Agrobiodiversidad
Agrobiodiversidad
Agrobiodiversidad
Introducción
Uno de los mayores desafíos de la humanidad está relacionado con lograr diseñar y manejar
sistemas de producción de alimentos saludables, en abundancia y manteniendo la calidad de los
recursos, los bienes comunes, para esta y las futuras generaciones.
Durante la mayor parte de nuestra historia, de nuestra vida en el planeta tierra, los seres humanos no
dependíamos de la agricultura para obtener nuestros alimentos. Éramos cazadores, recolectores y
nuestra relación con la naturaleza era diferente a la actual. Perseguíamos rebaños, cosechábamos y
comíamos frutos, semillas, granos, raíces, tallos, hojas, miel, etc. Éramos parte de la naturaleza, un
componente más de la gran biodiversidad del planeta, nos nutríamos con ella y, luego de muertos,
nuestros cuerpos pasaban a formar parte del ciclo de nutrientes posibilitando la vida de otros seres.
No nos iba tan mal entonces, invertíamos poco tiempo para conseguir los alimentos y teníamos
tiempo para dedicarnos al arte de pintar las cavernas (Harlan, 1992).
Con el advenimiento de la agricultura, hace tan sólo unos 10,000 años, un instante en nuestra
historia, el ser humano comenzó a modificar la naturaleza para ponerla a su disposición con el fin de
obtener de ella bienes y servicios considerados de utilidad. No quería adaptarse, prefería modificarla.
Esto se llama agricultura y pasó a ser la mayor fuente de producción de alimentos ara los seres
humanos hasta el día de hoy. Tuvo algunas ventajas; la posibilidad de asentamientos, de crear
aldeas, ciudades con muchos habitantes, pero tuvo otras (bastantes) consecuencias no tan buenas.
Desde el punto de vista ecológico, esto significó una enorme intervención, una modificación de la
naturaleza en una extensión nunca vista, y una significativa disminución de la biodiversidad: de miles
de especies, a unos pocos cultivos o la cría de unas pocas especies de ganado de interés para los
seres humanos. Con el avance del modelo productivista derivado de la llamada revolución verde, esta
simplificación y manipulación de la naturaleza fue llevada a un extremo.
Pocas especies y variedades de alto potencial de rendimiento, conseguidas mediante mejoramiento
genético y el uso de grandes cantidades de energía, fertilizantes y pesticidas conformaron el modelo
de agricultura actual, que se caracteriza por una bajísima biodiversidad.
En los últimos años, se hicieron cada vez más evidentes los síntomas, las consecuencias de esta
baja diversidad: la aparición de formas resistentes de plagas, malezas y, en la actualidad, de
patógenos, el uso creciente de pesticidas y energía y el rechazo de la población en muchas ciudades
al uso de plaguicidas generó una gran preocupación en diferentes ámbitos académicos, públicos y en
los propios productores. Cada vez es más evidente que se requieren importantes cambios.
Los síntomas son tan claros, los problemas son tan serios, las consecuencias tan preocupantes, que
aun aquellos que hasta hace poco tiempo los negaban enfáticamente, han comenzado a
reconocerlos; las evidencias son abrumadoras. Aparece, entonces, la preocupación sobre la
necesidad de tomar medidas al respecto, de hacer las cosas bien, y la única propuesta que surge
dentro del modelo es aplicar lo que se conoce como buenas prácticas agrícolas (BAP). Esto se
refiere, fundamentalmente a consejos para la aplicación de plaguicidas: a respetar las distancias de
los centros poblados, no aplicar con viento, usar los picos de pulverización y los tamaños de gotas
apropiados, respetar el período de carencia y otros consejos parecidos. De alguna manera, se
transfiere la responsabilidad a los que usan la tecnología derivada de este modelo, a los aplicadores,
a los agricultores y agricultoras y no a los responsables de su diseño y difusión. Aunque este
reconocimiento de que las prácticas no son adecuadas es importante, la solución no está en aplicar
mejor o más tecnología, sino en remover las causas del problema.
Lo que estamos viendo no son los problemas, sino los síntomas de un problema mayor, la bajísima
diversidad de los sistemas modernos de producción de alimentos en busca de optimizar la
productividad y rentabilidad, que ha debilitado o anulado los importantes procesos ecológicos que
esta brindaba, como por ejemplo, el control de plagas. Acá está el problema, pero, paradójicamente,
también está la solución.
Desde el campo de la agroecología se propone, entonces, reconstruir y/o fortalecer la biodiversidad
funcional de los agroecosistemas para mejorar las interacciones entre sus componentes a fin de
poder lograr un flujo de bienes y servicios compatibles con los intereses de esta y las futuras
generaciones mediante sistemas de producción de alimentos sanos y nutritivos, que sean
económicamente viables, ecológicamente adecuados y socialmente más justos.
Pero esto requiere entender y manejar la biodiversidad en los agroecosistemas, lo que plantea varias
dificultades y desafíos. Un concepto que ha estado durante muchos años en el campo de las ciencias
naturales, de los naturalistas, de los biólogos, en el mundo silvestre, pasa a ser el elemento clave
para manejar y diseñar sistemas agroalimentarios sustentables. Es hora de abordarlo.
1
SARANDON, et al. “Biodiversidad, agroecología y agricultura sustentable” 2020. Universidad Nacional de la Plata. Buenos Aires 430 pp
Este capítulo pretende entender qué es la biodiversidad, por qué es importante para la agricultura y
analizar este desafío.
Qué es la biodiversidad
En realidad, todos tenemos alguna idea sobre lo que es la biodiversidad; algo así como la diversidad
de la vida, la existencia de muchas especies. Según el Convenio sobre Diversidad Biológica (CDB),
adoptado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que entró en
vigor el 29/12/1993, “significa la variabilidad entre organismos vivientes de todo tipo u origen,
incluyendo, entre otros, ecosistemas terrestres, marinos y otros sistemas acuáticos y los complejos
ecológicos de los cuales ellos forman parte”. Esto incluye diversidad dentro de las especies
(genética), entre especies (específica) y de ecosistemas”. (UNEP, 1994)
La diversidad entre especies es la que más fácilmente percibimos, nuestra capacidad de distinguirlas
es bastante buena, sabemos que eso es un perro, un gato, un caballo, un trigo, un roble, una abeja,
un águila, etc. Esta es la parte más visible de la biodiversidad. Y la que, en general, es percibida y
valorada por la población. Nos preocupamos porque el oso panda, o el yaguareté no se extingan, o
porque nos enteramos de que diariamente desaparecen varias especies de la faz de la tierra. Pero
hay otras dos dimensiones igualmente importantes, la dimensión genética y la de ecosistemas.
La dimensión genética está dentro o forma parte de las especies. Una especie, es en realidad una
clasificación taxonómica, que nos permite su ubicación entre todas las especies en grupos similares,
por ejemplo, en lo que llamamos familias. Así, el zapallo, la sandía, el melón, el pepino, son especies
diferentes que pertenecen a la familia de las cucurbitáceas, se parecen bastante. Pero lo que vemos
en la naturaleza es lo que llamamos una población, un conjunto de individuos de la misma especie,
por ejemplo, una población de trigo, o de maíz. En una parcela de una finca sembramos muchas
plantas (semillas) de la especie maíz, o de la especie trigo, las que a su vez pueden ser atacadas por
alguna especie de plaga. Pero lo que tenemos es un conjunto de individuos de la misma especie, que
son todos parecidos, lo suficientemente parecidos para que sepamos que son todos trigo, pero esos
individuos, esas plantas, no son todas iguales. Entre ellas hay diferencias genéticas, muchas de ellas
perceptibles a simple vista y otras no. Esto es lo que se llama variabilidad genética y es lo que
también se denomina “pool “ o acervo genético y es importantísimo porque le otorga a esa población
su capacidad de adaptación. Si una enfermedad, una helada, una sequía, una plaga, afectara nuestro
cultivo de trigo, no todas las plantas lo sufrirían por igual, porque no todas tienen la misma
composición genética. Posiblemente, alguna tiene un gen que le otorga un mayor capacidad de
soportar altas temperaturas o de crecer en suelos pobres en nitrógeno, o una sustancia que repele al
insecto plaga. La gran variabilidad genética de la población hace que esta pueda permanentemente
adaptarse al entorno o ambiente cambiante. Es una característica fundamental para los seres vivos.
Por último, hay otra dimensión de la biodiversidad, no siempre percibida que es la variabilidad
ambiental o de ecosistemas. Esta es importante porque ambientes diversos generan climas,
oportunidades y recursos diferentes y variados (diferentes nichos ecológicos) que hacen posible la
existencia de muchas especies. En ambientes poco variados, en un “monoambiente”, no hay
posibilidades de que haya muchas especies. Por eso la biodiversidad ambiental es fundamental a
todo nivel, desde los grandes biomas, los paisajes regionales o locales, hasta los microambientes que
pueden existir en una finca. Eso genera oportunidades “nichos ecológicos” que posibilitan la
existencia de una gran biodiversidad de especies.
Hoy la biodiversidad está en peligro. Ya en 1990 el PNUMA alertaba que cada día desaparecen 100
especies de la faz de la tierra, lo que señala la gravedad del problema. El IPBES (2019) aprobó, en
mayo de este año, un documento sobre la evaluación global de la biodiversidad y servicios
ecosistémicos donde señala que la naturaleza, incluyendo especies, sus genes y poblaciones,
comunidades de poblaciones interactuantes, procesos ecológicos y evolutivos, y los paisajes y
ecosistemas en los cuales ellos viven, está ahora declinando rápidamente y muchas facetas de la
naturaleza ya han sido muy afectadas, sugiriendo que la Tierra ha entrado en el denominado
Antropoceno.
Teniendo en cuenta la importancia de la biodiversidad para los seres humanos y otras especies y el
peligro en que se encuentra, el CDB, ha establecido los siguientes objetivos (UNEP, 1994): a) la
conservación de la Diversidad Biológica (DB), b) la utilización sostenible de sus componentes y c) la
participación justa y equitativa de los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos
genéticos.
Por utilización sostenible" entiende “la utilización de componentes de la diversidad biológica de un
modo y a un ritmo que no ocasione la disminución a largo plazo de la diversidad biológica, con lo cual
se mantienen las posibilidades de ésta de satisfacer las necesidades y las aspiraciones de las
generaciones actuales y futuras”.
.La biodiversidad es importante para la vida de los seres humanos y otros seres en el planeta porque
provee muchos bienes y servicios, (funciones ecológicas) algunos más concretos y visibles y otros
menos, pero igualmente fundamentales. Uno de ellos es la producción de alimentos y otros bienes y
servicios, es decir, la agricultura.
Fig. 1.1. Lote de lechuga al aire libre (arriba) en la zona hortícola en La Plata, y pimiento (abajo) en invernadero en Almería,
España, donde se observa el ideal buscado: el monocultivo, sin ninguna otra biodiversidad. Fotos: Santiago J Sarandón
Como ejemplo de este ideal, el modelo de producción en invernáculos hasta hace algunos años, se
caracterizaba por la esterilización de los suelos con Bromuro de Metilo (un gas que luego fue
prohibido) como primera medida antes de sembrar. Al igual que con la parte aérea, la biodiversidad
que representa la vida del suelo se consideraba un problema que había que eliminar: un suelo sin
vida, era un buen suelo para la agronomía.
A gran escala, este ideal está representado, en la Argentina, por las 20 millones de ha sembradas con
una sola especie, la soja, modelo promovido, apoyado y difundido por los sistemas de investigación
agropecuaria y las universidades casi como un ideal tecnológico. Esta soja es prácticamente un 100%
transgénica (RR), a la que se le ha incorporado un gen que le otorga la propiedad de poder ser
rociada con un herbicida total, el glifosato, que elimina (este era el ideal) toda otra vegetación
acompañante. El ideal del modelo moderno de agricultura: 20 millones de hectáreas con un solo ser
vivo: la soja. Esto es un claro ejemplo de que el monocultivo está fuertemente arraigado en la
concepción de lo que debe ser una buena agricultura, o, como señala irónicamente Vandana Shiva
(1996), tal vez se trate de un problema “del monocultivo de la mente”. Recién en los últimos años,
ante las consecuencias cada vez más evidentes de su aplicación, comenzaron las críticas y
reflexiones sobre lo que esta uniformidad implica y sus consecuencias.
En síntesis, los sistemas de producción de alimentos “modernos” se caracterizan por su gran
uniformidad: a) a nivel genético y específico (híbridos de maíz, cultivares de trigo, cebada, pimiento,
clones de papa), b) a nivel parcela (parcelas sembrada con una sola especie, sin presencia de
vegetación espontánea), c) a nivel finca (establecimientos donde se cultiva un solo cultivo en grandes
superficies o unos pocos) y finalmente, d) a nivel región (zona sojera), lo que se traduce también en la
uniformidad del paisaje.
Sin duda, en lo que se refiere a la agricultura y diversidad biológica, la COP-3 (Buenos Aires, 1996), y
la COP-5 (Nairobi, 2000) fueron las más trascendentes. En Buenos Aires, la COP-3 (UNEP, 1997)
estableció la decisión III/11 que lleva por título: ¨Conservación y uso sostenible de la
agrobiodiversidad¨, donde se reconoce (Sarandón, 2009):
● la importancia de la DB (diversidad biológica) para la agricultura y la interrelación de la agricultura
con la DB.
● que el campo de la agricultura ofrece una oportunidad única para unir preocupaciones relativas a la
conservación de la DB y la distribución de los beneficios derivados del uso de los recursos genéticos.
● la interdependencia entre la agricultura y la diversidad biológica y cultural. La posibilidad ofrecida
por la agricultura sostenible en el sentido de reducir el impacto negativo sobre la DB, mejorar o
incrementar a su vez el valor de la DB y unir los esfuerzos de conservación con los beneficios
sociales y económicos.
● que las comunidades de agricultores tradicionales han hecho una gran contribución a la
conservación y mejoramiento de la DB y que ellos pueden hacer una importante contribución al
desarrollo de sistemas de producción ambientalmente adecuados.
● que el uso inapropiado y la excesiva dependencia en agroquímicos ha producido un sustancial
efecto negativo sobre ecosistemas terrestres, incluidos organismos del suelo, costas y acuáticos,
perjudicando, por lo tanto, la DB de diferentes ecosistemas.
Entre otras recomendaciones, alienta a las partes a “Identificar los componentes claves de la
biodiversidad en sistemas de producción agrícola responsables del mantenimiento de los procesos
naturales y ciclos, monitorear y evaluar los efectos de las diferentes prácticas y tecnologías agrícolas
sobre esos componentes y alentar la adopción de prácticas reparadoras para alcanzar niveles
apropiados de DB.”
La COP-5, reunida en el año 2000 en Nairobi, Kenya (UNEP, 2000) toma este desafío y establece
como componentes de la agrobiodiversidad a:
a) los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura,
b) los componentes de la diversidad biológica agrícola que proporcionan servicios ecológicos,
c) los factores abióticos, que tienen un efecto determinante en estos aspectos de la diversidad
biológica agrícola
d) las dimensiones socioeconómicas y culturales; la diversidad biológica agrícola está en gran parte
determinada por actividades humanas y prácticas de gestión. Conocimientos tradicionales y locales
de la diversidad biológica agrícola, factores culturales y procesos de participación; el turismo
relacionado con los paisajes agrícolas.
Esta definición de lo que es la biodiversidad pertinente para la agricultura o agrobiodiversidad, es muy
importante porque aclara varios aspectos. Uno de ellos es que la agrobiodiversidad no se refiere sólo
a lo cultivado. Esto es una parte, pero no el todo. En esta definición se reconocen también como
componentes importantes de la agrobiodiversidad a aquellos que proporcionan servicios o procesos
ecológicos. Estos componentes, no cultivados pero presentes en los agroecosistemas son
reconocidos como importantes constituyentes de la agrobiodiversidad porque, ensamblados de
determinada manera, generan interacciones que se traducen en procesos o funciones ecológicas
que, de alguna manera u otra, son esenciales para el funcionamiento de los agroecosistemas. La
vegetación espontánea que crece junto a los cultivos o cercana a ellos, la presente en el paisaje
circundante, la fauna asociada, son, por lo tanto, componentes de la agrobiodiversidad.
Otro reconocimiento importante es el valor que se le otorga a los factores abióticos. Tal como
señalamos, varios ambientes dentro y fuera de las fincas tienen efecto sobre factores importantes
como la velocidad del viento, la humedad del suelo, la sombra, la temperatura, y son fundamentales
porque generan posibilidades (recursos y condiciones) para que existan muchas especies.
Una arboleda, una lagunita, un pajonal, un cañaveral, un arroyo, un charco de agua temporario, todos
estos ambientes, son parte de la agrobiodiversidad.
Finalmente, uno de los aspectos más interesantes, muchas veces olvidado o no tenido en cuenta es
el reconocimiento de la importancia que tienen los aspectos culturales, los conocimientos y
valoraciones que los agricultores y las agricultoras (ver importancia del enfoque de género en el
capítulo 14) tienen sobre la agrobiodiversidad presente en los agroecosistemas. A diferencia de lo
que son los ecosistemas naturales, donde todos los componentes dependen de diversos aspectos
ecológicos ambientales (calidad del suelo, temperatura, régimen de lluvia, heladas, sequías, etc..) en
los agroecosistemas todo está mediado por los intereses, conocimientos, valores, miedos, etc. de las
personas que los manejan.
En capítulo 5 de este libro se analiza la importancia que tiene para la agrobiodiversidad vegetal el
tema de las semillas y toda la relación con aspectos culturales y razones por las cuales los
productores y las productoras las guardan y reproducen, que van mucho más allá de los aspectos
meramente económicos o productivos. Razones de tipo afectivo, de independencia, innovadoras,
culinarias, y varias más, son las que explican y permiten la existencia de esta amplia biodiversidad de
semillas. En síntesis, nadie siembra lo que no conoce.
Existen, además, otras razones para valorar y tratar de entender el conocimiento ambiental local
(CAL) que los agricultores y agricultoras tienen sobre la biodiversidad, tema abordado en el capítulo
13. La biodiversidad parece ser la base ecológica de otro modelo de agricultura menos basado en
insumos, por lo que tiene una enorme importancia para el diseño de agroecosistemas.
Su conocimiento puede ser general, científico, teórico, por lo que podemos avanzar mucho en las
universidades e instituciones de educación agropecuaria, preparando nuevos técnicos y profesionales
con más conocimientos sobre este tema. Pero su aplicación es local, situada y empírica, no hay
recetas sobre cómo manejar o planificar la agrobiodiversidad, no hay lista de especies, ni distancias,
ni combinaciones de policultivos o pasturas universales y válidas para todos los sistemas. Hay, sí,
principios generales que deben ser resignificados y desarrollados teniendo en cuenta las
características ambientales y socioculturales locales. Y para ello necesitamos los conocimientos y
saberes de los y las agricultores/as. Ellos y ellas saben qué es lo que ocurre localmente, cuándo
florece determinada especie, qué insectos la visitan, qué parte de la finca tiene suelos fríos, o
calientes, cuándo anidan las aves, qué plaga aparece primero, en qué árbol están los enemigos
naturales, etc.
Todo esto es necesario para que podamos lograr un correcto ensamblaje de los componentes de la
agrobiodiversidad que permita expresar determinados procesos y funciones ecológicas. Veamos de
qué se trata esto.
Fig. 1.2. Típicos paisajes de la Provincia de Buenos Aires Argentina, donde se observan los ambientes seminaturales
asociados a la actividad ganadera. Fotos SJ Sarandón.
La eliminación del componente animal puede traer, como consecuencia, una importante disminución
de la biodiversidad al desaparecer ciertos ambientes que ya no tienen sentido en un sistema
puramente agrícola. Esto es lo que demostraron Iermanó et al (2015) en la región pampeana
Argentina, y que afectó severamente lo que denominaron el potencial de regulación biótica
(capacidad de controlar las plagas) haciendo los sistemas más vulnerables ante su ataque. Incluso
los ganaderos tienen más tolerancia a la vegetación espontánea que los agricultores, porque los
animales, en general, pueden comer las “malezas” en caso de necesidad, y, por lo tanto, estas no son
un problema serio, como sí lo pueden llegar a ser en ambientes puramente agrícolas de monocultivo.
Por otro lado, hemos señalado que el CDB señala explícitamente que la conservación de los recursos
genéticos debe hacerse in situ y que la modalidad ex situ, bancos de germoplasma es un
complemento. Esto significa que la conservación debe hacerse en los lugares donde estas plantas
crecen y coevolucionan con el ambiente. De esta manera, se produce una selección constante para
adecuarse al ambiente cambiante. Este modelo es el que vienen desarrollando desde hace miles de
años en algunas regiones, menos tiempo en otras, los agricultores, las agricultoras (ver su
importancia en capítulo 14), campesinos/as e indígenas y que hasta hace poco tiempo fue
desestimado, menospreciado e invisibilizado por la ciencia moderna. Se consideraba (y aún se piensa
de esta manera) que esas variedades, razas locales, o ecotipos no tienen valor alguno, que ya han
sido superados por los espectaculares rendimientos de las variedades e híbridos modernos). Sin
embargo, tienen un enorme valor porque están adaptados localmente y son la base de un manejo de
base agroecológico con menos uso de insumos. Tal como se analiza más adelante (ver capítulo 6),
muchas variedades locales están siendo rescatadas por sus valores que exceden el meramente
productivo o de rendimiento. Una pluralidad de valores es lo que ha conservado estos modelos de
agricultura y métodos de selección; es, en definitiva, lo que ha conservado la agrobiodiversidad. Esto
debe ser acompañado entonces con modelos de agricultura compatibles.
Estilos de agricultura
La forma en que se concibe la agricultura y ganadería tiene gran importancia en la conservación de la
biodiversidad en general y la agrobiodiversidad en particular. Como señalamos oportunamente, no
hay una sola manera de hacer la agricultura, no hay una sola forma de cultivar un buen maíz, un buen
trigo. La manera en que se hace la agricultura afecta enormemente la biodiversidad.
Como hemos visto, una agricultura de monocultivos en grandes extensiones, con aplicaciones
crecientes de plaguicidas y fertilizantes, no contribuye a la conservación de la biodiversidad, sino que
es su principal amenaza. Tanto para la que está dentro, como fuera de los agroecosistemas. El uso
creciente de pesticidas, que busca eliminar una parte de la vida (son biocidas) de los
agroecosistemas, como el uso intensivo de fertilizantes, sobre todo nitrogenados, que reducen
enormemente la riqueza de especies vegetales, afectan negativamente la agrobiodiversidad (ver
capítulo 4).
Pero, por otro lado, el modelo de agricultura elegido afecta también a la otra biodiversidad, la que está
en los ecosistemas naturales. Esto no es tan comprendido porque predomina aún una concepción
sobre la biodiversidad asociada a lo silvestre, lo prístino, al mundo natural. Por el contrario, según
esta idea, son valores contrapuestos, y se ha señalado que la mejor manera de preservar la
biodiversidad (que está en ese “otro” mundo) es intensificar al máximo los espacios rurales aplicando
toda la tecnología, incluso con el uso de pesticidas y plásticos (Avery, 1998), para evitar avanzar la
frontera agropecuaria.
Sin embargo, esto está en contradicción con lo señalado por el convenio sobre biodiversidad, que
reconoce que: el uso inapropiado y la excesiva dependencia en agroquímicos ha producido un sustancial
efecto negativo sobre ecosistemas terrestres, incluidos organismos del suelo, costas y acuáticos, perjudicando,
por lo tanto, la DB de diferentes ecosistemas. Todo lo que se hace en el mundo agrícola impacta en el
mundo natural, no existen fronteras entre ambos mundos y, por el otro lado, los agroecosistemas son
parte y constituyen la biodiversidad. Como ejemplo de la interrelación entre ambos mundos, podemos
citar el reciente trabajo de científicos uruguayos (Ernst et al., 2018), sobre el hallazgo de pesticidas en
los tejidos de 14 especies de peces (migratorios, no migratorios, y desde detritívoros a predadores)
usados para consumo humano de los Ríos Negro y Uruguay, que corre entre la Argentina y este país.
Encontraron que, en 143 de 149 muestras (el 91%) había restos de hasta 30 pesticidas diferentes en
los tejidos musculares de estos peces. Estos eran peces silvestres, del mundo natural, y los
plaguicidas provienen del mundo agropecuario, lo que confirma que todo lo que se hace en el mundo
agropecuario repercute y tiene consecuencias en ese otro mundo (paradójicamente del cual también
depende). La dicotomía productividad vs. conservación ha sido superada; es necesario lograr
sistemas agroalimentarios que a su vez contribuyan a mantener y aumentar la biodiversidad tanto de
los propios agroecosistemas como la de los ecosistemas naturales con los que están íntimamente
conectados. Pero, para ello, hay que dimensionar el verdadero valor de la biodiversidad.
El valor de la biodiversidad
Una de las razones por las cuales la biodiversidad y, por lo tanto, la agrobiodiversidad está en peligro
es su valor “difuso” o intangible. Aquí debemos comprender que una cosa es el valor y otra muy
diferente es el precio. En una economía neoclásica como la que predomina, existe la tendencia y el
reduccionismo de valorar algo por su precio. Pero el precio no es una medida verdadera del valor de
algo y mucho menos para los que se consideran bienes comunes (Flores y Sarandón, 2014). Hay un
problema con el “valor” de la biodiversidad vs. el “precio” de algunos componentes. Este es el caso
de, por ejemplo, los grandes desmontes que han ocurrido en varias regiones sojeras de la Argentina y
de países vecinos para implantar soja. Se ha hecho porque comprar estos terrenos y convertirlos en
soja resulta muy rentable, porque el “valor” del monte es mucho menor que el “valor” de la soja que
puedo producir. El problema es que estos valores no son equivalentes; cuando se elimina un monte
se calcula su valor por el precio inmobiliario de la tierra, que resulta, aparentemente, bastante barato.
Pero, nos damos cuenta de que este precio no representa el valor de esa biodiversidad y sus
servicios ecosistémicos contenida en esa superficie de monte o bosque, y que esta tiene una serie de
valores que no son fáciles de definir. En este sentido, Swift et al (2004) nos traen un poco de claridad
al proponer 4 valores para la biodiversidad:
Valor Intrínseco: (no uso). Es el valor que tiene la diversidad en sí misma para los humanos: aspectos
culturales, estéticos, sociales, éticos, religiosos. Es culturalmente variable. Los seres humanos
disfrutan de la variedad de la vida, se entristecen si desaparece una especie, colaboran para evitar su
desaparición.
Valor utilitario (uso directo): Es el valor de los componentes de la diversidad. Los cultivos, usos
químicos, farmacéuticos, caza deportiva. Puede ser “apropiado o privatizado”. Puedo cultivar una
especie, como el trigo y venderlo porque es de mi propiedad. Puedo extraer un producto del monte o
del bosque y venderlo porque me puedo apropiar de él. Incluso, los dueños de grandes extensiones
de tierra pueden cobrar por cazar en ella algún animal porque ese animal, ese componente de la
biodiversidad “les pertenece”.
Valor de opción. Es el valor a futuro (pero no actual). Un ejemplo de esto son los microorganismos
aún no conocidos, o genes para futuros productos industriales, o farmacéuticos. Este es el caso de la
enorme biodiversidad que puede contener la selva amazónica. No la destruyan, no avancen sobre
estos ambientes, nos dicen, porque ahí puede estar, puede vivir, una planta que sirva, por ejemplo,
para obtener una droga, un compuesto químico contra el cáncer, el sida, el COVID 19 u otra
enfermedad.
Valor funcional: es la contribución a la función de soporte de vida del ecosistema, o en nuestro caso,
a las funciones necesarias para el buen funcionamiento de los agroecosistemas. Es un valor reciente
que reconoce el rol de la diversidad en los servicios ecosistémicos. Es el valor que nos interesa en
este libro, el que más difícilmente se otorga y se comprende porque no se ve, es abstracto. Y, por
supuesto, requiere cierto nivel de conocimiento para valorarlo. Para quien no conoce, toda vegetación
espontánea son malezas o “yuyos” sin valor, y la vida del suelo son patógenos o formas nocivas. Pero
para el que conoce, son componentes de la biodiversidad que pueden aportar valiosas funciones que
disminuyen la necesidad del uso de insumos.
Esta visualización del valor oculto de la biodiversidad es muy importante y ha comenzado a ser
abordado por algunos autores que han tratado de ponerle “precio”. Es el caso de Morandin & Winston
(2006) que demuestran que conservar ciertos ambientes seminaturales, puede ser rentable, a través
fomentar los polinizadores que pueden proveer un incentivo económico a través de su influencia
positiva en el rendimiento de un cultivo de colza, cuando se deja una franja con vegetación
espontánea, en lugar de cultivar toda la superficie. Cuando se pretende cultivar la totalidad del terreno
con colza, los rendimientos no son buenos por falta de cuajado de las semillas, por ausencia de
polinizadores, los que han disminuido por no tener ambientes apropiados. Pretty et al. (2000) por su
parte, calcularon el costo externo del modelo de agricultura del Reino Unido estimando en varios
millones de libras esterlinas el daño al capital natural biodiversidad.
Está claro que si estos costos ocultos los pagasen los propios agricultores que los generan, entonces
este modelo de agricultura industrial no sería tan rentable como pareciera.
Aunque estos trabajos que intentan ponerle un precio a la biodiversidad para poder apreciar un poco
mejor su valor son un avance porque hacen visible lo invisible, no solucionan el problema ya que aún
no tenemos suficiente conocimiento para definir claramente valores reales para esta biodiversidad y
sus componentes. Por otro lado, como ya señalamos, como la agrobiodiversidad tiene un valor
cultural, esto no puede ser generalizado porque no tendrá la misma importancia para todas las
personas.
Por esta razón, ante la biodiversidad, que tiene valores inciertos, donde hay un grado importante de
incertidumbre y las consecuencias pueden ser muchas veces irreversibles, hay que aplicar el principio
precautorio que dice que la falta de evidencia científica no debe ser un obstáculo para tomar medidas
al respecto. Es decir, ante la duda, hay que ser conservadores.
Conclusiones
La biodiversidad es esencial para la vida en el planeta y la realización de la agricultura porque aporta
los recursos genéticos y las funciones o procesos ecológicos necesarios para su realización.
La biodiversidad está en peligro y los sistemas modernos de agricultura industrial son una de sus
principales amenazas por su baja biodiversidad y el uso creciente de pesticidas y fertilizantes. Esto
afecta no solo a la biodiversidad propia de los agroecosistemas, la agrobiodiversidad sino a la de los
ecosistemas naturales, con los que está íntimamente relacionada y es interdependiente.
Es necesario conservar la agrobiodiversidad porque sus componentes, correctamente ensamblados
generan interacciones que se traducen en procesos ecológicos esenciales para un manejo
sustentable menos dependiente de pesticidas y fertilizantes.
Para ello hay que entender los conceptos de biodiversidad funcional y mejorar nuestra capacidad
para medirlos. Hay que tener en cuenta que la agrobiodiversidad tiene un componente cultural, social
intrínseco que no puede desconocerse.
Por último debemos asumir que aún nos falta mucho por conocer sobre la agrobiodiversidad, su
importancia y cómo evaluarla, por lo que estamos en un terreno de bastante incertidumbre.
Por otro lado, debemos asumir que el valor de la biodiversidad es mucho más que el precio de
algunos de sus componentes. Por lo tanto, en caso de duda, es fundamental aplicar el principio de
precaución. La visión de la Agroecología apunta en este sentido.