Fenómenos Naturales, Concentración Urbana y Desastres en América Latina
Fenómenos Naturales, Concentración Urbana y Desastres en América Latina
Fenómenos Naturales, Concentración Urbana y Desastres en América Latina
Perfiles Latinoamericanos 20
Junio 2002
Resumen
En este trabajo se presenta un diagnóstico explicativo de lo que ha sucedido en América Latina en materia 177
de desastres en los últimos 30 años. Para tal fin se adopta una perspectiva de análisis social, que tiene
como argumento central los factores que configuran situaciones de riesgo y sobre todo de vulnerabilidad
de la población, lo que permite entender la magnitud y recurrencia (frecuencia con la que ocurren) de
las catástrofes de la región. La persistencia de la pobreza, la gran concentración de la población en las
ciudades y los complejos problemas ambientales que la sociedad actual genera cotidianamente, entre
otros, son algunos de los procesos considerados para el análisis.
Abstract
In this work an explanatory diagnosis is presented on what has happened in Latin America regarding
disasters in the last 30 years. With that aim a social analysis perspective is adopted, having as central
argument the factors structuring risk situations and mostly the vulnerability of population, which let
us understand the magnitude and recurrence (frequency with which they occur) of the catastrophes
in the region. The persistence of poverty, the high concentration of population in the cities and the
complex environmental problems the society creates every day, among others, are some of the processes
considered in the analysis.
* Profesor-investigador, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Sede México. Agradezco los co-
mentarios y sugerencias de los lectores anónimos que contribuyeron significativamente a mejorar este trabajo.
SECCIÓN VARIA
Durante mucho tiempo se pensó que la investigación realizada por las ciencias “duras”
(geología, geomorfología, climatología, vulcanología, entre otras) y la actividad profe-
sional de la ingeniería eran suficientes para explicar la existencia de calamidades, y que,
en consecuencia, los conocimientos que ellas generaban eran válidos para su manejo
y solución. En efecto, ha habido avances considerables en el seguimiento, monitoreo
y predictibilidad de los fenómenos naturales, propiciados por el espectacular avance
de la tecnología. Con ello, mejoraron los sistemas instrumentados por los gobiernos
1. Que los desastres son “eventos”, y en tanto tales son hechos puntuales en el
tiempo, coyunturas críticas, y no partes de un proceso de construcción histórico-
social (Calderón, 1997).1
2. Que son sucesos extraordinarios, anormales, fuera de serie e impredecibles, y no
acontecimientos absolutamente esperables —normales— dadas las condiciones
en que vive una determinada sociedad y la relación que establece con el medio
natural.
3. En virtud de lo anterior, los desastres se consideran sucesos inevitables. Por ello,
los esfuerzos encaminados a su atención se reducen a mejorar los sistemas de
aler-ta, hacer más rápido y eficiente el apoyo a las zonas siniestradas, mediante
más y mejores cuerpos de socorro, y finalmente a perfeccionar la distribución
de la ayuda nacional e internacional.
4. Que la sociedad, o una parte de ella, es un elemento pasivo en la generación de
catástrofes; por lo tanto no se le atribuye capacidad para modificar el estado de
cosas. Los fenómenos naturales son factores activos y determinantes.
5. Que los avances tecnológicos son condición suficiente para reducir el impacto de
los fenómenos naturales, sin tomar en cuenta el papel de los procesos económicos
y sociales que configuran situaciones de vulnerabilidad. Asimismo, se pasan por
alto las nuevas amenazas que ese mismo desarrollo tecnológico produce.
1
Con el objeto de no caer en el sesgo que subyace en este enfoque en adelante llamaremos a los “eventos”, sucesos.
SECCIÓN VARIA
Con el tiempo ha quedado claro que dichos avances no son suficientes para detener
el vertiginoso incremento de los daños, y menos incidir en el progresivo aumento de
poblaciones vulnerables, elemento que finalmente explica la ocurrencia de desastres.
Este sesgo, llamémoslo naturalista o fisicalista, se refleja en la imputación de com-
portamientos de orden natural a fenómenos que, como los desastres, requieren por
definición la presencia humana en todas sus formas para ser calificados como tales
(Rodríguez, 1998).
Perfiles Latinoamericanos 20
Los primeros esfuerzos por incorporar la perspectiva social al estudio de los desastres
pueden encontrarse en estudios tan tempranos como los de Sorokin (1943), quien
analiza los diferentes arreglos institucionales y políticos que se instrumentan desde el
Estado para hacer frente a una calamidad, y White (1945), quien por su parte llama
la atención acerca de la importancia de los ajustes sociales para entender la presencia
de inundaciones (García, 1993).
Aportes fundamentales para explicar la ocurrencia de desastres deberán esperar
180 hasta la década de los ochenta, cuando Hewitt2 hace una critica profunda del enfoque
naturalista al señalar que dicha perspectiva “concibe erróneamente los desastres como
eventos territorial y temporalmente segregados, lo cual ha supuesto que se consideren
como únicos y ahistóricos, y donde la causa principal se deriva de manifestaciones
‘extremas’ de la naturaleza”. Esto subestima el papel que los factores sociales, econó-
micos, políticos y culturales tienen en la configuración de situaciones de riesgo. Según
lo señala este autor existe en general
Según una corriente muy actual de la sociología, el mundo moderno puede defi-
nirse como la sociedad del riesgo, y corresponde a un momento de la humanidad en
que se constata que la naturaleza en términos puros dejó de existir, dado que ya no
hay espacios “naturales” que no conozcan de la capacidad transformadora del hombre
(Luhmann, 1992; Beck, 1998). En palabras de Beck:
2
Para mayor profundidad de estos planteamientos, véase Hewitt, 1983.
el espectacular desarrollo tecnológico de las últimas décadas ha supuesto la creación de
un mayor número de amenazas para la población, las cuales ya no pueden ser interpre-
tadas como un mero asunto de destino. En efecto, arrancan de una serie de decisiones
y de opciones, de la ciencia y la política, de las industrias, de los mercados y el capital;
Aunque este impresionante desarrollo tecnológico tiene lugar en los países del
primer mundo, la importación de paquetes de tecnología de punta, por parte de los
países que integran la región latinoamericana, producen los mismos efectos cuando no
otros más intensos y dañinos para la sociedad en general, dada la mayor fragilidad del
contexto ambiental, institucional y socioeconómico en que se aplican. Asimismo, la
menor disponibilidad de conocimiento científico, necesario para anticipar y manejar
la generación de estos nuevos problemas, nos hace considerablemente más vulnerables
ante los posibles daños que éstos puedan ocasionar.
181
Los organismos internacionales relacionados con el tema de salud como la Orga-
nización Mundial de la Salud de Naciones Unidas (OMS) se han hecho conscientes de
los determinantes sociales en la generación de situaciones de riesgo. En un documento
de trabajo de dicho organismo se señala lo siguiente:
No todas las manifestaciones de la naturaleza, como los terremotos, los huracanes o las erup-
ciones volcánicas, necesariamente se convierten en desastres. De la misma manera, cuando
ocurre un desastre, éste no siempre es resultado exclusivo de la amenaza natural por sí sola, ya
que lo que hacen los seres humanos, o lo que dejan de hacer, es un factor clave. Si un fuerte
terremoto —hipotéticamente de magnitud 7.8 en la escala de Richter— se presentara en un
área despoblada, este violento fenómeno no causaría pérdida de vidas ni de infraestructura
y el país no tendría que movilizar recursos para atender la situación. Por lo tanto, no se trata
de un desastre. Pero un terremoto de magnitud menor, por ejemplo de 5.1 en la escala de
Richter, puede provocar un desastre de grandes proporciones si ocurre en un área densamente
poblada, o si causa el colapso de edificios esenciales como hospitales y escuelas que no hayan
sido construidos apropiadamente (OMS, 1998; www.paho.org/desastres).
lo único que cabe hacer es prepararse para enfrentar sus golpes (Lavell, 1998, 2000). De
hecho, se ha destacado lo normal que puede llegar a ser vivir en riesgo para amplios sectores
de la población. De aquí lo difícil que es, conceptualmente hablando, establecer límites
entre los damnificados de un desastre en particular y los damnificados de la vida, es decir,
hasta qué punto una calamidad, una catástrofe o un desastre representa una situación
realmente anormal. En otras palabras, como señala Wiches-Chaux (1989), “es sumamente
difícil desde una perspectiva social poder delimitar entre desastre y vida cotidiana”.
Perfiles Latinoamericanos 20
Hay evidencias para sostener que los fenómenos naturales en sí mismos no deter-
minan el impacto y magnitud de los desastres, es decir, no son sinónimos de desastre.
Según Wijman y Timberlake (1985) “el número de personas afectadas por diferentes
fenómenos físicos se ubicaba alrededor de los 27 millones de personas en los sesenta,
esta cifra aumentó a 48.3 millones en los setenta sin que se demuestren cambios
geológicos y climáticos significativos”.
Explicar por qué y cómo, a través de qué procesos y mecanismos, la sociedad se
182 torna vulnerable a las amenazas representa una empresa científico-académica nada
sencilla. No obstante, lo señalado por Cannon al respecto resulta sugerente:
Con frecuencia los términos riesgo, amenaza y vulnerabilidad se utilizan como sinóni-
mos, lo que representa una confusión conceptual relevante. En primer lugar, diremos
que el riesgo es una condición latente, permanente; el riesgo cero no existe. También
es inestable, en continua modificación en su intensidad, dado que es resultado de la
combinación dinámica —interacción— entre amenaza y vulnerabilidad, elementos
que a continuación precisamos.
de apoyo (públicas, privadas, familiares o comunitarias) que permiten sortear con éxito
momentos de crisis o evitar vivir en áreas expuestas a fenómenos naturales.
Para una mejor comprensión de lo anterior, retomamos la noción de riesgo mediante
un modelo conceptual subyacente en la siguiente ecuación:
motivadas por razones económicas, laborales o políticas, los desastres provocan que
éstas se realicen de manera caótica, acelerada y por lo general en un contexto de
tragedia. Ahora bien, no todos los tipos de desastres obligan al desplazamiento de la
población. Hay casos, como las sequías o las hambrunas, que imponen esa respuesta
a los habitantes de un lugar. Cuando se trata de fenómenos naturales recurrentes,
como los huracanes, la migración no es una salida obligada, y por lo mismo es menos
frecuente de lo pudiera parecer.
186 Las condiciones ambientales críticas, como la contaminación del aire o del agua,
los derrames tóxicos, aunque no constituyan desastres propiamente tales, promueven
la decisión de migrar hacia sitios o ciudades más seguros y limpios. En tal caso, nos
referimos a ellos como migrantes ambientales cuando lo que se busca es mejorar la
calidad de vida, o bien refugiados ambientales, si la situación es intolerable y peligra
la vida (Izazola, 1995).
Finalmente, además del estudio de los desplazamientos de población debidos a
situaciones críticas o desastres, resulta interesante estudiar también el retorno al lugar
de origen identificando los determinantes del mismo.
Hasta aquí hemos señalado brevemente la relación causal entre los desastres y sus
impactos en la población, y más específicamente en los tres componentes de la diná-
mica demográfica: fecundidad, mortalidad y migración.
Parece necesario entonces examinar el sentido inverso de dicha relación. Es decir, de
qué manera la dinámica demográfica, el comportamiento de sus variables, contribuye
a configurar poblaciones vulnerables que no podrán resistir ni amortiguar los impactos
de fenómenos destructivos, sean éstos naturales o no.
En este sentido, el crecimiento demográfico ha sido responsabilizado de una serie
de males del mundo actual, entre ellos el deterioro ambiental y la proliferación de
riesgos de desastre, principalmente en países menos desarrollados, entre los cuales
Latinoamérica merece un análisis particular.
En materia de crecimiento demográfico, en la actualidad se constata que la pobla-
ción de América Latina sigue aumentando de manera importante, a pesar de que en
la mayoría de los países se han reducido las tasas de crecimiento.3
Las altas tasas de fecundidad que persisten en algunos países y grupos de población
guardan una fuerte asociación con la pobreza. Los países más pobres del mundo, en
América Latina, Asia y África, concentran el 80 por ciento de toda la pobreza mundial,
más de 1,300 millones de habitantes (FNUAP,1998).
3
Una explicación de esto radica en la noción de “inercia demográfica”, que es el efecto de la estructura de edades
sobre el crecimiento de población. En el caso de las naciones latinoamericanas, el crecimiento de sus poblaciones
seguirá siendo importante en términos absolutos, dada la estructura relativamente joven que poseen. Esto se
explica porque, aunque el número de hijos por mujer haya descendido de manera importante, aún tienen una
proporción alta de su población en edad reproductiva (15 a 49 años), lo que garantiza incrementos de población
también altos en el mediano plazo.
SECCIÓN VARIA
Ahora bien, aunque estas estadísticas son muy confiables, es importante advertir
que detrás de ellas se esconden procesos demográficos y sociales que las explican. Por
ejemplo, no es posible saber el peso de la migración en el crecimiento total de cada
4
Según un informe de CEPAL, acerca de las razones de que el espectacular crecimiento de los flujos de capital a la
región en los años recientes no haya tenido un impacto correlativo en el desempeño económico y en los indicadores
sociales, se concluye lo siguiente: i) que una buena parte de los ingresos generados por esa inversión fue el resultado
de activos existentes que no condujeron a la formación de nuevas unidades productivas, y que contribuyen muy
poco a la formación de capital fijo; ii) que los ingresos por concepto de privatizaciones fueron utilizados por los
gobiernos mayormente para financiar déficits en la balanza de pagos, y iii) que la contribución de estos flujos de
capital al desarrollo industrial ha sido exigua (Alegrett, 2000).
uno de los países, la cual puede ser significativa en algunos de ellos. Tal es el caso de
Costa Rica, país donde vive una cantidad importante de nicaragüenses.
Por ello, es preciso establecer la relación entre la situación demográfica descrita,
el crecimiento de las ciudades y la recurrencia y magnitud de desastres, aspectos que
5
Se denominan “amenazas tradicionales” a aquellas derivadas de los fenómenos físicos más estudiados, tales como los
ciclones, los sismos, las erupciones volcánicas, las granizadas, los temporales de viento y nieve, los deslizamientos
de tierra, los deslaves, entre otros.
SECCIÓN VARIA
Cuadro 1
Evolución del crecimiento demográfico y del peso porcentual de las áreas
urbanas en América Latina, 1975-2015
Periodo Periodo
Países (*) 1975 1998 2015 1975-2015 1975 1998 2015 1975-2015
6
Éste es un indicador de la concentración de la población y puede sugerir algún umbral aceptable de sustentabilidad
urbana. Se expresa como #habitantes/km2.
SECCIÓN VARIA
192
Desastres en América Latina: un panorama de la región, 1970-2000
Aparte del caso señalado, en Sudamérica la mayoría de los centros poblados han
estado lo bastante alejados de los volcanes que han hecho erupción en el último tiempo,
por lo que estos eventos no han provocado desastres de gran magnitud.
Un segundo grupo de peligros son los llamados hidrometeorológicos. Se trata de
una clase especial de fenómenos, para los cuales la capacidad de anticipar su presencia
y comportamiento es mayor que en los casos anteriores, pero no por ello han resultado
menos peligrosos y destructivos. En la zona intertropical, delimitada por los trópicos
194 de Cáncer y Capricornio (23 grados de latitud norte y sur), cada año unos 80 ciclones
tropicales mantienen ocupados a los centros de monitoreo y seguimiento metereoro-
lógicos, que entregan informes al instante acerca de sus movimientos. Según la OMS,
los huracanes cobran unas 20 mil vidas al año entre las poblaciones vulnerables en
todo el mundo (OMS, 1998).
De hecho, los huracanes y las inundaciones aparecen con mucho más frecuencia
asociados a grandes desastres con importantes pérdidas económicas y con mayores
muertes humanas que lamentar.
La percepción que tiene la sociedad de este tipo de peligros es diferente a lo que
sucede con los terremotos, en cuyo caso la atención permanente del Estado o de las
comunidades permite una reacción más rápida, ya que los daños parecen más visibles
y palpables. Esto sucede aun cuando ya es un hecho innegable que los patrones de
comportamiento del clima planetario hasta ahora conocidos se modifican, lo que
aumenta el grado de incertidumbre de sus manifestaciones futuras y con ello sus
implicaciones para la vida humana.
Ahora bien, aunque los fenómenos naturales no discriminan entre países o regiones,
los daños detonados por sus manifestaciones dan cuenta de importantes diferencias
en el número de personas afectadas. El cuadro 2 permite apreciar esta realidad.
Como puede observarse, las regiones menos desarrolladas presentan los saldos más
negativos en materia de desastres, a pesar de que el número de eventos registrados
sea, en términos absolutos, menor. La diferencia entre Norteamérica por un lado y
Centroamérica y El Caribe por el otro, para el periodo de 1947-1980, está dada por
el promedio de pérdidas de vidas humanas por suceso, 32 para los primeros y 633
para los segundos.
Las estadísticas disponibles, proporcionadas por las agencias nacionales e interna-
cionales reflejan claramente estas disparidades; sin embargo, podrían ser aún mayores
si tomamos en cuenta los criterios metodológicos que suelen adoptarse para el registro
de los sucesos desastrosos.
por lo general, se registran los desastres más espectaculares, con un mayor número de
muertos y pérdidas materiales, ante lo cual es necesario señalar que también existen
decenas, sino cientos de pequeños desastres que se dan lugar a diario en las regiones
pobres de América Latina, que acumulan y acentúan las vulnerabilidades ya existentes
(1998, op.cit.).
Cuadro 3
Tres décadas de desastres asociados a fenómenos naturales
en América Latina y El Caribe, 1970-2000
Fuente: CEPAL, 1999, América Latina y El Caribe: El impacto de los desastres naturales en el desarrollo, 1972-1999.
**.Información preliminar, cifras no oficiales.
**.Tomado de Acevedo, Carlos y Luis Romano, 2001.
Cuadro 4
América Latina. Distribución de daños, 1970-2000
Promedio de Promedio de
muertos por damnificados
Décadas # eventos # muertos # damnificados década por década
Fuente: elaboración propia con base en la información proporcionada por CEPAL, 1999.
7
Un informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sobre las lecciones que dejó el huracán Mitch en
Centroamérica señala que: “a pesar de numerosas evaluaciones sobre vulnerabilidad, éstas han permanecido prác-
ticamente ausentes en el diseño, ubicación, construcción y mantenimiento de infraestructura en Centroamérica.
Se estima que entre el 50 y 75 por ciento de las pérdidas económicas causadas por el huracán Mitch se debieron
al mal diseño y ubicación de viviendas, vías, puentes e industria” (BID, 1999).
SECCIÓN VARIA
Como hemos señaldo, las grandes tendencias económicas actuales, los nuevos regí-
menes de acumulación y sus nuevos modos de regulación han promovido diferentes
patrones de organización espacial y también de acumulación de vulnerabilidades.
En esta fase, en que la dinámica territorial se encuentra dominada por el capital
transnacional, sus procesos derivados como la desterritorialización del capital y de
transferencia geográfica del valor representan determinantes remotos, no directos ni
inmediatos, de la gran vulnerabilidad acumulada en muchas regiones de América
Latina (De Mattos, 1989).8
Consideraciones finales
El argumento central que se ha intentado transmitir en este artículo es que las causas
últimas de la ocurrencia de desastres deben buscarse en el sistema social, en la forma
de relacionar los factores productivos para generar riqueza (crecimiento económico)
y posteriormente distribuirla en la población.
No son los “eventos”, naturales o no, los únicos responsables del escenario de gran
devastación en América Latina. Debemos tomar conciencia que, para hablar de de-
sastre, es condición sine qua non la existencia de sociedades o poblaciones vulnerables
a sus impactos.
8
Como signos inequívocos del carácter perverso del nuevo arreglo de acumulación capitalista, el autor se refiere
a las fuertes implicaciones que éste tiene en el ámbito territorial. El autor identifica dos efectos: la llamada
“desterritorialización del capital”, un proceso que desvincula los espacios locales de producción de sus referentes
capitalistas, donde cada vez menos capitales locales participan de esos procesos productivos, y por consiguiente
esto da lugar al segundo efecto, “la transferencia geográfica del valor”, que se refiere al uso o reinversión de las
utilidades en otros espacios, muy distantes geográficamente de las regiones que dieron lugar a la riqueza generada.
Todo lo anterior se debe al consentimiento de los estados nacionales que por la vía de políticas “modernizadoras”
agresivas prepararon el terreno para el capital transnacional (De Mattos, 1989).
SECCIÓN VARIA
por lo tanto de corto alcance, y deja al margen el antes y el después del suceso, con lo
cual es imposible recuperar el proceso de preparación histórica de las catástrofes.
Los significativos descensos de las tasas de fecundidad en la mayoría de los países de
América Latina constituyen un hecho destacable, pero no suficiente para resolver las
grandes desigualdades dentro de las sociedades. Con ello, se desmiente en la práctica el
enfoque que sobrestima el papel del volumen de población en la pobreza, los desastres,
el crecimiento urbano y el deterioro del medio ambiente, entre otros males.
202 Así, los problemas del ambiente y la seguridad no radican exclusivamente en que
seamos cada vez más habitantes en el planeta, sino, y sobre todo, en que somos más
vulnerables por el particular proceso de desarrollo en el que estamos inmersos, que
crea cada día un sinnúmero de nuevas amenazas, aumenta las ya existentes, en ausencia
de principios serios de protección a nivel institucional y político.
El proceso de urbanización en curso genera una serie de nuevas amenazas que
poco a poco se van tornando tradicionales, conocidas y supuestamente asumidas; en
cualquier caso se requiere estar más alertas y proactivos, sobre todo en los países con
mayores carencias de recursos para una gestión del riesgo acorde a los desafíos de la
vida moderna y de una urbanización que aumenta en intensidad y desorden.
De tal suerte, la historia de desastres en los últimos 30 años obliga a un replan-
teamiento del desarrollo en cuanto a cuáles deben ser sus principios y directrices en
materia de seguridad.
Con todo, la complejidad involucrada en la conformación de situaciones de riesgo
debe ser suficiente motivo para realizar estudios más profundos e interdisciplinarios
que permitan identificar variables cruciales en cada caso.
Los procesos de globalización y la cada vez más compleja red de articulación y
dependencia de los mercados y áreas de producción han supuesto un aumento de la
vulnerabilidad de la población. Cuando se conectan funcionalmente espacios naturales
a mercados muy dinámicos y cambiantes, se acelera la frecuencia de demandas hacia
los ecosistemas, se reduce la capacidad de adaptación de los mismos y, por consiguien-
te, la deforestación y la erosión entre otros procesos indicadores de la degradación
ambiental se hacen presentes. Al momento del análisis de una situación de desastre
emergen para intensificar los daños.
De tal manera, la preocupación central en este caso es evitar “reconstruir” el riesgo
que ya existía previo a una calamidad y, para ello, es importante aprovechar estos
momentos de shock o crisis para un verdadero cambio hacia una reducción signifi-
cativa de la vulnerabilidad, a partir de las lecciones derivadas de la gran devastación
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