Sol y Luna 2015
Sol y Luna 2015
Sol y Luna 2015
Nº 2014-06017-Lima Perú.
ÍNDICE
PRÓLOGO
LA COBRANZA
LOS CACHUELOS
LO ROMÁNTICO - UNA IDEA
LOS ACCIDENTES
DECISIONES
NEGOCIOS SON NEGOCIOS
UN MAL PRESENTIMIENTO
RECUERDOS DE AMOR
VISITAS AL MÉDICO
DIAS FELICES
KIKE, KIKO, y KENI
EL AMOR DE MI VIDA
DENUEDOS
UN MAL DIA PARA TODOS
LA INVASIÓN
LOS SÍNTOMAS. UN MAL AUGURIO
EN CASA, TODOS LUCHAN
EL DIA D
DESALOJO
PRÓLOGO
Cuando el condicionamiento material y sus consecuencias, nefastas muchas veces,
atentan contra la realización de los más elevados sentimientos; entramos en el campo de
lo estrictamente humano.
En esta tercera entrega, Manuel Rubio explora la colisión entre las carencias de
una familia y su efecto sobre el amor, ese sentimiento sobre el cual se fundamenta. Y
cómo, más allá de los cuerpos ─mortales al fin y al cabo─, ese amor sobrevive al tiempo
en el recuerdo de los hijos y, por qué no, a través de ellos, en las generaciones
venideras. Un signo fatídico ha marcado las vidas de Kike y de Karina para quienes el
destino ha reservado un final propio de la inspiración ática.
Doña Karito era una señora de muy poco humor. Usurera con
los vecinos y clientes. Cada vez que ella hacía algún préstamo,
les cobraba el treinta por ciento del monto total. Y si se trataba
de productos fiados, siempre agregaba pedidos de más en su
cuaderno de apuntes. Ella heredó ese defecto de su madre, que
también llevaba su mismo nombre: “Doña Karito”.
En dos ocasiones se entablan similitudes entre los personajes de esta novela y los
de El chavo del ocho (Kokito y Kiko, precisamente) y recordemos, a propósito, la
predilección de Roberto Gómez Bolaños por la letra “Ch”. ¿Una suerte de cábala, acaso?
Y si esto pareciera facilista, notemos lo abultado del nombre de sus personajes: Doña
Florinda tiene por nombre completo Florinda Corcuera y Villalpando viuda de
Matalascayando. Quico, hijo de don Federico Rico y de doña Florinda, tiene por nombre
Federico Rico (siempre se le recuerda que lleva el nombre de su padre) Matalascayando
Corcuera y Villalpando. Ñoño se llama Brevonio Barriga Gordorritúa. La Chimoltrufia es
María de la Expropiación Petronila Lascuráin y Toequemada de Botija, el Botija se llama
Gordon Aguado Botija Pompa y Pompa y el Chompirás es Aquiles Esquivel Madrazo. Con
respecto del Chapulín Colorado, ése es su nombre real; pues el apellido Colorado
proviene de su padre Pantaleón Colorado y Roto. Lo de Chapulín se debe a un tío
entomólogo quien de entre Libelula, Gorgojo, Escarabajo y Chapulín, echados a suerte,
ligó con Chapulín. Su apellido materno es Lane, igual que Luisa Lane, la novia de
Supermán. Hay que entender, atendiendo a la sátira en contra del héroe yanqui, que la
tal Luisa prefirió al padre del Chapulín en su lecho nupcial porque, al fin y al cabo, Clark
Kent no era tan hombre de acero como se supone.
Volviendo a Rubio, es necesario apuntar que el sentimiento, como rasgo del ser
humano, es un asunto muy caro en su temática. Sus personajes, enfrentados a las
vicisitudes de la vida, tienen por combustible el amor: amical, paternal, filial, erótico… Es
decir, el amor en sus distintas aristas (expuestas por Erich Fromm en El arte de amar,
1956) como atenuante de las necesidades materiales. Eso los humaniza, los vuelve
palpables. Este sentimentalismo romántico se ahonda con acciones basadas en una
actitud idealista: “Caminaba con su “Padre nuestro” a flor de labios, poniendo toda su fe
y esperanza en que todo saldría como lo había pensado”. No nos extrañará, entonces,
que uno de los capítulos se titule, precisamente, Lo romántico, una idea.
Sin embargo, una cuota de razón y objetividad le permite caracterizarlos con mayor
integridad (“Fue un pequeño análisis que hizo Karina” (…) “Además era detallista”;
expondrá claramente).
Un día, a fin de mes, cuando llegó el pago del alquiler, se encontraban en plena cena
junto a su familia; de pronto y como de costumbre se volvió a escuchar el golpeteo
fuerte, escandaloso y seco en la puerta: ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc! ¡Toc!. Esos sonidos
apabullantes, violentos y ofensivos, eran todos los fines de mes. La familia ya conocía al
viejo Kufin de la mala forma de tocar la puerta y su bravura de cobrar la cuenta. Kike a l
instante se dirigió atender, abrió la puerta, dio un paso hacia adelante; y la mirada del
viejo Kufín impactó rápidamente sobre él de manera amenazante dejando escuchar su
voz adusta diciendo:
La voz clara y tajante empequeñeció a Kike quien no hizo más que agregar,
impostando su voz en ruego:
Kike mostraba respeto por las opiniones particulares, empleaba palabras amables
y escuchaba sin interrumpir, aun cuando no estuviera de acuerdo en los pormenores. El
viejo Kufín, regañando entre dientes oía los argumentos de su inquilino; luego en
disgusto dijo:
─ Usted sabe que me gusta la puntualidad. No deseo cobrar multas por pagos a
destiempo; pero lo esperaré hasta pasado mañana. Fue lo que dijo el propietario al
retirarse.
Con la seguridad del momento y que de inmediato iban a salir bien las cosas; Kike
presurosamente se puso para el frío la única casaca de siempre; aquella verde dril,
gruesa y de confección militar, regalada hacía años por uno de sus amigos de infancia
que estuvo en el ejército peruano. Él se sentía a gusto de esa prenda y,
psicológicamente, decía que le daba fuerza, suerte y coraje en las cosas de su vida. Su
mujer, invadida por la preocupación y el pesimismo, le daba algunas sugerencias
mientras Kike terminaba de arreglarse diciéndole:
Kike tenía una expresión fisonómica parecida a Vallejo. Su frente mostraba los
surcos no de vejez; sino haber batallado tan duro con la vida junto a su familia; sus
pectorales eran como de un pesista, su estatura media, su voz gruesa y siempre sus
expresiones eran ecuánimes y atinadas para dar una decisión o manifestar opiniones en
los ámbitos de la vida.
Al siguiente día, Kike ya había cancelado el alquiler; pero en casa era todos los
días más de lo mismo; solo desayuno o ayunos, y con las justas un almuerzo. Ya sus
estómagos estaban acondicionados a esas raciones que, sin duda, gastritis o colitis eran
enfermedades designadas para ellos. El hogar era humilde; pero los valores morales y
espirituales eran inculcados y preservados por generaciones de ambas familias por parte
de él y de su esposa.
Kike no tenía trabajo seguro, pero era multiempleos; sabía de todo un poco
gracias a las enseñanzas de su padre; un señor a la antigua que había acostumbrado
enseñar a sus hijos con rigor; pero que a la larga y con el pasar del tiempo ofrecía
recompensas. Entre todas sus habilidades de Kike, sobresalía en electricidad, albañilería
y gasfitería; que son oficios muy comunes y solicitados en todas partes del Perú, ya que
estos servicios por donde sea que uno esté, son indispensables en la vida diaria. Así
decía siempre a sus hijos y amigos.
En casi todas las oportunidades que tuvo ocasión de trabajar como electricista y
gasfitero, se había ganado el cariño y la admiración por muchas personas de la ciudad;
ya que sus impecables labores le hacían único para ser recomendado continuamente en
más trabajos. Era tan cuidadoso con los cables eléctricos, instalaciones, tubos, llaves y
materiales de construcción, etc.; que los mismos propietarios le pagaban precios justos y
hasta con propinas. Algunas veces le regalaban los pedazos que sobraban de las diversas
labores que realizaba y, por la acumulación de tantos sobras en muchos años; había
recolectado más de dos toneladas de pedazos de piezas de todo tipo en una parte de su
vivienda.
Kike tuvo suerte de continuar con el trabajo; sin embargo, se sumergió en una
oscura tristeza por sus compañeros que no corrieron su misma suerte. Tuvo pena y oró
porque todo saliera bien; al mismo tiempo comprendió que cuando acecha la muerte o
golpea la desgracia, recién nos damos cuenta de que debemos estar precavidos ante a
las desgracias o enfermedades que nos da la vida.
LOS CACHUELOS
Acababan de almorzar. La tarde iba cayendo con rapidez extraña y, otra vez, ese
sonido de siempre, el reloj que cada hora anunciaba una alarma estridente y fregada. No
había cuando se acabe la pila porque, justo en momentos de la siesta o de tomar algún
descanso, el ruido reaparecía inoportunamente.
¿Por qué será que muchas personas califican de inútil, incluso de reprochable lo
que para otros es de valor incalculable? Lo vivía en carne propia cada vez que Karina
ofrecía los caramelos a ciertas personas de tiendas comerciales; quienes muchas veces,
respondían con un gesto de desprecio y sin ningún reparo. Fue una experiencia y análisis
que hizo Karina, el día que amplió sus expectativas de ventas más allá de su lugar.
─ Tú eres más rápido en envolver los caramelos. Dijo Kike a su hijo mayor.
─ Claro que sí —le contestó su padre —. A que no hago más envolturas que tú en
un minuto.
El niño ni siquiera lo pensó. Por un momento, sonrió a su padre y le dijo:
Kike sonrío cariñosamente. Diciéndose asimismo, hay un viejo refrán que dice: «El
diente miente; la cana engaña; pero la arruga no ofrece duda».
Karina tenía, por costumbre, conversar con su esposo de las cosas que hacía
durante el día; además era detallista a la hora de almorzar. Todos se aseaban las manos
y se sobaban de alegría porque era lo mejor que había después de una larga jornada.
Los menús de casa eran calentitos y, casi siempre, de menudencias. La limonada y las
ensaladas acompañaban de vez en cuando.
Kalo tenía las orejas enormes, los dientes de conejo, su cuerpo de gato y los pies
de Polifemo. En cambio, su hermano Kelo, era todo lo contrario: tenía las orejas
normales, los dientes de cuy, panzoncito de nomo y los pies de adobe.
De los otros niños vendedores, uno de ellos vendía en las combis al son de sus
cantos. Otro, tenía sus clientes en la puerta de los mercados. Al penúltimo, le gustaba
andar por diferentes calles ofreciendo a cualquier transeúnte que pasaba por su camino.
El último, el menor de todos, era el más hábil para la venta. Siempre se le encontraba en
las agencias de transporte. La gente lo miraba asombrada por su tamaño y su capacidad
de persuasión. Ese niño, cuyo nombre era Kokito, representaba la explotación de la niñez
peruana y la ausencia del estado por darles una vida mejor. En su carita irradiaba
sosiego y alegría; pero también indignación de ver a los niños trabajando en una
sociedad injusta.
INOCENCIA DE NIÑO
¡Niño! Polluelo de cóndor.
Te eriges con la serenidad de tu espíritu,
con la serenidad de tu alma, por los cielos.
¡Qué majestad la tuya¡
Que desde lo alto junto a Dios,
planeas a la tierra,
miras los mares, lagos y ríos,
padres, hermanos y amigos,
y pones actitud serena,
en tu inocencia de niño, por lo que eres...
Porque también hay maldad,
En este mundo que vivimos
con Herodes modernos
que juegan de verdad a la guerra.
Es mejor que no veas;
porque aquí es peor que en el infierno…
Que hasta Dante se sorprendería.
¡Niño, polluelo de cóndor,
que tus alas te lleven tan alto
hasta los rincones del cielo;
que nadie te alcance,
que no te roben tu actitud serena,
que no te roben tu inocencia…
¡Es majestad la tuya!
Se leía este poema en unas de las casonas antiguas de estilo colonial que quedaba
en la calle más transitada y popular de la ciudad, justo era una referencia a los niños
explotados en la gran ciudad.
La familia de Kike tenía una perrita de raza chusca. Su pelaje era color de miel
clara, idéntica a una hiena. Comía de todo, menos el arroz chaufa ni fideos. En casa,
parecía un puerquito; sus ojos parecían candela a fuego vivo. Sus ladridos imparables
emitían un sonido estentóreo y aburrido; sin embargo era una fiera cuidando su casa.
Jugaba todos los días con Kelo, desde que iba al cuarto a levantarlo. Ponía las manos
sobre el filo de la cama y, moviendo la cola, gruñía hasta levantar a su amo.
A Karina le iba muy bien en la venta de golosinas. Cada día experimentaba buenas
ganancias; el cual le permitía mejorar los alimentos de pan llevar a sus hijos. Las
menudencias ya no eran todos los días; sino dos veces por semana. Las limonadas eran
reemplazadas por jugos de frutas y nunca faltaban las ensaladas.
Kike se cachueleaba en lo que más le gustaba. Un día tuvo que aceptar un trabajo
de vigilancia por las noches en la construcción de un edificio. Como tal no era bueno; ya
que las cosas que hacía durante el día lo agotaban; aun así, hacía esfuerzos por no
quedarse dormido en su empleo quedándose hasta la culminación del edificio. Siempre
fue responsable en su trabajo; le felicitaron por su dedicación y fiel cumplimiento a su
labor, bonificándole con alimentos en supermercados totalmente gratis; gracias a unos
vales que habituaba dar la empresa a sus trabajadores eficientes.
Los inquilinos del vecindario tenían trabajos parecidos; las mismas necesidades,
los mismos problemas y hasta las mismas esperanzas. De igual manera, en esas
necesidades y situaciones socioeconómicas, su amigo Kiko, fiel amigo y leal de todos los
tiempos de Kike, no la pasaba muy bien en esos tiempos. Le decían Kiko por las
características físicas, que eran una mera coincidencia con los de aquel personaje de
chavo del ocho.
LO ROMÁNTICO, UNA IDEA
Ya había pasado otro mes y nuevamente golpearon la puerta. Esos golpes
estridentes y conocidos ponían nerviosos a toda la familia, quienes ya sabían que se
trataba de la cobranza del viejo Kufín; ese vejete de cabellos despintados y raros, con su
peinada de Hitler, la estatura de Napoleón, y su cólera de Poseidón. Tenía un ojo
desviado, secuela de un derrame facial a la edad de sesenta y cinco años. Hacía muecas
con su cara defectuosa cada vez que pronunciaba una palabra, como si estuviera
rumiando algo. Daba impaciencia verlo y escuchar hablar, pegaba escalofríos, nervios y
antipatía. Luego de haber tocado la puerta y estar frente a Kike, y sin quitarle los ojos
de encima le habló mordazmente:
─ Se ha cumplido el mes del alquiler. Necesito el pago y hoy no me digas “un día
más” ─ Dijo el viejo Kufín─.
─ ¡Bah, caray! ─dijo el viejo ensayando muecas con su boca, y relinchando, dio la
espalda diciendo: “entonces regreso por la tarde”─.
Otra vez la preocupación para Kike. Sentía que el pecho se comprimía. No solo por
el pago, sino por la presencia misma del viejo que desencajaba la tranquilidad del hogar
y la familia. La aflicción invadía nuevamente a todos aunque, esta vez, no con mucha
desesperación; ya que la venta de caramelos y los cachuelos de Kike en el trabajo de
vigilancia le habían permitido ahorrar y cancelar puntualmente. Ese día se hizo el pago
por la tarde significando sacrificio y esfuerzo de todos ellos.
─ Por pagué el alquiler, por fin tranquilos, por fin treinta días más de tranquilidad.
Dijo Karina mostrando felicidad a su esposo.
─ Si pues, ¡qué tranquilidad! Tienes razón ─Dijo Kike─ Te diré que me repugna
ese viejo. No me agrada la forma en que me cobra, pero no hay mal que dure cien años,
ni cuerpo que lo resista ─Terminó diciendo a su esposa─.
Esa tarde, ambos recordaron sus promesas cuando estaban aún en la etapa de
enamorados. En sus memorias, habitaba una casita chiquita con todas sus comodidades,
un jardín lleno de flores rojas, unas ventanas amplias donde el sol refulja y abrigue las
mañanas por todos los rincones de la casa y, en la tibieza del hogar, los brazos enormes
de Kike envolverían de amor a su esposa; motor de su vida.
─ Nuestra casa tiene que tener un tragaluz, donde el sol y la luna entren en
cuanto puedan. ¿Te parece? Haremos un casa con un tragacielo en forma de triángulo
que funcione como el de las Bermudas, allí absorberemos al sol y a la luna. Dijo Karina.
─ ¡Sí! ¡Sí! ese tragaluz, tiene que atrapar al sol irresistible del mediodía, a la luna
esplendorosa y a las estrellas coquetas por las noches; y aquí la esperaremos a los astros
un nuevo día un nuevo anochecer.
─ El Sol eres tú; la Luna yo, y nuestros hijos, las estrellas ─Dijo Karina─.
Kike recordó el primer poema romántico del autor MART, que había memorizado
para Karina, cuando aún estaban en el primer mes de enamorados, que a la letra dice
así:
LA NOCHE Y TÚ
En esta noche silenciosa,
oscura, absorta, inmensa y pensante;
que hasta las estrellas
se ponen tímidas y se esconden admiradas
tan solo al escuchar que ¡Te Amo!
Karina se quedó sin aire. Luego respiró profundo cerrando sus ojos de felicidad
por haber escuchado ese poema que escarapelaba su cuerpo como la primera vez.
Recordaba también su primer beso en piquito cosquilleo, robado, tembloroso y ansioso.
Su primera cita e incierta y a mil por hora. Sus primeras palabras tan recordables de
ilusión y de amor, así como también ese vestido favorito color azul cielo y franja blanca
en los descotes del pecho que irradiaba sensualidad y atracción. Ella en su inteligencia y
paz absoluta era la mujer que todo hombre deseaba tener toda la vida. Su rostro terso y
sus manos tibias se mezclaban en belleza con el mar y que su hombre jamás se olvidaría
de aquel encuentro y lugar llamando al mar “Capitán del amor”. Ese mar sabedor de
muchos romances de todos los tiempos y testigo inigualable, insuperable y elegido por
todo el mundo de los grandes amores. Creo que Dios le dio esa función. De pronto Kalo
interrumpió la conversación diciendo:
─ ¡Voy! ¡Voy!
Kike prorrumpió.
─ ¡Estás loco! No vamos a exponer a nuestras familias a riesgos trágicos.
─ Es nuestra oportunidad, Kike, ahora o nunca. Puede ser que tengamos suerte.
Nos libraríamos del alquiler, malas caras y, todo lo contrario, trabajaríamos para comprar
ladrillos y más ladrillos para nuestras propias viviendas.
─ ¿Qué decidimos?
─ Pero no perdemos nada, no nos cuesta; arriesgar es lo único que nos queda en
la vida. La vida es un constante riesgo. Tú sabes que quien no arriesga no gana.
─ ¡Bueno! ¡Bueno! Hay gente sin escrúpulos, pero veremos más adelante. Déjame
pensarlo. Ya vendrán las decisiones. ─Dijo Kike─.
LOS ACCIDENTES
Una hora después del mediodía, el sol lúcido a más de treinta y tres grados de
temperatura se sentía eufórico, vehemente y provocador para despedirse del verano. Ese
domingo, como rara vez, habían venido a visitar la familia de Kiko. Habían traído algo de
víveres para el almuerzo. A esa hora, ya en la sala pequeña, los niños jugaban a la
pelota cual si fuere un estadio con hinchas y todo. Las patas de las sillas eras los arcos
¡Gol! ¡Gol! se escuchaba a cada momento. Era un domingo inolvidable.
─ ¡Gracias, amigo! ─Exclamó entonces Kike, estrechándole la mano con ímpetu para
luego terminar en un abrazo efusivo y reiterándole el agradecimiento por su rápida
acción ante su hijo─.
Karina, al ver esta escena, se emocionó de sobremanera. Sus ojos café, a punto de
llorar, reflejaron como brillantes frente a la mirada de Kike mientras abrazaba
fuertemente a su hijo.
─ ¡Dios nos bendiga a todos! Estas cosas suelen suceder con los niños. No se
preocupen, ya todo pasó. ─Repuso Kiko─.
Más temprano, en la hora de la preparación de las golosinas, la cuchara de palo con
que se movía el dulce se había quebrado. El desgaste a la altura del mango y la presión
que hizo Karina al mover hizo que se partiera en dos provocándole una quemazón a la
altura de la muñeca. Al instante, un malestar de ardor en la piel incomodaría durante la
reunión amical.
¿Por qué no nos agenciamos de alguien del COFOPRI, que es una entidad que tiene
convenio con el Municipio, y así estaremos seguros si los terrenos no tienen propiedad?
─Argumentó Kike─.
─ ¡Puede ser! Ya veo que eres cuidadoso ─Expresó Kiko─. Lo más inmediato que
podemos hacer es una lista donde empadronemos a los vecinos. Luego, pediremos
copias de documentos y otras cosas más.
En uno de esos días, deambulando por las calles del centro de la ciudad, Karina
ingresó por varias tiendas de todo tipo y entre ellas halló una pequeña bodega
exclusivamente en negocios de golosinas. Era una oportunidad para Karina. Empezó con
un tono nervioso a preguntar sobre los precios al por mayor de ciertos productos y de
una manera sugerente le dijo a la dueña del negocio:
─ A usted señora le falta caramelos de leche con azúcar, son unos pequeños
tofecitos que a la gente le encanta.
─ ¡Sí, pues! Tiene usted razón. Lo que pasa es que esos caramelos no los prepara
ninguna fábrica y son hechos domésticamente; aunque me han dicho que hay que
saberlos preparar ─Dijo la comerciante─.
¡Claro, que sí! ¡Así es! No los prepara ninguna fábrica, pues yo señora me dedico
justamente a la venta de esos caramelos. Además, los hijos de mis vecinos me ayudan
en sus tiempos libres a vender mis productos y les pago su trabajo.
─ Claro señora; eso depende de usted que conoce a su clientela. Mañana por la
mañana le estoy cumpliendo ─Dijo Karina en un tono de complacencia y felicidad─.
Con la ganas de sacarle provecho al paseo, Karina decidió ir a negociar con más
bodegas del lugar. Fue entonces que conoció a otra señora, dueña de una bodega
mucho más grande que la anterior e hicieron el mismo trato. Doña Karito, era una
señora de muy poco humor, usurera con los vecinos y clientes. Cada vez que ella hacía
algún préstamo, les cobraba el treinta por ciento del monto total; y si se trataba de
productos fiados, siempre agregaba pedidos de más en su cuaderno de apuntes. Ella
heredó ese defecto de su madre, que también llevaba su mismo nombre “Doña Karito”.
─ Una de las razones por la que me gustaría, algún día tener un gran negocio es
justamente para dar trabajo a varias personas con necesidades. Otra es tener que dar
una buena educación a mis hijos ─Dijo a manera de conversación a Kike─.
─ Qué bien que pienses así, lo mismo digo yo. Me imagino a Kalo como un
ingeniero de sistemas o como un abogado, y a Kelo como un mecánico de aviones o un
médico ─Agregó Kike─.
─ ¿Y? ¿Y la casa que me tienes prometida? ─Preguntó Karina─. Esa casa chiquita,
con su jardín, las paredes con fotos del recuerdo de la familia y de mis hijos. Esa casa
donde estaremos hasta cuando Dios nos recoja y, donde tal vez viviremos con nuestros
nietos.
─ Ja, ja, ja, me hiciste recordar. Sol y Luna igual a Estrellas ─prorrumpió Kike─.
Karina era una mujer que siempre intercambiaba ideas con su marido. Se sentía
muy útil en casa no solo como madre, esposa, amiga; sino como una mujer trabajadora
por el bienestar de la familia. Valores de un padre que tuvo un cargo importante de
funcionario del Estado y de una madre católica, pero lamentablemente los perdió en un
accidente en el extranjero. Ella recordaba siempre con nostalgia a sus padres; todos los
domingos iba al cementerio a dejarles flores. Y con respecto a su esposo se juraron amor
y respeto eterno.
Al día siguiente, Karina cumplió con el trato de los negocios. Estaba feliz, todo iba
viento en popa y cada detalle u ocurrencia en casa o en el trabajo siempre le conversaba
a Kike. Todos trabajaban presurosamente en la elaboración de las golosinas. El tiempo,
por la tarde, era oro. Moldeaban, envolvían y empacaban; cada uno de acuerdo a sus
habilidades. En este tiempo, los caramelos entraban a su apogeo imperecedero a favor
de la familia.
Eran como las ocho de la noche y una sorprendente visita hizo su amigo Kiko.
Estuvieron juntos hasta tarde y nuevamente se tomó el tema de la casa propia, ahora
con más datos sobre el terreno asegurando que donde él había visitado a las personas
verdaderamente estaban ya dispuestos a arriesgarse a la invasión, sí o sí, la posible toma
de terreno se eligió el mes patrio, mientras daban tiempo para adquirir ciertos materiales
y algo de dinero para que la instalación sea rápida y a una probable formalidad; ya que
en ese mismo mes y año los flamantes candidatos tomaban posesión a sus cargos.
─ ¡Tú serás el líder Kike!... Tienes capacidad de convocar y dirigir este proyecto.
Nosotros te conocemos y te apoyaremos en todo momento ─Expresó Kiko─.
─ Puede ser y, por lo mismo, es que necesitamos estar seguros de nuestras
decisiones y no solo con la voluntad; sino que tenemos que contactarnos ya con algunos
flamantes congresistas que tengan conocimiento de nuestras necesidades y, si es
posible, encararles que los hemos apoyado en sus campañas electoreras ─Indicó Kike─.
─ ¿Y quién crees tú que pueda ayudarnos? ¿Cómo nos creerían que lo hemos
apoyado? ─ Formuló Kiko─.
─ Eso es lo de menos. Cuando un candidato es recién elegido está con los humos
en alto y si llevamos unas pancartas alusivas a favor de él, estoy seguro que nos tomará
en cuenta. Eso sí, hay que ir juntando algunos requisitos como copia de D.N.I., copia de
registros públicos que constate que no contamos con vivienda propia, partidas de
nacimientos de nuestros hijos, declaraciones juradas, entre otros documentos. Incluso
habría la posibilidad que alguien nos proporcione planos que indiquen que esos terrenos
no son declarados patrimonio ni cuentan como propiedad de nadie ─Detalló Kike─.
─ Verdad, tienes razón; ya ves que por esas razones tienes tú que liderar esta
causa ─Agregó Kiko─.
Kike estaba casi convencido y decidido a las proposiciones de su amigo Kiko, pero
como se habló de tiempo pensó en alguien del Municipio quien le diera la información
sobre terrenos vacíos y proceder a tomarlos, ya que en los comicios municipales
estuvieron detrás de ellos cuando necesitaban su voto. Era la hora de pedir los favores
de recompensa.
NEGOCIOS SON NEGOCIOS
Otra vez el sonido estridente y detrás de la puerta una voz estentórea:
Otra vez el viejo Kufín, otra vez la puerta, otra vez el pago del alquiler.
Nuevamente se encontraron frente a frente el dueño de la casa y Kike.
─ Debe saber usted que me tiene que cancelar el diez por ciento más del mes, lo
servicios de agua y luz han subido las tarifas; se lo advertí hace dos meses atrás.
─ Pero don Kufín, será para el próximo mes, solo tenemos completo lo de este
mes. Compréndame por favor ─En voz de ruego dijo Kike─.
─ ¡No! ¡No! Definitivamente que no. Bien quedamos en el contrato del alquiler que
“en cuanto subieran las tarifas usted me incrementaría el diez por ciento del alquiler” . Así
que usted no puede negarlo.
Karina, cada semana iba a repartir sus golosinas. Las cosas iban mejor solo que a
doña Karito se le ocurrió una idea malévola de esconder los caramelos una semana.
Luego, de vez en cuando, exhibir todos los paquetes a la venta para aducir que el
comercio había bajado la demanda. El propósito era que le redujeran los precios por
paquete.
Karina fue convencida y redujo el precio por bolsa a dos soles cincuenta. Claro
que no solo a ella, sino que también a la hija que vendía en el mercado de abastos de la
ciudad y como por allí también tenía algunos clientes, finalmente también bajó los
precios a todos. Ya era un déficit económico, pero aun así vendía, solo que el trabajo
para la elaboración era mucho más sacrificado y las utilidades eran menores.
─ De todas maneras tengo que venderlos ya que el sesenta y cinco por ciento de
las ventas procede de las bodegas.
─ ¡Uy! Eso debí decir yo también a mis clientes, trato es trato. No puedo
retractarme, no aceptarían comprarme; pero también ya no están vendiendo como
antes. Doña Karito me ha mostrado las bolsas de los caramelos que no logra vender.
Inclusive me propuso que si yo le bajaba el precio, ella también bajaría su precio de
venta y así nuevamente vendería más ─Dijo Karina no muy placentera─.
Las ideas del hogar propio rondaban por la mente de Kike. Nuevamente la ilusión
de la casa, los niños, los problemas de fin de mes por pagos del alquiler. Pensaba en su
amigo Kiko, los materiales que le servirían para su invasión; a veces se intranquilizaba
por momentos. Karina miraba nerviosamente a su esposo. De pronto, como querer
olvidar todos los problemas de la casa, del alquiler, Kike expresó:
Luego de que comenzaron a comer, Kike levantó la vista y vio que su esposa lo
estaba mirando fijamente. Una sonrisa nostálgica se dibujaba en sus labios.
─ Ojalá que algún día cambie todo esto que estamos pasando, y tengamos más
oportunidad de venir frecuentemente de salir a pasear y comer otras sazones —Dijo
ella─.
─ ¡Claro! Estoy seguro, pero relájate, hemos venido a querer olvidar todos los
problemas. No nos volvamos melancólicos ─ Respondió a Kike─.
─ Son treinta nuevos soles maestro ─Dijo el joven extendiendo al mismo tiempo
una boleta de pago─.
─ Bueno, Bueno ─Dijo Kike─. Sacó el billete de cincuenta nuevos soles rogando al
mozo que si le pudiera regalar un táper de tecnopor y así llevar las sobras para su
perrita.
─ Uhm… ¿Tan caro? Eso debía ser parte del consumo ─Intervino Karina─.
Cuando de pronto tocaron la puerta, el viejo Kufín, puso una cara como si no le
iban a pagar.
MAL PRESENTIMIENTO
¡Un sueño! He tenido un sueño. Soñaba que unas aves trasladaban su nido a otro
bosque y, mientras ellos trasladaban a sus polluelos, su madre se quebró el ala. El padre,
que acompañaba, fue alcanzado por un tiro de escopeta de un cazador y cayó
inmediatamente. Luego, vi que en otro espacio del cielo, que los polluelos volaban
independientemente haciendo piruetas en el aire. Eran acróbatas del aire y dueños del
cielo ─contó Kike a su esposa─.
¿Qué significará ese sueño? Cómo quisiera tener el don que tuvo José, el bíblico,
para poder interpretar el sueño. De todas maneras me asusta, me parece que no es un
buen sueño ─agregó Karina─.
Al día siguiente, Kike fue avisado muy temprano en su casa, por un vecino, para
inscribirse a una constructora de carreteras por parte del estado. Allí, los trabajos eran
mucho más sacrificados, pero bien remunerados. Después de dos días, empezó a
trabajar de seis de la mañana a seis de la tarde. Estuvo trabajando durante mes y
medio, tiempo en que le fue económicamente bien. Los pagos del alquiler ya no eran de
molestarse, ya que ese mes había pagado por adelantado. No quería que el viejo Kufín
golpeara su puerta por sus cobranzas.
Kike salía a trabajar todos los días, ya fuera invierno o verano, o ya hiciera frío o
calor. No descansaba ni domingos ni días feriados. Aprovechaba todas las oportunidades
de trabajo. Siempre tenía en sus diálogos: “Que en la compleja vida de estos tiempos
para tener pan, qué comer, vestirse y casa en la cual vivir; hay que tener mucha
habilidad e iniciativa. Ya no se puede negar que estamos viviendo tiempos difíciles”.
Karina aumentó bien sus ganancias. Hasta puso un pequeño negocio de golosinas
en su casa. Los vecinos eran sus clientes favoritos e infalibles. La casa estaba mucho
mejor que antes. Tenían todas las cosas básicas de una familia para vivir tranquilamente.
Los niños estaban acostumbrándose todos los días a jugos, ensaladas y más tiempo a los
juegos.
Esa tarde, con el sol caído, cansado, amarillo – rojizo, debilitado y un poco frío; los
esposos se acariciaban mientras que sus hijos jugaban. Ellos conversaban cosas del
futuro. También de la escuela, de sus padres y de cuando se conocieron. Recordaban
que a Kike le hubiese gustado ser un médico, tener muchos pacientes, ayudar a los más
pobres, ayudar a los niños, ancianos; lamentablemente, sus padres no contaban con los
medios económicos. Terminó la secundaria con las justas. En cambio, a Karina le hubiese
gustado ser una respetada abogada y también ayudar a los que menos tienen.
Con una buena profesión hubiésemos tenido mucho dinero, bastante dinero, no
estuviéramos pobres ─dijo Karina─.
De qué nos sirve tener mucho dinero si no somos felices. Todos los placeres de
este mundo tienden a hacerse aburridos si se prolongan o se multiplican demasiado. La
mejor receta para apreciar las cosas es la moderación en la posesión y en el disfrute de
ellas ─terminó diciendo Karina─.
Karina sintió un dolor a la altura del vientre. Un fuerte cólico que preocupó de
sobremanera, pero tan pronto llegó también pasó.
Sí, no solamente yo; sino también nuestros hijos. Hay que hacerlo esta semana
que viene ─dijo Karina─.
─ Son tres o cuatro veces que me ha venido, pero seguidamente me pasa. Por
eso no te he contado. Además, bueno no le di importancia. Perdóname de haberme
olvidado ─expresó Karina─.
─ Está bien, el martes o miércoles nos vamos todos al médico; pero eso sí, este
fin de semana trabajamos doble para poder ir tranquilos al centro de salud y no
tengamos apuro en regresar a trabajar ─manifestó Kike─.
Kenita, la perrita, también estaba inquieta. Nadie se daba cuenta. La perrita, por
primera vez, estaba lista para ser madre. Andaba toda cansada, los ojos de candela
parecían haberse apagado. Hacía honor a su nombre “Keni haga nada”. No tenía ganas
de comer; pero, eso sí, nunca dejaba su rol de excelente guardiana de casa. Sus ladridos
siempre eran escandalosos. Inclusive, había vecinos que ponían mala cara por la
excesiva bulla que escarapelaba el cuerpo de molestia a las personas.
RECUERDOS DE AMOR
Al final de la faena, el sol escurría de manera colosal las últimas llamaradas del día
en el cielo y, entre medio claroscuro de un día otoñal rendido en el espacio, la tierra
enterraba al rey de los astros. El mar cantaba yaravíes con los vientos y brisas al golpe
de sus olas. Todo parecía conjugarse en la naturaleza. Las nubes se acunaban en el
firmamento y, en una triste nostalgia en medio de tantas cosas, la luna apenas se veía.
Karina se sentía sirena en la mar, reina del sol, princesa del espacio y dueña de
Kike. Extasiada con la naturaleza, recordó la primera vez en que besó al hombre de su
vida, aquél que llenaba su alma todos los días de su existencia. Aquel hombre fiel,
sensible, intrépido y ejemplo de padre al que siempre rogaba a Dios de nunca perderlo.
A lo lejos, cerca de la playa, se escuchaba ─tal vez en uno de los restaurantes que
se quedan hasta tarde de la noche atendiendo algunos bañistas─ la canción Titanic. El
mar enredador de tantos romances, cantaba sin atollarse en sus olas una melodía sin
precedentes. Todo parecía algo de suspenso al ritmo musical de una balada.
Allí estaban dos vidas, bajo juramento, ante Dios. Dos personas, dos voluntades; pero un
solo amor, un solo corazón para tener los mismos sentimientos, estar en las penas y
alegrías. Karina invocó a su amado recordar el poema que le hiciera a ella y que, a
manera de conmemoración, él le escribió en su primer año de amor.
EL MAR Y TÚ
Que rompan los mares sus olas en mi pecho,
que intenten ahogarme sus aguas y quitarme la vida,
que hundan su arena sobre mi cuerpo;
Pero a decirte, que no te ame, ¡jamás!
Que mi respirar sus brisas me asfixien,
que sus rocas despeñen sobre mí y me maten
Y que sus vientos intenten quitarme mi voz;
Pero a decirte, que no te ame, ¡jamás!
─ Te comprendo. Esos malestares, de vez en vez, no deben ser buenos. Por eso
te digo que visitemos a un médico.
─ La vez pasada dijimos que esta semana iríamos a visitar a un médico, así que
tenemos que ir de todas maneras. Si es algo malo, aun en este momento podemos estar
a tiempo ─dijo Kike preocupado y apenado─.
Esa misma tarde, el médico examinaba a Karina delante de su esposo. Kike estaba
con un aspecto pávido sin que se diera cuenta Karina. Ella, por su parte, estaba tan
segura que se trataba posiblemente de algún esfuerzo de trabajo.
El médico fue claro y sincero con Kike al decirle que esas dolencias de su esposa
eran materia de estudio y tratamiento. Habría que hacerle algunos análisis, ecografías,
tomografías; pero, por el momento, el descanso era indispensable ya que se había
observado en el diagnóstico rasgos de sangre en su útero. Kike no sabía qué decir. Su
única pregunta fue: “¿Es un diagnóstico malo?”. El Médico de inmediato contestó: “No
sabemos, aún. Es necesario hacerle unos estudios y, por el momento, lo que nos
preocupa es el dolor. Felizmente, no hay fiebre. Kike pensaba en el fin de sus días.
También pensaba en sus hijos, en el trabajo que ella aportaba en casa con la venta de
caramelos y que estaban en su mejor momento de ventas tan rentables.
Al rato, Kike, en voz fría dijo: “Karina, no pasa nada. Solo es cuestión de unos días
de descanso, unos cuantos análisis y tu medicina puntualmente.
─ Dime la verdad, ¿de qué se trata? Cuéntame ¿es algo malo? Tengo derecho a
saberlo ─exigió Karina muy triste─.
─ De ninguna manera. Conjeturas hay muchas, pero hay una sola causa y creo
que es por lo que trabajas mucho. Estás muy delicada, como te repito; pero te pondrás
bien. Eso es lo que me dijo el médico ─agregó Kike─.
─ Que estoy un poco mal y que mi dolor es porque no descanso. Así que no
haremos caramelos durante tres días.
Aun cuando tuviera la culpa, no era él quien debiera expiarla. Un matrimonio, dos vidas,
dos personas, dos voluntades; pero un solo corazón. Un solo corazón para tener los
mismos sentimientos, sufrir las mismas penas, gozar las mismas alegrías. ¿Qué hacer
con esta pareja, dos corazones en uno solo, como secreto de un matrimonio duradero,
estable y feliz, aunque pobres y bendecidos por Dios; ya que en ellos nunca pasó, el
enfriamiento, el hastío, ni siquiera disgustos en tantos años de vida juntos a sus hijos.
Kalo, por un momento, se dio cuenta que su padre había llorado; pero no le
dijo nada. Muy por el contrario, puso mucha seriedad a lo que ordenaba su padre.
Kalito tenía doce años y había aprendido a elaborar caramelos, manejaba bien
las cuentas, ayudaba mucho en casa. Se levantaba temprano para dejar todas las cosas
hechas como barrer, tender las camas, ayudarle a su mamá a lavar y a cuidar a su
hermano Kelo que apenas tenía la mitad de la edad de él.
DIAS FELICES
El sol penetraba sigilosamente por todos los agujeros de la casa y, entre uno de
ellos, el más tenue, entraba a la habitación de Karina quien había ya descansado tres
días, tal como lo había indicado el médico. Ella misma se sentía nueva. Estiró los brazos
y piernas y respiró profundo. El día se aprestaba para dar uno de sus mejores paisajes.
Algunas nubes se mecían de extremo a extremo. Era la mejor hora de la mañana y
empezó llamando a sus hijos quienes, solícitos al llamado, fueron inmediatamente a su
madre. Una sonrisa lenta se dibujaba en su rostro conjuntamente con los huequitos en
sus mejillas que lo hacían sin par y que reflejaba estar más sana que nunca.
Para nada se podía entender que cómo puede haber hechos incomprensibles y
que nos parecen terriblemente injustos. Que una mujer noble, cristiana y, junto a su
familia, esté pasando situaciones muy frustrantes en la vida. Podríamos multiplicar las
interrogantes hasta el cansancio y, hasta a veces, protestamos en contra Dios musitando
blasfemias de manera malvada como lo hace la gente sin escrúpulos. Sin embargo,
Karina siempre hallaba resignación, fortaleza y el estímulo para seguir adelante. ¡Nunca
dejaré esfumar mi esperanza! ¡Nunca perderé mi fe, ni el rumbo! Para hacer de ustedes
unos hombres de bien ─dijo Karina a sus hijos acogiéndolos a la altura de su cintura─.
Los niños, con sus pequeños bracitos, apretaron el cuerpo de su madre y ambos,
de manera simultánea, levantaron la cabeza y sonrieron dulcemente. En ese instante, de
pronto un golpe apurado y fofo se escuchó en la puerta. Era, nuevamente, el viejo Kufín.
Esa persona antipático, insoportable que, al ser atendido, dijo con voz seria:
He venido por el pago del alquiler doña Karina. A propósito, me enteré que
estaba delicada ¿cómo sigue usted? Bien, gracias don Kufín. Sobre el pago del
alquiler, que venga mi esposo y le pagaremos. No se preocupe que, apenas
llegue, haré que le pague ─tranquilamente contestó Karina─.
─ No, don Kufín. Es cuestión de un par de horas. Mi esposo tiene que darle a
usted y, además, para que firme el recibo.
─ Bueno, bueno. Está bien. Así me gusta, que los hombres sean los que tomen
las riendas y los negocios ─refunfuñó, malhumorado, el viejo Kufín─.
Karina, al escuchar al viejo Kufín, achinó los ojos como mostrando tolerancia de
las palabras; al mismo tiempo que meneaba la cabeza en señal de afirmación sin
atreverse a mirarle la cara. Keni, que estaba a tres metros detrás de Karina y cerca de la
puerta principal, le mostraba los dientes amenazadores al viejo, como queriéndolo
morder; pero no se atrevía a ladrarle. Solo la mirada de odio por parte de los dos era
mutua cada vez que se encontraban. La perrita sentía aborrecimiento. Todos en casa se
habían dado cuenta, pero nunca la dejaban que ladre cuando veía al viejo ya que la
reprimían si lo hacía. Cuando Karina cerró la puerta, allí nomás, nuevamente, volvieron a
tocar, pero esta vez, de manera llamativa. Era Kike feliz porque había cobrado
recientemente de unos trabajos completos de gasfitería y que, a propósito, le habían
pagado bien.
─ Recién acaba de irse don Kufín. Ha venido por el alquiler. Dice que necesita
urgente.
─ ¡Sí! ¡Sí! Justo le acabo de dar el pago. Me dijo que necesitaba urgente. Parece
que le quité un peso de encima. Ah, Karina, alistémonos para ir de compras, cosas que
te faltan. Eso sí, por supuesto, hoy te compraré lo que tú me pidas. Muy aparte de lo
que necesitamos, ¿de acuerdo?
Ella miró algo extraño a su marido, pero estaba alegre. Era un buen día para ella y
para sus hijos y, dirigiéndose a la habitación, casi de espaldas, dijo a su esposo: “A Kalo
le compraremos la pelota que todo el mes me ha estado pidiendo, una pelota de cuero”.
Y a Kelito, ya se verá en ese momento. Que el escoja el juguete que más le llame la
atención.
─ ¡Dios mío!, qué memoria la mía. Me he olvidado que tuve que tomar mis
pastillas hace dos horas. ¡Válgame Dios! Tengo que ser puntual ─enunció Karina─.
Sintió, de repente, una extraña opresión en el pecho y la cabeza comenzó a darle
vueltas; tanto, que al instante, se fue a recostar a su cama. Su esposo opinó que se
trataba del cansancio, así que trató de tranquilizar a Kalo quién se había dado cuenta de
su madre. Después de una hora, Karina se levantó más reconfortada, tranquila y feliz por
un buen día junto a su familia.
La casa estaba cada vez más llena de cosas. En algunas partes del hogar, los
enseres estaban apiñados entre cosas nuevas y cosas viejas. La idea de una casa propia
estaba latente. Kike, por su parte, siempre pensaba en una casa. Lógicamente, tener
una vivienda propia era mucho dinero. La idea de la invasión, esa idea martillaba de vez
en cuando y, cada vez que recordaba, siempre tenía ganas de ir a donde su amigo Kiko,
para decidirse de una vez por todas.
Ya por la noche, Kike estrenaba su linterna de mano. Siempre quiso tener una. La
compró porque imaginó que cuando vaya a invadir un terreno le serviría de mucho.
Apagaba y encendía a cada rato apuntando a todos los rincones de su habitación. Todos
estaban vanidosos por lo que habían comprado. Karina con su perol, Kalo con su pelota
de cuero, Kelo con su submarino y Keni con su pelota de trapo que trataba de destrozar
con la boca, sin embargo, los niños le gritaban que no lo hiciera, quitándole para
arrojarla al aire nuevamente. Luego, Kenita corría sobre ella. Todos estaban felices.
KIKE, KIKO, y KENI
Keni estaba rara, parecía empalagada. De rato en rato, se paraba moviéndose de
un lugar a otro. Su lugar favorito era abajo de la mesa. De seguro que para quedarse
con la fragancia de la comida servida durante su siesta nocturna. Siempre estaba alerta
a cualquier extraño. Sus ojos de candela parecían fogatas cada vez que veía a personas
que pasaban cerca de su casa y, a veces, mostraba sus dientes como rabiosa y lista para
cualquier ataque. Ella era una fiera como nadie, pero una mansita y disciplinada con sus
dueños. Nunca fue al veterinario y nunca la llevaron para aprovechar las campañas de
vacunación y ser vacunada contra la rabia, distenper, sarna o parásitos. Además, los
amigos de Kike le habían dicho que los perros chuscos no se vacunan porque nunca se
enferman, no son delicados como los perros finos que necesitan cuidado; finalmente lo
vacunó.
Un día de estos, que los candidatos para la alcaldía hagan campañas de salud
aprovecharé en vacunarme, también haré que vacunen a mi perrita Keni ─señaló Kike─.
Kiko se sonrió de su amigo. ¡Estás loco! Las campañas de salud son para las
personas, no para los perros. Además, por la raza, tu perra durará muchísimos años
─agregó Kiko─.
Yo creo que tu perra tiene esa conducta porque creo que está por perro, ¿te has
fijado en ella?
Sí, yo también creo eso, que está por perro. Mañana mismo le consigo un perro
macho de raza para mi perra.
Si vas hacer eso, consíguete un perro Roy Wailer, para que salgan bravísimos,
espeluznantes como el viejo Kufín.
Soltaron los dos una risa burlesca; imaginándose más de lo que hablaron.
Mientras tanto, Keni alzaba la mirada, por momentos, a su dueño y a su amigo
imaginándose cosas buenas o malas para ella moviendo al mismo tiempo su colita y
sacando unos suaves quejidos al escuchar la risa.
Ya había pasado una semana. Kike había conseguido un perro joven, novato, de
raza siberiana que tenía la melena de un viejo león macho, los brazos y piernas de un
campeón atleta, la cola de un zorro montañés y los ojos celestes. Este perro era de un
vecino militar el cual le puso de Nombre Akiles, pero en casa le llamaban Kiles. Keni, por
su parte, andaba feliz con su compañía, pero cada vez que la coqueteaban siempre le
mostraba los dientes y, a veces, mordía al pobre Kiles.
Un domingo, cuando sus dueños habían salido de paseo, Kiles aprovechó en
preñarla ya que, cuando estaban los dueños, Keni nunca estaba quieta por la distracción
que le daban jugando, corriendo, saltando, etc. Esa misma tarde, cuando todos
regresaron, Keni y Kiles ladraron de alegría, movían sin parar la cola y sus dueños
presumieron que ya Kiles había embarazado a Keni.
Todos en casa tenían bien puestos su cariño hacia Keni. Era la mejor amiga de
toda la familia, una verdadera compañera que nunca fallaba ni en ayuda ni en ser
guardiana de casa. Ella era tratada como un humano, mucho más que una mascota.
Tenía importancia en todos los aspectos familiares. También brindaba cariño a sus
dueños cuando se acercaba. Siempre estaba lista para cualquier cariño, diálogo, juegos y
luchas. Además de estar motivada, cuidada y protegida.
EL AMOR DE MI VIDA
─ Siempre estoy pensando en la casa chiquita, mi casa de ensueños, mi casa
grande en ilusiones, de amor y de paz. ¿Por qué no invadimos, Kike, a lo mejor nos va
bien? Yo he escuchado que muchas familias han tenido sus casas por invasiones y las
autoridades comprenden ─expresó Karina─.
─ Debes tener razón, pero, por ahora, no estoy tan convencido; aunque yo ya
estoy juntando más materiales que nos pueden servir para, rápidamente, instalarnos
─manifestó Kike─.
─ Claro, claro que sí. Si en tres meses, desde el día en que invadamos, entonces
gastaremos nuestros ahorros y venderemos algunas cosas para construir una casa bien
hecha de material noble, chiquita como te la prometí.
─ ¡Silencio! ¡Silencio! Yo voy a morir antes que tú, porque yo quisiera que sea así;
yo quisiera que mi muerte no sea una verdadera muerte.
Que no te olvide,
que no tenga pena,
que no te deje abrazar,
que no te deje de amar.
─ Entonces, yo también quisiera que así sea mi muerte. Una muerte que sepa que
estoy viva ─con voz aliviada expresó Karina─.
Ja, ja, ja… ¿Qué me querrás decir? ¿Y no te gusta eso de mí, acaso, que una
mujer huela a dulce y a caramelo? ─Preguntó Karina─.
─ Tú conoces mi respuesta.
Los niños, desde el otro ambiente, sospechosamente en los instantes en que sus
padres estaban conversando, callaron por escuchar la conversación. Kelito, con agudo
oído, había prestado atención sobre la muerte y el amor, pero tuvo más miedo sobre “la
muerte”. En sus ojos, se reflejaban el miedo y las ganas de llorar. Su hermano Kalo no
se había dado cuenta de nada. Kelito se puso triste. Las lágrimas comenzaron a
descender de sus ojos, lentamente, por sus tersas mejillas. Estaba tan aterrorizado que
decidió irse hacia sus padres.
─ ¿Nos vamos a morir todos, papá? ¿Cómo debo de morir yo? ─Casi sollozando
preguntó Kelito─.
─ ¿Tú no puedes morir, solo los adultos? ─Dijo Kike─. Dios no deja morir a los
niños y, si eso sucede, solamente los hace dormir. Luego, les pone alas y se los lleva al
cielo.
─ Todos somos hijos de Dios, pero hay que rogar a él que nos permita que, hasta
en el mismo cielo, me llames papá ─agregó Kalo─.
Muy buena la idea ─intervino Karina─. Que, por parte mía, me permita también
Dios que siga siendo tu esposa. Kike no sabía qué más responder a las ideas de su
familia. Quedó un poco asombrando de sus hijos. Miró hacia el techo, juntó sus manos
cerrando sus ojos e imploró a Dios para que los escuche.
DENUEDOS
Eran los últimos días del mes de junio, época del frío. Días en que, pocas veces,
se veía al sol resplandeciente. Días húmedos y fecha en que las personas se cuidaban de
todo tipo de enfermedades. El viejo Kufín, caminaba de un lado a otro, con las manos
hacia atrás, abrigado con una chalina gruesa. Apenas se le veía su cara. Mostraba estar
de mal humor con sus inquilinos. Refunfuñaba por todas las cosas que veía a su
alrededor y, entre sus arrebatos, decidió tocar la puerta de sus arrendatarios. Entre ellos,
la de Kike que, por suerte, no estaba. Desde el interior de la casa, Keni ladraba
ferozmente haciendo que se enrabie más el viejo Kufín quien, por instantes, golpeaba
con puntapiés la parte inferior de la puerta, gritando y amenazando matar al perro. Eran
evidentes los sentimientos de ambos. Se odiaban hasta la muerte. Cada quien tenían sus
razones.
Unas horas más tarde, cuando todos regresaron del paseo, nadie tenía ganas de
conversar. Se sentían relajados, sin preocupaciones y felices. Keni movía su cola y
ladraba de rato en rato. Estaba intranquila y los niños, excepcionalmente ese día, no le
hicieron juegos y la ignoraban.
El reloj apuntaba las cinco y media de la tarde del domingo y el sol ni se dejó ver
un instante. La tarde pesada, igual que las nubes oscuras, corrían por el espacio,
lentamente, como amenazando llover. Las brisas enérgicas y húmedas hacían sonar las
ventanas y las puertas que estaban frente a la calle.
Por cierto, hoy tenemos que pagar el alquiler a Don Kufín ─ dijo Kike mientras se
arropaba con su casaca dril y chuyo de diferentes colores que, cada vez que se ponía,
sus hijos soltaban la risa diciendo que se veía como un duende gigante─.
Sí, sí. Mejor voy yo. No quiero que venga a cobrarme. Debemos irnos a otra parte
a vivir. Nunca me gusta el modo con que cobra ese viejo. Me desagrada totalmente. En
ese momento, en que termina de hablar, se escucharon los golpes secos y persistentes.
Karina se quedó frenética de solo pensar que fuera el viejo Kufín. Su esposo, le
hizo un gesto con la cabeza comunicándole que se tranquilice. Sin embargo, Keni,
inmediatamente, comenzó a gruñir queriendo lanzarse sobre el viejo Kufín cuando
apenas se le abrió la puerta.
─ ¡Mi pago! Lo necesito ahora, no hay excusas de ningún tipo. Lo necesito ahorita
y también le comunico que tiene cinco días para deshabitar la casa. Los servicios de agua
y luz están por las nubes, caso contrario acepte pagarme el treinta por ciento más del
total ─dijo el viejo como queriendo escuchar la aceptación de Kike─.
─ ¡No es justo! Cómo voy a pagarle el treinta por ciento más. Usted sabe que no
puedo. Tampoco tengo muchos artefactos, así que no puedo. Además, cinco días para
deshabitar la casa me parece injusto. Por lo menos, deme este mes al mismo precio y le
prometo dejar su vivienda.
─ ¿No puede? Entonces ya le dije. Tiene cinco días para deshabitar mi casa. Y
ahora, cancéleme lo del mes ─dijo el viejo Kufín─.
Detrás de Kike, estaba Keni mostrándole los dientes amenazadores. El viejo, por
momentos que dejaba de conversar, le hacía gestos con la cara a manera de burla. El
viejo y el animal, por ratos, se miraban de reojo como salvajes con amenaza de atacarse
primero. Keni arrastraba el odio recordando el tremendo puntapié que recibiera cuando
apenas tenías dos meses de nacida y que éste le propinó en unos de esos días de
cobranza, sin motivo alguno.
─ Tome el dinero. Está completo. Lo del aumento, déjeme pensarlo, don Kufín.
Usted sabe que nosotros vivimos con lo necesario, así que, le ruego, que tal vez sea un
quince por ciento más y hacemos nuevamente el contrato ─Kike contestó casi sin tener
otra oportunidad a decidirse─.
─ ¿Qué te ha dicho don Kufín que tienes la cara desalentada? ¿Has discutido con
él? ¿Qué pasa, dime?
─ Nos quiere aumentar el treinta por ciento más del alquiler. También tenemos
cinco días para desalojar la casa; de lo contrario, aceptamos el nuevo contrato ─dijo
Kike─.
─ Dios mío, no sé qué es lo que nos está sucediendo y tengo miedo. ¿Qué decidir?
No estamos en condiciones de pagar más. ¿Adónde vamos? ¿Qué hacemos, Kike? ─Dijo
muy apenada Karina─.
─ ¡No lo sé! No tengo idea. De verdad, no lo sé. Kike contestó sin más ganas de
seguir trabajando.
─ Aunque me da miedo, debo confesarte. Y lo digo por mis hijos y por ti ─dijo
Kike─. Si es así, decidamos mañana temprano e iré a ver a Kiko, es cuestión de actuar.
─ Me han aumentado la pensión del alquiler y tengo plazo para decidir en pagar el
treinta por ciento más o, caso contrario, desocuparé la vivienda. ¿Qué debo hacer?
Aunque te debo decir que estoy a punto de invadir unos terrenos con un grupo de
amigos en las afueras de la ciudad ─dijo Kike─.
─ Uhm, uhm… Debe ser difícil para ti y tu familia. Te comprendo, sé que los
trabajos eventuales, a veces, van bien y, a veces, mal. Si no te alcanza, creo que debes
decidirte por la invasión ─Dijo Kong─.
─ ¡Sí! ¡Sí! Claro que sí, pero lo que pasa es que mi esposa está adoleciendo un
malestar y me tiene preocupado. Más, con mis hijos que están en el colegio, no me
alcanza.
─ Entonces, decide invadir. Reúnete con tus amigos, toma tus precauciones y,
luego, procedes. Cuenta conmigo en algunas cosas que te puedo ayudar. Tengo algunos
materiales en desuso que te pueden servir de algo, si los sabes aprovechar. Ojalá te
vaya bien, amigo ─dijo Kong─. Y ahora que me acuerdo, le diré también a King para que
te ayude con cosas de gasfitería. Le conversaré sobre tu problema. Cuenta con nosotros.
Alguien le había dicho a Kike que no vacunara a su perrita contra la rabia cuando
está preñada, porque podría matar a los cachorritos o provocarles malformaciones. Así
que decidió en la campaña de vacunación, hacerlo solo contra las enfermedades
parasitarias. Ya estaba preñada de unos veinticinco días y casi no quería comer. Solo
husmeaba algunos alimentos y se iba al techo de su casa. Caminaba todo cansada. No
tenía muchas ganas de jugar, saltar, ni muchos menos ladrar. Sin embargo, cuando veía
al viejo Kufín, pretendía imponerse con mucho arrojo y ladraba con excesiva saña. A
veces comía huesitos de pollo y cabecitas de pescado. Kelito la engreía mucho y la hacía
recostar sobre su regazo. Ella parecía debilitada, e incluso sus ojos a veces parecían
apagarse. La tenían consentida todos los días desde que supieron que estaba
embarazada. La cuidaban como una hermana, la acariciaban y le daban todo tipo de
comidas preferidas; menos y como siempre el chaufa que no le gustaba. Por las tardes,
cuando el sol en el ocaso se desvanecía y la brisa se apoderaba del cielo, la humedad y
el frío hacían encogerse a todos. Los niños le preparaban su camita en el rincón de la
escalera, junto a una caja de cartón para el día que nacieran sus crías.
Kelito dormía a sobresaltos temiendo que pasara algo durante la noche. De vez en
vez, cogía la linterna de su padre y alumbraba, desde la ventana, a su mascota para
cerciorarse de que todo estuviera bien.
Al término de los cinco días, el viejo Kufín advirtió a Kike que abandonara la casa;
caso contrario, en veinticuatro horas, el mismo desalojaría sus pertenencias. Kike, en voz
de ruego, expresó: “Don Kufín, por todo el tiempo que tengo de inquilino, por lo menos
concédame medio mes para poder conseguir otra vivienda. Yo le cancelo por esos días
demás; por eso no se preocupe.
─ ¡No! ¡No! Otras personas quieren alquilar. Yo no puedo perder dinero por usted.
Salvo que se animen, definitivamente, a aceptar con el treinta por ciento más; si no, ya
le dije. No me hagan perder más el tiempo. No quiero más sus sermones ni sus súplicas
─protestó el viejo Kufín─.
─ Está bien, nos veremos por la noche. Voy a conversar con mi esposa. Tenga
paciencia y comprensión, por favor ─invocó Kike─.
─ Si se pasa un día más, iré a cobrarle hasta el último rincón de la tierra. Mañana
no quiero verlo aquí en mi vivienda. Además, me fumiga la casa porque ese maldito
perro que tienes dejará sus pulgas y garrapatas ─terminó rezongando el viejo─.
─ Está exagerando, don Kufín. Está tratando de humillarme. Debe tener en cuenta
que el mundo es redondo y todo da vueltas ─replicó molesto Kike─.
Pero Kike no es que ofrecía resistencia a las decisiones, eso devenía de un modelo
de vida ya que sus padres le enseñaron a ser una persona independiente y a hacer
conforme lo que él considere de acuerdo a sus principios y a sus valores inculcados de
sus padres. Lo realmente importante no era la decisión en sí, sino las consecuencias y lo
hacía por su familia, pero esta vez, con la cantidad de interesados en invadir, el éxito
parecía garantizado. En las reuniones que tuvieron en los próximos días, ninguna
persona influyó sobre cosas negativas; muy por el contrario, las expectativas de todo lo
informado respecto a los terrenos a invadir favorecían positivamente a todos.
Uno de esos días, Keni estaba más rara de lo normal. Su conducta era
incomprensible. Kelito, que se había dado cuenta, informó a sus padres y a su hermano.
Estaba preocupado. Sin embargo, su padre se expresó diciendo que, a lo mejor, debe
ser la reacción de la vacuna. Y, además, como está preñada, puede haberle dado alguna
obstrucción adversa. Ya le pasará.
Karina, empaquemos algunas cosas. Es posible que mañana tengamos que salir;
nos iremos a invadir. Llevaremos algunas cosas básicas y, las otras, las encargaremos a
alguien. No tenemos más tiempo. Ya los días están pasando. He conversado con don
Kufín y me ha dado tres días más. Tuve que pagarle hasta hoy. Nos iremos debiéndole
esos días ─dijo Kike─.
En una de esas reuniones, Kike fue elegido como líder del grupo. Todos eran
personas necesitadas. Todos eran inquilinos. Todos tenían casi los mismos trabajos.
Todos tenían resuelta la invasión sí o sí.
Al día siguiente, aparece don Kufín con dos policías. Tocó la puerta fue atendido
por Kalo y Kelo. No pudo hacer nada, toda vez que la policía no podía actuar ante la
presencia de los niños. Sin embargo, el viejo Kufín insistía a la policía en sacar las cosas
afuera de la vivienda y que allí esperen los niños a sus padres. El viejo refunfuñaba y
miraba con ira a los niños. Kalo y Kelo tenían miedo y abrazaron fuertemente a Keni
para que no se enfrentara ya que la perrita estaba rezongando y a punto de atacar a don
Kufín. El viejo propuso pagar a uno de esos policías que había contratado para que
disparen contra Keni. Los policías no accedieron dándose cuenta del abuso y exageración
por parte del viejo. Había pasado un días más del plazo establecido y Kike prometió
pagarle en cuanto se reubique.
LA INVASIÓN
Un terreno baldío fuera de la ciudad, fuera del mostro de un millón de cabezas
como lo dijera Enrique Congrains, fue invadido inmediatamente a las seis de la mañana.
Cuando el sol apenas se resistía a salir de su aurora, rápidamente se instalaron.
Pareciera que el astro rey estuviera temeroso. Algunas nubes largas y sombrías, a la
deriva, se movían por todos lados. Varios perros ladraban de alegría. Kike y otras
personas lideraban la invasión. Todos azuzados por la prisa de buscar la mejor posición.
Allí, el ambiente lleno de desperdicios, animales muertos, fierros, latas con orín y olores
nauseabundos dificultaban la limpieza y posición; pero la necesidad y el ánimo no fueron
ninguna desavenencia a su propósito. Ancianos, niños, hombres y mujeres entusiastas e
impetuosos comenzaron la faena. Los ancianos jorobados, al igual que sus báculos, poco
a poco avanzaban la limpieza. Las mujeres y los niños, como gallinazos, buscaban en un
muladar cerca al terreno algunas latas, cartones o madera que sirviera para la
construcción de sus casuchas. Los hombres empezaron a topografiar caseramente el
terreno. Convocaban a reunión tres veces por semana con el fin de formalizar el terreno.
Todos estaban entusiastas. Era un nuevo pueblo que había nacido de las entrañas, como
parto, en medio de gente necesitada.
El sol rayaba todos los días, débilmente, y, unas horas después de su aurora, se
abría sobre el espacio comenzando nuevos días y nuevas obras. La algarabía de que todo
estaba saliendo bien, hizo que las próximas semanas terminaran algunos detalles en
instalaciones y urbanidad.
Kike y su familia, se habían quitado de encima “el alquiler”; aunque los servicios
se necesitaban como pan de cada día. Todos eran pobres y se dirigían muy temprano a
buscar cualquier trabajo. La rutina era una épica jornada. Salir temprano y venir por las
noches. Todos tenían trabajos mal pagados por lo cual sometían a su familia a una
indigna economía del hogar.
Por las noches, desde lejos, se oía en aquel pueblo naciente los aullidos de los
perros. Se veían minúsculas lucecitas de velas como luciérnagas en el infinito. Todas las
noches, las estrellas y la luna acompañaban celosamente hasta el día siguiente en que
apareciera en sol.
Una mañana, se escuchó en la radio sobre la invasión. Los que oyeron corrieron a
donde Kike y comunicaron con detalles las noticias.
Al día siguiente, después de una reunión entre todos los moradores, las cosas
eran preocupantes. Ninguno mostraba nerviosismo ni pesimismo. Todos eran como
hermanos y a un solo lema “Retroceder nunca; rendirse jamás”. Cada quien aportaba en
ideas, resoluciones, estrategias y orden en hacer las cosas. Confiaban en su líder,
respetaban los acuerdos y finalmente, mostraban fidelidad en las acciones.
Sí, me encargaré de comunicar a todos. Voy de prisa. Les diré que hoy por la
tarde tenemos una reunión de urgencia en mi casa. Hay que hacer estas cosas sin
desesperación, para no causar pánico a la gente ─agregó Kevin─.
Antes de que empiece la reunión, los asistentes musitaban sobre las noticias. Las
mujeres, algunas de ellas con hijos en brazos y amamantándolos, mostraban fuerza y
razón para seguir con sus propósitos. La fe y la esperanza es lo último que se pierde
─alguien dijo por allí─.
Todos estaban en silencio. Ni siquiera los niños hicieron bulla. Desde un ángulo de
la casa, saludó a todos y expresó lo siguiente: Señores amigos, madres e hijos vuestros.
Sabemos que las autoridades municipales tienen conocimiento de este hecho social y
están tomando sus asesoramientos legales para tratar con nosotros, pero estoy tratando
de enfrentar a ellos con documentos: memoriales, constancias de registros públicos en
que consta que ninguno de nosotros tenemos viviendas propias, además copias de
nuestros D.N.I. Así, como también, partidas de nacimientos de nuestros hijos.
Nosotros sabemos que somos parte del déficit de casas en el país y que el estado
nunca nos incluirá en programas de adquirir formalmente una vivienda propia y con
facilidades de pago, toda vez que no somos empleados públicos y no tenemos un trabajo
que justifique nuestros ingresos. Amigos, vecinos… estamos en este hecho. Pediremos el
pleno respeto de nuestros derechos humanos y estoy seguro que no tendremos ningún
costo humano, pero también estaremos alerta a los engaños, promesas de quienes
aparezcan en nuestras ayudas so pretexto de formalizarnos y legalizarnos. Estaremos
alerta y, mientras tanto, nuestros ranchos con nuestras banderas flamearán en estas
brisas frescas, en este sol que cada día nos acompaña mientras delimitemos nuestro
territorio conquistado, exclusivamente nuestro. Aquí estaremos, aquí esperamos, aquí
lucharemos, aquí moriremos en esta tierra, este lugar que hemos hecho nacer.
Todo ello hizo que, por muchos años, las personas hayan incurrido a las
invasiones por todos los alrededores de la ciudad y que, en la mayoría de casos, no se
les haya podido desalojar.
Kike, no solo contaba con los documentos de todos los pobladores en mano, los
que se pidió en un principio, sino con pruebas de ingresos económicos y escritos de ser
reconocidos como víctimas del terrorismo. Habían acudido a representantes del COFOPRI
causando polémica contra la entidad municipal, aduciendo que hay normas que priorizan
la entrega de terrenos ocupados a informales y que, por la realidad que presentaban,
eran cuestiones de sensibilizarse y formalizar los terrenos de propiedad privada
aplicando, en todo caso, normas municipales de reconocimiento y adquisición.
No tenemos culpa del descuido del estado y la debilidad de nuestros poderes que
hoy quieren, incluso, aprovecharse de la idiosincrasia de nuestras familias para
ilusionarnos y, especialmente en estas campañas, de prometernos pronto la titulación de
estos terrenos. Queremos que las autoridades respeten los principios constitucionales ya
que, por encima de todo, están los derechos humanos ─manifestó Kike a sus
colaboradores─.
No nos dejemos llevar por personas con intenciones políticas que quieran
ayudarnos. En estos días, nos hemos dado cuenta que hay jóvenes encuestadores que
nos están sacando información familiar y laboral ─dijo la Señorita Kayla Ruprech─.
Si esto nos llevara al poder Judicial se iniciaría una batalla de muchos años.
Tenemos que confiar en un buen abogado que represente, verdaderamente, la Justicia
─agregó la señora Katherine─.
Ya estaban mes y medio en posesión. Las cosas parecían enfriarse cada día que
pasaba. Keni estaba delicada y comía muy poco a pesar que le daban de comer en la
boca y mimándola. Volteaba su cuello hacia el otro lado. A veces, se paraba y se iba a
echarse a otro sitio. Los niños preocupados, y sin poder hacer nada solo, esperaban un
poco de tiempo.
Esa tarde, Kike y sus hijos se pusieron a arreglar su casita con mejores acabados.
El único problema es que no contaban con los servicios básicos, pero él ya había
adelantado con instalaciones de electricidad y gasfitería gracias a las cosas que había
guardado durante muchos años. Algunos de ellos regalaban, solidariamente, materiales a
sus vecinos así, como también, asesorando y ayudando personas a mejorar sus casitas.
─ ¡Qué pasa! ¡Qué pasa! ─Aterrado, corrió presuroso desde la sala hacia la
habitación al llamado de su esposa. Detrás de él también lo hicieron sus hijos─.
Kalito se quedó preparando las golosinas junto a su hermano y, por los agujeros
de la casita, pasaban corrientes de aire frío. La tristeza de los niños se dibujaba en sus
rostros. Especialmente en los de Kalito. Las horas avanzaban y la noche abrazaba la
soledad de los pequeños. Se sentía como si nadie viviese por allí. Incluso arriba, hasta el
cielo adverso no contaba con la luna ni con las estrellas.
A eso de las ocho de la noche, los pequeños, unidos con una sábana, se
abrigaban en una piedra en forma de banquito en la puerta de su casa. Mirando, de rato
en rato, a todas direcciones la llegada de sus padres. Llevando dolor, preocupación y
angustia cada minuto que pasaba. Kelito disipaba algunas lágrimas sobre sus mejillas,
simuladamente, sin que su hermano lo notara. En el interior, Keni estaba embargada
también en la tristeza de su malestar sin recuperación alguna.
Los niños estaban acostados. El trabajo terminado. Solo que les causó
desconsuelo ver a su perrita en mal estado. Si damos unos de esos medicamentos para
el dolor a nuestra perrita ─dijo Kike a su esposa─. Puede ser. Démosle. Me da pena que
mi Keni esté así. Dios calme su dolor.
Y así fue. Hicieron comer a Kenita la pastilla con un poco de agua y fueron a
acostarse. En su habitación, Kike recordaba aquél sueño que tuvo una vez y,
acomodando a su interpretación, se puso tenso y preocupado. Luego, se quebró en
llanto y en el profundo silencio de la noche, más oscura que nunca, la luna se había
escondido. Tal vez para no atestiguar su dolor. Lloraba impotente como un niño mirando
alrededor de su cuarto, escuchando el respirar profundo del dormitar de sus hijos. Se
levantó y se dejó caer de rodillas al borde de su cama implorando y pidiendo ayuda a
Dios.
Ya por la tarde, Kike, al llegar a su casa, cansado y debilitado por los trabajos de
todo el día, se sentó junto a su esposa y sus hijos. Y mientras conversaba con ellos, se
quedó profundamente dormido por cerca de dos horas. Él, a veces, se sentía tan solo y
tan triste que empuñaba su propia mano, cerraba sus ojos, derramaba unas lágrimas y
musitaba a Dios que siempre lo ayude, que no pasara nada a su esposa ni a sus hijos.
Ese día, estuvo más triste que nunca. Había estrechado entre sus brazos, largamente, a
su esposa y había llorado también inconsolablemente.
Una hora más tarde, Kike se dirigió a la casa de Kevin para detallar algunos
asuntos con respecto a los terrenos. Dejó a su esposa y a sus hijos por un momento.
Kelito amaba a sus abuelos y los extrañaba a pesar de la distancia. Tuvo buenas
experiencias con ellos cuando, de pequeño, estuvo de visita al norte del Perú. Había
aprendido, a muy temprana edad, el valor que tienen el cariño, la ternura, la experiencia
y la paciencia a los ancianos. Sin embargo, el viejo Kufín, lo había defraudado
perversamente.
¡Mamá! ¡Mamá! Te buscan. Es don Kufín ─exclamó Kelito─. Karina, apenas oyó el
nombre, sintió escarapelar su piel y, en segundos, recordó sobre el saldo que le
quedaron pendientes cuando ellos habían abandonado la vivienda. Se dibujaba en ella
una mujer pálida y sin fuerzas. Levantóse de su cama con enormes esfuerzos y apoyada
en su hijo Kalo. Fue a atender al viejo Kufín. La mirada tierna, tolerante, pasiva…
Aunque estaba a punto de derrumbarse, resistió para atender al viejo.
He venido desde muy lejos. Ustedes saben que me deben y, no por las puras,
estoy aquí. Tienen que pagarme hasta el último centavo. He sido muy benevolente con
esperarles buen tiempo ─dijo el viejo en todo exigente─. Espere un momento, mi esposo
no está. No demora en llegar. Él si le pagará, es cuestión de media hora ─suplicó
Karina─. La veo demacrada, pues a lo mejor podemos arreglar esa deuda. Usted me
comprende a qué me refiero. Y eso quedará solo entre nosotros. Lo hago con buenas
intenciones de ayudarles ─dijo el viejo─.
Ese día, Kike se había quedado a cuidar a su esposa ya que los incidentes del día
anterior habían hecho que empeore su salud. Todos estaban tristes y sin ganas de hacer
nada. La muerte de Keni había traumado, especialmente, a los niños. Sombría era toda
la casa. El silencio, la tristeza y el día sin alba habían borrado la sonrisa y la alegría
familiar quedando solo en ellos los dulces recuerdos de aquella perrita de raza chusca,
aquella princesa de ojos de pasión candela, piel de hiena, tierna como nadie y guerrera
indomable.
Eran las ocho en punto de la mañana cuando unos agentes municipales, la fiscalía
de prevención del delito y algunos policías visitaban la invasión informando a todos los
ocupantes que habían sido denunciados por apropiación ilícita contra el estado y que su
presencia era para dialogar, asesorar y desocupar el terreno.
Señor Kike, la policía del sector ya tomó conocimiento y dio cuenta del hecho a la
fiscalía a fin de que tome nota y, en conjunto con el juzgado de turno, se ordene el
desalojo de ustedes los invasores. Dijo Kaiser.
No puede ser. Nosotros somos personas que no contamos con un hogar propio.
Somos familias dispuestas a dialogar. Tienen que comprendernos no solo de palabras,
sino también con pruebas. Aquí tengo algunos documentos presentados en mesa de
partes del municipio de los que aún no tenemos respuesta. Contestó Kike.
Ya dije. Yo solo estoy comunicando que ustedes tienen que desalojar este terreno.
Es más; aquellas personas que se resistan o lideren esta apropiación y resulten detenidos
serán denunciadas penalmente de acuerdo a ley ─replicó don Kaiser Vasallo─.
¡Sí! ¡Sí! Ya lo sé, ¿pero qué puedo hacer? Solo cumplo mis funciones y órdenes.
Ya la policía ha iniciado las investigaciones para hallar a los responsables de estos actos
que ponen en peligro la integridad física de los que viven en esta zona ─agregó en un
tono intimidatorio─.
Ya veo que usted lidera estos invasores. No es bueno para usted ni para nadie. Le
recomiendo que comunique a todos a desalojar inmediatamente y así se evitará
represalias, daños y hasta muertes ─tajantemente habló Kaiser─.
¿Está usted amenazando? Ya veo que usted no ha venido a dialogar ─dijo Kike─.
Ese mismo día, un grupo de cien personas se dirigió en marcha hasta el frontis del
municipio. Era como las tres de la tarde. El sol, entre las nubes grises y enormes, no
daba lugar a los ojos de Dios para ver la injusticia y el abuso que se cometían en el
asentamiento llamado “Libertad y Salvación”. El sol, aquél astro que acompañaba en sus
largas horas de sudor y de sed, a todos los guerreros que pronunciaban “Hogar,
tranquilidad y pan”, aquél que vio emerger un pueblo como muchos otros a través de su
larga vida, estaba apagado.
Las autoridades, a oídos sordos, en esa misma tarde habían dado resolución de
desalojo. Solo que no se sabía la hora ni la fecha de la ejecución.
Kike, su familia y todos veían, a lo lejos, consumarse en cenizas sus afanes, sus
fuerzas, sus casas, sus derechos y su paz. Todo a la luz de sus ojos que destilaban gotas
de dolor y odio sin que nada pudiera hacer. Muchos perritos, gatos, aves fueron
achicharrados en un instante. Era un infierno indescriptible. El olor que se expedía era
insoportable. Los llantos de los niños y las lágrimas de hombres y mujeres corrían sin
parar. El sonido del fuego explotaba como maíz en plena ebullición.
Entre todos esos hechos, una perrita de un mes de nacida fue rescatada por unos
de los moradores quien se la regaló a Kalo. Más tarde le llamaría “Kira”.
Al décimo día, su amigo Kiko fue a visitarlo. Él le dijo que estaba dialogando con
las autoridades para que salga de la cárcel. Era cuestión de tiempo. También en él se
apreciaba la tristeza por su amigo. Le daba consuelo, ánimo y tranquilidad diciéndole que
su familia está ayudando a Karina y a sus hijos en lo que se pudiera. También le dio la
noticia que el viejo Kufín había muerto a consecuencia de rabia canina. Se supo que
sufrió mucho y gritaba como loco de dolor en todo el hospital. Karina seguía totalmente
decaída y quebrantada por todos los sucesos. No paraba de llorar e implorar a Dios
Justicia y salud.
Kike se ha ido. Se ha ido a tomar posesión al lugar que se merece. Solo que este
pájaro voló sin retorno. Su polluelo, con el pico abierto en pos de alimento, espera.
Karina, poco tiempo después, también murió. No pudo soportar la pena inexplicable por
el ser que tanto amó. Solo algunos días más padeció de su enfermedad y el dolor era
solo por sus hijos.
El sueño fue de alguna manera un mal vaticinio para Kike y su familia. En el
epitafio de ambos yace un escrito: “En la tierra fuimos inquilinos. Allá en el cielo, Dios
nos dará posesión eterna”.
Kalo y Kelo, junto a Kiko, siguieron en la venta de caramelos. Era una cosa buena
lo que había de seguir y eso ya no necesita ser explicado. Simplemente, era bueno seguir
la vida.
FIN.
DEDICATORIA
A todos los peruanos; especialmente a la familia chiclayana, que
luchan cada día por las necesidades como vivienda, salud,
educación y otros servicios básicos. A todos que luchan a diario
por alcanzar la felicidad, por el bienestar de sus hijos y por una
patria mejor.
NOTAS CURIOSAS DE LA OBRA
Autor de Novelas y Obras Poéticas “El Alma de mis Pies” 2009, “Los Ojos de mi Voz” 2010,
Novelas “En Aras del Amor” Parte I. 2011. “En Aras del Amor” Parte II. 2012. “Sol y Luna
igual a Estrellas” 2013; cuyos contenidos abordan temas coyunturales, sociales, humanos,
filosóficos y cristianos expresando al amor en todas las dimensiones del hombre.
Ha sido condecorado como “Hijo Ilustre y Medalla de la Ciudad” por el distrito de Pátapo; igual
manera “Medalla de la Ciudad “por el Distrito de la Victoria – Chiclayo (2014).Fue declarado
“El Artista de mi pueblo” Por la Universidad Señor de Sipán, del mismo modo con
Reconocimientos por Universidad Señor de Sipán y César Vallejo. Reconocimientos resolutivos
por diferentes Concejos Municipales y, especiales por parte del Poder Judicial y COSDEJ
(Comisión de derechos humanos); también por la Dirección Regional de Educación, igual modo
por la Unidad de Gestión Educativa Local de Chiclayo y Cajamarca, y de diferentes Instituciones
Públicas y Privadas.
Manuel Rubio tiene exclusivamente una tendencia narrativa y poética de afrontar de sus
creaciones en las diferentes coyunturas y manifestaciones humanas en la que actualmente el
hombre vive, tratando de denunciar a través de ella la pobreza, la muerte, las guerras, el amor, la
tristeza, los delitos, el calentamiento global, la falta de fe, la carencia de amor al prójimo, y el
amor a Dios, etc. Sus escritos han transcendido más allá de nuestras fronteras a través de
diferentes amigos como en Francia, España y EE.UU.
AUPICIO
Librería distribuidora.
LA PONTIFICIA
NEWTON S.A.C.
Gerente General.
Chiclayo- Lambayeque.