respondió Ron, al tiempo que Ginny se despedía de todos con la mano.

Unos minutos más tarde, luego de intercambiar más teorías sobre la extraña calificación de
Harry en Pociones, caminaban a paso ligero por los pasillos de piedra hasta la cabaña de
Hagrid. La tarde aún no amenazaba con un frío intenso, pero el viento bastaba para
enrojecer sus narices y manos. Corriendo y protegiéndose de la brisa, llegaron hasta la
puerta de madera y tocaron un par de veces. Tras un crujido agudo, el cuerpo extragrande
de Hagrid apareció lentamente, como si tratara de ser suave.. ¿o solemne? Los miró con su
típica sonrisa gentil, y los hizo pasar. Harry le devolvió la sonrisa, pero antes de que pudiera
decir “Hola Hagrid”, su amigo semigigante clavaba sus ojos en Stella como si estuviera
hipnotizado, y incluso casi tropieza con su sofá sólo por no mirar por donde caminaba. Stella
lo miraba curiosa, pero no sorprendida. Quizá no era la primera vez que veía a un
semigigante.

Ron y Hermione se miraron, incrédulos, pero no dijeron nada. La actitud de Hagrid no


distaba demasiado de la que la mayoría de la escuela había adquirido.

- Y bueno, ¿cómo están chicos? – saludó, pero luego de golpeó en la cabeza con el puño -
Pero qué estoy diciendo, si ya hace mucho que no son niños... – sonrió, aunque nervioso -
Acabo de hacer té... – dijo, cambiando bruscamente de tema, mientras depositaba
torpemente algunas tazas sobre la mesa.

- Ella es Stella, Hagrid. Stella Maris. Se quedó con mi familia durante el verano... – comenzó
a decir Ron, mientras recorría con la vista desde Hagrid hasta Stella y viceversa. El
guardabosques se adelantó algunos pasos hacia ella, aparentemente con la intención de
hacer una reverencia o algo parecido, pero al notar las miradas inquisidoras de Harry y
Hermione, se irguió como si nada hubiera pasado y se limitó a sonreír, moviendo la cabeza.

- Oh, qué tal Stella – saludó, luego de un carraspeo, mientras sacaba de su abrigo un
pañuelo sucio y gastado y lo pasaba por su frente, secándose el sudor. El nerviosismo que lo
embargaba se estaba haciendo demasiado patente...

        Para intentar desviar la atención, Stella eludió algunas cajas y demases, y se situó
junto al sofá de la entrada. Ahí, mirándolos con atención, Fang movía su enorme cola de un
lado a otro.

- Hola muchacho... – saludó Stella en tono cariñoso, acercándose a Fang para acariciarle las
orejas, pero Hagrid dio un salto.

- ¡No, cuidado! Fang no es un perro ordinario... – señaló, con la voz entrecortada – No suele
ser muy amable con los extraños...

Stella asintió en señal de entendimiento, pero volteó nuevamente y se puso en cuclillas


frente a Fang. Le sonrió, extendió su mano y él, curioso, avanzó hasta ella. Apenas estuvo lo
suficientemente cerca, y en lugar de abalanzarse contra ella y mostrarle sus garras, se
tendió como un perrito de felpa y le lamió los dedos. Stella rió bajito a causa de las
cosquillas, y le rascó detrás de las orejas.

- Oh, eres un niño inofensivo, ¿verdad, Fang? – le susurró, cariñosa – Buen perro, buen
perro...

Hagrid la miraba embelesado, una vez más. Sonrió nervioso. - Fang suele ser muy agresivo
con desconocidos... pero es muy intuitivo, así que, si a él le agradas, pues a mí también... –
finalizó, y Stella le devolvió la sonrisa, incorporándose y sentándose junto a los demás en la
mesa de madera.

- Ginny nos contó que recuperaste tu puesto de maestro. No vas a ponernos en peligro este
Francisca Solar

año, ¿verdad Hagrid? – comentó Ron, al tiempo que Hermione le daba un codazo en las
costillas. Lo último que necesitaban era una animada charla sobre escregutos de cola
explosiva.

- Arrhhh.. yo creo que no – dijo, mirando a Stella una vez más – Pero no los he llamado aquí
para hablar de mí... yo quería... bueno, saber cómo estaban ustedes.

Escépticos, Ron y Harry lo miraron con las cejas levantadas. - Estamos bien – pronunció
Harry, contestando casi por inercia.

- ¿Y tú cómo estás, Stella? – preguntó Hagrid, visiblemente más interesado en ella que en
sus tres amigos de siempre - ¿Te ha gustado Hogwarts? ¿Te han tratado bien?

- Sí, muy bien, gracias – respondió Stella, también algo extrañada por tanta amabilidad.

Hagrid asintió, casi agradecido por su respuesta, y al tiempo que volvía a pasar aquel
maloliente pañuelo por su frente sudorosa, Hermione no pudo más con su curiosidad y
preguntó:

- ¿Pasa algo malo? Te ves muy... angustiado...

- Ahhmmm.. ¿yo? – carraspeó, elevando los ojos fugazmente hacia Stella. Ella negó
levemente con la cabeza, asustada, y Hagrid pareció entender. Luego volvió la mirada hacia
Hermione – Ahhhmm pues.. es... es Grawp. Me tiene preocupado – dijo, no demasiado
convincente, pero era un buen tema para discutir mientras pensaba en algo mejor.

- ¡Grawp! ¡Es cierto! Ya casi me había olvidado de él... – exclamó Ron, mientras Hermione
relataba a Stella un resumen de la historia del medio- hermano de Hagrid. Entonces Ron
levantó una ceja y arrugó la nariz – ¿Todavía está aquí... en Hogwarts?

- Claro que sí – afirmó, como si se tratara de algo obvio – Le hice una pequeña cabaña en un
sector del bosque prohibido. El profesor Dumbledore dejó que se quedara... no sólo por mí,
sino porque piensa que nos puede ser útil cuando regresemos a las montañas para...

- ¿Vas a regresar allá? - gritó Hermione, preocupada – Después de todo lo que les ocurrió a
Madame Máxime y a ti, ¿piensas volver?

- Estamos en guerra, Hermione, qué más podría hacer – dijo, ahora más serio y pausado –
Grawp ya no intenta lastimarme ni nada, y aunque pretendo pasar todo el tiempo que puedo
con él, se siente muy solo... creo que extraña su vida de antes... – terminó, con algo de
tristeza.

Ninguno sabía bien qué decirle, pues si alguna vez accedieron a involucrarse con Grawp, fue
sola y únicamente por el cariño que le tienen a Hagrid. La situación era muy incómoda, pues
probablemente Hagrid esperaba que alguno de ellos saltara de su silla y dijera “¡Vamos a
verlo!”, pero nadie tenía intención de ello. Salvo, claramente, la única persona de esa
habitación que aún no se había topado con aquel pequeño-gigante llamado Grawp.

- A mí me gustaría conocerlo – pronunció Stella, intimidada luego por las miradas suplicantes
de sus amigos – Quizá sólo necesita conocer a otras personas, y entonces...

- ¡Pero ahora no podemos! – exclamó Hermione, nerviosa – Miren la hora qué es...
¡Llegaremos tarde a Herbología!

De un segundo a otro, tanto Ron como Harry parecían sospechosamente animados con su
clase de Herbología. Sin dar muchas explicaciones, agradecieron a Hagrid por el té – el cual
apenas probaron – y corrieron por los jardines hasta que llegaron a la primera escalera de
piedra, la que los lleva, comúnmente, al comedor.

- ¡Hermione, espera! – gritó Stella, tomando a su amiga de un brazo. Harry y Ron también
se detuvieron – ¿Qué fue todo eso? Aún falta media hora para entrar a clase... – dijo, algo
enfadada por no haber podido despedirse de Hagrid como habría querido.
Francisca Solar

- Lo siento... – se disculpó – Es sólo que no estaba dispuesta a visitar a Grawp tan pronto...
– dijo, pidiendo ayuda a Harry con la mirada.

- Sí, es cierto – habló Harry – primero debemos asegurarnos que Grawp está tan tranquilo
como Hagrid lo menciona, y sólo entonces te lo enseñaremos, ¿vale?

Stella asintió, aunque no muy convencida. Seguía algo molesta por su abrupta salida de la
cabaña. Entonces Hermione se le acercó, denotando, nuevamente, algo de nerviosismo.

- Y bueno, además... dijiste que me ayudarías con... bueno, con mi asunto... – tartamudeó,
evitando la mirada de todos.

- ¿Qué asunto? – preguntó Stella, arrugando la frente.

- Pues... ESE asunto... – insistió, entornando los ojos en forma sospechosa. Harry y Ron se
miraron confundidos. Sólo entonces Stella entendió, llevando una mano a su boca.

- ¡Oh, es cierto! Tu asunto... – dijo, devolviendo a Hermione una mirada cómplice – Bien
chicos, los veremos en clase – finalizó, tomando a su amiga de un brazo. Dándoles la
espalda, subieron rápidamente las escaleras y sus voces se perdieron.

- Hablando de misterios – comenzó a decir Harry unos segundos después, aún con la vista
en las escaleras – Me parece que me debes una historia de verano, amigo mío.

Ron lo miró extrañado, pero al mantener su mirada unos segundos, comprendió a qué se
refería. Pasó una mano por su cabello, suspiró y dejó apreciar algo de rubor.

- Está bien – dijo, desanimado - Supongo que, si no me ayudas tú, nadie lo hará.

        Harry sonrió. Él era quizá la peor persona en este planeta para dar un consejo
amoroso, pero Ron era su amigo, y si no desahogaba sus sentimientos, terminaría
explotando en el momento menos pensado. Hermione era su mejor amiga, pero como él
mismo lo había dicho, ya no eran unos niños. Si hasta habían perdido el gusto por discutir...

        Le dio una palmada en el hombro y lo instó a que caminaran por el patio central. No
podía presionarlo, pero tenía mucha curiosidad por saber qué había pasado con Hermione en
su ausencia... Además, quizá hablar con Ron también lo ayudaría a él mismo. Estaba
sintiendo algo extraño por alguien que apenas conocía...
        Algo triste, avanzó con la mirada al frente. Cómo deseaba que Sirius estuviera ahí.
Francisca Solar

Cap. VII: Difícil de Contar (Hard to Tell)

         Comenzaba a hacer frío. Llevaban diez minutos caminando, solos, sin pronunciar
palabra. El ruido de sus pasos en el pasto mojado era quizá lo único que impedía que el
silencio no fuera incómodo, aplastante. Pero iban uno al lado del otro, y al parecer esa
compañía discreta bastaba por el momento.

         Ron aún no se decidía a hablar, y Harry no iba a presionarlo. De vez en cuando
desviaban la mirada hacia el otro, como esperando alguna señal, pero luego regresaban la
vista al horizonte, reflexivos, mudos. Se sentían de pronto rodeados de una paz inusual,
cada uno en lo suyo, en sus propios pensamientos y problemas, y era un ambiente que, por
el momento, no deseaban quebrar.

         Casi por inercia, su caminar pausado los llevó a los invernaderos. Sin pensarlo
demasiado entraron en el primero y, luego de un rápido recorrido visual, se sentaron en un
pequeño banquillo de piedra rodeado de flores amarillas. Afuera el viento comenzaba a
soplar más fuerte, las nubes negras amenazaban con una lluvia torrencial y el rumor de los
truenos se sentía cada vez más cerca; pero ahí, refugiados dentro de aquella gran cúpula de
vidrio, seguros y cómodos, dos estudiantes de sexto año tenían algo mejor en qué pensar.
Ron quitó el cabello de su frente y suspiró con fuerza. Estaba nervioso, agitado, y Harry
podía sentirlo, a pesar de que prefirió no hacer comentario. Pero ya algo desesperado en su
intento de estar en paz consigo mismo, comenzó su relato, tartamudo.

- No es fácil, ¿sabes? – dijo, apoyando los codos en sus rodillas, mirando al suelo – Siento
que acabo de lanzarme al vacío y no llevo paracaídas.

         Tras la última palabra, volvió a suspirar. Harry arrugó la frente. ¿Ron conocía los
Francisca Solar

paracaídas? Ups, no era el momento para pensar en eso. Confortándolo, puso una mano en
su hombro.

- Vamos, cuéntame. Me tienes intrigado.

         Ron asintió despacio, aún sin mirarlo, y mientras evocaba en su mente lo sucedido en
aquella impronunciable noche de verano, dibujó en su rostro una leve sonrisa.

- Ha sido uno de mis mejores veranos – murmuró, manteniendo su sonrisa por unos
segundos – Todo funcionaba bien en casa, el ministerio le había dado a Papá unas pequeñas
vacaciones, el negocio de Fred y George iba excelente... daba gusto estar en la madriguera.
Además... – continuó, girando la vista hacia Harry por primera vez – Hermione estuvo
conmigo esos dos meses, por lo que tuvimos mucho tiempo para... conversar.

Harry apretó los labios, comprensivo. - Por eso no fuiste a Privet Drive antes, ¿verdad?

Ron desvió la mirada, asintiendo. - No era una ocasión que se diera dos veces – se excusó –
Después de unos días me di cuenta que intentaba pasar más tiempo conmigo que con Ginny
o Stella, aunque cada vez que salíamos a caminar o a comer o a conversar de noche en el
huerto, íbamos todos juntos... hasta que, una noche, sólo fuimos los dos.

         Harry hizo un gesto para que continuara.

- Los dos solos, ¿entiendes? – dijo Ron, como si estuviera relatando la visión de un
espejismo – Durante todo el verano me había sentido muy raro... temblaba sólo con oír su
voz – sonrió de nuevo, pero duró un segundo. Y siguió hablando como si nadie estuviera a su
alrededor – Había planeado todo en mi cabeza, qué decirle, cómo decírselo, hasta qué ropa
usar... – y antes de que Harry pudiera preguntar "¿Decirle qué?", Ron continuó -... pero esa
noche, su invitación me tomó de sorpresa, y me quedé en blanco...

- Ron – habló Harry, ahora algo impaciente - ¿Puedes decirme qué es lo que sucedió de una
buena vez?

Ron lo miró, arrugando la frente. - Está bien, está bien... – dijo, sin mucho convencimiento -
Pues... caminamos durante mucho rato, y cuando nos dimos cuenta, ya estabamos muy
lejos de casa – dijo, jugando con un retazo de su túnica, como si el hecho de aceptar que
había estado con Hermione a esas horas de la noche fuera, a lo menos, un pecado
imperdonable – Pero sólo conversábamos... es decir, yo nunca pensé que... bueno, no me
opuse, pero... jamás, jamás, jamás lo sospeché... yo juraba que... – dudó antes de seguir,
pero la cara de impaciencia de Harry lo obligó. En su tartamudeo, intentó ser más específico,
mientras el rubor comenzaba a expandirse desde sus mejillas hasta sus orejas – Nos
sentamos bajo un árbol y, no sé cómo pero, de un segundo a otro, me vi a mí mismo
besándola... y bueno...

- Eso no tiene nada de malo, Ron – sonrió Harry, corroborando sus sospechas sobre el
asunto.

- No, claro que no, eso lo sé – explicó, algo atarantado – Pero no fue sólo eso... - Seguía
jugando con el borde de su túnica, con la mirada clavada en sus zapatos, con tantos nervios
que se le revolvía el estómago. Entonces su voz volvió a matizarse, tal como si estuviera
hablando sólo con él mismo – No piensas en nada... no quieres pensar. Incluso olvidé dónde
estabamos, qué hora era... – Al parecer intentaba excusarse de algo, pero en vano – Y no sé
cómo, de verdad no sé cómo, pero en un segundo mis manos estaban en- en-en su cintura
y-y-y-y al otro, ya estaban... bajo... su-su-su blusa... y entonces...

Harry lo interrumpió, sorprendido. Abrió los ojos al máximo. - Acaso ustedes... bu-bueno, es
decir, ustedes no...

- ¡Por supuesto que no! - exclamó, asustado. Ron sabía perfectamente a qué se refería su
amigo. Apretó los labios, avergonzado, y luego arrugó la frente - Bueno... casi... –
respondió, bajando tanto la cabeza que parecía haberse escondido tras su túnica.

Harry demoró un momento en reaccionar, estático. - Vaya – exclamó al fin, con la mirada
Francisca Solar

perdida, sin atreverse a decir algo más.

- Lo sé... – balbuceó Ron, enrojeciendo notoriamente, tapando su cara con las dos manos.

(---)

- Vaya... – suspiró Stella, dejándose caer sobre el sofá de la Sala Común.

- ¡Lo sé! – gimió Hermione, escondiendo su cabeza tras uno de los cojines. Nunca se había
sentido tan confundida como ahora. Temblaba de sólo pensar en lo que había sucedido,
avergonzada... Pero al mismo tiempo, en un rincón de su cabeza, su otro yo luchaba porque
aquellas sensaciones jamás se alejaran de su memoria – Luego de... bueno, de lo que pasó,
apenas logré murmurar un "lo siento" y corrí hacia la casa – sollozó – Quería morirme...

Stella alzó una ceja, sonriendo levemente. - ¿Sabes? Hasta el momento no sé dónde está el
problema – dijo, quitándole el cojín para poder verla a los ojos – Ahora entiendo por qué
actuaban tan raro los últimos días en la madriguera... esa noche especulamos mucho sobre
qué estarían haciendo ustedes dos – amplió su sonrisa, pero al notar que Hermione se
cohibía aún más, se obligó a tomar seriedad – Pero todavía no veo el problema...

- ¿Que no lo ves? – gimió de nuevo, atrayendo las rodillas hacia su cuerpo – Apenas puedo
mirarlo a los ojos. ¡Ya no sé cómo hablarle, qué decirle...! – Sus ojos poco a poco se
llenaban de lágrimas, de impotencia, de vergüenza – Prácticamente me abalancé sobre él,
¿No lo entiendes? Debe pensar que soy una... una... – Ni siquiera pudo pronunciar la
palabra. Apretando los labios, volvió a clavar las uñas en su cojín - ¡Lo he arruinado todo,
todo!

         Stella se acercó más a ella, y sin peticiones, Hermione se apoyó en su hombro y dejó
escapar algunas lágrimas. Stella sabía que el asunto no era tan grave, que lo crucial en todo
esto no era lo sucedido en sí, sino el sentimiento detrás que no querían reconocer... pero no
quiso hacer más comentarios. En su cabeza, como un engranaje recién ajustado, las ideas
para ayudarla ya comenzaban a surgir.

(---)

- ¡Debe pensar lo peor de mí! – exclamó Ron, angustiado y aún bastante ruborizado,
caminando de un lado a otro frente a Harry – No la dejé reaccionar, no la dejé oponerse...
prácticamente la obligué, ¿entiendes? Y cuando se puso a correr ya no pude disculparme ni
nada – apretó los dientes – ¡¡Lo arruiné todo!! ¡¡Imbécil, imbécil!! – gritó furioso,
golpeándose la cabeza contra el muro más cercano.

         Harry permanecía en su asiento, pensativo, arrugando la frente cada vez que el golpe
de Ron hacía eco en la pared. Estaba sorprendido, es cierto... El tema era algo tan lejano
para él que nunca se detuvo a pensar que, biológicamente hablando, ya estaban en edad
para ello. Pero, y no había que ser un experto para darse cuenta, mental y emocionalmente
no lo estaban. Sólo bastaba con ver lo destrozado que lucía Ron... y eso que ni siquiera llegó
a concretarlo. En el fondo, Harry sabía que lo realmente importante en todo esto no era lo
que había hecho o dejado de hacer, sino aquello que lo había impulsado a actuar...

- ¿Sabes? Yo no estuve ahí pero... – comenzó a decir, y sin estar seguro de que fuera lo más
adecuado, se arriesgó – No creo que sea tan grave, Ron.

         Ron se alejó unos centímetros del muro, algo atontado, y luego de sacudir su cabeza
miró a Harry con desafío. Por primera vez en su vida, Harry vio a su amigo hervir de furia.

- ¿No es tan grave? – habló, irónico, y luego subió la voz - ¡¿No es tan grave?! – gritó de
nuevo, a lo que Harry se levantó de su asiento.

- ¡Cálmate, Ron! El problema no es conmigo – le encaró, comenzando a exasperarse.

Ron arrugó la nariz, aún desafiante, pero retrocedió unos pasos. - Ya apenas me dirige la
palabra, no me mira a los ojos... ni siquiera discutimos... ¿y dices que no es tan grave? –
abrió y cerró los puños con fuerza, como si quisiera desahogar su rabia dándole una golpiza
Francisca Solar

al primero que se cruzara en su camino. Harry estaba dispuesto a golpearlo si era necesario,
pero antes de que tuviera que hacerse a la idea de noquear a su mejor amigo, vio en los ojos
de Ron un cambio sustancial. La sombra de ira que los había embargado por algunos
minutos no pasó a ser más que una profunda tristeza, abatiéndolo. Cayó de rodillas al suelo,
bajó la mirada y quebró la voz – La perdí para siempre, Harry. La conozco... jamás va a
darme una oportunidad, no va a perdonarme – elevó los ojos, llorosos - Podría morir ahora y
me importaría un bledo.

         Harry relajó los puños, desconcertado, pero asintió. Se arrodilló junto a Ron y le
palmoteó la espalda suavemente. Se negaba a creer que todo fuera tan grave, pero Ron
ciertamente no estaba en la posición de entenderlo, o aceptarlo. Había que arreglar las cosas
de otra manera... no iban a tirar por la borda cinco años de amistad. Habían compartido
mucho, sufrido mucho juntos... ¿Qué tan difícil sería lograr que hicieran las paces? Él estaba
lejos de ser un experto en la materia, por lo que necesitaba a alguien que supiera, que
entendiera de estas cosas... Si el caso hubiera sido otro, a quien hubiera recurrido en
primera instancia sería a Hermione, pero ahora debía recurrir a alguien más. Y ese alguien
estaba muy cerca... quizá demasiado.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

         Harry se había levantado tan tarde que no había alcanzado a desayunar. Y es que una
pesadilla recurrente, ya archiconocida por él, lo había atormentado una noche más: Sirius,
sonriente y desafiante, caía en cámara lenta atravesando poco a poco aquel maldito telón,
mientras Harry corría con todas sus fuerzas hacia él... y al tiempo que lograba rozar su
mano, despertaba bruscamente, jadeante y sudando entre las sábanas.
        Estaba harto de sus pesadillas, de tantos sueños amenazantes, de tener que revivir a la
fuerza aquel fatídico episodio. Se sentó sobre la cama, magullado, y quitó de un manotazo el
sudor de su frente. Estaba furioso, asqueado... abrumantemente triste. Arrugó la frente,
conteniendo las ganas de llorar...

        Todos sus amigos habían abandonado la habitación hace rato, y a esta hora ya estarían
desayunando, quizá preguntando por él. La soledad del cuarto no le provocaba vacío, sino
libertad, alivio de no tener que soportar aquellas miradas lastimeras, condescendientes...
Apretó los dientes. Cerró los puños con fuerza y, empujado por un cierto descontrol,
comenzó a golpear el colchón, una y otra vez, intentando encontrar una salida a todo ese
rencor que súbitamente iba creciendo en su interior... Dibujó en su mente el rostro de
Bellatrix Black, tan evocado y detallado últimamente, lo mantuvo frente a sí por unos
segundos y luego, apenas consciente de sus actos, sus gafas comenzaron a temblar en la
mesa de noche. Hasta que entonces, rápidas e impulsadas por una fuerza invisible, volaron
por la habitación y se estrellaron, estruendosas, contra el muro del fondo. Los trozos de
cristal se esparcieron por el piso instantáneamente, pero Harry no parecía sorprendido. Por
un momento había visto en ellos la cara de aquella mujer, indeseable, pútrida, y había
embestido contra ella con toda su fuerza. Incluso había imaginado sus dedos en su cuello,
estrangulándola, desvaneciéndose en las sombras... Ella se había convertido en su principal
objetivo desde hace un tiempo. Pensaba, incluso, que le importaba más ella que el propio
Voldemort...

         Giró la mirada hacia sus gafas, echas añicos por el golpe, y de pronto sintió ganas de
vomitar. Tomó su cabeza con las dos manos, aturdido, como si cada esquina de su cuerpo
hubiera sido azotada violentamente... sin piedad. Por dentro estaba destruido, atormentado,
impotente al pensar cómo sus seres queridos se iban alejando, uno a uno, sin que él pudiera
hacer nada al respecto. Porque él era el elegido, aquel nombrado en la profecía, el único
capaz de derrotar a Voldemort... o morir en el intento. Era diferente, apartado,
intimidantemente especial. Y aunque en el fondo deseaba con todas sus fuerzas volver a
nacer, en otro sitio, en otra casa, en otra situación, los rostros de sus amigos y cuantos se
habían topado con él en estos seis años, le apremiaban. Él no había hecho nada, sólo
sobrevivió, pero le debía tanto a tantos...

        Haciendo un esfuerzo, intentó recordar el encantamiento componedor, pero su mente


estaba demasiado confundida como para retener el hechizo más simple. En lugar de eso,
buscó su varita, apuntó a sus ojos y dijo: "¡Oculus incantato!". Algo que sí recordaba era
aquel hechizo, aprendido de uno de los libros de la sección prohibida, que le permitía corregir
el problema de su vista por unas horas. Lo había tomado como una posibilidad para el
Francisca Solar

Torneo en cuarto año, pero jamás llegó a usarlo.


        Giró sobre sus pies y se observó en el espejo: veía perfectamente. Sería extraño
desenvolverse sin sus lentes, pero no era lo más importante a pensar ahora. Se sentía
extraño por la facilidad en que usaba magia sin su varita, todo por el poder de sus
emociones... pero lo que más pesaba en su mente era su soledad inmanente, su tristeza
eterna... Nadie en este mundo, por mejores intenciones que tuviera, lograría comprenderlo;
entender sus sentimientos y sus porqués. Y es que él era único en su especie, y así
permanecería, quizá para siempre.

        Se vistió rápidamente, juntó los pedazos de sus gafas esparcidos por el piso y los
introdujo en los bolsillos de su pantalón. Hermione sabría cómo repararlos. Entonces miró su
reloj: la clase de Defensa comenzaba en cinco minutos. Por ahora sería un alumno más, un
gryffindor más, pero a qué precio...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        La semana había pasado tan rápido que la mayoría de los estudiantes de Hogwarts aún
se sentían como si acabaran de salir del banquete de iniciación. El cielo negro de un invierno
amenazante transformaba las jornadas en periodos más cortos, haciendo casi imposible
distinguir entre el día y la noche; para el fin de semana, y sólo una hora después de
levantarse por la mañana, Ron ya pensaba que era hora de la cena. Además, casi todas las
asignaturas les habían llenado de deberes, por lo que pasaban la mayor parte del tiempo en
las salas comunes, resguardándose del frío y aprovechando la luz de la chimenea. Y así,
entre penumbras, llegó un nuevo comienzo de semana, y con él, una nueva clase de Defensa
contra las Artes Oscuras.

         Stella, Hermione y Ron detuvieron su andar justo antes de la esquina. Surcando entre
la oscuridad del pasillo, divisaron la figura de Harry corriendo hasta ellos.

- ¡Buenos días! – exclamó Ron con ironía, pero pronto frunció el ceño - ¿Y tus lentes?

- Tuve un pequeño accidente. Me senté sobre ellos sin querer y los arruiné – aclaró, sin darle
demasiada importancia – Pero usé el hechizo Oculus Incantato. Me ayudará por ahora.

Hermione suspiró de satisfacción. - Veo que por fin sacas provecho de los libros, ¿no Harry?

Ron refunfuñó ante la idea de que Harry se hubiera vuelto un amante de la lectura. - Bueno,
no es para tanto. Sólo tú ves la fascinación en leer... – replicó, regresando la vista hacia
Harry – lo importante es que estás aquí. Yo quise despertarte, pero tenías la respiración
acelerada y sudabas mucho. Creí que estarías enfermo o algo, así que opté por dejarte
descansar...

         Harry prefirió no hacer comentario. No estaba listo para hablar de sus tormentos, de
sus temores. Sólo atinó a sonreír forzadamente, pero Stella mantuvo la seriedad. Clavó sus
ojos en él, serena, y de pronto Harry sintió como si estuviera leyendo su pensamiento.
¿Acaso sabría Oclumencia? Los ojos de ella tomaron un matiz de preocupación, apretó los
labios en señal de entendimiento, y entonces sonrió, afectuosa, como si de alguna manera
intentara confortarlo por todo aquello que lo hacía sufrir. Harry apenas pudo reaccionar ante
aquel gesto, sorprendido, aunque confusamente aliviado. Era como si hubiera escuchado su
voz en su cabeza, rogándole que dejara de llorar...
        Hermione desvió su mirada desde Harry hacia Stella y viceversa. Sonrió al ver
nuevamente una conexión entre ellos, pero antes de que pudiera pronunciar palabra, una
sombra sigilosa apareció tras ellos.

- ¿Ustedes no deberían estar en clases?

         La desagradable voz de Severus Snape quebró la hermosa quietud que se había
apoderado de Harry por unos segundos. Stella y los demás voltearon con premura, al tiempo
que Snape sacudía la cabeza, esperando una respuesta.

- Ahora vamos, profesor – dijo Hermione, con cara de pocos amigos. Hizo un gesto a sus
amigos para que comenzaran a caminar hacia la puerta del salón, pero la voz de Snape
volvió a resonar, tenebrosa, sobre las paredes de piedra.
Francisca Solar

- ¿Y sus gafas, señor Potter...? – comenzó a decir, como si el hecho de pronunciar el apellido
de Harry le provocara nauseas. Pero antes de que Harry quisiera decir algo, Snape ahogaba
su intento – Sus clases concluyen a las cinco, ¿no es así? – Y sin esperar reacción, continuó –
Pues entonces lo espero en mi despacho a las seis. Y, por favor – dijo, irónico – no me haga
esperar. No creo que quiera puntos menos – concluyó, dirigiendo una mirada extraña hacia
Stella, quien parecía incomodarse ante él – Ah. Y consiga gafas nuevas. No querrá perder su
atractivo, ¿verdad?

         Harry asintió levemente, silencioso. Intentó que su rostro no delatara el mínimo indicio
de enfado... no le daría en el gusto. Aún no podía acostumbrarse a la idea de que él, una de
las personas más odiadas en Hogwarts, fuera el brazo derecho de Dumbledore en los
asuntos de la Orden del Fénix. Pero él no era nadie para juzgar; el viejo director tendría sus
razones.

         Sin que nadie dijera nada sobre el asunto, caminaron a paso ligero y entraron al salón
de Defensa, el cual, para la ocasión, había sido dispuesto de dos extensas plataformas
rectangulares, no muy altas, en las que se efectuarían los duelos. Ron observó que el
número de alumnos se había reducido considerablemente luego del resultado de los TIMOs,
pues veía sólo caras conocidas: casi todos miembros, estables y privilegiados, de la Armada
Dumbledore.

         Libertes Pittycarp subió ágilmente al primer campo de duelo. Llevaba un atuendo
parecido al que Lockhart ocupara en aquel fracasado club en segundo año, pero algo más
ajado y sucio. Su pelo engominado brillaba a la luz de los candelabros, y los músculos de su
cara de contraían a cada momento para dibujar una sonrisa despectiva, atento a cada
alumno que se agolpaba alrededor. De pronto, y deteniendo su paseo frenético, fijó la vista
en los últimos alumnos en llegar al salón.

- ¡Potter, Maris, vengan acá! – exclamó, al tiempo que todas las miradas confluían en Harry
y Stella. Se ruborizaron un momento frente a tanta atención; algunas chicas miraban a
Stella de arriba a abajo y cuchicheaban cosas ininteligibles, mientras que los chicos la
observaban pasmados, aún sorprendidos por lo sucedido con los patronus. Los dos subieron
al campo de duelo y se situaron uno a cada lado de Pittycarp. Entonces él se acercó a Harry,
con cara de preocupación - ¿Y sus lentes, Potter? – preguntó, y Harry suspiró de cansancio.
Era la tercera vez en cinco minutos que le preguntaban lo mismo. ¿Tan notorios eran sus
lentes?

- Los rompí sin querer. Pero veo perfectamente, profesor, no se preocupe – respondió,
cortante, a lo que Pittycarp movió la cabeza en señal de alivio. Entonces aclaró su garganta y
se dirigió a la multitud, mientras los observaba con entusiasmo.

- ¡Escúchenme todos! – gritó, logrando un silencio sepulcral en pocos segundos – Hagamos


de esto algo más interesante. Para mantener la atención, y para que se esfuercen en
derrotar a su oponente, la primera parte del club se desenvolverá como un pequeño torneo –
dijo, desplazándose lentamente a través de la tela azulina, decorada con extravagantes
motivos dorados, la cual cumplía la función de piso en los campos de duelo – Dividiremos la
clase en dos partes – apuntó hacia las dos plataformas dispuestas - y ya que la Srta. Maris y
el Sr. Potter aquí presentes parecen ser los más capacitados, irá cada uno a una parte
distinta, para hacer de esto un juego más equilibrado – mencionó, saboreando las últimas
palabras, frotándose las manos – Lucharán entre ustedes por turnos, y de cada lado saldrá
un ganador. Lo mismo sucederá en la clase de Hufflepuff y Ravenclaw, y ya con un ganador
por clase, se enfrentarán en un último duelo que definirá al campeón. ¿He hablado con
claridad?

         Un "s" generalizado rebotó en las paredes del salón, al tiempo que las cabezas de los
alumnos tanto de Gryffindor como de Slytherin asentían, entusiasmados. Pittycarp sonrió,
satisfecho, y giró sobre sus pasos para enfocar la mirada en las dos personas que lo
acompañaban.

- He hablado muy bien de ustedes en el consejo. Espero que nos proporcionen un buen
espectáculo – pronunció, ahora algo paranoico, tragando saliva constantemente y
restregando sus manos con vehemencia.
Francisca Solar

        Harry y Stella sólo se limitaron a asentir. Un club de duelos les parecía divertido, pero
no estaban seguros de querer pelear, si se diera el caso, uno contra el otro...
        Pittycarp sacó su varita, apuntó hacia un escritorio del fondo y gritó: "¡Accio
pergamino!". Unos segundos después, un rollo de pergamino con los nombres de todos los
integrantes de la clase llegaron a las manos del profesor, quien, susurrando un nuevo
hechizo, hizo que levitara frente a él. Moviendo su varita un par de veces, hizo escapar de
ella un polvillo dorado el cual envolvió el pergamino, haciéndolo girar sobre su eje tan rápido
que, cuando se detuvo, ya no había uno sino dos pedazos de papel.

- Muy bien, todo preparado – dijo Pittycarp, examinando los pergaminos – Publicaré las listas
al terminar la clase. Mientras tanto, el duelo por la primera sección será entre Lavender
Brown y Neville Longbottom. Por la otra sección se batirán... mmm – buscó con su dedo
índice - Draco Malfoy y Ronald Weasley.

         Ron subió una ceja y miró con suspicacia a Malfoy, quien al otro lado de la sala
mostraba una mueca de desagrado. Esta era su oportunidad para darle una lección a ese
engreído "sangre pura"; no podía desaprovecharla. Había disfrutado cuando Stella se le
había enfrentado, cuando a veces Harry lo ponía en su lugar, o cuando por unos minutos fue
un indefenso hurón en cuarto año a manos de Moody, pero nunca había tenido la posibilidad
de vengarse por sí mismo. Arremangando su camisa, se juró no fallar... ni mucho menos,
hacer un papelón frente a Hermione.

         Ella lo observó rodear la primera plataforma y dirigirse, seguro y confiado, hacia donde
Malfoy lo esperaba. Nerviosa, se mordió el labio inferior. Habría deseado abrazarlo para darle
buena suerte, o besarlo en la mejilla como aquella vez antes del partido de Quidditch, pero
recordar el episodio de verano no la dejó dar un paso. Su atrevimiento seguía fresco en su
cabeza, por lo que sólo atinó a seguirlo con la mirada y sonreírle, tímida, al tiempo que subía
de un salto a su respectivo campo de duelo.

         Harry y Stella intercambiaron una mirada distendida, aliviados por no tener que
inaugurar el campeonato. Por ahora, se divertirían observando los otros duelos. Pero les
preocupaba Ron; Draco podía recurrir a las más oscuras artimañas con tal de ganar.
Caminaron hasta la segunda plataforma para ver el duelo más de cerca, encontrándose con
Hermione allá.

- ¿Recordará los hechizos más poderosos? ¿Habrá aprendido los aturdidores? Tal vez yo
podría...

- Hermione – dijo Harry, poniendo una mano en su hombro – Ron lo hará bien. Hace mucho
que ya puede cuidarse solo.

         Stella asintió. Hermione suspiró luego de escuchar las palabras de Harry. Bien sabía
que Ron podía cuidarse solo... pero de Draco podía esperar cualquier cosa, y si algo le
sucediera...

         Pittycarp se había situado ya entre Lavender y Neville, quienes se miraban con más
alegría de lo que los demás hubieran supuesto. Eran dos entusiastas miembros de la Armada
Dumbledore, y como tales, dejarían bien puesto el nombre de ésta. El profesor explicó las
reglas (sólo encantamientos de desarme y aturdidores) y luego, levitando en forma
ostentosa, se transportó hasta situarse entre Draco y Ron. La mayor parte de los alumnos
tenía los ojos puestos en el segundo duelo; la escolta de Slytherin esperaba una buena paliza
por parte de Draco. Pittycarp explicó las reglas a ellos y se alejó luego rápidamente,
tomando una posición privilegiada entre las dos plataformas para observar ambos duelos con
el mismo interés.

         A su señal, Lavender, Neville, Draco y Ron caminaron desde sus esquinas hacia el
centro de sus respectivos campos de duelo. Hannah y Neville elevaron sus varitas a la altura
de sus rostros, y espontáneamente, se dirigieron una sonrisa de aliento, para luego dar una
pequeña reverencia y regresar a sus esquinas, situándose en sus posiciones. Draco y Ron
permanecieron más segundos de lo presupuestado en la parte central del campo. Tras sus
varitas fuertemente empuñadas a la altura del rostro, se batían en una dura lucha visual.
Nadie podía decir cuál de los dos demostraba más asco, más desafío. Pittycarp tuvo que
Francisca Solar

recordarles los tiempos establecidos, obligándolos a retroceder a sus esquinas y situarse en


posición de combate.

         El ambiente estaba cargado de una tensión asfixiante. Lavender y Neville sólo querían
poner a prueba sus conocimientos sobre Defensa; se tenían mucho afecto y jamás
intentarían hacer algo demasiado arriesgado. Draco y Ron, por su parte, estaban dispuestos
a dejar malherido al otro si era necesario. Esta vez no escatimarían en daños.

         Pittycarp elevó la voz. "Uno, dos... ¡¡tres!!" y varios gritos acompañados de sus
respectivos haces de luz llenaron la sala a tal grado que nadie supo qué dijo quién. Sólo era
posible ver los resultados: Lavender, aterrada, veía como sus piernas flaqueaban y se
agitaban sin parar, haciéndola tambalear. Obviamente Neville había usado el encantamiento
piernas de gelatina, y con éxito. Mientras Pittycarp anotaba el movimiento de Neville, Harry
y Hermione se hacían paso entre la multitud para saber qué había pasado en la segunda
plataforma.

         Tanto Draco como Ron habían sido abatidos por el hechizo del otro. Ron había gritado:
"¡Rictusempra!" en el mismo segundo en que Draco exclamó "¡Everte Statum!", haciendo
que los encantamientos embistieran al otro al mismo tiempo, dejándolos igualmente heridos.
Draco, eludiendo de un manotazo la ayuda de Goyle y apoyándose en una de sus rodillas
para reincorporarse del piso, hizo una mueca de dolor al tocar su brazo derecho. Volvió a
acomodar su pelo hacia atrás y aflojó el nudo de su corbata, levantándose como si nada y
regresando a su posición, planeando ya la forma de vengarse. Ron, por su lado, había caído
tan fuerte que chocó con pleno rostro sobre la plataforma, haciendo sangrar su labio inferior.
Se levantó con dificultad, algo magullado, y con un retazo de su túnica limpió el hilillo de
sangre que ya había llegado a su mentón, sin apartar los ojos de Draco, furioso. Con
solemnidad y confianza, se quitó la túnica y la tiró fuera del campo. Luego volvió a la postura
de combate, esbozando una sonrisa irónica, instando a su enemigo a volver a atacar.

         Pittycarp creyó ver en los ojos de ambos un odio profundo, inusual en chicos de su
edad. Aunque, mirándolos bien, ya no eran niños, sino dos adultos listos para defenderse,
fuera lo que fuera: cada uno medía cerca de 1.80m, eran de contextura media y al parecer
podían resistir bien el dolor. Aún con dudas sobre dejarlos continuar, Pittycarp levantó su
mano. De seguro esto era algo más que un juego para ellos.

         Sin esperar siquiera el conteo, Ron se adelantó algunos pasos y gritó:
"¡Expelliarmus!", lanzando a Draco tan lejos que casi cae fuera de la plataforma. Su cabeza
rebotó contra el piso en un golpe certero, tan duro que lo noqueó por unos segundos antes
de que pudiera entender qué había sucedido. A Ron ya no le preocupaba la sangre que volvía
a aparecer en su labio inferior; sonreía triunfante, orgulloso ante la escena.

         Mientras Harry y Stella aplaudían con efervescencia, Hermione apenas podía hablar de
la impresión: Ron se había comportado como nunca se lo hubiera esperado... Había
demostrado suficiente coraje y determinación digna del mejor mago. De hecho así, en
aquella posición y con el cabello revuelto, el rostro herido, la camisa fuera del pantalón y ese
gesto de desafío en sus ojos, se veía tan atractivo... Pensando rápidamente, y por primera
vez olvidando lo sucedido en el verano, se acercó, sigilosa, hasta el extremo derecho de la
plataforma. Buscó en el bolsillo de su blusa el pañuelo que siempre llevaba consigo, y
estirando su brazo lo más que pudo, logró que Ron notara su presencia. En un principio se
sobresaltó, escéptico, pero no lo pensó demasiado y se arrodilló cerca de ella, aceptando su
ofrecimiento.

         Se sonrieron, cálidos y sinceros. Ron, tembloroso, tomó el pañuelo y lo apretó contra
su herida, dejando una notoria mancha de sangre en la tela blanquecina. Se limpió a tientas,
arrugando la frente de dolor pero sin emitir gemido alguno, y entonces se lo regresó,
rozando sus dedos por un segundo que les pareció una eternidad. Volvieron a mirarse,
sonrojados, pero ya no de aterradora vergüenza sino de esa timidez que sabes que esconde
algo más, y antes de que alguno de los dos quisiera decir algo, algunos murmullos
provenientes del otro extremo de la plataforma atrajeron la atención de Ron. Apretando los
labios, se disculpó con la mirada, se reincorporó en el acto y caminó hasta Draco, quien
parecía no responder.

         Pittycarp, alterado por la situación, levantó los dos brazos. Iba a anunciar el término
Francisca Solar

del duelo y el triunfo de Ron, pero antes de que cualquiera de los alumnos pudiera
percatarse de las intenciones de su profesor, Draco abrió los ojos, intempestivo, y de un
salto ya estaba de pie, a pocos metros de Ron y con la varita apuntándole. Sin darle tiempo
de prepararse, dio un paso y gritó: "¡Leviostate corporeo!". Un rayo amarillento salió de la
punta de su varita y, en lugar de golpear a Ron, lo rodeó por completo, como una soga de
luz, dejando inmóvil sus brazos y piernas, y apretando tanto su pecho que hacía más difícil
su respiración. Sonriendo maliciosamente, dibujó círculos con la varita, haciendo que el
cuerpo de Ron se levantara del piso y rodara, cada vez más rápido, a pocos centímetros de
las cabezas de los observadores. Giraba y giraba, como un remolino, al tiempo que la
mayoría de los Slytherin comenzaban a reír.

         Hermione ahogó un grito de desesperación. Harry, por su parte, miraba de un lado a
otro sin decidir qué hacer. Las carcajadas de Draco lo estaban enloqueciendo, deseaba con
todas sus fuerzas aturdirlo con un buen hechizo, o quizá...

- ¡Déjalo ya! – gritó, en un intento por liberar a Ron de su sufrimiento. Además, su rostro
comenzaba a palidecer, visiblemente por la falta de aire.

         Draco dejó de reír tan pronto escuchó la voz de Harry. De hecho, le había quitado a
Pittycarp las palabras de la boca, quien estaba a punto de suspender el duelo, ya bastante
asustado por la actitud de sus alumnos.

- ¿Quieres a tu amigo? – exclamó, sin dejar de mover la varita en círculos - ¡Pues tómalo!

         En un brusco movimiento, estiró su brazo apuntando a Harry y lanzó el cuerpo de Ron
contra él, provocando un grito colectivo. Cayó con tanta fuerza sobre Harry que lo hirió en la
cabeza, haciéndolo sangrar cerca de su cicatriz.

         Sacudió la cabeza un par de veces y pestañeó. Vio a Ron a su lado, casi inconsciente,
y movió su hombro para despertarlo. Sin embargo, parecía haber quedado en una especie de
trance. Pronto Hermione corrió hacia ellos, cayendo de rodillas al suelo y tomando la cabeza
de Ron, de algún modo protegiéndolo de los demás.

         Harry se incorporó, iracundo. Sus puños estaban demasiado tensos, tanto que apenas
podía sostener la varita. Aún así la apuntó hacia Draco, quien había bajado de la plataforma
para ver más de cerca lo que había hecho con Ron. Se encontraron frente a frente, y Draco
empuñó su varita nuevamente, sin perder su sonrisa cruel. Entonces, durante la milésima de
segundo en la que trajo a su cabeza el hechizo más poderoso que conocía, Harry tuvo una
idea mejor.

         Quebró su posición de combate, volvió a erguirse pero en ningún momento perdió el
contacto visual. En un movimiento ágil, pasó su varita a Dean Thomas, quien se encontraba
junto a él, y comenzó a caminar hacia Draco. Nadie entendía nada. ¿Es que acaso no
pensaba defenderse? Draco seguía en posición, sus dedos acariciando su varita, y al
momento en que iba a lanzar algún encantamiento, vio el rostro de Harry tan cerca de él que
pudo notar la verdadera furia en sus ojos verde esmeralda. Con el puño más tenso que
nunca, Harry había apuntado a su mentón y lo había golpeado con todas sus fuerzas,
elevándolo algunos centímetros del piso y dejándolo profundamente aturdido, sangrando por
la nariz, a varios metros de él. Unos segundos después gimió un "¡Auch!", aunque divertido.
Nunca había usado sus puños contra alguien, pero haberlo hecho contra Malfoy había sido
una delicia.

         Crabbe y Goyle corrieron hacia Draco, y por más que lo abofeteaban, no lograban
hacerlo responder. Esta vez – estaban seguros – no estaba fingiendo: Harry realmente lo
había golpeado con fuerza.

- ¡Ya basta! ¡Esto se acabó! – gritó Pittycarp, acercándose a Draco para comprobar su
estado. Estaba noqueado, no había duda, pero viviría. – Potter, lleve al Sr. Weasley a la
enfermería, ¡ahora! – ordenó, al tiempo que lo levantaban con la ayuda de Stella y Hermione
– Y ustedes – dijo, apuntando a Crabbe y Goyle – lleven al Sr. Malfoy a su habitación y
avísenme cuando despierte.

         Los dos Slytherin asintieron, algo aterrorizados por el rostro de Pittycarp. Entre los dos
Francisca Solar

tomaron a Draco y lo arrastraron, no sin dificultad, hasta llegar al pasillo. Secando el sudor
de su frente, Pittycarp, mirando de reojo a la primera plataforma, se dirigió al resto del
alumnado, quienes habían presenciado la escena con pavor.

- El ganador del primer duelo es el Sr. Longbottom – exclamó, mientras todos veían cómo
Lavender aún no lograba lidiar con sus piernas de gelatina – En cuanto al segundo duelo, la
decisión quedará pendiente. No puedo dejar impune todo lo que ha sucedido.

         La mayoría asintió, temerosa. Jamás habrían imaginado que Ron y Draco se odiaran
de ese modo. Habían sido testigos de su rivalidad, de sus peleas verbales... pero nunca
pensaron que llegarían a estos extremos. Súbitamente, la popularidad de Ron se elevó por
las nubes... ya no sólo era un jugador de Quidditch más, sino que ahora, según muchas de
las chicas, era el prometedor-fuerte-guapo guardián de Gryffindor.

         Luego de que el profesor dio los resultados, ordenó que todos volvieran a sus salas
comunes; la clase había terminado. Estaba pálido, ojeroso. El asunto se le había escapado de
las manos. ¿Todos los alumnos eran tan violentos como aquellos? Quizá no le gustaría
averiguarlo.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Ron había dejado de jadear. Su pecho se contraía ahora lentamente, y sus


palpitaciones habían vuelto a su ritmo normal. Tendido en una de las camillas de la
enfermería, dormía profundamente, y Hermione no había querido despertarlo. Con
delicadeza y quietud, había apoyado la cabeza de Ron en su regazo, acariciándole el cabello.
Se había portado como un héroe... quizá le escribiría a la Sra. Weasley para contarle. Estaría
orgullosa de él, tanto como ella lo estaba ahora, cubriendo su herida con su pañuelo,
observándolo dormir, sereno.

         Harry estaba sentado a los pies de una de las camillas contiguas. La herida en su
frente no paraba de sangrar, pero no se sentía aturdido ni nada. De hecho, estaba
extrañamente feliz. No había imaginado el placer que daba el golpear a alguien de esa
manera... ahora entendía la fascinación de Dudley por el boxeo. Quizá, si se daba el
momento, le pediría que le enseñara algunos golpes tácticos.

- No puedo encontrar a la señora Pomfrey – comentó Stella, quien acababa de entrar a la


enfermería – Quizá tuvo alguna emergencia al otro lado del colegio.

        Nadie dijo nada, en parte para no romper el elocuente silencio entre ellos, en parte
porque no parecían muy apurados en obtener asistencia médica. Stella rodeó con la vista el
lugar, atenta, y detuvo la mirada en una gran estantería de cristal.

- Ahí están la mayoría de los medicamentos. Puedo distinguir las pociones para curar
lesiones sangrantes, así que supongo que entre nosotras podemos curarlos – dijo, mirando a
Hermione en busca de aprobación. Ella asintió, segura.

         Cerca de Harry, Stella comenzó a hurgar en la estantería, mirándolo de reojo de vez
en cuando. Y entonces sonrió, haciéndolo sentir algo incómodo.

- ¿Qué? – preguntó, intrigado.

Ella sonrió, sin girar la vista. - El profesor Snape tiene razón – dijo, y al notar que Harry no
veía la conexión, habló de nuevo – Tus lentes son parte importante de tu atractivo.

         Harry enmudeció ante el comentario. Hermione río bajito; Harry era... como decirlo...
algo "incapacitado" para reaccionar frente a ese tipo de cosas. Pero él, aunque sonrojado, no
estaba dispuesto a ponerse en evidencia. De sus bolsillos extrajo todos los pedazos de sus
gafas, incluso los más pequeños, y los dejó sobre una mesa plegable cerca de él. Intentó una
vez más recordar el encantamiento reparador, pero no estaba suficientemente tranquilo
como para pensar en eso. Tendría que pedírselo a Hermione o Stella, pero ambas parecían
muy ocupadas en aquel segundo. Apretó los labios, mientras la observaba preparar en unos
pequeños platillos una sustancia amarillenta, acompañada de algunos algodones. Parecía
conocer los implementos de primeros auxilios bastante bien, así como algunos trucos de
Francisca Solar

magia, convocar patronus poderosos, sobrevivir a magos oscuros, bailar...

- ¿Hay algo que no puedas hacer? – dijo de repente, divertido, tomándola por sorpresa.

         Ella se sonrojó un poco, lo que se hizo más visible cuando pasó cerca de él para
entregarle a Hermione un platillo con la sustancia y algunos algodones.

- Mmmmm déjame ver – bromeó, tomando su propio platillo. Se sentó junto a Harry, sobre
la camilla. Mientras empapaba uno de los algodones en aquella extraña crema, fruncía el
ceño como si estuviera pensando. Entonces subió la vista, mirándolo a los ojos – Yo no juego
Quidditch – dijo al fin, sonriendo – No soy buena montando la escoba, por lo que no serviría
para guardián. Tampoco podría golpear o esquivar las bludgers... me pegarían en la cabeza
al menor aviso. Y, por supuesto, jamás lograría atrapar la snitch, ni aunque tuviera el
tamaño de un elefante – finalizó, divertida.

         Harry soltó una carcajada débil. Repentinamente, deseaba con todas sus fuerzas que
la temporada de Quidditch comenzara lo antes posible...

Stella alzó una ceja. - No, es cierto – recalcó, de alguna forma respondiendo a la carcajada –
Realmente admiro lo que haces, Harry. Se necesita mucha valentía, talento y técnica para
atrapar la snitch, y tú lo haces parecer tan fácil... - Harry sonrió, satisfecho. Stella suspiró –
Bien Harry, esto va a doler.

         Levantó ante sus ojos el algodón cubierto de la sustancia amarilla, y él hizo una mueca
de desagrado. Quitando de su frente un mechón de su cabello, tocó apenas la herida de
Harry, haciendo que éste diera un pequeño salto y exclama un "¡Auch!"

- Jajaja Hombres – rió Stella, divertida. Hermione, por su parte, parecía concentrada en el
rostro de Ron. Con la punta del algodón rozaba gentilmente su labio inferior, sólo que él no
se oponía. Aún no había despertado.

         A regañadientes, Stella logró limpiar la herida de Harry, poniéndole luego una pequeña
venda. Aprovechó también para revisar su puño, pues sus nudillos le ardían luego del golpe
dado. Sus rostros estaban muy cerca... Stella sentía fluir una extraña energía, pero, culposa,
prefería hacer caso omiso a su sentimiento. Debía recordar su promesa, debía hacerlo...

         Él, después del primer roce, ya no había opuesto resistencia; las manos de Stella eran
tan suaves y delicadas que decidió cerrar los ojos, sólo con tal de no perder ni por un
segundo esa sensación. De vez en cuando llegaba hasta su nariz retazos de su perfume, que
lo embargaba de tal forma que parecía estar soñando. Cuando ella hubo terminado, le
acarició la mejilla, casi sin querer.

- Listo – dijo, evitando su mirada.

        Hermione miraba la escena encantada, pero un movimiento en su regazo la hizo


voltear. Moviendo su cabeza ligeramente, Ron intentaba desperezarse como si fuera un
mañana más en la cama de su habitación. Hermione apenas respiraba, atenta a cada gesto.
Entonces Ron abrió los ojos, lentamente, algo confundido, y al fijar la vista en quien estaba
junto a él, empezó a parpadear. Miró bien, parpadeó de nuevo y, sorpresivo, balbuceó: "¿Ya
es hora de cenar?".
        Hermione se echó a reír, entre nerviosa y emocionada. Sus ojos bordeaban las
lágrimas. Harry y Stella sonrieron abiertamente, aliviados de que Ron estuviera bien.

- No Ron, aún no es hora de cenar – explicó Hermione, volviendo a sonreír, al tiempo que
Ron comenzaba a percatarse de dónde estaba. Cortinas verdes, camillas, paredes blancas...
oh oh.

- ¡Perdí el duelo! – exclamó, sentándose sobre la cama abruptamente, como si despertara de


una pesadilla – ¡Dejé que el imbécil de Draco me ganara...!

Harry se incorporó de su camilla. - Yo no estaría tan seguro – dijo, notando que su puño aún
estaba algo inflamado – Le di una paliza en tu nombre. A esta hora aún deben estar
resucitándolo... – sonrió, satisfecho consigo mismo, acariciando su muñeca.
Francisca Solar

Hermione asintió, inusualmente alegre. Jamás habría supuesto el placer que les causaría a
sus amigos un par de golpes bien dados.

- Deberías haberlo visto... no creo que quiera acercarse a nosotros durante un buen tiempo -
sonrió, pero al notar que Ron seguía contrariado, añadió, bajando la mirada – Fuiste muy
valiente. Estamos orgullosos de ti.

         Stella y Harry movieron sus cabezas, corroborando el comentario. Para Ron sólo
bastaba un elogio así, de boca de Hermione, para revivir del más tortuoso sueño. Ya un poco
más animado, tocó a tientas la herida en sus labios.

- ¿Todos vieron mi Expelliarmus? – preguntó, tímido, no sabiendo si sonaría ingenuo o


pedante.

- Todos – respondió Hermione, tan cerca de Ron que un escalofrío recorrió su espalda. Se
miraron, callados, pero la expresión de ella bastaba para entender que no había hecho un
papelón, después de todo.

- Bueno, no gané... pero me dio gusto magullarlo – sonrió, buscando de reojo la aprobación
de Hermione. Ella le sonrió de vuelta, aunque algo reticente.

- Opino igual – finalizó Harry, satisfecho. Desde hoy, esa sería su filosofía: Nada mejor que
golpear a un engreído antes de la cena.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

         La sala común de Gryffindor estaba en penumbras, iluminada sólo por las llamas de la
chimenea. Pero él apenas las divisaba: el hechizo para corregir su vista estaba a punto de
perder todo efecto. Aún así, prefirió permanecer inmóvil. La cuasi ceguera, por ahora, no le
incomodaba demasiado. Además, era una buena excusa para no volver al despacho de
Snape; lo había dejado esperando casi una hora, y no había aparecido. Ni soñaba con
esperar que, la próxima vez que se vieran, él le diera una disculpa. Pero no era importante.

         A esta hora, la mayoría de los estudiantes estaría en el comedor, conversando


animadamente, discutiendo sobre lo sucedido en el club de duelos, disfrutando de la cena.
Pero él, Harry Potter, hace días que había perdido el apetito. Miró su mano, sus nudillos
hinchados. Era cierto que golpear a Draco había producido en él una satisfacción inigualable,
pero sintió que aquello fue tan pasajero que no le permitió aprovecharlo más de lo que
hubiera querido. Dentro de él había un vacío enorme, profundo, que no sabía cómo llenar. Y
lo peor de todo: evitaba pensar en ello, evitaba el dolor a toda costa. Ya había sufrido
suficiente.

         Sentado en el piso y apoyando su espalda en el sillón, no despegaba la vista de la


chimenea. Las llamas eran altas y fuertes, como recién encendidas, y su crepitar en la
madera parecía hipnotizar a quien se situara en la cercanía. Aunque, en realidad, lo que
mantenía a Harry frente a ellas no era el calor, ni la luz, ni el entrecortado sonido de la leña;
era la esperanza, la remota posibilidad de que el rostro de Sirius apareciera en algún
momento y exclamara: "¡Sorpresa! ¿Acaso creías que me iba a desaparecer tan fácil?" Pero
la voz de su padrino sólo residía en su cabeza, en sus recuerdos. De nada servía la red de
comunicación de chimeneas, o los cuadros hablantes, o el espejo mágico que recibió en
Navidad y que, por torpeza, jamás recordó utilizar. Ahora estaba solo contra el mundo... si
bien, en el fondo, siempre lo ha estado.

- No vas a encontrarlo ahí – murmuró una voz cerca de él, y al voltear, observó una silueta
entre las sombras de la sala. Lentamente ésta se hizo paso entre la luz, se sentó junto a él y
le tomó la mano – Si lo estás buscando, hazlo aquí – dijo, cálida, llevando la mano de Harry
hacia su propio corazón.

         Él asintió, conmovido. Stella apenas lo conocía, pero había sido la única persona en
advertir lo evidente. Nadie le había dicho algo así jamás; algo tan esencial pero tan invisible.
Sirius era parte de él.
Francisca Solar

- Gracias – atinó a decir. Ella le sonrió de vuelta, alegre al notar que Harry había entendido
sus palabras. Luego movió una mano delante de sus ojos.

- No puedes verme bien, ¿verdad? – preguntó. Harry negó con la cabeza. Entonces ella sacó
algo del bolsillo de su túnica, extendiéndolo hacia él y depositándolo en sus manos – Lo
adiviné.

         Eran sus gafas, perfectamente reparadas. De hecho, parecía como si jamás se
hubieran quebrado. Se las puso de inmediato, contento, y observó por fin el rostro de Stella.
Las luces tenues de la fogata suavizaban sus facciones, intensificaban el color de su cabello y
hacían brillar sus ojos. Se veía feliz.

Movió sus gafas varias veces sobre su montura, sintiéndolas más ligeras que antes. - Gracias
de nuevo – pronunció Harry, sonriendo - ¿Cuál es el encantamiento?

- Reparo – respondió Stella, divertida – Sabía que lo habías olvidado. Eres de aquellas
personas muy hábiles en los más intrincados hechizos, pero descuidadas en los más simples.
Yo soy justo al revés, si no, ya habría aprendido a dominar mi escoba.

         Harry río. Podría haberse sentido muy avergonzado por haber olvidado un hechizo tan
básico, pero en cambio, ahora, le parecía incluso anecdótico. Ella lo hacía sentirse así, libre
por momentos.

- Debo suponer, entonces, que los Weasleys no te invitaron a sus clásicas partidas de
Quidditch en el huerto.

Stella sonrió. - Obviamente no. Sólo les di mi apoyo moral. – dijo, alegre – Ron ha mejorado
muchísimo su juego, al igual que Ginny. Pero no se compara contigo, claro – sentenció.

Apretó los labios, agradeciendo el halago, pero frunció el ceño. - Este es tu primer año en
Hogwarts. ¿Cómo sabes sobre mi desempeño en el Quidditch?

- ¿Crees que el famoso Harry Potter sólo tiene seguidores en Gran Bretaña? – dijo, como si
tuviera que aclarar algo obvio – Tu nombre ha roto fronteras. Simbolizas la lucha, el sueño
de todos por regresar a los tiempos de paz – murmuró, sincera - El cielo te protege, Harry.

         Él no dejó de sentirse algo abrumado por aquello, pero prefirió no ahondar en el tema.
Sin embargo, algo lo tenía intrigado.

- ¿Cómo llegaste a casa de los Weaselys? Ron jamás me había hablado de ti – preguntó
Harry, pero luego se arrepintió. Stella bajó la mirada, nerviosa, y suspiró con fuerza –
Perdona, quizá te estoy incomodando...

- No, no... para nada... es lógico que preguntes – tartamudeó, y pensando un momento,
intentó regresar a su postura anterior – Se trató de una gran pero hermosa coincidencia,
después de todo – Se acomodó cerca de Harry, apoyó su cabeza en uno de los cojines y lo
miró fijo – Mi madre es... como decirlo... una persona muy ocupada – intentó explicar, sin
dar demasiados detalles – Y debía hacer un viaje muy largo este verano. Por eso, a finales
de junio me envió sola a Inglaterra, para que me hospedara en El Caldero Chorreante hasta
septiembre. Sólo que, por esas cosas de la vida, jamás llegué a destino.

         Harry parecía tan interesado en la historia que se sentó completamente frente a ella,
corrigió la postura de sus lentes y la instó a seguir.

- Viajé en un bus extrañísmo, con un chofer aún más extraño... – recordó, arqueando las
cejas, y a Harry le hizo gracia.

- El Autobus Noctámbulo – corrigió, y ella asintió.

- Sí, ese. Lo tomé en Canadá y... bueno... estaba muy triste por tener que pasar todo el
verano sola, por lo que lloré gran parte del camino... – reconoció, bajando abruptamente la
mirada. No le gustaba recordar aquello - Me quedé dormida, y cuando desperté, Molly...
eeehhhh quiero decir, la Sra. Weasley, estaba a los pies de la cama, mirándome,
Francisca Solar

sonriéndome con esa calidez que la caracteriza. En lugar de asustarme, me sentí como en mi
casa – sonrió, y a Harry le pareció que era la sonrisa más hermosa que había visto jamás.

- Pero ¿cómo llegaste ahí...? – preguntó, aún sin entender.

- El tipo del bus no quiso despertarme para preguntarme a dónde iba – pronunció, poniendo
cara de boba – Pero al verme mejor, mi cabello, mis ojos... concluyó que debía ser uno de
los Weasleys. Y bueno, no lo culpo. Muchos ya han pensado como él – se encogió de
hombros, más entusiasmada que incómoda – Ron me dijo que, a medianoche, el chofer
golpeó la puerta de la madriguera diciendo que traía a un miembro de la familia. El Sr.
Weasley se preocupó, pues pensó que podía ser Bill o Charlie... – pensó un momento,
suspiró y volvió a fijar la vista en Harry – En fin, lo importante es que los Weasleys no
dejaron que fuera a la hospedería... me rogaron para que me quedara con ellos. Y así lo
hice. Demás está decir que no me arrepiento.

         Harry no tenía más preguntas. Todo estaba claro para él. De alguna forma, en estos
seis años en el mundo mágico había aprendido a confiar en el destino, y algo desconocido,
poderoso, había puesto a Stella en su camino. Esperaba descubrir por qué. Stella le dirigió
una última mirada y se reincorporó de un salto, estirando su túnica y arreglando su cabello.
Harry la observó, movimiento tras movimiento, y sonrió para sí. Se quitó las gafas, las
examinó un momento y luego, regresándolas a su posición sobre su nariz, alzó una ceja.

- Insisto. ¿Hay algo que no puedas hacer?

Stella le sonrió, cómplice, y miró de reojo hacia la salida. - No puedo dormir con el estómago
vacío.

         Harry entendió el mensaje, y sintió la imperiosa necesidad de seguirla hasta donde ella
quisiera. Suspiró. Había recuperado el apetito.

Cap. VIII: La Orden y La Duda (The Order and the Doubt)

Diagon Alley, 11:30 de la mañana. Hombres, mujeres y niños iban y venían cargados de
bolsas, maletas, escobas, helados y demases, caminando apresurados. Los estrechos pasillos
de piedra, imponentes y algo oscuros, no ayudaban demasiado en cuestiones de tráfico.
Pocas veces se había visto tanto movimiento a esa hora, y menos con un día tan frío y
lluvioso como ese. Pero Diagon Alley, aun ante tal clima, suponía un buen refugio: para el
mundo mágico, aquel callejón no era sólo un simple centro de comercio, sino además un sitio
de encuentro, de diversión segura; un lugar tranquilo, confiable. Ahí era posible encontrar
una infinidad de objetos, desde libros de encantamientos hasta repelentes para babosas
carnívoras, y entre aquella asombrosa variedad, el pequeño negocio “Sortilegios Weasley”, a
pocos metros de Flourish & Blotts, se alzaba como la novedad del año.

Frente al espejo, George arreglaba el cuello de su túnica de seda verde. Una extraña
Francisca Solar

melancolía lo invadió al pensar en Hogwarts: cómo se habían divertido haciendo sus inventos
en secreto, compartiendo sus bromas con los demás... o cuando, en segundo año,
encerraron a Peeves en un baúl encantado. Habían sido tiempos memorables. Pero ahora su
misión se había... expandido, por así decirlo, y era lo mejor que les había pasado en la vida.
Su vena negociante no les había fallado. No se arrepentían de nada.

Asimismo, Fred pensaba en los pasillos de Hogwarts mientras atendía a un par de niños
quienes, de acuerdo al dinero que traían, parecían dispuestos a llevarse todas las bromas
que cupieran en sus bolsillos. Fred les había sugerido las bombas fétidas y las calugas rojizas
– aquellas para hacer sangrar tu nariz – y ellos, fascinados, tomaron cinco de cada una y se
marcharon corriendo, felices, haciendo replicar escandalosamente la campanilla de la puerta.

Un segundo después, los gemelos intercambiaron sonrisas de aliento. No importaba haber


dejado la escuela... Ni en sueños habían imaginado tal éxito en un proyecto que todos
pensaban que fracasaría. Y que mejor ejemplo que su madre, Molly Weasley. Hace sólo un
par de horas había pasado por ahí para dejarles el almuerzo. Aún fruncía el ceño recordando
su osadía de ir a un club muggle, o al pensar en aquellos “inofensivos” inventos suyos -
como los para vomitar, provocar fiebre o jaqueca - pero se alegraba de que sus hijos no
fueran un par de vagos. Y, culposa, también sonreía al recordar el regalo para su último
cumpleaños: una túnica nueva, muy elegante, que ya no se quitaba ni para dormir. Había
dudado de ellos, les había hecho la vida imposible, pero ahora eran famosos, exitosos, y al
parecer, muy felices. No podía pedir más.

Mientras guardaban las últimas ganancias en su caja fuerte – la cual protegían con doble
cerradura bajo un encantamiento invisible en el piso del baño – la campanilla de la puerta
volvió a sonar. Lentamente, como si estuviera inspeccionando cada esquina del local, un
hombre de unos sesenta años cerró la puerta de vidrio tras de sí y se sentó, silencioso, en
una silla cercana. Tenía la piel quebrajada y amarillenta, los ojos rasgados, la nariz semi
torcida y el cabello hasta los hombros, algo sucio, pero disimulado con un lujoso sombrero
de franela. Su capa, la cual le cubría apenas hasta las rodillas, tenía bordados y botones de
oro, y sus pantalones, aparentemente dos tallas más de lo necesario, eran de seda negra. En
conjunto, simulaba una especie de Rey exiliado; o peor, un andrajoso quien acababa de
ganarse la lotería.

Fred y George voltearon al mismo tiempo, sincronizados, y observaron hacia la puerta. Para
ellos, la campanilla era el sonido armonioso de un posible cliente satisfecho. Pero al alzar sus
cabezas y descubrir quién había entrado, sus sonrisas se esfumaron. Se acercaron al
mostrador con serenidad, se dirigieron una mirada elocuente, y luego, saliendo por esquinas
distintas, caminaron hasta el recién llegado.

- Myer Mutang – dijo Fred, forzando una sonrisa – Llegaste temprano.

- Pero qué grata sorpresa – habló George, arremangando disimuladamente las mangas de su
túnica – Teníamos muchas ganas de verte.

- Muchas ganas... – repitió Fred. Se detuvo un momento, miró de reojo hacia afuera de la
tienda, quizá cerciorándose de que no hubieran moros en la costa, y luego clavó los ojos en
Mutang. El tipo, adivinando las intenciones de Fred, se levantó estrepitosamente de su
asiento, asustado. Pero George fue más rápido. Tomándolo del cuello de su túnica, lo elevó
unos centímetros del suelo y lo azotó contra el muro, acorralándolo violentamente.

- ¡¿A dónde vas?! Nos debes una explicación... – comenzó a decir, pero al ver que Mutang no
entendía el mensaje, volvió a azotarlo contra el muro - ¡Te estoy hablando, decrépito! –
gritó, a pocos centímetros de la cara del anciano - ¡Pusiste a mis hermanos en peligro!

Fred asintió, frunciendo el ceño con cara de pocos amigos. - Será mejor que pienses en algo
para tu defensa, o te cortaremos en pedacitos aquí mismo... – dijo, pero al dar una pequeña
mirada a las estanterías, sonrió con malicia – O, pensándolo bien, podríamos usarlo como
conejillo de indias para nuestros nuevos experimentos. ¿Qué dices, George?

El gemelo asintió, apretando un poco más su puño contra el cuello de Mutang. - Voto por el
chicle “muerte-aparente”.
Francisca Solar

- ¡Chicos, chicos, no se exalten...! – alcanzó a decir, nervioso, con el poco aire que le
quedaba – ¡Yo no tuve nada qué ver, se los juro!

- Mmmm – George alzó una ceja – Los que no le crean digan: “yo”. ¡Yo! – gritó, al unísono
con Fred.

- ¡Es la verdad! Jamás pensé que aparecerían Dementores... y bueno...

- ¿Sabes lo que yo creo? – dijo Fred, irónico – Creo que nos engañaste... que no eres el
“asesino recapacitado” que dices ser, que aún eres leal a Quién-Tú-Sabes, y que mientras
antes te regresemos a Azkabán, mucho mejor.

Mutang dio un salto. Temblando hasta los pies, comenzó a lloriquear. - ¡No! Ustedes no
harían eso, ¡¿cierto?! ¡Les he dicho la verdad! – gimió, tragando saliva con dificultad a causa
del puño de George, quien no aflojaba - ¡No me hagan regresar a ese lugar!

Fred y George se miraron. No sabían qué pensar o sentir. Se sentían estafados, heridos. -
Imagina que te creemos... – comenzó a decir Fred, inseguro - ¿Cómo aparecieron dos
Dementores aquella noche? ¿Venían de juerga o los invitaste a cenar?

- ¡No sé cómo, lo juro! – volvió a gemir, visiblemente afectado. Su rostro estaba hinchado, y
algunas venas en su frente ya palpitaban. Entonces George optó por soltarlo, dejándolo
respirar. El viejo cayó de rodillas, tosió con exageración y, casi arrastrándose, regresó a su
silla. Elevó la vista hacia los gemelos, aún asustado – He respetado nuestro trato... cof cof...
todo al pie de la letra. ¿Acaso creen que sería tan estúpido como para llamar a dos
dementores a mi propio club? ¡Yo sería el principal perjudicado! ¡Pueden olernos a
kilómetros! – exclamó, quitándose el sombrero y clavando las uñas en él – Además, no me
interesa ese niño Potter ni ninguno de sus amigos. Yo solo quiero vivir en paz.

George suspiró. ¿Cómo creer en alguien que llevaba tatuada la Marca Tenebrosa en el
antebrazo? Si mamá supiera... uf, ese sí que sería un sermón. Fred también luchaba contra
sus propias confusiones. Habían creído en él, había parecido inofensivo, pero lo sucedido con
los Dementores era demasiado grave como para dejarlo pasar.

- No está en nuestras manos – dijo Fred al fin, buscando aprobación en su hermano – Lupin
está en camino. La Orden decidirá.

Mutang apenas movió la cabeza. Remus Lupin tendría que creerle... él sabía cosas que los
gemelos no. Cosas que no podía revelar. Por ahora.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Apoyado con las dos manos sobre el marco de la ventana, Arthur Weasley observaba el
horizonte, pensativo. La próxima lechuza llegaría en cualquier minuto; no le quedaba más
que cruzar los dedos. Si fueran malas noticias... si ellos se rehusaran a venir, sería
espantoso, catastrófico. La desventaja sería notoria y Lord Voldemort podría hacerlos
picadillo sin mucho esfuerzo. Ellos eran sus aliados más importantes, los más poderosos, y
asimismo, a quienes Voldemort más teme en este mundo... tanto como a Dumbledore, pero
él por sí solo no puede cargar con toda la responsabilidad. Si ellos dijeran que no... uff,
Arthur prefería no pensar en aquella posibilidad. Ellos serían los últimos en sumarse a la
cruzada, si es que en realidad aceptaban la petición. Su presencia se tornaba vital para
derrotar al lado tenebroso; además, ellos mismos tienen un sin fin de razones para
enfrentarse al que No-Debe-Ser-Nombrado... Su pueblo sufrió mucho a mano de su época
del terror. Debían unirse, tenían que hacerlo.

El patriarca de los Weasleys se quitó el sombrero, nervioso, y lo tiró sobre su escritorio.


Tomó un pañuelo de su bolsillo y lo pasó por su frente, limpiándose el sudor. La respuesta
llegaría en pocos minutos. Tan preocupado estaba de la contestación que ni siquiera había
revisado las decenas de expedientes que le habían enviado esa mañana. Uso indebido de
objetos muggles, excursiones de ultima hora... Nada de eso, catalogado como una de sus
más arraigadas pasiones culpables, lo podrían distraer ahora. Nada, ni la más fantástica
aventura en un teléfono público de Londres, lo haría despegarse de la ventana. La respuesta
de ellos era más importante que cualquier otra cosa...
Francisca Solar

“Atraparé a la lechuza en pleno vuelo si es necesario” pensó, al borde del colapso, y justo en
el momento en que tocaron suavemente a la puerta, Arthur divisó un pequeño punto en el
horizonte, “alado” al parecer, que se dirigía a gran velocidad hasta la sede del Ministerio de
Magia. Bastaron solo algunos segundos para que su cuerpo se denotara, completo,
mostrando una hermosa lechuza blanca surcando los árboles aledaños y aproximándose, en
línea recta, hasta la ventana del despacho del Sr. Weasley. Él abrió la ventana de par en par,
movió su escritorio hacia la luz y se sentó en el borde, suspirando profundamente. Todo se
decidiría ahora, el destino se escribiría, para bien o para mal.

Las alas de la lechuza blanca dejaron de batirse al momento de pisar la cornisa de la


ventana. Era grande y hermosa, muy parecida a Hedwig, pero ésta era especial; algo más
‘mágica’ que una ordinaria, por así decirlo, ya que de las plumas de su cola brotaban
pequeñas chispas plateadas, como si de aquel extremo llevara colgada una varita. Arthur la
esperó, quieto, a que reconociera el lugar y a él como destinatario. El ave movió su cabeza
hacia todos lados, fijó la mirada en Arthur y, solemne, voló suavemente hasta su regazo y le
mostró el pequeño pergamino atado a su pata izquierda. Con el pulso acelerado y las manos
temblorosas, desató la nota. Aún sin mirarla, la apretó en su puño y cerró los ojos. Dios, que
digan que sí. La lechuza voló nuevamente hacia la ventana y ahí se quedó, serena, a la
espera de que una nueva carta se le fuera encomendada.

Suspirando hondo otra vez, se quitó los anteojos, los limpió con la manga de su túnica y los
regresó al tabique de su nariz. Volvió a suspirar, extendió su puño y leyó, ansioso, el
anhelado mensaje letra por letra. Pero tras unos segundos, frunció el ceño. Lo leyó dos, tres
veces. Entonces elevó la mirada.

- Oh, Dios – balbuceó, estupefacto, sin saber si debía gritar de felicidad o echarse a morir.

- Arthur – dijo una voz. Sin esperar réplica, el rostro de Alastor Moody, inquieto, apareció
tras la puerta. Ya había advertido el pergamino en las manos del viejo pelirrojo – Entonces,
¿aceptaron?

Arthur Weasley no movió ni un músculo. - No lo sé – balbuceó, confundido, extendiéndole el


mensaje a Moody. Éste lo leyó y luego agitó la cabeza, incrédulo. Arthur se levantó,
preocupado – Debemos reunirnos, Alastor. Convócalos a todos. Nos vamos a Hogwarts.

Moody asintió, silencioso. Las letras de los extranjeros eran confusas, pero bastaban para la
discusión. Esperaba que no fuera demasiado tarde.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

La clase de Pociones estaba sumida en un silencio fúnebre. Era un claro síntoma de que
Severus Snape estaría tras su escritorio, vigilante ante las calderas humeantes, atento al
más mínimo indicio de conversación para gritarles y echarlos del salón. Sin embargo, su
escritorio estaba vacío, así como el de Harry. Su mochila estaba sobre la mesa, junto a su
caldera sin usar. Stella, Hermione y Ron se miraron, ansiosos. Snape y Harry llevaban varios
minutos hablando en el pasillo, por lo que los demás intentaban no hacer ruido para
escuchar algo de aquella plática. Pero no lograban nada. Quizá Snape había usado un
hechizo silenciador contra las paredes...

- Y ese es el asunto, Sr. Potter – explicó el profesor Snape, cruzado de brazos a varios
metros de la entrada del salón. Miraba a Harry de reojo, visiblemente incómodo por tener
que darle buenas noticias. Hizo una mueca de desagrado – Puede continuar en mi clase este
año... pero con el doble de deberes. No tendrá el descaro de quejarse, supongo.

- No – respondió, seco. Claro que quería quejarse. En extremo rigor, había reprobado
Pociones, pues no había alcanzado la nota mínima; sin embargo, el juez del TIMO había
‘reconsiderado’ su evaluación algunos meses atrás. “Su nombre pesa, Potter”, había dicho
Snape, “y si por mí fuera, evitaría tal tipo de corrupción y le prohibiría la entrada a mi clase.
Pero las órdenes vienen desde arriba...” había concluido, enfadado. Y por primera vez en su
vida, Harry concordaba con su furia. ¿Quién suponía que él, por el solo hecho de ser ‘Harry
Potter’, necesitaba un trato especial? ¡Malditos vejestorios!
Francisca Solar

Snape le hizo un gesto con la cabeza y comenzó a andar, dándole la espalda. - Hoy comienza
su doble trabajo, Sr. Potter – pronunció, sin voltear – Le sugiero que se apresure o tendré
que quitarle tantos puntos como sea mi agrado...

Harry ni siquiera respondió. Estaba furioso, incapaz de pensar con la cabeza fría. Pero, y
únicamente por esta vez, le daba a Snape la razón. Estaba en su derecho de enfadarse.
Alguien había pasado por sobre su autoridad al obligarlo a aceptar a un alumno reprobado...
pero eso no lo dejaba inocente de todo cargo. El tipo era un bastardo desquiciado, sin
importar el contexto.

Harry entró al salón tras Snape y se sentó en su sitio, callado, luego de arrojar su mochila
bajo la mesa. Sin prestarle atención a ninguno de sus amigos, quienes lo apremiaban con la
mirada para que contase todo lo sucedido, sacó los ingredientes anotados en la pizarra y los
colocó en orden alfabético frente a sí. Después tomó su caldero, lo limpió frenéticamente con
la manga de su túnica y lo situó, detallista, justo al centro de su mesa, dirigiendo luego una
mirada de odio hacia Snape. Era demasiada preocupación por la materia... tanto que hasta
Hermione supo que algo andaba mal.

El profesor Snape se acercó hasta él. Abrió los ojos al máximo al ver el armonioso despliegue
de potes y botellas de colores sobre el pupitre de Harry, pero intentó que su rostro no
denotara tal sorpresa.

- ¿Ve la poción desintegradora que acabo de describir? Pues más le vale que la haga
correctamente... pues la usaremos en sus libros – dijo, sonriendo maliciosamente - Y ya que
supongo que querrá recuperarlos, le sugiero que haga la poción integradora antes de que la
clase termine. O no tendrá con qué pasar de año... salvo los apuntes de la Srta. Granger.

Hermione frunció el ceño y apretó los labios, enfadada. No sabía por qué Snape trataba a
Harry así, aunque ya comenzaba a adivinarlo. Ron, quien se encontraba en el pupitre
continuo, aprovechó la caminata de Snape hasta el caldero de Neville para darle apoyo a su
amigo.

- No puede darte doble trabajo... hablaremos con Dumbledore – sugirió, sonriendo, al tiempo
que Hermione y Stella asentían.

- Nadie ha pedido tu ayuda, Ron – murmuró Harry entre dientes, sin dirigirle la mirada. La
situación era demasiado embarazosa como para confesarlo a sus amigos. “Harry Potter, el
jovencito especial” pensó Harry con sorna, apretando los puños.

Ron se apartó bruscamente. - ¿Qué diablos te sucede? – preguntó, algo irritado.

- ¿Qué pasó con el profesor Snape? ¿Por qué te calificaron “pendiente”? – preguntó Stella
inmediatamente después, curiosa y preocupada, pero la imponente sombra de Snape
regresó para interrumpirlos.

- El Sr. Potter dijo que no necesitaba de vuestra ayuda, así que, si tienen la amabilidad,
regresen la vista hacia sus respectivas pociones. Mientras tanto, diez puntos menos para
Gryffindor por hablar en clase.

Ron se acomodó en su pupitre a regañadientes, mirando con enfado hacia Harry. Stella
también volvió a lo suyo, avergonzada por abrir la boca. Hermione, por su parte, siguió a
Snape con la mirada, suspirando de rabia. ¿Qué le habría dicho a Harry como para dejarlo en
ese estado?

No tuvo mucho tiempo para pensar. Con estruendo y apuro, Minerva McGonagall entraba en
el salón de Pociones, agitando un pedazo de pergamino en su mano derecha. Caminó
directamente hacia el escritorio de Snape, quien se levantó raudamente al verla entrar.
Ambos profesores intercambiaron una mirada preocupante, y ella le extendió el papel. Snape
lo leyó aprisa, y regresando su mirada hacia McGonagall, asintió, serio. Luego dirigió la
mirada hacia los alumnos de Gryffindor y Slytherin, quienes esperaban quietos alguna
explicación.

- Granger, Weasley, vengan conmigo – habló, apuntándolos, y se dirigió entonces hacia


Francisca Solar

Harry – Usted también, Potter. Se ha librado del trabajo por esta vez.

A Harry no le hacía gracia. Estaba harto del “trato especial”. Refunfuñando para sí, recogió
sus cosas y salió por la puerta tras McGonagall. Ni siquiera intentó esperar a sus amigos.
Hermione se levantó con rapidez, al tiempo que dirigía una mirada extraña hacia Stella,
encogiéndose de hombros. No tenía idea de a dónde iban. Ron, por su parte, tomó su
mochila con desgano y miró hacia la salida. Harry le debía una explicación.

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Los innumerables retratos en la oficina de Dumbledore se encontraban más activos que


nunca, hablando a gritos entre ellos. Uno en particular, Phineas Nigellus, gruñía con fatiga,
algo enfadado por la situación, aunque en el fondo sólo estaba triste por el nefasto destino
de su tatara- tatara-nieto. Las voces de los cuadros, algunas graves y otras muy agudas, se
fundían a ratos con otras, aunque más susurradas, que provenían directamente del escritorio
del Director. Salvo algunos de sus integrantes – entre ellos, Sirius Black – la Orden del Fénix
se reunía en pleno.

        Arthur Weasley arrugaba su sombrero entre sus puños mientras caminaba


frenéticamente de un lado a otro, visiblemente nervioso, al tiempo que era seguido con
atención por el ojo giratorio de Alastor Moody, quien buscaba apoyo en una de las
estanterías. Nimphadora Tonks, Emmeline Vance, Hestia Jones y Molly Weasley, sentadas
justo frente a Dumbledore, compartían miradas preocupantes, ansiosas. El cabello de Tonks,
cambiante por naturaleza, hoy adquiría un tono deprimentemente grisáceo, quizá lo más ad
hoc al ánimo reinante. Cerca de la ventana y acariciando a Fawkes se encontraba Kingsley
Shackelbolt, y reunidos en círculo junto a él, estaban Elphias Doge, Dedalus Diggle y Sturgis
Podmore, quienes al parecer discutían algo en voz baja. Por otro lado, Remus Lupin, Fred y
George esperaban junto a la puerta. Tenían muchas ganas de saber por qué se reunían, pero
no podían comenzar hasta que todos estuvieran presentes. Mientras tanto, entre los tres
conversaban sobre la situación de Myer Mutang.

- No creo que él haya llamado a los Dementores, tiene razón al decir que es una locura –
opinó Lupin en voz baja – Tiene que haber otra posibilidad.

- Pero ya no confiamos en él – dijo Fred, frunciendo el ceño – Lo amenazamos con regresarlo


a Azkabán.

Remus sonrió. - Eso lo mantendrá quieto por ahora. No se preocupen, lo tendré vigilado –
concluyó, sereno. Había mejores cosas en qué pensar ahora.

Albus Dumbledore observaba el movimiento a su alrededor desde sus gafas de media luna.
Su rostro arrugado y cansino intentaba mostrarse impasible, neutro, para no dar falsas
impresiones. Aun cuando las cosas no estaban del todo perdidas, el pesimismo rondaba
entre la Orden, sobretodo después de la muerte de Sirius. Supuesta muerte, pero no era el
tiempo de hablar de ello. Tenía que, de algún modo, revivir el espíritu incansable que
caracterizó a los súbditos del Fénix en sus mejores tiempos.

- Ya están aquí – habló Lupin, haciendo que algunos se sobresaltaran. Había escuchado el
arrastre de la gárgola al abrirse paso en la escalera. Tras unos segundos, aparecieron tras la
puerta del despacho Minerva McGonagall, Severus Snape, Harry, Ron y Hermione.

Al momento en que Harry puso un pie en la oficina y dio una rápida mirada a su alrededor –
reconociendo a todos los de la Orden – la mayoría de los adultos perdieron las ganas de
hablar. El silencio que se produjo era de tal densidad que se podría haber cortado el aire con
una tijera. Pero bueno, aquella situación tenía que darse algún día, lo quisieran o no:
enfrentar a Harry luego de la muerte de Sirius sin tener nada convincente qué decirle. ¿De
qué servían ahora un par de palabras de consuelo? Nadie podía explicarle cómo había
muerto su padrino, o qué había tras el velo del Departamento de Misterios, por lo que la
lucha de miradas para evadir la responsabilidad de hablar era dura, elocuentemente
silenciosa.

        Harry había desarrollado una especie de radar para todo lo que involucrara a Sirius, por
lo que creyó adivinar los pensamientos de cada una de las personas erguidas ahí. Sin perder
Francisca Solar

la seriedad en su rostro – más aún después del episodio en Pociones – suspiró, contrariado.

- No se han reunido para hablarme de Sirius, ¿o sí?

Molly quiso decir algo, pero ahogó su intento. Sus ojos bordeaban las lágrimas. Todo había
sucedido tan rápido que ninguno de los presentes había podido llevar el luto correspondiente.
Muy en el fondo, todos esperaban que la puerta volviera a abrirse y Sirius apareciera,
sonriendo como siempre, gritando: “¿Qué tal, colegas? ¿Me extrañaron?”. Y aunque aquello
estaba lejos de suceder, nadie estaba preparado, aún, para aceptarlo.

- Claro que no, Harry – dijo Lupin, tomando la palabra, alivianando así la carga de todos
aquellos que no sabían cómo empezar. Siguió en un tono cálido, casi paternal – Si quieres,
podemos hablar de ello luego, pero ahora nos reúne un asunto más... significativo para los
tiempos que vienen. Nada podemos hacer por el pasado, pero sí por el futuro.

Todos asintieron, callados. Ron dirigió una mirada preocupante hacia su padre, quien intentó
sonreírle, aun dados los acontecimientos.

- Pero, antes que nada, Harry – pronunció Dumbledore, levantándose de su silla. Miró
fugazmente hacia Minerva, y luego prosiguió – Es importante que conozcamos tu parecer.

Harry se extrañó. Por fin alguien se interesaba en su opinión. - ¿Mi parecer? ¿Sobre qué?

- Sobre la Orden – dijo Tonks cerca del escritorio, dejando un momento su asiento junto a
Molly - Creemos que ustedes tres ya están en edad para ingresar a ella...

- Si bien no son aurores – interrumpió Shackelbolt, con su voz profunda y calmada - tienen
derecho a participar en la toma de decisiones y, por supuesto, en la lucha...

- Pero si no quieren entrar, también están en su derecho – prosiguió el Sr. Weasley,


buscando aprobación en sus compañeros. Al obtenerla, Elphias Doge puso una mano en el
hombro de Arthur, dirigiendo su mirada sólo hacia Harry.

- Somos suficientes, podemos permitir tu dimisión si...

- Además, eres muy joven... – opinó Hestia Jones, no muy convincente – Si algo te pasara
no podríamos perdonarnos...

Emmeline Vance surgió tras la sombra de Hestia. - Has sufrido mucho en esto, Harry.
Ninguno de nuestros sacrificios se comparan con el tuyo. Si quieres desligarte, lo
entenderemos.

Harry no podía creer lo que estaba escuchando. ¿Desligarse? ¿Abandonar la lucha, después
de todo lo que había sucedido? Aturdido, clavó los ojos en Lupin como pidiendo una
explicación, pero él desvió la mirada, incapaz de mostrar claramente su posición al respecto.
¿Es que acaso él, Harry Potter, figura central en toda esta patraña, podría algún día darse el
lujo de huir? Estaba marcado de por vida... ¿Por qué la Orden se había puesto de acuerdo
para sacarlo de en medio? Podmore y Vance lo miraban con ansias, como si temieran lo
peor. Molly no era capaz de mirarlo a los ojos, y Dumbledore había dejado de pestañear por
un segundo que se hizo eterno. Entonces, al verse algo ‘desamparado’, sacudió la cabeza y
elevó la voz.

- ¿Se han vuelto locos? – exclamó Harry, confundido y enfadado a la vez – Cómo pueden
pensar que yo... es decir, Voldemort... él destruyó mi vida... ¡Esta maldita cicatriz ha
destruido mi vida! – gritó, apuntando hacia su frente. Tonks llevó una mano a su boca y el
ojo giratorio de Moody, acuoso, detuvo su movimiento bruscamente – Ser quien soy me ha
dado más tristezas que triunfos, pero no me he rendido, ¿o sí?. Sirius murió protegiéndome,
él creía en mí, en lo que yo significaba para este mundo de hipócritas... ¡¿Y ustedes quieren
que abandone?! ¡Hacerlo sería como... renegarlo! – Dio algunos pasos hacia adelante,
alternando la mirada en cada uno de los miembros, algunos nerviosos, otros impactados –
Sé cuál es mi responsabilidad, no crean que lo he olvidado – pronunció, irritable, esta vez
mirando directamente hacia Dumbledore. Él pudo entender a qué se refería – Y aunque
quisiera escapar y extraer de mi memoria todo lo que he perdido desde que descubrí mi
Francisca Solar

papel en todo esto, tengo aún muchas cuentas que saldar. Con Lord Voldemort, con Peter
Pettigrew, con Bellatrix Lestrange... con todos los mortífagos... – Cerró los ojos e intentó
relajar los puños, suspirando profundamente. Miró de reojo a sus amigos, quienes se
hallaban tan sorprendidos como los adultos – Pero mi cruzada no es sólo personal, y lo
entiendo. Todos hemos sufrido mucho en el camino – arqueó las cejas, ya más calmado - La
Orden me necesita, tanto como yo a ustedes.

Alastor ‘Ojo Loco’ Moody había olvidado la última vez que vio sonreír a Lupin. Aquel gesto
hacía rejuvenecer su rostro, pálido y algo demacrado por los acontecimientos, y lo
remontaba a aquellos años en los que, junto a sus inseparables amigos – James y Lily Potter,
Frank Longbottom y Sirius Black – se alzaban como los miembros más capacitados y
entusiastas de la Orden. Arthur Weasley y los demás hicieron eco de aquella sonrisa, y se
miraron unos a otros como si acabaran de escuchar la mejor noticia de sus vidas. Harry no
entendía nada, ni menos Ron o Hermione, quienes se habían transformado en meros
espectadores desde que entraron a la oficina.

- No podía esperar menos del hijo de James – sonrió Kingsley Shackelbolt, orgulloso,
acentuando su tono profundo.

Tonks aplaudió un par de veces, divertida, saltando de su silla. - Vaya que sufrimos... ¿Estás
más tranquilo ahora, Remus?

Lupin asintió, quieto, relajando los hombros, disipando aquella tensión que se había
apoderado de su rostro desde que entró en la oficina.

- No sabes lo importante que es para nosotros escuchar tus palabras, Harry – dijo,
emocionado – Eres nuestro pilar, nuestra esperanza. Si te alejabas... bueno, después de lo
que sucedió el año pasado, si decidías no seguir en la lucha, habríamos perdido el rumbo.
Eres... nuestro líder, aunque no lo creas.

Harry sintió la necesidad de sonreír por primera vez en mucho tiempo. Como una chispa,
cayó en la cuenta de que, además de Sirius, también había otras personas que lo
estimaban... no al El-Niño-Que-Vivió, no al tipo de la cicatriz, sino a él, Harry, simplemente
Harry. El Sr. Weasley, visiblemente menos nervioso que como en un principio, clavó los ojos
en su hijo, instándolo a que contestara a la petición de la Orden, al igual que Harry.
Esperaba no llevarse una sorpresa desagradable.

Ron miró a su amigo, sereno, y luego a Hermione. - No seré yo el próximo Weasley en


desertar – dijo, seguro, y aunque sabía lo doloroso que era para sus padres recordar el
comportamiento de Percy, quería demostrarles su lealtad y afecto – Además, Harry no puede
vivir sin mí – bromeó, sacando algunas carcajadas a los presentes. Por fin el ambiente
parecía más distendido.

- Y ustedes dos no pueden dar ni un paso sin su “libro andante”... – dijo, apuntando hacia sí
misma, sonriendo abiertamente. Harry y Ron asintieron, algo avergonzados – Estuve y estoy
a disposición de la Orden... así como también la Armada Dumbledore – advirtió, golpeando la
voz. Aquellas palabras eran nuevas para la mayoría – Hay alrededor de quince personas en
este colegio tan o más capacitadas que nosotros tres, y que estarían dispuestos a hacer lo
que ustedes pidieran. Sólo esperan órdenes.

Dumbledore inclinó la cabeza, pensativo. Tonks volvió su mirada hacia él. - ¿La Armada
Dumbledore?

- Es un grupo de estudiantes instruidos por Harry en cuestiones de Defensa – explicó Lupin,


quien parecía muy informado sobre el asunto – Hoy son los más adelantados de su clase... y
si Harry les enseñó, puedo dar fe que están en buenas condiciones – concluyó, seguro. Harry
le agradeció el gesto de confianza.

- Varios de ellos tienen tantas razones como nosotros para pelear – aseguró, al tiempo que
Hermione y Ron asentían – Luna Lovegood, Susan Bones, Neville Longbottom... incluso
Ginny.

- Conozco muy bien esa lista, Harry – habló Dumbledore, sin mover más músculos de los
Francisca Solar

necesarios – Y si la situación fuera otra, créeme que jamás dejaría que un grupo de jóvenes
se involucraran en algo tan peligroso – dijo, tajante, mientras abandonaba su escritorio –
Pero, dada las extremas circunstancias, no podemos omitir ningún tipo de ayuda, ni mucho
menos de aquella capacitada y leal como la que dicho grupo nos ofrece tan generosamente.

Tonks sonrió, cálida como siempre, entusiasmada con la idea de sumar personal más jovial a
la Orden. Los otros integrantes intercambiaron miradas, discutieron uno minutos en voz baja
y, tras un pequeño debate, aceptaron la idea. No era tiempo para desechar refuerzos. Molly,
en cambio, se mantenía en su silla, silenciosa. Ella no estaba de acuerdo con involucrar a
“niños” en el problema...

- Mamá – dijo Ron de repente, sobresaltándola. Intentó que su rostro no denotara su


descontento. Los demás acallaron sus voces – Sé que preferirías que Ginny y yo nos
mantuviéramos al margen... pero ya estamos metidos hasta el cuello, y lo sabes – dijo,
calmado y seguro, ofreciendo una mirada de cariño a su madre – Los Weasleys somos parte
importante de esto, tanto como Harry o Hermione, y si ellos no abandona, mucho menos lo
haremos nosotros.

Hermione asintió, sonriendo por el buen tino de Ron al aclarar las cosas tempranamente. El
Sr. Weasley sintió la imperiosa necesidad de abrazar a su hijo, pero se contuvo. Últimamente
había demostrado una madurez impresionante, atípica...
        Molly no dijo nada. Sólo le sonrió, débil y casi forzadamente, y volvió la mirada al
suelo. No dudaba del coraje o la capacidad de su hijo, pero si algo le sucediera, si sucumbía
en batalla...

- La valentía de estos muchachos debería darnos una lección – comenzó a decir Dedalus
Diggle, quitándose su eterno sombrero de copa – Nuestro ánimo no puede debilitarse.
Muchos dependen de nuestro actuar.

Dumbledore movió su cabeza, asintiendo. Los demás esperaron las palabras del director. -
Justamente para eso los he convocado aquí... – dijo, pidiendo que se acercaran más a él,
disponiéndose en forma circular – Aunque faltan algunos miembros, es importante que sepan
las novedades. Sólo así sabremos qué, cuándo y cómo actuar...

- ¿Lord Voldemort ha dado señales de vida? – preguntó Hermione, al tiempo que algunos
comenzaron a murmurar. Por primera vez, Ron no se agitó al escuchar aquel nombre.

- No, y aquello sólo puede ser indicio de malas noticias... – explicó, juntando sus manos bajo
las anchas mangas de su túnica gris.

- No te ha molestado tu cicatriz, ¿verdad Harry? – dijo Sturgis, aunque más que una
pregunta era una afirmación. Harry negó con la cabeza.

Shackelbolt puso cara de preocupación. - Tememos que el Señor Tenebroso haya


descubierto la forma de no plasmar sus estados de ánimo en ti...

- Aunque hay otra posibilidad – advirtió Lupin, pensativo – Voldemort ha reclutado muchos
aliados últimamente... Nuestros espías dicen que han visto a muchas criaturas abandonar los
pantanos y bosques. Es posible que ellos, y otros, estén haciendo el trabajo por él, sin
reportes... por ahora.

- ¿Otros? ¿Quiénes? – preguntó Ron, interrumpiéndolo. En un movimiento ágil, Tonks sacó


algo de su morral y lo pasó a Lupin, quien a su vez se lo extendió a Ron.

Era un ejemplar sin número de “El Profeta”. En portada, con letras grandes y negras, y
precediendo una foto en la que aparecía una gran fortaleza en llamas, decía: MASIVA FUGA
DE AZKABAN: CÁRCEL EN RUINAS.

Harry, Ron y Hermione se miraron, aterrados. - ¡¿Cómo es posible?! – exclamó Hermione,


con la respiración acelerada – Yo recibo “El Profeta” todos los días y jamás leí esta noticia...

- Yo pedí que no llegara a Hogwarts, Srta. Granger – pronunció Dumbledore – No puedo


permitir que el pánico se extienda por el colegio... el resto del alumnado no debe
Francisca Solar

involucrarse, no por ahora, al menos.

- Deberíamos haberlo previsto... – opinó Dedalus Diggle, comenzando a pasearse, frenético


– No podíamos confiar en tales monstruosidades...

Dumbledore agitó la cabeza, moviendo sutilmente algunos mechones canos. Fijó los ojos en
los tres estudiantes de Gryffindor.

- Los Dementores se han unido a Voldemort – explicó, en un tono cansado – y han dejado
escapar a los mortífagos. En este minuto, todo el clan de la Marca Tenebrosa debe estar
reunido, tal como nosotros... ¿no es así, Severus?.

Todas las miradas confluyeron, raudas, en el rostro pálido y agrio del profesor Snape. Él se
estremeció, incómodo, y asintió levemente hacia el director.

- La marca está más nítida que nunca – dijo, rozando su antebrazo - Es posible que ya estén
elaborando una emboscada...

- No, no lo creo – habló Dumbledore, mientras abandonaba su posición en el círculo y


retrocedía hacia su escritorio – Aún le queda mucho por hacer. No va a arriesgarse. – Se
acercó a Fawkes y acarició su suave plumaje, fuertemente matizado en tonos cafés y rojizos.
Le susurró al oído algo que nadie logró descifrar, y entonces el ave desplegó sus alas,
solemne. Irguió el cuello y cruzó la sala, en un vuelo liviano y alegre, saliendo luego por el
ventanal y perdiéndose en el horizonte. Nadie preguntó nada. – Es por eso... – comenzó a
decir, retomando el tema – que debemos aprovechar al máximo este tiempo de...
“entreguerras”...

- Estamos listos, Albus, pero... – habló Moody, golpeando el suelo con su pata de palo.
Intercambió una mirada elocuente con el Sr. Weasley, y éste asintió – Queremos saber la
situación de los extranjeros...

Tonks dio un salto. - ¡¿Llegó la carta?!

- Esta mañana – respondió Arthur.

Harry alzó una ceja. - ¿Extranjeros?

- Schhh – lo hizo callar Fred, sin dirigirle la mirada, aunque trató de explicarle – Son
nuestros refuerzos.

Aún más confundido, quiso volver a preguntar, esta vez a Lupin, pero la voz de Sackelbolt no
lo dejó siquiera pronunciar la primera palabra.

- ¡¿Y porqué no nos habían dicho nada?! – exclamó, abriendo los ojos al máximo – ¡Vamos
Arthur, cuéntanos! Dios, no quiero ni pensar si..

- ¿Cómo era la lechuza? – interrumpió McGonagall, haciendo su primera inclusión en la


charla desde que había llegado.

La mayoría puso cara de interrogación. - Ehhmm... Blanca, imposible olvidarla... dejaba


destellos plateados desde la punta de su cola... – respondió el Sr. Weasley, confundido, sin
entender el por qué de la pregunta – Pero lo importante, Minerva, es que el mensaje que
traía no es demasiado aclaratorio. Es una especie de evasiva...

La veterana profesora de Transformaciones sonrió, suspicaz, arreglando la postura de sus


gafas cuadradas. Lupin, quien se encontraba a su lado, alzó las cejas con sorpresa. Creía
saber el motivo.

- No importan las letras de ese mensaje, Arthur... – Todas las miradas apremiaron a
Minerva, ansiosos - Vendrán, de eso no hay duda. Los Altos Elfos sólo envían lechuzas
blancas como símbolo de paz, aceptación o gratitud.

- ¡¡¡¡¡¿¿Elfos??!!!!!
Francisca Solar

Ron y Hermione gritaron al mismo tiempo, paralizados por la información, y un segundo


después estaban tan extasiados que no sabían si reír o llorar. Pero nadie se fijó en ellos. La
atmósfera cambió de un silencio angustiante a una gran distensión, y dio incluso paso a
efusivas muestras de felicidad. Tonks y Hestia Jones suspiraron profundamente y se
abrazaron, emocionadas. Sturgis, Dedalus y Arthur se estrechaban la mano, esperanzados.
Dumbledore, desde su escritorio, sonreía bajo su barba. Pero no todo terminaba ahí.

Harry fijó la vista en sus amigos, pidiendo una explicación. Ahora sí que no entendía nada, y
odiaba estar en esa situación. Para variar, nadie se había detenido en la marcha para dar un
par de aclaraciones.

- ¿Elfos? ¿Nuestros refuerzos son... elfos domésticos, como Dobby?

Hermione lo miró con impaciencia, suspirando. - ¿Acaso no escuchaste? ¡Altos Elfos! –


exclamó, extremadamente sonriente – Elfos ancestrales... Altos, galantes, imponentes. Dios,
creí que ya habían muerto los últimos...

- De ellos proviene la magia, Harry – explicó Ron, compartiendo el entusiasmo de Hermione


– Todo lo que conocemos se lo debemos a ellos... Además, son las criaturas más poderosas
que puedas conocer... únicas...

- Tan poderosas... – comenzó a decir Lupin, acercándose. Desde su lugar había notado la
confusión de Harry – ...que Voldemort intentó exterminar su raza, muchos años atrás.

Harry intentó procesar aquella información lo más rápido que pudo, pues, al parecer, era la
única persona de la sala que no tenía ni la menor idea de quiénes eran los Altos Elfos. Aún
con seis años en Hogwarts, había muchas cosas del mundo mágico que seguía
desconociendo... Pero lo importante, según pudo entender, es que Voldemort les teme.
Teme a su poder, y han regresado.

- Léanos la carta, profesor Dumbledore – rogó George, quien de pura emoción había
abrazado a su madre hasta dejarla sin aire – Aún queremos saber qué dice.

Albus Dumbledore apenas parpadeó. Miró un momento el pedazo de pergamino en sus


manos, prolijamente escrito con tinta negra, dejando ver un extraño lenguaje. Subió la vista
y apretó los labios, dudoso. Entonces se dirigió a la Orden, sin desdoblar el papel.

- Dice que aún están en proceso de deliberación... – dijo, pausado -... sobre si el riesgo que
supone regresar a Inglaterra vale la pena... pero anuncian la visita de una comitiva especial
para las celebraciones de Año Nuevo. Su líder ha pedido hablar conmigo.

- Entonces enviaremos una lechuza a Bill y a Charlie inmediatamente... no creo que quieran
perderse la fiesta – bromeó George, y tras la primera carcajada de Fred, la oficina se llenó
de una estruendosa risa colectiva. De un segundo a otro, gracias a la noticia de una simple
carta, el ánimo de la Orden del Fénix había cambiado del cielo a la tierra.

Harry no pudo evitar las ganas de reír. Al parecer, la ventaja estaba a su favor, y había que
aprovecharla. Si estos... Altos Elfos, eran tan poderosos como decían, no habría mucho de
qué preocuparse. Quizá no todo era tan malo como se había previsto, después de todo.
Mientras el resto seguía intercambiando palabras de aliento, se acercó a la ventana y
observó, incrédulo, cómo algunas nubes se disipaban justo sobre los campos de Quidditch.
Tal vez quedaría tiempo para darse algunos lujos.

Remus Lupin siguió a Harry con la vista, mientras éste se acercaba lentamente hacia la
ventana. Muy en el fondo, su espíritu protector lo llamaba a llenar en él el vacío que Sirius
había dejado... pero no estaba seguro de que fuera lo correcto. No era ni la mitad de
arriesgado, o divertido, o astuto que su eterno amigo Black, pero podría intentarlo... Mal que
mal él, en aquellos años, había sido la segunda opción para ‘Padrino’ en la cabeza de James.
Quizá era tiempo de saber... tentar a la suerte.
Francisca Solar

Cap. IX: Hacia la Saeta de Fuego (Towards the Firebolt)

Mientras la mayoría de los miembros de la Orden emprendían la retirada, Dumbledore pidió a


Arthur y Molly Weasley que se quedaran un momento más. “¡Atento, siempre atento!” le
había dicho Moody a Harry, golpeándolo en el hombro, mientras conversaba con Lupin a un
Francisca Solar

lado de la gárgola. Tonks pasó junto a ellos, le guiñó un ojo a Harry y luego le sonrió
tímidamente a Lupin, quien le respondió, sereno, con la misma sonrisa. Moody no pudo
reprimir una risita cómplice, pero no disfrutaba con incomodar a su amigo, por lo que se
despidió con un gesto y caminó por el pasillo. También se despidió de Ron, Fred, George y
Hermione, quienes hablaban a viva voz cerca del ventanal. Al juzgar por la cara de enfado de
Hermione, probablemente estaba dándoles una pequeña charla sobre sus nuevas andanzas
en pos del buen funcionamiento de PEDDO, y, por supuesto, George había aprovechado el
momento para recordarle su pérdida de tiempo con semejante cruzada.

Lupin, intentando hacer caso omiso al leve rubor que subía por sus mejillas, miró hacia
Harry. Antes de la interrupción de Tonks, había estado a punto de responderle algo
relacionado con su nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras, Libertes Pittycarp...

- Ahmmm sí, conozco a Libertes – dijo, pensando un momento – Estaba dos o tres cursos
por encima de nosotros... quizá Arthur sepa más de él, pero podría decir que James adoptó
de él la idea del cabello engominado – sonrió, algo melancólico, pero sin querer ahondar
demasiado en los recuerdos, regresó al tema - Es un Auror de titulación reciente, no más de
cinco años... no sé qué hacía antes de entrar a la Academia. Se le puede comparar con
Lockhart en ciertos aspectos... pero no llega a tanto. Creo que es un buen tipo – opinó,
encogiéndose de hombros – Pero, y como bien dice nuestro amigo Ojo Loco, hay que estar
siempre atentos. Confío en tu instinto, ya sabes. Si crees que hay algo raro con él, no dudes
en avisarnos.

Harry asintió. - No me ha parecido tan mal profesor. El asunto del Club de Duelos ha sido
bastante interesante, pero quise preguntarte de todas maneras. Tú sabes mucho sobre
Defensa...

Lupin apretó los labios, agradeciendo la confianza. Harry lo estimaba, pero, cómo decirle... -
Ehhh... Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, ¿verdad, Harry? – murmuró, algo
tímido al pronunciar las palabras – Continúo viviendo en Grimmauld Place, así que, si
necesitas algo, o sólo quieres conversar, no dudes en llamarme.

Harry le sonrió, conmovido. Pocas veces lo había sentido así de cerca, o tan preocupado por
él. Podía adivinar su interés en apaciguar la falta de Sirius... pero no estaba seguro de
querer reemplazarlo. Sirius era único, y aunque sentía mucho aprecio por Lupin, jamás sería
lo mismo...

- Gracias... – respondió y, si bien en el fondo quería expresarle sus pensamientos al


respecto, prefirió callar, por ahora. Quizás se sentiría ofendido o algo, y en este minuto, no
se perdonaría el hecho de perder a la única figura “paterna” que le quedaba...

Unos segundos después los Sres. Weasleys aparecieron tras la gárgola. Se veían algo tensos,
pero sonrientes. Molly se acercó a Ron y a los demás, y le dijo algo al oído. Ron asintió, le
guiñó un ojo y la abrazó. Luego Arthur se volvió hacia Harry y se despidió con un
movimiento de su sombrero.

- Nos veremos muy pronto, Harry – dijo Lupin, desordenándole un poco el cabello – Más
pronto de lo que crees.

Algo torpe, hizo un ademán de querer abrazarlo, pero cambió de parecer a último minuto y
optó por estrecharle la mano, sonriente. Harry había dejado de ser un niño... y no sólo lo
demostraba su altura o la talla de sus zapatos. Su mirada era diferente, como también su
fuerza para hablar, decidir y actuar. Por un momento, Lupin habría dado lo que fuera porque
James y Lily estuvieran ahí, observándolo. Harry era todo lo que habían soñado.

Tras una última mirada, Remus, Arthur y Molly avanzaron por el pasillo. Fred y George
fueron tras ellos, no sin pasar antes algunos extraños dulces a Ron y dirigir una mirada
divertida hacia Hermione, quien hizo un ademán de ‘orgullo en alto’. Inmediatamente luego
de voltear, fijó la vista en los profesores Snape y McGonagall, quienes conversaban
seriamente cerca de la gárgola. Intercambiaron una mirada de entendimiento y, ágiles, dobló
cada uno por una esquina diferente.

- ¿Por qué siempre tengo la impresión de que sabemos sólo la mitad de lo que sucede? – dijo
Francisca Solar

Harry, mientras perdía de vista la figura de Snape camino a las mazmorras.

- Ya viste la cara de mi madre – opinó Ron, contrariado – Cree que aún somos unos “niños”,
y no me sorprendería que varios apoyaran esa idea.

- No sean tan desconfiados – habló Hermione – Acaban de invitarnos a participar, ¿eso no les
basta? – Miró su reloj – Si me preguntan, creo que es nuestra oportunidad para demostrar
que nuestro trabajo no ha sido en vano.

Harry asintió. Los tres amigos se miraron, animados, al tiempo que comenzaban a caminar
hacia la torre de Gryffindor. Estaban pensando exactamente en la misma idea.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

A la hora del almuerzo, Filch notó más puestos vacíos que de costumbre. Sabía que muchos
estudiantes aprovechaban aquel momento para estudiar, algunos para dormir y otros
simplemente para dar un paseo por los jardines, pero la mayoría jamás perdía la oportunidad
de disfrutar un buen banquete de Hogwarts. Tantas sillas vacías en Gryffindor, y otras en
Ravenclaw y Hufflepuff, lo hacía sospechar. Como siempre, el primer nombre que atacaba su
mente era el de aquel jovencito rebelde y busca-problemas llamado Harry Potter, el héroe de
todos, y el de sus dos infatigables amigos, Granger y Weasley. Rezongó al pensar en ellos,
pero tras abandonar su silla para ir en su búsqueda, se detuvo y lo pensó dos veces. Para él,
Potter ya era lo suficientemente grande como para evitar meterse en líos. Aunque, si se daba
la oportunidad, no dudaría en ponerlo en suspensión. Volvió sobre sus pasos, acarició el
lomo de la Sra. Morris, y ésta ronroneó cariñosamente. No perdería su almuerzo por
perseguir a un trío de alborotadores.

En aquellos segundos en que la mayoría de los estudiantes se agolpaban para ganar el mejor
trozo de pollo de las bandejas, Harry, Ron y Hermione, a muchos metros de distancia,
esperaban impacientes sentados en un mullido sillón de terciopelo azul. Encontrar aquella
sala secreta en el séptimo piso se hacía cada vez más fácil: Sólo bastaba con concentrarse
unos minutos y la puerta aparecía, frente a ellos, como si siempre hubiera estado ahí. No
había mejor lugar en Hogwarts para reunirse.

- Espero que todos hayan recibido sus notas – dijo Hermione, revisando atentamente el
pergamino que sujetaba en su regazo, lleno de nombres y firmas.

- Yo espero que Neville se acuerde de nosotros y traiga algo de comida – se quejó Ron,
frunciendo el ceño y acariciando su estómago – Muero de hambre.

Hermione le dirigió una mirada de reprobación y Harry sonrió. - No es tiempo para pensar en
comida, Ron – gruñó, y luego chequeó su reloj – Estoy perdiendo tiempo valioso. No he
confeccionado ninguna bufanda desde que llegué...

- No es tiempo para pensar en elfos domésticos, Hermione – remedó Ron, irónico.

- Pues ellos son quienes trabajan día y noche para darte de comer – le respondió, desafiante.

- Pero yo no los amenazo con mi varita para que lo hagan, ¡¿o sí?!

- ¡Ya me gustaría ver tu cara si hoy entraras al comedor y no hay cena! – exclamó,
enfadada.

- ¡Hay muchas formas de conseguir comida...! No solo los elfos saben cocinar, ¡¿sabías?!

- Pues tendrás que aprender a hacer un guisado con tu túnica... porque, apostaría, no tienes
idea ni de cómo materializar una manzana...

Harry sólo sonreía, mirándolos uno al otro como si estuviera presenciando un partido de
tenis. Hace mucho que no los escuchaba discutir, y aquello sólo podía ser un signo de
recuperación. Mientras se gritaban con aquella armoniosa familiaridad de siempre, Harry
arqueaba las cejas, divertido. ¿Cuándo iban a darse cuenta de que sus peleas sólo
demostraban la carencia de algo más? Pero ellos ni se dieron por enterados. Se dirigieron
Francisca Solar

una mirada de rabia y cada uno caminó, aún rumiando una respuesta, hasta esquinas
opuestas de la sala. Pero entonces, estáticos, advirtieron lo evidente. Voltearon, inseguros, y
se miraron como si acabaran de descubrir la presencia del otro. Ron sonrió, comenzando a
enrojecer.

- Extrañaba esto.

- También yo.

Casi con pánico, evitaron sus miradas. Hermione volvió a sentarse sobre el sillón, y Ron
caminó lentamente hacia el ventanal. Pero mientras ellos luchaban contra sus propios
sentimientos, la sonrisa de Harry había desaparecido. Las palabras de Hermione habían
retumbado en su cabeza como el más grande de los regaños. Dios, las bufandas. Había
olvidado completamente el asunto de PEDDO y, por supuesto, los enormes cerros de ropa
que sólo Dobby conserva, aún cuando ella piensa que su estrategia de liberación de elfos
domésticos ha sido todo un éxito. Harry frunció el ceño. Sería una gran decepción, y no
estaba seguro de que fuera el momento para dar malas noticias, pero en el fondo sabía que,
mientras más esperaba, más grande sería su sufrimiento después.

- Ahhmmm... Hermione – comenzó a decir, antes de que Ron pudiera seguir discutiendo con
ella - Hay algo que debería haberte dicho hace mucho, pero nunca encontré el momento y
entonces...

En mitad de la frase, fuertes murmullos se escucharon desde la puerta. Pronto la sala estaría
llena de gente, y en esas condiciones, prefería no hablar. Hermione lo apremió con la
mirada, instándolo a seguir, pero Harry negó con la cabeza. Esperaba que ella entendiera por
qué.

El primero en entrar fue Ernie Macmillan, solemne y bien erguido como siempre. Saludó
cortésmente a Hermione, quien hizo una pequeña marca en su pergamino, y luego se acercó
a Harry para estrecharle la mano. Ron le hizo un gesto desde la ventana.

- Preparado y dispuesto – pronunció, más ceremonial de lo que Harry estaba acostumbrado,


pero ya conocía la forma que Ernie tenía para comunicarse. Sólo atinó a asentir, callado, y
ofrecerle un lugar del sillón mientras esperaban a los demás.

Pronto tras Ernie aparecieron Lavender, Parvati y su hermana Padma, quien al divisar a Ron
volteó el rostro en signo de desprecio. Hermione sonrió para sí, quieta; las observó un
momento y volvió a chequear el pergamino. Luego Katie Bell, Alicia Spinnet y Angelina
Johnson entraron al lugar, charlando animadamente de lo que parecían ser los atributos de
la nueva Nimbus 2003. Mientras Harry se acercaba a ellas, visiblemente interesado en la
conversación, Hermione añadía tres marcas a la lista.

Zacharias Smith, Anthony Goldstein y Terry Boot fueron los siguientes, cada uno con un
pedazo de pie de manzana a medio comer. Ron hizo un gesto de elocuente ansiedad, y Harry
lo miró, encogiéndose de hombros. Al tiempo que se debatían en una lucha visual por quién
sería el primero en pedir un mordisco, Neville entró en la habitación, sonriente, con grandes
bultos en sus bolsillos. Ron se acercó a él, intuyendo su generosidad, y al tiempo que Harry
caminaba hacia la puerta, Neville les lanzó una sabrosa hogaza de pan a cada uno.

Ron sonrió abiertamente. - Amigo, me has salvado la vida – dijo, estrechándole la mano,
abriendo la boca para dar el más grande de los mordiscos. Harry también le agradeció,
mientras repartía miradas hacia Dean Thomas, Justin Finch-Fletchley y Colin y Dennis
Creevey, quienes se agolpaban por entrar.

- Filch tenía una mirada muy sospechosa cuando salimos del comedor... pero no te
preocupes, lo burlamos para que no pudiera seguirnos – dijo Colin, muy satisfecho consigo
mismo por haber sido de ayuda. Su hermano Dennis asentía, sonriente hacia Harry.

- ¿Quiénes faltan? – preguntó Ron, y antes de que Hermione pudiera pronunciar palabra, el
último grupo hacía su aparición: Hannah Abbott y Susan Bones, enfrascadas en una
acalorada discusión; Stella y Ginny, prácticamente abrazadas y muy risueñas, y tras ellas,
Luna Lovegood – quien caminó sin preámbulos hacia Ron, por sobre la mirada de furia de
Francisca Solar

Hermione – y Cho Chang, acompañada de dos estudiantes que Harry no había visto jamás:
eran Owen Cauldwell y Theresa Joyce, de séptimo año de Hufflepuff y Slytherin,
respectivamente.

Harry se encontró con los ojos de Cho casi por coincidencia, y por un segundo, quiso
mantener el contacto, sólo para cerciorarse de cuál era su posición al respecto. Pero ella lo
evitó rápidamente, adquiriendo un inusual interés por los libros de Defensa apilados en las
grandes estanterías.

Suspiró, relajando los hombros. No sentía nada. El aire era el mismo, su pulso no daba
señales de cambio y no había mariposas en su estómago. Todo estaba bien... no sentía
rabia, ni emoción, ni vergüenza. Nada en lo absoluto. De hecho, dudaba si alguna vez sintió
por ella algo más que una simple atracción...

Con un gesto cordial, Hermione había pedido a Dean que cerrara la puerta con el
encantamiento sellador, sólo por si a Filch se le ocurría venir a espiar. Luego todos se
reunieron en torno a Harry, esperando sus palabras. Él apretó los labios, sonriendo hacia sus
amigos. No estaba seguro de si debía o no hablar en frente de no-miembros, pero lo
tranquilizó la idea de que ya no había en los pasillos de Hogwarts una rechoncha y amargada
"inquisidora", dispuesta a coartar sus intentos por estudiar Defensa de verdad. Ya no corrían
peligro, eran un grupo legal ahora. Entonces, tomó aire.

- Me alegro de que todos estén aquí – comenzó a decir, sereno. Sacando fuerzas de
flaqueza, se obligó a sí mismo a ir al grano – Antes que nada, me gustaría decirles que,
como este año sí tendremos clases reales de Defensa Contra las Artes Oscuras, aún no estoy
seguro de que esto sea necesario.

Nadie entendía nada. ¿Para esto los habían citado? Un murmullo generalizado inundó la sala
y la mayoría intercambió una mirada de decepción, más aún los dos estudiantes
desconocidos. La Armada no podía acabar... habían puesto mucho en ello, arriesgado mucho.

Harry titubeó. - Es decir... No es que el grupo tenga que disolverse, sino sólo las clases... Me
refiero a que ya tenemos un mejor profesor en la materia – se excusó, refiriéndose a
Pittycarp – Él puede enseñarnos todo lo que...

No pudo continuar. Frente a él, Hermione había levantado su mano, moviéndola


insistentemente. Harry sonrió, tímido.

- ¿Sí, Hermione?

Ella mantuvo la sonrisa. - No estoy de acuerdo – dijo, segura como siempre – La AD es más
que un curso de Defensa, y lo sabes – arqueó las cejas, y Ron la miró fijo – Si lo notas, aquí
presentes hay representantes de tres de las cuatro casas de Hogwarts... – Inadvertida,
Theresa Joyce bajó la mirada, sintiéndose repentinamente desplazada. Aunque, en el fondo,
nadie la había invitado ahí - ¿Recuerdas el mensaje del Sombrero Seleccionador el año
pasado? Dijo que hay que estar más unidos que nunca... – hizo una pausa para que todos
pudieran procesar la información, y luego continuó – Esto se trata de apoyo y
compañerismo, Harry. Y, por supuesto, nadie dijo que no fuera divertido – terminó,
sonriendo elocuentemente.

Ginny soltó una carcajada, y pronto acaparó las miradas del grupo. - Jamás olvidaré a
Neville intentando un “Expelliarmus”... ¡caíste sobre Hannah y arruinaste su peinado!

Todos echaron a reír, incluso Neville y Hannah, quienes no podían disimular un leve rubor.
Aún en aquellos difíciles momentos de entonces, con la nariz de Umbridge en todos sus
movimientos, las clases de la Armada Dumbledore habían sido una hermosa isla en medio
del desierto. Por primera vez, alumnos de todas las casas se unían en una causa común...

- Ginny tiene razón – habló Ron, acentuando lo grave que había adquirido su tono de voz
desde el último verano – No había disfrutado tanto una clase como ésta. Además, si no fuera
por la Armada, jamás habría logrado desarmar a Hermione... – sonrió, y los demás hicieron
eco. Hermione se sonrojó, y escondiéndose un momento tras su pergamino, volvió a pedir la
palabra, levantando su mano derecha.
Francisca Solar

Harry sonrió de nuevo. - ¿Sí... Señorita Granger? – bromeó, haciendo que las risas
continuaran.

Levantó una ceja, divertida. - Me preguntaba, Sr. Potter – dijo, recalcando las últimas
palabras, sin perder la sonrisa – si podría hacer algunos alcances formales antes de
continuar la conversación...

Harry se rascó la cabeza. - Como quieras.

Ella asintió, satisfecha. - Bien... – empezó a decir, sujetando el pergamino a la altura de su


codo – Como supongo estarán todos enterados, el profesor Dumbledore ya sabe de nuestra
existencia... – Todos asintieron. Dejando en claro eso, continuó -...y gracias a nuestro arduo
trabajo y a nuestra lealtad hacia Hogwarts, nos han hecho una proposición asombrosa,
imposible de rechazar...

- ¿Vamos a enseñarle a otros estudiantes? – inquirió Parvati, emocionada, pero Hermione no


pareció alegrarse con la interrupción.

- Quizá van a darnos el EXTASIS de Defensa sin tener que pasar el examen... – pensó Ernie
en voz alta, pero Ron movió la cabeza.

- Aún mejor que eso – respondió, e intercambió con Harry una mirada de aliento.

- ¿Qué puede ser mejor que un EXTASIS gratis? – preguntó Dean.

- Está claro – dijo Luna repentinamente, con los ojos fijos en Ron – Ahora vamos a pelear de
verdad.

Harry y Ron abrieron los ojos como platos. Luna nunca dejaba de sorprenderlos. - Así es –
afirmó Hermione, mirando a Loony con suspicacia – Está la posibilidad de incluirnos en un...
proyecto mayor, en un ejército de verdad.

- ¡Oh, por Dios! – exclamó Susan, llevando las dos manos a su boca – ¡¿Vamos a estar...
vamos a unirnos a... la Orden del Fénix?!

Harry asintió, silencioso, y mientras Susan – así como también Ginny - intentaba reponerse
de la impresión, nuevos murmullos llenaron la sala.

- ¿Qué es la Orden del Fénix? – preguntó Padma, y tras sus palabras reinó el silencio. Todos
querían saber.

- Es una suerte de ejército formado en su mayoría por Aurores, fundado por el profesor
Dumbledore, el cual hace mucho tiempo se encargó de luchar contra Lord Voldemort... –
explicó Ron, y sólo algunos se agitaron al oír aquel nombre. La mayoría parecía estar
acostumbrada – Pero ahora se han vuelto a reunir, ya que el Señor Tenebroso ha regresado.
Y... bueno, como varios de sus miembros ya no están... – murmuró, sin atreverse a mirar
directamente a Harry, o a Susan, o a Neville - ...están dispuestos a incluir nuevos refuerzos.

- La Orden nos necesita, hoy más que nunca – habló Harry, tratando de demostrar que la
alusión a sus padres no fue tan dolorosa – Debemos agrandar nuestras filas, o nunca
tendremos opción de ganar...

El asentimiento fue unánime. La sola idea de abandonar la teoría y salir a pelear al mundo
real los excitaba de sobremanera. Ninguno de ellos, aún en las más enérgicas clases de
Defensa, habrían pensado que un día así llegaría. Harry sonrió al notar que todos estaban de
acuerdo, entusiasmados, e iba a agradecer el consenso cuando, una vez más, Hermione
tenía su mano en alto. Harry ni siquiera perdió el tiempo con palabras. Hizo un gesto con la
mirada, invitándola a hablar.

Ella sonrió. - Así me gusta. No podía esperar menos de ustedes... – dijo, y sus amigos se
miraron con orgullo – pero nos falta discutir varios detalles, entre ellos, nuestra propia baja
de miembros – explicó, revisando acuciosamente su pergamino – Hasta el momento, la AD
Francisca Solar

cuenta con 23 de los 28 miembros originalmente inscritos, ya que tanto Lee Jordan como
Fred y George Weasley terminaron la escuela... Michael Corner avisó su dimisión... – Ginny
pareció sonrojarse, pues Michael había entrado al grupo sólo por ella, el año pasado - ...y
Marietta... ¿Qué sucedió con ella? – preguntó en voz alta, mirando directamente hacia Cho –
Es la única de la que no tenemos noticia.

Cho se sintió algo intimidada, al notar que todas las miradas confluían en ella. - Eehhh...
Creo que, después de lo que pasó con esa tipa Umbridge, Marietta decidió cambiarse de
escuela – dijo, encogiéndose de hombros – Me parece que sus padres se trasladaron a
Francia, por lo que ella aplicó para entrar a Beauxbeaton.

Hermione hizo un gesto de entendimiento y tachó algunas cosas en el pergamino. Luego


levantó la vista, suspirando.

- Bien, tenemos entonces... cinco vacantes – comenzó a decir, mirando de reojo a Stella –
Supongo que estará bien si nuestros visitantes se presentan y nos cuentan por qué están
aquí.

Theresa, Owen, Seamus y Stella enrojecieron prácticamente al mismo tiempo. Se miraron,


preocupados, luchando visualmente para ver quién de ellos sería el primero en hablar. Los
demás esperaban impacientes, algunos cruzados de brazos y otros, más suspicaces,
observando detalladamente a los nuevos. Entonces Seamus, aclarando su garganta
sonoramente, dio un paso adelante.

- Y-Yo... bueno, yo debería haber entrado hace mucho – dijo, con la mirada hacia el suelo,
como si sus zapatos fueran la mayor atracción de la sala – Es sólo que... que... – elevó un
poco los ojos, quizá buscando la aprobación de Harry, y éste asintió levemente, instándolo a
seguir. Seamus sonrió – Quiero pertenecer a la Armada porque ahora sé la verdad. El Señor
Tenebroso ha vuelto, y no podemos dejar que recupere su poder.

Harry le sonrió amistosamente, así como Dean y Ron, sus amigos de siempre. - ¿Y qué
pensarán tus padres al respecto? – preguntó Ron.

Seamus no perdió la sonrisa. - Mi madre continúa con sus dudas, pero Papá me apoyará,
estoy seguro – concluyó, al tiempo que algunos murmullos comenzaban a su alrededor.

- Muy bien, gracias Seamus – rodeó el lugar con la vista - ¿A favor de la membresía de
Seamus Finnigan?

Todas las manos se alzaron. Hermione contó los votos – aunque fuera innecesario – y anotó
el nombre de Seamus al final de la lista.

- Eres oficialmente un integrante de la Armada Dumbledore – pronunció Harry,


extendiéndole el pergamino para que situara su firma junto al nombre escrito por Hermione.
Ni siquiera preguntó por qué debía firmar: estaba tan emocionado por la aceptación que no
hacía más que sonreír y estrechar la mano a quien se le acercara.

Antes de que todos pudieran advertir su movimiento, Owen Caldwell caminó hacia el centro
del grupo. Era alto, fornido como un jugador de Rugby y casi tan rubio como Draco. Sólo
distaban sus ojos café, profundos y serenos, además de su nariz levemente redondeada.
Dirigió una mirada fugaz hacia Ginny, quien le sonrió, tímida.

- Yo también quiero pertenecer a la Armada Dumbledore – dijo, firme y seguro, haciendo


que el murmullo cesara por unos segundos. Hermione lo instó a continuar – Hace unos días
me enteré de su existencia, por medio de... bueno, de uno de ustedes – Por alguna razón
pronunciar el nombre de aquella persona le suponía un gran esfuerzo, pero intentó seguir
hablando con naturalidad – y me agradaría mucho participar. Mis padres siempre han sido
fieles a Dumbledore, y aunque no son aurores, ayudaron a la Orden en los tiempos de terror
de V-V-Voldemort... – luego de tamaño esfuerzo, suspiró – Son muy cercanos a la abuela de
Neville y a los Weasleys... – Ron asintió, corroborando la información. Hermione anotó algo
en su pergamino - ...entonces, sé que estarían orgullosos de verme en una cruzada como
ésta, sobretodo si tiene a Harry como líder. Y yo... es decir, principalmente para mí, sería un
honor luchar junto a ustedes.
Francisca Solar

Casi mereció aplausos. Su forma de hablar recordaba a ratos a Ernie, quien sonrió satisfecho
al escuchar las palabras de Owen. Harry agradeció su confianza y Hermione volvió a pedir
votación. Nuevamente todas las manos se alzaron y Owen firmó, alegre, junto a su nombre
en el pergamino.

Nadie preguntó quien hablaría a continuación. Por inercia, todas las miradas convergieron en
Stella, quien no había pronunciado palabra desde que entró al salón. Ginny le hizo un gesto
de ánimo, y mientras ella le sonreía de vuelta, dio unos pasos hacia adelante. Cerró los ojos,
suspiró con nerviosismo y habló hacia todos, aunque sus ojos se desviaban constantemente
hacia Harry.

- Yo vengo de muy lejos, donde la época del terror no se tradujo en hechos sino en un eco
desbaratador... – comenzó a decir, tan imponente que parecía saborear cada palabra -
Muchos, escapando de Voldemort, rondaron las tierras donde vivo, y así conocí el dolor, la
desesperación y las pérdidas. Porque no fue necesario estar en Londres para sufrir la
miseria... aquella se extendió, pura, por más fronteras de las que imaginan... – Mientras
hablaba, aquel aire solemne que siempre la había caracterizado se hacía aún más patente. El
silencio que se produjo fue abismante, elocuente. Neville tenía su boca parcialmente abierta,
anonadado ante lo que escuchaba – He conocido, salvo un par, todos los colegios de magia
en el mundo – dijo, lo que causó un “¡Ohhh!” entre el grupo – y tanto el nombre de
Voldemort como el de Harry son conocidos... y venerados. Hay quienes piensan que el rigor
de los sangrepura debe gobernar... pero hay otros, como yo, que apelan por la paz y la
cooperación entre las personas. Mi lealtad está donde se alce la justicia y la sabiduría, y si
este grupo abraza la lucha contra la oscuridad, aquí es donde quiero estar. Porque añoro que
el miedo termine, y así regrese la luz.

Ninguno se atrevió a hacer comentario, ni mucho menos a romper la atmósfera casi mística
que cada palabra de Stella provocó en el grupo. Ron y Ginny la miraron con admiración,
sonriendo abiertamente. Hermione asintió en silencio, anotando su nombre en el pergamino
aún sin haber hecho la votación. Harry, por su parte, sentía el pulso acelerado. No estaba
seguro de lo que sentía... si entusiasmo, sorpresa, o fascinación. Pero no quería pensar
demasiado en ello, no ahora.

- Dicen que tu patronus es increíble – comentó Luna repentinamente, sobresaltando a la


mayoría. Susan asintió con vehemencia.

- Una mariposa perfectamente corpórea... maravillosa...

- ¿Mejor que el ciervo de Harry? – preguntó Zacharias, con su desconfianza de siempre.

- Igualmente fuerte – explicó Hermione – Sus patronus se enfrentaron y, en lugar de pelear,


se demostraron respeto mutuo.

- Wow... – exclamó, al mismo tiempo que Owen, Theresa y Justin.

Tímido, Dean levantó su mano. - ¿Sí? – dijo Stella, segura de que la pregunta iba hacia ella.

- Es que... se rumorea que puedes hacer magia sin varita – titubeó, pero sin dejar de mirarla
a los ojos – Goyle dice que estás poseída, que usas... magia negra...

Padma y Parvati, sincronizadas, ahogaron un grito de pavor. Stella bajó la cabeza, pensó un
momento y luego sonrió, serena. Todos esperaban una respuesta.

- Sólo se teme a lo que no se conoce, ¿no es así? – comenzó a decir, dirigiéndole una mirada
amistosa – Goyle me insultó y, en respuesta, me defendí con un truco muy fácil pero certero
- explicó, aunque un leve timbre de nerviosismo se distinguía en su voz - Le apunté con mi
mano y pronuncié el hechizo, pero en realidad tenía mi varita escondida bajo mi manga... –
finalizó, levantando su brazo. Colin y su hermano Dennis exclamaron de felicidad,
entusiasmados con la idea de intentar el truco ellos mismos.

- Nosotros estabamos ahí – habló Harry, caminando unos pasos y situándose a un lado de
Stella. Ron y Hermione asintieron – Goyle se lo merecía. Pero también nos sorprendimos...
Francisca Solar

fue un truco buenísimo.

Stella volteó la vista hacia él, agradecida. Estaban muy cerca el uno del otro, tanto que
rozaron sus manos por una milésima de segundo. Se sonrojaron levemente, pero no lo
suficiente como para que los demás lo denotaran. Cho, en cambio, frunció el ceño y se cruzó
de brazos, desarmando su sonrisa. No le agradó demasiado la escena.

- Bien... ¿les parece si votamos? – dijo Hermione, pero sin alcanzar a pronunciar “a favor
de...”, todos alzaron sus manos, alegres. Stella suspiró de felicidad, inclinándose para firmar
el pergamino.

- Bienvenida – murmuró Harry, estrechándole la mano, aunque no era precisamente el gesto


que le hubiera gustado hacer. Ginny corrió para abrazarla; al parecer, Stella era la hermana
mayor que siempre había deseado.

Luna, Justin, Angelina, Hannah y Owen la acorralaron para preguntarle más cosas acerca de
su patronus. Mientras, Collin, Dennis, Neville y Terry se apuntaban unos a otros con sus
varitas bajo las mangas de sus túnicas; desafortunadamente, ninguno lograba hacerla
permanecer en su sitio más de unos segundos. No era un truco tan fácil, después de todo.
Hermione, advirtiendo los murmullos, tosió un par de veces y esperó a que regresara el
silencio. Alzando una ceja, fijó los ojos en Theresa.

- Aún falta una persona – dijo, y todos recordaron. Theresa Joyce, alumna de Slytherin,
había tenido las agallas para presentarse. Ron no pudo evitar observarla con recelo... no
sabía si estaba de acuerdo en aceptar a alguien de Slytherin en el grupo. Justin, Hannah y
Alicia tampoco estaban muy convencidos... ¿Qué pasaría si fuera un espía de Draco y sus
amigotes? No podían confiar en ella...

- ¿Cómo supiste de nosotros? Es decir, de la Armada... – preguntó Angelina, frunciendo el


ceño. Harry pudo sentir la tensión en su voz... Conocía a Angelina desde hace mucho, y por
ello, sabía que no dudaría en sacarla a golpes del salón si se tratara de una espía.

Theresa tragó saliva, nerviosa. Se sentía intimidada, no había duda, pero aún así dio unos
pasos hacia adelante y trató de explicar su presencia.

- Bueno, y-y-yo... escuché sin querer a Ginny en el pasillo, cuando le contaba algunos
detalles a Owen... – comenzó a decir, no muy segura. No se atrevía a mirar a los ojos a
ninguno de los presentes.

- Sin querer, ¿eh? – habló Ron, con cara de pocos amigos, pero Stella lo tomó del brazo.

- Ron, dale una oportunidad, ¿quieres? – pidió, en un tono cálido. Ron asintió, dudoso, ella
sonrió. – Theresa, continúa por favor.

Ella, por primera vez, intentó sonreír, aún cuando todos le dirigían una mirada de
desaprobación. Quizá no todo estaba perdido, por lo que decidió ir al grano.

- No soy precisamente popular en mi clase... dicen que no debería estar con ellos, porque no
tengo nada contra los hijos de muggles, ni soy una fanática sangrepura, ni llevé puesta la
escarapela de “Weasley es nuestro rey” el año pasado... Aunque ninguno de ustedes se
fijaría en eso en una Slytherin, ¿verdad? – dijo, algo desafiante, pero intentó regresar a su
tono normal para aquietar los ánimos – Me apasiona la clase de Defensa, y los mejores
exponentes están entre ustedes... sé que no habría mejor lugar para aprender. Además, si
mis amigos supieran que estoy aquí, me odiarían de por vida, y aún así me decidí a venir... –
Estaba exteriorizando todas sus razones, pero al juzgar por los rostros de la mayoría, no
estaba siendo convincente. Sin más que agregar que su propia alma, continuó - Pero no les
voy a mentir. Mi familia lleva generaciones de fidelidad hacia Voldemort, y no es algo de lo
que tenga que enorgullecerme...

Bajó la mirada, sintiendo que sus últimas palabras bien podrían ser su sentencia fatal. Su
abuelo, su padre y su tío habían sido mortífagos... ¿Cómo iban a creen en sus buenas
intenciones?. Harry, luchando contra sus propios prejuicios, sintió la necesidad de actuar a
su favor.
Francisca Solar

- No importa de qué familia provengas... nadie te juzgará por eso – afirmó, y entonces
muchos lo apremiaron con la mirada, sobretodo Ron, como diciendo “¿Estás loco?” –
Recuerda, Ron – dijo, como respuesta a sus ojos iracundos – que Sirius venía de una familia
de mortífagos, y ni la Orden, ni mucho menos sus amigos, lo juzgaron por eso. Demostró ser
una persona íntegra, amable y leal... ¿Por qué Theresa no podría serlo también?

Hermione se mordió el labio inferior, nerviosa. En el fondo, Harry tenía razón. Sirius debía
cargar con el estigma de haber nacido en una casa de magos oscuros, pero aún así, supo
ganarse el cariño y el respeto de sus superiores y amigos. Quizá Theresa sí merecía una
oportunidad...

Zacharias, Anthony y Justin apenas respiraban. No estaban seguros de querer depositar su


confianza en una Slytherin, y mientras Hermione volvía a escribir sobre su pergamino, Owen
levantó la voz.

- Yo te creo – dijo, tan amigable como le fue posible – Corriste un gran riesgo en venir hasta
acá... Eso debe significar algo, ¿no?

Susan, observando los rostros de sus amigos, asintió levemente. - ¿Acaso no lo dijiste tú
misma, Hermione? – pronunció, a lo que la aludida puso cara de interrogación – Ehh... creo
que dijiste: “Las casas de Hogwarts deben unirse”, “apoyo y compañerismo”... o algo así.
Pero, ¿De qué sirve ese discurso si, sin más pruebas que nuestros propios miedos,
discriminamos a alguien por el color de su insignia?

Stella sintió que aquello era lo más sensato que había escuchado en mucho tiempo. Sonrió
abiertamente hacia Susan, acercándose a su vez hacia Theresa.

- Yo también te creo – dijo, apoyando una mano en su hombro – Se requiere mucho coraje
para enfrentarse a la intolerancia y al rencor. Me parece que este es un buen momento para
trabajar en sus diferencias, ¿no creen?

Harry no podía quitar de su mente el rostro de Draco, irónico, desagradablemente ruin. No


era la clase de persona que él admitiría en su entorno inmediato, pero Stella tenía razón.
Theresa tenía el derecho de participar... si compartía la lealtad de la Armada.

Sutilmente dudoso, miró a Hermione dando su aprobación. Ella asintió, aún con el rostro
contraído, y aclaró su garganta.

- Bien... ¿A favor de la membresía de Theresa Joyce?

Esta vez, varias manos permanecieron en los bolsillos de sus respectivos dueños. Ron, casi
apenado por demostrar su antipatía, bajó la cabeza y se abstuvo de votar. Zacharias se
mantuvo de brazos cruzados, desconfiado, al tiempo que, junto a él, Owen y Susan
levantaban sus brazos a favor. Hermione contó las manos... Por la diferencia de un voto, la
aceptación era mayoría.

Aún sin poder creerlo, Theresa elevó la mirada. Sus ojos bordeaban las lágrimas, feliz. - No
los defraudaré, se los prometo – dijo, mientras firmaba el pergamino.

- Bueno, si esto fue todo, creo que volveré a la sala común – dijo Anthony, contrariado. Giró
sobre sus pasos y dirigió una mirada agria hacia Theresa. Ella perdió su sonrisa por un
minuto, pero Stella se le acercó.

- No te preocupes... ya se les pasará – murmuró, apoyándola – También dudaron de mí al


principio. En estos tiempos nadie confía en nadie, ¿no?

Movió la cabeza, agradeciendo la cordialidad. - Tú sabes lo que se siente... Hablan cosas feas
de ti en mi clase...

Stella asintió, incómoda. Aquello no suponía para ella ninguna novedad. Pero antes de que
pudiera responder, Harry habló fuertemente hacia todos.
Francisca Solar

- Durante la semana recibirán una nota donde sabrán el día y la hora de nuestras clases –
dijo, y mientras la mayoría hacía un gesto de entendimiento, añadió – Y, por favor, traten de
pasar inadvertidos. No queremos que Filch nos encuentre...

Collin y Dennis exclamaron un “¡Sí, Señor!” al unísono, lo que hizo reír a Harry mientras los
acompañaba a la salida. En eso, Angelina lo detuvo.

- Harry, supongo que estás enterado de que inauguramos el campeonato de Quidditch este
año... contra Slytherin – dijo, mirando de reojo a Theresa – Las prácticas serán los viernes a
las cinco, pero este viernes primero lo usaremos para las pruebas. Espero que encontremos
bateadores tan buenos como Fred y George...

- Muy bien – respondió, entusiasmado por volver a jugar su deporte favorito... pero
entonces, como un rayo, se percató de un detalle importantísimo. Oh, oh. Su Saeta de
Fuego. Tantas cosas habían pasado que olvidó el asunto de su escoba. La última vez que la
vio fue cuando Dolores Umbridge, más neurótica que nunca, la había encadenado en el
sótano. Confundido, tomó su cabeza entre sus manos.

Angelina puso cara de interrogación. - ¿Qué sucede? – preguntó, visiblemente preocupada.

Harry dio un salto. Si le contaba, recibiría un regaño gigante. - Ehh no, nada. No te
preocupes, ahí estaremos el viernes – dijo, mirando a Ron. Ella, no muy convencida, asintió
y caminó hasta la puerta, donde la esperaban Alicia y Terry.

Ron se le acercó, sigiloso. - Harry, tu escoba... – murmuró, nervioso.

Frunció el ceño. - Lo sé, acabo de recordarlo...

- Podríamos ir a buscarla ahora – sugirió Hermione quien, junto a Stella, acababan de


despedirse de Ginny.

- ¿Qué le sucedió a tu escoba? – preguntó Stella, y Ron le relató un resumen de la historia.

- ...pero podríamos pasar todo el día buscándola. El sótano es un lugar muy grande... podría
estar en cualquier lado – concluyó Harry, desesperanzado.

- Bueno, al menos tenemos un bloque libre antes de Adivinación – opinó Ron – Hagamos
nuestro mejor esfuerzo.

Hermione y Stella asintieron. Harry les agradeció su ayuda y, mientras caminaban hasta la
salida, comenzó a pensar la mejor forma de abarcar el sótano para buscar... Quizá deberían
separarse o... De pronto, recordó a uno de sus amigos. Sin duda él conocería cada rincón de
las mazmorras de Hogwarts... le sería de mucha utilidad ahora. Entonces sonrió. Esperaba
que no tuviera demasiado trabajo en las cocinas.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- ¡¡Ron, mira por dónde caminas!! – le gritó Harry, segundos después de que su amigo
tropezara con una silla y casi cayera sobre él.

- Argghhh... odio tanta oscuridad... ¡Lumos! – exclamó Hermione, iluminando el largo pasillo
de piedra.

- Bien pensado – murmuró Stella, al tiempo que Hermione los hacía detenerse.

- Harry, no podemos vagar por el sótano... ¿No tienes idea de dónde puede estar tu escoba?

Él asintió. No había querido pensar en esa posibilidad, pero no le extrañaría demasiado


encontrarse con aquella sorpresa...

- Si me preguntan – dijo, arqueando las cejas – Yo comenzaría buscando en el despacho de


Snape.
Francisca Solar

Ron movió la cabeza, asintiendo. Le parecía de lo más lógico, pero Hermione demostró sus
dudas. Todo lo que sabían era que Umbridge había escondido la escoba de Harry en algún
lugar de ahí abajo y que la había atado con fuertes cadenas, para que él no pudiera jugar
Quidditch, pero de ahí a involucrar a Snape... no estaba segura.

- Esperen un momento – dijo Stella, acaparando la atención – ¿Acaso no sería más fácil...
bueno, no sería mejor que Harry dijera simplemente “Accio Saeta de Fuego”?

Harry apretó los labios, suspirando. - Sería lo más fácil, es cierto, y Umbridge ya había
pensado en eso...

- Le puso un contrahechizo para que Harry no pudiera convocarla... – explicó Ron – Así que
no nos queda más que mirar en cada esquina... y con tantas telarañas... – balbuceó, con
cara de pánico.

Lo más probable es que Hermione quisiera hacer algún comentario sobre la obsesión de Ron
con las arañas, pero la repentina reacción protectora de Harry la sorprendió. Unos metros
más adelante, y tal como los movimientos de Harry le estaban señalando, se comenzaban a
escuchar unos pasos.

- Snape nos matará si nos encuentra husmeando aquí... – susurró Ron, poniendo cara de
asco, pero Harry le dio un codazo en las costillas murmurando un “¡Cállate!”. Los cuatro
estaban escondidos, más apretados de lo que Hermione hubiera deseado, tras un viejo tapiz
bordado con dos serpientes cascabel. El rasgueo de unos pies arrastrándose se hacía cada
vez más patente, pero era un sonido extraño...

Harry tuvo una corazonada. Sonrió apenas, tentado de mirar y descubrir que, de algún
modo, su instinto le daba la razón. Y entonces, sin pensarlo demasiado, elevó su cabeza por
sobre la tela, dejando al descubierto a los demás. Ron, por la sorpresa, tropezó con su túnica
y cayó de bruces al suelo, no sin antes arrastrar a Stella consigo, quien intentó sujetarse en
Hermione. Ella, a su vez, dio un grito y soltó su varita, quedando todo en oscuridad.

Harry no pudo reprimir una carcajada. - Jajajaja.... eso les pasa por miedosos – rió, y sólo
Stella le sonrió de vuelta – Vamos, levántense. Sólo es Dobby...

Y así era. Dobby, el pequeño elfo doméstico y gran amigo de Harry, se asomaba, curioso,
por una grieta en la pared apenas iluminada por un vago haz de luz. Al parecer, él era el más
asustado con todo el asunto. Pero al escuchar la voz de Harry, salió de su escondite y saltó
de felicidad.

- ¡¡Harry Potter, Señor!! – gritó, con su particular vocecilla de duende, acercándose a él -


¡Qué alegría siente Dobby, Señor, de haber encontrado a Harry Potter!

Ron, sacudiendo el polvo de sus pantalones, ayudó a Hermione a levantarse. Ninguno de los
dos parecían muy felices por encontrarse con Dobby, pero al menos no era el profesor
Snape. Cuando hubo alisado suficientemente su túnica, Hermione ofreció su mano a Stella
para que se levantara... pero nada pasó. Por la falta de luz, Ron no podía ver lo que sucedía,
aunque el silencio era elocuente.

- ¿Stella...? ¿Stella, estás bien? – preguntó Hermione, dirigiendo su voz hacia la nada,
repentinamente preocupada. Y entonces, tan rápido que ninguno de ellos alcanzó a
reaccionar debidamente, un largo cabello rojizo destelló a pocos metros, alejándose en una
huida frenética.

- ¿Pero qué...? ¡Stella! – gritó Harry girando sobre sus pies, confundido y preocupado. En
aquel instante, Hermione encontró su varita y murmuró “¡Lumos!”, justo a tiempo para
divisar el último retazo de la túnica de su amiga, mientras volteaba la esquina del fondo.

Ron frunció el ceño. Aquello había sido demasiado extraño. ¿Qué le había sucedido?
¿Encontró algo espeluznante? ¿O es que acaso temía a los elfos domésticos? Bueno, no le
sorprendería. Con aquel rostro arrugado, dedos extralargos, orejas puntiagudas y calcetines
dispares en sus pies de payaso, no era precisamente un buen espectáculo qué admirar. De
hecho, conocía a varios estudiantes de Hogwarts que jamás habían visto a un elfo doméstico
Francisca Solar

en toda su vida. Quizá para Stella había sido mucha la impresión...

- Iré con ella – dijo Hermione, pidiendo a Ron que esta vez él iluminara el pasillo.

Harry, aún choqueado con la escena, volteó hacia Dobby, escuchando de fondo el sonido
hueco de los pasos de Hermione en el piso de piedra. El elfo tenía la cabeza gacha y las
manos entrecruzadas, con una expresión de tristeza.

- ¿Tan feo es el pobre Dobby que los amigos de Harry Potter huyen de él?

Harry sonrió, sintiéndose algo torpe. - No, claro que no, Dobby... – respondió, pero al no
saber qué decirle a cambio, intentó desviar el tema - ¿Sabes? Necesito tu ayuda para algo
importante.

Aquello hizo renacer la usual sonrisa en la haraposa criatura. - ¡Sí, Dobby ya lo sabe, Señor!
– exclamó, feliz de sentirse útil – Y como Dobby siempre quiere agradar a Harry Potter,
¡llevó su escoba a su habitación!.

- ¡¿Encontraste mi escoba?! – gritó Harry, agitado – Pero.. ¿Cómo supiste que...?

- Dobby siempre cuida los pasos de Harry Potter... – dijo, algo avergonzado. Si su piel no
fuera gris y escamada, quizá se le notaría un leve rubor - ...y escuchó cuando hablaba con
sus amigos. Entonces Dobby quiso ahorrarle el trabajo... ¿Dobby hizo mal, Señor? –
preguntó, con los ojos llenos de lágrimas, creyendo que había cometido un atrevimiento.

Harry negó con la cabeza, sonriendo nervioso. Temía que Dobby comenzara a golpear su
cabeza contra el muro.

- No, no... lo cierto es que te estoy muy agradecido. No la habría encontrado sin tu ayuda –
afirmó, al tiempo que observaba su atuendo – Como recompensa, recuérdame regalarte otro
par de calcetines.

Dobby sonrió. Varias lágrimas rodaban por sus mejillas. - Dobby nunca dudó de la grandeza
de Harry Potter, Señor... – sollozó, y un segundo después volvió a hablar - ...y ya que le ha
hecho a Dobby tan generoso ofrecimiento, quizá Dobby p-p-pueda pedir-r-r un fav-v-vor... –
pronunció con dificultad, ya que apretaba los dientes constantemente, casi como castigo. Al
parecer, los elfos domésticos no estaban habilitados para pedir favores... aquello sí que
suponía un gran atrevimiento.

- Está bien, Dobby. Pide lo que quieras...

Ron frunció el ceño. Aquella criatura ya los había puesto en problemas más de una vez con
sus peticiones. Pero Harry no tuvo corazón para negarse. Asintió con la cabeza, y Dobby alzó
la mirada, aún algo contrariado.

- Sé que Dobby no debería exigir nada... es decir, pedir, no exigir... pero si Harry Potter va a
regalar calcetines a Dobby, Dobby pide que sean... que sean elegantes...

- ¿Elegantes? – preguntó Ron, intrigado – Vas a arruinarlos muy pronto en las cocinas...

Dobby dio un salto. - ¡No, Señor! ¡Dobby no los necesita para trabajar, Señor! ¡Dobby debe
estar presentable para cuando llegue el Consejo de los Tareldar! – exclamó, entusiasmado, y
antes de que Harry y Ron pudieran preguntar quiénes eran los ‘Tareldar’, Dobby volvió a
exclamar: - ¡Los Tareldar, Señor... los Altos Elfos!

- Ohhh... – hablaron los dos amigos al unísono, dando un gesto de entendimiento. No era el
momento para charlar sobre árboles genealógicos, pero no había duda de que los elfos
domésticos, de algún modo, se relacionaban con los nuevos refuerzos de la Orden del Fénix.

Harry sonrió. - Si es así, compraré los más elegantes que encuentre...

Dobby volvió a llorar, sonriendo y haciendo múltiples reverencias ante él. - Harry Potter es
muy bueno con Dobby... Dobby siempre le estará agradecido...
Francisca Solar

Harry sabía que Dobby bien podría pasar el resto de la tarde haciendo reverencias, pero no
tenía tanto tiempo como para dedicárselo. Le urgía volver a deslizar entre sus dedos a su
Saeta de Fuego... Ron, por su parte, sentía acalambrada su muñeca derecha por sujetar
tanto tiempo su varita. De hecho, el hechizo Lumos comenzaba a tiritar... Con un gesto de
cortesía, ambos amigos se despidieron de Dobby y caminaron de vuelta por el pasillo, y una
vez fuera de las mazmorras, Harry comenzó a correr. Ron trató de seguir su paso, pero no lo
alcanzó hasta que, de tres en tres, subieron los escalones hasta los dormitorios.

Los ventanales estaban abiertos de par en par, dejando entrar la poca luz que aquel día gris
les entregaba, mientras las cortinas se deslizaban al compás del viento. Harry rodeó el lugar
con la mirada, pero no debió buscar demasiado: ahí, sobre su cama, su Saeta de Fuego
parecía llamarlo a su encuentro. Estaba dispuesta en una especial posición, casi como si se
encontrara tras una vitrina comercial, y su mango destelló por unos segundos dado que
Dobby, como era de imaginar, la lustró y limpió antes de marcharse. Harry se acercó y,
melancólico, la admiró un momento. No sólo era una de sus posesiones más preciadas, sino
que, por haber sido un regalo de Sirius, adquiría un valor único, incalculable. No podía
entender cómo dejó pasar tanto tiempo antes de ir en su búsqueda...

- Harry, ¿esa no es Hedwig? – preguntó Ron de repente, apuntando hacia uno de los
ventanales. Y, en efecto, una hermosa lechuza blanca batía sus alas, posándose suavemente
sobre la cornisa.

Harry se acercó a ella, y buscó en su pata derecha algún mensaje anudado. Pero no había
nada. Confundido, iba a preguntarle qué estaba haciendo ahí, y entonces notó que tenía
compañía. Una pequeña ave negra, similar a un cuervo, esperaba junto a Hedwig, y,
sorpresivamente, era ella quien cumplía el papel de mensajera.

Arqueando una ceja, volvió la vista hacia Hedwig, quizá pidiendo una explicación, pero ella
no hizo más que ulular insistentemente, picoteando su mano para que se acercara al ave
negra. No demasiado seguro, quitó el bulto de su pata callosa, y casi acto seguido, tanto ella
como Hedwig emprendieron vuelo, perdiéndose luego tras los altos árboles del Bosque
Prohibido.

Curioso, extendió el mensaje hacia sí. No era un trozo de pergamino, tal como solían ser
todos los mensajes que recibía, sino que parecía más bien un pedazo de papel de ‘cuaderno’,
aquel pilar de extraños pergaminos blancos que los niños muggles usan en sus escuelas.
Contenía finas líneas horizontales y verticales que formaban pequeños cuadrados, y entre
ellos, unas letras tensamente garabateadas se alcanzaban a distinguir. Recorrió las escuetas
palabras, rápido, y después de releer ávidamente unas diez veces más, subió la vista hacia
el cielo gris tras el ventanal.

Súbitamente, un aire frío envolvió sus pupilas. Su pulso aceleró su marcha y perdió la
sensibilidad en sus dedos, dejando caer el trozo de papel. Estupefacto, cayó sentado a los
pies de su cama, y sin estar absolutamente consciente de sus actos, sonrió, dejando que las
lágrimas se agolparan a libertad. Ron, nervioso e intrigado, cogió el mensaje del suelo, el
cual leyó con agilidad. Pero no perdió su tiempo en dirigirse a Harry. Con la mirada perdida,
dejó que las palabras se acentuaran en su mente. Incólume, a su lado, la Saeta de Fuego
brilló con intensidad.

            “Vencí. Soy libre, se lo debo a mis cuatro patas, y a tu fe.


            No me busques, yo lo haré. Mientras, mis saludos a Bellatrix.”
Francisca Solar

Cap. X: Una Oportunidad (Just a Chance)

Hermione se detuvo una vez más frente a la ventana y suspiró hondo. Sintiendo el craquelar
del papel en sus manos, discutió consigo misma la mejor manera de decir lo que pensaba.
No quería herir a nadie, no quería ser pájaro de mal agüero... pero tampoco quería que
Harry pusiera demasiadas esperanzas en un mensaje tan extraño como aquel. Suspiró de
nuevo y volteó. Ron, con la mirada perdida, acariciaba la Saeta de Fuego cerca de la
chimenea, aunque Hermione podía entender que sólo era un tecnicismo para no tener que
pronunciar más palabras de las que quisiera. Harry, en cambio, caminaba frenéticamente
alrededor de la Sala Común, confundido pero entusiasmado.

- Harry... – comenzó a decir Hermione, dubitativa.

Él detuvo su paso y la miró, fijo. - Sé lo que vas a decirme – murmuró – Pero quiero creer
que es él, ¿entiendes?

Hermione asintió, conmovida. - Lo sé, y por eso me preocupa. La persona que escribió esto
sabe lo importante que es para ti... “Soy libre... gracias a tu fe” – leyó, y Harry, evitando su
mirada, comenzó a andar nuevamente – Nadie más que nosotros desea que todo haya sido
una pesadilla... que Sirius haya escapado de algún modo y esté bien... pero no puedo fiarme
de un trozo de papel muggle... – explicó, quebrando su voz.

- También dice algo sobre “cuatro patas”... ¿Cuántas personas saben que Sirius es un
animago? ¡Muy pocas, y todas de confianza!

Ron elevó la mirada, sintiéndose repentinamente observado. En efecto, Harry lo apremiaba


desde la esquina, esperando escuchar su parecer.

- Creo, Harry, que por primera vez en mi vida concuerdo con Hermione sin discutir – dijo,
débil y quieto como si le supusiera un esfuerzo enorme pronunciar cada palabra – Sé lo
emocionado que estabas cuando leíste el mensaje, y que de verdad piensas que es él, pero...
bueno, tengo mis dudas, ¿sabes? Tampoco puedo imaginar a Sirius, campante en algún
pueblo muggle, pidiendo una hoja de cuaredno para escribir...

- “Cuaderno” – corrigió Hermione, pero sin darle demasiada importancia – Además, estoy
segura de que si hubiese pasado algo, el profesor Dumbledore ya lo sabría... ¿no crees?

Harry detuvo una vez más su paso. Suspiró y miró a sus amigos. - Creí que se alegrarían
tanto como yo... eso es todo.

- ¡Harry, por Dios! – exclamó Hermione, con los ojos algo empañados, acercándose a él –
Daría lo que fuera por creer que Sirius salió de aquel velo, ¡pero nada puede asegurárnoslo!

- ¿Y el mensaje que tienes en la mano? – inquirió.

Hermione dobló el papel en dos, devolviéndoselo a Harry. No quería mirarlo a los ojos. -
Podría ser de cualquiera... incluso, por más cruel que nos parezca, podría tratarse de una
broma...

- ¿Quién se atrevería a bromear con algo así? – preguntó Ron, exaltado.

- No lo sabemos, así como tampoco podemos saber si fue el verdadero Sirius quien escribió
aquellas letras...

Harry se sentía aturdido. Había pasado de la más completa felicidad al caos y la confusión en
Francisca Solar

menos de quince minutos. ¿Y si Hermione tuviera razón? Pero no quería pensar en eso...
quería creer que su padrino, astuto e inteligente como siempre, halló la manera de burlar el
velo y escapar. Quería creer que vivía, que debía esconderse por su seguridad y que por
miedo o suspicacia, decidió enviar a una extraño pájaro negro como mensajero. Suspiró,
bajó los hombros y se sentó en uno de los sillones frente a la chimenea, a un lado de Ron.
Algunas personas entraron y salieron del retrato de la Señora Gorda, pero Harry no les
prestó atención. Por el contrario, se dirigió a Hermione como si no hubiera nadie más en el
lugar.

- Si le envío una nota a Lupin... ¿crees que él pueda aclararnos el misterio?

Hermione asintió, aliviada de que Harry no comenzara a gritarles o algo parecido. - Es una
buena salida. Si la Orden ha recibido algún rumor, lo confirmaremos.

Harry movió la cabeza, sintiéndose presionado a estar de acuerdo. Pero de alguna forma,
Lupin podría despejar sus dudas. Conocía tantas técnicas de magia avanzada... quizás sabe
algún hechizo o poción que muestre la identidad de quien osó a escribirle, elevando tanto sus
esperanzas...

Se levantó de un salto. - Los veré en la cena – dijo, caminando hacia el retrato.

- Harry, tenemos Adivinación... – recordó Ron, antes de verlo salir.

Harry volteó un segundo, sin perder su seriedad. - Creo que renunciaré. Ya puedo hacerlo,
¿no? Obtuve su TIMO, pero no lo necesito para ser un auror. Dudo que la profesora
Trelawney note mi ausencia...

Hermione no tenía nada qué contradecir... Harry tenía razón; podía botar Adivinación sin
problemas. De hecho, Ron comenzaba a pensar en la misma idea... Observando el cuadro al
cerrarse, Ella y Ron se miraron, apenados. Seguramente Harry estaría enfadado con ellos por
no compartir su alegría, pero sentían que era peor avivar aquella emoción, pues no se
perdonarían si luego, sin previo aviso, cayeran en la cuenta de que todo fue un error. Ron,
en el fondo, deseaba con todas sus fuerzas que Sirius estuviera vivo... pero no quería
construir un castillo en el aire. No podía. En estos tiempos, tal como había dicho Stella, nadie
podía confiar en nadie.

Subió la escalera de caracol hacia la Lechucería sin más ánimo que con el que bajaba los
grandes pasillos hasta la mazmorra de Snape todos los miércoles. No cabía en sí de
desconcierto... ¿Quién sería lo suficientemente cruel como para enviarle aquella nota? Tensó
los puños. Si lograba encontrarlo... si lograba saber quién había sido el infeliz que...

Pero sus pensamientos no fueron más lejos. Al empujar suavemente la ajada puerta de pino
oregón, el suave ulular de las casi cien aves mensajeras se hizo fuertemente patente, y entre
ellas, la silueta esbelta de una estudiante se hizo paso hasta el ventanal. Ella volteó al
escucharlo entrar. Aún tenía entre sus manos a una pequeña lechuza parda, con el mensaje
bien anudado en su pata izquierda.

- Oh... hola Harry - saludó Stella, evitando su mirada por unos segundos. La lechuza en su
poder comenzó a batir sus alas intensamente, deseosa por emprender ya el viaje
encomendado.

- Hola – respondió Harry, sorprendido por encontrarla ahí. Se acercó unos pasos, recorriendo
el lugar con la vista, en busca de Hedwig – Nos asustaste mucho cuando escapaste de la
mazmorra... ¿Nunca habías visto a un elfo doméstico, verdad?

Stella, quien al parecer ya había comenzado a maquinar alguna excusa en su mente, abrió
los ojos de alivio al escuchar la última frase. Relajó los hombros, y sonrió.

- Sí, así es – dijo, apretando los labios, esquivando su mirada una vez más – Siento haberme
ido de esa manera.

Harry le sonrió, encogiéndose de hombros. - Está bien. Ron adivinó que Dobby te asustaría...
pero no te preocupes. Es un amigo – explicó, mientras caminaba entre los ruidosos
Francisca Solar

pedestales de madera en busca de su lechuza. El número de ellas era más abarrotado que de
costumbre, pero Hedwig solía distinguirse con facilidad entre el grupo. Sin embargo, esta vez
no había rastros de ella.

- Detrás de ti, junto a esa pequeña lechuza a rallas – indicó Stella, alzando su mano hacia
los nidos superiores. En efecto, Hedwig estaba ahí, desperezándose de lo que parecía haber
sido una gran siesta.

Sin que Harry volviera a llamarla, la gran lechuza blanca batió sus alas y fue a posarse sobre
el hombro de su dueño. Stella le sonrió, al tiempo que Hedwig movía su cabeza en una
especie de reverencia. Entonces ella volteó, susurró algo a la ave parda en su regazo, que
esperaba impaciente, y la liberó luego, perdiéndose tras las oscuras nubes que anunciaban
un pronto anochecer.

Harry, por su parte, se mantuvo absorto un momento, para luego suspirar, molesto. -
¿Sucede algo? – murmuró Stella.

- Olvidé escribir la carta antes de venir – dijo entre dientes, algo avergonzado por haber
cometido un descuido tan básico. El solo hecho de pensar en regresar a la sala común hacía
decaer su ánimo aún más...

- Toma – dijo, extendiéndole un pedazo de pergamino, una pluma y un bote de tinta – Yo


también lo olvidé, pero encontré esto aquí. A nadie le importará si usamos un poco... –
sonrió, al tiempo que Harry le agradecía con la mirada. ¿Quién olvidaría sus útiles en la
Lechucería? Nuevamente, lo que con cualquiera habría sido una vergüenza, con Stella se
transformaba en un detalle insignificante para reír.

Tomó el papel y lo partió en dos. Guardó un trozo en su bolsillo, y el otro lo apoyó contra
una de las ventanas. Sin pensarlo demasiado, relató lo sucedido con el supuesto mensaje de
Sirius, resumiendo los hechos y usando algunas palabras claves, pues aún debía considerar
la posibilidad de que alguien cerca de Voldemort estuviera interceptando la
correspondencia...
        Lo dobló con cuidado y le adjuntó el papel muggle con el supuesto mensaje de Sirius.
Luego recogió una delgada cuerda de las tantas desparramadas en el piso, y ató el mensaje
fuertemente a la pata izquierda de Hedwig. La tomó entonces en sus manos y la llevó al
ventanal.

- Escucha. Sé que dice “Lunático”, pero ya sabes para quién es, ¿no?

Hedwig inclinó la cabeza, impaciente, como si lo explicado fuera prácticamente obvio para
ella. Se detuvo unos segundos en la cornisa, sacudió sus alas ruidosamente y tomó vuelo,
saliendo luego ágilmente por el hueco de la ventana.

Mientras la veía alejarse, Harry miró a Stella por el rabillo del ojo. El silencio que se producía
entre ellos no era tenso, sino más bien de paz, pero, y disimulando su interés, aclaró su
garganta, al tiempo que regresaba sobre sus pasos.

- ¿Le escribías a tu madre? – preguntó, fingiendo estar limpiando la pluma con su túnica.

- Mmmm no, no precisamente – dijo, dejando notar una leve tristeza en su voz – Era una
nota de pedido para una librería en Birmingham. ¿No me rindo, sabes? Hace años que busco
un libro... único en su tipo, y hace unos meses alguien me dijo que podía encontrarlo en
Inglaterra... – elevó los ojos hacia el cielo gris, y suspiró - Ojalá sea cierto.

Harry dejó de frotar la pluma en cuanto Stella dijo la última palabra, arrugando la frente en
signo de agilidad mental. ¿Un libro? Como una escena fugaz, volvió a su mente el momento
en que se conocieron. Sonrió para sí, misterioso, y la observó, erguida aún frente al
ventanal.

- ¿Vienes? – pronunció Stella luego de unos segundos, caminando hasta la puerta.

- Ehhhmmm... luego – contestó, palpando el trozo de pergamino en su bolsillo.


Francisca Solar

Stella le sonrió a medias, murmuró un “Te veré en el comedor” y abandonó la Lechucería.


Harry, en tanto, esperó hasta que el eco de sus pasos se apagara tras la puerta. Entonces
caminó hasta el centro del lugar, aclaró nuevamente su garganta e hizo que su voz rebotara
en las paredes de piedra.

- ¿Quién de ustedes quiere ser la primera en traer un obsequio de navidad? – exclamó


sonriente, sintiendo su ánimo renacer, mientras decenas de lechuzas ululaban en símbolo de
entusiasmo. Nada más poderoso que notar, saber con certeza, que tienes la felicidad de
alguien en tus manos.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Tal como lo había prometido, Harry abandonó Adivinación. La profesora McGonagall no pudo
disimular su agrado ante tal decisión, pero le advirtió que, ni aún cuando lo deseara con
todas sus fuerzas, no podría botar Pociones. Conseguir ese EXTASIS era muy importante
para después postular con créditos amplios a la Academia de Aurores, le explicó. Harry había
asentido, resignado, pero salió del despacho con una agradable sensación de tranquilidad.
Una asignatura menos, una preocupación menos... sin contar el aumento de tiempo libre y la
libertad, siempre ventajosa, de no tener que inventar sueños o augurios de muerte en bolas
de cristal.

Ya que Hermione mantenía sus clases de Artimancia y Runas Antiguas – las mismas que
Stella había tomado, por consejo de su amiga – y como Ron no tenía intención de quedar sin
compañía a merced de las locuras de Trelawney, no demoró en hablar con McGonagall sobre
dejar Adivinación, sólo que esta vez la profesora no fue tan dócil. “Tus talentos no están tan
bien definidos como los de Potter, Weasley. El EXTASIS de Adivinación lo requieren muchos
más empleos de los que crees... Lo siento, pero hasta que no esté convencida de tu
vocación, no dejaré que abandones ninguna asignatura”, concluyó, y Ron, refunfuñando,
prácticamente salió del despacho dando un portazo. Durante todo el fin de semana apenas
se le pudo dirigir la palabra, y la cantidad de deberes que entre Snape, Flitwick y Binns les
habían dejado, no ayudaban en lo absoluto. Lo único rescatable era que, aún cuando
debieron permanecer gran parte de sus días de descanso en la sala común, afuera el clima
no les ofrecía un mejor panorama. Las nubes seguían tan negras como siempre,
amenazantes de lluvia, por lo que la mayoría de los estudiantes permanecía por voluntad
cerca de la chimenea.

El comienzo de semana, sin embargo, no sirvió para mejorar el ánimo de Ron. El lunes a
primera hora, McGonagall colgaba varias notas en el mural de la Sala Común. Como muchos
curiosos se acercaron a mirar, y ya que la sala estaba inusualmente abarrotada, prefirió
comunicar los avisos en voz alta. Tomó una de las notas, aclaró su garganta para que el
murmullo cesara, y comenzó a hablar.

- El profesor Pittycarp me ha enviado el programa de los próximos duelos. Verán sus


nombres en esta lista – dijo, levantando el papel, y luego volvió a leer – Además agrega que,
con motivo de los últimos acontecimientos, Ron Weasley queda automáticamente marginado
del encuentro.

Ron abrió los ojos como platos, y prácticamente se desmaya si es que Harry no lo sujeta del
brazo. McGonagall, dirigiéndole una mirada severa, volvió a hablar.

- No quiere decir que hayas reprobado, Weasley, mantén la compostura – dijo, al tiempo que
todas las miradas confluían en el choqueado pelirrojo – Sólo estás fuera del torneo, al igual
que el Sr. Malfoy... espero que Severus ya le haya avisado – pensó en voz alta, y un
segundo después retomó la idea - ...el torneo termina la próxima semana. Después de eso
podrás reincorporarte con normalidad al horario – explicó, arreglando sus gafas.

Más desanimado que nunca, Ron cayó pesadamente sobre uno de los sillones. - Es lo único
que me faltaba... McGonagall jamás volverá a tomar en serio mi asunto con la academia –
balbuceó en voz baja, triste. Ni aún la noticia de Draco había surtido un efecto positivo.
Hermione lo miró, preocupada, pero creyó que si acercaba sólo empeoraría las cosas.

- Pues bien... además – continuó, aclarando su garganta una vez más para acallar el bullicio
– ...se han publicado las fechas de salida al pueblo de Hogsmeade, y el aviso sobre el baile
Francisca Solar

de Halloween. Según entiendo, el ganador del Torneo de Defensa será condecorado... –


pronunció, algo más entusiasmada que de costumbre. Y es que no presentaba novedad el
hecho de que los mejores alumnos en aquella asignatura pertenecían a su casa. Inadvertida,
dirigió una mirada elocuente hacia Harry. Esperaba que él se alzara como ganador, sin duda.
Mal que mal, el Torneo de los Tres Magos debía ser una niñería comparado con esto.

Pero la multitud parecía más interesada en otro detalle: el baile de Halloween. Hacía
bastante tiempo que no se realizaba uno, y aquello no sólo excitaba a las chicas, sino
también, y sobretodo a esta edad, a los chicos. Pero, al contrario de lo que McGonagall
hubiera previsto, no hubo un bullicio de expectación al salir de la Sala Común. Miradas
cohibidas se cruzaban de esquina a esquina, y Harry no pudo dejar de advertir un palpable
nerviosismo en el ambiente, tensión que no se disipó ni aún en el comedor.

El silencio que se produjo en parte de la mesa de Gryffindor sorprendió hasta al mismo


Dumbledore. Hermione casi no despegó la vista de su plato de cereal en todo el desayuno.
Harry podía adivinar lo que pasaba por su cabeza, pero prefirió no hacer comentario. Ron
tampoco había emitido palabra, en parte por su desanimo, en parte por la angustia que
significaba pensar en un nuevo baile. Ginny y Stella también callaban, aunque intercambian
elocuentes miradas cada cierto tiempo. Ante tal panorama, Harry no se sentía cómodo como
para iniciar una conversación, por lo que también calló. De vez en cuando alzaba la vista
hacia el resto de la mesa, tan quieta como sus amigos. Pudo distinguir a Neville, también
absorto en sus tostadas, pero hablando consigo mismo, como si ensayara un discurso... y
frente a él, Lavender y Parvati, rígidas, rodeaban sus zumos de calabaza con los dedos. El
hecho de que no charlaran a viva voz sí que era extraño. Al parecer, el paso de los años
había cambiado algunas cosas – no tan sólo la apariencia física - y quienes antes eran sólo
amigos, ahora comenzaban a verse de otra manera... lo cual no aportaba demasiada
tranquilidad a la hora de pensar en una posible pareja de baile. Harry sonrió, pero volvió la
vista sobre su plato. Los únicos bulliciosos eran los más pequeños; primer, segundo y tercer
año, pues como ellos no podían ir al baile, lo más probable es que no se hubieran enterado
siquiera de su existencia, al menos por ahora.

Minutos después, Harry, Hermione y Ron comenzaban a caminar hacia la sala de Defensa.
Más atrás, Stella y Ginny hablaban en voz baja.

- ¿Vendrás con nosotros, Ron? – preguntó Hermione, sacando fuerzas de flaqueza para
iniciar una conversación, y por lo demás sabiendo que el tema aún era delicado para él –
Supongo que de todas maneras puedes seguir presenciando los duelos...

- No estoy seguro – respondió con la mirada perdida, encogiéndose de hombros – No he


comenzado a hacer el ensayo para el profesor Binns...

Hermione asintió en silencio, dispuesta a no insistir. Quizá necesitaba estar a solas. Al


tiempo que Ron se despedía con la mirada y caminaba hacia la torre Gryffindor, Stella se
reunía con Harry y Hermione en la puerta del salón. Notó la ausencia de Ron, pero prefirió no
preguntar. Sin comentarios, entraron a clase, descubriendo las usuales plataformas de duelo
con sus respectivas fundas azules. Libertes Pittycarp, caminando pausadamente por sobre
una de ellas, contaba pasos y escribía algunas cosas en una libreta.

- ¡Acérquense, acérquense! Mientras antes empecemos, mucho mejor... – exclamó, aún de


pie en la plataforma. Seamus cerró la puerta del salón tras de sí y corrió para escuchar las
instrucciones del profesor.

Harry dio un pequeño vistazo al lugar... ni rastros de Draco. Lo más seguro es que, al igual
que Ron, haya preferido hacer otra cosa que permanecer como un mero espectador. Y antes
de que comenzara a recordar con gusto el roce de su puño contra el mentón de Malfoy, la
voz de Pittycarp lo regresó a la realidad.

- Dejé el calendario de los duelos en sus salas comunes, espero que ya lo hayan visto... –
dijo, y la mayoría asintió - ...y si mi memoria no falla, comenzaremos con Hermione Granger
y Pansy Parkinson en este campo... y en el otro... Vincent Crabbe y Harry Potter.

Pittycarp no pudo evitar que su rostro enmarcara una sonrisa de niño al pronunciar el
nombre de Harry. Estaba ansioso por verlo batirse, por ver lo que era capaz de hacer.
Francisca Solar

Hermione subió el mentón con seguridad y subió a la plataforma, al igual que Pansy por la
otra esquina. En tanto, Harry avanzaba hasta el campo siguiente y subía de un salto, justo a
tiempo para ver a un grupo de Slytherin susurrándole algunos hechizos a Crabbe. En lugar
de intimidarlo, Harry sonrió, más confiado de lo que habría pensado. Si bien Crabbe lo
superaba físicamente tanto en alto como en ancho, para Harry aquello sólo podía significar
una ventaja. Él era más ágil, y por tanto, tenía más chance de esquivar sus ataques.

Pittycarp acomodó su cabello engominado con su mano derecha, se ubicó como siempre
entre las dos plataformas, e hizo un gesto pidiendo que se preparan. Siguiendo el rito
acostumbrado, los contendores caminaron hasta el centro, hicieron un pequeño movimiento
de cabeza y regresaron a sus esquinas, colocándose en posición de combate. El profesor
elevó la voz.

- Ya saben... sólo encantamientos de desarme. No queremos más accidentes, ¿entendido? –


Esperando a que los cuatro asintieran, mostrando aprobación, continuó – El primero que
logre inmovilizar las acciones del otro, o sacarlo de la plataforma, gana. Atentos...

Con su mano derecha levantada, miró su reloj de cadena. “Uno... dos...” pero no logró
terminar la cuenta. Pansy, tomando a Hermione por sorpresa y adelantándose con la peor de
las intenciones, gritó “¡Expelliarmus!” ante la mirada atónita de todos. El hechizo había sido
muy débil en cuanto a magia; no había logrado tirar la varita de su oponente ni crear
destellos rojos como era acostumbrado. Sin embargo, el chorro de luz había sido lanzado con
tal prepotencia que arrojó a Hermione varios metros fuera de la plataforma, cayendo
pesadamente contra el suelo de piedra. Harry ahogó un grito de sorpresa, y olvidando por un
segundo que tenía un duelo que realizar, saltó de la plataforma para correr hacia Hermione.

- ¡Potter, quédate donde estás! – gritó Pittycarp, y Harry congeló su movimiento. Él pasó por
su lado, raudo, y se arrodilló a un lado de Hermione. Ella, sacudiendo su cabeza y
sentándose con la ayuda del profesor, torció los labios de dolor - ¿Te encuentras bien? –
preguntó.

Hermione asintió, no demasiado segura, y Pittycarp giró la vista hacia las plataformas. - No
voy a permitir juego sucio en mi clase, Parkinson... –pronunció, enseriando su rostro hasta la
severidad.

Ella parpadeó varias veces, haciendo como si estuviera a punto de llorar, y un grupo de
Slytherin liderado por Goyle, unos pasos cerca, suprimió una carcajada.

- ¡No fue mi intención, profesor! Oí claramente cuando usted dijo “tres..”. Por que sí lo dijo,
¿verdad? – preguntó, con una forzada vocecilla inocente que no lograba persuadir ni a la
mitad del alumnado.

- No, no lo dije... – afirmó Pittycarp, suspicaz. Alzó una ceja, reticente a desconfiar de uno
de sus alumnos, pero la acción contra Hermione le había parecido claramente intencional.
Sin embargo, no tenía porqué dudar de la palabra de Pansy...

- Está bien, está bien... – comenzó a decir, resignado, mientras Stella ayudaba a Hermione a
levantarse – Ganas por esta vez, Pansy. Pero no me cabe duda que, si hubiera tenido la
oportunidad, la Srta. Granger habría sido un excelente oponente.

Pansy perdió por unos segundos su sonrisa inocente, y cruzó los brazos, indignada ante el
comentario. Pittycarp no solía manifestar de esa manera sus favoritismos, pero continuaba
pensando que ella había actuado con maldad. Hermione, por su parte, caminó con dignidad
hasta un improvisado sillón esquinero. Quitó uno de sus zapatos y, arrugando la frente, se
tomó el tobillo derecho. Esperaba que no tuviera ningún hueso roto.

Harry la observó desde su lugar, y Hermione le hizo un gesto con la mirada, dando a
entender que estaba bien. Dudoso, regresó a la plataforma, y miró con más determinación
que nunca hacia Crabbe. Ya había vengado a uno de sus amigos antes... lo haría de nuevo
ahora. Patearía a un Slytherin en nombre de Hermione.

Pero, al parecer, esta vez debería compartir los halagos. - Muy bien, avancemos. Por lo que
veo, terminaremos el torneo antes de lo presupuestado... – habló Pittycarp, mientras volvía
Francisca Solar

a situarse en su silla en medio de las plataformas. Sacó la libreta de su bolsillo, miró en ella,
tachó el nombre de Hermione y se dirigió a la multitud –Maris... ve con Parkinson.

Stella asintió con firmeza, miró hacia Hermione con complicidad y caminó hasta el primer
campo de duelo. Pansy, por su parte, no pudo dejar de hacer una mueca de desagrado,
dando unos pasos hacia atrás mientras Stella subía a la plataforma. Pansy había sido testigo
de cómo ella, con sólo un movimiento de mano, dejó a Goyle en la enfermería. ¿Sería capaz
de hacer tal tipo de magia enfrente de un profesor?. Harry y Stella se sonrieron, asintiendo
levemente. Ambos sabían qué hacer. Sin siquiera hacer las respectivas reverencias,
caminaron hasta sus sitios y volvieron a la postura de combate.

- A la cuenta de tres... ¡Pansy, espera la cuenta, te lo advierto! – exclamó, mirándola


directamente, sosteniendo su reloj – Uno... dos... ¡¡tres!!

Según lo que comentaría Pittycarp en la sala de profesores varias horas después – y lo que
haría que McGonagall elevara aún más sus consideraciones hacia el sexto año de su casa -
aquellos dos duelos (y los que vendrían) habían sido los más fáciles y directos que había
presenciado en su vida. Con un golpe seco y pulcro, y pronunciando hechizos mucho más
simples de lo que Pittycarp hubiera esperado, tanto Stella como Harry desarmaron a sus
oponentes en un dos por tres, ganando en forma inmediata.

Stella había dicho “¡Diffendo!”, haciendo que la túnica de Pansy se rompiera en las costuras
y cayera a pedazos. Obviamente, Pansy se enredó torpemente con ella y rodó fuera de la
plataforma como un bulto de papas (Seamus había dicho “bulto de estiércol”, pero no
demasiado alto como para que los demás escucharan). Hermione, Lavander y Parvati
aplaudieron entre risas, al tiempo que Goyle y sus amigos intentaban ayudar a Pansy,
histérica entre los retazos de tela. Harry, por su parte, había exclamado “¡Petrificatus
Totalus!”, dejando a Crabbe como una estatua de piedra. Curvando sus labios en una sonrisa
de satisfacción, se acercó a él con paso decidido, y tocó con su dedo índice la grasosa mejilla
de Crabbe. Estaba completamente inmóvil, pero podía escuchar su respiración agitada. Por la
sorpresa del hechizo, había quedado con una horrenda expresión en su rostro, sin mencionar
la graciosa postura de sus brazos y piernas.

Esta vez fue Pittycarp quien tuvo que reprimir una sonrisa. Alegre, escribió algunas notas en
su libreta y elevó los brazos.

- Bien... muy bien, excelente... – murmuraba, al tiempo que subía al segundo campo. Hizo
un gesto de aprobación hacia Harry, liberó a Crabbe del hechizo con un leve movimiento de
su varita, y luego se giró hacia el resto de los alumnos – Esto les demuestra... - comenzó a
decir, alzando la voz lo suficiente como para que se escuchara hasta el pasillo - ...que hasta
los encantamientos más simples, pero usados con pericia e inteligencia, pueden desorientar
al más fuerte de los oponentes...

La mayoría de los espectadores asintieron, conformes. Y entre ellos, quienes integraban la


lista de la Armada Dumbledore, sonrieron ampliamente hacia Harry. Su líder, una vez más,
les demostraba que no había que manejar magia extraordinaria para triunfar ante el más
peligroso de los desafíos... a veces, la astucia o la agilidad podían aportar más beneficios de
lo imaginado.

Pero el show no había terminaba aún. Durante los siguientes cuarenta minutos, uno a uno el
resto de los alumnos de Slytherin y Gryffindor fueron pasando a sus respectivas plataformas.
Y aún cuando los de la Armada Dumbledore se resistieron estupendamente – Neville,
sorprendiendo a sus amigos, se convirtió en un gran contendor, pero terminó siendo abatido
con un sencillo “Impedimenta” – todos sucumbieron ante la magia desplegada por las varitas
de Harry y Stella. Pittycarp, anonadado, seguía el movimiento de sus dos alumnos favoritos
al mínimo detalle.

- Nunca había visto duelos tan ágiles... – comentó en voz alta, mientras Stella liberaba a
Dean del “Tarantallegra” con el que lo había vencido. Se rascó la cabeza y volvió a dirigirse a
la multitud – Entonces, lo que nos resta es... Bueno, el próximo y último duelo será entre
Potter y Maris, naturalmente. De ellos saldrá el finalista de esta sección... – explicó, y un
murmullo de expectación llenó pronto la sala – La otra sección terminó sus duelos el viernes
pasado, y el finalista fue Owen Cauldwell, de Hufflepuff. Él deberá batirse con uno de
Francisca Solar

ustedes... – dijo, apuntando con su varita a Stella y a Harry alternadamente, sonriente – Así
tendremos a nuestro ganador.

El sonido del murmullo creció. Algunos incluso ya arrastraban sillas hacia el perímetro de la
plataforma: no se perderían por nada ni un detalle del duelo final. Sin embargo, y aunque
Pittycarp era claramente el más entusiasmado con la idea, chequeó su reloj y desapareció la
sonrisa de sus labios.

– Ehhhh... chicos, se nos acabó el tiempo – se lamentó, levantándose de su silla – Supongo


que dejaremos este duelo para la próxima clase. Para entonces los quiero a todos
temprano... No sólo presenciaremos una buena muestra de magia, sino además,
comentaremos todos los duelos y daré algunos consejos de reforzamiento a los que
considere menos aventajados.

Decepcionados, los que ya estaban ubicados en una posición privilegiada cerca de los
campos, se levantaron lentamente de sus asientos y abandonaron poco a poco el salón,
comentando todo lo que habían presenciado. Harry y Stella, por otro lado, se miraron
intensamente un momento y luego se acercaron rápidamente hasta Hermione, ayudándola a
levantarse.

- ¿Cómo está tu pie? – preguntó Harry, mientras la tomaba fuertemente de la cintura. Al


mismo tiempo, Stella tomaba uno de los brazos de su amiga y lo apoyaba en su hombro.

- Bien... aunque no me vendría mal visitar la enfermería, sólo en caso de que se trate de
algo de más cuidado.

Harry asintió, pero Stella se detuvo, sin permitir que avanzaran. - Ejem... Harry, no te
preocupes, yo la llevaré – dijo, en un tono sospechoso. Y aprovechando que Pittycarp se
había acercado para comprobar el estado de Hermione, Stella le susurró, bajito: “Ve con Ron
y cuéntale lo sucedido”.

Harry entendió el mensaje y sonrió. Suavemente se separó de Hermione y caminó hasta la


salida, mientras Pittycarp lo seguía con la mirada hasta la puerta.

- Gran trabajo, Maris – pronunció al voltear, algo solemne, y Stella no atinó más que a
sonreír.

Avanzo luego junto a su amiga y salió del salón, atravesando las miradas curiosas y ávidas
de varios alumnos de sexto. Corrían feos rumores sobre ella, muchos apenas se le acercaban
por creer que tendría alguna ligazón con artes oscuras, pero poco a poco la desconfianza se
transformaba en respeto después de tales demostraciones de fuerza y experticia. Y no es
que no le importara el grueso del alumnado, pero a Stella le interesaba por sobre todo la
opinión de sus amigos más cercanos. Eran ellos los que habían hecho de su corta estadía en
Hogwarts el mejor de sus viajes, y si perdía su confianza o su amistad – algo que sabía que
sucedería, lamentablemente, tarde o temprano – no podría soportarlo. No ahora.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Después del almuerzo, muchos alumnos gozaban de un bloque libre antes de su siguiente
clase. Por ello, era posible ver los pasillos llenos de estudiantes aglomerados en torno a las
fogatas, o bien resguardados, como siempre, en sus respectivas salas comunes. Pero Harry y
Ron, enfundados en sus gruesas bufandas rojo-amarillo y con sus usuales guantes azules
protegiendo sus manos, caminaban a paso lento por el segundo piso.

- Entonces, tú crees... es decir, ¿Crees que debería... que debería pedírselo? – titubeó Ron,
arrugando la frente sólo de pensar en esa posibilidad, con la vista fija en sus pies.

Harry sonrió. - Es tu decisión, Ron, yo no quiero involucrarme... pero ya sabes lo que pienso.
No cometas el mismo error dos veces, ¿quieres?

Ron suspiró hondo antes de asentir, callado. Harry lo hacía sonar tan fácil, pero lo cierto es
que la angustia de un posible rechazo era más fuerte que su determinación a arreglar
definitivamente las cosas con Hermione. Al tiempo que doblaban la última esquina, comenzó
Francisca Solar

a pensar algo qué decir en su defensa, pero las circunstancias no lo ayudaron. Muy cerca de
la puerta principal de la Biblioteca, Stella y Hermione hablaban animadamente. Harry notó
que cojeaba levemente, pero se veía bien y de buen ánimo. Luego hicieron un gesto de
despedida; Hermione entró a la sala seguida de unos niños de primero y Stella giró sobre sus
pasos en dirección a los jardines. No a muchos metros de distancia, Harry y Ron observaban
la escena.

- Bien, amigo... es tu oportunidad – habló Harry, instándolo con la mirada a caminar hasta la
Biblioteca – Inténtalo.

Ron tragó saliva con fuerza y volvió a asentir. Caminaron juntos a la puerta, Harry le dio una
palmada en el hombro y giró en dirección contraria.

- ¿Y tú que harás? – preguntó Ron, intrigado, al verlo alejarse.

- Yo no quiero comenzar con un error – pronunció, sonriendo elocuentemente y girando


luego la mirada hacia la escalera de piedra, por la que comenzaba a bajar. Ron demoró un
segundo en entender, pero pronto elevó una ceja y sonrió. Lamentó no haberle deseado
suerte.

Pero Harry sentía que no era ‘suerte’ lo que necesitaba para esto. Sólo decisión, algo de
confianza en sí mismo... y adelantarse a cualquier otro que quisiera invitar a Stella al baile.
“Bueno, ahí entra algo de suerte”, admitió, pero las cosas no podían salir mal. Es decir, no
estaba dejando el asunto para último minuto, y eso ya depositaba mucho a su favor, ¿no?.
Mientras caminaba entre los pilares del último pasillo, divisando ya los primeros retazos de
césped del jardín, recordó cuando, subsumido en un pánico indescriptible, se había acercado
a Cho para invitarla al baile de los Tres Magos. Había sudado bajo su túnica, tartamudeado
como un niño de cinco años, y para colmo de males, había terminado con las manos vacías.
Todo por haber sido demasiado cobarde como para no invitarla antes. Por eso, recomendó a
Ron que no cometiera el mismo error otra vez... que no dejara que otro se le adelantara con
Hermione, así como él no dejaría que Stella fuera la pareja de alguien más, si podía evitarlo.
Pensó en ella y una agradable sensación lo embargó desde el estómago hasta el cuello de su
camisa. Sonrió para sí, nervioso pero animado, y entonces la vio, sentada a la orilla de la
gran fuente del patio central. Su pelo se movía graciosamente a causa de la brisa, tenía su
bufanda fuertemente asida a su cuello y leía un pequeño libro verde con cubierta de
terciopelo. Estaba sola, era su oportunidad, y cuando ya sólo la separaban de ella unos
cuantos metros, una figura alta con una gruesa bufanda negra-amarilla se acercó, tímido y
cabizbajo. Harry se detuvo en seco, apenas a unos pasos de distancia; abrió los ojos al
máximo y agudizó el oído.

- Ahmmm... Stella, ¿podría hablar contigo? – comenzó a decir Owen, mirándola a los ojos
ahora, de pie frente a ella. Stella le sonrió de vuelta – Es... es sobre el baile...

Harry no daba crédito a lo que acababa de escuchar. ¿Aquello llamado “suerte”... lo había
traicionado? Fijó la vista en Owen, y por un segundo hubiera preferido no conocerlo, no
confiar en él, no haberlo considerado jamás entre su grupo de ‘amigos’. Hubiera dado lo que
fuera por que no le agradara, y así caminar hasta allá y sabotear su intento de hablar con
Stella. Pero no, no era así. Lo cierto es que Owen le caía muy bien, apreciaba su lealtad
hacia Dumbledore y era un buen participante de la Armada. De hecho, eso era lo peor de
todo: era un buen tipo, y no podía odiarlo, ni mucho menos obstaculizar su conversación.
Estaba en su derecho... había llegado primero, y tenía que aceptarlo. Mucho más apenado
que enojado, Harry se dejó caer en una de las bancas al borde del jardín, a unos diez metros
de la fuente, donde Owen ya había tomado posición junto a Stella y se inclinaba para
hablarle. Sintiéndose algo “derrotado”, sintió una mano tibia posarse en su hombro.
Sorprendido, volteó el rostro y una sonrisa de niña se le acercó.

- Hola Harry – dijo Cho, con más seguridad en su voz de lo que él hubiera querido – Qué
bueno que te encuentro...

Rodeó el banco lentamente, se sentó junto a él y lo miró fijamente a los ojos. Acomodó su
largo cabello negro hacia atrás e hizo un movimiento coqueto con su bufanda. Harry tragó
saliva. No pudo dejar de sentirse algo intimidado, y sintió sus mejillas arder.
Francisca Solar

- Ho-hola Cho... – saludó Harry, dudoso.

- ¿Supiste del Baile de Halloween? – dijo, tan golpeada y directamente que Harry se
sobresaltó. Oh, oh. Eran las palabras mágicas. Por años había planeado en su mente un
momento así... pero ahora repudiaba aquella idea, tanto como volver a estudiar escregutos
de cola explosiva. ¿Por qué tenía que pasarle a él? Cho había actuado muy raro estas
semanas. Apenas le había dirigido la palabra, había evitado su mirada en las reuniones de la
Armada y nunca se le había acercado por iniciativa propia en lo que iba del año escolar. ¿Por
qué tuvo que elegir justo hoy para “limar asperezas”?. Harry había llegado a pensar que,
después de lo sucedido el año pasado, ella aún mantenía cierto resentimiento hacia él, pero
este cuasi acoso del que ahora estaba siendo víctima le corroboraba justo lo contrario.
Asintiendo levemente, casi con miedo, Harry se acomodó en su asiento y se resignó a su
suerte. – Y... ¿ya... ya tienes pareja?

Harry suspiró, pensando lo que diría a continuación. Mientras, unos metros hacia el oeste,
Stella y Owen habían hecho una pausa en su conversación. Aprovechando el repentino
silencio, Stella giró su cuerpo y acomodó su bufanda, y al tiempo que sus ojos recorrían por
inercia los alrededores, divisó a Harry charlando con Cho en una de las bancas aledañas. La
sonrisa que había estado en su rostro hacía ya varios minutos se esfumó, apretó los labios
con decepción y volvió a su postura original, algo triste. Suspiró hondo, elevó los ojos y se
encontró con el rostro de Owen, demostrando una leve impaciencia.

- ¿Y... qué dices? – preguntó, y Stella clavó sus ojos en él. Suspirando de nuevo, asintió. -
¡Excelente! – exclamó, animado, y se levantó de un salto – Te veré en las lecciones de la
Armada, supongo, entonces...

Stella volvió a asentir, le sonrió de despedida y él comenzó a andar de vuelta al castillo,


pasando muy cerca de Harry en su camino hasta la escalera de piedra. Él lo notó, lo siguió
con la mirada y luego volteó, curioso, hasta donde estaba Stella. Ella también lo observaba,
atenta, y por unos segundos compartieron una mirada cargada de tensión y nervios. Harry
fue el primero en cortar el contacto, y giró hacia Cho. Ella, unos segundos después, se
levantó de la banca y caminó a su vez hasta la escalera. Stella la siguió hasta que se perdió
tras la esquina. Por primera vez en su vida, sentía latir en su corazón real animadversión;
por primera vez, deseaba que Cho perteneciera a la casa de Slytherin, para así haber
competido con ella en el torneo de duelos. Pues, y de eso estaba segura, hubiera empleado
algo más que un simple “Expelliarmus”...
Francisca Solar

Cap. XI: Pacto de Paz (Peace’s Pact)

Las gotas de sudor en su frente empapaban a ratos su almohada, pegaban el cabello a su


nuca y dificultaban su respiración, pero él no podía percibirlo. Estaba encerrado, atrapado en
el peor de los sueños... atosigado por el hedor a podredumbre y la angustia de la
persecución. Giraba violentamente entre las sábanas, murmurando frases ininteligibles, y
lanzaba manotazos aleatorios, protegiéndose de un enemigo invisible, pero que sólo reinaba
en su sueño. Sus ojos lo llevaban a un pasillo sin salida, oscuro y húmedo, mientras
escuchaba un cuerpo arrastrarse cerca de sus pies. Era una serpiente, enorme, y podía
sentirla, pero no verla... Una voz lo llamaba, furioso, exigiéndole lealtad... En eso, jadeante,
la manga de su pijama dejó ver un leve resplandor, el cual no brilló lo suficiente hasta que
volvió a girar: en su antebrazo, tan nítido como la primera vez que apareció, la marca
tenebrosa invitaba a sus seguidores.

Severus Snape se agitó fuertemente, preso de un espasmo de dolor. Cerró los puños, movió
su cabeza en todas direcciones, gritó “¡¡Noooooooo!!” y despertó de un salto. Tenía el
estómago revuelto, las pupilas dilatadas y una punzada horrible latía en su sien derecha. Se
sentó sobre la cama, puso los pies sobre el suelo helado y se tomó la cabeza: esta vez había
sido demasiado. Tendría que contárselo a Dumbledore, pero cómo decirle... cómo confesarle
que Voldemort, esta vez, lo estaba usando a él como intermediario. Seguramente lo
marginaría de la misión de la Orden y no volvería a confiar en él. Lo peor de todo, claro, era
que el estúpido de Potter ya no tendría que sufrir alucinaciones, o escuchar voces en su
cabeza, o soportar su cicatriz ardiente cada vez que el Señor Tenebroso cambiara de
humor... No, ahora el ratón de laboratorio era él, el más esquivo de sus seguidores, y eso
que, al menos hasta hace unos meses, se consideraba a sí mismo un experto en
Oclumencia...

Hizo una mueca de dolor y tomó fuertemente su antebrazo. Hubiera dado lo que fuera
porque aquel escabroso dibujo de calavera dejara de arder... lo estaba volviendo loco. Elevó
la vista hacia la ventana y notó que aún era de noche. Faltaba mucho para bajar a
desayunar. Suspirando profundo, volvió a recostarse sobre la cama, pero ni siquiera se
arropó. La sola idea de volver a dormir, lo atormentaba... No quería encontrarse nuevamente
con aquellos ojos amarillos, llenos de odio, y aquella desagradable voz siseante,
amenazándolo de muerte por desertar...

Cerró los ojos e intentó concentrarse. No se dejaría manejar como un títere... esa era una de
las grandes diferencias entre Harry Potter y él. Severus Snape no volvería a inclinarse ante
nadie... y si tenía que enfrentarse a Lucius, no dudaría en hacerlo. Podía poner sus manos al
fuego porque el patriarca de los Malfoy iba tras él. Sin embargo, no tenía miedo. El viejo
Severus tenía sus cartas bajo la manga, después de todo... y no en vano.

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- ¿Me creerías que Steve Lyndon, ese zopenco de Ravenclaw, ya le había enviado una nota
pidiéndole ser su pareja? Por suerte, Hermione le dijo que no... aunque nunca supe bien por
qué - contó Ron a Harry, encogiéndose de hombros. Hablaba con un deje de nervios pero
Francisca Solar

sonriente, mientras conversaban tras una de las últimas estanterías de la Biblioteca. A pesar
de varias noches de trabajo, aún lidiaban con el ensayo de Binns.

- Claro que te creo - respondió Harry, dejando a un lado su pluma y su libro “El nuevo
Génesis: Magos y Ancestros”, para luego mirar hacia el horizonte. Sí que sabía él sobre
adelantados oportunistas... - Entonces, ¿te dijo que sí?

Ron asintió, haciendo una mueca de niño. - Dijo que apreciaba el hecho de que por fin
recordara las cosas que ella dice... y que, inteligentemente, tomara su advertencia de no
dejarla como última opción. Pero jamás la hubiera invitado si no me hubieras instado a...

Tuvo que interrumpir su discurso en la mitad. Por el rabillo del ojo pudo distinguir a
Hermione y Stella caminando hacia ellos, con libros y pergaminos en sus manos.

- ¿Stella, no me prestarías tu ensayo? Si escribo una línea más sobre el origen del mundo,
moriré de aburrimiento...

Stella suprimió una carcajada. - Bueno, puedes copiar algunas cosas del mío, pero... ¿Por
qué no se lo pides a Hermione? Seguro que el de ella está mucho mejor...

Ron se sonrojó levemente y elevó los ojos hacia Hermione. Ella apretó los labios. - Ya lo
había pensado, pero siempre le estamos pidiendo favores escolares... Ya es hora de que la
dejemos un poco en paz, ¿no Harry?.

Harry asintió, lo que produjo en Hermione una sonrisa tímida. - Está bien, chicos... No me
importa ayudarles, o prestarles mis apuntes, pero lo cierto es que... ehhh bueno, no he
terminado mi ensayo aún...

- ¡¿Que qué?! - exclamó Ron y, acto seguido, varias voces iracundas a su alrededor lo
hicieron callar, entre ellas, el de la señora Pince, la encargada de la Biblioteca - Dios, no
puedo creerlo. Stella, Harry... arrímense a la mesa más cercana. Un terremoto está a punto
de azotar Hogwarts...

Hermione puso cara de impaciencia, pero mantuvo la sonrisa. - Ja, ja, ja - dijo, con voz de
cansancio - No es gracioso, Ron. Es sólo que he estado más ocupada en otras cosas...

- Y qué bueno que lo dices - opinó Stella, uniéndose a la conversación - Últimamente eres la
primera en bajar a desayunar, y no regresas a la habitación hasta pasada la medianoche.
¿Hay algo que no nos hayas dicho?

Harry y Ron se cruzaron de brazos y apremiaron a Hermione con la mirada. Ellos también
estaban muy interesados en las misteriosas andanzas de su amiga. Esperaron, callados,
mientras Hermione enrojecía lenta pero notoriamente.

- Ahhh pues... bueno, yo tengo más asignaturas que ustedes y... además, las labores de
prefecta no me dejan hac...

- Yo también soy prefecto, Hermione, y no vuelvo a la habitación a esas horas... - inquirió


Ron, interrumpiéndola, a lo que Hermione exaltó un poco su voz, nerviosa.

- Sí, ehhh... lo sé, Ron... me refería a que... bueno, no es sólo eso... es... - pensó un
momento, se mordió el labio inferior y, como una chispa, abrió los ojos - ¡Eso! Es estado
muy ocupada haciendo más gorros y bufandas para los elfos... ¿Ya ven cómo escondí
algunos en la biblioteca?

Los tres amigos miraron hacia el tope de las estanterías y pudieron divisar, camuflados, un
par de ropas de lana entre gruesos libros.

- Hermione... ¿No has escuchado todo lo que te he dicho? - suspiró Stella, algo seria - Ellos
no quieren libertad... haciendo esto los estás insultando - afirmó. Como no hubo respuesta,
Ron, no demasiado convencido, alzó una ceja.

- Mira, si no quieres contarnos, está bien. Todos tenemos secretos... - dijo, mirando a Harry
Francisca Solar

y Stella de reojo - Sólo no te quedes hasta tan tarde en la sala común, ¿quieres? O
terminarás reventada como en cuarto año... - terminó de decir, pero antes de que Hermione
pudiera responder cualquier cosa, se adelantó - ¿No estarás usando el giratiempo, verdad?.

Hermione negó con la cabeza, pero sin dirigirle la mirada. Ron, más suspicaz que nunca,
estaba a punto de iniciar una conversación sobre la confianza en los amigos y bla bla bla,
pero en eso Neville atrajo su atención. Venía corriendo desde la entrada.

- ¿Qué hacen todavía aquí? - preguntó, jadeante, mirando a Harry y Stella - ¡Vamos, la clase
empieza en dos minutos! - exclamó, y giró sobre sus pies corriendo hacia por donde había
entrado.

Todos tomaron sus cosas y anduvieron rápidamente hasta el pasillo, pero al cruzar la
primera esquina, Hermione se separó del grupo, caminando en dirección contraria.

- ¿A dónde van? - preguntó Hermione, viendo a sus amigos alejarse.

- Bueno, la clase de Encantamientos es por acá - aseguró Ron, arrugando la frente.


¿Hermione había perdido el sentido de la orientación?

- Lo sé, Ron, pero... ¿Es que nunca escuchan las instrucciones? - dijo Hermione, algo
exasperada, al tiempo que los otros tres se acercaron lo suficiente. Le sorprendía que incluso
Stella no supiera la noticia - El profesor Binns lo dijo antes de terminar la clase...
Encantamientos se ha suspendido por hoy. Al parecer, Pittycarp pidió un permiso especial
para adelantar el último duelo de nuestra clase...

Harry y Stella se dirigieron una mirada intensa. Era como si tuvieran muchas cosas qué
decirse, pero ninguno tenía intención en comenzar. Se sonrieron torpemente y emprendieron
rumbo hacia la sala de Defensa. Sólo unos segundos después se sumaron Dean, Seamus y
Lavender, ansiosos por la final del torneo, aún cuando los mismos protagonistas no se
encontraban precisamente entusiasmados en pelear...

- ¡Nuestros finalistas, señoras y señores! - exclamó Pittycarp apenas Harry y Stella cruzaron
el umbral de la sala, entusiasmado con su usual sonrisa infantil, al tiempo que un aplauso
generalizado los escoltaba hasta la plataforma. Esta vez sólo había una, dispuesta justo en la
mitad para que todos pudieran sentarse alrededor y observar el duelo. De hecho, decenas de
estudiantes de Gryffindor y Slytherin ya habían colocado sus sillas en posiciones
privilegiadas, con tal de no perder ningún detalle.

Ante tal escena, era imposible no sentirse abrumado, o mejor dicho, directamente
intimidado: a un lado de Pittycarp, la profesora McGonagall se acomodaba en su silla,
visiblemente alegre por estar ahí, y junto a ella, el profesor Dumbledore, quieto y sereno
como siempre. Snape (con una cara de disgusto, peor que cualquier día), la profesora Sprout
y la señora Pomffrey - con un gran maletín, al parecer lista y dispuesta a reaccionar ante
cualquier accidente - permanecían de pie a centímetros de Dumbledore, así como también, al
final de la fila, dos estudiantes que Harry ya conocía... quizá demasiado. Cho Chang y Owen
Cauldwell, algo nerviosos, miraban en todas direcciones como si se sintieran fuera de lugar.
El estómago de Harry dio un vuelco. No esperaba encontrarlos ahí. Volteó hacia Stella y ella
tenía la misma mueca en su rostro, entre nerviosismo y estupefacción. ¿Por qué tanto
alboroto para un simple club de duelos?

- Ejem, ejem... - tosió Pittycarp, para atraer la atención del alumnado. Pronto el silencio
reinó en la sala, sobre todo al notar que su profesor de Defensa subía ágilmente a la
plataforma y se dirigía a la multitud.

Ron lo evaluó un minuto y levantó una ceja: esta vez sí que parecía el hermano gemelo de
Lockhart. Llevaba su cabello cuidadosamente peinado hacia atrás, vestía una elegante túnica
roja y estaba recién afeitado. Claro que, si Dumbledore no estuviera ahí, nadie hubiera
esperado tanta preparación. Sentándose de mala gana en un sillón improvisado, Ron optó
por escuchar las palabras de Pittycarp, principalmente luego de la mirada de regaño de
Hermione.

- Gracias a todos por su presencia... Minerva, Poppy... Director... - dijo, haciendo un


Francisca Solar

pequeño gesto con su cabeza. Luego comenzó a pasearse - Sé que se preguntarán por qué
adelanté el encuentro... pues bien, es simple. El profesor Dumbledore debe salir de viaje el
próximo lunes, y como me pidió expresamente el presenciar los últimos duelos, los hemos
apresurado en su nombre... - explicó, y todos asintieron, conformes. - Además, me gustaría
señalar que hoy nos acompañan dos alumnos de la clase paralela... Cho Chang, finalista, y
Owen Cauldwell, ganador de su sección, quien se batirá en pocos minutos por el primer
premio... - Algunos integrantes de la Armada que se hallaban cerca les dirigieron una
sonrisa, pero los rostros de Harry y Stella se mantuvieron impávidos, casi antipáticos. Ni
siquiera voltearon - Entonces, antes de comenzar, me gustaría decir algunas palabras,
aprovechando la presencia del Director...

Más solemne de lo que los demás hubieran esperado, enserió su rostro y aclaró su garganta
nuevamente. Dumbledore juntó sus manos en señal de atención y nadie se atrevió a hacer
movimiento alguno.

- Nuestros finalistas, Potter, Maris, Chang y también Cauldwell, han demostrado a sus
respectivas clases que el poder no lo es todo... Supieron manejar a sus contrincantes a
gusto, hicieron un juego limpio y demostraron destreza y dominio de la magia... - Hizo una
pausa en su andar y apuntó suavemente hacia su izquierda - Quisiera destacar
principalmente el trabajo de Potter y Maris, quienes nos dieron una lección de inteligencia en
nuestro encuentro pasado, demostrándonos que hasta los hechizos más simples pueden
derrotar al más fuerte... - murmullos de excitación se escucharon tras ellos, y los aludidos no
atinaron más que a sonreír - Agradezco la disposición y el esfuerzo de todos los alumnos y,
como usted mismo me dijo el primer día, Director, no me he arrepentido. Nunca vi jóvenes
tan preparados... - pronunció, y tras sus palabras el murmullo cesó. Muchos sonrieron,
satisfechos. Hacía tiempo que el profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras no
demostraba tanta sensatez. Pittycarp, extrañamente emocionado, bajó un poco la mirada e
intentó retomar el tema - Ehhh... pues eso. No diré más... ¡Que comience el duelo!

La sala se llenó de aplausos, eufóricos. Mientras, Harry y Stella volteaban hacia el otro con
curiosidad. Se sentían halagados por las palabras de Pittycarp, pero los intimidaba la idea de
pelear. ¿Podrían hacerlo bien? Ninguno quería atacar, ni mucho menos herir al otro...
¿Notaría Dumbledore sus reticencias? Pero no tuvieron mucho tiempo para pensar. Con un
movimiento ágil, Pittycarp abandonaba la plataforma e invitaba a sus dos finalistas a tomar
posición.

Stella suspiró profundo, asió fuertemente su varita y subió al campo por el lado derecho.
Harry lo hizo por el izquierdo, nervioso y algo atarantado. No le importaba tener que noquear
a Pansy, a Angelina o a Hermione - pues ya lo había hecho un par de veces en las clases de
la Armada y había resultado muy divertido - pero, ¿a Stella...?. Ella lidiaba también con sus
pensamientos. ¿Cómo intentar golpearlo, si con esos ojos verdes sólo la instaba a abrazarlo
con todas sus fuerzas?. Ya erguidos en sus esquinas, Pittycarp les hizo una seña para que
avanzaran a la mitad del campo, todo esto bajo la atenta mirada de Dumbledore.

- ¡Varitas preparadas! - gritó el profesor, y ambos las levantaron a la altura del rostro.

- ¿Asustado... Sr. Potter? - sonrió Stella, nerviosa, pero sus palabras bastaron para aliviar un
poco la tensión de Harry. Él le sonrió de vuelta.

- Ya quisieras...

Quitaron sus varitas de en medio, hicieron una pequeña reverencia y regresaron luego a sus
posiciones, cada uno en sus esquinas. Pittycarp se revolvía en su asiento junto a McGonagall.
¿Quién ganaría esta vez? ¿Qué hechizos utilizarían? ¿Simples pero utilizados con astucia... o
definitivamente poderosos para dejar al otro sin opción? Apretó contra su puño un retazo de
su túnica, nervioso, pero sabía que, cualquier cosa que ellos hicieran, jamás provocarían un
accidente. Contrario al duelo que había presenciado entre Ron Weasley y Draco Malfoy,
Harry y Stella no intercambiaban miradas desafiantes u odiosas, sino que parecían bastante
nerviosos por el hecho de tener que pelear. El profesor les dirigió una mirada de aliento.
Obvió el discurso de “Sólo hechizos de desarme...” y levantó sus dos manos. Los
espectadores aguantaron la respiración.

- Listos... - miró su reloj - Uno... Dos... ¡Tres!.


Francisca Solar

Sin pensarlo demasiado, bloqueando sus sentimientos por un momento y cerrando


fuertemente sus ojos - con tal de no ver lo que le pasaría al otro - lanzaron sus respectivos
hechizos al unísono. Algunos se habían levantado de sus sillas para ver mejor y otros incluso
se habían convertido en verdaderos relatores, detallando los movimientos de los finalistas a
aquellos que apenas podían ver la plataforma desde sus asientos. Pero, y decepcionando
ampliamente a Pittycarp, quien esperaba un espectáculo digno de fuegos de artificio, nada
pasó. Confundidos por el profundo silencio que los rodeó, Stella y Harry abrieron los ojos
unos segundos después, sólo para notar que de sus varitas no salieron más que algunas
escuetas chispas rojizas y amarillas. Ron arrugó la frente, más aturdido que los propios
protagonistas, y divisó en el rostro de McGonagall algo de impaciencia. Dumbledore
permanecía quieto, como siempre. Por su lado, Pittycarp, carraspeando fuertemente y
levantándose de su silla, se dirigió a la plataforma.

- ¿Pueden explicarme qué está sucediendo? - preguntó en voz baja, ansioso. Harry y Stella
se miraron, pero no atinaron más que a encogerse de hombros. No tenían ni la menor idea
de por qué sus ‘expelliarmus’ no habían funcionado... aunque, claro, Stella tenía una fuerte
sospecha. - Ejem... bien, lo intentaremos de nuevo, ¿sí?.

Ellos asintieron. La multitud acalló un poco su murmullo de desconcierto y volvieron a sus


lugares. Harry se colocó en posición de lucha, asimismo Stella, frente a él, y Pittycarp volvió
a contar. Elevó sus brazos.

- Uno... dos... ¡¡tres!!

Puede parecer increíble, incluso risible, pero así fue: nuevamente, no pasó absolutamente
nada. No volaron varitas lejos de las manos de sus dueños, nadie quedó con piernas de
gelatina, o imposibilitado de moverse, o con sus túnicas ajadas. Ningún rayo de luz fluyó
certero a través del campo, si no más bien unos débiles destellos verdes - que no alcanzaban
ni para iluminar sus propios zapatos - revolotearon a unos centímetros del suelo y
desaparecieron tan pronto fueron convocados. ¿Qué estaba sucediendo? Harry se rascó la
cabeza y evitó la mirada de Stella. ¿Tanto deseaba el no herirla, que su varita se negaba a
responder? Pero antes de que intentara encontrar una respuesta, y adelantándose a un
exasperado Pittycarp quien prácticamente se abalanzaría hacia la plataforma, Dumbledore
abandonó su asiento e hizo un gesto al profesor de Defensa para que se detuviera.

- Ya es suficiente - pronunció, grave y profundo - Stella, Harry... pueden bajar.

- Pero, profesor... - murmuró Stella, indecisa. Harry no se movió de su puesto.

- Profesor Dumbledore, estoy seguro de que si tratamos nuevamente...

- Volverás a fallar, Harry - aseguró el Director, sereno - y aunque lo hicieras veinte veces
más, seguirías fallando...

Pittycarp alzó una ceja, se hizo paso entre las sillas y se acercó a Dumbledore, curioso. -
¿Acaso sabe lo que está ocurriendo...?

Dumbledore asintió, lentamente, cruzando sus manos bajo las mangas de su túnica. Ron,
unos metros distante, no podía de la sorpresa por todo lo ocurrido, y cuando volteó hacia
Hermione para intercambiar opiniones, no vio asombro en su rostro, sino, por el contrario,
tranquilidad, aunque expectante. Ron abrió la boca para protestar, pero antes lo pensó un
momento. Luego le habló.

- Tú también sabes lo que ocurre, ¿no, Hermione? - preguntó Ron, si bien era más una
afirmación. Hermione asintió, extrañamente avergonzada por admitirlo. Cerca de la
plataforma, Dumbledore había caminado unos pasos y volteado hacia la multitud.

- Si mal no recuerdo, Libertes, tú mismo me relataste cómo en el primer día de clases Harry
y Stella protagonizaron un duelo de patronus... - comenzó a decir, al tiempo que Pittycarp
asentía levemente, respaldado por un enfervorizado murmullo tras él - Pues bien, lo que
presenciaron ese día no fue un duelo, sino un ‘pacto patronum’...
Francisca Solar

- ¿Pacto? - habló Owen, fuerte y claro, pero al sentirse abrumantemente observado volvió a
sentarse, sonrojado.

- Un pacto, sí... un pacto de paz - dijo, y elevó los ojos por sobre sus gafas de medialuna
hacia Hermione - Quizá la Srta. Granger pueda explicárnoslo mejor.

Hermione abrió los ojos como platos y sintió sus mejillas enrojecer al notar como casi un
centenar de miradas confluían en ella. Tragó saliva, se levantó de su asiento y trató de
disimular su nerviosismo.

- Ehhh... bueno, como el profesor Dumbledore acaba de decir, el ciervo de Harry y la


mariposa de Stella hicieron un pacto de paz aquella vez en la clase de Defensa. Eso quiere
decir que sellaron un acuerdo en el cual prometían no-agresión contra el otro, en ningún
minuto de sus vidas y bajo ninguna circunstancia... - dijo, pero al ver que muchos aún no
comprendían del todo, agitó su cabeza y volvió a explicar - El dueño de una varita siempre
tiene una concepción pre-conciente de a qué o a quién va a atacar, y eso la varita lo percibe.
Por tanto, no importa quién use la varita de Harry o Stella... jamás funcionará contra el
otro...

- ¿Los patronus pueden hacer eso? - preguntó Ron a su lado, estupefacto, y ella asintió. Se
escuchó un “¡¡Ohhhhhh!!” generalizado, y entonces Hermione volvió a hablar.

- Los patronus son, como lo dice su nombre, “patronos” de sus dueños, es decir, protegen a
quienes los convocan, y es el hechizo material más poderoso e independiente que la magia
conoce... Pero, no todos pueden hacer un ‘pacto patronum’, por eso fue tan sorprendente...
esto es... bueno, esto se trata de magia antigua, sin duda...

- Ya que está claro, podríamos dejar que el Sr. Potter y la Srta. Maris descansaran un poco,
¿no crees, Libertes? - dijo Dumbledore repentinamente, y a Ron le pareció que intentaba
cortar la explicación de Hermione... Era como si no quisiera que se revelaran más detalles...
Pudo ver en McGonagall algo de aquella decepción, pero al parecer no tenía intención en
emitir comentario. Bajó la mirada y se tomó el mentón, en señal de actividad cerebral, y
miró a Stella con suspicacia.

- Está bien - asintió Pittycarp, aún sorprendido por la información recibida. Levantó la mirada
hacia la plataforma - Bajen ya.

Harry estaba tan anonadado como cualquiera de los alumnos del salón, pero Stella tenía una
extraña expresión en su rostro, como si las palabras de Hermione adquirieran absoluta lógica
para ella. Entonces volteó, encontrándose con los ojos de Harry. Le sonrió, por un lado
satisfecha de no haber tenido que pelear, y por otro, halagada por el hecho de que el
patronus de Harry haya querido establecer un pacto de paz con ella... como si supiera de
antemano que ella jamás intentaría dañarlo... Más tranquilo e igualmente halagado, Harry le
sonrió de vuelta. Es más: por alguna extraña razón se sentía repentinamente feliz. Bajó de la
plataforma de un salto, se acercó a Stella y la ayudó a bajar. Sus ojos volvieron a
encontrarse por un intenso segundo, antes de que la voz de Pittycarp volviera a resonar.

- Ufff... vaya encuentro, ¿no? - dijo, riendo nervioso, tomándose la cabeza de pura impresión
- No saben el gran poder que tienen en sus manos, chicos... - pronunció, dirigiendo una
mirada directa pero esperanzadora a sus finalistas - Úsenlo con sabiduría, ¿sí? - Ellos
asintieron, alegres, y dándose por satisfecho, Pittycarp elevó la voz - Aunque hemos
presenciado un acto único, de gran humanidad pero también de gran complejidad, me temo
que esta sección se ha quedado sin ganador... a menos que el Director me exprese lo
contrario... - Miró fijamente a Dumbledore, y éste agitó su barba.

- A mí me parece que, y ya que esto es un club de duelos, esta sección terminó con un
empate. Por lo tanto, y si no me equivoco en las cuentas, el ganador del torneo es el Sr.
Cauldwell... - finalizó, haciendo que Owen saltara de su silla por la sorpresa.

Pittycarp asintió. - Así es. Es lo justo, y lo correcto. Felicidades Owen... - dijo, sonriendo
quizá no tan animadamente como hubiera querido, pero pronto el salón se llenó de aplausos
y aquello menguó la repercusión de su actitud. Owen se levantó de su silla, algo tímido, pero
sonrió en todas direcciones y estrechó la mano de muchas personas. Dumbledore le dio una
Francisca Solar

palmada de afecto en el hombro y salió lentamente de la sala acompañado de McGonagall,


no sin antes expresar sus felicitaciones también a Stella y a Harry.

- Wow... la fama te persigue, ¿no Harry? - dijo Dean al pasar junto a ellos, sonriendo. Harry
no supo qué contestar, y antes de que continuara hablando, Ron y Hermione aparecieron
entre la multitud.

- ...y si yo quiera que mi patronus hiciera eso con el de Ginny o algo así... ¿Qué debería
hacer? Convocarlo, y luego...

- No me preguntes, Ron... No sé la respuesta. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

Al llegar junto a ellos interrumpieron su discusión, y Ron dejó escapar algo de su


entusiasmo.

- Nunca había visto algo igual. ¿Nos dirás cómo lo hiciste, Harry?.

Repentinamente, gran parte de la Armada Dumbledore se aglomeró a su alrededor. A un


lado de Dean llegó Seamus, Lavender, Parvati, Padma, Neville, Hannah y otros, y a juzgar
por sus caras, todos deseaban escuchar aquella información. Harry se encogió de hombros,
avergonzado por no tener algo convincente qué decir, y Stella, nerviosa, bajó la mirada.
Rezó porque no le preguntaran a ella, y Hermione, entendiendo en el acto, salió en su
rescate.

- Ehhh... bueno, según lo que leí, no es el mago quien hace el pacto, sino su patronus... e-e-
es decir, los patronus son tan autosuficientes que...

- ¿Por eso tu mariposa cruzó todo el salón antes de detenerse frente a Harry, verdad Stella?
- habló Hannah, interrumpiendo, y todos murmuraron frases de aceptación.

- Supongo - dijo Stella por fin, tratando de no darle demasiada importancia - Como dijo
Hermione, mi mariposa decidió por sí sola, yo no tuve qué ver en...

- Me sorprendes, Potter. Inventar tamaña historia para no tener que aturdir al nuevo
fenómeno... No vinimos a ver un derroche de compasión... ¿O crees que tu absurda
caballerosidad te salvará de Tú-Sabes-Quién?

Draco y su eterno grupo de matones había hecho una parada en su camino hasta la salida,
sólo para fastidiar, como de costumbre, aunque esta vez la profunda envidia en las palabras
de Draco lo delataban evidentemente. Stella arrugó la frente, molesta.

- Creí haberte dicho algo sobre el epíteto de “fenómeno”, Draco... - comenzó a decir, dando
unos pasos hacia adelante, pero Harry le tomó la mano, adelantándose.

- Stella, ignóralo... - murmuró, lanzando una mirada de odio hacia Malfoy, pero Ron no
deseaba tomar el camino de la diplomacia.

- ¿No te bastó con el golpe de Harry? Si quieres, puedo adelantarte mi obsequio de Navidad:
un par de probadas de mi puño y otro par de días en la enfermería... - pronunció, desafiante
y seguro, arremangando su camisa. Neville y Seamus parecían querer adoptar la misma
posición.

- Ron, por favor... - rogó Hermione, tomándolo de su túnica - No vale la pena.

Draco la miró con asco, como si recién se percatara de su presencia. - Nadie ha pedido tu
opinión... presumida sangresucia...

- ¡TE LA GANASTE, MALFOY!

Furioso, Ron estuvo a centímetros de golpear a Ron con todas sus fuerzas, si no fuera
porque el profesor Pittycarp, de la nada, apareció entre ellos y los separó antes de que
llegara a mayores.
Francisca Solar

- ¡¿Qué es esto, por Dios?! ¿No tuvieron suficiente con la expulsión del torneo? - exclamó,
mientras Harry tomaba el brazo de Ron. Draco apenas se movió, protegido por sus gorilas de
siempre - Draco, ve a la oficina del profesor Snape. Tendrás una semana de detención.. -
dijo, y Malfoy arrugó la frente en señal de disgusto, dirigiendo su peor mirada hacia Ron - Y
tú, Weasley... - comenzó a decir Pittycarp, volteando hacia él. Ron bajó la mirada, esperando
el regaño -...baja con los demás al comedor. ¿Y no quiero más líos, entendido?

Ron asintió, sonrientemente sorprendido, intercambiando miradas de satisfacción con Harry,


Hermione y Stella. Draco, por su parte, explotó de indignación.

- ¡¿Por qué sólo yo recibo detención?! - dijo, más furioso que antes, mirando a Pittycarp
disimulando su desprecio.

El profesor se le acercó, tanto como para intimidarlo. - La próxima vez que llames a alguien
“sangresucia”, intenta bajar la voz... algún profesor puede estar escuchando... - concluyó,
sonriendo irónicamente.

No, no había motivo; no tenían por qué guardarse las carcajadas. Hannah, Neville, Lavender
y Dean rompieron a reír, pero Ron, sólo por respeto al favor concedido, se tragó todo su
entusiasmo, dispuesto a encauzarlo debidamente cuando se hallara a suficientes kilómetros
de distancia de la sala de Defensa. Y así fue. Sin importar los espacios vacíos en sus propias
mesas, la Armada en pleno se reunió en la mesa de Hufflepuff, con tal de festejar al
campeón como era debido.

- ...entonces, un brindis por Owen, nuestro ganador - pronunció Harry, jugando al papel de
líder que, años atrás, tanto había esquivado. Ahora, sin embargo, no le molestaba en lo
absoluto.

- Y por los finalistas... ellos también lo hicieron genial - habló Ginny, aún con su copa de jugo
de calabaza en alto. Harry, Cho y Stella sonrieron.

- Y por los patronus... no sólo salvan tu vida... también saben de relaciones diplomáticas... -
dijo Ernie, bromeando ligeramente, y algunos rieron bajito.

- ...y por último, y no menos importante, ¡brindemos por nuestro buen amigo Draco y su
saludable semana de detención!

- ¡SALUD! - exclamaron todos luego de las palabras de Ron, alegres y entusiastas, chocando
sus copas como si estuvieran en una cena de honor. Incluso Theresa, quien se sumó al
festejo sólo al final (sus amigos no le quitaban la vista de encima, suspicaces) brindó y rió
con Hannah, aún después de aquel chiste sobre Draco.

Harry dio un vistazo a sus amigos y sonrió, satisfecho. Luego miró a Hermione, y alzó
nuevamente su copa: su idea de la Armada había sido una de sus mejores intervenciones.
Entonces volteó hacia Stella, y antes de que quisiera brindar con ella, la vio extender su
brazo y chocar copas con Owen. Harry sintió la sangre hervir en su cabeza, en su cuello, en
sus puños, pero no dijo nada. Sólo se sentó, callado, y llenó hasta el borde su copa de zumo
de calabaza. Esperaba ahogarse con él.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Como pudo, se protegió con sus manos de las luces del último auto y regresó a su escondite
bajo el cerco. Jadeaba... ya no podía más. ¿Cuántos kilómetros debía haber recorrido? Sólo
sabía que era de noche, que estaba herido, que la muerte aún lo perseguía y que le urgía
ganarle al tiempo. Debía seguir... encontrar refugio y seguir las huellas correctas. ¿Podría
hacerlo? ¿Podría distinguir, en aquel minuto de su existencia, entre una mano amiga y una
traicionera? Ya se había equivocado, no hace mucho, y casi le cuesta la vida... de nuevo.

Tosió varias veces, un intenso escalofrío recorrió su espalda y un latido punzante comenzaba
a cegarlo del ojo izquierdo. “Malditos muggles...” pensó, contrariado, arreglando lo que podía
de su camisa ajada y sus incómodos pantalones, “¿Es que no habrá ni uno solo que ayude
sin preguntar?”. Pensó en los únicos muggles que había llegado a conocer bien en su vida,
una pareja gentil y cordial... muertos ya hace mucho. Cómo deseaba su apoyo, ahora más
Francisca Solar

que nunca... En eso, sorprendiéndolo hasta el pavor, un nuevo vehículo pasó a exceso de
velocidad, sólo que esta vez no siguió de largo - como ya lo habían hecho un centenar de
otros automóviles - sino que frenó, lentamente, y retrocedió unos metros hasta detenerse a
un lado de la berma. Se apagó el motor, las luces bajaron su intensidad y se abrió la puerta
del piloto, dejando escuchar en pocos segundos el inconfundible sonido de un par de tacones
altos. Una mujer de unos treinta años, delgada y con el cabello tomado en un gracioso
bouquet, se acuclilló frente al cerco, frunciendo el ceño.

- Ehmm... oiga... ¿Se encuentra bien? - murmuró, despacio, pero mantuvo la distancia como
si creyera que recibiría como respuesta un gruñido feroz. Su voz era delicada, pero segura. -
Parece que le han robado...

Él elevó los ojos, conmovido por tanta amabilidad, y asintió. - ... todo lo que tenía, y me han
dejado mal herido - dijo, entrecortado, recorriendo sutilmente a aquella “buena samaritana”
desde el contorno de sus piernas hasta el cuello - He estado casi tres horas aquí y usted es
la primera persona que se ha detenido...

- Argghh, no me extraña. Este lugar es conocido por sus rateros... - dijo, y observando una
vez más el atuendo de él, sonrió a medias - Venga, déjeme ayudarlo.

Con esfuerzo, tomó uno de sus brazos y lo ayudó a levantarse. Él se apoyó en el cerco,
sacudió sus pantalones como pudo y dirigió una mirada torpe hacia su acompañante.

- ¿Quiere que llame a la policía, a una ambulancia... algo? - preguntó ella, aún torciendo los
labios al escudriñar el aspecto de aquel hombre. Tendría alrededor de 40 años, pero estaba
demacrado, herido y sucio. El cabello negro le llegaba hasta los hombros, sus pómulos se
hundían en cada respiro. Se distinguían en su rostro marcas de lucha, incluso de
quemaduras...

- No, no se moleste, estaré bien... - dijo, nervioso, fijando la mirada en la carretera - ¿Usted
iba en esa dirección? - dijo, levantando su brazo para indicar. La mujer asintió - Bien... Ya
que fue tan amable en detenerse... ¿Cree que podría llevarme, sólo unos kilómetros?
Necesito llegar al pueblo de Hogsmeade...

- ¿Hogsmeade, eh? - pronunció, suspicaz, y se cruzó de brazos - ¿Cómo sé que no eres un


ladrón más... aprovechándose de buenas ciudadanas como yo?

Él rió, cansado. - No voy armado, tengo una costilla rota y no he comido en dos días. Si
llegara a robarle algo, no tendría ni las fuerzas para correr...

Ella suspiró. Lo observó de nuevo, detalladamente, y apretó los labios. - Está bien, vamos.
Pero le advierto: al primer indicio de...

- ...lo pagaré. Entendido - bromeó, moviendo la cabeza, y tras eso, ella lo ayudó a llegar al
asiento del copiloto. Cerró la puerta, rodeó el automóvil en pocos segundos y se sentó tras el
volante. Mientras encendía el motor, giró hacia él, casi divertida.

- Aún no me dice su nombre... - murmuró, al tiempo que ponía el pie en el acelerador.

Él sonrió a medias, nostálgico, fijando la vista en el horizonte. - Harry... Harry Potter.

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Sentado bajo un gran pilar de piedra en el pasillo, Harry, escuchando las voces que
provenían del salón de Estudios Muggles – a pocos pasos de él – esperaba el timbre de
término de jornada. Ron estaba a punto de salir de Adivinación, y con todo el disgusto que
esa clase le había traído, Harry pensó que le vendría bien encontrarse con una cara amiga.
Volteó hacia el ventanal a sus espaldas y, casi por inercia, se arropó aún más con su bufanda
bicolor y ajustó sus guantes. Afuera azotaba una lluvia torrencial.

- ¿No te estás congelando ahí? - preguntó Stella repentinamente, sobresaltando a Harry.


Había aparecido tras la esquina tan silenciosamente que él apenas se había percatado de su
presencia. Confundido, le sonrió a medias.
Francisca Solar

- Pues sí, debo reconocerlo... - respondió, levantándose en el acto. Stella sujetaba con sus
brazos, además de su mochila y gruesos libros, una gran caja de madera. Harry se adelantó
y le ayudó con la carga.

- Gracias - dijo, apoyando el resto de sus cosas en el borde del ventanal. Harry quedó un
momento absorto en la caja, y Stella lo miró, divertida - Es de nuestra clase de Runas
Antiguas. Se supone que debo traducir la inscripción de la tapa... es mi tarea.

Harry asintió, dejándola a un lado, pero luego arrugó la nariz. - Pero... bueno, si ibas a la
sala común, te equivocaste de pasillo...

Stella sonrió, tímida. - Ehhhhh sí, lo sé, gracias. Es que no voy a la torre Gryffindor... iba...
bueno, venía para acá - explicó, evitando la mirada de Harry, y antes de que él pudiera decir
algo, ella continuó - Estoy esperando a Owen. Ya debe salir de Estudios Muggles...

Bien, eso era todo. Era el broche de oro para un día completo de altibajos. ¿Qué tenía ese
tipo Owen que él no?. Disimulando su molestia al respecto – aunque no lo intentó muy a
conciencia – sonrió forzadamente y fijó la vista en la puerta oculta de la buhardilla, como si
estuviera apresurando a Ron con el poder de su mente para que lo sacara de ahí cuanto
antes.

- Es un alivio, ¿sabes?... te envidio. Yo llevo seis años aquí y aún se convierte en un suplicio
para cada fiesta...

Stella arrugó la frente, confundida. - ¿A qué te refieres...?

- Al baile, claro... – respondió, aunque lo creía innecesario – Me alegro de que ya tengas


pareja. Hay muchos que aún están pensando cómo...

- ¿Por qué me dices esto? – lo interrumpió Stella, algo seria esta vez, y al notar que Harry
bajaba la mirada (incluso habría jurado que enrojecía), pensó un momento y desvió,
sospechosa, su mirada hasta la puerta del salón contiguo. Luego sonrió, conmovida, pero no
pudo evitar una pequeña carcajada.

- ¿Qué? – preguntó Harry, al borde de la irritación.

Stella se arrepintió un momento de su risa repentina. Aclaró su garganta, pero mantuvo la


sonrisa.

- ¿Crees que yo... es decir, que Owen y yo...? –. Harry apenas parpadeó. Volteó hacia Stella
y la miró como si estuviera poniendo toda la atención del mundo en lo que ella tuviera qué
decir. Se sonrojó, abrumada, pero tomó aire para hablar – Harry... Owen no... él nunca... es
decir, Owen no es mi pareja...

- ¿Ah no? – dijo Harry, aún no demasiado convencido. Luego bajó la mirada – Los vi
conversando en la fuente hace unos días...

Ella asintió, como si el hecho de verse frecuentemente con Owen fuera algo normal y lógico,
pero notó que Harry dejaba un resquicio de molestia al recordarlo. Sonrió por aquel halago
indirecto, y quiso aclarar la situación.

- ¿Se parecen mucho, sabes? Owen y tú, digo... – Tras sus palabras, Harry curvó sus labios
como si hubiera escuchado el peor de los insultos, por lo que ella se apresuró a continuar,
mucho más sería que al principio – Son como todos, en realidad... Temen a lo que
desconocen, y antes de acercarse y comprender, prefieren quedarse con la primera
impresión... Las apariencias engañan, Harry... – dijo, mezclando las sílabas pronunciadas
con un tinte de tristeza.

Harry se sintió levemente incómodo. - Lo siento, yo no quería...

- Owen va tras Ginny desde el año pasado – continuó Stella, casi como si no hubiera
escuchado la disculpa de Harry - ...y como es muy tímido no sabe cómo acercársele... por
Francisca Solar

eso, no ha hecho más que pedirme consejos, y... – elevó la mirada esta vez, e intentó
sonreír - ...cuando nos viste en la fuente, me estaba convenciendo de que intercediera por él
para que Ginny fuera su pareja en el baile... Ahora vengo a darle las buenas noticias...

Harry se sentía el tipo más patético del planeta. ¿Por qué tenía que ponerse agresivo? ¿Por
qué no había ido con ella y le había preguntado directamente? Por miedo, sólo por eso. Cerró
los ojos, algo avergonzado, y sonrió torpemente.

- Si Ron llega a saberlo, lo matará – bromeó, elevando los ojos, intentando menguar el peso
de la conversación. Ella mantuvo la mirada, serena.

- Owen lo sabe, y por eso recurrió a mí – explicó, y al tiempo en el que abría la boca para
volver a hablar, un intenso movimiento de pies y capas se sintió sobre sus cabezas.

- Saldrán en un momento – dijo Harry, y ella asintió. Hizo un ademán de querer avanzar
hacia el salón de Estudios Muggles, pero volvió sobre sus pasos y le habló directo.

- Hay algo que no entiendo... – comenzó a decir, y Harry abrió los ojos como platos - ¿Por
qué dices que “me envidias”? ¿Acaso no vas con Cho? – inquirió, y Harry sintió como si le
hubieran arrojado un chorro de agua helada por el hueco de su camisa. Como no respondió
de inmediato, Stella volvió a hablar – Te vi con ella en el jardín...

- Ohh... eso – dijo Harry, sin poder evitar que una pequeña sonrisa asomara en sus labios –
Es cierto. Cho me invitó al baile... –. Stella asintió, cabizbaja pero resguardando su orgullo, y
segundos antes de que volteara en dirección a la sala, Harry dejó escuchar su voz – Me
sorprendió mucho escucharla... le dije “gracias”... pero no.

Stella elevó la mirada. - ¿No?

Harry se encogió de hombros. - Bueno, no fue eso exactamente... Creí que sería más sutil si
le decía que ya tenía pareja... – concluyó, sorprendiéndose a sí mismo por la conversación
de la que estaba siendo partícipe. ¿Lo estaba imaginando o ambos intentaban dar
explicaciones?.

Stella sonrió elocuentemente, y Harry sintió su alivio. Para entonces, el murmullo del gentío
aglomerado en la sala de Trelawney se hizo más patente que nunca. De hecho, alguien ya
había cogido la cuerda que sujetaba la puerta. Stella miró hacia el techo con tristeza... al
parecer, su conversación con Harry recién comenzaba a tornarse interesante. Sin embargo,
caminó hasta el salón contiguo con paso firme.

- Ahhh.... ¿Stella? – la llamó, mientras divisaba de reojo los pies de los primeros alumnos en
salir. Ella volteó, varios metros distante – Ya que no tienes pareja... y yo tampoco... es decir,
ya que aclaramos el malentendido... y sólo si no tienes a nadie más en mente... ¿No
quisieras...? Bueno... podríamos ir juntos...

Stella hizo un gracioso gesto con la cabeza, relajó los hombros y sonrió, suspirando. - Me
preguntaba cuánto tiempo te tomaría descubrir esa posibilidad.. – dijo, más coqueta que de
costumbre, volteando nuevamente y perdiéndose entre las decenas de alumnos que ya
ocupaban gran parte del pasillo.

Harry sonrió, infantil. - Creo que eso fue un “sí” – pensó en voz alta, animado, observando
su caminar hasta perderla de vista.

- Yo también lo creo – opinó Nick Casi Decapitado, guiñándole un ojo y desapareciendo luego
a través de uno de los óleos de la pared.
Francisca Solar

Cap. XII: Ningún Lugar (Nowhere)

El hecho de que haya sido la primera en bajar a desayunar, no fue lo único extraño en el
comportamiento de Hermione esa mañana. Al tiempo que Ron, Harry y Stella se sentaron
junto a ella en el Gran Comedor, Hermione no pudo disimular un leve nerviosismo. Leía un
libro pequeño de cubierta oscura, pero lo cerró apresurada y lo escondió bajo su túnica
apenas los vio aparecer. Les dirigió una sonrisa tibia, pero no dejó de estremecerse cuando
Stella se ubicó frente a ella, y sobre todo cuando, sin querer, rozó su rodilla bajo la mesa.
Ron arrugó la frente.

- ¿Sucede algo? - le preguntó, tomando el sitio a su derecha. La miró fijo unos segundos,
preocupado, pero cuando se dio cuenta de su cercanía se retiró unos centímetros. Sus orejas
comenzaron a enrojecer.

- Estoy bien... no pasé buena noche, eso es todo - respondió, intentando que su tono fuera
lo más neutral posible. Sonrió débilmente, y volvió luego la vista hacia sus tostadas.

Stella la observaba con cautela, apremiándola para que volteara hacia ella. Cuando salió del
dormitorio en la madrugada quiso preguntarle a dónde iba, pero Hermione no le había hecho
caso y cerrado despacio la puerta tras de sí. Luego ahí, en el comedor, y después de varios
minutos en los que no le dirigió ni siquiera la palabra, Stella sintió en su pecho un atisbo de
angustia, traducido en una punzada cerca de las costillas. Una tristeza enorme la embargó.
¿Era... era posible? ¿Hermione lo había descubierto? ¿Pero cómo...?

Era la tercera vez que Harry pedía a Stella el jarrón de leche que estaba a su lado. Ella no
respondía, absorta en sus pensamientos...

- ¿Stella? - pronunció Harry una vez más, tomándole la mano para que regresara a tierra.
Ella giró bruscamente hacia él, con los ojos empañados, y luego de unos segundos notó la
mano tibia de Harry sobre la suya. Tal como si hubiera visto una araña gigante, recogió su
brazo instantáneamente. Harry se sobresaltó, nervioso - ¿Qué sucede? ¿Te hice daño o algo?

Ella negó con la cabeza, casi avergonzada. - No, no es nada. Lo siento, no quise...

Pero Harry no pudo seguir escuchando, aunque quería. El sonido sordo de centenares de
Francisca Solar

lechuzas en pleno vuelo irrumpió en el comedor justo en aquel segundo, mezclado con el
usual murmullo de expectación producido por los niños de primer año. Volviendo a su
asiento, Harry divisó a Hedwig entre las mensajeras, deslizándose con agilidad por sobre el
resto de los estudiantes. Suave y serena, como siempre, la lechuza blanca se posó
lentamente sobre la mesa y ululó hacia su dueño. Harry le acarició el plumaje y desató luego
el mensaje con cuidado, mientras Hedwig le daba unos picotones de cariño. A su lado, Ron
recibía a Pigwidgeon, revoloteando entusiasta.

- Jajajaja... quieta, quieta... - alcanzó a decir entre risas. La diminuta lechuza no paraba de
dar vueltas alrededor de la cabeza de Ron, haciéndole cosquillas con sus alas - Si no bajas y
te tranquilizas, no podré ver el mensaje...

Sorprendentemente, Pig pareció entender las palabras de Ron, ya que segundos después
estaba de pie sobre su plato de cereales (aunque aún batía frenéticamente sus alas),
dejando que su dueño le quitara el pedazo de pergamino atado en una de sus patas.
Hermione, a su vez, recibía de una lechuza parda el nuevo número de El Profeta, pero
parecía mucho más interesada en el mensaje de Harry. Lo observó fijamente un momento,
instándolo a leerlo. Confundido por el interés de Hermione, Harry desdobló el pergamino en
sus manos y leyó:

“Querido Harry: Sé que quizás tenías muchas esperanzas al respecto, pero siento ser
portador de malas noticias. Ojo Loco y yo hemos revisado el extraño mensaje que recibiste,
y créeme que nadie más que yo lamenta lo que ha sucedido. Sí, Harry, es falso. Sirius no lo
escribió. Lo hemos certificado cientos de veces, con pociones y hechizos especializados en
este tipo de asuntos. No es su letra; él nunca usó ese papel ni el posible lápiz. De verdad
siento mucho lo que ha pasado, pero aún así seguiremos investigando. Alguien está jugando
con tus sentimientos, Harry, y eso es algo que no toleraremos. Nos mantendremos en
contacto. No olvides escribirme cada vez que quieras...

Con afecto, Remus.

P.D: Lean el mensaje de Ron a solas. Sólo ustedes tres.”

Harry dejó el pergamino a un lado y Hermione terminó de leerlo por sobre su hombro. Ella
había tenido razón en desconfiar. Alguien había tenido la suficiente frialdad para enviarle
aquella nota, haciéndose pasar por Sirius... ¿Pero quién?. Sin poder evitarlo, Harry dejó
escapar un suspiro de tristeza. Remus tenía razón; había puesto muchas esperanzas en un
pedazo de papel. Pero es que, ni aún después de tantos meses, podía resignarse a la muerte
de Sirius... Ron quitó el pergamino de manos de Hermione, luego de que viera en los rostros
de sus amigos un cierto desconsuelo. Al terminar de leer, elevó los ojos hacia Harry y
asintió, conmovido. Acto seguido, escondió rápidamente el mensaje de Pig en su túnica,
fuera del alcance visual de Stella.

- ¿Malas noticias? - comenzó a decir ella, sin siquiera advertir el rápido movimiento de Ron.
Se sentía repentinamente fuera de lugar, ya que al parecer no tenían intención de compartir
la información de aquella carta con ella. Los tres amigos se miraron, confusos, sin decidirse a
hablar.

- Es una carta de Remus, un viejo amigo de mis padres - se apresuró a decir Harry,
desanimado, saliendo del paso - Sólo quería saber cómo estábamos. Fue nuestro profesor de
Defensa unos años atrás y...

- Oh sí, Remus Lupin, ya lo recuerdo - dijo Stella, sonriendo espontáneamente, y Harry abrió
los ojos al máximo. Hermione y Ron se miraron, preocupados.

- ¿Lo conoces? - balbuceó, tenso.

- Claro - respondió, como si fuera lo más natural del mundo, pero luego se percató de que su
reacción había sido demasiado peligrosa... demasiado evidente. En milésimas de segundo,
maquinó en su mente la frase que diría a continuación - Leí ‘Historia de Hogwarts, nueva
edición’ cuando supe que vendría a Inglaterra. Aparece su nombre en la sección de los
profesores mejor evaluados.
Francisca Solar

Hermione sonrió de satisfacción; claramente no era la única persona en este mundo que
había leído ‘Historia de Hogwarts’. Ron hizo una mueca de cansancio y miró a Hermione de
reojo. De seguro estaría rumiando la misma idea. Stella le sonrió de vuelta, un poco más
animada al ver que Hermione ya no la evitaba después de todo. Harry, por su lado,
suspiraba de alivio. Casi llegó a pensar que Stella conocía algo más de lo que debería, como
las raíces “animales” de Lupin o su vinculación con cierto prófugo de la justicia... Sin previo
aviso, una voz gritó el nombre de Stella desde una esquina del comedor. Era Ginny, quién
parecía muy feliz. Stella sonrió.

- Te veo en Artimancia, Hermione - le dijo, levantándose en el acto, sonriéndole también a


Ron y Harry.

Cuando Stella estuvo a suficientes metros de distancia, Ron se sintió cómodo para hablar. -
Harry, Lupin dice que seguirán investigando. Quizá aún no...

- No más castillos en el aire... ¿quieres Ron?. Déjame olvidarlo. Estoy harto de las falsas
ilusiones... - lo interrumpió, algo alterado. Miró a Hermione como diciéndole que no quería
oír sus condolencias, suspiró profundo, y continuó -Mejor veamos qué dice tu mensaje...

Reticente a dejar que Harry se tragara toda su tristeza, Ron hizo un ademán de querer
volver a la conversación, pero Hermione negó con la cabeza. Harry tenía razón; últimamente
las esperanzas vagas sólo habían empeorado las cosas. Suspirando de nuevo, observó en
todas direcciones y sacó, cauteloso, el mensaje de Pig del bolsillo de su túnica. Harry y
Hermione se acercaron, y Ron lo extendió para que pudieran leer. Unos segundos después,
los tres levantaron sus cabezas, para luego voltear hacia donde conversaban Ginny y Stella
muy animadas. Harry pensó un momento.

- ¿Puedo... puedo yo encargarme de todo? - murmuró, al tiempo que Hermione y Ron


compartían una mirada cómplice. Harry les dirigió una sonrisa tibia, lo que los tranquilizó.

- Claro que puedes - respondió Hermione - Sólo haznos saber los detalles.

Harry asintió, girando nuevamente hacia Stella. Quería relegar todo el asunto de la nota de
Sirius al fondo de su memoria, aunque fuera por unos minutos. Ahora había algo más
urgente (y más agradable) en qué pensar. Quería vivir el presente... por primera vez.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

El sábado por la mañana, día de la primera salida al pueblo de Hogsmeade, el tópico en la


conversación de los alumnos de sexto año fue la última clase de Transformación. Mientras
esperaban en los corredores la llegada de los carruajes, reunidos en torno a las pequeñas
fogatas y asidos fuertemente a sus abrigos, hablaban sobre la idea de McGonagall de incluir
en este periodo de sus clases al profesor Flitwick. Durante tres meses, había dicho, estarían
estudiando sólo el conjuro de la Desaparición, pues debían dar ese examen a fin de año.
Ambos maestros pasaron varios minutos sermoneándoles sobre los peligros de una
desaparición mal conjurada, y sobre los requisitos y exigencias que demandaba el consejo
fiscalizador para dar las licencias. Ron estaba algo nervioso al respecto, pero no le
preocupaba demasiado; si George y Fred habían pasado el examen sin problemas, él
también podría hacerlo. El año anterior no habían hecho más que decir que la Aparición y
Desaparición era cuestión sólo de un par de chasquidos, y así, con un ruidoso “¡Puff!”,
entraban y salían de las habitaciones sin siquiera tocar la manilla de la puerta.

Erguidos frente a la gran puerta de Hogwarts, Harry y Ron intercambiaban impresiones sobre
la clase de McGonagall cuando un grupo de chicas de quinto pasaron junto a ellos. Los
observaron detenidamente, animadas, y una de ellas le guiñó un ojo a Ron, al tiempo que
otra sonrió coquetamente hacia Harry. Ambos amigos tragaron saliva, mirándose. Cuál de
los dos estaba más ruborizado... imposible decirlo. ¿Desde cuando se habían vuelto tan
populares? Bueno, de Harry podía esperarse; su fama había acrecentado desde el primer día
en que pisó Hogwarts, y aquello parecía ser un buen aliciente al momento de elegir a un
chico atractivo... pero Ron era el más anonadado con su situación. Luego de su desempeño
en el equipo de Quidditch el año pasado, y sobre todo tras su duelo con Malfoy por el torneo,
las chicas prácticamente se detenían a su paso. Y no es que su físico tampoco ayudara: sin
que pudiera hacer nada al respecto, había crecido casi diez centímetros desde el verano, ya
Francisca Solar

no era tan delgado como antes y su voz había adquirido un tono tan ronco como el de su
padre. Estaba consciente de sus cambios, pero jamás pensó que eso le daría más
oportunidades con las chicas. Y es que sólo le interesaba una...

Unos minutos más tarde, Hermione, Stella y Ginny aparecieron en la escalera. Stella llevaba
una falda azul ajustada que le cubría las rodillas, combinada con unas botas del mismo color.
También llevaba un suéter de cuello alto, una chaqueta ajustada igual a la falda, y una
delicada bufanda en tonos claros que hacía resaltar sus ojos. Harry la observó
detenidamente y sonrió, embobado. Ron golpeó a Harry suavemente tras su cabeza,
advirtiéndole que dejara de ser tan evidente, y antes de que pudiera voltear de nuevo hacia
la escalera, divisó por el rabillo del ojo a Steve Lyndon, no muy lejos de ellos. Miraba
atentamente a Hermione, pero ella no se daba por aludida. Cuando las tres llegaron hasta la
puerta, Ron puso cara de pocos amigos y caminó hasta Hermione, dándole la espalda a
Steve, quien no pudo dejar de molestarse. Los carruajes ya habían arribado.

- ¿Vamos, chicas? No quiero que algún indeseable se siente con nosotros...

Hermione lo miró, extrañada por su actitud, pero Ginny, sin que Ron lo notara, le hizo un
gesto hacia donde estaba Steve. Hermione comprendió en el acto; se ruborizó un poco pero
sonrió. Ron se había puesto muy “territorial” últimamente, y eso la halagaba mucho...

Filch chequeó sus nombres en la lista (tarea absolutamente innecesaria, ya que llevaban
años viajando hacia Hogsmeade sin problemas) y los dejó avanzar hasta los carruajes.
Subieron al primero de la fila, y Stella tomó el sitio junto a la ventana.

- ¿Nunca has ido a Hogsmeade, verdad? - preguntó Luna intempestivamente, sobresaltando


a Harry. Había asomado su cabeza por si quedaba algún asiento vacío, y, sin aviso, tomó el
lugar junto a Ron, apenas percatándose de la mirada desafiante de Hermione.

- Nunca - respondió Stella, divertida ante la reacción de Ron al ver a Luna - Todos hablan
mucho sobre Hogsmeade... ¿De verdad hay lugares interesantes?

- Te va a encantar la Casa de los Gritos - habló Harry - ...y la tienda de Zonko, y Las Tres
Escobas, y... bueno, supongo que Hermione querrá mostrarte la Biblioteca Municipal...

        Hermione asintió con entusiasmo, y Stella hizo eco de él. Conocer una nueva librería no
le vendría mal a sus propósitos... pero antes de que pudiera preguntar más cosas sobre el
pueblo, la voz de Ron los interrumpió.

- ¿Dónde está Ginny? Estaba con nosotros hace unos segundos...

Stella y Hermione intercambiaron una mirada cómplice. - Creo que prefirió ir con sus
amigas... No la regañarás, ¿o sí, Ron? - inquirió Stella, sonriendo.

        Ron arrugó la frente en señal de desconfianza, miró por la ventanilla hacia la multitud
pero luego volvió a su asiento, sin pronunciar ni una sola palabra sobre el asunto en todo el
viaje. Stella y Ginny hace mucho que se traían algo entre manos... Tendría que descubrirlo.
Sólo esperaba que no tuviera que ver con un tipo llamado Michael Corner.

Una desagradable brisa húmeda los esperaba al salir de los carruajes, por lo que debieron
proteger sus rostros con sus abrigos o bufandas. Hagrid, recogiendo el cabello de su rostro a
causa del viento y precediendo la comitiva de profesores, sugirió a todos que se refugiaran
un momento en Las Tres Escobas hasta que el clima fuera más favorable. Los chicos de
tercero no parecían muy felices; la mayoría de los alumnos hablaban maravillas de
Hogsmeade, pero según lo que ellos podían ver, no era más que un pueblo gris medio
abandonado. Y es que la lluvia ahuyentaba a gran parte de los transeúntes que, a cualquier
hora del día, atiborraban las esquinas.

Sin perder mucho tiempo, Ron, Stella, Hermione y Luna avanzaron a paso rápido a través de
la calle, pero Harry se quedó atrás. Stella volteó hacia él, y lo vio estático a unos pasos del
carruaje, la lluvia fina golpeándole la cara y la brisa azotando su cabello. Tenía la mirada
perdida y parecía ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor. Era como si algo lo hubiera
detenido por fuerza mayor... y entonces, antes de que pudiera llamarlo, lo vio correr en
Francisca Solar

dirección a la colina.

- ¡¿Harry, a dónde vas?! - gritó Ron, preocupado, y sin intercambiar comentarios, Stella y
Hermione siguieron al pelirrojo, corriendo tras Harry. Hagrid los vio pasar junto a él, y les
gritó que regresaran, pero no parecieron oírlo. Doblaron en la primera esquina, se refugiaron
al alero de una casa abandonada y recuperaron un poco el aire perdido, agitando la
respiración.

- ¿Qué pretende? - preguntó Ron con la voz entrecortada, confundido, secándose el rostro
con la manga de su camisa.

- Pues quizás quiere... ¡Ahí está! - exclamó Hermione repentinamente, apuntando hacia la
derecha. Entonces tanto ella como Ron abrieron sus bocas de asombro: Harry parecía estar a
pocos metros de un perro, negro y grande, estático y sereno como él pero, sin previo aviso,
echó a correr por la calle continua y, por supuesto, Harry lo siguió.

Ron y Hermione se miraron, incrédulos. ¿Habían visto bien? Pero, era imposible... no podía
ser. Stella abandonó la protección de aquella casa, tomó su bufanda para protegerse de la
lluvia y corrió tras Harry. Ron y Hermione fueron pronto tras ellos; avanzaron por estrechas
calles de piedra, cruzaron varias intersecciones y se detuvieron, jadeantes, frente a un cerco
que parecía delimitar uno de los topes de Hogsmeade. Las nubes negras sobre sus cabezas
amenazaban con algo más torrencial que simple gotas de lluvia...

Stella había llegado junto a Harry hace pocos segundos, y había notado la tristeza evidente
en sus ojos. Sin tener la más mínima idea de lo que estaba sucediendo, fijó la vista en el
objeto que tanto había interesado a Harry... y ahí vio, entre los matorrales, a un perro
callejero intentando resguardarse del frío y la brisa, mordisqueando un zapato viejo y
acurrucándose sobre unas bolsas de basura. Hermione se detuvo a un lado de Stella,
observó al perro negro, apretó los labios con desconsuelo y luego volteó hacia Harry. Ron ya
había tomado su brazo en signo de comprensión y apoyo.

- Harry, vámonos... nos están esperando en Las Tres Escobas - murmuró Ron, alternando las
palabras con el aliento que le quedaba, recuperándose de una maratón imposible de realizar
en días de lluvia. Harry, sin dirigirle la mirada, asintió en silencio. Stella buscó en los ojos de
Ron alguna respuesta a lo sucedido, pero él no hizo más que encogerse de hombros, al igual
que Hermione. ¿Cómo decir que Harry había perseguido a un fantasma, un recuerdo... una
esperanza que jamás se concretaría? No era un tema fácil de tratar... ni aún para alguien
que, lamentablemente, estaba tan acostumbrado a la fatalidad.

Sin decir nada, regresaron a la calle en dirección al negocio de la señora Rosberta.


Caminaron despacio, sin que les importara ni el frío ni la lluvia. De alguna forma, Harry
sentía en el gesto de sus amigos la intención de acompañarlo en su dolor. En el fondo,
deseaba jamás haber comenzado a correr...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Protegidos debidamente con sus capuchas, y sin dejar que la lluvia tocara sus rostros, dos
hombres de negro miraban la casa abandonada de la colina desde la carretera. Observaban
las entradas y salidas, los alrededores, las vías... como si construyeran en sus cabezas un
mapa exhaustivo de su próximo blanco. No se veían luces ni movimiento, y la pintura ajada
de sus paredes externas acentuaba el carácter solitario de aquella construcción. De hecho,
las personas del pueblo decían que estaba embrujada. ¿Qué había ahí que les podría
interesar? Lo cierto es que nada de importancia si se tratara de dos muggles comunes y
corrientes, pero ellos jamás cabrían esa calificación: Nott y Goyle, dos gélidos seguidores de
la marca tenebrosa, estaban ahí por razones concretas... y un mandato específico.

- ¿Crees que deberíamos avisar a Bellatrix? - balbuceó Goyle bajo su capa, sin perder el
contacto visual con la casa.

- No nos perdonaría si no lo hiciéramos - contestó Nott, impávido.

- Pero... ¿Es él? ¿Cómo podemos estar seguros?


Francisca Solar

Nott miró a su acompañante con lástima, con un gesto de superioridad que Goyle no pudo
dejar de percibir.

- Han seguido sus pasos desde hace meses... - contestó, impaciente - Además, ¿Desde
cuando a nuestro Señor le ha importado la identidad de las víctimas? Hay veces en que
varios inocentes deben pagar por unos pocos pecadores... es la ley de la vida... - concluyó,
dibujando una sonrisa malévola en la comisura de sus labios.

Goyle asintió de mala gana. - Regresemos antes de que alguien nos vea...

- No queremos más muertos, supongo... - contestó Nott, aún con aquel tono
condescendiente. Goyle apretó los puños en desagrado. Odiaba ese trato inferior... sólo por
que fue uno de los primeros en regresar a un lado de Voldemort no lo convertía en el
preferido del amo...

Sin intercambiar más que el sonido de sus capas rozando sus botas, caminaron calle abajo.
Bellatrix estaría feliz de saber que el mayor de sus objetivos estaba vivo, más cerca que
nunca...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- ¡¡Entren, entren, rápido!! ¡¡Xabier, cuatro chocolates calientes, de inmediato!! - gritó la


señora Rosberta apenas los vio entrar, con la ropa mojada y entumecidos de frío.

La profesora McGonagall, sentada no muy lejos junto a Hagrid y el profesor Flitwick, les
dirigió una mirada de reprimenda, creyendo quizá que habían estado afuera con aquel clima
sólo por diversión. Ninguno de ellos hizo comentario, ni mucho menos tomó en serio el gesto
de McGonagall. Por inercia, tomaron una silla en la mesa más cercana a una gran
salamandra dispuesta en el centro del lugar, se sentaron en el más completo silencio y,
cuando llegaron las tazas humeantes, cada uno se abalanzó sobre la suya y dejaron que el
calor que comenzaba en sus dedos se trasladara lentamente hacia el resto de sus cuerpos.
De la nada, y con el sonido de un simple “click”, una gruesa frazada apareció sobre sus
espaldas; al parecer, McGonagall se había apiadado un poco de sus aspectos y había agitado
su varita para ayudar.

Más calientes y resguardados, el momento parecía adecuado para hablar, pero ninguno
quería comenzar a hacerlo, sobre todo Stella, quien no encontraba lógica a lo que acababa
de presenciar minutos atrás. ¿Qué hacía Harry persiguiendo a un perro callejero con tanto
ahínco?... Sacudió la cabeza y se obligó a sí misma a respetar el silencio de Harry, quien
temblaba mínimamente a su lado. Él hablaría cuando estuviera listo. Además, no necesitaba
saber el motivo exacto de su pena... el sólo hecho de mirar la opacidad de sus ojos la hacía
sentir profundamente conmovida... Sonriendo débilmente, elevó los ojos por sobre el
agradable vapor de chocolate. Con suavidad, despegó sus dedos de la taza, movió su brazo
por debajo de la mesa y posó su mano, sutil e indecisa, sobre la de Harry. Al sentirla, él
apenas se movió; giró su rostro unos centímetros, se encontró con los ojos de ella y,
extrañamente, no sintió vergüenza de mostrar que no había podido contener un par de
lágrimas. Al notarlo, Stella sonrió aún con más ternura, y casi sin planearlo, entrelazaron
lentamente sus dedos en un gesto de comprensión. Se mantuvieron así por al menos media
hora, en la que la clientela de Las Tres Escobas parecía estar más silenciosa que nunca, y en
la que el clima parecía no ceder.

Luego de que Hermione sacara su varita y aliviara a sus amigos con un agradable chorro de
aire caliente para secar sus ropas, se volvió hacia Stella, haciendo un ademán de querer
marcharse.

- Vamos. La tienda de túnicas queda justo enfrente... no demoraremos - explicó, al tiempo


que Harry y Ron asentían. Stella arrugó la nariz, reticente a tener que dejar de sentir la
mano de Harry junto a la suya, pero no tuvo más remedio que levantarse. Compartió con él
una sonrisa, cruzó las mesas aledañas y salió con Hermione a la calle. Según lo que podían
ver desde la ventanilla, al menos ya había dejado de llover.

Poco a poco las personas resguardadas bajo el techo del local se fueron dispersando,
intentando aprovechar los débiles retazos de sol que se colaban entre las nubes grises. Tanto
Francisca Solar

así que, a cierta hora, los únicos que quedaban en Las Tres Escobas eran Harry, Ron, y un
par de niñas de cuarto año que parecían aún no recuperarse del frío mañanero. Con dos
botellas de cerveza de mantequilla en sus manos, se movieron desde su mesa hasta una
más alejada, en una de las esquinas y frente al ventanal que daba a la calle. Así podrían ver
cuando Hermione y Stella regresaran.

- ¿Crees que deberíamos contarle a Stella sobre Sirius? - preguntó Ron de repente,
quebrando los eternos minutos de silencio que los habían rodeado desde que llegaron. Harry
se sobresaltó un poco al escucharlo, pero no lo denotó. Se quitó los lentes con cuidado, se
restregó los ojos y limpió los cristales con la punta de su camisa.

- No lo sé, Ron... No es que no confíe en ella, pero no es un asunto que esté sólo en nuestras
manos. Supongo que la Orden querría que le avisáramos si estamos esparciendo secretos... -
opinó y Ron asintió, pensativo - Pero es cierto, quizá quiera que le expliqué qué sucedió...

Ron negó con la cabeza, dibujando una media sonrisa. - No, no lo hará. Es muy prudente,
¿sabes? La mayor parte del tiempo parece que supiera cómo te sientes, qué debe decirte,
cómo debe tratarte...

Harry también sonrió. - Eso parece la descripción de Hermione...

- Es la descripción de las mujeres - concluyó, en un suspiro - ¿Por qué ellas nos entienden a
nosotros, y nosotros no a ellas?

Harry se encogió de hombros, como si aquello fuera uno de los misterios más grandes de la
historia. Volvió a colocar sus lentes sobre el tabique de su nariz, y miró su mano izquierda
con atención. Como un chispazo, recordó cierto día de San Valentín... Cho, una mesa rosa,
confeti desparramado en los manteles, parejas en todos lados... y él, asustado, obligándose
a sí mismo a mirarla a los ojos y a comprometerse con un beso del que ni siquiera fue un
partícipe activo... Regresando a la realidad, volvió a observar su mano y sonrió, cálido. No se
había sentido obligado a tomar la mano de Stella; por el contrario, en aquel minuto lo había
deseado con todas sus fuerzas y, por si fuera poco, había entrelazado sus dedos como si
llevaran años haciéndolo. Lo había querido, y lo había hecho sin presiones. Por fin sentía en
su corazón una paz inusual, algo que en el fondo siempre había buscado...

- Ya regresó tu novia, Harry - murmuró una de las niñas de cuarto año, castaña y de
grandes ojos negros, mientras caminaba hasta la salida. Con un gesto de cabeza, apuntó
hacia la puerta, donde Hermione y Stella aparecían con varias bolsas en sus manos.

Harry ni siquiera se molestó en decir “Ella no es mi novia”. Tocó el brazo de Ron, quien
estaba absorto mirando a través de la ventana, e indicó hacia su derecha. Hermione,
dejando las bolsas pesadamente a un lado de la mesa, arrugó la frente al mirar a sus
amigos.

- ¿Aún están aquí? - se sorprendió, cruzándose de brazos. Stella sonrió a Harry, pero evitó
rápidamente su mirada - Creí que estarían donde Zonko’s...

- Ahora íbamos para allá - mintió Ron, levantándose de su silla.

- Qué bien... así me ayudarás con mis bolsas - dijo, sonriendo ampliamente, y Ron alzó una
ceja, divertido.

- ¿No puedes conjurarlas para que se muevan solas? - preguntó, mirándolas de reojo.

- Sí puedo, pero ya no sería tan divertido... - finalizó, instándolo luego para que tomara las
más pesadas. Al fin lo hizo, no de muy buena gana, pero Stella lo detuvo.

- Hermione, ¿vas a Zonko’s?. Pero prometiste que me llevarías a la Biblioteca...

- Yo puedo llevarte... si quieres - habló Harry, algo sonrojado al ver que todas las miradas
confluían en él. Stella no supo qué contestar.

- ¿Qué tal si los cuatro vamos primero a Zonko’s, y luego a la Biblioteca? Stella, si te
Francisca Solar

gustaron los dulces ácidos de Fred, espera a que veas los ojos verdes salados y los...

- Ron tiene razón, no tiene caso separarnos - interrumpió Hermione, apresurándose a dar a
conocer su opinión. Stella descubrió en su voz un resquicio sospechoso... - Hay varios
lugares que aún no visitas, Stella. Los tres te haremos un pequeño tour...

Ron y Harry asintieron, pero éste último sintió como si Hermione, a propósito, hubiera
coartado su posibilidad de estar a solas con Stella. Pero no quiso pensar mucho en ello. Sin
que ella se lo pidiera, tomó un par de sus bolsas y las llevó al hombro. Stella le agradeció
con una sonrisa, y pronto abandonaron Las Tres Escobas en dirección a Zonko’s, así como
gran parte de la masa estudiantil lo hacía en cada viaje. Zonko’s era el lugar indispensable
por definición; si ibas a Hogsmeade, no podías dejar de pasar. Al menos en los cinco cursos
anteriores, seguía siendo una atracción sin igual para Harry y Ron pero, en especial este año,
había perdido un poco su encanto. En lo que a Harry se refería, de seguro hubiera preferido
seguir caminando por las calles, conversando animadamente con Stella de cualquier cosa, en
lugar de entrar a una tienda abarrotada de niños para conseguir algunas golosinas. De
pronto, y casi divertido, se sintió como un adulto en el jardín de infantes.

Esperaron a que Ron comprara algunos de sus dulces favoritos y se aprovisionara de unas
cuantas bombas fétidas, y luego se encaminaron hasta la Biblioteca. En el camino se
encontraron con muchos conocidos: con Neville y Hannah, quienes parecían muy
entusiasmados con las plantas carnívoras del Jardín botánico de Madame Tulipan; con Dean,
Seamus, Collin y Dennis, intercambiando bromas recién adquiridas en Zonko’s; con Cho y
Michael Corner (Harry abrió los ojos como platos y Ron puso cara de pocos amigos),
sentados en las escaleras del Servicio de Correos, aunque ninguno de los dos parecía muy
feliz con la compañía; con Draco y su grupo, riendo a grandes carcajadas por algo que
Hermione no pudo alcanzar a oír; y, en la esquina anterior a la Biblioteca, divisaron a Ginny
y Owen, charlando tranquilamente a las puertas de la Florería. Ginny tenía una margarita en
sus manos, y justo en el segundo en que Ron hacía las conexiones pertinentes del caso,
Owen tomó la flor, tímido, y la colocó suavemente en el cabello de Ginny.

Harry sólo escuchó un fuerte bufido de molestia y el sonido de las bolsas de Hermione al caer
al suelo. Volteó hacia la derecha y observó a Ron, iracundo, apretar los puños y dirigirse con
paso firme hacia donde estaba Owen y su hermana. Claro que no contaba con los reflejos de
Stella.

- Ron - lo regañó, tomándolo del suéter. Hermione también había salido a escena: se había
colocado frente a él, obstaculizando su camino hasta Ginny - Ni lo pienses.

Ron miró fijo a Stella, respirando con agitación, y luego a Hermione. - ¡Ustedes la están
encubriendo!

- Ay, por Dios, Ron... - refunfuñó Hermione, tomándolo del brazo y obligándolo a caminar
hasta la Biblioteca. Desde ahí, Ginny y Owen se perdían de vista. Harry y Stella, por otro
lado, suprimieron una carcajada. Después de todo, Ron no sólo era “territorial” con
Hermione, sino también con Ginny o con cualquier miembro femenino de su familia. Stella
esperaba que no tomara la misma actitud protectora con ella.

Hermione logró arrastrarlo hasta dentro, cruzaron un par de enormes estantes llenos de
libros antiguos y se sentaron en una de las mesas de estudio. O más bien dicho, Hermione
ordenó a Ron que se sentara, ya que él parecía dispuesto a perseguir a Owen hasta Londres
si era necesario.

- Ahora vas a escucharme con mucha atención, Ron... - pronunció Hermione, severa. Stella y
Harry seguían luciendo rostros entre sorpresa y diversión - Quiero que los dejes en paz,
¿quieres?. Ginny no necesita que seas su chaperón... ya puede cuidarse muy bien sola...

- ¡Es mi hermana, tengo que protegerla! - se defendió Ron, aún dirigiendo su mirada hacia la
salida - No sabemos quién es ese... ese...

- Claro que lo sabes, no busques excusas baratas - le discutió, cruzándose de brazos - Es


Owen Cauldwell, es el campeón del torneo de duelos, pertenece a la Armada... pero por
sobre todo, es un excelente chico y es nuestro amigo, así que no quiero verte con esa
Francisca Solar

expresión de furia en el rostro, ¿entendido?.

Ron arrugó la frente, reticente a tener que cambiar de humor. Pero sabía que en el fondo
Hermione tenía razón: Ginny ya no era la niña pequeña de antes, a quien incluso debió
cambiar pañales una vez. No, Ginny había crecido, al igual que él, y no tenía derecho a
fiscalizar su vida de esa manera. Suspiró profundo, y dirigió una última mirada a la puerta.

- ¿Estás bien, Ron? - preguntó Hermione, preocupada esta vez.

- Sí, mamá - respondió, haciendo una mueca infantil. Hermione sonrió.

- Entiendo que te preocupes por ella, y te aseguro que Ginny lo traduce como un acto de
cariño... pero debes dejar que haga su vida, ¿sí?.

Ron asintió, resignado, aunque no del todo. Intentaría no ser tan dominante, pero tendría a
ese tipo Cauldwell entre ceja y ceja hasta el término del año escolar. Hermione podía estar
pendiente de sus actos, pero no podía leer su mente...

- Nadie será jamás lo suficientemente bueno, ¿no es así? - opinó Hermione, alzando una
ceja, sentándose junto a Ron luego de verlo más tranquilo.

Él lo pensó un momento. - No, la verdad no... sólo Harry - bromeó, volteando hacia su
amigo, quien ya se había alejado unos metros, mostrándole a Stella algunas de las secciones
de la Biblioteca.

- Pues lo siento... Creo que Harry ya no está disponible - concluyó Hermione, mirando en la
misma dirección que Ron. Aunque su voz no denotaba una gran felicidad...

Hubo unos segundos de silencio, hasta que Ron volvió a hablar. - Harry no sabe nada de
libros... - dijo, divertido, observando cómo Harry indicaba a Stella algunos lugares,
secciones, ediciones...

- Y Stella lo sabe - respondió Hermione, sonriendo esta vez - Pero está disfrutando el
momento...

Ron asintió como si aquello fuera prácticamente obvio. Pensó hacia sí un segundo, volteó
ligeramente y se encontró con los ojos de Hermione. Ella se ruborizó un poco.

- ¿Qué? - dijo, aún sonriendo.

- Nada - respondió, sin cortar el contacto visual. Casi por inercia, los ojos de ambos fueron a
parar a los labios del otro, pero antes de que pudieran siquiera pensar qué harían con eso, la
voz de Stella los regresó bruscamente a la tierra.

- ¿Está segura que no lo tiene? - preguntó por última vez, dirigiéndose a la encargada de la
Biblioteca. Ella, una señora de avanzada edad enfundada en un delicado delantal color tierra,
negó suavemente con la cabeza.

- Lo siento, señorita. Jamás hemos tenido aquí un libro con esas características...

Stella asintió, cabizbaja. Volteó hacia Harry, y él se encogió de hombros. Pronto Hermione y
Ron se les unieron.

- No te rindas... ya lo encontrarás - la animó Hermione. Luego se dirigió hacia sus amigos -


Vamos, aún no hemos ido al café o a la Casa de los Gritos...

- Aún no hemos comido - gruñó Ron, acariciándose el estómago. Hermione puso cara de
impaciencia.

- Está bien, pasaremos primero por Las Tres Escobas... - dijo, y así fue. Ron compró varios
sandwichs, algunas cervezas de mantequilla, y caminaron hasta un sitio a los pies de la
colina, donde el césped ya estaba seco. Hermione conjuró un mantel a cuadros típico para
picnics, y los cuatro se sentaron a recibir los débiles rayos de sol que lograban colarse por
Francisca Solar

las nubes. A pocos metros se alzaba, imponente, la llamada Casa de los Gritos, y mientras
Harry le narraba a Stella la historia conocida, Ron tragó con apremió su último sorbo.

- Harry, los calcetines... - le recordó, refiriéndose a Dobby, y Harry dudó un momento. Buscó
en su bolsillo, sacó unos cuantos galeones y se los pasó.

- ¿No podrías comprarlos tú por mí? La tienda sólo está en la esquina... - pidió, sonriendo
sospechosamente. Ron pareció entender al instante.

- Está bien, me servirá para estirar las piernas - le sonrió de vuelta, reincorporándose del
césped - Hermione, ven conmigo.

- ¿Yo? ¿Por qué yo? - preguntó, sorprendiéndose.

Ron la apremió con la mirada, insistente. - Porque no tengo idea de combinaciones... y estos
calcetines deben ser elegantes, y no sé distinguir entre...

- Ron, son sólo calcetines. Elige cualquiera que..

Pero no terminó de hablar. Sin esperar a que Hermione terminara de desplegar todas sus
excusas, la tomó suavemente del brazo y la levantó.

- De verdad necesito tu ayuda - le dijo entre dientes, moviendo las cejas. Aunque el
escándalo no era necesario: ya había adivinado las intenciones de Harry, pero no estaba
segura de querer dejarlo solo con Stella...

A regañadientes, tomó su bolso y caminó junto a Ron hacia la tienda. Stella arrugó la frente
ante la escena y luego miró a Harry pidiendo una explicación. Él se encogió de hombros,
sonriendo, y Stella suspiró.

- ...y bueno... ¿Qué sucedió con la casa? - dijo, intentando retomar el tema que los había
mantenido interesados durante los últimos veinte minutos.

- Como se esparció mucho el rumor sobre que la casa estaba embrujada, nadie quiso
habitarla ni visitarla jamás. Y desde entonces, se ha convertido más bien en un atractivo
turístico de la zona...

- ¿Alguna vez has visto a esos supuestos fantasmas? - preguntó, suspicaz - Es decir... ¿Hay
algún testigo de la historia que acabas de contarme?

- Más de los que piensas - dijo, pensativo. Fue inevitable traer a su mente a Remus, Sirius,
Peter... a su padre - Además, no es muy difícil de creer. Has visto todos los fantasmas de
Hogwarts... has visto patronus como estelas de luz... ¿Por qué no habrían de existir un par
de espectros horrendos y furiosos?

Stella rió ante el comentario, y Harry hizo pronto eco de ésta. - Ya que lo mencionas -
comenzó a decir ella, curiosa - Hace tiempo he querido preguntarte por qué tu patronus
toma la forma de un ciervo... - dijo, y Harry se reincorporó un poco para poder mirarla de
frente. Él también había deseado preguntarle eso - Es que... bueno, el mío intenta... es
decir, de alguna forma representa a mi padre...

Harry sonrió de sorpresa. - ¿Bromeas? ¡Mi ciervo también refleja a mi padre! - exclamó,
extasiado. Quizá el padre de Stella también era un animago y se convertía en una gran
libélula o algo...

- Es muy bello... cuando lo vi creí que estaba viendo tu reflejo... Si tú fueras un animago, te
convertirías en algo muy parecido - opinó, dibujando una sonrisa cálida. Harry mantuvo su
mirada.

- ¿Cómo podrías saberlo?

Ella se encogió de hombros, algo ruborizada. - Sólo lo sé.


Francisca Solar

Harry no hizo más preguntas. Como bien lo había dicho Ron, las mujeres tenían una forma
muy especial de comunicarse, de tratar con la gente, sobre todo con el sexo opuesto. Y
antes de que quisiera ahondar en su pasado, saber quién era ella, de dónde venía o quiénes
eran sus padres, Ron y Hermione aparecieron corriendo hacia ellos. Harry apretó los labios
en señal de desilusión.

- Vamos, adelantaron la hora de regreso... - habló Ron, recogiendo alguna de las bolsas de
Hermione.

- ¿Y eso por qué? - preguntó Stella, al tiempo que Harry le ayudaba a levantarse. Al parecer
ella tampoco deseaba irse tan pronto.

- Creo que Dumbledore avisó que el clima empeoraría en cualquier segundo... que era mejor
que regresáramos al castillo - explicó Hermione, comenzando ya a caminar hacia la calle
principal de Hogsmeade.

Harry, Ron y Stella se apresuraron a igualar su paso, y en pocos segundos los carruajes de
Hogwarts ya estaban frente a ellos. Subieron a uno de los primeros, justo a tiempo para no
sufrir una vez más los estragos de la lluvia. Gruesas gotas comenzaban a golpear el techo, y
los pocos destellos de sol que los habían acompañado durante la tarde se esfumaban
rápidamente. Ron tomó el sitio junto a la ventana.

- ¿El profesor Dumbledore tendrá un servicio metereológico propio? - pensó en voz alta, y
Hermione entornó los ojos, impaciente, aunque no respondió nada. Estaba muy cansada...
no recordaba un viaje a Hogsmeade tan agotador...

Frente a ella, Harry y Stella también demostraban signos concretos de cansancio. El ánimo
comenzaba a abandonarlos, y el día gris de afuera no ayudaba en lo absoluto. Sin estar
completamente consciente, Harry pausó su respiración y se apoyó, cómodo, sobre el mullido
respaldo de su asiento, dispuesto quizá a tomar una siesta rápida. Segundos después sintió
algo en su hombro; Stella, rindiéndose también al cansancio, buscó en Harry una cuasi
almohada, y él no tuvo intención en oponerse. Es más: la arropó con su chaqueta y
permanecieron así, juntos, hasta que las luces del castillo se hicieron visibles. Stella durmió
tranquila, sin promesas que la atormentaran o recuerdos nefastos que la persiguieran, y
mientras su corazón descansaba en la alegría de las circunstancias, en ningún lugar en
particular, Harry soñaba con un ciervo... con una mariposa y un ciervo...

Cap. XIII: Todo lo que No Debo (All Things I Shouldn’t)

        Como siempre solía suceder, tres horas antes del baile los pasillos de Hogwarts se
hallaban vacíos. Los pocos estudiantes que deambulaban eran de primero, segundo y tercer
año, y parecían absolutamente ajenos al acontecimiento que se llevaría a cabo en el salón
principal. Dumbledore siempre bromeaba con el "silencio tensional" que los bailes
provocaban en su víspera, y este año no era la excepción. Para el almuerzo, ya se escuchaba
un murmullo de excitación en cada una de las mesas, y Harry observó, al borde de la risa y
la sorpresa, cómo algunas chicas dejaban sus platos intactos por el miedo de que luego no
cupieran en sus vestidos. En lo que a Stella y Hermione respectaba, las dos comieron
bastante bien y no se veían nerviosas ni nada, al igual que Ron y Harry, quienes conversaron
entre ellos como si fuera sólo un día más de estudio. Lo que ni unos ni otros sospechaban
era que, mientras la hora se acercaba, el nerviosismo crecía a paso acelerado en las
respectivas salas comunes, aunque más específicamente en los dormitorios, tanto de los
chicos como de las chicas.

        Hermione, algo histérica en aquel segundo, lidiaba a regañadientes con su cabello,


untándolo con una poción alisadora que había preparado para estos casos, pero, por más
que lo intentaba, no lograba dejar su moño como ella quería.

- ¿Necesitas ayuda? - preguntó Stella sonriendo, dejando una mano en su hombro, al tiempo
que Hermione dejaba escapar un suspiro de desesperación. Tras su rostro en el espejo,
decenas de chicas iban y venían, frenéticas, peleándose por su turno en los baños, o el
maquillaje, o la ayuda en los peinados... - Tranquila, todo va a salir bien.

- No si este estúpido peinado continúa negándose a permanecer quieto... - gruño, apuntando


Francisca Solar

a su cabeza. Stella volvió a sonreír, tomó algunas orquillas sobre la mesa y miró un
momento el cabello de Hermione, pensativa.

- ¿Puedo... mmm... hacerle un par de retoques?

Hermione clavó su mirada en ella, y luego en sus manos. Su estómago dio un vuelco. - ¿E-e-
estás segura? - preguntó, balbuceante - Tú aún no te has vestido, y tal vez te voy a demorar
en...

- No es problema - respondió Stella, natural - Además, no podré vestirme tranquila si sé que


aún lidias con tu cabello...

Hermione tragó saliva. Cerró los ojos y asintió, suspirando. - Está bien... es todo tuyo, yo me
rindo - dijo, y Stella asintió, alegre. Desarmó los lazos, las orquillas puestas a presión, y
organizó todo un nuevo tocado. En pocos minutos, y con más facilidad de la que hubiera
esperado, transformó los enmarañados rizos de Hermione en un delicado bouquet.

- ¡¡Excelente!! - exclamó, anonadada. Volteó varias veces sobre su eje, se acercaba y


alejaba constantemente del espejo - Te debo una. ¿Cómo lo lograste?

Stella se ruborizó un poco. - Mira mi cabello - dijo, girando un poco para que su amiga
pudiera verlo bien. Los retazos rojizos llegaban unos centímetros más abajo de la cintura -
Debo lidiar con él todos los días... ¿y crees que no puedo arreglar un simple moño?

        Hermione le sonrió, profundamente agradecida, y sintió una punzada de remordimiento


en su pecho. Había estado muy cortante con ella y Stella no hacía más que acercarse... Pero,
¿qué más podía hacer? Ella misma sabía el peligro que corría si...

- ¡¡Stella!! - gritó alguien tras Hermione, y Stella sonrió, divertida.

- Es Ginny... debe estar tan nerviosa como tú... - explicó, haciendo un ademán de caminar
hasta ella.

- Pero nunca me había pasado... - dijo Hermione, pensando en voz alta, y Stella detuvo su
paso para escucharla - Es decir, en el baile de tercero no estaba ansiosa ni nada...

Stella le dirigió una mirada cómplice. - Pero ahora no vas con Víctor... ¿o sí? - dijo,
sonriendo, y le guiñó un ojo antes de alejarse.

        Hermione bajó la mirada y se ruborizó un poco. Luego admiró su aspecto en el espejo


del ropero: estaba muy satisfecha con su vestido strapless, largo y sutilmente ajustado, de
azul oscuro con bordados que brillaban con cada movimiento. Stella tenía razón, ahora era
distinto. De la mesa tomó el perfume que Ron le había regalado la navidad anterior, y untó
unas gotas en sus muñecas. Esperaba que él hubiera tenido la decencia de comprar una
nueva túnica de gala...

(...)

- ¿Qué te parece? - preguntó Ron, entusiasmado, luciendo su túnica azul con bordes
plateados frente a todos. Seamus levantó su puño en signo de aprobación.

- Ya quiero ver la cara de Hermione - opinó Dean, mientras ataba los cordones de sus
zapatos.

        Ron se sonrojó ante el comentario, pero volvió el rostro nuevamente hacia el espejo.
Harry lo miró de reojo desde la esquina, pero regresó pronto a su propio reflejo. Luego de un
exhaustivo sondeo, la figura estampada en la puerta del ropero le arrojaba las siguientes
características: cabello revuelto pero atractivo (Collin había dicho que su prima, una chica de
cuarto año, creía que su pelo sin peinar le daba un toque natural irresistible. Después de eso,
no lo pensó dos veces y ni siquiera intentó tomar la peineta), zapatos debidamente
lustrados, pantalones recién lavados y planchados, combinados a la perfección con su camisa
negra de cuello alto y su túnica, reluciente, de verde opaco. Si lo pensaba bien, tenía todo a
su favor para sentirse satisfecho con su atuendo, pero algo no le calzaba.
Francisca Solar

Neville se le acercó sin que lo percibiera, observó un momento a Harry y luego habló. - Se
nota que has crecido desde el último baile - dijo, y al tiempo que Harry volteaba hacia él,
Neville apuntaba hacia abajo - Pero sé como arreglarlo.

Harry arrugó la frente, confundido. - ¿Arreglar qué?

Neville intentó ser más claro. - Yo también olvidé comprar una túnica nueva... pero hablé
con McGonagall y ella lo solucionó - explicó, mostrando su propia túnica y apuntando luego a
la de Harry, la cual apenas sobrepasaba sus rodillas - Vi cómo lo hizo. Es un hechizo muy
simple para agrandar prendas de ropa... si quieres puedo tratar.

        Harry hizo una mueca de desconfianza, pero no estaba en momentos de relajo. Era
cierto: su túnica estaba perfecta, salvo la desaparición lógica de 20 centímetros de tela para
llegar a sus zapatos. Había crecido, y lo había advertido en todo... menos en un traje de
fiesta. En cualquier minuto tendrían que bajar al vestíbulo, y si Stella lo viera así...

- Bien, hazlo - afirmó Harry, aunque no lo suficientemente seguro. Neville asintió, contento
por ser útil. Sacó su varita, arrugó la frente en señal de concentración y apuntó a la túnica
de Harry.

- ¡Engorgio túnica! - exclamó, y Harry cerró los ojos ante un posible desastre. De pronto, un
calor inusual se apoderó de su pecho, brazos y piernas. Abrió un ojo, temeroso, y vio a su
túnica destellar en todas direcciones, y lo que antes era verde, ahora era rojo, y luego
amarillo, y luego rosa...

- ¡Haz que se detenga! - gritó Harry, horrorizado al ver cómo su túnica se convertía en una
luminosa tela multicolor.

- ¡Ese era el hechizo, estoy seguro! - gritó de vuelta Neville, asustado. Por más que pensaba,
no podía recordar el contrahechizo... - ¡¡Ayúdenme!!

        Ron, Seamus y Dean corrieron hacia Harry, y cada uno hizo una mueca distinta al ver
su túnica transmutar en diferentes tonalidades. Suprimiendo sus carcajadas, sacaron sus
varitas y apuntaron hacia Harry. El único problema fue que, dado la histeria del momento, no
se pusieron de acuerdo sobre qué contrahechizo utilizar; cada uno exclamó algo distinto, y
en lugar de ayudar a Harry, hicieron que todo fuera peor...

        Algunos chicos de cuarto y quinto curso se acercaron a mirar. Ron, Seamus, Dean y
Neville se alejaron unos pasos de Harry, asombrados. Ahora la túnica no sólo cambiaba de
colores, sino además se extendía como una carpa de circo y se encogía como un bulto de
calcetines con dos segundos de diferencia. De la tela se desprendían cierres, lazos,
bolsillos... las mangas se ensanchaban como las ropas de Dumbledore y luego se encogían
como tirantes de un vestido... hasta que, justo al tiempo en que Harry lanzaba un grito de
desesperación, repentinamente todo cesó. No más rayos luminosos, ni cambios, ni arcoiris
de colores, ni telas desbocadas. Temeroso, Harry abrió los ojos esta vez para ver qué había
quedado de su túnica original, y al observarse en el espejo alzó las cejas, impresionado. Se
quitó sus gafas, se restregó los ojos, volvió a colocarlas y se observó de nuevo, sólo en caso
de haber estado alucinando. Pero no, aquel reflejo era él: sobre su camisa caía, galante e
impecable, una túnica negra que desprendía destellos verdes al rozarla. Llegaba
adecuadamente hasta sus tobillos, y era más elegante que la antigua. Aún sin poder creerlo
del todo, Neville se acercó, tímido.

- Perdóname, Harry... sólo quería ayudar - dijo, cabizbajo. Harry, observando su reflejo por
última vez, volteó hacia él, dibujando una sonrisa nerviosa.

- Está bien, no pasó nada grave... de hecho, ahora me gusta más que antes - dijo, sonriendo
ahora con más determinación. Seamus y Dean le sonrieron de vuelta, admirados.

- Por lo menos no tienes cabestrillo en los puños... - bromeó Ron, refiriéndose a su propia
túnica para el baile de tercero.

        Curioso, caminó alrededor de Harry para ver mejor su túnica nueva. Harry suspiró,
Francisca Solar

dejando notar un visible nerviosismo. No dejaba de arreglar el cuello de su camisa.

- Cómo pude olvidar comprar otra túnica... - pensó en voz alta, sin despegar la vista del
espejo.

Ron alzó una ceja, suspicaz. - ¿Te preocupa verte bien por vanidad... o por tu acompañante?

Harry apretó los labios. Ahora sí que estaba nervioso. - ¿Tengo que decírtelo?

- No, ya lo sé de todos modos - bromeó, sonriendo abiertamente. Harry no pudo evitar


ruborizarse. Bajó la mirada.

- ¿Y si lo arruino todo? - murmuró, cambiando su nerviosismo por una extraña seriedad.

- Bienvenido al club - respondió Ron, con algo de amargura - Pero no pienses en eso. Te has
tomado las cosas con calma, y eso te favorece. Lo que es yo, debo comenzar todo de
nuevo...

        Harry le sonrió. No había nada qué decir; solo descubriría que las cosas con Hermione
habían mejorado notoriamente.

- Suerte - dijo, alejándose luego del espejo. No soportaría ver su reflejo una vez más.

- Suerte a ti también... aunque no la necesitas - respondió, dándole unas palmadas en el


hombro. Harry prefirió callar. Ron no tenía idea de cuánto lo había abandonado la suerte este
año...

        Interrumpiendo el murmullo efervescente en el dormitorio de los chicos, Filch golpeó la


puerta con fuerza y entró sin tapujos. Con su usual mirada de asco, y con la Sra. Norris en
sus brazos, miró en todas direcciones, asegurándose de que no hubiera ninguna chica
infiltrada.

- ¡Va a empezar! ¡Todos al vestíbulo, ahora! - les gritó, con aquel tono desagradable de
siempre.

        Ron y Harry tomaron aire, irguieron sus espaldas y siguieron a Seamus escaleras
abajo. La sala común destacaba por su silencio; Ron elevó la mirada hacia la entrada del
dormitorio de las chicas, pero nada delataba el caos de histérica que se desataba adentro. Lo
más probable es que aún estuvieran arreglándose, pensó, y pasó luego por el retrato de la
señora gorda. En pocos minutos llegaron a la entrada del Gran Salón. Se escuchaban voces,
risas y mucho movimiento, pero mantenían cerradas las puertas. Ahí se encontraron con los
otros chicos de Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin, y casi instantáneamente, quienes
pertenecían a la armada se reunieron en círculo. El más nervioso de todos (según la
apreciación rápida de Harry) era Neville. Se veía muy bien con su túnica roja opaca. Parecía
un rey o algo parecido.

- ¿Quién es tu pareja, Neville? - preguntó Zacharias, notando su nerviosismo tal como lo


había hecho Harry. Las conversaciones de los otros cesaron al instante para escuchar la
respuesta.

Neville hizo un gesto de angustia y palideció notoriamente. - Es... es... es Hannah -


tartamudeó, evitando la mirada de todos. Varios intercambiaron miradas elocuentes.

- ¿Y tú, Harry? - preguntó Collin, risueño como siempre.

- Cho, por supuesto - se adelantó Owen - Los vi conversando cerca de la fuente hace unas
semanas.

        Harry hizo un gesto de molestia al recordar aquel episodio. Apretando los labios, sonrió
al pensar en su verdadera pareja, y antes de que pudiera decir su nombre, Michael Corner
apareció tras Ron, quien no parecía muy contento de tenerlo tan cerca.

- Disculpen, no pude evitar oír la conversación y... creo que hay un error... - explicó, casi
Francisca Solar

desafiante. Miró a Harry con desagrado, como si hubiera estado esparciendo rumores falsos
a propósito. Harry le devolvió una sonrisa forzada, e intentó sacar a sus amigos del error.

- No te alteres, Michael, nadie va a quitarte tu pareja - pronunció, al tiempo que Ron


susurraba a su lado "Como si alguien quisiera ir con ella...". Harry debió reprimir una
carcajada ante el comentario, y continuó hablando, mirando a Owen esta vez - Michael va
con Cho, no yo.

Dennis pensó un momento, mirando fijamente a Harry. Luego sonrió. - ¿No es obvio? - dijo,
atrayendo la atención del grupo - Harry va con Stella.

        Harry sintió un leve ardor en sus mejillas, pero se obligó a sí mismo a no delatarse.
Neville, Seamus, Dean y Ron sonrieron elocuentemente, pero no emitieron comentario.
Harry siempre había sido muy reservado en lo que se refería a sus asuntos privados.

- Impresionante patronus - opinó Ernie repentinamente. Harry suspiró de angustia; hubiera


preferido que cambiaran de tema.

- Me gustan las mujeres con poder... ¿Qué se siente tener competencia, Harry? - preguntó
Terry, en un tono gracioso. Harry, algo atolondrado, sólo atinó a sonreír, y antes de que
pudieran extorsionarlo para que relatara detalles que definitivamente no quería compartir
con nadie, Dean se dejó escuchar.

- Ahí vienen - dijo, tragando saliva. Ron, al ver la reacción de Dean y de los otros, se sintió
más tranquilo. Él no era el único con los nervios de punta.

        Aún no aparecían por la escalera, pero sus murmullos se escuchaban desde el pasillo.
Poco a poco fueron apareciendo, casi siempre las de cuarto año a la cabeza de la comitiva,
ya que eran las más entusiasmadas con esto de ya tener la edad suficiente para poder asistir
a los bailes. Paulatinamente algunos chicos se iban acercando a la escalera para recibir a sus
respectivas parejas, y entre ellos, Harry buscaba con la mirada. Por el momento, ni rastros
de Stella.

A su lado, Ron comenzó a pasearse con desesperación. - Ohhh Ho-hola Hermione... mmm
no... te ves muy bien, Hermione... ay, no, algo mejor... - susurraba en voz alta, pensando la
frase que diría cuando la viera. Se obligó a sí mismo a tranquilizarse; si no, comenzaría a
sudar, y no era el mejor aspecto que podía presentarle a su pareja.

- ¿Ron? - lo llamo Harry.

- Qué - respondió casi como reflejo, aún con la vista perdida y replanteando mentalmente
sus líneas.

- Apóyate en el pilar más cercano...

Ron elevó la mirada hacia él, confundido. - ¿Y eso por qué?

- Porque vas a desmayarte - sonrió, apuntando con la mirada hacia la escalera.

        Tan flamante que muchos chicos voltearon a verla, Hermione se acercaba a paso lento
hasta las puertas del Salón, buscando a Ron entre la multitud. El vestido le sentaba muy
bien y se veía cómoda y feliz. Harry volteó para chequear el estado de Ron, y luego sonrió,
divertido. Ron se había quedado paralizado, estupefacto. Tenía la boca parcialmente abierta,
gesto que mutó levemente hasta llegar a una sonrisa de satisfacción.

- Hola - saludó Hermione tímidamente, sonriendo. Ron demoró unos segundos en recordar
que era un ser humano y que tenía la facultad de comunicarse, pero cuando lo hizo, no pudo
evitar demostrar toda su admiración.

- Te ves... - comenzó a decir, y luego de repasar mentalmente un sin fin de adjetivos, creyó
encontrar el adecuado - ...perfecta.

        Hermione abrió los ojos de sorpresa y se ruborizó. Apretó los labios en una sonrisa de
Francisca Solar

agradecimiento y, afablemente, recorrió a Ron con la mirada.

- Me encanta tu atuendo... - dijo, y luego desvió su mirada hasta su vestido - Es como si nos
hubiéramos puesto de acuerdo...

        Era cierto; la túnica de Ron y el vestido de Hermione combinaban armoniosamente. Se


miraron con entusiasmo, e inesperadamente Ron le ofreció su brazo. Un sonido de cadenas y
madera crujiente les avisaba que las puertas se abrirían en cualquier segundo. Harry aún
buscaba entre la multitud, ya más dispersada, y al fijar la vista en el tope de la escalera,
sintió que su corazón se detenía.

- Oh, Dios - exclamó un chico de Slytherin junto a Harry, impresionado, mirando en dirección
a la escalera. Harry estuvo a punto de decir "estoy de acuerdo", pero las palabras no salían
de su boca.

        De un momento a otro todo desapareció a su alrededor; podría haber pasado una
manada de elefantes y él no se hubiera dado por enterado. Tembloroso, caminó algunos
pasos hacia adelante, y el murmullo estacionario que se había apoderado del vestíbulo
durante todos aquellos minutos, ahora se convertía en silencio, expectante. Varios chicos se
detuvieron a mitad de camino para observar, y muchas chicas exclamaron un "¡Ohhhh!"
colectivo. Y es que, sin exagerar, Stella parecía envuelta en un halo de luz angelical. Llevaba
el cabello semi recogido, dejando que el resto cayera con docilidad hasta su cintura,
terminando en pequeños rizos. Su vestido, celeste- grisáceo brillante, era de escote recto
con pequeños tirantes en la mitad de sus hombros; era ajustado hasta la cintura y algo más
ancho hasta los zapatos, moviéndose con elegancia en cada paso. Además, de sus hombros
se desprendía una delicada capa extensa de un celeste más oscuro. Del mismo color que sus
ojos, había dicho Parvati, sin tener la intención de moverse hasta que viera la expresión de
Harry. Él, aún estupefacto pero manteniendo la compostura, se acercó lo más posible,
tendiéndole su mano para ayudarle a bajar los últimos escalones. Ella aceptó su
ofrecimiento, y al tiempo que sus dedos se tocaban, Harry sintió algo así como electricidad.
Si lo pensaba bien, no era un vestido común; no sólo era extremadamente elegante, si no
que había algo en su confección que profesaba una magnificencia digna del sastre más
experto...

        Sus ojos se encontraron, nerviosos, y luego intercambiaron una sonrisa cálida. Las
palabras sobraban; se habían convertido, con amplia ventaja, en la pareja más elegante e
imponente del baile. Varios estudiantes se alejaron unos pasos y les abrieron camino para
que se adelantaran. Ya frente a las puertas se encontraron con Filch, más tosco que nunca,
dando instrucciones para hacer la entrada.

- ¡Escúchenme bien o lo arruinarán! - gritó, y mientras algunos acallaban sus


conversaciones, el decrépito vigilante de Hogwarts comenzó a pasearse entre las parejas -
Deben entrar una pareja tras otra... vamos, hagan una fila... ¡Es para hoy, inútiles!

        De mala gana, gran parte de los estudiantes se ubicó en una larga hilera frente a las
puertas. Filch tomaba a algunos de los brazos y los cambiaba de lugar a su antojo, y cuando
el sonido en el Salón indicaba la apertura inminente, una pareja se acomodó forzadamente
delante de Ron y Hermione.

- Los más importantes deben ir primero - dijo Draco con sorna, y Pansy liberó una pequeña
carcajada. A regañadientes, Ron dio un paso atrás para tener más espacio.

- Claro, por eso es que Owen, Harry y Stella van a la cabeza - respondió Hermione,
desafiante. Draco esfumó su sonrisa irónica.

- Veo que tienes túnica nueva, Weasley. Ojalá la hipoteca de tu casa haya bastado...

        Si hubiese sido otro momento, lo más probable es que Ron saltara con furia e intentara
golpear a Draco con todas sus fuerzas. Pero, y tan sorprendente que Hermione sintió su
pulso acelerado, Ron no se movió ni un centímetro. Tal como si hubiera escuchado el más
inocente de los comentarios, sonrió con naturalidad.

- Ahorra saliva, Malfoy. No vas a arruinarme la noche... no vales tanto - dijo, y el rostro de
Francisca Solar

Draco se arrugó en un gesto de impotencia. Si no fuera porque Filch volvió a gritar sus
instrucciones, Draco hubiera pensado en un nuevo ataque verbal.

- Escúchenme ineptos, porque no voy a volver a repetirlo. Cuando de la señal, entrará la


primera pareja, y luego las siguientes, ¡en orden! - exclamó, y se escuchó un murmullo vago
de entendimiento.

        En eso, un crujido seco hizo que todas las miradas confluyeran en las grandes puertas
de madera de roble. Con lentitud, se abrieron para dar paso a un hermoso espectáculo que
muchos ya habían presenciado alguna vez: todo estaba tenuemente iluminado por diferentes
candelabros, ubicados en cada una de las mesas dispersadas por el lugar. Un gran espacio
vacío en medio simulaba una pista de baile y, un poco más atrás, una mesa larga indicaba el
lugar de los profesores. En las esquinas y pegadas a las paredes, más mesas sostenían un
sin fin de platos deliciosos, postres, jugos y demases. Además, y sobre el cielo falso del
salón, levitaba una asombrosa decoración de Halloween. Calabazas encendidas, escobas en
miniatura y otras cosas, todo precedido por un cielo negro estrellado, hermoso y despejado
para la ocasión.

        Filch hizo un desagradable sonido gutural para llamar la atención de todos. El murmullo
cesó. El vigilante levantó una de sus manos, y comenzó la cuenta.

- Uno... dos... tres... ¡andando!

        Owen, sonriendo ampliamente mientras Ginny lo tomaba del brazo, dieron un paso
adelante y entraron solemnemente al salón, al tiempo que una suave música de fondo
comenzaba a sonar. Unos segundos después los siguieron Michael Corner y Cho, y tras ellos,
Stella y Harry, evidentemente felices con la compañía. Ella se apoyó con delicadeza en su
brazo, y él se estremeció mínimamente acto seguido. Con paso firme, entraron al Salón, y
Harry comenzó a pensar que podría hacer de este baile el mejor recuerdo de su vida...

        Paulatinamente, las parejas fueron avanzando hasta sus respectivas mesas, y cuando
fue el turno de Draco, lo único que escucharon los de más atrás fue un golpe seco y un
bufido de furia. Draco y Pansy habían caído de bruces al suelo sin siquiera dar un paso, y
desde ahí murmuraban maldiciones para todos. Pero Pansy había visto la causa: Ron, justo
tras ella, había pisado la punta de su vestido y la había hecho tropezar. Pero antes de que
pudiera encararlo, o siquiera levantarse del piso, él y Hermione se acercaron por el lado,
dispuestos prácticamente a pasar sobre ellos.

- Ups, lo siento, Pansy - dijo Ron, en una voz de irónica inocencia, mirándola desde arriba -
Es que no escuché cuando Filch dijo "tres"... porque no lo dijo, ¿verdad?.

Pansy hizo un gesto de aborrecimiento profundo, y luego posó los ojos en Hermione. - ¿No
pudiste soportar que te ganara, no Hermione? Tenías que ir corriendo a contarle a tu
noviecito... - Oh, no, Hermione puede cuidarse muy bien sola... yo sólo me estoy divirtiendo
– respondió Ron, sonriendo esta vez a Draco, quien ya se había levantado y sacudía el polvo
de sus pantalones.

        Con agilidad, pasaron junto a ellos y entraron en el salón. Hermione miraba a Ron con
admiración, y unos metros antes de llegar a su mesa él volteó.

- ¿Qué? - dijo, tranquilo pero contento, intentando no evidenciar el delicioso dolor de


estómago que la palabra "noviecito" había provocado en él.

- Nada - respondió Hermione, mirándolo con un brillo distinto que el mismo Ron lo tradujo
como ternura, o quizás...

        La última pareja tomó posición en su mesa y la música se dejó de escuchar. Para
entonces gran parte de las miradas se dirigieron a la mesa de los profesores, y así fue como
Ron, Harry y Hermione se percataron de un grupo de personas, muy conocidas por ellos,
erguidos cerca de Dumbledore. Los tres intercambiaron una sonrisa de sorpresa, y esperaron
las palabras del director.

- ¡Bienvenidos todos a un nuevo baile de Halloween! - exclamó, abriendo los brazos con
Francisca Solar

entusiasmo. Cuando el silencio fue sepulcral volvió a hablar - Apenas a comenzado el año
escolar, pero sobre todo en estos tiempos donde las tristezas parecen más duraderas que la
dicha, aquellos espacios de distensión y armonía se hacen incluso más necesarios... - dijo, al
tiempo que se levantaba de su silla - Este año se ha realizado exitosamente un Club de
Duelos, dirigido por el profesor Libertes Pittycarp - señaló al profesor, algo tenso por el
nombramiento, pero sonrió. Al mismo tiempo, Dumbledore se ubicaba, sonriente, junto a un
hombre de 45 años, de cabello color ceniza y que vestía una túnica ocre brillante - ...y
aquella travesía ha arrojado un ganador, el cual no sólo se ha hecho merecedor del respeto
del alumnado, sino además de una condecoración especial que ahora detallaremos. Será
entregada por Remus Lupin (a quien muchos de ustedes recuerdan) en representación de la
Orden del Fénix, nuestros invitados de honor...

        La sala se llenó de un bullicio expectante y emotivo. Varios se sobresaltaron al


escuchar "Orden del Fénix", y éstos fueron los encargados de contarle a los demás quiénes
eran. Si bien durante años no había sido más que un mito, un secreto a voces, ya no había
razón para esconderse. La Guerra había comenzado, y mientras más personas se enteraran
que la resistencia sí era posible, mucho mejor. La Orden ya no necesitaba mantenerse en el
anonimato... o al menos no todos ellos. Siempre, según la apreciación de Dumbledore,
debían guardarse un par de cartas bajo la manga...
        Tonks, Molly, Hestia y Emmeline se ruborizaron e hicieron un leve gesto de saludo.
Arthur y Kingsley Shackelbolt se quitaron sus sombreros, Fred y George levantaron sus
brazos como si estuvieran saludando a la multitud en un estadio de Quidditch, Moody golpeó
el suelo con su pata de palo y los demás (Elphias Doge, Dedalus Diggle y Sturgis Podmore,
entre otros) se levantaron levemente de sus asientos. Todos lucían muy elegantes y
preparados para la ocasión, sobre todo Lupin, radiante e irreconocible según las palabras de
Harry. Entonces él descubrió sus brazos por sobre su túnica ocre y apuntó hacia una de las
primeras mesas.

- Owen, sube por favor.

        Apenas había abandonado su asiento y ya había irrumpido en el salón un aplauso


general. Owen no pudo dejar de ruborizarse, pero sonrió con naturalidad y caminó con paso
firme hasta la mesa de profesores. Ginny era la más entusiasta, y no pudo disimular algunas
lágrimas de emoción.

- Felicitaciones muchacho - habló Moody, golpeándolo un par de veces en la espalda. Arthur


le guiño un ojo, y aquello fue mucho más de lo que habría esperado; en el fondo, ya era un
punto a su favor en la conquista de sus "suegros"...

- Como el mismo profesor Dumbledore dijo una vez, hace falta mucho coraje para
enfrentarse a los enemigos, pero mucho más para enfrentarse a los amigos - comenzó a
decir Lupin, y tras sus palabras todo se sumergió en silencio. Caminó unos pasos hacia
Owen, sacó una pequeña caja de madera de su bolsillo, y volvió a hablar - Sabemos que
debiste combatir contra tus amigos, con personas que estimas y admiras, con chicos a los
que jamás te atreverías a lastimar a conciencia... y aún así, con inteligencia y valentía,
supiste surcar los obstáculos y demostraste tu talento. La Orden del Fénix te premia, y con
mucho orgullo te otorga la Distinción de Oesed...

Ron, Hermione e incluso Stella abrieron la boca de la impresión. - ¿Qué? ¿Qué es eso? ¿No
era el nombre de aquel espejo...?- susurró Harry a Ron, un poco avergonzado por evidenciar
su ignorancia.

- Bueno, Owen no es un Auror, por eso no le dieron un grado de la Orden de Merlín... -


pensó en voz alta, asombrado y admirado - Esa distinción es uno de los grados más altos en
magia que puede recibir un hechicero no- profesional...

        Harry hizo un gesto de comprensión y volvió a acomodarse en su silla, justo a tiempo


para observar cómo Lupin, alegre, colocaba una suerte de medalla de plata en la túnica de
Owen, todo aquello cubierto de aplausos llenos de euforia. Harry, sin saber si lo que estaba
sintiendo era lo correcto, se cruzó de brazos y arrugó la frente, como si fuera un niño
pequeño al que no lo dejaron salir a jugar. Era absurdo; Owen sólo había ganado un tonto
Torneo de Duelos, en cambio él se había enfrentado a cosas mil veces más peligrosas...
había arriesgado su vida, había salvado la de otros...
Francisca Solar

- ¿Cómo es que no te han dado una a ti, después de todo lo que has hecho? - preguntó Ron,
de alguna forma adivinando el pensamiento de Harry. Él suspiró, aliviado de no ser el único
que se dio cuenta de aquel detalle. Para ese minuto, Owen ya había estrechado la mano de
casi toda la Orden. Molly lo abrazó, y luego miró elocuentemente a Ginny. Al parecer, madre
e hija no guardaban secretos.

- Me parece que estás exagerando, Ron... - opinó Stella de repente, dejando de aplaudir
para entrar en la conversación de sus amigos. Hermione también hizo un ademán de querer
integrarse - ...la Distinción de Oesed es un premio importante, pero sólo es uno entre
muchísimos de una gran lista. Con todo lo que ha hecho Harry por Hogwarts y nuestro
mundo, merecería al menos la Orden de Merlín Segunda clase, pero deben creer que aún es
muy joven para otorgársela...

        Harry sonrió a Stella con un profundo alivio. Si a ella no le preocupaba la dichosa


distinción, todo estaba bien. "Y eso que Owen ni siquiera pudo batirse conmigo... lo habría
hecho picadillo" pensó, pero era un pensamiento demasiado agresivo para mantenerlo. Tomó
un sorbo de zumo de naranja e intentó relajarse.

- ¡Tres hurras por nuestro ganador! - exclamó Dumbledore, más alegre que de costumbre,
estrechando la mano de Owen. El eterno aplauso continuó, al tiempo que el director volteó
hacia su derecha, hizo un gesto y la música volvió a sonar. En una plataforma mediana,
Hermione distinguió a 'Las Brujas de Macbeth', un grupo mágico-pop muy popular - Que
comience la fiesta... ¡Feliz Halloween!

        Owen tragó saliva y suspiró profundo; él y Ginny debían inaugurar el baile, pero no
había contado con la presencia de sus padres ni de sus hermanos. Volteó sutilmente hacia
donde estaban Arthur, Molly y los gemelos, pero ellos sonrieron con naturalidad; no tanto así
Fred, pero al recibir una mirada de reprimenda por parte de su madre, mutó su rostro y
forzó un gesto de felicidad. Un poco más tranquilo, Owen se acercó a la mesa, le tendió su
mano a Ginny y caminaron hasta la pista. Con el pulso acelerado, la tomó suavemente de la
cintura y se deslizaron al compás de la música suave que se colaba por el salón. Pronto se
les unió Michael y Cho, y tras ellos, Stella y Harry.

        Tomados de la mano (algo que sorprendió a varios miembros de la Orden,


transformándolo en el tópico de sus conversaciones), Stella y Harry se ubicaron a unos
metros de los otros. Tembloroso, Harry la tomó de la cintura, y sintió que su pecho
explotaría por tenerla tan cerca de sí. Suspirando, evitó su mirada unos segundos.

- Ahhmm... Stella... es posible que pise tus zapatos en algún momento... por eso, te pido
disculpas adelantadas... - se ruborizó, dando el paso inicial. Stella apoyó una mano en su
hombro, y la otra la colocó tras su cuello. Harry sintió un escalofrío, y ella, algo más
inadvertida, también se estremeció.

- No te gusta bailar... ¿verdad? - le dijo, sonriendo tiernamente. Harry asintió, ruborizado.

- Lo evito mientras pueda - respondió, sonriendo esta vez. Comenzaba a sonarle cómico.

- Todos lo hacen... suelo escuchar que los bailes son cosas de niñas - murmuró, también en
un sutil tono de broma. Harry sintió que el asunto se estaba volviendo más liviano de lo que
habría creído - Pero no te preocupes, lo haces muy bien.

- ¿Yo? Oh no, claro que no, yo apenas puedo...

- ¿Y qué es lo que has estado haciendo?

        Demoró un segundo en entender el sentido de las palabras de Stella, pero cuando lo


hizo, se vio a sí mismo muchos metros lejos de donde habían comenzado a bailar. De hecho,
ya era la segunda canción que sonaba, y muchas otras parejas los acompañaban en la pista.
El bullicio que los rodeaba era digno de la más masiva de las fiestas, y el ambiente se había
vuelto más distendido y sociable. Alegre, Harry miró a Stella con agradecimiento.
Aprovechando el término de la canción, la tomó de la mano y la guió hasta una de las
esquinas, donde Hermione y Ron conversaban animadamente con Tonks y los de la Orden.
Francisca Solar

- Buenas noches a todos - saludó Harry, inusualmente feliz, y recibió como respuesta varios
"Hola" en distintos tonos e intenciones - Quiero presentarles a alguien...

        Le hizo un gesto a Stella para que se acercara, y aquello fue motivo para terminar
abruptamente todas las conversaciones. Como un rayo, cada una de las miradas confluyeron
en ella, curiosas, ávidas... algunas evidentemente sorprendidas. Dedalus miró a Arthur con
estupefacción, y él negó con la cabeza, certero. Dedalus asintió, comprendiendo en el acto, y
sonrió hacia ella.

- Remus Lupin, mucho gusto - dijo Remus repentinamente, estrechando su mano. Stella
sonrió ampliamente - ¿Sabes? Tu rostro me es muy familiar... ¿No nos habíamos visto
antes?

        Stella tragó saliva y un halo de palidez la embargó. Rápida como siempre, intentó salir
del percance. Volvió a sonreír, lo más natural posible, y negó suavemente con la cabeza.

- No, lo siento, no lo creo. Soy nueva en Hogwarts - respondió, y Lupin hizo un gesto de
seudo decepción. Se alejó unos pasos, aún pensativo.

- Yo no he tenido el placer... hola, qué tal... - bromeó George, también estrechándole la


mano.

Fred tomó su mano izquierda. - Es un honor, mucho gusto... - bromeó siguiendo a su


hermano, y entonces observó a Harry - Discúlpame que lo diga, pero... Eres inteligente y
bella... ¿qué haces con un pésimo bailarín como Harry? Déjenme que les dé un par de clases
de maestría...

- No es conmigo con quien tienes que bailar, Fred - le respondió Stella, risueña, mientras
Harry sonreía, divertido ante la situación - Angelina está sólo a tres mesas de aquí, y no
parece muy a gusto con su acompañante... ¿Por qué no vas directamente y le preguntas?

        George levantó una ceja hacia su hermano, suspicaz. Lo mismo hicieron Ron, Harry, e
incluso Arthur, quien dejó su conversación a medio terminar con Kingsley para poder
escuchar lo que su hijo tenía qué decir.

- Angelina, ¿eh? - habló George, semi enfadado - ¿Por qué no me habías dicho nada?

- No hay nada qué contar - se defendió, mirando a Stella con apremio. Ella se encogió de
hombros, divertida - Nada ha pasado, vuelvan a sus vidas...

- Fred, seguro que ella está esperando que te acerques... No te ha quitado la vista de encima
en todo el baile - opinó Hermione, y Ron asintió. Fred desvió la mirada hacia la mesa de
Angelina, y ahí la vio, solitaria, siguiendo el compás de la música con los pies. Se veía muy
bien con esa túnica rosa...

- ¿Y si lo arruino? - pensó Fred en voz alta, al tiempo que Harry y Ron intercambiaron una
mirada elocuente. Stella se le acercó.

- Le gustas, y lo sabes. Si no vas allá, jamás sabrás si pudo ser...

        Fred suspiró profundamente y estremeció sus hombros. Era la primera vez que Harry
veía a uno de los gemelos realmente nervioso. Fred estrechó a Stella en un abrazo y sacó
fuerzas de flaqueza.

- George, si no llego mañana a la tienda, ya sabes dónde estaré...

- Flotando en el lago junto al calamar gigante, claro...

- Tú si me conoces - le respondió, para luego estirar su túnica y caminar, indeciso, en


dirección a los de séptimo año.

        Harry y los demás aguantaron la respiración, y siguieron los movimientos de Fred paso
Francisca Solar

a paso por entre las parejas que danzaban de un lado a otro. Entonces la vieron, primero
sorprendida por la presencia de Fred, luego visiblemente contenta, y después entusiasmada
con su petición de bailar. La pareja de Angelina, un chico de Slytherin, no tuvo intención en
impedir que ella se alejara.

- Señoras y señores, misión cumplida - habló Ron, elevando su copa de jugo hacia la
distante silueta de Fred.

- Gracias a Stella - opinó Arthur, respaldado a su vez por Molly. Ambos le sonrieron
paternalmente - ¿Todo bien, querida? ¿Qué tal tu estadía en Hogwarts?.

- Muy bien, gracias. Ha sido muy agradable - respondió, manteniendo la sonrisa. Molly sintió
muchas ganas de abrazarla, pero sabía que debía contenerse - ¿Y el huerto, Molly? ¿Ya
florecieron tus rosas?

        La Sra. Weasley no pudo evitar que sus ojos se empañaran medianamente. Entonces
asintió, feliz.

- Te enviaré algunas muy pronto. Stella, querida... si necesitas algo, cualquier cosa... no
sabes cuánto hemos... recuerda que siempre...

- Oh, vamos Mamá, no es el momento de sentimentalismos. Stella está muy bien - la regañó
Ron, alegre - Vamos, esta canción es buenísima.

        Tomó a Hermione de la mano y prácticamente la arrastró hacia la pista. Stella dirigió


una mirada tierna hacia Molly, sonrió hacia Arthur y luego tomó el brazo de Harry.

- A mí también me gusta esta canción - le dijo, y aquellas palabras eran para Harry casi una
orden. Se miraron un momento a los ojos y luego corrieron tras Hermione.

        Molly la siguió con la mirada y suspiró. De pronto sintió una tristeza enorme por Stella,
y por todo a lo que ella debía renunciar. Realmente habría querido abrazarla...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Desde la mesa de profesores, Dumbledore y McGonagall observaban, atentos y


animados, a una de las tantas parejas dispersas por el salón. Las palabras entre ellos
sobraban; desde hace mucho manejaban la misma exacta idea, esperanzadora, pero más
lejana de lo que quisieran. Tomando un pequeño sorbo de jugo, Minerva clavó los ojos en
Stella una vez más. Parecía muy a gusto con Harry, riendo cada vez que giraban al compás
de la canción. Dumbledore, adivinando el pensamiento de su gran amiga, apoyó una mano
en su hombro. Ella volteó, suspirando profundamente.

- Lo siento, es que... aún no puedo creer que quizás... Es decir, Albus, ¿es posible que
hayamos estado equivocados, todo este tiempo?

Dumbledore asintió levemente. - Todo es posible en nuestro mundo, Minerva, pero me temo
que es aún más peligroso sustentar nuestras esperanzas en una gran coincidencia...

- Pero, Albus... - dudó, volteando hacia la pista de baile - El parecido es asombroso... tú


mismo lo dijiste. Me parece que sí tenemos razones para pensar que... que nunca fallamos,
después de todo...

- No sin la profecía, Minerva, lo sabes - interrumpió Dumbledore, aunque con su usual tono
cálido - Sin el libro... sin la profecía, todo sigue siendo una coincidencia.

McGonagall asintió, no demasiado convencida. - Y si le contamos... si les decimos nuestras


sospechas... quizás ella misma pueda...

- Stella tiene un destino que cumplir, Minerva. No podemos entrometernos... ni siquiera la


Orden. Está fuera de nuestro alcance - afirmó, con un deje de tristeza.

- ¿Y si su destino fuera otro? - inquirió McGonagall, mirando a Dumbledore directamente esta


Francisca Solar

vez. Él apenas pestañeó.

- Lo sabremos... tarde o temprano - finalizó, sintiendo (como ya había sucedido en otras


oportunidades) un atisbo de impotencia al ver que, nuevamente, más de una persona sufriría
por la ignorancia que otros habían impuesto. Sutil, juntó sus manos por debajo de su túnica
y fijó la vista en Harry y Stella, quienes se alejaban de la pista caminando hacia una de las
terrazas. En el fondo, deseaba que Minerva estuviera en lo cierto.

(...)

- Oh, Molly, por dios... ¿sigues ahí?

        Arthur se acercó a su esposa y se sentó junto a ella. La Sra. Weasley llevaba varios
minutos ahí, sentada sola en una de las mesas, siguiendo con melancolía los movimientos de
Stella.

- ¿Cómo Dumbledore deja que esto pase? - susurró, preocupada y algo triste - ¡No quiero ni
pensar cuánto sufrirá Harry!

Arthur asintió levemente. - Molly, no podemos entrometernos...

- ¡Eso dicen todos! Pero, ¿es que no lo ves, Arthur? Stella no puede pensar claramente
ahora, debe estar muy confundida... ¡Está corriendo un gran riesgo por un capricho
adolescente!

- Cuando tu madre te prohibió salir conmigo no lo consideraste un capricho adolescente -


pronunció Arthur, alzando una ceja.

- Por favor, Arthur... esto es radicalmente distinto, y lo sabes. Mi madre no te aceptaba por
tontas trivialidades como el color de tu cabello o la forma en que llevabas tu camisa, pero
Harry... Harry es... Dios, Arthur, si ellos llegan a saberlo... ¡Esto es una locura!

- ¿Y crees que Stella no está consciente de eso? Apuesto que ha debido luchar contra sus
sentimientos todos estos meses...

- Y todo por un amor pasajero...

- No creo que ellos sientan que es pasajero... Tú tampoco lo creíste así, si no, jamás te
hubieras casado conmigo...

- ¡Arthur, esto es serio! - exclamó, al borde las lágrimas, encarándolo - Es un sufrimiento


innecesario... ¡Jamás van a estar juntos, alguien debería hacer algo al respecto!

- Molly, creo que yo entiendo lo que Arthur intenta decirte - habló Dedalus Diggle
repentinamente, sentándose a la derecha de Molly. Arthur le hizo un gesto de
agradecimiento - Stella ha sufrido más que todos nosotros... ha tomado difíciles decisiones y
ha llevado desde pequeña una responsabilidad enorme sobre sus hombros... Hoy, por fin, ha
encontrado un lugar donde se siente acogida y querida... ¿No crees que deberíamos dejarla
en paz? El plazo se cumplirá pronto y todo habrá acabado...

Molly estaba a segundos de estallar en llanto. - ¿Y Harry? ¿Quién se preocupa por él?

- Harry puede cuidarse muy bien solo... y si va a enterarse de la verdad, lo hará a través de
Stella. Es ella quien debe decírselo. Nosotros... nosotros debemos permanecer al margen. Es
su decisión - concluyó Arthur, con una mirada que no dejaba lugar a objeciones.

- "El amor tiene razones que la razón desconoce"... ¿no es así la frase? - dijo Dedalus, algo
más esperanzado que Molly, y Arthur sonrió.

- Yo no pude decirlo mejor - opinó Arthur, al tiempo que Molly se levantaba bruscamente de
su silla.

- Ustedes no entienden... ¡no entienden nada! - exclamó, secando de un manotazo las finas
Francisca Solar

lágrimas que se deslizaban por su mejilla. Rodeó la mesa y caminó, casi a tropezones, hasta
el tocador más cercano. Tonks, quien conversaba animadamente con Remus, tuvo que dejar
su charla en la mitad y corrió, preocupada, tras Molly.

- Buena suerte - susurró Arthur, al ver a Harry y Stella mientras caminaban hacia una de las
terrazas. Molly tenía fundamentos suficientes como para oponerse, pero hace mucho tiempo
que Stella había decidido vivir su vida, independientemente de lo que todos dijeran. Había
decidido vivir... hasta que llegara la hora, aquel nefasto día comprometedor.

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        Stella se había adelantado unos metros. El cielo estaba hermosamente estrellado esa
noche, a lo lejos se escuchaba un murmullo vago proveniente del Bosque Prohibido, y de vez
en cuando se dejaban oír un par de chapuzones en el lago. El calamar gigante siempre
aprovechaba las noches para nadar. Harry la siguió hasta la terraza. Estaba nervioso; le
sudaban las manos y su respiración se había agitado. Podía intuir lo que sucedería pero,
como siempre, no se sentía preparado para ello. La vez pasada había sido todo muy fácil... él
ni siquiera se había movido, Cho había hecho todo el trabajo... pero ahora, ¿quién daría le
primer paso?. Suspirando, y ya a unos pasos de ella, la vio temblar. Una brisa helada
sacudía las copas de los árboles y se había llevado más de la mitad de la decoración en los
exteriores. Sin pensarlo dos veces, se quitó su túnica silenciosamente y la puso sobre sus
hombros. Ella se estremeció al sentir el contacto, y cuando vio a Harry junto a ella, sonrió,
agradecida. No podía creer que esto le estuviera sucediendo...

- De todos los sitios que he conocido, de todos los colegios en los que he residido... nunca
me había sentido tan a gusto... Hogwarts es mi hogar ahora - comentó, pero más allá de
denotar felicidad no podía dejar de descubrir una profunda tristeza.

- ¿Y eso no es bueno? - preguntó Harry, preocupado por ella.

Ella sonrió, melancólica. - Lo es... por eso me siento así...

- Por que te irás, ¿verdad? - adivinó Harry, también con algo de tristeza, y Stella volteó
sorprendida hacia él.

- ¿Cómo lo sabes?

- Es bastante lógico, en realidad... viajas mucho, por tu madre... supuse que Inglaterra no
sería tu última parada...

Stella asintió en un gesto de comprensión, e intercambió con él una mirada urgente. -


Muchas veces despierto y espero encontrar que soy otra persona... con otro nombre, otro
rostro, otro pasado. Quisiera por un minuto que nadie me conociera, poder ir donde yo
quisiera, quedarme donde yo quisiera... sin tener que rendir cuentas o cumplir las
expectativas de otros...

Harry creyó que estaba alucinando. ¿Era su idea o acaba de escuchar su propia descripción?
- Es horrible sentir que no puedes ser tú mismo, si no lo que los demás esperan que seas. No
importa lo que haga o diga, todo tiene la connotación de El-niño-que-vivió. Yo también he
deseado, muchísimas veces, sólo correr y escapar, lejos, donde mi nombre no signifique
nada, no remita a nada...

        Stella lo miró con más determinación que nunca, sintiéndose derrotada. "Oh Harry",
pensó, "¿Por qué, a pesar de estar tan cerca, estás tan lejos?..." Hizo el intento por sonreír.

- Presenciaste aquel truco frente a Draco esa vez, pero... ¿Quieres ver un truco de verdad?

        Harry sintió sus ganas de pensar en otra cosa, de olvidar por un momento que algún
día tendría que irse y salir de su vida. Le sonrió, conmovido, y asintió.

- ¿No vas a llenar mi cara de furúnculos, verdad?

Stella rió, divertida. - Claro que no, no combinan con tus ojos... - respondió, y el estómago
Francisca Solar

de Harry se movió bruscamente. Ella se acercó - Quiero que tomes tus manos y las unas en
un óvalo, como si estuvieras manteniendo el calor de un huevo...

        Harry alzó una ceja en signo de desconfianza, pero mantuvo la sonrisa. Juntó sus
manos tal como Stella le había dicho, y se mantuvo atento a lo que ella haría. Stella se
mordió el labio inferior, concentrada, y envolvió las manos de Harry con las suyas. Cerró los
ojos y murmuró algo que Harry apenas alcanzó a escuchar. En unos segundos, él sintió un
leve calor en las puntas de sus dedos, pero pronto desapareció.

- Ahora, ábrelas - habló Stella, quitando sus manos por sobre las de Harry. Él no se movió ni
un centímetro.

- Pero no has hecho nada, ni siquiera has pronunciado un hechizo...

- Por eso es un buen truco - respondió, divertida. Lo instó con la mirada para que despegara
sus manos, y cuando él lo hizo, lo vio sonreír con verdadera alegría.

        Una mariposa pequeña, del tamaño de una polilla, de alas multicolores pero de cuerpo
semitransparente, salió por entre los dedos de Harry y revoloteó por su rostro haciéndole
cosquillas, dejando una estela de pequeñas chispas a su paso. Harry rió por ello y jugo con
ella hasta que se desvaneció, simple, como si fuera un haz de luz.

- Genial - murmuró, tocando con sus manos el brillo que aquella diminuta mariposa había
dejado - No te preguntaré cómo lo hiciste.

- Y yo no te responderé. Soy una mujer y debo resguardar mis secretos - pronunció,


contenta por la reacción de Harry.

        Él no pudo dejar de sentirse... como decirlo... Vivo. Apenas la conocía y lo hacía sentir
como si fuera la persona más importante del planeta. Pero ella se iría, lo había dicho. Quizá
lo mejor era no hacerse ilusiones y dejar todo como estaba. Había sufrido por todo y por
todos durante mucho tiempo. ¿Valdría la pena querer a alguien que saldría muy pronto de tu
vida? Pero, qué estaba diciendo... él ya la quería. La miró fijamente a los ojos, y se acercó
un par de pasos. Buscaba en su mirada un signo de aprobación, algún indicio de que ella
también sentía algo por él...

- ¿Qué? - susurró Stella, sin romper el contacto visual. Sabía que su rostro estaba cubierto
de rubor, pero intentó no denotarlo en sus actos.

- Nada... yo sólo estaba... imaginando... - elevó los ojos por sobre la cabeza de Stella -
...imaginando una rama de muérdago.

        Stella arrugó la frente ante eso, y Harry comprendió después de unos segundos. A
pesar del gran valor que le había supuesto decir aquella frase, perdía su sentido si su
interlocutor no sabía de qué diablos estaba hablando.

- ¿Nunca oíste hablar sobre el muérdago?

Stella sonrió, algo avergonzada. - Sé que es una especie de planta... que es parte de las
tradiciones anglosajonas para navidad, pero nunca he visto una ni sé cuál es su motivo -
confesó, encogiéndose de hombros.

Harry rió levemente. - Está bien, no hay problema - dijo, resignándose, como si fuera lo más
natural del mundo - Haremos esto: en un par de semanas comenzarán a decorar el castillo
con motivos navideños. Cuando veas un muérdago, te sitúas justo debajo de él y esperas a
que yo llegue, ¿vale? Entonces te enseñaré cómo funciona.

        Stella sonrió, inocente, pero la mirada de Harry decía algo más. Iba a preguntar qué
era lo que significaba exactamente un muérdago, pero pronto escucharon las voces de
Hermione y Ron, acercándose a las terrazas. Harry se alejó un par de pasos, sonrojado.

- ¿Stella? - la llamó Hermione, dudosa. Sabía que quizás estaba interrumpiendo algo
importante.
Francisca Solar

Stella volteó y sonrió con naturalidad. Ron apretó los labios, contrariado por estar ahí. - ¿Sí?

- Ginny ha estado buscándote con desesperación... está esperándote en la escalera del


vestíbulo- explicó, sonriéndole luego a Harry con timidez. Stella suspiró, reticente a tener
que irse, pero agudizó el oído y se percató de algo evidente.

- ¿Ya terminó el baile?

- Hace unos minutos - dijo Ron, mientras dirigía una mirada elocuente hacia Harry. Se moría
por saber qué había ocurrido.

- Está bien, allá voy – dijo, mirando a Harry por última vez. Él le sonrió con confianza.

- Yo voy contigo - dijo Hermione, y la siguió de regreso al salón.

- ¡Oh, espera! - exclamó Stella de repente, volteando hacia donde se habían quedado los
chicos - Harry, ten... me había olvidado de tu túnica.

- No, está bien, consérvala... puedes resfriarte o algo. Puedes regresármela mañana -
respondió, sonriendo con calidez. Stella tomó el cuello de la túnica de Harry, lo apretó contra
su rostro y le sonrió de vuelta. Luego retomó junto a Hermione el camino hacia el salón.

        Apenas las chicas se hubieron alejado lo suficiente, Ron golpeó a Harry en la espalda
con fraternidad, también de regreso al salón.

- ¿Y? ¿Qué tal todo?

- Nada mal - respondió Harry, sonriendo para sí. Por primera vez en toda la noche sintió el
frío de la brisa, por lo que resguardó sus manos en los bolsillos de su pantalón - ¿Y tú?

- Sobreviviré - murmuró, encogiéndose de hombros, pero dibujó en la comisura de sus labios


una sonrisa de satisfacción. Harry sabía que la noche no había terminado, al menos no para
ellos.

- ¿Cerveza de mantequilla? - sugirió Harry, apuntando con la mirada hacia la mesa de


bebidas.

        Ron sonrió. Aflojó el cuello de su camisa, y por el rabillo del ojo distinguió a Stella y
Hermione conversando a viva voz con Ginny. Las tres parecían muy contentas. Desvió la
mirada y suspiró de felicidad.

- Yo preferiría un Whisky de fuego.

Cap. XIV: Mariposas de Papel (Butterflies of Paper)

Según Ron, aquellos días habían pasado frente a sus narices totalmente inadvertidos. Para él
Halloween se había celebrado recién ayer, pero, según el conteo oficial del calendario, habían
pasado más de tres semanas. Y aún conservaba la sonrisa en la cara. Nada comprometedor
había sucedido, pero disfrutó la compañía de Hermione a cada segundo. De verdad sintió que
la pasaron muy bien juntos, y así lo demostró ella al día siguiente, cuando en lugar de
decirle un simple “Buenos Días” al desayuno, le había saludado con un beso en la mejilla.
Harry y los otros prefirieron ahorrarse sus comentarios y volver la vista hacia sus platos; las
orejas de Ron se habían puesto tan rojas que Ginny creyó que podrían arder. Stella también
le comentó a Harry cuánto disfrutó del baile, y cuando regresaron a la Sala Común le
devolvió su túnica, sugiriéndole – indirectamente – que la usara más seguido. Harry se
alegró, minutos después, de no enrojecer tan evidentemente como Ron.
Francisca Solar

Ya en diciembre los cielos negros de antes comenzaron a dispersarse, pero en cuanto a


sensación térmica no ayudaba en lo absoluto. Ahora los días aparecían más claros, más
agradables visualmente, pero el frío se hacía insoportable y los alumnos ya casi no se
quitaban los guantes, ni aún para comer. Los elfos domésticos habían doblado las raciones
de leña en cada Sala Común, y dejaban todas las noches bolsas de agua caliente en las
camas, cuestión que Seamus no dejaba de agradecer cada vez que se acostaban. En las
últimas clases de Transformación no habían hecho más que leer teoría, pues según la
profesora McGonagall, había muchos conceptos qué manejar antes de intentar el conjuro de
la Desaparición. Aquello se prestó, por supuesto, para que fuera comparada con Dolores
Umbridge y sus inútiles clases de Defensa, pero los comentarios no se extendieron
demasiado y pronto entendieron que aquella teoría, por más aburrida e innecesaria que la
creyeran, les serviría enormemente más adelante.

Pero, sin lugar a dudas, las clases de Cuidado de Criaturas Mágicas eran las más duras de
todas. Hagrid insistía en realizarlas al aire libre, lloviera, tronara o nevara, pero como para la
última vez ni siquiera él era capaz de hablar con claridad a causa de la gélida brisa, optó por
ir a los Invernaderos y, junto con la profesora Sprout, les enseñó las características de las
babosas carnívoras. Según Hermione, había sido una clase de lo más interesante, pero Harry
y Ron no opinaban exactamente lo mismo; sus dedos estaban llenos de pequeñas mordidas,
ya que Hagrid los eligió a ellos como ‘voluntarios’ para tomar las babosas y mostrarlas al
resto del curso. La señora Pomfrey lo regañó mucho por dejar que estudiantes manipularan
tales criaturas, pero Harry y Ron dejaron escapar un bufido de cansancio. Y es que aún no se
enteraba sobre los escregutos de cola explosiva...

En una de aquellas tardes, casi al término de la clase de Herbología, algo inesperado alteró
la rutina de Hogwarts. Por unos segundos la clase se vio sumida en pánico: un estruendo
horroroso retumbó en cada una de las paredes del castillo, sin saber cómo ni de donde. La
profesora Sprout dio un gran salto de su silla, gritó con desesperación y salió corriendo del
Invernadero, dejando a sus alumnos abandonados a su suerte. Lavender y Parvati se
abrazaron instantáneamente, y Ron hizo una mueca de terror.

- ¡¿Qué fue eso?! – exclamó, alejándose rápidamente de las ventanas, como si en cualquier
momento un monstruo gigantesco viniera a atacarlos.

- Vino del otro lado del castillo... quizá del Bosque Prohibido – tartamudeó Hermione,
aferrándose a la capa de Ron.

Harry tragó saliva; no se atrevía siquiera a mirar por la puerta. Gran parte de los chicos se
habían refugiado bajo las mesas, y varios aprovecharon el pánico para correr tras la
profesora Sprout. Draco y su grupo fueron los primeros en desaparecer.

- Deberíamos ir a ver... quizá pasó algo grave y necesitan ayuda – sugirió Harry, al tiempo
que Neville, Dean, Seamus, Lavender y Parvati se acercaban. El miedo se traducía en sus
rostros, pero estaban de acuerdo con Harry sobre ir a investigar.

- Se escuchó como Dragones – opinó Parvati, temblando. Lavender asintió junto a ella.

- No, parecía una manada de leones...

- Fue como una lluvia de rayos en la peor de las tormentas...

- O como si hubieran talado la mitad del bosque...

- Chicos, chicos, de nada vale especular – los tranquilizó Hermione, tomando la palabra.
También se veía nerviosa – Lo mejor que podemos hacer es esperar a que alguien venga y
nos explique lo que...

- Yo quiero ir a ver – la interrumpió Neville, y Seamus apoyó la idea. Harry también estaba
de acuerdo. Hermione pensaba en volver a protestar, pero luego desvió la mirada en todas
direcciones, arrugando la frente.

- Stella... ¿Dónde está Stella?


Francisca Solar

El grupo recorrió el lugar con la vista y por primera vez se percataron de su ausencia. Harry
hizo un signo de preocupación, miró debajo de las mesas y tras las plantas gigantes, pero no
había rastro de ella.

- Debe haber corrido como los demás – pensó Dean, apuntando hacia la puerta por donde
había salido hace unos minutos, despavorida, la profesora Sprout. Hermione negó con la
cabeza.

- No, ella no haría eso – dijo, pensativa.

- Viste cómo escapó cuando vio a Dobby... ¿Por qué no lo haría esta vez? – inquirió Ron,
sospechoso por la actitud de Hermione. Ella evitó su mirada.

- Muy bien, vamos a ver. Como dice Harry, si fue algo grave pueden necesitar ayuda...

Y no se habló más. Dejando a la mitad de la clase abandonada en los invernaderos, corrieron


a través del viento helado, rodeando el castillo. Seamus había sugerido que lo atravesaran
por los pasillos subterráneos, pero Neville negó diciendo que lo mejor era rodearlo, que eso
les ahorraba camino. No discutieron mucho tiempo y siguieron a Neville. Demoraron cerca de
diez minutos llegar a la puerta principal, pero no debieron acercarse demasiado para notar
algo fuera de lugar. Un gran gentío se reunía en torno a algo, muy cerca del límite del
Bosque Prohibido. Mientras corrían hacia allá, Harry pudo divisar a Hagrid y un par de
profesores adentrarse en el bosque; su amigo semigigante iba con una lanza en las manos, y
los otros dos con sus varitas desfundadas. El panorama no se veía bien...

Muchos estudiantes, la mayoría de cursos superiores, rodeaban a la señora Pomfrey, quien


atendía a la profesora McGonagall en una improvisada silla de campo. Dumbledore estaba
junto a ellas.

- ¿Seguro que estás bien, Minerva? – preguntó Dumbledore, frotando sus manos. El frío era
insoportable.

- Sí, sí, ¿cuántas veces tengo qué decirlo? – exclamó, alterada, rehusando los intentos de la
enfermera por ver su brazo más detalladamente. Tenía un corte muy feo en él, pero se
mostraba reticente a hacer escándalo por ello – Albus, ya lo he dicho... nada me pasó, es
sólo un rasguño. Me preocupan los niños...

- Ellos están bien, los envié a su Sala Común. Ve y descansa... pero primero pasa por la
enfermería para que puedan curarte...

Iba a exclamar una nueva negativa, pero la mirada de Dumbledore no dio lugar a excusas.
Poppy la ayudó a levantarse y avanzaron a paso ligero hasta el castillo.

- Profesor Dumbledore... ¿qué sucedió aquí? – preguntó Harry, mientras gran parte de los
curiosos se dispersaba. Hermione, Ron y Neville se acercaron para escuchar.

- Aún no lo sabemos – respondió, calmado – La profesora McGonagall paseaba por aquí con
un grupo de primer año y entonces se escuchó aquel ruido. Ni siquiera ella pudo describirnos
qué o quién lo efectuó, pero fue tan fuerte como para botar un par de árboles y herir a
Minerva... – explicó, señalando un par de troncos caídos cerca de la choza de Hagrid.

Hermione dirigió la mirada hacia el Bosque y se estremeció. Se presentaba tan lúgubre como
siempre, y lo rodeaba un sospechoso silencio. Era sabido la gran cantidad de criaturas
extrañas que habitaban ahí, pero ¿qué podría haber provocado un sonido tan estridente
como aquel...?.

Al tiempo que Seamus y los otros corrían hacia los árboles caídos para verlos más de cerca,
Harry, Ron y Hermione se miraron, como si compartieran la misma idea.

- Profesor... no cree que se trate de... es decir, ¿puede estar V-Voldemort detrás de todo
esto?
Francisca Solar

Dumbledore permaneció quieto, impenetrable, pero su barba se agitó levemente. - Hagrid,


Libertes y el profesor Grubby-Plank nos lo dirán en cualquier minuto. Les sugiero que
vuelvan a sus salas comunes... si se trata de algo de interés colectivo, lo sabrán para la hora
de la cena.

Y diciendo esto, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia el bosque. Hermione levantó
una ceja, pensó un momento y luego se relajó. De hecho, dibujó una sonrisa espontánea en
su rostro.

- Te aseguro que no será nada agradable – opinó Ron, aún con un gesto de terror.

- Quién sabe, Ron... Quizá sean buenas noticias – dijo Hermione, mucho más calmada que
sus amigos, y antes de que Harry pudiera preguntarle a qué se refería, la vio correr hacia la
Torre Gryffindor.

Ellos la siguieron, subiendo los escalones de dos en dos. Los pasillos estaban atiborrados de
gente, todos asomados en las ventanas o empujándose por un lugar en las terrazas con tal
de ver qué había sucedido. Harry, Ron y Hermione eran los únicos que caminaban contra la
corriente, por lo que les costó bastante llegar hasta el retrato de la señora Gorda.

- Dime linda, ¿qué fue aquello? El Barón Rojo no ha hecho más que gritar que ha comenzado
la batalla... – habló la señora Gorda, nerviosa, sentada incómodamente en su sillón rosa y
mordiéndose las uñas.

Hermione negó con la cabeza. - Aún no sabemos nada, pero todo está bajo control – le
aseguró, y ella suspiró, tan fuerte que levantó unos centímetros la tela de su óleo.

- Qué alivio... al menos los niños están bien... esa chica tiene un aura muy especial...

- ¿Una chica? ¿Quién? – preguntó Harry, interesado.

- La que ayudó a los niños... Sir Nicholas me contó todo hace un par de minutos, fue testigo
presencial... – explicó, y los tres amigos intercambiaron miradas sospechosas – Está aquí
adentro... fue muy oportuna...

Ron no dejó que terminara el relato y avanzó hacia ella, decidido. La señora Gorda apenas
respiró.

- Vamos, muévase, necesitamos entrar – ordenó Ron, impaciente, haciendo un ademán con
sus manos para que cambiara de lugar.

- No sin la contraseña, querido – dijo, sonriendo forzadamente. Él gruñó.

- Llevamos seis años entrando y saliendo de aquí, y aún no puede recordar nuestros
rostros... – murmuró hacia Harry, molesto.

- Es su trabajo, Ron, no seas infantil – lo regañó Hermione, irguiéndose luego justo frente al
retrato - Nimbulus Nimbletonia.

- Gracias, querida – sonrió la señora Gorda, abriendo su retrato para que los tres entraran,
aunque dirigió una mirada de reprimenda hacia Ron.

Cruzaron el umbral prácticamente al mismo tiempo. Ginny los alcanzó antes de que
avanzaran demasiado, y les hizo un gesto con su dedo para que no emitieran sonido. Ron
arrugó la frente, y su hermana señaló hacia la chimenea: Ahí, sentada entre unos cojines
muy cerca del fuego, y con dos pequeñas niñas abrazadas a cada lado, Stella hablaba
suavemente a un grupo de niños. Estaban arropados con mantas navideñas y, mientras
temblaban sutilmente, escuchaban con atención lo que ella decía.

Ginny los instó a caminar hasta una de las esquinas. Desde ahí podrían escuchar mejor. La
sala común estaba medianamente llena, pero los rodeaba un silencio expectante. Todos
parecían sumamente interesados en el relato de Stella.
Francisca Solar

- ...entonces Ron avanzó con su caballo a través de los cuadrados negros y blancos, en lo
que sería una jugada magistralmente estratégica. En el fondo sabía que era una locura, que
se estaba sacrificando, pero si no hacía ese movimiento, Harry no podría hacer Jaque Mate
para salir de ahí...

Todos los niños pronunciaron un “¡Ohhh!” de admiración, y Stella les sonrió, divertida. En
eso, notó que Ginny le hacía un par de señas hacia la derecha. Ahí, erguidos con caras de
interrogación, Hermione, Ron y Harry fijaban sus ojos en ella. Stella volvió a sonreír.

- ¿Qué pasó con Ron? ¿Ganaron la partida?

- Hermione era un alfil... ¿qué hizo después?

- ¿Harry pudo encontrar la Piedra Filosofal?

Stella suspiró ante la curiosidad de los niños, para luego mirar fijamente a sus amigos. -
Ellos están aquí... ¿Por qué no les preguntan directamente?

Los niños voltearon instantáneamente y, al ver a los tres aludidos, abrieron la boca de
sorpresa. Es como si tu superhéroe favorito hubiera abandonado el cómic para visitarte.
Harry se acercó, sutil, y se sentó en uno de los cojines. Una niña de ojos grandes y muy
negros lo miraba estupefacta.

- Tú... tú... tú e-e-eres Harry Potter – tartamudeó, y Harry la miró con ternura.

- Así es – respondió, y luego volvió la vista hacia Stella - ¿Están todos bien? ¿Qué fue lo que
sucedió?

- Están muy bien, luego hablaremos de ello – dijo, tranquila – Estaba contándoles tus
aventuras mientras esperábamos. Creí que los tranquilizaría, ya que...

- ...ya que mientras el profesor Dumbledore y Harry estén aquí, nada malo nos pasará –
interrumpió un niño de cabello castaño y ojos pardos, el cual parecía el más pequeño del
grupo. Terminó la frase con entusiasmo, y sus compañeros asintieron, alegres. Stella miró a
Harry y se ruborizó. Él le sonrió de vuelta.

- ¡Ahí está Ron! – exclamó otro de ellos, apuntando hacia Ron. Él abrió los ojos al máximo,
sintiéndose repentinamente observado – Fue la mejor partida de ajedrez que he escuchado...

Ron apretó los labios, algo avergonzado, sin saber si debía decir gracias o no. Una niña de
trenzas muy largas apuntó luego a Hermione.

- ¡Ella es Hermione, estoy segura!

Hermione asintió levemente, ruborizada, y junto con Ron tomaron un cojín y se sentaron
cerca del fuego. Stella se alegró mucho al verlos a todos reunidos. La Sala Común poco a
poco comenzaba a llenarse de gente, todos atraídos por el rumor de que el grupo de niños
atacados estaba en la Torre Gryffindor. Ella se acomodó, contenta; abrazó más
estrechamente a una niña de pelo amarillo y ojos azules, quien aún parecía muy choqueada
con el episodio. Luego elevó los ojos hacia Harry.

- Bueno, yo sólo sé lo que sucedió hasta que terminó la partida de ajedrez... Quizá Harry
quiera contarnos el resto de la historia... – pronunció, acomodándose como una espectadora
más, y Harry se sintió abrumado. Todos los pequeños rostros, algunos entumecidos y otros
un poco nerviosos, fijaron sus ojos en él, esperando que hablara. Al parecer, habían quedado
muy intrigados con la historia que Stella les había relatado.

- Después de que distraje al Rey para que Harry pudiera ganar la partida, él debía cruzar el
tablero, bajar unas escaleras y entrar en un salón muy antiguo, con tal de atrapar al
desgraciado que quería robar la Piedra Filosofal... – comenzó a decir Ron, feliz de ser por un
momento el centro de atención, y nuevamente tras sus palabras se escuchó un “¡Ohhh!”
colectivo. Pudo ver por el rabillo del ojo a Neville, Lavender y Collin sentarse muy cerca de
ellos, visiblemente interesados y atentos en la conversación. Hermione aclaró su garganta.
Francisca Solar

- La única forma de obtener la piedra era a través del Espejo de Oesed, pero nadie sabía
cómo hacerlo...

- ¿El espejo de qué? – preguntó uno de los niños, y Harry le sonrió. Tomó aire, movió su
cojín para estar más cerca de ellos, y comenzó a hablar. La niña de trenzas sonrió
abiertamente al tenerlo a su lado.

- El Espejo de Oesed... – explicó Harry, pausado - En él puedes ver todas aquellas cosas que
más deseas... Yo vi... bueno, vi lo que más anhelaba en el mundo...

Tras las últimas palabras, un tenue silencio rodeó a los estudiantes más grandes. Todos ellos
sabían qué es lo que Harry más anhelaba... Stella le dirigió una sonrisa de comprensión y lo
instó a seguir con la historia. Él, intentando abandonar la repentina pesadumbre que lo
embargó, redibujó su sonrisa.

- ¿Es cierto que cuando rescataste la Piedra Filosofal tenías 11 años, como nosotros? –
preguntó el niño de cabello castaño, ávido por la respuesta. Nuevamente todas las miradas
confluyeron en él.

- Ahhh... ehhh... pues sí – respondió, dubitativo. No estaba seguro de querer fomentar aquel
tipo de “aventuras” en niños tan pequeños. De hecho, no recordaba haber lucido tan
indefenso cuando él tenía 11 años...

El grupo susurró un “wow” de admiración y sorpresa, también incluso algunos estudiantes de


cuarto o quinto año, quienes parecían recién enterados de los acontecimientos pasados. Los
niños veían a Harry como el mayor héroe que podrían conocer, y sonrieron cálidos hacia él,
olvidando por un momento que no hace mucho habían pasado por un episodio nefasto. Ron
creyó que en cualquier minuto se abalanzarían contra él y comenzarían a tocarlo como si
estuviera bendito.

- Nunca nos va a pasar algo malo... Tú nos protegerás, ¿verdad, Harry?

La niña de trenzas, embobada, lo instó con la mirada a decir que “sí”. Harry sintió que una
gran responsabilidad caía sobre sus hombros (una más entre tantas), pero no tenía corazón
para negarse.

- Siempre estaré aquí si me necesitan – respondió Harry, seguro, mirándolos a todos y


sonriéndoles con cariño. Por segunda vez en el año, se sintió completamente adulto. Pero no
sabía si aquello era bueno o malo...

Por casi media hora, Harry, Ron y Hermione narraron la continuación de la historia con
euforia y ánimo. Hasta los cuadros se movían, impacientes cuando se producía algún silencio
o sorprendidos cuando se narraban las partes más importantes. Stella fijaba la vista en
Harry cada vez que le tocaba el turno de hablar, y cuando cambió a Hermione, una niña de
tez morena tiró de la túnica de Harry, sigilosa. “Le gustas” dijo, sonriendo hacia Stella, quien
estaba muy concentrada en las palabras de Hermione. Rió bajito y volvió a su puesto,
dejando a Harry con un leve rubor y un sentimiento muy agradable en su estómago.

Bajó la mirada y sólo se dedicó a escuchar, hasta que, ya cerca de las nueve de la noche,
divisó a un par de niños dormidos sobre sus cojines, fuertemente asidos a sus mantas.
Dando un vistazo general, todos los pequeños tenían rostros cansados y somnolientos, pero
estaban tan interesados en las aventuras de Harry y sus amigos que ninguno de ellos quería
ir a la cama. Stella, en un tono dulce pero directo, les prometió que continuarían la historia
otro día, pero que ahora debían ir a dormir. Aún algo reticentes, se levantaron lentamente
del suelo y fueron subiendo, uno a uno, a sus respectivos dormitorios, no sin antes
despedirse de Harry, Hermione y Ron con alegría. Stella daba un beso en la mejilla a cada
uno al tiempo que subían la escalera.

Cuando el último hubo desaparecido tras la puerta de sus dormitorios, Stella tomó uno de los
sillones cerca de la chimenea, sintiéndose observada. Gran parte de la multitud hasta hace
poco aglomerada en torno a la chimenea había bajado a cenar, pero varias personas
esperaban escuchar su propia historia. Todos los que permanecieron eran de la Armada, por
Francisca Solar

lo que Stella se sintió algo más libre para hablar.

- Dinos ya, que nos tienes en ascuas – la instó Ron, tomando el sillón frente a ella. Harry,
Hermione, Neville, Parvati, Lavender, Collin, Dean, Seamus y Ginny tomaron ubicación en las
cercanías y agudizaron el oído.

- No hay mucho qué decir en realidad – se excusó Stella, encogiéndose de hombros. Ron
puso cara de decepción – Yo tampoco pude ver mucho de lo que sucedió. Apenas escuché el
ruido, corrí tras la profesora Sprout y llegué justo a tiempo para ayudar a la profesora
McGonagall...

- Pero, ¿qué sucedió exactamente? – preguntó Hermione, ansiosa.

- Sólo escuché el estruendo... y luego vi un par de árboles amenazando con caer sobre los
niños. Junto con la profesora Sprout, logramos inmovilizarlos el tiempo necesario para que
pudieran refugiarse en un lugar seguro... Entonces llegó el profesor Dumbledore, y me envió
con los niños a la Sala Común.

Mientras algunos intercambiaban sus comentarios al respecto, Ginny tomó la palabra. -


¿Tienes idea de qué pudo ocasionar el ruido?

Stella apretó los labios con reticencia, pero pronto buscó la mirada de Hermione. Ella
comprendió en el acto.

- Tú crees... crees que quizás... – tartamudeó, pero Stella pareció corroborar sus sospechas.

- No sé ustedes, pero... – comenzó a decir, intranquila – A mí me sonó como un grupo de


Gigantes...

- ¡¡Gigantes!! – gritaron Dean y Neville al unísono, prácticamente desfalleciendo en sus


asientos. Los demás acallaron un grito de sorpresa.

- Es completamente lógico, ¿no lo entienden? ¡Hagrid lo ha logrado! ¡Logró convencer a los


gigantes de venir a ayudar! – exclamó Hermione, entusiasmada. Stella sonrió, algo más
relajada.

- ¿A esto te referías como “buenas noticias”? – la regañó Ron, tragando saliva.

Hermione asintió, tímida, pero Harry no parecía muy contento. - Pero es muy peligroso que
haya Gigantes en Hogwarts...

- ¿Más peligrosos que un centenar de Dementores? – inquirió Seamus, recordando cuando,


en tercer año, debieron soportar la presencia de numerosos guardianes de Azkabán en cada
esquina del colegio, todo por el pánico que provocaba pensar en aquel peligroso reo fugitivo,
Sirius Black...

Harry consideró el comentario de Seamus y prefirió callar. Stella tomó la palabra. - Gigantes
o Dementores... en estos tiempos da igual. Harry tiene razón; no podemos confiar en que
mantendrán un buen comportamiento mientras estén aquí... Pensando, claro, que sean
Gigantes realmente...

- ¿Qué más podría ser? – pensó Collin en voz alta.

- Cualquier cosa – respondió Parvati, segura – No conocemos ni la mitad de las criaturas que
habitan el Bosque Prohibido...

Antes de que terminara de hablar, la puerta del retrato se abrió de par en par. Dennis entró
corriendo a la sala.

- Terminó la cena... y el profesor Dumbledore no dijo nada sobre el incidente – comentó,


jadeando. Se sentó junto a su hermano para recuperar la respiración.

- No hay duda, deben ser Gigantes – aseguró Ron, acomodándose en su sillón, intentando
Francisca Solar

acostumbrarse a la idea - Si no, ¿por qué el Director querría guardar el secreto?

- El profesor Dumbledore nos sorprende a cada momento, Ron. No lo subestimes... – opinó


Hermione, y Lavender asintió a su lado.

- Pero, ¿de qué se preocupan? – dijo Dean repentinamente, saltando de su asiento - No


importa qué tan peligroso o feroz o horripilante sea... Harry es nuestro héroe, ¿no es así,
compañeros?.

Tras sus palabras, los rodeó unos segundos de silencio, y luego, intempestivamente, todos
se echaron a reír. Stella se ruborizó otra vez, sintiéndose responsable de aquella frase. Evitó
la mirada de Harry, pero no demoró en compartir las carcajadas de los demás. Harry quería
decirle cuán halagador fue encontrarla ahí, rodeada de un grupo de niños, relatando sus
andanzas como si fuera la mejor de las historias de ficción... Pero no perdería su tiempo en
preguntarle cómo supo todos esos detalles. Con el paso del tiempo, su nombre y sus
acciones se habían esparcido por el mundo mágico a la velocidad de la luz. Sólo la observó y
sonrió, embobado. No quería definir aún su sentimiento hacia ella, pero era agradable, muy
agradable, y por ahora le bastaba con ello. Era feliz, en aquel exacto y preciso minuto de su
vida, y no le importaba nada más. Ni siquiera un aterrador grupo de Gigantes.

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Bajó las escaleras rápidamente, aguantó el dolor en sus costillas y se sentó, dificultoso, bajo
una de las ventanas del comedor. Estaba totalmente sellada con tablas de madera, pero
había un retazo por el que podía ver el exterior. Hasta hace unos minutos la noche estaba
despejada e iluminada por una hermosa luna menguante, pero ahora no había más que una
intimidante oscuridad, coartando sus posibilidades para dar un paseo. Y él sabía por qué:
ellos lo habían seguido, lo estaban acechando... A cada segundo podía sentir la presencia de
un Dementor, abrumantemente cerca, ávido por un par de recuerdos felices de los que
alimentarse...

Conteniendo la respiración en una de las noches más heladas de la temporada, Bellatrix


Black Lestrange acomodó su capucha negra y se apoyó en el cerco que daba a la carretera.
Esperaría toda la noche si fuera necesario. Él tenía que salir en algún momento, lo obligaría a
hacerlo... ¿Quién pensaría que aquella estúpida construcción, folclóricamente llamada la
‘Casa de los Gritos’, estaba resguardada con un potente hechizo? Volteó a su derecha y
divisó, inquieta, el caminar nauseabundo de uno de los Dementores que la acompañaban. Ni
aún él tenía el poder de forzar la entrada. Sólo quedaba esperar... aguantar las ganas de
triturarlo con las manos. Había osado burlarse de ella, escapó de sus garras prácticamente
inmune, y no descansaría hasta averiguar cómo diablos lo había hecho.

Rodeó la casa una vez más, manteniendo su debida distancia con los Dementores. A ella no
la lastimarían... tenían instrucciones estrictas de Voldemort, pero no podía confiarse. Eran
las criaturas más horrendas que habitaban su mundo, y no correría riesgos innecesarios.
Tratando de no hacer demasiado ruido, se acercó a una de las ventanas abiertas que daban
a los cuartos inferiores, estiró su mano para apartar los postigos... y luego la retiró,
humeante, ahogando un grito de dolor. No importaba cuán sutil se acercara: cada vez que
tocaba un centímetro de aquella casa, una intensa sensación de quemadura embargaba su
cuerpo.

- ¡Hey... ustedes dos! No se acerquen demasiado. No estoy dispuesta a perder a mis


escoltas... -. Obedeciendo, los Dementores lanzaron un desagradable sonido gutural
semejante a un carraspeo, quizá molestos, y dieron unos pasos hacia atrás.

Jadeante, el hombre de cabello negro se arrastró como pudo hasta la mesa del comedor, y
se resguardó bajo ella. Arrugó la frente de dolor y llevó sus manos al pecho, lanzando
maldiciones en volumen bajo. Al menos por ahora, aquella casa suponía el mejor refugio que
podía desear. Pero estaba atrapado, incomunicado. El paso hasta el Sauce Boxeador estaba
sellado por dentro... sólo se podía llegar hasta la casa, pero no salir de ella... y él no había
contado con aquel espantoso detalle. El elaborado plan que tanto le había costado trazar
durante aquellos meses se había ido por el caño, y si no recibía ayuda rápida, perdería su
única oportunidad de sobrevivir...
Francisca Solar

Bellatrix lanzó un bufido de impaciencia y regresó a su posición en el cerco. No le daría en el


gusto, claro que no. Él debía salir, tenía que hacerlo... en cualquier segundo, y entonces no
tendría escapatoria. No se permitiría errores esta vez, el Señor Tenebroso no se lo
perdonaría. Estaban corriendo muchos riesgos... las cosas no habían salido como el amo
esperaba, y aquello tenía a todo el bando con los pelos de punta. Nadie podía darse el lujo
de fallar ahora. Debían eliminar a la escoria lo antes posible... si no, las consecuencias serían
nefastas. Bellatrix lo sabía... todos los mortífagos lo sabían. Y él... principalmente él, aquel
pútrido fugitivo desertor, debía ser borrado del mapa con premura. Su sola presencia
suponía la peor de las amenazas, y si lograba llegar al castillo de Hogwarts... Bellatrix
prefirió no pensar en ello. No sucedería, no podía suceder... y apostaría su vida en ello.

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Para el jueves, luego del almuerzo, la Biblioteca estaba llena de estudiantes, la mayoría
adelantando un par de deberes para viajar más tranquilos a sus respectivas vacaciones de
Navidad. Stella, sola lidiando con su tarea de Runas Antiguas, estaba sentada en una de las
mesas arrinconadas a un lado de la sección de Pociones. Arrugaba la frente cada varios
minutos, concentrándose para hacer un buen trabajo. Debían entregar aquel ensayo el lunes
siguiente, pero ella prefería dejar todo listo. Así tendría más tiempo libre para hacer otras
cosas... Dormir... caminar... pensar... Se ruborizó un poco y se sumergió aún más en el gran
libro que tenía sobre la mesa, queriendo quizá esconderse tras sus páginas. Debía
reconocerlo... quería más tiempo para pensar en Harry... pues, después de todo, es lo único
que podría tener de él: un pensamiento, una idea, una ilusión.

Sintiéndose triste y maldiciendo su suerte una vez más, se levantó para buscar un nuevo
libro, uno sobre Culturas Ancestrales con el que por fin terminaría su trabajo. Se acercó al
mesón de la Señora Pince, le preguntó dulcemente por el título que necesitaba, y ella le
indicó uno de los estantes de la entrada. Stella caminó hasta allá, recorrió unos minutos las
hileras de grandes y pesados libros... hasta que encontró el suyo, tan viejo y estropeado que
creyó que no sería capaz de leerlo. Apretándolo fuertemente contra su pecho para que no se
escapara ninguna de sus hojas, volvió a su mesa, apartando su pergamino para hacer
espacio. Fue entonces cuando la vio, simple pero perfecta, posando entre sus líneas sobre
Runas. Una pequeña mariposa de papel, hecha notoriamente a mano, descansaba sobre su
pergamino con naturalidad. Stella la tomó en sus dedos, la rozó para sentir su textura, y
volteó la mirada en todas direcciones, con tal de descubrir el responsable de aquel misterioso
regalo. Pero no encontró a nadie, salvo decenas de concentrados alumnos que apenas
levantaban sus cabezas por sobre sus deberes.

Stella volvió a admirar la mariposa y sonrió, agradecida. Alguien, consciente o no, había
alegrado su día. No muy segura, volvió a sentarse para terminar su ensayo, dejando aquella
obra de arte junto a su tinta. Cada ciertos segundos volteaba a verla, incólume,
escudriñando en su interior sobre el posible artista. Tenía una posible lista de sospechosos, y
sonreía ampliamente al pensar en una persona en particular. Pero pronto se regañaba a sí
misma, obligándose a pensar en otra cosa, a seguir con sus deberes... y aún así su mente
volaba, autónoma, hasta la dulce imagen de un joven de lentes, concentrado y alegre,
plegando con sus manos una pequeña mariposa de papel...

Una hora más tarde, Stella abandonaba la Biblioteca con una cálida sensación de bienestar.
Llevaba aquella mariposa en sus manos, dispuesta a dejarla en un sitio privilegiado junto a
su cama. Pero, al girar en la primera esquina rumbo a la Torre Gryffindor, su corazón se
detuvo y sus ojos se abrieron al máximo. Levitando frente a ella, a no más de un metro de
distancia, dos mariposas de papel, idénticas a la que asía en su mano, esperaban por ella.
Stella ahogó un grito de conmoción. Se acercó lentamente, las tomó con sus manos y las
acarició. De pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. ¿Quién estaba detrás de esto? ¿Cuál era
su motivo?...

Guardó los tres pedazos de papel en su mochila, pero unos pasos más allá la esperaban
cinco de ellas, revoloteando con la brisa del pasillo como si hubieran adquirido vida. Sutiles,
sugerían al transeúnte que advirtiera su presencia que subiera una estrecha escalerilla
dispuesta en uno de los costados. Stella alzó una ceja, suspicaz, pero sonrió ante aquella
indirecta proposición y subió, uno a uno, los largos escalones. Pegadas en la pared cada
ciertos metros, dos o tres mariposas le indicaban el rumbo correcto. Cuando ya creía que
había atravesado al menos un par de pisos, la escalera llegó a su fin. Frente a ella, y
Francisca Solar

mostrando lo único que quedaba por descubrir, una puerta de madera, algo desgastada, se
alzaba silenciosa al final de un profundo pasillo de grandes ventanales, algunos debidamente
decorados en bitreaux. Levitando a su paso encontró varias mariposas más, todas iguales,
cerciorándose quizá de que ella entendiera el mensaje.

Al llegar a la puerta, la empujó suavemente con la yema de los dedos, nerviosamente


curiosa, y lo que encontró no lo habría soñado ni en un millón de años. Tapizando el techo y
las paredes, centenares de mariposas de colores, todas plegadas en papel, revoloteaban
livianamente por la habitación, enmarcadas entre los finos rayos de sol que se colaban por
los ventanales. Sonrió ampliamente ante ellas, dejó caer su mochila llena de libros y sintió,
por fin, que no debía esconder sus sentimientos ante nadie. Dejó que las lágrimas cayeran a
destajo, abrió los brazos y dejó que los millares de pequeñas alas la envolvieran con su
encanto. Podía permanecer ahí para siempre... quería hacerlo.

- ¡¡Sorpresa!! – se escuchó fuerte y claro desde una de las esquinas.

Stella se sobresaltó bruscamente. Dirigió su mirada hacia el foco del sonido, algo asustada, y
de ahí aparecieron una veintena de rostros conocidos, amigables, sinceros. Muchas
mariposas se esparcieron para darles paso, y dejaron ver, tras ellos, una mesa llena de
comida, con globos, serpentinas y confeti. Todo decorado para la ocasión.

- ¿Qué... qué hacen aquí? ¿Qué está sucediendo? – preguntó, atragantada con las palabras a
causa de la emoción y la sorpresa. Ron se adelantó por sobre los otros, y levantó una ceja.

- No habrás olvidado tu propio cumpleaños, ¿verdad?.

Stella demoró unos segundos en reaccionar. Su rostro se paralizó, aguantó la respiración y


deseó con todas sus fuerzas una silla donde desfallecer. Ron se angustió ante la escena,
creyendo que se había equivocado de día o que a Stella simplemente no le gustaban las
fiestas. Intercambió con Ginny una mirada de apremio, pero Stella sacó fuerzas de flaqueza
y comenzó a hablar.

- Ron... Amigos... lo siento. Me tomaron desprevenida, eso es todo – se excusó, sonriendo


débilmente – Es que... bueno, yo... hace muchísimo tiempo que no celebro mi cumpleaños –
dijo, algo avergonzada, evitando sus miradas – Mi madre... ella... no es muy buena con las
fechas, y yo... bueno, yo he terminado por olvidarlo cada año...

Harry sintió una punzada de tristeza en medio de su pecho. Por inercia, trajo a su mente el
recuerdo de cada cumpleaños, solitario, deprimente, en la que ningún ser en el planeta se
acordaba de él y su crecimiento irreversible. Y al mismo tiempo recordó la alegría que
supuso su cumpleaños número once, su encuentro con Hagrid y la hermosa noticia sobre su
condición de mago, la verdad sobre sus padres y la posibilidad de abandonar a los Dursleys
al menos por gran parte del año. Él sabía por experiencia propia la desolación que producía
un cumpleaños a solas, en olvido... y no dejaría que alguien cercano a él pasara por eso.

- Desde hoy nunca más lo olvidarás – pronunció Harry, enternecido. De un segundo a otro
habría querido olvidar que muchas personas lo estaban observando y correr, ir hasta ella y
abrazarla hasta que pasaran las horas. Pero no podía; no sólo por la presencia de otros, si no
porque llevaba en sus brazos una deliciosa torta, decorada con merengue de colores y
escrito en el borde: “Feliz Cumpleaños Stella”.

- No, no lo olvidaré... claro que no – respondió, aturdida y halagada. Trajo a su mente la


imagen de su padre, alto e imponente como siempre. Era muy pequeña, el recuerdo era
borroso y entrecortado, pero aún distinguía su silueta, sus manos, su risa... su voz al decirle
“Hija, hoy es tu cumpleaños”, y una pareja, joven y amable, acompañándola en la única
celebración de su vida...

Neville, Ginny, Hermione, Collin... todos le sonreían con afecto y amistad. Apenas podía
creer que aquello le estaba sucediendo...

- ¿Cómo... cómo se enteraron? – preguntó Stella, estupefacta.

- Mamá nos avisó, y nos advirtió que quizá lo olvidarías – dijo Ginny, con los ojos
Francisca Solar

empañados. Le sonrió con cariño.

- Oh, Molly... – susurró Stella, tan agradecida que no cabía en sí de emoción – Pero, ¿y todo
esto? Es demasiado... jamás lo habría esperado... no sé cómo agradecerles...

- No me mires a mí... todo fue idea de Harry – confesó Ron, sonriendo perspicaz. Harry se
ruborizó a morir y bajó la mirada hacia el pastel, como si estuviera muy interesado en
escudriñar los misterios culinarios del bizcocho, manjar, merengue, chispas de chocolate...

Pero las miradas lo presionaron para que alzara la cabeza y se encontrara,


irremediablemente, con los ojos emotivos de Stella. Él sonrió, dichoso de haber sido el
responsable de tanta felicidad. Se acercó unos pasos, tímido, y le extendió el pastel unos
centímetros.

- Pide un deseo – dijo, mientras los otros se acercaban por atrás.

Stella negó suavemente con la cabeza, manteniendo la sonrisa tierna y los ojos en Harry. -
Mi deseo ya se hizo realidad – murmuró, en un tono especial que sólo Harry podía reconocer.
Luego se inclinó suavemente, tomó aire y sopló las velas. Todos aplaudieron, animados.

- ¡A comer! – exclamó Ron, y Stella sintió ganas de reír. Había algo en Ron que le recordaba
a su propio padre... esa jovialidad, ese entusiasmo...

Ginny corrió hasta Stella y la abrazó fuertemente. Hermione se sobresaltó e hizo un ademán
de querer separarlas, pero se obligó a sí misma a retroceder. Pensar que Stella jamás había
celebrado su cumpleaños era sólo un detalle de su enorme tristeza. La observó y sonrió;
muchos se habían dedicado en esta vida a decirle qué es lo que debía o no debía hacer... y
Hermione no estaba dispuesta a tomar ese rol. Ella era su amiga, y como tal compartiría su
alegría.

Cuando Ginny la soltó, tras ella Ron le dio su propio abrazo, y después Hermione, indecisa,
pero Stella la apretó tan fuerte que ella no tuvo más remedio que ceder. Luego todos fueron
hasta la mesa de comida, disfrutando de un banquete que, al parecer, había sido encargado
a un par de elfos. Lo importante era que Hermione no se enterara.

Era el turno de Harry. Sabía que en cualquier minuto comenzaría a enrojecer, pero hizo caso
omiso y avanzó hacia ella. Stella aún tenía sus ojos llenos de lágrimas, y al encontrarse con
la mirada de Harry, se maldijo a sí misma por ser quien era... por tener aquel rostro,
aquellas manos, aquel nombre. Lo único que quería era abrazarlo y descansar en su hombro
hasta que anocheciera. Pero no, no podía... no debía. Mantuvo su mirada, e intentó sonreír.
Él lo merecía... lo merecía todo... Sólo los separaban unos centímetros, pero Harry estaba
demasiado nervioso como para decidir qué hacer. Entonces ella lo resolvió: se puso en
puntillas, le tomó el rostro y lo besó en la mejilla. Él cerró los ojos mientras duró el contacto.

- Gracias, Harry... significa mucho para mí – murmuró ella, conmocionada. Harry susurró un
“de nada” casi como un suspiro, pues al parecer aquel beso le había robado la mitad del aire
en sus pulmones. Stella sonrió ante eso, divertida, y las ganas de abrazarlo se
incrementaron...

- Vengan acá o no probarán el pastel – les habló Dean desde la mesa, masticando un gran
pedazo.

Ellos asintieron, sonrientes. Pronto Neville repartió vasos para todos y brindaron por el
acontecimiento. Stella sentía que aquello era demasiado... que muchos de ellos, en un día
muy cercano, se arrepentirían de haber estado ahí... pero decidió aprovechar el momento,
no dejándose abatir por ideas pesimistas. Era feliz, en aquel exacto y preciso momento de su
vida, y no le importaba nada más. Ni siquiera el hecho de tener que alejarse, tarde o
temprano...

Cap. XV: La Mejor de Mis Navidades (Best Christmas ever)

Hace una semana que Harry vigilaba atentamente a los duendes que colocaban la decoración
de Navidad en los salones, terrazas y pasillos. Al menos durante aquellos días, su búsqueda
Francisca Solar

“inconsciente” por una rama de muérdago se había vuelto frenética, pero había recorrido
muchos lugares y aún no encontraba ninguna. Ya estaba harto de ver campanas, bastones
dulces, renos de jengibre o estrellas doradas. Necesitaba ese muérdago; era su coartada, y
sin ella, no sería capaz de hacer aquello que tantas veces había repasado en su cabeza y que
aún no podía concretar. No quería hacer algo precipitado y echarlo todo a perder. Había
llevado las cosas con una calma impresionante... quería asegurarse de no hacer el ridículo, y
ella parecía disfrutar aquella táctica. Pero no sabía por cuánto tiempo podría seguir
soportándolo... tenerla a su lado sin tomarle la mano, sin rozarle la mejilla, sin sonreírle
como un bobo cada vez que se encontraban. Recordó aquel episodio con Cho y el muérdago
utilizado en la sala oculta del séptimo piso, pero le pareció de mal gusto intentarlo
justamente con ese. Seguiría buscando, inadvertido, espiando en los rincones.

Pensando en eso llegó a la Sala Común, luego de atravesar el retrato de la Señora Gorda, y
el panorama sugería imponentemente que las vacaciones navideñas se acercaban a pasos
agigantados. Había mucha gente yendo y viniendo, subiendo y bajando las escaleras a los
dormitorios, y al centro, la profesora McGonagall se cruzaba en el camino de algunos y
anotaba algo en un gran pergamino. Giró sobre sus pies y, cuando divisó a Harry, le hizo un
gesto para que se acercara. Advirtió a Hermione y a Stella conversando cerca del fuego, pero
intentó no ser demasiado evidente y no volteó.

- Potter, me temo que no podrás salir este año para las fiestas – le comunicó, arreglando la
montura de sus gafas – Remus y los otros han debido viajar y no hay nadie en Grinmauld
Place para recibirte...

Harry se limitó a asentir, distante. Lo cierto es que no había pensado en la posibilidad de


salir de Hogwarts para Navidad, después de todo. Creía firmemente que nada más atractivo
que la compañía de Stella podía estar esperando por él allá afuera... Entonces fijó la vista en
el pergamino de McGonagall y frunció el ceño.

- ¿Sucede algo? No veo muchos nombres en su lista...

McGonagall sonrió, algo impaciente. - Me parece que hay algo mejor que hacer en las
vacaciones – le dijo, guiñándole un ojo y caminando hacia la entrada para detener a un
grupo de tercer año.

Harry abrió la boca para protestar, confundido, pero la voz de Ginny lo trajo a tierra. Cerca
de la chimenea, gran parte de la Armada se unía en una carcajada; Collin había contado un
chiste excelente. Harry sonrió hacia todos y quiso integrarse a la conversación.

- Nos reunimos ayer por la tarde y acordamos por unanimidad que nos quedaríamos en
Hogwarts – explicó Hermione, sonriendo, y los demás asintieron con entusiasmo. Harry elevó
una ceja.

- ¿Por qué harían eso? – dijo, sereno, pero algo inquieto. Dennis y Lavender intercambiaron
una mirada de confusión - Ginny, tu madre morirá de la pena si no van a visitarla para
Navidad... lo mismo sucede con la tuya, Seamus... o con tus padres, Hermione. ¿Qué los
detiene en Hogwarts?

Ginny arrugó la frente, pensativa. Jamás creyó que Harry reaccionara así. - ¿Por qué? Sólo te
diré dos palabras: Armada Dumbledore – respondió, contrariada.

Ron bajó la mirada y supuso conocer las razones de Harry para no querer que muchos de
ellos rondaran Hogwarts en las vacaciones. Sonrió perspicaz, dirigió una mirada sutil hacia
Stella y volvió a acomodarse en el sillón para fijar los ojos en Harry.

- En esta época el colegio está desierto, lo que nos da más oportunidad para practicar
nuestra Defensa sin obstáculos – opinó Ernie, sin advertir el tono distante de Harry –
Además, Stella, Theresa, Neville y tú debían quedarse de todas maneras, por lo que
decidimos acompañarlos.

- Haz pasado muchas navidades solo, Harry, y no creemos que sea justo. Somos un grupo
ahora, y debemos apoyarnos en todo – pronunció Dean, alegre.
Francisca Solar

- Somos algo así como los Mosqueteros... uno para todos y todos para uno... aunque,
pensándolo bien, necesitaríamos demasiadas espadas...

El espíritu risueño que se había apoderado de la Armada los últimos días estalló en
numerosas carcajadas luego de la intervención de Collin. Harry suspiró, resignado, y se unió
a la risa colectiva. No le agradaba demasiado que veinticinco conocidos vigilaran su espalda
en aquellas semanas, pero apreciaba mucho su intención de alegrarlo y acompañarlo en las
fiestas. “Hay tiempo para todo”, pensó sonriendo, ya más tranquilo.

Pronto a su alrededor, y sobre todo después del almuerzo, centenares de estudiantes


bajaban por la escalera principal con un par de maletas y debidamente abrigados para el
viaje. Casi dos semanas de vacaciones era suficiente tiempo para poner en forma a la
Armada. Con todos los deberes que habían tenido con el resto de las asignaturas, casi no les
había quedado tiempo para practicar.

A la hora de la cena, prácticamente los únicos en todo el comedor eran Harry y sus amigos,
por lo que hicieron rápidos movimientos y se sentaron todos en una sola mesa. Cuando
Dumbledore y McGonagall entraron por la puerta lateral no pudieron reprimir una sonrisa.
Observaron atentamente a aquel grupo, charlando animadamente y brindando a cada minuto
por una nueva excusa.

- Y eso que alguna vez me sugeriste no permitir sus encuentros... – bromeó Dumbledore,
sonriendo bajo su barba. Minerva alzó una ceja – Es el mejor escenario jamás planeado...
representantes de las cuatro casas luchando por un objetivo común...

- Reconozco que me equivoqué, Albus. Ellos se reúnen por diversión, pero no tienen idea de
lo que están haciendo por Hogwarts...

- ¿Querrán que los acompañemos?

Minerva negó con la cabeza, haciendo eco de la sonrisa. - Claro que no – respondió, y giró
sobre sus pies – Vamos, dejémoslos solos.

Varios metros más allá, en la mesa de Ravenclaw, Ron y Seamus intentaban ponerse de
acuerdo.

- ...somos una asociación legal ahora, es cierto, pero Filch sigue vigilando nuestras
andanzas. Incluso ha entrado a nuestras habitaciones para cerciorarse de que todos estemos
durmiendo... ¿cómo haremos para salir sin que nos atrapen? – opinó Ron, y Seamus se
acomodó en su silla.

- Es una buena pregunta – dijo Harry, pensativo.

- Podríamos agrandar la capa invisible de Harry para que quepamos todos dentro – sugirió
Cho, y gran parte de los presentes la miró como si se hubiera vuelto loca.

- No, no gracias – dijo Harry, mirando a Neville de reojo - ¿Alguien más tiene una idea?

- ¿Poción multijugos? – dijo Dennis, y Ron puso cara de asco.

- A menos que nos transformemos todos en Filch o la Sra. Norris, lo dudo – opinó, aún con
aquella mueca de desagrado.

- Podríamos ir en pijamas – habló Luna repentinamente, con la mirada perdida en su budín


de espinacas y con su usual tono somnoliento. Todos volvieron sus ojos hacia ella, y tras sus
palabras los rodeó un incómodo silencio. Unos segundos después Hermione tomó la palabra.

- Ehhh... es una buena idea, en realidad – opinó, arrugando la frente ante la mirada colectiva
de reprimenda. Ella se encogió de hombros – No, de verdad, es una buena idea. Si
practicamos en pijamas, estaremos ahorrando tiempo valioso. Ron, dices que Filch ha
entrado a sus habitaciones para cerciorarse de que estén durmiendo... si los encuentra en
pijamas en la Sala Común, no tendrá como acusarlos de nada...
Francisca Solar

Seamus, Dean y Collin asintieron ligeramente y sonrieron, de alguna manera aprobando la


solución transitoria. Los demás comenzaron un murmullo de entusiasmo.

- Varios de nosotros somos prefectos... podemos inventar cualquier excusa si nos alcanza
fuera de nuestras habitaciones – habló nuevamente Hermione, y Padma le sonrió desde la
esquina opuesta de la mesa.

- Además, podemos decir que Neville es sonámbulo, y si Filch nos encuentra en el pasillo,
sólo diremos que salimos a buscarlo... – concluyó Lavender, y Neville arrugó la nariz en
señal de molestia. ¿Por qué siempre debía ser él quien hiciera el ridículo?.

- ¿A favor de la fiesta en pijamas? – preguntó Ginny, sonriendo, y todos levantaron sus


manos.

- Perfecto – se alegró Harry, dejando su copa de zumo de naranja sobre la bandeja – Que no
se hable más. A las diez en punto nos vemos junto a la pintura del Trol, ¿de acuerdo?.

Todos asintieron y poco a poco se fueron dispersando. Las luces de los pasillos comenzaban
a decaer y la profesora Sprout – la única docente que se había quedado en el comedor para
cenar – les sugirió que regresaran a sus salas comunes cuanto antes. Nadie objetó y
subieron rápidamente las escaleras. El show iba a comenzar.

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Harry golpeó un par de veces uno de los jarrones del estante con su varita.

- ¡Pónganme atención o jamás terminaremos!

Las risas y murmullos que llenaban el salón escondido cesaron apenas escucharon el último
grito de Harry. En una de las esquinas había un gran árbol de navidad decorado con bolas
luminosas, y por todos lados colgaban diversos adornos y guirnaldas. Además, cantos de
villancicos se escuchaban a lo lejos, como si tras las paredes hubieran escondido un par de
parlantes. Hermione arrugó la frente, sintiéndose de pronto como si estuviera atascada en
un elevador de Londres.

La vista era bastante singular: distante de la monotonía de sus uniformes, los pijamas de
cada uno hacían, en conjunto, un extraño collage multicolor. Claro que, al menos para Harry,
el más interesante era el de Stella. A cada lado de su camisa había un pequeño bolsillo, y en
ellos destacaban unas cintas con pequeñas mariposas dibujadas, sólo que en el de la derecha
faltaba una. Harry sonrió y evitó su mirada unos segundos; él tenía esa cinta, la había
encontrado en casa de los Weasley, y ahora que sabía su procedencia no se desprendería de
ella por nada. Volvió a sonreír, aclaró su garganta y habló fuerte.

- Lo están haciendo muy bien, pero necesito saber un par de cosas antes de que sigamos –
explicó, paseándose entre ellos – El profesor Pittycarp dijo que le señalaría a cada uno, luego
del torneo, en qué estaban fallando para así poder superarlo. Quiero que se concentren en
eso y lo practiquen hasta el final de la sesión – finalizó, y lo siguió un gesto colectivo de
asentimiento.

Como las críticas de Pittycarp fueron bastante diversas, Harry se dio el tiempo de detenerse
en cada uno y ayudarles en su mejoría.

- En general me felicitó, dijo que había demostrado conocer la técnica, pero que me faltaba
seguridad – le habló Neville, encogiéndose de hombros.

- Estoy de acuerdo – afirmó Harry, comenzando a hablar como un verdadero profesor – Lo


mejor será que practiques con Owen, entonces. Vencer al ganador del Torneo será un gran
apoyo para tu confianza – sonrió, y Neville le agradeció el gesto. Owen levantó su puño
desde el otro lado de la sala, mostrándose de acuerdo con la idea de Harry.

- A mí sólo me dijo que cuidara mi temperamento – comentó Ron, tranquilo – Nada más. Y
que siguiera practicando mi “Rictusempra”. Según él aún faltaba liberar más chispas...
Francisca Solar

- Haz eso entonces – le animó Harry, apuntando luego hacia su izquierda – y practica con
Dennis. Pittycarp le hizo exactamente la misma observación...

Avanzó unos pasos y se encontró con Stella, Hermione, Theresa y Ginny. - No pudo criticar
nada pues no alcanzó a verme en acción – explicó Hermione, con un deje de molestia – pero
me pidió que desarrollara mi intuición. Dijo que no me faltaba seguridad, pero sí algo de
ambición al momento de pelear con alguien... ¿raro, no?

Harry iba a ser un comentario pero alguien lo interrumpió. - Se refería a que no te gusta
lastimar a nadie... pero que para cuando te enfrentes a alguien como Pansy, deberías dejar
tu bondad a un lado y patear algunos traseros – opinó Theresa, risueña – A mí me dijo lo
mismo... de hecho, le sorprendió mucho que estuviera en Slytherin...

Hermione y Theresa se sonrieron. Harry les pidió entonces que practicaran en pareja y siguió
con su ronda, pero mientras le señalaba a Collin cómo hacer un buen Expelliarmus, algunas
carcajadas lo distrajeron. Volteó hacia su derecha y divisó, resguardadas en la esquina, a
Stella y Ginny, quienes se lanzaban algo blanquecino desde sus varitas. Frunció el ceño, y
dejando su lección a la mitad, se acercó a ellas. Entonces, de la nada, algo suave y fresco lo
golpeó en mitad de la cara.

- ¿Pero qué....? – murmuró, sorprendido por el impacto. Limpió su cara con la manga de su
camisa, se quitó las gafas y volvió a escuchar algunas carcajadas.

- Oh, lo siento mucho, señor profesor – se disculpó Stella, coqueta, aunque con algo de
broma – Eso iba para Ron.

- ¿Para mí? – exclamó Ron, desde el otro lado de la sala - ¿Qué iba para mí?

Sólo tardó dos segundos en saberlo. Una bola blanquecina lo había noqueado en pleno
rostro. Luego se escuchó la risa de Ginny.

- ¿Qué es esto? – preguntó Harry, tocando aquello que lo había golpeado. Parecía nieve,
pero era mucho más suave y no te congelaba los dedos.

- Es nieve ficticia... no es fría y es más manejable para jugar – explicó Ginny, aguantando la
risa al ver el rostro de Ron – George me enseñó sobre ella en el verano.

- Gemelos Weasley... claro, quien más... – murmuró Owen, y al segundo siguiente se volvió
a escuchar un “puff”. Si su cabello antes era rubio, ahora aparecía completamente blanco.

Tocó su cabeza, sintió la suavidad de la sustancia, y sonrió, desafiante. Ginny se sonrojó


levemente.

- ¡Ahora verás!

De un minuto a otro, todo se transformó en una locura. Bolas de nieve iban y venían, y dado
cierto tiempo era tal la cantidad acumulada en las esquinas, que ya servía para hacer un
hombre de nieve. Claro que algunos se tomaron aquello al pie de la letra: Terry, Collin,
Dennis y Seamus tomaron a Neville de sorpresa y lo cubrieron de blanco de pies a cabeza. Le
colocaron bolas luminosas del árbol como si fueran botones de una chaqueta, un sombrero
de Santa Claus sobre su cabeza y uno de los bastones dulces de la decoración para posarlo
en su mano inmóvil. Luego de ver aquel espectáculo, Ron y Hermione no pudieron dejar de
reír. Mientras, Angelina, Susan, Hannah, Theresa y Luna lidiaban una lucha reñida: cuál
introducía más nieve en el pijama de la otra.

- ¡¡Bomba!! – gritó Stella, divertida, y Harry se agachó justo a tiempo.

- ¡Ni lo pienses...! – exclamó de vuelta, lanzándole una bola de nieve que la hizo tropezar
con Parvati y Alicia. Las tres cayeron estrepitosamente a un lado del árbol, pero al ver que
ninguna se había hecho daño, rompieron a reír.

- ¡Hey, amigos!! ¡Miren la hora!


Francisca Solar

Owen señaló al reloj de pared y todos detuvieron sus juegos. Eran casi las cuatro de la
mañana. Compartieron miradas de preocupación, pero Harry intentó suavizarlas.

- Muy bien, levántense todos. No hay nada qué temer... lo haremos como lo planeamos.
¡Vamos, de a tres en tres, rápido!

La orden de Harry fue acatada con inmediatez y pronto la sala se fue desocupando. A medida
que iban saliendo, Harry divisaba de reojo el muérdago que colgaba cerca de la puerta.
Luego cerraba los ojos, negaba sutilmente con la cabeza y regresaba a su labor de guía.

- Nosotros somos los últimos... andando – le susurró Stella, pero al llegar al cruce de la
puerta vio que Harry no la seguía – Harry, vamos... estamos perdiendo tiempo.

Harry estaba prácticamente hipnotizado en el muérdago, luchando en sus adentros sobre si


debía utilizarlo o no. Giró la mirada hacia Stella... estaban solos, era su oportunidad...

- ¡Vengan rápido, escuchamos a Filch!

Decepcionado pero sin más remedio que escapar, Harry corrió por el pasillo junto a Stella y
se reunieron con los otros tras la estatua de la Bruja Jorobada.

- Bien chicos, ha sido un placer. Nos vemos en el desayuno – se despidió Ron, sonriente, y
cada uno siguió su camino hacia su sala común.

A poco andar, Hermione advirtió que dejaban una notoria estela blanquecina en los pasillos,
por lo que liberó aire caliente de su varita y secó aquellas huellas con la ayuda de Stella.
Dudaban que a Filch le pareciera muy gracioso encontrar nieve mágica en los corredores que
daban a la Torre Gryffindor.

- ¿Quién osa despertarme a las cuatro de la madrugada? – balbuceó la Señora Gorda, al


sentir que alguien tiraba de la tela de su óleo.

- Lo siento... es que queremos entrar – se disculpó Hermione, algo avergonzada – Ninmbulus


Nimbletonia.

- Sí, sí... aaaggghhhh... pasen ya – bostezó, abriendo el retrato. La Sala Común estaba
sumida en un agradable silencio, el fuego de la chimenea ya se había consumido, las luces
del árbol de navidad continuaban parpadeando armónicamente y, tras la ventana,
comenzaban a divisarse los primeros signos del alba.

- Hey, esperen un segundo... – los detuvo Ron, erguido en medio de la sala - ¡Hoy es
Navidad!

Los demás demoraron un momento en reaccionar. Claro, ya era 25, pero habían pasado
tanto tiempo en la sala oculta que prácticamente lo habían olvidado. Ginny, Dennis y
Angelina no perdieron tiempo y saltaron hacia el árbol, escudriñando el monte de regalos.

- Este es tuyo, Harry – dijo Ron, extendiéndole un paquete – Tres a uno a que es un nuevo
suéter de mamá.

Harry rasgó el papel, lo abrió y sonrió. Era un suéter verde con su inicial bordada, bastante
más grande que el del año pasado. Luego miró a Ron: él tenía uno igual, pero rojo y con una
gran ‘R’ en el pecho. Ginny le pasó un paquete similar a Stella; lo abrió, expectante, y
encontró un suéter azul claro con su inicial. No pudo contener una carcajada.

- Es hermoso, lo usaré sin duda – dijo, dado que Ron ponía cara de reticencia – Ojalá mi
madre hiciera estas cosas por mí...

- No me digas que tampoco celebran la navidad... – comentó Alicia, casi en tono de broma, y
Stella bajó la mirada, avergonzada. El resto intercambió una mirada de “ups”, silenciosos.

- Seguro que esta navidad valdrá por todas las anteriores – la animó Harry, y ella le sonrió.
Francisca Solar

Fijó sus ojos en él, pensó un momento y se arrodilló frente al árbol, buceando entre los
regalos sin abrir. Apartó dos paquetes pequeños con muchos sellos y timbres raros, como si
hubieran tenido que pasar por cien aduanas distintas.

- Ten... Feliz Navidad – le sonrió Stella, y Harry se sorprendió.

- ¿Para mí...? – balbuceó, recibiendo el paquete en sus manos – No... no tenías que
molestarte...

Se ruborizó un poco y el resto de sus amigos ahogaron una risita elocuente. Ron los hizo
callar, aunque no pudo reprimir una sonrisa (“Vuelvan a sus asuntos, ¡envidiosos!”)
admirando expectante qué sería aquello que Harry intentaba descubrir tras el papel marrón.
Envueltas en una funda rojo- dorado, Harry dejó ver un par de lustrosos guantes de
protección de Quidditch.

- ¡Vaya, excelente! Los míos ya estaban muy desgastados, te lo agradezco... – exclamó


Harry, y Stella sonrió, emocionada.

Ron corrió hasta él, se los quitó de las manos y comenzó a estudiarlos con la mirada. Parecía
embobados con ellos. Stella se acercó aprisa.

- ¿Ya viste en el interior? – le dijo a Harry, y éste arrugó la frente, confundido. Quitó uno de
las manos de Ron, buscó dentro y, un par de segundos después, abrió la boca de sorpresa.
Apenas podía pronunciar palabra. Ron lo miró, apremiante, instándolo a que dijera qué era
aquello tan sorprendente, pero ya que Harry no podía comunicarse normalmente por ahora,
Stella lo sacó de la duda – Un viejo amigo consiguió aquellos guantes para Harry... Aidan
Lynch, no sé si lo conoces.

Ron por poco se desmaya. - ¡¿Bromeas?! – gritó, quitando los guantes a Harry y
cerciorándose de que aquella codiciada firma estuviera en el interior - ¡Aidan Lynch, el
buscador del equipo de Irlanda! ¡Esto debe haberte costado una fortuna!

Stella rió, divertida ante el gesto tanto de Ron como Harry, y negó con la cabeza. - Cuando
le escribí a Aidan pidiéndole sus guantes, se mostró bastante complacido al saber que Harry
los usaría... – dijo, y Harry sonrió como bobo – Él mismo pagó todas las franquicias de
correo.

- ¿Cómo... cómo te contactaste con él? ¿Cómo lo conociste? – preguntó Harry, tartamudo,
aún sin salir de la impresión.

- Me encontré con él y su equipo en uno de mis tantos viajes. Son excelentes personas, muy
inteligentes y talentosos... varios de ellos te nombraban en sus conversaciones, Harry –
recordó, y Harry volvió a sonrojarse. Entonces Stella abrió los ojos como si hubiera olvidado
algo importante – Y bueno, no sólo estuve con el equipo de Irlanda, sino también con el de
Polonia, Escocia, Bulgaria, Nigeria... lo que me recuerda que también tengo algo para ti, Ron
– sonrió, y Ron hizo un gesto de sorpresa.

Extendió hacia él el segundo paquete, y Ron apenas pudo tomarlo con firmeza. Le temblaban
las manos, prácticamente había comenzado a sudar, y el resto de los de la Armada lo
rodearon inmediatamente, ávidos por saber el contenido de su regalo. A tientas, Ron
desgarró el papel y se encontró frente a frente con otro par de guantes de Quidditch. Tragó
saliva, buscó nerviosamente en el interior y, estupefacto, leyó las letras doradas.

- ¿P-P-Petro Z-Zograf-f-f...? – tartamudeó, casi al borde de las lágrimas. Un “¡Ohhh!”


colectivo siguió sus palabras.

Stella sonrió. - ¿Y a quién esperabas? ¿A Víktor Krum?

Ron le devolvió un gesto de seudo molestia, y pronto se largó a reír. Ginny tomó uno de los
guantes para cerciorarse por sí misma del acontecimiento.

- ¿Petro Zograf, el guardián de Bulgaria? ¡Increíble!


Francisca Solar

Todos comenzaron a alabar aquellos regalos como si estuvieran benditos. Harry se puso los
suyos, probó su flexibilidad y sonrió, dichoso. Ron hizo lo mismo con los de Zograf.

- Insisto, eres mi héroe – le agradeció Ron, dándole un abrazo. Ella murmuró un tibio
“gracias a ti”. Harry aún no terminaba de creer que tenía los guantes del buscador más
codiciado del circuito, y del equipo ganador de los últimos mundiales de Quidditch.

- Tengo sus direcciones por si quieren escribirles – comentó Stella, tranquila – Estoy segura
de que Aidan estaría gustoso de recibir una carta tuya, Harry.

Él asintió. Neville intentó tomar uno de los guantes de Zograf, pero Ron los alejó pronto de la
vista de todos y los resguardó con el paño de tela. Los apretó contra su pecho, y comenzó a
pensar, aturdido, el rostro que pondrían Fred y George cuando supieran... hasta que una
imagen nebulosa lo trajo a tierra. Se quedó estupefacto frente a la ventana, entornó los ojos
y dejó caer sus guantes, los cuales Ginny retomó rápidamente.

- ¡Oh, no, lo perderé! – gritó, tomándose la cabeza. Acto seguido corrió hasta Hermione,
quien estaba revisando el regalo de sus padres. La tomó de la mano y la arrastró hasta la
salida.

- ¡Ron, qué haces! – exclamó Hermione, sorprendida y confundida.

- ¡Corre o lo perderemos!

Hermione no tuvo tiempo de entender nada. Así como estaban, con sus pijamas y apenas
resguardados por sus batas, desaparecieron tras el retrato de la señora Gorda. Neville,
Seamus y Collin intercambiaron miradas atónitas, pero no lo pensaron demasiado. Ron podía
ser muy raro a veces. Pasado unos minutos, gran parte del grupo subió a sus habitaciones
para vestirse. Pronto sería la hora de desayunar. Cuando sólo quedaban Harry, Ginny y
Stella, las dos chicas hicieron un ademán de subir las escaleras, pero Harry se adelantó.

- Stella, espera un momento – le dijo, y luego sonrió, incómodo, hacia Ginny. Ella entendió
en el acto.

- Te espero arriba – dijo la más pequeña de los Weasley, y cerró tras de sí la puerta de su
dormitorio.

Stella volteó hacia Harry, curiosa. La luz de la mañana comenzaba a entrar a raudales por
las ventanas de la sala común.

- Yo también tengo algo para ti – pronunció Harry, entusiasmado como si tuviera cinco años.
Regresó sobre sus pasos, buscó algo bajo el árbol y extendió hacia ella un paquete cuadrado
envuelto en celofán – Ehh... Feliz Navidad.

Ella le dirigió una mirada tierna. Jamás habría esperado recibir un regalo de Harry para
Navidad... así como tampoco había esperado que celebraran su cumpleaños. Le sonrió,
agradecida, y tomó el paquete entre sus manos, depositándolo luego en una de las mesas.
Harry se apoyó en el borde, justo a su lado, expectante.

- Pensé en dártelo para tu cumpleaños, pero creí que la Navidad sería un mejor momento –
comenzó a decir Harry, mientras Stella desataba delicadamente el lazo amarillo que rodeaba
el regalo. En sus palabras denotaba nerviosismo.

Los segundos que siguieron se hicieron eternos para los dos. La Sala Común estaba rodeada
de un silencio inusual, invadido sólo por el sonido del celofán al desprenderse. Harry aguantó
la respiración, y fijó la vista en Stella, ansioso por ver su reacción. Entonces sucedió. Sus
ojos se agradaron y sus labios se abrieron parcialmente en signo de sorpresa. Llevó una
mano a su boca, cerró sus ojos en una milésima de segundo y se inclinó para rozar,
temblorosa, la portada de un viejo libro empastado. Era de contextura gruesa, se notaba
antiguo y desgastado, y la tapa estaba hecha de una extraña madera flexible. Al centro, y
delicadamente tallada, una majestuosa libélula apuntaba hacia una pequeña cerradura,
rodeada de distintos trazos en forma de runas. Harry sintió que aquello había surtido el
efecto deseado, y suspiró de satisfacción.
Francisca Solar

- Estaba en Diagon Alley, bajo nuestras narices. No fue muy difícil encontrarlo, e incluso me
pareció que el dueño de la tienda estaba muy aliviado por deshacerse de él. Yo no pude
abrirlo, pues no venía con ninguna llave, pero estoy seguro de que... tú...

Fue incapaz de seguir hablando. El rostro de Stella era suficientemente elocuente. Sus ojos
estaban llenos de lágrimas, y clavaba su mirada en él con ansiedad, como si acabara de
salvarle la vida. Harry no sabía como reaccionar, no había planeado tanta conmoción, pero
ella, nuevamente, había resuelto su duda: sin demasiado preámbulo, avanzó unos
centímetros y lo rodeó con sus brazos. Temblaba. Harry aún permanecía quieto, congelado,
incapaz de realizar un movimiento coordinado, pero pronto sus neuronas hicieron las
conexiones necesarias y entendió, tardío, que Stella estaba en sus brazos y que respiraba
suavemente cerca de su cuello. Una sonrisa tonta se dibujó en su cara y entonces movió sus
manos, sutil, por la espalda de ella, respondiendo al abrazo.

- Supongo que te gustó – bromeó, y Stella rió, nerviosa. Lo liberó un poco de aquel estrecho
gesto, le tomó el rostro y lo besó en la frente - ¿Vas a decirme por qué este libro es tan
importante? – preguntó en un susurro, fijando la mirada en sus pies. Estaba demasiado
sonrojado como para verla a la cara.

- Hay muchas cosas que quisiera decirte... – respondió, serena aunque algo melancólica.
Jamás habían tenido sus rostros tan cerca - ...pero sólo hay una que necesitas saber. En
este libro está mi redención, mi destino. Sin querer, haz hecho que renazca en mí las ganas
de seguir...

Es cierto, Harry no entendía nada, pero por el momento le bastaba saber que había
contribuido enormemente en algo bueno, y que ella era feliz. Esperaba que algún día, no
muy lejano, tuviera la confianza suficiente para contarle sus secretos.

- Pero está cerrado... Es decir, no venía ninguna llave, y por más que traté no pude abrirlo –
le advirtió, y ella le sonrió.

- No te preocupes, encontraré la manera – finalizó, tomando el libro y apretándolo contra su


pecho.

Harry sonrió hacia sus adentros. Parecía que el tiempo había pasado tan rápido... Stella
caminó hasta la escalera, y luego volteó, suavemente.

- Aidan dice que es posible que un agente del Circuito Internacional de Quidditch te envíe
una carta en los próximos meses... quieren que los consideres en tu futuro profesional –
comentó, orgullosa. Y luego añadió – Víktor te envía saludos.

Harry soltó una carcajada. - ... y, no lo digas: un par de maldiciones para Ron – bromeó, y
ella asintió, alegre. Subió luego rápidamente los escalones, dejando a Harry a solas con sus
sentimientos. Por un momento, se arrepintió de no haber mantenido aquel abrazo un poco
más...

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Con dificultad, Ron ayudó a Hermione a escalar por la rústica escalerilla que comenzaba en la
Lechucería. Durante todo el camino no habían cruzado ni una palabra, pero el rostro de Ron
bastaba para saber que algo importante pasaría. Ella, confiando a ciegas, no había
preguntado nada, pero como ya habían cruzado muchos lugares y en cualquier segundo se
encontrarían en la azotea de Hogwarts, no pudo más con su curiosidad. Avanzaron
lentamente por aquel sitio plano, y se detuvieron cerca del borde. La brisa era helada pero
no suficiente para molestar.

- Ron, puedes decirme qué es lo que...

De pronto sintió que hablar, en aquel contexto, simulaba el peor de los insultos. Frente a
ella, majestuosos, los alrededores de Hogwarts se teñían de un naranjo furioso, pasando a
amarillo o rojo dependiendo de lo que tocaba la luz. Las colinas estaban cubiertas de nieve,
así como las copas de los árboles, y los delicados rayos pintaban sus siluetas en la pared. El
Francisca Solar

sol aparecía medianamente en el horizonte, claro y nítido como jamás lo había visto, y sintió
que el pecho se le encogía de emoción. Desde ahí, la vista era impresionante, hermosa.

Ron se le acercó lo suficiente, y Hermione sintió su respiración agitada. Estaba maravillada


con el espectáculo.

- Podría haberte regalado cualquier cosa... – comenzó a decir, tímido. La brisa revolvía el
cabello de Hermione cerca de él - ...pero nadie olvida un amanecer, ¿no es así?

Por un momento Hermione creyó que estaba soñando. Era como si la hubieran golpeado
desde adentro y necesitara con urgencia un grito de liberación. Insegura, volteó hacia él y
vio en sus ojos aquel gesto de ansiedad, de expectación, de miedo. Su temor a no hacer lo
correcto era uno de sus puntos más débiles. Entonces ella sonrió, feliz. Nunca hubiera
esperado algo así... ni de Ron, ni de nadie. Era lo más romántico que había tenido el placer
de presenciar en toda su vida.

- Gracias – murmuró, y Ron relajó los hombros, suspirando de alivio. Se sonrieron. - ¿Cómo
encontraste este lugar...? – preguntó, desviando la mirada nuevamente hacia el paisaje
frente a sí.

- Buscando – respondió Ron, divertido, dando a entender que no revelaría un secreto tan
grande. Ella no insistió.

- Bajemos... muero de hambre – pronunció luego, y Ron pareció estar de acuerdo.

Sin que se lo esperara (ni en un millón de años), Hermione le tomó la mano y caminaron
juntos de regreso a la escalera. Por primera vez (quizá única, quién sabe) se sintió lo
suficientemente a gusto como para no enrojecer.

- Hermione... – la llamó, antes de que cerraran la puerta de la Lechucería - ¿Está... está todo
bien?

Presentía que aquel momento llegaría. Él quería saberlo... saber si el innombrable incidente
del verano se había dado por superado. Hermione lo miró a los ojos, serena, y asintió
levemente. Ron le sonrió con ternura y emprendieron nuevamente el rumbo a la sala común.
Todo había sido perfecto. No le soltaría la mano ni aunque su vida dependiera de ello.

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Dumbledore había dispuesto una nueva decoración en el comedor esa mañana. En lugar de
las cuatro mesas usuales, sólo había una, redondeada y suficiente para los cerca de treinta
estudiantes que aún quedaban en el colegio. La cubría un mantel blanco con bordados
navideños, el cielo falso mostraba una tibia nevazón y las bandejas estaban llenas de
coloridas galletas de jengibre. Aunque aún no habían llegado todos, Harry y otros ya habían
llenado sus platos de comida. Además, la conversación era de lo más interesante, aunque
monotemática: los guantes de Quidditch.

- ¿Te fijaste en la marca de fabricación? ¡Lethiorder, la filial de Alivander! – exclamó


Angelina, atragantada con las palabras. Miraba a Harry como si esperara que él se las
regalase.

- ¿El tipo de las varitas? – recordó Terry, y los demás asintieron.

- Eso quiere decir que son guantes de fabricación especial, no se hacen al por mayor. Fueron
hechos a la medida – explicó Alicia, entusiasmada. Harry sonrió.

- Son de Aidan Lynch... eso es suficiente para mí.

En realidad iba a decir “Es un regalo de Stella, eso es suficiente para mí”, pero quiso
ahorrarse los comentarios intimidatorios. En eso, Luna, Ginny y Stella aparecieron en el
comedor. Ella llevaba el libro contra su pecho, conversando animadamente con las otras.
Apenas se acercaron a la mesa, Ginny y Luna tomaron un lugar vacío, pero Stella sólo cogió
algunas galletas y las metió en sus bolsillos.
Francisca Solar

- ¿No vas a desayunar? – le preguntó Ginny, y Harry volteó como si estuviera pensando en
lo mismo. Stella se encogió de hombros.

- No tengo mucha hambre... Además, quiero leer – explicó, animada, sonriendo hacia Harry.
Se despidió de ellos con la mirada y giró sobre sus pies camino a las terrazas.

Harry esperó a que todos volvieran a sus conversaciones y se levantó, raudo, apresurando
su paso para alcanzarla. Logró detenerla justo en el ventanal, pues ella volteó sintiéndose
repentinamente observada. Al advertir que era Harry quien la seguía, no pudo evitar un leve
rubor.

- Olvidé darte esto – dijo, y le extendió un marca-libros hecho de un papel rosa, donde
destacaba, en la punta, una mariposa plegada en origami. Stella sonrió, mas era una sonrisa
especial.

- No sigas, Harry, o terminaré creyendo que quieres conquistarme...

Harry hizo eco de su sonrisa, pero no dijo nada. ¿Era necesario?. Ella volteó, ágil, y Harry la
siguió con la vista hasta que se perdió.

- ¿Por qué no lo hiciste?

Neville se había acercado tan sutilmente que Harry no había advertido su presencia hasta
que le habló. Sacudió la cabeza, corrigió la postura de sus lentes y le dirigió una mirada
confusa.

- ¿Hacer qué? – repitió, en un gesto de interrogación.

Neville alzó una ceja, incrédulo. - Muérdago – respondió, apuntando al techo.

Harry sintió la imperiosa necesidad de golpear a alguien hasta que las fuerzas lo
abandonaran. Reticente, elevó la vista y vio ahí, intacta, una rama de muérdago colgada de
la cornisa. Segundos antes, la cabeza de Stella había estado bajo ella.

- Ella lo vio... lo advertí apenas me acerqué – comentó Neville repentinamente, y Harry se


sobresaltó.

- ¿Estás seguro? – preguntó, ansioso – Pero ella no sabe qué son...

- Parecía bastante informada para mi gusto... – dijo, en un seudo tono de broma. Luego giró
sobre sus pasos, caminando hacia la mesa donde estaba el resto del grupo - ¿No es hermosa
la Navidad...? – comenzó a cantar, y varios se rieron acto seguido.

Harry también rió, pero de puros nervios. Pensó un momento, se rascó la cabeza y luego
suspiró, resignado.

- Seguro que sí... – murmuró, volteando hacia donde Stella había caminado. Más suerte para
la próxima vez.
Francisca Solar

Cap. XVI: Weasley es nuestro rey (Weasley is our king)

Sin importar la lluvia, la nieve o el frío (y así lo repitió Angelina incansablemente durante
todo el almuerzo) la temporada de Quidditch comenzaría el jueves, día de la celebración de
Año Nuevo, por lo que debían encontrar con urgencia un par de golpeadores nuevos para el
equipo. “Los quiero el martes a las diez, sin falta, vestidos y dispuestos en el campo para las
pruebas” había ordenado a Harry y Ron, y ellos, mudos, no intentaron contradecirla. Para el
recreo, luego de la clase de Binns, y de regreso a la Sala Común, se las había ingeniado para
salir a sus caminos y recordarles la frase, sólo en caso de que lo hubieran olvidado. “Hace
una pareja perfecta con Fred... Son igual de fastidiosos” comentó Ron, haciendo un ademán
de locura al tiempo que Angelina por fin se alejaba de ellos.

Aquel día, lunes de vuelta de vacaciones, la afluencia de personas en la Sala Común se había
incrementado notoriamente, cuestión que molestó en parte a Harry, pero no se lo comentó a
nadie. Los demás parecían dichosos de abandonar el silencio de los pasillos, la tranquilidad
de los jardines y la pasividad del comedor a la hora de la cena... sobre todo Hermione, ya
que era la más entusiasmada por comenzar ya a practicar el encantamiento de Aparición. No
tanto así Ron o Lavender, quienes no sacaron muy buena nota en el ensayo del profesor
Binns, por lo que debieron hacer deberes extras.

- Eso me pasa por tratar de ser buena persona... Para la próxima, copiaré sin
remordimientos el trabajo de Hermione – gruñó Ron, mientras caminaba junto a Harry hacia
la clase de Encantamientos.

- Podrías pedirle que te de un par de clases particulares – sugirió Harry, risueño, sin dirigirle
la mirada. Tratando de ganarle a la brisa del pasillo, lanzaba y cogía constantemente una
snitch. Ron se sonrojó.

- Gracioso – bufó, pero le siguió la corriente – Lo pensaré – respondió, al tiempo que se


topaban con el resto de los estudiantes en el salón de Flitwick.

Draco, quien avanzaba con su grupo muy cerca de ellos, fijó la vista en Harry, corrió hasta él
sin preámbulos y atrapó la snitch en el aire, abriéndose paso al empujar a Ron de un
manotazo. Ron le devolvió una mirada de odio.

- Practiqué más a conciencia este verano... tendrás que tragarte mi polvo este jueves, Potter
– lo desafió, acariciando la bola dorada entre sus dedos. Harry hizo un ademán para que se
la regresara, pero entonces Draco la observó un momento, pensativo – Hay unas letras...
¿Qué tiene inscrito?

- Nada de tu incumbencia – gruñó Harry, algo ruborizado, arrebatándole la snitch de las


manos. Draco alzó una ceja, sonriendo irónicamente.

- Madre me contó que tu odioso padre solía hacer eso... ¿Intentas resguardar algún tipo de
tradición familiar? – se burló, y Crabbe rió tras él.

Harry apretó los puntos, estrangulando las alas de la pequeña bola. Ron quiso entrar en la
discusión, pero Harry volteó hacia él y negó con la cabeza. El profesor Flitwick había salido al
pasillo para llamar a los rezagados, y para entonces Goyle, Crabbe y Draco ya habían
desaparecido tras la puerta del salón.

- ¿A qué se refería Malfoy? – preguntó Ron, apresurándose a entrar.

Harry lo miró con reticencia, pero luego suspiró. - Mi padre... bueno, él solía escribir las
iniciales de mi madre en una snitch cuando ella no lo tomaba en cuenta – confesó, con las
mejillas rojas y sin mirarlo a la cara. Ron sonrió, y con ello dio la conversación por
terminada. Podía adivinar qué letras estaban inscritas en la snitch de Harry...
Francisca Solar

La clase de Flitwick fue algo más interesante que las del resto del año. Dando rigurosas
instrucciones y advirtiendo severamente que nadie intentara copiar sus movimientos, el
profesor se apareció y desapareció constantemente por los alrededores del salón, mostrando
las técnicas usuales y los niveles requeridos de concentración. Antes de que evidenciaran su
ignorancia al respecto, Hermione les recordó a Harry y Ron que el salón de Encantamientos
era el único dispuesto para practicar el hechizo, ya que en los terrenos de Hogwarts nadie
podía aparecer o desaparecer. Luego el profesor instó a que cada uno intentara realizar el
conjuro con uno de sus libros, pero el primer ensayo resultó en un completo desastre y el
salón terminó atestado de cientos de hojas amarillentas, dobladas, arrugas, trozadas... El
mayor avance fue de Parvati, quien después de mucha concentración, logró que la mitad de
su libro de Defensa llegara justo a un lado de la cabeza de Flitwick, mientras que la otra
parte apareció en la mochila de Ron. Nada mal para ser la primera vez.

Como no tenían deberes pendientes, después de la cena la mayoría se fue temprano a la


cama, sobre todo Harry y Ron, pues debían guardar energías para el partido al día siguiente.
Los reflejos de Draco habían sorprendido a Harry por un momento... ¿Le haría las cosas más
difíciles esta vez? Esperaba que no. Jamás otro buscador lo había superado... al menos no en
una batalla igualitaria, ya que aquella vez en que Diggory había tomado la snitch (una
desagradable sensación lo embargó al recordarlo), él había caído de la escoba a causa de los
Dementores. No había sido una victoria justa, por lo que su registro seguía intacto: ningún
otro buscador había logrado ganarle un mano a mano, y no estaba dispuesto a cambiar la
historia.

Pensando en ello se durmió, fatigado, pero su mente no lo dejó descansar. Sirius volvió a
visitarlo, jadeante y moribundo, pidiéndole ayuda a gritos antes de que cayera tras el velo...
y Harry, casi a kilómetros de él, extendía su mano en un fatuo intento... Acostumbrado a
aquella pesadilla, despertó al día siguiente con menos sobresalto que las veces anteriores,
aunque las nauseas no lo habían abandonado del todo. Corrió las cortinas de su cama, dejó
que la luz de la mañana le diera de lleno y buscó con la mirada a Ron. Su cama estaba vacía;
seguramente ya era tarde y todos habían bajado a desayunar. Con desgano, caminó hasta
los lavabos, se inclinó unos centímetros y dejó que el agua fría del grifo envolviera su
cabeza. Se sentía afiebrado... quizá de rabia, o de pena, pero no quiso pensar en ello. El
equipo estaría esperándolo en el campo para las pruebas de golpeadores, y si no se
presentaba rápido, Angelina no lo dejaría en paz. Volviendo sobre sus pasos, buscó su
uniforme rojo-amarillo y se cambió, cuidando de no agitarse demasiado o vomitaría al menor
descuido. Se acercó luego al espejo y confirmó su deplorable estado: estaba algo pálido,
pero podría disimularlo. Entonces tomó su saeta de fuego, cerró el baúl y corrió escaleras
abajo. Hubiera dado lo que fuera por comer algo; su estómago lo estaba matando, pero no
podía llegar tarde a las pruebas.

Apenas pisó el campo de Quidditch, divisó a Angelina sobrevolando los arcos, asegurándose
de que todo estuviera en orden. En la otra esquina, un grupo de unos veinte chicos levitaban
suavemente sobre sus escobas, hablando a viva voz e intercambiando tácticas. Harry no
recordaba haber visto tantos postulantes para un puesto en el equipo... Entonces alguien le
tocó el hombro y lo hizo saltar. Su estómago dio un desagradable gruñido, pero apretó los
labios e intentó relajarse.

- No te ves bien, Harry... ¿ya desayunaste?-. Era Alicia, visiblemente preocupada por el
aspecto de su amigo. Él asintió, no muy convincente.

- ¿Llegué tarde?

- No, justo a tiempo – respondió Alicia, aún contrariada por la palidez del rostro de Harry.
Caminaron hasta el pórtico más cercano, donde Angelina ya había comenzado a dar
instrucciones.

- ...y bueno, es cierto que el año pasado Andrew Kirke y Jack Sloper hicieron un buen
trabajo, pero sólo eran golpeadores provisorios. Por ello, me pareció más justo que volvieran
a hacer la prueba, y así asegurarnos que son los más adecuados para el puesto...

Todos asintieron, de acuerdo con la decisión. - ¿Haremos lo de siempre? – preguntó Katie


Bell, subiendo ya a su escoba. Angelina movió la cabeza.
Francisca Solar

- Sí. Ron, quiero que te mantengas cerca de los aros y atrapes o desvíes las bludgers cada
vez que se acerquen a ti. Te servirá como un buen entrenamiento... – le dijo, y Ron sonrió,
alejándose con su escoba. Luego miró a sus cazadores – Alicia, Katie... ustedes se alinearán
conmigo y lanzarán las bludgers cuando yo lo diga. Y tú, Harry... – lo apuntó, pero pronto
arrugó la frente, preocupada - ¿Te sientes bien?

Harry suspiró de cansancio. Estaba harto de que le preguntaran eso. - No dormí bien, pero
estoy listo para jugar – respondió, tajante.

Angelina alzó una ceja en signo de desconfianza, pero luego se encogió de hombros. - Bien.
Tú harás lo mismo que Ron, sólo que recorrerás todo el campo de prueba, asegurándote que
las bludgers no se alejen demasiado. ¿Todos han entendido?.

Se escuchó un sí general y los cuatro despegaron los pies del césped. Arriba, muy cerca de
Ron, los aspirantes se sumergieron en un silencio expectante. Angelina les sonrió a todos, y
desplegó luego un pergamino que llevaba en su túnica.

- Alan Arather y Tom Bishop – leyó en voz alta, y un par de chicos muy robustos, uno muy
moreno y el otro extremadamente pálido, volaron unos metros hacia adelante – El resto de
ustedes puede esperar en las graderías. Los llamaremos en orden – explicó, y así todos se
dirigieron al lado oeste del campo.

Ahí también estaban Hermione y Ginny, aprovechando su bloque libre antes de Herbología
para ver las prácticas. A su lado, Stella parecía muy entusiasmada con aquel deporte
llamado Quidditch, pero había llevado su libro bajo el brazo, dispuesta quizá a echarle un
vistazo cuando el entrenamiento dejara de ser interesante. Un poco más arriba, y dando
suprimidas carcajadas cada cierto tiempo, un grupo de chicas de cuarto año observaba a Ron
con curiosidad, cuestión que no dejaba de irritar a Hermione, volteando de vez en cuando
para callarlas.

- Vamos, Hermione... sólo quieren animar a Ron un rato, ¿No crees que lo merezca? –
inquirió Ginny, y Hermione se cruzó de brazos, mordiéndose el labio inferior.

- ¿No estarás celosa, o sí? – preguntó Stella esta vez, haciendo que Hermione abriera los
ojos al máximo – Ron se ha transformado en un chico muy atractivo. No tiene nada de malo
que tenga un par de seguidoras – dijo, aguantando las ganas de reír. Hermione realmente
parecía molesta.

- ¿Celosa, yo? Estás loca – balbuceó, pero pronto volvió la vista hacia las chicas, y luego
hacia Ron, arrugando la frente con desagrado.

- Estoy segura que Ron se siente halagado – afirmó Ginny, divertida por la reacción de
Hermione. Ella acomodó su bufanda.

- ¿Quieren concentrarse y dejar de hablar estupideces? Las pruebas van a comenzar – dijo,
algo perturbada, y fijó su vista en el horizonte. Stella y Ginny intercambiaron una mirada
elocuente, pero decidieron no hacer más comentarios.

Tras la señal, Alicia y Katie dejaron escapar las bludgers. La idea era que uno de ellos fuera
capaz de golpear alguna de las bolas con su bate y así pasarla al otro la mayor cantidad de
veces, antes de que lograran escapar... cuestión que aquellos dos primeros postulantes al
parecer no entendieron. A juzgar por sus contexturas, deberían sostener el bate con gran
facilidad, pero al primer golpe, el chico de pelo oscuro se noqueó a sí mismo con él y minutos
después confesó ni siquiera haber visto la bola. Angelina se tomó la cabeza, desesperanzada,
pero suspiró profundo para tranquilizarse y llamó a la siguiente pareja.

La misma rutina: liberación de bludgers, golpeadores listos... y pobres demostraciones.


Recién la cuarta pareja, compuesta por dos chicos de séptimo, lograron pasarse la bludger
mutuamente dos veces, constituyendo todo un record comparado con la patética
presentación de los demás. Tras ellos, llegó el turno de Kirke y Sloper, y a pesar de que no
lo hicieron mucho mejor, al menos fueron los únicos capaces de golpear la bludger sin salir
lastimados al mismo tiempo. Harry se sentía algo mareado por haber tenido que correr tras
las bludgers una y otra vez, pero no se quejó en ningún momento. Por su lado, Ron hacía un
Francisca Solar

gesto divertido ante cada pareja que pasaba, levantando o bajando el pulgar en cada
ocasión. Pero no era demasiado expresivo: recordaba perfectamente todo el sufrimiento que
le supuso entrar al equipo, por lo que intentaba no involucrarse. Mal que mal, la decisión era
de Angelina.

Entonces ella, luego de que dos chicos de segundo prácticamente huyeran del campo (luego
de ver la actuación de los otros), exclamó los últimos nombres, no muy segura, y aquello
llamó enormemente la atención del equipo: los hermanos Creevey. Harry y Ron
intercambiaron una mirada de preocupación, pero les parecía interesante que sus amigos
intentaran tal desafío. Angelina y Alicia, entre tanto, los miraron de arriba a abajo: Collin y
Creevey eran muy valientes y divertidos, los apreciaban mucho y los halagaba el hecho de
poder participar, pero destacaban por su frágil aspecto. Rubios albos, de contextura delgada
y pequeña, simulaban más un par de niños de segundo año que de quinto y sexto
respectivos, y aquello estaba lejos de ser un punto a favor para elegir a los nuevos
golpeadores. Angelina pensó un momento, quizá deseosa de evitar que realizaran la prueba,
pero Katie se acercó a tiempo.

- Angelina, dales una oportunidad. Saben lo que hacen – le dijo, segura, y ella asintió.

- Bien – susurró, y luego elevó la voz para dirigirse al equipo – ¡Golpeadores, a sus puestos!
Alicia, Katie... cuando quieran.

Collin y Dennis, sin perder sus sonrisas, se situaron a varios metros del otro, se miraron con
decisión y movieron la cabeza hacia Angelina. Ella dio la señal. Rápidas e histéricas, dos
bludgers volaron en línea recta hacia cada uno de los hermanos, quienes agacharon sus
cabezas, giraron sobre sus propios ejes en un gesto casi acrobático y golpearon, certeros, las
dos bolas en dirección a los arcos. Intencionalmente o no, hicieron un gol doble, celebrándolo
con un choque de manos. Ron y Harry corrieron tras ellas y las regresaron al campo, donde
una vez más Collin se lució con su puntería. Dennis esquivó la última, se lanzó en picada y la
desvió con todas sus fuerzas hacia su derecha, donde Katie la recibió en mitad del pecho.
Con esfuerzo, logró bajar y regresarla a su caja, no sin antes sonreírle a sus amigos por el
buen trabajo. Angelina levantó las manos, dando por finalizada las pruebas. Ordenó a Alicia
que guardara la segunda bludger, pidió a Collin y Dennis que los esperaran en las gradas, y
reunió al equipo en tierra firme.

- La decisión es obvia para mí – opinó Harry, y los demás estaban de acuerdo, no tanto así
Angelina, quien mantenía la vista en el suelo, pensativa.

- No... no puedo – dijo por fin, y Ron arrugó la frente, confundido.

- ¿Qué significa eso? – preguntó, y Angelina hizo un ademán para que cerraran aún más el
círculo. Luego bajó la voz.

- Está bien, debo admitirlo... Collin y Dennis me han sorprendido, son los mejores, sin
duda... pero no puedo aceptarlos en el equipo.

- ¿Por qué no? – la encaró Katie, algo molesta por aquella confusa discriminación. Angelina
alzó una ceja, impaciente.

- Es muy simple. No hay modo de que los hermanos Creevey puedan competir con los
golpeadores de Slytherin... un par de bestias que se incorporaron el año pasado...

- Crabbe y Goyle – refunfuñó Ron, y Angelina asintió.

- Son enormes, rudos y peligrosos... ¿cómo podrían enfrentárseles un par de niños


pequeños?

- Antes que nada, no son unos niños, Angelina – la corrigió Harry, y los demás asintieron –
Es cierto, Crabbe y Goyle son un par de hipopótamos... pero a mí me parece que esa es su
mayor debilidad. Aquello les da inestabilidad, torpeza y escasa agilidad... Lo único que
realmente los favorece es la fuerza, cosa que Collin y Dennis también demostraron tener.
Además, ellos fueron muy rápidos y al ser tan livianos les da la posibilidad de escabullirse
mejor. ¿No crees que, en lugar de estar en desventaja, llevamos terreno ganado?
Francisca Solar

Angelina escuchó sus palabras atentamente, y luego suspiró. Buscó en las miradas de los
otros un signo de aprobación, y luego sonrió, tranquila.

- Recuérdame que te recomiende como capitán para el próximo año, Harry – le dijo, y él le
sonrió de vuelta. Ya se sentía mucho mejor.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Para el almuerzo, un gran revuelo se apoderó de la mesa Gryffindor. Y como ya era usual,
algunos estudiantes de las casas aledañas se sumaron a la celebración. Collin y Dennis no
cabían en sí de felicidad.

- ...pero no entiendo. ¿Cómo pudo tu padre enseñarles Quidditch si él es muggle? – preguntó


Ron, confundido, quien llevaba varios minutos hablando con ellos sobre sus escondidas
habilidades.

Dennis rió. - No, no... Papá no nos enseñó Quidditch. Todos los veranos jugamos Baseball
con él. Es un juego muggle muy popular, en donde también usamos bates... pero no
escobas.

- Lo he visto un par de veces en la televisión – comentó Harry, y Hermione asintió.

- Ahí debemos golpear una pelota más pequeña, pero se necesita de igual fuerza y precisión.
Supongo que tanto años jugándolo nos sirvió de maravilla para el Quidditch – explicó Collin,
alegre.

Harry les sonrió, pero un nudo amargo le cerró la garganta. Cómo hubiera deseado que su
padre hubiera practicado Quidditch con él... En eso, sintió una mano en su hombro.

- Pero heredaste su talento... Eso también es un buen legado – le dijo Stella repentinamente,
adivinando su pensamiento así como tantas veces. Harry asintió, sonriéndole de vuelta,
pensando en qué tan notorios podían ser sus gestos como para que Stella supiera siempre
cómo actuar...

Concentrados en el trabajo de Snape, la tarde y la noche se fusionaron con rapidez, y ya a la


mañana siguiente, Harry no pudo distinguir cuánto tiempo había pasado desde que había
abandonado los deberes y logrado dormir. Ni siquiera se había puesto el pijama, y había
vuelto sin querer su frasco de tinta sobre la colcha. Incapaz de recordar algún hechizo que le
sirviera para arreglar el desastre, se cambió de camisa y bajó las escaleras. Un murmullo de
excitación inundaba la Sala Común.

- Desayunen algo liviano y luego suban a cambiarse. Practicaremos una hora antes del
partido – les informó Angelina, al tiempo que Harry se sentaba cerca de la chimenea junto a
Ron y Katie – Díganle a Collin y Dennis que los quiero con media hora de anticipación.
Necesito verlos en acción más detenidamente...

Y diciendo esto salió por el retrato de la Señora Gorda. Pocos minutos después Harry y los
otros la siguieron, y apenas dieron un paso dentro del comedor, un cántico conocido les
llamó la atención. Varios estudiantes de Gryffindor – observados atentamente por algunos de
Slytherin, visiblemente molestos – tarareaban unas rimas mientras comían sus tostadas.
Harry sonrió débilmente.

- ...es un guardián de temer, Weasley es nuestro rey – susurró Ginny un poco más alto, al
ver que Ron y los demás se acercaban. Él se sonrojó, halagado.

- Quizá Draco quiera reclamar sus derechos de autor – bromeó Dean, y varios rieron, aunque
de la mesa de Slytherin sólo se apreciaban miradas de odio – Podríamos invitarlo a cantar
con nosotros.

- No seas tonto... no creo que Malfoy sepa cantar – continuó Seamus, incrementando las
carcajadas.
Francisca Solar

Ron se unió pronto a ellas, pero Harry tenía un extraño presentimiento. Draco se había
superado a sí mismo en rapidez y agilidad... ¿Lograría derrotarlo? No había dormido bien y
las pesadillas no hacían más que incrementar su pesadumbre y desconcentración.
Inesperadamente, su estómago dio un vuelco y nuevamente lo atacó aquel conocido
malestar. Llevó una mano a su frente y se sentó pesadamente entre Stella y Angelina. No
fue la mejor decisión.

- ¿Harry, te sientes bien? Estás muy pálido... – se preocupó Stella, extendiendo su mano
hacia su rostro para tomarle la temperatura – Puede que tengas algo de fiebre.

- Estoy bien, no es nada – dijo Harry, intentando no atraer demasiada atención. Aunque,
obviamente, ya todos habían abandonado sus conversaciones para fijarse en él.

- Harry, no puedes jugar en ese estado... podrías caer de la escoba y terminar mucho peor –
opinó Hermione, y Stella pareció estar de acuerdo.

- Jugar así y con este clima... No, lo mejor que puedes hacer es guardar reposo y dormir lo
más posible. Si quieres, puedo prepararte una poción para...

- ¿Se han vuelto locas? – exclamó Angelina, aterrada con la idea - ¡Harry no puede dejar de
jugar!

- Su salud es más importante que el juego, Angelina – la regañó Stella, dirigiéndole por
primera vez una mirada de molestia.

- ¡Es el primer juego de la temporada! – se defendió Angelina, algo más contrariada,


levantando más su voz.

- ¡Hey, chicas! Cálmense – las separó Harry, sorprendido – Hace tiempo que puedo decidir
por mí mismo. Estoy listo para jugar... sólo estoy un poco nervioso, eso es todo.

Angelina sonrió con determinación y alzó las cejas hacia Stella, quien evitó su mirada. Luego
se levantó de un salto.

- Harry, come algo. Te esperamos en el campo – concluyó, mientras Alicia, Katie, Collin,
Dennis y Ron la seguían fuera del comedor.

- Ojalá los guantes de Aidan te den suerte – murmuró Stella, sin mirarlo a la cara, y acto
seguido hizo un ademán de levantarse. Harry la tomó suavemente del brazo, lo que la hizo
voltear.

- Gracias por preocuparte – murmuró, pero ella no hizo más que apretar los labios y caminar
rápidamente hasta la salida. Hermione hizo lo mismo, tomando un par de galletas de la
bandeja y abandonando el comedor tras Stella.

A Harry le urgía jugar... pero recordaría la advertencia de Stella durante toda la mañana, e
incluso hasta los minutos previos al comienzo del partido. Habían hecho un gran trabajo
limpiando la nieve del campo, pero las nubes amenazaban con una lluvia torrencial en
cualquier momento. Un viento gélido elevaba sus capas, y si no fuera por sus protecciones
en codos y rodillas, apenas lograrían mover sus articulaciones. Las graderías llenas de
espectadores se hallaban más silenciosas que nunca, en parte porque la mayoría intentaba
resguardarse bajo sus túnicas, en parte porque el ruido del viento era más estruendoso que
cualquier grito de aliento. Aunque, de vez en cuando, podía escucharse “Weasley es nuestro
rey...” vitoreado por unos pocos...

Suspirando hondo e intentando obviar su intenso dolor de cabeza, fijó los ojos en Angelina,
demostrándole que estaba poniendo atención en las instrucciones. Pero lo cierto es que su
voz se oía muy lejana, vaga... como si los separaran decenas de kilómetros. Por algún
extraño motivo cada vez se sentía con menos fuerza, tan cansado como si hubiera corrido
una maratón, pero estaba decidido a jugar, y a jugar bien.

Ubicado a un lado de Alicia, y concentrado en Madame Hooch, oyó el silbato. - ¡Ha


comenzado, señores! – gritó Justin Finch-Flitchey ya que, luego de que Lee Jordan se
Francisca Solar

graduara, postuló para el puesto de relator. Aclaró su garganta, golpeó suavemente el


micrófono y volvió a inclinarse sobre él – Horribles condiciones climáticas han acompañado a
nuestros deportistas hoy, pero esperamos ver un partido digno de estrellas... Gryffindor luce
nuevos golpeadores... esperemos que den a su equipo grandes satisfacciones...

- ¡El juego, Justin! ¡Queremos escuchar el juego! – le gritó McGonagall exasperada,


intentando comunicarse tras su gruesa bufanda.

- Ehhh... sí, el juego... – volvió a toser - Bien, Gryffindor versus Slytherin, queridos
compañeros... un juego de gigantes. Ron Weasley da el primer pase a Katie Bell... ¡Cuidado!
Warrington la rozó con los dedos... Katie se apresura, esquiva el bate de Goyle y hace un
osado lanzamiento a otra cazadora... ¡Buena jugada! ¡Angelina toma la quaffle y se lanza
hacia el pórtico de Slytherin!

Harry observó a Angelina tomar fuertemente la quaffle bajo el brazo, dar un par de
instrucciones a Katie y avanzar con decisión hasta los aros resguardados por Bletchey, el
desagradable guardián de Slytherin. La brisa le congelaba el rostro, pero no dudó en cruzar
el campo de lado a lado, sola y desprotegida, con tal de anotar. Montague, cazador y capitán
de Slytherin, se cruzó en su camino e intentó quitarle la quaffle de un manotazo, pero pronto
apareció Collin, prácticamente de la nada, batiendo su mazo y golpeando una de las bludger
contra él. Montague la esquivó con suerte, pero perdió el contacto visual con Angelina y le
dejó el camino libre hasta Bletchey.

- ¡Collin ha ido en rescate de su capitán con astucia! ¡Increíble estrategia! Angelina se


apresura, está a un metro del aro, lanza... Bletchey se encamina demasiado tarde...
¡¡Gryffindor anota!!

Por primera vez Harry escuchó los gritos de euforia de los estudiantes, no tanto por el hecho
de anotar, si no por la gran jugada que Collin y Angelina habían protagonizado. Capitán y
Bateador intercambiaron un saludo elocuente, volaron hacia la mitad del campo y esperaron
la reanudación del juego. La tablilla del marcador cambió rápidamente sus números,
mostrando “Gryffindor 10, Slytherin 0”. Sintiéndose algo más animado que antes, Harry
sobrevoló cerca de sus compañeros y se concentró en su verdadero trabajo: encontrar la
snitch.

Draco no había dado señales de nada en los últimos minutos, aunque Harry se divertía
mucho con sus gestos de odio cada vez que Angelina, Alicia o Katie anotaban. Cerca de la
media hora de juego, Gryffindor llevaba una asombrosa ventaja de 110 puntos, lo que hacía
prácticamente imposible la victoria del equipo de Montague. Collin y Dennis habían
demostrado una sincronía digna de acróbatas de circo, y lo que es más, se habían convertido
en una especie de “guardaespaldas” de las cazadoras, yendo en su ayuda cada vez que un
homólogo Slytherin amenazaba con quitarles la quaffle. A pesar de que Angelina jamás se lo
hubiera esperado, aquella táctica (que minutos después denominaron entre ellos como el
“Ataque Creevey”) se transformó en la mejor jugada jamás planeada. Además, aquella
ventaja había supuesto un excelente tónico revitalizante para Ron, quien, con una eterna
sonrisa en la cara, golpeó, desvió y atajó muchísimos intentos de gol, desafiando la brisa que
le azotaba el rostro y que le congelaba los dedos tras los guantes. Claro que Warrington y
Pucey lo aterrorizaron a menudo con sus horrendas caras de asesinos a sueldo, y así
lograron anotar, pero la mayor parte de las veces la euforia de la barra de Gryffindor lo
agitaba y se lanzaba contra ellos al menor aviso. Aquel “Weasley es nuestro rey”, que en
algún minuto de su existencia le había dado el peor de los dolores de cabeza, ahora sonaba
como una armoniosa melodía en sus oídos...

Justo en el minuto en que Katie volvió a anotar, y Justin gritaba “Gryffindor 180, Slytherin
40”, Harry vio un destello dorado cruzar el campo cerca de Ron. Sin dudarlo un segundo,
tomó fuertemente su Saeta de Fuego y se apresuró a perseguirla, actitud que Draco advirtió
acto seguido, corriendo tras él. El viento soplaba de su lado y Harry sintió en pocos segundos
que ya estaba muy cerca... podía ver incluso las pequeñas alas destellantes de la bola,
batiéndose a mil y luchando por escabullirse...

Entonces volvió a embargarlo aquella pesadumbre, ese malestar físico que abrumaba su
mente y no lo dejaba pensar. Su estómago se encogió en un par de arcadas y una punzada
le comenzó a latir en la sien derecha. ¿Qué le estaba sucediendo? Se concentró en la bola
Francisca Solar

con determinación y esquivó la cara perpleja de Goyle para estirar su mano e intentar
cogerla de una vez por todas. Así el partido terminaría y podría ir a descansar. Sólo
necesitaba algo de sosiego, algo caliente para tomar y un sitio mullido donde reclinarse...
pero primero debía alcanzar la snitch. Muy cerca de las graderías de Slytherin, la bola dorada
torció hacia los fierros y se perdió en la multitud. Harry realizó el mismo giro, no se
despegaba de ella ni por un segundo... podía sentir el frenetismo de sus alas, la calidez de su
fulgor destellante... hasta que todo se volvió oscuro. Ya no había nada frente a él. Los gritos
de la muchedumbre y la brisa helada de invierno seguían ahí, pero la snitch había
desaparecido. Sorprendido por la rapidez de los acontecimientos, se detuvo en pleno vuelo,
parpadeó varias veces y examinó acuciosamente su entorno, pero antes de que pudiera
entender lo que ocurría, Justin le proporcionó la información necesaria.

- ¡¡Draco Malfoy ha cogido la snitch!! Eso quiere decir que Slytherin ha ganad... ¡No,
esperen! Katie marcó un gol para Gryffindor al mismo tiempo... Madame Hooch está
cerciorándose... ¡Sí, así es! ¡Increíble, pero cierto! ¡Han empatado en 190 puntos!

Parte de la muchedumbre ahogó un grito de decepción. Harry no podía dar crédito a sus
oídos, y luego a sus ojos, los cuales le mostraban a Draco, a pocos metros de él,
extendiendo su brazo en signo de triunfo y estrangulando con vehemencia la snitch contra su
puño. Su rostro estaba cubierto de un expresivo gesto de euforia, pero no denotaba restos
de ironía, o burla, o arrogancia. Era felicidad, simple y pura, y por sobre todo, merecida.
Reía con naturalidad, era agradable escucharlo... Harry se tomó la cabeza: ahora sí que tenía
ganas de vomitar.

Madame Hooch dejó escuchar su silbato, pero una sola vez. Eran dos silbidos los que
anunciaban el término del partido, por lo que Angelina alzó una ceja, confundida, y se acercó
a la profesora. El resto de ambos equipos hicieron lo mismo.

- Muchachos, me temo que no puedo dejarlo en un empate – explicó, elevando la voz para
que alcanzaran a oírla contra el fuerte viento, al tiempo que Draco se unía al grupo. Aún
cuando Harry estaba esperando que le dirigiera la más sarcástica de las miradas, sólo sonrió,
alegre como un niño de cinco años – Como es el primer partido de la temporada, los dos
quedarían sin puntos, lo que los dejaría casi al margen de la copa. He decidido, pues, llamar
a penales. Ya saben, un tiro por cada cazador. El que logre más anotaciones, gana.

Angelina y Montague intercambiaron una mirada desafiante, áspera, pero asintieron luego y
retrocedieron para que Madame Hooch pudiera pasar. Se ubicó frente al pórtico de
Gryffindor, dejó escuchar su silbato nuevamente y luego llamó a Bletchey. Espero a que se
ubicara sobre los aros, se alejó unos metros y ordenó a Alicia que se acercara a la línea de
campo, a unos veinte pies del guardián. Hooch alzó una mano, gritó “Adelante”, y un
segundo después toda la barra de Gryffindor se levantó al unísono. Alicia había anotado, sin
mayor dificultad que como lo había hecho durante todo el partido.

Tras ella fue el turno de Katie. Bletchey regresó a su posición, Madame Hooch sopló el silbato
y acto seguido Gryffindor sumaba un nuevo gol al marcador. Pero cuando tocó el
lanzamiento de Angelina, finas gotas de lluvia comenzaron a caer sobre el campo, las que
con la brisa se convertían en delgadas capas de hielo sobre sus túnicas, cabezas y escobas.
Dando un ligero escalofrío, Angelina tiró... pero no con mucha suerte. Aunque Bletchey
jamás logró tocar la quaffle, sí batió su brazo lo suficiente como para hacer que el viento la
desviara. La capitán de Gryffindor observó la quaffle rebotar en el césped, lejos de la meta, y
cerró los ojos con furia.

- ¡¡Gryffindor anota dos de tres!!

Era el momento de Slytherin. Al llamado de Hooch, Ron se ubicó frente a los aros y suspiró
hondo. Menuda responsabilidad que caía sobre sus hombros... Comenzó a sudar sólo de
pensarlo, pero sacudió la cabeza con violencia y no se permitió flaquezas. Lo había hecho
muy bien hasta ahora... no había motivo para fallar.

Warrington decidió lanzar primero, movió la quaffle insistentemente entre sus manos y
dirigió a Ron una mirada de seudo compasión. Eso lo enfureció: tensó los puños, fijó los ojos
en la bola y olvidó por un momento quién la lanzaría. Solo debía concentrarse en ella, en su
trayecto, en su movimiento... pero perdió demasiado tiempo en fijaciones y tardó en
Francisca Solar

reaccionar. “¡Anotación para Slytherin!” gritó Justin, y Ron no pudo creer tanta ineptitud.
Intentó hacer caso omiso a las carcajadas de Montague, fijó nuevamente los ojos en la
quaffle, y se obligó a sí mismo a no fallar... hasta que funcionó. Ágil, se adelantó al torpe
movimiento del capitán Slytherin y desvió la bola con la punta de su escoba lo más lejos que
pudo.

La multitud estalló en histeria. Sólo un punto decidiría la historia: si Pucey anotaba, deberían
ir a penales extras hasta determinar el ganador... pero si Ron lograba coger la quaffle,
liquidarían el partido. Ron hizo todas aquellas conexiones en su cerebro en un par de
segundos, y se alistó para el último tiro. No se atrevió a voltear hacia Angelina o los otros...
la presión de sus miradas sólo lo harían ponerse más nervioso. Movió sus dedos para
mantener el calor y sintió el sudor y la lluvia empapar sus guantes de cuero... los guantes de
Petro Zograf. Recordó el momento en que los calzó por primera vez en sus nudillos... la
felicidad y la buena suerte inmediata que creyó recibir... y entonces dejó su mente en
blanco. Arrugó la frente, se inclinó ante su escoba y voló, tan rápido que apenas advirtió el
balanceo, y en un suave movimiento golpeó la bludger y la atrapó luego, en el aire, ante la
vista de un enfurecido Pucey.

- ¡¡Ron coge la bludger en un movimiento certero!! ¡¡GRYFFINDOR GANA!!

Antes de que pudiera cerciorarse de lo que había hecho, sintió un fuerte apretón: Angelina se
le había tirado al cuello, así como todos los del equipo. Sin más palabras que un bufido de
furia, Montague bajó a tierra firme, azotó su Nimbus 2002 contra el piso y abandonó el
campo con rapidez. El resto de los Slytherin siguió sus pasos, pero Draco destacaba por su
tranquilidad. Sereno y satisfecho, admiró un momento la snitch apretada en su puño; llevó
luego su escoba al hombro y caminó hacia los vestidores.

Harry compartió la felicidad de su equipo sólo por unos instantes, pero pronto regresó a la
realidad. Gryffindor había ganado... pero él había perdido. La snitch era una lucha personal,
y había sido abatido por el peor de sus enemigos. Para colmo, su estómago seguía
molestándolo, advirtiéndole con severidad que debía correr a los lavabos más cercanos o
vomitaría en frente de todos. Sin que sus compañeros lo notaran, Harry bajó hasta al césped
y abandonó el campo lo más rápido que pudo. No quería encontrarse con nadie, no quería
hablar con nadie... o, peor aún, no quería que lo detuvieran para felicitarlo. Aquello sólo lo
haría sentir peor, más inútil, más fracasado...

El campo se había llenado de un segundo a otro de centenares de agitados estudiantes. Ron


estaba algo cansado de recibir abrazos, pero lo bueno es que estaba compartiendo el crédito
del triunfo con Collin y Dennis, lo que lo dejaba descansar por unos momentos. Luego de que
Madame Hooch le estrechara la mano, felicitándolo por su desempeño en el juego, un
efervescente grupo de chicas de cuarto año prácticamente se abalanzó contra Ron. Él, como
era de suponerse, no supo reaccionar, salvo, claro, de enrojecer como un tomate.
Abrumado, escuchó una repetición resumida y en cámara lenta de cada una de sus jugadas,
relatadas por aquel inusual grupo de fans, y al tiempo que una de ellas bromeaba sobre su
estilo de vuelo, Ron se relajó y rió con ellas. No creía haber presenciado nunca algo tan
halagador...

Unos metros más atrás, Hermione, Ginny y Stella se habrían paso entre la multitud. Aunque
el movimiento de las masas no las dejaba ver con claridad, pronto encontraron a Angelina,
gritando y riendo junto a Katie, Collin, Dennis y Alicia... y cerca de ellas, distinguieron la
cabeza de Ron. Para entonces, los labios de Hermione transmutaban desde un gesto de
felicidad a uno de visible desagrado, cruzándose de brazos.

- ¡¡Ron!! – le gritó, esperando que notara su presencia y caminara hasta ella, dejando a
aquellas indeseables niñas con la palabra en la boca. Pero no, no fue así. Ron ni se dio por
enterado; conversaba tan animadamente con ellas que no se percató de que alguien lo
estuviera llamando.

Como era muy difícil llegar hasta allá, volvió a llamarlo, una, dos y tres veces, pero nada
pasó. A Ginny le pareció que su hermano estaba demasiado embobado con aquellas chicas,
pero antes de que pudiera advertir la rabia de Hermione, la vio avanzar con paso firme en
línea recta, esquivando, empujando y amenazando a quien osara cruzarse en su camino.
Stella reaccionó en el acto y la siguió, temiendo que hiciera una locura... y bueno, no estaba
Francisca Solar

muy lejos de aquello. Un segundo antes de que Hermione apareciera en escena, Ron la
divisó por el rabillo del ojo. Elevó los ojos hacia ella, y entonces la observó avanzar hasta él
con decisión. Se hizo paso entre dos de las más entusiastas chicas de cuarto (quienes la
insultaron por ser tan brusca, recibiendo nada como respuesta), se detuvo a unos
centímetros de Ron, se puso en puntillas... y lo besó.

Ron tardó siglos en reaccionar, pensando en que quizá estaba soñando, o que alguien
intentaba jugarle una broma con una chica muy parecida a Hermione. Pero, en un segundo
que se hizo eterno, cerró los ojos por inercia y creyó recordar la textura de los labios que
estaban rozando los suyos. Entonces su estómago se retorció de nervios y cayó en la cuenta
de lo que estaba sucediendo. A su alrededor todo se había convertido en silencio
expectante... las risas y los aplausos habían desaparecido, y no pudo sentir nada más que
los brazos de ella alrededor de su cuello. Una intensa calidez se adueñó de su pecho, pero
para cuando había decidido rodearla con sus brazos y responder a aquel beso, ella ya se
había apartado lo suficiente.

- ¡Vamos, vamos, vayan a molestar a alguien más! ¡Patéticas babosas! – exclamó Hermione,
imponente, hacia las chicas de cuarto, quienes voltearon, indignadas, dirigiéndole a Ron una
mirada de decepción. Él apenas podía moverse – Buen trabajo, Ron. Te veo en la Sala
Común.

Y entonces giró sobre sus pies, dio un par de pasos y se perdió entre la gente. Ron no pudo
contestarle; estaba demasiado ocupado procesando lo que acababa de ocurrir como para
gastar su energía emitiendo un par de palabras. En lugar de eso, se llevó lentamente una de
sus manos a su boca, y dibujó en ella una sonrisa tonta. Dean, Seamus y Collin, quienes no
habían dejado de observar aquella insólita muestra de afecto, se acercaron rápidamente
hacia él para conocer los detalles de buena fuente, pero Stella irrumpió antes, visiblemente
preocupada.

- Ron, escúchame... no puedo encontrar a Harry en ningún lado – le dijo, con la voz
ahogada. Ron le dirigió la mirada sólo unos segundos después.

- ¿Qué...? ¿Qué cosa? – balbuceó, aún con su mente perdida en el espacio sideral. Stella tiró
de su túnica, impaciente.

- ¡Te hablo de Harry! Creo que necesita apoyo en este momento...

Ron nuevamente tardó unos segundos en entender a cabalidad las palabras de su amiga,
pero cuando lo hizo, no fue de mucha ayuda. Confesó que no había sabido de él desde que
terminó el partido, y que, conociéndolo, ahora no querría compañía. Stella asintió,
comprensiva, y aunque desistió en la idea de buscarlo, habría dado lo que fuera por darle un
poco de apoyo moral...

Lo que ni Harry, ni Stella, ni ninguno de los estudiantes repartidos por el campo de Quidditch
sabía, era que, a decenas de kilómetros de distancia, un par de personas comentaban –
aunque suene increíble - todo lo que ahí sucedía.

- Nunca me gustó el Quidditch... – dijo, entornando los ojos para volver a su realidad física -
Bludger, quaffle, snitch... no sé para qué sirve cada cual. El equipo de Slytherin apesta. Creo
que tendré que hacer un espacio en mis planes para darles un par de consejos... ¿Alguna vez
jugaste, Pettigrew?

El rechoncho y calvo sirviente de Lord Voldemort negó con la cabeza, cabizbajo. Luego
escuchó un siseo, y un amago de carcajada que más bien sonaba a carraspeo.

- De nosotros, sólo James Potter se atrevió a jugar... pero lo que hacía bastaba por los
cuatro...

Un silencio espeluznante acompañó sus palabras. Aquel apellido no era bienvenido en esa
casa... cómo pudo pasarlo por alto. Sudando y tragando saliva fuertemente, se inclinó para
rellenar su taza de té. Rezaba porque el castigo no fuera necesario.
Francisca Solar

Cap. XVII: Lo que Soy (What I am)

              Veinte minutos luego de terminado el partido, y aprovechando que gran parte de
los estudiantes aún se encontraban en las inmediaciones de los campos de Quidditch,
Dumbledore y Madame Pomfrey escoltaban a Snape hasta la puerta principal del castillo. Su
aspecto era deplorable: apenas pudo llegar por sus propios medios al carruaje que lo
esperaba. Estaba extremadamente pálido, temblaba de escalofríos y su nariz sangraba tanto
que Poppy debió cambiar el paño frío que llevaba contra su rostro por uno nuevo. Una
gruesa manta le cubría los hombros, pero sus manos y pies estaban congelados.
Dumbledore, impasible pero haciendo movimientos tan rápidos que delataban su
nerviosismo, tomó el brazo de Severus y lo ayudó a subir al carro. Luego elevó los ojos,
dirigiéndose a una extraña mujer encapuchada que ocupaba el segundo puesto a un lado de
Snape. Ella asintió levemente.

- Manténlo abrigado, en una habitación oscura... pero asegúrate de que no duerma. Aquí hay
suficiente poción insomnia para sostenerlo una semana... ¿Serás capaz de hacer un poco
más cuando se termine, Severus? – le preguntó, en un tono aprensivo, mientras le extendía
una rústica botella de vidrio. Con las pocas fuerzas que le quedaban, Snape se las arregló
para asentir.

- Me encargaré de todo – dijo la mujer, cogiendo la botella.

Dumbledore hizo un ademán de cerrar la puerta.


- Estaré esperando noticias – concluyó, y al tiempo que aquella mujer volvía a asentir,
Dumbledore murmuraba algo bajo la barba. El carruaje encantado se levantó unos
centímetros, se agitó mínimamente y se encaminó hacia la ruta que atravesaba las colinas.

- Hay que parar esto, Albus... No sabemos quién puede ser el siguiente – advirtió Poppy,
angustiada. Dumbledore la miró, serio.

- No habrá un “siguiente”, Poppy... – respondió.

Ella asintió, incapaz de contradecirlo.


- Pobre Severus – murmuró, en un gesto que mezclaba tristeza y nerviosismo, viendo al
carruaje alejarse. Luego volteó hacia el Director – Será mejor que busquemos a Potter.. él
no debe encontrarse en mejor estado...

- No, dejémoslo por ahora. Estoy seguro de que alguien cuida de él en este momento –
afirmó, sin dar lugar a objeciones, mientras giraba la vista hacia la torre Gryffindor.

              Aún no había anochecido, pero la luz de algunas velas se apreciaban desde la
ventana de su Sala Común. Ahí, las cosas sucedían tal como el Director lo había dicho.
Extendiendo algunos cojines en el suelo, Stella se las arreglaba para acomodar a Harry lo
mejor posible. Sin perder mucho tiempo, ordenó a Neville que bajara a las cocinas y pidiera
a los elfos domésticos un fuerte té de manzanilla. Apoyó su cabeza en alto, comprobó que
estuviera respirando e intentó detener la hemorragia de su nariz. No era demasiado
abundante, pero bastó para alarmar a todos los estudiantes aglomerados en la Sala. Stella,
rogando que le dieran espacio y pidiéndoles que regresaran a sus asuntos, desaflojó el
Francisca Solar

uniforme de Harry y suspiró de impotencia. No tenía la menor idea sobre qué debía hacer. Lo
había encontrado hace unos minutos, inconsciente, y aunque pensó de inmediato cómo
ayudarlo, fue tanta la gente que apareció tras ella que se vio imposibilitada de hacerlo. En
reemplazo, puso a varias personas en una misión distinta: Neville debía ir por el té, Lavender
fue en busca de Madame Pomfrey, Ginny se preocupaba de alejar a los curiosos para que
Harry pudiera respirar, y entre Hermione y Stella intentaban reanimarlo.

- Esto no es una simple fatiga... no puede serlo – murmuró Hermione entre dientes,
mientras pasaba a Stella un algodón empapado en aquella conocida sustancia amarilla para
sanar heridas cortantes. Stella asintió, nerviosa.

- Me ha dicho que se siente así cada vez que tiene pesadillas – dijo Stella, pensando –
Además, el partido sólo empeoró su estado...

Hermione movió la cabeza.


- Puede ser... pero esto es demasiado. Creo... es decir, yo sólo espero que...

              Ron irrumpió en la Sala en aquel segundo, jadeante. Collin y Dennis lo


acompañaban. Se detuvo sólo a unos centímetros de Harry, y arrugó la frente al verlo,
preocupado. Luego giró los ojos hacia Hermione, y aunque no pudo evitar ruborizarse un
poco (ella también, aunque lo disimuló mejor) le habló directo.

- Hermione, tenías razón. Escuchamos a McGonagall decir que Snape se había desmayado
mientras presenciaba el partido...

- Estaba muy mal, lo vimos salir del castillo con Dumbledore – continuo diciendo Dennis,
alarmado - ¿Qué está ocurriendo? ¿Cómo lo supiste?.

Hermione evitó sus miradas y se mordió el labio inferior. Stella la observó con apremio.
- Hace mucho tiempo que nos ocultas algo, Hermione. Si vas a ayudar a Harry, será mejor
que...

Pero no pudo terminar la frase. Tras Lavender, Madame Pomfrey entraba en la Sala con paso
ligero.

- ¡Ay, Potter! ¡Yo lo sabía, yo lo sabía... Se los advertí! – exclamó, perturbada. Sin pensarlo
demasiado, movió su varita y materializó una camilla en frente de todos. Harry levitó sobre
ella, lo arroparon instantáneamente unas mantas, y Poppy lo condujo hasta la salida. Stella
se levantó en el acto, acompañándolo, pero nadie la siguió. Por el contrario, Ron, Neville y
Ginny acorralaron a Hermione cerca de la chimenea.

- Nos debes una explicación – comenzó a decir Ron, suavemente pero imperioso, sentándose
en el sillón frente a ella.

- Más de una – corrigió Ginny. Neville asintió.

              Hermione arrugó la nariz, nerviosa. Luego miró en todas direcciones: la multitud
que hace poco abarrotaba la Sala Común ya se había dispersado.

- Lo siento, chicos... pero no puedo decirles nada – respondió, con un hilo de voz. Sabía lo
que escucharía a continuación.

- ¿No puedes... o no quieres? – la desafió Ginny. Hermione suspiró.

- No puedo. Me hizo prometer que no lo diría, ¿entienden?. Si por mí fuera...

- ¿Desde cuando tú y Dumbledore tienen tantos secretos en común? – espetó Ron, molesto.
Aquella persona debía ser el Director... nadie más obligaría a Hermione a hacer algo contra
su lógica.

- No diré nada, ¿está bien? Lo sabrán cuando llegue el momento. – Y diciendo eso se levantó
lo más rápido que pudo, subiendo la escalera de dos en dos a los dormitorios.
Francisca Solar

- Ha perdido el juicio – pensó Ron en voz alta, manteniendo la mirada en las escaleras.

- Te besó frente a cientos de personas... Primer signo de locura – bromeó Ginny, hablándole
al oído. Ron tragó saliva, esperó a que Ginny abandonara la Sala... y entonces sonrió.

        -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- Estoy bien, estoy bien... ¿Cuántas veces tengo que decirlo? – refunfuñó Harry, quitando de
las manos de Stella la taza de té, alegando que podía tomarlo solo.

La enfermera colocó sus manos a cada lado de la cintura, casi exasperada.


- Arghh... Ustedes los Gryffindor son un montón de tercos. Minerva, Angelina Johnson, Oliver
Wood... ¡Todos los Weasleys sin excepción! Y ahora tú, Potter – lo apuntó, en un tono de
decepción - No quiero escuchar más alegatos. Debo ir a solucionar un par de cosas... Para
cuando vuelva, espero ver esa taza vacía, ¿entendido?.

              A regañadientes, Harry sólo atinó a encogerse de hombros. Poppy dirigió una
mirada elocuente hacia Stella, y ella asintió, mientras la veía salir rápidamente de la
enfermería. Entonces se acomodó en su silla junto a la cama de Harry, y se encontró con su
expresión de molestia.

- ¿Qué? – preguntó ella, comenzado a ruborizarse.

- No tienes que quedarte, estoy bien. Terminaré el té y bajaré a cenar con los demás...

              Stella alzó una ceja, desafiante. Se apoyó firmemente en el respaldo de la silla,
cruzó lentamente sus piernas y luego sus brazos, dando a entender que no se movería ni un
centímetro. Harry abrió los ojos al máximo ante aquel movimiento, pero no evidenció sus
sentimientos al respecto.

- Hay algo en este mundo llamado “cariño”, Harry. Es lo que hace que tus amigos corran
hacia ti cada vez que los necesitas... y como ves, estoy en representación de la casa
Gryffindor – bromeó, apuntando a la insignia de su túnica. Harry sonrió, tímido, pero ella
enserió un poco su rostro, fijando la vista en sus zapatos – Además, fui yo quien te encontró
inconsciente en la Sala Común... entonces pensé... bueno, estaba sola, no sabía cómo pedir
ayuda... Me asustaste mucho, Harry... de verdad...

Él asintió levemente, sintiéndose un completo idiota.


- Lo siento... Es decir, agradezco mucho que se preocupen por mí, pero odio cuando me
tratan como un niño...

- A veces lo eres – opinó Stella, divertida. Harry ni siquiera gastó tiempo en discutir.

- Perder la snitch me tomó mal, eso es todo – confesó, aunque no parecía demasiado
convencido.

- Draco jamás hubiera cogido la snitch si hubieras estado en perfectas condiciones – le dijo,
intentando animarlo – No te sentías bien y a menudo volabas en zig-zag, como si no
pudieras sostenerte por mucho tiempo sobre la escoba... Todos lo notaron, incluso Angelina
y los otros del equipo. Por eso no te culpan de nada... Además, ganaron el partido, y eso es
lo importante.

              Harry fijó la vista en las hojas de manzanilla que flotaban en su taza humeante.
Sonrió, débil, pero no hizo comentario. No la culpaba por no entender cómo se sentía...
Todos se empeñaban en decirle que lo único realmente importante era ganar el partido pero,
para él, nada era más preponderante que terminar los treinta minutos de juego con aquella
bola dorada apretada al puño. Y ahora estaba en posesión de Malfoy...

Agitó la cabeza y se obligó a sí mismo a pensar en otra cosa.


- Dejemos el Quidditch a un lado por el momento, ¿está bien? Mejor háblame de tu libro,
muero de curiosidad por saber de qué trataba...

Stella abrió los ojos de sorpresa ante su petición, y pronto esfumó la sonrisa de su cara.
Francisca Solar

- No hay mucho qué decir al respecto...

- ¿Aún no puedes abrirlo? – se preocupó Harry. Había puesto mucha dedicación en aquel
regalo, y ahora, contrario a sus propósitos, se estaba convirtiendo en un dolor de cabeza -
¿Probaste pedir ayuda a Hagrid? Lidia a diario con cosas peores, quizás él pueda...

- Oh, no, Hagrid no – dijo, tajante – No estoy segura de querer correr tal riesgo. Apostaría a
que pondría todo de su parte para abrirlo, pero temo que termine en un desastre... Es decir,
si llegara a romperse o algo...

- Entiendo - habló Harry. Luego se llevó una mano a la barbilla, pensando – Si está tan
tercamente cerrado... bueno, sólo resta pensar que está protegido por un hechizo...

Stella asintió levemente, como si no presentara novedad.


- Ya pensé en eso, pero no hace más que deprimirme. Hay cientos de hechizos selladores...
¿Cómo sabré cual es el correcto?

- McGonagall siempre está dispuesta ayudar... usualmente recurrimos a ella cuando estamos
en problemas – le dijo, sin evitar recordar las andanzas de la profesora de Transformaciones
mientras Umbridge estaba a cargo – De seguro ella sabrá qué hacer... pero no creo que
pueda recibirte ahora. Con todo eso de que hoy llegan los refuerzos, la Orden debe andar de
un lado a otro preparando cosas, aprendiendo el idioma...

Un silencio incómodo los rodeó por unos segundos. Luego, insegura, Stella habló.
- ¿Refuerzos? – repitió, curiosa, tensando su espalda al borde de la silla. Un muy mal
presentimiento la embargó.

- Sí, los refuerzos de la Orden del Fénix. No le hemos dicho a nadie de la Armada porque
queríamos que fuera una sorpresa, pero ya que hoy es el gran día... ¿Oíste hablar alguna vez
sobre los Altos Elfos?.

              Por un momento Harry creyó que Stella había sufrido un paro cardíaco. Palideció
horriblemente, abrió la boca de asombro y la tapó luego con una de sus manos, llevando la
otra hacia su corazón. Sus ojos se llenaron de lágrimas.

- No... no es posible... ¿Cómo... cómo sabes eso? – balbuceó, en un tono de voz


irreconocible. Harry se acercó más a ella, nervioso a causa de su reacción.

- D-Dumbledore nos lo dijo hace unos meses, pero... ¿Qué.. qué sucede? ¿Qué fue lo que
hice? – preguntó, asustado, pero como ella parecía no querer responder, pensó un momento
– Hermione y Ron reaccionaron muy parecido cuando supieron sobre estos... Altos Elfos. Al
parecer sí son importantes, ¿no?.

Stella cerró los ojos y suspiró profundamente, angustiada. Harry la sintió temblar.
- Es que... Harry, es imposible. Ellos jamás se alejan de sus tierras... nunca viajan en
grupo...

              Sin querer evidenciar su propia ignorancia al respecto, obvió preguntar “Cómo
sabes eso”. En su lugar, intentó tranquilizarla.

- Yo solo sé lo que decía el mensaje... y si recuerdo bien... Sí, creo que decía que una
comisión de ellos vendría para Año Nuevo... Pero dicen que son buenas personas, y muy
poderosos. Serán de gran ayuda para la Orden en estos tiempos...

              No necesitaba escuchar nada más. Levantándose lentamente de su silla (casi


tambaleándose, según la opinión de Harry), Stella volteó hacia la puerta. Era como si
quisiera salir corriendo de ahí lo antes posible.

- Te... te veré luego, ¿sí? – dijo, al borde del llanto, y al segundo siguiente ya había
desaparecido de la enfermería.

              Harry ya se había acostumbrado a aquel eterno halo de misterio que la rodeaba,
pero esto había ido más allá de su lógica. Aunque – y era un buen punto para tomar en
Francisca Solar

cuenta – todos a su alrededor parecían saber perfectamente la importancia de los Altos Elfos,
menos él...
              Dejando el té a medio terminar sobre la mesita, cambió su uniforme de Quidditch
por una muda de ropa limpia que Madame Pomfrey había mandado traer. No sabía por qué
pero, en el fondo, esperaba que aquel mal presentimiento sólo fuera un desvarío...

              -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

              Muy cerca de la medianoche, todos los estudiantes de Hogwarts se aglomeraron en


los jardines, ansiosos por intercambiar abrazos de año nuevo y, por supuesto, admirar los
acostumbrados fuegos artificiales. Dumbledore siempre les tenía una sorpresa distinta para
cada año... Seamus recordó cuando, en tercer curso y en medio de muchas chispas de
colores, irrumpió una enorme ave fénix hecha de varitas rojas. Fue tan imponente que no se
desvaneció en toda una semana... Pero, este año, varios alumnos ya podían prever la
novedad: Fred había enviado una nota a Ginny diciéndole que no se perdiera el espectáculo
por nada del mundo. Y aquello, claro, no hacía más que evidenciar que ‘Sortilegios Weasley’
enviaría una buena carga de su mercancía para la entretención de Hogwarts. “Los Dragones-
Saltarines de Fuego son mis favoritos” había dicho el profesor Flitwick, aludiendo a aquel
memorable episodio con Umbridge sólo unos días antes de que los gemelos escaparan del
castillo, entre aplausos y vitoreos. Hasta Peeves los había animado.

              Como solía pasar, sobre todo durante los últimos meses, los miembros de la
Armada Dumbledore se reunieron casi por inercia en un mismo lugar, a la derecha de la
fuente principal. No era usual en Hogwarts ver a un grupo de 25 personas charlando y riendo
con tanta confianza, pero como lo integraban estudiantes de todas las casas, animaban
muchísimo el ambiente e instaban a los otros a establecer más y mejores relaciones con sus
congéneres. McGonagall había hablado muy bien del grupo en cada consejo docente,
alegando que no sólo era una buena forma de fomentar el aprendizaje de Defensa Contra las
Artes Oscuras, sino que además ayudaba al buen avenimiento entre las casas, cuestión nada
fácil de realizar, ni mucho menos de mantener. Snape casi siempre guardaba silencio,
molesto quizá de que alguno de sus alumnos compartiera su tiempo libre con otros que no
fueran Slytherin, pero la profesora Sprout, jefa de la casa Hufflepuff, no cabía en sí de la
emoción. Generalmente su casa era la más marginada en todas las actividades, la que nunca
sobresalía en nada, la que jamás obtenía la Copa de las Casas o algún estudiante con el
Premio Anual. Pero esto de la Armada era un comienzo, un excelente comienzo...

              Contrario a lo que los demás hubieran supuesto, Ron y Hermione apenas habían
cruzado palabra desde el episodio aquel en los campos de Quidditch. Según Ginny, al parecer
Hermione se habría dado cuenta de que fue víctima del ímpetu del momento, y que en
posesión de toda cordura, jamás hubiera besado a Ron ante tanto público. Pero ya era tarde;
lo había hecho y tenía que enfrentarse a los murmullos... aunque moría de vergüenza al
voltear hacia Ron. Él también se sentía cohibido, nervioso y asustado, por lo que la evasión
de Hermione le resultaba, por el momento, más que cómoda. No se sentía listo para
hablarle, para preguntarle por qué lo había besado... aunque aquel efervescente grupo de
chicas de cuarto podía darle una idea. Según su rápida apreciación al respecto, Hermione
estaba celosa, y aquello sólo lo hacía sentirse halagado. O, mejor dicho, querido, pero
prefería no pensar en ello. Jamás lo creería si no lo escuchaba de su propia boca...

              Por otro lado, Harry se sentía muy bien. Las molestias habían desaparecido, había
cenado lo suficiente y sus amigos se habían encargado de animarlo. Todos bromearon con
que el “Invencible Potter” debía caer alguna vez, que no era perfecto y que debía asumirlo,
pero que seguía siendo el mejor buscador que el equipo de Gryffindor había tenido en
muchísimo tiempo. La misma Angelina se encargó de decirlo y demostrárselo, por lo que no
tuvo más remedio que ceder y olvidar por un momento el rostro feliz de Malfoy. Por demás,
ya tendría su revancha. Y, precisamente mientras hablaban de Quidditch, Harry notó que
Stella no estaba con ellos. Volteó en todas direcciones, pero no la divisó en ningún otro lugar
del jardín.

- La vi caminar hasta el despacho de Dumbledore cuando salí del comedor – comentó


Neville, justo cuando una suave chispa plateada se disparó del tejado, escribiendo en el aire
“23: 45”. Sólo restaban quince minutos para Año Nuevo.

- Si no llega pronto se perderá los fuegos artificiales – opinó Ginny, haciendo un ademán de
Francisca Solar

regresar al castillo para ir a buscarla.

- Está bien, yo iré – dijo Harry, y Ginny le sonrió. Harry, sonrojado, prefirió no decir nada y
correr hasta las escaleras.

              Los pasillos estaban vacíos, tal como le gustaban, pero como no tenía tiempo para
paseos, se apresuró lo más que pudo hacia el despacho de Dumbledore. Claro que, ya frente
a la gárgola, cayó en la cuenta de un pequeño detalle: no sabía la contraseña. No sacaba
nada con esperar a que alguien llegara; lo más probable es que todos estuvieran ya en los
jardines, incluido Dumbledore y todos los profesores.
              Pensando lo más rápido que pudo, decidió volver sobre sus pasos y comenzar a
buscar en la Sala Común. Cuando llegó hasta el retrato de la Señora Gorda, debió aminorar
el paso por la sorpresa. Lo encontró más abarrotado que nunca: Doña Violeta, el caballero
del piso dos, Sir Cardogan, un par de ovejas e incluso un trol indefenso, llenaban cada hueco
del estrecho óleo. Además, flotando frente a ellos, estaba Sir Nicholas, Peeves, la Dama Gris,
el Fraile Gordo y el Barón Sanguinario. Harry nunca se había detenido a pensarlo, pero ahora
que lo veía le parecía bastante lógico: hasta los no-vivos se reunían para año nuevo.

- ¿No deberías estar abajo con todos, querido? – le preguntó la señora Gorda al verlo llegar.
Había varias botellas de champaña sobre su sillón rosa, y al juzgar por el tono de su voz, ya
llevaba varias copas de más.

- Sí, lo sé, pero es que debo entrar – se excusó, sonriéndole a Doña Violeta y a la Dama Gris
– Nimbulus Nimbletonia.

- Está bien, pasa – respondió, arrastrando las últimas letras y buscando a tientas una nueva
copa.

- ...y a ver si consigues convencerla de que baje contigo – se apresuró a agregar Sir
Nicholas, amable, apuntando a la Sala - La pobre no ha dejado de llorar desde que entró.

              Harry, esta vez, no perdió tiempo en preguntar a quién se refería. Apenas dio un
par de pasos dentro, la suave luz de la chimenea evidenció su silueta. Sola, abrazada a su
libro y apoyada en una de las ventanas, Stella observaba con melancolía a la multitud en los
jardines. Harry se acercó lentamente, dudoso quizá sobre lo que debía decir o hacer, pero
verla tan triste lo conmovió.

- ¿Stella? – la llamó, tímido, y ella se sobresaltó al verlo. Le dirigió una mirada profunda,
dulce, como si se encontraran después de años de distancia. Pero pronto volvió a envolverla
aquella sombra de pesadumbre, de angustia. Harry se acercó lo suficiente como para sentir
su respiración - ¿Qué sucede? – le preguntó, con tanta ternura que hasta él mismo se
sorprendió – Todos te esperan abajo para celebrar...

Ella fijó la vista en la ventana, suspirando fuertemente.


- No tengo nada por qué celebrar, Harry... – respondió, con la voz entrecortada. A Harry le
pareció que llevaba llorando mucho tiempo.

- Puedo quedarme para hacerte compañía, si quieres – ofreció, algo ruborizado, incapaz de
pensar algo mejor qué decir. Ver a una mujer llorando siempre había sido un suplicio para él,
pues nunca sabía qué hacer o cómo reaccionar. Pero, de algún modo, esta vez sentía que, si
le preguntaba directamente la raíz de su tristeza, aquello sólo lo llevaría a más evasivas.

Stella lo observó un momento, quieta.


- Te lo agradezco, pero no tienes que quedarte por mí. Apuesto que Fred y George tienen
preparado un show excelente allá afuera... – le dijo, aunque en el fondo deseaba que no se
apartara más. Harry asintió, encogiéndose levemente de hombros.

- E-Está bien, como quieras... – respondió, no muy convencido, sin ganas de partir – Pero,
¿sabes? Hay algo en este mundo llamado “cariño”. Es lo que hace que tus amigos corran
hacia ti cada vez que los necesitas... y como ves, estoy en representación de la Armada –
comentó, sonriendo elocuentemente. Stella sonrió por primera vez.

- Es bueno saber que sí escuchas lo que digo – murmuró, manteniendo la sonrisa sólo por un
Francisca Solar

segundo más - ...pero, hablando en serio, preferiría que regresaras con los demás. Yo estoy
bien. Bajaré en un momento... – mintió. Tenía sus razones.

              Harry volvió a asentir, y aunque no quería dejarla sola, prefirió obedecer. Volteó
hacia la puerta, sin advertir la mirada implorante de Stella tras él.

- ¿Estás segura...? Es decir, ¿No hay nada que pueda hacer por ti? – preguntó, en un último
intento por confortarla.

              Stella lo miró con ternura y luego apuntó hacia su libro, el cual dejó apoyado en la
cornisa de la ventana. Las llamas de la chimenea acentuaban la libélula tallada en su portada
de madera.

- Darme este libro fue lo mejor que tú o cualquier otra persona podría haber hecho por mí,
aun cuando ahora ya no sirva de nada... – murmuró, recalcando la tristeza de sus palabras –
Siempre te lo agradeceré, Harry, con toda mi alma. No pude leerlo, pero lo tuve en mis
manos, y eso era más de lo que podía soñar...

- Me hablas como si te estuvieras despidiendo... – inquirió, nervioso. En el fondo no quería


escuchar la respuesta, y adivinando sus pensamientos, Stella calló. Apretó los labios y miró
hacia el suelo, nuevamente al borde del llanto. Él creyó entender - ¿Te... te irás...? ¿Tan
pronto...?

              Por un segundo se sintió desfallecer. ¿Por qué tenía que irse? ¿Por qué ahora? Pero
ella no respondió. No podía, no quería. El tiempo la había alcanzado... le había puesto una
soga al cuello y había tirado de ella con todas sus fuerzas. Había llegado el momento,
temido, eludido y que semanas atrás había parecido tan lejano; pero ahí estaba,
apremiándola para que tomara sus cosas y enfrentara la realidad. Aunque su realidad
inmediata era otra... aquella que podía ver, escuchar, sentir bajo la piel...

- ¿A dónde irás? ¿Es muy lejos? – preguntó, sorprendido - Al menos podrás escribirme... o
quizás...

Ella negó tan tajante y tristemente que Harry quedó con la frase a medio decir.
- Eso no sucederá, Harry... lo siento... yo... no me será posible... – habló, sin atreverse a
mirarlo a la cara. Harry arrugó la frente, confundido, reticente a resignarse.

- Pero... pero... – tartamudeó, comenzando a tensar su rostro, algo molesto, dolido... - ¿No
te interesa mantener contacto con nosotros? Es decir, con Hermione, con los otros... ¡con los
Weasleys al menos! Ginny querrá sin duda tener noticias de...

Aquello sólo incrementó su amargura, pero tragó saliva y lo interrumpió.


- Es muy probable, Harry... – comenzó a decir, dejando ver un par de lágrimas correr por
sus mejillas. Su rostro se había enseriado como una pantalla a su fatalidad - ...muy seguro,
en realidad... que... después de esta noche... jamás vuelvan a saber de mí... – sentenció,
ahogando el llanto con todas sus fuerzas.

Harry abrió la boca de sorpresa, evitando dar crédito a sus oídos.


- ¿Y... y... y yo? ¿Q-Qué pasa conmigo? – preguntó, tan nervioso que sintió su estómago
retorcerse con violencia - ¿Tengo que aceptarlo... así nada más?

Stella sabía perfectamente a qué se refería, y temió este momento desde el mismo día en
que lo vio, sonriendo como un niño, mientras la ayudaba a recoger sus libros en el Callejón
Diagon. ¿Cómo rechazarlo, cuando su corazón deseaba todo lo contrario?.

- ¿Es que no lo entiendes? – dijo, sacando fuerzas de flaqueza, mirándolo de frente. Estaban
tan cerca que podía ver sus ojos empañados reflejarse en sus lentes – No puede ser... Yo no
puedo... es decir, no debo... – Encontrándose con su mirada, que mezclaba rabia y miedo,
pronunció aquella frase, por primera vez no demasiado convencida - No se me está
permitido amar...

              Eran las palabras mágicas, el resumen de toda su existencia. Como un rayo
atravesándolo de lado a lado, toda la rabia o dolor que pudo haber sentido se esfumó, raudo,
Francisca Solar

con el solo hecho de mirarla a los ojos cuando pronunció aquellas sílabas. Ahora sólo sentía
una profunda lástima, por ella, por él, por la situación. Era ilógico, incoherente en su
literalidad... pero paulatinamente adquiría sentido. Por eso nunca se concretó nada entre
ellos, por eso evitaba acercarse demasiado a él... ¿Quién tiene el poder suficiente como para
decidir por la vida de otros? Lo más probable es que la Sra. Maris estuviera detrás de todo
eso. Tendría que serlo, pues, según Ron, Stella no tenía más familiares o personas cercanas.
Por un momento Harry odió a aquella mujer... Tenía ganas de decirle que no era posible, que
nadie podía obligarla a algo tan cruel, que se olvidara de todo y de todos, pero su voz había
sido tan directa y certera que había sonado como una sentencia imposible de violar. Eso era
todo... Había terminado algo que ni siquiera lograron comenzar...

              Harry bajó la mirada y se alejó unos pasos. Deseaba correr al lago y ahogarse en
él. El mundo no estaba de su parte, acababa de confirmarlo. Era el Niño-Que-Vivió, y como
tal, sería un mártir de por vida. Todo se le arrebataba de las manos cuando apenas
comenzaba a conocerlo o disfrutarlo. Sus alegrías eran tan pasajeras que ya no confiaba en
ellas... Todos quienes sostenían su temple lo habían abandonado: Sus padres, Sirius... ahora
ella. A él nadie lo obligaba, pero – pensó, amargamente – tampoco se le estaba permitido
amar...

              Deseoso de golpear la pared hasta que sus puños sangraran, se apoyó en el muro
y llevó una de sus manos a su frente. Stella elevó la mirada y clavó sus ojos en él,
conmovida, justo al tiempo en que él le dirigía un gesto de desesperanza. Sus pensamientos
habían llegado hasta ella con más claridad que nunca, y no pudo dejar de sentirse
impotente, atrapada... pero, luego de unos segundos en que el momento se hizo más nítido
que nunca, entendió el atisbo de libertad que se le estaba regalando. No tenía decenas de
ojos inquisidores a sus espaldas, no había nadie a quien rendirle cuentas... No ahí, al
menos... no en aquel segundo y en aquel lugar... Y entonces sintió que el espacio tenso que
los separaba se volvía absurdo e innecesario... quebrantable de manera tan fácil...

              Depositando su confianza y sus fuerzas en un último intento de sentirse libre,


avanzó unos pasos y lo besó, segura y urgente, tomándole el rostro con las manos. Harry no
lo habría esperado ni en un millón de años, y aunque la sorpresa lo había dejado atónito por
unos segundos, había deseado tanto ese momento que su cuerpo reaccionó casi como si
estuviera programado. Dejando su mente en blanco, olvidándolo todo, respondió a ese beso
aun cuando su inexperiencia le indicaba que era mejor no arriesgarse a hacer un
movimiento. Y es que, por una milésima de segundo, el episodio con Cho le pareció tan
lejano y trivial... Ahora no sólo debía responder, quería hacerlo... Todo en él lo instaba a
tomarla de la cintura y estrecharla contra sí, asegurándose de que no corriera lejos al menor
aviso...
              Pero Stella no tenía intención de ello. Sentía su pulso agitado, la ternura de su
abrazo, los nervios y el alivio entremezclados en un gesto dulcemente universal. No tenía
que renunciar a todo por ellos, no después de lo que había sucedido...

              El estruendo paulatino y entrecortado de numerosos fuegos artificiales sonaron


como música de fondo por varios minutos, en los que Stella y Harry ni siquiera sintieron la
necesidad de separarse para respirar o decir “Feliz Año Nuevo”. Ella sabía que sería la
primera y única vez que podría sentir a Harry de esa manera, por lo que intentaría mantener
aquel beso lo más posible, que no terminara nunca... pero un sonido estridente y un fulgor
que llenó la sala de luz llegaría para entorpecer sus deseos.
              Suavemente pero con premura, quebraron el ambiente para fijarse en la ventana,
aunque no rompieron el abrazo. Stella cerró los ojos y rezó, pero el sonido y la luz no habían
sido producidos por un grupo de potentes chispas voladoras o un cohete chino en mal
estado... No, ese fulgor era evidente, incuestionable... más familiar de lo que hubiera
deseado. Sintiendo que la urgencia de ese beso se volcaba burlescamente en su contra,
abandonó los brazos de Harry, asustada, al tiempo que las lágrimas se agolpaban insistentes
en sus ojos.

- Oh, Harry... lo siento tanto...

             Grabó su rostro en la retina y corrió, evadiendo la mirada estupefacta de Harry. Él


se vio incapaz de reaccionar debidamente por unos segundos; temblaba y se sentía algo
mareado, pero lejos de parecerse al malestar que lo atacó en el partido de Quidditch, esto
era consecuencia de la mejor de las sensaciones que había experimentado jamás. Sonriendo
Francisca Solar

a medias, se llevó una mano a la frente, luego a su boca y regresó la vista hacia la puerta de
la Sala Común. No tenía idea sobre lo que debía hacer a continuación, pero no se dio
demasiado tiempo para reflexiones. Salió lo más rápido que pudo por el retrato, corriendo
tras ella... pero tropezó con una nube de serpentinas dejada por Peeves justo a un lado de la
puerta. Levantándose rápidamente y sacudiéndose los pantalones (mientras Peeves reía a
destajo y Sir Nicholas lo regañaba severamente), Harry no quiso perder su tiempo en
alcances de palabras y bajó las escaleras a toda prisa. El crepitar de los fuegos artificiales ya
casi había cesado, pero el murmullo del gentío de oía desde el vestíbulo.

- ¡Feliz Año, Harry! – exclamó Hagrid apenas Harry logró llegar a los jardines. Le bloqueó el
paso amigablemente, abriendo los brazos.

             Harry, sin querer pecar de descortés, respondió al abrazo y murmuró un “Feliz Año
Nuevo” también, aun cuando intentaba escudriñar los abarrotados grupos de estudiantes que
se movían en todas direcciones. Entonces notó la elegancia del traje de su amigo
guardabosques... bueno, si es que un cúmulo de pieles toscamente unidas en un chaquetón,
una camisa de toalla y una descolorida corbata naranja podían caber en esa clasificación.

- ¿Qué sucede, Hagrid? – preguntó, apuntando al jardín central. Al parecer había mucho
movimiento, pero nadie entraba en el castillo.

- ¡Los extranjeros, Harry! Estarán aquí en cualquier minuto... Por eso saqué mi mejor traje
del ropero – sonrió, acariciando la solapa de chaqueta, desprendiendo de ella un olor
sofocante.

            Harry asintió, sonriendo forzadamente, y se alejó de él con la excusa de ir a


intercambiar abrazos con más personas. Miró hacia todos lados en busca de Stella, pero no
debió caminar mucho; no es difícil distinguir a tres pelirrojos entre un ir y venir de cientos de
túnicas negras.

- Stella, me estás asustando... – murmuró Ron, al tiempo que Stella lo soltaba del estrecho
abrazo en el que lo tenía. Secando sus lágrimas de un manotazo, lo besó tiernamente en la
mejilla. Luego regresó la vista a Ginny.

- ¿Porqué te estás despidiendo? ¿A dónde irás? – gimió Ginny, comenzando a invadirla las
ganas de llorar. Stella le sonrió amargamente, la abrazó de nuevo y los observó a los dos
con cariño.

- Díganle a Molly y Arthur... bueno, díganle que aprecio mucho lo que hicieron por mí y...
que... trataré de escribirles o... sé que ellos entenderán... - tartamudeó, sin saber si hacía lo
correcto – También despídanme de Fred y George... y de Hermione... y de la Armada...

- Stella... – habló Ron, contrariado, comenzando a contagiarse de la tristeza de su hermana


– Yo no... quiero decir, no entiendo nada... Nunca nos dijiste que...

              Pero el rostro desagradable de Filch los interrumpió, tomándolos del hombro y
arrastrándolos bruscamente hacia una orilla.

- ¡Tercas mulas! ¿No escucharon a la profesora McGonagall? ¡Deben dejar un gran espacio al
centro o el transporte de los Elfos no podrá pasar!

              Ginny observó al resto de la multitud y ya la mayoría estaba dispuesta en


semicírculo, tal como si se encontraran en un estadio. Luego giró la vista hacia Stella, quien
le acarició la mejilla, estremeciéndose al contacto.

- Te quiero mucho... ¿lo sabes, verdad?.

              Ginny, sintiendo una angustia inusual, dejó escapar una lágrima y asintió. Y
entonces la vio avanzar, ausente, haciéndose paso entre los estudiantes. Cuando ya no había
más que un gran espacio vacío frente a ella, suspiró hondo, eludió la mirada inquisidora de
Filch y comenzó a caminar por el jardín.

- ¡Stella, no puedes ir allá! – le gritó Ginny, pero ella no volteó. Por el contrario, sirvió para
Francisca Solar

atraer la atención de los demás.

              Los murmullos a su alrededor cesaron instantáneamente, convirtiéndose en silencio


expectante. Todas las miradas confluían en Stella quien, con la mirada perdida y el rostro
húmedo por las lágrimas, caminaba a paso lento sin mirar atrás. Unos metros antes de llegar
justo al centro del círculo humano que los alumnos habían dispuesto para los extranjeros,
ella volteó hacia Dumbledore, quien observaba todo desde uno de los pisos superiores. Él,
con el rostro impasible pero los ojos delatando algo de compasión, asintió con la cabeza y la
instó a seguir. Stella asintió de vuelta, regresando la vista al horizonte. Ahí esperó, quieta.

- ¿Qué... qué está haciendo? – preguntó Harry, en un tono de molestia. Le había costado
mucho trabajo llegar hasta donde estaban sus amigos, ya que la multitud se empujaba para
ver más de cerca lo que sucedía en el jardín central, sin contar la gran cantidad de personas
que salieron a su camino para darle el abrazo de año nuevo. Arrugando la frente, pensando
en todas las alternativas posibles, hizo un ademán de querer ir tras ella.

- No, Harry... no puedes – lo detuvo Hermione, tomándolo del brazo, dirigiéndole una mirada
de apremio.

             Harry divisó en ella signos de llanto reciente. Luego observó a Ginny en las mismas
condiciones, a Ron... y entonces nuevamente a Stella, quien parecía una estatua de piedra
escoltada a distancia por decenas de alumnos que compartían con él su estupefacción. No
entendía nada, no podía pensar... Lo había besado con una intensidad inigualable y luego
había escapado de él como si nada. Estaba dispuesto a evadir la guardia de Hermione y
caminar hasta ella, pedirle una explicación... pero un segundo fulgor, muy parecido al que
irrumpió en la Sala Común hace unos minutos, los encandiló un momento e iluminó cada
rincón del castillo, como si frente a sus narices hubiera explotado una bomba nuclear.

             Recuperándose de la ceguera temporal, advirtieron, sorprendidos, a un grupo de


personas caminar desde el borde de los campos de Quidditch, precedidos por los restos de la
luz. Eran alrededor de 12 o 15, todos majestuosamente vestidos de blanco e iluminados
desde dentro como si estuvieran hechos de electricidad. Eran altos, delgados, de túnicas
anchas que flotaban con la brisa y capuchas que cubrían sus rostros. Maravillados, muchos
alumnos ahogaron un grito de shock. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, varios de
los extranjeros dejaron advertir algo más de sus características, definiendo su magnificencia.
             Quien iba a la cabeza parecía ser el líder, un anciano que a ratos recordaba a
Dumbledore por su serenidad y compostura. Llevaba el rostro semi cubierto por su capucha,
dejando apreciar su barba frondosa y sus ojos profundamente negros. En su mano derecha,
asía un cetro de madera tallada que usaba como bastón, y tras él, una comitiva de hombres
y mujeres avanzaba a paso ligero, todos cubiertos por sus capas... hasta que Harry pudo
advertir más detalladamente a uno de ellos, a alguien dolorosamente familiar. Con aquel
gesto de desagrado que la caracterizaba, la Sra. Maris (o como se llamara) murmuró algo a
la persona que iba a su lado, sin detener el paso. Entonces Harry sintió una ola de aire gélido
bajar desde su cuello hasta su espalda, sumiéndolo en un escalofrío. Con extrema violencia,
comenzaba a entender las cosas...

             A poca distancia de los alumnos, unos asustados y otros incapaces de hablar, Stella
se envolvió repentinamente en un manto de luz. Su cabello de elevó a causa de una brisa
inexistente, su uniforme comenzó a cambiar y, para cuando el fulgor se había extinguido,
apareció ante todos cubierta con un traje blanco muy similar al de los extranjeros. Su piel
estaba más pálida que nunca y la punta de sus orejas se asomaba por entre su cabello...
pero lo único que se mantenía, imperturbable, eran las decenas de lágrimas que no dejaban
de caer por sus mejillas...

             El grupo se detuvo justo a unos pasos de Stella. El anciano, impasible, bajó la
cabeza, se apoyó en su bastón y se arrodilló lentamente, mientras el resto seguía su
ejemplo. Nada los rodeaba más que un silencio tenso, asfixiante...

- Aranel – murmuraron, solemnes, aunque sonó fuerte y claro en los oídos de todos los
espectadores.

             Stella inclinó su cabeza en respuesta, llorando desconsoladamente, y entonces


Ginny llevó las manos a su boca en un gesto abrupto. Neville, Seamus y Dean estaban tan
Francisca Solar

pasmados que no podían mover ni un músculo, y Harry y Ron sentían que les habían quitado
el aire de los pulmones en un golpe certero.

- ¿A-A-Aranel...? – balbuceó Ron en voz baja, incapaz de expresarse mejor – E-E-Eso signif-
f-f-fica...

             Hermione, a su lado, gimió entre lágrimas. No estaba sorprendida, ni maravillada,


ni estupefacta... sólo conmovida, profundamente triste...

- “Princesa”... – respondió, en un tono apenas perceptible, y acto seguido Ginny escondió la


cara entre las manos.

              Ron tragó saliva y, asustado, giró la vista hacia Harry. Su rostro era indescriptible,
vago. Su mirada era opaca, casi inexpresiva; apenas podía percibir a sus amigos mirándolo,
o el murmullo creciente de fascinación, o el llanto de Ginny... Sus ojos estaban fijos en una
sola imagen, como un viejo televisor al que no puedes volver a sintonizar...

              Era una niña, una niña con ojos color cielo. Era hermosa y dócil, dolorosamente
distinta, y hoy, abismantemente lejana, envuelta en un halo majestuoso de luz que
semejaba la peor de las cárceles... Él había tenido la osadía de mirarla, de quererla para sí.
Había cometido el atrevimiento de tocarla, de besarla con todas sus fuerzas... y aquello lo
quemó por dentro como si hubiera sido sentenciado por el solo hecho de recordarlo. Nada es
lo que parece. Únicamente le quedaba aquella imagen, la idea de lo que pudo ser,
hipnotizado, ciego...

Cap. XVIII: Los Tareldar (The Tareldars)

        Acostumbrada a hacerlo cada vez que era necesario, relajó los músculos de su cara y
se mantuvo absorta, quieta, sin denotar la mínima expresión. No les daría en el gusto. De
vez en cuando fijaba la vista en una chica erguida en una de las esquinas, como si estuviera
esperando por instrucciones, pero pronto cerraba los ojos, respiraba profundo y regresaba a
tierra, resignada a lo que tuviera que suceder. Gran parte de las conversaciones se referían a
ella, a la osadía que suponía “mezclarse” con magos... criaturas algo inferiores, según la
apreciación de la mayoría de sus pares. Y aunque ella pensaba – y sentía - algo totalmente
distinto, debía callar. Por su bien, por el de sus amigos. Por el bien de Harry, aunque él no
pudiera entenderlo, ni hoy, ni nunca...

        Mientras Dumbledore explicaba al líder de los Elfos las entradas, salidas e instalaciones
del castillo por cualquier eventualidad, miraba a Stella de reojo con preocupación. Estaba
ahí, sentada en un gran sitial al centro de la sala, la cual había sido habilitada para las
reuniones. El resto del grupo, compuesto en su mayoría por hombres, hablaban en grupos
pequeños en su propio lenguaje, signo quizá de que los extranjeros no deseaban compartir
demasiado con los dueños de casa. Varios sillones de tapiz aterciopelado ocupaban las
paredes, haciendo juego con las cortinas de los grandes ventanales. Dicho salón estaba en el
lado oeste del castillo, y hace muchísimo tiempo que no se ocupaba. Según McGonagall,
Dumbledore la reservaba sólo para grandes ocasiones.

- ...Sí, sí, te lo agradecemos, Dumbledore. Nuestra estadía será muy corta, los lujos no son
necesarios – le explicó el anciano, sonriendo débilmente – Además – comenzó a decir, con
un deje de ironía, al tiempo que volteaba hacia Stella - ...estoy seguro de que Eleneär podrá
mostrarnos los rincones del castillo si lo creemos pertinente.

- ¿No seguirás con eso, no Ingolmo? – opinó uno de los otros, abandonando su propia
conversación para acercarse hacia los dos viejos. Al parecer era uno de los pocos que
conocía el idioma. Era muy alto, de brillante tez blanca, nariz redondeada, cabello castaño
hasta la cintura y ojos profundamente negros. Se acercó hacia ellos, hizo un pequeño
movimiento de cabeza hacia Dumbledore, y luego frunció el ceño hacia su líder – Eleneär ya
ha tenido suficiente. Nada de esto ha sido su culpa...

- No hace falta que me lo recuerdes, Hyarion – le respondió, cortésmente, aunque


Dumbledore tuvo la impresión de que si él no hubiera estado ahí, aquello hubiera terminado
en un duelo de hechizos – Sólo espero que los Calaquendi pasen por alto la impureza que
supone...
Francisca Solar

- No debemos arrepentirnos de nada – lo interrumpió, molesto, y advirtiendo acto seguido la


imprudencia de su acto, se inclinó suavemente ante el anciano antes de volver a hablar – La
vida de nuestra Aranel estaba en peligro. Su paso incógnito por el mundo Istari era su única
posibilidad de sobrevivir, y así preservar nuestra estirpe. Si me lo permite, Ingolmo, la
“contaminación” de la que hablas es ridícula. Eleneär no podía pasear por estas tierras sin
comunicarse con sus habitantes. Además, lo importante ya está resuelto. Así como lo
establecimos hace 15 años, el trato con los Calaquendi se cumplirá, sin obstáculos... –
explicó, clavando sus ojos en Ingolmo – Los Tareldar somos gente de palabra.

        Ambos elfos intercambiaron una mirada muy dura, y aunque Dumbledore tenía mucha
curiosidad, no podía referirse a ellos antes de que se le concediera la palabra. Hyarion notó
la ávida mirada del Director, y le hizo un gesto para que se integrara a la conversación. Él
respondió con una reverencia.

- ¿Está ya fijada la ceremonia? – preguntó, intentando sonar imparcial.

Ingolmo asintió, apenas agitando su barba.


- En dos días. Los Calaquendi han dispuesto una guardia especial para esperar a Eleneär en
la frontera...

Dumbledore asintió, dando a entender que su misión ahí ya había terminado.


- Heren Istarion está en camino... – explicó hacia el anciano, antes de voltear a la salida -
Nos reuniremos muy pronto.

- ¿La Orden del Fénix? – tradujo Hyarion, sonriendo. Bajó la mirada y pensó un momento –
Recuerdo a Arthur Weasley... a Alastor Moody... será un placer volver a verlos...

- Estamos aquí por una lucha ancestral, Hyarion... te ruego que evites las distracciones
sociales – ordenó tajantemente una mujer, alta y de cabello plateado, con un gesto de
aborrecimiento en su rostro que Dumbledore conocía muy bien. Llevaba un hermoso vestido
azul bajo su usual túnica blanca, traje que distinguía a los de su clase. La “Sra. Maris”, o
como se llamara, compartió una mirada elocuente con Ingolmo, y éste asintió.

- Améthles tiene razón. Este no es un viaje de placer... sin menospreciar la hospitalidad que
nos brindas, Dumbledore... – se apresuró a decir el viejo.

- Por supuesto – sonrió Dumbledore, inclinando su cabeza. Sintiendo que ya era hora de irse,
hizo una última reverencia – Si me permiten, debo bajar al comedor con mis alumnos.

        Ingolmo señaló suavemente a dos elfos domésticos situados junto a la puerta, cada
uno con una amplia sonrisa. Al parecer significaba un gran honor para ellos el servir a los
Tareldar. Diciendo algunas palabras que el Director sólo entendió a medias, los elfos
corrieron a coger las manillas y abrieron la puerta de par en par para que él pudiera salir.
Dumbledore murmuró “Hantale” bajo la barba (lo que significa “gracias” en Quenya, el
lenguaje élfico), y salió con paso ligero.
        Stella lo vio abandonar el lugar con pesadumbre. Tenía muchos mensajes qué enviar, y
otros que esperaba con ansias recibir... No podía acercarse a sus amigos, sino que ellos
tendrían que ir hasta ella. Pero, ¿se atreverían a hacerlo?. Si es que, claro, aún consideraban
esa amistad...

        -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Para el desayuno, el único tópico en las conversaciones de todos y cada uno de los
estudiantes era la llegada de los Altos Elfos, y, por consiguiente, el destape del misterio que
rodeaba a Stella. Pero, y aún cuando circulaban cientos de rumores distintos sobre su
llegada a Hogwarts y su relación con ciertos estudiantes, ninguno de ellos se acercaba a la
realidad. El acoso a los de la Armada se hizo insostenible hasta cierto punto, incluso
McGonagall debió intervenir un par de veces, aislándolos, y así, poco a poco se fueron
retirando del comedor, sin ni siquiera haber terminado de comer. Ginny y Ron, al menos,
hace mucho que habían perdido el apetito. El más codiciado en las redadas era Harry,
naturalmente; todos querían saber qué se sentía convivir “de cerca” con un elfo. Pero él los
evadía a todos, molesto, incapaz de sonreír por cortesía o inventar excusas para ausentarse.
Francisca Solar

Simplemente hacía oídos sordos, doblaba en la primera esquina y dejaba a sus


interrogadores con la palabra en la boca. Nadie lograría entender su confusión, sus
sentimientos encontrados. Era demasiado complejo para explicarlo, y más aún para
entenderlo.

        Extenuado mentalmente, no lograba decidirse sobre lo que deseaba hacer. No sabía


cómo expresar sus sentimientos, no sabía como encauzar el caos en su mente, su
frustración... pero antes de que pudiera pensar en algo cuerdo, Hermione lo había obligado a
aterrizar en la realidad y conversar sobre el tema. No podría evadirlo por mucho tiempo;
además, Harry tenía una concepción muy vaga sobre el real significado de la procedencia de
Stella, y, por supuesto, todo lo que había sucedido no solo lo involucraba a él, sino a todos
los que convivieron con ella.
        Aclarado ese punto, se reunieron algunos en la Sala común, esperando a que Ginny
apareciera. Sin importar qué tan confundida o molesta estuviera, abandonó el comedor antes
que cualquier otro, subió a su habitación, tomó un par de “Orejas Extendibles” que Fred le
había regalado, y siguió a Dumbledore hasta el salón de los Tareldar. No tardaría en
regresar.

- Tú siempre lo supiste, ¿no, Hermione? – preguntó Ron, dejando notar algo de su molestia
sobre el asunto y quebrando violentamente el silencio tenso que los rodeaba. Ella asintió,
nerviosa, mientras Neville y Lavender intercambiaban miradas de desaprobación

- La delataban muchas cosas, en realidad, y como he leído mucho sobre elfos, yo pude...

- ¡¿Y por qué nunca nos dijiste?! – inquirió Ron, acercándose a ella.

- ¡Tuve que prometerlo! – exclamó, intentando no perder el control – Lo descubrí por la


historia de su lucha contra un Dementor, ¿recuerdas? – dijo, mirándolo de frente. Él asintió –
Nadie puede invocar a un patronus sólo con un movimiento de varita... nadie. Excepto, claro,
que no seas un mago común... Por eso el profesor Dumbledore...

- Él, siempre él... – murmuró Harry entre dientes, pero nadie alcanzó a escucharlo.

- ...me hizo jurar que no le diría a nadie, porque, si se sabía la verdad antes de tiempo, sería
muy perjudicial para ella y...

        Harry se levantó bruscamente del sillón y se detuvo justo frente a una de las ventanas.
Era uno más de los tantos fríos días de invierno, pero algunos retazos de sol aparecían entre
las nubes.

- Pero, ¿por qué mentirnos? – interrumpió, desolado, intentando comprender - ¿Qué sentido
tenía? Todo hubiera sido igual si...

        No alcanzó a terminar la frase. Neville, Lavender, Parvati, Dean, Seamus, Hermione y
Ron intercambiaron una mirada extraña, como si estuvieran pensando en la misma idea. Los
únicos que compartían la confusión de Harry parecían ser los hermanos Creevey.

- Nada hubiera sido igual, Harry – comentó Parvati, temiendo herir la sensibilidad de su
amigo. El resto asintió, como si aquello fuera obvio – Los elfos jamás interactúan con
magos... ellos son... superiores – dijo, acentuando la última palabra.

- De ellos proviene la magia, la vida y la creación del mundo... nada se les compara. Si
tuviéramos que hacer una pirámide en cuestión de poder, ellos irían a la cabeza – explicó
Hermione, a lo que Collin abrió los ojos, anonadado.

- “Magia sin varita”... – recordó, y Hermione asintió, apenada.

- Bonito truco – habló Dennis, irónico, mirando la manga de su túnica y regresando luego los
ojos hacia la chimenea.

        Harry bajó la mirada, algo avergonzado por su ignorancia, pero Neville creyó saber lo
que sentía.
Francisca Solar

- Está bien, Harry, no tenías por qué saberlo... No creciste en nuestro mundo, y eso te alejó
de muchas cosas – le dijo, comprensivo, pero Harry no volteó para agradecer el gesto.

- Según mi madre, los Altos Elfos son como los dioses del antiguo Olimpo... Son buenos,
generosos y justos, pero creen que es un deshonor mezclarse con humanos – explicó
Seamus, seguro, y Hermione volteó hacia él, satisfecha al escuchar que alguien más
manejaba esa información.

- Algo muy importante tiene que haber sucedido como para que ella llegara hasta acá –
opinó Lavender, pensativa – Es como... es como si estuviera escapando de algo,
escondiéndose de alguien...

- ¿Escondiéndose? – repitió Harry, elevando un poco la mirada. Dentro de todo, podía tener
sentido... podía explicar muchas acciones.

- O quizás hizo algo muy malo y los de su clase la expulsaron de sus tierras, o...

- Imposible. Ya viste cómo se arrodillaron cuando la vieron... tiene que ser otra cosa – la
interrumpió Ron, agitando la cabeza.

- Podría haber confiado en nosotros... – dijo Harry, como un susurro - La habríamos


ayudado, en lo que fuera...

        Justo en aquel segundo, el retrato de la Señora Gorda se abrió para dejar paso libre a
Ginny. Todas las miradas confluyeron en ella, expectantes, pero la sola expresión de su
rostro podía darles un par de pistas de la información que ansiaban conocer. Venía algo
cabizbaja, pensativa, y apenas alcanzó el área de la chimenea, dirigió a Harry una mirada
aguda de tristeza. Él no supo cómo reaccionar, salvo seguirla hasta que se sentó junto a
Hermione, lanzando las Orejas Extendibles sobre la mesita del centro.

- ¿Y? – la apremió Neville, mientras el resto reducía el espacio para escuchar. Harry se hizo
paso y se sentó justo frente a ella. Ginny dio un gran suspiro.

- Stella... – comenzó a decir, pero pronto se retractó - ...bueno, ese no es su nombre, pero
no alcancé a escuchar el verdadero... – dijo, como si estuviera a punto de llorar – E-Ella es
muy importante para ellos... a veces le dicen ‘Aranel’... es decir, “princesa”, pero el más
viejo de todos se refirió a ella como Hide... hadel... hidis...

- Hildëinya – pronunció Hermione, quieta, haciendo un gesto de entendimiento – Significa


“heredera”.

- A-Ahhh... sí, eso – asintió Ginny, con la vista perdida – No es mucho lo que pude escuchar,
pero... según lo que entendí... ellos la enviaron a Hogwarts para que pudiera sobrevivir...
para que pudiera... preservar su estirpe – dijo, insegura sobre el real sentido de sus
palabras. Luego tragó saliva, como si cada sílaba dicha le costara un peso enorme.

- ¿Sobrevivir? – balbuceó Dean, sin entender nada.

- ¿Ven? Estaba escapando, yo lo dije – bufó Lavender, triunfante, pero Harry la miró con tal
molestia que ella pronto volvió a enseriarse, ruborizada.

- Estaba en peligro... bien, eso aclara muchas cosas, pero... ¿Tenía que mentirnos? – insistió
Harry, más triste que enojado, pero ninguno de sus amigos podía escudriñar aquello en la
quietud de su rostro.

- No tenía otra opción – habló Hermione, tímida – Si nos hubiera dicho quién era, jamás nos
hubiéramos acercado a ella... ninguno de nosotros hubiera querido o podido ser su amigo...
ni hubiéramos dejado que tú lo fueras, Harry – dijo, notando como él se ruborizaba, aunque
luego volteó hacia la ventana, alejándose unos pasos del grupo.

- No la defiendas, ¿quieres? – dijo Parvati, evitando la mirada de todos por un momento,


recordando – “Impresionante patronus...”. Bah. Apuesto que es lo más pequeño que puede
hacer... – refunfuñó, dolida, cruzándose de brazos.
Francisca Solar

Ron suspiró, cansado.


- Mamá morirá cuando lo sepa – murmuró, arrugando la nariz con nerviosismo, imaginando
el rostro de Molly por unos segundos.

- Ya lo sabe – dijo Ginny vagamente, con la vista en el suelo, y Ron se sobresaltó a su lado.

- ¡¿Qué?!

- Dumbledore la llamó desde su oficina. Les dijo que vinieran, a Papá también. Que lo peor
ya había pasado...

        Luego de eso nadie se atrevió a hablar o hacer un movimiento, salvo Ginny, quien
parecía ahogada con la información que atestaba su cabeza. Tras varios indescifrables
sonidos guturales, levantó la vista y la fijó en Harry, indecisa. Él la miró ansioso,
apremiándola.

- ¿Hay... hay algo más?

Ginny asintió, olvidando por un momento que muchas personas los rodeaban.
- Ella debe irse, en dos días... Hay u-u-una ceremonia... con otros elfos... E-E-Ella... –
Incapaz de seguir sosteniendo la mirada de Harry, giró el rostro – Ella... va a casarse.

        Todos abrieron sus ojos al máximo, sorprendidos, pero nadie emitió sonido. Incluso
Hermione, la más enterada de todo, parecía choqueada con la nueva información. Harry
negó con la cabeza, como si hubiera escuchado algo absurdo... pero al notar el rostro tenso
de Ginny, cayó en la cuenta de que todo aquello era muy en serio, aunque se resistiera a
creerlo. Hasta hace un segundo, su condición de Elfa y los innumerables obstáculos que los
separaban le parecían una niñería... mientras aún existiera entre ellos un sentimiento
común, podrían enfrentarse a cualquier cosa... pero esto era diferente. Ese sentimiento
común, dada la última información, no podía existir. Ella no lo quería... nunca lo quiso. Por
eso no deseaba acercarse demasiado, por eso lo evadía mientras pudiera... Claro, todo tenía
sentido. Estaba comprometida, pero ella es Elfa, una especie de Dios... podía darse el lujo de
divertirse con otros...

        Se paseó frenéticamente por la habitación, furioso, mientras Ginny escondía la cara
entre unos cojines. De algún modo, se sentía culpable por la rabia contenida de Harry.

- Ella jugó conmigo... – murmuró de repente, abatido. Se detuvo justo al otro lado de la
sala, donde, hace apenas unas horas atrás, había experimentado una de las sensaciones
más increíbles de su vida...

- Claro que no – se apresuró a decir Hermione, nerviosa, levantándose del sillón – Te


aseguro que debe haber una razón para...

- ¡No la defiendas! – gritó, decidiendo exteriorizar su molestia aunque se arrepintiera luego


de las consecuencias. Lavender y Parvati saltaron de sus sillas - Según lo que dicen... si lo
he entendido bien, se supone que no podía hablarle, o tocarla, o acercarme... Entonces, ¿Por
qué me dejó hacerlo? Por qué dejó que yo... que yo... – No se atrevía admitirlo. No podía
decir que la había besado. Era dulce, embarazoso y humillante a la vez – ¡Claro! Es superior,
¿no?. Jugar con un par de humanos es el menor de sus pasatiempos... – La ironía de sus
palabras dejaba un gusto tan amargo en el ambiente que ninguno de sus amigos creyó a
cabalidad lo que escuchaba – Jamás iba poder estar cerca... no iba a quedarse... Ella... ella...
– pensó, apretando los puños, sintiendo cómo lo dominaba la ira – Jugó conmigo, con todos
nosotros...

        Sin poder aguantarlo por mucho tiempo más, Ginny estalló en llanto, buscando los
brazos de Ron. Él la abrazó, se apoyó en su cabeza y compartió su pena.

- No... no lo sé, Harry. Fue tan agradable tenerla en casa... jamás se comportó de manera
extraña o nos trató como una arrogante... ¿no fue así, Ginny? – le susurró, y ella, entre
gemidos, logró asentir.
Francisca Solar

- Ron tiene razón – opinó Neville, pensativo - Ella nunca nos miró en menos o algo
parecido... Como dice Hermione, debe haber otro motivo para que Stella...

- ¡Ese no es su nombre! ¡Stella no existe! – exclamó Harry, herido, mientras el resto se


movía incómodamente en sus asientos – Eramos su diversión de turno, ¿no lo entienden?
¡Ella no es nadie, nadie! Que vuelva con los suyos, que se case con quien le de la gana...
¡aquí nadie la necesita!

        Si hubiera estado sólo unos centímetros más cerca, lo más probable es que el
candelabro de la esquina se hubiera roto en mil pedazos, virtualmente lanzado con todas sus
fuerzas hacia el suelo. Pero, quizá controlándose más de lo que hubiera esperado, se detuvo
a milímetros de cogerlo y volteó, con lágrimas en los ojos, hacia la salida de la Sala,
golpeando el retrato de la Señora Gorda con furia.

- Él no cree nada de eso – murmuró Ginny, secando su rostro con la manga de su túnica.

- Claro que no, lo sabemos – asintió Hermione, también con ganas de llorar - ...pero está
demasiado dolido para reconocerlo. Ha sido mucho para él... ha tenido bastante.

        Todos asintieron. Harry sólo necesitaba un momento a solas, para tranquilizarse, para
pensar. Para recuperar la fe.

        -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Alejándose del grupo con la excusa de ir en busca de alguien de Gryffindor (con tal de
fastidiarlos con el asunto de los Elfos), Draco caminó hacia el corredor principal del tercer
piso, donde, como ya se había encargado de averiguar, se asentaría momentariamente la
delegación de los Tareldar. Jamás había sufrido de insomnio (aunque los ronquidos de
Crabbe podían desvelar a cualquiera), pero durante la noche anterior no había hecho más
que retorcerse entre las sábanas, inquieto, mirando el techo de su habitación buscando
respuesta a su desasosiego. Los Elfos lo habían impresionado, eso es cierto; Lucius, su
padre, se había encargado toda la vida de decirle lo peligrosos que eran, lo importante que
significaba el hecho de no mezclarse con ellos... aunque Draco siempre lo tradujo como un
sentimiento de cobardía, de aceptación ante el más fuerte. Sabía que el Señor Tenebroso los
odiaba, pero sólo porque eran más poderosos que él...

        Pero no, eso no era todo. No era la llegada de los Tareldar lo que lo tenía así... o,
bueno, no completamente. Todo sucedió en una fracción de segundo, en la que sintió que su
corazón se detenía. Entre aquellas esbeltas criaturas de luz, enfundadas en elegantes túnicas
blancas, una chica llamó su atención. Era apenas perceptible tras su capucha, pero bastó un
momento, un milésimo momento, en el que ella elevó el rostro y se encontró con sus ojos,
serena. Draco se había sobresaltado, pestañeado un par de veces, pero para cuando volvió a
enfocar la mirada, ella ya se había arrodillado ante Stella, la estúpida presumida de
Gryffindor, quien ahora tendría que dar muchas explicaciones...

        No la perdió de vista ni un segundo, no hasta que llegó Dumbledore, al menos,


escoltándolos camino al castillo. Por un momento Draco creyó que lo había imaginado; que la
luz cegadora le había jugado una mala pasada y que ella jamás volteó a mirarlo... pero tenía
aquella imagen tan debidamente grabada en su mente, que no pudo dormir pensando en
ello. Ella no era nadie; era una desconocida, una criatura de la que – según le había dicho su
padre – debía estar lo más alejado posible... pero la exquisita sensación de encontrarse con
sus ojos no lo abandonaba. Por el contrario, se hacía más y más nítida a cada segundo... y si
no hacía algo, se volvería loco...

        Dispuesto a observarla, aunque fuera una sola vez más en toda su vida, caminó a
tientas por el oscuro pasillo, iluminado levemente por un par de fogatas, muy distantes una
de la otra. Sabía que estaría ahí, en la segunda puerta a la derecha... ¿Y si la viera? ¿Y si
apareciera ahora, e intentara hablarle? Tragó saliva y acomodó su cabello platinado hacia
atrás, nervioso. No sabría qué decirle, cómo actuar... Pero, bah, qué estaba diciendo. No
hablaban el mismo idioma, la comunicación entre ellos sería imposible. No pudo dejar de
sentirse algo desanimado al pensar en eso, pero pronto movió la cabeza y se obligó a sí
mismo a no perder la compostura. Draco Malfoy jamás mostraría su debilidad ante nadie... ni
siquiera ante ella...
Francisca Solar

- No es bueno que estés aquí, ¿sabes?.

        Una voz profunda pero armoniosa llegó a sus oídos. Asustado, volteó rápidamente, y
entonces la vio, tranquila, juntando delicadamente sus manos hacia adelante y esperando a
que él le respondiera. Pero Draco apenas se podía mover. Estaba sorprendido, embobado...
pero haciendo un seudo gesto de molestia (forzado, por supuesto, pero jamás se atrevería a
reconocerlo) la encaró con decisión, como si su presencia no fuera más importante que los
retratos o las fogatas.

- Como estudiante de Hogwarts, tengo derecho a caminar por donde yo quiera – le dijo,
desafiante, pero ella apenas se inmutó.

        Sus ojos lilas, asombrosamente quietos, se clavaron en él con tranquilidad. Tenía el


cabello castaño oscuro, con algunos retazos rojizos si se acercaba demasiado a la luz. Su tez
era muy blanca, brillante, y sus labios eran tan delgados que al sonreír formaban una línea
perfecta. Draco sintió ganas de responder a esa sonrisa, abandonando su usual mueca
despectiva, pero no tuvo tiempo para pensarlo.

- No puedo oponerme a eso, pero dudo que también tengas derecho a espiar... – le encaró, y
Draco se vio a sí mismo, como muy pocas veces en su vida, atrapado sin saber qué decir.
Acentuó su rostro en su usual gesto de molestia, e hizo un ademán de regresar sobre sus
pasos.

- Hablas mi idioma... – comentó, y un segundo después se dio cuenta de la estupidez que


había dicho. Claro que sabía su idioma; si no, no habrían estado hablando hasta ese
segundo... Ella sonrió ampliamente esta vez.

- Una de las peores debilidades de ustedes, los humanos, es su estrecha visión de las
relaciones. Hablo tu idioma, sí, pero hay muchas formas de comunicarse... – le dijo, con un
deje de superioridad en su tono de voz que Draco no supo contrarrestar. Caminó unos pasos,
se detuvo a mitad de pasillo y volteó hacia él, a quien le estaba costando un mundo
pronunciar un par de sílabas – Te recomiendo que vuelvas con los tuyos. A mí no me
perturba, pero si Ingolmo te ve espiando por aquí, no querrás enterarte de las
consecuencias...

        Diciendo eso, le sonrió por última vez, giró sobre sus pasos y siguió caminando por el
pasillo. Draco quiso decirle algo, llamarla... provocarla con algo por el solo hecho de
continuar la conversación. Pero no pudo pensar en nada bueno en tan poco tiempo. Sólo la
vio alejarse, serena, mientras él se veía a sí mismo embobado por alguien que no sólo lo
trataba como algo inferior, sino que además lo dejaba sin aire en los pulmones, sin poder
maquinar frases exactas en los momentos precisos...

- ¡Tu nombre! – exclamó, haciéndola voltear instantáneamente. Insólito en él, sintió sus
mejillas ardiendo – No me dijiste tu nombre...

        Ella arrugó la frente, confundida. Luego miró fijamente a Draco, lo observó desde sus
zapatos hasta el brillo de su cabello, y entonces sonrió, divertida.

- Eärendil – dijo, en voz baja y sin estar demasiado segura sobre si hacía lo correcto – Pero
no le digas a nadie o me meterás en un lío...

        Draco asintió rápidamente, tan obediente que él mismo se sorprendió, para luego
alejarse de aquel piso tal como ella le había recomendado. Torciendo la comisura de sus
labios en una sonrisa sincera, pensó sobre los pasatiempos de los Elfos. ¿Sabrán lo que es el
Quidditch? No estaba seguro, pero intentaría ese tema la próxima vez que se vieran. Tenía
que decirle lo bueno que era, lo bien que volaba en su Nimbus 2001, cómo había cogido la
snitch en las narices del estúpido de Potter...

(...)

        Se escucharon tres suaves golpes a la puerta, pero Stella no demostró intención de
querer visitas. Estaba erguida frente a uno de los ventanales de una improvisada habitación,
Francisca Solar

sólo para ella, dispuesta por Dumbledore para su comodidad. Había una cama al centro,
bastante grande y con delicados retazos de tela que colgaban desde los armatajes del
dossier. Frente a esta, destacaba una enorme estantería llena de libros de todo tipo, y a un
costado, las llamas de una pequeña chimenea crepitaban incesantemente. El ambiente era
cálido y acogedor, pero ella, en el fondo, sólo deseaba desaparecer.

        Nuevamente se escucharon los tres golpes. Resignada, enjugó las lágrimas que
asomaban por sus ojos y volteó hacia la puerta. A su pedido estricto, ningún elfo doméstico
quedó a su cuidado.

- Enyali – (“Pase”) dijo, desanimada, pero apenas la puerta se abrió y dejó apreciar la
persona tras ella, Stella se sintió libre para llorar.

- Aiya Eleneär Lindórie – saludó la visitante, haciendo una reverencia frente a Stella. Se
mantuvo unos segundos en esa posición, se levantó luego lentamente y, cambiando
bruscamente de expresión, recibió a Stella a la altura del pecho, estrechándola en un
fraternal abrazo.

        “Mi nombre es Stella” pensó ella amargamente, ocultando su rostro en el hombro de su


acompañante.

- Oh, Eärendil... – susurró luego, comenzando a llorar – Quiero morirme...

        Eärendil se liberó un poco de aquel abrazo para ver a la princesa a los ojos. Entonces
apretó los labios, sin saber cómo confortarla.

- Sabía que este día llegaría, Aranel.. Siempre lo supo, y aunque lleva 15 años lejos de
nosotros, el trato con los Calaquendi debía permanecer indeleble... – le recordó, al tiempo
que Stella regresaba sobre sus pasos y volvía a fijarse en la ventana, melancólica.

- Sí, siempre lo supe, pero he visto tanto... he vivido tanto... – Con los ojos empañados, giró
hacia ella – El mundo Istari es fascinante, Eärendil... si quisieras aprender, te lo enseñaría...

- Yo estoy muy bien en mi posición, Aranel... no se moleste – comentó, inclinando su cabeza


al decir la última palabra – Nuestro mundo es suficientemente interesante para mí.

        Eleneär asintió sin entusiasmo. Curiosa, pero negándose a aceptarlo, volteó hacia su
dama de compañía, mordiéndose el labio inferior.

- ¿Lo conociste?

Eärendil creyó entender a quién se refería.


- Sí, Aranel. Estuvimos en sus tierras antes de venir hasta acá... – caminó unos pasos hacia
el ventanal, aunque se mantuvo a una distancia prudente de Stella – Su nombre es Varyar.
No pude hablar con él, pero lo observé durante un tiempo. Posee gran respeto entre los
Calaquendi; es justo, valiente y, si me permite el atrevimiento, bastante atractivo también...

- Hay muchos Istari tan o más atractivos... – opinó Eleneär en un tono vago, entristecida.

“Ya lo sé” pensó Eärendil en respuesta, sonriendo, divertida al recordar a Draco. - Estoy
segura de que será un buen esposo, Aranel.

        La princesa suspiró de cansancio. Prefirió ahorrar más comentarios pues, en aquel
minuto de su vida, sus apreciaciones sobre un matrimonio por conveniencia no serían
bienvenidas. Entonces volteó hacia Eärendil, y observó en ella la misma sonrisa anterior.
Mantuvo la mirada por unos segundos, hasta que creyó entender. Abrió los ojos de sorpresa
y susurró: “Te gusta”.

Eärendil elevó el rostro, hizo una pequeña inclinación y se dirigió a ella.


- ¿Decía, Aranel?

- Te gusta – repitió Eleneär, por un momento algo más distendida – Varyar. Admítelo.
Francisca Solar

- ¿A mí? – se sorprendió, ruborizándose por unos segundos – No, por supuesto que no. Qué
insulto sería para nuestra Aranel si yo...

- Pero te gusta – insistió Eleneär, acercándose a ella – Y no es un insulto, al menos no para


mí. No tengo interés en él.

Eärendil tragó saliva, carraspeó suavemente y bajo la mirada.


- Como dije antes, me preocupé de observar al Aranw Calaquendi para después notificarle a
usted, pero nada más. Pido perdón por mi atrevimiento... jamás debí dar tantos detalles...

- ¡Eärendil, por favor! – exclamó, sintiendo lo agridulce de sus palabras – No lo quiero,


¿entiendes? No lo conozco y no me interesa conocerlo, o qué tan valiente o poderoso es... Lo
hago por obligación, y aquello no deja espacio para el afecto...

- Nadie habla de afecto, Aranel – la corrigió Eärendil, segundos después de hacer una nueva
reverencia – Creí que ya tenía claro eso. Naturalmente esto no se trata de amor, sino de
preservar nuestra estirpe, luchar porque nuestra cultura no se extinga...

- Desearía que alguien más lo hiciera por mí – dijo, abatida, suspirando profundamente – Me
enseñaron a encerrar mi espíritu ante el afecto pero... en este mundo, Eärendil, comprendí
que aquello es imposible... que el afecto es una fuerza increíble, más poderosa que el más
grande de los hechizos, que te atrapa al menor aviso, sin escapatoria...

        Eärendil, hizo un gesto de terror, como si aquella fuerza que Eleneär relataba fuera
peligrosa y destructiva. Entonces creyó comprender algo, tomándose el mentón en señal
reflexiva. Hizo una nueva reverencia ante su princesa, y quiso hablar.

- ¿Tendrá que ver... sobre eso del “afecto”... un Istari llamado Harry?.

Eleneär volteó bruscamente hacia ella y no pudo evitar ruborizarse.


- ¿Harry...? ¿Qué pasa con él?

Eärendil arrugó la frente en signo de reproche.


- Lo nombró anoche, mientras dormía – Eleneär giró lentamente hacia la ventana, bajó la
mirada y volvió a suspirar – Harry... ¿Es un amigo de Hogwarts?.

- Un amigo... sí. Un buen amigo – murmuró, sintiendo algunas lágrimas agolparse en sus
ojos. Entonces Eärendil clavó sus ojos en ella, concentrada, tal como si estuviera haciendo
Legilimencia. Alzó una ceja.

- Usted... usted se preocupa por él – pronunció, en un tono que fluctuaba entre afirmación y
pregunta.

- No sé de qué hablas – contestó Eleneär, sin dirigirle la mirada, tragando saliva.

- Sí... eso es. Usted lo quiere – siguió diciendo, como si no hubiera escuchado la
puntualización de Eleneär. Encajaba las piezas en su cerebro, pensó un par de segundos y
luego sofocó un grito de sorpresa. Instantáneamente llevó las manos a su boca, aterrorizada,
como si recién entendiera el real significado de aquello - ¡Oh, por Dios, usted lo ama!

- ¡N-N-No digas eso! – exclamó Eleneär, asustada, comenzando a temblar. Una lágrima se
deslizó por su mejilla.

- Pero, Aranel... – continuó diciendo, nerviosa - ...esto es muy grave. Si Ingolmo llegara a
enterarse...

- No se enterará – afirmó, esta vez bastante seria y tajante, secando de un manotazo las
lágrimas que empapaban su rostro – No lo sabrá, ni hoy ni nunca. Y tú jamás, jamás oíste
hablar de alguien llamado Harry Potter. ¿Me has entendido?.

- Sí, Aranel – respondió, sumisa, inclinándose ante Eleneär.

Satisfecha, agitó la cabeza y volvió a suspirar.


Francisca Solar

- Si algo llegara a pasarle, yo... – susurró, llevando una mano a su frente – Sólo quiero que
esto termine...

        Lo más probable es que Eärendil continuara con sus advertencias si nada la hubiera
interrumpido. Pero, justo en aquel instante, se escucharon tres golpes a la puerta. Eleneär se
encogió de hombros, curiosa, y ordenó a su acompañante que fuera a ver. Eärendil se inclinó
suavemente, caminó hasta la puerta, y apenas el marco de madera se apartó unos
centímetros, el corazón de la princesa comenzó a latir a cien mil por hora, conteniendo la
respiración.

- Hermione – la llamó, con los ojos llenos de lágrimas. La estudiante de Gryffindor le sonrió a
medias.

- ¿Qué buscas? – preguntó Eärendil al instante, no demasiado complacida con la visita.

- Me preguntaba si puedo hablar unos minutos con tu Aranel – dijo, al tiempo que Eärendil le
dirigía una mirada de pocos amigos. Buscó aceptación en los ojos de Eleneär, quien asintió
con vehemencia.

        Hermione avanzó unos pasos dentro de la habitación e inspeccionó rápidamente el


lugar. Era bastante más sencillo de lo que hubiera esperado, sin lujos u ostentaciones
innecesarias. Apenas estuvo a unos metros de Eleneär, inclinó su cabeza en una sutil
reverencia, lo que no pudo dejar de incomodar a la aludida. Se vio a sí misma con su vestido
verde-azulado, de mangas anchas y caída magnificente, y luego observó el uniforme de
Hermione, sintiendo una profunda melancolía. Ella, al elevar el rostro, hizo un ademán de
querer avanzar hasta la princesa, pero Eärendil se interpuso en el acto.

- No puede acercarse más, es la ley – le explicó, casi desafiante. Hermione asintió,


comprensiva.

- Ella puede hacer lo que quiera. Es su castillo, son sus territorios. Nosotros no tenemos
jurisdicción – se apresuró a decir Eleneär, dirigiendo una mirada severa a su dama de
compañía – Puedes retirarte.

Eärendil abrió los ojos al máximo, sorprendida y ofendida a la vez.


- Pero, Aranel... ella no puede...

- He dicho que te retires – insistió, seria – Y si alguien te pregunta, estoy sola y no quiero
visitas, ¿entendido?.

- Sí, Aranel – respondió ella, molesta, pero no emitió comentario y salió de la habitación con
rapidez, cerrando la puerta suavemente tras de sí.

        Al momento que se vieron solas, un intenso silencio las rodeó. Ambas parecían
avergonzadas, confundidas sobre el tiempo y el espacio. No hace mucho hablaban y reían de
igual a igual, como compañeras o hermanas, pero ahora (y no precisamente por su conciente
iniciativa) la única manera de comunicarse era en escala piramidal. Sabía que para Hermione
había sido muy incómodo el hecho de tener que inclinarse ante ella, pero también sabía que
no tenía opción. Las reglas eran las reglas, su vida era su vida. Y aunque no quería
aceptarlo, así sería, así se desarrollaría, así terminaría...

        Hermione sintió el peso de las ideas en la mente de Stella y quiso aliviarla, aunque no
sabía bien cómo. De hecho, si lo pensaba bien, ni siquiera sabía por qué estaba ahí. Pero la
vacilación de ambas no duró mucho. Decidida pero bastante nerviosa, la princesa tomó la
palabra.

- ¿T-Te ha enviado D-Dumbledore? – preguntó, sin mirarla a los ojos.

- No, no sabe que estoy aquí... Dudo que dejara que me acercase – dijo, en el tono más
calmado que pudo emitir.

- Deben estar muy enfadados... ¿no es así?


Francisca Solar

Hermione sabía que llegaría ese momento. Suspiró para tomar fuerzas.
- La mayoría... no te voy a mentir – habló, si bien sabía que su pregunta apuntaba
específicamente a Harry – Él... bueno, Harry es muy temperamental, tiene muchas cosas en
qué pensar ahora. Sólo dale un poco de tiempo.

        Eleneär asintió levemente, volviendo a embargarla aquel sentimiento de pesadumbre,


expresión que abarcó su rostro y que Hermione denotó con intensidad.

- Tú lo sabías, ¿verdad? – la encaró, y Hermione asintió con la vista en el suelo.

- Lo descubrí hace un tiempo, por lo de tu escape del Dementor... Pero aún hay muchas
cosas que desconozco.

Eleneär bufó amargamente.


- Debí suponerlo. Tú cerebro nunca descansa, ¿no, Hermione? – pronunció, en un débil
intento de bromear, y Hermione le respondió con la mejor sonrisa que podía evocar según
las circunstancias – Por eso estás acá. Ya lo sabías, no fue un shock para ti. Eres la
primera... y la única que se acercará a mí antes de partir – sentenció, dolida, aguantando la
respiración para ahogar el llanto.

Hermione no tenía corazón para confirmar ese hecho, pero tampoco podía desmentirlo.
- Es sólo que... al menos yo, necesito entender las cosas. Odio cuando el misterio se alarga –
pensó un momento, evocando una imagen – “La información nos lleva al entendimiento, y el
entendimiento es el primer paso para la aceptación”... Eso nos dice el profesor Dumbledore
constantemente – explicó, segura, y Eleneär sollozó mínimamente.

- Pero no sabría por dónde empezar – confesó, casi desfalleciendo a los pies de su cama.

Hermione se sentó en la escalerilla continua, mirándola ligeramente hacia arriba.


- Podríamos comenzar por tu nombre – sugirió, y en un segundo que se hizo eterno, ambas
sonrieron, con los ojos empañados en lágrimas.

             Su nombre. Sí, sería un buen comienzo.

Cap. XIX: El Niño Eterno (Eternal Child)

        Si bien aquella vez recibió algo de información, Hermione quedó con aún más dudas
que antes. Cuando Stella (o Eleneär, daba igual, y pronto contaría por qué) comenzaba a
darle detalles, Eärendil entró corriendo en la habitación, diciendo que Ingolmo venía en
camino con el resto de la comisión. Rápidamente, y sin siquiera despedirse, Hermione debió
correr escaleras abajo y perderse en el pasillo. No le gustaba eso de tener que verse a
escondidas, pero si no quedaba otro camino...

        Las escuetas visitas continuaron durante el resto del mes, aunque se habían convertido
en meros intentos de conversación, ya que la mayor parte de las veces ni siquiera lograban
verse, y cuando lo hacían, nunca tenían el tiempo suficiente como para hablar de cosas
importantes. Ya en Febrero los Elfos habían aflojado la guardia en la puerta de Stella, por lo
que Hermione creyó que pronto se daría la oportunidad de aclarar algunos puntos. Pero, en
la mañana del día 7, no pudo correr hacia Stella antes del desayuno con su excusa de
siempre. Algo estaba sucediendo en la entrada del castillo, y los murmullos se acrecentaban
con rapidez. Muchos se acercaron a ver, pero cuando Hermione logró llegar al vestíbulo, la
mayoría se había dispersado.
        Apenas regresó a la entrada de la Torre Gryffindor se enteró de la causa del alboroto.
La Orden del Fénix había arribado para una reunión urgente con los Tareldar, cuestión que
no hacía más que revelar lo temido por todos: Lord Voldemort estaba cerca, y estaría
preparando una emboscada.

- No nos han dejado participar – le contó Ron, molesto, al tiempo que se situaba junto a
ellos frente a la chimenea – McGonagall vino a avisarnos hace unos minutos. Dijo que no
podemos perder las clases de Encantamientos, que pronto tendremos un examen sobre el
conjuro de Aparición y...

- ¡Pero somos parte de la Orden! ¡No pueden dejarnos afuera! – exclamó Harry, alterado.
Francisca Solar

Había regresado a la Sala Común unos momentos antes que Hermione.

- Harry, tranquilo... está bien – lo calmó Hermione, serena. Después de la “guardia” que
había visto alrededor de Stella, supuso que, definitivamente, los magos no eran bienvenidos
en presencia de Elfos - McGonagall tiene razón. Ahora nos toca Encantamientos y no
podemos perder esa clase. Ya nos contarán qué fue lo que conversaron...

Harry hizo un ademán de impaciencia, pero no se resistió mucho más.


- ¿Y Ginny? ¿Y Luna, Collin, Dennis, Owen, Theresa...? Ellos no son de sexto, no tienen un
estúpido encantamiento qué aprender – inquirió, desafiante.

- McGonagall vino a decir que no quería a nadie de la AD en la reunión... que eso podía
perturbar a los extranjeros – explicó Ginny al tiempo que se acercaba a ellos, cruzándose de
brazos.

Harry volvió a bramar, como si su cabeza se hubiera transformado en un dragón enfurecido.


- ¿Qué les sucede? ¿Acaso creen que son los amos del universo? – refunfuñó, suspirando
entre dientes.

- “No estamos en posición de discutir” – remedó Lavender, entornando los ojos e imitando la
voz de McGonagall – “La Orden se encargará de todo. Como magos menores de edad, no
tienen derecho a presenciar las reuniones de estrategia...” y bla bla bla...

        Harry ciertamente hubiera querido debatir sobre el tema hasta la hora de la cena, pero
Hermione pensó más rápido y evitó un desastre de proporciones. Ágilmente, intercambió una
mirada elocuente con Ron, tomó a Harry del brazo y lo sacó de la Sala Común a
regañadientes. Muchos cortaron sus conversaciones para admirar la escena, pero ya unos
pasillos más allá la multitud comenzó a dispersarse, caminando hacia sus salones.

- ¿Podrías soltarme ya, Hermione? – habló Harry, dirigiéndole una mirada de molestia.
Seamus y Dean se detuvieron en mitad de camino, pero Ron les ordenó que regresaran a sus
asuntos.

- Lo siento... – se excusó ella, sonrojándose un poco – Sólo quiero que te calmes, ¿está
bien? Vamos retrasados a Encantamientos...

- No deberíamos ir a clases... ¡Deberíamos estar con la Orden!

- Harry, olvídalo, ¿quieres? – opinó Ron, arrugando la frente, asustado de que Harry
comenzara a gritar otra vez – No podemos asistir y punto. Ya oíste lo que dijo McGonagall.
Somos brujos menores de edad, y no queremos que los Altos Elfos sientan que...

- ¡Los Elfos! Vaya, lo olvidaba... No hay que hacer nada que pueda molestar a las altezas
imperiales. ¿Nos permitirán respirar, al menos? – preguntó, sarcástico, y al no recibir
respuesta se adelantó luego por el pasillo, dejando a sus amigos con miradas atónitas.

- ¡No todos los elfos son iguales! – exclamó Hermione, sintiéndose impotente. Ron y ella
corrieron tras él, pero Harry parecía querer ignorarlos. Casi a la entrada del salón, Hermione
logró llegar a su lado – Harry, por favor... reflexiona un segundo. Tú no eres el único que ha
sufrido... Stella... – Apenas la nombró, Harry volteó el rostro - ...Harry, ella está muriendo
por saber de ti. Si sólo fueras a verla, conversaras con ella...

Harry suspiró de cansancio.


- ¿Acaso no es omnipotente, superpoderosa? ¡Que ella venga aquí, si es que tiene el coraje
para mirarme a la cara...!

- ¡Oh, Harry! – sollozó Hermione, de rabia esta vez, sujetándose en la manija de la puerta -
¡¿Cuándo dejarás de ser un niño?!

        Como pudo darse cuenta en los segundos siguientes, aquella frase había surtido un
pésimo efecto en Harry. No sólo les dejó de hablar, a ella y a Ron, durante toda la clase, sino
además su humor se había vuelto más insoportable que nunca. La mayoría de los alumnos
se percató rápidamente de ello, pues Harry no dejaba de fruncir y extender el entrecejo,
Francisca Solar

rumiando quizá la reprimenda de Hermione.

        Según lo que explicó el profesor al comienzo, cada uno debía practicar con un libro,
desapareciéndolo y volviéndolo aparecer las veces que fueran necesarias, hasta que sintieran
un determinado dominio sobre el hechizo. Haciendo la salvedad, claro, que para desaparecer
un libro y desaparecer a una persona se necesitaba el triple de sabiduría y concentración.
Ron ya al menos lograba desaparecer la portada, dejando un montón de hojas sueltas
alrededor de su pupitre, pero Hermione iba muy avanzada. En uno de sus últimos intentos,
logró desaparecer su libro en apenas un chasquido, devolviéndolo luego con un certero
“¡¡Apparate!!” a no más distancia que la mesa a su lado. Flitwick aplaudió, efervescente.

- ¡Maravilloso! Muy impresionante, Srta. Granger. 20 puntos para Gryffindor por tan
asombroso adelanto.

        Hermione se sonrojó levemente, satisfecha consigo misma, y acto seguido fijó los ojos
en Harry. Algo estalló frente a sí, llenando su revoltoso cabello negro de trozos chamuscados
de papel. Era el quinto libro que utilizaba para practicar. Decía “¡¡Dispparate!!” con tanta
fuerza que en lugar de conjurar bien el hechizo en su objeto, lo abrazaban varias chispas
rojas y lo hacían volar en pedazos. Amablemente, Flitwick le extendió un nuevo libro, pero
Harry no se detuvo a darle las gracias.

        Hermione levantó la mano instantáneamente, intentando quizá que las miradas del
resto dejaran de acosar a Harry.

- ¿Cuándo comenzaremos a practicar la Desaparición en nosotros mismos? – preguntó, y el


profesor pensó un momento, recorriendo el salón con la mirada.

- Bueno... había pensado que lo dejáramos para el próximo mes... tenemos que seguir
practicando, pero... ya que la Srta. Granger y otros de ustedes han mostrado satisfactorios
avances, supongo que no nos vendría mal entrar de lleno a tierra derecha...

Los murmullos de entusiasmo se incrementaron.


- ¿Y si algo malo pasa? Es decir, sabemos que han sucedido muchos accidentes, terribles... –
comentó Lavender, preocupada. Flitwick le sonrió con tranquilidad.

- Este salón está especialmente habilitado para este conjuro, como ya saben, pero eso no
sólo quiere decir que es el único espacio en el castillo donde es posible Aparecerse, sino
además, está diseñado para que ningún imprevisto nos juegue una mala pasada. Si practican
en ustedes mismos y el conjuro está mal empleado, simplemente no Desaparecerán. Nada
pasará, no cambiará nada. Pero si el conjuro está bien hecho, es probable que Desaparezcan
y Aparezcan en esquinas opuestas del salón. Nadie va a quedar con su cuerpo a la mitad, se
los aseguro... – afirmó, sonriéndole a la clase. Algunos rieron.

- De todas maneras no seré voluntario – opinó Ron, haciendo una mueca divertida y
retrocediendo un par de pasos. En eso, se oyó el caer de un pesado libro sobre una mesa.

- Yo lo haré.

        Harry se había adelantado unos metros por sobre el resto de la clase para ubicarse
junto a Flitwick. Era el mejor en los más intrincados movimientos de Defensa Contra las
Artes Oscuras... este encantamiento no podía ser más difícil. El profesor lo vio acercarse con
seguridad, pero sus ojos no se encontraron con él. Llevó una de sus manos a su barba,
pensativo.

- No, Harry. Lo intentarás la próxima clase.

        Harry, quien había comenzado ya a concentrarse en el conjuro, volteó hacia Flitwick


con incredulidad.

- Disculpe, ¿cómo dijo?.

- Eso... que preferiría que no lo hicieras. Agradezco tu intención pero, por favor, regresa a tu
sitio. Más adelante tendrás la oportunidad...
Francisca Solar

- ¡¿Pero por qué no ahora?! – dijo, comenzado a alterarse. Ron tragó saliva ante un posible
escándalo.

- Sr. Potter, haga lo que le digo. El conjuro de la Desaparición es un arte muy delicado,
particularmente difícil, que necesita de mucha concentración y, por sobre todo, de serenidad
de espíritu. Como ya les he explicado innumerables veces, la mente debe estar en blanco, el
cuerpo debe relajarse, en completa armonía con...

- ¡Yo puedo hacer eso! ¡Soy un mago calificado, mejor que cualquiera de este salón! – gritó,
irritado, pero Flitwick no cambió su expresión gentil ni retrocedió un centímetro - ¡He salvado
la reputación de este colegio innumerables veces, he salvado la vida de unos cuantos hasta
el cansancio...! Pero no, no tengo el temple necesario para un inútil encantamiento... No
tengo suficiente poder sobre mí mismo... – lo desafió, irónico. Luego miró rápidamente hacia
su alrededor, deteniéndose en la ventana. El profesor permanecía inmutable – No soy
perfecto... ¿No soy un elfo, verdad?.

        Con todo el dolor que suponía decir esa frase, giró sobre sus pasos y abandonó el
salón, tirando un par de sillas en su camino. Los alumnos se habían sumergido en un espeso
silencio, que no se disipó aún cuando Harry hubo desaparecido dando un gran portazo. Ron,
preocupado y sorprendido a la vez, hizo un ademán de ir tras él, pero la voz de Flitwick lo
detuvo.

- No, Weasley. Déjalo. Sólo necesita estar solo – dijo, más calmado de lo que Hermione
hubiera supuesto, sobretodo después de que un estudiante le hubiera gritado de esa
manera. Pero lo más probable es que Flitwick ya estuviera al tanto de todo lo que había
sucedido, por lo que la reacción de Harry no estaba lejos de lo que los profesores ya veían
venir – Srta. Granger... ¿Desearía usted comenzar con la práctica?

        Hermione asintió, nerviosa, fijando la mirada en la puerta de madera.

        -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        La brisa helada le pegó fuertemente en la cara al salir del salón, pero no detuvo el paso
hasta que llegó a los jardines. Sin saber exactamente hacia dónde se dirigía, terminó por
inercia en aquel árbol a la orilla del lago, lugar que compartía con Hermione y Ron cuando
intentaban escapar del calor en los días más asfixiantes del verano. Pero no era un día
caluroso, no era verano y, ciertamente, no deseaba la compañía de nadie.
        Se sentó descuidadamente sobre el césped congelado, apoyó su espalda en el tronco e
inspiró profundo. Jamás se había sobrepasado así con un profesor; bueno, le sucedió varias
veces en la clase de Umbridge, pero al menos ella lo merecía. Flitwick, sin embargo, siempre
había sido amable y comprensivo con él. ¿Por qué tenía que haberle gritado de esa manera?
En el fondo no había querido, pero un desagradable nudo de nervios le apretaba la garganta
y le urgía desahogarse. No había sido totalmente consciente, pero pensó que sería mejor ir a
disculparse al término de la clase. Entonces una sonrisa triste se asomó en sus labios: si
hubiera sido Snape, le habría gritado el doble, y sin arrepentimientos.

        Sentado ahí, quieto después de tanto alboroto, su dolor de cabeza se hizo más
evidente. También le zumbaban los oídos. Tenía que calmarse, tenía que pensar en otra
cosa... o el dolor lo obligaría tarde o temprano a agarrarse a golpes con el primero que se
apareciera. Casi había perdido los estribos con Hermione... ¿sería capaz de golpearla? Se le
revolvió el estómago de solo pensarlo. No, tenía que tranquilizarse... Ya había pasado por
cosas peores, por momentos más inestables que éste. Tenía que reponerse e ignorarlo.
        Sí, eso. Práctico y sencillo. Su nombre, su rostro, su voz... todo lo que se refería a ella
lo atormentaba a cada segundo, recordándole su error y su maldita suerte, poniéndolo de un
humor insoportable, obligándolo a pelear con quienes menos deseaba hacerlo... Pero, si
lograba calmarse y concentrarse, quizá podría bloquear aquel episodio de su vida, así como
tantas veces había querido hacerlo con la muerte de Sirius...

        ¿Olvidarlos? Ni en sueños. Stella y Sirius habían calado demasiado hondo como para
desterrarlos de su memoria... aunque, bueno, el recuerdo de Sirius era marca indeleble, al
menos hasta que llegara el día de ajustar cuentas con una desastrada mujer llamada
Bellatrix Black Lestrange. Pero Stella... su recuerdo era desechable. Tenía que serlo, o al
Francisca Solar

menos lo intentaría. Llegó a su vida tan rápido... y con la misma agilidad la arrancaría de su
cabeza. Era lo más sano que podía hacer, y lo sabía. Hermione había dicho que Stella moría
por hablar con él, pero... ¿qué iba a decirle?. “Siento haberte ilusionado, Harry, pero no me
relaciono con inferiores...”. Al diablo, no estaba dispuesto a escuchar semejante burla. Ya
había tenido demasiado. Había perdido a las personas más importantes de su existencia: sus
padres, Sirius... y después del dolor que había significado comprender que jamás tendría una
familia, no estaba dispuesto a seguir sufriendo. Estaba harto; hace 16 años que su mente y
su corazón no tenían descanso. Antes sólo su cicatriz era la causa de sus males y
desventuras, pero ahora incluso su condición de humano comenzaba a estorbarle. Era más
de lo que podía soportar y, por primera vez, intentaría tomar el camino más fácil.

        Altos Elfos... bah. Para él no eran más fascinantes que los centauros o los escregutos
de cola explosiva. Si son tan poderosos como dicen, podrían hacer el trabajo ellos solos.
Podrían luchar en solitario contra Voldemort cuando se digne a aparecer, y así él tendría un
lío menos de qué preocuparse. Eso, optaría por eso. ¿No era su filosofía? Los magos a un
lado, los ultra-majestuosos-elfos-de-la-nada al otro, y así todos felices. No más enredos, ni
malos entendidos, ni citas desastrosas o ilusiones rotas. No más nada.
        Amargamente satisfecho con sus conclusiones, Harry metió una de sus manos en el
bolsillo de su túnica. De ahí extrajo una cinta de seda, suave, brillante y llamativa... aquella
que alguna vez perteneciera al pijama de Stella. “Su disfraz” sentenció él duramente,
mientras entrelazaba la cinta en sus dedos. Entonces miró hacia el frente y no lo pensó un
segundo; arrugándola en el puño con una piedra cercana, la lanzó al lago con todas sus
fuerzas. Apenas se escuchó un débil “plop”, pero unos segundos después algunas burbujas
subieron a la superficie. Dolido, esperaba que el calamar se la hubiera tragado. Acto seguido
hizo ademán de levantarse, olvidar la rabia y seguir con su vida (si es que tenía una), pero
tuvo la mala idea de voltear hacia el castillo para ver si las clases habían terminado. Ahí, en
el corredor abierto del tercer piso, ala oeste, divisó el pausado caminar de dos esbeltas
figuras, una de ellas tristemente familiar. Stella y otra chica, indudablemente elfa, se habían
detenido en uno de los ventanales y miraban a los jardines con melancolía. Harry tragó
saliva, contrariado. Aún cuando no podía perdonarla por lo que había hecho, aún cuando
quería odiarla con todas sus fuerzas, su sola presencia lo hacía estremecer, nublando su ira,
deseando abrazarla...

        Se tomó la cabeza con ambas manos y la agitó violentamente. ¿Dónde habían quedado
sus propósitos? ¿Tan fácil los había olvidado? Tenía que tranquilizarse, concentrarse...

- Brillantes criaturas de exhibición, ¿no Potter?. Apuesto a que quisieras una para ti.

        El rostro puntiagudo de Draco Malfoy se contrajo en una mueca despreciativa, alzando
las cejas hacia donde estaban Eleneär y su damisela. Su indeseable grupo de amigos rió por
lo bajo, resguardándose tras sus capas. Harry contó pausadamente hasta diez, quieto,
intentando dominar aquella voz en el fondo de su cabeza que lo instaba a golpear a
alguien...

- ¿Pero es que aún no te enteras, Draco? – comenzó a decir Crabbe, en un tono de absurda
inocencia – Potter ya está en problemas. Besó a una, y si los elfos llegan a saberlo, lo
matarán – sentenció, ahogando una carcajada.

- ¿Q-Quién te dijo eso...? – preguntó Harry, choqueado y molesto. Había abandonado el


césped de un salto.

- La próxima vez que beses a alguien en tu sala común, aléjate de la ventana, ¿quieres?.
Puede que alguien con estómago delicado esté observando – respondió Draco, sarcástico,
aludiendo sin duda a la noche de Año Nuevo. Harry se sonrojó levemente, pero su molestia
lo hacía disimular.

- Vámonos, Draco. Si nos peleamos con Potter, ella vendrá a rescatarlo... - dijo Pansy,
apuntando hacia arriba. Draco observó a las Elfas un momento, absorto - ...y no quiero
toparme con ninguno de esos fenómenos...

- Tampoco nosotros – opinaron Crabbe y Goyle al unísono, haciendo un gesto de repulsión.

        Draco apenas se percató de los comentarios. Estaba demasiado concentrado en una


Francisca Solar

chica de ojos lila como para prestarle atención a algo más. ¿Qué tenía Eärendil para atraerlo
de esa manera...? Era una Elfa, una criatura distante y ajena, perteneciente a un mundo tan
o más detestable que el Muggle...

- ¡¡Draco!! – lo llamo Pansy, visiblemente irritada. Era la cuarta vez que lo hacía, pero Draco
no daba señales de escuchar. Aprovechando el momento, Harry se le acercó y le golpeó el
hombro, sin mucha fuerza en realidad. Si no hubiera ido contra su eterna postura de
hostilidad, Pansy le hubiera dicho “gracias” - ¡¡Draco, vámonos!!

        El chico platinado demoró unos segundos en reaccionar. Miró a Harry como si recién se
percatara de su presencia, extrañado, embobado... hasta que recordó dónde estaba, con
quién, en qué circunstancia...

- Nos vemos, Potter – se despidió Draco, sardónico, aunque no demasiado convencido,


mientras Pansy lo jalaba de la túnica.

        Harry lo siguió con la vista hasta que entraron en el castillo. Había notado su expresión
mientras observaba a Stella y la otra chica. ¿Qué es lo que pretendía? Como un repentino
ataque de acidez, algo caliente le revolvió el estómago y se alojó en su garganta. Apretó los
puños. No quería admitirlo, pero no cabía duda alguna: estaba celoso. Volvió a girar la
mirada hacia el corredor del tercer piso, pero las Elfas habían desaparecido. ¿Stella había
jugado también con Malfoy? El solo hecho de pensarlo le hacía hervir la sangre. Que tenga
que casarse ya es lo suficientemente horrible, pero Malfoy...

        -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Salpicó la mitad de su taza de té en la alfombra del pasillo. El portazo no sólo había


sido repentino, sino además estruendoso. Con los nervios de punta, Peter Pettigrew se
apresuró al vestíbulo. ¿El Amo había llegado ya? Pero era imposible; sólo había salido hace
un par de horas...
        Se encontró con Bellatrix al pie de la escalera. Impaciente, intentaba quitarse el largo
abrigo negro, y apenas lo hizo, lo lanzó hacia el perchero junto con su máscara. Ésta hizo un
ruido de trizura, pero no pareció importarle.

- E-El Amo no est...

- ¡Ya sé que no está! – le gritó Bellatrix rápidamente, enfurecida - ¡¿Crees que tendría la
osadía de presentarme si sólo tuviera malas noticias?!

Pettigrew juntó las manos a la altura del pecho, suspicaz. - ¿M-Malas noticias?

        Bellatrix deseó haber callado. Se maldijo a sí misma por su imprudencia, y sin siquiera
dirigirle la mirada, atravesó el comedor, se detuvo en la sala y se sentó, tosca y
ruidosamente, a un lado de la chimenea. Tenía su varita fuertemente apretada al puño,
como si esperara la menor provocación para descargar su rabia. Pettigrew tragó saliva; no
sería él quien le diera un motivo.

- ¿Y Macnair, Avery, Rookwood...? – preguntó ella de repente, sobresaltando al calvo y


rechoncho Colagusano. Él agitó la cabeza.

- No lo sé. No se han aparecido en días... El Amo estaba muy preocupado de que las cosas
no estuvieran saliendo bien...

        Bellatrix bajó la mirada y arrugó el rostro. Pettigrew adivinó su expresión: era miedo.

- ¿El Amo te ha mencionado algo sobre mi misión? – volvió a preguntar, algo nerviosa.
Colagusano negó.

- Nada. Supongo que confía demasiado en ti como para creer que estás fallando...

- ¡¿Fallando?! – exclamó, irguiéndose de un salto. Apuntó su varita hacia él - ¡¿Quién ha


dicho que estoy fallando?!
Francisca Solar

Pettigrew dio un par de pasos hacia atrás, escudándose torpemente con su mano de hierro.
- T-Tú lo dijiste... “M-M-Malas not-t-ticias”...

        Bellatrix lo observó un momento, dudosa. Arrugó la nariz en un gesto de asco, desvió


la mirada y extendió con furia su brazo hacia la chimenea. Un chorro de luz rojiza se escapó
de la punta de su varita, chocó contra la leña y elevó tanto las llamas que Colagusano pensó
que su mano se derretiría.

- El muy desgraciado debe estar riéndose a carcajadas en este momento... estaba tan
cerca... – dijo ella por fin, golpeando ligeramente el sofá más cercano con los nudillos.

- ¿Aún no lo atrapas? – especuló, alzando una ceja. Ella le dirigió una mirada de odio.

- Al parecer tu amiguito sabía muy bien dónde esconderse... – respondió, alterada – Esa
casa está maldita.

Colagusano carraspeó, haciéndose el ofendido.


- Él no es mi amigo – corrigió, pero Bellatrix no dio señal de tomarlo en cuenta. Luego bajó
la mirada, intentando no admitir su interés - ¿D-De qué casa hablas?

- Una choza gigante a las afueras de Hogsmeade. Es sólo un montón de madera, pero se ha
vuelto una pesadilla.

        Pettigrew se movió entre las sombras ágilmente, pensando en la mejor forma de


disimular su avidez por información. Como quien comenta el tiempo atmosférico, se mantuvo
en un tono casual.

- Bueno, ya sabes que eso de los fantasmas debe ser un mito pueblerino que...

- ¡No puedo entrar en ella! ¿Entiendes? – le gritó, incapaz de dejar que el pobre Pettigrew
terminara siquiera una frase – No importa lo que haga, no puedo tocar ni una sola rendija...
Los Dementores están desesperados, sintiéndolo tan cerca, sin lograr acercarse...

- ¿Has probado algún contrahechizo? – sugirió, inocente. Su pequeño cerebro ya había


comenzado a unir algunas piezas.

Bellatrix bufó con impaciencia.


- ¿Con quien crees que estás hablando? – lo encaró, en un desagradable tono de
superioridad – He intentado cientos de conjuros, algunos aprendidos directamente del
maestro, pero nada. El estúpido de mi primo ha estado bajo mis narices hace semanas, y
aún no puedo apretar su cuello... – Abrió y cerró su puño en el aire, furiosa – Si el Amo
llegara a enterarse... pero no, encontraré la manera, haga lo que haga...

        Peter Pettigrew no dijo nada. Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro, pero volteó
lo suficiente para que Bellatrix no lo notara. Sabía que, después de todo, ocultar algunas
cosas sobre su pasado le serían de gran ayuda en determinado momento. Según lo que pudo
entender, para Bellatrix y el resto de los mortífagos, la Casa de los Gritos no era más que
una construcción en ruinas, protegida, eso sí, por un escudo invisible que no podían soslayar.
Ella y los Dementores habían pasado semanas intentando quebrantar la entrada, pero era un
esfuerzo vano, y Pettigrew lo sabía bien. Estaban perdiendo el tiempo pero, ¿A quién se le
ocurriría preguntarle al más inservible y pequeño de los seguidores del Señor Tenebroso?.

        Dejó escapar una risita de entusiasmo, pero la disimuló pronto con un estornudo
forzado, agachándose junto a un sillón para sacudir la alfombra. Nadie reparaba en él; nadie
creería que él tuviera la respuesta para alguna materia de importancia vital. Nadie tomaba
en cuenta al regordete Colagusano, ni siquiera el propio Amo de las Tinieblas, quien le debía
a su humilde servidor gran parte de la ayuda empleada en su regreso de las garras de la
muerte. Pero no, nadie parecía recordarlo o apreciarlo, aún cuando su mano metálica no era
una imagen fácil de eludir. Pettigrew se había convertido en el criado de turno, aminorado y
jamás reclutado en la lista de los Mortífagos, pues al parecer no era digno del puesto. Sólo
servía el té; limpiaba la casa, enviaba y recibía mensajes, custodiaba la guarida... y servía
más té.
Francisca Solar

        Pero ya no más; esta era su oportunidad de sobresalir, de hacer algo grande, heroico,
a la altura de cualquier mortífago. Ahí donde Bellatrix fallaba, él poseía una silenciosa
ventaja, y era el momento de aprovecharla. Todos sabían de su anterior amistad con Remus
Lupin, Sirius Black y James Potter, claro; la historia sobre su ruptura del encantamiento
Fidelio para entregar al pequeño Harry había llegado a los oídos de todos los seguidores del
Señor Tenebroso, pero nadie, nadie conocía sus andanzas una vez al mes en aquella casa de
la colina, antiguo refugio de un lobo, un perro, un ciervo y un ratón. Nadie sabía, ni siquiera
el maestro, sobre lo provechosa que podía llegar a ser la condición de Animago...

        Bellatrix avanzó tan rápido hacia la escalera que obligó a Colagusano a abandonar
violentamente sus pensamientos, quebrando uno de los candelabros a raíz del sobresalto.

- ¿Witched está arriba? – preguntó ella en voz alta desde el primer escalón, rumiando su
furia.

Pettigrew no movió un pie.


- ¿La lechuza? Sí, debe estar en la habitación del Amo, si es que Nagini aún no la ha
devorado...

        Haciendo caso omiso a la tentativa humorística de Colagusano, Bellatrix subió


rápidamente los peldaños, rebotando el eco de sus botas desgastadas en los muros de
piedra. Pero Pettigrew se sentía bien, mucho más animado que hace unas horas atrás. Su
limitado cerebro estaba sobreexcitado por las posibilidades que se abrían en su horizonte
inmediato. Él podía atrapar al indeseable, sabía como entrar, y lo cogería con sus propias
manos. Sin intermediarios, sin plazos. El Amo lo condecoraría, estaba seguro. Era su día de
suerte.
        Ya había arrinconado a Sirius Black una vez. Repetirlo sería pan comido.

        -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Albus Dumbledore jamás había visto arder furia en los ojos de Molly. Conocía de fuente
directa su terco carácter, su protección maternal ante todo y sus nervios a prueba de balas,
pero observarla en plena batalla visual con alguien a quien supuestamente no debería
enfrentar (no se podía molestar a los Elfos) simulaba una novedad, si no grata, al menos
sorprendente.

- Molly, querida, me parece que no tiene caso discutir... – concluyó Arthur, si bien más
calmado su esposa, fruncía el ceño en signo de molestia.

- Es que, Arthur... ¡Esto es ridículo! – exclamó, levantando uno de sus puños. Dumbledore
permanecía impávido - ¡Tenemos derecho a hablar con ella!

- Ningún Istari tiene derecho sobre Eleneär – se apresuró a recalcar Améthles, tajante, sin
mover más músculos de los necesarios – Te ruego que dejes de insistir.

- ¡Eres tú quien no tiene derecho! – le gritó, prácticamente fuera de sí, acercándose a ella -
¡Ohtar la dejó a nuestro cargo, ella es nuestra responsabilidad! Ella es... es... ¡Es como mi
hija!

Los ojos de Améthles se abrieron al máximo, ofendida.


- ¡Pero qué arrogancia! – gruñó, en un tono entre sorpresa y desagrado – Hace 15 años que
les explicamos todo esto... ¿tendré que repetirlo? ¡Cada vez me sorprenden más las
limitaciones de su raza!

- Sin insultos, Améthles, hazme el favor – habló Dumbledore, calmado – Estás en mis
terrenos, no lo olvides.

Ella agitó su largo cabello amarillo, mostrando su desaprobación.


- No lo olvido, Dumbledore. A excepción de tus amigos presentes, mi memoria es excelente
– objetó, elevando la barbilla en señal de superioridad. Molly gruñó entre dientes algo
ininteligible.

- ¿Podríamos dejarle un mensaje, al menos? – pidió Arthur, en un tono duro pero sin perder
Francisca Solar

los modales. Améthles negó con la cabeza - ¡No puedes negarte a eso!

- Como tutora de Eleneär, puedo hacer lo que me plazca – rectificó ella, tensando los labios.
Dumbledore creyó que Molly se lanzaría en una nueva discusión en cualquier segundo, por lo
que se levantó de su escritorio, apoyando su mano en el hombro de la perturbada pelirroja.

- Te ruego, Améthles, que no desconozcas la estrecha relación entre Eleneär y la familia


Weasley. Aunque tu pueblo les de la espalda, Ohtar les otorgó su custodia al nacer. Él era su
padre, y su palabra permanece aún cuando haya fallecido hace tanto...

- Ohtar no es nadie – pronunció, altiva y asqueada, curvando sus labios en una sonrisa
despectiva – Perdió el respeto de nuestra estirpe el día que se unió a ustedes, a la Orden del
Fénix. Se lo dijimos, se lo advertimos... Tener una lucha común no significa tener que
mezclarnos...

- ¡Cómo puedes hablar así de él! – se sorprendió Molly, iracunda - ¡Era tu hermano!

- Era un traidor – corrigió Améthles, sin tapujos - ...un desertor y un iluso. Mientras él fue
nuestro líder casi nos lleva al exterminio. Nos dio la espalda por perseguir una causa perdida.
Si no fuera por Ingolmo, no hubiéramos sobrevivido... – afirmó, evadiendo la mirada de odio
de Molly – La palabra de Ohtar ya no significa nada para nosotros. Debió pensarlo dos veces
antes de mezclarse con el mundo Istari... o antes de entregar a su hija a un par de... de... –
antes de decir algo peyorativo, lo pensó dos veces - ...de desconocidos.

- ¡No voy a permitirlo! – exclamó Molly, indignada, al tiempo que Arthur la sujetaba del
brazo – Arthur, ¡nos llamó “desconocidos”! Recuerda, odiosa engreída, que nadie conoció a
Ohtar mejor que nosotros... éramos sus amigos...

- ¿Cómo me has llamado? – la interrumpió Améthles, ofendida, pero Molly no dio señales de
escucharla.

- ...y habría hecho cualquier cosa por su pueblo, ¡lo que sea! Pero salvar a Eleneär era su
prioridad, y si confió su vida a nosotros y no a ustedes, ha de ser por algo. Así que,
escúchame bien, tú... tú... – la apuntó, acercándose, conteniéndose para no comenzar a
arañarla – Exijo ver a Stella en este preciso segundo. ¡Soy su madrina y tengo más derecho
que nadie!

- ¡Su nombre es Eleneär! – exclamó la Elfa de vuelta, y aunque su rostro luchaba por
permanecer impávido, sus ojos irradiaban ira – ¡Esto es inconcebible! Me retiro, Dumbledore,
he tenido bastante. Creí que aquella noche, 15 años atrás, habíamos dejado las cosas claras.
Nuestra Aranel está fuera de la jurisdicción Istari, y no hay nada más qué decir – concluyó,
elevando la voz – Además, no fue ella quien trajo la comisión Tareldar hasta Inglaterra...

- Estamos conscientes de ello – se apresuró a decir Dumbledore, antes de que Molly pudiera
intervenir con algún acalorado comentario – Están aquí por nuestro enemigo en común, y
siempre estaremos agradecidos por su gentileza al aceptar venir a ayudarnos...

- Si hubiera sido mi decisión, jamás habríamos regresado a estas tierras – habló, aún con
aquel aire ofendido - ...pero era Ingolmo quien debía discernir y sólo me queda acatar –
Volteó hacia Molly, segura, y la apuntó – Podrán compartir nuestra mesa, nuestras tácticas...
unir fuerzas en batalla, pero a Eleneär nunca, nunca la tocarán.

        Lágrimas de impotencia comenzaron a deslizarse por las mejillas de Molly, pero no


quiso gastar sus fuerzas en una nueva discusión. Arthur la cubrió suavemente con sus
brazos, al tiempo que Dumbledore hacía un gesto a Améthles para escoltarla hasta la salida
del despacho. Pero no pudieron avanzar mucho. Apenas bajaron la escalerilla cerca del
escritorio, las puertas de madera se abrieron con estruendo, y tras ellas, un agitado Lupin se
abrió paso.

- Remus – lo detuvo Arthur, justo en el momento en que Lupin se percataba de la inusual


reunión en la oficina del Director. Carraspeó un par de veces, alisó su túnica
improvisadamente e hizo una breve reverencia ante Améthles, quien ni se inmutó. Llevaba el
cabello despeinado, barro en los zapatos y polvo en los hombros, pero lucía una amplia
Francisca Solar

sonrisa.

- Lo siento, profesor Dumbledore. No sabía que estaba ocupado – se disculpó, más alegre
que acongojado - ...pero tenía que venir. ¡Me urgía la noticia!

        Albus Dumbledore se separó lentamente del lado de Améthles y apremió a Remus con
la mirada. En una chispa de entendimiento, Arthur creyó adivinar, acercándose a Lupin con
nerviosismo. Molly había dejado de llorar.

- Sirius – pronunció Dumbledore, fuerte y claro, en un tono esperanzador. Los ojos de


Remus brillaban en un gesto de afirmación.

- Más vivo que nunca – agregó él, casi al borde de la risa nerviosa.

        Molly se aferró al brazo de su marido, estupefacta, al tiempo que Dumbledore juntaba


sus manos en señal de triunfo. La Orden estaba completa. Renacería.

Cap. XX: Tras el Velo de Hades (Behind Hades Veil)

        Se levantó como pudo y echó a correr. La visibilidad era casi nula: el Bosque Prohibido
en una noche de invierno podía llegar a ser realmente aterrador. Pero lo que menos
preocupaba a Harry en aquel momento eran los insondables misterios de los parajes oscuros
de Hogwarts... Si no se daba prisa, los Dementores lograrían su cometido, y si así fuera no
se lo perdonaría jamás.

        Una rama esquiva rebotó en su brazo y le arañó el rostro, pero no tuvo tiempo para
lamentarse. Fudge ya había dado el aviso en un desesperado intento por imponer la ley: los
guardianes de Azkabán tenían permiso para besar a Black apenas lo encontraran. Pero no
podían hacerlo, él no los dejaría. Sirius era su familia, su única familia; hace sólo unas horas
se había enterado de su inocencia, y lo protegería con su vida... Sólo esperaba producir un
Patronus lo suficientemente robusto como para mantener a raya a una decena de
horripilantes criaturas. Pero para ello necesitaba un recuerdo feliz, Lupin se lo había
advertido. “Voy a vivir con mi padrino, voy a dejar a los Dursleys” comenzó a repetir en su
cabeza, mientras se acortaba la distancia que lo separaba del lago. A lo lejos se escuchó el
aullido apagado de un lobo... Harry esperaba que Lupin se encontrara bien, donde quiera
que haya ido. La luz de luna llena ya comenzaba a fulgurar entre los árboles... Sólo unos
metros, unos metros más...

        La orilla sur del lago de Hogwarts se hallaba completamente desierta. Harry se detuvo
Francisca Solar

a centímetros del agua. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaban todos? Habría jurado que
Hermione le pisaba los talones. Ron no habría podido levantarse y alejarse del Sauce
Boxeador, ya que su pierna rota se había agravado cuando Pettigrew intentó escapar. De
Snape, ni hablar; seguía inconsciente, flotando sobre el césped y con un hilillo de sangre
brotando de su cabeza. Pero Sirius... él corrió hasta esos terrenos, debía de estar ahí,
rodeado de Dementores, buscando su muerte... Confundido, se tomó la cabeza con las
manos y su cicatriz comenzó a arder. Ahogó un grito de dolor, dejó caer su varita en el pasto
mojado y comenzó a caminar a tropezones. Rodearía kilómetros de costa si fuera necesario.
Sirius debía estar en algún lugar, no muy lejos, implorando por ayuda...
        Entonces volteó. Un leve movimiento en la superficie del lago llamó su atención. Desde
aquella posición era imposible dilucidar qué era, por lo que se acercó lo más que pudo,
sigiloso... Era un bulto mediano, pero la noche no le permitía saber detalles. Al comienzo
creyó que se trataba del calamar gigante, pero aquella sombra acuosa era demasiado
pequeña para comparársele. Una repentina curiosidad lo embargó, y sin pensar
detenidamente en sus acciones, dio un paso adelante, hundiendo los zapatos en el agua
helada. Tenía que saber qué era, tenía que alcanzarlo...

        Un minuto después el agua le llegaba a la cintura. Su túnica empapada suponía un


peso enorme al avanzar, por lo que intentó quitársela aún cuando las manos le temblaban,
amoratadas por el frío. Poco a poco aquel bulto tomó forma, incluso colores. Lo que antes
parecía una masa ambigua, ahora se separaba en trazos, extremidades. ¿Brazos? Sí, podía
ser; no estaría seguro hasta tocarlo. Estiró la mano, hizo el esfuerzo... hasta que topó con
algo esponjoso, enmarañado en hebras rojizas.

- ¿Sirius? - habló, casi sin sonido, volteando con nerviosismo el cuerpo inerte que flotaba
frente a él. Pero no descubrió a Sirius, ni a ningún hombre que se le pareciera; era una niña,
una niña de cabello largo y ojos color cielo, gélida, muerta... - ¡¡NOOOOOOOOO!!

        Saltó de la cama a través de los resquicios de aquel grito, pero no había despertado
por completo hasta que sintió unos golpes en su mejilla. Tenía el pijama empapado en sudor,
el estómago revuelto y una cicatriz en forma de rayo ardiendo con intensidad a un lado de su
frente. Sin siquiera tomar sus gafas, corrió hasta los lavabos, tambaleándose. Se arrodilló
ante el primer excusado justo a tiempo para vomitar todo lo que había comido en la cena
anterior. Oyó unos pasos tras él, pero estaba demasiado mareado y asqueado como para
voltear.

- Harry... Harry, ¿estás bien? - le preguntó una voz, pero él no contestó. Apenas tenía
fuerzas para levantarse - Ven, déjame ayudarte...

        Sólo veía una imagen borrosa, sombras y luces dispersas, pero mientras intentaba
enfocar, sintió unas manos que lo cogían por los hombros y lo reincorporaban del suelo.
Aquella voz le era muy familiar...

- ¿Profesor Pittycarp? - habló Harry, parpadeando para cerciorarse de que fuera él - ¿Qué
está haciendo aquí...?

        Libertes Pittycarp sonrió amigablemente en respuesta, extendiéndole sus lentes, pero


Harry volteó justo en aquel segundo para sumergir la cabeza bajo el grifo de agua fría. El
profesor esperó varios minutos hasta que él se hubiera recuperado y, mientras se frotaba el
cabello con una toalla, recibió agradecido sus gafas. Haciendo como si intentara ponérselas
contra el reflejo de la ventana, Harry aprovechó el momento para dar un vistazo al lago.
Parecía tan quieto como siempre, pero aquel hecho sólo lo hacía palidecer más.

- Más pesadillas, me atrevo a adivinar - comenzó a decir Pittycarp, tomándole el hombro


derecho. Harry volteó hacia él - Admiro como lo soportas sin chistar, pero no creas que ha
dejado de ser un tema para la Orden. Hace mucho que trabajamos en la solución para...

- No vino a las tres de la mañana para decirme sólo esto, ¿verdad? - lo encaró Harry, en un
tono más agrio del que habría deseado. No le gustaba el hecho de que alguien presenciara
sus peores momentos de debilidad, pero más que nada, necesitaba salir corriendo de ahí lo
antes posible, con tal de cerciorarse de que su pesadilla sólo fuera eso: un sueño.

- No, Harry, en realidad no - respondió el profesor, sereno. Si llegó a molestarse por el tono
Francisca Solar

de Harry, lo disimuló muy bien - Venía a buscarte. Necesito que me acompañes - explicó,
recalcando la última frase con una pizca de nerviosismo.

Harry alzó una ceja, reticente.


- ¿Ahora? Es decir, como puede ver no me siento muy bien y muero de sueño... - mintió,
rozando suavemente su cicatriz con la yema de los dedos.

        Una vez más dirigió la mirada hacia la ventana, fugaz, y Pittycarp siguió su
movimiento, curioso. Sin esperar a que Harry le explicara el porqué de sus acciones,
carraspeó y retomó el punto.

- Harry, es muy importante que me acompañes - repitió, esta vez bastante serio y profundo,
lo que dejó a Harry con sentimientos encontrados - Vamos, ve a cambiarte. Te esperaré en
la Sala Común.

        Y así sin más, salió de los lavabos. Harry no tuvo tiempo para preguntar nada, pero la
insistencia del profesor había abierto su curiosidad. ¿Qué podría estar sucediendo a estas
alturas de la noche?. Sin querer perder más tiempo - sobre todo por el hecho de tener que
correr a los jardines con urgencia - fue hasta su baúl, sacó su uniforme y se vistió sin
respirar. Unos minutos después se encontró con Pittycarp, apoyado melancólicamente en la
chimenea de la Sala.
        Apenas cruzaron palabra y comenzaron a andar. El retrato de la Señora Gorda se cerró
silenciosamente tras sus pasos, y sin tener la menor idea de a dónde se dirigían, Harry se
limitó a seguir el movimiento de la capa de su profesor. Cruzaron varios pasillos, subieron un
par de escaleras, y ya en el que parecía ser el último corredor, Harry no contuvo las ganas
de hacer un comentario.

- ¿Por qué vamos a la enfermería? - preguntó, reconociendo el pasadizo lleno de óleos de


antiguos "sanadores" del mundo mágico, así como las enfermeras que ocuparon el puesto en
Hogwarts antes de Madame Pomffrey.

        Pittycarp no respondió, pero por primera vez en la noche, dibujo una sonrisa tibia en
sus labios, seguido de un gran suspiro de nerviosismo. ¿Le habría pasado algo a Ron o
Hermione? O quizás... Sintió una punzada en el pecho. ¿S-Stella? ¿La habrían encontrado
ya? Entonces... entonces su sueño había sido una verdadera visión, como tantas otras
veces... ¿Sería eso? ¿Lo habría levantado Pittycarp a las tres de la mañana para comunicarle
la noticia, para que reconociera el cuerpo? No, era imposible, no podía ser. No había sido una
completa visión... Su sueño había comenzado con el recuerdo de los Dementores en tercer
año, cuando persiguieron a Sirius y casi le dan el beso de la muerte. El resto sólo debía ser
un desvarío. Eso, sí, había sido una pesadilla común. Tenía que serlo, pero... ¿Para qué,
entonces, su profesor de Defensa lo traía hasta acá?

        A sólo unos pasos de la entrada, Harry pudo distinguir unos murmullos. Al parecer
había mucha gente ahí dentro. ¿Para qué se reunían? Estiró el brazo para tomar la manija,
pero Pittycarp se interpuso. Un brillo misterioso iluminaba sus ojos.

- ¿Seguro que estás bien, Harry? - le preguntó, apremiante. Harry asintió - Te sugiero que
estés lo más tranquilo que puedas, ¿sí?.

        Harry no contestó. No tenía idea de a qué se refería, pero antes de que pudiera
preguntar, Libertes empujó la puerta de madera y dejó entrever el gran cuarto cuadrado de
la Enfermería, lleno de numerosas camas empotradas en las paredes, biombos verdes en
algunas esquinas, e iluminado por la luz tenue de varios candelabros levitando a ciertas
distancias. Claro que - como pudo percatarse tras la milésima de segundo que duró su
recorrido visual por el lugar - no se trataba de una noche cualquiera de un par de
estudiantes con dolor de estómago. Casi al final de la sala, un gran grupo de personas se
reunía en torno a una camilla, aunque desde la entrada era imposible saber quién la
ocupaba. Pero no demoró demasiado en descubrir la identidad del resto: apenas cubierto por
los otros, el rostro sereno pero alegre de Albus Dumbledore destacaba a la luz de una vela
cercana. Junto a él, Remus Lupin, Arthur Weasley, Dedalus Diggle y Kingsley Shackelbolt
ocupaban la delantera de la cama, mientras que a los lados se hacían un espacio Molly,
Tonks y Emmeline... Incluso divisó a Bill, el mayor de los hermanos Weasley, a quien no veía
desde el año anterior. Rápidamente sacó las cuentas: era la Orden del Fénix en pleno,
Francisca Solar

pero... ¿Por qué?.

        En eso – Harry todavía no había dado ni siquiera un paso dentro de la enfermería – el
grupo estalló en una carcajada. Sorprendido, vio como Pittycarp hacía eco de aquella, y
distinguió las voces... salvo una. Una de ellas, profunda y entusiasta, se elevaba en volumen
por sobre las otras y mantuvo el tono risueño incluso hasta que los otros hubieron callado.
Fue entonces cuando lo supo, congelándole la sangre bajo la piel. No... no podía ser, era
imposible. ¿Era... era él? ¿Estaría soñando aún? Quizá desvariaba. Porque no, él no... él
estaba muerto...

        Pittycarp cerró las puertas de la enfermería tras de sí, golpe que hizo voltear al grupo
en un instante. Todos aguantaron la respiración al ver a Harry, atónito, erguido bajo el
umbral sin poder mover un músculo.

- ¿Quién es? – preguntó aquella misteriosa voz, y acto seguido Tonks y Molly se hicieron a
un lado para que pudiera ver. Estaba semi recostado sobre un par de almohadillas, llevaba el
pelo negro recogido a la altura de la nuca, algunos rastros de heridas en su mejilla y una
gruesa venda en su mano derecha. Al ver a Harry quedó absorto unos segundos, pero pronto
sonrió, conmovido - ...al fin. Ahí estás. Ven acá y dame un abrazo.

        Harry sintió que la fuerza abandonaba su cuerpo de golpe. No se sentía capaz de hacer
ni el más mínimo movimiento. Estaba paralizado, demasiado choqueado como para decir
algo o reaccionar. ¿Era un sueño? Si fuera así, era el más cruel que había tenido jamás. Él
estaba ahí, más cerca que nunca, sonriéndole, rodeado de sus amigos y colegas... ¿Podría
ser cierto? ¿Podría ser que, por alguna extraña razón, por algún milagro desconocido, Sirius
haya regresado de la muerte?...
        Aún debatiendo internamente sobre la veracidad de la escena frente a sí, Libertes
Pittycarp apoyó una mano en su hombro, instándolo a andar. Su roce era demasiado fuerte,
se sentía muy real como para ignorarlo... por lo que, sin saber cómo, dio un paso adelante, y
pronto lo siguió el otro pie. De a poco apresuró la marcha, y lo que segundos antes habían
sido unos pequeños pasos tímidos, ahora eran grandes zancadas. Cualquier cosa con tal de
llegar hasta él lo antes posible, tocarlo, convencerse de que era cierto...

        Sin medir la torpeza de sus actos, pasó a un lado de Tonks, se apoyó en la camilla y
abrazó a Sirius con todas sus fuerzas. Él respondió al abrazo instantáneamente, con los ojos
llenos de lágrimas. A Harry no le importaba tener que perder su postura de adolescente-casi-
adulto avalanzándose de esa manera sobre su padrino: era un acto de cariño, de
desesperación, de angustia, y fue lo único que se le ocurrió hacer. Molly dejó escapar un
sollozo.

- Harry... – balbuceó, con un nudo en la garganta - Harry... también me da gusto verte, pero
deja de apretarme o vas a romperme la única costilla sana que me queda – bromeó, en una
sonrisa nerviosa, mientras Arthur y Kingsley reían detrás. Dumbledore sonrió cálido bajo su
barba.

        Harry hizo caso de la petición de Sirius y aflojó el abrazo, mirándolo luego a los ojos.
Tenía los lentes empañados.

- ¿C-C-Cómo...? – atinó a decir, con un hilo de voz y el pulso acelerado. Sirius movió la
cabeza, aún sonriendo.

- Luego – respondió, tratando de tranquilizarlo. Le revolvió aún más su pelo azabache y le


golpeó suavemente en la mejilla. Sus ojos transmitían emoción y prisa – Hablaremos de eso
luego.

- Mañana, sería mejor – opinó Molly de pronto, secando su propia mejilla con un pañuelo –
Tienes que descansar, Sirius. No has tenido más que jaleo desde que llegaste.

- Es que me gustan las reuniones festivas – dijo, guiñándole un ojo a Harry. Él, sentado a su
lado en la camilla, aún no lograba procesar bien todo lo sucedido.

- Molly tiene razón – habló Dumbledore desde atrás, en un tono profundo y sereno. Dedalus
se hizo a un lado para que se acercase – Me parece que te hemos agobiado mucho por hoy.
Francisca Solar

Mañana tendremos opción de seguir conversando... pero, si lo deseas (y creo que así será),
puedo permitir que Harry se quede para hacerte compañía.

        Sirius volteó hacia Harry antes de contestar. Él asintió, todavía sin poder creer la visión
de la persona frente a sí, y luego Sirius sonrió hacia el Director. Éste entendió enseguida,
pero al tiempo que hacía un gesto al resto de la Orden para abandonar la sala, dos mujeres
irrumpieron en escena. Era Hestia Jones, acompañada de cerca por Madame Pomffrey, quien
se veía bastante agitada. Dumbledore alzó una ceja.

- ¿Todo bien, Poppy? – preguntó, preocupado, al tiempo que la enfermera asentía


levemente, evitando la mirada de Sirius.

- Ya le expliqué todo, Albus. Está más tranquila ahora – explicó Hestia, acariciando la
espalda de Poppy. Ella volvió a asentir.

- Pido mil disculpas por mi comportamiento, Albus – habló por fin, dejando ver su rostro
tenso y avergonzado – No sabía que... es decir, nunca me dijeron que el Sr. Black...

- Está bien, Poppy, ya pasó todo – intervino Lupin, calmado – Debimos haberte contado la
verdad hace mucho. Pero ya no importa. Así como tú acabas de hacerlo, todo el mundo se
enterará de la inocencia de Sirius para mañana...

- Cuento con eso – recalcó él, mientras Remus le sonreía con esperanza. Acto seguido tomó
la mano de Harry, quien parecía casi ignorado por los adultos, y lo sintió temblar. Sus ojos
se encontraron, y así pudo caer en la cuenta del caos que su regreso había causado en su
mente.

        Iba a pedir a Dumbledore que los dejaran solos, pero pronto nuevamente los
interrumpió una visita. Sus pasos se escucharon desde el pasillo, y para cuando todos
voltearon, ella ya estaba a unos metros del grupo. Era alta, delgada, de tez muy pálida y
nariz puntiaguda. Llevaba una capucha de viaje, y al deslizarla hacia atrás dejó entrever su
largo cabello platinado. Harry ya la conocía; la había visto una vez, en los mundiales de
Quidditch, pero su expresión era tan distinta ahora que la hizo prácticamente irreconocible.
Su boca ya no se curvaba en una eterna mueca de asco, como cuando la conoció, sino que
ahora, nerviosa, sonreía con calidez y caminaba con soltura. Por primera vez se dio cuenta
de lo hermosa que era.

- Vaya, ahora sí que es una fiesta – opinó Sirius, risueño, justo a tiempo para recibirla en sus
brazos. Harry alzó una ceja, confuso, mientras que Molly y Tonks hacían gestos de disgusto a
sus espaldas.

- Cuando Remus me lo dijo no pude creerlo – habló ella, entre lágrimas, mientras lo soltaba
del abrazo – Vine en cuanto pude.

        Molly dirigió a Lupin una mirada de odio, pero él se encogió de hombros. “Tuve que
llamarla” se excusó en voz baja, pero Tonks se cruzó de brazos y prácticamente salió
indignada del salón. No le agradaba mucho la visita de la hermana de su madre.

- Narcissa, estás corriendo un riesgo muy grande... Sé que me extrañaron, pero no sabía
que fuera para tanto – volvió a bromear, y ella sonrió. Harry la miraba embobado.

- Está bien, valió la pena. Tenía que asegurarme con mis propios ojos – dijo, acariciándole la
mejilla. Molly volvió a dar un leve bufido de molestia.

- ¿Qué tal mi viejo amigo Snape? - preguntó Sirius, pronunciando “Snape” como quien dice
“excremento” - No te ha dado problemas, supongo – continuó, y Narcissa le dirigió una
mirada de reprimenda, aunque sonreía. Dumbledore se mantuvo atento.

- Ya sabes cómo es... Aguanta el dolor en silencio. Pero creo que ya ha pasado lo peor. Aún
nos queda poción insomnia, pero no sé cuanto más pueda resistir, o cuanto más pueda yo
tenerlo escondido... – pronunció, algo asustada – Le he dicho que desista, pero no he podido
persuadirlo...
Francisca Solar

Sirius y Lupin intercambiaron miradas elocuentes.


- Si tú no puedes, no sé quien podría – opinó el último, sonriendo – Pero sí esa es su
decisión, déjalo. De todas formas está haciendo un gran trabajo por nosotros – concluyó,
mientras Dumbledore asentía.

- Severus lo sabe, por eso no se ha quejado...

- Bueno... Algo rescatable debía de tener el pobre hombre, ¿no?.

- ¡Sirius! – lo regañó Narcissa, en seudo broma – No hables así. Se mostró muy interesado
en saber sobre tu regreso...

- Claro, para ahorcarme por la noche mientras nadie lo vea – volvió a bromear, pero esta
vez Narcissa le dirigió una mirada severa. Entonces suspiró – Está bien, está bien. El tipo
tiene su mérito, lo admito, pero no me pidas que lo trate como mi mejor amigo, ¿si?. No
creo que lo merezca... sin menospreciar tus gustos, primita – sonrió al fin.

- Me parece que ya es tiempo de abandonar viejas rencillas, Sirius – opinó Dumbledore,


pausado – Han pasado casi 30 años y aún parece una pelea de colegiales.

- Siempre ha sido una pelea de niños – repitió Sirius, serio - ...pero todo a su tiempo. Por
ahora tengo mejores cosas en qué pensar...

        Entonces volteó hacia Harry. Su ahijado no había hecho más que escuchar las
conversaciones de otros, pasmado, aturdido. Nadie había reparado en él y en su confusión, y
aquello le hizo sentir a Sirius una profunda lástima. Le sonrió, y Harry intentó sonreírle de
vuelta.

- No pretendo ser maleducado ni nada, pero... ¿Podrían dejarnos solos? Harry y yo tenemos
una larga noche por delante – explicó, y lo siguió un asentimiento colectivo.

        Narcissa se levantó lentamente de la cama, no sin antes besarlo en la mejilla, y fue la


primera en abandonar la enfermería junto con Remus. “Nos vemos, amigo” le había dicho al
salir, mientras Sirius alzaba el puño, alegre. Molly, Arthur y el resto fueron saliendo
paulatinamente, hasta que sólo quedaron Madame Pomffrey y Dumbledore.

- Poppy se quedará en su despacho por si necesitan algo – explicó el director, y Sirius le


agradeció con la mirada. La enfermera giró sobre sus pasos y entró por una puertecilla
contigua, dejando todo en silencio. Dumbledore volvió a sonreír a Sirius y volteó hacia la
salida, pero la voz de Harry lo detuvo.

- Ehhh... ¿Profesor Dumbledore, Señor? – lo llamó Harry, inseguro sobre su capacidad de


comunicarse con naturalidad. Después de todo, el hecho de que la mayoría de los adultos lo
ignorara por un buen tramo de tiempo le había servido para calmarse y asumir en algo la
situación. Pero, y al ver al director alejarse, recordó algo importante, que le apretó el
estómago a causa de los nervios – Profesor Dumbledore... ¿Sabe algo de los Elfos? E- Es
decir, sobre si ya están dormidos, o... bueno...

        Dumbledore clavó la mirada en Harry con naturalidad. Él sabía que el director podía
sentir su ansiedad, sus ganas de saber algo en específico, pero no hacía nada por
evidenciarlo.

- Ya se fueron a dormir, sí. Hace poco estuve en su última reunión – dijo, en un tono neutral.

Harry asintió, no muy convencido.


- Pero, está seguro que... es decir... ¿TODOS están en sus habitaciones? – recalcó, y Sirius
alzó una ceja, suspicaz. Dumbledore no movió ni un músculo.

- Todos ellos, Harry, estoy seguro. Acabo de estar en el ala oeste. Pero si te preocupa algo
en particular puedo ir a cerciorarme – ofreció, tan sutil e incólume que era imposible
distinguir si sentía curiosidad o no por las extrañas preguntas de Harry.

- No, no es necesario. Está bien, gracias – respondió, intentando no parecer demasiado


Francisca Solar

preocupado. Dumbledore asintió levemente, dirigió una última mirada a Sirius y desapareció
a paso lento tras las puertas de madera.

Sirius hizo una mueca de seudo molestia, divertido.


- ¿Hay algo sobre algún elfo domestico que yo deba saber?.

Harry sonrió amargamente.


- No exactamente sobre elfos domésticos, pero es una historia larga. Luego te la contaré –
dijo, sin mirarlo directamente a la cara. Aún le costaba trabajo entender que Sirius estaba
ahí, vivo, sonriéndole... – Te odio a veces, ¿sabes?.

- Lo sé, pero soy un fastidioso, no puedo evitarlo – sonrió, volviendo a revolverle el cabello,
paternal - Sé que estás confundido, pero no es tan complicado como parece – comenzó a
decir, apoyándose mejor en los almohadones. Harry también se acomodó.

- Cuando caíste tras el velo... es decir, a través de aquel arco, corrí a buscarte, pero Lupin se
interpuso. Me dijo que todo estaba perdido, que ya no había nada qué hacer... pero... pero...
estás aquí – tartamudeó, como si no diera crédito a sus propias palabras – Estás vivo...

- Y sin compromiso – bromeó, pero al ver el rostro serio y perturbado de Harry, prefirió
abandonar por un momento su espíritu festivo y bajar a tierra. Tosió un par de veces, volvió
a apoyar su nuca en el respaldo de la cama y suspiró, dispuesto a relatar una gran historia.
Harry hizo un ademán de atención – Yo nunca fui el estudioso del grupo pero, aunque no lo
creas, había materias que yo dominaba incluso mejor que Remus. Como tu padre, Peter y yo
decidimos convertirnos en Animagos para hacerle compañía, debimos pasar muchas horas
estudiando los procedimientos en la Sección Prohibida de la Biblioteca – comenzó a decir,
bajando la mirada como si aquello le ayudara a traer de vuelta los recuerdos - ...y no sé
cómo pero, cuando entré al Salón de la Muerte aquel día meses atrás, para salvarte de los
mortífagos, algo de esos estudios vino a mi mente cuando reconocí el Arco... el llamado
“Velo de Hades”. Porque ya lo había visto, Harry, varias veces en un mismo libro...

Harry apretó los labios, tímido, pero se atrevió a hablar.


- A-Aún no entiendo...

- Calma, calma, ya llego a la parte interesante – dijo, haciendo un gesto con sus manos -
¿Recuerdas que cuando nos conocimos te hablé de lo peligroso e intrincado que era el
convertirse en Animago? Pues bien, si a fin de cuentas logras transformarte en uno, todas
las dificultades por las que atraviesas te son retribuidas... todo tiene sus pro y sus contras...
– pensó en voz alta, pero antes de que Harry volviera a protestar por una información más
clara, retomó la palabra – Convertirse en Animago sólo tiene dos salidas: o el éxito, o la
muerte. Si no sigues bien las instrucciones, al momento de dar el último paso te espera una
muerte inminente y dolorosa, pero si el procedimiento ha sido el correcto, al adquirir la
condición de Animago se te regala un especie de don – explicó, guardando saliva para lo que
diría a continuación - ...la Pre-Inmortalidad.

Harry abrió los ojos como platos.


- ¡¿E-E-Eres inmortal?! ¿Pero c-cómo...?

Sirius casi comienza a reír.


- No, no... nadie es capaz de dominar la muerte, y menos yo, te lo aseguro – dijo, pero al
ver que Harry volvía a la confusión, continuó - ...te hablé de Pre-Inmortalidad, es decir, la
habilidad de sortear ciertos riesgos de muerte. La Animagia te regala eso, Harry, y fue lo que
me salvó.

Harry asintió levemente, uniendo en silencio las piezas en su cabeza.


- Entonces... no falleciste porque eres un Animago...

Sirius agitó la cabeza.


- No exactamente – respondió, y Harry lo apremió con la mirada – Verás, como ya te dije,
nadie es invencible, ni siquiera nuestro camarada Voldemort... Así como me ves soy tan o
más vulnerable que cualquiera, y puedo morir por mil causas distintas, desde una fuerte
gripe hasta una estocada certera en el corazón... pero, mientras soy aquel gran perro negro
que ya conoces, no poseo las mismas debilidades que los humanos, y esa es mi ventaja.
Francisca Solar

¿Recuerdas que, aquella vez en la Casa de los Gritos, debimos obligar a Peter a que se
transformara de nuevo en humano para encararlo? Teníamos que hacerlo pues en forma de
ratón habría sido muy difícil aniquilarlo, y él lo sabía. No sólo mantuvo 14 años su apariencia
de Scabbers por miedo a salir a la luz, sino porque sabía que estando en ese estado sus
posibilidades de morir eran más remotas...

- Pero, Sirius... – lo interrumpió, con su cerebro trabajando a cien por hora - ...cuando caíste
tras el velo tenías tu apariencia natural, no tuviste el tiempo de transformarte...

- Eso creyeron todos – dijo, guiñándole un ojo – La caída a través del Velo de Hades es lenta
y silenciosa, como si estuvieras flotando, y cuando estás a unos centímetros del suelo
pierdes el conocimiento y ya no sabes de nada más. Pero, como yo ya sabía cómo
funcionaba el velo, me transformé apenas unos segundos antes de desmayarme...

- ¿Cómo supiste lo del Velo...?

- Ya te dije, por el libro principal de conversión. En las primeras doscientas páginas se


encarga de ilustrarte debidamente sobre todos los peligros, atrocidades y desgracias que
padecerás si intentas transformarte en un Animago, pero en las diez últimas hacen una
interesante alusión a un par de ventajas... entre ellas, la inmunidad ante el Velo de Hades.

- ¿Pero que hay ahí? Es decir... ¿Por qué mueres al atravesarlo? – preguntó, ávido por
curiosidad.

- Es una buena pregunta – opinó, llevando una mano a su barbilla – El libro de Animagia sólo
te dice que es un lugar donde te espera la muerte, al que no debes acercarte por ningún
motivo... pero no da más explicaciones. Por algo se encuentra en el Departamento de
Misterios – dijo, perspicaz - ...pero ya que tuve la suerte de estar ahí por algunos segundos,
pude percatarme de mi alrededor antes de perder el conocimiento... y lo he pensado mucho
antes de llegar a una conclusión...

- ¿Cuál es? Quiero saber – lo apremió Harry, y Sirius no supo cómo negarse.

- No estoy seguro, pero me pareció que era algo que los muggles llaman “Purgatorio”. Es
una especie de lugar intermedio donde residen las almas antes de ir al cielo, o donde quiera
que vayan... El Velo, entonces, funcionaría como resguardo y cárcel a la vez, y ya que sólo
recibe muertos, si algún vivo cae ahí por equivocación el Velo lo asimilará como tal y no lo
dejará salir... Así de simple.

        Harry recibió los detalles con excitación. Entender las cosas le daba una paz
inigualable, y por primera vez en la noche sintió verdaderas ganas de sonreír.

- ¿Y qué pasó entonces? ¿Cómo lograste escapar?

- Algo me arrastró hacia afuera cuando ustedes ya se habían ido. Supongo que fue el mismo
Velo, pues dudo que acepte animales bajo su techo – opinó, y (también por primera vez)
Harry sonrió ante la broma. Aquello hizo a Sirius suspirar de tranquilidad – Para entonces
estaba muy débil y demacrado... El Velo no me mató, pero sí actuó en mí como si hubiera
activado un sistema de descomposición. Tal como un cadáver andante, perdí mucha
temperatura, incluso algunos kilos; mis manos se arrugaron, mis ojos se hundieron y ya casi
no tenía fuerzas para andar. Pero el hecho de haber sobrevivido me daba nuevas
esperanzas, por lo que me arrastré hasta el pasillo del ministerio y, creyendo que hacía lo
correcto, atravesé el primer retrato que encontré, esperando aparecer en algún lugar seguro
donde reponerme... aunque, por desgracia, llegué al peor sitio en el peor de los momentos...

- ¿Azkabán? – intentó adivinar Harry, pero Sirius negó con la cabeza.

- Peor. Un sitio abarrotado de muggles – respondió, frunciendo el entrecejo como si aquel


recuerdo doliera - ¿Cómo le explicas a un muggle que acabas de salir de una pintura? Creí
que me agarrarían y me internarían en un manicomio, pero por suerte pensé en algo rápido
y salí del percance... Maldito sea el brujo que le vendió un óleo encantando a una familia
muggle – gruñó, pero no detuvo la explicación – Aparecí en el cuarto de unos niños, quienes
se aterraron al verme, pero como la pintura estaba muy cerca de la ventana, inventé que
Francisca Solar

había entrado por ahí, que me habían asaltado, que estaba mal herido y que había irrumpido
en la casa en mi desesperación por ayuda. Gracias al cielo, y a su ingenuidad, se tragaron el
cuento y me recibieron... pero era tanta mi fatiga que permanecí casi inconsciente por una
semana. Luego recuperé en algo el conocimiento, y caí en la cuenta de que aún me
encontraba en aquella casa...

- Vaya suerte – comentó Harry, pero Sirius hizo un ademán de impaciencia.

- ¿Suerte? Gracia divina, diría yo. Aunque no hay nada peor que caer en manos de un par de
muggles... – refunfuñó, con la mirada perdida – Después de un par de semanas ya me
estaba volviendo loco con tanta pregunta sobre mi existencia o mi destino, por lo que preferí
arreglármelas solo y escapar. Claro que, antes de eso, tuve la genial idea de enviar un
mensaje... – ironizó, y Harry dio un salto.

- ¡El mensaje del ave negra! – recordó, y Sirius asintió.

- No encontré nada mejor para el viaje. Además, como yo apenas podía sostenerme en pie,
pedí al dueño de casa que escribiera el mensaje por mí. Ya imaginarás su rostro cuando le
dicté “soy libre”, “cuatro patas” o “no me busques”. Estoy seguro de que hubiera querido
llamar a la policía...

- Nadie creyó que aquel mensaje fuera realmente tuyo... sólo yo – dijo Harry, satisfecho por
haber tenido razón en aquella oportunidad, después de todo.

- No los culpo. El mensaje estaba escrito por un tercero, en papel ajeno y enviado en un
cuervo. Tenía todas las características como para desconfiar, pero me urgía comunicarme
contigo, y no se me ocurrió otra manera – confesó, encogiéndose de hombros.

- Está bien... Siempre tuve la secreta esperanza de que algún día te encontraría con vida –
sonrió, cálido, sintiendo cómo la conmoción volvía a embargarlo.

- Por eso eres mi ahijado preferido – respondió él, alegre, mirándolo a los ojos.

- Sirius, soy tu único ahijado – corrigió Harry, divertido.

- Sí, sí... siempre lo olvido – bromeó, compartiendo una carcajada, aunque retomó luego su
historia – Sobre el resto no hay mucho qué decir. Es aburrido, en realidad. Deambulé por
muchos días, sin comida, con techos provisorios y con un mínimo sentido de la orientación...
hasta que me percaté de que alguien me seguía. No sé cómo, pero Bellatrix y otro par de
mortífagos me pisaban los talones...

La alegría de Harry se esfumó por unos segundos, mutando en algo de ira.


- ¡Bellatrix! ¡¿Y qué hiciste...?!

- Canuto al rescate – respondió, sereno – Me transformé, y aunque Bellatrix sabe qué forma
adquiero, estaba tan flaco y tan maltrecho que, lejos de parecer aquel imponente perro
negro de siempre, sólo simulaba un desteñido can callejero. Así, pasó sobre mis narices
varias veces, y nunca me cogió. Logré llegar hasta la carretera, conseguí transporte – sonrió
elocuentemente tras la última frase - ...y arribé en Hogsmeade justo a tiempo para descubrir
que no había burlado del todo a mi querida prima... Pero no contaba con mi astucia – volvió
a sonreír - ...ni con la Casa de los Gritos.

- No entiendo... ¿Te escondiste ahí?

- Sí – respondió, entusiasmado - ...y he aquí otra asombrosa ventaja de la Animagia: las


casas encantadas -. Hubo un breve silencio tras lo dicho, esperando que Harry procesara la
información – Cuando Dumbledore creó esa casa para Remus, no sólo colocó al Sauce
Boxeador en la entrada para impedir la irrupción de intrusos, sino que también la cubrió con
un hechizo anti-humanos. Es decir, sólo animales son capaces de cruzar la puerta... detalle
que, una vez más, me salvó la vida.

- Y vaya de qué forma – opinó una voz desde la puerta, en un tono coloquial. Luego de
algunos pasos, la luz de las velas distinguieron la silueta de Lupin, quien sonreía
Francisca Solar

ampliamente – Siento interrumpir, pero creí que querrías saber que todo está en orden,
Sirius. Hay dos de nosotros custodiando a Peter.

- ¿Peter Pettigrew? – preguntó Harry, sorprendido. Lupin asintió - ¿Qué pasa con él?

Sirius sonrió como si estuviera a punto de contar un chiste excelente.


- Bellatrix me acechó junto a dos Dementores por varios días, pero mientras estuviera
dentro de la casa, sabía que nada me pasaría. Ella jamás descubriría cómo entrar. Pero, hace
apenas unas horas, sucedió algo bastante inusual: una rata gorda se las arregló para
atravesar una rendija...

- Gorda y calva – acotó Lupin, divertido, y Sirius hizo eco de aquello.

- Seguramente quiso dárselas de héroe y fue a buscarme por su cuenta... Era el único en el
bando de Voldemort que sabía la forma de entrar en la casa. Claro que, inocentemente,
nunca creyó que lo reconocería tan fácil. ¡La de veces que lo vi transformarse frente a mí! Y
así fue como lo cogí, mientras corría por el pasillo del segundo piso. Había pasado por el
Sauce desatrancando la puerta por fuera, dándome la posibilidad de escapar hacia el castillo.
Se puso a chillar como loco cuando lo tomé por la cola...

- Y aún chilla, sólo que nadie lo escucha – volvió a intervenir Lupin.

- ¿Dónde lo tienen? – preguntó Harry, visiblemente interesado.

- Nuestro amigo Colagusano ha encontrado por fin la manera de ser útil – bromeó
amargamente – Lo tenemos fuertemente atado en la Casa de los Gritos, y amablemente ha
tomado mi lugar. Como te dije, un par de Dementores acompañaban a Bellatrix, y ellos
pueden oler la presencia de humanos. Mientras Peter esté en la casa, Bellatrix creerá que
aún sigo sentado bajo la mesa del comedor... – sonrió, al igual que Lupin. Un silencio espeso
los rodeó por unos segundos, y entonces Sirius bajó la mirada, suspiró hondo y movió las
manos nerviosamente bajo las sábanas, como si de pronto hubiera recordado algo de suma
importancia. Dubitativo, elevó los ojos hacia Harry, mientras Remus se acercaba más a ellos,
curioso – Dumbledore te mencionó hace tiempo que algún día te alegrarías de haber
perdonado la vida al estúpido de Peter. Pues bien, ese día ha llegado, Harry – afirmó, en un
tono que mezclaba esperanza y expectación – Él no sólo está ahora cubriendo mis espaldas,
no sólo fue clave para mi salvación, si no además, contribuirá dentro de muy poco en un
favor que nos dará una alegría muy grande, Harry... A ambos.

Tanto Remus como Harry alzaron la ceja derecha al mismo tiempo.


- ¿De qué hablas? – preguntó Lupin, y Harry movió la cabeza dando a entender que quería
preguntar lo mismo. Sirius volvió a suspirar, nervioso.

- Aquel día en el Departamento de Misterios, en aquellos segundos tras el Velo de Hades,


descubrí algo más que un par de ánimas errantes... – dijo, ahogando su desesperación por lo
que diría a continuación. La llama de las velas comenzaron a titilar – Tengo la sospecha... la
esperanza, mejor dicho, de que así como yo escapé del arco de la muerte, alguien más
podrá. Colagusano, nuestro querido Colagusano, tendrá el honor de servirnos de carnada
para un antiguo conocido... – Sus ojos brillaron, emocionados hacia Harry - ...para traer a
James, tu padre, de vuelta.

Cap. XXI: Cuentas Pendientes (Pending Matters)

        Hermione llevaba constantemente una mano a su boca, estupefacta, coincidiendo con


los momentos en que Harry tomaba aire para seguir. Junto a ellos, Ron y Ginny mostraban
las mismas caras de sorpresa, pero no se atrevían a emitir sonido hasta que Harry dijera la
última palabra. De vez en cuando hacían una pausa para cerciorarse de que no eran
escuchados; a pesar de estar resguardados en la esquina más apartada de la Biblioteca,
nunca podían estar seguros. Y es que debieron escapar ahí sin más alternativa luego de que
encontraran el comedor, durante la mañana, en su eterno e insufrible estado de
aglomeración, justo cuando Harry necesitaba la mayor privacidad posible. En aquel
panorama, ni pensar en nombrar a Sirius... aunque sus posibilidades se reducían.
Inoportunamente, McGonagall apareció en el pasillo a tiempo para ordenarles correr a sus
Francisca Solar

respectivos salones. No tenían excusa para negarse, por tanto, Harry debió rumiar su
nerviosismo todas las clases que siguieron hasta el almuerzo, donde, junto a Hermione, por
fin pudo volver a reunirse con Ginny y Ron, quien debió correr desde la Buhardilla. Sin
detenerse a bufar por su odio hacia la adivinación, se sentó junto a Harry al final de la mesa.
Según lo poco que había expresado, aquello que Harry tenía que contarles era de vida o
muerte. Estaba ansioso, exaltado, y ni siquiera intentó comer algo, por lo que sus amigos
hicieron eco de su preocupación y lo siguieron escaleras arriba, rumbo a la Biblioteca.

        En apenas un par de minutos, Harry prácticamente escupió toda la información que se
agolpaba en su cabeza. Tuvo que medir muy bien sus movimientos para no saltar o gritar o
reír exageradamente, pero en más de una oportunidad no pudo evitar demostrar sus
sentimientos. Sirius estaba a salvo, en Hogwarts... junto a él. Todo lo resumía aquella frase,
pero, eso sí, cuidó de no revelar un valioso detalle: el asunto que involucraba a su padre.
        En un principio había sentido que estaba a punto de infartarse. ¿Traer a su padre... de
vuelta? ¿En otras palabras, “resucitarlo”? Recordó que tanto él como Lupin saltaron al mismo
tiempo. Sirius se había vuelto loco, estaba seguro; tantas pesadumbres le habían afectado la
psiquis. Era casi absurdo, pero dentro del segundo siguiente lo bombardearon con preguntas
inquisitivas, aún cuando él se escudó diciendo que no podía darles más información, que aún
lo estaba meditando, pero que creía importante decir que existía la posibilidad. No obstante,
claro, les advirtió a los dos que no lo comentaran con nadie, pues podía producirse un
alboroto de proporciones. ¡Cómo no! En todo caso, Harry no tenía intención en divulgarlo. Ya
era demasiado difícil procesarlo para él mismo. Toda una vida sin padres... y ahora, de la
nada, se abría la esperanza de ver, por primera vez, el rostro de uno de ellos, que sólo lo
hacía sonreír, secretamente ansioso...

- Vivo... – balbuceó Ron, en un hilo de voz, con la mirada atónita – Sirius está vivo...

        Harry sonrió otra vez. No había tenido tiempo de dormir, pero en su rostro no se
reflejaba insomnio, sino alegría pura. Ginny secó las lágrimas de su mejilla con la manga de
su túnica, cuidando de no dejar caer el grueso libro que tenía en sus manos.

- E-Es una historia sorprendente... – alcanzó a decir Hermione, sin detenerse a disimular la
emoción de sus palabras. No se atrevió a mirarlo a los ojos – Y-Y-Y yo... H-Harry... lamento
haber dudado de aquel mensaje...

Harry apretó los labios, asintiendo levemente. - Ya no importa. Sirius me dijo que tuviste
mucha razón en desconfiar...

Hermione sonrió a medias al escuchar eso, con los ojos empañados. - ¿A dónde lo llevaron?
– preguntó, y los otros elevaron el rostro, interesados - Porque, supongo, no habrán
cometido la imprudencia de mantenerlo en la Enfermería...

Harry se encogió de hombros, algo avergonzado. - Ehh... bueno, si no me equivoco aún está
ahí.

- ¡Pero pueden descubrirlo! - exclamó Ron, asustado - Cualquiera de nosotros puede ir allá
por un simple dolor de estómago, y entonces...

- No, no, no se preocupen – se apresuró a decir Harry, intentando calmarlos - El profesor


Dumbledore ya había pensado en eso. Al menos por hoy, la Enfermería está cerrada, y según
lo que dice el letrero a la entrada del pasillo, es porque están haciendo el inventario para
reponer los medicamentos que faltan – explicó, pero mientras Ron relajaba los hombros,
Hermione permanecía suspicaz – Nadie puede entrar, salvo la Orden.

- Aún así es muy peligroso – reclamó Hermione, arqueando las cejas, pero Harry no tenía
ánimo para discutir.

- Si quieres, puedes persuadirlo tú misma. Estoy segura de que estará feliz de verlos...

        Tanto Ron como Ginny sonrieron al unísono, pero para cuando compartían un ademán
de avanzar hacia la salida, Ginny cogió la mano de Hermione, deteniendo su paso. No le dijo
nada, pero su mirada era suficientemente ansiosa como para sospechar.
Francisca Solar

- Ehhhh... ¿Chicos? – los llamó Hermione, antes de que Ron y Harry se alejaran demasiado
por entre las mesas – Ginny y yo los alcanzaremos enseguida... No nos esperen.

        Harry no tenía tiempo qué perder en escudriñar misterios. Se encogió de hombros, hizo
un gesto hacia su amigo y ambos abandonaron el lugar. Entonces, lentamente, Hermione
volteó, preocupada.

- ¿Por qué no quieres ir a ver a Sirius....?

Ginny negó con la cabeza, suspirando. - No, no es eso... – comenzó a decir, mientras la
arrastraba hasta la esquina de la estantería. Ahí desplegó el libro que había llevado consigo
todos aquellos minutos: “Criaturas Ancestrales y la Creación del Mundo”, texto obligatorio
ordenado por el profesor Binns para el sexto curso – Sólo quería decirte que he estado...
bueno, que he estado investigando... sobre... – suspiró de nuevo, perdiendo la batalla al
intentar recordar la pronunciación de aquel nombre - ...sobre ella.

        Hermione ahogó de golpe su comentario sobre el manejo de Ginny en torno a libros


que no eran de su propia clase. No lo habría esperado. Se apoyó en la cornisa del ventanal,
denotando tranquilidad.

- Está bien... Puedes llamarla ‘Stella’ si quieres – sonrió, pero Ginny alzó una ceja, no muy
convencida – Es probable que hayas encontrado un apartado sobre los nombres élficos en
aquel libro, ¿no?. Te habrás dado cuenta que ellos le dan más importancia a la significación
que a las letras. En cuanto a eso, tanto “Eleneär” como “Stella Maris” se refieren
exactamente al mismo concepto...

- “Estrella de mar” – susurró Ginny, pensando en voz alta, y Hermione asintió.

- Ella misma me lo explicó el primer día que fui a verla. En teoría, mientras mantengas el
significado de su nombre, puedes llamarla como quieras. Ningún elfo podría oponerse.

        Recogiendo su cabello hacia atrás, Ginny sintió la necesidad de sonreír, aunque no duró
mucho.

- Harry debería saberlo – opinó, apretando los labios.

- Ya se enterará... – respondió Hermione, sin darle demasiada importancia – Ha tenido este


libro en sus narices todo el año. Hasta hemos hecho varios ensayos sobre el tema, y ni él ni
Ron se han dado por aludidos. Bastaba leer sólo un par de capítulos, o quizá sólo escuchar la
primera clase de Binns con atención para comprender quién era Stella. Pero claro, nadie
toma en serio Historia de la Magia...

- Hermione – la interrumpió Ginny, reticente – No estoy aquí para hablar de Binns... además,
ya estoy retrasada para ir a clases, pero... Necesito saber... entender algunas cosas –
explicó, mientras Hermione hacia un gesto de atención – Esto de los Elfos es bastante
complicado... Hay muchos tipos distintos, muchas razas, costumbres, linajes... uff.

Hermione negó levemente, con algo de tristeza. - Lamentablemente, Ginny, el tiempo, su


propio aislamiento y las guerras acabaron con la mayoría de ellos. Sólo quedan los Tareldar
y... bueno, al parecer todavía quedaba un grupo Calaquendi en los confines del mundo...
Pero sólo son ellos, su raza se ha extinguido...

- ¿Por eso va a casarse? ¿Porque no hay nadie más?

Hermione bufó de molestia, cerrando los ojos. - En parte, sí. Dicen que es la única forma de
preservar su estirpe, de que la cultura élfica no muera... – explicó, para luego apoyar la
cabeza contra el vidrio - ...y Stella, aunque no está de acuerdo, tiene la responsabilidad de
su linaje. No tiene opción. Está sufriendo mucho, por Harry, por todos... y aquello no me ha
dejado dormir. Aunque... b-bueno... todo terminará dentro de muy poco...

Ginny abrió los ojos al máximo, comenzando a embargarla las ganas de llorar. - El plazo...

- ...se cumple hoy – balbuceó Hermione, terminando la frase amargamente.


Francisca Solar

        La más pequeña de los Weasley bajó la mirada y cerró el libro frente a sí. Suspiró
profundo, como si quisiera ahogar un llanto estridente.

- Desearía despedirme... abrazarla quizá – murmuró por fin, sin despegar la vista del suelo,
rebotando cerca de sus zapatos una lágrima solitaria.

- Estoy segura de que muere por verte, pero no podemos acercarnos... Lo he intentado mil
veces. No se me ocurre cómo burlar la custodia, ni a quién recurrir. Ni siquiera el profesor
Dumbledore tiene la facultad para darnos el permiso. Está atrapada... al igual que nosotros –
concluyó, tragando saliva con fuerza.

        Luego de un segundo de silencio, Ginny alzó el rostro, como si alguien la hubiera


despertado de repente. Dejó escapar entonces una mínima carcajada.

- Toda jaula, por más impenetrable que parezca, tiene una pequeña puertecilla... – comentó,
pensando a mil por hora, deteniéndose a unos centímetros de Hermione con la mirada
perdida.

- ¿Qué estás tramando...? – preguntó Hermione, levantándose. Sin esperar réplica, su propio
cerebro ya comenzaba a trabajar. En un atisbo de esperanza, sus labios se curvaron en una
sonrisa tibia, entusiasmada.

- Es difícil... ciertamente complicado, algo vergonzoso... – comenzó a decir, exteriorizando


sus pensamientos tal como venían - ...es casi imposible a simple vista, pero no perdemos
nada con intentarlo...

- ¿Hay alguien... alguien que yo haya pasado por alto, que pueda ayudarnos? – se atrevió a
adivinar, alzando una ceja. Ginny asintió sonriendo, sospechosa, enjugando el resto de sus
lágrimas.

- ...Y pobre de él si llega a negarse. No tiene idea de a quién se está enfrentando – concluyó,
airosa, maquinando la manera de convencerlo.

- ¿Snape? – pensó Hermione en voz alta, entusiasta, pero Ginny negó - ¿McGonagall?
¿Hagrid? ¿Lupin, Binns...? ¿...Harry? – volvió a sugerir, tentativa, pero Ginny siguió
negando, con una amplia sonrisa en el rostro.

- Aún más improbable – dijo, entornando los ojos. Dado el contexto, pronunciar aquel
nombre se hacía de lo más divertido – Malfoy, Hermione. Draco Malfoy.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- Tendrás que explicármelo de nuevo, porque aún no lo entiendo... – pidió Ron, confundido,
rascándose la cabeza con la mano derecha. Quietos a mitad de una de las escaleras
movedizas, esperaban a que ésta se detuviera en tierra firme para poder avanzar - ¿Qué
hacía la madre de Malfoy aquí? Hasta donde sabíamos, ella está con los mortífagos...

- Lo sé, lo sé... Ni siquiera yo lo entiendo bien, Ron... – se excusó Harry, encogiéndose de


hombros – Pero ahí estaba. Lo más raro de todo es que Snape está con ella, y Sirius parecía
muy alegre de verla. Tu madre y Tonks, en cambio, no dejaban de gruñir...

- No es difícil de suponer – comentó, haciendo una extraña mueca – Alguien tiene que
aclarárnoslo. Lo único que falta es que aparezca Bellatrix con una tarjeta de felicitación...

        La broma era divertida, pero Harry no podía sonreír cuando el nombre de que aquella
mujer estaba de por medio. Se limitó tan solo a mirar al frente, impávido, mientras Ron aún
lidiaba con sus pensamientos.

- Y sobre Snape... ¿qué le pasa exactamente? – volvió a preguntar, pero Harry no volteó –
Espero que no regrese en mucho tiempo... no más Pociones...

- Tampoco sé qué pasa con él, aunque Lupin dijo que estaba haciendo un gran trabajo por la
Francisca Solar

Orden...

- Así es, en realidad – respondió una voz tras ellos, sobresaltándolos.

        Remus Lupin, enfundado en una sencilla pero cuidada capa azul, les sonreía con
naturalidad. Al parecer, el regreso de Sirius había actuado en él como el mejor de los tónicos
revitalizantes. Su pelo color ceniza acentuaba su edad, pero su rostro casi no tenía arrugas,
como tampoco sus manos. Dumbledore tenía razón: con Sirius, la Orden renacería.

- No te escuchamos venir – habló Harry, tranquilo. Ron parecía algo más incómodo,
sobretodo por lo mal que habló de Snape - ¿Vas a ver a Sirius?

- Mmmm... No – respondió, perdiendo en parte su sonrisa – Es a ti a quien busco.

        Harry alzó una ceja, perspicaz. No recordaba tener algún asunto pendiente con su
antiguo profesor de Defensa. Ron, en cambio, pareció entender rápidamente la indirecta.

- Ahhmm... Harry, creo que me adelantaré a la Enfermería. Te veo allá, ¿sí?

        Dirigiéndole a Remus una mirada de desconcierto, giró sobre sus pasos y echó a correr
por el pasillo. En eso, Harry sintió el nerviosismo de su acompañante. No era demasiado
notorio, pero movía insistentemente su capa hacia adelante y atrás, mirando al piso...

- ¿Hay algo sobre Sirius que debería saber? – preguntó de golpe, ansioso por saber la
respuesta. Remus jamás lo detenía a mitad del pasillo sin una buena razón.

- No... Sirius está bien, esto no es sobre él – corrigió, dejando a Harry con más dudas. Tomó
aire, carraspeó levemente y volvió la mirada, expectante – En realidad quería hablarte...
sobre Stella.

        Harry se estremeció al escuchar aquel nombre. No habría esperado que Lupin lo


detuviera con aquel tema, y aunque sentía mucha curiosidad, lo disimuló muy bien. Suspiró,
enseriándose lo más posible.

- No conozco a ninguna Stella.

- Harry... – bufó Remus, comenzando a impacientarse. Luego, cruzando sus brazos a la


altura del pecho, le dirigió una mirada tan severa que Harry no supo qué hacer a
continuación.

- ¿Qué? – pronunció él por fin, como si el tema lo perturbara - ¿Qué pasa con ella...?

Remus suspiró. De algún modo, sabía que se encontraría con una actitud semejante. - Sólo
quería saber si has hablado con ella...

- No – respondió, tajante – y no planeo hacerlo.

- Harry... no es posible que...

- ¿De qué se trata todo esto? ¿Te ha contratado como intermediario o algo? – gruñó,
bastante más ácido de lo que Remus hubiera esperado.

- Te ruego que te refieras a mí en otro tono, Harry. No recuerdo haberte insultado – lo


regañó, tan serio y calmado que quebró la seguridad de Harry en una milésima de segundo.
Es más: lo hizo ruborizar, descubriéndose avergonzado por sus actos. Entonces bajó la
mirada, aunque no demasiado, y se obligó a disculparse.

- Lo siento.

Remus agitó la cabeza, comprensivo. - No es a mí a quien le debes una disculpa – dijo,


acentuando innecesariamente el carácter elocuente de la frase – Se va en unas horas... ¿lo
sabías?.
Francisca Solar

        Harry alzó la mirada con sorpresa. Lupin pudo sentir su interés, pero Harry reaccionó lo
suficientemente rápido como para disimular.

- No, no lo sabía – confesó, en un tono forzadamente despreocupado. Remus sonrió


levemente - ...pero, ¿sabes? No creo que esta conversación nos lleve a algún lado. Si me
dejas, quisiera ir a ver a Sirius y...

- Ella es más importante de lo que piensas – corrigió Lupin de inmediato, interrumpiéndolo –


Arriesgó su vida al estar aquí, aunque te empeñes en hacer oídos sordos. Merece que la
escuches. ¿Ni siquiera vas a despedirte?.

        Harry tragó saliva, sintiendo como lo embargaba una ira mezclada con la peor de las
tristezas. Sin perder la postura, miró a Lupin a los ojos.

- Tiene mejores cosas en las qué pensar que en una conversación conmigo. Sólo quiero vivir
en paz, ¿está bien?. No creo que sea mucho pedir. Además, y según tengo entendido, los
Elfos no se relacionan con Magos, ni menos las princesas. No puedo hacer nada que altere a
la realeza... – concluyó, con una ironía irreconocible en cada frase.

- Vamos, sabes muy bien que ella no ostenta lo que...

- Yo no sé nada – lo interrumpió él esta vez, dando a entender que quería cortar el tema de
raíz – Nada. No sé qué debo creer y qué no. He sufrido suficiente... ¿no les basta? Y ya lo
dije: quiero vivir en paz.

        Remus cerró los ojos un momento, volviendo a suspirar. Parecía como si de pronto se
hubiera enfrascado en un duro debate consigo mismo. Luego, tras apenas un par de
segundos, clavó su mirada en el último punto luminoso del pasillo.

- Oh, Harry... – murmuró, en un tono de tal decepción que clavó muy duro en el interior del
adolescente – Nuevamente me sorprendes, pero lamento que esta vez no sea una grata
sensación. No quise creer los rumores, pero aquí estás, confirmándolos por ti mismo – dijo,
mostrándose enfadado por primera vez - Has hecho más cosas por nosotros de las que
habría podido imaginar, te has enfrentado a peligros y situaciones tan escabrosas que jamás
habría previsto que salieras airoso... pero esto... esto es, si me permites, prácticamente un
insulto para todo el temple que nos has demostrado poseer. Has probado ser y actuar con
altura cada vez que otro te necesita, pero... ¿Por qué cuando tiene que ver contigo, sólo
contigo, te empeñas en parecer un inepto? – pronunció, tan claro y reprobatorio que Harry
apenas podía creerlo - ¿Porqué eres un adulto en batalla, y un niño a solas?

        Escuchar aquellas palabras de boca de Lupin era más de lo que podía soportar. Ni en
un millón de años habría supuesto que sería él quien le diera ese tipo de sermones. ¿Había
tenido el descaro de llamarlo “inmaduro”, después de todo lo que había hecho por Hogwarts
y la Orden? ...

- Yo sabré qué hago con mi vida privada, muchas gracias – respondió Harry, irritado,
apretando los dientes. No quería ser agresivo con Remus, pero su absurdo discurso sobre
valores lo había descolocado por completo.

- Sin duda – dijo Lupin, amargamente. Sin ánimos de continuar la discusión, le hizo un gesto
con la mirada, y luego con su brazo derecho – Ve con Sirius. Ojalá él te entienda mejor que
yo.

        Despidiéndose a medias, sólo por cortesía, Remus volvió sobre sus pasos y bajó por la
primera escalera, dejando a Harry a solas en el oscuro pasillo a la Enfermería.
        Rumiando cientos de frases defensivas, intentaba alejar el agrio sabor que había
dejado en él las palabras de uno de los mejores amigos de su padre. Remus jamás lo había
tratado así; estaba acostumbrado a recibir regaños de McGonagall, de Hermione, incluso de
Sirius, pero... ¿Lupin?. No habían sido sólo sus palabras, si no la elección del momento a
decirlas. La sorpresa, de alguna forma, había incrementado el dolor. ¿Realmente pensaba
eso? Que era un inepto, que no era capaz de resolver su vida... “¡Sólo tengo 16 años!” pensó
enfurecido, escudándose en su juventud al momento de los errores. Pero... ¿sería suficiente?
¿Era una verdadera excusa? ...
Francisca Solar

        Ella se iría. Se iría para siempre. “Mejor... debe ser para mejor” pensó, intentado
aparentar absoluta seguridad, pero apenas unos pasos más allá todo se derrumbó,
sintiéndose – como ya era casi habitual – dolorosamente abatido. Cerrando los ojos y
apoyándose en el muro, suspiró de aturdimiento. Podía rugir y reñir a cada segundo, podía
evitar el tema, podía engañarlos a todos, pero, por más que lo intentara, jamás se
autoconvencería. Sus propias convicciones lo atormentaban. Ella se iría, sin haber hablado,
sin haberse despedido... y en el fondo, él no quería eso. Quería verla por última vez,
escuchar de su boca que no todo estaba perdido...

        No muy lejos, denotó la voz exaltada de Ron al oír, por enésima vez, el relato
aventurero de Sirius. Luchando por no hacerle caso a sus instintos, dio un par de pasos más,
donde las voces se hacían más audibles... Hasta que se detuvo. Suspiró profundamente una
vez más, tragó saliva y apretó los puños. Tanto lo había evitado... había pasado tantas horas
convenciéndose de que ignorarla era su mejor recurso... y ahora, como un bobo, el correr de
los minutos le apretaba el pecho. Se iría. Ella se iría.
        Temiendo arrepentirse, dio la vuelta y echó a correr hacia el lado oeste. Si se daba
prisa – y si tenía suerte, algo más que esquivo el último tiempo – tal vez la vería salir del
castillo entre la comisión. Incluso, si la fuerza lo acompañaba, alcanzaría a escribirle una
nota. Aunque jamás la leyera.

- No tan rápido, Sr. Potter.

        La tibia luz de ambiente acentuaba su limitada silueta. Cornelius Fudge, el atribulado
Ministro de Magia, y a la cabeza de un grupo compuesto por media docena de malhumorados
guardias de la institución, avanzaba a paso raudo por entre las pequeñas fogatas de los
muros, obstaculizando el pasillo. Vestía un grueso traje verdoso, su capa negra caía a ras de
suelo y llevaba su sombrero fuertemente arrugado en el puño. Tensaba los músculos de su
rostro como si lidiara con mucha rabia contenida, y, como era de esperarse, Harry se topó
cara a cara con él, deseando al rato siguiente haber caminado hacia el lado opuesto.

- Sr. Ministro... qué sorpresa – pronunció Harry al segundo, nervioso, haciendo trabajar a su
cerebro con rapidez.

        No podía suponer porqué Fudge estaba en Hogwarts, justo aquel día y con aquellos
matones... pero no demoró mucho en atar cabos. Tras uno de los guardias, el cuerpo esbelto
de Remus Lupin se dejó entrever. Estaba fuertemente sujeto por aquel tipo, y Lupin no
disimulaba su nerviosismo. De pronto, Harry sintió una punzada en la sien, se le secó la
garganta y sintió el sudor agolparse en el cuello de su camisa.
        Sirius. Han descubierto a Sirius.

- Va a tener el honor de acompañarnos, Sr. Potter – pronunció Fudge con alevosía, sin
apenas moverse. Hizo un gesto al guardia a su lado para que se acercase a Harry – No
volveré a perder a Black... así tenga que apresarlo a usted con él.

- ¡Pero qué dice, Ministro Fudge! – exclamó Remus, visiblemente molesto. El guardia no
dejaba de asediarlo con los ojos – Estamos del mismo lado... ¿lo ha olvidado?.

- Lo que no he podido olvidar, Sr. Lupin – comenzó a decir, volteando lentamente hacia él.
Harry notó cómo empuñaba aún más su estrujado sombrero, acentuando las marcas de
insomnio en su rostro - ...es cómo el Sr. Potter, con recursos que desconozco, ayudó a
escapar a Black la noche que lo capturamos...

- Nunca tuviste prueba de ello, Cornelius...

        Harry alzó la vista por entre los guardias y la fijó hacia la escalera. Flamantemente de
blanco, como siempre, Albus Dumbledore hacía su aparición. Junto a él, Kingsley Shackelbolt
carraspeó notoriamente, acercándose a los guardias con cara de pocos amigos.

- Dumbledore – habló Fudge entre dientes, quemándolo con la mirada. El director apenas
hizo un gesto con su cabeza.

- Creí haberte pedido que me esperaras en mi despacho, Cornelius.


Francisca Solar

Fudge ahogó un sonido de desprecio. - Esto no es un trámite común, Dumbledore... no tengo


tiempo qué perder. Estoy a punto de apresar al prófugo más buscado por la justicia...

- Creí que los más buscados por la justicia eran los mortífagos – se apresuró a inquirir
Remus, desafiante. Fudge tragó saliva.

- También creo recordar – continuó Dumbledore, como si no hubiera escuchado ni una


palabra dicha por el ministro. En una milésima de segundo, quiso encontrarse con la mirada
suplicante de Harry - ...que, cuando te pedí que vinieras, era justamente para aclarar el
asunto de Sirius, y no para que te lo llevaras.

- ¡¿Usted lo llamó?! – preguntaron Harry y Remus al unísono, sorprendidos. Dumbledore


asintió.

- Si queremos ayudar a Sirius, debemos hacerlo por la vía más derecha posible. Si no, el
calvario puede ser eterno... – opinó Kingsley, clavando la mirada en el ministro.

- No se preocupen – lo interrumpió Fudge, esbozando una pequeña sonrisa triunfante – Será


más rápido de lo que creen.

- Así lo espero – respondió Dumbledore, sin la más mínima alteración.

        Remus – habiéndose liberado del asedio de aquel guardia - se adelantó al grupo y


encabezó la comisión, instando a Harry a que comenzara a caminar. Tras ellos vendrían
Fudge y los suyos, y al fondo, Dumbledore y Kingsley, asegurándose de que nada saliera de
lo normal.

        A medida que la distancia con Sirius se acortaba, Harry no pudo evitar traer a su mente
todo lo ocurrido el año anterior; su audiencia en Londres, los rumores falsos sobre él en El
Profeta y la campaña para dejar al Director de Hogwarts como un viejo demente frente a la
ciudadanía. Todo aquello, de alguna forma, comandado por Fudge... aquel hombre de
respiración agitada que ahora le pisaba los talones. Y aunque jamás recibió disculpas
públicas por todos los malos ratos, al menos luego del último encuentro con Voldemort las
cosas habían vuelto - si es que aquello era posible - a la normalidad. El Profeta había
terminado con las injurias y tanto su nombre como el de Dumbledore se habían limpiado.
Pero... aún después de eso, aún después de las evidencias, Fudge parecía mantener aquel
halo de encono y resentimiento... de rabia, de actitud defensiva, de constante alerta.

        En el fondo (muy en el fondo), Harry podía comprenderlo. Desde que el Ministerio tuvo
que cambiar su “versión oficial” sobre las cosas, admitiendo que Lord Voldemort había
regresado, no sólo su reputación bajó considerablemente, sino que toda la institución se
sumó en una profunda crisis. Además, y para colmo de males, la fuga masiva de Azkabán y
la deserción voluntaria de los Dementores habían dejado una grieta administrativa difícil de
reparar. Según lo poco que el Sr. Weasley podía contar a sus hijos, el ambiente en su
departamento cada día era más tenso. Muchos habían abandonado sus puestos de trabajo,
unos por su incapacidad de soportar las presiones, otros por la indignación de saber que
habían sido engañados, todo aquel tiempo, con el asunto del Señor Tenebroso. Antes que
pasar el día completo tras sus escritorios, preferían regresar con sus familias y amigos pues,
tal como corría el rumor principal, Voldemort estaría reuniendo partidarios, y aquellos que
debían enfrentársele, no podían quedarse atrás.

        Claro que, como organismo estatal, El Profeta había anunciado poco y nada de aquel
caos. Fudge jamás se delataría... jamás admitiría que se equivocó, ni mucho menos que
necesita ayuda. Quizá por eso – Harry suponía – Dumbledore había tomado la determinación
de comenzar la resistencia por su cuenta. Si esperaba a que Fudge diera el puntapié inicial,
perderían tiempo valioso y las fuerzas de Voldemort los aplastarían. Porque no podían fiarse
de nada... de nadie, al menos por ahora. Y así – y también por las mismas causas - la
captura de Sirius se convertía en un piso crucial a estas alturas. Si Fudge lograba devolverlo
a Azkabán, después de tanto tiempo en fuga, algo de su malograda reputación se levantaría,
para así retomar, con la frente en alto, las labores de magistrado.

        Interrumpiendo sus pensamientos, Remus abrió ruidosamente las puertas de la


Francisca Solar

enfermería, de par en par, pasando Harry junto a élsólo un par de segundos después.
Apenas los divisó en la entrada, Sirius detuvo su relato y les sonrió aunque, sin más retraso
que unas milésimas, la esfumó de su rostro como si lo hubieran golpeado con violencia. Ron
palideció; saltó de la camilla y retrocedió unos pasos.

- Tranquilo – le advirtió Remus, haciendo un gesto con su mano hacia Ron. Luego miró a
Sirius, quien hacía el intento por levantarse – Hey, ni lo pienses. No estás en condiciones.

        Sirius frunció el ceño a causa del dolor en sus costillas. Volvió a recostarse, no muy
convencido, pero era cierto: aún no podía mantenerse en pie.

- Así es, no se levante, Sr. Black. Hará mi trabajo más fácil.

        Cornelius Fudge contuvo la respiración al cruzar el umbral. Ahí, frente a sus ojos, Sirius
Black se hallaba completamente indefenso, otorgando el mejor escenario para encarcelarlo.
Después de tanto tiempo... por fin. Mediante otra sonrisa ganadora, apuntó a dos de sus
guardias y los envió hacia la única camilla ocupada del salón.

- La violencia no es necesaria, Cornelius. Sirius no irá a ningún lado – afirmó Dumbledore,


interpusiéndose en el camino de los guardias.

Fudge, sin apagar la sonrisa, se cruzó de brazos. - Estoy listo, Dumbledore. Convénceme con
una de tus historias.

- No hay historia esta vez – aclaró, sereno - ...y no te llamé para convencerte de nada. Tú
mismo te darás cuenta de la verdad.

- Nada me hará cambiar de opinión, pierdes tu tiempo – aclaró, agriamente seguro.

- ¿Ni siquiera un poco de evidencia?

Fudge eliminó el último resto de satisfacción de su rostro. - ¿Evidencia? – repitió, incrédulo.


Luego hizo una mueca de disgusto - ¡Hace 16 años que tengo toda la evidencia que necesito!
Dudo que poseas algo realmente bueno bajo la manga esta vez, Dumbledore. No creeré
nada que ponga en duda su culpabilidad.

- ¡No puede negarse a recibir nueva evidencia! – exclamó Harry, molesto. Remus se
apresuró a poner una mano en su hombro, tranquilizándolo.

- Harry tiene razón – intervino Sirius, lo más calmado posible – Tengo algo que me libera...
algo ineludible, palpable, que demuestra mi inocencia.

- Ahorra tus palabras, Black. No eres más que un asesino para mí.

- Pero es mi amigo – dijo Dumbledore, saboreando el efecto de aquello en el ministro.


Declararse “amigo” de un asesino convicto no era la mejor de sus credenciales - ...y como
tal, es mi derecho y deber dar a conocer la evidencia que limpia su nombre.

- ¡No pueden engañarme! – gruñó Fudge, con aires de superioridad, deseoso de saltar sobre
Sirius y ahorcarlo con sus propias manos – A menos que revivas a Peter Pettigrew y lo
traigas a declarar, me temo que no hay manera de que pueda reconsiderar la peor de las
condenas para...

- Oh, pues creo que estamos de suerte – sonrió Dumbledore, sereno, juntando sus manos
bajo su túnica.

        Con apenas una mirada en la dirección correcta, el Director hizo que todos voltearan
hacia la entrada. Ahí, un par de segundos después, aparecería lo que dejaría a Fudge con la
sangre congelada en las venas. Fuertemente atado de pies a cabeza con una delgada soga
evidentemente hechizada, y debidamente custodiado por Elphias Doge, Sturgis Podmore y
Dedalus Diggle, un rechoncho conocido luchaba por liberarse, flotando a unos centímetros
del suelo. Entre los tres lo conducían a punta de varita pues, al parecer, llevarlo de aquella
manera era bastante más fácil que forcejear en las escaleras.
Francisca Solar

- Oh, por Dios – fue lo único que Fudge atinó a maquinar, estupefacto ante la escena. A unos
metros de él, tanto Harry como Ron suspiraban de alivio - ¿P-P-Peter...?

        Pettigrew se agitó frenéticamente bajo las sogas. Sus excitados ojos azules, su calva
pronunciada y su poca estatura eran signos fehacientes de su identidad. Tenía varias gotas
de sudor en su frente, y su brazo metálico (atado con consideraciones extras) no dejaba de
hacer extraños ruidos de roce. Apenas lo hubieron dejado cerca de Dumbledore, Elphias
cerró las puertas con llave.

- Como verás, Cornelius... – comenzó a decir Dumbledore, sin mover más músculos de los
necesarios - ...Peter ha querido acompañarnos hoy para aclarar el malentendido.

- ¡¿Q-Qué truco e-e-es éste?! – balbuceó Fudge, casi asustado, retrocediendo un par de
pasos. Sin estar absolutamente consciente, pasó una mano por su frente sudada - ¡No es
posible, él está muerto! – gritó, apuntándolo. Y entonces volteó hacia Sirius, con el pulso
tembloroso - ¡Tú lo mataste!

- Evidentemente no fue así – intervino Kingsley, con su profundo tono de siempre.

- Pero... pero... – tartamudeó, racionando el aire en sus pulmones – Hay testigos... todos lo
vieron... y sólo encontraron su... su dedo – terminó de decir, aunque la última palabra
apenas se escuchó. Sus ojos viajaron directamente hacia la mano metálica de Colagusano.

- No vieron, creyeron ver – corrigió Sirius, incorporándose lo más posible – Peter era el
espía, el súbdito de Voldemort que nunca pudieron descubrir. Él entregó a los Potter, mató a
los muggles de esa calle y, buscando inculparme, fingió su propia muerte... – relató, fugaz,
atragantado con las palabras. Su desesperación por contar su verdad de una vez por todas
estaba traicionando su temple – No hay mejor prueba que ésta. Si Peter está vivo, yo soy
inocente.

Harry sintió también aquel peso menos en su consciencia. - Yo descubrí a Peter la primera
vez, ¿lo recuerda? Pero no quiso creerme. Ahora, supongo, no podrá eludir que está ahí,
frente a usted.

Fudge tragó saliva nuevamente, acosado por la presión. - Tiene que haber un error... quizá...
quizá Peter corrió asustado, amenazado por Black, y por eso nunca encontramos su cuerpo...

        Entre inteligibles sonidos guturales bajo un hechizo silenciador, Pettigrew intentaba


decir “¡Sí, sí!”, pero Elphias le dirigió una mirada tan penetrante que lo hizo callar.

- Me temo que no fue así, Cornelius, pero no te preocupes. Estoy seguro de que Peter querrá
amablemente proporcionarte todos los detalles que desconocemos. Así entonces, espero, el
asesino correcto sea enjuiciado.

        Los guardias del Ministerio intercambiaron gestos tan aturdidos que Fudge no supo en
quién escudarse esta vez. Peter Pettigrew estaba ahí... no podía eludir una prueba tangible,
pero todo había ocurrido tan rápido que no alcanzaba a procesar la información. Sirius era un
asesino... así había sido desde siempre. ¿Por qué cambiarlo ahora?.

- Está bien, Dumbledore... está bien – dijo por fin, curvando los labios como si de pronto
hubiera sentido ganas de vomitar – Escucharé a... a... a P-Peter. Pero esto no ha terminado.
Tiene que haber un malentendido... tengo fe en ello.

- Estamos en presencia de un malentendido, sí, ciertamente – confirmó Dumbledore, en un


tono neutral – Si tienes la amabilidad, Cornelius... Kingsley te acompañará de regreso a mi
despacho. Iré en un minuto. Y ah, no hay necesidad de dejar a alguno de tus guardias. Como
has podido apreciar, Sirius no está en condiciones de escapar. Y yo, si así lo prefieres,
respondo por su conducta de aquí en adelante.

        Sirius sonrió a medias, y a Fudge le pareció que era el gesto más horrendo que había
visto jamás. Dando aquel detalle por zanjado, el Director hizo un gesto con su brazo,
instando a Fudge a avanzar hacia la salida. Elphias corrió a abrir nuevamente las puertas,
Francisca Solar

mientras que Dedalus y Sturgis alzaban sus varitas para conducir a Peter quien, por
cansancio u otra razón, ya había dejado de bramar. Kingsley se ubicó oportunamente a un
lado de Fudge, quien no dejó de expresar su molestia. Miró a su alrededor con atención,
quizá buscando algún indicio que le dijera que todo había sido una pesadilla... pero,
irguiendo el pecho en señal de orgullo en alto, dio un paso adelante y siguió la sombra del
cuerpo flotante de Peter por el pasillo.

- ¡Remus! – exclamó Sirius, suplicante, aunque en un tono bajo para que los demás no lo
oyeran. Se miraron fijamente un segundo, hasta que Lupin pareció entender. Aunque
dudaba, asintió.

- Yo me encargaré – dijo, e hizo un ademán de salir tras el ministro.

- Espera un momento, Remus – pidió Dumbledore, dejando entrever en su tono una pizca de
preocupación – Harry, Sr. Weasley... me parece que ya van atrasados para su clase de
Encantamientos.

Harry, pensando ágilmente en la indirecta, no movió ni un músculo. - Si tiene que ver con la
Orden, creo que debería quedarme.

- También yo – añadió Ron.

        Albus Dumbledore, impávido como cada vez que sucedían este tipo de situaciones,
movió sutilmente su barba al abrir la boca.

- Estoy de acuerdo, estoy de acuerdo. Sin embargo, y dado tu comportamiento, no creo


prudente que pierdas una clase del profesor Flitwick, Harry... – explicó, compartiendo con él
una mirada elocuente. Harry tragó saliva – Les sugiero que se dirijan a sus salones de
inmediato. Si surge algo importante, reuniré a la Armada, ¿está bien?.

        No había mucho qué alegar al respecto. Cortésmente, los estaban invitando a salir de
la habitación. Y si Remus lo había llamado un “niño” hace pocos minutos atrás, esto ya era el
colmo.
        Los dos amigos se miraron con molestia y decepción pero, incapaces de contradecir al
Director, asintieron levemente, se despidieron de Sirius y se perdieron tras las puertas,
cerrándolas con fuerza. Una vez fuera, Harry permaneció quieto, como si deseara ver a
través del muro.

- Te mueres de curiosidad, ¿no? – habló Ron, bajando el volumen. Harry asintió – Pues yo
también quiero saber.

        Mirando en todas direcciones, asegurándose de que no eran vistos, metió la mano en


uno de sus bolsillos y extrajo dos artículos ya conocidos por Harry: Orejas Extendibles.

- ¿De dónde las...?

- Ginny. Pero date prisa, o perderemos el hilo...

        En un par de segundos, ya estaban los dos pegados al muro, guardando un profundo
silencio. Arrugando la frente en señal de concentración, Harry distinguió la voz de Remus.

- ...y ya me encargué de poner a Sirius al corriente. Entrará al servicio apenas se recupere.

- Ya estoy mejor... no exageres – rumió Sirius. Dumbledore carraspeó.

- Me alegro pues, lamentablemente, el día que temimos se ha adelantado... y no escatimaré


en recursos.

        Un silencio fúnebre los rodeó por varios segundos. Luego irrumpió un entrecortado
sonido de resortes, lo que avisaba que Sirius acababa de saltar de su camilla.

- ¿Voldemort...?
Francisca Solar

No se escuchó nada, pero Harry presintió que el Director asentía. - Mutang – pronunció,
ahora entre preocupación y nerviosismo – Myer Mutang murió esta mañana.

- Dios – exclamó Remus, sorprendido - ¡Fred y George! ¿Han tenido noticias?

- Están con sus padres ahora – aclaró rápidamente, como si aquello no fuera lo más
importante – Ellos han encontrado el cuerpo a las afueras de Hogsmeade. Maldición
Cruciatus, según nuestras pericias. Y ya saben lo que eso significa...

- ¡Maldito bastardo! – exclamó Sirius, golpeando una mesa cercana con su puño - ¡Debe
haberlo confesado todo!

- Gracias a los esfuerzos de Severus, al menos no la información más importante, Sirius... –


explicó Dumbledore aprisa – Pero no podemos fiarnos. Debemos estar más alertas que
nunca.

- ¿Ingolmo lo sabe...?

- Sí, acabo de comunicárselo, y ya están preparados. La pregunta es... ¿lo estamos


nosotros?

Remus suspiró. - Llamaré al pleno. Nos reuniremos esta noche.

- Pero, Dumbledore... – habló Sirius, aún muy preocupado - No dejarán que Stella pierda la
ceremonia, y correrá más peligro si...

- No puedo involucrarme – explicó Dumbledore, con un deje de impaciencia - ...pero les he


comentado la posibilidad de aplazarla hasta que tengamos, si no la certeza al menos la
sospecha palpable, de que Voldemort aún desconoce su paradero. Mientras, sólo nos queda
confiar en su buen proceder...

- Si yo hubiera estado aquí... – comenzó a decir, molesto, como si pensara en voz alta -
...jamás hubiera dejado que confiaran en Mutang. No importa qué tan buenas intenciones
tuviera... Era un mortífago, y lo son hasta la muerte. No hay redención para ellos.

- Pero no estabas aquí, Sirius – se apresuró a inquirir Dumbledore, serio - ...y para entonces
la posibilidad de contar con los Tareldar era más importante que cualquier cosa. En todo
caso, Severus viene en camino... Él nos dirá lo que necesitamos saber.

        Sin detenerse a pensar si la conversación había terminado o no, Harry retrocedió unos
pasos del muro. Sin que lo hubiera planeado, casi por causalidad, comenzaba a entender
algunas cosas aunque, al mismo tiempo, surgían más y más grandes dudas. Pero, por ahora,
todo se resumía en dos preguntas: ¿Por qué querría saber Voldemort el paradero de Stella?
¿Qué conexión tenía Myer Mutang con los Altos Elfos? Era un mortífago, y Fred y George se
habían involucrado con él... ¿Qué diablos estaba sucediendo? ...

- Harry, salgamos de aquí. Ya salen...

        Ron tiró de la túnica de Harry y lo obligó a correr por el pasillo. Entonces ahí, al borde
de tomar la primera escalera, se toparon cara a cara con Hermione, quien venía corriendo
desde la esquina opuesta.

- ¡Hermione! No sabes lo que ha pasado, tenemos mucho qué contarte y...

- Luego, Ron, luego – lo interrumpió ella, jadeando. Se apoyó un momento en la baranda,


intentando recuperar la respiración – Tienen que venir conmigo... – explicó, y antes de que
Harry pudiera preguntar por qué, ella sonrió, aunque con algo de tristeza – Stella quiere
despedirse.

        A medias, Ron hizo eco de aquella sonrisa, pero volteó luego hacia su amigo. Harry
bajó la mirada, cerró los ojos y pensó un momento.

- ¿Irán ustedes conmigo...?


Francisca Solar

Ron se encogió de hombros, mientras Hermione asentía. - Y también Ginny. Nos está
esperando.

        Harry no respondió, pero puso un pie, nervioso, en el primer escalón. Bien, estaba
dicho. Era el momento de probar su temple... sobre qué tan “niño” podía ser.

Cap. XXII: Sobre Flaquezas y Profecías (About Wickness and Prophecies)


Francisca Solar

        Ninguno intentó mencionar el nombre de Stella en todo el camino, y si es que alguna


vez existió la idea, fue desechada antes de llevarla a cabo. Y es que el rostro de Harry no
daba espacio para distensiones. Respiraba agitadamente, contraía y relajaba sus puños a
cada segundo, y no despegaba la vista del horizonte. Abrumado y contrariado, repasaba en
su mente ciento de frases a decir pero, por más que se esforzaba, no daba con las palabras
correctas. ¿Qué le diría cuando se encontrara con su rostro... con sus ojos? Si el solo hecho
de imaginarlo le hacía helar la sangre, más que nervioso, algo asustado...

        Cada cierto tiempo Ron relataba a Hermione los puntos más importantes sobre la
conversación de Dumbledore en la enfermería, pero no se alargaban demasiado. Ella tan sólo
se limitaba a asentir y pensar en silencio, mirando a Harry de reojo. Por alguna extraña
razón, el último pasillo hacia el ala oeste se hacía ridículamente largo...

- ...entonces, ¿fue idea de Ginny?.

Hermione movió la cabeza. - Sí, pues al parecer encontró la manera de burlar la escolta
permanente que... que... b-bueno, que mantienen en la habitación de ella – explicó, aún
algo nerviosa, atenta a la reacción de Harry.

- ¿Y cómo lo hará? – preguntó Ron.

- Aún no lo sé. Sólo me dijo que la encontrara en este piso y así pod...

- ¡AUCH!

        Con tanta rapidez que fue imposible advertirlo, alguien chocó con violencia contra Ron
mientras doblaban la esquina en sentidos opuestos, tirándolos al piso. Harry apenas
reaccionó, debido, como supondrán, a su aterrador ensimismamiento. Por su lado Ron, algo
aturdido y acariciando su hombro, iba a decir "Lo siento", cuando...

- ¡Eres tú! – gritó Ron, apuntando al rostro molesto de Draco Malfoy – Y pensar que iba a
disculparme...

- Fíjate por donde caminas, Weasley – gruñó Draco, levantándose en un segundo y


sacudiendo sus pantalones - ...y mejora tus reflejos, o te mantendrás por siempre como el
mediocre guardián que eres...

        Ron frunció el ceño con ira y estuvo a punto de abalanzarse contra Malfoy sino fuera
porque Ginny, corriendo a su encuentro y con la ayuda de Hermione, se interpuso a la
golpiza.

- Muchachos, muchachos, cálmense... – sugirió Hermione, tomando el brazo de Ron –


Estamos aquí por una causa en común...

- ¿En común?

        Era la primera vez que Harry abría la boca en todos aquellos minutos. Miró a Hermione
con desconfianza, alzando una ceja, desviándola luego hacia Malfoy, quien no parecía muy
contento con la compañía.

- Sí – respondió Ginny, alejándose un poco de Draco al ver que ya no iban a pelearse –


Draco va a ayudarnos a ver a Stella.

        Sin que pudiera evitarlo, Harry recordó, fugaz, aquel día en los jardines, así como la ira
que lo embargó al notar que Draco miraba a Stella con un inusual interés... y aquella ira,
entonces lejana, comenzaba a atacarlo de nuevo...

- ¿Cómo es que sabes la manera de entrar a su habitación...?

- ¿Y desde cuando te dedicas a la caridad? – preguntó Ron inmediatamente tras Harry,


compartiendo su profunda molestia. Draco sonrió con sorna.

- No lo hago por mi devoción hacia ti, si a eso te refieres... – dijo, innecesariamente burlesco
Francisca Solar

– Créeme que, si por mí fuera, ocuparía mi tiempo libre en algo más agradable...

- Draco, te lo advierto – habló Ginny, impaciente, cruzándose de brazos – No más insultos.


Haz lo que viniste a hacer y podrás liberarte de nosotros.

        Draco no respondió pero, tras hacer una mueca de asco hacia Ron, asintió a
regañadientes. Ron soltó una carcajada irónica.

- Increíble pero cierto. ¿Ahora Ginny te da órdenes? ¡Espera a que lo sepan en la Sala
Común!

Draco cerró los puños con fuerza y dio unos pasos hacia Ron. - Te arrepentirás, Weasley...

- Draco, Ron, por favor – pidió Hermione, mirando con angustia hacia el pasillo donde estaba
la habitación de Stella.

- Ron, cálmate – continuó Ginny, acercándose a él – No tengo por qué darte explicaciones
sobre las cosas que hago o dejo de hacer. Además, Draco tiene sus razones para estar aquí,
¿no es así? – le preguntó, casi desafiante. Él volvió a asentir, sin despegar la mirada de odio
hacia Ron, lo que no lo hacía distinguir la ira en los ojos de Harry – Entonces, ¿vas a
ayudarme o qué?.

        Rumiando (quizá) algún insulto para Ron, caminó unos pasos hasta llegar a la escalera
que los llevaría al pasillo del ala oeste. Inseguro sobre actuar o no, pasó instintivamente una
mano por su cabello, alojando luego sus manos en sus bolsillos en señal de despreocupación.
Hizo entonces un gesto seco hacia Ginny, quien no demoró en llegar hasta él. No muy lejos,
Hermione, Harry y Ron se acercaban, suspicaces, atentos a los pasos de Malfoy.

- Ahora, escúchame bien porque no volveré a repetirlo – dijo, tan duro y despreciativo que
Harry habría querido callarlo de un manotazo. Se apoyó en la baranda de la escalera y
apuntó hacia su derecha - ¿Ves ese pasillo? Hay sólo cuatro puertas. Como ya sabes, la
habitación del fenómeno... es decir, de ella – se apresuró a corregir, aunque no muy
convencido – ...es la tercera. Por nada se te ocurra entrar en la primera, ¿entendido?. Lo
único que debes hacer es ir hasta la segunda puerta, dar tres toques fuertes y dos suaves...
y alguien saldrá. Es... es una chica, una elfa. Se llama Eärendil – explicó, ruborizándose
levemente al pronunciar aquel nombre. Haciendo como que no había pasado nada, les dio la
espalda y siguió hablando – Cuando salga, te preguntará "qué buscas". Entonces debes
decirle que quieres hablar con su princesa. Es probable que se niegue, pero sólo debes
recordarle que están en nuestros terrenos, por lo tanto, no tienen real jurisdicción. Así no
tendrá más remedio que dejarlos pasar – concluyó, volteando para observar el rostro de
Ginny. Ella sonreía.

- Draco, nunca creí que te diría esto, pero... gracias – habló Ginny, arrugando la frente por lo
raro que sonaba aquella escena. Luego él volteó, expectante, hacia donde estaban
Hermione, Ron y Harry.

- No esperarás que corra a abrazarte, ¿o sí? – habló Harry, en un tono de pocos amigos.
Draco le devolvió un gesto de odio.

- Espero que te sirva, Weasley... porque no regresaré – habló hacia Ginny, y ella asintió en
silencio, sin detenerse a protestar.

        Hermione y Ron no dijeron nada. El solo hecho de que Draco Malfoy hubiera aceptado
ayudarlos en un asunto así de importante, era suficientemente extraño como para sentarse a
meditar. Entonces, y sin querer pasar más tiempo junto a sus eternos odiosos contrincantes,
el rubio de Slytherin giró sobre sus pies rumbo a su Sala Común.

- ¡Gracias! – volvió a gritarle Ginny. Draco no volteó ni respondió, pero elevó fugazmente
una mano por sobre su hombro. Hasta Hermione se sorprendió.

Cuando se perdió de vista, Ron se atrevió a hablar. - Bien, estoy esperando – alegó,
cruzándose de brazos ante Ginny.
Francisca Solar

- ¿Qué? – preguntó la aludida, haciéndose la inocente.

- ¡Tienes que decirnos cómo lograste que Malfoy viniera hasta acá! – exclamó Harry, más
que interesado. Hermione movió la cabeza, como diciendo que necesitaba escuchar la misma
información.

La menor de los Weasleys se encogió de hombros, pensativa. - Bueno... tuve que


chantajearlo, esa es la verdad – confesó, arrugando la nariz – Por casualidad me enteré de
algo sobre él... algo de lo que su familia se avergonzaría mucho, en especial su padre, y
Draco no está dispuesto a evidenciarse – explicó, volteando hacia el ansiado pasillo –
Además, en aquella oportunidad me enteré de su conocimiento para burlar la escolta de los
elfos... y fue entonces cuando fui a hablarle.

- Uy, debe tratarse de algo muy interesante – habló Ron, entusiasmado – Soy todo oídos.

Ginny lo miró como si estuviera loco. - Olvídalo, Ron... no te diré nada – sentenció, tajante,
mientras subía las escaleras. Hermione, al parecer de acuerdo con su amiga, subió tras ella.

- ¿Qué? ¡No puedes hacerme esto! – le gritó Ron, sorprendido, subiendo los escalones de dos
en dos - ¡No puedes dejarme con las ganas! Vamos, cuéntanos... ¡Debe ser un chisme
excelente!

- Ron, escúchame – suspiró Ginny, impaciente, volteando a mitad de camino – Le dije que
esparciría su secreto por toda la escuela si no me ayudaba... pero sí lo hizo, ¿no es así?
Bueno, ahora debo cumplir mi parte del trato.

        De mala gana, Ron iba a continuar protestando, pero Harry lo tomó del brazo. No valía
la pena seguir discutiendo... En el fondo, Ginny tenía razón.

- No es justo – refunfuñó Ron entre dientes. Ginny estaba demasiado ocupada en escudriñar
el pasillo como para escucharlo, pero Hermione volteó al segundo, visiblemente molesta.

- Oh, Ron, por favor – suspiró, evitando su mirada – No necesitas un tonto rumor para poner
a Draco en su lugar, y lo sabes. Así que, si no te molesta, tenemos algo más importante de
qué preocuparnos ahora...

        Ron congeló sus movimientos. ¿Escuchó mal, o Hermione le había dado un cumplido?
Aún confuso sobre el real significado de aquellas palabras, sonrió, siguiéndola hasta el muro.

- Sí, mamá – respondió, sin poder quitar la sonrisa de sus labios. Ginny y Harry, entre tanto,
pegaban sus espaldas a la pared, con tal de sólo asomar sus cabezas.

- Bien, está desierto. Ahora o nunca – habló Ginny, segura – Ustedes quédense aquí. Si logro
entrar, les daré una señal, ¿entendido?.

        Todos asintieron. Deseándole suerte, la vieron escabullirse entre las columnas de


piedra, sigilosa, cuidando cada paso. Volviendo a asegurarse de que nadie la observaba,
suspiró hondo, movió la cabeza con determinación y se irguió, nerviosa, frente a la segunda
puerta, tal como Draco le había dicho...

- Tres toques fuertes y dos suaves... – repitió Ginny en voz baja, alzando el puño sobre la
puerta de madera.

- ¿Y qué tal si es un truco? – susurró Harry a Hermione, incrédulo, mientras Ron asentía
como si su amigo le hubiera quitado las palabras de la boca - Di lo que quieras, pero yo
jamás confiaré en Malfoy...

- Yo tampoco – confesó Hermione, atenta a los movimientos de Ginny - ...pero no tenemos


opción, ¿o sí?.

        Harry no tuvo tiempo de discutir. Los cinco golpes que Ginny debía dar ya retumbaban
en los faroles de bronce. Suspirando otra vez, se alejó un par de pasos para observar
completamente a quien saliera por la puerta... pero, quien quiera que fuera, demoraba
Francisca Solar

demasiado, y no hacía más que incrementar el nerviosismo de los cuatro Gryffindors.


Comenzando a perder la paciencia (y también un poco de fe), Ginny relajó un poco su
postura, volteando hacia Hermione con ojos suplicantes.

Hermione pensó rápido. - ¡Inténtalo de nuevo! – le sugirió, insegura, lo más despacio que
pudo.

        Ginny sacó fuerzas de flaqueza. Avanzó unos centímetros, golpeó tres veces fuerte y
dos suave... y volvió a retroceder. Entonces esperó... esperó...

Tras un par de minutos, Ron salió tras el muro, algo exasperado. - Ginny, sal de ahí ahora.
Te lo dije... se los dije a todos. ¡Malfoy nos está tomando el pelo!

- No, no puede ser – se defendió Ginny, también un poco alterada. Volteó nuevamente hacia
la puerta, como si quisiera abrirla sólo con el poder de su mente... hasta que entendió. Bajó
la mirada, tomando su barbilla, fijando los ojos luego en el silencioso pasillo...

- Ginny – la llamó Hermione, decepcionada, pero la pelirroja no se movió - ¿Ginny?

- Claro... eso es – murmuró ella, como si hablara consigo misma – No es que los toques no
funcionen... Es que no hay nadie ahí.

- ¿Cómo dices? – preguntó Harry, confundido, al tiempo que la veía correr hacia la puerta y
girar la manilla.

- ¡Ginny, no! – gritó Hermione, pero ya era tarde. Ginny ya estaba en la mitad de la
habitación.

        Reticentes, y dando pequeños pasos como si estuvieran pisando galletas, Ron y


Hermione entraron tras Ginny. Harry, dudoso, tan sólo se paró en el umbral.

- Ya no hay nadie... nadie – volvió a decir Ginny, aunque esta vez con visible amargura.

        Y era cierto: la sala se hallaba vacía. Los sillones de terciopelo estaban intactos, pero
en dos de las mesas dispuestas en las orillas, aún quedaban vestigios de una comida
reciente. Los platos estaban a medio servir, como también las copas... Era como si hubieran
tenido que salir de urgencia... escapando...

- ¿Se fueron? Pero, ¿c-c-cuándo... c-cómo? – susurró Hermione, aún no dando crédito a sus
ojos, mientras recorría el lugar ávidamente en busca de respuestas.

        Harry no se detuvo a pensar. Decidido, caminó hasta la tercera puerta, dio un gran
suspiro y giró la manilla frente a sí. Contuvo la respiración un momento, sospechando quizá
que se encontraría frente a frente con Stella... pero – lamentable o afortunadamente - no fue
así.
        La habitación estaba desierta. La cama estaba parcialmente desecha; su dosel de tules
anaranjados se deslizaba suavemente por la brisa, las ventanas estaban abiertas de par en
par y en la chimenea aún ardían débiles chispas, restos de lo que habría sido un contundente
fuego minutos atrás. Las luces del atardecer iluminaba las paredes.

- Tampoco hay nada en las otras dos habitaciones. Se... se han ido – afirmó Ginny, sin saber
cómo debía mirar a Harry. Ron y Hermione entraron tras ella.

- Y ya sé porqué – comentó Ron, cabizbajo, mirando la cama vacía de Eleneär. El resto lo


rodeó en un par de segundos - ¿Recuerdas lo que dijo Sirius? Que Stella corría peligro por
causa de Mutang... por su muerte. Además, Dumbledore aseguró que ya había prevenido a
Ingolmo, el anciano que va con ellos. A mí me parece que huyeron...

- ¿Murió Myer Mutang...? ¿Cómo lo saben? – preguntó Ginny, confusa luego de las palabras
de Ron.

        Hermione hizo un ademán de querer responderle, pero justo en aquel segundo varios
pasos se escucharon tras ellos. Alguien (o más de alguien) se acercaba a la habitación.
Francisca Solar

- ¡Escóndanse! – exclamó Harry, nervioso, pero no alcanzó siquiera a andar.

- ¡Fred! ¡George! – gritó Ginny al verlos, corriendo hacia ellos.

        Fred Weasley recibió a Ginny a la altura del pecho, abrazándola. Su hermano George,
en tanto, examinó un segundo la habitación. A pesar de que los gemelos vestían muy
elegantes, casi relucientes, ninguno parecía muy feliz. En sus rostros se reflejaba el
cansancio y algo de insomnio.

- Sí que son rápidos estos Elfos, ¿no?.

- ¿Sabías que se irían? – inquirió Harry, ansioso.

Fred asintió, suspirando, mientras George se acercaba al resto. - Era bastante obvio en
realidad. Con Mutang muerto, no podían correr el riesgo de quedarse... Veníamos a
despedirnos de Stella, pero el profesor Dumbledore se nos adelantó. Acaba de decirnos que
los Tareldar emprendieron retirada apenas pudieron...

- Y ahora que lo dices... – comenzó a decir Ron, cruzándose de brazos - ¿Van a explicarnos
de una buena vez el gran misterio? Me encantaría que confiaran en nosotros... ya tenemos
edad para entender, no importa lo que sea.

Los gemelos se miraron un largo segundo, dudosos. Entonces Fred habló. - Es que... no
comprendes, Ron. No está en nuestras manos. No sé si estamos autorizados para relatar
detalles...

- Peligraría nuestra estadía en la Orden... – añadió George, no muy convencido.

Ron suspiró de impaciencia. - No se preocupen, ya sabemos casi todo... Hemos oído muchas
conversaciones – mintió, esperando que Hermione no se atreviera a contradecirlo – Es sólo
que necesitamos... llenar algunos vacíos, eso es todo.

- Además, ustedes inventaron las Orejas Extendibles... no pueden quejarse ahora – intervino
Ginny.

        Los gemelos volvieron a mirarse. Se inclinaron hacia el otro, hablaron un par de cosas
en voz baja, y luego voltearon hacia el grupo, sonriendo débilmente por primera vez.

- ¿Prometen no contárselo a nadie... a menos que sea para fastidiar a un par de mortífagos?

Salvo Harry, todos sonrieron. - Ese es el espíritu Weasley – habló Ginny, más relajada.

- Pero salgamos de aquí – sugirió Fred, haciendo un ademán de nerviosismo – Este sitio no
es seguro.

        Sin protestar, Hermione, Ginny y Ron abandonaron la habitación rápidamente, seguidos


de los gemelos. Sin embargo Harry, por su lado, observó la habitación otra vez, sin sentir
deseos de marcharse. Caminó lentamente hasta la cama, acariciando, tembloroso, un retazo
de tela... hasta que reparó en un gran dibujo en mitad de la colcha. Parecía como un escudo
de casta o algo. No podía leer lo que decía; estaba escrito en un lenguaje extraño y de trazos
ininteligibles, pero el dibujo le era muy familiar... Parecía una galante mariposa, aunque, si
se miraba con atención, más bien parecía una gran libélula... una libélula como la que vio
tallada, hace ya tanto, en la tapa de un libro...

- ¿Vienes?

        Hermione regresó sobre sus pasos apenas cayó en la cuenta de que Harry no iba con
ellos. Rodeó la habitación con mucha tristeza, pero al fijar la vista en Harry, se enserió
rápidamente.

- Sí, en un momento – contestó Harry, aún absorto en las sábanas revueltas sobre la
colcha...
Francisca Solar

Hermione suspiró. - No vas a decirme que lamentas su partida... ¿o sí?.

        Harry volteó hacia ella como si acabaran de hablarle en japonés. Tragó saliva, evitó su
mirada y se sonrojó levemente.

- ¿Y si así fuera...?

Ella ni se inmutó, apoyada en la cornisa de la puerta. - Entonces pensaría que estás


bromeando.

- ¿Qué? – dijo Harry, intentando no buscar el doble sentido en las palabras de Hermione.

- Tienes que estar bromeando, no veo otra razón para...

- Hermione – la interrumpió Harry, sorprendido y apenado – Jamás bromearía con algo así.

- ¿En serio? Es difícil de creer, en realidad – respondió ella, evidenciando ahora su molestia
sin camuflajes. Al parecer, llevaba mucho tiempo aguantando las ganas de encararlo – ¡Tú te
lo has buscado! Ella estuvo aquí, en esta misma habitación, por algo más de un mes... ¿y
sólo ahora te das cuenta que la extrañas? - exclamó, dolida, acercandose unos pasos -
Estuvo atrapada entre estas cuatro paredes por más tiempo del que cualquiera de nosotros
pudo haber soportado, muriendo por verte, por saber de ti, por escuchar una palabra tuya...
¡¿y sólo ahora te das cuenta que la extrañas?!

        Harry fue incapaz de moverse o pensar en algo razonable. Si bien ya había presenciado
la ira de su amiga en otras oportunidades, verla así, realmente furiosa con él y debidamente
mezclada con su tristeza, era un escenario completamente diferente.

- Hermione, y-yo...

- ¿Sabes qué? Está bien. Haz lo que quieras... no es mi problema, pero... a veces, creo que
no la mereces.

        Los ojos de Hermione brillaron por las lágrimas que luchaba por contener. Pero sin
querer evidenciarse de esa manera, giró sobre sus pasos y caminó rápidamente por el
corredor en busca de los otros, dejando a Harry a solas con su confusión.

        Abatido, se dejó caer en la cama, tomando su cabeza con las dos manos. Era
suficiente. ¿Quién más vendría a recordárselo...? ¿Quién más vendría a recordarle cuán
estúpido, cuán "infantil" había sido? Y si buscaba refugio en Sirius... ¿Lo regañaría él tal
como los otros? Por un momento, Harry se sintió angustiado... solo. Solo y desesperado, al
igual que cierta princesa Tareldar, llorando a cientos de kilómetros de distancia...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- Pig, ¿quieres callarte? ¡Intento concentrarme!

        La decisión fue unánime. Si de hablar secretamente se trataba, uno de los lugares de
resguardo por excelencia era la Lechucería. Pero siempre de noche, pues con el alboroto de
las mensajeras en pleno horario de trabajo, sería imposible escuchar con claridad al
interlocutor. Claro que, en aquellas circunstancias, no tenían opción. Aún quedaban un par
de horas de luz, por lo que tendrían que soportar el ir y venir de un par de lechuzas... sin
mencionar el cálido recibimiento de Pig, quien no dejaba de revolotear sobre la cabeza de
Ron.
        Una vez que se hubo calmado (la encerró en su puño y comenzó a acariciarla), los
gemelos se sintieron en libertad para hablar. Se sentaron en círculo sobre un montón de paja
amontonada en la esquina, quedando Harry frente a Hermione. Ninguno de los dos cruzó
palabra con el otro durante toda la conversación, y de vez en cuando ella le dirigía una
mirada fugaz, algo arrepentida de haberle gritado. Pero Harry no volteaba, aún dolido.

- ...¡Por eso estaban tan misteriosos! – exclamó Ginny, entusiasmada por entender – Mutang
era un ex-mortífago, y mamá los habría matado si se enteraba...
Francisca Solar

- Exactamente – confirmó Fred, arrugando la frente al imaginar el rostro de su madre – Nos


estaba ofreciendo un buen negocio... y como sabes, tiempo son galeones...

- ¿Pero cómo lo conocieron...?

- Ahí comienza la historia – habló George, como si quisiera iluminar su rostro para relatar
una historia de terror – Todo sucedió luego de la fuga masiva de Azkabán...

- El Callejón Diagon hervía en buenos chismes... y en pánico, si puede decirse. A las cuatro
de la tarde ya no había nadie en las calles, ni siquiera en Knocturnalley. Pero en aquel
momento no nos importaba, pues aún estabamos decorando y preparando la tienda para su
próxima apertura en unos días...

- Entonces escuchamos a papá cuando hablaba con Ojo Loco, a mitad del verano. Que los
Dementores habían desertado... que los mortífagos recién capturados habían vuelto a
escapar, y que junto con ellos varios prisioneros aprovecharon el buen momento. Entre ellos,
Myer Mutang...

- Nunca pudieron probar que era un mortífago, pero la Orden tenía fuertes sospechas al
respecto... – continuó Fred, inusualmente serio – Ojo Loco fue quien lo acorraló cuando
intentaba llegar a Londres...

- ...pero no dejó que lo regresaran a Azkabán. Les rogó piedad... qué se yo, actitud que
como sabrán no ablandará jamás a Alastor Moody... sólo que, en el peor de sus desvaríos,
prometió a la Orden información confidencial... información que ni el propio Señor Tenebroso
conocía, y que sería crucial para una próxima batalla...

        Acto seguido los rodeó un pesado silencio, hasta que Hermione dejó escapar un sonido
agudo, abriendo la boca parcialmente, sorprendida.

- ¡Claro! ¡La ubicación de los Altos Elfos!

        Fred y George asintieron al mismo tiempo, mientras Ron, Ginny y Harry, estupefactos,
ataban sus propios cabos sueltos.

- Encontrarlos era de suma relevancia para él, pues haría la diferencia, dado el momento,
entre perdedores y triunfadores...

- ¿Voldemort quería que se unieran a ellos...?

Fred arrugó la frente. - Voldemort los quería muertos, Ron – corrigió duramente, como si
aquello fuera prácticamente obvio – Sabía que quedaban muy pocos, que estaban casi
extintos... y así mismo, sabía que jamás se unirían a él... Suponíamos que sólo intentaba
cerciorarse de que no se contactaran con nosotros, de que jamás aceptaran luchar...

- Bueno, eso suponíamos... antes – aclaró George, algo incómodo.

- ¿Antes? – repitió Harry, curioso.

Los gemelos asintieron, embargándolos de pronto un extraño nerviosismo. - Mutang tenía la


misión de encontrar a los Elfos, para que Voldemort pudiera deshacerse de ellos... pero no
era sólo eso. Buscaba... buscaba a alguien en particular.

- A Stella – continuó Fred, antes de que Ginny dijera "ya lo sabíamos".

- Ohhh ya veo – habló Ron, cruzándose de brazos y mirando a sus hermanos con molestia –
No sólo Hermione ya sabía sobre Stella... ¡ustedes también y nunca nos dijeron nada!

- Cálmate, Ron, no es lo que crees – se excusó George, tomándolo del brazo – Lo único que
sabíamos era que Voldemort iba tras la princesa de los Altos Elfos... pero jamás, ni en un
millón de años, habríamos pensado que era Stella... Comió y durmió en nuestra casa por
semanas... ¿te das cuenta de eso?.
Francisca Solar

- George – lo interrumpió Fred, dirigiéndole una mirada de advertencia. Él asintió.

- Pero aún no entiendo dónde cabe un club muggle en toda esta historia... – dijo Hermione,
confundida, ansiosa por saber.

- Es muy fácil. A cambio de la información, Dumbledore optó por liberar a Mutang... claro
que alguien de la Orden lo tendría en constante vigilancia. Supimos que poseía una buena
cantidad de galeones en Gringotts, y que quería enmendar su vida... – bajó la mirada y
sonrió para sí, al igual que su hermano - Y bueno, tú sabes que nuestras almas caritativas
siempre están al servicio del necesitado...

- ¡Pero qué ambiciosos! – los regañó Hermione, exaltada y molesta – No importa el beneficio
monetario que podía traerles... ¡Hicieron negocios con un mortífago! ¡Eso es traición!

- Oh, Hermione, por favor – gruñó George, quitándole gravedad al asunto, aún cuando Fred
parecía algo incómodo con la situación – El tipo realmente parecía arrepentido de sus
acciones pasadas... y el primero que nos sugirió darle otra oportunidad fue el profesor
Dumbledore. Nosotros no hicimos más que seguir su consejo al pie de la letra...

Fred alzó las cejas, intentando relajarse. - Los muggles han quedado embobados con nuestra
cerveza de mantequilla...

        No era fácil reprochar algo a los gemelos, pero Hermione no abandonó su postura de
cólera, como tampoco Ginny, quien se sentía un poco decepcionada por lo que acaba de
escuchar. Para Ron, en cambio, no había de qué preocuparse.

- Yo creo que está bien. Negocios son negocios... y eso no quiere decir que ustedes
comenzaran a abanderarse por Voldemort o algo parecido...

- En lo absoluto, por supuesto – confirmaron Fred y George al unísono, dirigiendo sus


miradas hacia Hermione. Ella se sonrojó.

- ¿Y ahora...? – comenzó a decir Harry, interviniendo por segunda vez en toda la


conversación - ¿A dónde están los Elfos ahora?

Fred se encogió de hombros. - Ni siquiera Dumbledore lo sabe – explicó – Mutang está


muerto... muerto por la maldición Cruciatus, y demás está decir quién es nuestro principal
inculpado...

- Si lo torturaron, es muy posible que haya revelado muchas cosas... información que sólo
nosotros sabíamos...

- Pero no todo – negó Ron inmediatamente, pensando en voz alta – El profesor Dumbledore
lo dijo: Mutang no pudo haber confesado lo más importante, pues Snape había hecho algo al
respecto...

- ¿Snape? – preguntó Ginny, alzando una ceja. Harry y Hermione asintieron.

- No tenemos idea de qué es lo que el viejo maestro de pociones está haciendo – confesó
George, intentando explicar la situación a Ginny – Nunca quisieron contarnos... pero sin
importar lo que sea, impidió que Voldemort se enterara de que los Elfos estaban en
Hogwarts, y les dio tiempo para escapar...

Harry bajó la mirada un momento, pensando en voz alta. - ¿Recuerdan cuando me sentí muy
mal, durante el partido de Quidditch? Sacaron a Snape de las graderías, inconsciente,
prácticamente al mismo tiempo... – dijo, marcando el tono elocuente - ¿Tendrá algo que ver
con todo esto?

- Quizá – habló Fred, encogiéndose de hombros – Llevas seis años aquí, Harry... Deberías
saber que, con magia de por medio, cualquier cosa es posible...

        Harry asintió. ¿Cualquier cosa era posible...? Cualquier cosa... ¿Incluso traer a Stella de
Francisca Solar

vuelta? ...
        Fred y George se levantaron de un salto, sacudiendo el aserrín de sus capas. Ya era de
noche y Molly los regañaría mucho si no llegaban pronto a casa.

- ¿Sabes... sabes que va a casarse, v-verdad? – susurró Ginny al oído de Fred, y él asintió,
dirigiendo una amarga mirada fugaz hacia Harry.

        Él intentó disimular. Ya era lo suficientemente incómodo como para que ahora los
gemelos lo abrumaran con preguntas del tipo "¿Qué se siente besar a una elfa?". No quería
ni pensarlo. Pero al parecer ninguno de ellos tenía intención de avergonzar a Harry; no les
hubiera gustado estar en sus zapatos.

        Para no llamar demasiado la atención, salieron de uno en uno de la lechucería. Cuando


sólo quedaban Harry y Hermione, ella lo detuvo, tomándolo del brazo. Él volteó enseguida.

- Hermione, si vas a seguir diciéndome lo estúpido que he sido, todo el tiempo que perdí y
no aproveché, te ruego que...

- No, no es eso – negó ella, sutil. Su voz se arrastraba por una gran pena interna – Sólo
quería darte esto. - Lentamente, movió su mano hacia él, depositando en su palma
extendida un delicado trozo rectangular de papel que él conocía muy bien. Era de color rosa
pálido, y en uno de sus extremos, se apreciaba una mariposa doblada en origami – La
encontré en una de las habitaciones. Creí que quizá... que quizá querías conservarla.

        Harry no supo qué decir, pero apretó el marcalibros contra su puño y asintió
levemente, sin dirigirle la mirada. Acto seguido giró sobre sus pies y bajó las escaleras a
paso lento, pensando consigo mismo. Tragó saliva fuertemente para bloquear la pena que
subía por su garganta... Pero entonces lo supo.
        Se detuvo, brusco, a mitad del escalón; observó detenidamente el marcalibros, pensó
en el dibujo de la colcha, y luego se golpeó en la frente, impaciente. ¡Cómo pudo pasarlo por
alto! No quiso pensarlo dos veces y corrió a toda prisa. Tiene que estar ahí... tenía que estar
ahí. El libro debe estar ahí. Ella lo dejó, aquel día de año nuevo, apoyado sobre la ventana.
Aún debe estar en algún rincón de la sala común... aquel libro tan extraño, antes tan ajeno,
pero que ahora, según su lógica, parecía contener todas las respuestas...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- ¿Albus...?

        Sin esperar réplica y tras un par de golpes a la puerta, Minerva McGonagall había
entrado al despacho del Director. Estaba nerviosa; las cosas no habían salido del todo bien
los últimos días, y si al Director le urgía verla, debía ser por algo importante.
        Al dar un par de pasos en la habitación, lo divisó, tranquilo, sentado tras su escritorio
como tantas otras veces. Arrugando la frente, denotando su concentración, daba vuelta a las
páginas de un libro. Fawkes, a su lado, se inclinaba de vez en cuando sobre el hombro de su
dueño, moviendo sus largas pestañas en signo de curiosidad.

- ¿Me llamaste, Albus? – volvió a preguntar ella, acercándose al director. Él elevó la mirada
por sobre sus anteojos de media luna.

- Sí, Minerva, sí. Por favor, siéntate.

        McGonagall apartó una silla frente al director y se sentó, expectante. Dumbledore


apenas se movió de su lugar.

- ¿Se ha sabido algo de los Tareldar? ¿Hemos tenido noticias? – se adelantó ella, nerviosa
ante la posible respuesta.

Dumbledore suspiró. - No, lamentablemente no... pero ya las tendremos – respondió, sereno
como siempre. Esbozando una sonrisa tibia, cerró el libro frente a sí, volteándolo para
mostrarlo hacia la profesora de Transformación - ¿Lo reconoces?

        Minerva arregló la postura de sus gafas cuadradas y se inclinó ante el libro, pero no
Francisca Solar

demoró mucho en reaccionar. Dio un pequeño salto en su silla, emocionada.

- ¡Por Merlín! – exclamó, rozando la tapa con dedos temblorosos - ¡El diario de Ohtar! -.
Dumbledore asintió ligeramente, volviendo a abrirlo frente a sus ojos - ¿Pero c-cómo...?

- Dobby, nuestro inquieto elfo doméstico, lo trajo hasta mí hace unos minutos. Dice que lo
halló en la Sala Común de Gryffindor, y que de inmediato reconoció el grabado.
Ingenuamente, creyó que yo se lo entregaría a Ingolmo apenas regresara...

Minerva sonrió elocuentemente, gesto que Dumbledore compartió a su momento.

- ¿Y cómo llegó hasta ahí...?

- Stella debió hallarlo... en algún lugar del mundo y con mucha suerte. Pero es una lástima
que haya sido en vano. Debe haber sido muy duro para ella tener la repuesta en sus manos,
pero sin poder leerla...

- ¿En vano? – preguntó la profesora, confundida.

Dumbledore asintió, algo más animado. - Sólo Arthur y yo podemos abrirlo... ¿Recuerdas?

        Minerva hizo un gesto de entendimiento, algo extasiada. Sonrió nuevamente hacia el


Director pero, rápido como un rayo, una idea cruzó su mente en un segundo. Abrió los ojos
como platos, clavó la mirada en su amigo y llevó una mano a su boca.

- Dios, Albus – pronunció apenas, como si le faltara el aire – La profecía... El Augurio.

El Director sonrió ampliamente. - Comenzaba a creer que lo habías olvidado – habló,


arqueando las cejas - ...siendo tu misma quien descubrió la serie de coincidencias...

Minerva lo apremió, angustiada, moviéndose nerviosamente en su silla. - ¿Y? Dímelo, por


Dios, no me tengas en ascuas. ¿Lo has leído? ¿Lo encontraste? ¿Está... como él mismo lo
dijo? ¿Está la transcripción exacta? -. Dumbledore demoró unos segundos en contestar,
absorto en las páginas amarillas del libro entre sus manos. Sin emitir sonido, volvió a
asentir. Entonces ella saltó nuevamente de su asiento, al borde de un ataque de nervios -
¡Por Merlín, Albus! ¡¿Qué es lo que dice?!

        Dumbledore tomó sus gafas con su mano derecha y los depositó suavemente sobre su
escritorio. Suspirando de nuevo, sus ojos brillantes tradujeron un sentimiento de triunfo
imposible de esconder.

- Dice, con comas y puntos, que jamás fallamos después de todo... que la muerte de los
Potter no fue el fracaso que siempre creímos... – afirmó, elevando el mentón, recordando
con orgullo a todos aquellos que un día pertenecieron a la Orden del Fénix, y que cayeron en
batalla – Así que, ya sabes qué hacer – dijo, al tiempo que ella juntaba sus manos en
silencio, cerrando los ojos, sonriendo con emoción – Necesito que envíes una lechuza rápida,
querida Minerva. Debemos impedir un matrimonio.
Francisca Solar

Cap. XXIII: A Distancia (At a Distance)

        Apenas Madame Pomfrey terminó de cambiarle el vendaje a Sirius, y luego de


asegurarse de que tomara hasta la última gota de una extraña poción amarillenta, Hermione
asomó su cabeza por la puerta. Se regañó por ser tan sentimental, pero no podía evitar
emocionarse cada vez que lo veía. No alcanzaba a creer que él estaba ahí, frente a ella...
aquel tipo que cruzó un extraño velo tiempo atrás, y que nadie había vuelto a ver desde
entonces...

- Hermione – sonrió Sirius, acomodándose con los almohadones que tenía a mano.

        Aunque protestó hasta más no poder, el profesor Dumbledore lo persuadió para que
guardara reposo un par de días. Todavía no estaba en condiciones de levantarse... ni de
mostrarse libremente por ahí, al menos por ahora. Cornelius Fudge había brillado por su
ausencia, deliberando quizá el más duro de sus casos. Hasta ahora nadie sabía qué había
pasado con la declaración de Peter Pettigrew (si es que hubo una), pero nadie estaba
demasiado alterado. Sólo había que esperar, decían, y mientras el día de su redención
llegara, la Orden consideró el ala oeste del castillo Hogwarts como el mejor refugio próximo.
Nadie iba ahí; la mitad de la escuela aún pensaba que los Altos Elfos residían en sus pasillos,
y como el paso estaba prohibido para cualquier humano curioso, no habría de qué
preocuparse.

        La habitación escogida fue aquella que perteneciera a Eärendil, la elfa esquiva de
ondulado cabello castaño. Por alguna extraña razón, Remus pidió que no usaran la de Stella,
y aunque varios pusieron cara de interrogación, nadie intentó contradecirlo. Sirius, por su
parte, no tenía ganas de discutir. Iría a donde mejor les pareciera, con tal de descansar otro
par de días y huir así de la vista pública...

- Trajiste lo que te pedí, ¿no es así? – preguntó, con los ojos brillantes por la expectación.
Hermione asintió en silencio, cerrando la puerta tras de sí.

        No estaba segura de hacer lo correcto, pero no tuvo corazón para negarse. Sirius
estaba empecinado en lograr su objetivo, en ahondar el tema hasta donde fuera posible...
James Potter, su amigo, su hermano... podía regresar. A causa de las más fatuas de las
experiencias, una alternativa para traerlo de vuelta había surgido, y si era tan cierta como su
fe en ello, no escatimaría en intentos.

- Sirius... – comenzó a decir Hermione, suspirando lentamente. Se sentó con suavidad a los
pies de la cama, mirándolo con timidez - ... te das cuenta en lo que te estás involucrando,
¿verdad?.

- Hermione, por favor. Primero Remus... ahora tú. ¿Tan horroroso es que quiera a mi amigo
de regreso? – habló, exhausto - ¿Tan malo es que quiera... que Harry abrace a su padre?

        El estómago de Hermione dio un brusco vuelco. Algo ruborizada, volvió la vista hacia
sus zapatos.

- No es eso... y lo sabes. Nadie más que nosotros desearía darle a Harry aquel segundo de
felicidad, pero...

- ¿Pero? – inquirió Sirius, algo desafiante, pero no tanto como para amedrentarla. Hermione
volvió a suspirar.
Francisca Solar

- Sirius, el procedimiento es muy engorroso. Es como intentar hilar la aguja del pajar.
¡Tenemos sólo una chance entre millones! ¿No lo ves?

        El rostro del último de los Black se ensombreció por escasos segundos, en los que no
despegó la mirada de Hermione.

- ¿Y no crees que, aquella mínima oportunidad, vale cualquier riesgo...? Eres una Gryffindor
ejemplar. Supongo que no has perdido el coraje...

        Hermione bajó los hombros en señal de desasosiego. No conseguiría hacerlo cambiar


de opinión, ahora estaba segura. Mordiéndose el labio inferior, e intentando eludir la mirada
inquisitiva de Sirius, buscó en su mochila y extrajo, no sin esfuerzo, un pesado y viejo libro
de hojas rosáceas. En la tapa, imponente, se cruzaban las siluetas de un dragón, un caballo
y un elefante.

- Ahí está – dijo ella de repente, abriendo el libro frente a él en una página marcada. Él se
inclinó con ávida curiosidad – Al parecer nadie había cogido este libro en años... la Animagia
no es muy bien cotizada entre el alumnado. Me costó tres noches encontrarlo, pero ha valido
la pena... supongo.

Sirius alzó una ceja, pero Hermione no añadió nada más. No quería continuar protestando. -
¿Lo encontraste? Es decir... ¿confirmaste el... el requisito?

        Durante un largo segundo, Hermione apenas se movió. Luego, y casi


indescriptiblemente, agitó su cabeza en signo positivo. Sirius alzó el puño, dichoso.

- ¡El estúpido de Peter calza con la descripción, lo sabía! ¡Lo sabía!

- Sirius, Sirius... – comenzó a decir Hermione, en voz de alerta. No sentía ganas de sonreír –
Te lo he advertido desde un principio... ¡Es más peligroso de lo que piensas! ¿Qué sucedería
si Peter conoce cómo burlar el Velo? También es un Animago, no podemos confiarnos...

- Oh, vamos – exclamó él, casi despreocupado – Estás olvidando quién le enseñó todo lo que
ese zopenco sabe de Animagia... y déjame decirte que jamás le mencioné lo del Velo de
Hades. Para entonces no lo creí importante...

        Hermione se levantó intempestivamente de la cama, alcanzando en un par de zancadas


el ventanal abierto de par en par. Aún se escuchaba el rumor de las conversaciones en el
jardín central.

- Es que... es que... – No sabía cómo empezar, qué decirle - ...no estoy segura, eso es todo.

        Sirius hizo un gesto de compasión. Por un momento entendió que, por más que
compartieran sus ganas de ver a James otra vez, jamás lo ayudarían en su intento si no
creyeran que es cien por ciento plausible. Algo más tranquilo, carraspeó.

- Repasemos, ¿quieres? –ofreció, cándido, intentando menguar la presión – Remus no ha


hecho más que eludirme... y tú eres la más inteligente del grupo. Si no logro convencerte a
ti, no tendré ninguna oportunidad con los demás...

        Hermione le dirigió una mirada de cuasi reprimenda. Observando la ventana una vez
más, regresó sobre sus pasos y volvió a sentarse. Sirius se acomodó el cabello, tomó el libro
entre sus manos e hizo un ademán de atención.

- Está bien... te escucho – concluyó ella, aunque a regañadientes. Sirius se conformó con
eso, por ahora.

- Bien... – Sacó otro libro bajo su almohada. Era más pequeño, con hojas craqueladas y en
tonos azules, y en su costado podía leerse "Peligrosos y Prohibidos: Conjuros Nominales".
Sin mayores preámbulos, y sin que Hermione le preguntara cómo lo había conseguido (era
un título vetado en la mayoría de las bibliotecas mágicas de Inglaterra) lo colocó sobre el
libro anterior – Ya sabes que, si le hubiera dicho esto a Harry aquella vez, hubiera sido un
shock muy grande para él... pero así fue cómo sucedió. Vi a James, así como a muchos otros
Francisca Solar

conocidos, en los pocos segundos que estuve tras el velo. Lo vi a lo lejos, corriendo hacia mí
como si hubiera intuido mi llegada... pero no fue nada más que eso. Aunque, por supuesto,
fue suficiente como para sospechar que no sería la última vez que nos veríamos...

Hermione evitó su mirada, tomando su mentón. - Y cuando escapabas de Bellatrix,


intentabas al mismo tiempo estrujar tu memoria fotográfica, a ver qué recordabas del libro
de Animagia... – continuó, impaciente. Él ni se inmutó.

- Exacto. Por eso recurrí a la Biblioteca apenas puse un pie en el castillo. Necesitaba
cerciorarme... convencerme a mí mismo de que no estaba equivocado, de que sí era
posible...

Hermione no se atrevió a contradecirlo, pero no aguantó las ganas de sembrar la duda. -


¿Y... es posible?

Sirius suspiró, esbozando una sonrisa tibia. Luego apuntó hacia los libros. - Cuando hablé
con Remus y Harry, la noche de mi regreso, les dije que el sitio tras el velo parecía lo que los
muggles llaman 'Purgatorio'. Bueno, no era así, pero tampoco estaba tan lejos... – tendió el
libro pequeño hacia Hermione, marcando una página – El Arco no recibe a cualquier ánima
errante... Recibe sólo a algunas, aquellas que comparten un detalle en particular...

Hermione, aguda en su razonamiento, se inclinó sobre la hoja y leyó en pocos segundos. -


Avada Kedavra – murmuró, en un hilo de voz, sorprendida.

Sirius asintió. - Por eso había tantas caras familiares... ¡muchos de ellos alguna vez
pertenecieron a la Orden del Fénix! Torturados, muertos por los mortífagos... ¿te das
cuenta? Sólo quienes murieron por aquel conjuro capital fueron a dar al velo, estoy seguro...
Es la única respuesta. Es como si no hubieran muerto, después de todo...

Ella tragó saliva, aún lidiando con sus pensamientos. - Pero... ¿qué hacen ahí? ¿Cuál es el
propósito del velo? Aún no hemos encontrado esa respuesta en ningún libro...

- Debe haber una razón de peso para que esté en el Departamento de Misterios, ¿no crees?

Hermione se sonrojó levemente, pero no cambió el tono. - Está bien... Eso no lo sabemos,
pero por el momento no importa mucho. Lo que realmente importa es... es... – puso una
mano en su frente, arrugando la nariz – Dios, Sirius... estás desafiando a la muerte...

- ...y a la vida – añadió, serio – No creas que no lo he pensado... que no le he dado cien
vueltas en mi cabeza, sabiendo la osadía que cometo al intentar algo de este tipo... Pero
quiero intentarlo, necesito intentarlo... – sus ojos brillaron en signo de ruego – Por otro lado,
doy fe de que Peter estará encantado de dar la vida por James. ¿No se trataba de eso,
acaso, el encantamiento Fidelio que él mismo rompió?

        Hermione suspiró, agotada. Sirius llegaría hasta el fondo con esto, sin importar quién
se interpusiese...

- Nada nos asegura que tendremos éxito...

- Pero jamás tendremos una oportunidad como ésta, y de eso sí podemos estar seguros...

        Hermione hizo un gesto de renuncia, tomando el libro viejo que ella había traído. Sirius
tomó el suyo.

- ¿Has leído bien el conjuro? ¿Tienes todo lo que necesitas?

Sirius sonrió como un niño, escudriñando las hojas. - Sólo son tres cosas. Para abrir el Arco,
se necesita pronunciar un conjuro... está aquí escrito. Además, necesitamos un voluntario...
ya sabes, nuestro amigo Colagusano. Dice que debe estar vivo, no se aceptan cadáveres, y
que debe cumplir con el requisito... – alzó la vista – Tú lo encontraste. ¿Qué era?

- Lo que suponías – contestó, seria – El voluntario debe haber usado el conjuro de muerte al
menos una vez...
Francisca Solar

Sirius hizo una mueca amarga. - Pues el nuestro lo usó... veamos... ¿veinte veces? Eso creo.
Creo que eran veinte muggles los de esa noche...

Hermione levantó su mano para interrumpirlo. - Pero espera... ¿Cómo pretendes obligar a
Peter?

- Fácil – respondió, curvando la comisura de sus labios – Cuando Fudge termine con él, no
sabrá dónde ponerlo. Azkabán está destruida... Los matones provisorios que ha dispuesto en
las entradas y salidas no son capaces de abarcarlos a todos. La mayoría de los que no
escaparon están en estados deplorables... por eso fueron de caza rápida. Pero Peter... él se
encuentra en absoluto uso de sus cabales. Tendría mil formas de escapar. Por lo tanto,
cuando Fudge no sepa qué hacer... le pediré un pequeño favor -. Hermione alzó una ceja en
señal de desconfianza – Hey, no me mires así. En realidad yo le estaré haciendo un favor a
él. Sólo le diré que lo entregue a la Orden. Nosotros fuimos los principales afectados en todo
esto... Y con todos los problemas que tiene nuestro querido ministro, dudo que se niegue a
cooperar.

- ¿Y crees que te lo entregará así nada más... o que Peter va a dejar que hagas lo que
quieras con él?

Sirius se encogió de hombros. - Lo que la rata piense me tiene sin cuidado. No tendrá los
pantalones para enfrentarme. Fudge, por otro lado, no nos dará problemas. Querrá
deshacerse de él cuanto antes, y si yo lo ayudo...

Hermione no pudo evitar un resoplido, algo molesta. - Estás tan seguro de que te saldrás
con la tuya... ¡No has cambiado nada!

Sirius lo tomó como un cumplido. - Lo sé, soy un encanto... – dijo, apretando los labios en
una sonrisa elocuente – Entonces... ¿vas a ayudarme?

Hermione se mordió el labio inferior, dudosa. - Todavía no me dices cuál es el último


ingrediente... lo último que necesitas.

Sirius ensombreció su mirada, como si de pronto esa altiva seguridad se hubiera esfumado. -
Bueno... Es la parte más difícil, aunque no imposible.

Hermione se acercó a él con curiosidad. - ¿Qué es?

Arrugó la frente, recostándose en los almohadones. - La idea del conjuro es un intercambio...


de almas, por así decirlo. El Arco sólo dejará salir a una si recibe a otra en retribución. Para
eso necesitamos a Peter. Pero, por otro lado, James no saldrá así como así... hay que...
llamarlo. Gritar su nombre.

- No es difícil de suponer – intervino Hermione, impávida – Por algo estamos tratando con
uno de los "Conjuros Nominales"...

        Sirius le dirigió una mirada de impaciencia. No necesitaba que le recordara cuán


escrupulosa era en cuanto a materias académicas se refería.

- Lo que intento decirte, Hermione, es que hay que decir su nombre para que pueda salir...
pero no cualquier persona puede hacerlo. He ahí la dificultad.

- ¿No puedes hacerlo tú?

Sirius negó. - Este libro no lo especifica, pero dice que... – puso su dedo en un línea, e
intentó leer - "...sólo quien ha visto la cara de la muerte, puede volver a invocarla, y pedirle
redención. Sólo quien lo haya visto caer, podrá tender su mano, y levantarlo".

        Hubo un momento de silencio en que Hermione apenas dio señales de respiración.


Luego irrumpió su voz, segura.

- Eso significa... significa que la única persona que puede pararse frente al Velo y decir aquel
Francisca Solar

nombre, es quien haya visto a esa persona morir... ¿no es así? Entonces, si quieres traer al
padre de Harry...

- ...sólo Harry podrá llamarlo – añadió Sirius, terminando la frase – Sólo Harry vio a sus
padres morir. Nadie más estaba ahí. Y a menos que nuestro camarada Voldemort quiera
prestarse para el servicio, Harry es nuestra única y última oportunidad.

- Pero, Sirius... Harry era muy pequeño entonces...

- Eso no importa. Es probable que no recuerde nada de aquella noche, pero él estuvo ahí, y
es lo único que necesitamos.

        Hermione asintió en silencio. Las cortinas del ventanal bailaron intempestivamente al


compás de la brisa, mientras ella las observaba, quieta.

- ¿Estás seguro de que esto es lo que Harry quiere?

Sirius arrugó la frente, confundido. - No le he preguntado su opinión, si a eso te refieres...


Pero no creo que sea algo que resista mayor análisis. Es su padre, por Dios. Por supuesto
que querrá intentarlo... – opinó, pero Hermione no dijo nada, evitando su mirada mientras
pudo. Él quebró su tono - ¿Tú... tú crees que no?

Ella suspiró. - Sirius, entiéndeme. Estás jugando con algo muy delicado. El Velo de Hades, el
conjuro para abrirlo... escapan a nuestro entendimiento. No hay nadie vivo que haya hecho
esto y haya podido contarlo. No podemos saber si estamos haciendo lo correcto... – comenzó
a explicar, casi angustiada, intentando no perder la calma – No me cabe duda de que Harry
haría lo que fuera por pasar un segundo con su padre, pero... ¿Qué pasa si no resulta? ¿Qué
sucedería si nadie sale del velo...? Pasar por todo eso haría que Harry abriera la herida que
aún no sana, por una esperanza esquiva... ¿y si jamás llega a verlo? ¡Puede terminar
muchísimo peor!

        Después de la última palabra dicha, Sirius no dijo nada. Bajó la mirada, jugando un
momento con una de las páginas del libro pequeño. No lo había pensado... Tantas energías
había gastado en pensar cómo traer a su amigo de vuelta, que no reparó en la persona más
importante en esto: Harry. Jamás se le ocurrió siquiera que Harry se negaría a intentarlo...
pero ya no estaba tan seguro. Quizá, con todo lo que había sucedido, ya no estaba dispuesto
a sufrir por un castillo en el aire... por una posibilidad que no le daba garantías. Y él, su
padrino, no podía permitir que siguiera sufriendo... aunque, en el fondo, esto lo hacía por
Harry...

- ¿Cómo está? – preguntó de repente, sobresaltando a Hermione – Es decir... ¿está bien?


¿Cómo ha tomado lo de Stella?

Hermione sonrió con debilidad. - Está mejor... supongo. Ha pasado de ser un completo
energúmeno a un completo ensimismado. No hace más que caminar solo por los jardines o
sentarse por horas frente a la chimenea, con la mirada perdida. Siempre está murmurando
sobre un libro de Stella... creo que lo perdió o algo. Pero me preocupa, pues creo que se está
tragando todo lo que siente (como siempre) y puede hacerle mal – concluyó, melancólica.
Luego levantó su brazo hacia Sirius – Si hay alguien en este mundo a quien le confiaría sus
pensamientos, es a ti.

Sus retazos de cabello negro rozaron su mejilla al elevar la mirada, asintiendo. - Lo sé, pero
tampoco ha querido hablarme al respecto – respondió, profundo, encogiéndose de hombros.
Luego suspiró - Veremos qué pasa... no me adelantaré. Lo importante es saber si tiene
ganas... si está dispuesto. Quien debe decidir es Harry... sin él no podemos hacer nada.

        Hermione volvió a sonreír. Por el momento, eso es todo lo que deseaba escuchar pues,
como él había dicho, sólo Harry debía dar la última palabra. Pero, ¿sería suficiente? ¿Valía la
pena acrecentar su esperanza, por algo que nadie podía asegurar...?

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        Harry sorprendió a todos con su pasividad en el resto de la semana, aún cuando los
Francisca Solar

eventos que siguieron deberían haberlo dejado con el peor de los humores. Pero no fue así...
y hasta Ron comenzó a pensar que se estaba volviendo loco. No había vuelto a gritarle a
nadie, pidió las disculpas respectivas al profesor Flitwick y estudiaba por las tardes en la
Biblioteca, aún cuando no se acercara ningún examen importante. Al parecer, prefería estar
solo; solo con su pena y su corazón, hecho un ovillo enredado.
        Nadie sabía nada de Stella, ni de ninguno de los elfos. Hermione había intentado
comunicarse, pero las lechuzas regresaban con las cartas intactas. ¿Estaría aún en peligro?
Preferían pensar que no, aunque, para Harry, su mayor angustia iba en otro sentido. ¿Se
habría casado ya, pensando erróneamente que él la odiaría de por vida...? Pero Harry no
podía emitir comentario, ni menos quejarse, pues era su culpa. Dejó que el tiempo le pusiera
la soga al cuello, y lo estaba pagando con creces. Entonces, tratando de matar la
incertidumbre, llenaba su agenda de cosas por hacer, aún cuando siempre terminaba en el
mismo sitio, en el mismo pensamiento... en el mismo sueño de una mariposa y un ciervo...

        Sin embargo, la Primavera se encargó de traerle un par de distracciones. Por la


segunda ronda de la temporada de Quidditch, Slytherin ganó a Hufflepuff por una diferencia
arrolladora, sin contar que Draco Malfoy volvió a coger la snitch cuando la multitud menos lo
esperaba. Durante el partido, Harry había escogido un asiento lejos de sus amigos, en pos
de una buena concentración, y sacó de su baúl los binoculares mágicos que guardara desde
el Mundial de Quidditch. Quería observar los movimientos de su contendor muy de cerca,
adelantar y retroceder las jugadas con tal de encontrar alguna estrategia, al tiempo que oía
de fondo los gritos eufóricos de sus admiradores. Al término del partido, suspirando, cayó en
la cuenta de algo levemente doloroso: Draco se había convertido en un jugador bastante
bueno, y tenía todos los recursos para ganar. Además, con la mejora en su juego, Slytherin
compartía el favoritismo de Gryffindor para ganar la copa... aunque aquello duró sólo hasta
el lunes siguiente.

        A través de los últimos días grises del invierno, el equipo que por segundo año dirigía
Angelina Johnson, perdió ante Ravenclaw por el margen mínimo. Y todo porque,
sincronizados, mientras Harry cogía la snitch, el capitán de las Águilas anotaba otro tanto,
los que los dejaba con escasos diez puntos arriba. Suerte de perros, pero nadie dijo nada; no
se sentían barridos. Los hermanos Creevey habían hecho un juego excepcional, Ron se había
desenvuelto muy bien y Harry por fin había podido atrapar la bola dorada, aún cuando no
hubieran conseguido ganar. Extrañamente, luego de que Madame Hooch levantara los brazos
sellando el partido, Angelina estrechó la mano de Roger Davies con tranquilidad, y camino a
los vestidores no dio señales de histerismo. La seriedad de su rostro demostraba su
frustración, pero – y según los cálculos de Harry, por primera vez - abandonó el campo con
el sentimiento de haber jugado un buen partido.
        Y Harry lo compartía. Por alguna insólita razón, el Quidditch, para él, había dejado de
ser una batalla entre buenos y malos, sobre todo después de entender que, si Draco lo
vencía, era porque había practicado lo suficiente como para hacerle peso. Y no es que
disfrutara con la alegría del equipo de Slytherin, pero, por un segundo, mientras veía a
ambos equipos sobrevolar sus porterías, entendió que mientras él cumpliera bien con su
papel, podría sentir la satisfacción del triunfo, aún cuando perdieran el partido. Así se sentía
ahora. Si se retiraba con la snitch entre los dedos, podría dormir tranquilo. Al menos para él,
nada era más importante.

        Al descubrirse a sí mismo ante tal conclusión, lo embargó un inusual sentimiento de


paz. ¿De madurez? Imposible decirlo. El Quidditch era su deporte favorito, su distracción
más atrayente... pero, al menos durante los cinco años anteriores, la mayor seducción
suponía que el equipo contrario mordiera el polvo del otro. Aunque, si se mira del modo
práctico, aquello estaba bien; la competencia dura hace que el otro entregue lo mejor de sí...
mas Harry sentía – equivocado o no – que había olvidado lo más importante: Divertirse. El
Quidditch lo hacía sentir bien, lo hacía feliz. ¿Cuándo fue la última vez que pensó en eso?
        Angelina los felicitó a todos y los animó para el próximo partido, pues aún tenían
posibilidades de alcanzar un buen puesto en la lista. Además, y totalmente off de record,
Madame Hooch alabó a Dennis y Collin como los mejores bateadores que había visto en
muchos años de juego. Así, el equipo elevó su confianza; Gryffindor no había ganado, pero
había posesionado estrellas, algo que ningún otro equipo podía jactarse de tener.

        Las semanas que siguieron serían, hasta el momento, las más agitadas del año, dado
que, con las vacaciones de Semana Santa como tope, cada alumno tenía decenas de deberes
por entregar. Ya habían acumulado dos ensayos para Binns, uno para McGonagall y otro para
Francisca Solar

Flitwick, este último sobre las precauciones y atenciones del conjuro Aparecedor. Además,
Ron debía hacer deberes extras para Trelawney (ya que no había obtenido muy buenas
calificaciones) lo que acrecentaba su caos. Hermione, por su lado, y a pesar de tener aún
más trabajo por sumar sus asignaturas de Runas Antiguas y Aritmancia, se las arreglaba
como siempre para entregarlo todo con excelencia, y en los plazos establecidos. Eso sin
contar que pasaba muchas noches en la Biblioteca o en la habitación de Sirius, supervisando
que el asunto de James Potter no se les escapara de las manos. No le habían dicho a nadie
de esas visitas, pero por ahora era lo mejor. Sólo Harry advirtió las continuas ausencias de
su amiga, por lo que pensó que quizá estaría usando el Giratiempo otra vez, aunque no le
prestó demasiada atención. Es más: no lo comentó. El silencio que lo había rodeado hace
semanas le hacía sentir más tranquilo que incómodo. Tenía mucho qué pensar, mucho qué
arreglar, solo...

        Aunque la soledad no le duraba demasiado. Por las tardes, y hasta altas horas de la
noche, las Salas Comunes de cada casa no daban abasto para tanta demanda, e incluso, en
el caso de Ravenclaw, debían turnarse los sillones frente a la chimenea. Al menos es que lo
repetía incansablemente Cho Chang, molesta, durante las últimas sesiones de práctica de la
AD.

- ¿Has probado la Lechucería? – opinó Owen, al tiempo que volvía cada uno a sus puestos.
Practicaban el hechizo Stupefy. A su lado, Susan y Hannah ayudaban a Neville con su
Expelliarmus, mientras Ginny observaba desde la otra esquina, impaciente, la sonrisa tonta
de Owen al hablar con Chang.

- Sí, ya lo hice. ¿Y qué crees? ¡Al menos diez personas intentaban acomodarse entre los
nidos! Nunca había visto tanto movimiento como ahora... En fin... uno, dos, tres... ¡Stupefy!

        Owen se agachó a tiempo para no recibir el golpe en pleno pecho, pero Cho, quien aún
seguía rumiando su falta de un adecuado lugar de estudio, apenas alcanzó a reaccionar. Con
mucha suerte, la bola rojiza le rozó la cabeza.

- ¡Casi te dejo en la enfermería! – exclamó Owen, sonrojado, rascándose la cabeza en signo


de disculpa.

- Qué lastima – ironizó Ginny, cruzándose de brazos. Más molesta que antes, dejó su puesto
junto a Luna y corrió hasta Harry, quien en aquel minuto le daba la espalda – ¡Eh, Harry!
Creo que ya es tiempo de cambiar de parejas, ¿no? – preguntó, pero él no dio señales de
vida. Ginny alzó una ceja - ¿Harry?

        Nuevamente no contestó, pero antes de que Ginny comenzara a alterarse y lo tomara


del hombro para que volteara hacia ella, se fijó en aquello que atraía su atención. Mientras el
resto del grupo practicaba los hechizos que él mismo les había mandado (y algunos que el
profesor Pittycarp les había sugerido), él se dedicaba a escudriñar las estanterías de la Sala
de Requerimiento. Concentradísimo, iba libro por libro, buscando siempre algo en la portada.
Y aún con su rostro de semi decepción, volvía a buscar, uno por uno...

- Todavía no encuentras el dichoso libro, ¿verdad? – preguntó Lavender, acercándose por


atrás. Parvati y Padma la seguían de cerca. Harry volteó al segundo, suspirando - ¿Y estás
seguro de que ella no se lo llevó?

- Muy seguro – respondió él, arreglando sus lentes – Lo olvidó en la Sala Común, yo la vi.

        Tras Padma, Seamus, Dean y Terry asomaban sus cabezas, interesados en la


conversación. La mayoría había abandonado la práctica.

- Bueno, no tenemos ese libro, pero sí encontramos algo que puede interesarte... – habló
Terry, intentando sonreír. Harry abrió los ojos, expectante.

Seamus se adelantó, colocándose al frente del grupo. - ¿Recuerdas que aquella vez, cuando
supimos lo de Stella, te enseñé algunas cosas sobre los Elfos? Bueno, sucede que mi padre
es un fanático de ellos. Tiene muchos libros al respecto, sabe muchas historias y leyendas...
y recordé algo que quizá te suba el ánimo.
Francisca Solar

Harry arqueó las cejas, entre ruborizado y desconfiado. Todas las miradas confluían en él. -
¿Qué es?

Seamus apretó los labios, mientras el resto se sumía en silencio profundo. - Papá me contó
una vez, cuando era más pequeño, que aunque las razas élficas mantienen la pureza de su
especie por ley, no siempre todos siguieron las reglas. De hecho, hace casi mil años atrás,
dos elfos, hombre y mujer, confesaron su fascinación por el mundo mágico (más bien por
una hechicera y un brujo, en realidad) y como aquello se consideraba un horrible deshonor,
los expulsaron. Entonces no tuvieron más remedio que abandonar sus tierras para vivir en
una ciudad común, y ahí se mezclaron con magos. Según mi padre, fueron muy felices;
hasta tuvieron hijos y todo. Y bueno, eso quiere decir, Harry, que quizá ustedes si tienen una
oportunidad después de todo...

Katie se adelantó antes de que Harry abriera la boca. - Con todo lo que has hecho por
Hogwarts, nos has demostrado que nada es imposible. Ya verás como pronto tendremos
noticias de ella...

        Harry procesó los hechos lo más rápido que pudo. Luego, con la mirada fija, observó a
la Armada. Todos le sonreían, salvo Cho, quien parecía no querer encontrarse con su mirada.
Él suspiró, sin perder el rubor anterior.

- G-Gracias, lo tendré en cuenta. No... No esperé que estuvieran tan interesados...

Las hermanas Patil intercambiaron una mirada de reproche. - ¿Que no va a interesarnos?


Vamos, Harry. Se supone que los amigos hacen esto...

- No sólo somos amigos – intervino Justin, mientras Ernie asentía a su lado – Somos un
grupo, como una hermandad... Si alguno de nosotros necesita ayuda, siempre estaremos
atentos...

- Si no, pregúntale a Theresa – habló Hermione, sonriendo – Sacrificó toda una tarde de su
estudio para explicarle a Ginny y Luna cómo hacer una buena carta astral.

Theresa sonrió débilmente, mientras Ginny y Luna le guiñaban un ojo. - Hasta un Slytherin
puede ir en tu rescate cuando menos lo esperes – opinó ella, elocuente, apuntando hacia la
insignia de su capa.

- Draco nos dijo cómo entrar al pasillo del ala oeste, ¿recuerdan? – dijo Ginny. Ron dio un
bufido.

- Claro, pero sólo porque lo extorsionaste. Bonita generosidad...

- No seas resentido, Ron – lo regañó Dean – Al menos ayudó, ¿no es así? Por el momento
eso basta... – Después de la última palabra, volteó hacia Harry, manteniendo la sonrisa – Te
hemos visto muy solo últimamente... y está bien, si eso es lo que quieres. Pero puedes
recurrir a nosotros cuando quieras...

- Además – intervino Hannah - ...estrujaremos la memoria de Seamus por si encontramos


más detalles alentadores...

        La mayoría soltó una carcajada, y aunque Harry no rió, sí se sentía profundamente
conmovido.

- Gracias – murmuró de nuevo, tratando de que aquella palabra fuera para todos. Recibió
como respuesta varios pulgares en alto, guiños, sonrisas y gestos.

- Bien... basta de sentimentalismos – dijo Zacharias de repente, en su usual tono indolente.


Harry lo tomó como algo divertido – No sé ustedes, pero yo tengo muchos deberes qué
terminar.

        Hermione fue la primera en apoyar la moción. Sin protestas, la sala fue desocupándose
poco a poco, mientras desde el fondo del pasillo volvía a escucharse la voz de Cho, histérica.
"Sí, claro, estudiar. ¿Y alguien puede decirme dónde lo haré?".
Francisca Solar

        No obstante toda la carga académica, durante el resto del mes la vida transcurrió con
normalidad en los pasillos de Hogwarts. La Primavera había liberado a los jardines de aquel
blanquecino rocío, ya casi no habían hojas amarillas en los senderos, los árboles comenzaban
a mostrar sus retoños, disfrutaban de un sol un poco más tibio por la mañana, y ya no
necesitaban tanta leña en las Salas Comunes. Harry ya se había acostumbrado a usar el
pequeño descanso antes de Cuidado de Criaturas Mágicas para caminar por ahí... escuchar la
brisa y sentirla en su cara. La soledad no lo angustiaba; lo relajaba, le daba paz, pero en el
fondo sabía que sería pasajero. Que solo lo preparaba para algo más, para lo que viniera.
Además, Sirius le enviaba continuas notas de saludo (ya que no podía aparecerse a vista y
paciencia de todos) y siempre encontraba a algún miembro de la AD en las esquinas, quienes
lo convencían para jugar una partida de Snap explosivo, o de ajedrez, o simplemente
integrarse a una animada charla sobre los últimos resultados del Quidditch internacional o
sobre las dificultades del conjuro Aparecedor. La clase de Flitwick (junto con la de Libertes
Pittycarp, quien les estaba enseñando nuevos hechos de desarme más poderosos) se había
vuelto repentinamente popular, sobre todo para los de sexto, quienes veían cada vez más
cerca el examen frente a la comisión especial de magia. ¿Se repetiría la misma tensión pre-
TIMOs? ...

        Aún así, la única asignatura que había sufrido un cambio radical era Pociones. El
profesor Snape llevaba casi un mes sin presentarse, pero al parecer había dejado todo muy
bien esquemado en caso de ausencia. Dejó deberes específicos para cada clase sin él, y
siempre al final de la hora, aparecía Madame Pomfrey para llevarse los pequeños
muestrarios de vidrio y así poner la calificación. El ambiente del salón casi siempre era
silencioso, pero sin el resoplido lastimero del profesor en sus nucas, todo se hacía más
agradable.
        Desde entonces, el ánimo de todos – sobre todo de Neville – se había acrecentado.
Poco a poco la enfermera pasó a ser más que una recolectora de trabajos, y de pasar sólo
unos minutos cada clase, a la semana siguiente se quedó media hora ("Sólo por si tienen
alguna duda"), luego una hora completa ("Es que quisiera explicarles un pequeño detalle
sobre la asignación anterior..."), y luego toda la sección ("Prefiero supervisar la elaboración
completa del trabajo. No les importa que me quede, ¿verdad?). Sin que nadie se lo pidiera –
aún cuando por lo bajo muchos ya casi se lo habían rogado – intempestivamente tomó las
riendas del curso, aclarando a todo momento que se trataba de un simple "reemplazo", y
que no quería quitarle el empleo a nadie. Todos asentían, inocentes, encontrándole la razón,
pero si hubiera pedido una votación a mano alzada, era probable que más de la mitad del
salón hubiera exigido la renuncia de Snape. Pero, todo a su tiempo. Ya llegaría la hora de
hablar de ello.

        Por la distensión que provocaba en cada clase, la mayoría de los alumnos no sentía
remordimientos de criticar a Severus Snape enfrente de Madame Pomfrey. Ella siempre
escuchaba las opiniones, atentamente silenciosa, y a pesar de que no perdía momento para
defender la calidad académica e instructiva del profesor Snape, fruncía el ceño con disgusto
cada vez que alguien alegaba por sus malos tratos. Además, durante las clases volvía a
explicar algunas instrucciones en el caso de que alguien no hubiera comprendido, y ayudaba
a los más distraídos, aunque usualmente en un tono de reprimenda. No obstante, ya no
había más rondas intimidatorias entre los calderos o burlas satíricas contra los más débiles;
ella siempre estaba dispuesta a cooperar si era necesario. "Lo importante es que aprendan"
decía en voz baja, provocando más de una sonrisa de aliento. Pero no se convirtió en un
ángel ni nada parecido; todos conocían a la enfermera desde hace mucho, y sabían que su
carácter era tan o más explosivo que el del mismo Snape. Sin embargo, su método de
enseñanza distaba mucho de aquel que aplicaba el viejo de pelo graso, y aunque era muy
estricta y exigía trabajos impecables y exactos, ponía muy buenas calificaciones si lo
ameritaba. De hecho, Neville jamás había tenido un promedio tan elevado en Pociones como
ahora. ¡Qué diría su abuela cuando se enterara!

        Durante aquellos días, y aprovechando que el tema común en todos los pasillos era la
irrupción de Madame Pomfrey en la clase de Pociones, Harry, Hermione y Ron esperaban con
ansias la entrega de El Profeta todas las mañanas. Intentando disimular, cogían el periódico,
un par de galletas y corrían a leerlo en la Sala Común, llevándoselo luego a Sirius para que
se enterara de las noticias por él mismo. Hace bastante tiempo que no se sabía nada de
Pettigrew. ¿Qué habría pasado con él? ¿Fudge habría corroborado la versión de Sirius? Pero
las páginas no les daban información. No había nada sobre el "Peligroso Fugitivo Sirius
Francisca Solar

Black" o algo que se refiriera a él. Una vez más, y cruzando los dedos para que el infierno de
Canuto terminara, no les quedaba más que esperar.

        Una de esas mañanas, sentados los tres ante el periódico, sintieron al retrato de la
Señora Gorda abrirse con estruendo. De hecho, la escucharon exclamar: "¡Ya va, ya va,
niña! ¡Qué prepotencia!", y en pocos segundos, divisaron el cabello de Ginny.

Hermione fue la primera en saltar de su asiento. - ¿Pasa algo malo?

Ginny se apoyó en uno de los sillones para recuperar el aire. Entonces sonrió. - No van a
creerlo...

        Ron y Harry también se reincorporaron, curiosos. La mirada risueña de Ginny fue a dar
a los ojos de Harry, quien se sintió repentinamente conectado.

- ¿Le sucedió algo a Sirius?

Ginny resopló, divertida. - No... él está muy bien.

- ¡Entonces qué es! No nos tengas con la duda... – pidió Ron, algo molesto. Ella alzó una
ceja.

- Déjame hablar, ¿sí? – le dijo, mutando luego en una nueva sonrisa - ¡No saben quién está
ahora en el despacho del profesor Dumbledore!

        El cerebro de Harry, raudo, se detuvo en su idea más urgente. Sólo repetía un nombre.
Que sea ella, por favor, que sea ella...

- ¿Es Stella? ¿Dumbledore está con Stella?

        Ginny disfrutó el tono de Harry al pronunciar el nombre de ella, pero no tuvo más
remedio que negar sutilmente con la cabeza. Harry bajó la mirada, algo desesperanzado, y
eso la hizo saltar.

- ¡No, Harry, espera! No es Stella, pero es alguien que puede llevarnos hasta ella...

- ¿Quién? – se apresuró a preguntar Hermione, inquieta.

- Aquella chica que siempre iba con ella... Erad... Aren...

- ¡Eärendil! – corrigió Hermione, animada – Es su dama de compañía...

- ¿Quién? – dijo Ron, algo confundido. Harry le hizo un gesto.

- Yo la vi un par de veces... no se despegaba de su lado – dijo Harry, bajando la mirada para


recordar. Ginny asintió.

- Y ahora está aquí... vino sin la comisión. Luna la vio subir al despacho del profesor
Dumbledore hace unos minutos, ¡y quise venir corriendo a avisarles!

Ron se rascó la cabeza, desconfiado. - ¿Luna?

- Sí, Luna – repitió Ginny, molesta – Yo confío en ella. Si tú no, no importa. Nadie te ha
invitado a venir...

- ¿A ir? ¿Dónde?

Hermione entornó los ojos, impaciente. - ¡A ver a Eärendil, qué más! – exclamó, tomando a
Harry del brazo – No perdamos más tiempo... ¡no volveremos a tener otra oportunidad como
ésta!

        Harry asintió, y aunque se le revolvía el estómago de puros nervios, caminó, decidido,


hasta el retrato de la Señora Gorda. El resto lo siguió sin decir nada... sin pensar si aquella
Francisca Solar

elfa les daría buenas o malas noticias. Lo mejor era no adelantarse, no echarse a morir.
        O no ilusionarse.

Cap. XXIV: Espera y Conteo (Waiting and Countdown)

        Ginny fue la primera en doblar la esquina hacia la gárgola. El pasillo estaba vació, pero
desde lejos podían escucharse los pasos y conversaciones del alumnado, camino al comedor
para el almuerzo. Pero ninguno de los cuatro Gryffindors tenía hambre. El nerviosismo les
había impedido hablar, topándose con varios compañeros rodeados de un silencio
sospechoso. Harry había repasado en su cabeza las frases exactas que diría, así como todas
las alternativas plausibles, y hasta la más extrema (por ahora) tenía solución. “Si no
encontramos a Eärendil”, pensaba, apurando su paso tras Ginny, “...no importa. Seguro que
el profesor Dumbledore sabe cómo comunicarse con los Elfos. Le explicaré mi problema... no
se negará a...”

        La mano de Hermione sobre su hombro lo devolvió a tierra. Elevó la mirada, raudo, y
entonces lo vio. Dos personas, rodeadas por un extraño resplandor, se alejaban a gran
velocidad por la puerta junto a la gárgola.

- ¡Hey, esperen! – gritó Ron, corriendo tras Ginny.

        Ellos voltearon. Llevaban una capa azulina de viaje que los cubría de pies a cabeza,
destacando bajo éstos dos trajes impecablemente blancos. Él era un hombre de mirada
serena, cabello oscuro y manos grandes. Cuando los vio acercarse, en lugar de retroceder o
sorprenderse, les sonrió con cortesía. Ella, por otro lado, hizo una mueca de reticencia.
Apenas asomaban un par de retazos de su largo cabello, pero lo más imponente eran sus
ojos, llamativamente lilas. Ron tenía su boca algo abierta, embobado al detenerse unos
centímetros frente a ella, aunque recuperó pronto la compostura al recibir un codazo de
Hermione en las costillas. Resopló, molesta, y regresó luego la vista hacia la Elfa. Al parecer
Harry también se había quedado sin palabras.

        Eärendil volvió a hacer un gesto de distancia, buscando algún indicio sobre qué hacer
en la mirada de su acompañante. Él asintió levemente hacia el grupo, hizo una pequeña
inclinación con la cabeza hacia la elfa y regresó a su camino. Hermione se estremeció, como
si aquel imponente elfo hubiera querido transmitirles algún tipo de sentimiento de paz.

Apenas él hubo desaparecido frente a sus ojos, las cuatro miradas confluyeron en ella. -
Necesitamos hablar contigo... – rogó Ginny, adelantándose. Rozó uno de sus brazos, a lo que
la elfa se sobresaltó. Ginny, sonrojada, dio dos pasos hacia atrás.

- No se me permite hablar con Istaris – explicó, pausada. Volvió la vista hacia donde Hyarion
había desaparecido.

- No te quitaremos mucho tiempo, lo prometemos – se apresuró a aclarar Hermione,


nerviosa. No le gustaba la mirada de Eärendil... la hacía sentir como un ratón de laboratorio.
Francisca Solar

- Sólo queremos saber sobre Elen... sobre Eleneär – tartamudeó Ginny, repentina. Le
suponía un esfuerzo enorme tener que pronunciar aquel nombre. El resto asintió.

- No tuvimos tiempo de despedirnos – explicó Ron, tratando de ganar terreno. Ella se


encogió levemente de hombros.

- Si es sólo eso, le haré llegar sus saludos apenas regrese...

        El muro psicológico que construía segundo a segundo era cada vez más alto, pero no lo
suficiente para no trepar... Al ver que nadie pronunciaba palabra, la Elfa dio el asunto por
concluido. Sonriendo a medias, giró sobre sus pies hacia la escalera.

- En realidad... – comenzó a decir Harry, en un tono profundo. Ella volteó por la sorpresa, al
igual que los otros - ...queremos expresarles nuestros saludos por nuestra cuenta... si no te
importa.

        En un segundo que se hizo eterno para todos, los ojos de Eärendil parecieron llenarse
de comprensión. Movió ligeramente su cabeza, avanzó un paso hacia el grupo y arrugó la
frente, curiosa, escudriñando el rostro de quien había hablado. Ginny notó que su capa
apenas hacía sonido al rozar con el suelo.

- Tú eres Harry Potter, ¿no es así?

        Harry abrió los ojos como platos, tragando saliva. Sin saber si hacía lo correcto, asintió.
Hermione aguantó la respiración, al igual que Ginny, pero pronto sucedió lo inesperado. Tras
la respuesta de Harry, Eärendil suspiró. Relajó los hombros, bajó la mirada en señal reflexiva
y juntó sus manos, apretando con más fuerza el rollo de pergamino sujeto entre sus dedos.

- ¿Tienen idea del peligro que estoy corriendo por hablar con ustedes? – dijo, bajando el
tono de voz. Sin disimular, miró en todas direcciones antes de pronunciar la siguiente frase –
El consejo me expulsaría, y mi Aranel quedaría completamente desprotegida... – explicó, y
antes de que cualquiera de los Gryffindors intentara dilucidar qué era lo que ella intentaba
decir, volvió a escucharse su voz – Sólo se me permite hablar con Albus Dumbledore, y como
no se encuentra en el castillo, debo regresar de inmediato...

- ¿Regresar? ¿A dónde...? – preguntó Hermione, atragantándose con las palabras. Eärendil


alzó una ceja – Está bien, no necesitas decirnos la ubicación exacta... Sólo... Sólo queremos
hablar con ella, eso es todo.

        Como si aquellas palabras hubieran provenido de la pared, los ojos de Eärendil


ignoraron a Hermione y volvieron a posarse en Harry. Él, firme ante lo que tuviera que
suceder, no apartó la mirada.

- Ya se casó, ¿verdad? – preguntó, tratando de disimular su angustia - Es decir, la


ceremonia... ¿Ya se efectuó la ceremonia?

Ella suspiró otra vez. - No, Almië Wilwarin se ha pospuesto. La seguridad de mi Aranel está
ante cualquier cosa – contestó, casi cómplice. Harry se obligó a sí mismo a reprimir una
sonrisa - ...pero no será por mucho tiempo. Ya hay nueva fecha y lugar, muy pronto...

        Ginny, quien sí había sonreído después de todo, cambió de humor apenas unos
segundos después.

- Eso quiere decir... bueno, quiere decir que aún tenemos tiempo... para hablar con ella, me
refiero – balbuceó, intercambiando una mirada de aprobación con el resto. Harry asintió
vehementemente.

- Sólo queremos charlar con ella un momento... – aclaró Ron, en tono de súplica.
Nuevamente, los ojos de Eärendil hacían sentir al grupo como si el único presente fuera un
joven de cabello negro y hermosos ojos verdes tras un par de lentes.

- Una luz muy especial debe cubrir a Harry Potter como para que mi Aranel lo mencione en
sus sueños... – dijo de repente, y el estómago de Harry se apretó con fuerza. Ella dudaba,
Francisca Solar

era demasiado notorio, pero algo les decía que intentaba ceder - ¿Sólo... quieren despedirse?

Los cuarto asintieron al unísono. - Sólo eso – habló Hermione, representando al grupo – Si
puedes darnos una dirección, o una lechuza orientada por ustedes, quizá alcanzaríamos a
enviar...

- Hay... hay algo mejor, y más rápido, que el correo Istari – la interrumpió ella, demostrando
ahora una profunda lástima. Cerró los ojos, tomó aire y volvió a hablar – No me corresponde
opinar sobre los designios del consejo, pero Eleneär está sufriendo y... si hablar con ustedes
realza su espíritu...

- ¿Hablar con ella? – repitió Ginny, animada - ¿Quieres decir que podríamos verla... estar
con ella?

Eärendil asintió, apretando los labios. Se escondió aún más bajo su capucha. - ¿Saben cómo
usar el Narëasto?

        Harry, Ginny y Ron elevaron la ceja derecha exactamente al mismo tiempo. Mientras,
Hermione se golpeaba la sien con el pulgar. “Narëasto, Narëasto...” repitió, tratando de
recordar... y justo antes de que la elfa perdiera la paciencia, Hermione dio un salto.

- ¡”Polvo de Fuego”! – gritó, volteando hacia sus amigos para que lograran entender - ¿No lo
ven? ¡Nos está hablando de los Polvos Flu!

        Ginny y Ron suspiraron de alivio, sonriendo con nerviosismo. Eärendil, por su parte, no
parecía muy contenta al escuchar la explicación de Hermione.

- La arrogancia Istari no dejará de sorprenderme... ¡Polvos Flu! Qué decepción. Aquello que
con tanta naturalidad has mencionado, pertenece al legado milenario de mis ancestros hacia
ustedes, humanos. El Narëasto fue un regalo al mundo Istari, hace mucho tiempo atrás, por
ayuda concedida... ¡Y han cometido el atrevimiento de malversar su nombre!

Hermione retrocedió un par de pasos, notoriamente avergonzada. El resto tragó saliva. - L-


Lo sentimos mucho... n-nosotros no... no sabíamos que...

Arrogante, elevó el mentón tras una mirada de disgusto. - Sí, ya lo he escuchado. Los
jóvenes Istaris usualmente no saben nada... Pero no es ese nuestro asunto – opinó, tratando
unos segundos después de suavizar su gesto de molestia – ¿Saben usar el Narëasto, sí o no?

        Todos asintieron, incapaces de contradecirla. Físicamente, lucía exactamente igual que


ellos, aproximadamente de la misma edad, pero la fuerza y altivez de sus palabras la hacían
parecer bastante mayor.

- Entonces... necesitamos una chimenea... – comenzó a decir Hermione, como si quisiera


remediar su osadía - ¿Cualquier chimenea?

Ella bufó, impaciente. - ¡Claro que no! ¿No dijiste que sabías usarlo? – inquirió, y sin esperar
respuesta, continuó la frase – Sólo hay una chimenea en este castillo que es capaz de
conectarse con nuestros terrenos...

Esta vez, fue Ginny quien se adelantó. - La de la habitación de Stella... – afirmó, segura,
pero al notar que Eärendil fruncía el ceño con cuasi ira, carraspeó – Q-Quiero decir, la
habitación de Eleneär...

La elfa asintió, aunque reticente. - Cuando llegamos, Ingolmo, nuestro líder, habilitó el
Narëasto en su habitación por si sucedía algo imprevisto. Y aunque sí sucedió, debimos
escapar antes, y nadie deshizo el hechizo. Si no me equivoco, el canal sigue abierto...

Harry intercambió con Ron una mirada de aliento. Luego suspiró. - Esa chimenea... ¿conecta
con su habitación... allá donde están ustedes?

Ella negó. - Conecta con la sala principal... – corrigió, para luego evitar su mirada,
mordiéndose el labio inferior – Será muy arriesgado... siempre hay muchas personas
Francisca Solar

rodeándola... y si advierten que un Istari está usando el Narëasto, las consecuencias pueden
ser fatales...

Por primera vez en mucho tiempo, Harry sintió las ganas de correr cualquier riesgo. - Está
bien, lo entendemos... y si algo nos sucede, tú no tendrás responsabilidad alguna – dijo,
fuerte y claro. Ginny y Hermione sonrieron ante su gesto – Tienes mi palabra.

        La Elfa volvió a examinarlo de arriba a abajo, dubitativa. Suspiró, y luego hizo una leve
inclinación de cabeza.

- Si mi Aranel confía en ti, yo no tengo razones para no hacerlo.

Harry sonrió, cálido. - Entonces... ¿Cómo lo haremos para burlar a todas esas personas?

        Eärendil hizo un gesto rápido, haciendo que el grupo pegara sus cabezas para oír
mejor. Ella, no obstante, se mantuvo a una distancia prudente.

- La ceremonia será el 4 de abril. Según nuestras tradiciones, mi Aranel debe pasar sin
compañía la última hora antes del evento. Yo misma la llevaré hasta la sala. Entonces, deben
conectarse a las nueve en punto... de lo contrario, no tendrán otra oportunidad.

Todos asintieron, algo nerviosos. - Es en vacaciones de Semana Santa – habló Ron – Al


menos no tendremos que preocuparnos de Filch.

Harry suspiró; tenía un nudo en la garganta. - Gracias – le dijo, expectante. Ella sonrió
forzadamente.

- No lo hago por ustedes... lo hago por Eleneär – especificó, tajante. Nadie movió ni un
músculo - Ya ha sufrido lo suficiente por nuestra gente... Me niego a verla sufrir por un par
de Istaris.

        Está bien, era comprensible. Nadie hizo comentario, pues no valía la pena. Suspirando
de nuevo, arregló su capucha hasta que apenas se asomara su nariz.

- Buen viaje – deseó Hermione, no muy convencida.

        Eärendil la miró fijamente, un segundo antes de darles la espalda y desaparecer tras la


esquina.

- Nueve en punto – repitió, clavando la mirada en Harry - No la defrauden.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Lo primero que hizo Harry al regresar a su habitación fue abalanzarse sobre su baúl y
escarbar entre sus pertenencias en busca de su “Recordatorio de Deberes”, aquel peculiar
regalo de Hermione para la navidad pasada. Pero no tenía ningún trabajo o ensayo que
marcar, sino una fecha muchísimo más importante: Cita con Stella, Cuatro de abril. En el
fondo, no tenía por qué marcarlo; sabía que no lo olvidaría. Lo realmente importante era...
¿qué le diría? ¿Cómo empezaría? ...

        Durante aquella semana su estómago estuvo más sensible de lo normal. Ya


prácticamente había perdido el apetito. Aunque no sabía bien por qué; no iba a presentarse
para un EXTASIS o a una apelación en el Ministerio de Magia. Era sólo una cuasi cita con una
chica... Está bien, no era una chica cualquiera, pero tanto nerviosismo era absurdo. La vería
un par de minutos, en donde tendría que condensar, con prudencia y tacto, meses y meses
de reflexión. Suspiró. Lo único que tenía que hacer era desearle suerte. Decirle que, a pesar
de todo lo que sucedió y toda la rabia que había sentido, había logrado entender por qué
hizo lo que hizo. Que siempre tendría un amigo al otro lado del mundo... Y así, sin más,
dejarla ir. Dejarla ir. ¿Podría hacerlo en realidad...?

- Harry... Tierra llamando a Harry Potter... ¿Quieres poner atención?

        Confundido, Harry se encontró con la mirada impaciente de Lavender Brown tras unos
Francisca Solar

segundos. Había perdido completamente la noción del tiempo, enredado en sus


pensamientos...

        Disculpándose torpemente, tomó su cubeta vacía y fue a llenarla al estanque. Su


lección de hoy había sido, literalmente, bucear en un charco de barro y atrapar a un Piare,
una especie de cerdo en miniatura que no tenía ninguna cualidad especial... salvo escupir
una extrañísima sustancia pegajosa. Debían atraparlo y asearlo, lo que provocó una mueca
de asco general apenas Hagrid pronunció las instrucciones. Como casi todas las criaturas que
el Guardabosques solía presentarles en cada oportunidad, el Piare provocó un rechazo
inmediato en el alumnado, y aún cuando varios de ellos aceptaron el deber sin más lógica
que la obediencia académica, Hagrid no hacía más que charlarles sobre la bondad y
eficiencia de sus nuevos objetos de clase.
        Según su historia, los Piare eran capaces de encontrar las direcciones correctas tan o
más acuciosamente que los Therestrals, pero su ventaja radicaba en que, al ser tan
pequeños, podían esconderse en el sombrero, en un bolso común o bajo la capa,
convirtiéndose en fabulosas brújulas de mano. “En otras palabras, completamente inútiles”
susurró Draco a su grupo de siempre, y éstos ahogaron una carcajada. Claro que, quienes
rieron unos minutos después fueron varios Gryffindors, ya que Goyle salpicó de lodo la
camisa de Draco al intentar coger a uno de los cerdos. Hagrid les había advertido usar el
equipamiento de seguridad que había traído para todos, pero el rubio, para variar, se había
negado a usarlo. “Él se lo buscó” le dijo Ron al semigigante, al tiempo que éste comenzaba
caminar hacia el grupo de Slytherin.

        Pero no alcanzó a llegar hasta allá. La figura de Harry desvió pronto su atención, así
como lo había hecho durante gran parte de la clase. Había percibido su ensimismamiento por
varios minutos, pero no quiso acercársele. Por demás, ni Ron ni Hermione podían hablar por
él; según su percepción, no sólo lo relacionado con Stella lo tenía en ese estado. Y no
estaban muy lejos: en realidad, era todo, todo lo que sucedió tan rápido. La llegada de los
Altos Elfos, la verdadera identidad de Stella, el regreso de Sirius, la posibilidad de traer a su
padre de vuelta a la vida... Eran muchas cosas para procesarlas juntas, aún para un joven
que ya ha pasado por más penurias y desventuras que cualquiera de sus congéneres.

        Mientras veía el caer del agua que rebotaba en el fondo de la cubeta, escuchó la voz de
Hagrid anunciar el término de la clase. Era la última de la jornada, por lo que el campo
estuvo prontamente desierto; el aroma de la cena (un delicioso estofado de pollo) llegaba
hasta los jardines. Cada grupo dejó su piare en un pequeño cerco dispuesto y corrieron al
comedor.
        Harry, por su parte, no sintió necesidad de apresurarse. Con toda tranquilidad, se quitó
el delantal contra las manchas, se liberó de aquella asquerosa baba pegajosa, similar a una
telaraña (¡Diffendo!) la cual estaba adherida a sus guantes de cuero de dragón, y aclaró sus
gafas con su camisa. Luego miró hacia el cielo; hace mucho que no tenían un atardecer tan
cálido como aquel.

- ¿Todo bien, eh Harry?

        Antes de la voz de Hagrid, sintió las pisadas de un conocido perro jabalinero. Mientras
volteaba, guardó su varita en el bolsillo de su túnica, se inclinó un poco, acarició las orejas
de Fang y luego elevó los ojos hacia el semigigante. Él sonreía, aunque preocupado.

- Sí, todo bien, Hagrid...

Él asintió, mientras miraba de reojo la entrada del castillo. - ¿No quisieras acompañarme un
momento? Estaba a punto de hacer un poco de té...

        Harry se encogió de hombros, pero Hagrid suspiró, animado. Fang se adelantó unos
metros, abrió la puerta de la cabaña y se echó en el felpudo. Harry acercó las manos a la
chimenea.

- Siento que quieres hablarme de algo en especial... – comenzó a decir, dejando a Hagrid de
una pieza. No hubiera esperado una pregunta tan directa.

- Ahhmmm... en realidad no, Harry. Es sólo que... hace mucho que no me visitan, que no
charlamos... y sólo quería cerciorarme de que estuvieras bien.
Francisca Solar

Por inocencia o algo de sopor, Harry quiso creerle. - Yo estoy bien, ya te lo dije... pero ya
que lo mencionas... Hace mucho que no te vemos. Te la has pasado saliendo de un lado a
otro... Sí hemos venido a visitarte, pero nunca estás. No sigues tratando de convencer a los
gigantes, ¿verdad? - Hagrid apretó los labios, evadiendo su mirada, incapaz de responder -
¡Hagrid!

- No es lo que crees, Harry... deja que te explique... – balbuceó, algo nervioso. Dejó la
tetera sobre la mesa, liberando una pequeña estela de vapor a su paso – No he regresado a
las montañas. Me ordenaron abandonar la misión. Sin embargo... alguien tomó mi lugar.

- ¿Madame Maxime? – habló, tentativo. Hagrid negó.

- Yo jamás lo habría pensado... si me lo hubieran dicho varios meses atrás, ¡los habría
tildado de locos! Pero, dada las circunstancias, y por todos los cambios que ha tenido... yo...
yo creí que quizá podría funcionar.

Harry contuvo la respiración. - No me digas que... – Hagrid evitó su mirada, absurdamente


pasmado en su taza de té – ¡Hagrid, enviaste a Grawp a las montañas! ¡Es casi suicidio!

- ¡Lo sé, lo sé! – exclamó, haciendo un ademán de tranquilidad – Yo también pensé que era
absurdo... pero el mismo Grawpy se ofreció, y Dumbledore confía en él.

        Asombrado por la rapidez en que el medio hermano de Hagrid había aprendido el


idioma, llevó una mano a su mentón.

- ¿Y has tenido noticias suyas, al menos? ¿Estás seguro de que aún continúa con vida?

Tras la espesa barba del semigigante se asomó una sonrisa de satisfacción. - Más que eso...
mucho más que eso...

        El cerebro de Harry comenzó a funcionar sin que su dueño se lo pidiera. Arrugó la
frente, recordando.

- ¿No tendrá que ver con cierto episodio de invierno... con un ruido escalofriante, el
accidente de la profesora McGonagall y un grupo de niños aterrados en mi sala común?

Esta vez, la sonrisa de Hagrid era innecesariamente elocuente. - No puedo decirte... pero sí
advertirte que no entres al Bosque Prohibido por un tiempo. Ya te avisaré cuando las cosas
se calmen. Y es que Grawpy está haciendo un trabajo excelente, ¿sabes? Estoy muy
orgulloso...

- Pero, Hagrid... – dijo Harry, sorprendido - ¿Qué diablos está haciendo Grawp como para
provocar tal ruido...?

- Lo siento, Harry – dijo el guardabosques, intentando aparentar seriedad – Son cuestiones


confidenciales. De la Orden, ya sabes. No puedo comentar nada.

- ¡Yo soy parte de la Orden! – gruñó él, encarándolo. Hagrid tragó saliva.

- Calma, Harry... Ya te enterarás. No está en mis manos esparcir los secretos. Si el profesor
Dumbledore le confió algunos a Hermione, tiene que haber tenido sus buenas razones para...

- ¿Que el profesor Dumbledore hizo qué...?

        Hagrid depositó violentamente su taza sobre la mesa, absorviéndose en su imagen.


Suspiró, nervioso.

- No debí haber dicho eso, no debí haber dicho eso...

- Pero ya lo hiciste – sentenció Harry, abatido, dejándose caer sobre la silla – Todos saben
todo... menos yo. Últimamente he sido el menos enterado de la realidad... ¿Hasta cuando
quieren seguir con esto? ¿Cuándo aprenderán que ocultándome la verdad me hacen más
Francisca Solar

daño que nada? ... – Bajó la mirada en signo de cansancio, para luego hablar en tono
deprimido – Ya sabías sobre Stella, ¿verdad?

Hagrid no supo cómo negarse. - El profesor Dumbledore se lo dijo a todos los profesores a
comienzos del año. Pero nos hizo prometer que no lo comentaríamos, porque podía ser muy
perjudicial para ella y entonces...

- Sí, sí... al menos esa historia ya la conozco – concluyó, levantándose. Dejó su taza de té
intacta sobre el platillo – Nos vemos, Hagrid...

        Esta vez no se inclinó para acariciar a Fang. Con la mirada perdida en el horizonte,
tomó la manilla de la puerta y la giró para salir. Una brisa cálida se coló por la rendija.

- Harry... – lo llamó Hagrid, siguiendo con su tono de preocupación. Harry se detuvo en el


umbral, volteando a medias – No la culpes, ¿sí? Es una gran chica. Perdió a su padre cuando
era muy pequeña, igual que tú... ni siquiera recuerda su rostro, y por si fuera poco, ha
debido vagar su vida entera con tal de sobrevivir... No la ha pasado bien, nada de bien. Ha
sufrido... tanto como tú, pero tú tienes una gran ventaja... – dijo, mirándolo directamente
esta vez – Tú puedes elegir. Puedes decidir qué hacer con tu vida. Ella no.

        Harry no supo qué contestar. De pronto su garganta estaba tan seca que le costaba
pronunciar sonido. Sólo atinó a asentir levemente, evitar la mirada de su amigo y cerrar la
puerta tras de sí. Apoyado en la madera, suspiró profundamente. No tenían que recordárselo
a cada segundo, él ya lo sabía. Stella no podía tomar las riendas de su propia vida... tiene
una responsabilidad qué cumplir y eso implica autoanularse. Quedar a la merced de otros,
cumplir expectativas ajenas, casarse tan joven y sin siquiera conocer al novio...
        Harry apretó los puños, impotente ante la situación, ante una nueva prueba en su
camino. Tal vez, en su cita de Semana Santa, le diría algo más que sólo “adiós”...

- ¡Harry, aquí estás!

        A través de los últimos retazos de luz de atardecer, divisó a Hermione corriendo entre
el huerto de calabazas de Hagrid. Suspirando de nuevo, hizo un gesto de molestia.

- Harry, te he buscado por todas partes... Remus quiere hablar con nosotros – explicó,
haciendo un ademán para que se acercara. Harry no se movió, estático en el umbral de la
cabaña, por lo que Hermione alzó una ceja – Está... ¿Está todo bien?

        Él no contestó. Tan sólo se cruzó de brazos, bajó la escalinata y emprendió rumbo
hacia el castillo. Hermione, confundida, tuvo que volver a correr para alcanzarlo.

- ¡Harry, espera! – gritó, tomándolo luego del hombro para que volteara - ¿Qué te sucede?
¿Pasó algo malo?

- Vaya, es divertido – dijo él, algo irónico – Es la primera vez que no sabes lo que ocurre.
Que... ¿el profesor Dumbledore dejó de contarte sus secretos?

        Hermione aguantó la respiración. Por un espeso segundo cruzaron una mirada


desafiante, pero Harry no lo soportó demasiado y retomó su camino. Ella no tuvo intención
en llamarlo ni seguirlo; sus ojos estaban llenos de lágrimas, lágrimas que él no alcanzó a
notar. ¿La habría herido con su comentario? Quizá, pero no quiso pensar en ello. Hermione
solía traspasar cualquier lazo afectivo con tal de involucrarse en cuestiones secretas,
misteriosas. Quizá era su forma de sentirse superior, quién sabe, pero no sería él quien
desentrañara el caso. Tenía suficiente con desentrañar su propia vida. Si ella quería – y,
asimismo, entendía el enojo de Harry – tendrían tiempo de hablar más adelante.

        Claro que, cuando llegó al vestíbulo principal, notó cierto detalle importante: no tenía
idea de a dónde dirigirse. Hermione tendría que haber sido su guía, pero debía estar
bastante lejos de él en aquel momento. ¿En qué lugar quería Remus que se reunieran?

- Harry... por fin. ¿Dónde está Hermione?

        Remus Lupin sonreía ampliamente bajo la luz tenue de uno de los candelabros de la
Francisca Solar

entrada. Llevaba una gruesa capa de viaje, una bufanda gris al cuello y un par de
pergaminos en su mano. Junto a él, Minerva McGonagall, Ron y Ginny esperaban.

Harry se acercó a ellos, un poco nervioso. - No lo sé... Me avisó que querías verme y luego
desapareció. Ya vendrá.

        Remus asintió, aunque daba la sensación de que presentía algún tipo de problema. Aún
así, sugirió al grupo que cerrara el círculo para no tener que subir la voz.

- Sólo vengo por unos minutos... debo regresar a Grinmauld Place de inmediato, pero creí
que querrían saber las buenas noticias.

        Sin importar de qué tratara, sus cuatro interlocutores sonrieron al unísono. Hace
tiempo que no escuchaban una noticia gratificante, de lo que fuera, aunque Harry tenía una
corazonada...

- ¿Es sobre Sirius? – preguntó, y Remus asintió acto seguido, depositando su mano libre en
el hombro de Harry.

- Arthur acaba de avisarme. El consejo de Crímenes Violentos evaluó las pruebas... ¡y ha


determinado su exoneración! – exclamó, tan animado que parecía irreconocible. McGonagall
juntó las manos a la altura del pecho, emocionada, mientras Ginny y Ron emitían sonidos de
entusiasmo. Harry apenas podía hablar – Según lo que me ha contado tu padre, Ron, la sola
presencia de Peter en el ministerio hizo que a muchos se les pusieran los pelos de punta. Y
bueno, no es para menos. Dice que se negó muchísimo a dar su declaración, que alegaba
inocencia a todo segundo, pero que la aparición de Severus fue crucial para...

- ¿Snape? – habló Harry, interrumpiéndolo, desvaneciendo en parte la sonrisa de sus labios -


¿Qué hacía Snape ahí?

- Profesor Snape – corrigió Remus, algo serio – Él, como ya debes saber, no es un simple
maestro de Pociones, sino un experto en la materia. Justo a tiempo, apareció en las oficinas
del consejo con una buena porción de Veriseratum... Los detalles de la declaración de Peter
son confidenciales, sólo Fudge y los jueces conocen cada palabra que salió de su boca, pero
al menos sabemos que confesó la redada contra los Potter, la matanza de muggles y la ruin
inculpación de Sirius... – continuó explicando, tan rápido y extasiado que tendía a trabarse
con el discurso – Canuto es libre. Es oficial, y no me sorprendía que lo condecoraran por
servicios al ministerio... – río, mientras el resto hacía eco de ello.

- Tendrá que ser portada exclusiva de El Profeta, espero... – mencionó McGonagall, alegre.
Remus asintió.

- Así lo supongo. Será la noticia del momento.

- ¿Y qué sucederá con Peter? – preguntó Ron - ¿Irá a Azkabán?

Remus negó, preocupado. - No... no pueden llevarlo allá. La cárcel está en ruinas, si mal no
recuerdan... Los guardias provisorios no están bien entrenados, no saben realmente a qué se
enfrentan... Los rehenes estarán en estados deplorables, pero sin los Dementores pueden
recuperar su fuerza y provocar una nueva fuga. No, sería muy peligroso... no hay espacio ahí
para un hombre totalmente cuerdo. Podría convertirse en un buen líder insurrecto... – pensó,
agitando su cabeza luego. No quería ni pensar en ello - Fudge no correrá el riesgo de
perderlo. Según tengo entendido... – murmuró, como si no estuviera seguro de lo que diría a
continuación - ...traerán a Peter a los calabozos de Hogwarts.

- ¡¿Aquí?! – exclamaron Harry, Ron y Ginny al mismo tiempo. Remus y Minerva asintieron.

- Es el lugar más seguro... por ahora. Alguien de la orden lo vigilará las 24 horas.

- ¡Pero aún así es muy peligroso! – opinó Ginny, sorprendida – No sabemos de lo que Peter
es capaz...

- No hay de qué preocuparse, confía en mí. Estará en buenas manos...


Francisca Solar

        Aún no muy convencida, Ginny asintió. Ron, por su lado, parecía cómodo con la
respuesta de Remus. Confiaba ciegamente en el proceder de la Orden.

- El ministro no debe estar muy feliz, ¿no es así? – opinó él, pensativo. McGonagall se
adelantó a Lupin.

- Cornelius Fudge, por como están las cosas, tiene mucho más qué perder si toma una
posición defensiva. Tiene las pruebas... no podía resistirse demasiado. Esperemos que no
aparezca con alguna sorpresa desagradable...

- No lo hará – sentenció Remus, seguro – Arthur no me lo aclaró, pero dijo que, tras la
resolución del consejo, fue él mismo hasta las oficinas de El Profeta. Quizá haya tomado, por
fin, el camino correcto... De hecho, todos aquellos pormenores están aquí – dijo, mostrando
los pergaminos asidos en su mano, debidamente sellados con lacre y el logotipo del
ministerio – Debía entregárselos al profesor Dumbledore de inmediato, pero no sabía que ya
había viajado...

- Es un viaje largo... no tenía tiempo qué perder – intervino Minerva, expectante. Harry alzó
una ceja.

- Earen... Es decir, nosotros también lo buscábamos esta mañana y no dimos con él – habló
Harry, balbuceante, a milímetros de confesar lo que no debía - ¿A dónde fue? Si puede
saberse, claro...

- Pues no, no puede saberse, Sr. Potter – aclaró McGonagall, con su usual mueca de respeto
intransable – Los asuntos del Director son asuntos del Director. Pero no se preocupen, ya
regresará...

- ...y bien acompañado, esperamos – añadió Remus, compartiendo con la profesora de


Transformaciones una mirada cómplice. Ambos sonrieron, sin advertir las miradas
interrogantes de los tres Gryffindors junto a ellos.

Molesta por sentirse excluida de la conversación, Ginny habló fuerte. - ¿Ya sabe Sirius sobre
su nueva condición de héroe?

Remus volvió bruscamente a tierra y asintió. - Sí, acabo de estar con él... – respondió, y
entonces sus ojos fueron a dar a Harry por inercia. Suspirando, se dirigió al resto – Bueno...
eso es todo lo que tenía qué decirles. Moría por esparcir la noticia cuanto antes, aunque,
demás está decir que no la comenten con nadie hasta mañana, ¿está bien?.

        Todos se mostraron de acuerdo. Un segundo después, McGonagall tomó a Ginny y Ron


de los hombros.

- Vamos... corran al comedor o se quedarán sin cena.

Ron no lo pensó dos veces. - Está bien, mi estómago está crujiendo. ¿Vienes, Harry?

- Harry irá en un momento – dijo Remus, al tiempo que Harry lo clavaba con la mirada,
curioso.

        Ron y Ginny entendieron la indirecta sin más explicaciones, por lo que sólo sonrieron,
giraron sobre sus pies y corrieron al comedor. Minerva, asimismo, hizo un ademán de
alejarse.

- Buena suerte, Remus – le dijo, estrechándole la mano con afecto – Estaremos en contacto.

        Remus hizo un movimiento de cortesía con su capa hacia ella, al tiempo que la
profesora seguía los pasos de los dos pelirrojos. Acto seguido, se volvió hacia Harry con
premura.

- Escúchame, Harry, no tengo mucho tiempo... – dijo, ajustando su bufanda y guardando los
pergaminos en el bolsillo interior de su capa – Sirius te espera arriba, necesita hablar
Francisca Solar

contigo. Bueno... quería hablar con los dos, pero debo hacer algo muy importante y no
puedo quedarme, lo siento – se disculpó, pero sin darle a Harry tiempo para preguntar el
tema de la conversación, Remus prosiguió – En todo caso, Sirius ya me lo ha contado todo...
y, si me permites decirlo, no estoy completamente de acuerdo con lo que quiere hacer...

- ¿De qué hablas? Sirius no me ha dicho de nada que...

- Es sobre James, Harry... y la manera de regresarlo a la vida – aclaró, directo, a través del
gesto perplejo de su joven interlocutor – Sé que no me corresponde opinar, pero me niego a
depositar fe ciega en un procedimiento del que no tenemos ninguna garantía... Claro que,
dada las circunstancias, eres tú quien debe decidir. Yo no estoy de acuerdo, pero si decides
tomar el riesgo... si quieres aprovechar la oportunidad, te apoyaré sin titubeos. Es lo que tu
padre hubiera hecho por mí.

        Harry asintió, tragando saliva con dificultad. Sintió de pronto un desagradable nudo en
la garganta, hecho de nervios y expectativas. Lo que antes había sido un mero comentario,
ahora se tornaba en una realidad concreta, cercana...

Remus suspiró, preparándose para salir. - Sólo una cosa más – dijo, con una mano en las
grandes puertas de madera – Hay algo que me ha estado preocupando hace muchos días...
Es que (y no sé si estarás de acuerdo conmigo) siento que todo esto ha sido muy fácil. Peter
prácticamente se dejó atrapar... ¿no lo crees? Y la idea de que todo sea una trampa me está
volviendo loco. Sólo... sólo menciónaselo, ¿está bien? Es importante que Sirius lo tenga en
cuenta, pues ya nos ha sucedido; tener al Señor Tenebroso en nuestras narices sin darnos
cuenta... – suspiró – De cualquier forma, cuando lo traigan a Hogwarts lo someteremos a
nuestro propio estilo de interrogación...

        Harry asintió. Lo cierto es que no se había detenido a pensar en lo fácil que había
resultado la captura de Colagusano, ni en la posibilidad de una coartada. En aquella
oportunidad, sólo lo había atribuido a su comentada torpeza, pero las palabras de Remus
podían adquirir gran coherencia hasta cierto punto...
        Dejaría que Sirius tomara las cartas sobre el asunto. Mientras tanto, sólo le interesaba
aquello que tuviera que ver con su padre. ¿Podría, realmente, abrazarlo por primera vez? Era
una idea, aunque aterradora, alentadoramente maravillosa, pero el cuestionamiento de
Remus lo hacía dudar. Debe tener sus razones para contradecir a Sirius... Ya tendría tiempo
de discernir.

        Se despidió de él con un gesto de mano. Tenía hambre, pero sentía que la cena podía
esperar. Su padre, no.
Francisca Solar

Cap. XXV: Lazos de Sangre (Blood Bows)

        Suspiró, abatido. Las danzantes llamas de la chimenea trajeron a Stella a su mente por
inercia, pero intentó alejarla cuanto antes. Le urgía reflexionar en algo más inmediato...
más, quizá, trascendental. Algo que por años había pertenecido a sus fantasías, y que ahora
luchaba por salir a la superficie, a la luz. Algo tan seductor, pero a la vez, tan paralizante...
        Se quitó las gafas y se restregó los ojos con fuerza. Algo en su interior le avisaba que
aún no había llorado ni la mitad de las lágrimas que el destino le tendría deparadas...

        Sirius, revolviéndose cada ciertos segundos en el sofá rojo, esperaba... incómodo,


silencioso. No había sido fácil, pero tal como si hubiera diseñado un discurso específico para
la ocasión, las palabras salieron solas de su boca... aunque, raudas y punzantes, mil voces
en los espacios de su conciencia se debatían en apreciaciones al respecto, aturdiéndolo.
“Hablaste muy rápido, tal vez no lo entendió bien...”, “Debiste relatarle más detalles sobre el
Arco, puede que no esté convencido...”, “Lo presionaste demasiado, ahora creerá que deberá
aceptar sólo para no contradecirte...”, “Jamás aceptará. No querrá matar a Peter, ya le
perdonó la vida una vez...” ...

- ¿Por qué no mi madre?

        La irrupción de la voz de Harry en un silencio de tal densidad hizo que los oídos de
Sirius estallaran. Aún aturdido, agitó la cabeza, se sentó de mejor manera y clavó los ojos en
su ahijado.

- Disculpa, Harry... ¿Qué dijiste?

- Te preguntaba... es decir, yo... sólo quiero saber... ¿Por qué no regresar a mi madre, en
lugar de mi padre...?

        De toda la infinidad de preguntas posibles que Sirius planteó y replanteó en su cabeza
antes de hablar con él, precisamente ésa era la más dolorosa... la más confusa. Y Sirius no
sólo debía debatir con la verdad, con los hechos, sino consigo mismo. Le costó bastante
llegar a aquella conclusión, intentó mantenerse al margen, pero no conseguiría engañar a
nadie... Él quería ver a James, a su amigo, a su compañero, a su hermano. Añoraba su
Francisca Solar

presencia más que nada en la vida... salvo lo que concernía a Harry, claro, ya que él mismo,
al ser la viva imagen de su padre, le recordaba segundo a segundo aquel lazo que ni la
muerte pudo romper. James había sido su pilar, su única familia por casi treinta años... ¿No
bastaba eso, acaso, para pactar con el Diablo si era necesario, con tal de traerlo de regreso?
Su acrobática escapada de las garras de la muerte gracias a la Animagia no sólo le había
dado una nueva oportunidad de vida, sino de devolvérsela a otros. El Arco se había
pronunciado sobre sus debilidades, consciente o no, y había que utilizar el recurso... Pero,
¿por qué James, y no Lily? Sirius llevó una mano a su frente, nervioso. Su corazón quería
una cosa, eso era seguro, pero aunque diera paso a una posibilidad alternativa, los hechos
se empeñaban en regresar la mirada...

        Harry conocía de antemano la extenuante situación en la que había puesto a su


padrino. Lo sabía, hasta la última de las implicaciones, pero no se arrepentía de haber
actuado. Debía saberlo... tenía que saberlo, aunque creyera poseer la respuesta. Y es que en
cuestión de segundos pasó del absoluto entusiasmo al completo dolor. Sólo un alma por otra.
Sirius únicamente le hablaba de James, pero lo que realmente quería decir es que podían
sacar sólo a uno de los dos... Sólo a uno. Pero, ¿por qué sólo a uno? Y si así fuera,
irremediablemente... ¿A cuál debía elegir?. Sin importar las preferencias de su padrino,
aquellas que Harry conocía tan bien, la decisión lo estaba matando. ¿Cómo elegir, si tanto
uno como el otro se habían convertido en una quimera? ¿Cómo elegir, si deseaba con la
misma intensidad ver ambos rostros? ...

- Harry... – comenzó a decir Sirius, ahora algo apenado. Al apoyar sus codos en sus rodillas,
el fuego se reflejó, estático, en el brillo de sus ojos. Harry no elevó la mirada – Es tan... no
sabes cuánto... las probabilidades de... – tartamudeó, aclarando luego su garganta - Es
decir, no quería llegar a esto, pero fui un necio al creer que no me lo preguntarías...

- Ya no importa... puedes no responder, si quieres. No se necesita mucho para saber que tú


pref...

- Ella no está ahí – sentenció, seco, sin esperar a que Harry terminara la frase. Sabía
perfectamente lo que su ahijado diría, y no quería escucharlo. Ya lo había oído de su propia
cabeza demasiadas veces...

        Harry lo vio a los ojos esta vez, esperando quizá a que estuviera bromeando. Pero el
rostro de Sirius se ensombreció lo suficiente como para despejar cualquier duda.

- Ella... ¿Ella no está ahí?

        Sirius negó con la cabeza, suspirando profundamente. Con cuidado, se levantó del
sillón, caminó un par de pasos y se sentó junto a Harry frente a la chimenea.

- Harry, hay algo que debes entender. Aún no estamos ni así de cerca de develar el misterio
del Velo de Hades... – dijo, haciendo un ademán con sus dedos pulgar y anular, dejando un
mínimo espacio entre ellos - No existen testigos que hayan hecho algo parecido a lo que
nosotros haremos, ni mucho menos existen los libros suficientes como para atenernos a sus
acciones o sus designios. Y aunque tenemos una vaga idea de quienes están tras el arco...
es decir, aunque tanto James como Lily comparten la misma característica, aún cuando los
dos murieron por el mismo conjuro capital, por alguna razón... - ¿Por qué le costaba tanto
decirlo? – Insisto... sobre el velo no sabemos nada, pero, por alguna razón, Lily no estaba
ahí...

        Harry demoró en asentir, y al hacerlo fue tan débil que Sirius no alcanzó a percibir su
respuesta.

- ¿Estás... seguro?

        Sirius levantó su ceja derecha, paternal, e iba a contestarle con un monosílabo cuando
entendió el real significado tras las palabras de Harry. Él lo miraba, fijo, casi desafiante...
como si no le creyera del todo...

- ¿Acaso piensas, Harry... – comenzó a decir, agravando su voz - ...que sería capaz de
engañarte en algo tan delicado como esto? ...
Francisca Solar

- No, no eso... Es sólo que...

Acomodó su cabello hacia atrás y se obligó a sí mismo a no perder el control. - Temía que
me malinterpretaras. Sabes que todo lo que tenga que ver con tu padre es muy importante
para mí... y eso te incluye directamente – explicó, tratando de despejar sus ideas para
hablar con claridad. En el fondo, era lógico que Harry pensara que Lily, comparada con
James, no significaba nada para él - ...pero Lily fue una gran amiga y una gran aliada. Jamás
olvidaré todo lo que hizo por mí y por James. Es tu madre, y tanto ella como tu padre
tendrían el mismo derecho de salir del Arco y admirar por ellos mismos en el gran muchacho
en el que te has convertido... así como yo lo hago ahora...

        Su voz tendió a quebrarse cuando pronunció las últimas palabras. Estiró su brazo – no
sin temer a que él lo rechazara – y le rozó la mejilla con el dorso de la mano. Harry se
estremeció; a través de sus propias pupilas empañadas, logró ver en la mirada de su padrino
el mismo brillo de aquella vez, en aquella fotografía, posando junto a sus padres en una de
las fotos de su boda...
        Entonces lo abrazó. Se quedaron así un par de segundos, y para cuando se alejaron,
Sirius le dirigió una sonrisa tibia, melancólico, revolviéndole luego el cabello.

- No quería incomodarte...

- Está bien... Era muy importante que despejáramos esa duda, sobre todo porque eres tú
quien debe decidir. Yo solo te ofrezco una posibilidad...

        Harry volvió a dirigir la mirada hacia la chimenea, buscando paz. Su corazón se


aceleraba sólo de pensar en estrechar la mano de su padre... pero luego se encogía,
aterrado, al pensar que todo el esfuerzo pudiera resultar vano...

- Estoy cansado de estar solo, ¿sabes...? – murmuró, con la mirada perdida en las llamas.
Sirius abrió la boca para protestar, pero luego lo pensó dos veces. Suspiró – Me alegra que
estás aquí...

- Y aunque no lo estuviera... – comenzó a decir, sin perder el tono paternal - ...nunca


estarás solo, Harry...

- No estoy hablando del profesor Dumbledore, o de mis amigos o de la Orden, yo no...

- Sé perfectamente a qué te refieres, por eso dije lo que dije – corrigió él, sereno. Harry
volteó hacia su padrino – Sé lo que es no tener una familia, Harry... recuerda que abandoné
la mía muy joven. Conozco el sentimiento de soledad más de lo que puedas imaginar, y por
eso mismo, puedo asegurarte que nadie jamás estará completamente solo...

Harry mantuvo el gesto de confusión. - ¿Tengo algún familiar que aún no haya conocido...?

Sirius apretó los labios, moviendo la cabeza. - Me temo que no, Harry... pero creo que no me
has entendido. A ver si con esto me explico mejor. ¿Alguna vez te preguntaste por qué tu
patronus adquiere la forma de tu padre?

Harry se encogió de hombros, pensando. - ¿Por qué él me protege?

Sirius sonrió. - Exacto. Jamás conociste a tu padre, no sabías de su condición de Animago, y


aún así tu patronus toma esa forma... porque James vive en ti – lo apuntó, suavemente, sin
perder el contacto visual – No sólo se refleja en tu extraordinario parecido con él, sino
además en tus acciones y pensamientos. Él te protege y camina contigo, así como tu madre,
como tus abuelos, pues las personas que amamos jamás se van del todo... Es un lazo muy
poderoso, imposible de quebrar, y está basado en un sentimiento que puede deslumbrar y
aterrar a la vez... Aquello que, ese día en la fuente del Ministerio, te salvó la vida...

        Harry viajó instantáneamente casi un año atrás, a un salón oscuro y frío, no muy lejos
del Velo de Hades... Los murmullos de algunos de la Orden y varios mortífagos, apagados
entre el sonido chispeante de cada hechizo, precedían a la silueta del Director, quien no
dejaba de moverse, lento, a unos pasos de él... mientras Lord Voldemort, tal como una
Francisca Solar

escamosa criatura, intentaba poseerlo y así, sin más salida, obligar a Dumbledore a
matarlo... El dolor era insoportable, innombrable. Harry jamás había pasado por algo
parecido, y aún cuando tuviera que morir, deseaba que acabara... porque podría ver a Sirius
otra vez...

- ¿Cómo sabes lo que sucedió? – preguntó él, regresando a tierra. Sirius volvió a sonreír.

- Remus me lo dijo. Y puede sonar ridículo, incluso algo cursi, pero Dumbledore fue preciso
al decírtelo: tu corazón fue lo que te salvó. El hecho de que puedas arriesgar tu vida por tus
amigos, por los que quieres... que sientas el deber de proteger a los más débiles o de luchar
por lo que crees más justo, es hoy, ante Voldemort, tu mayor ventaja. Es algo que él jamás
poseerá... y lo sabe. Pero subestima su valor, y aquello sólo puede beneficiarnos, pues
cuando llegue el día de la batalla, puede marcar la diferencia entre perder o ganar...

- Lo haces sonar como algo grandioso, pero no ha hecho más que traerme dolores de
cabeza... en todo sentido...

        No lo decía sólo por él, estaba seguro. Por creer que su padrino estaba siendo
torturado, apresuró las cosas, viajó solo a Londres, arriesgó la vida de sus amigos y condujo
a Sirius a la muerte... o al menos eso había creído. Pero no se refería sólo a eso. ¿De que le
había servido su corazón ahora? ¿De qué sirve amar cuando no pueden corresponderte...?

- Sé lo que estás pensando, y todo lo que acabo de decir, también va por ella... – habló
Sirius, haciendo que Harry se sobresaltara. Él alzó una ceja, cómplice – Debe casarse, es
cierto, pero según mi modo de ver, no se trata más que de un simple contrato. Ella no
desaparecerá, Harry... porque ha creado un lazo contigo que ni aún los Altos Elfos pueden
romper... Así como Lord Voldemort jamás pudo deshacer aquel que Lily selló teniéndote en
sus brazos, el día que murió por ti, protegiéndote...

        Sabía lo doloroso que era para Harry revivir aquel nefasto momento, pero no tenía otra
salida. Su ahijado había crecido lo suficiente como para entender que las batallas no sólo son
una lucha de fuerza, sino de cientos de otros factores...

- Entonces.. – comenzó a decir, nervioso, suspirando. La duda lo estaba matando... -


¿Crees... crees que vale la pena intentarlo?

Harry mantuvo la mirada, sintiendo cómo su corazón se aceleraba otra vez - ¿Estarás ahí...
conmigo?

- Siempre.

Volvió a suspirar, decidido. - Ellos lo arriesgaron todo por mí... yo lo haría todo por ellos –
dijo, con algo de emoción en su voz. Luego sonrió – Está bien... Hagámoslo.

        Sirius hizo pronto eco de su sonrisa. No podía negarlo; había tenido sus dudas. Por un
segundo, creyó que Harry sucumbiría al temor de una nueva ilusión sin solidez, y se iría de
la habitación, si no apenado, molesto. Pero, como tantas otras veces, Harry lo había
sorprendido, llenándolo de orgullo.

- Por Peter no te preocupes – dijo él, al tiempo que Harry se levantaba, sacudiendo sus
pantalones – No tienes que ensuciarte las manos con él. Es... una cuestión personal, si me
entiendes – explicó, levantando las cejas. Harry asintió en silencio – Yo lo lanzaré al Velo.
No... no creo que sea necesario, aún, que lleves el peso de una muerte sobre tus hombros...

        Harry se incomodó bastante con aquella frase, pero no dijo ni aparentó nada. ¿Qué
quería decir con eso? ¿No confiaba en su capacidad... en su temple?

- ¿Cuándo lo haremos? – preguntó, antes de salir. Sirius se había acercado a la ventana,


dejando que entrara la brisa nocturna.

- Pronto. Hay otras cosas... más urgentes qué solucionar. Primero debo lograr que Fudge
deje a Peter en mis manos... sin decirle exactamente qué haré con él, por supuesto...
Francisca Solar

- Pero lo traerán a Hogwarts, es un hecho... Remus nos lo dijo hace una hora.

- Lo sé, pero que esté atado al sótano es muy distinto a que pueda ponerle mis manos al
cuello, ¿entiendes?

        Harry asintió. No indagaría más en el asunto; él dijo que se encargaría. Pero en eso, y
aún con los nudillos sujetos a la puerta, retrocedió un par de centímetros. No sabía cómo le
caería a su padrino una pregunta como esa, pero tenía que probar...

- ¿Sirius...? - Él volteó, sorprendido de que Harry siguiera erguido en el umbral. Lo miró,


instándolo a hablar, mientras cerraba el ventanal. La brisa comenzaba a enfriarse - Nunca te
casaste...

        Si Sirius hubiera estado bebiendo algo, de seguro lo habría escupido. Y es que la
sentencia de Harry, que más bien sonó a pregunta, descolocó en gran parte al último de los
Black. No sabía si reírse a carcajadas o ponerse a llorar.

- No, nunca me casé... ¿Por qué lo preguntas?

        Harry se sintió algo avergonzado ante la reacción de su padrino, y sólo atinó a


encogerse de hombros.

- Simple curiosidad... – respondió, evitando su mirada – Es que... ¿Recuerdas cuando estuve


en el recuerdo del profesor Snape, y los vi a ti y a papá tomando sus TIMOs? Por lo menos
dos chicas a tu alrededor parecían embobadas contigo... y yo... bueno, siempre me pregunté
por qué no habías formado una familia...

        El rostro de Sirius se enserió por un momento. Bajó la cabeza en señal reflexiva,
sentándose sobre la cama.

- Tu padre era mi familia... eso bastaba para mí. Pero si te refieres a una relación... supongo
que nunca estuve listo para sentar cabeza, para comprometerme... – habló, como si pensara
en voz alta – Soy demasiado libre como para atarme a un solo lugar... y eso no es algo que
entienda la mayoría de las mujeres...

        Harry asintió, conforme. Hasta cierto punto era sensato, pero luego de la última
palabra, dilucidó en el gesto de Sirius más autocompasión que seguridad. Sintiendo que
quizá había metido la pata, salió silencioso de la habitación.

- Tú eres mi familia – murmuró Sirius, con algo de emoción, un segundo antes de que Harry
cerrara la puerta tras él.

        Se sonrieron. Es lo único que necesitaban saber.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/--/-/-/-/

- ¿Dónde está, Hermione? – preguntó Ron, al tiempo que decidía qué tostada lucía más
apetitosa. Harry se encogió de hombros, pero miró, preocupado, hacia las puertas del
comedor. Ni rastros de ella – Más vale que se apresure, o se perderá la fiesta...

        Ginny lo golpeó en el hombro con elocuencia, asegurándose de que los estudiantes a su


alrededor aún estuvieran enfrascados en sus propias conversaciones..

- ¡Cállate! – exclamó, con un hilo de voz - No podemos decir nada, ¿o lo olvidaste?

Ron hizo una mueca de disgusto, sobando su brazo. - No te alteres... Se supone que las
lechuzas ya deberían estar por... ¡Ahí están!

        Harry elevó la mirada instantáneamente. El sonido de cientos de aleteos en conjunto


era la ineludible presencia de las mensajeras, revoloteando y dirigiendo sus vuelos entre las
columnas, puertas y estudiantes. Pero nadie parecía muy concentrado en ellas, salvo Harry,
Ron y Ginny, quienes compartieron una mirada expectante. En pocos minutos, El Profeta
estaría en manos de la mayoría de los presentes, y fueran o no lectores acuciosos, se
Francisca Solar

enterarían de la noticia...

        Pigwidgeon perdió altura al comienzo de la mesa Gryffindor, por lo que Ron tuvo que
levantarse a recogerla. El peso del periódico era demasiado para ella. Para cuando regresó a
su puesto, Errol y Hedwig ya habían sido liberados de sus respectivos encargos, y cada uno
picoteaba en el plato de cereales de su dueño. Muy cerca, algo desorientada, una lechuza
parda buscaba destinatario.

- Debe ser el periódico de Hermione... – comentó Ginny, quien tomó a la lechuza, desató su
carga y la dejó marchar.

        Al segundo siguiente, cada uno se inclinó ávidamente sobre su retazo de papel.
Paranoico, Harry hubiera jurado que el comedor se sumió en un espeso silencio...

        La portada era suficientemente aclaratoria. Con una sonrisa maliciosa de triunfo,
Cornelius Fudge sujetaba la varita que llevaba atado (con una soga invisible) a Peter
Pettigrew. Donde estaban parecía aquella sala de piedra, escalofriante e intimidante, en la
que, no hace mucho, Harry debió defender el uso de su Patronus en pleno verano...

        Atrapado asesino y espía más buscado del Ministerio

        PETER PETTIGREW: CULPABLE

- ¿...más buscado del ministerio? – habló Ginny, entre confusión y sorpresa - ¿Pero no era
Sirius el que...?

- Ssscchhh... – la hizo callar Ron, obligándola a volver a la lectura. Ginny no objetó.

            “Según una entrevista exclusiva proporcionada a uno de nuestros


            enviados especiales por el mismísimo Ministro de Magia, Cornelius
            Fudge, se ha resuelto ayer por la tarde uno de los misterios más
            grandes de la historia de la institución. Peter Pettigrew, antaño
            condecorado por servicios honoríficos a la defensa de la integridad
            en los días de terror de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado, fue
            desenmascarado después de 16 años como uno de sus espías más
            fieles, luego de comprobar su participación en la muerte de un
            grupo de muggles en aquel entonces, de fingir su propia muerte e
            inculpar de sus crímenes al conocido fugitivo Sirius Black, hoy ya
            exonerado de todos los cargos.
                  <Siempre lo supimos, pero no podíamos decir nada hasta que
            tuviéramos a Peter en nuestras manos> aclaró el Ministro, orgulloso
            de su labor. En aquellos tiempos el comité de Aurores atrapaba a
            cualquiera en actitud sospechosa, y en una de esas redadas cay
            Sirius Black por equivocación. Y aunque siempre supe que Peter
            Pettigrew era el verdadero asesino, no pude probar nada pues
            desapareció. Pero ahora lo he resuelto. Lo he atrapado con mis
            propias manos, después de años de búsqueda incansable, y lo ha
            confesado todo, tal como lo predije>.

                    Aunque prefirió no dar detalles de las pericias que concluyeron


            en la captura de Pettigrew, el Ministro hizo hincapié en la
            importancia de que la ciudadanía se involucre en la aclaración de
            los crímenes e infracciones de los tiempos de El-Que-No-Debe-Ser-
            Nombrado, para que no vuelvan a suceder malentendidos como éste.
                    <No puedo decir cómo atrapé a Peter, o qué sucederá con él ahora
            que ha confesado todos los cargos, pero su captura ha servido para
            que la gente se de cuenta del trabajo consciente que se lleva a
            cabo en el Ministerio, de nuestra absoluta disponibilidad para
            aclarar y resolver problemas, de la fidelidad que aún nos profesa
            todo el mundo mágico, y de mi inmejorable desempeño en el alto
            mando>.

                     Para finalizar, el ministro Fudge reiteró a todos los puestos


Francisca Solar

            fácticos a lo largo de Inglaterra que la búsqueda y recompensa por


            la cabeza de Sirius Black se ha cancelado, pidiendo que se aboquen
            a la captura de otros criminales. Además, se ha hecho un llamado a
            Black para que salga de su escondite y comparezca en las oficinas
            de Crímenes Irremediables en la sede de Londres, donde deber
            firmar un simple documento que acredite su libertad.”

        El artículo terminaba ahí, pero seguían pequeñas reseñas, como “El Sufrimiento de la
Madre de Peter, página 7”, “La Confesión de un Asesino, página 12” o “Los Otros Espías,
página 20”, pero a ninguno le interesaba seguir leyendo.

- ¡Es inconcebible! – exclamó Ron, casi lanzando el periódico sobre la cabeza de Harry - ¡Lo
han descrito como un simple malentendido! Malentendido, claro... ¡Pobre Sirius! ¡13 años en
la cárcel, tres años prófugo, y ni siquiera le piden disculpas!

Ginny gruñó, molesta, alejando el periódico de su vista. - Y lo que es peor, Fudge se llevó
todo el crédito. “Siempre lo supe...” Bah... ¡Por supuesto que no!

- Sirius fue quien atrapó a Peter... ¡por lo menos debieron darle las gracias!

        Harry, quien no había hecho ningún comentario, dobló El Profeta con cuidado y lo metió
en su túnica. Hermione querría verlo después.

- ¿Saben? Ya no importa demasiado. Si Fudge quiere llevarse el crédito, que lo haga. Lo


importante es que Sirius es libre, ya no lo culpan de nada, y puede caminar por donde quiera
sin miedo...

        Ron y Ginny se miraron algo avergonzados, pero no tuvieron tiempo de medir cuál de
los dos estaba más ruborizado. Desde la esquina opuesta de la mesa, Neville venía corriendo
con El Profeta batiendo en su mano.

- ¡Harry! – exclamó, sentándose a su lado con estrépito. Algunos voltearon a ver - ¡Es Black,
Harry, Sirius Black! ¿No era ese el nombre de tu padrino... el que traspasó ese extraño velo?

        Harry sintió un incómodo cosquilleo tras el cuello de su camisa. Nervioso, elevó la


mirada para encontrarse con la mitad de Hogwarts volteando en su dirección. Algunas chicas
ahogaron un grito, otros regresaban la vista hacia el periódico para leer con más detención,
esperando quizá que el nombre de Harry apareciera en algún lado, pero la mayoría
compartía miradas de estupefacción. Tanto fue así, que hasta el propio Dumbledore se
levantó de su asiento, dispuesto a intervenir. Había estado atento a las reacciones del
alumnado desde que escuchó venir a la primera lechuza...

- Así que Black es tu padrino, ¿no, Potter? Ahora se aclaran muchas cosas... De tal palo, tal
astilla. Tu familia es un nido de fenómenos... ¿No tendrás a algún Troll o un Dementor entre
tus tíos cercanos?

        El siempre indeseable grupo de Slytherin estalló en carcajadas. Draco había


abandonado su asiento, apretando El Profeta contra su puño, y no había dejado pasar el
momento para dar sus agudos comentarios. El resto de los presentes no dijo nada,
transmitiendo entre sorpresa, aversión o indiferencia.

- Déjalo en paz... – comenzó a decir Neville, con los puños apretados, levantándose también.
Se sentía culpable; había sido él quien con su bastante audible intervención había puesto a
Harry en evidencia.

- Aprende a leer, Malfoy, y así te enterarás que Sirius Black ya no es un prófugo... Le han
quitado todos los cargos – dijo Ron, enojado, irguiéndose un segundo tras Neville.

        En eso, Lavender, Ginny, Luna y Padma adoptaron la misma postura defensiva,
levantándose de sus puestos en signo de apoyo hacia Harry. Draco apenas se inmutó,
curvando sus labios en una sonrisa irónica.

- Primero era la Elfa... ¿ahora tienes cuatro novias para que te defiendan?
Francisca Solar

- Y también un par de novios, si no te importa, claro...

        Dennis, Collin, Ernie, Owen, Seamus, Dean, Justin, Terry, e incluso Zacharias, quien
tuvo la osadía de hablar, se unieron al resto, alzando sus cabezas. Pansy, Goyle y Crabbe, en
tanto, también se levantaron para apoyar a Draco, aunque él ni siquiera les dirigió la mirada
en agradecimiento.

- No necesito que nadie me defienda, Malfoy – respondió Harry, indignado. Luego hizo un
gesto con la mano, sonriéndole tibiamente a los que estaban más cerca – Yo no llamé a
nadie, pero ahí están todos... Mis amigos. ¿Tienes alguna objeción con eso?

- Oh, no, ninguna... – contestó él, altivo, sin inmutar su rostro de complacencia – Sólo me
preguntaba si tendrías escondido a tu querido padrino-asesino-convicto bajo la capa...

- Me temo que no, Sr. Malfoy, pero si quiere puede buscar bajo la mía...

        La voz grave y profunda del Director de Hogwarts retumbó en cada platillo de cereales.
Crabbe y Goyle regresaron a sus asientos en una milésima de segundo, casi aterrados, pero
ninguno de los otros se movió un centímetro.

- Como ya todos se habrán enterado – comenzó a decir el anciano, atrayendo la atención de


todo el comedor. La profesora McGonagall y Sprout lo miraban con admiración - ...el antes
prófugo Sirius Black ha sido absuelto de todos los cargos que se le imputaban. Por lo tanto,
si decide entrar en este castillo y visitar a Harry, o esconderse bajo la capa de cualquiera, no
seré yo quien se lo impida...

        Ron y Ginny compartieron una sonrisa amplia, y luego voltearon hacia Malfoy,
desafiantes. Draco sólo se limitó a responderles con un gesto de profundo disgusto, curvando
las cejas y arrugando la nariz, el mismo que solía poner Snape cada vez que se nombraba a
Sirius en su presencia...
        Harry se mantuvo absorto unos segundos, quieto ante el rostro de Malfoy. Pestañeó.
Ese gesto... igual a Snape. Demasiado parecido. Su corazón se aceleró, y en cuestión de
segundos, su cerebro comenzó a bombardearlo con ideas, hechos, argumentos... como si un
antiguo engranaje por fin encontrara la manera de funcionar.

        Oh, Dios. ¿Cómo no lo notó antes? El trato especial de Malfoy en Pociones (donde
casualmente ostenta el mejor promedio de notas), Snape escondido en casa de Narcissa... el
mismo tono desagradable, despectivo... los dos Slytherin...
        No, no puede ser... pero, quizá, no era tan descabellado... Remus dijo que visitaría a
Sirius por la mañana, tal vez él pueda aclarar...

- ¿Harry?

        Sacándolo abruptamente de sus conclusiones mentales, Parvati le tomó el hombro.


Junto a ella, su hermana Padma, Justin, Dennis, Collin, Angelina, Dean, Seamus, Cho y
Theresa lo miraban con interés. Harry tragó saliva.

- ¿Es cierto? – preguntó Angelina tras unos minutos, luego de ver que ninguno se atrevía a
emitir sonido - ¿Es cierto... que Sirius Black es tu padrino?

        El silencio se profundizó aún más. Todos lo miraban. Entonces Harry asintió, relajando
los hombros.

- Sí. Era el mejor amigo de mis padres...

Justin hizo un gesto de reticencia, al igual que Seamus, pero el resto intentaba entender. -
¡Peleaba para la Orden, yo lo vi! – exclamó Neville, saliendo en rescate de Harry – Es un
excelente hechicero... muy hábil...

Ignorando sus palabras, Zacharias movió a Neville y se hizo paso hasta Harry. - Y todos
estos años escapando... ¿lo viste? ¿Hablaste con él?
Francisca Solar

- ¿Tiene cicatrices y marcas como un prófugo de verdad? Y el número de celda... ¿está


tatuado en su brazo?

- ¿Es muy terrible la prisión de Azkabán? Mamá dice que los que entran ahí jamás se
recuperan del todo...

- Hey, hey... oigan – intervino Ron, levantando las manos, sintiendo a su amigo más que
atosigado - El periódico ya lo dijo... se equivocaron al encerrar a Black. Es inocente, libre, y
es muy cercano a Harry. Déjenlo así, ¿quieren?

        Zacharias y Alicia hicieron un gesto de impaciencia, al igual que un par de Ravenclaws


más atrás, pero no insistieron. Harry apretó los labios, mostrándose de acuerdo con la
determinación de Ron. No tenía reparos en gritar a los cuatro vientos quién era Sirius y todo
lo que significaba para él, pero no de este modo, como fenómeno de circo...

        Poco a poco se fueron dispersando, mientras Harry les prometía que en la próxima
reunión de AD les contaría todos los detalles. Entre tanto, desde su sitio privilegiado en la
mesa de profesores, Albus Dumbledore asentía levemente.

- Creo que iré a buscar a Hermione – habló Harry, levantándose de un salto, deseoso de
abandonar el comedor lo antes posible.

- Yo la vi hace unos minutos – comentó Luna, mientras pasaba a su lado buscando las
galletas de jengibre que ya no quedaban en la mesa de Hufflepuff.

- ¿Ah, sí? ¿Dónde?

- Aquí a la vuelta – apuntó, aunque con la vista fija en las bandejas de plata - ...en la
escalera que da a las cocinas.

        Sin detenerse a preguntar qué hacía ahí, dijo “gracias” y salió del lugar. Claro que,
antes de llegar siquiera hasta la puerta, debió ignorar y esquivar decenas de miradas
inquisitivas, así como otro tanto de preguntas sobre el acontecimiento del año, pero la
pronta intervención de Sir Nicholas (distrayendo a la multitud con una de sus tantas
recreaciones de su casi-decapitación) le dio tiempo para escabullirse y desaparecer.

        Sería el tema principal el resto del año, estaba seguro. No podría quitárselos de
encima, así como sucedió cuando creían que era él quien petrificaba a los estudiantes en
segundo año, o cuando creían que era el heredero de Slytherin, o cuando El Profeta estuvo
diciendo todas esas mentiras sobre él y el profesor Dumbledore el año pasado. Sirius estaría
en boca de todos... aunque, pensándolo bien, no era tan malo. Ya era tiempo de salir a la
luz, reivindicarse... Así podría hablar de la gran persona que es sin restricciones, sin
esconderse, sin tener que usar tontos nombres distractores...

- ¿Hermione?

        Tal como Luna lo había dicho, encontró a su amiga a los pies de la escalera contigua al
Comedor. Estaba sentada en silencio, con las rodillas muy juntas, la cabeza gacha y con algo
indescriptible apretado entre las manos. Preocupado por su aspecto, Harry la llamó antes de
acercarse, y lo que vio a continuación le ofreció sin preámbulos un detallado panorama de lo
que sucedía.

        El rostro de Hermione estaba cubierto de lágrimas, y sus ojos, empañados, fueron a
dar en Harry como si fuera la última persona a la que deseaba ver. Apretó con aún más
fuerza el pañuelo arrugado en su mano derecha, y acto seguido dejó ver, alzándolo unos
centímetros, aquello que asía en su mano izquierda. Según el rápido razonamiento de Harry,
se parecía a aquellos gorros de lana para elfos domésticos... aquellos que Hermione había
estado haciendo incansablemente desde hace ya tres años.
        Oh, oh. ¿Gorro de elfo?

- Siempre estoy al tanto de todos los secretos... ¿no es así?

        Harry tragó saliva, nervioso, mientras Hermione le mostraba aquella prenda a través
Francisca Solar

de una amarga sonrisa irónica. Aquello había sido como un duro golpe en el estómago. Se
regañó duramente a sí mismo por haberlo olvidado, pero los últimos acontecimientos habían
relegado el asunto de PEDDO al lugar más recóndito de su memoria. Tendría que haber
supuesto que Hermione, tarde o temprano, se enteraría de todo...

- H-Hermione... lo siento. Iba a decírtelo, lo juro, pero con todo lo que ha sucedido...

        Ella asintió débilmente, sin real convencimiento. Sintiéndose más torpe que nunca,
alcanzó el escalón de Hermione a tientas, sentándose a su lado. Ella hizo un ademán de
alejarse, pero finalmente se contuvo.

- ¿Por qué... por qué permitieron que siguiera con esto? – preguntó, entre pequeños
sollozos, aunque intentaba mantener el temple – Apuesto a que Ron y tú se divertían
muchísimo mientras me veían perder el tiempo...

- ¡No, claro que no! – se apresuró a decir Harry, angustiado por la situación – Sólo yo... sólo
yo lo sabía, Ron no tiene nada qué ver... Pero jamás me divertí, cómo crees eso... – explicó,
pero la mirada de Hermione le dejó en claro que sí tenía todos los argumentos para pensar
que querían burlarse de ella - ¡Hermione, por favor! Sólo lo olvidé, ¿está bien? Nadie ha
querido hacerte daño... y b-bueno, al final... ¿cómo te enteraste?

Hermione suspiró, aún sin dirigirle la mirada a su amigo. - Anoche me quedé dormida en la
Sala Común, sobre mis deberes de Runas Antiguas... pero sentí un leve murmullo y
desperté, asustada. Alguien trataba de husmear en mi mochila, y antes de que preguntar
quién era, la cabeza de Dobby se asomó tras el sillón... – relató, entre molesta y sorprendida
– Llevaba... llevaba sobre su cabeza dos de mis gorros, guantes, bufanda, calcetines...
¡prácticamente todo lo que yo había hecho! – exclamó, llevando una mano a su frente – ...y
así y todo quería sacar de mi mochila las últimas prendas que había tejido... cuando me vio,
sonrió como si nada... ¡Y hasta me dio las gracias por llenar su guardarropa! Quise... quise...
– su voz tembló, así como sus manos - ¡Quería morirme!

Harry arrugó la frente. - P-Pero... H-Hermione... Te lo dijimos muchas veces, ¿recuerdas? Te


advertimos que tus esfuerzos eran vanos, que los elfos domésticos no quieren ser
liberados... pero eres tan terca...

Hermione volteó hacia él por primera vez, impaciente. - No es la mejor manera de


animarme, ¿sabes?

Harry sonrió torpemente. - Lo siento – dijo - ...y también por lo de ayer.

        Ella regresó la vista a sus zapatos, pero no tardó en sonreír, secando sus lágrimas..
Harry se relajó.

- Yo también lo siento... Debí haber hecho un gran ridículo con lo de PEDDO, ¿no?

- B-Bueno...

- ¡Harry! – lo regañó ella, casi indignada, pero él volvió a sonreír.

- Lo siento, lo siento... Mira – se acomodó para mirarla de frente, intentando calmarla – Sí,
siempre creí que lo de PEDDO era una mala idea, pero eso no quiere decir que tus
intenciones no hayan sido buenas. Todos hemos valorado eso, te lo aseguro. Además, estoy
de acuerdo contigo en tu motivación: los elfos domésticos merecen un mejor trato, no tengo
dudas sobre eso, pero de ahí a que quieran libertad...

- ¡Por fin, ahí están!

        Ron apareció tras la pared bastante animado, comiendo un pastelillo de crema mientras
sujetaba otros dos en su regazo. Se acercó a sus amigos con soltura, pero su rostro mutó
inmediatamente al escudriñar el de Hermione. Tragó con rapidez y se acercó a ella.

- Hermione... ¿por qué lloras? ¿Qué sucede?


Francisca Solar

        Al ver que ella no respondía, buscó respuesta en Harry, pero él sólo se encogió de
hombros, incapaz de relatarle la situación si ella no lo autorizaba.

- Estoy bien, Ron... – dijo ella, levantándose lentamente. Harry hizo lo mismo.

- No, claro que no... ¡Estás llorando! ¿Perdiste alguna cosa? ¿Alguien te ha estado
molestando? Porque puedo repartir un par de golpes si quieres... incluso a Harry...

        Harry alzó una ceja como diciendo “muy gracioso”, pero Hermione sonrió, más
recuperada.

- No, no es necesario... a menos que quieras golpear a Dobby...

- ¿Dobby? ¿Qué hizo esta vez?

Ella suspiró. - Larga historia...

- Pero puedes contármela, si quieres... – ofreció, cálido, y ella le agradeció con la mirada.
Ruborizándose levemente (por ahora), Ron le sonrió de vuelta – Vamos... regresemos a la
Sala Común y te contaré lo que sucedió con el periódico... ¡Todos están hablando de Sirius!
Unos días más y ya será toda una celebridad... – bromeó, mientras caminaban hacia la
escalera del vestíbulo – Y ah, toma estos pasteles. Apuesto a que no has desayunado nada...

        Harry sonrió al verlos alejarse. No le molestaba en lo absoluto que hubieran olvidado su


presencia... disfrutaba observarlos sin discutir. A ver si no en mucho tiempo se decidían a
concretar algo...
        Entonces una silueta lo distrajo. Por el extremo opuesto del vestíbulo, alguien bajaba
rápidamente las escaleras en dirección a la salida. Llevaba el rostro cubierto por una
capucha, pero en los pocos segundos en que tocó la luz, Harry distinguió sus facciones.
Reaccionó tan rápido como pudo, corriendo a su encuentro.

- ¡Remus! – gritó, haciendo que se detuviera justo cuando cruzaba el umbral. Él volteó, casi
asustado, pero relajó los músculos al descubrir a Harry.

- Oh, Hola Harry... ehmm lo siento, no puedo hablar ahora, me están esperando en...

- ¡Es sólo un segundo! – rogó, vehemente - ¿Por favor?

Remus hizo un gesto de reticencia, pero terminó cediendo. - Está bien, pero sólo un minuto.
El desayuno está por terminar y no quiero que cientos de estudiantes me vean... No puedo
pasear libremente por aquí, ¿sabes? Pueden comenzar todo tipo de rumores...

        Harry asintió, dándole la razón, arrastrándolo hasta detrás de la regordeta estatua de


Helga Hufflepuff. Suspiró.

- Sé que vas a decir que estoy loco, que estoy teniendo alucinaciones... pero hay algo que
me ha estado dando vueltas desde... bueno, desde la noche en que Sirius regresó...

Remus arqueó las cejas, curioso. - Te escucho.

- Bien... – No tenía idea de cómo decirlo sin que sonara una estupidez, así que intentó ir al
grano – Puede que esté equivocado, que esté viendo cosas que no son, pero... cuando Sirius
dijo que Snape... es decir, que el profesor Snape estaba escondido en casa de la madre de
Malfoy, y que ella lo estaba cuidando... y-y-y hoy, observando a Draco, creí reconocer... – El
rostro de Remus era suficientemente elocuente. Sabía perfectamente a dónde quería llegar
Harry - ¿Cuál es exactamente la relación entre el profesor Snape y Draco Malfoy?

        Remus bajó la mirada, apretando los labios, para luego dirigirse hacia el comedor.
Asegurándose de que nadie los escuchaba, regresó la vista hacia Harry.

- No es tan... tan absurdo lo que crees, después de todo, Harry... y he sido un tonto si he
pensado que no ibas a preguntármelo...
Francisca Solar

        “Ya he escuchado eso antes” pensó Harry, recordando la conversación con Sirius, pero
su corazón se aceleró al oír que Remus, de algún modo, estaba validando sus sospechas.
Hizo un ademán de atención, instándolo a hablar.

- Entonces... entonces, ¿es cierto? ¿Están relacionados... familiarmente?

        Temía decir exactamente lo que pensaba, pero Remus era lo suficientemente astuto
como para entender.

- Sé a qué te refieres, Harry, y aunque no soy quién para hablar de la vida privada del
profesor Snape, supongo que, de todas maneras, algún día te enterarías...

Harry saltó. - ¡Es cierto, lo sabía! ¡Snape es el padre de Draco!

- Harry, por favor... – pidió Remus, haciéndole un gesto para que bajara la voz. Harry se
contuvo – No es lo que crees... déjame explicarte... – Tomándolo del hombro, se alejaron
aún más de donde pudieran verlos. Entonces se inclinó suavemente hacia él, con el propósito
de hablar en el tono más bajo posible – No, Harry. Lucius es el padre de Draco, pero estoy
seguro de que quien más lo lamenta es el propio Severus...

Harry se rascó la cabeza, confundido. - No entiendo nada.

Remus suspiró. - Como te dije, no tengo derecho a comentar la vida de nadie, pero... para
que puedas entender... – Pensó un momento, trayendo los recuerdos a su mente – Snape y
Narcissa fueron novios por varios años, pero ya sabes cómo eran los Black... el tema familiar
y de raza eran predominantes...

- ¡Pero si Snape es sangrepura!

- Sí, sí, pero eso no era suficiente... Severus provenía de una familia muy tormentosa. Su
padre los abandonó a él y su madre cuando aún era pequeño... nunca supe muy bien la
historia... Bueno, lo importante es que, a pesar de ser sangrepura, provenía de un hogar
muy humilde, y por lo demás, mal constituido, lo que lo dejaba muy mal parado frente a los
Black...

- ¿No lo aceptaban?

Remus negó. - No conozco los detalles, pero sé que Lucius apareció en el momento indicado.
Sangrepura, con mucho dinero, proveniente de una familia muy influyente... no pasó mucho
tiempo antes de que le dieran la mano de Narcissa en matrimonio...

- ¿La obligaron a casarse con él? – preguntó Harry, estupefacto. Los matrimonios arreglados
parecían ser bastante comunes en el mundo mágico...

- No lo sé, pero lo supongo. Era una buena chica, pero las circunstancias hicieron lo suyo. El
peso de su apellido era suficiente presión como para hacerla ceder. Así fue como adquirió su
horrenda reputación, junto con Malfoy, y no es que ahora haya cambiado, pero al menos
está de nuestro lado...

- Siempre creí que trabajaba para Voldemort...

- También nosotros, pero el año pasado vino a nosotros con información trascendental.
Varios se resistieron a creerle, pero el primero en acogerla fue Dumbledore... y Severus, por
supuesto. Como él ya había sido descubierto como nuestro espía, toda la ayuda que Narcissa
pudiera ofrecernos era de suma importancia...

- Pero, ¿por qué cambiar de bando? ¿Qué la impulsaba?

        Remus no contestó de inmediato, preso (según Harry) de un debate interno sobre si


debía hablar o no. Movió la cabeza, arreglando su capucha.

- Escucha... No tengo derecho a entrometerme, ¿entiendes? Tampoco quiero juzgar...


Severus tiene sus razones para resguardar su vida privada, y yo estoy de acuerdo. Y si él
Francisca Solar

tuvo algo que ver en la decisión de Narcissa... bueno, eso es problema de ellos, ¿no crees?

Aunque moría por saber, Harry asintió. Ya se enteraría del resto... - Está bien, entiendo. No
tienes que contarme... y disculpa por preguntarte todo esto. Es sólo que... por un segundo
creí que era posible... lo de Draco y Snape. A veces comparten gestos muy parecidos, y el
profesor lo privilegia mucho en clases... es casi desagradable...

        Muchos murmullos irrumpieron en el vestíbulo. La mayoría de los alumnos saldría en


cualquier minuto del comedor. Remus hizo un gesto de prisa, aunque volvió a hablar.

- Harry, hay algo que debes entender. La vida ha sido muy dura para el profesor Snape, y si
sientes que tiene un trato especial con Draco... bueno, al menos ya sabes por qué. Y no es el
primero que hace algo parecido, pues seguramente (aunque sin proponérmelo, claro)
también te di a ti un trato especial mientras yo fui profesor... – recordó, sonriendo a medias
– ...Porque, a veces, puede surgir entre dos personas un lazo aún mas fuerte que el de
Padre e Hijo: el de aquel que quiso ser padre, y del que pudo haber sido su hijo...

        Pocas veces había escuchado algo tan dulce, y tan cierto. Eso es lo que Sirius tenía con
él, y desde hace un tiempo, también Remus...
        Compartieron una mirada elocuente por unos segundos, y a Harry le pareció que
Remus se sonrojaba... aunque no tuvo mucho tiempo para comprobarlo. Despidiéndose con
unas tibias palmadas en el hombro, giró sobre sus pies y desapareció tras las puertas del
castillo.

        Por segunda vez en su vida, Harry sintió lástima por Snape. Recordó aquel día en el
pensadero... la imagen de él cuando niño, encogido en una fría esquina mientras una pareja
gritaba y discutía... Debían haber sido sus padres, sin duda. Pasar por eso no justificaba la
odiosidad de persona en la que se había convertido, es cierto... pero jamás había pensado en
la posibilidad de que alguien, en algún rincón de este mundo, lo hubiera querido tanto. O
pensar (peor aún) que Snape pudiera sentir cariño por Draco... sólo por ser el hijo de
Narcissa. ¿Quién entiende este mundo de locos?

        ¿Sabrá Draco la historia de Snape con su madre? Podía dudarlo pero, y de eso estaba
seguro, no saldría corriendo a contarlo como un buen chisme. Era algo grave... importante.
Se trataba de su familia... y bien sabía él lo que eso significaba. Podía aborrecer su
presencia, odiar a Draco por ser como es, pero no sentía ganas de hacer mal uso de la
información que acababa de recibir. No era algo con lo que podía jugar.
        Entonces sonrió, conmovido. Sus padres se habían ido, pero habían dejado a Sirius y
Remus en su reemplazo. Como padres y hermanos al mismo tiempo... los mejores que
hubiera podido desear.
Cap. XXVI: Cita en la Chimenea (Date at the Chimney)

        Escogieron una fría madrugada de abril para internar a Peter Pettigrew en los terrenos
de Hogwarts. Lo malo es que usualmente los estudiantes no abandonaban los aposentos de
la escuela en las vacaciones de Pascua, y así, con el castillo repleto de gente, cualquiera de
los profesores hubiera puesto el grito en el cielo antes de introducir a un traidor en sus
mazmorras. Claro que, como ahora el clima de relajo permitía a los alumnos desconectarse
del mundo, aprovechaban para hacer mini fiestas en las salas comunes hasta muy tarde. Y a
esa hora - cinco y media de la mañana, según el reloj de bolsillo de Remus – de seguro
nadie estaría husmeando en los pasillos. La mayoría debía estar durmiendo, fatigados, y los
que no, aún estarían divirtiéndose con ajedrez mágico o cartas explosivas en medio de sus
dormitorios. De alguna u otra forma, el camino se presentaba bastante libre... mientras
Peter no diera problemas.

        Cornelius Fudge, con su cuello rollizo fuertemente protegido por una bufanda verde
petróleo, hizo un gesto seco a uno de sus guardias. Haciendo el mínimo ruido posible, abrió
la compuerta del carruaje, desde donde salieron dos guardias más, asiendo a Peter cada uno
de un brazo. Él, contrario a lo que pudiera pensarse, no tenía intención en forcejear. De
hecho, su pasividad es lo que había mantenido inquieto tanto a Remus como a Libertes todo
el camino. Colagusano parecía encantado de viajar hasta Hogwarts, y aquello sólo había
hecho que Lupin se agitara en su asiento, incómodo, tratando de adivinar su coartada...

        Sospechosamente silencioso, Peter se dejó guiar con docilidad hasta las puertas del
Francisca Solar

castillo. Comunicándose sólo mediante gestos, Libertes entendió la orden de Remus y entró
al vestíbulo casi en puntillas. Miró en todas direcciones; observó la quietud del Gran Salón, la
tranquilidad de las estatuas en las esquinas y el húmedo silencio que daba paso a las cocinas
(al costado izquierdo), y asimismo, hacia las mazmorras. No había rastros de movimiento.
        Apresurándose, se asomó por la puerta de roble y movió la cabeza afirmativamente.
Fudge asintió, instando a los guardias a entrar antes que él. Le siguió Remus, y él prefirió ir
al final, cerciorándose de que nadie los siguiera.

- ¡Remus... profesor Pittycarp! ¡Ya era hora! Creí que se habían perdido o algo... – exclamó
Hagrid, aliviado, asomando su cuerpo semigigante desde tras la estatua de Godric
Gryffindor.

- ¡Hagrid, por favor! – exclamó Libertes en el tono más bajo que pudo, poniendo cara de
pocos amigos - ¿Quieres despertarlos a todos?

        Hagrid tragó saliva y movió el cuello en dirección a la escalera principal, entendiendo el


mensaje. Fudge, negando con la cabeza como quien desaprueba la presencia de un
monstruo, se hizo paso entre ellos para bajar el camino hacia el sótano por su cuenta.

- ¡Ministro, señor! – dijo Hagrid, esta vez cuidando un poco más su volumen – Creo que yo
debería entrar primero, sólo en caso de que...

Fudge, algo distante, pareció recordar por qué estaba ahí. - Ah, sí... claro. Ve primero... y
cuando entres al calabozo, sujétalo bien. No dejaré que esa bestia me toque.

        Remus no recordaba haber visto a Hagrid tan enfadado. Cerró los puños al borde de la
furia, rechinó los dientes y craneó en su mente la mejor frase a decir, pero Libertes lo tomó
del brazo, tratando de tranquilizarlo. Refunfuñando aún alguna contraria, bajó la mirada para
posarse en Remus. Él negó.

- Está bien... – dijo el Guardabosques por fin – vamos.

        Mientras Fudge volvió a dar instrucciones a sus guardias, Hagrid le lanzó una mirada de
odio, atravesando en dos zancadas el gran espacio entre el vestíbulo y la escalera hacia las
mazmorras. Libertes tuvo que correr para alcanzarlo.

- Hagrid, no le des en el gusto...

        Él no volteó hasta que la luz de los faroles se hicieron aterradoramente tenues, el
pasillo se angostaba y, sin más guía que la varita encendida de Remus, se adentraban en los
que parecían ser los pasadizos más oscuros de Hogwarts.

- Siempre me ha mirado con desprecio, ¿sabes? – comenzó decir Hagrid, sigiloso, caminando
junto a Remus. Fudge apuraba el paso para no quedar en tinieblas - Y puedo aguantarlo,
siempre lo he hecho... Pero con mi hermano... que no se meta con mi hermano...

        Como una forma de descargar su rabia, prácticamente azotó la puerta gigante de latón
y fierros frente a sí. El eco rebotó en cada piedra enmohecida, acentuando el carácter
siniestro del lugar al que nadie se atrevía a ingresar. Era como un salón de clases, pero muy
oscuro, húmedo y lúgubre. Hagrid sonrió forzadamente por sobre su hombro; deseaba que
Fudge tomara la iniciativa.

- Adelante, Señor Ministro... verá que la celda es impenetrable, ideal para los villanos – dijo,
en un tono arisco. Y añadió, molesto – Ah! Y no se preocupe: la bestia no lo tocará.

        De la esquina norte de aquella celda maximizada, un enorme cuerpo tambaleante se


alzó entre la penumbra, como si estuviera desperezándose. Produjo sonidos inteligibles,
entre gruñidos guturales y nasales, al tiempo que Hagrid sonreía. Fudge y sus guardias
(arrastrando a Peter con ellos) saltaron hacia atrás, mientras que Remus y Libertes
permanecían en el umbral, serenos. Hagrid, algo nervioso, se adelantó varios pasos.

- ¡Grawp, soy yo! – dijo él con voz familiar, elevando los brazos - ¡Hagrid! Hemos llegado,
como te lo prometí... No, no camines, quédate donde estás... Eso, eso, quédate quieto...
Francisca Solar

- Hagrid... ¿Va a decirme de una buena vez quién... o ‘qué’... será el guardián de la celda de
Pettigrew? – preguntó Fudge con cansancio, obligando a Remus a que iluminara un poco más
el interior de la sala, con tal de poder ver más claramente a la criatura. Claro que, por esas
cosas de la vida, Remus apuntaba su varita hacia cualquier extremo, menos el indicado...

- ¿Importa en realidad? – comentó Hagrid, tratando de sonar imparcial – Peter permanecerá


aquí mientras usted decida qué hacer con él... y puedo asegurarle que no escapará.

Fudge levantó una ceja, reticente. - No puedo depositar toda mi confianza en un


semigigante, como sabrás...

- Entonces tiene MI palabra – se apresuró a decir Libertes, antes de que Hagrid intentara
despotricar nuevamente contra el ministro. Remus también habría querido salir en defensa
del Guardabosques, pero su condición de Licántropo no le ayudaba demasiado. Intercambió
una mirada elocuente con sus amigos, sentó nuevamente hacia atrás su cabello semi
engominado, y suspiró – Yo me haré cargo de la responsabilidad. Peter no escapará... confío
plenamente en su guardia. ¿Confiará usted en mi, entonces?

        Fudge hizo un gesto de antipatía, como si acabara de cerciorarse de que dejó que ellos
se salieran con la suya.

- Sí, Libertes... en usted confiaré. Es una lástima que haya dejado nuestras oficinas para
venir a... tomar clases. ¿No se ha arrepentido? Puedo regresarlo a su puesto cuando
quiera...

        Pittycarp carraspeó, denotando la mirada inquisitiva de Remus para luego bajar la


cabeza. No le agradaba conversar sobre ese tema con tantos espectadores.

- Estoy muy bien aquí, gracias Sr. Ministro – se limitó a decir, cortante. Se acercó a los
guardias con decisión, intentando quizá dar el tema por finalizado – Entren, y déjenlo en una
silla que está a pocos metros. No avancen más allá, y salgan cuanto antes.

        Los dos hombres, enfundados en impecables uniformes azules con el logotipo del
ministerio, se veían bastante corpulentos, pero ante las instrucciones de Libertes cedieron a
un escalofrío. Sin querer extender aún más la espera, volvieron a asir fuertemente los brazos
de Peter, caminaron con él hasta la sala, y se internaron en la oscuridad.

        Fudge se acercó a mirar, aunque la chispa de su varita no servía más que para
alumbrar un par de metros. Los cuerpos de sus guardias ya no se divisaban, y el eco de sus
pasos se había cada vez más débil. Un leve gruñido resonó a lo lejos, y tras él, la voz de
Hagrid.

- Déjenlo ahí... Muy bien, no se acerquen más. Eso es... ahí. Ahora salgan.

        Diez segundos después, los dos matones de Fudge cruzaron la puerta de latón con
cuasi gestos de pavor. De hecho, el propio ministro tuvo que salirles al paso para que no
corrieran escaleras arriba.

- ¿Quién es? ¿Qué es? – preguntó Fudge, ávido.

        Los guardias se miraron, incapaces de contestar, y sin esperar a que el ministro les
diera alguna orden, emprendieron el camino de regreso entre la oscuridad. Cornelius Fudge
bufó, impaciente.

- ¡Vuelvan acá! – gritó, pero el eco de su voz rebotó, vacío, en las paredes de piedra.
Nervioso, volteó hacia Libertes, quien lo miraba entre sorprendido y divertido – Me dio su
palabra, Pittycarp – lo señaló, algo desafiante – No me defraude.

        Acomodando su bufanda y chequeando la hora en su reloj dorado, dio una última


mirada curiosa hacia la celda y siguió acto seguido el camino de sus guardias. Cuando ya
apenas podían oírse el golpear de sus botas en el cemento, Remus suspiró.
Francisca Solar

- Hagrid, ¿estás bien? – preguntó, asomando la cabeza por el umbral de la sala. Se volvió a
escuchar un gruñido.

- Sí... – respondió el eco, desde la esquina más alejada. Se oyó el arrastrar de un bulto en el
suelo polvoriento, una cosa pesada al caer y una sacudida de manos – Entonces... Sí me
entendiste, ¿verdad Grawpy?.

Un resoplido multiplicado provocó una leve brisa que salió hasta el pasillo. - T-t-tr-r-ra-a-ai-
i-i-d-do-dor-r-r... – balbuceó una voz, aunque más parecía un ronquido ininteligible.

- Sí, sí... es un traidor – respondió Hagrid, cansado. Luego se escuchó unos leves golpes
secos. Según Remus, Hagrid intentaba darle a Grawp algunas palmadas fraternales en la
espalda – Tú debes cuidar al traidor. Esa es tu misión ahora, ¿sí? Yo me ocuparé del otro
asunto... Sé un buen chico, ¿Eh, Grawpy?

        Un murmullo grave y tosco daba la sensación de un “sí”. Pocos segundos después,
Hagrid apareció bajo la luz de la varita de Remus, cerrando la puerta de latón con un sonido
estridente. Sacó una gran llave oxidada del bolsillo de su chaqueta de pieles, la introdujo en
la cerradura y dio tres vueltas a la derecha. Libertes lo tomó del brazo.

- No te aflijas, Hagrid... estás haciendo lo correcto.

- Nadie mejor que Grawp para este trabajo – opinó Remus, elevando aún más su varita para
lograr ver los tres rostros. Hagrid debió inclinarse un poco para hacerse visible.

- Lo sé... pero no me gusta dejarlo encerrado. Y menos con ese... con ese...

- Hagrid – volvió a decir Libertes, logrando que relajara los puños – No podemos dejar que
vigile a Peter desde afuera. Si alguno de los estudiantes lo ve sería fatal. Además, Grawp
pareció entender perfectamente las condiciones de su nueva misión, ¿no es así?

Por primera vez, Hagrid logró atisbar una sonrisa. - Ha tenido increíbles avances en el
idioma... Ya hace frases completas y todo. Estoy muy orgulloso de él...

- Así como nosotros – le aseguró Remus, sonriéndole de vuelta. Los tres hicieron un ademán
de avanzar hacia las escaleras.

- ¿Cuál fue la sentencia de Fudge? ¿Qué pasará con Peter?

Remus hizo una mueca elocuente, pero intentó disimular. - Mientras no vuelva a la calle,
podemos hacer cualquier cosa con él. Mantenerlo encerrado de por vida, torturarlo...
matarlo... le dará igual. El ministro ya no quiere saber de él.

        Las palabras de Lupin dieron paso a un áspero silencio, que no se disipó hasta que
regresaron al vestíbulo. Ahí, cada uno separaba rumbos.

- Ha sido un honor caballeros.. – comenzó a decir Libertes, elevando el mentón - ...pero


debo cambiarme cuanto antes. Los estudiantes estarán de vacaciones, pero la docencia no
descansa...

        Hagrid y Remus sólo hicieron un movimiento de cabeza. Para entonces, ya podía


sentirse cierto movimiento en el comedor. Los elfos domésticos seguro estarían en los
preparativos del desayuno.

- ¿Irás a buscar a Sirius? ¿Volverá contigo a Grinmauld Place?

Remus asintió. - Hoy en la noche. No quiere alejarse de Harry, pero es muy peligroso
mantenerlo aquí. Exonerado o no, no puedes explicarle a un montón de niños porqué el
fugitivo más buscado del mundo mágico vivía en tu escuela...

- Cierto, muy cierto... – murmuró Hagrid bajo la barba, elevando la mirada hacia las
escaleras principales. Luego volteó hacia la salida – Bueno, debo irme. Tengo que alimentar
a mis Piares...
Francisca Solar

        Remus lo acompañó hasta los jardines. La temperatura se había elevado un poco y el


sol comenzaba a aparecer tras una de las torres de Hogwarts. Podía verse a algunas
lechuzas revoloteando en los tejados, peleando quizá por una nueva presa para el
desayuno... rutina que, gracias a Dios, ninguno de los estudiantes debía hacer por cuenta
propia. A las ocho en punto el comedor ya estaba abarrotado de gente, y, para variar, las
galletas de jengibre no aguantaban la demanda. De eso, y de otro tipo de trivialidades,
conversaban Ron y Hermione mientras caminaban hacia su árbol predilecto a la orilla del
lago, aprovechando los rayos de sol que ya teñían gran parte de los terrenos del castillo.

        Harry, por su parte, sólo se limitaba a escucharlos. No se sentía con ánimos para
hablar ligerezas. Hoy era el día... cuatro de abril. El día temido, esperado. Hoy tendría que
poner cara de circunstancias y acatar la realidad con la mayor dignidad posible. Aún no sabía
qué le diría cuando la viera... A veces pensaba que lo mejor era dejar que las cosas fluyeran,
pero temía quedarse en blanco y, quizá, perder la última oportunidad en que la vería...

- ...lo importante es que esparzamos la idea lo más posible. No es mucho lo que podemos
hacer por los elfos domésticos de la escuela, pero muchos tienen elfos en sus casas. Si los
convencimos de los beneficios que les traería un mejor trato...

- Eso es lo que quiero... sólo eso – respondió Hermione, feliz de ver que por fin alguien la
apoyaba en sus ideas ‘revolucionarias’ – Que los traten dignamente. Supongo que es a lo
que más puedo aspirar...

- Estoy seguro de que eso les bastará – intervino Harry sin dirigirle la mirada, un segundo
antes de sentarse sobre el césped, apoyando su espalda en el tronco más cercano. Ron dejó
a su lado un cerro de pergaminos de Hermione, los cuales él, gentilmente, se había ofrecido
a llevar – Quieren respeto, y nadie podrá negar que lo merecen...

- Así es – afirmó Hermione, sonriente – Ron, pásame el ensayo para Madame Pomfrey,
¿quieres?.

Ron admiró un momento el conjunto de papeles, confundido. - ¿Cuál de todos es?

- Las siete primeras planas, justo debajo de mi libro de Aritmancia...

- ¡¿Siete planas?! – exclamó Ron, adelantándose a la exclamación de Harry por una milésima
de segundo - ¿No crees que te estás excediendo?

Hermione lo miró como si estuviera bromeando. - Claro que no. La tarea fue escribir sobre
las pociones curativas necesarias en casos de extrema gravedad, y no puedo hablar de eso si
primero no detallo a los grandes Sanadores de la historia y sus aportes al oficio... o,
asimismo, no puedo dejar de mencionar una lista sobre los casos que realmente deberían
considerarse graves, y los momentos específicos en que algún hechicero ocupó esas
pociones, y para qué... sus usos en...

- Sí, sí, ya entendí – habló Ron entre dientes, en tono cansado – Te prefiero cuando hablas
de elfos... – comentó, mientras abría su libro de Historia de la Magia con desgano. No veía la
gracia de estudiar en vacaciones, pero lo cierto es que aún le quedaban muchos deberes por
terminar y tenían el tiempo justo. Hermione, por su parte, se sonrojó notoriamente, pero
Ron no pareció advertirlo – Entonces, como te decía... podemos poner un pequeño folleto en
el mural de la Sala común, explicando la situación. Podría ser de gran ayuda...

Harry también habló, aunque aún con la mirada perdida en el lago. - Además, podríamos
pedirle a algunos que lo leyeran especialmente en el momento en que la Sala Común está
más abarrotada... así lo hacemos parecer como algo muy interesante – dijo, buscando la
aprobación de su amigo. Él asintió.

- Esto ES interesante, Harry – recalcó Hermione, impaciente, entre el sonido rasgado de su


pluma al trazar su pergamino.

Harry forzó una sonrisa. - Claro, claro...


Francisca Solar

Ron seguía en sus reflexiones. - De hecho, las carnadas pueden ser algunos de la AD. Sería
cosa de pedirles y ya. Ninguno se negará si tu se lo pides, Harry. Todos se levantaron,
incluso Dumbledore, en apoyo por el tema de Sirius. Si les pides esta pequeñez, algunos
hasta se ofrecerán de voluntarios...

        Hermione levantó su pluma instantáneamente, dejando caer una gota de tinta en la


mitad de un párrafo.

- ¿Qué dijiste?

Ron arrugó la nariz. - Ehhh... bueno, dije que si Harry le pide a algunos de la AD detenerse a
leer tu folleto...

- No, no, eso no... ¿Qué dijiste sobre el profesor Dumbledore? ¿Dices que estaba ahí... en el
desayuno, el día que apareció la noticia de Peter?

        Harry y Ron asintieron al unísono, tratando de descifrar en el gesto de Hermione qué es


lo que era tan sorprendente.

- Hermione, el director de este colegio suele aparecer unos minutos en el comedor para
desayunar con nosotros... Después de tantos años creí que ya te habrías dado cuenta...

- Ron, no seas necio – respondió ella, casi indiferente. Ron no tuvo tiempo de sentirse
agredido – Me refiero al hecho de que estuviera ahí... ese día en concreto. Es... es muy
extraño... no debería ser...

- No entiendo. ¿A qué te refieres?

Hermione bajó la mirada, concentrada en la ligazón de sus ideas. Luego tomó aire. - Bueno,
yo no estuve con ustedes pero... ¿No me contaste, Ron, que la noche en que Remus les
comunicó la liberación de Sirius, también sugirió que el director estaba de viaje? ...

Harry se reincorporó un poco desde su posición, pensando. - Es cierto... y ese mismo día por
la mañana hablamos con Eärendil, y ella buscaba al profesor Dumbledore... pero no estaba
en su oficina...

- Exacto – sentenció Hermione, ahora algo más preocupada – El profesor Dumbledore no


está en Hogwarts. Salió de viaje hace ya varias semanas... ¿Cómo es posible que haya
estado con ustedes, aquel día en el desayuno?

Ron y Harry se miraron, confundidos. Jamás habrían reparado en ese detalle.

- Tal vez tuvo que regresar por algo urgente, y luego volvió a salir...

- Tal vez... – repitió Hermione, no muy convencida, absorbida por sus propios pensamientos.

- ¿Tienes otra teoría? – la presionó Harry, curioso. Ella negó.

- No... – dijo, volviendo la vista hacia su pergamino, disimulando su interés – No debe ser
nada, es probable que Ron tenga razón... quizá sólo volvió por unas horas y viajó
nuevamente. Eso debe ser...

        Ron se sorprendió de la rapidez con que Hermione le dio un crédito tan ciego. Pero
prefirió no indagar en ello, ni menos contradecirla. Sonrió a medias, buscó la página indicada
en su libro de Historia de la Magia y se sumergió en él. Harry, en tanto, de un segundo a
otro totalmente ajeno a la conversación, se apoyó nuevamente en el tronco del árbol y cerró
los ojos. No le preocupaba lo que el Director hiciera o dejara de hacer. Tenía algo mejor en
qué pensar. Porque el día se le haría eterno, estaba seguro... una eterna espera hasta la
hora indicada, el momento preciso...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        La lluvia azotaba fuerte contra los ventanales de la madriguera. El clima aquellos días
Francisca Solar

había sido bastante crudo, y las circunstancias lo transformaban en un enemigo más... uno
más de los que ya conocían y desconocían.

        Molly Weasley echó atrás su abundante pelo rojizo y se asomó en un fatuo intento por
ver hacia la carretera. Nada. La noche oscura y la lluvia incesante no la dejaban apreciar
más de unos metros. Y eso la hacía temblar. De miedo, de angustia... de desesperación. No
había sabido nada de Arthur en horas. El último llamado de la Orden había sido decisivo... y
aterrador: alguien había develado el escondite de los Potter. El espía había actuado,
mostrando su crueldad cuando menos se lo esperaban. Las fuerzas del Fénix se unirían para
ir en busca del traidor... y ella, atada de manos y pies, tuvo que bajar la cabeza y dejar que
se alejaran, incluyendo Arthur. Si algo llegara a pasarle...

        Molly cerró los ojos y trató de serenarse. Respiró profundo... pero no pudo alejar de su
mente el amago a fatalidad. ¿Qué haría ella con siete hijos, todos muy pequeños, sola, sin
tener a quien recurrir...? Sabía que las reglas de la Orden presumían este sacrificio, el
entregarlo todo por el resguardo de la paz... pero sentía nauseas sólo de pensar que Arthur
podía no regresar. Nunca.

        Giró lentamente sobre sus pies, secó las lágrimas en sus mejillas y se inclinó sobre una
pequeña cuna de mimbre, acolchada con almohadones rosáceos. Un bebé de apenas unos
meses dormía plácidamente entre las sábanas... ajeno al dolor de su madre y a la angustia
de la espera. Molly le acarició la espalda suavemente, lo arropó más y le dio un beso en la
frente, embargándola nuevamente las ganas de llorar.

- Descansa, Ginny... tu padre no tardará en volver... estoy segura...

        Volteando una vez más hacia la ventana, salió a tientas de la habitación. Pero apenas
cerró la puerta tras de sí, agudizó el oído. Creyó haber escuchado unas cuantas pisadas.
Incapaz de decidir de qué lugar de la casa provenían, prefirió comenzar a revisar en el lugar
de siempre: la buhardilla. Fue hasta el extremo del pasillo, asió su varita e imitó un par de
golpes en el techo.

- ¿Bill... Charles... están bien?

        El ruido sordo de varios truenos acompañó la pregunta de Molly, por lo que pensó que
quizá sus hijos no la habrían escuchado bien. Asió su varita nuevamente, la apuntó hacia el
techo y, un segundo antes de golpear, la puerta deslizable de abrió de par en par. Desde ahí,
asomado con gesto de miedo, un chico de unos quince años clavó los ojos en su madre. Un
segundo niño apenas se denotaba, abrazado a su hermano y escondiendo la cabeza entre su
camisa.

Molly aguantó la respiración. - Bill, ¡¿estás bien?! ¿Les sucedió algo..? – exclamó, con el
corazón en la garganta, pero Bill negó. Aún todo lo que podía verse de Charlie era su cabello
rojo furioso, apretado contra el hombro de su hermano - ¿Qué sucede? ¡Dime, por Dios!

- Papá... – murmuró Bill, palabra que al parecer le había costado un gran esfuerzo – Papá v-
v-viene por el s-sendero... a-a-a... a-arrastra-a-ando a un h-hombr-r-re...

        Molly llevó las dos manos ha su boca. Por un lado, no era su esposo quien estaba
herido (o muerto), pero por otro lado...

- ¡Bill, escúchame muy bien! – dijo ella, con el cuello adolorido por el esfuerzo de mirar hacia
arriba. Bill abrió los ojos, asustado, pero intentando poner atención – Quiero que bajes y
despiertes a Percy, Fred y George. Todos se esconderán en la buhardilla, sin hacer el más
mínimo ruido... ¿me has entendido? – Bill asintió, tragando saliva. Los ojos de Molly estaban
empañados, mirando nerviosamente hacia el primer piso – Toma a tus hermanos y
escóndanse... si algo sucede, ya sabes qué hacer...

        Bill volvió a asentir. Molly intentó sonreírle, cariñosa, pero entonces lo instó a que se
apurara en ir por sus hermanos. Ella, en tanto, regresó sobre sus pasos hacia su habitación,
se inclinó sobre la cuna de Ginny y la tomó en sus brazos. Apretándola fuertemente contra
su pecho, suspiró de nervios y bajó las escaleras a toda prisa.
Francisca Solar

        Al llegar al vestíbulo, sus músculos se paralizaron de tal manera que demoró varios
segundos en reaccionar como habría querido. Abrió parcialmente la boca de asombro,
contrajo más a Ginny entre sus brazos y dejó escapar el resto de lágrimas que se agolpaban
en sus ojos.

- D-Dios mío... Arthur...

        Arthur Weasley alzó la vista. Estaba completamente empapado. Su túnica estaba


rasgada en varios extremos, tenía un feo corte en la mejilla y sus ojos estaban rojos e
hinchados, como si hubiera llorado toda la tarde. Pero no fue eso lo que impresionó a Molly.
Igualmente empapado, pero tendido en el suelo sin muchas señales de vida, otro miembro
de la Orden del Fénix, un hombre esbelto de cabello negro, sujetaba en su pecho un bulto
mediano. De él podía apreciarse una pequeña cabeza, también de cabello oscuro... al
parecer, una niña... y en el piso, desde la puerta, la lluvia esparcía una nítida huella de
sangre, desoladora...

        Sin detenerse a sacar más conclusiones, Molly dejó a Ginny en un mullido sillón de la
sala, regresó hasta la entrada y se acercó con premura a los recién llegados. Los Weasleys
se miraron directamente a los ojos por un momento, emocionados por volver a verse. Y
aunque Molly hubiera dado lo que fuera por abrazar a su marido una hora completa, había
algo más urgente de qué preocuparse. Con un nudo en la garganta, se inclinó sobre el
herido, al igual que Arthur.

- Ohtar... Dios mío... Ohtar, ¡¿me escuchas?! ¡Ohtar!

        El elfo parpadeó un par de veces, seguido de una aguda mueca de dolor. Cuando pudo
enfocar la vista y apreciar su alrededor, a Molly le pareció que sonreía, aunque solo duró un
segundo.

- Molly... Arthur... la emboscada... yo no...

- Ohtar, por favor... tienes que descansar, yo te curaré, ¿sí? Después nos contarás todo... –
sollozó, fijándose ahora en el bulto que llevaba. Frunciendo el ceño, lo tomó con cuidado, y
Ohtar volvió a sonreír mientras se lo entregaba.

- Elënear...

Molly comprendió en el acto. - Por qué... ¿Por qué la has traído hasta aquí? – preguntó,
temiendo la respuesta. Descubriendo el manto que la cubría, apareció el rostro terso de una
hermosa niña de un año, quien dormía – Arthur, ¡¿por qué Elënear está aquí?!

Arthur movió la cabeza, llevando una mano a su frente. - Lo encontré mientras venía hacia
acá... ya estaba herido. No sabía qué otra cosa hacer más que traerlo a casa. Nos topamos
en... en el Valle de Godric... por... por... – De pronto su voz se quebró, sus labios se
curvaron en un gesto de profunda tristeza y sus ojos se empañaron, bajando la mirada – Oh,
Molly...

No tenía que decirlo. Molly podía intuirlo. Sintió náuseas. - No, no puede ser... Ellos no... no
James y Lily...

        Arthur asintió, sin atreverse a mirarla a los ojos. Contuvo como pudo un profundo
sollozo, tomando la cabeza de Ohtar para apoyarla en su regazo. Molly, en tanto, abrazó a la
pequeña con fuerza, pero saltó un segundo después.

- ¡Harry! ¡¿Qué le sucedió?! ¡¿Dónde está él?!

- Harry está bien... – aclaró Ohtar con un hilo de voz – Él está bien, esto no ha terminado...
- Molly sintió un poco de alivio, si es que aquello era posible en tales circunstancias. Una
herida profunda a un costado de su cuerpo lo estaba debilitando, apagándolo... – Arthur,
Molly... – balbuceó, tomando sus manos. Intentó sonreír – Elënear... es suya ahora. No
dejen... ellos jamás... no deben encontrarla...

Ambos pelirrojos se miraron, estupefactos, y no atinaron más que a asentir. - Nosotros la


Francisca Solar

cuidaremos... como una Weasley más... – gimió Molly, abrumada por los hechos. Los Potter
habían muerto, y Ohtar, en cualquier minuto, seguiría su camino...

- Como una Weasley más... – repitió él, en un atisbo de esperanza. Extendió su brazo con
mucho esfuerzo, lo posó sobre la cabeza de su hija, y cerró los ojos. De entre sus dedos, un
resplandor blanquecino recorrió todo aquello que tocaba, y lo que antes era un brillante
cabello negro, ahora aparecía de un rojizo hermoso, asombrosamente similar al color de
Molly. Entonces volteó hacia Arthur, elocuente – No c-confío en nadie m-más. Mi diario... el
Augurio... todos deben saber...

- ¿El Augurio? – recordó Arthur, sorprendido. Tragó saliva - ¿Quieres que tome tu libro y lea
el Augurio? Ohtar, no podemos... tu pueblo te condenará...

- Pero no estaré aquí para observarlo... – intervino, con voz cansada. Sus párpados
comenzaban a caer, como arrastrados por un peso insoportable – Todos deben saber... No
todo se ha perdido, Arthur... No dejen de luchar. La muerte de Lily... no ha sido en vano... -
Una lágrima solitaria recorrió su mejilla sucia por alguna batalla anterior. Clavó los ojos en
su hija, acariciándola por última vez – Elënear... debe sobrevivir. No dejen que ellos se la
lleven. La... estrella... guía...

No pudo seguir. Su voz se había perdido en algún rincón de su garganta. - Ohtar... no, por
favor... mírame... sigue con nosotros... – imploró Molly, ahogándose en su propio llanto -
¿Qué conexión tiene Lily con Elënear? ¿Tiene que ver con el Augurio? ... ¡Ohtar!

        Él no respondió. La mano que segundos antes había acariciado a su hija, cayó inerte a
un lado de su cuerpo, mientras la otra permaneció apretada contra la de Arthur. No había
nada qué hacer... se había ido.
        Molly buscó los brazos de su marido un minuto después, aún fuertemente asida a
Elënear. ¿Qué sucedería ahora? ¿Por qué su sobrevivencia era tan importante?

        Pero no tuvieron tiempo de intercambiar palabras... ni siquiera de abrazar a su amigo y


darle el último adiós. La puerta de madera golpeó contra la pared luego de ser azotada,
dando paso a cinco desconocidos... aunque, tras unos segundos en que Arthur escudriñó
cada rostro, ya no le pareció tan ‘desconocidos’...

- Entrégamela – pronunció uno de ellos... una mujer. Tenía el cabello rubio, largo hasta la
cintura. Quienes la acompañaban miraron de reojo el cuerpo de Ohtar, pero no demostraron
ningún sentimiento al respecto – Entréganos a Elënear.

        Molly se levantó sin dejarse intimidar. Entre sus lágrimas logró hacer una mueca de
profundo desprecio, contrayendo a la pequeña contra su pecho. Arthur la siguió, adquiriendo
la misma postura defensiva.

- Lárguense de aquí... no son bienvenidos – habló Arthur, tenso. Se acercó a Molly lo más
que pudo, tapando a Elënear con la manta – Su Aranel no está aquí.

La elfa hizo un gesto híbrido, entre impaciencia e ironía. - ¿Creen que un simple cambio de
cabello puede disuadirnos? Ohtar siempre fue tan predecible... – Levantó su brazo, estiró la
palma de su mano y apuntó hacia Molly - ¡Colien lapsë Aranel!

        Algo indescriptible rodeó el cuerpo de la niña... algo hecho de fuego y hielo a la vez. Y
aunque Molly intentó aguantar el dolor y no ceder, no pudo mantener la fuerza por mucho
tiempo. Elënear se elevó unos centímetros, levitando a través de la mirada atónita de Arthur,
y viajó por el aire hasta los brazos de la elfa. Ella la observó un momento, y luego sonrió,
triunfal.

- Améthles, por favor... – rogó Molly, acercándose – Ohtar dejó a la niña con nosotros...
tenía sus razones...

- Me dijo que había un traidor entre ustedes... – intervino Arthur, al borde de la


desesperación - ...¡deben encontrarlo! Mientras, nosotros podemos cuidar de Elënear...

- ¡Nunca! – gritó Améthles, iracunda – Ningún Istari tiene poder sobre uno de nosotros... –
Francisca Solar

Pasó a Elënear a un hombre a su derecha, y luego clavó los ojos en el cuerpo de Ohtar,
inerte a unos pasos de Molly – Ohtar ya no puede decidir... nosotros lo haremos por él.

        Decenas de truenos volvieron a envolver la madriguera, y el relámpago que le siguió,


acentuó las siluetas de los Tareldar en el umbral. Arthur cerró los puños, impotente,
dispuesto a arriesgarlo todo por recuperar a Elënear... pero Améthles era más rápida... En
apenas un pestañeo, ella y su gente ya estaban a metros de la casa, sin que la lluvia tocara
sus túnicas... y él corrió, corrió hasta ellos... les gritó que se detuvieran, pero sus piernas no
respondían... quería correr, pero sólo daba pasos lentos, espaciados, como si de pronto
hubiera perdido todas sus fuerzas... pero siguió intentándolo... tenía que alcanzarlos...

- ¿Arthur? ¡Arthur, despierta!

        Arthur abrió los ojos, aterrado. Estaba sentado en su sillón favorito, de frente al
ventanal de la sala. ¿Qué hacía ahí? ¡Se habían llevado a Elënear, tenía que alcanzarlos!
Pero...
        La casa estaba en orden. Ya había anochecido, pero no llovía ni se escuchaban truenos.
No había charcos de agua en el piso... ni tampoco el rastro de sangre hasta el cuerpo de
Ohtar... cuerpo que ya no existía. Entonces volteó hacia Molly, quien lo miraba muy
preocupada. Su cabello se había recortado, su color se había vuelto algo canoso y su piel ya
no era tan tersa como antes... pero tenía los mismos ojos, la misma expresión de cariño y
amabilidad.
        Suspiró. Sólo había sido un sueño. Aunque un sueño muy real... un recuerdo nefasto
que quiso relegar al último punto de su memoria, pero que afloraba cada cierto tiempo,
inocuo, para advertirle que el futuro estaba más cerca de lo que podía pensar...

- Arthur, querido... ¿estás bien? Te quedaste dormido...

- Sí, sí... estoy bien, Molly. Sólo tuve una pesadilla – mintió, reincorporándose del sillón. No
sentía ganas de revivir con su esposa algo tan doloroso, tan perturbador, ocurrido hace
quince años - ¿Qué necesitas? ¿Sucedió algo?

- Remus nos envió un mensaje hace unos minutos... – dijo, para mutar levemente en una
sonrisa – Nos esperan en Hogwarts.

        Arthur frunció el entrecejo, pero antes de preguntar “por qué”, se respondió a sí


mismo. Sonrió ampliamente, haciendo eco del gesto de Molly, y de un salto se dirigió a la
escalera. Todo el asco que le había dejado aquel recuerdo como residuo, se volvió en su
contra como la más luminosa de las esperanzas.
        Hace quince años se la habían arrebatado de los brazos, es cierto, pero estaba seguro
de que, algún día, el destino se encargaría de traerla de nuevo a su camino, así como ahora,
para enmendar el error...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

- ¿Nadie?

- Nadie... – respondió Ginny – El pasillo está desierto.

- Vamos entonces.

- ¿No deberíamos revisar primero cada habitación? – opinó Hermione, bajando el tono de voz
– No lo digo por Sirius, si no para estar seguros de que no nos encontraremos con ninguna
sorpresa desagradable...

Harry detuvo su paso para mirarla de frente. - Hermione, son diez para las nueve. ¡No
tenemos tiempo!

        Hermione prefirió no discutir. Junto a ella, Ron, Ginny y Harry habían llegado al Ala
Oeste hace unos minutos, cerciorándose cada cierto tiempo de que nadie los siguiera. Harry
apenas había cruzado palabra con ellos, nervioso y ansioso a la vez, pero el resto ya había
predicho tal comportamiento, por lo que no lo presionaron a nada.
        Sin mucho preámbulo, entraron a la antigua habitación de Stella, aunque siempre
Francisca Solar

atentos a su alrededor. Ron fue quien cerró la puerta, y al verse todos reunidos entraron
derechamente en materia. La hora exacta se aproximaba. La chimenea estaba apagada, y en
ella sólo quedaban resquicios de una fogata anterior.

- ¡Incendio! – exclamó Hermione, creando llamas fuertes que se alzaron en pocos segundos.
Luego metió una mano al bolsillo de su túnica, extendiendo un saco de cuero café – Toma,
Harry. Son polvos Flu.

Harry se acercó a ella y tomó el saquito con manos temblorosas. Ginny le sonrió. - Te
deseamos suerte...

Ron le dio una palmada en el hombro. - Nos veremos dentro de quince minutos, ¿sí?

        Los tres Gryffindor giraron sobre sus ejes y caminaron hasta la salida, dejando a Harry
con un gesto de confusión.

- ¡Hey, esperen! ¿A dónde van? Creí que también querían despedirse...

Hermione apretó los labios, adelantándose a los otros. - Verás... hemos decidido que tú
hablarás con ella primero. Tienes prioridad sobre nosotros. Y... bueno, supusimos que
querrían estar solos – explicó, al tiempo que Harry se sonrojaba levemente – Te daremos
quince minutos. Luego regresaremos.

        Harry asintió. Les agradeció con la mirada, y luego los observó salir. El silencio que se
produjo no le gustó para nada; sólo acrecentaba su nerviosismo, pero se obligó a serenarse.
No tenía tiempo qué perder.
        Inseguro, se acercó a la chimenea hasta que sintió que las llamas golpeaban su rostro.
Le ardían las mejillas, pero el calor lo hacía reaccionar... le daba ánimo. Se arrodilló acto
seguido, siempre de frente al fuego. Tomó aire, movió el cuello y volvió a suspirar. No sabía
cuanto tiempo había pasado, pero algo le decía que ya era hora. Con los dedos temblorosos,
quitó la cinta del saco, metió la mano y empuñó una buena cantidad de aquellos polvos. Se
acomodó lo mejor que pudo (aunque sabía que tarde o temprano sus rodillas comenzarían a
sufrir), cerró los ojos y se concentró.

        La imaginó, nítida, sentada entre un montón de gente. Triste, pero bella después de
todo... y a su lado, Eärendil, diciéndole algo al oído. Entonces Stella sonreía, miraba en todas
direcciones y salía de ahí con premura. Eärendil la seguía. De pronto ella aparecía en una
habitación con columnas y trazos de seda en las paredes, y al centro, una chimenea de
grandes dimensiones. La imaginó arrodillarse, abrir los ojos al máximo, expectante, alegre...
        Harry sonrió. Tal como si las imágenes en su mente fueran realidad, tensó el puño,
lanzó los polvos al fuego y exclamó: “¡Stella Maris!”. Entonces sintió un extraño pero
conocido cosquilleo en la nuca, de algo que lo arrastraba hacia el fuego como una aspiradora
gigante... Comenzó a dolerle la cabeza, sentía que su cuello se despegaba de sus hombros,
que todo daba vueltas a su alrededor, como un remolino, de viento y gritos... Hasta que todo
se detuvo. La misma fuerza que empezó a arrastrarlo, ahora lo expulsaba con repudio,
lanzándolo lejos...

        Jadeante, Harry abrió los ojos para cerciorarse de lo que había ocurrido. Estaba ahí,
recostado en la loza contigua a la chimenea, en aquella habitación del ala Oeste de
Hogwarts. No se había movido. Nunca lo hizo.
        Agitó la cabeza, confundido. ¿Por qué no había funcionado? ¿Qué había hecho mal?
Raudo, presionado por los minutos que pasaban sin piedad, estrujó su cerebro en busca de
una respuesta. Volvió la vista hacia las llamas, casi como si pidiera una explicación, hasta
que lo supo.

- ¡Soy un idiota! – se regañó a si mismo, aunque más alegre que nada, por haber
encontrado la solución – Me estoy contactando con Elfos, no puedo decir “Stella”...

        Con el pulso agitado, volvió a introducir su mano en el saco de cuero y empuñó una
nueva dosis de polvos flu. Se arrodilló tal como la primera vez, se acercó a las llamas lo más
que pudo, y gritó “¡Elënear!”. Mientras el efecto del hechizo comenzaba a tomar efecto,
pensó en que quizá volvería a fallar, pues no sabía su apellido o su segundo nombre, para
hacer del contacto algo más efectivo. Pero ya lo había hecho... ahora tendría que esperar.
Francisca Solar

        Sintió lo mismo de antes. Los giros repentinos, el remolino en su cabello, la fuerza que
parecía estirar su cabeza hasta desprenderla del resto de su cuerpo... hasta que se detuvo.
Nervioso, temiendo fallar, abrió los ojos a medias. Pero no demoró más que eso. Tenía a sus
costados las llamas de la chimenea, pero no lo quemaban. Había llegado a destino.
        Sin pensar comenzó a rodear el lugar con la mirada. Era un salón mediano, con varios
sillones de terciopelo en las esquinas y retazos de tela colgando del techo. En una mesa
cercana habían vestigios de copas de vino y otros comestibles... pero de presencias
humanas, nada. Comenzó a creer que se había adelantado a la cita, que ella no tardaría en
llegar... pero los segundos pasaban y no había señales de ella. Entonces lo abordó la
preocupación... la angustia. Repasó en su mente todos los detalles: el día correcto, la hora
correcta, el lugar correcto... decir el nombre correcto. Todo estaba en su sitio. ¿Qué estaba
sucediendo?.

        Un minuto después las ideas nefastas no tardaron en agolpar su mente. Quizá Eärendil
los había engañado... Jamás le dijo a Stella sobre la cita en la chimenea, y les hizo creer que
la verían sólo para que dejaran de molestar. Harry aceleró su respiración, molesto. Sí, eso
debía ser... Eärendil les había mentido... pero luego, al observar nuevamente el lugar, reparó
en aquella mesa del costado. El vino, la comida... restos de celebración. Entonces su
estómago se contrajo. La idea de que Eärendil los engañara era lo más fácil de pensar... y lo
menos doloroso pues, según las nuevas conclusiones de Harry, su cita fallida se debía más
bien a otra causal: la ceremonia ya se había efectuado.
        Sintió un nudo amargo en la garganta. Dios, eso es. Habían adelantado la ceremonia.
Imaginó a Stella horas antes, en la misma posición que él, rogando por que alguno de ellos
apareciera y la encontrara fortuitamente entre las llamas... así como él lo esperaba ahora. Y
así, la imaginó alejándose, triste, distanciándose para siempre...

        No quiso torturarse más. Echó su espalda hacia atrás como si de pronto hubiera
perdido todas sus fuerzas, y de golpe, lanzado contra un sillón cercano, Harry volvió a
Hogwarts.
        La cabeza le daba vueltas. Su estómago aún estaba encogido, sentía la boca seca y sus
nudillos se habían tornado blancos por la presión de sus puños. Todo había terminado. No
volvería a verla. La suerte no quiso que pudiera despedirse... y en el fondo, por más cruel
que sonara, quizá era lo mejor. No tendrían que atormentarse con la imagen del otro el resto
de sus vidas. Se había ido para siempre, y tenía que dejarlo así. Tenía que aceptarlo.

        Se tomó la cabeza con las manos. Como tantas veces ya le había sucedido, había
invertido sus energías para nada. No había servido de nada...
        Un crujido lento le avisó alguien intentaba abrir la puerta, pero él ni siquiera volteó. No
quería enfrentar a sus amigos... decirles que todo había fallado, que todo había terminado...

- La perdí, Ron... – balbuceó Harry con la mirada baja, quebrando la voz – La perdí para
siempre...

- Oh, no, claro que no...

        Su pecho se encogió con nerviosismo. Esa voz...


        Volteó instantáneamente. Una figura esbelta, enfundada en una túnica negra de viaje,
se acercó unos pasos hacia él, y al detenerse retiró la capucha hacia atrás. Los retazos de
cabello rojizo cayeron dóciles sobre sus hombros, y en sus ojos celestes pudo apreciar la
conmoción... el nerviosismo y la alegría. Estaba sonriendo.

        Harry se levantó poco a poco, como si creyera que aquello frente a sus ojos
únicamente pertenecía a sus divagaciones. Pero era demasiado real... demasiado presente.
Podía sentir su calor aún cuando los separaban varios metros...
        Tardío, pero sincero, él también sonrió. Su mente estaba en blanco... incapaz de
pensar sobre qué hacer o decir. Podría permanecer así por siempre, mirándola...

- Estás aquí... – balbuceó, inmóvil, sin detenerse a pensar qué tan estúpido había sonado su
comentario.

- Acabo de llegar – respondió Stella, tímida, desviando su mirada un momento. Harry se


sintió algo incómodo; no se atrevía hacerlo, pero algún momento tendría que preguntar...
Francisca Solar

- ¿Ya... ya pasó la ceremonia?

A Harry le pareció que jamás había visto una sonrisa tan bella en su vida. - ¿Te parece que
luzco como una novia?

        Harry no contestó, no era necesario. Se miraron fijamente durante otro minuto, que se
hizo eterno, hasta que ella evitó sus ojos.

- ¿Puedo preguntar por qué... por qué regresaste?

Enserió en algo su rostro, pero no perdió el tono de ternura y emoción. - Por lo que tú eres...
y por lo que yo soy – dijo, solemne, suspirando profundamente. Harry no tuvo tiempo de
pedir explicaciones – El profesor Dumbledore nos espera en el Gran Salón... están todos
reunidos. Yo... yo iré en un momento. Quiero cambiarme.

        Bien. Aquello era una sutil invitación para que abandonara la habitación, pero Harry lo
entendió perfectamente. Asintiendo, desvió su mirada y caminó hasta la puerta rápidamente,
tratando de no pensar que ella estaría sólo a unos centímetros. Al pasar junto a su hombro,
ambos sintieron un escalofrío. Nervioso, Harry se apresuró a tomar la manilla de la puerta.

- Me... alegra que e-estés aquí – pronunció, tartamudo, mirándola de reojo mientras cruzaba
el umbral. Ella volvió a sonreír, aunque él no pudiera verla.

- A mí también – respondió Stella, justo antes de verlo desaparecer tras la puerta.

        Harry se mantuvo unos segundos así, agarrado a la manilla de la puerta cerrada desde
el pasillo. Era como si aquello le confirmara que no era un espejismo... que ella estaba ahí.
Que había hablado con él... que no se había casado. Entonces él sonrió, cerrando los ojos,
apoyando su frente en la madera... mientras, exactamente al mismo tiempo, siguiendo sus
movimientos con perfecta sincronización, Stella apoyaba su frente por el otro lado de la
puerta, sonriendo...

Cap. XXVII: La Estrella Guía (The Guide Star)

        Sin saber si debía tocar o no a la puerta, Harry empujó las hojas de roble con sigilo. No
le gustaba para nada el tono de la conversación que, al menos desde hace unos minutos,
escuchaba atentamente tras la madera. Dos voces fuertes y graves discutían algo, al
parecer, muy importante, y ya sin poder aguantar la curiosidad, entró, preguntándose qué
encontraría...

        Al centro de la habitación, casi como dos huracanes en enfrentamiento, Dumbledore


hablaba cara a cara con otro anciano, muy parecido a él, separados sólo por sus respectivos
sitios en una gran mesa ovalada... y aunque Harry demoró unos segundos, creyó
reconocerlo: era el jefe de los Altos Elfos. Llevaba la barba blanca y extensa, igual que el
Francisca Solar

Director, y salvo el asombroso brillo que desprendía en sus movimientos, podría decirse que
eran prácticamente iguales. Además, y reunidos en torno a ellos, el resto de las sillas
estaban ocupadas por rostros muy familiares...

- Harry... Entra por favor.

        Si bien Sirius intentó hablar bajo para no interrumpir la discusión, pronto todas las
personas presentes voltearon hacia Harry. Y no eran pocas; divididos como si fueran los
espectadores de un importante partido de Quidditch, la mayoría de los integrantes de la
Orden del Fénix se acomodaban en los lugares anexos a Dumbledore, mientras, justo al otro
lado de la mesa, la comitiva de los Elfos destacaba, si no por su número, al menos por su
magnificencia. Harry pensó que, si llegara a ocurrir una pelea, la batalla sería por lo menos
tres contra uno a favor de la Orden... pero, pensándolo bien, un solo hechizo lanzado por un
elfo podría con cinco magos a la vez...

- ¿Qué haces aquí? – le preguntó Harry a su padrino, algo sonrojado por encontrarse con
tantas miradas, mientras cerraba la puerta. Sirius alzó una ceja.

- Remus quiso enviarme a Grinmauld Place, pero no iba a perderme esto... – explicó,
entusiasmado como un niño. Cuando Harry se hubo acercado lo suficiente, sonrió - ¿Ya... ya
la viste?

        Harry no tuvo tiempo de responder con más elocuencia, pues entendió en una milésima
de segundo que su gesto, quizá, no sería muy bien recibido entre los Elfos. Entonces,
haciendo un ademán de saludo, avanzó hasta Dumbledore, quien lo instaba a sentarse junto
a él. El otro viejo pareció tomar impulso.

- ¡Tú! – lo apuntó Ingolmo, alterado, trasluciendo ira en sus ojos - ¡No dejaré que mi raza
muera por tu culpa!

        Harry dio un paso hacia atrás, sorprendido por la prepotencia. Varios de la Orden se
sobresaltaron, abandonando sus sillas y sacando sus varitas, al tiempo que otro par de elfos
también adquirieron, en cuestión de segundos, una súbita posición de ataque. Ágil,
Dumbledore levantó los brazos, frunciendo el entrecejo.

- Ya basta. Intentemos civilizar esta conversación... ¡Harry ni siquiera sabe por qué es
culpable!

- ¿Culpable? – repitió él, confuso. Un par de elfos le dirigieron miradas reprobatorias - ¿De
qué?

Dumbledore volteó hacia él, reticente.


- De haber nacido... si lo miramos de un modo – respondió el Director, consciente de lo que
eso provocaría en Harry – Por favor... siéntate. Te explicaré todo lo que necesitas saber... así
como se lo expliqué a Stella en el camino hacia acá.

- ¡Su nombre es Elënear! – exclamó Améthles desde un extremo, sobresaliendo entre su


grupo. Molly saltó de su asiento, contrayendo los músculos del rostro.

- Stella, Elënear... Significan lo mismo, ¿no? Podemos llamarla de las dos formas... Aunque
creo que es ella quien debe decir cómo lo prefiere...

- Prefiero “Stella”, Molly. Gracias por preguntar...

        Todos los rostros confluyeron en la entrada. Stella acababa de abrir la puerta. Llevaba
un sencillo vestido azul con extensiones grises en las mangas y pequeños brillos en su escote
recto, lo que no la hacía ver elegante, pero sí solemne para la ocasión. La mayoría de los
presentes se inclinaron instantáneamente, y a pesar de que ella los saludó con el mismo
respeto, no demoró en avanzar hasta un cierto grupo.

- Oh, no, por favor... – les rogó ella, impidiendo que hicieran la tradicional reverencia. Arthur
y Molly se reincorporaron, sonriéndole con cariño. Ella les devolvió la sonrisa, y luego tocó el
hombro de quien estaba a su lado – Tú eres Sirius Black, ¿no es así? - Sirius asintió,
Francisca Solar

confundido – Es un placer volver a verte...

Sirius arrugó la frente en señal de concentración.


- ¿Ya nos conocíamos?

- Te lo explicaré más tarde – le susurró Remus a un metro de distancia, casi divertido.


Dumbledore carraspeó, intentando tomar la palabra..

- Lo primero es lo primero, Remus... Me parece que a quien debemos más explicaciones es a


Harry...

- ¡Nos las debes a nosotros! – intervino Ingolmo, exasperado, sin perder su postura
defensiva. Quienes estaban junto a él asintieron con vehemencia - Entraste en nuestros
terrenos sin autorización, nos obligaste a suspender una ceremonia ancestral sin motivos
concretos... ¡Quelie anna linyenwa! ¡Exijo una respuesta!

        El murmullo de excitación entre la comitiva Tareldar comenzó a subir, al tiempo que
Harry entendía que no era necesario dominar su idioma como para captar la elocuencia de
sus tonos. Y - se fijó unos segundos después - aunque antes las miradas inquisidoras eran
sólo para él, ahora las repartían también hacia Stella, quien no hizo más que tratar de
ignorarlos, sentándose en un lugar casi al centro entre los dos bandos. Desde ahí podía
apreciar a todos los presentes con mayor precisión... si bien los más inquietos eran los Altos
Elfos. Los miembros de la Orden, en cambio, observaban la situación con más prudencia,
algo intimidados, quizás, por la aguda actitud de Ingolmo, que bien reflejaba la molestia de
todo el grupo.

- Calma, por favor... Así jamás lograremos entendernos... – habló Kingsley, levantando las
manos. Ingolmo le dirigió un gesto de desprecio, para luego voltear hacia su gente.

- Oman colindo khil er... – les dijo, logrando así apaciguar un poco los ánimos. Cuando ya
estaban casi en completo silencio, Dumbledore volvió a hablar.

- Les explicaré por qué interrumpí la ceremonia... Es mi deber hacerlo, y no duden que lo
haré con detalle. Pero, antes que nada, me parece que el principal involucrado debe
enterarse de todo... ¿No están de acuerdo?.

        Ingolmo no respondió, aunque en su rostro podía dilucidarse que no estaba muy


satisfecho con la resolución del Director. Sin embargo, éste dio señas de llevarlo a cabo aún
cuando todos se opusieran, pero en cuanto quiso abrir la boca, las puertas de roble volvieron
a evidenciar su crujido. Alguien entraba al salón.

- Siento la demora... – habló Minerva McGonagall, caminando a paso raudo hasta situarse a
la izquierda de Dumbledore. Intercambiando una mirada significativa, dejó en las manos del
Director un rústico libro de portada tallada.

- ¡Ai Ainur! – exclamó Ingolmo, abriendo sus ojos al máximo. La mayoría de los Elfos se
sobresaltó, volviendo a intercambiar comentarios, entre sorprendidos y asustados. Améthles
llevó una mano a su boca, mientras, por el otro costado, Stella se revolvía en su silla,
emocionada - ¡Parma Wilwarin!

- Sí... – dijo Dumbledore, sereno, pretendiendo que no le asombraba la reacción de los


Tareldar. Levantó el libro para que todos lo vieran – Veo que lo han reconocido...

- Pero... pero... – comenzó a decir Ingolmo, visiblemente impresionado, extendiendo su


brazo hacia Dumbledore como si quisiera alcanzar el libro aún con tantos metros de distancia
– Parma Wilwarin desapareció de nuestras arcas hace 15 años...

- No tiene que decirlo... lo sabemos muy bien – intervino Arthur, evidenciando una profunda
molesta acumulada. Remus lo tomó del brazo, obligándolo a tranquilizarse, mientras su
mirada se posaba, desafiante, en el rostro estupefacto de Améthles.

- ¿Dónde lo encontraron? – preguntó ella, nerviosa - ¡Eso nos pertenece!


Francisca Solar

- Y-Yo... – comenzó a decir Harry, sin estar demasiado seguro sobre incluirse en la
conversación - ...yo lo encontré, meses atrás, en una tienda de Diagon Alley.

- ¿Tú? – lo apuntó Améthles, incrédula. Luego gruñó - ¿En una tienda Istari? ¡Por supuesto!
¡Todo esto se trata de una conspiración! ¿E intentan hacernos creer que no sabías nada
sobre el Augurio...?

- ¿Sobre qué...? No, yo no...

        Stella se levantó rápidamente de su silla, dirigiendo una mirada agria hacia Améthles.
Luego volteó hacia Harry.

- Parma Wilwarin es el diario de mi padre... Ohtar. Es el registro del paso de mi dinastía en


el liderazgo de la raza Tareldar. Y si a alguien le pertenece... – dijo, volteando nuevamente
hacia Améthles, con ira - ...es a mí.

Dumbledore se mostró de acuerdo, moviendo la cabeza.


- ...y estará en tus manos cuando todo esto termine, pero lo necesito por el momento, para
aclarar las cosas...

- Sí, entiendo – respondió ella – pero, antes que nada, necesito saber... ¿Cómo pudo abrirlo?
Lo tuve por un par de semanas e hice lo imposible...

Dumbledore asintió, como si leyera su pensamiento.


- Ohtar, adelantándose a las consecuencias de su muerte, lo selló con un hechizo que sólo yo
conocía...

- Y yo – agregó Arthur, abriéndole paso a su voz entre Molly y Emmeline. Sus ojos brillaban.

        Stella arrugó la frente, sin saber si sonreír o dudar, pero antes de que pudiera
preguntarle cualquier cosa, Dumbledore prosiguió.

- Te aseguro que tendrás las respuestas que quieres, pero, insisto, primero que nada...

- ...Harry debe saber – concluyó ella, suspirando, encontrándose con los ojos de Harry por
un momento fugaz.

        Él odiaba estar en esa situación. “Todos lo sabemos todo, menos tú”. Nació y creció
sumido en ese pozo de incertidumbre, y ni aún luego de seis años en el mundo mágico podía
alejar aquel estigma. Ni siquiera después de todos los obstáculos que había sorteado, y de
todos los peligros que había corrido... Siempre habría algo escondido, guardado para él, por
cualquier circunstancia...

        Quitó un mechón de cabello negro de su frente y enserió su rostro, tanto que hasta
Sirius y Remus se sorprendieron. Negándose a sentarse, permaneció de pie a un lado de
Dumbledore, frente a la comisión Tareldar. Estaba decidido a alejar como fuera su imagen de
niño mimado, al que hay que ocultarle todo para no herirlo...

- Pueden comenzar diciéndome de qué soy culpable – habló él, evadiendo un segundo la
mirada de Stella, escondiendo su furia tras unas palabras graves y confiadas. McGonagall
pestañeó: Harry nunca le había parecido tan adulto como ahora.

        Ingolmo dio señas de querer hablar pero, instantáneamente, Dumbledore levantó su


brazo, obligándolo a mantenerse al margen... por el momento.

- Harry – comenzó a decir el Director, volteando suavemente hacia él – Nadie puede culparte
de nada, tú no elegiste la responsabilidad que te tocó llevar... la de ser, cuando llegue el día,
Víctima o Héroe...

        Harry abrió los ojos con sorpresa. No estaba seguro de haber escuchado bien. Aquella
nefasta sentencia, contenida en una profecía de cristal, era de conocimiento limitado... hasta
donde él tenía entendido. Sólo el profesor Dumbledore y él sabían sobre aquellas líneas...
¿Por qué entonces los miembros de la Orden asentían con tanta vehemencia? ...
Francisca Solar

- ¿Ya lo saben? – preguntó Harry, entre la indignación y el desconsuelo - ¿Todos ustedes


saben... sobre la profecía?

        Se miraron entre ellos, incómodos, buscando a quien diría la primera palabra. Pero ya
que nadie parecía tener el valor, Sirius se adelantó unos pasos.

- Nunca fue una sorpresa para nosotros, Harry. Sabiendo o no el contenido de la profecía, de
todas maneras intuíamos que serías tú, y no alguno de nosotros, quien debería batirse con
Voldemort en la pelea final...

- Tu seguridad e integridad siempre han sido primordiales en los temas de la Orden –


continuó Remus, situándose junto a Sirius – Desde que naciste has sido nuestra
responsabilidad... y lo seguirás siendo mientras la Orden siga viva...

- Además, sólo lo sabemos nosotros – agregó Tonks, en su usual tono despreocupado – Sólo
la Orden... y, bueno, también los Tareldar... – los apuntó, cambiando en algo su gesto de
amabilidad – Lo importante es, Harry, que si decides que alguien más debe saberlo, está en
ti. Es tu opción. Nosotros respetaremos tu secreto con nuestra lealtad... Es uno de los
principales estatutos de la Orden del Fénix.

        Tras Tonks, Dedalus, Kingsley, Elphias y Moody volvían a asentir, casi ceremoniales. A
Harry le pareció que hablaban lo suficientemente en serio.

- Está bien, eso puedo entenderlo... y les agradezco la preocupación. Pero... – giró
lentamente, encontrándose con la mirada de Ingolmo - ¿Por qué deben saberlo ellos? ¿Qué
tienen que ver conmigo?

- Eso es lo que he intentado explicarte, Harry... – habló Dumbledore, pidiéndole por enésima
vez que se sentara. Él, cansado de tantos rodeos, prefirió hacer caso y tomó un lugar junto a
Kingsley. Todos guardaron un profundo silencio - ...qué es lo que tiene que ver Ohtar en
todo esto. Pues bien, es una historia larga...

A Harry le sonó como una excusa.


- Tengo tiempo – respondió, seco.

        Dumbledore asintió, apenas agitándose tras su barba. Ingolmo y su gente se


mantenían atentos a los movimientos del Director.

- Ohtar, como ya sabes, fue el padre de Stella, y estuvo a la cabeza de los Tareldar por
muchos años... destacándose, sobre todo, en los tiempos de terror de Voldemort. Así como
también debes saber, Voldemort temía al poder de los Elfos, por lo que decidió eliminar las
distintas razas una por una. Y, hasta cierto punto, lo logró, claro que jamás habría esperado
que uno de ellos se uniera a nosotros, para combatir mano a mano...

- Era un hombre extraordinario... de mucho valor y sentido común – continuó Arthur,


denotando gran emoción en su voz. Améthles lo miró con desprecio - ...y aunque sus leyes
le impedían acercarse a nosotros, hizo una excepción dada las circunstancias, peleando codo
a codo al lado de Aurores, Brujas y Hechiceros...

- Aunque siempre manteniendo una leve pero necesaria distancia - acotó Dumbledore, serio,
tratando de evitar las miradas displicentes de la comisión Tareldar - ...porque era el jefe y
debía dar el ejemplo... Pero aún así instó a su pueblo a luchar contra la tiranía de Voldemort,
y aunque muchos se opusieron, la mayoría terminó peleando por un fin común... pero cada
uno por su lado...

- Claro que... – comenzó a decir Moody, abriendo la boca por primera vez - ...un día,
mientras nos preparábamos para el próximo encuentro, Ohtar fue a visitarnos... con
intenciones... bueno, con intenciones más específicas...

- ¡Con la intención de traicionarnos! – exclamó Améthles, interrumpiendo a Ojo Loco. Quizá


hubiera seguido hablando, si no fuera porque Ingolmo la obligó a callar. No era el momento
para ese tipo de exabruptos.
Francisca Solar

        Moody apenas se inmutó, pero su ojo giratorio volteó hacia ella y parpadeó
frenéticamente, furioso, como si quisiera quemarla con visión láser. Un par de sillas a la
derecha, Arthur agudizaba su gesto de molestia. Y, por otro lado, Harry se sentía cada vez
más incómodo, preso como una trucha en una lata de aluminio.

- Vino a prevenirnos, a decirnos que nuestra misión abarcaba más que simplemente
defender nuestro mundo de la fuerza oscura... y que quería ayudar.

Dumbledore juntó sus manos bajó las mangas de su túnica, tomando aire.
- Quería, en pocas palabras, unirse a la Orden del Fénix.

        Harry abrió la boca parcialmente. Ahora podía entender, en parte, por qué los Elfos le
tenían tanto rencor.

- ¿Un Elfo entre ustedes? – dijo, todavía sin creerlo totalmente – Pero... ¿No va contra sus
leyes? ¿No es considerado... casi... desacato?

        El rostro de Améthles podía responder muy bien a esa pregunta, pero fue Arthur quien
habló.

- Sí, así era, pero su motivación era lo suficientemente fuerte como para traspasar cualquier
ley... Era necesario, y él lo sabía...

- Ohtar se unió a nosotros – continuó Dumbledore, serio y pausado - ...en el momento en


que tuvo un Augurio. Pero no uno cualquiera: éste involucraba a Lily, el día en que naciste.

        Durante un extenso segundo, Harry obvió todos los sonidos que había a su alrededor.
Nadie de la Orden emitió comentario, mirándose, expectantes. Por su lado, los Tareldar
volvieron a agitarse, buscando en su líder una repuesta a la osadía que acababan de
escuchar. No, era imposible... Pero para el chico Gryffindor, aquella frase había despertado
cientos de preguntas en su cabeza, aunque todas confluyeron en una.

- ¿Qué es un Augurio?

        Aun cuando al parecer Dumbledore quería contestar, pronto su mirada se posó en


Ingolmo, quien había adquirido un extraño gesto desde que se había mencionado alguna
conexión entre Ohtar y una Istari. Sabían del Augurio, Dumbledore acababa de decírselos
hace pocos minutos atrás, pero no había mencionado nada sobre un humano. Lo primero
que quiso fue pedir explicaciones, pero, contrariando lo que el Director hubiera esperado, lo
pensó un momento más. Tragó saliva, intentó aquietar el ánimo de sus acompañantes y se
dirigió a Harry, sin estar absolutamente convencido.

- Los Elfos estamos separados en varias razas distintas, y esas razas, a su vez, se subdividen
en Dinastías. Nosotros, los Tareldar, tenemos tres dinastías predominantes, pero ha sido
Wilwarin la que nos ha gobernado desde hace cientos de años... Así mismo, cada raza fue
bendecida con un suprapoder diferente. El concepto surje pues la madre naturaleza tiende al
equilibrio, a la Isostasia, y mientras los Poderes Generadores fueran repartidos con equidad,
el mundo mantendría la armonía, y no se rendirá ante el caos...

- Los Tareldar fuimos bendecidos con el poder del Augurio – continuó Améthles, elevando el
mentón para señalar el orgullo que eso significaba para ellos. El resto de la comisión asintió
levemente – Una derivación de aquello es lo que ustedes llaman “Adivinación”. Claro que, en
su sentido prístino, lo que los Istaris hacen no pude ni acercarse al verdadero poder...

Harry hizo un esfuerzo por atar todos los cabos.


- Entonces... ¿Tener un Augurio es ver el futuro? ¿Es como... una profecía?

El murmullo displicente entre los Tareldar contestó a su pregunta.


- ¡Por supuesto que no! ¡Nadie puede ver el futuro! Limitados Istaris... – gruñó Améthles,
con aire ofendido.

        Sirius lo tomó como algo personal, pero Remus negó con la cabeza, impidiendo que
Francisca Solar

hiciera algún comentario. Molesto, el último de los Black se movió incómodo en su asiento,
mientras Harry intentaba hacer caso omiso a su rubor.

Ingolmo, por su lado, movió la cabeza, retomando lo que estaba por decir.
- El Augurio consiste en una visión de los caminos a seguir, de las señales de la vida. Nos da
un panorama de lo que vendrá, pero jamás evidencia los hechos exactos que nos deparan.
Sólo nos da una pista, un consejo... Pero, y lo más importante, quien llega a tener un
Augurio no puede ni debe decirlo. Es la ley. Los Tareldar no tenemos el poder para cambiar
el futuro, pero sí para encauzarlo. Quienes son bendecidos con Augurios se convierten en
consejeros de las Dinastías, pero jamás revelan sus contenidos...

        Alguien tocó el hombro de Ingolmo, pidiendo permiso para hablar. Él asintió, abriéndole
paso.

- ...pero, no lo entiendo... los Augurios sólo nos dan señales sobre nosotros, sobre los Elfos.
Si lo tiene un Tareldar, tendrá que ver únicamente con los de su raza, y así sucesivamente...
Entonces, ¿Por qué un Istari aparecería en una visión de Ohtar?

        Albus Dumbledore y Arthur Weasley intercambiaron una mirada decisiva. Lo decía todo,
y la vez, no semejaba nada. Harry levantó una ceja, aturdido por la información, y deseoso,
al igual que aquel elfo, por saber qué conexión tenía su madre con los Tareldar.

- Ohtar nos ofreció su entrada a la Orden en un momento crucial de la batalla... no íbamos a


decirle que no a una de las criaturas más poderosas del planeta – se defendió Arthur, algo
nervioso.

- Además, él siempre fue claro en su motivo. Venía a proteger a Lily, y aunque no podía
decirnos porqué, jamás lo discutimos. Sólo acatamos, como lo hacen aquellos que reconocer
a un superior, si bien Ohtar peleó como uno más, sin distinciones...

- Quiso protegerla, pero... ¿No dices que está muerta? Entonces, Ohtar falló... – inquirió
Ingolmo, haciendo una mueca de resentimiento.

Dumbledore elevó el mentón. - Eso creímos todos... hasta ahora.

        Molly y Minerva McGonagall dieron un gran suspiro de triunfo, sonriendo. Remus y


Sirius, en cambio, al parecer compartían la confusión de Harry. Evadiendo por un momento
sus miradas inquisitivas, Arthur volvió a hablar.

- Ohtar... él... él murió en mis brazos, en el piso de mi vestíbulo – recordó, quebrando su


voz por un segundo casi indescriptible. Sus palabras iban directo a Harry, quien lo observaba
ávidamente – Murió la misma noche que tus padres... y, antes de cerrar sus ojos para
siempre, me advirtió que no todo estaba perdido... que siguiéramos luchando, que la muerte
de Lily no había sido en vano... y que... que... - Sus ojos, pálidos por la pena y el cansancio,
se posaron fugazmente en Stella. Ella suspiró, nerviosa, y él giró la mirada para volver a
hablar – Quería que leyéramos el Augurio... lo había escrito en su libro... en Parma Wilwarin,
como ellos lo llaman. Sabía que su pueblo no se lo perdonaría, que era una falta gravísima,
pero al parecer en ello estaba la respuesta a lo que buscábamos... lo que nos aseguraría que
la lucha todavía era posible...

- ¿Y la leyeron? – preguntó rápidamente Harry, apabullado por la historia. Nuevamente


Director y patriarca Weasley intercambiaron una mirada elocuente.

- Eso quisimos – respondió Arthur también con premura, dirigiéndose a Améthles con
molestia - ...pero ellos jamás quisieron entregárnoslo.

- ¡Desapareció de nuestras arcas, ya se los dije! – exclamó Ingolmo, indignado por aquel
trato de “mentiroso” - ¡Decimos la verdad!

        Améthles bajó la mirada, aislándose del enfrentamiento. Mientras, Dumbledore elevaba


los brazos.

- Calma, clama... las rencillas ya no son necesarias. El libro está aquí. Harry lo encontró,
Francisca Solar

llegó a mis manos en el mejor momento, y el Augurio ya es de conocimiento de la Orden –


aclaró, seco, quizá más duro de lo que hubiera querido. El salón se llenó de silencio -
...confirmando lo que suponíamos. Jamás fallamos.

- ¿Por qué? No lo entiendo... – habló Harry, tímido, casi avergonzado por preguntar.

- Yo tampoco – intervino Améthles, pedante, de nuevo atenta al diálogo – Sólo he escuchado


ideas vagas, Dumbledore... Llevamos perdido tiempo valioso en este castillo, ¡y aún no has
tenido la dignidad de decirnos por qué interrumpiste la ceremonia!

- Es justamente lo que iba a decir a continuación – respondió el Director, más calmado,


sacando a flote su típica postura pacífica en los enfrentamientos.

- Más vale que sea convincente...

        Dumbledore hizo como si no la hubiera escuchado, y, para colmo de males, en lugar de


dirigir su mirada hacia los Tareldar, la fijó directamente en Harry. Continuó el silencio.

- Durante todo el tiempo en que Ohtar estuvo entre nosotros, jamás nos revelo el contenido
del Augurio. Sólo sabíamos que debíamos proteger a tu madre... que no podíamos dejarla
morir. Imagina el desconsuelo cuando supimos del ataque en el Valle de Godric... – relató,
tomando aire desde la última frase. Recordar aquello ensombreció en algo los rostros de
Remus y Sirius, sobre todo el de Molly. El Director prosiguió – Pero hoy ya lo sabemos.
Sabemos por qué era tan importante... – Sonrió a medias, depositó el libro donde todos
pudieran verlo, y en un suave movimiento, puso la palma de su mano sobre la tapa. Un
extraño fulgor surgió de ella, y, ante la mirada atónita de Stella, el sello se desencajaba,
para dar paso a un baile de gruesas hojas amarillentas, escritas en trazos largos y
estilizados. Con su dedo angular, señaló una, y ésta se quedó quieta, como si esperara ser
leída. Así, ante la expectación de todos, se inclinó levemente y leyó: - “La Estrella Guía,
mientras brille, conducirá al niño del séptimo mes, al triunfo definitivo... Será, del elegido, su
guardián y su escudo...”

- ¿”Estrella Guía”? – preguntó Harry, tratando de entender, si bien la frase “niño del séptimo
mes” había sido bastante aclaratoria. Pensó de inmediato en la profecía de Trelawney, y todo
comenzaba a tener sentido. Quizá Ohtar ya sabía de esa profecía, antes de tener aquel
Augurio...

- Se refería a Lily... – intervino Arthur, bajándolo a tierra - ...o, al menos, únicamente a ella.
Eso creyó Ohtar en un principio, pues la descripción que detalla no deja dudas. Cabello de
fuego, ojos profundos... Suponemos que siempre pensó que era ella, hasta que la vio
morir...

- ...pues ahí comprendió, suponemos... – continuó Dumbledore - ...que aquella “estrella”,


como no podía fallecer, no debía ser precisamente Lily, si no cualquier mujer de su Dinastía
que cumpliera con las características, ya que el Augurio sólo podría referirse a una
Wilwarin...

        Quisieran o no, lo entendieran o no a cabalidad, todas las miradas confluyeron en


Stella. Ella se ruborizó notoriamente, evitando a toda costa los ojos sorprendidos de Harry.
¿Era... era ella?

- Quienes preponderan en las Dinastías son... son nuestras mujeres – comenzó a decir uno
de los elfos, tartamudo, sin quitar la vista de su Aranel. Su gesto se debatía entre la sorpresa
y el desconcierto. Era muy alto, de cabello amarillo hasta la cintura y ojos grises – Son ellas
quienes lideran el linaje, y quienes lo prolongan de generación en generación. Pero, por
sobre todo...

- ...son las continuadoras del poder – agregó Améthles, terminando la frase, por primera vez
trasluciendo una seriedad que daba miedo. Miró fijamente a Stella, chocando con su eterna
expresión de ternura – “Mientras la Estrella Guía brille” quiere decir que, mientras exista una
mujer Wilwarin, la visión del Augurio prevalecerá. Si no, se romperá... y ya no habrá...
“escudo”...
Francisca Solar

        Dumbledore asintió levemente, tratando de escudriñar en el rostro de Harry cuál era su


apreciación sobre todo esto. Pero pronto volteó.

- Entonces, ya entiendes por qué interrumpí la ceremonia, ¿no Ingolmo?

El viejo Tareldar apenas se movió.


- Pero yo no – respondió Harry, más serio que confundido. También, por alguna razón,
evitaba la mirada de Stella.

Dumbledore suspiró.
- ¿Recuerdas cuando te enfrentaste a Voldemort luego del Torneo de los Tres Magos? Me
contaste que él, ingenuamente, te confesó algo que no sabías... que el sacrificio de tu madre
había dejado un escudo en ti... de magia antigua, muy poderosa. Y si lo piensas bien, fue lo
mismo que yo te expliqué, en tu primer año en Hogwarts, cuando te enfrentaste al profesor
Quirrell y lograste quemarle el rostro sólo con tocarlo. Te dije que había sido por el amor de
tu madre, al morir por ti... pero significaba más que eso. Significaba que tu madre tenía
alguna conexión con magia antigua, sin duda magia élfica... si no, no podría haber hecho lo
que hizo. Así lo asimilé entonces, pero no lo entendí bien hasta ahora... hasta que leí el texto
completo. Ohtar tuvo un Augurio, pero Lily no sólo aparecía en él: trataba de ella. Sólo de
ella, aunque, ahora sabemos, claro, que Lily en realidad representaba a cualquier mujer
Wilwarin... por que ella misma provenía de esa dinastía...

        Tras escuchar la última palabra, Harry creyó que era una broma. ¿Su madre... elfa? Los
Tareldar comenzaron a emitir graves y elocuentes sonidos, gruñendo y discutiendo. Tenía
que haber alguna equivocación... Aunque, después de todo, podía tener sentido...

Pero como un chispazo, un dato nefasto se coló en su cerebro.


- Esperen, esperen... – dijo él, hablando más fuerte para que su voz se oyera entre los
murmullos – ¿Eso quiere decir que... Stella y yo... somos parientes?

        Stella abrió los ojos al máximo, y uniéndolo al gesto en el rostro de Arthur, le avisaba
que, por distintos motivos, ninguno de ellos jamás se había detenido a pensar en esa
posibilidad. Pero Dumbledore habló antes de que se sacaran conclusiones erradas.

- No necesariamente, Harry – respondió, sereno, logrando apaciguar en algo la ansiedad del


alumno de Gryffindor – Como sabrás, la magia proviene de los Elfos. Por tanto, en algún
minuto de la historia, un elfo y un humano dieron paso a nuestra raza, a los Hechiceros y
Brujas. Además, si quieres, puedes compararlo a lo que sucede con los Sangre Pura: si
revisaras la genealogía de Arthur y Molly, por ejemplo, encontrarás que en algún punto de
sus respectivas líneas tuvieron un familiar en común... pero eso no los hace parientes
directos.

        Harry no pudo evitar suspirar de alivio, aún cuando un par de elfos le dirigieran una
mirada molesta. Aunque no sólo era para él, ya que Stella denotaba el mismo relajo luego de
la explicación del Director. Iba a decirle algo, quería romper el hielo, pero un movimiento de
mano lo distrajo. Tonks, con su cabello morado oscuro y su capa algo brillante, elevaba el
brazo en busca de la atención de Dumbledore. El director, apenas entendió lo que quería, le
cedió la palabra.

- Es que hay algo que aún no entiendo – dijo, con su usual tono coloquial – Stella es la
última mujer Wilwarin... por eso es la princesa Tareldar, y por eso recae en ella el Augurio de
Ohtar. Pero, ¿por qué interrumpir la ceremonia? Si Stella se casa, igualmente seguirá viva,
¿no?.

Nuevamente Elfos y magos cruzaron miradas extrañas.


- Ojalá fuera así de fácil – opinó Arthur, mirando a Stella con melancolía. Ella apretó los
labios.

- Si bien son nuestras mujeres quienes traspasan el poder de generación en generación... –


comenzó a decir Ingolmo, luego de suspirar profundamente. Cerró los ojos, movió la cabeza
y su gesto se volvió suave, casi lastimero - ...al unirse a un elfo de otra dinastía, es su poder
el que pasa sobre el de ella. Así, Elënear perdería su condición Wilwarin, y se convertiría en
Róman, la dinastía Calaquendi... – Volteó para mirar a Harry, aunque seguía a Dumbledore
Francisca Solar

de reojo – “Mientras la Estrella Guía brille” no sólo quiere decir que la heredera debe vivir,
sino además, lógicamente, conservar su poder... y la ceremonia lo anularía, quebrando, a su
vez, el “escudo” del que habla el Augurio...

        Sirius alternó su mirada entre Harry y Stella, sin saber bien qué pensar. La Orden se
había sumado en un silencio expectante, como si aguardaran un veredicto...

- Sí, sí... es una desgracia... nwalmë nin... – habló Améthles repentinamente, irónica – De
verdad lo lamentamos, pero... no creerán que arriesgaremos la continuidad de nuestra raza
por proteger a un Istari, ¿o sí?

        Ingolmo asintió casi imperceptiblemente, con la mirada perdida. Los murmullos


Tareldar se escucharon tras el viejo.

- No tenemos esa responsabilidad...

- ¡Áva namnalva!

- ¡No pueden obligarnos a olvidar nuestras leyes!

- No es problema nuestro, no nos compete...

- ...¡Pero a mí sí!

        Al levantarse con estrépito de su asiento, la mayoría no vio más que el vaivén de su
cabello rojizo, ocultando su rostro por milésimas. Luego, tensando los músculos en un gesto
de decisión, suspiró. Su voz resonó clara y fuerte, haciendo eco en las paredes de piedra. Y
en aquel mismísimo instante, todos los murmullos cesaron. Incluso algunos elfos se
inclinaron con premura, avergonzados, quizá, por haber gritado en frente de su Aranel. Con
una mirada imperturbable (aunque parecía más bien que les hablaba por telepatía) los obligó
a sentarse. Y así, cuando sólo quedó ella de pie, a la vista de todos, aclaró su garganta.
Parecía molesta, muy molesta. Harry la miraba embobado, pensando qué, con todo lo que
había oído, ya nada lo sorprendería...

- Ya he escuchado suficiente. Sín rúcinany... Estoy decepcionada – comenzó a decir, muy


seria, pero con un deje de tristeza – He vivido en una mentira, ¿no es así? Siempre pensé
que me obligaban a vagar por el mundo sólo para que Lord Voldemort no me encontrara...
Siempre confié en eso, no lo cuestioné, y lo agradecía en silencio... Agradecía la lealtad a mi
legado y el ahínco con el que proclamaban protegerme... Me alejaron de mis tierras, debí
errar sin identidad... y todo por él, por aquel a quien todos temen nombrar... Porque él
quería matarme, para que la raza Tareldar muriera conmigo... pero ahora sé la verdad. No
fue sólo eso...

Améthles abrió sus ojos al máximo, aterrada. Ingolmo, por su lado, alzó una ceja.
- Aranel, no sabemos de qué hablas...

El rostro de Stella volvió a ensombrecerse, esta vez con profunda molestia.


- Ahora entiendo sus intenciones... y no sé cómo pude pasarlo por alto... ¡Tára súlë! –
exclamó, mirando la mesa circular como si quisiera darle un golpe sólo con la fuerza de su
mente - ¡Cómo fui tan tonta! Sus intenciones eran otras... debí saberlo desde el principio,
desde que descubrí que el nombre de mi padre era tan repudiado. Parma Wilwarin no
desapareció... ¡ustedes lo escondieron! ¡Lo alejaron de mí! Por que sabían que ahí
encontraría un motivo... la respuesta a mi existencia, para lo que vine a este mundo... –
Guardando un momento su rabia, giró hasta Harry, suspirando otra vez - ...A proteger al
elegido, a continuar la línea del Augurio... A ser el escudo de quien nos librará del Reino de
las Tinieblas...

        Nadie dijo nada. El silencio parecía ser lo más elocuente. Harry, por su parte, no sabía
si avergonzarse o alegrarse.

- ¡Nín! ¡Áva cäre! – gritó Améthles, visiblemente nerviosa. Ingolmo no daba crédito a sus
oídos. Pero Stella ni siquiera les dirigió la mirada. Apretó los puños, con los ojos hacia el
piso.
Francisca Solar

- Elënear, por favor... No, no puede pensar eso... N-No debe...

- Soy yo quien debe tomar una decisión. Ustedes ya lo han hecho demasiado por mí... –
inquirió, casi desafiante - ...y de hecho, ya he elegido. Así que escúchenme bien, pues es
ésta mi voluntad. – afirmó, segura, elevando el mentón. Arthur la miraba con una mezcla de
orgullo y fascinación. Entonces habló – La ceremonia puede esperar... pero no nuestra
salvación. Lord Voldemort destruyó nuestras vidas, extinguió la llama de nuestras razas, nos
obligó a escondernos de para siempre... ¡Es algo por lo que todos debemos luchar, no sólo
los Istaris! Pero, por sobre todo... no le quitaré a Harry el poder que lo ha mantenido con
vida todo este tiempo. Él es mi responsabilidad ahora. Los Calaquendi sabrán entenderlo...
Varyar no tiene a nadie más con quien casarse, ¿no es así?. Y no crean que he desconocido
mi deber como su Aranel... Esto es sólo... un plazo. Cuando llegue el día de la batalla final,
ya sea que Harry salga o no victorioso, mi papel en su mundo habrá terminado, y así,
entonces, volveré a someterme a la disposición del consejo. Pero sólo aquel día... sólo
cuando todo termine, haré lo que ustedes quieran.

        Ingolmo apoyó pesadamente sus codos en la mesa, tomando su cabeza con las manos.
Améthles, por su lado, llevó una mano a su boca y ahogó un grito. Al mismo tiempo, Remus
observó al resto de la comisión. Sus rostros eran claros: de la más completa agitación, se
sumergieron, tras las palabras de Stella, en un visible desconsuelo. Miraban en todas
direcciones, como si no pudieran creerlo...

        Entonces, tan rápido que pocos alcanzaron a reaccionar, Améthles se levantó de su


silla, mirando hacia Stella con furia. Luego abrió la boca, pensando algo hiriente qué decir,
pero pronto la mano de Ingolmo estaba sobre su hombro. La obligó a regresar a su posición,
mientras él se reincorporaba de la suya. Apesadumbrado, tal como si presenciara algún rito
fúnebre, dirigió su voz hacia Stella. La Orden lo observaba, atónitos.

- Tiene razón... tiene razón – dijo, en un tono bajo, para luego hacer una reverencia – Es su
decisión, Aranel... sólo suya. Y sé que ya no gano nada con decírselo, pero no hemos
escondido su libro. Parma Wilwarin desapareció de nuestras arcas el mismo día de la muerte
de Ohtar, y aunque jamás pudimos encontrar una razón, ha de saber que desconocíamos la
situación del Augurio. Él jamás nos lo comunicó a nosotros... se unió a los Istaris sin
preguntarle a nadie. ¿Cómo podríamos haberlo intuido? Pero ya no importa. Usted tiene
razón... mucha razón. Puede pensar lo que quiera, decidir lo que estime conveniente...
Decidir qué misión es más importante... si salvar a un Istari, o salvar a su raza... – dijo,
dirigiendo a Harry la más grave de las miradas - Pero, lo que sea que llegue a resolver, la
sombra se cernirá sobre nosotros... y lo sabe. Puede hacer lo que quiera... pero deberá
cargar, quizá para siempre, con la responsabilidad de vernos morir...

        Stella tragó saliva, temblando bajo su vestido de raso. Entonces cerró los ojos,
apretando sus puños nuevamente. ¿Es que jamás podría vivir en paz... ser libre... tomar las
riendas de su vida, sin que hubiera algún oscuro pronóstico de por medio?

        Dumbledore intentó guardar todas sus emociones. Podía sentir el alivio de sus amigos,
la emoción de saber que la suerte volvía a estar de su lado... pero consideraba una
deslealtad celebrar aquello entre la desgracia Tareldar. Harry, por su parte, había olvidado
donde estaba... incluso pasó por alto, aunque sólo por unos segundos, la tristeza en el rostro
de Stella. Quería abrazarla... sólo eso. Aún debía procesar toda la información recibida... atar
cabos, comprender lo que vendría, pero por ahora, sólo quería abrazarla... decirle todo lo
que significaba su decisión para él...

        Pero no tuvo tiempo siquiera de acercarse. En un ruido estrepitoso que sobresaltó a


todos los presentes, las puertas de roble se abrieron de par en par. La brisa helada del
pasillo apagó las cientos de velas que levitaban cerca de los muros, dejándolos unos
segundos a oscuras... aunque Dumbledore se las arregló (Harry no vio cómo, todo fue muy
deprisa) para volver a encender gran parte de ellas. Y luego volteó.

        Pasando entre algunos de la comitiva elfíca, y tirando en su carrera un par de sillas al


suelo frío, Améthles corrió hasta la persona que había empujado las puertas. Llevaba una
túnica blanca, indudablemente Tareldar, pero estaba ajada por completo, sucia... casi
incomparable con la de sus pares. Además, asomaba en su hombro una extensa mancha de
Francisca Solar

sangre. Tenía el cabello oscuro enmarañado, y apenas dio un par de pasos en el salón,
desfalleció a vista de todos.
        Un chispazo trajo a la cabeza de Harry la identidad de aquel hombre. Él ya lo había
visto antes. Pronto Améthles llegó a socorrerlo, tomando su cabeza en su regazo. Algunos de
la Orden y el resto de los Tareldar saltaron de sus asientos.

- ¡Hyarion, quetelva símen! – exclamó la elfa, visiblemente alterada.

Ingolmo se arrodilló junto a él, y todos los rodearon.


- Hyarion... reacciona, por favor... ¿Qué sucedió? ¿Quién te hizo esto? ¡Los esperábamos
hace horas...! – exclamó, nervioso, pero sólo entonces se dio cuenta de lo que acababa de
decir. Miró a su alrededor. Nadie venía con Hyarion. Había llegado solo. – H-Hyarion...
¿Dónde está Eärendil? – Pero el elfo no respondió, batiéndose más bien en una lucha por
seguir respirando - ¡¿Dónde está?!

- V-Vold-demor-rt-t...

        Sobraban las explicaciones. La mayoría de las mujeres llevaron sus manos sus bocas,
sorprendidas. Nunca aquel nombre les había sonado tan aterrador como ahora.

- ¡¿Voldemort la tiene?! ¡¿La ha secuestrado?! ¡¡Contéstame!!

        Con las pocas energías que le quedaban, logró asentir. Pero en lugar de lamentarse,
Ingolmo se puso inmediatamente de pie. Nervioso, tomó aire. Harry observó a Stella,
tragando sus sentimientos encontrados. Aún no podría dilucidar cuán grave era aquella
noticia...

        Si se escudriñara la mente de cualquiera de los que esa noche estaban ahí, el
pensamiento habría sido unánime: la fatalidad los esperaba tras la puerta. Por un momento,
en una mirada intensa y fugaz, Ingolmo y Albus Dumbledore habían olvidado sus rencillas.
        La guerra, la verdadera guerra, había comenzado.

Cap. XXVIII: Contra la Barrera de las Torres (Against Towers Barrier)

        Apenas Dumbledore sugirió la ayuda de Madame Pomfrey, los Altos Elfos se negaron de
inmediato. Ningún Istari puede involucrarse en sus cuestiones de sanación. Ellos tienen sus
Francisca Solar

propias formas. El Director no insistió, pero al menos les ofreció sus antiguas habitaciones en
el ala oeste para que dejaran descansar a Hyarion. A regañadientes, aceptaron, enviándolo
allá junto a Améthles.

- ...pero, ¿Por qué secuestrar a Eärendil? No lo entiendo – comenzó a decir Harry, mientras
observaba a la multitud reunida desplazarse frenéticamente por el salón. El nerviosismo y la
agitación ya se había apoderado de todos.

- Hyarion y Eärendil eran los únicos de la comisión que se habían separado. Vinieron a
Hogwarts justo al tiempo en que Dumbledore intentaba interrumpir la ceremonia en nuestras
tierras... - explicó Ingolmo, agitando su barba de acuerdo al sonido de sus palabras – Usan
métodos sólo conocidos por nosotros para trasladarse, pero... aun así, una división de grupo
tan evidente se convierte en presa fácil para el enemigo...

Harry tomó aire. - Pero, ¿Por qué Eärendil?...

- ¿No es obvio? – respondió Sirius, tomándose la frente con la mano derecha – Quieren a
Peter. Han tomado su captura como un insulto, y querrán intercambiarla por él. Es un gesto
pequeño, pero suficiente como para iniciar la secuencia de actos... Ellos o nosotros, alguien
comenzará la ofensiva. Y ya no terminará más...

        Una mirada sombría pasó de él hacia Harry, pero ninguno dijo nada más. Pensar que la
idea de traer a su padre de vuelta se estaba esfumando de acuerdo a las circunstancias, era
demasiado nefasta como para expresarla. Ingolmo retrocedió unos pasos y se reunió con
aquellos que conversaban con el Director.

- No lo creo así, Sr. Black – dijo Stella, algo tensa – El profesor Dumbledore me habló de ese
tal Pettigrew... pero dudo que Lord Voldemort tenga alguna consideración con él. No le
interesa para nada... ya no le es útil. No creo que quiera arriesgarse a rescatarlo. No vale
tanto... No, él no quiere a Peter, quiere a alguien más... – tomó aire, cerró los ojos y elevó el
mentón – Me quiere a mí. - Ningún Tareldar se atrevió a acotar. Las palabras de su Aranel,
dado el contexto, adquirían mucho sentido, pero antes de que alguien pensara siquiera en
dar su opinión, la voz de Stella se volvió a escuchar – Pero no cederé. Debemos rescatar a
Eärendil, como sea y cuanto antes.

Harry sonrió, esperanzado. Eso es lo que quería escuchar. - Es lo que tu padre hubiera dicho
– dijo Arthur, suspirando acto seguido. Los ojos de Stella brillaron.

- Daría lo que fuera por recordar su voz... o su rostro – murmuró, bajando la mirada. Harry
sintió que su melancolía lo destrozaba por dentro, y ella pudo traducir su impotencia en su
rostro – Nunca lo conocí. Murió cuando yo tenía un año... y aunque los elfos adquirimos
conciencia relativa desde el primer día de nuestro nacimiento, su imagen se borró de mi
memoria... – Diciendo eso, algo la inquietó. Pensó un momento, abrió parcialmente su boca
y subió los ojos, clavándolos en los Weasleys... – Pero sí recuerdo a Arthur... recuerdo su
cara, su traje de entonces... acercándose a nosotros, intentando reanimar a mi padre,
tomándome en sus brazos... ¿Por qué... por qué te recuerdo a ti, Arthur, y no a mi padre?

        Molly apretó fuertemente sus labios, como si intentara ahogar un llanto estridente,
apoyándose en el brazo de su marido. Arthur suspiró.

- Ellos... ellos me obligaron a entregarte... – dijo, mirando a los Tareldar de reojo,


aprovechando que se encontraban a unos metros de distancia, discutiendo algunas materias
con Dumbledore – ...y dijeron que alterarían tus recuerdos de ese episodio. Pero yo me
opuse... Juro que lo intenté... lo juro. Debías ser una Weasley más, es lo que Ohtar quería...
para protegerte, para evitar que pasaras por esta pesadilla... pero tuvimos que dejarte ir, no
teníamos alternativa. Con tu padre muerto, las leyes de su pueblo prevalían. No podíamos
hacer nada...

        Las lágrimas se agolparon rápidamente en los ojos de Stella. Llevó instintivamente la


mano a su cabello, como buscando un indicio, y Arthur asintió. Una Weasley más...

- No puedo creerlo... Hace quince años que dejamos esto claro, Istaris. Me niego
rotundamente a que intenten introducir ideas erróneas en la mente de Elënear...
Francisca Solar

        Améthles había entrado al salón, justo para escuchar la última frase de Arthur. Él le
dirigió una mirada de odio, aunque en nada se comparaba con la tirria que demostró Molly
apenas la elfa pasó a su lado.

- Molly, Améthles, por favor... – comenzó a decir Remus, situándose rápidamente entre ellas
– No es el momento para esto. Tenemos cosas más importantes qué hacer...

- Remus tiene razón...

        La voz del Director llegó fuerte y clara a los oídos de todos. Los presentes conformaron
un círculo rápidamente a su alrededor, y el silencio fue profundo.

- ¿Qué haremos? – preguntó Sirius, preocupado. Dumbledore tomó aire. Ingolmo estaba
junto a él.

- Escúchenme todos. No podemos perder tiempo. Debemos actuar rápido y... recurrir,
naturalmente, a las viejas estrategias que bien sirvieron para los propósitos de la original
Orden del Fénix... – explicó, sonriendo extrañamente. Es como si el hecho de enfrentarse a
Voldemort en una batalla real le diera nuevos ánimos. Suspiró profundamente, estiró su
túnica y le dirigió una mirada solemne a todo el grupo – Elphias, ve y avísale a Mundungus
Fletcher. Dile que abandone lo que sea que esté haciendo y regrese inmediatamente a
Grinmauld Place. Si puede, que avise a los Duendes y al resto de las criaturas del bosque... –
Elphias Doge asintió, seguro – Tonks, cuéntale a Arabella Figg lo sucedido. Que esté atenta a
cualquier movimiento, y que corra la voz entre las demás Squib. Debemos proteger el flanco
muggle cuanto antes... – Nymphadora Tonks asintió con energía, haciendo que su capa
soltara varios destellos – Kingsley... Severus y Narcissa están en peligro. Comunícate con
ellos y diles que abandonen el castillo Malfoy de inmediato. Que se refugien en Grinmauld
Place y esperen instrucciones... – Con solemnidad pero premura, Kingsley Shackelbolt hizo
una pequeña reverencia, asintiendo – Hestia, Emmeline... vayan con Hagrid y díganle que
necesito su ayuda... Él sabe qué hacer. – Sin siquiera haber terminado la frase, Hestia Jones
y Emmeline Vance asintieron – Minerva, despierta a nuestros profesores. Que tomen sus
posiciones... ustedes permanecerán en Hogwarts como mis contactos directos – La profesora
McGonagall asintió con determinación y desafío, arreglando sus gafas cuadradas – Molly... ve
a Grinmauld Place y encárgate de todo. Tú serás nuestra mensajera directa... Arthur, envía
una lechuza rápida a Griselda y ponla al tanto de todo. Que tome las medidas que estime
convenientes...

        Arthur Weasley asintió inmediatamente, así como lo habían hecho todos, pero Harry
pronto alzó una ceja. Aquel nombre...

- ¿Griselda Marchbanks... la señora que examinó nuestros TIMOs el año pasado? – preguntó
él al Sr. Weasley, quien seguía interesado en el resto de las instrucciones de Dumbledore.

- La Jefa del Wizengamot... sí, Harry – respondió, sin dirigirle la vista.

- ¿Y qué tiene que ver ella con nuestra lucha...?

Arthur volteó hacia él por primera vez, frunciendo el ceño. - ¿No lo sabes?... Bueno, es
posible que no, no tendrías por qué saberlo... Griselda Marchbanks es una de las mujeres
con más trayectoria y más respetadas de nuestro mundo, Harry... Aunque jamás peleó en
terreno (pues, según ella, nunca tuvo gran habilidad con la varita), hace mucho tiempo
dirigió nuestras acciones desde su limitada posición en el Ministerio... Y así lo hará también
esta vez... Claro que, como están las cosas, dicen que aspira a algo más de poder...

Harry pensó un momento. - ¿Quiere el puesto de Fudge?

        Arthur sonrió, cómplice, volviendo la vista nuevamente hacia el círculo de personas


reunidas.

- El ministro Fudge sigue con su tozudez de hacer oídos sordos, de no querer involucrarse en
la pelea... Pues bien, que haga lo que quiera... Tarde o temprano le costará el cargo...
Francisca Solar

        Según la apreciación de Harry, aquello le suponía una escondida alegría al patriarca de


los Weasley, pero debió cambiar bruscamente de tema, ya que la voz de Ingolmo obligaba a
cualquiera a prestar atención.

- Nosotros iremos por Eärendil – habló el viejo Tareldar, seguro de sí. Dumbledore agitó la
cabeza.

- Estoy de acuerdo... pero te rogaría que me proporcionaras a algunos de los tuyos. Los
necesitaremos si se complican las cosas. Vendrán conmigo y con el resto de la Orden... –
explicó, e Ingolmo sólo demoró unos segundos en deliberar. Asintió levemente, apuntó a tres
elfos a su derecha, y les comunicó en su idioma lo que habían decidido.

- Améthles conjurará un... ¿cómo lo llaman? Eso. Un traslador. Ella lo hará por ustedes. Es
más rápido y seguro a nuestro modo. Les dará uno pequeño en forma de roca a cada cual,
así podrán viajar desde cualquier lugar en el que se encuentren.

        Dumbledore suspiró, inclinando su cabeza en agradecimiento, para luego mirar a cada


uno de sus aliados. Quiso sonreír, pero prefirió abstenerse.

- Ya todos saben qué hacer. Confío en su discreción y prontitud... y les deseo mucha
suerte... Nos veremos en Pequeño Hangleton. ¡Andando!

        Con una sincronización asombrosa, y mientras Améthles repartía lo que parecían


extraños cuarzos luminosos, brujas, magos y elfos intercambiaron miradas de aliento al
tiempo en que salían uno a uno con rapidez del salón... algo imposible de prever minutos
atrás, donde no querían más que batirse unos contra otros. Pero Harry ya no pensaba en
eso... ni tampoco Stella. Tenían que preocuparse del “ahora”, aunque el pasado los
persiguiera, tarde o temprano, para arreglar cuentas pendientes...

- Yo iré con usted – habló Stella, decidida, situándose junto a Dumbledore. Él la miró con
apremio, pero ella no lo dejó hablar – Sé lo que dirá... pero no me quedaré aquí para ver
cómo todos luchan. Es mi deber estar ahí afuera. Sé lo que mi vida significa, sé que debo
tomar más precauciones que ninguno... – explicó, mirando de reojo a Harry - ...pero no
puede marginarme de esto. Nadie más que yo tiene razones para pelear...

Dumbledore apretó los labios. - Lo siento, pero su seguridad está antes que nada, Aranel –
acotó, mientras Ingolmo observaba la conversación desde una esquina. Stella arqueó las
cejas, decepcionada – No podemos correr el riesgo de perderla. Le sugiero, prudentemente,
que permanezca en el castillo al cuidado de Améthles y nuestros profesores. Le aseguro que
la mantendremos informada de todo.

        Stella bajó los hombros, casi con ganas de llorar, pero Ingolmo pronto se acercó a ella
y, en su propio idioma, pareció rectificar las palabras del Director. Ella tragó saliva, aún
digna, y asintió... pero al tiempo que Harry pretendía decirle algo para tranquilizarla, captó
en su rostro un gesto particular... no podía identificarlo... Era reflexivo, intrigado...
¿sospechoso?

        Dumbledore volteó entonces hacia Harry, parpadeando rápidamente como si su cerebro


estuviera trabajando a mil por hora.

- Harry, escúchame bien. También tengo instrucciones para ti... – dijo, haciendo que el chico
Gryffindor se sobresaltara, preso de una secreta emoción. Esperaba con todas sus fuerzas
que, por primera vez en su vida, Dumbledore lo considerara digno de participar en algo
importante - ...Despierta a todos los prefectos, lo más rápido que puedas. Diles que es una
situación urgente, y llévalos a mi oficina inmediatamente...

        Harry movió la cabeza en un gesto afirmativo. Aunque le hubiera gustado una misión
más peligrosa, por el momento aquello lo mantendría ocupado...

- ¿Pero, profesor... – comenzó a decir, antes de que el Director girara sobre sus pies y
saliera del salón en pos de sus propios asuntos - ...cómo lo haré para entrar en las otras
Salas Comunes? No tengo las contraseñas ni nada que...
Francisca Solar

- Dile a la Sra. Gorda lo que necesitas. Ella te ayudará... -. Harry suspiró. Tomó aire y sonrió
hacia Stella, como dándole ánimos, mientras corría hacia la salida diciendo “Sí, Señor!”. Pero
antes de que cruzara las puertas de Roble, la voz de Dumbledore se volvió a escuchar –
Ehh... ¿Harry? – Él volteó – No olvides a Slytherin.

        Harry se sintió algo perturbado. ¿Acaso lo subestimaba? ¡Por supuesto que le avisaría
al odioso de Draco! Podía no aguantar su presencia, pero esto se escapaba de sus manos, y
era indispensable que todos los prefectos asistieran a la reunión en el despacho del
Director...
        Sin querer pensar más en eso, subió las escaleras de dos en dos hacia la torre
Gryffindor. Pensaba en lo que Ron y Hermione dirían cuando supieran... cuando se dieran
cuenta que la guerra de la que tanto hablaban en las clases de AD, ahora era una realidad, y
había que hacerle frente...

- ¡Flor de Loto! – gritó, algo jadeante, frente al retrato de la Sr. Gorda. Ella se desperezó
lentamente, pestañeó hacia Harry y se acomodó en su silla - ¿No me escuchó? ¡Dije “Flor de
Loto”! ¡¡Necesito entrar, es urgente!!

- Sí, sí... ya te oí – bostezó ella, haciendo un ademán para abrir el paso a la sala común – Es
algo tarde, ¿sabes? No deberías despertarme con esos modales...

        Harry entornó los ojos, esperando que el hueco fuera suficientemente grande como
para avanzar.

- ¡La guerra ha comenzado! ¡No hay tiempo para dormir!

        Los grandes ojos redondos de la Señora Gorda se abrieron de pánico, pero no pudo
preguntar nada a Harry, pues él ya había cruzado la entrada. Justo en el segundo en el que
comenzaba a pensar cómo lo haría para entrar al dormitorio de las chicas, vio en uno de los
sillones algo que lo llenó de alivio: Hermione se había quedado dormida entre sus deberes.
        Sin mucho preámbulo, la despertó a tirones. Y sin mayor filtro que un “A que no
sabes...”, le relató todo lo sucedido en un par de frases, para luego subir a buscar a Ron.
Hermione entendió poco y nada, claro está, pero captó lo suficiente como para saber que
había que movilizarse, y rápido. Un momento después aparecieron los dos Gryffindor (Ron
parecía molesto por aquella brusca despertada) y salieron nuevamente hacia el pasillo.

- ¡Tú, tú! ¡Tienes que decirme! – exclamó la Señora Gorda, apenas los vio salir. Estaba
aterrada, encogida en su sillón rosa - ¿Es... es cierto... eso de la guerra?

        Harry asintió, casi solemne. La Señora Gorda llevó una mano a su boca, mordiendo sus
uñas.

- ...pero no tenemos tiempo para caer en pánico. ¡Tiene que ayudarme! Debo entrar a las
otras salas comunes, pero como no tengo las contraseñas, el profesor Dumbledore me dijo
que tal vez usted...

Ella saltó de su sitio, restregándose la cara con sólo oír el nombre del Director. - ¡Sí, sí, por
supuesto! ¡Síganme!

        Ron recordó que, hace ya años atrás, Sir Cardogan les había hecho pasar por algo
parecido. Cómo no encontraban la sala de Adivinación, él les había señalado el camino,
saltando de óleo en óleo... tal como ahora veían a la Señora Gorda hacerlo. Hermione jamás
creyó ver en ella tanta agilidad... Aunque los tres amigos corrían con todas sus fuerzas, la
refinada portera de Gryffindor les sacaba cada cierto tiempo al menos medio pasillo de
ventaja, gritándoles “¡Apúrense, no hay tiempo!”. Harry sólo deseaba que Dumbledore no se
hubiera hartado de esperar...

        La primera parada fue la sala de Ravenclaw. Hermione abrió la boca de asombro;
jamás había estado ahí, y la arquitectura le pareció fascinante. Entre pilares de piedra
debidamente alineados, destacaba al centro un águila gigante de mármol, abrazada, con sus
alas, a una columna de estilo griego. Más abajo, asomaba una especie de grieta. Pero antes
de que Hermione comenzara a pensar sobre las diferencias entre los estilos y las técnicas de
arte implementadas, la voz aguda de la Señora Gorda la sacó de sus pensamientos.
Francisca Solar

        Fuertemente asida a un cuadro cercano (Era una mesa larga llena de magnificentes
magos en plena reunión, quienes, según Ron, se veían algo alterados con la presencia de la
voluptuosa portera), gritó “¡Cultius Libreri!”, y las sólidas alas del águila se extendieron,
raudas, como si estuvieran hechas de plumas reales. Acto seguido la grieta antes vista se
abrió como si partiera la columna en dos, dejando ver las tenues luces de una limpia y
ordenada sala común... y en las paredes, tapizadas en tonos azules pasteles, se imponían
grandes estanterías llenas de libros, con pequeñas butacas y faroles a los lados, por si
alguien quisiera leer de noche.

Harry suspiró. - Vamos, Hermione... ¡ve y despierta a Padma!

Ella corrió al instante. - Yo iré por Terry... – dijo Ron, y ambos se perdieron por entre la
columna.

        De pronto Harry sintió un nudo en la garganta. Intentaba agudizar el oído, escuchar
tras las paredes... ¿Se abrían ido todos ya? ¿Las estrategias estarían en marcha? ...
Entonces comenzó a sudar, preocupado. Era como si, a pesar de que Dumbledore fue quien
dio las instrucciones, el éxito o fracaso de la misión dependiera exclusivamente de él... del
Niño- Que-Vivió, y que tendría que sobrevivir, otra vez, por el bien de todos. Lupin lo había
dicho... de alguna forma, él era el líder. Pero, ¿sería capaz? Temía cometer un error como el
del año pasado... actuar por su cuenta y echarlo todo a perder... arriesgando a los suyos...

        Un conjunto de pasos lo regresó a tierra. Padma y Terry corrían junto a los dos
Gryffindors, situándose junto a Harry en un par de segundos. Ambos tenían caras de terror.
Pero él no se detuvo a explicarles. Aún quedaban dos casas más por visitar.

        Nuevamente tras la Señora Gorda, los cinco amigos corrieron por distintos pasillos y
escaleras. Llegaron al vestíbulo, doblaron en los primeros peldaños a la derecha, justo frente
a las que daban a las cocinas, y se adentraron en un pasillo luminoso y cálido. Ninguno de
ellos jamás había estado ahí.
        Claro que el trayecto no fue tan expedito como aquel que los llevó hasta la sala de
Ravenclaw. Los grandes óleos que tapizaban las paredes los saludaban amigablemente a
medida que pasaban, mientras que a la Señora Gorda, algo histérica, apenas la dejaban
continuar. Constantemente le ofrecían una silla (“Descanse, buena señora, y únase a la
tertulia”) o algo para comer o beber... y aunque ella se inclinaba con aires de culpabilidad
(“Un bocadillo no me vendría mal...”) la voz urgente de Ron la hacía rechazar todos los
ofrecimientos. Demoraba mucho en pasar de cuadro en cuadro, y para cuando llegaron a la
entrada de Hufflepuff, Harry ya había comenzado a perder la paciencia.

        Otra sala, otra puerta, otra sorpresa. Padma, Ron y Terry, en lugar de pasmarse como
lo había hecho Hermione con la entrada de Ravenclaw, fruncieron el ceño, como si sintieran
que se habían equivocado de lugar. De hecho, escudriñaron el rostro de los otros para
asegurarse de que compartían, aun sutilmente, aquella idea.
        Estaban frente a un portón de madera, rústico pero acogedor, donde destacaba una
manilla, también de madera, con un hurón tallado en la cerradura. Parecía la puerta de un
rancho. Hermione lo pensó dos veces; era demasiado sencillo para ser la entrada a la Sala
común.

        Harry abrió la boca para decir algo, pero pronto la cerró. Sus comentarios no serían de
mucha ayuda ahora... Lo que pensara sobre la puerta de los Hufflepuff era poco o nada
importante. Esperó... pero a su alrededor todo era silencio. Suspiró de cansancio.

- ¡Señora Gorda, por favor! – exclamó, casi exasperado, volteando hacia el cuadro donde ella
los miraba. Hermione chequeó su reloj, nerviosa - ¡¿Va a decir la contraseña o tenemos que
esperarla toda la noche?!

        La rechoncha portera de Gryffindor arrugó la frente en un gesto híbrido, entre molestia
y confusión.

- La contr... ¿pero, qué dices? ¡Qué contraseña ni qué nada! ¡Sólo gira la manilla, por Merlín!
¡Rápido¡ ¡¿No dices que el Director los espera?!

        Harry volvió a abrir la boca de asombro, incrédulo, pero sabía que no podía perder más
Francisca Solar

tiempo, por lo que se acercó a la puerta, tomó la manilla luego de un leve temblor, y la giró.
Con un pequeño “¡click!”, la cerradura se abrió, dejando pasar hacia el pasillo la luminosidad
de la sala. Las paredes eran de un color amarillo pálido con decoraciones en los
guardapolvos; daban una sensación de suavidad, casi acolchadas... había maceteros con
flores en todos lados y muchos cuadros de caras sonrientes, y a la entrada, destacado, un
pequeño cartel rezaba “El trabajo Dignifica”. Por un segundo, a Harry le recordó a la
madriguera.

- Pero... ¡no es posible que no tengan contraseña! – exclamó Hermione, anonadada,


volteando hacia la señora Gorda - ¡Puede ser peligroso! La entrada debería estar
resguardada, y limitada sólo para aquellos que...

- Srta. Granger... válgame el cielo... – suspiró la Señora Gorda, entornando los ojos,
mientras Ron y Padma corrían a la sala en busca de Ernie y Hannah - ¿No conoces el espíritu
Hufflepuff? Son muy inocentes y confiados. Dejan su puerta abierta para que cualquiera
pueda pasar. Así de bonachones... y hasta el momento nada malo ha pasado. Porque
ninguno de ustedes viene muy seguido por aquí, ¿no es así?.

        Hermione tragó saliva, algo avergonzada, pero no tuvo tiempo de intercambiar más
palabras. Hannah y Ernie (despeinado, colocándose la túnica mientras corría) llegaron pronto
al pasillo. Ambos parecían muy nerviosos, pues lo más probable es que Ron les contara algo
de lo que sucedía mientras los sacaba de la cama... así Harry no perdía valiosos segundos
poniéndolos al tanto.

        Intercambiaron una mirada de nerviosismo, Harry asintió, y luego hizo una seña a la
Señora Gorda para emprender el camino hasta la última sala.
        Ron y Harry ya habían estado ahí una vez... hace varios años, intentando averiguar
algo sobre el supuesto heredero de Slytherin. Aquella vez los estudiantes hijos de muggles
habían caído en masa, atacados y petrificados por algo desconocido, y por distintas
circunstancias los rumores habían llegado a Harry. En secreto, lo culpaban, y ansioso por
limpiar su nombre, se internó en una oscura sala común...

        Una sala oscura, en un pasillo oscuro... tal como el que apreciaban ahora. La sala de
Slytherin quedaba a poco andar desde el pasillo Hufflepuff, pero el contraste de sus
atmósferas daba escalofríos. Las paredes de piedra parecían cubiertas de musgo, húmedas y
lúgubres, pero al tocarlas no se sentía suave o rugoso. Era una especie de ilusión óptica...
para amedrentar, quizá. Pero ninguno de ellos tenía tiempo para sentir miedo...

        La Señora Gorda se detuvo en el último óleo del pasillo, a unos diez metros de lo que
parecía la entrada. Harry no lo había notado, siguió caminando, pero el resto paró.

- ¿Qué sucede?

La Señora Gorda tembló imperceptiblemente, suspirando acto seguido. - Yo los dejo aquí...
no puedo ir más allá. No me está permitido – explicó, mirando fijamente a Harry esta vez –
Acércate a los pilares de acero lo más que puedas. Procura situarte al centro, donde
pareciera que comienza una cabeza de serpiente, y, con voz fuerte y confiada, pronuncia lo
siguiente: “Ojo de Dragón, sangre de líder, honor y pureza”.

        Harry parpadeó. Miró a los otros: claramente ninguno se ofrecería de voluntario. Pero
estaba bien... quería hacerlo él.
        Giró sobre sus pies y caminó, sin demostrar titubeos, hasta los pilares de acero. Era
una puerta imponente, fría, como si condujera a una antigua bóveda, con dos estatuas de
mármol negro a los costados. Eran dos grandes víboras de cascabel, con sus ojos brillantes
(dos esmeraldas) fijos en aquel que se situara en la entrada. Harry se sintió intimidado,
como si aquellas serpientes estuvieran listas para cobrar vida y atacarlo en cualquier
segundo, pero agitó la cabeza y se obligó a concentrarse. Sus amigos lo esperaban metros
atrás.

        Serio, aunque algo agitado, pronunció las palabras que le había proporcionado la
Señora Gorda. Y esperó, dos, tres, cinco segundos...
        Los largos cuellos estirados de las víboras se retiraron con solemnidad, y apenas se
hubieron erguido lo suficiente, un chirrido metálico recorrió los pilares por algunos segundos.
Francisca Solar

La puerta se abrió al instante siguiente, distinguiendo los faroles aún encendidos de la Sala
Común.

- ¿Quién está ahí?

        Harry se sobresaltó. Reconocería esa voz en cualquier lado... Caminó unos pasos
dentro, subió la escalerilla y se topó con la figura de Draco, algo imponente por las sombras
de las llamas de la chimenea tras él.
        Draco abrió los ojos al máximo, sorprendido, acentuando su mueca de disgusto.

- ¡Potter! – gritó, levantándose de un salto y tirando a un lado el ejemplar de El Profeta que


estaba leyendo junto al fuego - ¡¿Qué diablos haces aquí?! Espera a que el profesor Snape se
entere... ¡la de puntos que...!

- ¡Draco, escúchame! – exclamó Harry, nervioso, dejando a Draco con la frase a la mitad. Él
arrugó la nariz, ofendido – El profesor Snape no hará nada. No... N-No es el momento para
esto. Escúchame, ¿quieres?. Tienes que venir conmigo... todos los prefectos deben venir...

Draco lo envolvió con la mirada, desconfiado. - ¿Ir a dónde...?

Harry suspiró, al borde de la exasperación. Estaba perdiendo tiempo valioso... - ¡No


preguntes! Sólo ven conmigo, ¿está bien? Y despierta a Pansy, ella también debe venir...

Draco volvió a pestañear. Irguió más su postura, frunció los labios y se cruzó de brazos. - ¿Y
si no quiero ir?

        Harry entornó los ojos. Es lo último que iba a soportar.


        Sin aviso, en un par de zancadas limitó el espacio que había entre ellos. Esquivó un
sillón verde de terciopelo, rodeó una rústica mesa de centro y lo encaró, estirando su brazo
hacia él.

- No lo repetiré, Malfoy... ¡Estamos perdiendo tiempo aquí! ¡El profesor Dumbledore nos está
esperando! Una Tareldar fue secuestrada, Voldemort está moviendo sus fuerzas, afuera se
está desatando una guerra, ¡y tú sólo piensas en cómo fastidiarme el día!

        Si es que acaso aquello fuera posible, quizá un rayo habría cruzado de mirada en
mirada, como batiéndose a duelo. Ninguno hizo otro movimiento, pero segundos después de
la última palabra de Harry, los párpados de Malfoy se arquearon de una manera extraña. Por
un momento, Harry creyó que Draco se conmovía... pero no lo pensó demasiado, pues sus
acciones fueron más rápidas que él. Haciendo como si jamás hubiera hablado con un
Gryffindor, giró sobre sus pies, caminó hasta la escalera de caracol a unos metros de la
chimenea, y se perdió piso arriba.

        Harry siguió sus movimientos más confundido que nunca. ¿Lo habría entendido? Quizá
sí... no podía cerrarse a la posibilidad de un milagro. O, tal vez, sólo se había ido a su
habitación, dejándolo ahí parado como un idiota. ¿Sería capaz de eso? Claro, Malfoy es capaz
de cualquier cosa con tal de humillarlo. Mientras él pensaba que estaría avisando a Pansy
para que se levantara, Draco en realidad estaría riéndose a sus espaldas...
        Entonces apretó los puños. Esperaría... no más de un minuto, y luego se iría. Volvería
con sus amigos y se dirigiría directamente donde Dumbledore. No le daría en el gusto. Le
ofrecería el derecho a duda... pero por un tiempo prudente.

        45 segundos. En aquel silencio frío, húmedo, lleno de retratos que lo observaban con
reticencia y pedantería, sólo el crepitar de las llamas lo sostenía en la espera. 30 segundos.
De a poco aceleró su respiración, nervioso, moviendo insistentemente sus dedos dentro de
sus zapatos. 10 segundos. Con la mirada fija en las escaleras, dio un último suspiro de furia.
Malfoy se las pagaría. 5,4,3,2...
        Perfecto, como quiera. Nadie lo necesita.

        Bufando entre dientes, salió de la sala común lo más rápido que pudo, pasando entre
sus amigos como si no existieran, regresando a través del pasillo por el que habían venido.
Hermione y Ron abrieron la boca para protestar, confundidos, pero no atinaron más que a
correr tras él, igual que los otros.
Francisca Solar

- ¡Harry, espera! – gritó Padma, sin entender nada - ¿Dónde está Draco? ¿Y Pansy? ¡No
podemos dejarlos! El profesor Dumbledore querrá que...

- No te alteres, Patil... voy detrás de ti.

        Esta vez no le funcionó el sarcasmo. Aun cuando era su tono habitual, el rostro de
Draco demostraba estar a la altura de la situación: nervioso, preocupado, serio. Acababa de
salir de su sala, y Pansy lo seguía de cerca, restregándose los ojos como si la hubieran
despertado de un largo sueño. Harry volteó al segundo, observó la escena y tragó saliva;
ahora sí que se sentía un completo idiota.

Como nadie se movía, Pansy alzó una ceja. - ¿No se supone que era urgente?
¡Interrumpieron mi sueño por esto! ¡Muévanse!

        Hermione tiró del brazo de Harry, elocuente, y al segundo después ya estaban todos
camino al despacho del Director. Ya sea por su nerviosismo o por el caos mental del que era
preso en aquel momento, el trayecto se le hizo más corto que nunca. De hecho, en pocos
segundos ya estaba frente a la gárgola. Curiosamente, estaba arrimada a un costado, como
si los hubiera estado esperando.
        Sin intercambiar palabras, subieron los escalones de dos en dos, y ya que Harry iba a
la cabecera, no se detuvo a tocar la puerta. Sólo la empujó con los nudillos, dejó que todos
entraran, y luego la cerró tras de sí. Fawkes hizo un suave sonido gutural, estirando su
cuello. Hermione le sonrió.

- Ya era hora... – pronunció Dumbledore, apareciendo tras uno de sus estantes de libros.
Terminaba de colocarse una gruesa túnica púrpura, como si estuviera a punto de salir de
viaje. Algunos se sobresaltaron, pero Harry estaba demasiado agitado como para que le
afectaran esos detalles. Se adelantó al grupo pasando junto a Ernie. Aclaró su garganta.

- Estamos listos, Señor. Haremos lo que sea. Estamos bien preparados, hemos practicado
mucho. Puedo asegurarle que...

- Harry, Harry... – lo detuvo Dumbledore, levantando una mano. Su rostro serio ni se inmutó
– Aún no te he dicho para qué los he llamado.

        Harry apretó los labios, algo ruborizado, y luego asintió, dando un paso hacia atrás.
Ron habló de inmediato, tratando de ayudar.

- Sabemos que todo comenzó, profesor... y queremos participar...

- Y así lo harán – respondió él, moviendo la cabeza – Escúchenme, por que no hay tiempo
qué perder... - Se acercó al grupo, mientras instaba a Fawkes a posarse en su brazo. El
silencio expectante se hizo excesivamente denso de un segundo a otro – La guerra que tanto
temíamos... se ha desatado, y el cielo se tornará oscuro para todos. Por eso, tomaremos
nuevas y mejores medidas... Estoy muy viejo ya para cometer los mismos errores – confesó,
con voz cansada, pero firme. Suspiró, y fijó sus brillantes ojos claros en cada uno de los
prefectos - He activado el hechizo protector del castillo. Eso quiere decir que tienen
exactamente quince minutos para volver a sus salas comunes. Pasado ese plazo de tiempo,
las entradas de sus salas se sellarán y nadie podrá salir de sus torres... – explicó, al tiempo
que Hannah y Padma abrían la boca de impresión – Sólo ustedes saben lo que sucede
afuera... por lo tanto, serán los encargados de transmitirlo a sus respectivas casas cuando
sea el momento, y así evitar que el pánico se propague. En este minuto, no hay lugar más
seguro para todos que sus propias torres de emblema. Y no desactivaré el hechizo hasta que
crea que el peligro ha pasado... – Tragó saliva imperceptiblemente, y Harry pensó que el
Director jamás le había parecido tan anciano como ahora - Voldemort no se atrevería a
atacar el castillo, pero no me arriesgaré, ni los arriesgaré a ustedes. Tal como sucedió hace
20 años, ellos y nosotros estaremos dispuestos a usar cualquier recurso para vencer...
cualquiera...

        Hermione, Pansy, Hannah y Padma asintieron al unísono. Sólo Ernie y Harry abrieron la
boca en forma de reparo. Incluso Draco.
Francisca Solar

- Pero... pero... – balbuceó Harry, estupefacto, algo aturdido por la emoción desvanecida -
¿N-No... no podremos luchar? Es sólo que yo... yo creí...

- Harry, escúchame – lo volvió a interrumpir Dumbledore, esta vez algo más paternal – Ésta
no es la última batalla, no es la ‘tuya’... – dijo, recargando la última palabra con una
elocuencia innecesaria - ...la guerra apenas comienza, y no podemos arriesgarnos a
perderte. Sabes lo que eso significaría. Por ahora, prefiero que te refugies con los demás en
tu torre, y esperes las instrucciones de alguien de la Orden. Nos comunicaremos con ustedes
por polvos Flu si sucede algo importante... – introdujo una mano en el bolsillo de su túnica,
extrajo un brillante reloj dorado, y observó las manecillas – ...sólo tienen 12 minutos. Les
sugiero que se apresuren. ¡Vamos, corran!

        Harry no podía mover ni un músculo, fijo en el rostro imperturbable del Director. Sintió
una impotencia profunda... pero pronto alguien lo tomó del hombro, y lo sacó a tirones del
despacho, mientras el resto se amontonaba para salir. A regañadientes, bajó las escaleras y
pasó junto a la gárgola, la cual se había hecho a un lado instantáneamente.

- ¡No puedo creerlo! – gritó Harry, alterado, zafándose del control de Terry, quien lo tenía
sujeto. Apretó los puños - ¡Lo hizo de nuevo! Quiere que me mantenga al margen, para
protegerme... ¡Estoy harto de que me protejan!

- ¡Harry, por favor, tranquilízate! – exclamó Hermione de vuelta, acercándose a él, pero
Harry no la vio, tomándose la cabeza con las dos manos.

        En aquel exacto segundo, unas voces lo distrajeron. Hablaban de prisa, excitados, al
son del roce de lo que parecían muchas capas. Entonces todos voltearon. Un grupo de
hombres, todos enfundados en un majestuoso pero sutil halo dorado, atravesaban el pasillo
continuo en dirección al vestíbulo. Lo más probable es que quisieran abandonar el castillo...
Harry razonó al segundo: era el grupo que buscaría a Eärendil.

Draco los siguió atentamente con la mirada. - ¿Dijiste... – comenzó a decir, sospechoso, con
la vista fija en el grupo de elfos que se alejaba a paso raudo - ...dijiste que habían
secuestrado a una elfa, no es así?

Harry alzó una ceja, alterado. Simplemente no tenía tiempo para esto. - Sí, Eärendil... –
respondió, vago, casi por inercia - ¡¿Quieren ponerme atención todos?! ¡Esto es serio!

        Pero nadie pareció escucharlo, pues todas las miradas confluyeron en el rubio
Slytherin, y en su espontánea huida pasillo abajo.

- ¡¡Draco!! – gritó Pansy, nerviosa y confundida, viéndolo alejarse hacia los Elfos, quienes ya
habían casi desaparecido tras la esquina - ¡Vuelve aquí!

- ¡Pansy, déjalo! – exclamó Hermione, tan alterada como ella, pero Pansy le devolvió la más
odiosa de las miradas. Temblando, volvió a mirar en dirección hacia donde Draco había
desaparecido, pero no parecía querer esperarlo. Bajando la mirada, y por primera vez
realmente asustada, apretó su túnica contra su pecho y corrió hacia su sala común.

        Por otro lado, y al notar que Pansy se alejaba, Hermione tomó aire, hizo un gesto a
Ernie y a Terry para que se acercaran más, al tiempo que veía su reloj.

- Oh, Dios... ¡sólo tenemos nueve minutos! – se preocupó, tomándose la frente con las
manos. Luego suspiró para calmarse y clavó la vista en sus amigos, seria – Entonces... creo
todos saben qué hacer, ¿no?

        Hannah, Ernie, Padma, Ron y Terry asintieron con vehemencia, igualmente nerviosos y
preocupados. Harry abrió la boca parcialmente, mirándolos como si fueran de otro planeta.

- ¿Hacer? ¡¿Hacer qué?!

Ron curvó sus cejas en un gesto de incredulidad, mutando hacia una cuasi sonrisa. - No
creerás que vamos a perdernos esto... ¿o sí?
Francisca Solar

        El mundo se había detenido. De un segundo a otro, Harry sintió que volvían los colores
a su cara, y no pudo evitar sonreír. Sus amigos, debatiéndose entre el nerviosismo y la
angustia de ir contra el tiempo, le sonrieron de vuelta, y él, sorprendido, nunca los había
visto tan... adultos como ahora.

- ¿Vamos... vamos a pelear? – balbuceó Harry como respuesta, pasmado.

- No hemos practicado tanto para nada... – alegó Padma, quien parecía temblar, pero
mantenía una mirada firme.

        Hermione intentó sonreír, quizá apoyando la opinión de Padma, aunque no pudo más
que tragar saliva y suspirar de nuevo.

- Escúchenme... esto es lo que haremos. Cada cual irá en busca de los de su casa respectiva.
No tenemos tiempo para ir todos juntos a todos los lugares... – Volvió a mirar su reloj: 7
minutos - ¡Dios... corran! Nos veremos en el vestíbulo... ¡No olviden a nadie!

        Mirando a Harry con emoción y elocuencia, cada prefecto se dispersó en direcciones


opuestas y se perdieron tras las esquinas. Y tan rápido como aquella escena, Hermione tomó
la mano de Ron y lo arrastró pasillo abajo.

        Harry apenas podía pensar. Le dolía el estómago. Iban a pelear... de verdad. No más
simulacros. Ya no podría detenerse a explicar por enésima vez la correcta pronunciación de
un hechizo, o a corregir la postura de Collin al intentar un Stupefy... Había llegado la prueba,
la prueba real de una mago real...
        Sin saber cómo, sus pies lo llevaron por inercia hasta su Sala Común. Ron y Hermione,
algo más adelantados, habían gritado a la Señora Gorda la contraseña y entrado raudamente
sin dar mayores explicaciones. Mientras Hermione doblaba a la derecha, entrando con
estrépito en el cuarto de las chicas, Harry seguía a Ron hasta el de chicos.

        Dos minutos más tarde, Ron enrojecía, exasperado, intentando que todos salieran de la
Sala. Neville no había pronunciado palabra; simplemente se había vestido, anonadado, y
había sido el primero en correr al vestíbulo. Así también Ginny, Parvati, Dean y Collin,
quienes con solo oír el nombre “Voldemort” saltaron sobre sus zapatos y corrieron escaleras
abajo. Lo malo fue que, eran tantos los Gryffindors por despertar, que era casi imposible que
aquella misión pasara desapercibida. Muchos otros despertaron con el agitado movimiento de
pijamas, capas y susurros, pero Harry se había encargado de pasar por cada cama
murmurando: “Todo está bien, vuelvan a dormir... práctica nocturna de Quidditch...”.

        No mucho después ya todos, nerviosos, excitados e incapaces de intercambiar largos


comentarios por la falta de aliento, estaban reunidos al centro del vestíbulo. Owen fue el
último en aparecer, ya que se había tropezado en el pasillo con Cho mientras ella intentaba
ponerse su capa. Algo jadeantes, rodearon a Harry en un segundo, ávidos por información e
instrucciones. Aunque fuera de la vista, Harry podía intuir que cada uno, más o menos
intrigados por la batalla, asían fuertemente sus respectivas varitas, estrangulándolas contra
sus puños...

Hermione miró su reloj: tres minutos. - ¿E-Están todos?

        Harry suspiró, y luego comenzó a rodearlos con la mirada, contándolos uno a uno,
cerciorándose de que...
        Ginny lanzó un grito sofocado. Todos saltaron de sus puestos y voltearon hacia ella
(como si sus nervios no estuvieran ya debidamente sobreexcitados), pero no vieron más que
su cabello ondular por la brisa, alejándose del grupo por alcanzar la escalera junto a las
cocinas.

        Harry comprendió en el acto: Theresa. Habían olvidado la casa Slytherin.


        Y no fue el único que entendió. Compartiendo miradas de cuasi pánico, la AD completa
siguió a Ginny en su maratón, aunque varios se detuvieron a medio camino, pasmados ante
la imponencia lúgubre del pasillo de los Slytherin. Por alguna razón, pero más que
beneficiosa, la puerta de la Sala Común estaba abierta de par en par, y Ginny, sin siquiera
detenerse a pensar el porqué de esa anómala situación, corrió dentro y se perdió tras el
resplandor de los faroles.
Francisca Solar

        Hermione, Angelina, Zacharias, Harry, Collin, Justin y otros se detuvieron justo en el


umbral, al borde del ataque de nervios, mientras que Dennis, unos pasos más atrás, clavaba
la mirada en su reloj de pulsera. Suspiró con apremio: un minuto y medio.
        Aunque para todos había pasado tanto tiempo como para cambiar de estación, cuando
apareció un atisbo del cuerpo de Ginny bajando la escalera de caracol, según los cálculos de
Dennis, aún quedaban 40 segundos. Las llamas de los faroles comenzaron a titilar, como si
anunciaran la arremetida de una tormenta. Harry, a lo lejos, divisó la agitación de los
retratos de la sala, intercambiando murmullos a viva voz y escapando (si aquello era posible)
de sus respectivas pinturas. Casi como si viniera de un eco al fondo de su mente, escuchó la
voz de Ron, lejana, provista de eco, apurando a Ginny...

- ¿Oyen eso?

        El tirón de Hermione lo regresó a la realidad. Apuntaba hacia arriba, hacia la cornisa de
las puertas...
        No, nadie oyó nada, pero ya no era necesario. Ante la mirada atónita de la AD, una
capa gelatinosa, transparente, pero rápida como si fuera agua pura, comenzaba a cubrir las
puertas desde el vértice superior, como si intentara cumplir la labor de una barrera
invisible...

        El rostro de Ron fue más que elocuente. Si Ginny y Theresa no se apuraban, quedarían
atrapadas en la sala de Slytherin, y Harry no se lo perdonaría. Era su error... él era el
responsable por la AD, su líder... si algo les pasaba, si quedaban fuera de la batalla por su
culpa, el remordimiento lo perseguiría siempre...
        Reconociendo su propio tono de voz emerger de su garganta, Harry se unió al grito de
Ron, y así, en un par de segundos, toda la AD, angustiada, instaba a Ginny y Theresa a
correr más fuerte. Dennis volvió a mirar su reloj: 20 segundos, mientras, frente al pavor
general, la capa blanquecina avanzaba, incólume, cerrando gran parte del paso...
        Exhausta y nerviosa, Ginny se alojó violentamente en los brazos de su hermano,
impulsada por la velocidad. Acto seguido volteó, jadeante, para ofrecer su último aliento al
apoyo de Theresa, quien se había tropezado con uno de los sillones, cortando su carrera.
Entonces ella, contrayendo su cara en un gesto de angustia, elevó los ojos y calculó
mentalmente los metros faltantes. Dennis gritó. 10 segundos. Hannah ahogó un bufido de
impresión. Theresa se levantó como pudo, algo dolorida, y volvió a andar. Corrió con todas
sus fuerzas por el pasillo, solo debía saltar las escalerillas y llegaría afuera... pero parecía
estar tan lejos... más lejos mientras más corría... La barrera estaba a punto de cerrarse,
como un punto muerto en el umbral, y apenas quedaba sitio para pasar hasta ellos... no lo
lograría...

        Pero, antes de que Harry bajara la mirada, y al tiempo en que Parvati y Alicia tapaban
sos ojos ante un inminente choque con la barrera, Hannah volvió a gritar, pero esta vez -
como Ron pudo cerciorarse minutos después - lo hizo mediante una sonrisa. Sin que ninguno
se lo esperara, y tal como las mejores jugadas que Collin recordara en sus prácticas de
Baseball con su padre, Theresa se lanzó como pudo sobre el suelo de mármol negro,
deslizándose con los brazos hacia adelante... cerró los ojos, empuñó los nudillos, repasando
mentalmente la cuenta regresiva... hasta que topó, en un golpe seco, con algo que al
principio no pudo identificar. Todo a su alrededor se convirtió en silencio. Entonces,
jadeante, permaneció así, con los ojos cerrados, comenzando a llorar por la impotencia. No
lo había logrado... había chocado con la barrera gelatinosa, había perdido la oportunidad de..

- ¿Theresa...? ¡¿Theresa, estás bien?!

        El corazón se alojó en su garganta sólo por el susto. Abriendo los ojos con estrépito,
divisó a unos centímetros de su cara el rostro preocupado de Ernie, en cuclillas junto a ella, y
más atrás, se asomaban Owen, Dean, Padma, Anthony y Ginny. Y no cupo en sí de tanta
felicidad. En un acto reflejo, abrazó a Ernie por el cuello, estallando en carcajadas nerviosas.
Ernie se ruborizó notoriamente, pero pronto el resto se unió a la risa, la que, sin embargo,
no duró más allá de unos segundos, mientras la barrera titilaba y destellaba suavemente a
sus espaldas. Ya todas las torres estaban selladas. Pronto la sombra de la angustia volvió a
caer sobre ellos, intercambiando miradas de reticencia, y encauzándolas luego hacia Harry,
quien no había perdido la semisonrisa en su rostro tenso, atento.
Francisca Solar

- ¿Estás bien? – le preguntó a Theresa, acercándose. Ella asintió levemente, levantándose


con la ayuda de Ernie. Tenía un feo rasmillón en una de sus rodillas, pero no alcanzó a
cojear.

- Entonces... – comenzó a decir Zacharias, con la voz entrecortada. Todos lo miraron,


esperando que, aquello que dijera, representara la única idea que se alojaba en sus mentes -
...¿ahora qué, Harry?

        Harry suspiró, profundo. Se detuvo unos segundos en el rostro de cada uno de sus
amigos, y luego, tras un nuevo suspiro, sacó la varita del bolsillo de su túnica. La miró un
momento, la rozó con los dedos, y elevó los ojos.

- No más práctica, Zach – respondió por fin, seguro y firme. Hermione sonrió medianamente
ante la postura fuerte de Harry. El resto aguantó la respiración, llevando sus manos, casi por
inercia, hacia sus respectivas varitas guardadas bajo sus túnicas. Varios, incluso, intentaron
sonreír ante el desafío – No más simulacros... ahora es de verdad. La Orden nos espera. En
marcha... Armada Dumbledore.
Francisca Solar

Cap. XXIX: El Engaño del Imagofraus (The Imagofraus Trap)

        Con paso sigiloso y sin compartir más que sus respiraciones aceleradas, la AD en pleno
se encaminó pronto hacia el vestíbulo, siguiendo los movimientos de Harry. Su estómago se
encogía por los nervios; casi podía escuchar los murmullos de cientos de asustados
estudiantes, atrapados en sus torres, tratando de entender porqué las puertas estaban
selladas... Pero más allá de considerarlo algo quejumbroso, esto de estar riesgosamente
afuera, lo llenaba de una nueva vitalidad. Iban a pelear... era lo único que le importaba.

- Muy bien, escúchenme todos – dijo fuertemente, apenas hubieron alcanzado la mitad del
vestíbulo. Los que estaban más cerca se detuvieron en el acto, y los de más atrás, algo
rezagados, apuraron la marcha para oír las instrucciones – Nuestro destino se llama Pequeño
Hangleton. Es un pueblo no muy lejos de aquí... parece que está abandonado. Yo estuve
ahí... – hizo una pausa larga, mirando hacia sus zapatos. Una amargura honda entristeció
sus palabras - ...en cuarto año, luego del Torneo de los Tres Magos.

        Nadie dijo nada. Todos suponían lo doloroso que era para Harry revivir aquel momento.
Entonces, apareciendo como un brusco rompe-hielos, se escuchó la voz de Zacharias.

- ¿Y cómo llegaremos allá?

Antes de que Harry se tomara un tiempo para pensar, Ginny se adelantó. - Threstrals, claro.
Nos fueron de gran ayuda el año pasado.

        Harry abrió la boca para hacer algún tipo de comentario, pero no encontró nada
coherente qué decir. Ginny había sido más que atinada. Era una idea excelente. Asintió hacia
ella y le sonrió. Ginny le devolvió la sonrisa, pero justo cuando comenzaría a relatarles el
siguiente movimiento, divisó por el rabillo del ojo dos siluetas en la escalera más alejada, lo
que lo perturbó por un momento. Aunque, concentrándose, los reconoció al instante: Sirius y
Remus intentaban bajar hacia las mazmorras.

- ¿Están cerca de la cabaña de Hagrid, no? – pensó Susan en voz alta, siguiendo la
conversación con Ginny, mientras algunos a su alrededor asentían – Los vimos en clase hace
tiempo. Si nos adentramos un poco en el bosque los encontraremos...

        Harry asintió, simulando que estaba sumamente concentrado en el tema; sin embargo,
la realidad era otra. Desde aquella esquina, Remus divisó al grupo, y sin detenerse a
cuestionar la presencia de un montón de “niños” en el vestíbulo, hizo a Harry un gesto para
que se acercara. Él titubeó. ¿Les diría que regresaran a sus torres... que eran muy jóvenes
para pelear? No, no estaba dispuesto a escuchar algo semejante. Por un segundo, Harry
creyó que era mejor simplemente ignorar a Remus, hacer como si no lo hubiera visto,
coordinar rápidamente los movimientos de la AD y salir del castillo cuanto antes. Pero justo
en aquel momento en el que le daría la espalda y seguiría su discurso, Sirius apareció en
escena. Remus le había advertido de la presencia de Harry, y así, acto seguido, fue también
él quien lo instó, callado y muy elocuente, a acercarse a ellos.
        Entonces supo que no podría resistirse. Ellos estaban ahí, esperándolos... pero sólo a
él. Sólo lo llamaban a él. Nadie más se había percatado de los dos adultos, lo que le daba a
Harry la opción propicia para salirse con la suya... sin lastimar – o al menos eso creía – a
ninguna de las partes.

Raudo, tomó el hombro de Ginny. Ella dejó de hablar. - Me parece una excelente idea.
Usémosla – sentenció, tan rápido que sentía que se ahogaba con las palabras – Luna,
Neville... como ustedes son los únicos capaces de ver a los Threstrals, comandarán al grupo.
Owen, tú los asistirás. Hermione, si es necesario, crea la ilusión del cadáver de algún animal
para atraerlos... – Ella asintió. Harry hizo una pausa, suspiró, chequeó de reojo que Sirius y
Francisca Solar

Remus no se hubieran movido, y volvió los ojos hacia la AD – Buena suerte a todos.
¡Andando!

- ¿Pero qué dices? – lo interrumpió Ron, abriendo los ojos al máximo. Padma y Dean
también habían puesto cara de interrogación – Tú eres el líder, tú debes comandar. ¿A dónde
crees que vas?

- Ron, por favor, no discutas... Hay algo importante que debo hacer – Dirigió su voz
nuevamente hacia el grupo, quienes ya se apostaban frente a las puertas de roble – Como
siempre, confío en el proceder de todos. Están bien preparados... nunca desistan. Nos
veremos en Pequeño Hangleton.

        La mayoría estaba acostumbrada a no discutir. Harry siempre se guardaba cosas...


siempre mantenía un halo de misterio, para bien o para mal. Además, era la oportunidad
única para demostrar que valían por sí solos, sin la necesidad de que alguien estuviera
corrigiendo sus posturas o la forma de pronunciar los hechizos. Saldrían al mundo real, por
su propia cuenta...

        Hermione tomó a Ron del brazo y lo obligó a caminar hacia la salida, mientras, tenue,
le guiñaba un ojo a Harry. Él ni siquiera se sobresaltó; intuía que tal vez ella ya habría visto
a Remus en las escaleras, pero, también quizá por las mismas razones que él, no había
compartido la información con el grupo. Gracias a Dios, su sensatez primaba.

        Esperó a que el último desapareciera tras la puerta para correr hacia Remus. Él y Sirius
compartían miradas muy serias, casi exasperantes, como si llevaran horas metidos en la fila
interminable de un banco estatal.

- Lo siento, Remus... es inútil – murmuró Harry al llegar, tragando saliva y levantando las
manos, impidiendo que Lupin abriera la boca. Había regresado a su antiguo nerviosismo
- ...ya no hay nada que puedas hacer. Los he enviado. Vamos a pelear, no importa lo que
ustedes digan. Esta guerra es de todos... pero por sobre todo, es de aquellos que más
hemos perdido.

Lupin suspiró y, un segundo después, esbozó una sonrisa media, lo que descolocó a Harry. -
Lo sé... y aunque tengo mis reparos al respecto, no pretendo impedir que luchen por algo
que es tan suyo como nuestro. Si bien preferiría protegerlos que darlos en bandeja a un
puñado de mortífagos, ya sabíamos que harían lo posible por escabullirse... Algo así hicimos
nosotros a su edad, ¿no, Sirius?

Sirius asintió, aunque no sin menos preocupación. - Pero no te llamábamos para coartar a tu
Armada, Harry... – corrigió Sirius, evidenciando ahora en algo su exaltación – Debemos
regresar con el resto a Pequeño Hangleton, pero antes... – apuntó hacia el subterráneo,
suspirando - ...creo que Peter querrá dar un último paseo por el Ministerio de Magia.

        El corazón de Harry se detuvo, por segunda vez en pocas horas. ¿Cómo había podido
olvidarlo? En términos inmediatos, había algo más importante que la batalla con Voldemort...
Era una batalla interna, sólo entre él y sus fantasmas, entre su yo y sus anhelos. Sin
necesidad de varita, iría a enfrentarse a un velo... y a reclamarle lo que le habían negado...

- ¿L-Lo haremos... ahora? – preguntó, aún debatiéndose entre la emoción y la estupefacción.

Sirius asintió. - No tendremos otra oportunidad... es ahora o nunca. No se puede avisar a


Griselda sin que el propio Fudge se entere de todo... Es probable de que ya esté moviendo
sus hilos, y como el blanco ya no es el Departamento de Misterios, creo sospechar que nunca
estará más desierto que ahora.

        Harry dudó, pero volvió a asentir. Remus permanecía quieto, apoyado en la baranda
sin deseo de dar sus opiniones, pero respiraba agitadamente y no dejaba de arrugar un
extremo de su capa con el puño. Más que nervioso, Harry lo notó distante... quizá
contrariado.

- Esperen aquí – dijo Sirius, tomando el hombro de Remus – Yo lo traeré. Grawp se alterará
si nos ve a los tres.
Francisca Solar

        Harry y Remus asintieron débilmente, mientras Sirius giraba sobre sus pies y se perdía
en la oscuridad de las mazmorras. Sólo entonces Harry se sintió en la libertad de preguntar.

- ¿Remus? – Él lo miró, quizá intuyendo la pregunta que vendría después – Estás muy
inquieto. ¿Te sientes bien? Si es por esto... bueno, sé que no estás de acuerdo, pero espero
que todo pase tal cual lo...

- Estoy... inquieto, sí – lo interrumpió, suave, y Harry se detuvo de golpe - ...pero no quiero


abrumarte con mis dudas – respondió, más serio de lo que Harry hubiera esperado. Él
levantó una ceja, confuso, y lo instó para que hablara. Ya estaba harto de secretos. Lupin
asintió, algo resignado a evidenciarse. Miró hacia las mazmorras, tal vez asegurándose de
que Sirius aún no regresara, y volvió los ojos hacia Harry – Es verdad, sabes que nunca
apoyé cien por ciento lo que ustedes dos pretenden hacer... Es muy peligroso, sin nombrar lo
voluble. Nada les asegura que lo conseguirán. Sin embargo, y ya que te has decidido, tú y
Sirius saben que siempre podrán contar conmigo... – Bajó la mirada un segundo, y suspiró –
Pero es sólo que... bueno, sólo desearía tener más “Peters”, ¿sabes?.

Harry alzó la otra ceja. - ¿A qué te refieres?

Remus volvió a suspirar, sin estar muy seguro de lo que iba a decir. - Hay tanta gente tras
ese velo, Harry... tantos que lucharon y perecieron en batalla. Tantos padres, hijos,
hermanos, amigos... y somos tantos los que, aquí afuera, los recordamos y añoramos. ¿Me
entiendes ahora? Sólo me siento... melancólico, eso es. Me gustaría poder traer de vuelta a
muchos más.

        Harry no tuvo necesidad de asentir. Lupin sabía muy bien qué pasaba por la cabeza de
su casi-ahijado. Había aprendido a conocerlo muy bien. Y no se equivocaba: Harry llevó una
mano a su estómago, adolorido. En un flash eterno, pasó por su mente un montón de
imágenes... Los padres de Susan... Los McKinnons, la madre de Luna... Todos aquellos
rostros en la fotografía de Moody que aún no podía identificar... Todos, todos ellos, muertos
hace tanto... y, quizá, con cierta esperanza, aguardaban sentados tras el velo, esperando el
momento de salir, de su rescate...
        Desvió la mirada hacia sus zapatos. Un horrible nudo se había alojado en su garganta.
Sentía lástima, por todos, por sus amigos, por él mismo. Y peor aún: sentía una mezcla de
reticencia y rabia, por tener en sus manos la posibilidad de traer a su padre. ¿No querría
hacer lo mismo Susan, o Luna? ¿No querrían ellas también volver a abrazar a los suyos?
Luna había escuchado a su madre tras el velo, lo recordaba bien...
        De pronto, la culpabilidad comenzó a ahogarlo. Él, el niño-que-vivió, el bendito Potter,
el siempre privilegiado y protegido por todos, ahora era el único con las armas para volver a
la vida a un ser querido...

- Harry, por favor... sé lo que piensas – se apresuró a decir Lupin, depositando una mano en
su hombro, inclinando la cabeza para hablarle de cerca – Todo sucede por una razón, y
nunca... escúchame, nunca debes culparte por las oportunidades que se te presentan. Da
gracias por tu suerte, y piensa en esto: lo realmente importante es que aquello que se te da,
lo uses con la suficiente sabiduría como para no arrepentirte...

        Harry elevó la mirada, evadiendo su pena por un segundo, y entonces dilucidó en el


rostro de Remus un gesto particular. ¿Qué intentaba decirle? ¿Tenía que ver con su
padre? ...
        Pero no tuvo tiempo de preguntar. Pronto escucharon pasos, haciendo eco en las
paredes.

- Grawp esperará por Hagrid – dijo Sirius apenas subió las escaleras. Traía a Peter con el
conjuro levitador, debidamente amenazado con su varita, aunque era casi innecesario:
Colagusano estaba encadenado de pies y manos con gruesas cadenas, seguramente
encantadas, y él, así como solía comportarse desde que llegó a Hogwarts, no emitía sonido.
Su mirada se perdía en algún lugar del horizonte, y su gesto no era de terror ni de alegría.
No era nada, como si el encierro le hubiera quitado todo signo de humanidad - ...aunque le
dije que saliera del castillo por la puerta norte de las mazmorras. No puede perder tiempo,
Golgomath debe venir en camino.
Francisca Solar

- ¡Gigantes! – exclamó Harry, boquiabierto, mientras Remus asentía.

- Grawp y Hagrid han estado en eso... estableciendo relaciones diplomáticas, por así decirlo.
Sabemos que Golgomath y su tribu se unieron a Lord Voldemort, pero lo realmente
sorprendente fue cuando recibimos la visita de algunos rezagados... buscando a Hagrid. Al
parecer no estaban a gusto con su nuevo Gurg y decidieron escapar. Se han estado
escondiendo en el Bosque Prohibido desde entonces.

Harry sonrió, esperanzado. - ¿Y se unirán a nosotros? ¿Nos ayudarán?

- Es algo complicado – intervino Sirius, apoyando su varita sobre el escaso cabello de Peter,
casi divertido – Los Gigantes tienen sus propias tradiciones, sus propias leyes. Sin importar
los motivos, jamás se involucrarían en una lucha de humanos, pero sí en una con los de su
raza. Claro que pelearán, están de nuestro lado, pero será una especie de... guerra privada.
Gigantes contra Gigantes. Sólo esperemos que el Bosque no termine hecho añicos... el viejo
Snape no podría con la tristeza de perder al Sauce Boxeador.

        Colagusano pareció sonreír, y Remus gruñó acto seguido. No le gustaba aquella escena
para nada, y aunque había intentado advertirle a Sirius que la rata algo estaría tramando, él
seguía sin escuchar. Estaba cegado por la idea de traer a James de vuelta, y aunque
entendía eso, le reprochaba que no se mantuviera alerta... conscientemente alerta...

        Bufando de nuevo, aunque no lo suficientemente patente como para que Sirius lo


advirtiera, sacó la voz.

- Vamos, rápido. Libertes nos espera en la sala de Defensa.

        Harry abrió parcialmente la boca, apresurando el paso para situarse junto a Sirius. Se
veía nervioso, pero feliz. No dejaba de enterarse de cosas nuevas.

- ¿El profesor Pittycarp...? Pero, no entiendo... ¿qué tiene que ver él con “nuestro” asunto?

Sirius respondió sin voltear. - Lunático conoce la historia mejor que yo, ¿no, mi amigo?

        Remus hizo una mueca de complicidad. Luego observó a Harry, mientras subían un
último peldaño y esperaban, quietos, a que la escalera cambiara totalmente de posición.

- Hice mis averiguaciones, y luego él mismo las confirmó. Libertes trabajó mucho tiempo
para el Ministerio, y hace poco lo habían ascendido a la Comisión de Aurores. Incluso estuvo
en el grupo de búsqueda de Sirius, tres años atrás. Pero después del escándalo del año
pasado, del bochorno que pasó Fudge por negar el retorno de Voldemort, como ya sabes
mucha gente abandonó sus oficinas, y Libertes estaba entre ellos. En aquel momento,
Dumbledore le pidió a Arthur una lista de quienes dimitieron, pensando en que alguno de
ellos podía ser un buen profesor de Defensa... y que, por supuesto, su conexión con el
Ministerio podría llegar a sernos útil... Bueno, hoy lo será para nosotros...

- Dumbledore conoce bien su negocio – sonrió Sirius, aunque apagó muy pronto su gesto,
acercando su varita al rostro de Peter.

Remus sonrió forzadamente. - ...pero el Director jamás predijo esto, claro. No sabía que
saldrías del velo y regresarías conociendo la manera de burlarlo... – le habló a Sirius,
mientras él suspiraba, entre orgulloso y nervioso. Entonces Lupin volvió la vista a Harry –
Cualquier persona del Ministerio puede regresar a su respectiva oficina sin usar siquiera un
traslador, aunque se encuentre a kilómetros de distancia. Basta cruzar un óleo encantado y
pronunciar un hechizo específico, que sólo ellos conocen, y que por seguridad, a su vez, sólo
funcionará si se realiza con sus varitas. Aunque, por supuesto, este tipo de transporte se
utiliza únicamente en situaciones muy puntuales, de urgencia...

-...como ahora – dijo Sirius, terminando la frase.

        Harry estaba de acuerdo. No encontrarían un mejor momento para hacerlo, y mientras


antes, mucho mejor... Su rostro, que conservaba aún la suavidad de la niñez, se contrajo
unos momentos, preso de una nueva emoción. Vería a su padre... en nombre de todos los
Francisca Solar

padres a los que le gustaría salvar. Lo abrazaría y lo miraría a los ojos, para comprobar por
él mismo aquel parecido que a tantos asombra...

        Cuando abandonó sus pensamientos ya se habían detenido en las puertas del salón de
Defensa Contra las Artes Oscuras. Ahí, al costado derecho, un hombre esperaba, con la
mirada perdida en los numerosos óleos colgados de las paredes, pero al escuchar los pasos,
no demoró en llegar hasta ellos.

- ¡Vamos, dense prisa! – exclamó Libertes Pittycarp en voz baja, manteniendo la mirada de
Harry un momento más de lo normal. Remus le tomó el hombro por una milésima de
segundo, como si le advirtiera que no fuera indiscreto. Y así, con la misma velocidad, giró el
rostro y entró al salón, seguido de Sirius y Peter. Remus instó a Harry a caminar.

        No intercambiaron muchas palabras. Atravesaron la sala en silencio, interrumpido solo


por el leve tintineo de las cadenas de Peter. Apenas se podía distinguir quién estaba más
nervioso... quién estaba más preocupado, ansioso por el futuro inmediato.
        Tras la pizarra, destacaba una antigua pintura que Harry no había visto jamás. Era el
retrato de un hombre corpulento y barbudo, que no dejaba de fruncir el ceño y asir
fuertemente un extraño garrote. Lo acompañaban dos duendes malhumorados, mostrando
sus dientes amarillentos ya algo filudos. Si bien a la vista no era nada agradable, Harry
pareció ser el único en hacer una mueca de disgusto; los otros tres, sin inmutarse siquiera,
se irguieron frente al retrato y esperaron. Libertes, con cierta solemnidad, extrajo su varita y
apuntó hacia el grandulón.

- ¡Pise porta Upurgeo!

        Un rayo azul salió de la punta de la varita y cubrió todo el gran óleo en cuestión de
segundos. El tipo del garrote pareció tranquilizarse; incluso bajó el arma, dejando que sus
brazos cayeran hacia los costados. Los duendes, por su parte, dejaron de mostrar sus
dientes y se sentaron, algo reticentes, en el poco de césped bajo sus pies. No habían
adquirido gestos amables, pero al menos dejaban un momento la hostilidad. Era como si
esperaran...

        Entonces, tras un gesto de cabeza de Sirius, Lupin tomó el brazo de Harry. Él sabía qué
hacer, pero jamás había realizado algo semejante... Y aun así, ni lo pensó. Cerró los ojos y
dejó que Lupin lo llevara... Sintió como si una aspiradora gigante lo tragara, arrastrándolo
hacia algo desconocido... Aquel extraño vértigo le dio cosquillas, y para cuando abrió los
ojos, sus dos pies habían tocado tierra en otro lugar, bastante distinto al salón de Defensa
Contra las Artes Oscuras. Miró hacia los lados, asegurándose que sus acompañantes
siguieran junto a él, y, con alivio, descubrió la sonrisa aventurera de Sirius a su derecha.
Harry le sonrió de vuelta, algo atontado, y entonces reparó en su entorno. Estaban en un
pasillo largo, muy oscuro, aun cuando cada ciertos metros se alzaba un pequeño farol de
aceite, levitando cerca de los muros de concreto. Fijó los ojos en la punta remota, y creyó
reconocer el pasillo que lo llevaba hasta la sala de juicios...
        Un pequeño escalofríos lo estremeció. No quería recordar aquel nefasto episodio, ni
mucho menos la altanera figura de Fudge apuntándolo como un delincuente. En cambio,
volvió a concentrarse en el fondo del pasillo... aquel símil a un túnel interminable de
puertas... puertas con las que soñó tantas veces, y que se convirtieron en su pesadilla,
llevando a Sirius a su muerte...

        Pero ahora Sirius estaba ahí, junto a él. “Y aunque no estuviera aquí, jamás estarás
solo, Harry” le había dicho, y él, embobado, había sonreído hacia su padrino. Al igual como lo
hacía ahora, aguardando sus instrucciones. Su cabello negro apenas se distinguía entre la
penumbra.

- Volveré con Arthur para cerciorarme de que no haya tenido problemas para comunicarse
con Griselda – sugirió Libertes rápidamente, al tiempo que Remus asentía. Sus ojos brillaron
a la luz tenue de un farol cercano - ...y veré si consigo la ayuda de un par de aurores de la
academia. No podemos descansar sólo en el poder de los Elfos...

- Claro que no, y te lo agradecemos, Libertes – dijo Sirius, estrechándole la mano – Buena
suerte...
Francisca Solar

- Ustedes la necesitarán más que yo – opinó Pittycarp, suspirando, mirando a Harry de reojo.
Él asintió, tragando saliva, dejando que sus ojos recorrieran la figura impasible de Peter
Pettigrew. ¿Por qué estaría tan resignado a su muerte? ¿Lo habría expulsado Voldemort de
su lado...?

        No esperaron mucho más. En un par de segundos, Libertes volvió a cruzar la pintura
(los duendes se hicieron a un lado para dejarlo pasar), y en un chasquido, desapareció.
Entonces Sirius comenzó a avanzar, y Harry apuró el paso.
        No pudo dejar de recordar al Sr. Weasley. Aquel sueño el año pasado, violento y
tormentoso, había sido tan aterradoramente real que jamás lograría olvidarlo del todo.
Estaba seguro. Justo pasaban por ahí en ese momento... justo fuera de la entrada del
Departamento de Misterios donde, un año atrás, Arthur Weasley había sido mordido por una
serpiente, acercándolo a la muerte...

- Tú sabes cómo llegar, ¿no, Harry? – preguntó Remus, al tiempo que cruzaban la primera
puerta. El silencio sepulcral era elocuente; el humano más cercano estaría a kilómetros de
distancia.

Harry dudó. Aquella vez habían llegado casi por casualidad a la sala del Arco... - No te
preocupes – se apresuró a decir Sirius, apretando las cadenas de Peter un poco más sólo con
un leve movimiento de varita – Yo sé el camino. Lo atravesé de regreso hace sólo unos
pocos meses...

        Lupin movió la cabeza, dejándolo que avanzara. El pasillo, como Harry ya sabía, llevaba
a un salón circular con muchas puertas a su alrededor. Apenas se detuvieron al centro, las
puertas giraron, y al detenerse, Sirius frunció el ceño. Al parecer escudriñaba cada una de
ellas, buscando algún indicio...

- ¡Velo de Hades! – gritó de repente, sobresaltando a su ahijado. Y así, para su sorpresa, la


sala volvió a girar, deteniéndose unos segundos después. La puerta que quedó frente a
Sirius se abrió lentamente, como invitándolos a entrar.

- ¡¿Cómo hiciste eso?! – exclamó Harry, anonadado, caminado tras su padrino por la puerta
señalada. Sirius sonrió a medias.

- Hermione me dio el truco. El año pasado, cuando estuvieron aquí, me dijo que lo había
descubierto por casualidad...

        Harry no hizo más comentarios. No eran necesarios, en realidad. Su objeto de centro


era otro, y prefería no desconcentrarse. Ya estaba lo suficientemente nervioso como para,
además, traer a su mente batallas anteriores. Tenía que ser fuerte. Aquellos episodios eran
eso: pasado, y no podría hacer nada por eso. Debía mirar adelante... sólo adelante.

        Y Sirius parecía haber leído su pensamiento. Doblaron en la primera esquina y, con un
leve golpe de sus nudillos, empujó la puerta frente a sí, dejando ver entre una suave
neblina, una serie de escalinatas de piedra, bastante conocidas para todos, salvo para Peter.
Y ahí, al final de la sala, recóndita pero imponente, envuelta en un extraño halo solitario, un
arco igualmente hecho de piedra destacaba en mitad de la pared. Inconfundible, un velo
semi transparente, como una cortina vieja y rasgada, bailaba a causa de una brisa casi
inexistente. Era imposible ver en su interior.

        Tanto Remus como Harry permanecieron hipnotizados, admirando aquella mediana


construcción con una suerte de repulsión y fascinación. Harry volvió a tragar saliva, mientras
Remus suspiraba, nervioso, como si sintiera que, de un minuto a otro, todo se les escaparía
de las manos. Sirius, en cambio, avanzó con paso firme, desafiante. Obligó a Peter a bajar
los escalones con rapidez, pero apenas estuvo a unos metros del Arco, se detuvo, prudente.
Sus ojos observaron el vaivén del velo, por primera vez denotando evidentemente su
nerviosismo, y a la vez, su respeto por aquella pieza de arquitectura tan misteriosa y
amedrentadora.
        Remus se acercó pronto a Sirius, y Harry bajó los escalones tras él, pero se detuvo a
distancia. De algún modo, podía entender el súbito temor del que su padrino era preso.
Remus le golpeó la espalda fraternalmente y hablaron algo en voz baja. Harry esperó,
paciente, a que voltearan y advirtieran su presencia... mientras, casi por inercia, sin que
Francisca Solar

pusiera evitarlo, las imágenes de la batalla acaecida en ese mismo lugar lo atormentaron.
Pero recordó la valentía de Neville, y sonrió débilmente un segundo. Sus amigos habían dado
lo mejor de sí aquella vez, sobre todo él, pensando siempre en vengar y honrar a sus
padres... Harry recordó San Mungo’s, las baldosas blancas adheridas a las paredes, un hedor
extraño parecido al éter y los Longbottom, Frank y Alice, perdidos en algún rincón de sus
mentes agobiadas y torturadas... Frank y Alice, los padres de Neville, internados por
insanidad... La guerra, la guerra de ese entonces... los Bones muertos... los McKinnons, los
Prewett... tantos inocentes...

        En un segundo en el que creyó que había caído desde un edificio de diez pisos, su
garganta se cerró de golpe y su estómago dio un vuelco. Remus volvió el rostro y lo observó,
fijo, durante más tiempo del que Harry habría querido. Sus ojos se secaron, gélidos. Lo había
entendido. Por fin, había entendido lo que Remus intentaba decirle, lo que había intentado
explicarle desde la tangente hace tanto tiempo...
        Tembló. Con desesperación, aguantó las lágrimas que se agolparon en sus ojos, así
como sus náuseas. Y entonces giró el rostro hacia Sirius, desconsolado. Su gesto era
nervioso, impaciente, como si le hubiera repetido cien veces la misma frase.

- El conjuro, Harry... – volvió a decir Sirius, suspirando esta vez - Remus está
extendiéndotelo.

        Sintiéndose totalmente perdido, como si no supiera cómo había llegado hasta ahí, fijó
la vista en Remus, quien, efectivamente, le ofrecía un pequeño libro de tapa de terciopelo,
abierto en una página marcada con un delgado lazo rojizo. Él lo tomó, con el pulso
acelerado, volviendo a intercambiar una mirada con Remus, quien arqueó una ceja,
extrañado, para luego abrir los ojos al máximo. Harry dejó rodar una lágrima sobre su
mejilla, disimulándola con tanta rapidez que Sirius no alcanzó a advertirla. Remus asintió
levemente, consciente de lo que estaba sucediendo, y él mismo cambió su gesto a uno de
abatimiento. ¿Cómo se lo dirían a Sirius...?

- S-Siriu-u-s... – comienza a decir Harry, ahogado con su propia tristeza, pero su padrino
ahora le daba la espalda, nuevamente hipnotizado por el velo.

- No te preocupes, Harry. Todo saldrá bien... – le respondió sin voltear, sin dejarlo terminar
la frase – Lee el conjuro, vamos. Hay que abrir este arco del infierno...

        Harry buscó los ojos de Remus, angustiado, pero él movió la cabeza, instándolo a leer.
Todo acabaría pronto...
        Harry respiró profundo, dejando escapar otra lágrima que Sirius no advirtió. Dio un par
de pasos hacia adelante, ubicándose en mejor posición frente al velo, apenas a unos
centímetros de su padrino, y enfocó las letras de trazos finos, por un momento algo
confusas. Estaba escrito en latín... No sabía exactamente qué es lo que diría a continuación,
pero le importó muy poco. Ya no le importaba nada, nada... por lo que, con la voz
entrecortada pero intentando la máxima proyección, leyó:

        “Modo tantum mane persona adusque videre mane Orcus facies,


            posse tornare ad vocare mane, ac rogare pax.
            Modo tantum mane persona adusque fagus cadere vir,
            potui adiuvare vir manus, ac levare vir.
            Orcus porta, ¡libervir persona ad ego dicere!”

        El primer haz de luz lo cegó, haciéndolo retroceder un paso. Era como si aquel velo
hubiera perdido su materialidad, espectral, dejando pasar tal cantidad de luz como si entre
sus fauces alojara al mismísimo sol. En aquel segundo, la sala se llenó de un vago pero
ensordecedor sonido, anunciando una especie de tornado. Y no estaba lejos; una corriente
de viento tibio a gran velocidad los rodeó en un segundo, revolviendo sus cabellos y sus
capas. Lupin también retrocedió, algo asustado, pero Sirius se mantuvo firme, desafiando al
viento con su postura, dejando que azotara su cabello a destajo. A Harry le pareció que todo
aquello era una muestra del enojo del Arco, de su repudio por su osadía, pero no tuvo
tiempo de decir nada. Sirius tuvo que gritar para que pudieran escucharlo.

- ¡¡Manténganse a distancia, puede ser peligroso!!


Francisca Solar

        Harry se protegió del siguiente haz de luz con su brazo derecho pero, contrario a lo
había pensado al principio, aquel no provenía del Velo de Hades. Incluso Sirius, quien ya se
había inclinado para tomar a Peter y encaminarlo hacia su final, hizo un gesto de terror ante
el nuevo relámpago, ajeno a la construcción a sus espaldas.

- ¡¡Harry, abajo!!

        El tercer Stupefy casi pega a Remus en mitad del pecho, pero él fue más rápido y se
lanzó al suelo, estrepitoso, a un lado de Harry. Por inercia, confundido y aturdido por el
rumor del viento que no dejaba recorrer con su zumbido cada esquina de la sala, protegió su
cabeza con los dos brazos, al tiempo que Remus sacaba su varita y respondía a sus
atacantes. La puerta del costado se había cerrado con estruendo, y dos siluetas negras
corrían hacia ellos. Sirius, desde atrás, logró darle a uno de los mortífagos, pero no fue
suficiente para abatirlo. Eran grandes y fuertes, pero antes de que Harry quisiera sacar su
varita y hacerles frente como fuera, Remus se paró de golpe y gritó, imponente: ¡Lazo
protego!

        Un rayo amarillo casi sólido se desprendió de la varita, atravesando los metros de sala
que separaban a Remus de los mortífagos, y con una agilidad que Harry no habría creído
posible, los envolvió como rollos de papel y los amarró, fuertemente, inmovilizándolos. Sus
varitas cayeron al suelo, y Remus, arrugando la frente en señal de un gran esfuerzo, tomó
su propia varita con las dos manos, forcejeando, dispuesto a no dejar escapar a los aliados
de Voldemort de su soga de luz.
        Harry se levantó al instante, jadeando, poniendo un brazo frente a sí para poder
avanzar entre el viento. Aquello le recordaba su pelea frente al mismo Voldemort, unidos por
el conjuro Prior Incantato... Se acercaría como fuera a Remus, pero él le lanzó una mirada
reprobante. “¡¡Harry, no te acerques!!” le advirtió, y él no dio un paso más.

- ¡¿Qué hacen aquí, mal nacidos?!! – les gritó Sirius, visiblemente iracundo, agitando su
puño de nudillos blancos, perdiéndose su rostro a ratos por el danzar inacabable de su
cabello. No podía moverse de su sitio, pues no se arriesgaría a darle a Peter la posibilidad de
escapar. Harry nunca lo había visto así.

        Rabastan Lestrange esbozó una sonrisa irónica, sacudiéndose en vano para zafarse del
lazo de Lupin. Remus tiró con más fuerza, curvando sus labios en un gesto de asco.

- Eres tan predecible, Black... ¡Eres un inútil! Un bast... ¡AARRGGH!

        Remus elevó los brazos y, en aquel brusco movimiento, estranguló un buen tanto más
a los hermanos Lestrange, haciendo que escupieran gritos de dolor que apenas se oían,
mezclándose con el zumbido eterno del viento a su alrededor. Harry no podía divisar bien a
Remus, en parte por la luz cegadora del velo, en parte por la brisa, en parte por esconderse
a ratos tras su túnica que se agitaba sin parar. Y el viento le tapaba los oídos,
entumeciéndolo...

- ¡¡Protego extente!! – gritó Remus, y un segundo después la soga que unía su varita con los
cuerpos algo amoratados de los hermanos Lestrange, se tensó mediante una suerte de carga
eléctrica, golpeando a los dos mortífagos, haciendo que gritaran esta vez más alto que
nunca, y dejando a uno de ellos al borde del desmayo. Además, la sobrecarga construía una
especie de barrera entre los mortífagos y el Arco, en caso de que lograran librarse del
hechizo de Lupin. Harry no podía verlo, pero la frente de Remus estaba empapada en sudor -
¡¡Sirius, apresúrate!! ¡¡No sé cuanto más pueda resistir!!

        Sirius asintió, volviendo el rostro hacia Peter con un odio profundo, como si fuera él el
único culpable de todas sus desgracias. Y bueno, en cierta parte lo era...

- ¡¡Harry, escúchame!! – gritó, debatiéndose entre la luz y el viento. A pesar de que solo los
separaban un par de metros, debía usar toda su capacidad vocal para que su ahijado lograra
entenderlo - ¡Debes estar atento! Cuando empuje a Peter al Arco, tendrás que correr hacia
acá y gritar el nombre de tu padre... ¡¡¿Entendido?!! ¡¡Corre sólo cuando Peter desaparezca
tras el velo!!

        El nombre de su padre...


Francisca Solar

        Harry no se atrevió a asentir. La desesperación volvió a invadirlo, a provocarle esas


náuseas que no podía controlar, a poner en marcha nuevamente aquellas lágrimas que
luchaba por no evidenciar. ¿Cómo decírselo? Ya era muy tarde, se enteraría por sí sólo...
Dios, él amaba a su padrino. ¿Qué haría cuando viera lo que sucedería? ¿Lo odiaría... lo
rechazaría de por vida? ...

        Sirius se inclinó ante Peter acto seguido, otra vez sin percatarse de la angustia de su
ahijado.

- Di ‘Adiós’, Rata... – gruñó, entre asqueado y nervioso, y lo que sucedió después demoró al
menos un par de segundos en procesarlo. Estiró sus brazos, seguro, para tomar a Peter
desde las cadenas gruesas cruzadas sobre su pecho, y, absurdamente, apenas las tocó éstas
desaparecieron. ¿Era eso posible? Pestañeó, quitó el cabello que el viento se empeñaba en
azotar contra su cara, y observó nuevamente el cuerpo de Pettigrew.

        Harry abrió la boca de impresión. Remus desvió su atención de los Lestrange,


preocupado por la demora de Sirius, y, estupefacto, se enteró lo que ocurría. Era cierto, las
cadenas habían desaparecido, pero no sólo las que atrapaban el pecho y hombros de Peter,
si no también las de sus brazos, muñecas, piernas, tobillos... Petrificado, y sin atinar a nada,
Sirius contempló un segundo después cómo aquella mano metálica, signo característico de
Peter durante los dos últimos años, desaparecía también, sutil, como si una sombra entre el
zumbido del viento comenzara a dispersarla... y Colagusano, impávido, perdido, con ojos
opacos, no demostraba sentimiento alguno...

        Hasta que lo oyó. Escuchó el retumbar de una risa extraña, profunda pero calavérica,
como si proviniera del más bajo de los huecos abismales. Era grave, carraspeada, pero más
que eso, era ruin...
        Sirius volteó, creyendo por un segundo que la voz salía del velo, pero no alcanzó a
hacer el movimiento.

- ¿Realmente creías que ibas a salirte con la tuya, Black? ¡Estás maldito, y los malditos
jamás ganan!

        Rodolphus Lestrange miró a su hermano y volvió a reír, y ni aún los esfuerzos de


Remus por mantenerlo a raya daban resultado. Harry fijó la vista en el mortífago, hirviendo
en ira, deseando con todas sus fuerzas hacerlo restorcerse de dolor para que se tragase
todas sus palabras...

- ¡¡¿Qué está sucediendo?!! – gritó Sirius, ahora visiblemente asustado y contrariado,


mirando impotente como el cuerpo de Peter se desvanecía bajo sus narices, mientras Remus
volvía a advertirle a Harry que no se acercara.

Mientras Rodolphus terminaba su carcajada infame, Rabastan le dirigió la mirada, mordaz. -


¿Que qué sucede...? ¿Acaso ya no sabes distinguir entre un humano y un Imagofraus?

- Te dije que Pettigrew nos sería útil algún día, Rabastan. El amo sabe muy bien qué hacer
con sus muertos... Si no sirve en vida, sirve como holograma...

- Sabíamos que tantos años en Azkabán te habían afectado el cerebro, Black... pero tú,
Lupin... tú también caíste redondo... ¡y se supone que eras el más inteligente de tu clase!

        Remus ciertamente no estaba de humor para aceptar los insultos de un par de


mugrosos mortífagos, y así, rechinando los dientes de rabia, volvió a gritar “¡¡Protego
Extente!!”, golpeando a los hermanos con todas sus fuerzas... Pero la varita ardía y
temblaba en su mano... no podría controlar el poder del hechizo por mucho más...

        El viento adquirió mayor velocidad, furioso, y Harry sintió que ya prácticamente no
podría mantenerse en pie. Pero no serviría de mucho. Sin que pudiera comprenderlo del
todo, ante sus ojos el cuerpo de Peter había desaparecido por completo, dejando a su
padrino solo en medio del círculo de piedras, arrodillado ante la nada. Ya no había cuerpo, no
había a quien sacrificar... pero habían abierto el Velo, y tendrían que pagar la osadía...

- ¡¡¡Maldito seas, Colagusano!!! – exclamó Sirius hacia el cielo, aunque Harry apenas pudo
Francisca Solar

escuchar su murmullo, distorsionado por la ráfaga helada que le dificultaba la respiración.

        Pero sí pudo verlo. Puedo verlo levantarse, lentamente, dejando que su cabello de
enredara a gusto. Ya no lo cogería más. Se levantó, mirando hacia sus pies, pensando en
aquella idea remota... Luego elevó los ojos, suspiró, y clavó la mirada en los Lestrange. Sus
ojos brillaron, no pestañeó. Sonreía, pero no era irónico, sino más bien triunfante. El hilillo
de sangre que emanaba del labio de Rodolphus no le impidió estremecerse ante aquella
escena, aturdido no sólo por los golpes de Remus, sino por la súbita reacción de Sirius Black.
        Y Harry compartía en algo aquella confusión. No podía imaginar qué pasaba por la
cabeza de su padrino. Peter se había esfumado, habían sido engañados con un holograma
del que no tenía mayor información... Estaban perdidos, todo había sido en vano, pero él
sonreía, casi calmado... Hasta que creyó adivinar, y Remus también.

- Sirius, no... – le rogó Remus desde las entrañas, aunque apenas podía escucharse a unos
centímetros de distancia.

- ¿Sirius? – lo llamó Harry, preocupado, sin fijarse que su débil voz no lograba traspasar la
barrera del viento. Entonces abrió los ojos al máximo, asustado - ¡¿Sirius...?!

        El último de los Black caminó lentamente, como si midiera sus pasos, hacia el Arco
frente a sí. No tenía miedo... El viento a su alrededor lo arrullaba, lo dopaba para no pensar
demasiado en lo que haría...
        Tambaleándose por la fuerza de la brisa, Sirius se irguió justo a un paso del velo,
dejando que el borde de la tela, danzante como su túnica, le acariciara el rostro, como
invitándolo. Entonces volteó hacia Harry, casi sereno. Su cabello parecía aquietarse al estar
cerca del arco.

- Abrázalo por mí, ¿si?

Lupin se sobresaltó, al igual que Harry, y estuvo a milímetros de soltar su varita. - ¡No! –
exclamó, arrugando la frente, escudriñando lo que había frente a él, tratando de imponerse
ante los flashes de luz y las garras del viento - ¡¡¡Sirius, no hagas una locura!!!

- ¡¿Sirius...?!! – volvió a gritar Harry, tratando de hacer contrapeso con su propio cuerpo
para avanzar hasta el Arco. Pero la brisa era más poderosa, y a cada segundo se hacía más
violenta, más rápida, más envolvente...

Sirius no se movió. Suspiró profundo, sin despejar la vista de Harry. - Yo lo tuve a mi lado
por mucho tiempo... tú no lo tuviste jamás.

        Harry sintió que su respiración se congelaba. Ahí estaba, su padrino, su única familia
de verdad, sonriéndole con el mismo paternalismo de siempre, sereno...

Dio un paso, dos, pero el viento lo hacía retroceder. - Sirius... no, por favor... – murmuraba,
alterado, tratando inútilmente de avanzar en medio del remolino – Yo no... tú no sabes...

- Nunca estarás solo, Harry... – le dijo, tan cerca y a la vez tan lejos - ...nunca estarás solo.

        Elevó el mentón, estiró su brazo y miró a Remus, manteniendo la sonrisa. Lupin abrió
la boca para protestar, para detenerlo, pero las palabras se ahogaban en su boca y se
negaban a salir. Y Sirius no lo esperó. Giró el rostro, y con la mirada fija en aquel muchacho
al que quiso como a un hijo, se dejó caer, inmóvil, hacia el Velo de Hades.

- ¡¡¡¡¡¡NNOOOOOOO!!!!!

        Los gritos desgarrados de Harry y Remus se fundieron, subsumiendo el zumbido del


viento y la bomba de luz, aquella que inundó el lugar apenas Sirius tocó el velo, cayendo en
cámara lenta tal como Harry lo recordaba, desapareciendo tras el Arco de piedra en tan solo
un roce.
        Con sus lágrimas recorriendo cada centímetro de su cara, la furia interna de Remus
Lupin se dejó ver, más patente que nunca. Mediante un nuevo grito de desesperación y
pérdida, y pronunciando un hechizo que Harry no alcanzó a entender, movió sus brazos en
abanico y lanzó, violenta y súbitamente, a los Lestrange contra la pared inmediata,
Francisca Solar

dejándolos inconscientes sobre los escalones.


        Pero eso no calmaba su pena, ni menos la de Harry, quien aún no se movía, clavado en
el piso de piedra, choqueado por lo que acababa de presenciar.

- ¡¡Harry...!! – comenzó a llamarlo Remus, sacando fuerzas de flaqueza, secando sus


lágrimas de un manotazo, acercándose a él - ¡¡Dilo!! ¡¡Dilo ahora...!!

        Pero Harry no lo escuchaba. Sólo admiraba el velo, su vaivén magnificente, y la luz,


esa luz que cegaba e invitaba a la vez...

- ¡¡Harry, dilo de una vez!! – gritó Lupin con desasosiego, esta vez lo suficientemente cerca
como para hacerlo reaccionar, aunque Harry seguía perdido, abatido en algún lugar de su
mente - ¡¡Di el nombre... CUALQUIER NOMBRE... pero dilo YA!! ¡¡¡¡El sacrificio de Sirius no
puede ser en vano!!!!

        La agresividad del viento dio su último toque, y, como un muñeco de trapo, Harry cayó
de rodillas. Había perdido todas sus fuerzas, todas las ganas. No le importaba nada ni nadie.
Todo se había perdido...
        Remus volvió a hablarle, pero sus palabras se perdían en la corriente gélida que los
envolvía y asustaba. El Arco parecía un ser viviente, pensante, convertido hoy en observador
y ultrajado... pero invitaba a Harry, lo seducía... le demostraba con su luz que, si su padrino
estaba adentro, no podía ser tan malo...

        Pero no, no pudo levantarse; ni siquiera para eso tenía fuerzas. Ni siquiera para morir
le quedaba un resquicio de voluntad. De pronto sus lentes cayeron al suelo, y el “crash” de
los vidrios al esparcirse por las piedras se convirtieron apenas en un leve murmullo en el
remolino. Algunos pedazos se clavaron en sus manos, punzantes, pero no tenía miedo al
dolor. El dolor ya era parte de sí, era su destino habitual, su karma...

        La voz de Sirius fluyó de algún lado de su cabeza. “Nunca estarás solo”. Mentía, él lo
había abandonado. Había regresado sólo para dejarlo otra vez... ¿o para mostrarle el
camino? ...

        El contacto con Remus lo hizo estremecer. Escuchaba su nombre una y otra vez,
clamado por otro de los amigos de su padre, otro de sus incondicionales... Su nombre en la
boca de alguien que lo apreciaba, que esperaba lo mejor de él... Pero no, no era ese nombre
el que quería escuchar. No era ese nombre el que debía cortar los desvíos y llegar fuerte y
claro a lo que sea que estuviera tras el velo. No, claro que no... la muerte de Sirius no sería
en vano...

        Tomó su cabeza con las dos manos. Sentía sus ojos arder por tantas lágrimas, sus
manos escocían a causa de las heridas, sus rodillas se resentían por el contacto con las
piedras, su estómago amenazaba con expulsar de una vez todo su contenido, sin
consideraciones... Pero de pronto encontró un lugar, un lugar donde resguardarse, un lugar
que ni el más furioso de los vientos podía ensordecer... Una fuerza que residía en el sacrificio
de sus padres, en el coraje de Sirius y el apoyo de Remus... que residía en su propia alma,
ahora arrugada y menguada, pero insistentemente libre... Una fuerza que, sin saber cómo ni
cuando, lo hizo gritar, con su última energía, mirando hacia el velo como si quisiera penetrar
en él...

- ¡¡¡¡C-Cedric-c-c D-Dig-gory-y-y!!!!

        Un rayo cruzó desde el velo hasta el muro de atrás, y dejó una grieta gigantesca, como
si un cruel terremoto hubiera azotado las instalaciones del Ministerio de Magia. Sólo
entonces, cuando el viento pareció cambiar de rumbo y concentrarse en el lado opuesto de la
sala, una silueta amorfa se dejó entrever en la tela rasgada. Caía de espaldas, en cámara
lenta, tal como lo había hecho Sirius hace unos segundos, sólo que este cuerpo luchaba por
salir de aquel arco que lo aprisionaba...
        Y lo logró sin hacerse esperar más de lo necesario. El velo lo depositó, con cierta
suavidad, justo bajo su umbral. Era un cuerpo negruzco, cadavérico, en un evidente estado
de descomposición, y que entre sus ropas hechas jirones se distinguía una insignia que
Remus conocía bien. Negra y amarilla, y un hurón ahora deshilachado e irreconocible...
Francisca Solar

        En ese mismo segundo, Harry caía de bruces al suelo helado, exhausto. Había sido
suficiente. El viento había cesado, y ya no retumbaba en sus oídos su zumbido insistente.
También se había ido la luz, la que lo cegaba a ratos y lo instaba en otros. El silencio se
había apoderado del salón, abarcándolo todo, incluso su alma...

- Harry... Harry, abre los ojos...

        Harry escuchaba la voz de Remus vagamente, como si procediera de la habitación


contigua en lugar de a unos pasos de él. Estaba cansado, abatido... destrozado por dentro y
por fuerza. Ya no quería levantarse, no tenía motivo...

- Harry, por favor... Esto aún no termina...

        Sintió una mano tibia en su frente y, acto seguido, alguien que lo levantaba
medianamente del suelo y lo estrechaba contra sí. Lejos de incomodarlo, era como si le
hubieran leído el pensamiento... y ahí, apoyado en el hombro de Lupin, sintió el peso de la
realidad, abrumándolo.

- Harry... – volvió a decir Remus, esta vez mirándolo a los ojos. El antiguo profesor de
Defensa Contra las Artes Oscuras estaba notoriamente pálido, igualmente abatido que él, y
en sus pómulos y mejillas podían dilucidarse las marcas claras de un llanto que no pudo
controlar... – Harry, Cedric tiene pulso. Su estado es crítico, pero creo que se salvará...
puede intentarlo. Yo mismo lo llevaré a San Mungo’s. Y tú... tú, Harry... – le dijo, tomándole
el mentón para que no apartara la mirada. Harry apenas podía enfocar la imagen frente a él
- ...tú debes volver a la batalla, ¿me escuchas?. Esto no ha terminado. Tu Armada te
necesita... La lucha no finaliza con una pérdida, sino al contrario, se afianza más... Vuelve a
la batalla, enfréntate a tus demonios... Es lo que Sirius te hubiera dicho...

        Parpadeó. Algo le indicaba que Remus sentía las mismas náuseas que él, pero se
negaba a echarse a morir. Dejarse morir, así como él lo estaba haciendo...
        Esperó a que sus pulmones se llenaran de aire. Con la ayuda de Remus trató de
levantarse, pero sólo lo logró al tercer intento.

- ¡Reparo! – exclamó, apuntando hacia las gafas de Harry. Las piezas se reunieron, ávidas, y
Remus se inclinó para recoger el resultado, extendiéndoselas luego a Harry – Harry, no
pierdas tiempo. Si dos mortífagos nos siguieron hasta aquí, el resto de la Orden está en
peligro. La captura de Peter fue una trampa desde el principio... es probable que Voldemort
considerara que ya no le era útil, y lo asesinó a nuestras espaldas. ¡Cómo fui tan estúpido! El
espía debió haber actuado... pero como no lo descubrimos a tiempo, no pudimos
marginarlo...

- ¿Espía? – repitió Harry, utilizando aquella palabra para volver al estado de alerta, si no
concreto, al menos era suficiente para mantenerse en pie.

- Sí, pero jamás supimos quién era... En fin, ya no es importante. Debes correr... avisa a los
demás... puedes utilizar aquel óleo de la derecha. Dumbledore cree que lleva la delantera,
que sorprenderá a Voldemort... ¡y es él quien le tenderá una emboscada!

        Aún seguía algo perdido, pero su inconsciente recibió la información fuerte y claro.
Colocó sus lentes sobre el tabique de su nariz casi por inercia, suspiró, y entonces lo vio. Vio
el cuerpo de Cedric, hecho añicos por el paso del tiempo y el afán de eternidad. Y aunque
ansiaba encontrar en él el rostro de su padre, agitó la cabeza, mareado, y volteó hacia el
cuadro.
        Se veía a un ejército espartano a las afueras de un gran fuerte de piedra. Pensó en
Ron, en Hermione... pensó en la AD. ¿Estarían luchando ahora, ignorando la pesadilla de la
que él era preso? Lo más probable era que sí, que sí estarían peleando, creyendo a ciegas en
un motivo... un motivo que él, el Niño-Que-Vivió, su líder, les había dado.

        Remus se inclinó ante Cedric, lo observó un momento, y luego elevó la mirada hacia el
Velo, ahora silencioso y quieto como si jamás hubiera cedido a una de sus almas. Apretó los
labios, ensombrecido, para girar luego hacia Harry. Sus ojos, brillantes en tristeza, lo
instaron a sobreponerse y andar. Muchos dependían ahora de la rapidez de su mensaje...
Francisca Solar

        Harry dejó rodar la última de sus lágrimas. Sirius... Ojalá esté abrazando a su padre
por él.

Cap. XXX: Probando el Escudo (Testing the Shield)

        Draco Malfoy pasó una mano por su cabello plateado, suspiró (tratando de pasar
inadvertido) y asintió por enésima vez. La tozudez de los Altos Elfos comenzaba a
exasperarlo.

- Entonces... – continuó preguntando Ingolmo, cuyos pasos largos y ágiles hacían que Draco
tuviera prácticamente que correr para ir a su lado - ...¿Sabes cómo encontrar a Eärendil?

- No, no lo sé con seguridad, pero lo intuyo. Tengo... tengo cierta información sobre el Señor
de las Tinieblas que nadie más maneja...

        Se detuvieron sigilosamente tras un roquerío en el que terminaba la arboleda. La luna


brillaba intensamente, despejándoles el camino, mostrándoles todo lo que había frente a
ellos. El traslador proporcionado por Dumbledore había sido acertado; debía ser el lugar
correcto pues ahí, a no mucha distancia, a los pies de la colina, una mansión sombría y
atrayente destacaba en un paisaje casi llano. Draco lo corroboró: la Mansión Riddle.

        Un elfo de nariz respingada y ojos pequeños, se acercó a Ingolmo por la derecha. Se
inclinó suavemente, le susurró algo, y el viejo asintió. Luego giró la vista hacia Draco, quien
no pudo evitar sentirse intimidado por el poder de una simple mirada Tareldar.

- Dejaré que nos guíes – sentenció, serio - Al comienzo dudé de tu insistencia en


acompañarnos, pero no puedo pretender que manejo terrenos Istaris cuando la realidad es
diferente. No podemos perder tiempo en reconocimientos de campo... – elevó un poco su
brazo, agitando su túnica blanca, y apuntó hacia la mansión – Guíanos. Demuéstranos dónde
está tu lealtad.

        Draco tragó saliva, pero asintió, subiendo el mentón. No evidenciaría su nerviosismo.


Por más imponentes que fueran aquellas criaturas, él era un Malfoy, y no se doblegaría...
Asintió nuevamente, observó con atención el campo abierto, y luego hizo un gesto para que
lo siguieran. Creía tener todo calculado, pero... ¿Qué pasaría se fallara, si estuviera él mismo
enredado en una trampa? ...

        No demoraron demasiado en llegar, debido en gran parte a que los altos Elfos se
movían con una agilidad sorprendente, casi como si levitaran a ras de suelo. Draco fue el
primero en pasar la cerca; estaba vieja y carcomida, acentuando el carácter de abandono de
la mansión. Su idea era cruzar el jardín trasero y entrar, si aquello era posible, por la puerta
del subterráneo. Nadie tendría que notar nada...

        Draco los hizo detenerse a unos pasos de la puerta rasgada que daba al sótano, sólo
Francisca Solar

por precaución. Dijo no estar seguro de que el lugar estuviera desierto, y ya que él había
tomado el peso de comandar la misión, tenía que asegurarse de no arriesgarlos a todos
innecesariamente, aún cuando un sólo movimiento de mano de un Tareldar era más
poderoso que el hechizo más intrincado de cualquier mago...
        Empujó la puerta con los nudillos. Hizo un crujido seco, como si aquella no se hubiera
abierto hace años, y dejó al descubierto un sitio mediano de aspecto lúgubre, húmedo, que
solo recibía un poco de luz desde el tintineo ocasional de una ampolleta, sugiriendo una baja
de voltaje. Estaba sumamente sucio, tanto que Draco no pudo evitar toser apenas asomó su
cabeza en la habitación.

        Los Elfos entraron sin que Draco les avisara que no había moros en la costa. Estaban
muy nerviosos... sentían que cada segundo que perdían era un segundo menos de vida para
Eärendil. Y bueno, no estaban muy lejos. De alguna forma, Draco se debatía en sus
sentimientos; quería y no quería tener la razón. Por un lado, quería estar en lo cierto sobre
el lugar donde la tenían, aquel que él conocía muy bien. Ya había estado ahí una vez,
encerrado por error, y fue tan espantoso que aquella sensación desoladora lo acompañaría
de por vida. Voldemort realmente sabía cómo amedrentar a sus rehenes... Pero, por otro
lado, quizá prefería equivocarse pues, si Eärendil estaba en el lugar que él pensaba, corrían
el riesgo de encontrarla... sin vida.

        Mientras avanzaba lentamente en la oscuridad, llevó una mano a su frente y secó su


sudor. No quería recordarlo, pero la imagen lo asaltó con violencia. Era navidad, del año
pasado... él y su padre, Lucius Malfoy, habían estado de visita en la Mansión Riddle... y
aunque sólo había sido un segundo, se le había ocurrido preguntar... Idiota, porqué había
preguntado... “Padre, padre... ¿qué es eso? Dime, muéstrame cómo funciona”. Mala opción.
Jamás tendría que haberlo hecho. Lo único que recibió como respuesta fue un fuerte golpe,
empujándolo dentro de aquel cubículo indescriptible... y el sonido de una reja al cerrarse. Y
así, entre confundido y adolorido, comenzó a sentir el efecto... el ardor en sus pupilas, el
zumbido en sus oídos... Su garganta extremadamente seca y la angustia, la angustia que
comenzaba a latir en sus venas, ahogándolo... Levantó apenas su brazo, llamando a su
padre para que lo sacara de ahí. Lucius sólo sonrió tras los barrotes. “¿No querías saber
cómo funcionaba? Bueno, ya está. Lo llamamos ‘La Hoguera’. No hay fuego, pero tiene
suficiente miedo como para consumirte hasta las cenizas...”.

        Sintió un leve mareo, por lo que se apoyó en la pared. Un elfo lo observó, frunció el
ceño, pero siguió su camino. Draco no lo advirtió; estaba demasiado asqueado tratando de
liberarse del recuerdo. Había sido espantoso... y él sólo había pasado un par de minutos ahí,
hasta que llegó su madre y lo sacó. Recordaba haberlos visto pelear, pero esa vez fue
particularmente violento. No se detuvo en gritos, ni insultos, ni insinuaciones... sólo una
mirada de odio profunda tras esos ojos celestes que él había heredado. Tras eso, sacó su
varita, abrió los barrotes, lo ayudó a levantarse y se alejaron de Pequeño Hangleton.

        Era extraño, pero luego de aquel episodio no había vuelto a ver a su padre. Pasó el
resto del año en misiones extrañas, secretas, pero absurdamente evidentes para él. Era un
Malfoy, y como tal, estaba al tanto de todos los movimientos de Los Caballeros de
Walpurgis... o Mortífagos, como usaban llamarlos. Él prefería el nombre anterior, el de
antaño... aunque, claro, nadie le pedía su opinión. Nadie reparaba en él... sólo era un paje
de observación, al menos hasta la mayoría de edad. Así lo había dispuesto su padre, y él era
incapaz de contradecirlo. Pero, este año, este día, en estas circunstancias, no sabía con
claridad si mantenía ese respeto... ese miedo infinito que lo obligaba a bajar la cabeza ante
Lucius Malfoy, aún cuando deseara rebelarse. Había tenido la osadía de presentarse ahí hoy,
en la Mansión Riddle, sin previo aviso o invitación, y sabía que lo pagaría... pero no era ese
el asunto principal. No era el momento de decidir de parte de quién estaba; su motivo en
Pequeño Hangleton era otro, y bastante más acotado y urgente que su reflexión sobre
fidelidades. Tenía que encontrar a Eärendil, o moriría sin más remedio – estaba seguro –
consumida en “La Hoguera”...

        Por fin había llegado a la escalera, aquella que conectaba el sótano con la cocina.
Suspiró nervioso, hizo un gesto a Ingolmo, y apuntó hacia el sitio hueco bajo la fila de
escalones; no se veía más que polvo y oscuridad, pero Draco no se detuvo en explicaciones.
Se acercó, raudo, sacó su varita y exclamó “¡Lumos!”, dirigiendo la luz hacia la esquina.
Únicamente así se descubrió lo oculto, aquel extraño cubículo cubierto de ciertos brillos que,
más que atraer por su exótica belleza, instaban a alejarse. El sólo hecho de estar erguido
Francisca Solar

frente a ese montón de barrotes les congelaba la sangre, pero la figura que terminaba de
armonizar el cuadro, entumecida al centro del concreto, lo volvía todo aún más estremecedor
que el peor de los silencios. Su cabello castaño parecía flotar a causa de una brisa
inexistente; sus labios estaban azules, quebrajados, y sus manos y pies se contraían en un
gesto vano por protegerse...

        Draco agradeció, minutos después, que los Elfos fueran más rápidos que él para
reaccionar ante este tipo de cosas. Él apenas pudo moverse, petrificado frente a la escena,
pero un elfo pasó a su lado, raudo, tomando los barrotes con sus manos. Claro que, tan solo
unos segundos después de aquel contacto con el hierro, abrió los ojos al máximo y se soltó,
angustiado, haciendo un gesto de terror que alarmó al resto. Retrocedió, asustado, pero
alguien lo detuvo.

- Caurë – murmuró Ingolmo, levantando su mano y fijando la mirada en los fierros. Los Elfos
que iban con él asintieron, serios, y dieron un paso atrás. Él, en cambio, avanzó con paso
decidido, apuntó con las palmas de sus manos hacia el cubículo y, sin decir ni una sola
sílaba, un halo plateado la rodeó.

        El piso se sacudió un segundo; el polvo acumulado en las paredes se transformó en


niebla, pero no lo suficientemente espesa como para dificultar la visibilidad. El resto fue
sencillo; la puerta se abrió sin siquiera tocarla. Desde atrás, y aún con las manos levantadas,
observó el cuerpo de Eärendil, levantándolo del suelo en un acto invisible, para luego dejarla
a sus pies. Sólo entonces un par de elfos se acercaron, nerviosos, sin atreverse a tocarla.
Luego Draco entendió que no había necesidad de eso; los siete Tareldar que conformaban el
grupo se arrodillaron junto al cuerpo, pusieron sus manos sobre ella y cerraron los ojos. Una
nube rojiza se levantó por sobre sus cabezas, y una onda de calor llegó hasta los pies del
chico Slytherin, provocándole un escalofrío. La varita de Draco cayó al suelo, pero aquel
“lumos” ya poco importaba. La luz que emanó luego del cuerpo de Eärendil bastaba para
iluminar todo el cuarto.

        Y así, frente a sus ojos, pasmado, ella se levantó, ayudada por Ingolmo. Se sacudió la
túnica, tomó aire lentamente, cerrando los ojos, y luego giró la cabeza, fijándose en Draco.
Él no pudo moverse, mientras Eärendil intentaba sonreír.

- Aélrin... - dijo, y aunque a Draco le hubiera gustado ser algo más efusivo, la situación no
era lo suficientemente cómoda para hacer lo primero que se le pasara por la cabeza.
Recibiendo desde el grupo de elfos más de una mirada inquisidora, y creyendo haber
entendido el sentido de aquella palabra, se limitó sólo a mover la cabeza, como diciendo “de
nada”.

        En todo caso, no habría habido tiempo de intercambiar más impresiones. El Tareldar
más cercano a la escalera dio un salto; sobre sus cabezas algo comenzó a moverse.
Alguien... más de alguien estaba ahí. Muchos pasos acompañaban el arrastre de capas, y en
cualquier minuto los descubrirían...

- ¡Rápido! – exclamó Draco, corriendo hasta el otro extremo del sótano - ¡Ayúdenme! – gritó
a un par de elfos, y tras el gesto de Ingolmo, fueron hasta allá. Corrieron algunas cajas,
mientras Draco, en cuclillas, quitaba con su túnica el polvo pegado en el concreto. En pocos
segundos un rectángulo sobresaliente en la pared comenzó a adquirir forma... como una
puerta trampa, una salida...

        Draco lo golpeó en la base, una, dos y tres veces, hasta que se oyó un crujido y la tapa
se soltó. La abrió con cuidado, dejando entrever algo de luz.

- Es un túnel – les dijo, agitado – ...cruza el jardín delantero y llega hasta la próxima calle.
Es la única forma de que no los atrapen...

        Ingolmo asintió. No dudó ni hizo preguntas; movió sus manos e instó a los suyos a
entrar tras él. Ya no había tiempo. Un nuevo sonido los estremeció; alguien intentaba liberar
la cerradura de la puerta de la cocina. Pronto los verían, y entonces...

- ¡Vamos! – volvió a exclamar Draco a Eärendil, la última del grupo. Pero ella no se movió. Él
arqueó las cejas - ¡¿Quieres que te maten?! ¡Anda, entra ya!
Francisca Solar

Ella negó, imperturbable tras sus ojos lilas. - No iré a ningún lado.

Draco se levantó, entre angustiado y exasperado, encarándola. - No sé cómo lo habrás


hecho ni me interesa saberlo, pero no muchos entran en “La Hoguera” y escapan para
contarlo... ¡Acabo de salvarte la vida! ¡¡Ahora, haz lo que te digo y sal de aquí!!

        Pero ella se mantuvo quieta, tan seria que su mirada parecía desafiar. Draco apretó los
dientes y cerro sus puños con fuerza. ¿Acaso se había vuelto loca? Un estruendo les indicaba
que un grupo de personas ya había traspasado la puerta, y el saltar de la madera
acompañaba sus pasos. Sólo tenían unos segundos...

- He... dicho... – comenzó a decir, nervioso. El sudor se agolpó en su frente, y su corazón


empezó a latir con violencia. No estaba preparado para combatir, ni menos para defender a
un tercero, por lo que tragó saliva y levantó, tembloroso, su brazo derecho. Su pulso estaba
acelerado, pero no le impidió apuntar a Eärendil, directamente al rostro, con su varita -
...Vete... de aquí... ahora...

        Ella no se movió, pero sus ojos se humedecieron. ¿Qué haría ahora? ...

- ¿Draco?

        Draco giró sus pies tan bruscamente que casi se tuerce el tobillo izquierdo. Hizo una
mueca de dolor, pero se olvidó de aquello en un segundo. Tres mortífagos conocidos lo
miraban con rostros confusos. Él les devolvió un gesto de horror y, casi resignado, volteó
sobre su hombro para mirar a Eärendil. No era culpable, ella fue la que no quiso escapar..
        Pero, abriendo parcialmente la boca de asombro, no vio a nadie. Nadie se erguía a sus
espaldas, desafiándolo con una mirada que mezclaba compasión y valentía. Aquel par de
ojos lilas había desaparecido.

- ¿Draco? ¡Qué haces aquí! ¿Tu padre te envió?

Sin atreverse a inventar excusas baratas, prefirió asentir. - Él c-creyó... c-creyó que p-podría
ser-rles útil-l...

Nott levantó una ceja y escudriñó a su interlocutor, intrigado, pero no lo pensó demasiado. -
Es extraño, Lucius no nos dijo nada al respecto. Pero está bien, síguenos – curvó sus labios
en una sonrisa ruin, mostrando sus dientes opacos – Debemos regresar con los otros, pero
teníamos que venir a recoger la basura...

        Los tres mortífagos retrocedieron unos pasos y caminaron hasta la escalera. Pero no
tenían intención en subir. Su objetivo era otro... era una celda, un cubículo frío de tortura...

- ¡No! – gritó Draco, haciéndolos voltear. Nott agudizó su gesto de confusión – No... No la
encontrarán. Ella ya no está ahí.

        Otro de ellos, aquel de apellido Avery, hizo una mueca de horror y corrió hasta “La
Hoguera”.

- ¡Es cierto, está vacía! ¡El Maestro nos matará!

        Nott abrió la boca, pensó antes de emitir sonido pensó un momento. Luego caminó de
vuelta hacia Draco, esta vez con cara de pocos amigos.

- Dónde está la elfa, Draco...

        El rubio de Slytherin tragó saliva notoriamente, pero sacó fuerzas de flaqueza y no
movió ni un pie. Mantuvo la cabeza en alto mientras pudo.

- Yo... y-yo no...

El tercer mortífago, Teller, hizo rechinar sus dientes. - Dónde... está... ella...
Francisca Solar

Draco suspiró, angustiado. “Piensa rápido, piensa rápido...”. - Ellos... los otros fenómenos,
esos Elfos... ellos vinieron y se la llevaron...

- ¡¿Los Elfos?! – repitió Nott, incrédulo, deteniéndose abruptamente. Su gesto había


cambiado - ¡No es posible! Ellos no sabían... no podían saberlo... – Apuntó a Draco,
demostrando en sus ojos el terror de haber perdido a su rehén – Sólo alguien que posee la
confianza del Maestro puede ver “La Hoguera”... ¡No pueden haberla liberado así sin más!

- ¿Y qué tanto sabes tú sobre los Elfos? ¡Son abominables, con poderes que ni imaginarías!
¿Cómo sabes que no pueden abrir una simple celda? Cuando llegué no vi más que capas y
polvo, y no me dio tiempo para enfrentarlos...

        Avery, unos pasos tras Nott, hizo un gesto de exasperación. No podían seguir
perdiendo tiempo valioso.

- Entonces aún tenemos una oportunidad. Vamos, habla rápido. ¿Por dónde se fueron?
¡Dijiste que los viste huir!

        Draco abrió los ojos al máximo. Sabía que aquello vendría... aquel momento temido de
discernimiento, pero jamás creyó que sería tan pronto. ¿Y ahora, que les diría? ¿Qué debía
hacer? Nadie lo había enviado ahí, él no peleaba por Dumbledore... En lo que a él concernía,
el Director sólo era un viejo chiflado que protegía sangre-sucias, lo que no era un buen
referente. No, esto no era por él, ni por nadie más. ¿Qué le importaban un puñado de sucios
elfos? No compartía su causa, él nada tenía que ver en esta batalla. Sólo tenía que decirles lo
correcto, enseñarles el camino... Él había cumplido su parte, los había llevado hasta
Eärendil... Si los Mortífagos daban con ellos ya no era su problema. Su misión terminaba ahí,
ellos tendrían que cuidarse solos. Pero, ¿por qué lo había hecho? ¿Por qué había arriesgado
su pellejo de esa manera? Cuando su padre supiera, cuando los Mortífagos se enteraran...
Lord Voldemort lo mataría, estaba seguro, con sus propias manos... Tembló. Al menos los
Elfos tenían la ventaja...

- Aquí – dijo de pronto, seco, apuntando a sus espaldas sin mover más músculos de los
necesarios. Trató de contar mentalmente los minutos, calculando el tiempo que demorarían
los Tareldar en cruzar el jardín – Creo que descubrieron la puerta-trampa y salieron por ahí.
Quizá aún puedan alcanzarlos...

- ¡¿”Quizá”?! ¡TU debiste seguirlos, incompetente! – le gritó Teller, acercándose a Draco con
agresividad. Y aunque el Slytherin dio un paso atrás, creyendo que había reaccionado lo
suficientemente rápido, una bofetada certera lo golpeó en mitad del rostro, haciendo que se
azotara contra un montón de cajas cercanas.

        Hosco, prosiguió con un escupitajo en su dirección y una sarta de insultos sobre la


torpe línea Malfoy, pero pronto se atragantó con sus propias palabras. De la nada, un flash
iluminó la sala completa, y para cuando Nott pudo enfocar con claridad, un rayo azulino
tomó a Teller por el estómago, lo elevó unos centímetros y cruzó con él todo el sótano, para
terminar en un duro “¡crack!” contra el muro contrario. Ni siquiera alcanzó a gritar. Su
cuerpo, pegado unos segundos a la pared, se deslizó lentamente hasta topar el suelo,
dejando una brillante estela rojiza camino a su cráneo. Su expresión, entre sorprendida y
aterrorizada, quedó estampada en su rostro inerte con absurda quietud.

        Nott y Avery demoraron varios segundos en reaccionar, y aún más Draco, quien desde
el suelo escudriñó rápidamente la oscuridad, buscando. Pero los Mortífagos pronto se
adelantaron. Mientras Nott daba un paso hacia Teller, estupefacto ante la situación, Avery
avanzó hasta la puerta camuflada con su varita preparada, observándola con sigilo.

- Vino de ahí, estoy seguro... vino de ahí... – murmuró Avery, quebrando el tono.

        Nott no agregó nada más. Sin pensarlo dos veces, se internó en el lúgubre túnel, y
Avery fue tras él. El silencio que siguió fue denso y siniestro, por lo que Draco se incorporó
de golpe. No compartiría la misma habitación que un cadáver.

- ¿Estás bien?
Francisca Solar

        Tal como “La Hoguera” se había descubierto ante todos solo con el toque de la luz, la
silueta de Eärendil se hizo patente cuando Draco apuntó hacia el origen de la voz, gritando
“¡Lumos!”. Esta vez su mirada, aquellos ojos lilas que lo hacían tartamudear, era serena.
Aún algo turbado, asintió, limpiando la sangre de su nariz con la manga de su túnica.

- ¿C-Cómo... cómo tu...?

- Manto de invisibilidad – contestó, directa, sin apenas alterarse. Que su túnica tuviera la
habilidad de hacerla desaparecer era, para ella, lo más natural del mundo. Entonces Draco
suspiró, repentinamente enojado.

- C-Creí haberte ordenado que t-te alejaras... ¡¿No dijiste que entendías mi idioma?!

        Eärendil abrió sus ojos al máximo, indignada, observando de reojo el cuerpo inerte de
Teller al fondo de la habitación.

- ¡Desagradecidos Istaris! Qué osadía... ¡acabo de defenderte!

- ¡Y yo te salvé la vida! Estamos a mano, ¿no?

        La Elfa clavó su mirada en él, irritada, y luego asintió levemente, elevando su mentón
en un gesto de orgullo herido. El segundo siguiente se hizo pesadamente incómodo entre
ellos, por lo que su movimiento fue rápido. Dándole la espalda, y sin decir ni una palabra,
caminó un par de pasos y se puso en cuclillas.

- ¿Qué crees que haces? – preguntó Draco, levantando más su varita. Ella le devolvió una
mirada distante.

- Regresa a tu castillo, Istari. Ya has hecho suficiente. – Draco frunció el ceño y abrió la boca
para protestar, pero no encontró las palabras. Entonces ella suspiró, haciendo un ademán de
reflexión – Es decir... agradezco lo que has hecho hoy por mí, pero ésta no es tu lucha. Ve,
regresa con los tuyos... sabes por qué lo digo. Si no has definido aún tu lealtad... si no sabes
de qué lado estás, sólo encontrarás desgracia esta noche. Hoy no habrá héroes.

        Draco fue incapaz de contestar. ¿Qué decir ante eso? Eärendil lo había congelado en su
sitio, pero no se quedó a admirar el efecto de sus palabras. Giró pronto la cabeza, estiró sus
manos hacia el hueco en la pared y se perdió de vista, dejando al Slytherin peleando con sus
sentimientos.
        Bajó la mirada, y cerró los puños con impotencia. Después de todo, y aunque hirviera
en ira al aceptarlo, ella tenía razón. No sabía dónde estaba su lealtad, a quién debía seguir, y
mientras no definiera aquello, nada cobraría sentido. Era un Malfoy, un digno hijo de
Mortífago. ¿Pero era él realmente uno de ellos? ...

        Volteó con lentitud, se encontró con la mirada perdida de Teller, y un escalofrío recorrió
su espalda. Sin importar la decisión que llegara a tomar, al menos de algo estaba seguro. No
se enfrentaría a un Elfo jamás.

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        El silencio fúnebre, espeso, que cubría las paredes de la abandonada tienda de
Antigüedades, se llenó de pronto de un extraño rumor. El piso de la habitación central
comenzó a temblar, algunos candelabros tintinearon sobre sus ejes y varios cuadros
amenazaron con caer... salvo uno. Uno grande e imponente, fuertemente apegado a su
base, desde el cual podía apreciarse un par de vastas colinas verdes. Aunque no estaban
desiertas; en la cima de una de ellas, un gran fuerte de piedra se alzaba como la
construcción dominante, mientras, no mucho más abajo, cientos de soldados espartanos
avanzaban decididos, con lanzas y escudos en sus manos, fijos en su objetivo...

        Un potente flash iluminó el cuarto en milésimas de segundo y, apenas un momento


después, las delegaciones bélicas saltaron disparadas hacia esquinas opuestas del cuadro.
Había que hacer espacio; un joven de lentes intentaba pasar.
        Pero más que “traspasar”, fue literalmente expulsado por el óleo. Harry no sabía dónde
caería, por lo que ya venía preparado. Aún cuando había cerrado los ojos, sus brazos se
Francisca Solar

estiraban hacia adelante para amortiguar cualquier golpe, posición que le sirvió bastante al
chocar de cabeza contra el piso de madera. Trató de sentarse, sobó su frente arrugando la
nariz, y luego arregló la postura de sus lentes. No había que procesar demasiado para saber
que estaba en una tienda, muy del estilo de aquellas que llenaban los pasillos del Callejón
Diagon, y que el abandono la tenía en aquel estado deplorable. Entonces suspiró; Lupin tenía
razón, llegaría directamente a Pequeño Hangleton.

        Se levantó y sacudió sus pantalones, pero debió sujetarse luego en la mesa más
cercana. Estaba mareado, y su cicatriz ardía bajo su cabello con intensidad. Suspiró de
nuevo, nervioso esta vez. Voldemort debía estar muy cerca de ahí... Rápidamente buscó la
salida, y cerciorándose de que nada o nadie lo estuviera acechando, salió a la calle.

        Era peor de lo que hubiera creído. De pronto se sintió dentro de aquellas viejas
películas que a Tío Vernon tanto le gustaban... Esas de vaqueros, de pistoleros salvajes y
pueblos abandonados. Un zumbido suave rodeaba las casas y arremolinaba los restos de
maleza, deslizándola por la calle y acentuando su carácter siniestro. Era una noche oscura,
aún cuando estuvieran en primavera... Las nubes negras ocultaban la luna a ratos, y salvo
un puñado de estrellas dispersas, nada más proporcionaba un poco de luz.
        Harry se estremeció. En un escenario como ese, cualquier pelea la ganaría quien
dominara la noche...

        Sin saber exactamente hacia dónde debía dirigirse, siguió una suerte de inercia
energética y se internó en la oscuridad. Solo esperaba llegar a tiempo... ¿Los estaría
esperando una trampa? Pero más que eso, ¿Tendría razón Remus al decir que Voldemort
preparaba una emboscada? ...
        Recordó que su última preocupación, antes de verlo desaparecer tras el cuadro, residía
en el Imagofraus, en el holograma. Se preguntaba el motivo real del engaño. Y Harry, por su
parte, no sabía qué pensar. ¿Qué ganaba Voldemort con mantenerlo ocupado, lejos de la
batalla? ¿No era acaso él su principal oponente? ...

        Un violento escalofrío lo atacó de repente, y aunque en aquel instante no entendió por
qué, bastó con agudizar el oído. Aguantó la respiración. Ese sonido, es roce, podía
reconocerlo y atormentarlo sin importar en qué lugar del mundo estuviera erguido. Y aun
cuando ahora supiera cómo enfrentárseles, aun cuando dominara la técnica, no estaba en el
mejor minuto de su vida para desplegar sus capacidades. Si llegaba a encontrarlos, después
del episodio en el Departamento de Misterios, se convertiría en una presa fácil para ellos...
muy fácil... Su tristeza sería una delicia para los Dementores...

        No lo pensó dos veces y se refugió bajo el alero de una casa en ruinas, justo en la
esquina de un cruce de calles. Sacó su varita, se irguió en posición de ataque, y esperó. La
oscuridad que le proporcionaba aquel rincón no suponía ningún obstáculo para los ex-
guardianes de Azkabán, pero podría mantenerlo fuera de su alcance visual por el momento,
aunque no sabía por cuánto...
        Trató de enfocar la vista hacia el fondo de la calle, pero todo estaba muy oscuro...
demasiado... Giró su rostro hacia el lado norte de la calle, y ahí, aunque siempre en
penumbras, podían vislumbrarse ciertos puñados de estrellas, acompañando a una luna débil
tras gruesas nubes... Luego regresó la vista hacia el lugar anterior. No veía nada; ni los
árboles a los costados, ni los vestigios de las casas, ni el monte cercano que debería
asomarse...

- ¿¡Tú!?

        Aquel siseo indescriptible le congeló la sangre en las venas. Oírlo fue tan inesperado
que no tuvo tiempo de pensar en correr, o en esconderse más, o en preparar su varita.
Aquella voz, cerca pero arrastrada a ratos, bastaba para inmovilizarlo... Parpadeó, movió
lentamente su cuello, y trató de buscar entre la penumbra la fuente de aquel sonido. Pero
solo veía negro, negro...

        De pronto esa pared de tinieblas comenzó a dispersarse, mientras Harry pegaba aún
más su espalda a la madera podrida de la casa tras él. Lo que antes era una masa
homogénea, poco a poco se fragmentó en esbeltas figuras amorfas, cadentes, sinuosas y
lentas, como si les costara un gran esfuerzo separarse, rozando apenas la tierra bajo sus
pies... Los grandes harapos, rasgados en mangas y bordes, fue el primer detalle que Harry
Francisca Solar

advirtió con notoriedad, y tras eso – o mejor dicho, tras “ellos” – una figura en sombras
alzaba su cabeza por sobre un improvisado sillón en el porche de una tienda abandonada. A
simple vista no cabía duda: era un hombre, enfundado en una capucha muy parecida a la de
sus acompañantes, pero éste, en un movimiento rápido y viscoso, dejó lucir sus rasgados
pero penetrantes ojos rojizos.

        Harry tragó saliva, y sin aguantar más aquella posición de niño asustado, giró su
cuerpo, bajó un par de escalones hacia la calle, y elevó el rostro hasta quedar frente a
Voldemort, aunque los separaran bastantes metros. Los Dementores inclinaron sus cuerpos
directamente hacia él, no obstante, no se decidieron a hacer ningún movimiento, extraña
táctica que solo acrecentaba el temor de Harry. Eran muchos... decenas de ellos... Bastaría
un segundo para cambiarlo todo...

- Tú... – volvió a decir Lord Voldemort, asqueado y despectivo esta vez, con cierta ira
desatada, estirando su brazo escamoso para apuntar a Harry - ¿Qué haces TU aquí? Se
supone... Rabastan y Rodolphus... ¡¡No deberías estar aquí!!

- ¿Ah no? – se atrevió a decir Harry, sintiendo sus piernas temblar. Más allá de la figura
serpenteada de Voldemort, por sí misma suficientemente intimidante aunque solo viera su
silueta, a Harry le preocupaban los Dementores. No quería... no podría enfrentarse a ellos...
- ¿A-Acaso no soy yo a quien buscas?

        Lord Voldemort pensó un segundo, y luego, en un gesto más bien macabro, sonrió a
medias.

- No, no lo eres... pero ya que has logrado llegar hasta este lugar, me harás todo más fácil...
– Levantó su brazo a la altura de su hombro, extiendo el puño hacia Harry - Sólo será
cuestión de esperar...

        Harry alzó una ceja, desconcertado por aquel trato parsimonioso, pero no demoró en
comprender sus intenciones. Como una enredadera iracunda, dos tallos rugosos aparecieron
estrepitosamente bajo sus pies, abriendo la tierra en un ligero temblor, amarrando sus
piernas con fuerza acto seguido, inmovilizándolo. Y aunque más bien parecía una alucinación
que sólo sucedía en algún lugar de su mente, la confusión y el miedo no lo dejaba razonar.
De la nada, repentinamente estaba cansado, tan cansado... Restregó sus ojos una y otra
vez, pero no lograba mantenerlos abiertos, seguir alerta... Su estómago empezó a doler, su
cabeza daba vueltas, sus piernas seguían sin responder, y el murmullo de voces conocidas
comenzaba a rondar sus oídos, como lamentos desprendidos de una vieja cinta...

Voldemort bufó en señal de triunfo. - ¿Cansado, Potter? No te preocupes, no hay necesidad


de correr...

        Voldemort volvió a elevar su mano derecha, murmuró palabras que Harry no alcanzó a
entender, e hizo un gesto a los Dementores que lo acompañaban. Lánguidos pero igualmente
tenebrosos, emprendieron camino hacia Harry, deslizándose a un centímetro del suelo...

        Como un rayo, una punzada aguda cruzó su cabeza desde su cicatriz hasta su nunca,
haciéndolo gritar de dolor. Llevó las dos manos a sus sienes, cayó de rodillas y dejó caer su
varita, rodando ésta varios metros lejos de él. No a poca distancia, el aliento nauseabundo
de uno de los Dementores llegó a sus oídos, estremeciéndolo... Cerró sus ojos con fuerza,
como si quisiera evitar que las voces lo rodearan, lo noquearan... pero era inútil... tan inútil
como correr...

        “¡Lily, toma a Harry y huye! Yo intentaré detenerlo... ¡Corre querida,  sálvate...!”


            “No, por favor... ¡te lo ruego! ...No mates a Harry, mátame a mí en su  lugar...”
           “Harry, tienes que ser fuerte... ¡no sueltes tu varita!. Prométeme que le llevarás mi
cuerpo a mis padres... ¿lo harás?”
            “Yo lo tuve a mi lado por mucho tiempo, Harry... tú no lo abrazaste jamás...”

- ¡¡NNOOOOO!!

        El grito de dolor rebotó en los tejados cercanos, provocando un eco entrecortado y
arrollador. Voldemort, por su lado, soltó una carcajada condescendiente.
Francisca Solar

- Vamos, muchacho... creí que eras inteligente. No se enfrenta a los Dementores así de
debilitado, mucho menos si tienes una desgracia reciente... Mmmm... – Entre las sombras
que no dejaban apreciar la libertad de sus movimientos, pareció llevar su mano a su mentón
– Me arriesgaré a adivinar. Veamos... ¿Murió ya el licántropo? ¿O... Black, quizá?

        Harry parpadeó y elevó la mirada. Ya no tenía fuerzas, ni siquiera para enfurecerse. Las
lágrimas se agolpaban en sus ojos, y todo le daba vueltas. No podía soportar escuchar el
llanto de su madre, o las súplicas de su padre... Cuatro Dementores lo tenían rodeado por
completo, congelando su microambiente en un par de segundos. Su cercanía con ellos había
marchitado y consumido a la enredadera que sujetaba sus pies, pero ya no importaba; de
cualquier modo era incapaz de huir. En algún rincón de su cabeza su madre estaba luchando
por él, defendiéndolo, y su voz lo atrapaba de tal manera que no podía estirar su brazo hacia
su varita, para llamarla y tratar de invocar su patronus...

        “No lo hagas... Por favor, no lo hagas... A Harry no, a Harry no...”

        La sombra nauseabunda de las bestias de Azkabán ciñó sobre Harry un desconsuelo
jamás vivido... No podría volver a sentirse feliz... Ya no más, nunca... Todo estaba perdido...
Veía a su madre correr con él en brazos, protegerlo con su cuerpo tras ese rayo verde
luminoso... La voz de Sirius, su rostro, llamándolo, pidiéndole que lo siguiera tras el velo...

        “Nunca estarás solo, Harry... nunca estarás solo”

        Una mano en forma de garra, grumosa y purulenta, se había alojado en el último tramo
de su cabello sin que él pudiera oponer resistencia. Estaba totalmente petrificado, en parte
por el recuerdo desgarrador de sus peores momentos, en parte por la acción devastadora del
hambre insaciable de los Dementores...
        Pero algo sucedió. Mientras aquel Dementor se inclinaba, tomando la cabeza de Harry
con la clara intención de propinarle el “Beso de la Muerte”, dejó un espacio entre él y su
compañero, lo suficiente para que le permitiera entrever el fondo de la calle. Y ahí la vio. Al
principio creyó que era una alucinación, que sólo era una imagen creada por su mente
momentos antes de morir, pero en aquellas milésimas de segundo, su composición se hizo
tan nítidamente sólida, que de sus labios asomó una sonrisa. Mientras, al compás del jadeo
pútrido de los guardianes, la voz de Sirius volvía a repetirle, insistente...

        “Nunca estarás solo...”

- Nunca estaré solo... – balbuceó Harry, haciendo un último esfuerzo para mirar hacia la
calle empolvada, quebrajada sólo por la figura de un hombre en una ancha túnica negra.

        Y luego dio gracias por haber tenido la fuerza de hacerlo. Una mariposa algo traslúcida,
grande y majestuosa, de un color azul brillante y de destellos plateados esparcidos a su
paso, apareció desde la oscuridad para llenarlo todo de luz. Fue tanto su resplandor, que a
Harry le sugirió un día soleado...
        Los huecos cavernosos que aquel Dementor tenía en lugar de ojos, se detuvieron a
centímetros de Harry, y tan rápido que no alcanzó a procesarlo con claridad, su hedor y sus
ropas rasgadas se esfumaron de su lado en cuestión de milésimas. Giró el rostro hacia su
derecha, y los tres Dementores que antes acompañaban el ritual, también se habían
desintegrado, o en su defecto, habían huido con premura...

        Lord Voldemort se había hecho a un lado tranquilamente, como quien espera el arribo
del tren. Sin inmutarse siquiera, vio a la mariposa cruzar toda la avenida, ahuyentando a los
Dementores, incluso desintegrando algunos, para situarse luego justo frente a Harry, quien
había logrado acomodar sus lentes y recuperar su varita. Ella, tan solemne como la primera
vez que se apareció en aquella lejana clase de Defensa Contra las Artes Oscuras, se inclinó
suavemente hacia él, movió ligeramente sus antenas, y emprendió su vuelo de regreso hacia
donde había venido.
        Harry la siguió con la vista. Sobrevoló la calle – tratando de pasar lo más lejos posible
de Voldemort, aunque éste contemplaba la escena casi aburrido – y descendió a unos metros
de él, hacia el costado izquierdo, donde una persona de túnica blanca la esperaba. Su
luminosidad y belleza duraron sólo unos segundos más, ya que la chica que la aguardaba
levantó su brazo y convirtió su mariposa en un puñado de destellos plateados. Luego avanzó
Francisca Solar

un paso, dos, hasta que la luz de luna que pudo colarse entre las casas luego de la huida de
los Dementores, acentuó sus facciones. Sus ojos celestes ardían en furia.

- Mi querida Aranel... – comenzó a decir Voldemort a unos metros de distancia, haciendo una
reverencia irónica ante ella – Recibí su mensaje, pero comenzaba a creer que no llegaría...
¿La ha tratado bien el mundo Istari?

- Basta de estupideces, Voldemort – respondió Stella de pronto, dura y enfática, tensando


los músculos de su rostro.

Él ni se inmutó. - Ya me sorprendía que no hubiera descubierto al traidor, siendo ella uno de


los suyos... Bueno, nada dura para siempre, ni siquiera un Elfo. ¿Debo suponer que nuestra
querida Améthles ya pasó a mejor vida?

Stella no contestó, pero suspiró, alterada, como si hubiera escuchado un gran insulto. - La
usaste... la usaste contra mí... la usaste para alejarme de Harry...

- Sí, sí... – aceptó, indiferente - ...entre otras cosas. La manipulación es mi especialidad,


pero si está usted aquí esta noche es porque ha logrado liberarse de ella, ¿no es así?

Stella volvió a callar, pero su gesto implicaba un asentimiento. - He venido... ahora cumple
tu parte. ¡Dijiste que no lo lastimarías! Libera a Harry de inmediato. Es a mí a quien quieres.
Cumple tu sueño... Enfréntate, por fin, al escudo que se ha vuelto tu pesadilla.

        La sonrisa sardónica que Voldemort había mantenido hasta ese momento se esfumó
raudamente, para dar paso a una mueca de asco y desafío.

- No tan rápido, Eleneär Wilwarin...

- No hay nada qué pensar. Tu batalla es conmigo... pero sólo conmigo. Y no te tengo miedo.

La semi sonrisa volvió al rostro escamado y desfigurado de Tom Riddle. - Puede ser, pero...
soy un mago difícil de complacer, ¿sabes? Quizá quiera dos cadáveres en lugar de uno...

- Pues tendrás que pelear por ellos...

        Harry, aunque confundido por aquel “trato secreto” entre Stella y Voldemort, llenó de
aire sus pulmones. Apoyó una mano en la tierra, tambaleó al intentar erguirse pero
finalmente lo consiguió. Arregló sus lentes, suspiró y preparó su varita colocándose en
posición de lucha, aunque su pulso distaba mucho de demostrar seguridad.

        Stella se adelantó un paso, levantando su mano en señal de alerta, cambiando el gesto


desafiante de su rostro por uno de cariño.

- Harry, por favor...

Voldemort se burló. - Sí, Harry, querido... será mejor que escuches a tus superiores. Yo ya
te lo había advertido, no deberías estar aquí... Por eso odio las relaciones diplomáticas,
siempre terminan en guerra...

- ¡Acabemos con esto, despreciable Matloico! – exclamó Stella interrumpiéndolo, algo


perturbada, sintiendo que el asunto se le escaparía de las manos. Voldemort hizo un gesto
de disgusto mientras, varios metros frente a ella, Harry daba a entender que no se movería
– Tu lucha es conmigo. Estoy aquí... ¡qué más quieres! ¡Exijo que dejes a Harry en paz!

- Oh, por supuesto... – pronunció, grave y mordaz - ...pero su osadía debe ser castigada,
¿no crees? Está en el lugar y en el momento equivocado. Así que... – giró hacia Harry,
sereno pero despectivo, como si en lugar de un joven mago tratara con un simple muggle
ignorante – Por favor, siéntate y espera tu turno. Primero debo acabar con tu escudo...

- ...¡¡Y CON TODOS NOSOTROS!!

        El gruñido de un animal indescifrable rompió el tenso diálogo entre la Elfa y los magos.
Francisca Solar

Atravesando la oscuridad de la noche, y dejando una pequeña estela de polvo tras sus
ínfimas pezuñas, un Piare corría a gran velocidad hacia Harry desde una de las calles
colaterales. Y pronto tras él, gracias a la poca claridad que la luna podía ofrecerles, uno a
uno fueron apareciendo... Hermione y Ron a la cabeza, con rostros entre preocupados y
asustados... Luego Neville, Ginny, Luna, Cho, Zacharias, Katie y Terry... Más atrás, apurando
el paso, y quizá más hipnotizados por las ruinas del pueblo que por el objetivo de su viaje
hasta ahí, corrían Alicia, Collin, Seamus, Dean, Padma, Hannah, Susan y Parvati... Los
últimos en hacer presencia fueron Angelina, Owen, Anthony, Lavender, Dennis, Justin y
Ernie, ayudando cada cierto tiempo a Theresa, quien cojeaba por su tobillo lastimado... pero
cuando ya todos hubieron estado a relativa distancia del Innombrable, sacaron sus varitas y
se ubicaron en posición. Ninguno pareció flaquear.

        Hubo varios segundos, espesos y lentos como horas, en los que nadie dijo nada. Los
rostros de Dennis y Luna hablaban por sí solos; la reptil imagen de Lord Voldemort,
enfundada casi completamente en una gruesa y ancha túnica negra, era tan o más
escalofriante de la que aparecía constantemente en sus pesadillas. Pero este era un sueño
bastante real... tanto como para sentir su respiración, su aura maligna y su mirada, rojiza y
achatada, muy similar a la de las serpientes cascabel que cuidaban la entrada de la sala
común de Slytherin.

        El rostro semi cadavérico del también llamado “Señor de las Tinieblas” se contrajo en
una mueca de odio. Giró ágilmente sobre sus pies, apuntó con su varita directamente hacia
Harry, y aunque Owen estaba lo suficientemente atento como para correr y desviar cualquier
maleficio, la acción siguiente lo confundió: en lugar de arremeter contra su eterno enemigo,
Voldemort apuntó hacia el pequeño Piare, quien yacía exhausto sobre un poco de césped,
apenas a unos centímetros de Harry.
        Un segundo después, debió voltear y protegerse con sus brazos por el estallido. Víctima
de un rayo certero mientras intentaba escapar, el indefenso Piare terminó aplastado contra
el cerco de la calle, confundiéndose entre sus tripas, sangre y restos de su particular
salivación pegajosa.

        Alicia, Hannah y Parvati gritaron de horror al mismo tiempo, y Ginny se refugió en el


hombro de Owen. Hermione dejó escapar una lágrima; había sido su idea el usar un Piare
para encontrar a Harry entre las esquinas del pueblo.

- Vaya, vaya... - comenzó a decir Voldemort, observando la escena que se había conformado
varios metros frente a sí: la princesa Tareldar a su derecha, Harry Potter a su izquierda, y, al
fondo, un montón de estudiantes entrometidos – Pero qué conmovedor... el niño sin padres
tiene apoyo moral. ¿Éste es tu ejército, Harry Potter?

        La cabeza de Harry estaba a punto de estallar por un dolor punzante en su sien
derecha, pero eso no le impidió tensar sus puños, demostrando claramente su indignación.

- Si lo que quieres es... matar a Stella... - dijo, tomando aire para cada sílaba, tratando de
obviar cómo lo había herido escuchar esas palabras - ...tendrás que pelear primero.

- ...será sobre nuestro cadáver - balbuceó Ron, temblando, pero frunciendo el ceño con
encono.

- Y si es necesario – agregó Harry, decidido, elevando el mentón, cuidando de no revelar el


nerviosismo que se apoderaba furiosamente de su cuerpo - ...uno de los dos morirá hoy.

- ¡Ohh! – exclamó Voldemort, al borde de la risa, y Padma saltó hacia atrás. Aquella
carcajada le congelaba la sangre - ¡Harry Potter me ha amenazado!

- ¡Ya basta! – gritó Stella, ahora realmente iracunda. Luego miró hacia la Armada – Amigos,
por favor... no hagan esto más difícil... Salgan de aquí, se los ruego...

- No, no, déjalos – la interrumpió Voldemort, mordazmente divertido – Quédense a la fiesta,


sean mis invitados. Sólo quería un cadáver hoy, pero un par más no me molestaría...

        Era suficiente. Stella apretó los labios, estiró su cuello y, ante todos, aquella aura semi
brillante que siempre la acompañaba se expandió hacia los lados, ardiendo, potente, como si
Francisca Solar

hubieran prendido fuego a todo su cuerpo. Su cabello comenzó a ondular como si lo moviera
algún tipo de brisa, y su túnica adquirió un color azul profundo, como el de su mariposa.

- Vamos... trae a tus Dementores – lo desafió, en un tono grave y duro. Sus ojos transmitían
una mezcla de miedo y furia – Yo sola puedo con ellos.

- Oh, sí, apuesto que sí – respondió Voldemort, sin siquiera inmutarse - ...puedes con cinco,
siete... quizá diez, pero... ¿qué tal un centenar?

        Al compás de sus palabras, abrió los brazos al máximo, el cielo estalló en un rumor a
rayos, como si se avecinara una horrible tormenta, y el viento agitó su túnica con violencia.
Entonces apuntó su varita hacia las nubes.

- ¡MORSMORDRE!

        La Armada atinó a proteger sus cabezas por inercia. Ahí, en medio del firmamento gris,
una brillante calavera verdosa llamaba a sus súbditos. Harry, Ron y Hermione la recordaban
bien, nítida, en los cielos del campamento durante los mundiales de Quidditch... y si bien
creían que la vista de la Marca Tenebrosa les daría un poco de tiempo para arremeter como
grupo contra Voldemort, los refuerzos del lado oscuro no se hicieron esperar.

        Zacharias, aunque en un hilo de voz, fue bastante elocuente: estaban frente a una
verdadera plaga. Hasta Angelina quedó petrificada en su sitio, haciendo que su varita
temblara bajo su pulso. Salían de todas partes: de las casas, de las colinas, de las calles, de
la oscuridad. En pocos momentos todo se llenó de su lamento fúnebre, de su ansiedad por
tristezas ajenas, de su hedor a muerte y desolación... Eran un centenar, tal como Voldemort
lo había dicho... e incluso, quizá más...

        Harry sintió su cuerpo flaquear otra vez. Abrió los ojos al máximo, retrocediendo un par
de pasos hasta que topó con la espalda de Dean, quien intentaba alejarse en dirección
contraria. Estaban atrapados. Sintiendo como aquellas criaturas los rodeaban ágilmente,
bloqueando todas las salidas, imposibilitando cualquier escapada, Harry suspiró profundo,
oyendo la respiración agitada de sus amigos. Desde el fondo de su cabeza, la voz de su
madre nuevamente afloró, angustiante... pero sacando fuerzas de flaqueza, decidió usarlo a
su favor. Era su madre... y aun cuando gritara y suplicara por su vida, era su voz, era su
tono... era su amor y su protección por él lo que latía, patente... y eso no podría ser, jamás,
un sentimiento nefasto...

- ¡Dispérsense, ahora! ¡¡¡EXPECTO PATRONUM!!!

        Una mezcla de animales translúcidos y muchísimo polvo plateado llenó el ambiente en


un par de segundos, luego de que más de veinte voces conjuraran el mismo hechizo... pero
el efecto fue tan pasajero como la luz. Los Dementores apenas se detuvieron, más
confundidos que amedrentados, y avanzaron pronto tras los restos de polvo, cansinos y
lúgubres...

- ¡No está funcionando! – exclamó Ginny, casi como un gemido, apuntando su varita hacia el
frente, temblando...

- ¡Harry! – gritó Collin, sujetándolo con su brazo izquierdo segundos antes de que cayera al
suelo, mientras con su mano derecha seguía empuñando su varita. Estaba a punto de
desmayarse - ¡No... no decaigas! ¡¡Expecto Patronum!! ¡¡¡EXPECTO PATRONUM!!!

        Era tanta la niebla de destellos metálicos a su alrededor, que Collin tuvo que arrugar la
frente para ver. Ni él mismo lo había creído al principio, pero ahí, a no más de un metro de
distancia, una extraña criatura, muy parecida a un Ornitorrinco, tomaba impulso desde sus
patas traseras y arremetía contra el Dementor más cercano, atravesándolo con fuerza y
desintegrando su masa abominable cubierta de harapos. Hannah ahogó un grito a sus
espaldas, aunque no supo si era de espanto o admiración.

        Stella había sido dejada fuera de aquel asfixiante círculo, pero no pensaba quedarse a
mirar. Cerró los puños, tomó aire, y preparó su mente para arrojarse ella misma si era
necesario, con tal de salvar a sus amigos...
Francisca Solar

- No, no... – la detuvo Voldemort, sin tocarla ni un centímetro, colocándose ágilmente frente
a ella. Desde esa cercanía, ella pudo apreciar su piel escamosa, en tonos verdes, y aquellas
cuencas, negras y profundas, que alojaban dos óvalos rojizos en forma de ojos... Hizo una
mueca de asco, angustiada, mientras escuchaba los gritos infructuosos de la Armada,
intentando conjurar sus Patronus... – No se esfuerce en vano, Alteza. Tengo algo mejor para
usted...

        No pestañeó. A pocos metros, la Armada comenzaba a dar signos de fatiga, o peor, de
desconsuelo. Y si bien Collin había alcanzado a sonreír por lograr traer a su Patronus, el
orgullo del momento duró apenas un suspiro. Como si el acoso de un centenar de
Dementores no fuera suficiente, un sonido estridente apareció de la nada para cubrirlo todo.
Owen, Cho y Ernie llevaron inmediatamente sus manos a sus oídos, sobre todo Seamus
quien, con el peor de los gestos de horror, elevó los ojos al cielo.

- ¡Oh, no! – gritó Parvati, alterada, también mirando al cielo.

- ¡¿Qué?! ¡¿Qué sucede?! – gritó Ron de retorno, enfadado consigo mismo por lograr sólo
débiles chorros de polvo plateado, que mantenían a los Dementores a raya únicamente por
escasos segundos...

- ¿A-Acaso no la escuchas? – respondió Seamus, con la voz entrecortada, contrayéndose –


Alguien... ¡A-Alguien morirá hoy!

        Ron tragó saliva, pero antes de que pudiera preguntar el porqué de aquella conclusión,
Parvati ya había resuelto su duda, apuntando hacia las nubes.

        Lo primero que pudo distinguirse con claridad fue su cabello, extremadamente largo y
negro como la noche... Sus ropas no distaban demasiado de las de los Dementores, pero no
llevaba capucha, ni era su objetivo extraer almas ajenas... Solo la identificaba un sonido...
un llanto eterno, agudo, como si saliera de sus entrañas y lo acompañara el más oscuro de
los violines, anunciando muerte y desgracia...

        Stella dio un paso hacia atrás, fijando los ojos en el rostro arrugado y repulsivo de
aquella especie de mujer, de piel grisácea, quebradiza, de ojos alargados y expresión de
profundo lamento. Jamás se había enfrentado a una Banshee, ni sabía cómo hacerlo... Y
pronto apareció otra, y otra más, simulando un trío de medusas hambrientas...

- ¡STELLA, CUIDADO!

        Hermione había caído de rodillas en la tierra, exhausta por el esfuerzo, pero divisó un
segundo después lo que sucedería. Si bien la atención de Stella estaba completamente
absorbida por las Banshees que se acercaban a gran velocidad, uno de los Dementores había
cambiado de rumbo, aturdido por la débil nutria de Hermione, y se había fijado en la Elfa,
flotando hacia ella. Entonces otra mano apareció en juego. Al parecer, el nombre de Stella
había obligado a Harry a reaccionar, aun cuando siguiera perdido en las voces de Sirius y
Lily...

- ¡Expecto Patronum!

        Desde el centro de una Armada dispersa, intentando equilibrar fuerzas para confundir
al enemigo, buscando resguardo entre unos y otros, una espesa nube de polvo plateado se
dirigió directo hacia Stella. Alcanzó a distinguirse sólo la cabeza de un imponente ciervo,
pero sirvió para noquear al Dementor y obligarlo a regresar. Justo a tiempo.

        Un rayo anaranjado salió de la mano derecha de Stella, previa exclamación de un


conjuro en su lengua natal, pero apenas rozó a una de las Banshees, quien en su lamento
sulfúrico a alto volumen, tomaba impulso cada cierto tiempo, lanzándose en picada contra la
princesa Tareldar junto a las otras.

- ¡¡NNOO... AAARGHHH!!

        El grito de Neville igualó el aullido de las Banshees, alertó a sus compañeros más
Francisca Solar

cercanos y produjo luego una suerte de silencio sepulcral. El cielo se mostró más negro que
nunca, y una oleada de frío los hizo estremecer, protegiéndose bajo sus túnicas. Katie dio un
salto hacia atrás, y al observar la escena, estalló en llanto.
        Aquel Dementor se había acercado demasiado, y los numerosos intentos de patronus
de Neville no habían servido de nada. Como una extensión de su propia piel, su alma salía de
su rostro y se expandía, irrefutable, hacia la cabeza inclinada del guardián de Azkabán...
pero, sin que ninguno pudiera siquiera esperarlo, un zorrillo azulado, pequeño pero
escurridizo, saltó sin preámbulos hacia el Dementor, interrumpiendo aquel beso mortal...

        Neville cayó de bruces acto seguido, inconsciente sobre la tierra mojada, con los ojos
en blanco y los labios morados... y aunque Hannah fue la primera en correr para ayudarlo,
los Dementores se duplicaban, aparecían por todas partes...

- ¡...Expecto Patronum! ¡Expecto Patronum! ¡EXPECTO PATRONUM!

        El zorrillo de Luna se esfumó un segundo después, pero ella pudo acercarse a Neville y
comprobar su respiración. Aliviada, exclamó a todos que aún vivía, y al menos durante los
siguientes minutos, se irguió justo a su lado, dispuesta a seguir ahuyentando a todas
aquellas criaturas que tanto aborrecía...

- ¡¡Ginny, apártate!!

        Un imponente Tigre blanco, aunque difuso a ratos, salió de la varita de Owen y corrió
hacia dos Dementores, uno a cada lado de Ginny. Y si bien ella intentaba concentrarse en un
recuerdo feliz, no lograba crear más que débiles destellos plateados... Los Dementores
retrocedieron lo suficiente para que Ginny pudiera huir en dirección contraria, pero no tuvo
tiempo para agradecimientos.

        Un nuevo grito desvió sus atenciones. Harry olvidó de pronto al Dementor que lo
acechaba, giró sobre sus pies por inercia, y vio a Stella caer, llevando de inmediato sus
manos a su cara. Sangraba profusamente de su mejilla.

- ¡Hûl avá! – exclamó, con lágrimas en los ojos, extendiendo su brazo hacia la Banshee a su
derecha y lanzando otro rayo, esta vez nítidamente amarillo, como si proviniera del corazón
de una tormenta. El llanto agudo de la Llorona estalló en un aullido inaudible, y varias chicas
de la Armada gimieron de dolor, llevando sus manos a sus sienes.

- ¡¿Qué es lo que pretende?! – gritó Justin hacia Alicia, alterado, liberándose de su Dementor
más cercano con su pequeña Orca, mirando con ira la pelea entre Stella y las Banshees.
Jadeaba, cansado y algo aturdido, y aprovechó su lejanía para hablar – ¡Quien-Tú-Sabes sólo
se ha dedicado a mirar...! ¿Por qué no pelea él? ¡¿No es acaso el mago más poderoso del
mundo?!

- ¡Sí, es cierto! – exclamó Ron, indignado, enrojeciendo su rostro más de lo habitual. El


Patronus de Hermione había alejado a dos Dementores que los perseguían - ¡¿Por qué no ha
hecho nada?!

        Una nueva arremetida de las tres Banshees en conjunto produjo suficiente ruido
ambiental como para que la respuesta de Hermione se disipara pronto en el aire, llegando
sólo a los oídos de Ron, Alicia y Justin.

- ¡No va a arriesgarse, ella no es una bruja común! – exclamó de vuelta, quitando el sudor
de su frente con el borde de su túnica, sin perder la postura de ataque ante la inminente
aparecida de un nuevo Dementor - ¡Stella es mucho más poderosa que él, lo acabaría en un
segundo! ¡No peleará con ella... No aún!! ¡Sólo trata de debilitarla...!

        Y de seguro lo estaba consiguiendo. La túnica de Stella, en el sector de su pecho y


brazos, estaba hecha añicos por las uñas puntiagudas de las Lloronas, y sus voces
estridentes no dejaban de aturdirla, desviando de vez en cuando sus embistes de luz que,
aunque sumamente potentes, no lograban dar con las escurridizas criaturas mortuorias,
quienes se movían por los aires a libre destajo...
        Harry bufaba de impotencia, reponiéndose como fuera de las náuseas que la cercanía
con los Dementores le provocaba, e intentaba a cada momento acercarse a Stella...
Francisca Solar

ayudarla, hacer algo por defenderla... y aunque lograba avanzar cierto camino hacia ella,
siempre se cruzaba ante él una sombra lúgubre, buscando arrebatarle los pocos recuerdos
felices que le quedaban, obligándolo a escuchar a su madre una y otra vez... Y de fondo,
Stella volvía a gemir, defendiéndose de una furiosa Banshee que no dejaba de aullar...

- ¡¡Hey, t-tú... – comenzó a decir Ron, fuera del alcance de cualquiera de sus compañeros.
De alguna forma, había encontrado la manera de escabullirse y caminar hacia Stella – ...t-tú,
V-V-Vol-l-dem-mort-t...! – gritó, desafiante y en el tono más rudo que su voz logró exponer,
poniendo todo su esfuerzo en pronunciar aquella palabra. Su varita temblaba, estrangulada
en su puño - ¿No vas a pelear? ¡¿No quieres ensuciarte las manos, no?!

        Lord Voldemort, quien apreciaba con atención los intentos de Stella por deshacerse de
las Banshees, volteó lentamente hacia Ron, entre sorprendido y lastimero, como si no diera
crédito a sus oídos.

- ¡RON, NO! – exclamó Hermione, visiblemente asustada, intentando que su Nutria cada vez
más débil lograra crear una pared entre ella y el Dementor a su derecha - ¡VUELVE AQUÍ!
¡¡NO HAGAS UNA LOCURA!!

- ¡¡RON!! – gritó Stella acto seguido, advirtiéndole el costo de su osadía, pero reaccionando
lo suficientemente rápido como para atacar a una de las Banshee que se acercaba por su
espalda. Y aunque logró darle de lleno en el estómago, azotándola contra un árbol cercano,
su desatención le costó otro feo rasguño, ahora en su hombro.

        Lord Voldemort dejó apreciar su mano escamosa bajo la manga de su túnica, mientras
la levantaba empuñando su varita hacia Ron.

- Déjame ver... Eres un Weasley, ¿no es así? – preguntó, seco y despectivo, y aun cuando
Ron no respondió, dando un par de pasos hacia atrás, Voldemort movió la cabeza, mordaz –
Oh, vaya... un orgulloso exponente Gryffindor... aunque siempre creí que eso de las casas
era una soberana estupidez. Si no hay un Slytherin cerca, todos son unos incompetentes...

        Hermione aguantó la respiración tras aquella frase. Abrió los ojos al máximo. Durante
una milésima de segundo su mente trabajó a cien por hora, se aclaró con lo evidente, y
debía hacer algo... tenía que...

        Movió sus pies sin hacer el más mínimo sonido, escudándose en la lucha constante de
sus amigos y los gritos de las Banshees.

- Harry, di “Excelso Patronum”... – le murmuró al pasar sigilosamente a su lado, nerviosa y


angustiada. Harry se sobresaltó, pendiente de Lord Voldemort y Ron.

- ¿Q-Qué...? – dijo él, confundido, deteniéndose en su avanzada hacia el Señor de las


Tinieblas, dispuesto a proteger a su amigo.

Voldemort soltó una carcajada displicente. - Weasleys... siempre tan confiados e ilusos... –
elevó su varita a la altura de su hombro, y Ron abrió sus ojos al máximo, aterrorizado –
Supongo que una pequeña lección les enseñará a tus amigos a elegir mejor dónde conceden
su lealtad...

- “Excelso Patronum”... Que todos convoquen sus Patronus y luego lo dices... ¡Sólo hazlo,
por favor!

        Pero Harry no alcanzó a contestar. Ron se había paralizado de horror, aun cuando
segundos antes una valentía infinita lo había instado a provocar al mago más temido de
todos los tiempos. Entonces movió su varita, curvando sus labios opacos, reptiles, en un
amago de sonrisa.

- ¡AVADA KEDAVRA!

- ¡¡NNOOOO!!

        Lo único que Ginny alcanzó a apreciar, luego de escuchar aquel conjuro imperdonable
Francisca Solar

de la boca de Voldemort, fue el cabello de Hermione cruzar su distancia con Ron en dos
zancadas, abrazarlo fuertemente por la espalda, y luego desaparecer en un chasquido. Un
brillante rayo verde salió de la varita de Voldemort directo al sitio donde Ron se erguía
segundos antes, pero desembocó en la nada y golpeó, casi por casualidad, a dos Dementores
cerca de Lavender, quienes se desintegraron sólo con el toque del hechizo.

- ¡¿QUÉ...?!

        Voldemort soltó un grito de rabia. Se acercó hacia las marcas en la tierra, para
cerciorarse de que aquella extraña desaparición instantánea no fuera producto sólo de una
simple capa invisible, pero los hechos aledaños le impidieron moverse más de lo requerido.
        Primero fue una Banshee, dando el peor de sus alaridos, pero ya no como recurso de
amenaza, sino como víctima de su propio dolor. Junto con la que había sido azotada contra
el árbol, otra de las Lloronas fue a parar a las ruinas de la casa tras Voldemort, destruyendo
una de las paredes externas y provocando un derrumbe que simuló una suerte de temblor.
Stella jadeaba, en cuclillas sobre el barro, pero sonreía. Algo parecía haber funcionado...

        Y así lo descubrió Voldemort segundos después. Su descuido le costaría caro. Tan ágil y
eficiente que ni Harry pudo creerlo, bastó que diera la instrucción a Justin para que, en un
par de segundos, todos ya estuvieran enterados y alertas. Voldemort seguía hipnotizado por
el escape de Ron y Hermione, y no reparó en lo que sucedía a sus espaldas sólo hasta que se
dignó a voltear. La Armada Dumbledore, completa y ordenada, algunos más lúcidos que
otros, empuñaban sus varitas contra el grupo de Dementores, también aglomerados a unos
metros de ellos. Harry, al centro, dejó que la última Banshee propinara su aullido y, al son
de la voz de Sirius que aún no se apagaba, gritó: “Concéntrense en la victoria... ahora...
todos... ¡¡¡EXPECTO PATRONUS!!!”

        Stella volvió a sonreír, pensando que aquello que apreciaba era un verdadero
espectáculo. Voldemort apenas se movió, quizá adivinando qué es lo que Harry intentaba
hacer...
        Veintiséis patronus, todos distintos tanto en tamaño como en poder o intensidad,
aparecieron de las varitas de sus dueños y, para sorpresa de todos, no arremetieron contra
los Dementores ni corrieron en alguna dirección. Solo se irguieron, estáticos, como si
esperaran una orden. Los ex-Guardianes de Azkabán retrocedieron unos metros, intimidados
por los patronus, pero en cualquier minuto volverían a atacar...

        Entonces Harry no lo volvió a pensar. No tenía la menor idea de qué sucedería, pero si
no lo intentaba...

- ¡¡EXCELSO PATRONUS!!

        Si lo anterior era un espectáculo, esto ya era irrepetible. “” murmuró Stella,


maravillada. Hasta el mismo Voldemort arqueó las cejas, dando un par de pasos hacia atrás.

        Cruzando casi todo el campo, y solo después de que el Oso Polar de Theresa hubiera
alcanzado la cabeza del grupo, el Cisne de Cho fue a reunirse con el Pingüino de Terry, el
Zorrillo de Luna, el Canguro de Anthony y la Avestruz de Padma, tan íntimamente
conectados que parecían, según la apreciación rápida de Luna, querer fusionarse... Así
mismo sucedió con el Tigre blanco de Owen, el cual, sin previo aviso, cruzó hacia el otro
extremo y tomó lugar junto a la Orca de Justin, la Jirafa de Hannah, la Tortuga de Susan, el
Hipopótamo de Zacharias y el galante Pavo Real de Ernie... El resto, por su lado, se organizó
de forma asombrosa, considerando que eran muchísimos... Pegado al Caballo de Ginny, le
siguió el Ornitorrinco de Collin, el Ciervo de Harry, el Orangután de Seamus, el Unicornio de
Lavender... una Lechuza, un Jabalí, un Rinoceronte, un Koala, una Iguana gigante... incluso,
imponente, un hermoso Elefante, aunque no de grandes dimensiones, aparecido tras el
movimiento de varita de Neville. Nadie supo cómo se recuperó pero, desde su posición semi
recostada en el suelo, se las ingenió para conjurar su Patronus, y parecía embobado con él...
El único Patronus que permaneció aislado, pero siempre en conexión visual con los otros, fue
el Oso Polar de Theresa, al comienzo del grupo, esperando...

        Lo impresionante llegó un minuto después. No había sido otra loca ilusión de Luna;
realmente querían fusionarse, y así lo hicieron, tardando apenas un segundo en conformar
tres grandes estructuras difíciles de inadvertir... Anthony tenía razón; tenían el tamaño de
Francisca Solar

un gigante, o quizá más... Un León, un Águila y un Hurón, símbolos patentes de fuerzas


distintas pero complementarias... y aquel Oso Polar, instado por los otros, tomó rápidamente
la apariencia de una Serpiente cascabel, no amenazante, sino segura y ágil, aunque más
pequeña que sus homónimas...

        Nadie más volvió a respirar. Lo que había frente a ellos era demasiado. Si hubieran
podido hablar, lo más probable es que hubieran escuchado decenas de gritos aterradores,
llenos de pánico, de todos aquellos Dementores que se alejaban para no ser desintegrados...
Claro que, ante aquellos Magno Patronus, los Dementores parecían pequeñas criaturas de
colección. Ni cien de ellas podían enfrentárseles, y así, con gran soltura y eficacia, el valor de
Gryffindor, la inteligencia de Ravenclaw, el esfuerzo de Hufflepuff y la ambición de Slytherin
se unieron, por segunda vez en la historia, para luchar por un motivo común... un motivo
que no hace mucho, un deshilachado y viejo Sombrero Seleccionador había instado y
predicho, no sin menos sabiduría...

        La luz que emanaba de los Patronus era suficiente para iluminar el pueblo completo,
pero nadie cubrió sus rostros ante el resplandor... Todos querían ver, ser parte de su logro
común, de su triunfo... de algo que jamás habrían conseguido solos...
        Harry corrió y se adelantó, siguiendo los pasos del León de su casa. Sólo su roce
bastaba para desintegrar al más pútrido de los Dementores, volviéndolos ceniza en el aire...
incluso a la última de las Banshee, quien huyó despavorida tras la persecución del Águila
Ravenclaw. Entonces divisó a Stella por el rabillo del ojo. Estaba muy cerca de ella, y su
Mariposa no había querido quedar fuera de la fiesta. Apareciendo de la nada, sobrevoló el
campo y, junto a la Serpiente Slytherin y el Hurón Hufflepuff, arremetieron contra los últimos
guardianes de Azkabán. El cielo se había despejado, aquella brisa gélida que los acompañaba
se había esfumado con su hedor a muerte, y las sonrisas en los rostros de la Armada eran
más que elocuentes...

        Pero, y Harry tendría que haberlo adivinado, aquello no podría durar demasiado. No
sólo había Dementores y Banshees ahí, sino también un mago, antes llamado Tom Riddle,
con la reputación de poseer más poder que cualquier hechicero en la tierra...

        Su grito de encono, aunque más grave y profundo que el de las Banshee, fue tan
desgarrador que retumbó en todos los tejados de Pequeño Hangleton, siguiendo el “crash”
de cientos de ventanas en todas las esquinas. La alegría de la Armada desapareció tan
rápido como los últimos vestigios de los Dementores, y sus gestos de pánico se confundían
entre sus túnicas, incapaces de saber, ahora, qué hacer...
        Pero el Señor de las Tinieblas no les dio tiempo para pensar. Aún en el marco de su
grito, levantó sus dos brazos, los cruzó a la altura de su cabeza y luego, en un instante
negro, los extendió hacia los lados, provocando una onda gris hasta el fondo de la calle,
como si se tratara de la fuerza radioactiva, sólo provocada por una bomba nuclear... y así,
en un doloroso abrir y cerrar de ojos, los cuatro magno Patronus explotaron sobre su eje,
agregando aún más poder a aquella oleada opaca de maldición...

        Harry vio a sus amigos, uno a uno, sucumbir ante la maldad de Voldemort. La potencia
de aquella explosión, mitad patronus mitad magia negra, era ineludible, y como si no fueran
más que débiles hojas de papel, fueron levantados en el aire y azotados, todos ellos,
decenas de metros más atrás...

        Aunque no directamente, la onda de poder también llegó hasta Harry y Stella, con
suficiente fuerza para hacerles perder el equilibrio y azotarlos también, violentamente,
contra el suelo mojado. Y así, desapercibida y escurridiza, su varita escapó de sus dedos,
rodando hasta los pies de Voldemort, a quien su maldición parecía hacerle cosquillas...

        Hasta que todo fue silencio. Harry acomodó sus anteojos y enfocó: había cuerpos por
doquier.

- ¡¡NNOOO!!! – gritó, desesperado, con lágrimas en los ojos. Se levantó como pudo,
tambaleante, pero volvió a caer de rodillas intentando acercarse a alguno de sus amigos. No,
ellos no, por favor... Primero Sirius, ahora ellos...

        Voldemort, casi levitando hasta él, le bloqueó el paso. Parsimoniosamente, como si


tuviera todo el tiempo del mundo, se inclinó a su derecha y tomó la varita de Harry entre sus
Francisca Solar

dedos largos y aceitosos de lagartija. No había una sonrisa de satisfacción en sus labios,
pero sí una serenidad, macabra, que sólo le proporcionaba el triunfo inminente...

- Tenías razón, Harry Potter... – comenzó a decir, mirando la varita del muchacho con
atención. Era tan parecida a la suya... - ...uno de los dos morirá hoy, y creo que ya intuyes
quién será.

        Harry tragó saliva. La imagen de Lord Voldemort empezaba a distorsionarse... restregó


sus ojos, pero no eran sus lentes los que no lo dejaban ver... Era el cansancio, el esfuerzo
perdido, la tristeza, el desconsuelo... Aquel hedor a muerte que ni aún con los Dementores
se había ido...
        Lord Voldemort estranguló la varita de Harry en su puño, pensó un momento, y luego
la posicionó debidamente entre sus dedos, apuntando con ella a su propio dueño, quien yacía
ya sin fuerzas, caído frente a él. Al parecer, aquella escena le suponía un secreto
divertimento...
        Pero Stella no se hizo esperar. También con su última energía, exhausta y sumamente
herida, prácticamente se arrastró hasta Harry, protegiéndolo con su cuerpo...

Voldemort bufó, condescendiente. - Aranel, ¿no le explicaron los Elfos que no puede
relacionarse con Magos? Está penado por sus leyes. Oh, pero claro... usted es su escudo. Un
escudo viviente... la única razón por la que un odioso niño con una cicatriz en forma de rayo
ha permanecido inalcanzable a mis garras, una y otra vez... – su mano, empuñando
fuertemente la varita de Harry, no dudó ni un momento – Si quiere morir con él, o por él,
hoy ya es igual.

        Stella clavó su mirada en el Señor de las Tinieblas, sin denotar el más mínimo resquicio
de temor. Su túnica blanca, manchada en sangre y barro, y apegada a su cuerpo por el
sudor, cubrió como pudo la cabeza de un Harry casi desmayado, apoyándola en su regazo. Él
intentó decir algo... instarla, quizá, a huir... pero ya no tenía fuerza para eso. Sus padres
estaban muertos, Sirius estaba muerto, sus amigos habían fallecido horrorosamente frente a
él, sin poder hacer nada al respecto... No, no había razones para pelear. No quería morir a
manos de Voldemort, no de este modo... pero ya no le importaba nada, nada más...

        Todos los hechos siguientes, uno a uno, pasaron frente a Harry como si alguien hubiera
puesto la modalidad de cámara lenta. Primero fue Lord Voldemort, asqueado e incólume,
comenzando a pronunciar el favorito de sus conjuros imperdonables... Mientras eso ocurría,
desde atrás, apareciendo junto a la colina, un grupo numeroso de hombres corría hacia
ellos... Vestían túnicas negras y sugerentes máscaras, símbolo característico de los
Caballeros de Walpurgis... y aunque no podía ver bien, aunque sus lentes ya no le ayudaban
en lo absoluto, sí notó que dichos Mortífagos apenas se fijaban en ellos... No, no los miraban
a ellos, miraban hacia el otro extremo...
        Harry giró los ojos hasta que los párpados le ardieron. Ahí, desde la calle aledaña, otro
grupo parecía muy interesado en llegar hasta la avenida... Eran brujas y hechiceros, todos
con distintas vestimentas, estaturas y contexturas, pero con sus varitas en alto como
denominador común... aunque, sin dudarlo, Harry reconoció al cabecilla... Un anciano
imponente, de túnica ancha y un nombre tan extenso como su barba blanca, si bien prefería
ser conocido sólo Albus Dumbledore...

        Ambos grupos se acercaban por esquinas contrarias, pero aquello careció de pronto de
todo interés. Ni Stella ni él querían saber lo que continuaría. Cerraron los ojos, Harry sintió la
mano de Stella contraerse sobre su hombro, y escuchó, lejano, las últimas sílabas de su
sentencia... “... KEDAVRA”. Todo había terminado, estaba listo para ello... No sufriría más,
nunca más...

(...)

        No supo si habían pasado segundos o días completos, pero el sobresalto al despertar lo
aturdió como si llevara muchísimo tiempo dormido. Escuchaba voces, numerosas voces, en
diferentes tonos e intenciones... y mucho movimiento de capas...
        Parpadeó. Alguien lo sostenía desde la espalda, obligándolo a sentarse. Estaba
mareado, completamente exhausto...

- ¿Harry...? ¿Harry, me oyes?


Francisca Solar

        Nimphadora Tonks puso su mano, cálida, sobre la frente de Harry, mientras él trataba
de enfocar su rostro.
        Pero, un segundo después, no fue su rostro lo que llamó su atención. Miró rápidamente
a su alrededor, y ya no habían casas destruidas, ni avenidas de polvo y barro... No habían
cuerpos lanzados en todas direcciones, ni rastro de Dementores, ni de un mago llamado Tom
Riddle...

- ¿Q-Qué..?¿D-Don... donde estoy...? ¿Qué s-sucede..?

- Harry... Harry, ten calma – le sugirió Remus, apareciendo tras el hombro de Tonks. Ella le
sonrió, preocupada – Estás en Hogwarts. Estás a salvo, en casa.

- ¿D-Dónde?

        Aún sumamente aturdido, se apoyó como pudo sobre sus propias rodillas y se levantó,
débil, como si hubiera recibido la peor de las palizas. Escudriñó su entorno, ávido por
respuestas, pero solo veía campo abierto... el Estadio de Quidditch, silencioso, se alzaba no a
demasiada distancia... y habían rostros... muchos rostros, conocidos... miembros de la
Orden del Fénix... Todos lo miraban, entre sorprendidos y lastimeros, quizá esperando
alguna palabra suya... Hasta que reparó en su izquierda.
        Un solo grupo de hombres no estaba interesado en él. Eran altos, delgados... diferentes
al resto no tanto en sus cuerpos sino en aquello que desplegaban, quietos, como destellos de
un aura visible... Estaban reunidos en torno a un cuerpo... Se acercó dos pasos, tres... Sí,
era un cuerpo... una mujer... una mujer de cabello rojo y túnica blanca, tendida sobre el
piso, con los ojos cerrados y los labios entreabiertos... inmóvil... sin vida...

        Aunque por dentro quería y necesitaba gritar con todas sus fuerzas, no tenía ya energía
para hacerlo. Sólo se abrió paso, apenas, arrastrándose hasta Stella aunque sus rodillas
clamaran piedad.

- ¡No, Harry! – lo contuvo Arthur, arrodillándose junto a él justo antes de que lograra entrar
en el círculo de Elfos – Ya no... ya no hay nada... no es posible... – tartamudeó, visiblemente
acongojado, con la mirada brillante y acuosa – Lo siento... lo siento tanto...

        Pero no, Harry no lo sentía. No lo creería tampoco, no hasta verlo con sus ojos... pero
Ingolmo no lo dejó acercarse. Lo tomó del hombro fuertemente, dándole a entender a quién
concedía toda la culpabilidad...

- No te acerques. Nada hay qué hacer. Déjanos en paz... has perdido tu escudo.

Apresurándose, Arthur habló por Harry. - ¡Pero todavía podemos hacer algo! Si la llevamos a
San Mungo’s... si la tratamos con nuestros métodos, quizá podría...

- ¡Ningún Istari tiene poder sobre Elënear! Entiéndalo de una vez... ¡Ni aun muerta la
tocarán!

- ¡NOOO! – gritó Harry, escupiendo su dolor desde las entrañas. Corrió hasta el cuerpo frío
de Stella, arrojado sin cuidado sobre el césped, pero entre Sturgis y Kingsley lo detuvieron -
¡Ella no está muerta, no está muerta! – Forcejeaba, débil y cansino, aunque supiera que dos
magos de su calibre tenían amplia ventaja, ahora, sobre él - ¡No puede! No... Ella no... Ella...
– casi había perdido el aliento, pero un punto de luz al fondo de su cabeza lo hizo reaccionar
- ¡Ella no conoce a su padre! ¡No ha visto su rostro! ¡Yo iba a mostrárselo, era una sorpresa!
¡Ella no puede morir... no sin haberlo visto! ¡No puede!

        Como si estuviera hecho de jabón, se escabulló de los brazos de Kingsley y corrió en


dirección opuesta, hacia las puertas del castillo. Arthur y Remus gritaron su nombre,
haciendo un ademán de querer salir tras él, pero Kingsley les sugirió dejarlo... no era le
mejor momento para la compañía.

        Casi había perdido la conciencia de sus actos, pero se movió por inercia hasta la torre
Gryffindor. Todo estaba tan quieto, tan silencioso... Los cuadros estaban vacíos, no había
voces en los corredores... Incluso el retrato de la Señora Gorda estaba abierto, descubierto y
Francisca Solar

accesible para cualquiera...


        Sin saber de dónde sacaba fuerzas para andar, entró y salió de su Sala Común con
pocos minutos de diferencia, empuñando un trozo de papel. Estaba cegado, concentrado en
un solo objetivo... Debía llegar hasta ella, darle la foto... Moody se la había regalado solo con
la intención de que tuviera un recuerdo de sus padres, pero al menos él ya conocía sus
rostros... Stella no... Ella nunca pudo, le arrebataron su memoria... Jamás habría pensado
que, en aquella antigua fotografía de la original Orden del Fénix, apareciera un Elfo de gesto
amigable y cabello oscuro, estrechando manos con Albus Dumbledore...

        Pero se detuvo bruscamente en mitad del pasillo. Tuvo ganas de vomitar. Miró su
mano, la fotografía arrugada en su puño... y se sintió el ser más estúpido y miserable del
planeta.
        No había a donde correr. No había necesidad de llegar hasta ella... Ella ya se había ido.
La Fotografía, su sorpresa, el rostro de Ohtar... Ya era tarde, muy tarde...

        Se preguntó, pavorosamente tranquilo, porqué no había muerto él también. ¿Qué caso
tenía seguir en el mundo? Sin padres, sin padrino, sin amigos... ya nada volvería a tener
sentido para él. Estaba seguro de eso. Y ya que el destino se empeñaba en hacerlo difícil,
tendría que tomar cartas en el asunto... Era tiempo... Sí, era tiempo. Lo haría él mismo.
Ahora, la muerte sólo significaba alivio...

        Apoyó su zapato en el muro de piedra, tomó un leve impulso y se apoyó en el marco


del ventanal. Estaba en el tercer piso... Curvó sus labios en algo parecido a una sonrisa; la
caída sería fulminante. Entonces los vio... Ahí, lejos pero nítidos... Su madre, abrazada a su
padre, le hacía señas desde abajo... Sirius estaba junto a ellos, sonriéndole como siempre,
instándolo con la mirada a terminar con todo... Se reuniría con ellos, en el Cielo del que
hablan los Muggles o tras un velo escondido en el Ministerio de Magia, pero volvería con
ellos... Regresaría con los suyos, con quienes pertenece... con aquellos que le arrebataron...

        Despegó los talones un par de centímetros, y sintió la brisa que anunciaba un pronto
verano. Solo bastaría un impulso... un pequeño impulso y caería, por fin...

- Si yo fuera tú, no lo intentaría, Harry...

        La voz de Albus Dumbledore llegó fuerte y clara hasta sus oídos, pero Harry se negó a
voltear. Era suficiente... ¿Ni aun para morir lo dejarían en paz?

- ¿Ah, sí? – le contestó, todavía mirando hacia el vacío frente a él - ¿Y qué hará para
detenerme...? ¿Va a conjurar alguna protección... así como lo ha hecho desde que llegué a
esta escuela?

- No, Harry, no... – respondió el viejo, sereno pero alerta, sin mover ni un solo pie - ...yo no
haré nada esta vez. No es necesario... Podrías lanzarte de la torre más alta si quisieras, y
aun así no recibirías ni un rasguño... ¿Sabes por qué? Hay niños en este castillo, Harry.
Abundan los traviesos, inquietos y escurridizos... y ésta construcción se caracteriza por sus
terrazas y pasillos con amplios ventanales... ¿Crees realmente, que no habría puesto hace
mucho tiempo ya, un hechizo contra el peligro de una caída? Si te lanzas, rebotarás
suavemente hacia tu lugar de origen, como si te recibiera un resorte gigante...

        Harry suspiró. Cerró los ojos, apretando fuertemente sus párpados, y llevó una mano a
su frente. No sabía qué más esperar...

- Además... – continuó diciendo el Director, esta vez acercándose un par de pasos. Harry no
se movió - ...estoy seguro de que Stella estará muy interesada en esa fotografía.

        Harry volteó tan rápida y bruscamente al oír ese nombre, que su cuello quedó
resentido y sus pies, algo torcidos, perdieron su equilibrio y lo trajeron de vuelta a tierra, al
pasillo de donde todo había comenzado. Parpadeó, tragó saliva, y enfocó su mirada cansada
en el anciano.

- ¿Qué dice...? ¿Por qué... ella... ella no...?

- Está en San Mungo’s – respondió, certero, con la suficiente seguridad para que Harry no
Francisca Solar

dudara – Arthur logró que la llevaran hasta allá... luego él te contará los detalles. Anda... si
querías lanzarte, hazlo por aquí... – Apuntó hacia un óleo cercano, donde aparecía una
señora muy alegre con sus dos pequeños hijos, aunque ahora simulaba más atención en
Dumbledore que en los niños - ...te llevará al hospital. Pregunta a la primera persona que
encuentres... Tengo entendido que se dio instrucciones de que irías hacia allá. – Harry, aún
confundido, elevó los ojos hacia el Director, quien le tomó el hombro. Su expresión era de
tristeza, pero sus ojos luchaban por demostrar quietud – La muerte sólo busca a quien
persigue lo contrario, Harry. Mientras algo te ate a este mundo, por más pequeño que sea,
ningún conjuro imperdonable te alcanzará...

        Harry no respondió. Solo fijó la vista en la pintura, y en la sonrisa de aquella señora al


sentirse repentinamente útil. Agradeció en silencio el empujón de Dumbledore, y volvió a
captar en sus extremidades aquel remolino, como de una aspiradora. Iba camino hacia el
otro lado, suave, balanceándose...

(...)

        Le pesaban los pies. Un extraño hedor invadía aquel pasillo, mezcla de pociones
curativas y algo que Harry alcanzó a distinguir como veneno para polillas. El silencio que
golpeaba las paredes abombaba sus oídos, y ya casi no sentía fuerzas para andar. Había
muy pocas luces, salvo pequeñas “luciérnagas” que cruzaban el techo cada cierto tiempo y
enfocaban, sutiles, a quien estuviera en el corredor. A cada lado, en cada muro, una gran
ventana de vidrio ahumado presentaba a los enfermos en sus habitaciones, y aunque aquella
especie de enfermera le había indicado la última habitación, no pudo contener las ganas de
mirar... observar cada hueco, cada cama... buscando...

        Pronto su mente le dijo dónde detenerse. El letrero en la parte superior de la puerta


rezaba “Cedric Diggory”. Apenas logró enfocar las letras tras sus anteojos empañados, pero
el concepto se clavó frío en su estómago como el peor de los golpes. Una luz tenue, como de
luna menguante, se colaba por la estrecha ventanilla del cuarto, cayendo justo en el rostro
de Cedric, cubierto de vendajes. Lo miró así, quieto, como si aún no entendiera cómo o por
qué estaba ahí. Parecía un trozo de madera tapado entre sábanas; su piel, o lo que quedaba
de ella, estaba oscura y quebrajada, asemejando una estadía de años bajo tierra. Y bueno, el
Velo de Hades no debía haber sido muy distinto...

        Cerró los ojos y, con el poco aire que sentía correr en sus pulmones, suspiró.
Probablemente los padres de Cedric vendrían en camino, y él no quería estar ahí cuando eso
pasara. No podría soportarlo, pues sabía lo que sucedería... Escuchar un “gracias”
contribuiría únicamente a agregar una fatalidad más para completar su lista. Sentía nauseas
sólo de pensarlo. ¿Agradecer... agradecer por qué? ¿Por liberarlo, por nombrarlo? ¿Por dejar
que usara el alma de su padrino como redención? ...
        Desde su posición en el umbral, giró lentamente hacia el pasillo. No podía soportarlo
más...

- ¿H-Har-r-ry-y?

        Harry no volteó, pero elevó la mirada y tensó sus músculos. En lugar de la voz de un
muchacho, llegó hasta sus oídos una suerte de quejido, de susurro de ultratumba. Su tono
era irreconocible, y aquello lo hizo estremecer... temblar con su tristeza, con su miedo.
        Pero retrocedió. No supo cómo, con qué fuerzas o por qué motivos, pero volvió sobre
sus pasos hacia la habitación, deteniéndose a una distancia prudente de la camilla. El
aspecto de Cedric, más que provocar repulsión, destrozaba el temple de cualquiera...

- H-Harry-y-y... perd-dónam-me...

        Un nudo en la garganta no lo dejaba respirar. No se atrevía a mirarlo... no podía. Sus


ojos vagaban, vacíos, desde los cordones de sus zapatos hasta las líneas de las baldosas...
No, no quería escucharlo... Ni perdón ni agradecimientos... No quería nada...
        Tampoco quería parecer rudo o descortés, pero todo había pasado tan rápido, tan
violento...

- Él... H-Har-ry.. Él s-sonrió...


Francisca Solar

        Harry ya había avanzado hasta la puerta, dispuesto a escapar si era necesario, pero al
oír aquellas palabras se detuvo bruscamente. El nudo en su garganta volvió a ser palpable.
Sus mejillas ardían, sus ojos se empañaban...

- ¿Qué? – atinó a decir Harry en un hilo de voz, situándose en lo que era hasta el momento
su mayor cercanía con Cedric. Él suspiró, entrecortado, dando a entender el esfuerzo que le
suponía pronunciar un par de sílabas, pero volvió a tomar aire, decidido... de alguna forma
angustiado, por lo que lo convertía en víctima y no podía cambiar...

- Él... C-Cuando gr-ritas-s-te mi nom-mbre... é-él... tu p-padre... él sonrió...

        Una extraña sensación lo recorrió desde la nuca hasta sus piernas. Sin siquiera
percibirlo, Harry arrugó el borde de la sabana entre sus dedos, cerrando el puño con fuerza,
mientras su instinto le advertía que no podría contener el llanto por mucho tiempo más.
Escuchó “una sonrisa”... una sonrisa... pero no quería pensar, ni en su significado ni en su
causa. No ahora, no ahí. Era suficiente, ya basta... ya basta...

        Pasos con premura lo hicieron saltar. Al menos tres personas se acercaban por el
pasillo, y entre aquel murmullo de excitación y angustia, pudo distinguir la palabra
“resurrección”. Entonces no lo pensó dos veces. Tenía que salir de ahí, como fuera. No podía
encontrarse con los padres de Cedric...

        Aquella habitación se conectaba con las siguientes a través de una puerta más pequeña
en mitad de la pared, y adquiriendo una velocidad insólita para la ocasión, cruzó el cuarto en
dos zancadas y se alejó sin despedirse. Pasó por una, dos, tres habitaciones distintas, llenas
de camillas desocupadas, enfermos quejumbrosos, ciertos ronquidos y ese habitual hedor a
naftalina, hasta que pudo salir nuevamente al pasillo. Se apoyó en el umbral de la última
puerta, se llevó una mano a su frente, apretó los labios y suspiró.

        Demoró una milésima de segundo en advertir que, justo la habitación de enfrente,


cruzando el pasillo, era la de Stella. Y ya no lo pensó más. Tambaleándose, caminó hasta
ella, la empujó apenas con los nudillos, y sin observar aún lo que sea que hubiera entre las
cuatro paredes, cerró la puerta tras de sí con el peso de su cuerpo.
        Entonces la vio. Primero vio su rostro, iluminado apenas por la luz de una vela en una
mesita cercana. La habitación se dispuso solo para ella, y su cama únicamente ocupaba el
rincón. De algún modo, la magnificencia Tareldar se había esfumado, porque entre tanto
espacio, silencio y desolación, ella se veía tan pequeña...

        Con pasos lentos, casi inseguros, llegó hasta su camilla. Tomó la silla a un costado, la
acercó y, sin temer a ser una visita indeseada, se apoyó en las sábanas. No supo si era por
los nervios o el cansancio, pero no alcanzó a comprobar si aún respiraba. Sólo esperaba que
sí. Subió sutilmente los codos, los brazos, hasta quedar semi recostado frente a ella, cerca
de su pecho. Se quitó los lentes torpemente, rasguñándose el rostro, y bajó la cabeza hasta
que su nariz tocó la tela suave que arropaba la camilla.
        Sólo entonces aquel violento espasmo de dolor, de desesperación, atacó su mente y su
cuerpo, y lo llevó, catártico, al llanto ineludible. Ya no podía más. Era suficiente. La tristeza
era tan fuerte que golpeaba sus pulmones y acalambraba su espalda, torciéndose,
contrayéndose como si hubiera sido apaleado sin conmiseración... Envolvió su cabeza entre
sus brazos, arrugando las sábanas, humedeciéndolas sin reparo...

        Bienvenido, Harry Potter. De regreso al mundo.


Francisca Solar

Cap. XXXI: Cementerio Sagrado de Aurores (Sacred Cementery of Aurors)

        Le quitó un mechón de cabello negro de la frente, dejando su cicatriz al descubierto.


Entonces sonrió. Los rayos del sol ya acaparaban gran parte de la habitación, pero Harry
dormía, profundo, como si prefiriera no volver a despertar. Sus anteojos estaban apretados
en su puño derecho, y su expresión denotaba más agotamiento que descanso. Posiblemente
estaría en medio de un mal sueño, atormentado aún por todo lo ocurrido. La noche anterior
había sido larga, muy larga...

        Con delicadeza, posó su mano sobre los ojos de Harry. Quería aliviar su dolor aunque
fuera un momento. Entonces su pecho se contrajo, sus hombros se relajaron y respiró
hondo, como si hubiera recibido de pronto una onda de calor. Stella lo observó y volvió a
sonreír, pero no hizo nada más. Al parecer aquello lo había despertado.

        Pesadamente, Harry se reincorporó de su torpe posición sobre la camilla y restregó sus


ojos. No los abrió de inmediato; seguía algo mareado. Había tenido un sueño tan extraño...
El Arco, los flashes cegadores y el viento que no lo dejaba avanzar... y frente a él, Sirius,
preparándose para correr y lanzarse... aunque no estaba solo. Hermione, Ron, Susan, Owen,
Dean, Ernie, Theresa... toda la AD estaba ahí. Ellos también querían traspasar el Velo. “Así
puedes traer a tus dos padres, y a tus abuelos” le dijo Ginny, sonriente. Y aun cuando él les
Francisca Solar

gritaba que no lo hicieran, que se detuvieran, la tormenta de viento no lo dejaba avanzar, y


sus amigos cada vez estaban más lejos, más atrapados por la luz del Velo de Hades...
        Entonces, de la nada, todo se volvió blanco. El arco había desaparecido, así como Sirius
y sus amigos. Ya no había escalones de concreto, ni paredes de piedra, ni brisa enfurecida
que le revolviera el cabello. Ni siquiera podía ver dónde pisaba, pero no le preocupaba
demasiado. Todo se había vuelto tan tibio... tranquilo... y una voz, dulce, de algún lado de
su cabeza, comenzó a susurrar: “Despierta, Harry... Despierta”...

- Despierta, Harry...

        Saltó de la silla, nervioso, y abrió los ojos al máximo. Solo vio manchas borrosas, pero
luego sintió aquel bulto apretado en su puño. Rápidamente colocó sus lentes sobre el tabique
de su nariz, y entonces la vio. Stella le sonreía. Tenía un corte profundo en su mejilla,
debidamente cubierto con una venda, y varios rasguños en su cuello, brazos y manos. Al
intentar acomodarse mejor en su almohadón, evidenció que el resto de su cuerpo también
estaba bastante amoratado. Hizo una mueca de dolor, pero no dijo nada. Podría haber sido
peor.

- E-Estás... estás bien... – atinó a pronunciar Harry, segundos después, aún sorprendido.
Stella asintió.

- Sólo un par de golpes y rasguños... nada que no pueda sanar en unos días – dijo, pausada.
El aspecto de Harry no era mucho mejor. No tenía feos cortes o oscuras marcas en su
cuerpo, pero su gesto de abatimiento y desolación parecía incluso más destructivo.

- Pero yo... yo lo vi... a Voldemort. Él nos apuntó... lanzó el Avada Kedavra contra ti... ¡Creí
que habías muerto!

Stella suspiró, apretando los labios. No había perdido su serenidad. - Sabía que lo pensarías,
pero no tuve tiempo de advertirte. No importa qué tan poderoso fuera aquel conjuro... No
había forma de que me tocara, Harry. ¿No lo entiendes? – Harry parpadeó. No sabía qué se
había perdido. Algo avergonzado, negó con la cabeza – Lord Voldemort usó tu varita. Ese fue
su error. Teníamos un pacto de paz, ¿recuerdas? Tu ciervo y mi mariposa lo hicieron a
principios de año. Sin considerar cómo o quien usara nuestras varitas, jamás funcionarían
contra el otro... Si no te hubiera protegido con mi cuerpo, el conjuro hubiera llegado a ti... y
entonces habrías muerto...

        Harry relajó notoriamente los hombros, adquiriendo un gesto de comprensión y alivio.


Por supuesto... cómo pudo haberlo olvidado. Agradeció en silencio que su “escudo” tuviera
mejor capacidad para recordar ese tipo de detalles claves, pero no tardó en volver a
tensarse. Tragó saliva e hizo un ademán de querer correr hacia el pasillo.

- ¿Y los demás? ¿Ginny, Ernie, Susan, Neville, Anthony...?

        Stella le sonrió, elocuente, levantando sus manos. Harry detuvo su impulso y regresó a
su silla, alzando una ceja.

- Calma, calma... todos están bien. Algo golpeados... pero bien.

- ¿Y cómo lo sabes?

- Una mujer Istari viene a chequear mi estado cada media hora. Ella fue quien me lo dijo.
Apuesto a que la mayoría de ellos ya debe haber abandonado el hospital...

- ¿...y por qué no me despertaste?

Stella suspiró. Lo pensó un momento antes de hablar. - Ya habías tenido suficiente. Además,
eran buenas noticias... ya te enterarías de todos modos.

- Pero, pero... – volvió a decir Harry, aún no muy convencido – Yo los vi... ¡los dos los
vimos! Los vi elevarse en el aire y azotarse contra el piso muchos metros atrás. Ese
hechizo... esa onda los golpeó... muy fuerte... y yo... y-yo sólo vi cuerpos repartidos,
inmóviles...
Francisca Solar

Stella asintió de nuevo. - Lo sé, lo sé... Cayeron bastante duro, es cierto, pero aquello no
bastaba para matarlos. Si te fijas bien, lo que realmente los golpeó fue la fuerza
desintegrada de los Magno Patronus... y nadie muere por una sobrecarga de energía
positiva, ¿no es así?

        Harry pasó del consumo por la duda al alivio de las buenas noticias por segunda vez en
menos de un minuto. Pero el rostro de Stella había mutado a un gesto de angustia
contenida. Lo miraba con tanta tristeza y compasión mezcladas... Suponía que las noticias no
habían terminado.

- ¿Hay algo más?

Ella asintió levemente, evitando su mirada. - También supe sobre Cedric... – dijo, no muy
segura de querer pronunciarlo, alzando luego sus ojos hacia él – No se ha hablado de nada
más durante toda la mañana.

        Harry movió la cabeza en un gesto ambiguo, entre desazón y deber. Sus ojos se
posaron, fijos, en sus zapatos sobre el piso blanquecino, y alzó notoriamente los hombros en
un suspiro profundo. No quería pensar en nada, no quería recordarlo todo... No quería hablar
sobre lo que sentía o no sentía, ni siquiera con Stella. No tenía fuerzas ya para detener el
llanto, si es que éste viniera a agolpar sus ojos en cualquier segundo...
        Se inclinó lentamente hacia adelante, apoyando sus codos en la camilla. El silencio que
se había formado no era incómodo, pero sí abrumantemente triste. Si hubiera desviado su
mirada hacia ella en aquel momento, habría visto sus ojos humedecerse, pero inyectados de
un brillo nuevo.

- No sé todos los detalles, aunque lo intuyo... y créeme, Harry, que no sólo me has llenado
de orgullo a mí, sino a todo aquel que ha escuchado la noticia. Yo jamás pensé... es decir,
jamás creí que tú... – Tomó aire para terminar la frase, pero no lograba encontrar en su
cabeza las palabras exactas. Harry seguía con la mirada baja, fija en las sábanas,
aguantando las lágrimas. Apretó los labios y suspiró. Estiró su brazo hacia él, lentamente,
hasta que el dorso de su mano le rozó la mejilla - ¿Te das cuenta de lo que has hecho...
Harry? ¿Lo has pensado realmente? Elegiste lo que era justo, y no lo que sólo a ti
beneficiaría... Por eso eres un líder nato, y tantos en todas partes depositarían sin dudar su
confianza en ti. Tomaste una decisión real... en el mundo real. Una decisión adulta...

Harry bufó sin elevar la cabeza, entre destrozado e irónico. - Quizá, pero... Solo desearía que
no doliera así... tanto...

Una lágrima recorrió la mejilla magullada de Stella. Intentó sonreír. - Entonces ya no sería
“madurar”, ¿no crees?

        Harry se mantuvo quieto un segundo. Luego alzó la cabeza, y giró suavemente hasta
encontrarse con los ojos de Stella. No sonrió, pero el gesto de sus ojos había cambiado.

- ¿Por qué eres así...?

Stella arrugó la frente, confundida. - ¿”Así”? – preguntó.

- Así... directa... y asertiva. Siempre dices lo correcto en el momento correcto...

Ella se sonrojó un poco, evitando su mirada. Luego habló. - Varias veces creíste que leía tu
pensamiento, ¿no es cierto? – dijo, y Harry asintió. Ella intentó explicar – Nosotros, los Elfos,
somos seres de luz, Harry. Nos movemos según el ritmo de la vida, la tierra y la naturaleza.
No puedo leer tu mente... Nadie puede, no existe tal cosa. Hay algunas formas de acercarse
a lo que hay en tu cabeza, pero nada más. Pero lo que sí puedo hacer, es saber cómo te
sientes... Los sentimientos traspasan las fronteras del cuerpo y se expresan de innumerables
maneras... son menos tangibles que las ideas, fluyen con libertad propia... y los tuyos,
Harry, llegaban a mí con intensa claridad. No necesito entrar en tu mente para
comprenderte. Lo que sientes habla por sí solo, más que las palabras... – Hizo una pausa,
pensó para sí, y luego continuó – Me parece que los humanos heredaron algo de ese poder...
Un elfo al principio de los tiempos debió concederlo a tu raza. Creo que lo llaman
Francisca Solar

“Empatía”...

        Él asintió levemente, mirándola a los ojos por primera vez desde que había llegado al
hospital. Sus labios permanecían quietos, como si los músculos de su cara hubieran olvidado
cómo sonreír, pero su mirada brillaba, expectante.

- ¿Puedes sentir lo que yo siento... ahora?

Ella mantuvo el contacto por un par de segundos. No parpadeó, absorta. - Sí... y no sé por
donde empezar. Admiro que estés aquí... de pie, aún...

        Harry inclinó su cuerpo un poco más. Apoyó su cabeza en las sábanas, muy cerca del
rostro de Stella. Cerró los ojos.

- No vuelvas a asustarme de esa manera... No quiero perder a nadie más...

Stella se movió unos centímetros, hasta topar sus frentes. También cerró los ojos. - Lo
intentaré...

        Un murmullo sordo provenía de algún lugar del pasillo, pero ninguno de los dos se
movió, al menos por varios minutos. La tranquilidad de la habitación había relajado los
músculos de Harry a tal punto, que sentía que volvería a dormirse, profundo... El cansancio
le ganaría...

        Hubo dos toques a la puerta, y luego el crujido de ésta al abrirse. Quien estaba detrás
no había esperado réplica.

- Stella, querida... ¡Oh, Harry, aquí estás!

        Molly Weasley juntó las manos a la altura del pecho, dando un suspiro de alivio. El Sr.
Weasley entró pronto tras ella, cerrando la puerta tras de sí. Desde el umbral, miraron a
Stella como si aún no se decidieran a hacer un movimiento. Ella les sonrió, y elevó un poco
los brazos.

- Oh, vamos... Vengan aquí – rogó, y la Sra. Weasley fue la primera en acercarse. Aunque
reticente al principio, se inclinó para besarle la frente, pero Stella la abrazó y la estrechó
hacia sí. Los ojos de Molly bordeaban las lágrimas.

        Un segundo después era Arthur quien la abrazaba, también algo emocionado. Pronto
Molly rodeó la camilla y llegó hasta Harry. Lo chequeó rápidamente, cerciorándose de que
estuviera bien, y luego lo abrazó. Harry no opuso resistencia.

- No puedo creer tan rápida recuperación... – dijo Arthur de pronto, tomando la mano de
Stella. Su voz denotaba algo de nerviosismo – Debimos poner una barrera al comienzo del
pasillo... Cuando se supo que una elfa estaba en San Mungo’s, todos quisieron venir a ver, y
bueno... – Dio una mirada fugaz hacia Harry, tomando aire - ...también supieron sobre
Cedric, claro. No sé cómo la noticia se expandió en tan poco tiempo, pero ahora todo el área
tiene acceso restringido. Si no es porque nos topamos con Augustus Pye en el ascensor, no
nos habrían dejado pasar...

- ¿Augustus Pye? – preguntó Harry.

- Sí, el Sanador Asistente que cuidó de mí el año pasado, cuando sufrí la mordedura. Lo
reconocí y le pedí ayuda para entrar aquí... – explicó.

De pronto, Stella también adquirió un gesto serio. - ¿Puedo preguntar por qué estoy en un
hospital? Es un sitio Istari, mis leyes no lo permiten...

        Arthur y Molly intercambiaron una mirada elocuente. Debatieron un segundo sobre


quién hablaría, hasta que Arthur tomó la palabra.

- Sé que no deberías estar aquí... Ingolmo, como era de esperarse, se negó rotundamente al
principio. Pero no podía quedarme ahí, sin hacer nada, viéndote morir...
Francisca Solar

- Pero sólo estaba desmayada...

- Ahora lo sé, pero en aquel minuto todo fue muy rápido y confuso. Tu padre murió en mis
brazos, ¿recuerdas? Sé lo que sucede cuando eso pasa... La luz, ese brillo que los rodea, se
apaga repentinamente. Así te encontramos. Y sé que tus leyes dicen que cuando el brillo
desaparece no se puede intervenir, pero yo... Molly y yo... no íbamos a quedarnos de brazos
cruzados.

Molly asintió con vehemencia. - Améthles está muerta, y ya que ella era tu tutora mientras
estuvieras lejos de tus tierras, ahora alguien debe tomar esa responsabilidad. E-Es... bueno,
es lo que reclamamos nosotros - sentenció, nerviosa, evitando la mirada de todos.

- Molly y yo somos tus padrinos... Ohtar nos eligió, no pueden hacer oídos sordos a eso. Por
eso, aprovechamos el caos inmediato y logré que me dejaran traerte aquí. Ellos te dejarían
morir, pero yo no.

        Stella le sonrió, cálida, e iba a decir algo cuando la voz de Harry la interrumpió.

- ¿Améthles está muerta? – repitió, tratando de que alguien reparara en él y le explicara


algunas cosas. Molly y Arthur asintieron en silencio.

- Cuando todos abandonaron el castillo, trató de encerrarme en uno de los salones – explicó
Stella, agravando su tono - Quería impedir que me involucrara en la pelea. Me aseguró que
todo terminaría, que pronto ya no sería el escudo de nadie y podría por fin seguir con la línea
de sangre que mi raza requería... Entonces temí por tu vida. Pensé que te quedarías en el
castillo, así que supuse que te atacarían ahí, mientras todos se encaminaban a Pequeño
Hangleton. Por eso la encaré, la obligué a decirme la verdad... – Tomó aire y continuó – Lord
Voldemort había hecho un trato con ella. Debía mantenerme alejada de Hogwarts... de ti,
para que jamás me enterara del Augurio. Ella fue quien robó a Parma Wilwarin de nuestras
arcas. El plan se completaría el día de la ceremonia... El escudo se rompería sin que yo me
hubiera enterado de su existencia...

- ...y Voldemort tendría, por fin, el camino libre para eliminarte – dijo Arthur, terminando la
frase.

- Aunque ya no importa cómo, él se enteró de que la ceremonia nunca se llevó a cabo, y


Améthles creyó que vendría por mí. El trato se había roto, pero ella no dejaría que me
encontrara... Me rogó que abandonara la lucha, pero como me negué, quiso encerrarme...
Fue entonces cuando apareció Hyarion y... bueno, ya lo saben...

        Los Sres. Weasley asintieron acto seguido, y Harry parecía ser el único realmente
sorprendido.

- ¿La asesinó así nada más?

Arthur alzó las cejas en un gesto severo. - La traición es un asunto muy delicado entre Elfos,
Harry – le explicó, pausado – ...y sólo se paga con la muerte. Pactar secretamente con el
enemigo es razón suficiente para el castigo. Yo... yo bien puedo decirlo. Ohtar debió pagar
con su vida su lealtad hacia nosotros. Nunca fuimos enemigos de los Elfos, pero somos una
raza extraña e inferior... Unirse a la Orden del Fénix era considerado una traición tan grave
como lo podía ser aliarse al Señor de las Tinieblas...

- Hyarion estaba enfurecido – habló Stella, con la mirada perdida, evocando aquel momento
– Pasé 15 años en el exilio, errando por el mundo, creyendo que sólo era para que Lord
Voldemort jamás diera con mi paradero. Así lo creían todos los Tareldar, pero la verdad era
otra: debía viajar y jamás volver a Inglaterra... – afirmó, suspirando, y luego miró a Harry
- ...porque tú estabas aquí. Améthles propuso la idea al consejo, sin mencionar tu nombre,
por supuesto, y partí el mismo día que mi padre murió...

        Molly apretó los labios. Claramente la muerte de Ohtar era uno de sus recuerdos más
tristes, pero respiró hondo y mantuvo la compostura.
Francisca Solar

- ¿Y ahora? – preguntó ella, entre ansiosa y suplicante - ¿Qué pasará ahora, querida?

        Stella no respondió de inmediato. Entrelazó los dedos de sus manos, fijando su mirada
en ellos.

- En vista de todo lo que ha sucedido, ya he tomado una decisión. Reuniré al consejo cuando
abandone el hospital...

        Arthur asintió. Molly la apremió con la mirada, deseosa de saber qué era aquello, pero
el Sr. Weasley coartó su intento. Ya habría tiempo de enterarse.
        Entonces suspiró, clavando la mirada en Harry. Acercó una silla y le indicó a Molly que
se sentara. Arrugó la frente, inseguro sobre lo que diría a continuación, y enserió aún más su
rostro.

- Amos Diggory quería hablar contigo, Harry... pero le dije que no era el momento ni el
lugar. Le rogué que no insistiera; es preferible que se calmen un poco las cosas. Abajo en el
recibidor había dos reporteros de El Profeta tratando de saber en qué habitaciones estaban,
y lo más probable es que quieran la exclusiva. Pero no dejaremos que te acosen, Harry. Ni
menos a Stella – acotó, mirándola con cariño paternal – Dumbledore ya nos dio instrucciones
específicas.

- Necesitas descansar – afirmó Molly, siguiendo las palabras de Arthur – Los dos lo
necesitan. Han tenido suficiente. Arthur ha venido por ti, Harry querido. Te llevará de vuelta
a Hogwarts.

        Harry abrió parcialmente la boca, seguramente para protestar, pero en el fondo sabía
que no tenía razones para hacerlo. No sabía si Hogwarts era el mejor lugar a donde ir, pero
no tenía más opciones. A estas alturas prefería no discutir.

        Al levantarse de su silla, sintió todos sus huesos crujir. Parecía como si hubiera recibido
una enorme paliza. Hizo una mueca de dolor, a lo que Stella reaccionó. Lo miró con apremio,
pero Harry movió la cabeza.

- Estaré bien – se apresuró a decir. Estiró su mano, y ella hizo lo mismo, aunque no lograron
más que tocar la punta de sus dedos. Arthur tenía prisa por salir.

- Vamos, o nos encontraremos con algún indeseable reportero...

        Molly le acarició el cabello, despidiéndose, y unos segundos después los vio salir al
pasillo.
        Estaba desierto, silencioso... Nada alteraba el orden a la vista, pero tan solo hasta que
llegaron a las hojas de vidrio ahumado, precedidas por un gran cartel de ACCESO
RESTRINGIDO. Un barrote grueso, quizá de acero, trancaba las puertas para la entrada y/o
salida del pasillo. El Sr. Weasley se adelantó, se irguió justo en medio de la puerta, y
pronunció: “Soy Arthur Weasley. Voy junto a Harry Potter. Queremos salir”. En ese instante,
aquel barrote simuló disolverse; su estado imperturbable se volvió casi líquido, se apegó a
las paredes contiguas y dejó el paso libre. Entonces Arthur tomó a Harry del hombro y
empujó una de las puertas con los nudillos. Apenas hubieron cruzado el umbral, un tintineo
sonó a sus espaldas; el barrote había vuelto a aparecer.

        El bullicio lo sobresaltó. No recordaba haber visto tanta concurrencia en San Mungo’s.
Magos y brujas iban y venían, hablando en voz baja, apuntando hacia el pasillo bloqueado,
intercambiando frases en las que “Elfa”, “Resucitado” e “Increíble” eran las palabras más
comunes. Y varios Sanadores, aunque en menor número, intentaban que los curiosos
regresaran a sus asuntos y despejaran el recinto, pero solo lo lograban a medias.

- ¡Arthur, aquí!

        El cabello plateado de Elphias Doge se distinguió entre un grupo del costado, y Arthur
se apresuró hasta él. Varias personas ya habían reparado en Harry y prefería evitar el acoso
de saludos o interrogaciones. Mundungus Fletcher lo acompañaba.

- Vaya locura... – comentó Arthur al llegar a la esquina, donde, ágilmente, entre Elphias y
Francisca Solar

Mundungus los subieron al ascensor. Afuera quedó un fotógrafo del tamaño de un Gnomo,
refunfuñando, luego de que reconociera a Harry muy tarde para alcanzarlo.

- ¿Y qué esperabas? – intervino Mundungus, en su tono despreocupado de siempre. Se puso


en puntillas hasta apretar el botón que tenía el número “1”. La luz se encendió – El Profeta
adelantó la salida de su número matinal y arrasó con más de una exclusiva. Tuve que pelear
con una bruja de Salem para conseguir un ejemplar. Ni idea cómo supieron de Cedric, pero
ahí está, en portada...

- Además, la princesa de los Elfos está a dos habitaciones de distancia... – acotó Elphias,
alzando las cejas – Me sorprende que nadie del Ministerio haya venido... El departamento
completo de Criaturas Fantásticas estaría fascinado con ella... No se ve a un Elfo por estos
lados en casi veinte años...

Arthur elevó el mentón, y luego suspiró, contrariado. - Mejor así... Dejen a Stella en paz, no
es un producto de exhibición – opinó, serio. Harry hubiera dicho algo para apoyarlo, pero
prefería no abrir la boca. Por ahora, se sentía más cómodo en aquella posición: silencioso y
sin que nadie reparara en él. No quería miradas lastimeras ni ansiosas.

- Claro que omitieron la noticia más importante, a mi parecer – continuó Mundungus, casi
irónico. El ascensor se detuvo en el piso cuatro, pero apenas las puertas comenzaron a
abrirse, él apretó el botón de cierre y volvieron a juntarse, de golpe. Todas las personas que
esperaban lanzaron un par de maldiciones, pero Elphias no tuvo tiempo de disculparse.
Mundungus volvió el rostro y siguió hablando como si nada, mientras el ascensor bajaba al
piso tres.

- ¿Peter? – sugirió el Sr. Weasley, y Elphias, retomando el hilo del tema, asintió. Por primera
vez, Harry quiso entrar en la conversación.

- ¿Qué pasa con él? – preguntó, reconociendo su propia voz bastante apagada y perdida.

        Los tres adultos compartieron una mirada de reticencia. Mundungus se encogió de


hombros, excusándose, y volvió el rostro hacia los botones. Nadie había llamado en los dos
pisos siguientes. Estaría atento al próximo.

Arthur puso una mano en su hombro. - Harry, no es necesario. Nosotros nos encargaremos
de todo. No vale la pena que escarbes aún más en tu...

- Quiero Saber – lo interrumpió, enfático y serio como no lo había estado jamás. Arthur hizo
un gesto de sorpresa y, acto seguido, instó a Elphias a hablar. El anciano bajó la mirada,
resignado.

- Encontraron el cuerpo de Peter Pettigrew afuera de la Casa de los Gritos, en Hogsmeade –


dijo, algo tartamudo, como si le costara trabajo ordenar las ideas en su cabeza – Murió por
un Avada Kedavra, los expertos lo confirmaron esta mañana...

Mundungus carraspeó, incómodo. - ...y según la data de muerte, no es posible que haya sido
capturado, ni confesado sus crímenes al ministro Fudge, ni liberado de cargos a Black, ni
mucho menos haber permanecido en los calabozos de Hogwarts...

        La noticia no presentaba novedad para Harry, pero había ciertas cosas en las que no
había reparado. Era cierto; si no había sido el verdadero Pettigrew a quien capturaron, su
confesión no tenía validez. Harry suspiró, cerrando los ojos. Creyendo lo contrario, Sirius
había muerto con la sombra de la culpabilidad...

        Un leve tintineo lo obligó a mirar. Las puertas del ascensor se habían abierto en el
primer piso.

- Aquí los dejamos – dijo Mundungus, haciéndose a un lado para dejar pasar a Arthur.
Elphias tampoco se movió de su posición.

- Cuídate, Harry – se despidió, sonriéndole con calidez.


Francisca Solar

        Él no volteó. Caminaba por inercia a un lado del Sr. Weasley. Tenía su mente, su
mirada, perdida en un nuevo dolor. Parecía que todo aquello jamás terminaría...

- ¡Harry, Papá!

        La voz de Ron lo trajo bruscamente a tierra. Estaba sentado en un pequeño banquillo a
un costado de la recepción, pero se reincorporó de inmediato al verlos acercarse. Hermione
estaba junto a él, pero permaneció quieta. Tenía las rodillas apretadas al pecho, y gemía
suavemente.

- Y-Yo... Yo casi lo olvido... U-Ustedes... – balbuceó Harry, apuntándolos – Están bien...


ilesos...

Ron puso cara de circunstancias. - Es una suerte que Hermione sepa usar su cerebro en
situaciones límite – acotó, entre avergonzado y aliviado – Qué bueno que apareces...
Estabamos seguros de que estarías con Stella. ¿Cómo está ella? ¿Está bien?

        Harry demoró un segundo en contestar. Aún estaba procesando la presencia sana y


salva de sus amigos.

- Sí... Está bien. Se repondrá pronto...

Ron relajó los hombros, sonriendo, pero volvió a escucharse el llanto de Hermione. -
¿Escuchaste, Hermione? – comenzó a decir el Sr. Weasley, acercándose a ella – Stella está
muy bien, pronto saldrá del hospital... No hay necesidad de llorar...

        Hermione secó su cara con la manga de su túnica, arrugando un pañuelo en su puño


derecho, mientras Ron negaba con la cabeza.

- No está llorando por Stella, papá... – dijo, arrugando la frente. Nuevamente se sentó junto
a ella.

- ¿Ah, no? ¿Por qué entonces? – preguntó, confundido.

        Ella tragó saliva. Suspiró profundamente, elevó el mentón y trató de conservar la


calma. Ron, por su lado, le extendió un otro pañuelo desechable.

- Y-Yo... estoy... estoy en problemas – dijo, intercalando sus palabras con pequeños respiros
– C-Cuando ay-yudé a Ron, us-sé el... el conjuro D- Desaparecedor... – Buscó la mirada de
Harry, y luego la del Sr. Weasley, quien parecía haber comprendido en el acto - ¿E-Entienden
ahora? Use el conjuro... ¡pero no tengo licencia! – Comenzó a llorar otra vez, curvando sus
labios – Estaba prohibido... ¡Violé el Decreto para la Prudente Limitación de la Magia en
Menores de Edad!...

- No, no necesariamente... – acotó Arthur, pensando - El conjuro Desaparecedor puede ser


usado por un menor, pero siempre y cuando posea la licencia correspondiente... Es decir,
aquí en realidad estamos hablando de Infracción por magia No Acreditada... Aunque,
bueno... en algunos casos puede ser peor que violar el Decreto de menores de edad... -
agregó, pero la severa mirada de Ron lo hizo callar de golpe. “No ayudes tanto, papá”, le
susurró, en una mueca lastimera.

- El m-ministro vendrá por mí, estoy segura... Esto es muy grave... Es p- probable que yo...
puede que y-yo esté, justo en este m-mismo segundo... yo p-podría... – abrió sus ojos al
máximo, aterrorizada – ¡Esto me costará la expulsión de la escuela, lo sé!

        Ron bajó la mirada, más avergonzado que nunca. Todo había sido su culpa... todo por
librarlo del castigo merecido a su estúpida puesta en peligro...
        Harry lo miró, quieto, con tanta impotencia como él. ¿Qué decir para ayudar?... Pero no
alcanzaron a pensar nada rápido. Varios pasos los hicieron voltear.

- ¡Arthur, aquí estás! Gracias a Dios, creí que te habías marchado. Elphias me dijo que
revisara el primer piso, de todas maneras...
Francisca Solar

        Una señora alta, de mejillas rosadas, manos gruesas, abrigo de piel de zorro y un
amplio sombrero saludó al Sr. Weasley con solemnidad. Él se inclinó levemente, casi
sorprendido por su presencia, y le sonrió. Dos hombres vestidos de negro, con miradas
desafiantes, la acompañaban a cada lado.

- Griselda... No esperaba que vinieras hasta aquí...

Griselda Marchbanks sonrió ampliamente. - Tenía que asegurarme que todo estuviera bien
por estos lados... ¡Una princesa élfica en nuestros corredores, imagínate! Y bueno, el joven
Diggory... Sólo debía cerciorarme de que la prensa se mantuviera alejada de ellos, por
ahora... – Recorrió su entorno inmediato al segundo siguiente, y reparó pronto en Harry.
Hizo un gesto de entusiasmo, pero no duró mucho. Prefirió tener una actitud de acuerdo a
los sucesos – Harry Potter... nuestra eterna celebridad. Eres un digno representante de los
Potter... entrarás a la Academia, estoy segura – pensó en voz alta, orgullosa, pero continuó
de inmediato con la frase – Te ruego que descanses y no te preocupes de nada. Ya tenemos
a varias personas investigando el caso de Sirius Black... jamás nos había sucedido algo
parecido...

        Harry no contestó. No quería ser maleducado, pero la verdad es que no estaba en


ánimos para recibir halagos...

- ¿Te refieres al holograma? – preguntó Arthur, al tiempo que ella asentía.

- Me parece que el Señor Tenebroso ha sumado un delito más a su registro: el uso ilegal y
malversado de un Imagofraus – afirmó, decidida.

Ron abrió parcialmente la boca, maquinando la frase a decir. - ¿Se necesita permiso para
usar esas cosas?

        Hermione se movió, inquieta y nerviosa, al sonido de la palabra “permiso”. Ron le


dirigió una mirada de arrepentimiento, mientras Griselda asentía como si aquello fuera lo
más lógico del mundo.

- Si no estuviera regulado... ¡tendríamos clones de todos esparcidos por el mundo! –


respondió, y Ron se encogió de hombros, lamentando haber preguntado – Se necesita un
permiso especial del Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, además de un
montón de papeleo sobre situación conductual, empleo que ostenta, antecedentes
delictuales, tests de insanidad o violencia, etc. No cualquiera puede crear un Imagofraus...
sólo se utilizan en situaciones especiales, como la petición de Albus hace unas semanas. Fue
directo a mí y debió firmar cerros de formularios. La ley es igual para todos, claro que sí...

- ¿El profesor Dumbledore usó un Imagofraus? – repitió Harry, tratando de atar cabos.

- Hace unos días, sí. Debía salir de viaje, pero prefirió no denotar su ausencia y dejó un
doble en su lugar... – Tras la última palabra, movió la cabeza y suspiró - ...pero ese es
asunto de Albus. Lo importante es que pidió un permiso especial y... Oh, niña. ¿Por qué
lloras tanto?

        Hermione había vuelto a gemir al escuchar “permiso especial”, pero saltó bruscamente
de su asiento al notar que la voz de Griselda se dirigía a ella. Ron hubiera preferido que
desviara su atención.

Arthur fue quien habló. - Ella es Hermione Granger, Griselda... – pronunció, bastante
elocuente. La estricta jefa del Wizengamot hizo un gesto de entendimiento.

- ¡Oh, sí, por supuesto! Ya me he enterado de todo... El uso del conjuro Desaparecedor por
una menor de edad. La niña Bones, sobrina de Amelia... ella me contó los detalles. Según su
apreciación fue rápido y limpio, hecho con maestría... - Los ojos acuosos de Hermione se
clavaron ansiosos en el rostro de Griselda Marchbanks. Ella le sonrió, acentuando las arrugas
en su frente y sienes - Sé que aún no recibe su licencia, pero estamos en guerra, Srta.
Granger. Actuar fríamente en una situación extrema, mediante un proceso impecable, y
además para salvar a otro, no a ti misma, son valores que debemos promover, no coartar.
No creerás que te amonestaremos por eso, ¿o sí? – Harry y Ron abrieron los ojos al máximo,
Francisca Solar

sorprendidos, mientras Hermione intentaba dar crédito a sus oídos – Por otro lado, tengo
entendido que hay un artículo en las leyes del Ministerio que habla de estas situaciones
urgentes, de riesgo de muerte...

- Así es – se apresuró a decir el Sr. Weasley, visiblemente aliviado. Hermione había vuelto a
llorar, pero esta vez de alegría, abrazando a Ron – Harry apeló a una de ellas por su caso el
año pasado.

- Oh, sí, sí, ya recuerdo... – respondió, sonriéndole a Harry – Ataque de Dementores...


Patronus corpóreo perfecto. Yo sólo logré conjurar el mío después de graduarme de la
Academia de Aurores, ¿lo sabías? – Harry negó con la cabeza, pero no pronunció palabra –
De todas maneras le enviaremos una carta pronto, Srta. Granger, señalándole los detalles de
su situación – Hermione asintió, si no relajada al menos más tranquila que antes – Bueno,
Arthur, ya debo marcharme. Es una suerte que nos hayamos encontrado... Necesito toda la
ayuda que puedas ofrecerme, ¿sí? Este Ministerio volverá a ser la impecable institución de
antes, así tenga que ir casa por casa convenciendo a los disidentes...

Hermione alzó una ceja, intuitiva. - ¿Es... Es usted la nueva ministro?

        La anciana mantuvo la mirada de Hermione por un segundo, y luego sonrió. Arthur
compartió su gesto, aunque pensativo.

- No aún – respondió, directa, pero elevando el mentón, demostrando el orgullo que le


suponía pensar en aquella posibilidad – El comité central del Wizengamot está evaluando el
comportamiento de Cornelius Fudge, y es probable que le sugieran el retiro del cargo. Y...
bueno, ya que al parecer no hay más candidatos, tengo muchas posibilidades...

- Todos los departamentos te apoyan, Griselda – agregó Arthur, confiado. Ella volteó hacia
él, y le estrechó la mano.

- Lo sé, y lo aprecio. Incluso he tenido la noticia sobre el regreso de varios funcionarios a sus
puestos, sólo por el rumor de que yo tomaría el mando del Ministerio... Por eso necesito a
personas como tú a mi lado, Arthur. Hoy en día no es fácil depositar nuestra confianza en los
demás... Los Weasley tendrán siempre mi más alta consideración. Básicamente por esa
razón respondí afirmativamente el requerimiento de tu hijo Percy. Ha sido de gran ayuda
para nosotros en las últimas semanas.

- ¡¿Percy?! – exclamaron Hermione, Ron, Harry y el Sr. Weasley al unísono, todos con gestos
de sorpresa. Griselda curvó las cejas, como si no entendiera tanto sobresalto.

- Percy, sí. Muy estricto y disciplinado... aunque algo exagerado, debo decirlo. Descubrió
algunas irregularidades en el mandato de Fudge y llevó los antecedentes directamente al
Wizengamot. Me parece que fue él quien advirtió al consejo que Peter Pettigrew podía ser un
Imagofraus ilegal, pero Fudge no tomó en cuenta su observación. Suponemos que le
interesaba más salir en la portada de El Profeta, como el héroe del momento...

- Entonces... ¿Percy ahora está de nuestro lado? – preguntó Ron, aún algo reticente a
creerlo.

- Esperaré a que tu padre me lo confirme, claro está...

- ¿Yo?

        Arthur no podía evitar sentirse algo contrariado. Lo sucedido con Percy era un tema
delicado...

- Sí. Está esperando por ti en tu oficina. Si tiene nuevos antecedentes que sirvan a la
investigación de Cornelius, confío en que me los hagas llegar a la brevedad, Arthur.

- Claro... por supuesto – respondió, estrechándole la mano por última vez y viéndola, un
momento después, salir junto a sus guardaespaldas por la entrada principal de San Mungo’s.

        Se frotó las manos, con la mirada perdida en algún lugar de su mente. Entonces tomó
Francisca Solar

aire, nervioso.

- Ron, espera aquí por tu madre, ¿sí? Yo debo ir... debo volver a la oficina. Antes dejaré a
Harry en Hogwarts. Por favor, no abandonen el hospital... Molly bajará en cualquier minuto.

        Hermione y Ron asintieron sin titubeos. Le sonrieron tibiamente a Harry, y él sólo atinó
a despedirse con un gesto de mano. No muy lejos de ahí, entró junto al Sr. Weasley a una
sala vacía. Un grupo de Sanadores conversaba a viva voz al final del pasillo.

- Ten, Harry... – Sacó de su bolsillo un botón verde oscuro, como si hubiera sido arrancado
de la túnica de alguien – Es un Traslador, Dumbledore me lo dio para ti – Lo dejó sobre la
mesa rápidamente. Parecía aliviado de deshacerse de él - Ya no confiamos mucho en estas
cosas, ¿sabes? Si no veo directamente cómo y quien lo hizo, jamas volveré a usar uno.

        Harry asintió. Intuyó raudamente que algo tenía que ver con el atraso de la Orden al
llegar a Pequeño Hangleton, pero no preguntó nada. Hace rato que su cuerpo se movía sólo
por inercia...
        Extendió el brazo y rozó el botón con la yema de sus dedos. “Cuídate, Harry” alcanzó a
escuchar, un segundo antes de que el remolino del Traslador lo despegara del suelo y lo
arrastrara en un túnel negro hasta su destino. Él solo cerró los ojos y se dejó llevar,
sintiéndose como una pluma en mitad del viento...

        Hasta que sus zapatos tocaron tierra firme. Los rayos de sol golpearon fuertemente su
cara, y no le quedó más remedio que abrir los ojos.
        Estaba en su habitación, en Hogwarts. El ventanal estaba abierto de par en par,
dejando que la brisa cálida se colara entre los dossieres y la luz de la mañana abarcara el
piso de madera hasta las paredes del fondo. Todo estaba claro y la temperatura era
agradable, pero Harry se sintió de pronto atrapado en un cubo de hielo... frío, desolado...

        Dio un par de pasos y cayó de bruces sobre su cama. A tientas, dejó sus lentes sobre
su mesa de noche, y corrió las cortinas de su dossier hasta que quedó a semioscuras. Luego
cerró los ojos, y estranguló su almohada con el puño.
        Griselda Marchbanks no lo había dicho exactamente, pero sus palabras bastaron para
concluirlo; todo pudo haberse evitado. Percy creyó que Peter era un Imagofraus, y si lo
hubieran tomado en cuenta, Sirius jamás hubiera pensado en la posibilidad de utilizarlo en el
Arco, ni lo habría llevado hasta el Departamento de Misterios, ni se habría lanzado, decidido,
al Velo de Hades en su lugar...

        Apretó los párpados, y una lágrima recorrió su nariz hasta que caer sobre la colcha. Lo
único que quería ahora era dormir... dormir y olvidarse de todo, aún cuando supiera que al
despertar lo atormentaría la misma pesadilla... las mismas voces, los mismos recuerdos
nefastos...

        “Abrázalo por mí, ¿quieres?”...

        -/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

        Pasaron dos días seguidos, completos, en que Harry no salió de su habitación. Había
permanecido al resguardo de su dossier, con las cortinas totalmente herméticas, y
abandonando el sueño solo a ratos. A veces despertaba y agudizaba el oído, buscando signos
de movimiento... pero nada. Al parecer lo hacía justo cuando ya todos se habían ido.
Suponía que, si no venían a buscarlo para ir a clases, sería por algo. Dumbledore debía
haber dado instrucciones precisas de no molestarlo, de dejarlo solo, por ahora...

        Sólo al tercer día decidió, no muy convencido, abandonar las lágrimas y el letargo y
salir de la cama. Era una mañana soleada, muy parecida a la que lo recibió cuando regresó a
Hogwarts, y aquello sólo lo hizo recordar, una vez más, el por qué de su pena. Es como si el
tiempo se hubiera detenido, furioso, impidiéndole la posibilidad de superarlo...

        Permaneció bajo la ducha más tiempo del que había estado jamás. Intentaba que el
sonido del agua adormeciera sus sentidos, lo alejara un momento de su propia existencia, y
le diera algo de paz. Había replanteado tantas veces en su cabeza la misma idea... y aunque
le costara muchísimo aceptarla, quizá había llegado el momento de avanzar... liberarse...
Francisca Solar

        Ataba los cordones de sus zapatos cuando alguien tocó a la puerta. Harry no contestó
ni se levantó a abrir, pero no era imprescindible. Remus Lupin sabía que no necesitaba
preámbulos para entrar.
        Apenas dio un par de pasos dentro de la habitación, se miraron fijo por varios
segundos. Luego avanzó, se sentó a los pies de la cama de Neville, y suspiró, mirando hacia
sus zapatos. Harry seguía sin decir nada, y Lupin comenzaba a sentirse algo incómodo...

- Vengo del hospital... – comenzó a decir, repentinamente, decidiendo por fin quebrar el
hielo – Stella ya fue dada de alta. Quería venir a verte, pero le sugerí que esperara un poco
más... que quizá no era el momento...

Harry asintió levemente, algo ausente a su entorno. - Supongo que a todos les han dicho lo
mismo...

        Remus asintió, mirándolo con preocupación. Nuevamente los rodeó el silencio, pero ya
no era incómodo, sino triste, muy triste...

- Harry, escúchame – le dijo, levantándose y avanzando unos centímetros hacia él - Me


gustaría que me acompañaras. Hay un lugar que no conoces, y al que debería haberte
llevado hace mucho...

        Los ojos de Lupin brillaron, sospechosos. Harry alzó una ceja, confundido, pero en lugar
de quedarse a oscuras en su habitación, pensando en su destino y sus desgracias, prefería
salir un poco y tomar aire fresco.

        Entonces asintió, y Remus relajó los hombros. Sin intercambiar palabras, caminaron
hasta la puerta, y salieron de la habitación.

        Un carruaje encantado, como aquellos que se disponían para los viajes a Hogsmeade,
los esperaba afuera del castillo. Silenciosos, subieron a él, y Harry no preguntó el lugar de
arribo. Remus tampoco dijo nada; sólo lo observó, quieto, durante todo el camino. Harry
centró su mirada en la ventana, y en la huella de paso entre los prados, aunque sin observar
nada en realidad. Fueron cuarenta minutos de viaje, en los que se apreciaba un paisaje más
o menos similar, pero ni Harry ni Remus se sentían cansados. Aunque no intercambiaron ni
un solo comentario durante aquel lapsus, el trayecto se había hecho corto... apremiante.

        Con un sutil gesto de cabeza, Lupin le indicó a Harry que era la hora de bajar. Él lo
hizo, nuevamente sin decir nada, y lo que vio ante él no distaba mucho del panorama que le
ofreció su ventana durante los minutos anteriores. Solo era un prado, verde y espacioso, con
una pequeña colina detrás.

- ¿Qué hacemos aquí? – preguntó, abriendo la boca después de tanto tiempo.

        Remus avanzó unos pasos, fijó los ojos en el prado, y suspiró. Harry se irguió junto a
él.

- Tras la primera guerra, hace ya casi veinte años atrás, la Orden del Fénix con la ayuda del
Ministerio se aseguró de recuperar la mayor cantidad de cuerpos posibles. Muchos habían
muerto en batalla, y los que quedamos quisimos darles digna sepultura, tal como se
merecían y debía ser. Así, se creó el Cementerio Sagrado de Aurores, no sólo para los salidos
de la Academia, sino para todos los héroes de la resistencia. Pero, claro está, su paradero se
ha mantenido en secreto todo este tiempo, pues no podíamos arriesgarnos a que los
enemigos profanaran el lugar y robaran los cadáveres. Sólo los de la Orden y sus personas
allegadas saben cómo encontrarlo... y ya que tú, Harry, perteneces hoy a ella, tienes
derecho a saber...

Harry abrió los ojos, repentinamente emocionado. Su corazón comenzó a latir con fuerza. -
¿Mis... mis padres están ahí?

        Remus asintió, sonriendo a medias, y antes de que Harry pudiera preguntar algo más,
él se adelantó varios pasos, abriéndose camino entre las espigas y la maleza. Unos metros
más allá, estiró su brazo, y ante la mirada atónita de Harry, algo pareció moverse. Es como
Francisca Solar

si Lupin hubiera chocado con un muro transparente, casi gelatinoso, que le recordó
inmediatamente a la barrera invisible que cubrió las torres de las casas de Hogwarts antes
de la batalla...

        Con su mano apoyada ahí, Lupin exclamó: “Remus John Lupin, Orden del Fénix”. No
hubo sonidos, pero sí un cambio de visión. Lo que antes sólo había sido un extenso sitio
verde, ahora descubría, de la nada, en una especie de fortificación. La barrera invisible se
deshizo como por acto del viento y ante él aparecieron murallas de concreto, medianamente
altas, adornadas en los bordes con piedras incrustadas, y con dos grandes puertas de
madera en la mitad. No había un letrero ni nada similar, pero Harry no dudó de aquello que
veía. Parecía un mausoleo gigante...

        Las puertas se abrieron sin que Remus tuviera que empujarlas, y lo que Harry apreció a
continuación lo hizo estremecer. Fue incapaz de calcular la cantidad de hectáreas que
aquellas murallas abarcaban, pero eran las suficientes para resguardar entre ellas a cientos
de cruces blancas de madera, pequeñas y bellamente talladas, apenas asomadas sobre el
césped y con sus respectivas placas de mármol a ras de suelo. Él sabía que mucha gente
había muerto, víctima de Lord Voldemort y sus seguidores, pero observar aquel conjunto de
tumbas era demasiado. Suponía tomar el fulminante peso de la muerte, y asimilarlo a la
fuerza...

        Mientras continuaba ensimismado, recorriendo con la mirada el resto del lugar, Lupin
ya se había adelantado entre varias filas de cruces. Harry apresuró su paso hasta él,
cuidando de no pisar nada importante, escudriñando, ávido, cada centímetro, cada placa...
        Entonces Remus se detuvo. Volteó para ver a Harry, y luego extendió su brazo,
apuntando hacia su derecha.

- Ahí – dijo, volviendo a sonreírle, aunque tibio.

        Harry se acercó lentamente. Justo en la esquina, y bajo una sola cruz algo más grande
que las demás, destacaban dos pequeñas placas. Se puso en cuclillas, arregló la postura de
sus lentes, y leyó: “Lilian Evans Potter, Auror, Orden de Merlín - Tercera Clase. <1951 –
1981>”. La placa siguiente, un poco más abajo, decía: “James Oswald Potter, Auror, Orden
de Merlín – Tercera Clase. <1951 – 1981>”.

- James siempre dijo que, si algo llegaba a pasarles, debían enterrarlos juntos... y así se hizo
– comentó Lupin, con un profundo tono de melancolía - No tenemos su cuerpo, pero
pondremos una cruz y una placa con el nombre de Sirius junto a la de tus padres. Es lo que
él hubiera querido...

        Harry no sabía qué decir. Tenía un fuerte nudo en la garganta, hecho de tantas
sensaciones que no podía expresar. Aguantó la respiración; el nombre de su padrino lo había
alterado un poco, pero pronto se serenó. Aquellas dos placas, brillantes y elocuentes, lo
habían hipnotizado...

- Tengo que hacerlo... ¿no es así?

Remus arrugó la frente, confundido. - ¿Hacer qué?

Harry suspiró, resignado, aún sin levantar la vista de las placas. - Dejarlos ir...

        Remus procesó sorprendido aquellas palabras. Pensó un momento, sonrió tímidamente


hacia sí, y asintió casi imperceptible, volviendo a embargarlo el tono de tristeza.

- No es fácil, pero sí... es lo que deberíamos hacer. Aunque, debo decirlo, yo jamás he
logrado hacerlo del todo – confesó, sincero. Dio un paso y se acuclilló junto a él.

- Es sólo que... Trato de darle un sentido, a la muerte, al dolor... a todo – dijo, sintiéndose
quebrar. Remus puso su mano en su hombro, instándolo a continuar – Tal vez ahora
entienda las palabras de Sirius. “Nunca estarás solo”... Ahora lo sé. Siempre he añorado a
mis padres, soñado con un día ficticio en el que volvería a encontrarme con ellos y recuperar
el tiempo perdido. Volver a ver sus caras, oír sus voces... soportar sus regaños o discutir con
ellos de vez en cuando. Es como si pensara que están de viaje, en lugar de muertos... Vivían
Francisca Solar

en mi cabeza como fantasmas, como algo siempre a punto de materializarse... y fue esa
añoranza lo que Sirius alimentó en mí, consciente o no... – Cerró los ojos y suspiró, abatido -
...pero en el fondo sabía, sabía que era imposible, y que caer de esa nube sería más doloroso
aún...

Lupin asintió, sorprendido por la serenidad y repentino atisbo de madurez en Harry. - Intenté
advertírselo a Sirius, pero si tú vivías en una añoranza, imagina él. Sirius jamás superó la
perdida de James, y te arrastró en su sueño... pero, bueno, no puedo ni quiero juzgarlo. Su
intención era loable, por eso lo apoyé a pesar de todo... - Quebró un poco su temple, pero
suspiró y siguió - Jamás intentaríamos alcanzar nuestros sueños si no pensáramos que son
posibles, ¿no crees?

        Harry hizo un gesto de acuerdo, nuevamente con la mirada perdida en la tumba de sus
padres.

- ¿Por qué pensabas que no lograríamos sacar a mi padre del Arco? – preguntó de pronto.
Remus volvió a sorprenderse - Eso es lo que intentabas decirme, ¿no es así?.

Él movió la cabeza, bajando la mirada. - Fue por un detalle... un detalle que no muchos
advirtieron, pero yo sí, y también Hermione, aunque ella igualmente fracasó en su intento de
hacer que Sirius entrara en razón. Si lo recuerdas, Sirius salió del Arco en un estado
deplorable, y eso que apenas estuvo un par de segundos en aquel velo. Él mismo nos lo
explicó el día que regresó, diciéndonos que el Arco funcionaba como una especie de proceso
de descomposición, como le ocurre en forma natural a cualquier cadáver. Entonces fue ahí
cuando lo comprendí... tú mismo viste a Cedric. Su aspecto es irreconocible, su vida pende
de un hilo... y solo llevaba dos años tras el velo... – Suspiró, haciendo una larga pausa que,
para Harry, era más que aclaratoria – Tu padre lleva 16. Si hubieras gritado su nombre, lo
más probable es que sólo recibiéramos cenizas, y un ánima errante revoloteando entre
ellas... – Hizo una nueva pausa, ahora más intrigado - ...lo que me devuelve al caso de
Cedric. Realmente me sorprendiste, ¿sabes? Jamás pensé que dirías su nombre...

        Harry apretó los labios, reincorporándose un momento. Elevó los ojos al cielo, azul y
despejado como el mejor día de verano.

- Como tú mismo lo mencionaste mientras esperábamos a Sirius en la escalera, hay muchos


inocentes que murieron en la guerra contra Voldemort... muchos seres queridos, muchos que
merecerían regresar... pero, de todos ellos, sólo uno me llamaba directamente. Cedric. Él
murió por error, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, y siempre me
sentí personalmente responsable por eso. De todos los inocentes, él era el mayor... Además,
la persona que dijera su nombre ante el Velo de Hades tenía que haberlo visto morir, ¿no es
así? Era uno de los requisitos. Y bueno... salvo Peter y Lord Voldemort, sólo yo estaba ahí...

        Lupin sonrió. Se sentía orgulloso de Harry, de su inteligencia y prudencia, y de su


sensatez para encarar los retos más difíciles. Le dio un par de palmadas en su espalda, se
inclinó sobre las tumbas y quitó los restos de unas flores ya secas y marchitas. Al mismo
tiempo, sacó su varita, dijo “¡Blossom!”, y materializó un hermoso ramo de margaritas, el
cual pasó inmediatamente a Harry. Él lo miró sin entender.

- Las favoritas de Lily - dijo, sonriéndole paternalmente.

        Harry asintió, volvió a su posición en cuclillas y las dejó sobre la hierba, acariciando
luego las placas con la yema de sus dedos. Algunas lágrimas se agolparon en sus ojos.

- No sigan esperando... estaré bien – Miró hacia el cielo – Tú también, Sirius. Ahora lo he
entendido. Sigan su camino... yo seguiré el mío. Siempre nos tendremos el uno al otro...

        Una brisa cálida acompañó sus palabras hasta que se levantó y buscó la mirada de
Remus. Él sonrió, conmovido, y lo abrazó por los hombros. Por un segundo, creyó estar
admirando al mismísimo James.
        Suspiró. Era cierto; ya era tiempo de avanzar. Liberarse.
Francisca Solar

Cap. XXXII: En una vieja Moto Voladora

Los rumores sobre el encuentro de Cornelius Fudge y Griselda Marchbanks en las


dependencias del diario El Profeta se expandieron con suma rapidez, aunque nadie pudo
Francisca Solar

decir con certeza qué fue lo que hablaron. Se toparon a primera hora en la oficina del
director del periódico, y no salieron de ahí hasta pasadas las dos de la tarde.

Aun cuando las causas de sus presencias eran bastante distintas, por primera vez en mucho
tiempo los dos funcionarios concordaban en algo: todo lo relacionado con Peter Pettigrew,
Cedric Diggory o la princesa de los Elfos, debía desaparecer inmediatamente de las hojas del
periódico. Por mandato del ministro, cualquier hecho que involucrara a las tres personas
mencionadas había sido declarado como secreto de estado. Los detalles pertenecían a las
arcas personales del Ministerio, y nadie más que sus subordinados directos tendrían acceso a
ellos. Desde ese día, y en adelante, la resurrección de Cedric Diggory, la no-vida de Peter
Pettigrew o la presencia de una Elfa en San Mungo's pasaría a la historia como un simple
rumor. La orden tajante de Fudge fue 'no dar declaraciones', 'obviar el hostigamiento',
'negarlo todo'. Y así se hizo.

Griselda no emitió comentario ante esas palabras, ni a favor ni en contra. Sólo observaba; al
menos en lo que se refería a la princesa Tareldar estaba de acuerdo. Por su seguridad, era
importante que se guardara reserva. Ni la directiva de San Mungo's, ni las autoridades del
Ministerio, ni mucho menos el resto de los Elfos quería que Stella se convirtiera en un animal
de exhibición. Mediante un sospechoso hermetismo, pero desmintiendo tranquilamente todos
los rumores, varios Sanadores se agolparon en las salidas estratégicas y despejaron los
pasillos del hospital. ¿Elfos? Por las barbas de Merlín, claro que no. ¿Acaso están locos?
¿Quién regaría un rumor tan estúpido? Nadie ha visto a ninguno de ellos en decenios. El
último informe del Departamento de Criaturas Fantásticas del Ministerio decía que ya
estaban extintos, o, si quedaban algunos grupos pequeños, estarían muy bien escondidos en
los bosques encantados de Europa... Aun así, no faltó quienes burlaron las barreras y
corrieron, con cámaras fotográficas en mano, hasta la supuesta habitación de la Elfa. Pero, a
esa hora, Stella se encontraba bastante lejos del edificio. Así, de rumor pasó casi a leyenda,
y en las semanas que siguieron los enfermos hacían fila para ocupar esa habitación, o
cualquiera que estuviera cerca.

Griselda había recibido aquella información de la boca del Sanador Augustus Pye el día
anterior, y entornó los ojos como respuesta. No le sorprendería si pronto encontrara a
alguien en el Callejón Diagon vendiendo "la almohada que la Elfa us" o "las sábanas de su
camilla", agregando convenientemente sus 'secretos poderes curativos'...

Pero no lo pensó demasiado. Stella podía cuidarse sola... Había otros de los "secretos de
estado" más urgentes de solucionar, y así se lo sugirió, tangencialmente, a Cornelius Fudge.

Él no volteó, ignorándola con desprecio contenido. El Director de El Profeta, Silvano Livesey,


tragó saliva, encogiéndose de hombros frente a la imponente anciana. Ya había tenido
suficiente con que lo coartaran de informar... ¿Tendría que soportar, además, una lucha de
poderes en mitad de su oficina? Fudge agitó la cabeza y se dirigió, sospechoso, a dos
funcionarios del ministerio que iban con él. Ellos asintieron instantáneamente, al tiempo que
Griselda levantaba una ceja. "Sin misterios, Cornelius", le advirtió ella, en un tono algo
desafiante. Él agravó su gesto de molestia, pero prefirió contestar.

La misma noche en que Remus Lupin trajo a Cedric Diggory al hospital, Fudge envió una
delegación secreta al Cementerio Estatal de Londres. ¿La razón? Sin temor a equivocarse, un
par de Inefables aseguraron que el Mausoleo de la familia Diggory aparecería profanado. Y
así fue, aunque no había destrozos o cerraduras forzadas; la placa con el nombre de Cedric
estaba semi descorrida, y en la urna no había vestigios de ningún cuerpo. Dichos Inefables
(cuyas identidades, obviamente, fueron mantenidas en el anonimato) no fueron capaces de
explicar con claridad el funcionamiento del Arco, pero recalcaron que de alguna forma tenía
la habilidad de transportar cadáveres hasta el velo, aun cuando estuvieran varios metros
bajo tierra. Entonces Lupin tenía razón: si hubieran intentado traer a James, no habrían
recibido más que cenizas...

La comisión del ministerio (con la anterior aprobación de Amos Diggory), quitó la placa y
cerró el Mausoleo como si nunca nada hubiera pasado... ni aún la misma muerte de Cedric.
Es como si el tiempo hubiera echado marcha atrás. Para suerte de Fudge, el deceso de
Cedric hace dos años se había manejado en el más completo hermetismo; pocos se
Francisca Solar

enteraron de los detalles, pocos se atrevieron a preguntar. Muy pocos sabían todo lo que
había sucedido tras el Torneo de los Tres Magos, por lo tanto, el hecho de que Cedric
volviera a caminar por las calles de Londres en un futuro cercano no sería tan... traumático,
ni para él ni para el mundo. Podrían reinsertarlo sin mayores complicaciones; si pudieron
esconder a El-Niño-Que-Vivió por 11 años, bien podrían hacer que una simple resurrección
pasara inadvertida.

No obstante el "asunto Diggory" presentaba una solución más o menos manejable -


permitiéndole al Ministro salir momentáneamente airoso - Fudge anunció que el Arco de
Hades sería destruido. Antes que Livesey pudiera preguntar más detalles sobre aquel inusual
artefacto, Griselda dio un salto, abriendo los ojos al máximo. Estaba de acuerdo con que
aquel extraño velo había ocasionado muchos problemas y desgracias, pero no podían
destruirlo. ¡Los grandes misterios de la muerte residían en él! El Ministro lo pensó un
momento; el Departamento de Misterios, de todas maneras, estaba siendo reubicado y
rediseñando su sistema de seguridad, ahora mucho más estricto e infranqueable.
Probablemente los Inefables lo acorralarían, presionándolo, negándose a perder años y años
de investigación... Pero el tema quedó en el aire. Recordando los detalles recogidos sobre
aquel Arco, el director de El Profeta nombró a Peter Pettigrew. Griselda apretó los labios,
respiró profundo y clavó la mirada en el Ministro.

Cornelius Fudge tragó saliva. Luego se quitó el sombrero, y se sentó incómodamente en un


sillón contiguo. Lo que involucraba a Stella o a Cedric no suponían mayor análisis; lo de
Peter, en cambio, ya se había transformado en un dolor de cabeza. Quisiera o no, lo
involucraba directamente a él como responsable, y tarde o temprano le costaría el cargo...

Aunque en un principio se negó a considerar la idea, Albus Dumbledore ya se había


encargado de presionar a los directores de cada departamento del ministerio: Peter
Pettigrew estaba vivo, y en consecuencia, los cargos contra Sirius Black debían invalidarse.
Sin importar el encono acumulado del ministro hacia Sirius, no podía hacer oídos sordos, y
antes de desdecirse de sus maldiciones eternas, prefirió voltear el percance a su favor y
convertirse en el héroe del momento, apareciendo en la portada del diario con el cuello de
Pettigrew entre sus dedos.

Pero pocos compraron aquella pantalla de rectitud. El descontento entre los departamentos
crecía día a día, y Fudge ya no podía confiar ciegamente en nadie. Hasta el mismo Percy
Weasley, aquel joven asesor que podía dar hasta su vida por el ministro, osó desafiarlo no
hace mucho. Se había atrevido a sugerir que Peter Pettigrew no era más que un Imagofraus
ilegal, y que como tal, debía darse aviso al Departamento Contra el Mal Uso de la Magia.
Fudge, para entonces, sólo había dado un bufido altanero. ¿Qué se habría creído? Él era el
Ministro de Magia... un hechicero absolutamente calificado. ¡Por supuesto que podía
reconocer a un Imagofraus! Pero éste no era el caso, claro que no. Peter solo estaba...
nervioso. Sí, eso. Sabía que sería juzgado y encerrado, y por eso se rehusaba tanto a hablar;
además, la angustia de una posible ejecución pública había dejado su mirada opaca...
siempre en el vacío. ¡Weasley se había vuelto loco! Era el gran caso de su carrera... por
supuesto que no era un Imagofraus... era imposible... Dumbledore se lo habría dicho...

Lo cierto era que ni aun el sabio y aventajado Director de Hogwarts había advertido el
holograma. "Fue creado por el propio Señor de las Tinieblas... ¿Esperabas un clon
defectuoso?", refunfuñó Griselda hacia Fudge, colocando las manos en sus caderas. Silvano
Livesey levantó las cejas, sin hacer más movimientos. "¿No lo había hecho el mismo Peter?",
preguntó, confundido.

Griselda movió la cabeza, más molesta que apenada. Solo podían teorizar. Nadie más que
Quien-No-Debe-Ser-Nombrado sabía la real consecución de los hechos, pero el Wizengamot
había llegado a una rápida conclusión: un Imagofraus de tal calidad, capaz de burlar a la
mitad del mundo mágico, solo podía ser creado por un hechicero asombrosamente hábil,
clasificación en la que Peter no encajaba muy bien. Demás estaba decir la vinculación de
magia negra con la creación de tal holograma...

Pero, ¿por qué no contarlo? ¿Por qué se prohibía a El Profeta informar que jamás atraparon
al verdadero Peter Pettigrew? Fudge respiró con fuerza, fijando una mirada asesina en
Francisca Solar

Griselda Marchbanks. Ella había dado la orden de no informar, y Fudge lo había secundado.
El por qué era simple: Si afirmaban que Pettigrew había muerto a manos de Lord Voldemort,
y que él había dejado un Imagofraus en el lugar de su vasallo en pos de sus planes, la
confesión en favor de Sirius Black se perdería, y su caso tendría que reabrirse, incluyendo
todo el papeleo que ello significa; además, la reputación del ministro Fudge caería aún más
bajo, por ingenuo e incompetente. Claro que lo único que Griselda mencionó en voz alta fue
lo referente a Black; las consecuencias referentes al ministro, si bien eran ya de
conocimiento masivo, prefería no esparcirlas. Pero Livesey intercambió con ella una mirada
elocuente, como si advirtiera con suma claridad las reales intenciones de Fudge, aunque optó
por no preguntar más.

No obstante, hizo una sugerencia: en el próximo número, podrían adjuntar un manual


exhaustivo elaborado directamente por el Departamento Contra el Mal Uso de la Magia,
sobre algunos de los fraudes más usuales en el terreno mágico. Ahí, en un apartado especial,
explicarían las características de un Imagofraus y cómo descubrirlos, además de las
diferencias entre un holograma de alguien vivo o de un muerto. En términos generales, si el
creador del Imagofraus está vivo, el holograma se moverá con soltura y será casi imposible
de descubrir, pero, si el holograma está suplantando a alguien que ya ha fallecido, es más
probable que se evidencie. Se nota por su pérdida parcial o total del habla y su mirada
perdida; en otras palabras, características de lo que los Muggles llaman "Autismo". Al
constituir un ejemplo de magia muy avanzada, no muchos logran advertir las diferencias
entre el creador y su holograma; sin embargo, hay una sola manera de desenmascararlo
definitivamente, y así, obligarlo a desaparecer. Sin importar dónde se encuentre el
Imagofraus, si alguien a su lado conoce su naturaleza, el holograma se desintegrará. Así de
simple. Por eso el hechicero realiza su clon a distancia y no comenta con nadie su acción,
para no echarlo todo a perder... Arruinarlo, como lo hicieron torpemente dos mortífagos no
hace mucho. Conociendo la suerte del verdadero Peter, obligaron al Imagofraus a disolverse
en sus narices, y frente a Sirius, Remus y Harry...

Fudge suspiró, incómodo, y luego asintió. Griselda también se mostró de acuerdo; el manual
sería una buena forma de salir del paso por ahora. Y no se habló más del asunto. Con una
súbita prisa, Cornelius Fudge estrechó la mano de Livesey y caminó directo hacia la puerta.
Griselda no movió ni un músculo; lo vio salir, nervioso, y luego sonrió incómoda hacia
Silvano. Estarían pronto en contacto...

Todo se resolvió de acuerdo a lo acordado. Al día siguiente, El Profeta mostró una portada
sobria, pero haciendo hincapié en el manual adjunto. Tras su escritorio en las oficinas
principales del Wizengamot, Griselda sonrió aliviada y comenzó a ojearlo, mientras
terminaba su conversación con Albus Dumbledore a través de la chimenea.

Él le repitió, una y otra vez, que no se sintiera apenada por recontratar a Libertes Pittycarp
en el ministerio. Algo divertido, confesó que ya estaba acostumbrado a cambiar de profesor
de Defensa Contra las Artes Oscuras cada año. Además, sabía lo importante que era para
ella rodearse de gente de confianza para restablecer el orden institucional. "Y eso que no lo
hago como futura Ministra, sino como simple Jefa del Wizengamot" aclaró Griselda, aunque
compartió luego con Albus una sonrisa cómplice. El Director se excusó por tener que irse,
pero había asuntos pendientes en Hogwarts que debía atender. La comunicación a través de
los polvos Flu se cortó unos segundos después, y Dumbledore regresó a su escritorio.

Junto a su pluma y tinta, no sólo estaba el documento de término de servicios de Libertes


Pittycarp, sino también el del reintegro a clases de Severus Snape. Sonrió incómodo al
recordar el rostro de Madame Pomfrey cuando se le avisó que su ayuda ya no sería
necesaria; el platillo con algodones que llevaba rodó por el suelo y sus ojos demostraban
impotencia. "¡Pero Albus, he hecho un excelente trabajo!", se defendió ella, pero el Director
acotó que era más necesaria en el área del Hospital que en el salón de clases, dando el
asunto por concluido. Sabía que la mayoría de los alumnos protestarían, pero ya lidiaría con
ello. El profesor Snape comandaba la asignatura de Pociones hace mucho tiempo, y no sería
justo marginarlo por su ausencia... Ausencia absolutamente justificada, y Madame Pomfrey
lo sabía. Entonces no tuvo más remedio que aceptar, mientras Dumbledore le daba unas
palmadas en la espalda. Siempre quedaba la oportunidad de una nueva substitución
temporal...
Francisca Solar

Aunque vagó más en forma de "secreto a voces", el comentario estudiantil del momento se
refería al renovado comportamiento de Snape. Si bien muchos alegaron por el retorno de
Madame Pomfrey, descubrieron en las últimas clases del año un extraño halo de paz
rodeando al profesor de Pociones... aura bastante misteriosa, pero agradable. La versión
oficial del profesorado fue que Severus se había tomado unas merecidas vacaciones, y que
había regresado con más ánimo y energía. La mayoría alzó una ceja ante esas palabras,
escépticos, pero no hicieron preguntas. Solo unos cuantos alumnos podían sospechar algo
más de la sonrisa esquiva de Snape... algo relacionado, quizá, con una mujer de apellido
Malfoy...

Si bien Harry intentó que alguien les contara qué es lo que había estado haciendo Snape
todo este tiempo, solo recibió evasivas. ¿Qué tan secreto podría ser? Sin embargo,
aprovechó la indignación contenida de Madame Pomfrey para extraerle algo de información:
Al parecer, habían descubierto que la Marca Tenebrosa tatuada en el antebrazo de Snape,
actuaba de la misma forma que la cicatriz de Harry. Así, y ya que el antiguo modus operandi
de Voldemort se había descubierto, este año había decidido usar al redimido mortífago como
espía involuntario. Claro que no había resultado del todo: el viejo Severus manejaba muy
bien las técnicas de Oclumencia, lo que le permitió resistirse hasta donde sus fuerzas se lo
permitieran. "Quizá por eso se refugió en la mansión vacía de los Malfoy", pensó Harry, ya
que si Voldemort lograba entrar en su mente mientras él estuviera en Hogwarts, los planes
de la resistencia corrían grave peligro... Además, aquello se vinculaba directamente con sus
malestares físicos, sobre todo aquel que lo atacó con violencia tras el partido de Quidditch
contra Slytherin. Por más que Voldemort tratara de usas sus fuerzas contra Snape, de
alguna forma su propia cicatriz en forma de rayo también recibía el maleficio...

Aunque aquello no era más que la punta de un gran iceberg de preguntas, Harry prefirió no
seguir indagando. Alguna razón poderosa impedía a la Orden revelar los detalles de la misión
de Snape, así como lo sucedido en el Bosque Prohibido con los Gigantes. Hagrid le repitió
constantemente que no podía dar información al respecto, al menos no hasta que
Dumbledore lo autorizara, pero su amplia sonrisa fue más aclaratoria que un discurso
completo. No obstante, apenas tuvieron oportunidad, Remus mandó llamar a Hermione, Ron
y Harry al despacho del Director - ya que él se encontraba fuera, arreglando unos asuntos -
en donde permanecieron casi toda la tarde. De alguna forma, sentía que les debían unas
cuantas explicaciones sobre los últimos acontecimientos.

- Jamás me agradó... ¡Siempre supe que algo malo había con ella! - exclamó Ron, furioso,
luego de escuchar la última frase de su ex profesor de Defensa. Hermione tomó su brazo
para que se calmara.

- Se supone que los Elfos estaban de nuestro lado, Ron - acotó Remus, apoyando su espalda
en el respaldo de la silla - Ninguno de nosotros habría intuido jamás que Améthles nos daría
Trasladores falsos...

Harry pensó un momento.

- Pero, si los Trasladores no los llevaron a Pequeño Hangleton, ¿Adónde fueron a parar?

Lupin arrugó la frente, suspirando.

- Nunca lo supimos con exactitud, pero Mundungus aseguraba que estabamos en algún
pueblo de Irlanda, tomando en cuenta los parajes. Y eso que sólo lo descubrimos bastante
tiempo después... De la Orden, únicamente Tonks había estado antes en Pequeño Hangleton,
por lo que sólo cuando ella se unió al grupo comprendimos la trampa...

- ¿Y los Elfos que iban con ustedes? - preguntó Ron.

- Ellos estaban quizá más sorprendidos que nosotros. La traición es algo inconcebible entre
los Tareldar, y se paga con el más caro de los castigos... - dijo, perdiendo la mirada en una
de las ventanas de la oficina. Tragó saliva, movió la cabeza y continuó - Todo pasó muy
rápido. Apenas nos dimos cuenta del error, uno de los Elfos, por petición de Dumbledore (Es
Francisca Solar

el único que habla medianamente su idioma) arregló el Traslador y nos envió a Pequeño
Hangleton - Apretó los labios y los puños, contrariado - Ustedes saben... los Trasladores no
son completamente instantáneos. Todo depende de la distancia, y nosotros estabamos tan
lejos... Habíamos perdido tiempo valioso, y Dumbledore lo sabía. Jamás lo había visto tan
serio como en aquel momento...

Hermione tomó aire, arqueando las cejas.

- Aún es demasiado fácil - comentó hacia sí. Remus la instó para que hablara más claro -
Quiero decir... Dividir al grupo es una táctica eficiente, pero así como lo describes fue casi
inofensiva...

Remus sonrió a medias.

- Porque no era el plan original - confesó, y sus tres interlocutores abrieron los ojos,
extrañados - Harry, quizá no lo notaste, pues estabas al borde de la inconsciencia, pero
tanto nosotros como los Mortífagos...

- ...venían de sitios opuestos - confirmó Harry, recordando la última imagen que vio antes de
desfallecer. Remus asintió con vehemencia.

- Voldemort había ordenado a Améthles que los Trasladores falsos enviaran a la Orden a un
sitio específico, donde todos los mortífagos nos tenderían una emboscada. Ese era el plan en
un comienzo, pero, lo que Améthles no predijo, fue que tres de los suyos accedieran a
acompañarnos. Ese detalle nos salvó. Ella creyó que toda la comisión Tareldar iría en busca
de Eärendil, por lo que magos y elfos se separarían... - Lupin elevó el mentón - Améthles
jamás sacrificaría a un Tareldar, y ya que junto a nosotros había tres de ellos, decidió a
último minuto cambiar el destino de los Trasladores y salvarles la vida. Claro que Voldemort
jamás se enteró, y sus mortífagos esperaron por nosotros incansablemente... en vano...

- No todos - aclaró Hermione, Remus asintió acto seguido. Ron y Harry la apremiaron con la
mirada - Algunos de ellos se encontraron con los Elfos cuando fueron a rescatar a Eärendil.
Uno murió, pero los otros escaparon. Draco estaba ahí.

Ron hizo un brusco gesto de entendimiento.

- ¡Por eso no regresó con Pansy a su sala común aquella noche!

Hermione asintió, mientras Remus intentaba sonreír.

- Y fue una suerte que así fuera. Draco posee información sobre el Señor Tenebroso que ni el
mismo profesor Snape maneja. Haya actuado o no por conveniencia, nos fue de gran ayuda -
Amplió su sonrisa, y alzó una ceja - Además, si hubiera ido con ustedes, quizá habría
estorbado más que ayudado...

Harry fue el primero en sonreírle de vuelta.

- De todas maneras necesitábamos un Slytherin, ¿no es así, Hermione?

Ella asintió, orgullosa.

- Gracias a Dios yo sí leo "Historia de Hogwarts" - gruñó, aunque divertida - En el capítulo


donde se habla de los fundadores, el compilador cuenta la leyenda de los Magno Patronus.
Decía que si bien el patronus de cada uno por separado poseía inmenso poder y sabiduría,
nada se compararía a la fuerza de la confluencia de los cuatro. Entonces sellaron un pacto:
como un premio a la futura colaboración entre las casas, cuando en una batalla se
encontraran patronus representantes de las cuatro mentes fundadoras, se fundirían y
convocarían el poder de Godric, Rowena, Helga y Salazar... Sin Theresa, no podría haberse
hecho.
Francisca Solar

- Todos hicieron un excelente trabajo - pronunció Remus, orgulloso y emocionado -


Dumbledore siempre lo supo. Sabía que se convertirían en un pilar fundamental de la
lucha...

Ron y Hermione no dijeron nada, pero el rostro de Harry hablaba por sí solo.

- El Director intentó encerrarnos en el castillo, Remus - le recordó Harry, agravando un poco


el tono de su voz. Remus no se movió demasiado.

- El Director es un estratega, Harry - lo corrigió él, sonriendo - Si Voldemort creyó que la


división de fuerzas nos destruiría, Dumbledore supo voltearlo a su favor. Si ustedes actuaban
por separado, fuera de nuestros planes, corrían menos peligro. Recuerda que aún no
sabíamos quién era el espía...

Hermione interrumpió.

- Entonces, ¿el profesor Dumbledore esperaba que la Armada saliera a pelear?

- En teoría, sí - aceptó Remus, moviendo la cabeza - ...pero jamás quiso que pelearan solos.
Únicamente serían un refuerzo, la Orden estaría ahí... pero, bueno, ya saben el resto - Ron y
Hermione asintieron, gratamente sorprendidos. Sólo Harry permaneció cabizbajo, reflexivo -
Jamás pensaste que el Director te tenía tan alta consideración, ¿no, Harry?

Harry levantó la cabeza de golpe, clavando la mirada en Remus.

- Aquella noche, en este mismo despacho, me repitió que aún no era mi hora, que no debía
pelear... ¡Nos ordenó regresar a nuestras torres! - dijo, tratando de defender su sentimiento
- ¿Cómo iba a pensar que estaba instándome a lo contrario?

- Harry, cuando la gente te dice que eres igual a tu padre, no solo se refieren a tu cabello -
sonrió Remus, amable - Piensas y actúas exactamente igual a él. Si te ordenan hacer "A", tú
haces "B". Desde que llegaste a Hogwarts no has hecho más que romper y saltarte reglas...
siempre con fines loables, claro está. Y lo mismo va para ustedes - dijo, apuntando a
Hermione y Ron - Dumbledore sabía que no se quedarían con los brazos cruzados...

Hermione pareció sonrojarse.

- ¿Eso quiere decir que ya no nos consideran unos niños?

Remus Lupin mantuvo la mirada, entre sereno y profundo.

- ¿Se sienten como tales?

El segundo siguiente fue bastante aclaratorio. Los tres amigos se miraron, tranquilos, y luego
se sonrieron, cómplices. Pero no alcanzaron a pronunciar palabra. Con estruendo, alguien
tocó varias veces a la puerta, pero no esperó réplica para entrar.

- ¡Profesor Lupin, señor!

Remus sonrió, levantándose de su silla.

- Hola Neville.

Él le sonrió de vuelta, recuperando el aliento. Luego fijó una mirada ansiosa en sus tres
amigos.

- Vine a buscarlos... ¡La comisión examinadora ya está aquí!


Francisca Solar

Harry dio un salto. Casi lo había olvidado: el examen para la licencia de Desaparición. Los
sucesos recientes habían sido lo suficientemente aturdidores como para hacerle olvidar que
era fin de año, y que no en muchos días, estaría tomando el tren de vuelta a Privet Drive...

Hermione y Ron se levantaron acto seguido, se despidieron de Remus con un gesto de mano
y se apresuraron a correr tras Neville.

- Harry, espera un momento - lo detuvo Remus. Harry, aunque no comprendió enseguida,


hizo un gesto a Ron para que se fueran sin él. Luego de que la puerta se cerró, volteó hacia
su ex profesor.

- ¿Sucede algo?

Lupin suspiró antes de hablar.

- Sólo quería mencionarte algo... algo que quizá está dando vueltas en tu cabeza... - Harry
arrugó la nariz, confundido. Remus volvió a suspirar, y trató de ser claro - Algo sobre Sirius.

Harry se estremeció al escuchar el nombre de su padrino, suspirando tristemente acto


seguido. Tragó saliva imperceptiblemente, y arregló sus gafas para ganar algo de tiempo.
Era cierto. Había un par de cosas sobre él que aún estaban inconclusas...

- ¿Es sobre el Arco, verdad?

Remus asintió, acercándose un poco más a él. Puso una mano en su hombro.

- Sólo quería decirte que... bueno, que Sirius nunca asesinó a nadie.

Harry volvió a sobresaltarse. Jamás habría esperado esa frase.

- ¿Por qué me dices eso?

Remus relajó los hombros, comprensivo.

- Supuse que quizá no habrías reparado en ello - pensó hacia sí, para luego subir la mirada -
¿Recuerdas los requisitos para que el intercambio del Arco funcionara a la perfección? La
persona que se sacrificara debía haber usado el peor conjuro imperdonable al menos una
vez... - Harry abrió los ojos al máximo, asintiendo lentamente. Todo había pasado tan rápido
que no había pensando en eso - Pues bien... Sirius sí lo usó, pero no mató a nadie, aunque
lo intentó. El día que tus padres murieron y se enteró de la traición de Peter, fue a buscarlo
para matarlo. Se encontraron en aquella calle llena de muggles, y antes de que Peter
arrasara con el lugar para encubrirse, Sirius intentó el Avada Kedavra contra él. No sé si
alguna vez llegues a imaginar el odio que Sirius sentía en aquel momento... y, bueno,
aunque la motivación de asesinar existía, Peter esquivó sus embistes convirtiéndose en
roedor, y ya conoces el resto de la historia...

Harry asintió, pensativo. Agradecía que Remus hubiera aclarado aquel punto, pero en el
fondo, sentía que no le importaba demasiado. Por supuesto que podía entenderlo... podía
entender ese odio contenido, luchando por revelarse... Sus mejores amigos habían muerto,
traicionados... Ese tipo de odio es el que se necesita para que un conjuro imperdonable
funcione. No lo culpaba, ni lo juzgaría. Seguía siendo el mismo Sirius para él. El mismo hábil
hechicero, el mismo Animago... su padrino, siempre...

Sin que Lupin se lo esperara, Harry lo abrazó. Él sonrió, algo torpe, y le devolvió el abrazo.
Sabía que para Harry la imagen de Sirius no cambiaría, pero este tipo de detalles ayudan a
que el recuerdo sea más sólido, inquebrantable. Sirius no sólo había regresado del Velo para
decirle que dejara de soñar y no olvidara vivir; también regresó para mostrarle una buena
forma de andar. Lucha, confianza, fuerza, verdad... No es necesario matar para demostrar
entereza...
Francisca Solar

Se sonrieron un minuto más, y luego Harry bajó las escaleras a toda prisa, dejando a Remus
con más pensamientos por digerir. Los retos habían sido grandes, pero todavía no habían
pasado lo peor. Harry aún no era realmente victimario... o víctima. ¿Estaría cerca aquel día?

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La primera sorpresa de la tarde acaeció apenas el silencio llenó la sala. De entre las siete
personas que conformaban la comisión, destacó de inmediato un señor bajito y rechoncho,
de frente amplia y algo sudada, quien pasó un pañuelo por su cara y sonrió a la multitud de
jóvenes. "Bienvenidos al Examen de Aparición, sexto año" comenzó a decir, recibiendo sólo
miradas nerviosas como respuesta. La mayoría había practicado mucho y ya casi dominaban
la técnica, pero algunos todavía no lograban desaparecer siquiera la mitad del libro con el
que practicaban en clase...

Mientras la comisión tomaba asiento tras una mesa larga al final de la sala de
Encantamientos, al tiempo que McGonagall les repartía hojas de calificación, Flitwick reunió a
todos los alumnos en la esquina contraria. Les sonrió, aunque parecía aprensivo.

- No hay necesidad de estar preocupados. Recuerden que el mejor consejo para este conjuro
es la relajación. Respiren profundo, no piensen en nada más que en su lugar de destino. Para
los que crean que están más preparados, pueden decir el conjuro mentalmente. Eso les dará
puntos extras frente a la comisión. Si no, pueden decirlo fuerte y claro... les darán la licencia
de igual manera - Todos suspiraron y asintieron a la vez. Flitwick volteó hacia su derecha -
Sr. Longbottom, téngase confianza. Srta. Abbott, relaje los puños. Srta. Parkinson... ¿Hizo
las prácticas extras que le recomendé?

Todas las miradas confluyeron en Pansy, y al juzgar por su aspecto de semi pánico,
probablemente no habría tomado en cuenta los consejos del profesor. Pero Flitwick no
alcanzó a reprocharle nada. De la boca del tipo sudoroso - quien llevaba en la solapa de su
chaqueta el logotipo del ministerio - se escuchó el nombre del primer examinado: Hermione
Granger.

Ella tragó saliva. Había estado inusualmente pálida desde que habían entrado al salón, pues
para ella todo era más complicado. Se sentía algo miserable, culpable, como si fuera una
presidiaria en fuga... Sin pronunciar ni una sílaba, se alejó del grupo y caminó hasta el
centro del salón. Su respiración estaba más agitada que de costumbre, y sentía su varita
resbalar por entre sus dedos.

El tipo del ministerio, seguramente del Departamento de Transportes Mágicos, no había


vuelto a su silla. Seguía erguido tras la mesa, mirando directamente hacia Hermione.

- Un poco más cerca, Srta. Granger.

El silencio a su alrededor era abrumante, y eran tantas las miradas que sentía presionadas
contra su espalda, que parecía a punto de asfixiarse. Sin decir nada, siguió la orden del
examinador y dio unos pasos hacia adelante.

- Un poco más... Eso, un par de pasos... Otro más...

Nadie entendía nada. El murmullo de desconcierto comenzó a subir y Hermione, estupefacta,


ya había llegado al borde de la mesa después de tantos pasos dados. Elevó la mirada hacia
el tipo, pidiendo silenciosamente una explicación, y él le sonrió.

- Aquí tiene, Srta. Granger - Solemne, extendió hacia Hermione una pieza de cartón
plastificado, similar a la licencia muggle para conducir. En ella, se leía en letras doradas
"Hermione Jane Granger", a la izquierda, su foto, sonriente, y más abajo, la firma de Portos
Lykes, Jefe del Departamento de Transportes Mágicos.

Su pulso temblaba, tanto que casi deja la tarjeta caer.


Francisca Solar

- Pero.. p-pero... - atinó a decir, confundida - Aún no he dado la prueba, señor.

Portos Lykes le sonrió de una forma tan particular que sólo Hermione alcanzó a advertirlo.

- La declaración de la Srta. Bones y los detalles proporcionados por el Sr. Ronald Weasley, a
quien usted salvó la vida hace algunos días, fueron sujetos a debate en nuestro
departamento, en conjunto con el Wizengamot. Y... se llegó al acuerdo de darle su licencia
sin examinación alguna - explicó, mientras la mujer a su lado, de rostro alargado y ojos
tristes, asentía amablemente - Su acto en batalla es suficiente prueba de su habilidad para
nosotros. Ahí tiene, y felicitaciones. Puede retirarse.

Los aplausos no se hicieron esperar. Sus ojos se agolparon de lágrimas, pronunció un


"Gracias" en un hilo de voz y, apretando la licencia en su puño, giró sobre sus pies y caminó
hacia la salida. De reojo, observó a Ron sonreírle con orgullo. Ya tendría tiempo de
agradecerle a él también.

Lykes carraspeó, pasando nuevamente su pañuelo por su frente.

- Entonces... Ahora sí comenzará la examinación. Verán dispuestos en el piso dos círculos de


tinta roja... - explicó, señalando hacia el frente. En efecto, a tres metros de la mesa había un
círculo dibujado en las baldosas, con el diámetro justo para que cupiera una persona de pie.
Así también, a quince metros de distancia y justo bajo el ventanal, había otro círculo similar
- La prueba consiste en lo siguiente. Deben erguirse en el círculo de enfrente, hacer lo que
crean conveniente y aparecer, lo más limpiamente posible, en el sitio dispuesto junto al
muro norte. Si aparecen justo dentro del círculo, se les asignará la puntuación máxima. Para
obtener la licencia, deben al menos pisar el contorno delineado... ¿Han entendido todos?

Se escuchó un agitado "Sí, señor", y luego Lykes volvió a su silla. Desde aquel minuto y en
adelante, los alumnos fueron pasando uno por uno sin mayores contratiempos. Susan
desapareció y apareció en un elegante chasquido, pero no con demasiada puntería: el talón
de su zapato apenas alcanzó a rozar el borde del círculo, aunque era suficiente para su
licencia. Crabbe, por su lado, no corrió la misma suerte; apareció al menos dos pasos lejos
del círculo, y aunque trató de acercarse con disimulo, los de la comisión eran sumamente
rápidos y certeros a la hora de examinar. "Tendrá que intentarlo el próximo año, Sr.
Crabbe", afirmó una señora de blusa rosa y sombrero de flores, mientras el Slytherin ponía
cara de asco y abandonaba la sala. Así como él, Goyle tampoco pudo superar la prueba, y
agrandó las listas de rezagados para el año entrante. "¿Tendrá que ver el sobrepeso en el
éxito del examen?" pensó Seamus en voz alta, haciendo que varios a su alrededor estallaran
en carcajadas.

Otro caso que puso a Flitwick con los pelos de punta fue el de Ron. Aunque desapareció sin
muchos preámbulos, sin agitarse como una licuadora (como Neville y Parvati, por ejemplo),
demoró muchísimo en aparecer. Dos minutos exactos, según la cuenta de Harry, justo
cuando Lykes ya empezaba a creer que debería enviar a alguien a buscarlo... donde quiera
que estuviera. Cayó derecho, con los pies juntos y firmes, en el diámetro exacto descrito por
la marca.

La señora junto a Lykes se rascó la cabeza.

- Jamás alguien había demorado tanto en realizar la prueba... - opinó, cambiando su mirada
desde su hoja de examinación hacia el alumno en cuestión.

- ...pero cumplió con lo requerido, y obtuvo la máxima puntuación - intervino Lykes, con la
vista perdida y tono de resignación - Supongo que ha obtenido su licencia, entonces, Sr.
Weasley.

Ron dio un salto en el aire y elevó los puños, demostrando a destajo su alegría. Flitwick,
Harry y algunos de la Armada aplaudieron con efervescencia, al tiempo que Ron estrechaba
la mano del Jefe del Departamento.
Francisca Solar

- ¡Me asustaste! - exclamó Harry, bajando la voz, cuando Ron pasó a su lado. Él no
respondió, pero le guiñó un ojo, feliz. Harry no pudo evitar sonreírle de vuelta, pero notó que
su gesto cambiaba bruscamente. Draco, a su derecha, parecía no compartir su felicidad.

Pero Ron le hizo un caso mínimo, y salió por la puerta ágilmente. En eso, la mirada de Harry
cayó en Draco, y por un tenso segundo ninguno de los dos pareció respirar.

Solo hace media hora Harry había recibido la noticia: Slytherin había ganado la Copa de
Quidditch. No obstante, y contrario a todo lo que Harry hubiera creído, Draco no se le acercó
para burlarse ni para jactarse de su triunfo. De hecho, no le había visto ni la sombra hasta
ahora, en que sus ojos se toparon casi por casualidad. Draco tragó saliva y evadió sus ojos,
dando unos pasos hacia adelante. Era su turno de examinación.

Harry lo siguió con la mirada hasta el centro de la sala, y evaluó sus sentimientos al
respecto. No, no lo odiaba. Lo aborrecía mucho a veces, por su trato despectivo y su eterno
aire de superioridad, pero no tenía que ver con el Quidditch, y eso tenía que aceptarlo. Había
jugado una buena temporada, y ni aun cuando quisiera que tragara el polvo tras su Saeta de
Fuego, ésta vez había sido su turno de perder. Aunque le costara aceptarlo, había ganado
limpiamente. Y no se veía mordaz, ni hiriente, ni histérico. Sólo feliz, feliz por ello...

Lykes volvió a carraspear.

- Harry Potter.

Parpadeó. Draco ya no estaba en la sala. De hecho, ya no quedaba nadie. Sin que Harry lo
hubiera notado realmente, todos ya habían pasado y él era el último en tomar el examen. El
silencio que lo rodeó ya no era expectante, sino más bien de alivio, pues no tenía miradas
apremiantes directas a su nuca. Únicamente Flitwick lo observaba desde su esquina.

- Cuando quiera, Sr. Potter.

Harry avanzó hasta el círculo del centro, se irguió derecho sobre él, y cerró los ojos. Si se
relajaba... si dejaba que sus músculos se adormecieran... si dejaba su mente en blanco y
pensaba sólo en aquel lugar frente al ventanal, podría salir pronto de ahí... Salir de ahí, con
su licencia en la mano...

Unos treinta segundos después volvió a abrir los ojos, pero sólo para encontrarse con la
segunda sorpresa de la tarde. La comisión completa había abandonado sus puestos tras la
mesa y habían dispuesto una ronda en torno a él, mirándolo con estupefacción. Flitwick,
desde su limitada posición, extendía su cuello y mostraba a Harry su gesto de sorpresa, con
sus ojos abiertos como platos y su boca semi abierta. Nadie decía nada.

Sin aguantar más esa postura de "animal en exhibición", decidió quebrar el silencio.

- ¿A-Aprobé?

Lykes, aún con su pañuelo apretado en su frente, movió la cabeza.

- S-Sí... es decir, s-supongo que sí... Sólo tiene q-que... tiene que bajar, Sr. P-Potter.

¿Bajar? Harry demoró unos segundos en procesar aquello que había escuchado, pero pronto
atinó a mirar hacia sus zapatos. Sin temor a equivocarse, y si sus lentes no le jugaban una
mala pasada... estaba levitando.

De puros nervios, no se atrevió a hacer movimiento alguno. Asustado, recorrió su mirada por
entre todos los presentes, buscando ayuda desesperada.

- N-No... No sé c-cómo hacerlo...


Francisca Solar

Flitwick se hizo paso entre dos señoras, y se colocó justo frente a Harry.

- Sr. Potter, escúcheme. Cierre los puños lentamente... Eso, así es. Use su mente... traslade
el peso de su cuerpo hacia sus pies. Haga de cuenta que son pesados, muy pesados... Eso...
así...

Al segundo siguiente, el estómago de Harry se contrajo en una sensación parecida a la que


produce bajar en ascensor. Sus pies tocaron por fin tierra firme, aunque sólo uno de ellos
quedó dentro de la marca.

- Está bien, eso basta - aclaró Lykes, algo agitado. El resto de la comisión aún intercambiaba
murmullos de excitación - Aquí tiene su licencia, Sr. Potter. Y... dígame, ¿Desde cuando
domina la técnica de la levitación?

Harry se encogió de hombros, ruborizado, mientras asía entre los dedos su pieza de cartón
plastificado.

- Jamás había hecho algo parecido, señor.

- Ohhh - exclamó, sorprendido - Vaya... Memorable, simplemente memorable. Tiene usted


un gran talento para las técnicas complejas, Sr. Potter. Según tengo entendido, no domina
bien los hechizos más simples, pero cuando hablamos de magia avanzada... Bueno, siempre
esperamos grandes hazañas de El-Niño-Que-Vivió, claro que sí...

Harry, sin saber qué decirle, sonrió torpemente hacia la comisión, luego hacia el profesor
Flitwick, y salió de la sala lo más rápido que pudo. Cuando cerró la puerta tras de sí, respiró
profundo y sólo entonces pudo relajarse de verdad. Aunque estaba acostumbrado a
descubrir sus habilidades en las más extrañas situaciones, nunca dejaba de abrumarse por
ello.

- ¡Harry! - gritó Hermione, acercandose a él en dos zancadas. Ron iba con ella - ¿Lo
lograste?

Harry sonrió, tomando su tarjeta, lanzándola al aire y volviendo a cogerla. Ron soltó una
carcajada.

- Gracias a Dios no demoraste tanto como yo, o te habrías perdido la reunión...

Harry no se movió.

- ¿Reunión?

Hermione y Ron compartieron una mirada elocuente, e hicieron un gesto para que los
acompañara.

- Fue todo muy repentino... así lo repitió mamá incansablemente mientras cruzaba el pasillo
- comentó Ron. Hermione asintió levemente.

- ¿Tus padres están aquí?

- Sí. Toda la Orden, me atrevería a decir. Me encontré con ella cuando salí del examen. No
sabemos de qué se trata, pero están reunidos con los Tareldar en el jardín tras los campos
de Quidditch. Supongo que están aprovechando que toda la escuela está en el comedor para
el gran banquete...

Harry no preguntó nada más. Los pasillos estaban desiertos, y mientras la luz rojiza del
atardecer teñía todo a su paso, los tres Gryffindors se apresuraron hacia el jardín. Para
cuando alcanzaron el estadio de Quidditch, los murmullos ya podían apreciarse.
Francisca Solar

- Creo que aún no la entendemos, Aranel - repitió Ingolmo, erguido frente a Stella.

Ella iba a contestar algo, pero todos voltearon para observar a quienes se acercaban. Hestia
dio un paso hacia la derecha para dejarlos pasar. Stella llevaba un sencillo vestido gris, con
bordes blanquecinos y bordados en azul

- Muy bien, ahora estamos todos - dijo Hyarion, haciendo un sutil gesto de cabeza hacia
Harry - Ahora, ¿Qué nos decía?

Stella elevó los hombros en un suspiro profundo. Los Tareldar la miraban, apremiantes, en
grupo desde su costado izquierdo, y al derecho, la Orden del Fénix aguardaba la noticia.
Stella los había reunido ahí por una razón especial.

- ...lo que trato de decirles... a todos... es que ya es tiempo de que los vientos cambien... -
Al segundo después, Ingolmo elevó el mentón y parpadeó imperceptiblemente. Se apoyó un
poco más en su bastón, mientras Stella clavaba su mirada en él, ansiosa. La Orden
permanecía quieta, y Hermione comenzaba a adivinar - No he sido una buena líder. Casi no
he convivido con ustedes, y si pisara nuevamente mis tierras, no podría dejar de sentirlas
ajenas... He desafiado a nuestra raza y los he puesto en peligro... He dejado de sentirme
Tareldar para involucrarme en el mundo Istari, que me ofreció sus brazos en cobijo... No
puedo negar, ya no más, que siento más comodidad entre hechiceros que entre elfos, sólo
por el hecho de haber crecido entre ellos... Errando, sí, pero aquí, al fin y al cabo... - Apretó
los labios, sintiendo que perdía el aire. Volvió a respirar, cerrando los ojos - Así como mi
padre lo había predicho, mi destino no está con ustedes. Está aquí, con nuestros amigos...
con un mundo más grande que el nuestro. Les debo a ustedes, hermanos, mi vida y mi
lealtad, pero debo seguir el designio Wilwarin. Es la sangre de mi dinastía la que pesa sobre
mí.

Ninguno de los elfos se atrevía a hablar, pero sus miradas mostraban todo el desconsuelo
que significaban las palabras de su Aranel. Y antes de que Ingolmo quisiera adelantarse y
pedir una explicación, Eärendil, abriéndose paso entre otros elfos, se acercó a Stella.

- Pero... Elënear - balbuceó, tan confundida como los otros - la necesitamos. Sin usted no
podemos sobrevivir. Los Tareldar no podrán continuar sin su princesa, su sucesora del
poder...

- Pero sí con una nueva - corrigió, sonriendo por primera vez desde que había llegado ahí.

Remus Lupin, Nimphadora Tonks, Arthur Weasley y Albus Dumbledore comprendieron al


mismo tiempo, igual que Hermione, Emmeline y Hestia, algunos pasos más atrás. Harry, por
su lado, poseía el mismo gesto indescifrable del resto de los Tareldar. Por un minuto que se
hizo eterno, Stella y Eärendil compartieron una mirada llena de significados y sensaciones
distintas, envolviendo todo a su alrededor. Ingolmo bajó la mirada, reflexivo, y mientras el
sol comenzaba a desaparecer tras la última colina, Eärendil cayó, solemne, de rodillas frente
a Stella. El color lila de sus ojos se había intensificado...

- Aranel, no puede...

- Sí, sí puedo - contestó, serena, arrodillándose también, tomándole el rostro - ...y lo haré.
Has tomado grandes decisiones... has convivido siempre bajo el alero de nuestras leyes y
eres la única que me sigue en fuerza y edad. Tú eres quien debe continuar... lo sé, así lo
siento. Mi camino se separa hoy, pero antes de hacerlo, quiero tener la certeza de que el
brillo Tareldar tiene fe de perdurar...

Molly se aferró al brazo de Arthur por inercia. No cabía en sí de la emoción, de la sorpresa.


Jamás lo habría esperado... Sólo entonces, cuando el silencio se hacía más clarificador que
las palabras, Stella se levantó, ayudando a Eärendil a su vez. Giró levemente hacia atrás,
donde se encontró con la mirada de Harry. Él asintió, tranquilo, instándola a seguir. Ella
movió la cabeza, determinada, para luego alzar la voz.
Francisca Solar

- Según lo que dicen nuestras leyes, está en mí la decisión de abdicar en quien yo crea
conveniente, con el fin de asegurar la continuidad y el salvaguardo de la raza. Así entonces,
y en nombre de los Wilwarin, declaro a la dinastía Tuilinn la próxima sucesora del poder -
pronunció ella, con un toque de emoción. Los ojos de Eärendil brillaron más que nunca,
mientras Stella tomaba sus manos, sonriéndole. Luego le habló al oído - Levántate, Eärendil
Tuilinn... Busca a Varyar. Te espera a ti, no a mí. No dejes que nuestra raza muera...

Las lágrimas que tanto habían luchado por salir, corrieron libres por el rostro de Eärendil, así
como por el de Molly, Tonks y Hermione. Los débiles rayos de sol acentuaron las figuras de
los presentes, y como un último acto de aprecio y respeto, todos los Tareldar se inclinaron
hacia Stella. Ella les sonrió, también entre lágrimas, al tiempo que Elphias se quitaba su
sombrero. Lo siguió Dumbledore y Kingsley, mientras el resto se unía a la reverencia grupal.
Stella volteó lentamente, recorriendo con la mirada a cada uno de los presentes, hasta que
se detuvo en Harry. Él, simplemente feliz, sonrió sereno y se inclinó, solemne, hacia ella, y
luego hacia Eärendil, quien parecía aún no comprender a cabalidad lo que había sucedido.

- ¡Aiya Eärendil Lindori!

Contrario a lo que Arthur habría supuesto, Ingolmo sonreía. Si se pensaba bien, la decisión
de Stella era lo mejor que podía pasarles. Ella seguiría su destino, los Tareldar podrían
continuar con su linaje, y todos felices. Aunque a veces parezca que todo se complica, al
final es tan sencillo tomar el camino correcto...

Cuando ya casi no había luz natural, el fulgor desprendido del cuerpo de Stella bastó para
alumbrar hasta la entrada del castillo. Extendió los brazos, su cabello se elevó unos
centímetros y su piel, siempre pálida, adquirió ahora un tono anaranjado. El resplandor se
apagó, bajó los brazos, y Ron creyó estar alucinando. Las orejas en punta, signo tan
característico de los Elfos, había desaparecido de los rasgos de Stella, así como aquella sutil
aura resplandeciente que la seguía a cualquier lugar. No se había convertido en humana:
siempre sería una elfa, pero ya no luciría como tal. Pertenecería ahora al mundo Istari, y
debería vivir de acuerdo a él...

Entonces se refugió, alegre, en los brazos de Molly. Por fin podría hacer lo que su padre
siempre quiso para ella. "Y sí que se renovaron los vientos..." acotó Tonks, divertida,
dejando que su capa bailara con la brisa del ocaso...

-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/-/

Antes de arribar a King Cross, para Ron lo mejor de aquel día había sido su última
conversación con la profesora McGonagall. "Dejaré que bote Adivinación, Sr. Weasley. Si
quiere convertirse en Auror, tendrá mi apoyo", había dicho antes de verlo subir al expreso,
guiñándole un ojo y despidiéndose con un gesto de mano. Así, desde aquel segundo nadie
pudo quitarle la sonrisa de la cara. "¡Ya quiero ver el rostro de mamá cuando se entere!".

Claro que, mientras discutía con Ginny y esperaba su turno para bajar su baúl luego de
arribar en la estación, tuvo la corazonada de que algo más gratificante lo esperaría...

- Stella Maris Weasley... Suena bien, ¿no? - comentó Stella, ampliando su sonrisa. Arthur le
guiñó un ojo, tomando su baúl para ponerlo en uno de los carritos - ¿Y Percy? Dijeron que lo
conocería hoy.

El Sr. Weasley detuvo sus movimientos por un segundo. Suspiró, elevó la mirada, y sonrió a
medias.

- Nos espera en casa. Vendrá... vendrá a tomar el té con nosotros - explicó, tartamudo. La
Sra. Weasley caminó pronto junto a él, le acarició la mejilla y le sonrió, tranquila. Quizá todo
se arreglaría...

En eso, una mano desde la nada ayudó a Ron a bajar su baúl.


Francisca Solar

- Deja eso, Ron. Ven conmigo - le pidió Hermione, tomándolo del brazo. Él, confundido por la
situación, no atinó a más que andar.

- ¿Adónde vamos? ¿Qué quieres?

Hermione se detuvo, escudriñándolo con la mirada como si le extrañara la pregunta.

- Mis padres acaban de llegar, Ron. Quiero que los conozcas.

Ron abrió los ojos como platos y tragó saliva, repentinamente horrorizado.

- ¡¿Que qué?! P-Pero, Hermione... Tus padres ya me conocen. ¿Nunca les has hablado de
mí?

Hermione rió bajito.

- Claro que sí, tonto... pero nunca han charlado contigo, ¿o sí? Vamos, me muero por
presentarte.

- ...y nosotros por fotografiar el evento del año - agregó Fred, sonriendo con malicia. Tras su
hombro, George hizo una mueca divertida, meciendo sobre sus cabezas una cámara
fotográfica.

- Oh, no, lo que faltaba... - se ruborizó Ron, algo contrariado. Hermione puso sus manos en
las caderas.

- Chicos... Por favor, no es nada del otro mundo...

- ¡¿Ah, no?! - la contradijo Ron, poniendo su mejor rostro de espanto - ¿P-Por qué debo ir a
c-conocer a tus padres? ¿C-Cuál es el motivo? ¡No entiendo n-nada! Porque tú y yo... es
decir, tú y yo no somos... bueno, al menos no que... no sé si...

Durante el segundo en que Hermione compartió con Ron una mirada fija, pareció
comprender. Relajó los hombros, pensó hacia sí, y comenzó a ruborizarse notoriamente.
Evitó los ojos de los gemelos, y se dirigió a Ron con la vista en sus zapatos.

- Ehh.. y-yo... lo siento mucho, Ron. Lo siento, de verdad, no quise ponerte en un aprieto.
Yo sólo pensé... s-sólo creí... Pero no, está bien, t-tienes razón. No hay un motivo en
realidad. No me hagas caso. Los exámenes finales debieron dejarme algo aturdida...

Y acto seguido, caminó en dirección contraria. Ron alzó una ceja, suspicaz, pero antes de
que pudiera refugiarse en un gesto de alivio, recibió por parte de Fred un manotazo en la
nuca.

- ¡Auch! - exclamó, arrugando la frente y volteando hacia sus hermanos - ¡¿Qué te sucede?!

- ¿Vas a dejar que se vaya?

George dirigió a su hermano menor la peor de las miradas, al tiempo que Fred alzaba las
cejas, instándolo a responder. Ron titubeó, dirigiendo la mirada por donde ella se había ido.

- ¿Y qué se supone que debo hacer?

Fred bufó fuertemente, como si no diera crédito a sus oídos.

- Babeas por ella todo el año... ¿Y me preguntas a mí qué hacer?


Francisca Solar

- Eres un Weasley, Ron, no nos desperfiles - pidió George, en un tono de falsa angustia.

Ron miró a sus hermanos y dio el más grande de los suspiros. Se ruborizó a morir, pero no
había remedio. Temblaba, pero sabía qué hacer...

- ¡¡Hermione!!

Aunque los separaban ya varios metros, ella volteó. Ron corrió hasta ella, pero no se atrevió
a mirarla a los ojos.

- Ehhmm... Hermione, yo...

- Ron, de verdad... no es necesario - se apresuró a decir ella - Quiero ir a despedirme de


Harry y Stella. Mis padres me están esperando.

- Oh... E-Está bien, anda. Te esperaré allá, entonces.

Hermione alzó una ceja.

- ¿"All"? ¿Dónde?

- Donde tus padres, claro...

No creyó que podría ruborizarse aún más de lo que ya estaba, pero así fue, dejando su
rostro como la luz roja del semáforo. Hermione sonrió, alejando esa sombra de tristeza de
sus ojos, y se echó al cuello de Ron, como ya era su costumbre. En su mente, Ron llamó
telepáticamente a los gemelos. Quería una fotografía de esto... necesitaba perpetuar el
recuerdo.

- ...te escribiré todos los días, lo prometo - volvió a decir Stella, sonriendo divertida hacia
Harry. Él le sonrió de vuelta.

- Está bien, tendré que contentarme con eso - bromeó - Mientras, podré divertirme con mi
queridísimo primo Dudley. Ahora que tengo licencia, me apareceré y desapareceré varias
veces sólo en su presencia... Al final del día creerá que se volvió loco - rió, por primera vez
en bastante tiempo, realmente feliz.

Ella rió con él.

- Tienes licencia, pero no abuses, Harry...

- Oh, vamos. Es una de las pocas cosas que sí sé hacer. Al parecer tengo un talento nato por
las técnicas complicadas, algo que heredé, pienso, de la poca sangre elfa que me queda...
sin contar lo que sea que Voldemort me haya traspasado la noche que quiso matarme.
Quiero aprovecharlo...

El gesto divertido de Stella, aunque no se apagó, sí bajó su intensidad.

- Harry... Eres mucho más que un conjuro Aparecedor, y lo sabes.

Él negó con suavidad, aunque no triste ni enojado, sino muy tranquilo.

- Todo lo que he hecho se lo debo a mi escudo. No soy más que otro Gryffindor de la escuela
Hogwarts, con mucha, mucha suerte -. Respiró hondo, sin quebrar el contacto visual -
Aquella noche, vi al mago más poderoso del mundo temerle a una chica... Porque yo no soy
nadie, a mí no me teme... Sólo me odia...

- ...pero teme a lo que eres capaz.


Francisca Solar

La voz de Remus irrumpió en la conversación. Le sonrió a Stella, se acercó a Harry por el


lado y tomó su hombro. Harry lo miró, de alguna forma, agradecido.

- Teme, sí, pero teme a mi escudo...

Remus negó lentamente, apretando aún más su mano contra su hombro.

- Te teme porque posees algo que él no tiene, algo que te impulsa a actuar, que te define y
te protege, que te ha protegido siempre...

- ...y que, en el fondo, es nuestra mayor arma - agregó Stella.

Harry no se movió, pensando. Remus aclaró su duda.

- Amor, Harry...

Él demoró un segundo en comprender, pero cuando lo hizo, volteó hacia Stella. Ella sonreía.

- Amistad, confianza, compañerismo, lealtad... Son cosas que Voldemort jamas tendrá, ni
experimentará. Es su desventaja, y lo sabe. Por eso intenta que ese amor se vuelva odio,
rencor, venganza... Sembrando ese sentimiento en ti, Harry, él triunfará. No dejes que lo
haga, ¿sí?

Harry asintió, abrumado. Los tres se sonrieron, pero antes de que pudiera contestar algo,
alguien entre la multitud de la estación gritó su nombre.

- ¡Harry, espera!

Un grupo numeroso de chicos y chicas se hicieron paso entre los transeúntes y se


detuvieron, exhaustos, justo frente a Harry. Él los examinó un momento... la Armada
Dumbledore. Entonces sonrió. Algunos aún tenían vendas en sus manos y brazos, otros
seguían magullados, pero todos le sonrieron de vuelta con la misma intensidad.

- ¿Están todos bien? - preguntó Harry. Collin, uno de los primeros del grupo, hizo un ademán
de saludo militar.

- Todos muy bien... y esperando instrucciones, señor - bromeó, y varios se echaron a reír.
Hasta a Lupin le hizo gracia.

Harry no pudo evitar sonrojarse.

- La instrucción es que regresen a sus casas, compañeros. Ha sido un año duro para todos...

- ...pero volveríamos a hacerlo.- acotó Neville, adelantándose un par de pasos - Eso... eso
queríamos decirte. Volveríamos a hacer todo, todo de nuevo si fuera necesario... ¿verdad,
amigos? - Tras sus palabras, hubo un asentimiento general. Ron y Hermione se unieron al
grupo poco después - Estamos listos para volver a pelear. Estamos... estamos orgullosos de
ti, Harry.

Harry extrañamente se sintió flaquear. No era la primera vez que recibía halagos, pero éste
en particular era sumamente especial...

Quiso pronunciar una palabra, decirles todo lo que ellos significaban para él, pero la acción
siguiente de Neville lo dejó petrificado. Alegre, pero tímidamente nervioso, metió la mano en
su chaqueta y sacó su varita. Luego la encerró en su puño por el sector de la mitad, y la
dispuso en posición horizontal, apuntando hacia Harry.
Francisca Solar

Él, muy confundido, no atinó a otra cosa que a mirarlo con extrañeza, pero más fue su
impresión cuando, tras Neville, Susan y Ernie hicieron lo mismo con sus respectivas varitas.
Y luego Collin, Theresa, Anthony, Luna, Owen...

Tras Harry, Remus ahogó un gesto de impresión. Varios padres se detuvieron cerca, algunos
parpadeando y otros con la boca abierta.

- ¿Qué... qué es eso? - preguntó Harry al instante, volteando hacia Lupin. Él sonrió,
maravillado.

- Es el saludo de Merlín, Harry. Hace décadas que no lo veía... - Remus observó a la Armada,
a sus antiguos alumnos de Defensa, conmocionado - Se utiliza en una ceremonia muy
particular, cuando una bruja o hechicero recibe la Orden de Segunda Clase, o Primera...

- Pero yo no he recibido nada - aclaró, dirigiéndose esta vez hacia sus amigos. Ellos
sonrieron con más determinación.

Stella suspiró.

- Supongo que están dándotelo, Harry... Ofreciéndote su lealtad y respeto... A su manera.

Harry sintió su pecho hincharse de un nuevo orgullo. Sabía que sus amigos lo estimaban,
pero jamás habría pensado en algo parecido.

- Gracias - pronunció, profundo y sereno. Solo entonces la Armada bajó sus manos y
guardaron sus varitas, felices.

- Te escribiremos, Harry - aseguró Hannah, comenzando a alejarse. Dennis y Collin se


despidieron con un gesto de mano, para luego voltear en dirección a sus padres. Tras ellos,
Ron y Hermione sonreían con emoción.

- ¡Weasleys, Weasleys! - comenzó a exclamar Arthur, llamando a sus hijos desperdigados


por la estación - ¡Recojan sus cosas, ya nos vamos! - Dio dos grandes zancadas,
aproximándose a Remus - ¿Fue mi idea o acabo de ver un saludo de Merlín?

Remus asintió, suficientemente elocuente para que Harry volviera a sonrojarse. Arthur sonrió
acto seguido, revolviéndole el cabello en forma paternal.

- Espero que James y Lily lo hayan visto...

- ...y Sirius - agregó Stella - No se lo habría perdido por nada...

Harry asintió en silencio, vagando en su mente en busca de la sonrisa de su padrino...

- ¿Nos vamos, querida?

- Sí, un minuto - respondió Stella. Arthur le sonrió, cómplice, para luego hacer un gesto a
Lupin. Ambos se alejaron unos metros. Entonces volteó hacia Harry - ¿Aún crees que no eres
un héroe?

Harry sonrió, bajando la mirada, entre divertido y avergonzado. Aunque con el pulso
acelerado, se obligó a regresar la vista.

- Tengo algo para ti - dijo, y ella se sobresaltó. A pocos metros, la voz de Ginny la instaba a
correr. Los Weasleys ya se marchaban.

Del bolsillo de su pantalón, Harry extrajo un ajado pedazo de papel. Stella no podía suponer
qué era aquello, pero al juzgar por la mirada de Harry, debía ser algo importante.
Francisca Solar

- Moody me dio esta fotografía el año pasado. Está retratada la original Orden del Fénix...
Todos sus miembros de antaño -.Tomó la mano de Stella, volteó la foto para que ella la viera
y la depositó en su palma. Desde el costado, Ginny venía corriendo hacia ellos - Ahí, junto a
Dumbledore... Él es tu padre.

Stella abrió la boca, incrédula. Tomó fuertemente la fotografía, la acercó hacia sí, el rostro
que vio a continuación le pareció maravilloso, y a la vez, dolorosamente familiar. Era un elfo
de brazos largos, cara angosta y cabello negro hasta la cintura... Feliz, muy feliz,
estrechando manos con Albus Dumbledore...

Una lágrima brillante recorrió la mejilla de Stella, pero antes de que pudiera decir algo,
Ginny la tomó del brazo. Ya todos se habían ido, solo faltaba ella.

- Está bien, anda - dijo él, satisfecho por su reacción - Es para ti... es un regalo. Ese
recuerdo no te lo quitarán.

Ginny observó la escena algo perdida, pero no se detuvo en comentarios y tiró de la blusa de
Stella, obligándola a caminar. Así lo hizo, sin dejar de mirar a Harry, dando un paso hacia
atrás, dos... Hasta que logró zafarse unos centímetros de Ginny. Regresó sobre sus pasos,
apretó la fotografía en su puño, tomó el rostro de Harry y le dio un fuerte beso en la mejilla.
El contacto se hizo eterno, pero pronto Ginny volvió a arrastrar a Stella hacia la salida. Harry
le sonrió, embobado, y la siguió con la mirada hasta perderla tras la multitud.

- ¿Estás listo?

Remus apareció y se detuvo junto a él. Haciendo un gesto con la cabeza, apuntó hacia unas
vallas del costado. Con su usual cara de pocos amigos, la familia Dursley hacía su entrada a
la estación. Harry suspiró, resignado.

- Supongo... Otro año más en Privet Drive.

- Ehhmm... no necesariamente - observó Remus, tomando el carrito de Harry y empujándolo


en dirección hacia los Dursleys. Harry, confundido, echó a correr para igualar su paso.

- ¿Qué quieres decir?

Sin despegar la vista del horizonte, Remus Lupin sonrió con satisfacción.

- Sirius... Él... Él hizo algunos arreglos meses atrás... - comenzó a decir, intentando
encontrar las palabras adecuadas - Sacó todo su dinero de Gringotts. Como hombre libre,
quería vivir bien, gozar de las comodidades de las que estuvo privado tanto tiempo... y,
bueno, tú también estabas en sus planes.

Harry seguía sin entender, y ya que la distancia con los Dursley se acortaba, detuvo a Remus
él mismo. Lo miró a los ojos, concentrándose.

- Remus, ¿Qué estás intentando decirme?

Lupin suspiró, sin perder la sonrisa, aunque lo embargó de pronto una profunda nostalgia.

- Sirius compró un departamento en el centro de Londres, Harry. Era... iba a darte esa
sorpresa. Quería que fueras a vivir con él - Dejó que Harry procesara la noticia, y luego
continuó - Pero, tras las circunstancias, yo soy el dueño ahora. Firmamos juntos la escritura
- Tomó aire, sacó fuerzas de flaqueza para lo que tendría que decir, y lo miró a los ojos -
Yo... yo no soy Sirius, Harry. No podré reemplazarlo jamás, y tampoco es mi intención
hacerlo... Pero, si estás dispuesto... Es decir, si aún estás interesado en abandonar Privet
Drive...
Francisca Solar

- ¿Quieres que vaya a vivir a Londres contigo? - pronunció Harry, estupefacto. Remus
asintió, tímido - ¡Es la mejor noticia que me han dado en siglos!

Remus abandonó la melancolía bruscamente, dado que su rostro sonrió por inercia.

- ¿De verdad estás de acuerdo? ¿Sí? Vaya, excelente - exclamó, emocionado. Sin saber qué
más hacer o decir, empujó nuevamente el carrito hacia delante, con la vista alegremente
perdida. Harry aún no podía creerlo - Solo me falta arreglar un par de cosas y estará todo
dispuesto. La semana entrante, a más tardar. Sí, eso será. Podré ir a buscarte, y te enseñaré
la ciudad. Incluso podemos probar la antigua moto de Sirius... La dejó en la bodega,
supongo que era para ti - Suspiró, nuevamente con ese halo de tristeza, pero no tardó en
reponerse - Ya has estado mucho tiempo en la casa de los Dursleys... Podrás aguantar otra
semana, ¿no?

Harry no tuvo necesidad de responder. Todo había adquirido un nuevo brillo. Elevó los ojos y
encontró, a no mucha distancia de él, la enorme mole de Dudley... y en lugar de apenarse,
de renegar de su existencia, de despotricar contra su suerte, sólo sintió lástima... Lástima
por ellos, y completa felicidad por él mismo. Volver a Privet Drive, después de la noticia de
Remus, se había vuelto una niñería. Ya no necesitaba la protección de esa casa para
sobrevivir, y ya no se escondería entre sus muros como un niño asustado. Todo podría
cambiar, por fin...

Y lo hará.

FIN

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