LAHYBRISMODERNA

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La “HYBRIS” MODERNA

Autor: Javier Sicilia.

Todas las culturas, con excepción de la moderna –si es que la civilización moderna puede llamarse
una cultura-, han reconocido el poder de una dimensión simbólica: hay cosas que no pueden hacerse
porque pertenecen a lo sagrado. Sobrepasar esos límites es entrar en el territorio de lo tremendo y
atraer sobre sí el castigo de lo sobrenatural. Los griegos llamaron a ese sobrepasamiento hybris ; los
cristianos, pecado: la desmesura del orgullo.
Esta dimensión (que –usaré la categoría griega menos satanizada que la cristiana- Heráclito definio
así: “el hombre no sobrepasará sus límites; si lo hace, las Erinias que guardan la justicia sabrán
castigarlo”) fijaba límites al rey, al mago, al artesano y a cualquier hombre. Solo un puñado de
desmesurados, como Prometeo, Tántalo y Sísifo osaban sobrepasarlos y afrontar para siempre la
némesis , la ira de los Dioses que se expresaba como mal.

El reconocimiento de los límites sagrados ha sido la base necesaria para la existencia de la ética.
Ahí florecieron las virtudes, el eje sobre el que giran los héroes griegos y los santos cristianos. Hoy
en día, sin embargo, los límites se han roto. Después de varias generaciones en la que lo sagrado,
en nombre del deseo humano y de la ilusión de que el espectro tecnológico puede satisfacerlo, ha
sido sistemáticamente destrozado, los límites del universo están sometidos a todas las posibilidades
de la desmesura. Lo que alguna vez perteneció solo a un puñado de locos que generaron la
Tragedia, hoy es una realidad común a todos los hombres. Sometidos a las promesas tecnológicas,
que han creado la ilusión de que realmente hemos robado el fuego a los Dioses, todos, incluso los
más virtuosos de entre nosotros, vivimos en la desmesura. Contrariando los límites humanos,
impuestos por lo sagrado , queremos más y más dosis de satisfacción a nuestros deseos,
constantemente exaltados por la publicidad y las empresas productoras de necesidades. No nos
damos, sin embargo, cuenta de que al sucumbir a ellos hacemos inmediatamente caer sobre nosotros
la némesis.

Así como la hybris es parte de nuestra existencia diaria, la némesis su consecuencia, también lo es.
Te haré ganar tiempo, dice la hybris de la energía, y henos aquí amputados de nuestros pies,
rodeados de veloces máquinas que apenas si pueden desplazarse a una velocidad de 15 kilómetros
por hora, asfixiados por el CO2 que arrojan a la atmósfera, amontonados en cajas móviles donde se
pierden horas de vida; te haré ganar en sabiduría, dice la hybris escolar, y henos aquí sometidos a
dosis infinitas de escolaridad, trabajando como máquinas para pagarlas y acabar en la ignorancia, en
el desempleo, o en la competencia laboral; te haré vivir cómodamente, dice la hybris de la vivienda
moderna e institucionalizada, y henos viviendo en casas estrechas, acomodadas en torres de
concreto, llenos de enseres inútiles y ajenos a nuestro verdadero sentido de un lugar donde vivir; te
haré poseer el alimento que quieras, dice la hybris alimentaría, y henos comiendo alimentos
contaminados de pesticidas, transgénicos y antibióticos o alimentos chatarra; te haré ser bello, dice
la hybris de la belleza cosmética, y henos aquí esclavos de un corsé psicológico, avergonzados de
nuestros cuerpos, sometidos a todas las dosis dietéticas de la publicidad y añorando los aparatos de
la industria de la salud; te haré vivir más, dice la hybris médica, y henos aquí sometidos a la
administración médica, incapaces de afrontar nuestras propias enfermedades, invirtiendo en
tecnología de punta, que no cura, sino que prolonga la
Enfermedad, alejando de las mayorías la medicina que puede aliviar las enfermedades
verdaderamente curables y sometidas a nuevas enfermedades, nacidas de la estructura industrial:
enfermedades nerviosas, cánceres y aumento de las afecciones cardiacas.

Esta lógica ha alcanzado incluso el interior de las personas. Si lo que importa es ser como Dioses,
cualquier medio empleado para alcanzar los fines que oferta el consumo y gastar de la ambrosía
moderna es legítimo. Sólo en una sociedad así, la corrupción se vuelve una virtud. No hay más
lógica que el fin del deseo, que nunca termina de saciarse y que causa la cantidad de males que
padecemos, pero que no comprendemos, creyendo que el mal es una mala repartición de la
ambrosía y no la desmesura de la sociedad industrial.

Los más afectados por la némesis moderna, es decir, por la destrucción de los valores, cuyo rostro
es la contraproductividad y el malestar vital, son, sin embargo, las grandes mayorías que no tienen
poder en un medio creado para el enriquecimiento industrial, pero que, sometidos a la hybris
moderna, sueñan, excitados por las promesas de los políticos, con alcanzarlo algún día. Ellos son el
rostro más acabado de una némesis inhabilitan té, es decir, de la dolorosa incapacidad que genera
una sociedad basada en el deseo, la producción industrial y la envidia.

¿Es posible, frente a la imposibilidad de restaurar la categoría sagrada y simbólica de las culturas
“premodernas”, aceptar la rigurosa disciplina de los límites, es decir, de un mundo humano, que es
hijo de la ética?.

No conozco más que una forma. Hacerse conscientes de que, como lo mostró Iván Illich, pasados
ciertos umbrales en la expansión de la producción industrial en cualquier punto importante de valor,
lo único que hay es la generación de miseria y el aumento del sufrimiento, de la disolución social y
de la destrucción del medio ambiente. Sólo con esa lúcida conciencia, la gente querrá limitar el
poder industrial para poder recuperar la autonomía creadora y una vida buena que puede
proporcionar satisfacciones equitativamente compartidas para ella y las próximas generaciones, y
permitir el renacimiento de la virtud y de la ética.

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