Apagar El Fuego-Carlos Castán
Apagar El Fuego-Carlos Castán
Apagar El Fuego-Carlos Castán
VV.AA
Entre las primeras, destacan El Extramundi y los papeles de Iria Flavia, Prima Littera
o Turia; entre las segundas, Pequeñas resistencias y Antología del nuevo cuento español
(Páginas de Espuma, 2002). Su primer libro, Frío de vivir (1998) se publicó en la
editorial aragonesa Zócalo, pero saltó al resto de España mediante la editorial
Emecé (actual Salamandra). Después del salto, llegó la pirueta, con la traducción
del volumen al inglés, alemán, griego, francés y su posterior distribución en
Estados Unidos. Museo de la soledad (Tropo Editores, 2008), es su segundo libro,
que vio la luz a través de Espasa Calpe (2001) en su colección de Narrativa.
Gracias a su calidad, posteriormente, fue editado por El Círculo de Lectores
(2001).
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jandra le decía todo eso, por qué pensó qué envidia, y por
qué a la vez le daba tanta pena imaginarla a ella sola en una
noche así ni por qué se vio a sí mismo mirándola bailar con
un vasito en la mano, ayudándola a girar con las manos uni-
das en lo alto, desabrochándole la blusa cuando ya estuviera
muy cansada y borracha y el flequillo desordenado le tapase
la cara, toda entera menos la boca, y riera y llorase a parte
iguales como le había visto hacer otras veces en algunos
bares, cercada por otros hombres, sucia de otras noches sin
historia ni aliento. Alejandra le contó también, en esa misma
conversación, que había vuelto a reñir con los suyos pero
que esta vez iba en serio y no había vuelta atrás, la puta de
su madre, la zorra de su hermana y toda esa panda de mier-
das que le había tocado por familia. La cosa había ido de-
masiado lejos, las palabras, los portazos, las amenazas, y la
rabia en ella había dado paso a una verdadera sed de dis-
tancia y silencio, de que transcurrieran a toda velocidad
meses y años y mares de tiempo sin saber nada, sin querer
saber nada aunque pasara hambre o tuviera que dejar sus
clases de música y de teatro y la academia de inglés en la
que se habían conocido, aunque cayera enferma o el suelo
se resquebrajase bajo sus pies.
David no lo tenía del todo decidido cuando planteó en
su casa la posibilidad de cenar fuera en Nochebuena. En
cierto modo, le empujó la agitación en torno al tema, la in-
credulidad inicial, tanto drama y tanto grito en el cielo. Iban
a venir sus tíos y su abuela desde la otra punta del país, des-
afiando la ola de frío y los puertos nevados solo para poder
estar todos juntos. Había quedado en ir a buscar a la esta-
ción a su hermano que llegaría en tren en el último mo-
mento. Estaba todo preparado, la nevera a rebosar, los
regalos envueltos. Y ahora él salía con que sencillamente no
iba a estar sólo por hacer compañía a una amiga que lo ne-
cesitaba. A una extraña. Aquello era inconcebible por más
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No te olvides de apagar el fuego
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