Sol y Luna 2015

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Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú

Nº 2014-06017-Lima Perú.

Autor: Manuel Rubio Tantaleán


Dirección: Calle Vaticano Mz. “C” Lote 37- Urb. Las Brisas- Chiclayo
Teléfono: 074 623265
E-mail: [email protected]

3ra edición: Tiraje: 1000 ejemplares. (2015)

Imprenta “Formats Print” E.I.R.L


Av. Lora y Cordero 1232 – Chiclayo.
Telf: 074-205423.
[email protected]

Chiclayo, abril del 2015.

Queda totalmente prohibida la reproducción total o


Parcial sin la consulta previa y autorización del autor.
SOL Y LUNA IGUAL ESTRELLAS

ÍNDICE
PRÓLOGO

LA COBRANZA
LOS CACHUELOS
LO ROMÁNTICO - UNA IDEA
LOS ACCIDENTES
DECISIONES
NEGOCIOS SON NEGOCIOS
UN MAL PRESENTIMIENTO
RECUERDOS DE AMOR
VISITAS AL MÉDICO
DIAS FELICES
KIKE, KIKO, y KENI
EL AMOR DE MI VIDA
DENUEDOS
UN MAL DIA PARA TODOS
LA INVASIÓN
LOS SÍNTOMAS. UN MAL AUGURIO
EN CASA, TODOS LUCHAN
EL DIA D
DESALOJO
PRÓLOGO
Cuando el condicionamiento material y sus consecuencias, nefastas muchas veces,
atentan contra la realización de los más elevados sentimientos; entramos en el campo de
lo estrictamente humano.

En esta tercera entrega, Manuel Rubio explora la colisión entre las carencias de
una familia y su efecto sobre el amor, ese sentimiento sobre el cual se fundamenta. Y
cómo, más allá de los cuerpos ─mortales al fin y al cabo─, ese amor sobrevive al tiempo
en el recuerdo de los hijos y, por qué no, a través de ellos, en las generaciones
venideras. Un signo fatídico ha marcado las vidas de Kike y de Karina para quienes el
destino ha reservado un final propio de la inspiración ática.

Si En aras del amor II (2012) hallamos un recurso de recurrencia de la letra “S” en


los nombres de los personajes, esta vez, en Sol y luna igual estrellas (2013), la letra
recurrente es la “K”, también en la inicial de los nombres de los personajes. Por el lado
de lo metafísico, como que un halo de misterio envuelve al nombre constituyéndolo en
determinante para la personalidad del sujeto:

Doña Karito era una señora de muy poco humor. Usurera con
los vecinos y clientes. Cada vez que ella hacía algún préstamo,
les cobraba el treinta por ciento del monto total. Y si se trataba
de productos fiados, siempre agregaba pedidos de más en su
cuaderno de apuntes. Ella heredó ese defecto de su madre, que
también llevaba su mismo nombre: “Doña Karito”.

A pesar de las características que oponen a los personajes (Kike y Kufín,


desempleado y arrendador, por ejemplo) habría de notar que tienen, a través de la
misma letra inicial en sus nombres, un punto de similitud: la naturaleza humana. Paco
Yunque y Paco Fariña presentan similitud de nombre en el imperecedero relato de
Vallejo. Quizá para igualarlos en cuanto a clase social, puesto que en actitud son todo lo
contrario: Yunque, quien recibe todos los golpes como el instrumento del herrero al cual
alude su apellido, es igualmente incapaz de responder. En tanto que Fariña, es
reaccionario. Un nombre los aproxima, los iguala socialmente; pero sus actitudes los
diferencian a la vez que, dialécticamente, los complementa. Recordemos que el
protagonista de la presente novela, motivo de este comentario, tenía semejanza física
con el autor de Paco Yunque: “Kike tenía una expresión fisonómica parecida a Vallejo”.

En dos ocasiones se entablan similitudes entre los personajes de esta novela y los
de El chavo del ocho (Kokito y Kiko, precisamente) y recordemos, a propósito, la
predilección de Roberto Gómez Bolaños por la letra “Ch”. ¿Una suerte de cábala, acaso?
Y si esto pareciera facilista, notemos lo abultado del nombre de sus personajes: Doña
Florinda tiene por nombre completo Florinda Corcuera y Villalpando viuda de
Matalascayando. Quico, hijo de don Federico Rico y de doña Florinda, tiene por nombre
Federico Rico (siempre se le recuerda que lleva el nombre de su padre) Matalascayando
Corcuera y Villalpando. Ñoño se llama Brevonio Barriga Gordorritúa. La Chimoltrufia es
María de la Expropiación Petronila Lascuráin y Toequemada de Botija, el Botija se llama
Gordon Aguado Botija Pompa y Pompa y el Chompirás es Aquiles Esquivel Madrazo. Con
respecto del Chapulín Colorado, ése es su nombre real; pues el apellido Colorado
proviene de su padre Pantaleón Colorado y Roto. Lo de Chapulín se debe a un tío
entomólogo quien de entre Libelula, Gorgojo, Escarabajo y Chapulín, echados a suerte,
ligó con Chapulín. Su apellido materno es Lane, igual que Luisa Lane, la novia de
Supermán. Hay que entender, atendiendo a la sátira en contra del héroe yanqui, que la
tal Luisa prefirió al padre del Chapulín en su lecho nupcial porque, al fin y al cabo, Clark
Kent no era tan hombre de acero como se supone.

Volviendo a Rubio, es necesario apuntar que el sentimiento, como rasgo del ser
humano, es un asunto muy caro en su temática. Sus personajes, enfrentados a las
vicisitudes de la vida, tienen por combustible el amor: amical, paternal, filial, erótico… Es
decir, el amor en sus distintas aristas (expuestas por Erich Fromm en El arte de amar,
1956) como atenuante de las necesidades materiales. Eso los humaniza, los vuelve
palpables. Este sentimentalismo romántico se ahonda con acciones basadas en una
actitud idealista: “Caminaba con su “Padre nuestro” a flor de labios, poniendo toda su fe
y esperanza en que todo saldría como lo había pensado”. No nos extrañará, entonces,
que uno de los capítulos se titule, precisamente, Lo romántico, una idea.

Sin embargo, una cuota de razón y objetividad le permite caracterizarlos con mayor
integridad (“Fue un pequeño análisis que hizo Karina” (…) “Además era detallista”;
expondrá claramente).

Es notoria, también, la crítica social:

Ese niño, cuyo nombre era Kokito, representaba la explotación


de la niñez peruana y la ausencia del estado por darles una
vida mejor.

La crítica al politicucho y el llamado a la conciencia social ─ cuando deciden invadir


un terreno donde levantar sus moradas, por ejemplo─, en un marco de desigualdad y
desocupación laboral; se deslizan suavemente ampliando la focalización del conjunto.

─ Has mencionado que los candidatos, incluso el más favorito,


prometen ayudarnos a formalizar; pero tú sabes que cuando
están en campaña siempre aprovechan la necesidad de la gente
de escasos recursos económicos y que carece de un lugar dónde
vivir. No caigamos en la ingenuidad.

El problema de la falta de vivienda y la invasión, ya ha sido tocado en nuestra


literatura regional por Andrés Díaz Núñez en su relato Paredes de Viento y, luego, en la
novela Rastros sangrantes. Cuando el narrador en Rubio expresa: “Por las noches, desde
lejos, se oía en aquel pueblo naciente…”, nos evoca al instante, en el contexto de una
invasión, el Pueblo Naciente de Rastros sangrantes. En lo relatado por ADN se parte de
lo real, pero se va más allá; tanto así que lo narrado se mueve en un ámbito naturalista
por la crudeza y detalle de algunos aspectos feos e indecibles, mostrados sin tapujos, y
que terminan moviendo al asco. En Rubio, lo real no es perentorio. Esto se aprecia en la
perrita que no acepta Chifa a pesar de la pobreza con la cual se caracteriza a la familia,
o, ya en la invasión, y hay que entender en la chabola improvisada en la cual se
pernocta, la esposa se dirige a su habitación. En Rubio, lo real es un pretexto para
destacar lo sentimental.

Como intersección temática entre ambos, al final, la pareja se mantiene unida a


pesar de las vicisitudes como contradiciendo aquel refrán que reza: “Cuando las
necesidades entran por la puerta; el amor sale por la ventana”. Tanto Lusdena Arenales
como Karina, heroínas en ambas novelas, evocan la fidelidad de Penélope. Sin embargo,
mientras en Díaz Núñez el final es feliz; en Rubio es frustrante.

En Rubio se aprecia también la técnica de distorsión de personajes y actantes. Así,


encontramos un humano bestializado como don Kufin o una bestia humanizada como la
perrita Keni.

Es preciso apuntar que no solamente lo sentimental, lo racional y lo social; sino


hasta lo onírico y el saber popular caben dentro de la intención de Rubio ─va quedando
claro─ de lograr una novela total. Esto se aprecia también en el manejo de la forma
literaria. La inserción de poemas ─que delatan su afinidad por la lírica─, así como la
técnica de la caja china (en el relato sobre Keni, la perrita, por ejemplo) son una clara
muestra de esto. Y todo logrado con un lenguaje sencillo que abona en una fácil lectura
mediante la cual se lleva de la mano al lector a través de lo cotidiano de los hechos
narrados y de los recursos de organización del material artístico de una novela que,
aunque breve, sintetiza un universo vital.

GILBERT DELGADO FERNÁNDEZ


ESCRITOR – CRITICO LITERARIO.
LA COBRANZA
Lima, ciudad que viene a ser la suma del Perú entero, ahí se encuentran los más
diversos dramas con variadas circunstancias en que el peruano por mucho tiempo se ha
visto obligado a dar parte de su vida, labrándose un futuro en trabajos o estudios. Para
muchos, un sueño que todo provinciano anhela conocer como es el caso de Kike; nuestro
personaje caracterizado por su personalidad, persuasión, tolerancia y constancia. En Kike
normaba la paz y la justicia. Fue inquilino por mucho tiempo de un opulento propietario
capitalino. Eh aquí su historia familiar.

Un día, a fin de mes, cuando llegó el pago del alquiler, se encontraban en plena cena
junto a su familia; de pronto y como de costumbre se volvió a escuchar el golpeteo
fuerte, escandaloso y seco en la puerta: ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!. Esos sonidos
apabullantes, violentos y ofensivos, eran todos los fines de mes. La familia ya conocía al
viejo Kufin de la mala forma de tocar la puerta y su bravura de cobrar la cuenta. Kike a l
instante se dirigió atender, abrió la puerta, dio un paso hacia adelante; y la mirada del
viejo Kufín impactó rápidamente sobre él de manera amenazante dejando escuchar su
voz adusta diciendo:

─ Ha cumplido el mes del alquiler. Necesito el pago y, además, le comunico que


los servicios han subido; probablemente le incremente para el mes siguiente.

La voz clara y tajante empequeñeció a Kike quien no hizo más que agregar,
impostando su voz en ruego:

─ Espéreme; pasado mañana le cancelo sin falta. Con respecto al aumento ya


conversaremos después.

Kike mostraba respeto por las opiniones particulares, empleaba palabras amables
y escuchaba sin interrumpir, aun cuando no estuviera de acuerdo en los pormenores. El
viejo Kufín, regañando entre  dientes oía los argumentos de su inquilino; luego en
disgusto dijo:

─ Usted sabe que me gusta la puntualidad. No deseo cobrar multas por pagos a
destiempo; pero lo esperaré hasta pasado mañana. Fue lo que dijo el propietario al
retirarse.

En el interior de la casa, preocupado y sin más apetito de continuar la cena,


abstraído y pensativo buscaba en las pestañas de sus ojos alguna solución. Muchas ideas
se le venían a la mente, ganar premios, loterías, encontrar dinero, recordar los lujos de
los narcotraficantes que veía en la televisión, la buena vida y las comodidades que éstos
tenían.
De pronto, dijo Kike: Karina, iré a prestar dinero a mis amigos de siempre a King
Araujo o Kong Lingán; ellos son mi auxilio, no podrán negarme.

Con la seguridad del momento y que de inmediato iban a salir bien las cosas; Kike
presurosamente se puso para el frío la única casaca de siempre; aquella verde dril,
gruesa y de confección militar, regalada hacía años por uno de sus amigos de infancia
que estuvo en el ejército peruano. Él se sentía a gusto de esa prenda y,
psicológicamente, decía que le daba fuerza, suerte y coraje en las cosas de su vida. Su
mujer, invadida por la preocupación y el pesimismo, le daba algunas sugerencias
mientras Kike terminaba de arreglarse diciéndole:

─ No debemos endeudarnos. Los intereses nos resultarán fatal más de lo que


estamos. Recuerda que ya hemos pasado situaciones en que nos hemos visto en apuros
y vergüenzas.

─ Confía mujer, lo devolveré con el primer trabajo que se me presente en estos


días. Confía, ya vendrán tiempos mejores; recuerda: “Dios aprieta, pero no ahorca”.

Kike tenía una expresión fisonómica parecida a Vallejo. Su frente mostraba los
surcos no de vejez; sino haber batallado tan duro con la vida junto a su familia; sus
pectorales eran como de un pesista, su estatura media, su voz gruesa y siempre sus
expresiones eran ecuánimes y atinadas para dar una decisión o manifestar opiniones en
los ámbitos de la vida.

Antes de salir, ufano y presuroso besó delicadamente la mejilla de Karina y


tocando la corona de sus hijos, salió en busca del dinero. Sin duda aún con la
preocupación tuvo la certeza que nadie le fallaría en su problema.

Algunas calles y cuadras de la ciudad parecían consumirlo y aplastarlo por la


aflicción del momento, estar sin trabajo y sin dinero, era lo peor en estos tiempos para
él. Caminaba con su “padre nuestro” a flor de labios, poniendo toda su fe y esperanza
que todo saldría como lo había pensado.

Al siguiente día, Kike ya había cancelado el alquiler; pero en casa era todos los
días más de lo mismo; solo desayuno o ayunos, y con las justas un almuerzo. Ya sus
estómagos estaban acondicionados a esas raciones que, sin duda, gastritis o colitis eran
enfermedades designadas para ellos. El hogar era humilde; pero los valores morales y
espirituales eran inculcados y preservados por generaciones de ambas familias por parte
de él y de su esposa.

Kike no tenía trabajo seguro, pero era multiempleos; sabía de todo un poco
gracias a las enseñanzas de su padre; un señor a la antigua que había acostumbrado
enseñar a sus hijos con rigor; pero que a la larga y con el pasar del tiempo ofrecía
recompensas. Entre todas sus habilidades de Kike, sobresalía en electricidad, albañilería
y gasfitería; que son oficios muy comunes y solicitados en todas partes del Perú, ya que
estos servicios por donde sea que uno esté, son indispensables en la vida diaria. Así
decía siempre a sus hijos y amigos.

En casi todas las oportunidades que tuvo ocasión de trabajar como electricista y
gasfitero, se había ganado el cariño y la admiración por muchas personas de la ciudad;
ya que sus impecables labores le hacían único para ser recomendado continuamente en
más trabajos. Era tan cuidadoso con los cables eléctricos, instalaciones, tubos, llaves y
materiales de construcción, etc.; que los mismos propietarios le pagaban precios justos y
hasta con propinas. Algunas veces le regalaban los pedazos que sobraban de las diversas
labores que realizaba y, por la acumulación de tantos sobras en muchos años; había
recolectado más de dos toneladas de pedazos de piezas de todo tipo en una parte de su
vivienda.

En una ocasión, se presentó una obra de gran envergadura, era la construcción de


una tienda comercial de inversión chilena, tuvo suerte de tener trabajo como obrero en
la convocatoria; allí se encontró con varios amigos de barrio. Suerte, porque era el día de
su cumpleaños número cuarenta y cinco y empezaba a trabajar. Todo iba perfectamente
el primer día laborable cuando…¡plop! Un golpe seco y estrepitoso se escuchó en los
alrededores. Toda la estructura maderera que funcionaba como andamio se vino abajo.
El tabladillo no soportó el peso de cuatro personas, quienes cayeron repentina y
pesadamente. Terminaron con diversas fracturas y miembros seccionados; excepto Kike
quien, por suerte, cayó encima de unos de sus compañeros amortiguando el golpe,
saliendo ileso de un casi estacazo mortal. «Gajes del oficio», comentó uno de sus
amigos.

Kike tuvo suerte de continuar con el trabajo; sin embargo, se sumergió en una
oscura tristeza por sus compañeros que no corrieron su misma suerte. Tuvo pena y oró
porque todo saliera bien; al mismo tiempo comprendió que cuando acecha la muerte o
golpea la desgracia, recién nos damos cuenta de que debemos estar precavidos ante a
las desgracias o enfermedades que nos da la vida.
LOS CACHUELOS
Acababan de almorzar. La tarde iba cayendo con rapidez extraña y, otra vez, ese
sonido de siempre, el reloj que cada hora anunciaba una alarma estridente y fregada. No
había cuando se acabe la pila porque, justo en momentos de la siesta o de tomar algún
descanso, el ruido reaparecía inoportunamente.

…nunca he visto a hombre alguno, amar un sueño con tanta fe y esperanza de


tener una casa propia y un trabajo seguro en la vida. Fue lo que dijo Karina a sus hijos,
acariciándolos y animándolos para empezar una nueva faena de la tarde con los trabajos
del pan de cada día.

Karina había empezado su gran proyecto de ayudar a la economía de su esposo, y


lo hizo con lo que siempre su madre le enseñó en la elaboración de caramelos de leche,
únicos en su vida familia. Después de conversaciones con su esposo y de haberlo
convencido a Kike, empezó hacer y a vender las golosinas a sus vecinos cercanos;
quienes después de saborearlos, siempre le pedían más. Kalo y Kelo; eran los dos niños
que saboreaban y daban el visto bueno y el control de calidad antes de salir a la venta.

¿Por qué será que muchas personas califican de inútil, incluso de reprochable lo
que para otros es de valor incalculable? Lo vivía en carne propia cada vez que Karina
ofrecía los caramelos a ciertas personas de tiendas comerciales; quienes muchas veces,
respondían con un gesto de desprecio y sin ningún reparo. Fue una experiencia y análisis
que hizo Karina, el día que amplió sus expectativas de ventas más allá de su lugar.

─ Tú eres más rápido en envolver los caramelos. Dijo Kike a su hijo mayor.

─ Envuélvelos tú ─ Karina reprendió a su esposo. Sé que lo dices por no hacer


nada.

Kalito se sintió casi inútil. Agachó la cabeza. Su padre se arrodilló a su lado y le


dijo:

—A mí me gusta la forma en que envuelves los caramelos. Lo haces mejor y más


rápido que yo. Tus manitos son muy ágiles. Cuando yo era niño, era lo mismo con mis
manos en muchas cosas. Le dijo mientras acariciaba la nuca de pequeño hijo.

El niño alzó la cabeza.


— ¿De veras? —preguntó.

─ Claro que sí —le contestó su padre —. A que no hago más envolturas que tú en
un minuto.
El niño ni siquiera lo pensó. Por un momento, sonrió a su padre y le dijo:

─ Tus manos están viejas, con arrugas y cansadas.

Kike sonrío cariñosamente. Diciéndose asimismo, hay un viejo refrán que dice: «El
diente miente; la cana engaña; pero la arruga no ofrece duda».

Karina, como ya había decidido explayar la venta de caramelos, un día reunió a


cinco niños que oscilaban la edad del chavo; que por cierto, uno de ellos tenía las
características del Chavito del ocho. Cada vez que este niño salía a vender sus caramelos
por las calles, simulaba la carita más humilde; asimismo nunca tenía ganancias porque
casi todo se lo comía vendiéndose él mismo; pero era responsable de todas maneras en
dar las cuentas a Karina.

Karina tenía, por costumbre, conversar con su esposo de las cosas que hacía
durante el día; además era detallista a la hora de almorzar. Todos se aseaban las manos
y se sobaban de alegría porque era lo mejor que había después de una larga jornada.
Los menús de casa eran calentitos y, casi siempre, de menudencias. La limonada y las
ensaladas acompañaban de vez en cuando.

Kalo tenía las orejas enormes, los dientes de conejo, su cuerpo de gato y los pies
de Polifemo. En cambio, su hermano Kelo, era todo lo contrario: tenía las orejas
normales, los dientes de cuy, panzoncito de nomo y los pies de adobe.

De los otros niños vendedores, uno de ellos vendía en las combis al son de sus
cantos. Otro, tenía sus clientes en la puerta de los mercados. Al penúltimo, le gustaba
andar por diferentes calles ofreciendo a cualquier transeúnte que pasaba por su camino.
El último, el menor de todos, era el más hábil para la venta. Siempre se le encontraba en
las agencias de transporte. La gente lo miraba asombrada por su tamaño y su capacidad
de persuasión. Ese niño, cuyo nombre era Kokito, representaba la explotación de la niñez
peruana y la ausencia del estado por darles una vida mejor. En su carita irradiaba
sosiego y alegría; pero también indignación de ver a los niños trabajando en una
sociedad injusta.

INOCENCIA DE NIÑO
¡Niño! Polluelo de cóndor.
Te eriges con la serenidad de tu espíritu,
con la serenidad de tu alma, por los cielos.
¡Qué majestad la tuya¡
Que desde lo alto junto a Dios,
planeas a la tierra,
miras los mares, lagos y ríos,
padres, hermanos y amigos,
y pones actitud serena,
en tu inocencia de niño, por lo que eres...
Porque también hay maldad,
En este mundo que vivimos
con Herodes modernos
que juegan de verdad a la guerra.
Es mejor que no veas;
porque aquí es peor que en el infierno…
Que hasta Dante se sorprendería.
¡Niño, polluelo de cóndor,
que tus alas te lleven tan alto
hasta los rincones del cielo;
que nadie te alcance,
que no te roben tu actitud serena,
que no te roben tu inocencia…
¡Es majestad la tuya!

Se leía este poema en unas de las casonas antiguas de estilo colonial que quedaba
en la calle más transitada y popular de la ciudad, justo era una referencia a los niños
explotados en la gran ciudad.

La familia de Kike tenía una perrita de raza chusca. Su pelaje era color de miel
clara, idéntica a una hiena. Comía de todo, menos el arroz chaufa ni fideos. En casa,
parecía un puerquito; sus ojos parecían candela a fuego vivo. Sus ladridos imparables
emitían un sonido estentóreo y aburrido; sin embargo era una fiera cuidando su casa.
Jugaba todos los días con Kelo, desde que iba al cuarto a levantarlo. Ponía las manos
sobre el filo de la cama y, moviendo la cola, gruñía hasta levantar a su amo.

Cada vez que terminaban de bañarla, corría inmediatamente en busca de arena


para sacudirse como un elefante. Le pusieron así su nombre “Keni” porque kenienferme,
kenijuegue, kenisalga, keniladre, etc. Fue rescatado dos años atrás en pleno verano
cuando seguro tenía más o menos treinta días de nacida. Andaba borrachita entre los
muladares de la ciudad. Los gallinazos la habían cercado para poder descuartizarla ante
su eminente muerte. Fue ese día en que se compadecieron Kalo y Kelo, y convencieron a
sus padres recogerlo unos días, luego lo dejarían a que se convirtiera en un perro vago.
Y así fue, lo curaron, le dieron lo mejor varios días para su recuperación. Un día empezó
a ladrar cual si fuera una dueña absoluta de la casa, entonces todos optaron porque se
quedara como un miembro más de la familia.

A Karina le iba muy bien en la venta de golosinas. Cada día experimentaba buenas
ganancias; el cual le permitía mejorar los alimentos de pan llevar a sus hijos. Las
menudencias ya no eran todos los días; sino dos veces por semana. Las limonadas eran
reemplazadas por jugos de frutas y nunca faltaban las ensaladas.

Kike se cachueleaba en lo que más le gustaba. Un día tuvo que aceptar un trabajo
de vigilancia por las noches en la construcción de un edificio. Como tal no era bueno; ya
que las cosas que hacía durante el día lo agotaban; aun así, hacía esfuerzos por no
quedarse dormido en su empleo quedándose hasta la culminación del edificio. Siempre
fue responsable en su trabajo; le felicitaron por su dedicación y fiel cumplimiento a su
labor, bonificándole con alimentos en supermercados totalmente gratis; gracias a unos
vales que habituaba dar la empresa a sus trabajadores eficientes.

Los inquilinos del vecindario tenían trabajos parecidos; las mismas necesidades,
los mismos problemas y hasta las mismas esperanzas. De igual manera, en esas
necesidades y situaciones socioeconómicas, su amigo Kiko, fiel amigo y leal de todos los
tiempos de Kike, no la pasaba muy bien en esos tiempos. Le decían Kiko por las
características físicas, que eran una mera coincidencia con los de aquel personaje de
chavo del ocho.
LO ROMÁNTICO, UNA IDEA
Ya había pasado otro mes y nuevamente golpearon la puerta. Esos golpes
estridentes y conocidos ponían nerviosos a toda la familia, quienes ya sabían que se
trataba de la cobranza del viejo Kufín; ese vejete de cabellos despintados y raros, con su
peinada de Hitler, la estatura de Napoleón, y su cólera de Poseidón. Tenía un ojo
desviado, secuela de un derrame facial a la edad de sesenta y cinco años. Hacía muecas
con su cara defectuosa cada vez que pronunciaba una palabra, como si estuviera
rumiando algo. Daba impaciencia verlo y escuchar hablar, pegaba escalofríos, nervios y
antipatía. Luego de haber tocado la puerta y estar frente a Kike, y sin quitarle los ojos
de encima le habló mordazmente:

─ Se ha cumplido el mes del alquiler. Necesito el pago y hoy no me digas “un día
más” ─ Dijo el viejo Kufín─.

─ No se preocupe, hoy por la tarde le estoy cumpliendo sí o sí, ¿le parece?


─Agregó Kike, achicando sus ojos como esperando una respuesta negativa─.

─ ¡Bah, caray! ─dijo el viejo ensayando muecas con su boca, y relinchando, dio la
espalda diciendo: “entonces regreso por la tarde”─.

Otra vez la preocupación para Kike. Sentía que el pecho se comprimía. No solo por
el pago, sino por la presencia misma del viejo que desencajaba la tranquilidad del hogar
y la familia. La aflicción invadía nuevamente a todos aunque, esta vez, no con mucha
desesperación; ya que la venta de caramelos y los cachuelos de Kike en el trabajo de
vigilancia le habían permitido ahorrar y cancelar puntualmente. Ese día se hizo el pago
por la tarde significando sacrificio y esfuerzo de todos ellos.

─ Por pagué el alquiler, por fin tranquilos, por fin treinta días más de tranquilidad.
Dijo Karina mostrando felicidad a su esposo.

─ Si pues, ¡qué tranquilidad! Tienes razón ─Dijo Kike─ Te diré que me repugna
ese viejo. No me agrada la forma en que me cobra, pero no hay mal que dure cien años,
ni cuerpo que lo resista ─Terminó diciendo a su esposa─.

─ Con tal que no dure noventa y nueve. Contestó Karina, y simultáneamente se


miraron a los ojos, se soltaron en risas trayendo alegría nuevamente al hogar.

Esa tarde, ambos recordaron sus promesas cuando estaban aún en la etapa de
enamorados. En sus memorias, habitaba una casita chiquita con todas sus comodidades,
un jardín lleno de flores rojas, unas ventanas amplias donde el sol refulja y abrigue las
mañanas por todos los rincones de la casa y, en la tibieza del hogar, los brazos enormes
de Kike envolverían de amor a su esposa; motor de su vida.
─ Nuestra casa tiene que tener un tragaluz, donde el sol y la luna entren en
cuanto puedan. ¿Te parece? Haremos un casa con un tragacielo en forma de triángulo
que funcione como el de las Bermudas, allí absorberemos al sol y a la luna. Dijo Karina.

─ ¿Qué? Qué imaginación ─Dijo Kike, sonriendo y asombrado de su esposa─.

─ ¡Sí! ¡Sí! ese tragaluz, tiene que atrapar al sol irresistible del mediodía, a la luna
esplendorosa y a las estrellas coquetas por las noches; y aquí la esperaremos a los astros
un nuevo día un nuevo anochecer.

─ ¿Y estarán nuestros hijos? Preguntó Kike.

─ El Sol eres tú; la Luna yo, y nuestros hijos, las estrellas ─Dijo Karina─.

─ Entonces: Sol y Luna igual Estrellas ─Dijo Kike─.

Kike recordó el primer poema romántico del autor MART, que había memorizado
para Karina, cuando aún estaban en el primer mes de enamorados, que a la letra dice
así:

LA NOCHE Y TÚ
En esta noche silenciosa,
oscura, absorta, inmensa y pensante;
que hasta las estrellas
se ponen tímidas y se esconden admiradas
tan solo al escuchar que ¡Te Amo!

En esta noche, en que los manantiales


corren al igual que mis venas
cargadas de pasión y sin apuro
al centro de tu corazón
para abrazarse con tu alma en un amor sin par.

En esta noche desconfiada, celosa y sin luna


se quiebra en pena de gozarte solo a ti;
porque sabe que solo tú eres mi único amor.

En esta noche, aunque sin estrellas;


y aunque sufra y muera,
también se ahogue en los infinitos eternos,
o en las fuentes de la mar
aun así yo te diré
que sólo tú eres mi gran amor.

En esta noche interminable, fría, villana


no me importa como ella esté;
Pero en esta noche y bajo su sombra,
te diré: ¡Siempre te amaré!

Esta noche virgen y abandonada,


entera y soltera,
envidiosa y pensando en su sol
sabrá que yo: Nunca te dejaré.

Karina se quedó sin aire. Luego respiró profundo cerrando sus ojos de felicidad
por haber escuchado ese poema que escarapelaba su cuerpo como la primera vez.
Recordaba también su primer beso en piquito cosquilleo, robado, tembloroso y ansioso.
Su primera cita e incierta y a mil por hora. Sus primeras palabras tan recordables de
ilusión y de amor, así como también ese vestido favorito color azul cielo y franja blanca
en los descotes del pecho que irradiaba sensualidad y atracción. Ella en su inteligencia y
paz absoluta era la mujer que todo hombre deseaba tener toda la vida. Su rostro terso y
sus manos tibias se mezclaban en belleza con el mar y que su hombre jamás se olvidaría
de aquel encuentro y lugar llamando al mar “Capitán del amor”. Ese mar sabedor de
muchos romances de todos los tiempos y testigo inigualable, insuperable y elegido por
todo el mundo de los grandes amores. Creo que Dios le dio esa función. De pronto Kalo
interrumpió la conversación diciendo:

─ Papá, te busca tu amigo Kiko.

Por el momento, no le prestaron atención a su hijo. Kike estaba en su éxtasis de la


pasión, el amor y los recuerdos con su amada Karina. Los besos y las caricias emergieron
de la situación. Ese día, como nunca, mezclados en la situación real, la solución del
problema del alquiler y los recuerdos terminaron nuevamente todo como la primera vez.
Nuevamente Kalo interrumpió la escena: “Papá, tu amigo te está esperando”. Desde la
entrada de la casa, Kiko pronunció: “¡Kike, hola! ¡Kike!... Hola, he venido a darte una
noticia.

─ ¡Voy! ¡Voy!

─ Es una noticia que te ilusionará. Da miedo; pero también esperanza y


soluciones.

─ ¿De qué se trata? ¿De qué se trata….dime? ─ Dijo Kike─.

─ Bueno, me dicen que a las afueras de la ciudad, en la carretera dieciséis sur, la


gente está invadiendo terrenos que no tienen propietarios. Ya algunos han invadido hace
tres años. Incluso, como están en campaña, los candidatos prometen darnos posesión de
esas tierras y luego títulos de propiedad.

Kike prorrumpió.
─ ¡Estás loco! No vamos a exponer a nuestras familias a riesgos trágicos.

─ Es nuestra oportunidad, Kike, ahora o nunca. Puede ser que tengamos suerte.
Nos libraríamos del alquiler, malas caras y, todo lo contrario, trabajaríamos para comprar
ladrillos y más ladrillos para nuestras propias viviendas.

─ ¡Uhm! Me ilusiono y me da miedo. Me da la esperanza de una solución a


nuestros calvarios.

─ ¿Qué decidimos?

─ Has mencionado que los candidatos prometen ayudar a formalizarnos; pero tú


sabes que cuando están en campaña siempre aprovechan la necesidad de la gente, de
escasos recursos económicos que tenemos más aún de un lugar dónde vivir. No
caigamos en la ingenuidad. Expresó Kike preocupado.

─ Pero no perdemos nada, no nos cuesta; arriesgar es lo único que nos queda en
la vida. La vida es un constante riesgo. Tú sabes que quien no arriesga no gana.

─ ¿Alguien está liderando esta invasión? ─Pregunto Kike─.

─ ¡No! ¡No! Ninguno. Nosotros seremos quien lederemos; no permitiremos que


otros lo sean, podemos caer como incautos en desembolsar dinero. Conocemos las
necesidades de nuestras familias y gestionaremos nuestra formalidad.

─ ¡Bueno! ¡Bueno! Hay gente sin escrúpulos, pero veremos más adelante. Déjame
pensarlo. Ya vendrán las decisiones. ─Dijo Kike─.
LOS ACCIDENTES
Una hora después del mediodía, el sol lúcido a más de treinta y tres grados de
temperatura se sentía eufórico, vehemente y provocador para despedirse del verano. Ese
domingo, como rara vez, habían venido a visitar la familia de Kiko. Habían traído algo de
víveres para el almuerzo. A esa hora, ya en la sala pequeña, los niños jugaban a la
pelota cual si fuere un estadio con hinchas y todo. Las patas de las sillas eras los arcos
¡Gol! ¡Gol! se escuchaba a cada momento. Era un domingo inolvidable.

Después de un rato, se reunieron en la mesa. El menú criollo y exquisito humeaba


por todo el ambiente. Los niños eran los primeros y quienes arrancaban sonrisas a los
adultos a la hora de almorzar por la pelea del mejor plato servido. No faltaron detalles y
las buenas conversaciones agradables y distendidas. En algunos momentos, las tertulias
de los tiempos pasados vinieron al recuerdo en los adultos.

Para completar el menú especial de casa, Karina ofreció un postre y, haciendo


gala de lo que más le agradaba, empezó a elaborar sus gloriosos caramelos de leche.
Mientras tanto, Kalo envolvía uno a uno los dulces, con pedazos de plástico, haciendo
alarde de su habilidad inigualable en su trabajo. Una hora más tarde, el cielo empezó a
opacarse amenazando con llover. Se puso triste el día, augurando malos presagios, que
hasta en la casa todos se miraron extrañamente.

En cuestión de segundos, Kelito, el más pequeño, se atragantó con un pedazo de


plástico que constituyó una situación de emergencia y acción inmediata de todos. ¡Aire!
¡Aire! Llamen a una ambulancia. Kelo, Kelito, kelo…mi niño. Eran los lloros de Karina.
¡Aire! ¡Aire!

Kiko reaccionó positivamente y empezó a presionar por la espalda el pecho; con


sumo cuidado levantaba a Kelito por la espalda a fin de que el niño vomitara. Por fin,
expulsó el pedazo de plástico. En pocos segundos más, tuvo una sensación de alivio. En
un momento pareció tener un final trágico.

─ ¡Gracias, amigo! ─Exclamó entonces Kike, estrechándole la mano con ímpetu para
luego terminar en un abrazo efusivo y reiterándole el agradecimiento por su rápida
acción ante su hijo─.

Karina, al ver esta escena, se emocionó de sobremanera. Sus ojos café, a punto de
llorar, reflejaron como brillantes frente a la mirada de Kike mientras abrazaba
fuertemente a su hijo.

─ ¡Gracias, Kiko! ¡Gracias, amigo!...Dios te bendiga. ─Exclamó Karina─.

─ ¡Dios nos bendiga a todos! Estas cosas suelen suceder con los niños. No se
preocupen, ya todo pasó. ─Repuso Kiko─.
Más temprano, en la hora de la preparación de las golosinas, la cuchara de palo con
que se movía el dulce se había quebrado. El desgaste a la altura del mango y la presión
que hizo Karina al mover hizo que se partiera en dos provocándole una quemazón a la
altura de la muñeca. Al instante, un malestar de ardor en la piel incomodaría durante la
reunión amical.

Después de hacer unos comentarios sobre el accidente, Karina suspiró rezongando


contra su marido por el susto que había pasado con su hijo. Sus ojos instigadores
provocaban que Kike dijera algo con respecto al suceso. Sin embargo, mostró tolerancia
y especialmente comprensión a su esposa ya que la notaba nerviosa por el
acontecimiento.

En aquella visita, se habló ligeramente sobre la propuesta de invadir unos terrenos;


pero Kike no estaba entusiasmado; aunque las ganas y las ilusiones siempre estaban
latentes en su mente.

─ Por lo general, los invasores son gente inescrupulosa y hasta traficantes de


terrenos. Siempre he escuchado decir esto por las noticias, incluso han terminado en la
cárcel. ─Replicó Kike─.

─ ¡Y eso, qué! ─Replicó Kiko─.

─ Sí, pero nosotros no somos gente inescrupulosa; somos personas que


verdaderamente necesitamos. Tenemos que ser capaces de todo amigo, hay que hacerlo
por nuestros derechos. El estado no nos toma en cuenta en cuanto a las necesidades
básicas, tenemos que ser decididos. A estas alturas, lo que nos queda es arriesgarnos.
Yo confío en que habrá alguien que nos oriente y ayude en esto. Fíjate, en Lima casi la
mayoría de gente se ha posesionado de viviendas mediante invasiones. ─Terminó
diciendo Kiko─.

¿Por qué no nos agenciamos de alguien del COFOPRI, que es una entidad que tiene
convenio con el Municipio, y así estaremos seguros si los terrenos no tienen propiedad?
─Argumentó Kike─.

─ ¡Puede ser! Ya veo que eres cuidadoso ─Expresó Kiko─. Lo más inmediato que
podemos hacer es una lista donde empadronemos a los vecinos. Luego, pediremos
copias de documentos y otras cosas más.

La conversación había quedado allí. Así como también en ir a incursionar un fin de


semana a los lugares que pretendían invadir. Se sabía que Kiko ya estaba casi preparado
para una posible invasión. Había juntado con anterioridad algunos materiales que le iban
a servir para la posible toma de terreno.

En esa misma noche, Kike ya no podía dormir; se encontraba ensimismado, triste,


turbado y conversando a solas en su soledad. También recordaba las promesas pactadas
con su esposa de tener una casa propia, aquella casa soñada chiquita y moderna, con el
tragaluz de forma triangular donde caigan el sol, la luna y las estrellas. Donde la luna
sonriera con su encaje blanco como reina de la noche y las estrellas luminosas
parpadearan de alegría el firmamento. Esa casa debía de pintarse celeste cielo, tener
columnas rojas, paredes interiores blanco humo y otros detalles más. Después de un
largo rato, giró de lo recostado que estaba junto a su esposa. Miró de reojo el reloj que
daba casi las tres de la mañana. Acarició suavemente los labios de su mujer, luego las
besó. Trató de abrigarse más, se acomodó e intentó dormir. Minutos más tarde, se
quedó sumido en un sueño profundo que se prolongó hasta el día siguiente.
DECISIONES
Era el mes tierno del calendario. El mes donde las flores se confunden con las
mujeres, el mes más sensible para los hombres, el mes en que las madres sienten el
amor de sus hijos, estén junto a ella o estén lejos. Karina, por su parte hacía cálculos
económicos de la venta de sus golosinas. Los negocios marchaban bien. Los ahorros ya
casi cubrían los pagos mensuales del alquiler y, con lo que ganaba Kike en sus
eventuales trabajos, cubría para los gastos escolares y de comida, entre otros pequeños
antojos. Había determinado ampliar sus negocios ya no solo la elaboración de caramelos
de leche con azúcar; sino producir cocadas y otros similares. Los niños estaban
contentos porque ellos también experimentaban buenos ingresos a sus bolsillos y para
los de su familia; es más, ni siquiera se esforzaban mucho ya que todos tenían clientes
fijos. Eso hacía que la venta sea más fácil, rápida y solvente.

En uno de esos días, deambulando por las calles del centro de la ciudad, Karina
ingresó por varias tiendas de todo tipo y entre ellas halló una pequeña bodega
exclusivamente en negocios de golosinas. Era una oportunidad para Karina. Empezó con
un tono nervioso a preguntar sobre los precios al por mayor de ciertos productos y de
una manera sugerente le dijo a la dueña del negocio:

─ A usted señora le falta caramelos de leche con azúcar, son unos pequeños
tofecitos que a la gente le encanta.

─ ¡Sí, pues! Tiene usted razón. Lo que pasa es que esos caramelos no los prepara
ninguna fábrica y son hechos domésticamente; aunque me han dicho que hay que
saberlos preparar ─Dijo la comerciante─.

¡Claro, que sí! ¡Así es! No los prepara ninguna fábrica, pues yo señora me dedico
justamente a la venta de esos caramelos. Además, los hijos de mis vecinos me ayudan
en sus tiempos libres a vender mis productos y les pago su trabajo.

─ Qué le parece, señora, si mañana le traigo unas bolsitas de 60 unidades cada


una al precio de tres nuevos soles. Usted podrá vender a diez céntimos cada tofecito y
ganar mitad por mitad.

─ Me parece bien, tráigame cinco bolsitas; si me va bien, avisaré a mi hija que


también tiene su bodega cerca del mercado de abastos. Pero, dígame ¿podría venderlos
a cuatro por cincuenta céntimos y ocho por un sol? ─ Preguntó la señora─.

─ Claro señora; eso depende de usted que conoce a su clientela. Mañana por la
mañana le estoy cumpliendo ─Dijo Karina en un tono de complacencia y felicidad─.

Con la ganas de sacarle provecho al paseo, Karina decidió ir a negociar con más
bodegas del lugar. Fue entonces que conoció a otra señora, dueña de una bodega
mucho más grande que la anterior e hicieron el mismo trato. Doña Karito, era una
señora de muy poco humor, usurera con los vecinos y clientes. Cada vez que ella hacía
algún préstamo, les cobraba el treinta por ciento del monto total; y si se trataba de
productos fiados, siempre agregaba pedidos de más en su cuaderno de apuntes. Ella
heredó ese defecto de su madre, que también llevaba su mismo nombre “Doña Karito”.

─ Una de las razones por la que me gustaría, algún día tener un gran negocio es
justamente para dar trabajo a varias personas con necesidades. Otra es tener que dar
una buena educación a mis hijos ─Dijo a manera de conversación a Kike─.

─ Qué bien que pienses así, lo mismo digo yo. Me imagino a Kalo como un
ingeniero de sistemas o como un abogado, y a Kelo como un mecánico de aviones o un
médico ─Agregó Kike─.

─ ¿Y? ¿Y la casa que me tienes prometida? ─Preguntó Karina─. Esa casa chiquita,
con su jardín, las paredes con fotos del recuerdo de la familia y de mis hijos. Esa casa
donde estaremos hasta cuando Dios nos recoja y, donde tal vez viviremos con nuestros
nietos.

─ Ja, ja, ja, me hiciste recordar. Sol y Luna igual a Estrellas ─prorrumpió Kike─.

Karina era una mujer que siempre intercambiaba ideas con su marido. Se sentía
muy útil en casa no solo como madre, esposa, amiga; sino como una mujer trabajadora
por el bienestar de la familia. Valores de un padre que tuvo un cargo importante de
funcionario del Estado y de una madre católica, pero lamentablemente los perdió en un
accidente en el extranjero. Ella recordaba siempre con nostalgia a sus padres; todos los
domingos iba al cementerio a dejarles flores. Y con respecto a su esposo se juraron amor
y respeto eterno.

Al día siguiente, Karina cumplió con el trato de los negocios. Estaba feliz, todo iba
viento en popa y cada detalle u ocurrencia en casa o en el trabajo siempre le conversaba
a Kike. Todos trabajaban presurosamente en la elaboración de las golosinas. El tiempo,
por la tarde, era oro. Moldeaban, envolvían y empacaban; cada uno de acuerdo a sus
habilidades. En este tiempo, los caramelos entraban a su apogeo imperecedero a favor
de la familia.

Eran como las ocho de la noche y una sorprendente visita hizo su amigo Kiko.
Estuvieron juntos hasta tarde y nuevamente se tomó el tema de la casa propia, ahora
con más datos sobre el terreno asegurando que donde él había visitado a las personas
verdaderamente estaban ya dispuestos a arriesgarse a la invasión, sí o sí, la posible toma
de terreno se eligió el mes patrio, mientras daban tiempo para adquirir ciertos materiales
y algo de dinero para que la instalación sea rápida y a una probable formalidad; ya que
en ese mismo mes y año los flamantes candidatos tomaban posesión a sus cargos.

─ ¡Tú serás el líder Kike!... Tienes capacidad de convocar y dirigir este proyecto.
Nosotros te conocemos y te apoyaremos en todo momento ─Expresó Kiko─.
─ Puede ser y, por lo mismo, es que necesitamos estar seguros de nuestras
decisiones y no solo con la voluntad; sino que tenemos que contactarnos ya con algunos
flamantes congresistas que tengan conocimiento de nuestras necesidades y, si es
posible, encararles que los hemos apoyado en sus campañas electoreras ─Indicó Kike─.

─ ¿Y quién crees tú que pueda ayudarnos? ¿Cómo nos creerían que lo hemos
apoyado? ─ Formuló Kiko─.

─ Eso es lo de menos. Cuando un candidato es recién elegido está con los humos
en alto y si llevamos unas pancartas alusivas a favor de él, estoy seguro que nos tomará
en cuenta. Eso sí, hay que ir juntando algunos requisitos como copia de D.N.I., copia de
registros públicos que constate que no contamos con vivienda propia, partidas de
nacimientos de nuestros hijos, declaraciones juradas, entre otros documentos. Incluso
habría la posibilidad que alguien nos proporcione planos que indiquen que esos terrenos
no son declarados patrimonio ni cuentan como propiedad de nadie ─Detalló Kike─.

─ Verdad, tienes razón; ya ves que por esas razones tienes tú que liderar esta
causa ─Agregó Kiko─.

Luego de un momento, Kike le mostró un raudal de materiales de construcción, de


electricidad y de gasfitería etc. entre ellas, un motor de succión de agua potable. Las
facciones de Kiko, sorprendido de lo que tenía enfrente de sus ojos, hicieron que
ilusionara de sobremanera. La invasión es inminente ─se dijo entre sí; y todo saldrá bien.
Dios nos ayudará en esto. Mientras que Kike aún tenía desconfianza, ya que él nunca
pensó en cosas o acciones que no son formales y legales. Los principios de familia y sus
valores eran lo que aplacaba sus decisiones, puesto que de por medio no solo estaba él,
sino toda su familia.

Kike estaba casi convencido y decidido a las proposiciones de su amigo Kiko, pero
como se habló de tiempo pensó en alguien del Municipio quien le diera la información
sobre terrenos vacíos y proceder a tomarlos, ya que en los comicios municipales
estuvieron detrás de ellos cuando necesitaban su voto. Era la hora de pedir los favores
de recompensa.
NEGOCIOS SON NEGOCIOS
Otra vez el sonido estridente y detrás de la puerta una voz estentórea:

─ ¡Kike! ¡Kike! ¡Kike!

Otra vez el viejo Kufín, otra vez la puerta, otra vez el pago del alquiler.
Nuevamente se encontraron frente a frente el dueño de la casa y Kike.

─ Vengo por el alquiler ─Dijo el viejo Kufín─.

─ ¡Sí! ya lo sé ─Contestó lleno de coraje y fuerza, pero sereno─. En cuanto venga


mi esposa me acerco a cancelarle.

─ Debe saber usted que me tiene que cancelar el diez por ciento más del mes, lo
servicios de agua y luz han subido las tarifas; se lo advertí hace dos meses atrás.

─ Pero don Kufín, será para el próximo mes, solo tenemos completo lo de este
mes. Compréndame por favor ─En voz de ruego dijo Kike─.

─ ¡No! ¡No! Definitivamente que no. Bien quedamos en el contrato del alquiler que
“en cuanto subieran las tarifas usted me incrementaría el diez por ciento del alquiler” . Así
que usted no puede negarlo.

Karina, cada semana iba a repartir sus golosinas. Las cosas iban mejor solo que a
doña Karito se le ocurrió una idea malévola de esconder los caramelos una semana.
Luego, de vez en cuando, exhibir todos los paquetes a la venta para aducir que el
comercio había bajado la demanda. El propósito era que le redujeran los precios por
paquete.

Karina fue convencida y redujo el precio por bolsa a dos soles cincuenta. Claro
que no solo a ella, sino que también a la hija que vendía en el mercado de abastos de la
ciudad y como por allí también tenía algunos clientes, finalmente también bajó los
precios a todos. Ya era un déficit económico, pero aun así vendía, solo que el trabajo
para la elaboración era mucho más sacrificado y las utilidades eran menores.

En la tarde, como siempre, Karina contó todo a su esposo sobre la reducción de


los precios por bolsa a sus clientes; desde luego, no le pareció justo por parte de los
compradores. Karina agregó diciendo:

─ De todas maneras tengo que venderlos ya que el sesenta y cinco por ciento de
las ventas procede de las bodegas.

─ No debiste aceptar bajar el precio ─Dijo Kike─.


─ Además, te comunico que el viejo Kufín nos incrementó el precio del alquiler en
un diez por ciento, o sea que tenemos que trabajar más junto a nuestros hijos. Tuve que
aceptar el aumento, insistió diciéndome que trato es trato, negocios son negocios ─Dijo
Kike en un tono descontento y encolerizado─.

─ ¡Uy! Eso debí decir yo también a mis clientes, trato es trato. No puedo
retractarme, no aceptarían comprarme; pero también ya no están vendiendo como
antes. Doña Karito me ha mostrado las bolsas de los caramelos que no logra vender.
Inclusive me propuso que si yo le bajaba el precio, ella también bajaría su precio de
venta y así nuevamente vendería más ─Dijo Karina no muy placentera─.

Las ideas del hogar propio rondaban por la mente de Kike. Nuevamente la ilusión
de la casa, los niños, los problemas de fin de mes por pagos del alquiler. Pensaba en su
amigo Kiko, los materiales que le servirían para su invasión; a veces se intranquilizaba
por momentos. Karina miraba nerviosamente a su esposo. De pronto, como querer
olvidar todos los problemas de la casa, del alquiler, Kike expresó:

─ Que se alisten los muchachos. Vamos todos al centro de la ciudad a distraernos


y a olvidarnos un poco de los problemas.

─ ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? —Preguntó Karina─.


Le era raro eso a Karina ya que, la última vez que fueron al centro, fue hace un año
justamente, tiempo en compraron algunas cosas para su casa.

─ ¿Puedo hacerte una pregunta más? ¿De dónde sacarás dinero?

─ Aunque no lo creas, hoy antes que te levantes he vendido un poco de chatarra


vieja que no me sirve. Me han pagado muy bien. Tengo para invitarte a un restaurante.
─Agregó Kike sonriendo dichosamente─.

Era martes. Nerviosos y alegres se apresuraban en alistarse para el paseo. Ella


llevaba el vestido con el que celebró su cumpleaños de seis años atrás. Tenía el cabello
rizado y la sonrisa amplia como la de un payaso. Él con el abrigo de siempre. Aquel
verde dril militar, su favorito de toda la vida.

Ya en el restaurante, que aunque no era elegante, sí era muy acogedor─,


tomaron sus asientos con vista a la calle. En la mesa había dos cartas con la lista de
menús. Karina no se atrevió a coger; ya que no podía leer más que letras grandes ; y los
que cogieron fueron Kike y Kalo, con las sugerencias de las comidas y de los precios al
alcance.

Luego de que comenzaron a comer, Kike levantó la vista y vio que su esposa lo
estaba mirando fijamente. Una sonrisa nostálgica se dibujaba en sus labios.
─ Ojalá que algún día cambie todo esto que estamos pasando, y tengamos más
oportunidad de venir frecuentemente de salir a pasear y comer otras sazones —Dijo
ella─.

─ ¡Claro! Estoy seguro, pero relájate, hemos venido a querer olvidar todos los
problemas. No nos volvamos melancólicos ─ Respondió a Kike─.

Luego tuvieron una conversación amena. Era extraordinario ese almuerzo.


Comenzaron a recordar cosas agradables, las anécdotas de los hijos, de los amigos etc…
Fue larga esa tarde que, efectivamente, los problemas parecieron haberse desaparecido
como por arte de magia.

─ ¡Mozo! ¡Mozo! La cuenta por favor ─Expresó Kike─. Al instante, sacando su


billetera y, al mismo tiempo, no dejaba de mirar al mozo que se acercaba.

─ Son treinta nuevos soles maestro ─Dijo el joven extendiendo al mismo tiempo
una boleta de pago─.

─ Bueno, Bueno ─Dijo Kike─. Sacó el billete de cincuenta nuevos soles rogando al
mozo que si le pudiera regalar un táper de tecnopor y así llevar las sobras para su
perrita.

─ El mozo, inmediatamente, dijo: “Entonces, un sol más…”.

─ Uhm… ¿Tan caro? Eso debía ser parte del consumo ─Intervino Karina─.

─ Así es el negocio. Son órdenes del dueño ─Agregó el mozo─.

Ya de retorno y en el interior de la casa, después de una satisfecha tarde, los


niños Kalo y Kelo interrumpieron diciendo:

─ Mamá ¿a qué hora vamos a hacer lo caramelos?

─ Mejor hagamos cocadas. A mí me gustan la cocadas ─Dijo uno de ellos─.

Cuando de pronto tocaron la puerta, el viejo Kufín, puso una cara como si no le
iban a pagar.

─ Usted, me dijo que en cuanto viniera su esposa. Los he visto venir.

Ah claro ─dijo inmediatamente Kike, espéreme un momentito. Presuroso en el


interior de su casa, él y su esposa estaban contando el dinero. Nuevamente tocó la
puerta don Kufín, estaba impaciente. Kalo, que estaba cerca de la puerta, le regaló un
caramelito; le gustó tanto a don Kufín que cuando Kike le pagó, le pidió que si le podría
regalar una bolsita de caramelos de leche.
─ ¡Uy! Los caramelos son negocio de mi esposa ─dijo Kike─.

─ Pero es igual ¿Usted no puede obsequiarme? ─preguntó el viejo Kufín─.


Kike respondió que en los negocios de su esposa no se metía. “Negocios son
negocios” don Kufín.

MAL PRESENTIMIENTO
¡Un sueño! He tenido un sueño. Soñaba que unas aves trasladaban su nido a otro
bosque y, mientras ellos trasladaban a sus polluelos, su madre se quebró el ala. El padre,
que acompañaba, fue alcanzado por un tiro de escopeta de un cazador y cayó
inmediatamente. Luego, vi que en otro espacio del cielo, que los polluelos volaban
independientemente haciendo piruetas en el aire. Eran acróbatas del aire y dueños del
cielo ─contó Kike a su esposa─.

¿Qué significará ese sueño? Cómo quisiera tener el don que tuvo José, el bíblico,
para poder interpretar el sueño. De todas maneras me asusta, me parece que no es un
buen sueño ─agregó Karina─.

En fin, comenzó la mañana. Los niños se disponían a levantarse, asearse y


desayunar. Las actividades continuaban como de costumbre. Karina, luego de terminar
con la limpieza y otras pequeñas cosas de casa, llamó a sus hijos para empezar repasar
las tareas del colegio. Luego, daban tiempo para la elaboración de sus golosinas. Así
continuó ella sola hasta la tarde, tiempo en que los niños fueron al colegio. Sin embargo,
ese sueño contado por su esposo no la dejaba tranquila. Le martillaba su cabeza tan solo
de recordarlo como un mal augurio.

Al día siguiente, Kike fue avisado muy temprano en su casa, por un vecino, para
inscribirse a una constructora de carreteras por parte del estado. Allí, los trabajos eran
mucho más sacrificados, pero bien remunerados. Después de dos días, empezó a
trabajar de seis de la mañana a seis de la tarde. Estuvo trabajando durante mes y
medio, tiempo en que le fue económicamente bien. Los pagos del alquiler ya no eran de
molestarse, ya que ese mes había pagado por adelantado. No quería que el viejo Kufín
golpeara su puerta por sus cobranzas.

Kike salía a trabajar todos los días, ya fuera invierno o verano, o ya hiciera frío o
calor. No descansaba ni domingos ni días feriados. Aprovechaba todas las oportunidades
de trabajo. Siempre tenía en sus diálogos: “Que en la compleja vida de estos tiempos
para tener pan, qué comer, vestirse y casa en la cual vivir; hay que tener mucha
habilidad e iniciativa. Ya no se puede negar que estamos viviendo tiempos difíciles”.

Karina aumentó bien sus ganancias. Hasta puso un pequeño negocio de golosinas
en su casa. Los vecinos eran sus clientes favoritos e infalibles. La casa estaba mucho
mejor que antes. Tenían todas las cosas básicas de una familia para vivir tranquilamente.
Los niños estaban acostumbrándose todos los días a jugos, ensaladas y más tiempo a los
juegos.

Esa tarde, con el sol caído, cansado, amarillo – rojizo, debilitado y un poco frío; los
esposos se acariciaban mientras que sus hijos jugaban. Ellos conversaban cosas del
futuro. También de la escuela, de sus padres y de cuando se conocieron. Recordaban
que a Kike le hubiese gustado ser un médico, tener muchos pacientes, ayudar a los más
pobres, ayudar a los niños, ancianos; lamentablemente, sus padres no contaban con los
medios económicos. Terminó la secundaria con las justas. En cambio, a Karina le hubiese
gustado ser una respetada abogada y también ayudar a los que menos tienen.

Con una buena profesión hubiésemos tenido mucho dinero, bastante dinero, no
estuviéramos pobres ─dijo Karina─.

No es malo tener dinero, pero me gustaría lo suficiente como para vivir


tranquilamente, ¿de qué nos sirve acumular bienes materiales? Termina convirtiéndose,
a veces, en una pasión enfermiza. ¿De qué nos sirve acumular millones de dólares si,
luego, llevamos una vida esclava de esos millones? ─Preguntó Kike a su esposa.

De qué nos sirve tener mucho dinero si no somos felices. Todos los placeres de
este mundo tienden a hacerse aburridos si se prolongan o se multiplican demasiado. La
mejor receta para apreciar las cosas es la moderación en la posesión y en el disfrute de
ellas ─terminó diciendo Karina─.

Aquel diálogo se convirtió luego en dramático. Kike se sobrecargó de emoción.


Luego, un silencio sumido en la noche vino en la memoria un poema de pobreza mundial
nuevamente del poeta MART.

EL PELLEJO DEL PUEBLO


El pellejo del pueblo
se tatúa de ruina,
come desdichas, respira polvo;
se lía de ensueños
y soporta plagas.

El pellejo del pueblo


vive de esperanzas;
no necesita infiernos
y, junto a sus hijos
se calcina en la arena.

Al pellejo del pueblo


no le importa la muerte;
su garganta es desierta,
su voz es de viento
y solo mira espejismos.

El pellejo del pueblo


soporta puñetes;
reclama a la nada,
su alma llora,
pero su corazón es macizo.

El pellejo del pueblo


dialoga a sí mismo,
rumia su hambre,
el dios muerte lo acecha;
pero el cielo lo espera.

El pellejo del pueblo


tiene alma de cielo,
vive de Dios;
no le interesan las hostias
solo paraíso y perdón.

Al pellejo del pueblo


no le importa promesas,
solo pan y vino
que mate su hambre,
y que apague su sed.

El pellejo del pueblo


que pellejos solo recibe,
en su tierra, su vida y su cena,
que todos casi lo somos
Más pobres que yo.

El pellejo del pueblo


deja trabajar a la muerte,
los desastres lo multan,
y se juntan sus manos
para que Dios los consuele.

El pellejo del pueblo


al magnate lo aburre,
y como no puede matarlo
le enseña el cielo
Diciendo que Dios está con los pobres.
La noche se despuntaba. Las estrellas no estaban en el infinito, ni la luna coqueta.
Parecía que Dios los había recogido. Hay noches en que no se ven las cosas lindas del
cielo y cada vez que el cielo está nublado, la gente piensa que posiblemente llueva.

Karina sintió un dolor a la altura del vientre. Un fuerte cólico que preocupó de
sobremanera, pero tan pronto llegó también pasó.

Es bueno que vayamos a un chequeo médico ahora que tenemos algunos


ahorros. Nos vamos a ir ¿de acuerdo? ─preguntó Kike─.

Sí, no solamente yo; sino también nuestros hijos. Hay que hacerlo esta semana
que viene ─dijo Karina─.

─ ¿Desde cuándo tienes esos dolores y por qué no me ha contado antes?

─ Son tres o cuatro veces que me ha venido, pero seguidamente me pasa. Por
eso no te he contado. Además, bueno no le di importancia. Perdóname de haberme
olvidado ─expresó Karina─.

─ Está bien, el martes o miércoles nos vamos todos al médico; pero eso sí, este
fin de semana trabajamos doble para poder ir tranquilos al centro de salud y no
tengamos apuro en regresar a trabajar ─manifestó Kike─.

Kenita, la perrita, también estaba inquieta. Nadie se daba cuenta. La perrita, por
primera vez, estaba lista para ser madre. Andaba toda cansada, los ojos de candela
parecían haberse apagado. Hacía honor a su nombre “Keni haga nada”. No tenía ganas
de comer; pero, eso sí, nunca dejaba su rol de excelente guardiana de casa. Sus ladridos
siempre eran escandalosos. Inclusive, había vecinos que ponían mala cara por la
excesiva bulla que escarapelaba el cuerpo de molestia a las personas.
RECUERDOS DE AMOR
Al final de la faena, el sol escurría de manera colosal las últimas llamaradas del día
en el cielo y, entre medio claroscuro de un día otoñal rendido en el espacio, la tierra
enterraba al rey de los astros. El mar cantaba yaravíes con los vientos y brisas al golpe
de sus olas. Todo parecía conjugarse en la naturaleza. Las nubes se acunaban en el
firmamento y, en una triste nostalgia en medio de tantas cosas, la luna apenas se veía.

Entre la arena y el mar, Kike adhería su cara en la larga cabellera de su amada.


Sus brazos enormes rodeaban el cuerpo, tiernamente, al amor de su vida. En ese
instante, y de manera simultánea, ambos volvieron a recordar su primera cita de amor
en las riberas del Océano Pacífico. Ese mar les veía de manera infalible a inicios del
verano escuchando, siempre, las promesas hechas por más de una decena de años.

Karina se sentía sirena en la mar, reina del sol, princesa del espacio y dueña de
Kike. Extasiada con la naturaleza, recordó la primera vez en que besó al hombre de su
vida, aquél que llenaba su alma todos los días de su existencia. Aquel hombre fiel,
sensible, intrépido y ejemplo de padre al que siempre rogaba a Dios de nunca perderlo.

Los besos apasionados, profundos, largos y sabrosos hacían que la naturaleza


hiciera lo mismo. El mar besaba y se comía al sol. La luna se envolvía en la noche,
desenfrenadamente. Las olas acariciaban a las rocas de manera impresionable. La arena
se dejaba consumir por su eterna dueña, la playa, del mismo modo ellos perfilaban una
sombra de amor en la infinidad del mar. A todo esto, Dios y las estrellas en el
firmamento atestiguaban sin parpadear los hechos.

A lo lejos, cerca de la playa, se escuchaba ─tal vez en uno de los restaurantes que
se quedan hasta tarde de la noche atendiendo algunos bañistas─ la canción Titanic. El
mar enredador de tantos romances, cantaba sin atollarse en sus olas una melodía sin
precedentes. Todo parecía algo de suspenso al ritmo musical de una balada.

Allí estaban dos vidas, bajo juramento, ante Dios. Dos personas, dos voluntades; pero un
solo amor, un solo corazón para tener los mismos sentimientos, estar en las penas y
alegrías. Karina invocó a su amado recordar el poema que le hiciera a ella y que, a
manera de conmemoración, él le escribió en su primer año de amor.

EL MAR Y TÚ
Que rompan los mares sus olas en mi pecho,
que intenten ahogarme sus aguas y quitarme la vida,
que hundan su arena sobre mi cuerpo;
Pero a decirte, que no te ame, ¡jamás!
Que mi respirar sus brisas me asfixien,
que sus rocas despeñen sobre mí y me maten
Y que sus vientos intenten quitarme mi voz;
Pero a decirte, que no te ame, ¡jamás!

Que sus peces se vuelvan ejércitos malos,


que el sol me calcine si quiere también
Y que sus puertos me atrapen para morir;
Pero a decirte, que no te ame, ¡jamás!

Que los mares y los ríos se unan en mi contra,


que surjan sus piratas y gusten matarme,
que hagan escuchar sus sirenas sus cantos;
Pero a decirte, que no te ame, ¡jamás!

Que en maremotos se enrabie también,


Que aúlle, espumee… que se burle si quiere,
que me busque estruendoso e imparable por el mundo,
Pero a decirte, que no te ame, ¡jamás!

¡Jamás de los jamases te dejaré de amar!

En los primeros minutos de la noche, ambos renovaron sus promesas y


juramentos de nunca dejarse pase lo que pase. A esa hora, en la tibieza casi oscura, la
luna acicalada de estrellas, con el mar más tranquilo que su nombre, con el canto de los
vientos en el palacio de las rocas, con la frescura de las brisas, con el calor de amor; Kike
y Karina se abrazaron fuertemente. Él, a manera de levantarla a su altura, hizo que
cayeran sobre la arena; y dándose ruedos moldeaban sus siluetas de un corazón mágico
que Dios hizo en ellos.

Allí, los besos de ambos se repitieron continuamente olvidándose de sus pequeños


niños por un instante. Recordaron, también, las escapadas que hacían de sus padres
para verse semanal o quincenalmente. La voz comprensible y sin igual de Karina,
recostada en el pecho de su hombre, le expresaba los sueños de tener una familia con
una casa propia, con sus comodidades y, muy feliz, mientras que la voz esperanzadora y
cálida de Kike aguardaba en su futuro que pronto iban a cumplir sus anhelos.

Ambos se consolaron súbitamente. Tal vez, creyéndose dueños de ese pedazo de


naturaleza frente a su presencia, y poniéndose de pie, tomados de la mano, caminaron
toda la playa. La luna sonreía en su menguante noche mientras ellos se perdían en
rumbo desconocido. El mar y la luna, cual reflejados por un espejo, se hablaban
secretamente toda la noche. De Kike, se terminaba de escuchar en voz baja y al oído la
canción “Pídeme la luna” de Leo Dan.
VISITAS AL MÉDICO
─ Tengo miedo, Kike. Tengo miedo.

─ Te comprendo. Esos malestares, de vez en vez, no deben ser buenos. Por eso
te digo que visitemos a un médico.

─ ¡Tengo miedo! Me da miedo ir al médico y que me diga algo malo, me


deprimiría. Mejor, averiguaré algunas hierbas para esas dolencias ─dijo Karina en un
tono resignado─.

─ La vez pasada dijimos que esta semana iríamos a visitar a un médico, así que
tenemos que ir de todas maneras. Si es algo malo, aun en este momento podemos estar
a tiempo ─dijo Kike preocupado y apenado─.

─ Mejor cambiemos de tema ─ sugirió Karina─.

─ ¡No! ¡No! No me parece justo de tu parte, ¿acaso no te preocupa tu salud?,


¿acaso tú no me preocupas? Me preocupan también mis hijos. Yo no quiero verte
enferma. Sería como el fin de mis días. Así que no, por favor ─dijo Kike enfáticamente─.

Esa misma tarde, el médico examinaba a Karina delante de su esposo. Kike estaba
con un aspecto pávido sin que se diera cuenta Karina. Ella, por su parte, estaba tan
segura que se trataba posiblemente de algún esfuerzo de trabajo.

─Señora, déjeme conversar a solas con su esposo ─indicó el médico─.

Entonces se le escarapeló el cuerpo a ambos, mirándose asustados el uno al otro.


El médico se dio cuenta y dijo: “No se preocupe, señora, no es malo. Solo que necesito
conversar con su esposo a solas sobre cosas en relación a nosotros los hombres. Esa
explicación aquietó a Karina un poco, pero no estuvo tranquila hasta que terminaron de
conversar el médico con su esposo y él le conversó todo lo que habían hablado.

El médico fue claro y sincero con Kike al decirle que esas dolencias de su esposa
eran materia de estudio y tratamiento. Habría que hacerle algunos análisis, ecografías,
tomografías; pero, por el momento, el descanso era indispensable ya que se había
observado en el diagnóstico rasgos de sangre en su útero. Kike no sabía qué decir. Su
única pregunta fue: “¿Es un diagnóstico malo?”. El Médico de inmediato contestó: “No
sabemos, aún. Es necesario hacerle unos estudios y, por el momento, lo que nos
preocupa es el dolor. Felizmente, no hay fiebre. Kike pensaba en el fin de sus días.
También pensaba en sus hijos, en el trabajo que ella aportaba en casa con la venta de
caramelos y que estaban en su mejor momento de ventas tan rentables.
Al rato, Kike, en voz fría dijo: “Karina, no pasa nada. Solo es cuestión de unos días
de descanso, unos cuantos análisis y tu medicina puntualmente.

Ella, de un momento a otro, se sumió tétricamente, que ni siquiera sentía dolor.


Abrazó a su esposo fuertemente por la cintura y habló con una voz doliente y apagada.

─ Dime la verdad, ¿de qué se trata? Cuéntame ¿es algo malo? Tengo derecho a
saberlo ─exigió Karina muy triste─.

─ De ninguna manera. Conjeturas hay muchas, pero hay una sola causa y creo
que es por lo que trabajas mucho. Estás muy delicada, como te repito; pero te pondrás
bien. Eso es lo que me dijo el médico ─agregó Kike─.

Señor, ayúdame, por favor. Yo me someto a tu voluntad. Entra en mi corazón y


tráeme salud y paz. Te lo pido por mi familia que tanto amo. A Kike se le partía el alma.
Quería llorar, pero se aguantaba, quería seguir abrazando a su esposa, pero no lo hacía
porque levantaba sospechas de que se trataba de algo muy malo. Por su mente, lo
primero que pasaba era rogar a Dios. Él sabía que el Todopoderoso lo ayudaría y nunca
le fallaría.

Ya en su casa, junto a sus hijos en la hora de la cena, Kelo preguntó a su mamá


qué le había dicho el médico.

─ Que estoy un poco mal y que mi dolor es porque no descanso. Así que no
haremos caramelos durante tres días.

─ Mamá, yo te cuidaré y, cuando sea médico, te curaré de todas tus


enfermedades ─en voz dulce dijo Kelito─.

Kike, al escuchar la conversación de su esposa e hijo, se levantó y fue a su


cuarto. Se puso a llorar, llorar como un niño y no sabía qué hacer. En un trastazo todo
se convirtió en un interminable calvario porque estaba sugestionado de que él tenía en
cierta parte la culpa como lo había pensado siempre. Más aun lo que el médico le insinuó
que era por exceso de esfuerzos físicos.

Aun cuando tuviera la culpa, no era él quien debiera expiarla. Un matrimonio, dos vidas,
dos personas, dos voluntades; pero un solo corazón. Un solo corazón para tener los
mismos sentimientos, sufrir las mismas penas, gozar las mismas alegrías. ¿Qué hacer
con esta pareja, dos corazones en uno solo, como secreto de un matrimonio duradero,
estable y feliz, aunque pobres y bendecidos por Dios; ya que en ellos nunca pasó, el
enfriamiento, el hastío, ni siquiera disgustos en tantos años de vida juntos a sus hijos.

¡Kalo! ¡Kalo! Ven aquí ─exclamó Kike─ ¡Ven pronto!

Debemos cuidar a tu mamá. Tú eres el más grandecito y, mientras yo vaya a


trabajar, tú cuidarás a tu madre. El médico me dice que no debe de hacer esfuerzos
físicos, levantar peso, barrer, ni lavar, todo se hará cuando yo regresé del trabajo. ¿Está
bien? ─preguntó Kike consignándole a su hijo─.

Kalo, por un momento, se dio cuenta que su padre había llorado; pero no le
dijo nada. Muy por el contrario, puso mucha seriedad a lo que ordenaba su padre.

Kalito tenía doce años y había aprendido a elaborar caramelos, manejaba bien
las cuentas, ayudaba mucho en casa. Se levantaba temprano para dejar todas las cosas
hechas como barrer, tender las camas, ayudarle a su mamá a lavar y a cuidar a su
hermano Kelo que apenas tenía la mitad de la edad de él.
DIAS FELICES
El sol penetraba sigilosamente por todos los agujeros de la casa y, entre uno de
ellos, el más tenue, entraba a la habitación de Karina quien había ya descansado tres
días, tal como lo había indicado el médico. Ella misma se sentía nueva. Estiró los brazos
y piernas y respiró profundo. El día se aprestaba para dar uno de sus mejores paisajes.
Algunas nubes se mecían de extremo a extremo. Era la mejor hora de la mañana y
empezó llamando a sus hijos quienes, solícitos al llamado, fueron inmediatamente a su
madre. Una sonrisa lenta se dibujaba en su rostro conjuntamente con los huequitos en
sus mejillas que lo hacían sin par y que reflejaba estar más sana que nunca.

Para nada se podía entender que cómo puede haber hechos incomprensibles y
que nos parecen terriblemente injustos. Que una mujer noble, cristiana y, junto a su
familia, esté pasando situaciones muy frustrantes en la vida. Podríamos multiplicar las
interrogantes hasta el cansancio y, hasta a veces, protestamos en contra Dios musitando
blasfemias de manera malvada como lo hace la gente sin escrúpulos. Sin embargo,
Karina siempre hallaba resignación, fortaleza y el estímulo para seguir adelante. ¡Nunca
dejaré esfumar mi esperanza! ¡Nunca perderé mi fe, ni el rumbo! Para hacer de ustedes
unos hombres de bien ─dijo Karina a sus hijos acogiéndolos a la altura de su cintura─.

Los niños, con sus pequeños bracitos, apretaron el cuerpo de su madre y ambos,
de manera simultánea, levantaron la cabeza y sonrieron dulcemente. En ese instante, de
pronto un golpe apurado y fofo se escuchó en la puerta. Era, nuevamente, el viejo Kufín.
Esa persona antipático, insoportable que, al ser atendido, dijo con voz seria:

He venido por el pago del alquiler doña Karina. A propósito, me enteré que
estaba delicada ¿cómo sigue usted? Bien, gracias don Kufín. Sobre el pago del
alquiler, que venga mi esposo y le pagaremos. No se preocupe que, apenas
llegue, haré que le pague ─tranquilamente contestó Karina─.

¡Uy! lo necesitaba urgente. No puede darme usted, de una vez, un adelanto


hasta más tarde. Necesito en estos momentos.

─ No, don Kufín. Es cuestión de un par de horas. Mi esposo tiene que darle a
usted y, además, para que firme el recibo.

─ Bueno, bueno. Está bien. Así me gusta, que los hombres sean los que tomen
las riendas y los negocios ─refunfuñó, malhumorado, el viejo Kufín─.

Karina, al escuchar al viejo Kufín, achinó los ojos como mostrando tolerancia de
las palabras; al mismo tiempo que meneaba la cabeza en señal de afirmación sin
atreverse a mirarle la cara. Keni, que estaba a tres metros detrás de Karina y cerca de la
puerta principal, le mostraba los dientes amenazadores al viejo, como queriéndolo
morder; pero no se atrevía a ladrarle. Solo la mirada de odio por parte de los dos era
mutua cada vez que se encontraban. La perrita sentía aborrecimiento. Todos en casa se
habían dado cuenta, pero nunca la dejaban que ladre cuando veía al viejo ya que la
reprimían si lo hacía. Cuando Karina cerró la puerta, allí nomás, nuevamente, volvieron a
tocar, pero esta vez, de manera llamativa. Era Kike feliz porque había cobrado
recientemente de unos trabajos completos de gasfitería y que, a propósito, le habían
pagado bien.

─ Recién acaba de irse don Kufín. Ha venido por el alquiler. Dice que necesita
urgente.

─ ¡Sí! ¡Sí! Justo le acabo de dar el pago. Me dijo que necesitaba urgente. Parece
que le quité un peso de encima. Ah, Karina, alistémonos para ir de compras, cosas que
te faltan. Eso sí, por supuesto, hoy te compraré lo que tú me pidas. Muy aparte de lo
que necesitamos, ¿de acuerdo?

Ella miró algo extraño a su marido, pero estaba alegre. Era un buen día para ella y
para sus hijos y, dirigiéndose a la habitación, casi de espaldas, dijo a su esposo: “A Kalo
le compraremos la pelota que todo el mes me ha estado pidiendo, una pelota de cuero”.
Y a Kelito, ya se verá en ese momento. Que el escoja el juguete que más le llame la
atención.

Cuando todos comenzaron a desempacar las compras, Karina había adquirido un


perol tan grande que, en vez de una hornilla, tapaba tres. Adujo que era para avanzar en
la elaboración de las golosinas. A Kelo se le compró su pelota de cuero. Kelito, por su
parte, había elegido un submarino de caucho que apenas llegó, llenó su tina de agua y
empezó a jugar junto a su perrita.

─ ¡Dios mío!, qué memoria la mía. Me he olvidado que tuve que tomar mis
pastillas hace dos horas. ¡Válgame Dios! Tengo que ser puntual ─enunció Karina─.
Sintió, de repente, una extraña opresión en el pecho y la cabeza comenzó a darle
vueltas; tanto, que al instante, se fue a recostar a su cama. Su esposo opinó que se
trataba del cansancio, así que trató de tranquilizar a Kalo quién se había dado cuenta de
su madre. Después de una hora, Karina se levantó más reconfortada, tranquila y feliz por
un buen día junto a su familia.

La casa estaba cada vez más llena de cosas. En algunas partes del hogar, los
enseres estaban apiñados entre cosas nuevas y cosas viejas. La idea de una casa propia
estaba latente. Kike, por su parte, siempre pensaba en una casa. Lógicamente, tener
una vivienda propia era mucho dinero. La idea de la invasión, esa idea martillaba de vez
en cuando y, cada vez que recordaba, siempre tenía ganas de ir a donde su amigo Kiko,
para decidirse de una vez por todas.

Ya por la noche, Kike estrenaba su linterna de mano. Siempre quiso tener una. La
compró porque imaginó que cuando vaya a invadir un terreno le serviría de mucho.
Apagaba y encendía a cada rato apuntando a todos los rincones de su habitación. Todos
estaban vanidosos por lo que habían comprado. Karina con su perol, Kalo con su pelota
de cuero, Kelo con su submarino y Keni con su pelota de trapo que trataba de destrozar
con la boca, sin embargo, los niños le gritaban que no lo hiciera, quitándole para
arrojarla al aire nuevamente. Luego, Kenita corría sobre ella. Todos estaban felices.
KIKE, KIKO, y KENI
Keni estaba rara, parecía empalagada. De rato en rato, se paraba moviéndose de
un lugar a otro. Su lugar favorito era abajo de la mesa. De seguro que para quedarse
con la fragancia de la comida servida durante su siesta nocturna. Siempre estaba alerta
a cualquier extraño. Sus ojos de candela parecían fogatas cada vez que veía a personas
que pasaban cerca de su casa y, a veces, mostraba sus dientes como rabiosa y lista para
cualquier ataque. Ella era una fiera como nadie, pero una mansita y disciplinada con sus
dueños. Nunca fue al veterinario y nunca la llevaron para aprovechar las campañas de
vacunación y ser vacunada contra la rabia, distenper, sarna o parásitos. Además, los
amigos de Kike le habían dicho que los perros chuscos no se vacunan porque nunca se
enferman, no son delicados como los perros finos que necesitan cuidado; finalmente lo
vacunó.

Un día de estos, que los candidatos para la alcaldía hagan campañas de salud
aprovecharé en vacunarme, también haré que vacunen a mi perrita Keni ─señaló Kike─.

Kiko se sonrió de su amigo. ¡Estás loco! Las campañas de salud son para las
personas, no para los perros. Además, por la raza, tu perra durará muchísimos años
─agregó Kiko─.

Yo no quisiera que se muera nunca. Si eso pasara, mi Kelito se enfermaría y sabe


Dios qué.

Yo creo que tu perra tiene esa conducta porque creo que está por perro, ¿te has
fijado en ella?

Sí, yo también creo eso, que está por perro. Mañana mismo le consigo un perro
macho de raza para mi perra.

Si vas hacer eso, consíguete un perro Roy Wailer, para que salgan bravísimos,
espeluznantes como el viejo Kufín.

Soltaron los dos una risa burlesca; imaginándose más de lo que hablaron.
Mientras tanto, Keni alzaba la mirada, por momentos, a su dueño y a su amigo
imaginándose cosas buenas o malas para ella moviendo al mismo tiempo su colita y
sacando unos suaves quejidos al escuchar la risa.

Ya había pasado una semana. Kike había conseguido un perro joven, novato, de
raza siberiana que tenía la melena de un viejo león macho, los brazos y piernas de un
campeón atleta, la cola de un zorro montañés y los ojos celestes. Este perro era de un
vecino militar el cual le puso de Nombre Akiles, pero en casa le llamaban Kiles. Keni, por
su parte, andaba feliz con su compañía, pero cada vez que la coqueteaban siempre le
mostraba los dientes y, a veces, mordía al pobre Kiles.
Un domingo, cuando sus dueños habían salido de paseo, Kiles aprovechó en
preñarla ya que, cuando estaban los dueños, Keni nunca estaba quieta por la distracción
que le daban jugando, corriendo, saltando, etc. Esa misma tarde, cuando todos
regresaron, Keni y Kiles ladraron de alegría, movían sin parar la cola y sus dueños
presumieron que ya Kiles había embarazado a Keni.

Todos en casa tenían bien puestos su cariño hacia Keni. Era la mejor amiga de
toda la familia, una verdadera compañera que nunca fallaba ni en ayuda ni en ser
guardiana de casa. Ella era tratada como un humano, mucho más que una mascota.
Tenía importancia en todos los aspectos familiares. También brindaba cariño a sus
dueños cuando se acercaba. Siempre estaba lista para cualquier cariño, diálogo, juegos y
luchas. Además de estar motivada, cuidada y protegida.
EL AMOR DE MI VIDA
─ Siempre estoy pensando en la casa chiquita, mi casa de ensueños, mi casa
grande en ilusiones, de amor y de paz. ¿Por qué no invadimos, Kike, a lo mejor nos va
bien? Yo he escuchado que muchas familias han tenido sus casas por invasiones y las
autoridades comprenden ─expresó Karina─.

─ Debes tener razón, pero, por ahora, no estoy tan convencido; aunque yo ya
estoy juntando más materiales que nos pueden servir para, rápidamente, instalarnos
─manifestó Kike─.

─ ¡Tú me dijiste que ibas a regalarme una casita chiquita!

─ Claro, claro que sí. Si en tres meses, desde el día en que invadamos, entonces
gastaremos nuestros ahorros y venderemos algunas cosas para construir una casa bien
hecha de material noble, chiquita como te la prometí.

─ Allí estaremos juntos hasta nuestra vejez. Yo cuidaré de ti y tú de mí ─dijo


Karina─.

─ Viejitos, viejitos… Uy, no podré cuidarte. ¿Te has puesto a pensar en la


muerte? ─interrogó Kike─.

─ ¡Claro! ¡Claro que sí! Y si me muero antes que tú.

─ ¡Silencio! ¡Silencio! Yo voy a morir antes que tú, porque yo quisiera que sea así;
yo quisiera que mi muerte no sea una verdadera muerte.

─ ¿Cómo así? ─dijo Karina─.

─ Me acuerdo de un poema que habla de la muerte del poeta MART, mi poeta


favorito y dice así:

DESEO UNA MUERTE


Yo deseo una muerte
que no te deje de ver,
que no te deje de tocar,
que no te deje de amar.
Que no tenga celos,
que no te deje de sonreír,
que no te deje de escuchar,
que no te deje amar.

Yo deseo una muerte


que no deje de escribir,
que no te deje de besar,
que no te deje de amar.

Que no te olvide,
que no tenga pena,
que no te deje abrazar,
que no te deje de amar.

Yo deseo una muerte


que no sepa que estoy muerto,
que no sepa de olvidos,
que no tenga dolor y sepa que estoy vivo.

─ Entonces, yo también quisiera que así sea mi muerte. Una muerte que sepa que
estoy viva ─con voz aliviada expresó Karina─.

─ Entonces nos vamos a morir tranquilos ─dijo Kike─.

Karina se sentó en el sofá. Entonces, Kike se acercó y fue a sentarse al lado de


ella. Eran las primeras horas de la tarde. Casi todo era silencio. Apenas dos vocecitas,
exiguamente, se escuchaban de los niños desde el otro ambiente de la sala. Se sentaron
justo al frente de la pared donde se exhibían cuadros de paisajes suizos y, al costado,
uno de los enseres favoritos de Kike donde guardaba celosamente algunos documentos
personales y, de manera especial, sus obras poéticas favoritas de algunos autores
peruanos y mundiales. Siempre estás maravillosa —le dijo─. Y tú siempre galante,
sonriente y seduciéndome ─dijo Karina tocándole la pierna a la altura de la rodilla, al
mismo tiempo que se recostaba sobre los hombros de su esposo─. Kike se quedó en
silencio y abrazó suavemente la espalda de su esposa.

Tienes un olor a caramelo, mi amor ─dijo Kike─.

Ja, ja, ja… ¿Qué me querrás decir? ¿Y no te gusta eso de mí, acaso, que una
mujer huela a dulce y a caramelo? ─Preguntó Karina─.

En aquel momento, parecía ser la realización de toda la felicidad que la familia


sueña, y Kike la miraba y oprimía más y más a ella, caluroso de amor. Él besaba parte la
sien de su amada y sus manos entrelazaron los dedos de ambos apretándose en uno
solo. Mudos, por unos instantes, se acariciaron sin parar. Luego, ella gira y mirándose
cara a cara. Los corazones acelerados, sin ser distraídos por nada ni nadie. Las voces de
los niños se iban perdiendo en sus caricias. Luego, profundos besos. Dulces, pero tan
dulces  como los caramelos. Se mezclaban en milésimas de segundos por promesas de
amor, por los hijos y por la casita chiquita y linda. Dos personas se entregaban con
pasión uno al otro demostrando todo el amor que se tenían y tendrán. E 
inmediatamente, y como saliendo del éxtasis en que estaban, volvieron a la realidad. “No
existe amor en paz. Siempre viene acompañado de agonías, éxtasis, alegrías intensas y
tristezas profundas”. Es una frase de Paulo Coelho ─dijo Kike─.

─ ¿Te acuerdas cuando nos conocimos? No sé en qué momento te metí en mi


corazón. Nunca olvidaré ese momento, ni mi primera cita en la playa ─recordó Karina─.

─ ¡Claro! Yo bebí el primer sorbo de amor y nosotros, los hombres, tenemos


alguna razón al decir que cuando una mujer nos mete en su corazón es por algo bueno.
Eso es inexplicable. Incluso, la mujer daría su vida por el hombre al que ama. ¿No es así?
─dijo Kike─.

─ ¿Tú qué crees? ─preguntó Karina─.

─ Bueno, pienso que el placer, la inteligencia y la comprensión son


fundamentales. A veces, jugamos como el gato con el ratón; ya lo agarra, ya lo suelta. Y
por último, si el ratón no anda listo, concluye por atraparlo de veras. Así que eres tú, mi
ratoncita. Eres la reina de mi corazón, a quien adoro ─concluyó Kike─.

─ Te amo ─murmuró Karina con el acento de la pasión más vehemente─. ¿Me


amarás toda la vida, Kike?

─ Tú conoces mi respuesta.

Húmedos, llenos de amor, los ojos de Karina miraron tiernamente a su esposo


prometiéndole un mundo de felicidad.

─ ¡Oh, qué feliz! —dijo Kike─.

Los niños, desde el otro ambiente, sospechosamente en los instantes en que sus
padres estaban conversando, callaron por escuchar la conversación. Kelito, con agudo
oído, había prestado atención sobre la muerte y el amor, pero tuvo más miedo sobre “la
muerte”. En sus ojos, se reflejaban el miedo y las ganas de llorar. Su hermano Kalo no
se había dado cuenta de nada. Kelito se puso triste. Las lágrimas comenzaron a
descender de sus ojos, lentamente, por sus tersas mejillas. Estaba tan aterrorizado que
decidió irse hacia sus padres.

─ ¿Nos vamos a morir todos, papá? ¿Cómo debo de morir yo? ─Casi sollozando
preguntó Kelito─.
─ ¿Tú no puedes morir, solo los adultos? ─Dijo Kike─. Dios no deja morir a los
niños y, si eso sucede, solamente los hace dormir. Luego, les pone alas y se los lleva al
cielo.

─ Sí, yo he escuchado que nosotros somos angelitos.

─ Exactamente. Ya ves que tú nunca morirás. Los angelitos nunca mueren


─afirmó Kike─.

─ ¿Y mi hermano Kalo, también puede morir? ¿Tú seguirás siendo mi padre en el


cielo?

─ Todos somos hijos de Dios, pero hay que rogar a él que nos permita que, hasta
en el mismo cielo, me llames papá ─agregó Kalo─.

Muy buena la idea ─intervino Karina─. Que, por parte mía, me permita también
Dios que siga siendo tu esposa. Kike no sabía qué más responder a las ideas de su
familia. Quedó un poco asombrando de sus hijos. Miró hacia el techo, juntó sus manos
cerrando sus ojos e imploró a Dios para que los escuche.
DENUEDOS
Eran los últimos días del mes de junio, época del frío. Días en que, pocas veces,
se veía al sol resplandeciente. Días húmedos y fecha en que las personas se cuidaban de
todo tipo de enfermedades. El viejo Kufín, caminaba de un lado a otro, con las manos
hacia atrás, abrigado con una chalina gruesa. Apenas se le veía su cara. Mostraba estar
de mal humor con sus inquilinos. Refunfuñaba por todas las cosas que veía a su
alrededor y, entre sus arrebatos, decidió tocar la puerta de sus arrendatarios. Entre ellos,
la de Kike que, por suerte, no estaba. Desde el interior de la casa, Keni ladraba
ferozmente haciendo que se enrabie más el viejo Kufín quien, por instantes, golpeaba
con puntapiés la parte inferior de la puerta, gritando y amenazando matar al perro. Eran
evidentes los sentimientos de ambos. Se odiaban hasta la muerte. Cada quien tenían sus
razones.

Unas horas más tarde, cuando todos regresaron del paseo, nadie tenía ganas de
conversar. Se sentían relajados, sin preocupaciones y felices. Keni movía su cola y
ladraba de rato en rato. Estaba intranquila y los niños, excepcionalmente ese día, no le
hicieron juegos y la ignoraban.

El reloj apuntaba las cinco y media de la tarde del domingo y el sol ni se dejó ver
un instante. La tarde pesada, igual que las nubes oscuras, corrían por el espacio,
lentamente, como amenazando llover. Las brisas enérgicas y húmedas hacían sonar las
ventanas y las puertas que estaban frente a la calle.

Por cierto, hoy tenemos que pagar el alquiler a Don Kufín ─ dijo Kike mientras se
arropaba con su casaca dril y chuyo de diferentes colores que, cada vez que se ponía,
sus hijos soltaban la risa diciendo que se veía como un duende gigante─.

Sí, me estaba acordando de eso. Tenemos que pagar y, preferible, vas tú a su


casa antes que nos toque la puerta y nos cause molestias ─manifestó Karina─.

Sí, sí. Mejor voy yo. No quiero que venga a cobrarme. Debemos irnos a otra parte
a vivir. Nunca me gusta el modo con que cobra ese viejo. Me desagrada totalmente. En
ese momento, en que termina de hablar, se escucharon los golpes secos y persistentes.
Karina se quedó frenética de solo pensar que fuera el viejo Kufín. Su esposo, le
hizo un gesto con la cabeza comunicándole que se tranquilice. Sin embargo, Keni,
inmediatamente, comenzó a gruñir queriendo lanzarse sobre el viejo Kufín cuando
apenas se le abrió la puerta.

─ ¡Mi pago! Lo necesito ahora, no hay excusas de ningún tipo. Lo necesito ahorita
y también le comunico que tiene cinco días para deshabitar la casa. Los servicios de agua
y luz están por las nubes, caso contrario acepte pagarme el treinta por ciento más del
total ─dijo el viejo como queriendo escuchar la aceptación de Kike─.

─ ¡No es justo! Cómo voy a pagarle el treinta por ciento más. Usted sabe que no
puedo. Tampoco tengo muchos artefactos, así que no puedo. Además, cinco días para
deshabitar la casa me parece injusto. Por lo menos, deme este mes al mismo precio y le
prometo dejar su vivienda.

─ ¿No puede? Entonces ya le dije. Tiene cinco días para deshabitar mi casa. Y
ahora, cancéleme lo del mes ─dijo el viejo Kufín─.

Detrás de Kike, estaba Keni mostrándole los dientes amenazadores. El viejo, por
momentos que dejaba de conversar, le hacía gestos con la cara a manera de burla. El
viejo y el animal, por ratos, se miraban de reojo como salvajes con amenaza de atacarse
primero. Keni arrastraba el odio recordando el tremendo puntapié que recibiera cuando
apenas tenías dos meses de nacida y que éste le propinó en unos de esos días de
cobranza, sin motivo alguno.

─ Tome el dinero. Está completo. Lo del aumento, déjeme pensarlo, don Kufín.
Usted sabe que nosotros vivimos con lo necesario, así que, le ruego, que tal vez sea un
quince por ciento más y hacemos nuevamente el contrato ─Kike contestó casi sin tener
otra oportunidad a decidirse─.

En él había algo sumamente conmovedor e intenso en sus palabras. No sabía


disimular su honestidad y sinceridad. No solo con su familia, sino todas las personas
cercanas a él; sabían que le era difícil disimular algún problema. Su esposa se dio cuenta
en el acto que algo había pasado entre él y el viejo.

─ ¿Qué te ha dicho don Kufín que tienes la cara desalentada? ¿Has discutido con
él? ¿Qué pasa, dime?

─ Nos quiere aumentar el treinta por ciento más del alquiler. También tenemos
cinco días para desalojar la casa; de lo contrario, aceptamos el nuevo contrato ─dijo
Kike─.

─ Dios mío, no sé qué es lo que nos está sucediendo y tengo miedo. ¿Qué decidir?
No estamos en condiciones de pagar más. ¿Adónde vamos? ¿Qué hacemos, Kike? ─Dijo
muy apenada Karina─.
─ ¡No lo sé! No tengo idea. De verdad, no lo sé. Kike contestó sin más ganas de
seguir trabajando.

La noche cubría silenciosamente la casa y apenas una garúa empezaba a sentirse


por algunos espacios. Las ganas de continuar el trabajo ya no fueron las mismas. La
preocupación del alquiler había trastornado todo de tal manera que, moralmente, nadie
quería hacer nada. Los niños no se percataron de lo sucedido ya que por ratos jugaban y
trabajaban, mientras que a Keni se le veía triste en un rincón de la casa.

─ ¡A la invasión! Sí, a la invasión. Correremos el riesgo, qué importa, Kike, pase lo


que pase ─dijo Karina─.

─ Aunque me da miedo, debo confesarte. Y lo digo por mis hijos y por ti ─dijo
Kike─. Si es así, decidamos mañana temprano e iré a ver a Kiko, es cuestión de actuar.

En esas calles largas y anchas de la ciudad, se veía muchos pordioseros


extendiendo sus manos a todo el mundo por unas monedas cual si fuesen peajes
humanos que marchaban a diferentes direcciones. En su camino, Kike veía algunas casas
imaginándose algunos modelos para su futuro hogar. La casa prometida. Chiquita y con
un tragaluz en forma de triángulo, un pequeño jardín lleno de flores y muchas cosas
más.
Estaba distraído en su rumbo cuando, de pronto, se encontró con su amigo Kong.
Ese amigo de rasgos chinos, un floreciente comerciante en la venta de materiales de
electricidad. Tenía un sinnúmero de clientes ya que sus precios eran justos y sus
productos de calidad. Kike era uno de sus clientes ya que también recomendaba a otras
personas cuando les hacía trabajos de construcción. El saludo fue muy agradable, sin
embargo, Kike no pudo ocultar su angustia y preocupación que pronto terminó por
preguntar a manera de consejo a su cliente amigo.

─ Me han aumentado la pensión del alquiler y tengo plazo para decidir en pagar el
treinta por ciento más o, caso contrario, desocuparé la vivienda. ¿Qué debo hacer?
Aunque te debo decir que estoy a punto de invadir unos terrenos con un grupo de
amigos en las afueras de la ciudad ─dijo Kike─.

─ Uhm, uhm… Debe ser difícil para ti y tu familia. Te comprendo, sé que los
trabajos eventuales, a veces, van bien y, a veces, mal. Si no te alcanza, creo que debes
decidirte por la invasión ─Dijo Kong─.

─ ¡Sí! ¡Sí! Claro que sí, pero lo que pasa es que mi esposa está adoleciendo un
malestar y me tiene preocupado. Más, con mis hijos que están en el colegio, no me
alcanza.

─ Entonces, decide invadir. Reúnete con tus amigos, toma tus precauciones y,
luego, procedes. Cuenta conmigo en algunas cosas que te puedo ayudar. Tengo algunos
materiales en desuso que te pueden servir de algo, si los sabes aprovechar. Ojalá te
vaya bien, amigo ─dijo Kong─. Y ahora que me acuerdo, le diré también a King para que
te ayude con cosas de gasfitería. Le conversaré sobre tu problema. Cuenta con nosotros.

UN MAL DIA PARA TODOS


La cola llegaba hasta el otro extremo de la calle. La gente aún no terminaba de
ordenarse. Cada quien con sus mascotas de diferentes razas. Los curiosos reían de
algunos perros por la forma en que habían sido vestidos. En una de las carpas, estaba el
alcalde muy risueño y conversador con los primeros de la cola que, de rato en rato,
acariciaba algunos perritos que le eran simpáticos.

Alguien le había dicho a Kike que no vacunara a su perrita contra la rabia cuando
está preñada, porque podría matar a los cachorritos o provocarles malformaciones. Así
que decidió en la campaña de vacunación, hacerlo solo contra las enfermedades
parasitarias. Ya estaba preñada de unos veinticinco días y casi no quería comer. Solo
husmeaba algunos alimentos y se iba al techo de su casa. Caminaba todo cansada. No
tenía muchas ganas de jugar, saltar, ni muchos menos ladrar. Sin embargo, cuando veía
al viejo Kufín, pretendía imponerse con mucho arrojo y ladraba con excesiva saña. A
veces comía huesitos de pollo y cabecitas de pescado. Kelito la engreía mucho y la hacía
recostar sobre su regazo. Ella parecía debilitada, e incluso sus ojos a veces parecían
apagarse. La tenían consentida todos los días desde que supieron que estaba
embarazada. La cuidaban como una hermana, la acariciaban y le daban todo tipo de
comidas preferidas; menos y como siempre el chaufa que no le gustaba. Por las tardes,
cuando el sol en el ocaso se desvanecía y la brisa se apoderaba del cielo, la humedad y
el frío hacían encogerse a todos. Los niños le preparaban su camita en el rincón de la
escalera, junto a una caja de cartón para el día que nacieran sus crías.

Kelito dormía a sobresaltos temiendo que pasara algo durante la noche. De vez en
vez, cogía la linterna de su padre y alumbraba, desde la ventana, a su mascota para
cerciorarse de que todo estuviera bien.

Al término de los cinco días, el viejo Kufín advirtió a Kike que abandonara la casa;
caso contrario, en veinticuatro horas, el mismo desalojaría sus pertenencias. Kike, en voz
de ruego, expresó: “Don Kufín, por todo el tiempo que tengo de inquilino, por lo menos
concédame medio mes para poder conseguir otra vivienda. Yo le cancelo por esos días
demás; por eso no se preocupe.

─ ¡No! ¡No! Otras personas quieren alquilar. Yo no puedo perder dinero por usted.
Salvo que se animen, definitivamente, a aceptar con el treinta por ciento más; si no, ya
le dije. No me hagan perder más el tiempo. No quiero más sus sermones ni sus súplicas
─protestó el viejo Kufín─.

─ Está bien, nos veremos por la noche. Voy a conversar con mi esposa. Tenga
paciencia y comprensión, por favor ─invocó Kike─.

─ Si se pasa un día más, iré a cobrarle hasta el último rincón de la tierra. Mañana
no quiero verlo aquí en mi vivienda. Además, me fumiga la casa porque ese maldito
perro que tienes dejará sus pulgas y garrapatas ─terminó rezongando el viejo─.

─ Está exagerando, don Kufín. Está tratando de humillarme. Debe tener en cuenta
que el mundo es redondo y todo da vueltas ─replicó molesto Kike─.

El viejo se retiró murmurando, amenazando con expulsarlos. Diciendo, además,


que traería a la policía. Tenía muchos amigos de toda índole. Nadie dudaba de que
pidiera ayuda a algunos de ellos para humillar y lograr desalojar a Kike. En el interior de
la casa, abatido moralmente, sin tregua y sin apetitos de nada, abrazó a su familia
fuertemente y, musitando a su esposa al oído, dijo. “Que Dios nos ayude a tomar
decisiones”. Sus hijos, comprendiendo la situación, también le pidieron abandonar la
casa. Kelito abrazó a su padre mientras Kalo abrazaba a su madre, que la vio con los
ojos a punto de llorar. Karina, sin poder contener sus lágrimas, las sintió correr
rápidamente por sus mejillas. Keni, desde su rincón, gemía al mirar a sus dueños. De
pronto, un silencio profundo, extraño e insólito ocupó la casa por varios minutos. Y, en
ese instante, al cabo de unos veinte minutos, un golpe continuo y rápido en la puerta
sonó. Karina se dirigió presurosa a atender dándose con la sorpresa que era su amigo
Kiko.

Kike, tenemos formado un grupo de treinta y tres personas dispuestas a invadir,


pero previamente tenemos que reunirnos en la vivienda de Kevin Alcóber para
organizarnos. Ya lo tenemos conversado. Solo estamos esperando contar con tu apoyo y
liderazgo.

Me parece bien. Yo estaré en esa reunión. Pasemos la voz a muchas más


personas. Yo les diré a los inquilinos del viejo Kufín. Estoy decidido ─dijo resueltamente
Kike─.

Pero Kike no es que ofrecía resistencia a las decisiones, eso devenía de un modelo
de vida ya que sus padres le enseñaron a ser una persona independiente y a hacer
conforme lo que él considere de acuerdo a sus principios y a sus valores inculcados de
sus padres. Lo realmente importante no era la decisión en sí, sino las consecuencias y lo
hacía por su familia, pero esta vez, con la cantidad de interesados en invadir, el éxito
parecía garantizado. En las reuniones que tuvieron en los próximos días, ninguna
persona influyó sobre cosas negativas; muy por el contrario, las expectativas de todo lo
informado respecto a los terrenos a invadir favorecían positivamente a todos.
Uno de esos días, Keni estaba más rara de lo normal. Su conducta era
incomprensible. Kelito, que se había dado cuenta, informó a sus padres y a su hermano.
Estaba preocupado. Sin embargo, su padre se expresó diciendo que, a lo mejor, debe
ser la reacción de la vacuna. Y, además, como está preñada, puede haberle dado alguna
obstrucción adversa. Ya le pasará.

Karina, empaquemos algunas cosas. Es posible que mañana tengamos que salir;
nos iremos a invadir. Llevaremos algunas cosas básicas y, las otras, las encargaremos a
alguien. No tenemos más tiempo. Ya los días están pasando. He conversado con don
Kufín y me ha dado tres días más. Tuve que pagarle hasta hoy. Nos iremos debiéndole
esos días ─dijo Kike─.

Karina se llenó de valor ante la decisión de su esposo. Abrazó a sus hijos


fuertemente dándoles algunas recomendaciones.

En una de esas reuniones, Kike fue elegido como líder del grupo. Todos eran
personas necesitadas. Todos eran inquilinos. Todos tenían casi los mismos trabajos.
Todos tenían resuelta la invasión sí o sí.

─ “En la vida nos encontramos constantemente situaciones que requieren de


nosotros tomar decisiones; pero tenemos que dar algo a cambio y, lo que ofrecemos,
son nuestros sacrificios por nuestras familias, nuestros hijos, nuestros derechos. Sé que
es difícil, pero sé muy bien que Dios está con nosotros”. Fue lo que dijo Kike a todas
las personas en la última reunión previa al día de la invasión.

Se pusieron de acuerdo en conseguir banderas, palos, alambres, esteras, velas,


linternas, plásticos, etc. También habían hecho un padrón de ocupantes. El número
exacto alcanzado era ochentaicinco familias.

Al día siguiente, aparece don Kufín con dos policías. Tocó la puerta fue atendido
por Kalo y Kelo. No pudo hacer nada, toda vez que la policía no podía actuar ante la
presencia de los niños. Sin embargo, el viejo Kufín insistía a la policía en sacar las cosas
afuera de la vivienda y que allí esperen los niños a sus padres. El viejo refunfuñaba y
miraba con ira a los niños. Kalo y Kelo tenían miedo y abrazaron fuertemente a Keni
para que no se enfrentara ya que la perrita estaba rezongando y a punto de atacar a don
Kufín. El viejo propuso pagar a uno de esos policías que había contratado para que
disparen contra Keni. Los policías no accedieron dándose cuenta del abuso y exageración
por parte del viejo. Había pasado un días más del plazo establecido y Kike prometió
pagarle en cuanto se reubique.
LA INVASIÓN
Un terreno baldío fuera de la ciudad, fuera del mostro de un millón de cabezas
como lo dijera Enrique Congrains, fue invadido inmediatamente a las seis de la mañana.
Cuando el sol apenas se resistía a salir de su aurora, rápidamente se instalaron.
Pareciera que el astro rey estuviera temeroso. Algunas nubes largas y sombrías, a la
deriva, se movían por todos lados. Varios perros ladraban de alegría. Kike y otras
personas lideraban la invasión. Todos azuzados por la prisa de buscar la mejor posición.
Allí, el ambiente lleno de desperdicios, animales muertos, fierros, latas con orín y olores
nauseabundos dificultaban la limpieza y posición; pero la necesidad y el ánimo no fueron
ninguna desavenencia a su propósito. Ancianos, niños, hombres y mujeres entusiastas e
impetuosos comenzaron la faena. Los ancianos jorobados, al igual que sus báculos, poco
a poco avanzaban la limpieza. Las mujeres y los niños, como gallinazos, buscaban en un
muladar cerca al terreno algunas latas, cartones o madera que sirviera para la
construcción de sus casuchas. Los hombres empezaron a topografiar caseramente el
terreno. Convocaban a reunión tres veces por semana con el fin de formalizar el terreno.
Todos estaban entusiastas. Era un nuevo pueblo que había nacido de las entrañas, como
parto, en medio de gente necesitada.

Ya habían transcurrido tres quincenas y todas las ilusiones parecían haberse


concretado. Las casuchas, unas que otras bien hechas, flameaban la bicolor como si
aquello metaforizara rojo, el sacrificio y blanco, la paz de sus derechos.

El sol rayaba todos los días, débilmente, y, unas horas después de su aurora, se
abría sobre el espacio comenzando nuevos días y nuevas obras. La algarabía de que todo
estaba saliendo bien, hizo que las próximas semanas terminaran algunos detalles en
instalaciones y urbanidad.

Ninguna autoridad hacía presencia al lugar. La pequeña casita de Karina se había


hecho realidad. Aún no estaba tal y como la habían diseñado en su construcción, pero sí
demostraba laboriosidad, limpieza, y orden. Todo era rústico. Las cosas estaban cada
una en su lugar. Incluso un pequeño espacio con ladrillos solo puestos, uno encima de
otro, era para Keni. La cocina daba con la calle del costado donde, algunos vecinos, ya
habían empezado a sembrar geranios y gras además de pequeños arbustos.

Kike y su familia, se habían quitado de encima “el alquiler”; aunque los servicios
se necesitaban como pan de cada día. Todos eran pobres y se dirigían muy temprano a
buscar cualquier trabajo. La rutina era una épica jornada. Salir temprano y venir por las
noches. Todos tenían trabajos mal pagados por lo cual sometían a su familia a una
indigna economía del hogar.

Por las noches, desde lejos, se oía en aquel pueblo naciente los aullidos de los
perros. Se veían minúsculas lucecitas de velas como luciérnagas en el infinito. Todas las
noches, las estrellas y la luna acompañaban celosamente hasta el día siguiente en que
apareciera en sol.

Una mañana, se escuchó en la radio sobre la invasión. Los que oyeron corrieron a
donde Kike y comunicaron con detalles las noticias.

─ ¡Kike! ¡Kike! ¡Kike! He escuchado tu nombre en la radio. Que estamos


apropiándonos de un terreno de propiedad del estado, conjuntamente, con cien familias
y no van a permitir que reine la anarquía. Estas noticias vienen anunciadas por parte del
municipio ─expresó uno de los moradores─.

Kike se sorprendió, como no queriendo escuchar. Algo de miedo le invadió en


milésimas de segundos. Luego, reaccionó indubitablemente y mostró su rabia. Se llenó,
al mismo tiempo, de valor. Cerró sus ojos un momento y, haciendo puño, tragó saliva y
luego habló lo siguiente: Ya estamos en ésta y no hay marcha atrás. Lo haremos por
nuestras familias y tendremos que luchar contra quien sea. Ubiquen a Kiko. Kevin, es
necesario tomar nuestras estrategias. ¡Vayan pronto! ¡Vayan pronto! ─Exclamó─.

Al día siguiente, después de una reunión entre todos los moradores, las cosas
eran preocupantes. Ninguno mostraba nerviosismo ni pesimismo. Todos eran como
hermanos y a un solo lema “Retroceder nunca; rendirse jamás”. Cada quien aportaba en
ideas, resoluciones, estrategias y orden en hacer las cosas. Confiaban en su líder,
respetaban los acuerdos y finalmente, mostraban fidelidad en las acciones.

Sí Kike, pero tenemos que alertar y preparar a la gente para posibles


enfrentamientos o regularizaciones de documentos. Hay que estar precavidos en todo
─manifestó Kevin─.

Tienes razón. Inmediatamente, reunamos todos los expedientes de los vecinos


con los documentos que ya hemos pedido a cada uno de ellos. Quiero que estén en regla
─contestó Kike─.

Sí, me encargaré de comunicar a todos. Voy de prisa. Les diré que hoy por la
tarde tenemos una reunión de urgencia en mi casa. Hay que hacer estas cosas sin
desesperación, para no causar pánico a la gente ─agregó Kevin─.

Antes de que empiece la reunión, los asistentes musitaban sobre las noticias. Las
mujeres, algunas de ellas con hijos en brazos y amamantándolos, mostraban fuerza y
razón para seguir con sus propósitos. La fe y la esperanza es lo último que se pierde
─alguien dijo por allí─.

Desde el fondo de la casa de Kevin, aparecía el hombre más importante. Aquél


que, con tan solo mirarlo, daba fuerzas y coraje ya que sus contribuciones ideológicas y,
sobre hechos, mostraron siempre confianza y resistencia frente a cualquier pesimismo
por el bien de todos.
Kike era una persona única, eminente, y maravillosa. Lleno de energía, de
ensueño, de inspiración, de experiencia. A veces, sin escrúpulos debido a las vicisitudes
que la vida le había dado. Rara vez mostraba intolerancia y crueldad y, si lo hacía, tal vez
lo era por los golpes de la vida. Lo que sí, siempre era, tierno con su familia y exigente
con sus compañeros. Siempre activo y dinámico.

Todos estaban en silencio. Ni siquiera los niños hicieron bulla. Desde un ángulo de
la casa, saludó a todos y expresó lo siguiente: Señores amigos, madres e hijos vuestros.
Sabemos que las autoridades municipales tienen conocimiento de este hecho social y
están tomando sus asesoramientos legales para tratar con nosotros, pero estoy tratando
de enfrentar a ellos con documentos: memoriales, constancias de registros públicos en
que consta que ninguno de nosotros tenemos viviendas propias, además copias de
nuestros D.N.I. Así, como también, partidas de nacimientos de nuestros hijos.

Nosotros sabemos que somos parte del déficit de casas en el país y que el estado
nunca nos incluirá en programas de adquirir formalmente una vivienda propia y con
facilidades de pago, toda vez que no somos empleados públicos y no tenemos un trabajo
que justifique nuestros ingresos. Amigos, vecinos… estamos en este hecho. Pediremos el
pleno respeto de nuestros derechos humanos y estoy seguro que no tendremos ningún
costo humano, pero también estaremos alerta a los engaños, promesas de quienes
aparezcan en nuestras ayudas so pretexto de formalizarnos y legalizarnos. Estaremos
alerta y, mientras tanto, nuestros ranchos con nuestras banderas flamearán en estas
brisas frescas, en este sol que cada día nos acompaña mientras delimitemos nuestro
territorio conquistado, exclusivamente nuestro. Aquí estaremos, aquí esperamos, aquí
lucharemos, aquí moriremos en esta tierra, este lugar que hemos hecho nacer.

Se firmaron actas de la reunión, se pidieron cuotas para gastos corrientes de las


personas que lideraban esta causa, todos los ocupantes estaban felices. En más de una
ocasión muchas personas se acercaban a conversar con Kike, dándoles ánimos y apoyo
para que prontamente las autoridades legalicen y formalicen sus posiciones.
LOS SÍNTOMAS, UN MAL AUGURIO
Era el mes patrio, el mes rojo y blanco donde se mezclaban muchos héroes de
familia. Todos los peruanos se sentían más nacionalistas que nunca. Los sentimientos
hacia la tierra natal se concebían ligados, especialmente, a la historia, la cultura, los
valores y los afectos. Estas celebraciones coincidían justo, con las vacaciones de los
escolares quienes exhibían en sus pechos pequeñas escarapelas como materialización de
un sentimiento humano hacia la patria.

Asimismo en las casas, establecimientos, instituciones públicas y privadas,


escuelas, restaurantes, etc. Era extremadamente raro ver si algunas de ellas no izara
sobre sus techos nuestra bandera.

Casi en un setenta por ciento de los invasores habían provenido de la guerra


interna del terrorismo. Otros tantos, producto de la pobreza ya que, un tiempo atrás, el
gobierno de turno conformó en el congreso comisiones de trabajo interinstitucional para
materializar la ayuda a los familiares de las víctimas de la guerra interna.
Lamentablemente, no se manejó esta ayuda con justicia a muchas familias. Sin
embargo, algunos de los invasores solo quedaron en ilusiones. Otros, a pesar de
suscribirse y estar en el acta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, no
fueron beneficiados con ningún tipo de reparación ni ayuda social como salud, vivienda,
etc. Y hasta otros servicios básicos como la dotación de luz, agua, desagüe y titulación.

Todo ello hizo que, por muchos años, las personas hayan incurrido a las
invasiones por todos los alrededores de la ciudad y que, en la mayoría de casos, no se
les haya podido desalojar. 

Kike, no solo contaba con los documentos de todos los pobladores en mano, los
que se pidió en un principio, sino con pruebas de ingresos económicos y escritos de ser
reconocidos como víctimas del terrorismo. Habían acudido a representantes del COFOPRI
causando polémica contra la entidad municipal, aduciendo que hay normas que priorizan
la entrega de terrenos ocupados a informales y que, por la realidad que presentaban,
eran cuestiones de sensibilizarse y formalizar los terrenos de propiedad privada
aplicando, en todo caso, normas municipales de reconocimiento y adquisición.

No tenemos culpa del descuido del estado y la debilidad de nuestros poderes que
hoy quieren, incluso, aprovecharse de la idiosincrasia de nuestras familias para
ilusionarnos y, especialmente en estas campañas, de prometernos pronto la titulación de
estos terrenos. Queremos que las autoridades respeten los principios constitucionales ya
que, por encima de todo, están los derechos humanos ─manifestó Kike a sus
colaboradores─.
No nos dejemos llevar por personas con intenciones políticas que quieran
ayudarnos. En estos días, nos hemos dado cuenta que hay jóvenes encuestadores que
nos están sacando información familiar y laboral ─dijo la Señorita Kayla Ruprech─.

Si esto nos llevara al poder Judicial se iniciaría una batalla de muchos años.
Tenemos que confiar en un buen abogado que represente, verdaderamente, la Justicia
─agregó la señora Katherine─.

Kike se sintió complacido de la ideas expuestas por sus colaboradores. Sin


embargo, agregó que era necesario tener contactos con alguien del municipio y, en todo
caso, pedir audiencia con la autoridad municipal.

Ya estaban mes y medio en posesión. Las cosas parecían enfriarse cada día que
pasaba. Keni estaba delicada y comía muy poco a pesar que le daban de comer en la
boca y mimándola. Volteaba su cuello hacia el otro lado. A veces, se paraba y se iba a
echarse a otro sitio. Los niños preocupados, y sin poder hacer nada solo, esperaban un
poco de tiempo.

Esa tarde, Kike y sus hijos se pusieron a arreglar su casita con mejores acabados.
El único problema es que no contaban con los servicios básicos, pero él ya había
adelantado con instalaciones de electricidad y gasfitería gracias a las cosas que había
guardado durante muchos años. Algunos de ellos regalaban, solidariamente, materiales a
sus vecinos así, como también, asesorando y ayudando personas a mejorar sus casitas.

─ ¡Kike! ¡Kike! ─Exclamó Karina─.

─ ¡Qué pasa! ¡Qué pasa! ─Aterrado, corrió presuroso desde la sala hacia la
habitación al llamado de su esposa. Detrás de él también lo hicieron sus hijos─.

─ Me siento mal. Nuevamente mis dolores. No soporto más estar parada. No


quiero dar un paso más. Llévame a un hospital, ¡por favor! ─Rogó Karina─.

─ ¡Claro! ¡Claro! ─Dijo él pidiendo, al mismo tiempo, a Kalo que se encargara de


su hermano.

Kalito se quedó preparando las golosinas junto a su hermano y, por los agujeros
de la casita, pasaban corrientes de aire frío. La tristeza de los niños se dibujaba en sus
rostros. Especialmente en los de Kalito. Las horas avanzaban y la noche abrazaba la
soledad de los pequeños. Se sentía como si nadie viviese por allí. Incluso arriba, hasta el
cielo adverso no contaba con la luna ni con las estrellas.

A eso de las ocho de la noche, los pequeños, unidos con una sábana, se
abrigaban en una piedra en forma de banquito en la puerta de su casa. Mirando, de rato
en rato, a todas direcciones la llegada de sus padres. Llevando dolor, preocupación y
angustia cada minuto que pasaba. Kelito disipaba algunas lágrimas sobre sus mejillas,
simuladamente, sin que su hermano lo notara. En el interior, Keni estaba embargada
también en la tristeza de su malestar sin recuperación alguna.

En el hospital, las atenciones por emergencia, eran de nunca acabar. De un lado a


otro, Karina se movía acompañada de su esposo hasta ser atendida. La impaciencia no
solo era por su salud, sino por la preocupación de sus hijos.

Muy bien señora usted presenta un cuadro de genecorragia por descompensación


abrupta; es decir, un sangrado en su útero. Inmediatamente, necesito unos análisis,
ecografía e, inexcusablemente, descanso absoluto ─dijo el médico─. Doctor, dígame la
verdad, ¿cuál es el pronóstico?, ¿a qué se debe esto? ─Preguntó, nerviosamente, Kike─.
No puedo adelantarle nada. Pero le soy sincero solo a usted, se trata de un cáncer de
primer grado. Por eso necesito los análisis y las ecografías. Posiblemente y ojalá se trate
de una endometriosis, mejor dicho, desórdenes del útero, menstruación, y, en todo caso,
debemos descartar algún tipo de tumor. Ojalá no deba afectar a ningún otro órgano.
Riñones, ovarios, trompas u otros ─explicó el doctor; le pido serenidad; la prevención es
importante en la salud de las personas. Creo que estamos a tiempo. Tenga fe y pida a
Dios que todo salga bien.

Kike estaba preocupado y Karina estaba triste. Miraba, de rato en rato, a su


esposo, pero esa misma noche realizaron los análisis de sangre, ecografías y otros
exámenes más y, hasta esperar los resultados con citas a posterior, fueron a su domicilio
solo con algunos medicamentos paliativos.

Los niños estaban acostados. El trabajo terminado. Solo que les causó
desconsuelo ver a su perrita en mal estado. Si damos unos de esos medicamentos para
el dolor a nuestra perrita ─dijo Kike a su esposa─. Puede ser. Démosle. Me da pena que
mi Keni esté así. Dios calme su dolor.

Y así fue. Hicieron comer a Kenita la pastilla con un poco de agua y fueron a
acostarse. En su habitación, Kike recordaba aquél sueño que tuvo una vez y,
acomodando a su interpretación, se puso tenso y preocupado. Luego, se quebró en
llanto y en el profundo silencio de la noche, más oscura que nunca, la luna se había
escondido. Tal vez para no atestiguar su dolor. Lloraba impotente como un niño mirando
alrededor de su cuarto, escuchando el respirar profundo del dormitar de sus hijos. Se
levantó y se dejó caer de rodillas al borde de su cama implorando y pidiendo ayuda a
Dios.

En las afueras del asentamiento, el cielo se despejó y la luna aparecía presumida


junta a las estrellas. Abajo, las lámparas de cada una de las casas, como pesebres,
hacían sombras de la nada. Algunos perros, como fantasmas, saltaban y ladraban
contentos también de la nada. Se escuchaban vocecitas bajas a lo lejos como cuando
alguien trama algún secreto de pecado mortal. Kike se sentía más tranquilo después de
hablarle a Dios.
EN CASA, TODOS LUCHAN
En aquella casa chiquita, flameaba el símbolo bicolor de la bandera peruana
defendida en tantas luchas y sangrada heroicamente en batallas por la libertad de sus
tierras y de sus derechos. La casita humilde y de ensueños, llena de amor, de ilusiones,
era una más del montón; pero la mejor en detalles que las otras.

Desde que amanecía, el frontal de la casa recibía el crepúsculo matutino como un


girasol en todo su esplendor. En el mediodía, por su pequeño tragaluz de forma
triangular, el sol botaba como flechas sus rayos al interior de la casa expandiendo por
todos lados luces de bengala inimaginables. Por último, al final de la tarde, en el ocaso,
una luz tenue derramada y pintada de amarillo rojizo, se mezclaba entre nubes alargadas
dando las primeras horas de la noche.

En el interior del hogar, se encontraba Karina en su habitación. Estaba recostada


derrochando ternuras y breves sonrisas a sus hijos y, de rato en rato, los mimaba. Tal
vez haciendo esfuerzos y simulando estar tranquila y sin dolor. Al otro extremo, en unos
de los rincones de la casita, Kenita estaba en las mismas condiciones. Aquél animalito,
amiga como nadie, que robaba niñez en juegos y alegrías sin parar y por doquier, había
parido sus cachorritos muertos desde cinco días atrás. La encontraron lamiendo a sus
crías, gimiendo de dolor de ver que sus hijos no reaccionaban para nada.

Ya por la tarde, Kike, al llegar a su casa, cansado y debilitado por los trabajos de
todo el día, se sentó junto a su esposa y sus hijos. Y mientras conversaba con ellos, se
quedó profundamente dormido por cerca de dos horas. Él, a veces, se sentía tan solo y
tan triste que empuñaba su propia mano, cerraba sus ojos, derramaba unas lágrimas y
musitaba a Dios que siempre lo ayude, que no pasara nada a su esposa ni a sus hijos.
Ese día, estuvo más triste que nunca. Había estrechado entre sus brazos, largamente, a
su esposa y había llorado también inconsolablemente.

Una hora más tarde, Kike se dirigió a la casa de Kevin para detallar algunos
asuntos con respecto a los terrenos. Dejó a su esposa y a sus hijos por un momento.

A las siete y media de la noche, se escuchó un ligero y raro golpe en la puerta.


Kelito, presto, fue a atender. Keni, haciendo esfuerzos en medio de su debilidad, ladró
furiosamente ya que, olfateando, acertó que era el viejo Kufín. La perrita estaba en su
territorio. El viejo sabía que no debía actuar, sin embargo, apenas fue atendido por el
niño éste, indiscriminadamente y con gestos de odio y repugnancia, trató mal al niño. De
manera violenta preguntó por sus padres.

Kelito amaba a sus abuelos y los extrañaba a pesar de la distancia. Tuvo buenas
experiencias con ellos cuando, de pequeño, estuvo de visita al norte del Perú. Había
aprendido, a muy temprana edad, el valor que tienen el cariño, la ternura, la experiencia
y la paciencia a los ancianos. Sin embargo, el viejo Kufín, lo había defraudado
perversamente.

¡Mamá! ¡Mamá! Te buscan. Es don Kufín ─exclamó Kelito─. Karina, apenas oyó el
nombre, sintió escarapelar su piel y, en segundos, recordó sobre el saldo que le
quedaron pendientes cuando ellos habían abandonado la vivienda. Se dibujaba en ella
una mujer pálida y sin fuerzas. Levantóse de su cama con enormes esfuerzos y apoyada
en su hijo Kalo. Fue a atender al viejo Kufín. La mirada tierna, tolerante, pasiva…
Aunque estaba a punto de derrumbarse, resistió para atender al viejo.

He venido desde muy lejos. Ustedes saben que me deben y, no por las puras,
estoy aquí. Tienen que pagarme hasta el último centavo. He sido muy benevolente con
esperarles buen tiempo ─dijo el viejo en todo exigente─. Espere un momento, mi esposo
no está. No demora en llegar. Él si le pagará, es cuestión de media hora ─suplicó
Karina─. La veo demacrada, pues a lo mejor podemos arreglar esa deuda. Usted me
comprende a qué me refiero. Y eso quedará solo entre nosotros. Lo hago con buenas
intenciones de ayudarles ─dijo el viejo─.

Karina, paradigma de esposa fiel y abnegada, tenaz, trabajadora y amorosa con


sus hijos y llena de valores, quedó espantada. Al instante, llamó a sus hijos a acercarse,
estrechándolos fuertemente, como precaución del viejo Kufín. Ya le dije. Espere usted
afuera a mi esposo. Le pagaremos todo ─añadió con repudio Karina─.

El viejo turbado, poseído y enfurecido levantó la voz exigiendo que le pagaran


inmediatamente. Cogió del brazo haciendo presión en ella, jalándola hacia él. Kalo trató
de intervenir, pero fue empujado hacia el costado de la puerta. Karina trató de
defenderse sin soltar a Kelito quien inició un llanto desesperado. En ese instante, Keni,
arrebatada por la escena que veía, ladraba iracundamente y, cuando ella se acercó al
viejo, esquivo un feroz puntapié que de haberla alcanzado hubiese quedado muerta en el
acto. Seguía ladrando, moviéndose como boxeadora, de un lado a otro. También se llenó
de fuerzas, pese a su enfermedad, ya que en los últimos días había perdido un poco los
reflejos. El viejo soltó a Karina y trató solo de luchar con Keni. Ambos se pusieron
vertiginosos en sus ataques aunque las desventajas de uno y otro por la vejez y por la
enfermedad no amilanaban el matarse. El viejo Kufín jaló con fuerza su pierna hacia la
derecha esquivando una mordida atroz; y ella, otra vez, evadió la segunda patada que se
escuchó en el aire con la fuerza que hiciera con el pie. Finalmente, los embates no
favorecían a nadie. Hasta que allí nomás en cuestión de segundos, ambos agitados, pero
insaciables de victoria. Keni recibió una mortal patada en el estómago que hizo que
tambaleara cayendo pesadamente en el marco de la puerta. El viejo, alardeando de su
victoria y en el intento de dar un golpe de gracia, fue mordido en el talón de Aquiles. Los
nervios y los músculos de aquella parte del cuerpo, por la presión generada de la
mandíbula de Keni, hirieron horriblemente al viejo quien en un grito dramático y fuerte
dolor se puso en rodillas. Luego, se incorporó y huyó maldiciendo a todos.
Keni fue auxiliada seguidamente. Todos, asustados y llorosos, acariciaban a su
perrita. Le dieron una de esas pastillas que tomaba Karina para el dolor mientras la
acostaban en su lugar de siempre, en aquella puerta dueña y celosa de su casa nueva.

Al día siguiente, todos embargados en profunda tristeza y previendo tragedias


trataron de darle muchos cariños, preparándole todas sus comidas favoritas. Cada hora
que pasaba, jadeaba. Sus músculos se contraían y sus ojos se perdían de un lado a otro.
Por la tarde, cuando muere el sol, se apagaba también la perrita, aquella mascotita de
niños, aquella amiga fiel y leal, guerrera y princesa de casa chiquita. Expiró con todas
las glorias y amores, humanamente.
EL DIA D
Un día, al amanecer de un jueves, el triste canto de un gallo parecía presagiar
sombras de mal signo en la población. Todos parecían augurar tempestades. El gallo
cantaba como perdido de la hora. Los perros empezaron a ladrar de manera misteriosa e
inaudita. El sol no se dejó ver toda la mañana. Las nubes oscuras, tupidas y largas
amenazaban macabros presagios. De lejos, algunos gallinazos, tanto en el aire como en
el suelo, revoloteaban en los pequeños montículos en pos de algún alimento.

Un jovencito gordo y bajito, con su costal sobre el hombro, soplaba


desentonadamente su corneta, repartiendo el pan de cada día. A esa hora, seis de la
mañana, hombres y mujeres salían como disparados de sus viviendas por un solo camino
serpentino dirigiéndose, cada uno, a sus diferentes trabajos.

Ese día, Kike se había quedado a cuidar a su esposa ya que los incidentes del día
anterior habían hecho que empeore su salud. Todos estaban tristes y sin ganas de hacer
nada. La muerte de Keni había traumado, especialmente, a los niños. Sombría era toda
la casa. El silencio, la tristeza y el día sin alba habían borrado la sonrisa y la alegría
familiar quedando solo en ellos los dulces recuerdos de aquella perrita de raza chusca,
aquella princesa de ojos de pasión candela, piel de hiena, tierna como nadie y guerrera
indomable.

Eran las ocho en punto de la mañana cuando unos agentes municipales, la fiscalía
de prevención del delito y algunos policías visitaban la invasión informando a todos los
ocupantes que habían sido denunciados por apropiación ilícita contra el estado y que su
presencia era para dialogar, asesorar y desocupar el terreno.

En eso, aparece Kike con un folder en la mano, acercándose al representante del


Municipio cuyo nombre era Kaiser Vasallo. Un hombre al que todos conocían en el
municipio de la ciudad; ya que siempre estaba detrás de todos los partidos políticos
franeleando de acuerdo a intereses personales. Kaiser era un hombre con consignas
directamente del Alcalde. Terco, insensible y con complejos de superioridad. A todo el
mundo trataba con menosprecio y discriminación.

Señor Kike, la policía del sector ya tomó conocimiento y dio cuenta del hecho a la
fiscalía a fin de que tome nota y, en conjunto con el juzgado de turno, se ordene el
desalojo de ustedes los invasores. Dijo Kaiser.

No puede ser. Nosotros somos personas que no contamos con un hogar propio.
Somos familias dispuestas a dialogar. Tienen que comprendernos no solo de palabras,
sino también con pruebas. Aquí tengo algunos documentos presentados en mesa de
partes del municipio de los que aún no tenemos respuesta. Contestó Kike.
Ya dije. Yo solo estoy comunicando que ustedes tienen que desalojar este terreno.
Es más; aquellas personas que se resistan o lideren esta apropiación y resulten detenidos
serán denunciadas penalmente de acuerdo a ley ─replicó don Kaiser Vasallo─.

Y, ¿qué hay de nuestros trámites, de lo que estamos gestionando? Necesitamos


un plazo, una audiencia con el alcalde. Nosotros siempre lo hemos apoyado en sus
campañas, él nos conoce ─dijo Kike─.

¡Sí! ¡Sí! Ya lo sé, ¿pero qué puedo hacer? Solo cumplo mis funciones y órdenes.
Ya la policía ha iniciado las investigaciones para hallar a los responsables de estos actos
que ponen en peligro la integridad física de los que viven en esta zona ─agregó en un
tono intimidatorio─.

No se puede considerar apropiación ilícita de terrenos del Estado los que ni él


mismo produce, invierte ni nada de nada. Nosotros somos personas que no tenemos un
hogar ─replicó Kike─.

Pasaron algunos minutos y empezaron a acercarse mujeres, niños y algunos ancianos


para apoyar a Kike, darle valor a no ceder en sus argumentos y, a viva voz, elogiaban a
Kike dándole fuerzas y ánimo.

Ya veo que usted lidera estos invasores. No es bueno para usted ni para nadie. Le
recomiendo que comunique a todos a desalojar inmediatamente y así se evitará
represalias, daños y hasta muertes ─tajantemente habló Kaiser─.

¿Está usted amenazando? Ya veo que usted no ha venido a dialogar ─dijo Kike─.

Ancianos, mujeres, niños y algunos jóvenes adolescentes empezaron a exasperarse


mientras la policía se alistaba a cualquier hecho violento. La fiscal Karim Paz dio inicio al
levantamiento de un acta. Ella era amable y condescendiente en los argumentos de
ambos lados. Explicó algunos detalles, procedimientos y dejó entrever un tiempo entre
las autoridades municipales y los invasores. Ella, disimuladamente, miraba a los niños
que, nerviosos, abrazaban a sus madres. Miraba a Kike haciendo esfuerzos de sus
propósitos ante el resto de los pobladores.

¡Queremos paz! ¡Queremos paz! Se escuchaba entre voces mezcladas de niños y


mujeres. La mañana aún seguía triste. Karina envejecía a cien por hora en el interior de
su casa, prodigando cariños a sus hijos mientras le comentaban sobre los sucesos al
exterior de la casa.

Ese mismo día, un grupo de cien personas se dirigió en marcha hasta el frontis del
municipio. Era como las tres de la tarde. El sol, entre las nubes grises y enormes, no
daba lugar a los ojos de Dios para ver la injusticia y el abuso que se cometían en el
asentamiento llamado “Libertad y Salvación”. El sol, aquél astro que acompañaba en sus
largas horas de sudor y de sed, a todos los guerreros que pronunciaban “Hogar,
tranquilidad y pan”, aquél que vio emerger un pueblo como muchos otros a través de su
larga vida, estaba apagado.

Las autoridades, a oídos sordos, en esa misma tarde habían dado resolución de
desalojo. Solo que no se sabía la hora ni la fecha de la ejecución.

Kike, en la mira de la antipatía del gobierno local, había ganado enemigos y, al


margen de lo que se tenía que esperar, con ilusiones desmoronadas hizo fuerzas. Habría
que resistirse al desalojo. Luchar por lo que se quiere y hacer respetar sus derechos.

Esa tarde, el sol se había desplomado del universo. Kike desmoronaba


imaginariamente sus ilusiones. Las esperanzas parecían tener punto final. Pensaba en
sus hijos y en su mujer. Una sola cosa había por hacer: luchar.
DESALOJO
Al día siguiente, empezando la primavera, ya algunas plantas daban a florecer sus
primeras rosas de todos los colores. Las mariposas posaban revoleteando sobre los
frágiles pétalos a las primeras horas del día. Era viernes y el sol surtía en su alba
reflejando al infinito del cielo pequeños y grandes rayos sobre los techos galvanizados y
brillosos. Algunos perros y gallinazos merodeaban vigilantes su zona y otros, en busca
de carne o huesos andando por doquier en su nuevo pueblo. Las personas se aprestaban
a dar inicio a una nueva jornada de labor como hormigas a la gran ciudad. Unos en
busca de trabajo; otros a sus pequeños contratos laborales.

¡Boom! ¡Boom! ¡Boom! Explosiones inauditas alertaron a los invasores. La policía


hacía su presencia y, estratégicamente, se desplazaron sobre todo el asentamiento
humano. Aproximadamente unos ochenta policías, bien equipados con bombas
lacrimógenas, máquinas pesadas y otros implementos policiales rápidamente
emboscaron a la población. Las mujeres, con niños en sus brazos, salían inermes,
somnolientas y desesperadas de sus casitas.

¡Boom! ¡Boom! ¡Boom! ¡Boom! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Despiadados!


¡Dios Santo! Gritos y llantos. Justicia contra ilusión. Fueron allanados rápida e
inexplicablemente. Los adultos, jóvenes y adolescentes hicieron resistencia a la policía
con palos y con piedras en una guerra desigual que favorecía a los agentes del estado. A
lo lejos, entre gases, humos y llantos se veía al señor Kaiser Vasallo exhortar entre
gritos, insultos y discriminaciones a la policía para capturar a personas, especialmente a
los dirigentes. ¡Boom! ¡Boom! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Fuera!

Kike, su familia y todos veían, a lo lejos, consumarse en cenizas sus afanes, sus
fuerzas, sus casas, sus derechos y su paz. Todo a la luz de sus ojos que destilaban gotas
de dolor y odio sin que nada pudiera hacer. Muchos perritos, gatos, aves fueron
achicharrados en un instante. Era un infierno indescriptible. El olor que se expedía era
insoportable. Los llantos de los niños y las lágrimas de hombres y mujeres corrían sin
parar. El sonido del fuego explotaba como maíz en plena ebullición.

Entre todos esos hechos, una perrita de un mes de nacida fue rescatada por unos
de los moradores quien se la regaló a Kalo. Más tarde le llamaría “Kira”.

Hubo excesos por parte de la policía. También hubo quiénes no se extralimitaron


en sus funciones. En intentos de querer impedir. Kike junto a otros amigos, fueron
apresados de manera inesperada, maltratados vil y cobardemente. Apenas la policía lo
tuvo entre sus manos, lo llevaron frente a don Kaiser Vasallo que, en pocas palabras,
dijo: Tú pierdes; yo gano. Teniendo como respuesta que de él no desalojarían su odio,
su rabia, sus derechos, sus ilusiones etc. No entendía por qué tanta represalia contra él.
Ya en la carceleta, impaciente y nervioso como un animal salvaje en cautiverio,
exigía su libertad. Nadie se apiadaba de él. Ni siquiera se respetaron sus derechos. No
comió nada ese día, tan solo de pensar en sus hijos y en su esposa. Exigía, a toda
garganta, libertad. Algunos policías opinaban que los cargos contra él no lo permitían.
Solo sus amigos fueron absueltos a los cargos. Pasados tres días, Kike no entendía el
exceso de su apresamiento, pero su preocupación era más por su familia que por el
mismo. Pensaba en Karina, sus hijos, sus amigos y toda la gente que lo estimaba y
admiraba. Pasados varios días, aún encerrado, lloraba nuevamente en silencio. Se
desesperaba por ver a su amada Karina, quien le era impedida inexplicablemente.

Al décimo día, su amigo Kiko fue a visitarlo. Él le dijo que estaba dialogando con
las autoridades para que salga de la cárcel. Era cuestión de tiempo. También en él se
apreciaba la tristeza por su amigo. Le daba consuelo, ánimo y tranquilidad diciéndole que
su familia está ayudando a Karina y a sus hijos en lo que se pudiera. También le dio la
noticia que el viejo Kufín había muerto a consecuencia de rabia canina. Se supo que
sufrió mucho y gritaba como loco de dolor en todo el hospital. Karina seguía totalmente
decaída y quebrantada por todos los sucesos. No paraba de llorar e implorar a Dios
Justicia y salud.

En otro momento, el custodio, hastiado y cuestionado en mil preguntas, lo había


maltratado vilmente en el interior de la carceleta. Hubo altercados por defenderse con
los policías quedando enfermo y moribundo. En un momento de soledad, totalmente
decaído dijo: “Conjeturo que una verdadera Justicia, como la mano de Dios, es la
panacea de todos los problemas que hoy brotan y cosechan en nuestra sociedad y que
nuestras nobles causas algún día harán cesar el clamor de gritos y ecos que hoy piden
paz y tranquilidad en nuestras familias”. Déjeme libre por favor. Se escuchó un disparó
en la carceleta. No se supo si fue accidental o intencionalmente, pero Kike dejó de
existir. La policía y todas las autoridades declararon que Kike trató de agredir a un policía
cuando le informaba sobre un funcionario que impedía su posible salida y quitándole el
arma, en el forcejeo, y se disparó en el pecho.

No se puede imaginar el dolor de sus hijos y de su esposa. Muchos de los que


apoyaron desaparecieron esa semana a nuevos rumbos. Solo Kiko, Kevin y King no
dejaban de recordar sus palabras: “Que la esperanza es buena, y lo bueno nunca muere.
Es lo mejor que tiene el hombre en medio tantas cosas… Es lo mejor que Dios nos ha
dado para seguir su creación. Hay que estar siempre ocupados, más con la familia que
en el trabajo. La libertad siempre es un final incierto. Los hijos siempre son orgullo de los
padres”.

Kike se ha ido. Se ha ido a tomar posesión al lugar que se merece. Solo que este
pájaro voló sin retorno. Su polluelo, con el pico abierto en pos de alimento, espera.
Karina, poco tiempo después, también murió. No pudo soportar la pena inexplicable por
el ser que tanto amó. Solo algunos días más padeció de su enfermedad y el dolor era
solo por sus hijos.
El sueño fue de alguna manera un mal vaticinio para Kike y su familia. En el
epitafio de ambos yace un escrito: “En la tierra fuimos inquilinos. Allá en el cielo, Dios
nos dará posesión eterna”.

Kalo y Kelo, junto a Kiko, siguieron en la venta de caramelos. Era una cosa buena
lo que había de seguir y eso ya no necesita ser explicado. Simplemente, era bueno seguir
la vida.

Dieciséis años después, Kalo fue un respetado abogado y Kelo, un eminente


médico de la ciudad.

Kalo: “Si me padre estuviera vivo, hubiera sido su abogado”.

Kelo: “Y si mi madre estuviera viva, aunque enferma, yo la curaría”

FIN.
DEDICATORIA
A todos los peruanos; especialmente a la familia chiclayana, que
luchan cada día por las necesidades como vivienda, salud,
educación y otros servicios básicos. A todos que luchan a diario
por alcanzar la felicidad, por el bienestar de sus hijos y por una
patria mejor.
NOTAS CURIOSAS DE LA OBRA

- Las mascotas citadas como personajes son reales; del cual


aparecen con sus mismos nombres.
- Todos los personajes comienzan con la letra “K”, curiosamente
coincide el significado semántico relativamente con sus
características en actitudes y comportamiento.
- Los lugares mencionados exactamente existe en nuestra región
Lambayeque.
- En una lectura comprensiva aproximadamente se lee en cuatro
horas.
- El autor indefectiblemente pasó por algunas experiencias
escritas en la obra.
- “Sol y Luna igual a Estrellas” significa: Padre, Madre e hijos.

PALABRAS DEL AUTOR:

“Sol y Luna igual a Estrellas”, es una novela cuya temática


aborda las vicisitudes de una familia ante la carencia de una
vivienda propia y un trabajo estable. Kike y Karina, cuyos
personajes principales junto a sus hijos sufren los abusos de su
arrendador sin compasión. Por otra parte, ante la aventura de
invadir terrenos se ven envueltos en problemas municipales
sobrellevando la corrupción, el chantaje y finalmente un
asesinato.

Sol y Luna igual Estrellas; es un drama familiar y a la vez una


esperanza y reflexión para muchos peruanos que en medio de
sus penurias sacan adelante a sus hijos por la felicidad eterna.
Manuel Rubio Tantaleán.

Semblanza de Manuel Rubio T.


Escritor, Poeta y docente de la ciudad de Chiclayo; actualmente docente de la I.E.Juan Pablo
Vizcardo y Guzmán Zea del distrito de la Victoria - Chiclayo. Colaborador con artículos
periodísticos en diarios regionales sobre temas educativos y coyunturales.

Autor de Novelas y Obras Poéticas “El Alma de mis Pies” 2009, “Los Ojos de mi Voz” 2010,
Novelas “En Aras del Amor” Parte I. 2011. “En Aras del Amor” Parte II. 2012. “Sol y Luna
igual a Estrellas” 2013; cuyos contenidos abordan temas coyunturales, sociales, humanos,
filosóficos y cristianos expresando al amor en todas las dimensiones del hombre.

Ha sido condecorado como “Hijo Ilustre y Medalla de la Ciudad” por el distrito de Pátapo; igual
manera “Medalla de la Ciudad “por el Distrito de la Victoria – Chiclayo (2014).Fue declarado
“El Artista de mi pueblo” Por la Universidad Señor de Sipán, del mismo modo con
Reconocimientos por Universidad Señor de Sipán y César Vallejo. Reconocimientos resolutivos
por diferentes Concejos Municipales y, especiales por parte del Poder Judicial y COSDEJ
(Comisión de derechos humanos); también por la Dirección Regional de Educación, igual modo
por la Unidad de Gestión Educativa Local de Chiclayo y Cajamarca, y de diferentes Instituciones
Públicas y Privadas.

Manuel Rubio tiene exclusivamente una tendencia narrativa y poética de afrontar de sus
creaciones en las diferentes coyunturas y manifestaciones humanas en la que actualmente el
hombre vive, tratando de denunciar a través de ella la pobreza, la muerte, las guerras, el amor, la
tristeza, los delitos, el calentamiento global, la falta de fe, la carencia de amor al prójimo, y el
amor a Dios, etc. Sus escritos han transcendido más allá de nuestras fronteras a través de
diferentes amigos como en Francia, España y EE.UU.

AUPICIO

MARIO VITERI FERNÁNDEZ

Librería distribuidora.

Calle Teniente Pinglo N° 149.

Chiclayo. Teléfono: 074 224280.


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JOSE LEONARDO ORTIZ

Chiclayo- Lambayeque.

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