Agrobiodiversidad

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 14

Agrobiodiversidad, su rol en una agricultura sustentable1

Santiago Javier Sarandón

Introducción
Uno de los mayores desafíos de la humanidad está relacionado con lograr diseñar y manejar
sistemas de producción de alimentos saludables, en abundancia y manteniendo la calidad de los
recursos, los bienes comunes, para esta y las futuras generaciones.
Durante la mayor parte de nuestra historia, de nuestra vida en el planeta tierra, los seres humanos no
dependíamos de la agricultura para obtener nuestros alimentos. Éramos cazadores, recolectores y
nuestra relación con la naturaleza era diferente a la actual. Perseguíamos rebaños, cosechábamos y
comíamos frutos, semillas, granos, raíces, tallos, hojas, miel, etc. Éramos parte de la naturaleza, un
componente más de la gran biodiversidad del planeta, nos nutríamos con ella y, luego de muertos,
nuestros cuerpos pasaban a formar parte del ciclo de nutrientes posibilitando la vida de otros seres.
No nos iba tan mal entonces, invertíamos poco tiempo para conseguir los alimentos y teníamos
tiempo para dedicarnos al arte de pintar las cavernas (Harlan, 1992).
Con el advenimiento de la agricultura, hace tan sólo unos 10,000 años, un instante en nuestra
historia, el ser humano comenzó a modificar la naturaleza para ponerla a su disposición con el fin de
obtener de ella bienes y servicios considerados de utilidad. No quería adaptarse, prefería modificarla.
Esto se llama agricultura y pasó a ser la mayor fuente de producción de alimentos ara los seres
humanos hasta el día de hoy. Tuvo algunas ventajas; la posibilidad de asentamientos, de crear
aldeas, ciudades con muchos habitantes, pero tuvo otras (bastantes) consecuencias no tan buenas.
Desde el punto de vista ecológico, esto significó una enorme intervención, una modificación de la
naturaleza en una extensión nunca vista, y una significativa disminución de la biodiversidad: de miles
de especies, a unos pocos cultivos o la cría de unas pocas especies de ganado de interés para los
seres humanos. Con el avance del modelo productivista derivado de la llamada revolución verde, esta
simplificación y manipulación de la naturaleza fue llevada a un extremo.
Pocas especies y variedades de alto potencial de rendimiento, conseguidas mediante mejoramiento
genético y el uso de grandes cantidades de energía, fertilizantes y pesticidas conformaron el modelo
de agricultura actual, que se caracteriza por una bajísima biodiversidad.
En los últimos años, se hicieron cada vez más evidentes los síntomas, las consecuencias de esta
baja diversidad: la aparición de formas resistentes de plagas, malezas y, en la actualidad, de
patógenos, el uso creciente de pesticidas y energía y el rechazo de la población en muchas ciudades
al uso de plaguicidas generó una gran preocupación en diferentes ámbitos académicos, públicos y en
los propios productores. Cada vez es más evidente que se requieren importantes cambios.
Los síntomas son tan claros, los problemas son tan serios, las consecuencias tan preocupantes, que
aun aquellos que hasta hace poco tiempo los negaban enfáticamente, han comenzado a
reconocerlos; las evidencias son abrumadoras. Aparece, entonces, la preocupación sobre la
necesidad de tomar medidas al respecto, de hacer las cosas bien, y la única propuesta que surge
dentro del modelo es aplicar lo que se conoce como buenas prácticas agrícolas (BAP). Esto se
refiere, fundamentalmente a consejos para la aplicación de plaguicidas: a respetar las distancias de
los centros poblados, no aplicar con viento, usar los picos de pulverización y los tamaños de gotas
apropiados, respetar el período de carencia y otros consejos parecidos. De alguna manera, se
transfiere la responsabilidad a los que usan la tecnología derivada de este modelo, a los aplicadores,
a los agricultores y agricultoras y no a los responsables de su diseño y difusión. Aunque este
reconocimiento de que las prácticas no son adecuadas es importante, la solución no está en aplicar
mejor o más tecnología, sino en remover las causas del problema.
Lo que estamos viendo no son los problemas, sino los síntomas de un problema mayor, la bajísima
diversidad de los sistemas modernos de producción de alimentos en busca de optimizar la
productividad y rentabilidad, que ha debilitado o anulado los importantes procesos ecológicos que
esta brindaba, como por ejemplo, el control de plagas. Acá está el problema, pero, paradójicamente,
también está la solución.
Desde el campo de la agroecología se propone, entonces, reconstruir y/o fortalecer la biodiversidad
funcional de los agroecosistemas para mejorar las interacciones entre sus componentes a fin de
poder lograr un flujo de bienes y servicios compatibles con los intereses de esta y las futuras
generaciones mediante sistemas de producción de alimentos sanos y nutritivos, que sean
económicamente viables, ecológicamente adecuados y socialmente más justos.
Pero esto requiere entender y manejar la biodiversidad en los agroecosistemas, lo que plantea varias
dificultades y desafíos. Un concepto que ha estado durante muchos años en el campo de las ciencias
naturales, de los naturalistas, de los biólogos, en el mundo silvestre, pasa a ser el elemento clave
para manejar y diseñar sistemas agroalimentarios sustentables. Es hora de abordarlo.

1
SARANDON, et al. “Biodiversidad, agroecología y agricultura sustentable” 2020. Universidad Nacional de la Plata. Buenos Aires 430 pp
Este capítulo pretende entender qué es la biodiversidad, por qué es importante para la agricultura y
analizar este desafío.

La Biodiversidad, concepto e importancia


Varias son las preguntas que surgen inmediatamente al abordar este interesante campo de
conocimientos, entre otras: qué es la biodiversidad, por qué es importante para la agricultura y, por
qué razón ha estado ausente en la formación de los profesionales y técnicos de las ciencias
agropecuarias. Veamos de qué se trata.

Qué es la biodiversidad
En realidad, todos tenemos alguna idea sobre lo que es la biodiversidad; algo así como la diversidad
de la vida, la existencia de muchas especies. Según el Convenio sobre Diversidad Biológica (CDB),
adoptado por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), que entró en
vigor el 29/12/1993, “significa la variabilidad entre organismos vivientes de todo tipo u origen,
incluyendo, entre otros, ecosistemas terrestres, marinos y otros sistemas acuáticos y los complejos
ecológicos de los cuales ellos forman parte”. Esto incluye diversidad dentro de las especies
(genética), entre especies (específica) y de ecosistemas”. (UNEP, 1994)
La diversidad entre especies es la que más fácilmente percibimos, nuestra capacidad de distinguirlas
es bastante buena, sabemos que eso es un perro, un gato, un caballo, un trigo, un roble, una abeja,
un águila, etc. Esta es la parte más visible de la biodiversidad. Y la que, en general, es percibida y
valorada por la población. Nos preocupamos porque el oso panda, o el yaguareté no se extingan, o
porque nos enteramos de que diariamente desaparecen varias especies de la faz de la tierra. Pero
hay otras dos dimensiones igualmente importantes, la dimensión genética y la de ecosistemas.
La dimensión genética está dentro o forma parte de las especies. Una especie, es en realidad una
clasificación taxonómica, que nos permite su ubicación entre todas las especies en grupos similares,
por ejemplo, en lo que llamamos familias. Así, el zapallo, la sandía, el melón, el pepino, son especies
diferentes que pertenecen a la familia de las cucurbitáceas, se parecen bastante. Pero lo que vemos
en la naturaleza es lo que llamamos una población, un conjunto de individuos de la misma especie,
por ejemplo, una población de trigo, o de maíz. En una parcela de una finca sembramos muchas
plantas (semillas) de la especie maíz, o de la especie trigo, las que a su vez pueden ser atacadas por
alguna especie de plaga. Pero lo que tenemos es un conjunto de individuos de la misma especie, que
son todos parecidos, lo suficientemente parecidos para que sepamos que son todos trigo, pero esos
individuos, esas plantas, no son todas iguales. Entre ellas hay diferencias genéticas, muchas de ellas
perceptibles a simple vista y otras no. Esto es lo que se llama variabilidad genética y es lo que
también se denomina “pool “ o acervo genético y es importantísimo porque le otorga a esa población
su capacidad de adaptación. Si una enfermedad, una helada, una sequía, una plaga, afectara nuestro
cultivo de trigo, no todas las plantas lo sufrirían por igual, porque no todas tienen la misma
composición genética. Posiblemente, alguna tiene un gen que le otorga un mayor capacidad de
soportar altas temperaturas o de crecer en suelos pobres en nitrógeno, o una sustancia que repele al
insecto plaga. La gran variabilidad genética de la población hace que esta pueda permanentemente
adaptarse al entorno o ambiente cambiante. Es una característica fundamental para los seres vivos.
Por último, hay otra dimensión de la biodiversidad, no siempre percibida que es la variabilidad
ambiental o de ecosistemas. Esta es importante porque ambientes diversos generan climas,
oportunidades y recursos diferentes y variados (diferentes nichos ecológicos) que hacen posible la
existencia de muchas especies. En ambientes poco variados, en un “monoambiente”, no hay
posibilidades de que haya muchas especies. Por eso la biodiversidad ambiental es fundamental a
todo nivel, desde los grandes biomas, los paisajes regionales o locales, hasta los microambientes que
pueden existir en una finca. Eso genera oportunidades “nichos ecológicos” que posibilitan la
existencia de una gran biodiversidad de especies.
Hoy la biodiversidad está en peligro. Ya en 1990 el PNUMA alertaba que cada día desaparecen 100
especies de la faz de la tierra, lo que señala la gravedad del problema. El IPBES (2019) aprobó, en
mayo de este año, un documento sobre la evaluación global de la biodiversidad y servicios
ecosistémicos donde señala que la naturaleza, incluyendo especies, sus genes y poblaciones,
comunidades de poblaciones interactuantes, procesos ecológicos y evolutivos, y los paisajes y
ecosistemas en los cuales ellos viven, está ahora declinando rápidamente y muchas facetas de la
naturaleza ya han sido muy afectadas, sugiriendo que la Tierra ha entrado en el denominado
Antropoceno.
Teniendo en cuenta la importancia de la biodiversidad para los seres humanos y otras especies y el
peligro en que se encuentra, el CDB, ha establecido los siguientes objetivos (UNEP, 1994): a) la
conservación de la Diversidad Biológica (DB), b) la utilización sostenible de sus componentes y c) la
participación justa y equitativa de los beneficios que se deriven de la utilización de los recursos
genéticos.
Por utilización sostenible" entiende “la utilización de componentes de la diversidad biológica de un
modo y a un ritmo que no ocasione la disminución a largo plazo de la diversidad biológica, con lo cual
se mantienen las posibilidades de ésta de satisfacer las necesidades y las aspiraciones de las
generaciones actuales y futuras”.
.La biodiversidad es importante para la vida de los seres humanos y otros seres en el planeta porque
provee muchos bienes y servicios, (funciones ecológicas) algunos más concretos y visibles y otros
menos, pero igualmente fundamentales. Uno de ellos es la producción de alimentos y otros bienes y
servicios, es decir, la agricultura.

Biodiversidad y agricultura: una relación necesaria


Importancia de la biodiversidad para la agricultura
Comprendida la importancia de la biodiversidad para la humanidad, nos preguntamos cuál es la
importancia que tiene para la agricultura en particular. A simple vista o de una primera impresión
parece que nada tienen que ver; una cosa es el mundo silvestre, natural, donde “está” la
biodiversidad y otra cosa muy distinta son los sistemas de producción de alimentos, los sistemas
agropecuarios. Sin embargo, la biodiversidad es importante, esencial para la agricultura, porque
aporta dos cosas fundamentales: a) recursos genéticos y b) procesos (servicios) ecológicos. Ambas
son fundamentales para que pueda hacerse agricultura o actividades agropecuarias. La necesidad de
los recursos genéticos es bastante evidente, son las semillas, las variedades, los híbridos, los
materiales que cultivamos, las razas de animales que criamos, de ganado, de aves, de cabras. La
importancia de esta parte de la biodiversidad siempre ha estado clara para las ciencias agronómicas y
ha existido una preocupación por su conservación: es el almacén de dónde sacamos lo que
necesitamos para cultivar o criar, y los repuestos por si se daña. Esto comprende tanto las variedades
en sí mismas, como los parientes relativos con los cuales se pueden cruzar, por ejemplo, se han
preservado variedades de trigo y todos los parientes de trigos primitivos, antecesores o especies
relacionadas, cultivadas o silvestres.
Es tal la preocupación por la pérdida que implicaría el deterioro de este material, la erosión genética,
que existen en todo el mundo bancos de germoplasma, que conservan y catalogan miles de
“entradas” de especies cultivadas y sus parientes. Esto es lo que se llama conservación “ex situ”
porque se realiza fuera de los lugares donde estas especies crecen y se han originado y se cultivan.
En América Latina existen 3 grandes centros dependientes de la CGIAR (Grupo Consultivo
Internacional de Investigación en Agricultura), uno de los promotores de la Revolución Verde, que son
importantes bancos de germoplasma: ellos son el CIMMYT (Centro internacional de mejoramiento de
maíz y trigo) en México, el CIP (Centro internacional de la papa) en Lima, Perú y el CIAT (Centro de
Investigaciones en Agricultura Tropical) en Palmira, Colombia. El INTA en Argentina tiene también
importantes bancos de germoplasma.
A escala mundial, recientemente se ha inaugurado en Noruega lo que se conoce como el “arca de
Noé” (Svalbard Global Seed Vault) de semillas donde la humanidad guarda, en el “permafrost”
(temperaturas bajo cero permanentes) millones de semillas de especies de todo tipo. Un reservorio de
biodiversidad, o, al menos, de una parte de esta. Sin embargo, a pesar de la importancia que tiene
este tipo de conservación, el CDB, en el artículo 9 reconoce que la conservación “ex situ” es un
“complemento” de las medidas “in situ”, lo que implica admitir la imposibilidad de conservar la
biodiversidad exclusivamente en bancos de germoplasma, que ha sido la tendencia predominante
hasta ahora (Sarandón, 2009). Veremos de qué se trata la conservación “in situ” más adelante.
Por el otro lado, y simultáneamente, la biodiversidad es importante para la agricultura porque es la
responsable de muchos procesos ecológicos fundamentales para que pueda desarrollarse esta
actividad. Entre ellos, la polinización: un tercio de las cosechas del mundo dependen de los
polinizadores (ver capítulo 9), la regulación biótica (capítulos 7, 8 y 10) y la descomposición de la
materia orgánica, el ciclado de nutrientes (capítulo 2 y 3) entre otros, que desarrollaremos más
adelante. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con los recursos genéticos, claramente
percibidos como necesarios, este aporte o rol que cumple la biodiversidad en los agroecosistemas es
poco percibido, más abstracto, de un valor “difuso” y es lo que está en peligro. Y, paradójicamente, la
agricultura, que depende de ella, es una de sus principales amenazas.
Efecto de la agricultura sobre la biodiversidad
A pesar de la importancia que tiene la biodiversidad para la agricultura, paradójicamente, esta es la
actividad de los seres humanos que más atenta contra la biodiversidad. En primer lugar, tiene un gran
efecto por su extensión; la agricultura (y ganadería) es la actividad humana que ocupan la mayor
parte de los territorios de los países. Más del 50% de los ecosistemas terrestres de la mayoría de los
países son agroecosistemas, es decir, sistemas transformados por los seres humanos para producir
bienes (carne, cereales, frutos, fibra, combustible) y servicios de interés.
Por otra parte, lo que tiene un enorme impacto sobre la biodiversidad es el modelo de agricultura
prevaleciente. Hay que entender que no hay un solo modelo o forma de hacer agricultura. Y que la
forma que predomina actualmente es sólo una de las maneras posibles en las que se puede concebir
la agricultura. Acá está el problema: este modelo predominante se caracteriza por su bajísima
biodiversidad, lo que constituye una gran paradoja: la necesita, depende de ella, pero la restringe, la
disminuye, la combate.

Baja diversidad específica y genética


Se considera que, sobre unas 400.000 especies de plantas que se estima existen sobre el planeta
tierra, de las cuales dos tercios se consideran comestibles, los seres humanos solo consumen
aproximadamente unas 200 especies globalmente (Warren, 2015). Otros autores sostienen que el
mundo tiene más de 50,000 plantas comestibles, pero el 90% de la demanda de energía del mundo
está satisfecha por sólo 15 cultivos y, aproximadamente dos tercios de nuestro consumo calórico, son
provistos por 3 cultivos: arroz, maíz y trigo (Gruber, 2017). Pero, además de pocas especies, lo que
ya es preocupante, el modelo se caracteriza por unas pocas variedades o cultivares, es decir, por una
baja diversidad genética dentro de las especies. La gran cantidad de variedades, ecotipos, razas
locales que existían hace muchos años se han reducido a una pocas exitosas, que tienen la habilidad
de responder al gran agregado de insumos necesario para expresar su “potencial de rendimiento”.
Esta estrechez en el acervo o “pool” genético, sumada a las pocas especies cultivadas, en grandes
extensiones, implica una baja biodiversidad específica, genética y de ecosistemas, y una gran
vulnerabilidad ecológica para los sistemas de producción de alimentos.
Esto es consecuencia de la aplicación o predominio de un modelo de producción de alimentos que ha
sido influenciado en forma notable por el paradigma productivista simplificador de la Revolución
Verde, iniciado en los años 60 en América Latina y que ha tenido (y tiene) una enorme influencia en la
formación de los profesionales y técnicos de la agronomía. Este modelo se caracteriza por buscar la
productividad agrícola (rendimiento en kg/ha de los cultivos o animales) en grandes extensiones de
unas pocas especies y variedades “exitosas” de alto potencial de rendimiento, mediante el uso
intensivo de energía (fósil) y agroquímicos (plaguicidas y fertilizantes), (Sarandón & Flores, 2014). En
este modelo, la diversidad resulta algo molesto, no deseable, algo que debe ser combatido en busca
del ideal de la uniformidad, que es justamente lo contrario.
No es raro pensar, como un ideal, en un lote o parcela donde sólo crezca el cultivo que queremos, sin
ningún acompañante “molesto”, dentro o cerca de las parcelas, al que consideramos como algo
indeseable que no tiene utilidad alguna, y que, en lo posible, debemos combatir, y que llamamos
malezas (ver capítulo 4). Existe incluso un ideal estético de lo que debe ser un buen cultivo, que se
caracteriza justamente por la ausencia de biodiversidad, de cualquier otra especie acompañante. Un
cultivo bien limpio, prolijo: es un buen cultivo (Figura 1.1). Sin embargo, esta percepción de las
malezas sólo como elementos indeseables en los agroecosistemas es un error, una enorme
simplificación de su rol y puede tener consecuencias muy negativas. Las denominadas malezas no
son plantas que nacieron del lado equivocado del mundo, no son plantas “malas” en sí mismas, y
pueden tener un gran valor para otros usos o funciones. Por ejemplo, desde el punto de vista
alimenticio, Rapoport et al., (2009), en su libro “malezas comestibles del cono sur y otras partes del
planeta”, señala por lo menos 230 especies consideradas malezas que son comestibles y de
excelente calidad nutritiva, que crecen libremente en muchos lugares accesibles para los seres
humanos y que no son consideradas alimento. El ideal de cultivo limpio, donde todo lo no cultivado es
negativo, predomina ampliamente.

Fig. 1.1. Lote de lechuga al aire libre (arriba) en la zona hortícola en La Plata, y pimiento (abajo) en invernadero en Almería,
España, donde se observa el ideal buscado: el monocultivo, sin ninguna otra biodiversidad. Fotos: Santiago J Sarandón

Como ejemplo de este ideal, el modelo de producción en invernáculos hasta hace algunos años, se
caracterizaba por la esterilización de los suelos con Bromuro de Metilo (un gas que luego fue
prohibido) como primera medida antes de sembrar. Al igual que con la parte aérea, la biodiversidad
que representa la vida del suelo se consideraba un problema que había que eliminar: un suelo sin
vida, era un buen suelo para la agronomía.
A gran escala, este ideal está representado, en la Argentina, por las 20 millones de ha sembradas con
una sola especie, la soja, modelo promovido, apoyado y difundido por los sistemas de investigación
agropecuaria y las universidades casi como un ideal tecnológico. Esta soja es prácticamente un 100%
transgénica (RR), a la que se le ha incorporado un gen que le otorga la propiedad de poder ser
rociada con un herbicida total, el glifosato, que elimina (este era el ideal) toda otra vegetación
acompañante. El ideal del modelo moderno de agricultura: 20 millones de hectáreas con un solo ser
vivo: la soja. Esto es un claro ejemplo de que el monocultivo está fuertemente arraigado en la
concepción de lo que debe ser una buena agricultura, o, como señala irónicamente Vandana Shiva
(1996), tal vez se trate de un problema “del monocultivo de la mente”. Recién en los últimos años,
ante las consecuencias cada vez más evidentes de su aplicación, comenzaron las críticas y
reflexiones sobre lo que esta uniformidad implica y sus consecuencias.
En síntesis, los sistemas de producción de alimentos “modernos” se caracterizan por su gran
uniformidad: a) a nivel genético y específico (híbridos de maíz, cultivares de trigo, cebada, pimiento,
clones de papa), b) a nivel parcela (parcelas sembrada con una sola especie, sin presencia de
vegetación espontánea), c) a nivel finca (establecimientos donde se cultiva un solo cultivo en grandes
superficies o unos pocos) y finalmente, d) a nivel región (zona sojera), lo que se traduce también en la
uniformidad del paisaje.

Uso creciente de plaguicidas


Por el otro lado, los sistemas de agricultura moderna tienen un gran impacto negativo sobre la
biodiversidad por el uso creciente de plaguicidas, en parte como consecuencia de lo anterior.
El modelo de monocultivo de estos genotipos (variedades e híbridos) de alto potencial de rendimiento
se basa en suministrarles el ambiente y los recursos adecuados para que puedan expresar este
potencial. Y esto se logra con la aplicación de fertilizantes y grandes cantidades de plaguicidas:
insecticidas, herbicidas, fungicidas y otros para evitar las adversidades bióticas.
De esta manera, el uso de plaguicidas ha venido aumentado en muchas partes del mundo. Nuestra
región no es la excepción: En la Argentina, el uso de plaguicidas aumentó de 73 millones de kg/l en
1995, a 317 millones de kg/l en el año 2012 (CASAFE, 2015). Aunque no hay cifras actuales, a este
ritmo hoy estaríamos en unos 420 millones de kg/l por año. Y en Brasil los números son aún más
preocupantes, llegando casi a los 1000 millones de litros/kilos. Esta liberación continua y acumulativa
de plaguicidas afecta, no sólo a la biodiversidad propia de los agroecosistemas sino que tiene una
enorme influencia sobre la biodiversidad de los ambientes naturales circundante ya que pueden
recorrer grandes distancias y afectar lagos, deltas, arroyos y otros ambientes naturales y la flora y
fauna asociada a ellos. Betekov et al., (2013) analizaron el efecto de los plaguicidas sobre la riqueza
regional de taxas de invertebrados de arroyos en Europa (Alemania y Francia) y Australia. Los
plaguicidas causaron importantes efectos sobre la riqueza de especies y de familias en ambas
regiones, con pérdidas en taxas de hasta un 42% de los grupos analizados.
Todo esto constituye un sistema que disminuye la base productiva y necesaria que es la biodiversidad
y debilita los procesos ecológicos que ésta provee. Estos, entonces, deben ser reemplazados por
subsidios energéticos a través de insumos caros y peligrosos, poniendo en duda la
posibilidad de mantener este modelo en el tiempo.
En síntesis, la gran uniformidad de la agricultura moderna, con el uso de unas pocas especies y
variedades de alto potencial de rendimiento, ha logrado una alta productividad por unidad de
superficie (rendimiento) pero está asociado a dos problemas. Por un lado, su insustentabilidad
ecológica-social, con problemas ambientales de gran magnitud (Sarandón & Flores, 2014), entre los
cuales se destaca la dependencia creciente de pesticidas. Por otro lado, este modelo no resulta
aplicable para la mayoría de los agricultores. Este modelo deja fuera del mismo a los productores
familiares que no siempre tienen suficiente capital para adquirir los insumos cada vez más necesarios
y costosos que este modelo requiere para alcanzar los niveles de productividad necesarios para que
sea rentable. Teniendo en cuenta que, en casi todos los países de nuestra región, los agricultores
familiares representan entre un 70% y más del 80% de todos los productores, surge la necesidad de
hacer algo al respecto.

De una agricultura de insumos a una de procesos


Se requiere pasar de una agricultura insumo dependiente a una agricultura sustentable basada en
procesos ecológicos. No se trata, entonces, de aplicar menos insumos o un poco menos nocivos o
peligrosos o extremar los cuidados de su aplicación. Aunque esto es, por supuesto, mejor que
aplicarlos mal, no va a la raíz del problema, sino a los síntomas. En este sentido, está claro que es
necesario rediseñar los sistemas de producción de alimentos para que sean menos dependientes de
insumos, es decir, potenciar las funciones ecológicas. Esto es posible y para ello el recurso clave es
la biodiversidad. Esto brinda una esperanza, pero presenta un problema, nuestro desconocimiento de
lo que es la biodiversidad en los agroecosistemas, cómo estimarla y cómo manejarla. Un concepto
que ha estado durante muchos años en el campo, en el terreno de los biólogos y naturalistas aparece
como la solución a muchos problemas de los agroecosistemas actuales.
Ahí reconocemos que estos contenidos no han estado presentes en forma suficiente en las ciencias
agropecuarias. Pero ¿por qué un concepto tan importante para el diseño y manejo de los
agroecosistemas ha estado prácticamente ausente de las ciencias agropecuarias? En principio
porque la palabra, el concepto, la imagen mental que despierta la misma, siempre ha estado asociada
a los sistemas naturales, a la naturaleza, a lo silvestre, a ese otro mundo. De hecho, cualquiera puede
comprobarlo si introduce la palabra biodiversidad en el buscador más famoso actualmente. Las
imágenes que aparecerán serán, en casi su totalidad, del mundo natural, no del mundo agropecuario.
Incluso, predomina la idea de que son dos mundos antagónicos, incompatibles, en disputa: si
queremos preservar la biodiversidad, se dice, debemos aprovechar e intensificar los sistemas
agropecuarios para no avanzar la frontera agropecuaria y disminuir o afectar el mundo silvestre, que
es donde está la biodiversidad. Esta es una visión bastante simplista y equivocada de lo que significa
la biodiversidad y que ha tenido importantes consecuencias sobre los modelos de agricultura
prevalecientes.
Conscientes, entonces, de la importancia de la biodiversidad para la agricultura, como hemos
demostrado en la primera parte de este capítulo y, a su vez, del importante rol que la agricultura tiene
para la vida de los seres humanos, y de la rápida disminución de la biodiversidad, se disparan varios
interrogantes, entre ellos: ¿Qué es la diversidad biológica agrícola?, ¿cuáles son sus componentes?,
¿cuáles son las funciones que nos puede proveer?, ¿implica esta disminución de la agrobiodiversidad
una amenaza a las funciones de los agroecosistemas?, ¿cuáles son los componentes de la
biodiversidad que debemos conservar?, ¿cómo medir la biodiversidad funcional?, ¿podemos
identificar “umbrales” o niveles mínimos de biodiversidad” en estos procesos?, ¿cuál es la importancia
de esta pérdida, el “valor” de la biodiversidad?, ¿qué efecto tienen sobre esta pérdida, los diferentes
estilos de agricultura? Trataremos de abordarlos en el resto de este capítulo.

La Diversidad Biológica Agrícola o Agrobiodiversidad


Como señalábamos al comienzo del capítulo, el reconocimiento de la importancia de la biodiversidad
para los seres humanos y el resto de los seres del planeta, y la conciencia de su rápida declinación
llevó a la firma del Convenio sobre Biodiversidad (1992) que analiza acciones a encarar para la
preservación de la biodiversidad y sus componentes. Estos convenios contemplan sucesivas
reuniones de las partes para seguir analizando los diferentes aspectos del tema central (ver análisis
detallado del convenio sobre biodiversidad enfocado hacia la agricultura, en Sarandón, 2009).
Hasta la fecha se han realizado 14 reuniones o conferencias de las partes (COP):
COP1: Nassau (Bahamas) del 28 de noviembre al 9 de diciembre de 1994.
COP2: Jakarta (Indonesia), del 6 al 17 de noviembre de 1995.
COP3: Buenos Aires (Argentina), del 4 al 15 de noviembre de 1996.
COP4: Bratislava (Eslovaquia), del 4 al 15 de mayo de 1998.
ExCOP1: Cartagena de Indias (Colombia), del 22 al 23 de febrero de 1999.
COP5: Nairobi (Kenia), del 15 al 26 de mayo de 2000.
COP6: La Haya (Países Bajos), del 7 al 19 de abril de 2002.
COP7: Kuala Lumpur (Malasia), del 9 al 20 de febrero de 2004.
COP8: Curitiba (Brasil), del 20 al 31 de marzo de 2006.
COP9: Bonn (Alemania), del 19 al 30 de mayo de 2008.
COP10: Nagoya (Japón), del 18 al 29 de octubre de 2010.
COP11: Hyderabad (India), del 8 al 19 de octubre de 2012.
COP12: Pyeongchang (Corea del Sur), del 6 al 17 de octubre de 2014.
COP13: Cancún (México), del 4 al 17 de diciembre de 2016.
COP14: Sharm El Sheikh (Egipto)

Sin duda, en lo que se refiere a la agricultura y diversidad biológica, la COP-3 (Buenos Aires, 1996), y
la COP-5 (Nairobi, 2000) fueron las más trascendentes. En Buenos Aires, la COP-3 (UNEP, 1997)
estableció la decisión III/11 que lleva por título: ¨Conservación y uso sostenible de la
agrobiodiversidad¨, donde se reconoce (Sarandón, 2009):
● la importancia de la DB (diversidad biológica) para la agricultura y la interrelación de la agricultura
con la DB.
● que el campo de la agricultura ofrece una oportunidad única para unir preocupaciones relativas a la
conservación de la DB y la distribución de los beneficios derivados del uso de los recursos genéticos.
● la interdependencia entre la agricultura y la diversidad biológica y cultural. La posibilidad ofrecida
por la agricultura sostenible en el sentido de reducir el impacto negativo sobre la DB, mejorar o
incrementar a su vez el valor de la DB y unir los esfuerzos de conservación con los beneficios
sociales y económicos.
● que las comunidades de agricultores tradicionales han hecho una gran contribución a la
conservación y mejoramiento de la DB y que ellos pueden hacer una importante contribución al
desarrollo de sistemas de producción ambientalmente adecuados.
● que el uso inapropiado y la excesiva dependencia en agroquímicos ha producido un sustancial
efecto negativo sobre ecosistemas terrestres, incluidos organismos del suelo, costas y acuáticos,
perjudicando, por lo tanto, la DB de diferentes ecosistemas.
Entre otras recomendaciones, alienta a las partes a “Identificar los componentes claves de la
biodiversidad en sistemas de producción agrícola responsables del mantenimiento de los procesos
naturales y ciclos, monitorear y evaluar los efectos de las diferentes prácticas y tecnologías agrícolas
sobre esos componentes y alentar la adopción de prácticas reparadoras para alcanzar niveles
apropiados de DB.”
La COP-5, reunida en el año 2000 en Nairobi, Kenya (UNEP, 2000) toma este desafío y establece
como componentes de la agrobiodiversidad a:
a) los recursos genéticos para la alimentación y la agricultura,
b) los componentes de la diversidad biológica agrícola que proporcionan servicios ecológicos,
c) los factores abióticos, que tienen un efecto determinante en estos aspectos de la diversidad
biológica agrícola
d) las dimensiones socioeconómicas y culturales; la diversidad biológica agrícola está en gran parte
determinada por actividades humanas y prácticas de gestión. Conocimientos tradicionales y locales
de la diversidad biológica agrícola, factores culturales y procesos de participación; el turismo
relacionado con los paisajes agrícolas.
Esta definición de lo que es la biodiversidad pertinente para la agricultura o agrobiodiversidad, es muy
importante porque aclara varios aspectos. Uno de ellos es que la agrobiodiversidad no se refiere sólo
a lo cultivado. Esto es una parte, pero no el todo. En esta definición se reconocen también como
componentes importantes de la agrobiodiversidad a aquellos que proporcionan servicios o procesos
ecológicos. Estos componentes, no cultivados pero presentes en los agroecosistemas son
reconocidos como importantes constituyentes de la agrobiodiversidad porque, ensamblados de
determinada manera, generan interacciones que se traducen en procesos o funciones ecológicas
que, de alguna manera u otra, son esenciales para el funcionamiento de los agroecosistemas. La
vegetación espontánea que crece junto a los cultivos o cercana a ellos, la presente en el paisaje
circundante, la fauna asociada, son, por lo tanto, componentes de la agrobiodiversidad.
Otro reconocimiento importante es el valor que se le otorga a los factores abióticos. Tal como
señalamos, varios ambientes dentro y fuera de las fincas tienen efecto sobre factores importantes
como la velocidad del viento, la humedad del suelo, la sombra, la temperatura, y son fundamentales
porque generan posibilidades (recursos y condiciones) para que existan muchas especies.
Una arboleda, una lagunita, un pajonal, un cañaveral, un arroyo, un charco de agua temporario, todos
estos ambientes, son parte de la agrobiodiversidad.
Finalmente, uno de los aspectos más interesantes, muchas veces olvidado o no tenido en cuenta es
el reconocimiento de la importancia que tienen los aspectos culturales, los conocimientos y
valoraciones que los agricultores y las agricultoras (ver importancia del enfoque de género en el
capítulo 14) tienen sobre la agrobiodiversidad presente en los agroecosistemas. A diferencia de lo
que son los ecosistemas naturales, donde todos los componentes dependen de diversos aspectos
ecológicos ambientales (calidad del suelo, temperatura, régimen de lluvia, heladas, sequías, etc..) en
los agroecosistemas todo está mediado por los intereses, conocimientos, valores, miedos, etc. de las
personas que los manejan.
En capítulo 5 de este libro se analiza la importancia que tiene para la agrobiodiversidad vegetal el
tema de las semillas y toda la relación con aspectos culturales y razones por las cuales los
productores y las productoras las guardan y reproducen, que van mucho más allá de los aspectos
meramente económicos o productivos. Razones de tipo afectivo, de independencia, innovadoras,
culinarias, y varias más, son las que explican y permiten la existencia de esta amplia biodiversidad de
semillas. En síntesis, nadie siembra lo que no conoce.
Existen, además, otras razones para valorar y tratar de entender el conocimiento ambiental local
(CAL) que los agricultores y agricultoras tienen sobre la biodiversidad, tema abordado en el capítulo
13. La biodiversidad parece ser la base ecológica de otro modelo de agricultura menos basado en
insumos, por lo que tiene una enorme importancia para el diseño de agroecosistemas.
Su conocimiento puede ser general, científico, teórico, por lo que podemos avanzar mucho en las
universidades e instituciones de educación agropecuaria, preparando nuevos técnicos y profesionales
con más conocimientos sobre este tema. Pero su aplicación es local, situada y empírica, no hay
recetas sobre cómo manejar o planificar la agrobiodiversidad, no hay lista de especies, ni distancias,
ni combinaciones de policultivos o pasturas universales y válidas para todos los sistemas. Hay, sí,
principios generales que deben ser resignificados y desarrollados teniendo en cuenta las
características ambientales y socioculturales locales. Y para ello necesitamos los conocimientos y
saberes de los y las agricultores/as. Ellos y ellas saben qué es lo que ocurre localmente, cuándo
florece determinada especie, qué insectos la visitan, qué parte de la finca tiene suelos fríos, o
calientes, cuándo anidan las aves, qué plaga aparece primero, en qué árbol están los enemigos
naturales, etc.
Todo esto es necesario para que podamos lograr un correcto ensamblaje de los componentes de la
agrobiodiversidad que permita expresar determinados procesos y funciones ecológicas. Veamos de
qué se trata esto.

Servicios ecológicos de la agrobiodiversidad


El convenio sobre agrobiodiversidad en la conferencia de las partes COP-5, de Nairobi (UNEP, 2000)
reconoce que, correctamente ensamblados, los componentes de la agrobiodiversidad pueden
intervenir o contribuir con los siguientes procesos o servicios ecológicos.
● El ciclo de nutrientes, la descomposición de la materia orgánica y el mantenimiento de la fertilidad
de los suelos
● La regulación de plagas y enfermedades
● La polinización
● El mantenimiento y la mejora de la fauna y la flora silvestres y los hábitats locales en sus paisajes
● Mantenimiento del ciclo hidrológico
● Control de la erosión
● Regulación del clima y absorción del carbono
Como lo señalamos al principio, aunque una parte de la agrobiodiversidad, los recursos genéticos,
eran bien comprendida y valorada por el modelo convencional, no estaba tan claro y casi pasaba
desapercibido el aporte que la misma puede hacer en la generación de procesos ecológicos que son
vistos como importantes servicios para los agricultores.
De hecho, lo que ha ocurrido es justamente lo inverso: el diseño de sistemas de baja biodiversidad,
monocultivos en grandes extensiones con la aplicación de pesticidas que eliminaron casi todas las
formas de vida, generaron un debilitamiento de estos procesos que entonces debieron ser sustituidos
por insumos. Por lo tanto, en forma inversa, si fortalecemos estos procesos, podemos disminuir su
uso o, incluso, dejar de usarlos.
Analicemos la lista anterior y veamos si alguno de estos nos resulta interesante. Sin duda, si
podemos mejorar, hacer más eficiente el ciclaje de nutrientes, podríamos requerir un menor uso de
fertilizantes sintéticos, caros, energéticamente costosos y que generan externalidades. Una de las
maneras sería mejorar la capacidad biótica de fijar nitrógeno, a través de la incorporación de
elementos de la biodiversidad que lo hagan, como las leguminosas y los rizobios asociados.
Por otro lado, el fortalecimiento de los mecanismos de regulación biótica disminuiría la necesidad del
uso de pesticidas, el mejoramiento de la polinización generaría, por un lado mejoras en la producción,
mejoras en el cuajado y calidad de los frutos o semillas y, simultáneamente, aumentaría la
variabilidad genética de muchas especies (ver capítulo 9).
Hay algunos otros servicios que ya no son a escala local, de finca, sino más bien regional como ser
hábitat para otras especies, o el mantenimiento del paisaje, regulación del clima y absorción del
carbono.
Comprendida la importancia de mantener buenos niveles de agrobiodiversidad nos surgen otros
interrogantes. Algunos de ellos tienen que ver con comprender mejor la relación entre la biodiversidad
y sus funciones.

La biodiversidad funcional en los agroecosistemas


Habiendo comprendido la importancia de la agrobiodiversidad para las funciones ecológicas debemos
avanzar en algunos criterios para evaluar cómo construir esa biodiversidad que nos brinde estos
servicios. Cuando hablamos de tener niveles adecuados de la agrobiodiversidad, ¿a qué nos
referimos?, ¿es el número total de especies que tengo en una finca, son sólo las cultivadas o,
además, debo sumar las especies espontáneas?, ¿debo medir todo o sólo la vegetación? Para
contestar estas preguntas necesitamos entender la relación entre las funciones que aporta y la
cantidad de especies que implica una buena agrobiodiversidad. En este sentido, uno de los primeros
aspectos que llaman la atención es que existen sólo algunas pocas funciones, pero, por otro lado,
muchísimas especies. Imagínense sólo en una hectárea cuántas especies de plantas, insectos, otros
artrópodos, microorganismos, hongos, bacterias, etc. puedo encontrar.
Es decir, no existen muchas funciones, pero existen innumerables especies, lo que quiere decir que
muchas de ellas hacen o son responsables de la misma función. ¿Por qué la naturaleza ha hecho
esto?, ¿cuál es el sentido que varias especies hagan la misma función?, ¿cuál es el significado de la
diversidad “entre” grupos funcionales? Vandermeer (1998) analiza este punto y confirma que,
efectivamente, muchas especies diferentes cumplen roles similares en áreas separadas. De alguna
manera, la biodiversidad mejora las funciones del ecosistema debido a que diferentes especies o
genotipos desarrollan diferentes funciones (tienen diferentes nichos). Por lo tanto, existe una
redundancia construida dentro del sistema.
Es sabido que, en condiciones de laboratorio, una sola especie basta o es suficiente para cumplir con
alguna función ecológica. Por ejemplo, podemos buscar y criar un enemigo natural muy eficiente que
controle la principal plaga de mi cultivo. O, por otro lado, aislar un microorganismo del suelo, que sea
capaz de descomponer la materia orgánica en forma efectiva. El problema es que estos procesos
individuales pueden llegar a funcionar bien sólo dentro de determinadas condiciones de temperatura,
humedad, pH, u otros. Pero nosotros necesitamos y esperamos, que ese proceso se produzca
siempre, aún bajo diferentes posibilidades ambientales, con baja o alta temperatura, con una sequía o
mucha lluvia, con un pH ácido o neutro, etc. Y eso es lo que posibilita tener una alta biodiversidad. La
biodiversidad mejora las funciones del ecosistema porque estos componentes, que parecen
redundantes en un momento dado, llegan a ser importantes cuando ocurre algún cambio ambiental
(resiliencia del sistema). Esto constituye un ”buffer” contra estrés y disturbios.
Esto último es uno de los aspectos centrales de la Agroecología. En lugar de buscar un enemigo
natural altamente eficiente que luego se puede criar en laboratorio y liberar como un insumo biológico,
busca generar una alta diversidad funcional que asegure que esa plaga (circunstancial y síntoma de
un desarreglo en el sistema) y muchas otras que pueden surgir, van a estar controladas, entre otros
aspectos, por un gran número de potenciales enemigos naturales con diferentes hábitos, preferencias
y necesidades ambientales. Esto puede verse claramente en el capítulo 8, en las complejas tramas
tróficas que impiden que alguna potencial plaga pueda desarrollarse en forma peligrosa en la zona
hortícola de La Plata, Argentina.
Esta aparente redundancia de la biodiversidad es lo que asegura su efectividad y resiliencia. Por lo
tanto, necesitamos tener buenos niveles de biodiversidad, y entender cómo se mide esa biodiversidad
funcional. Para ello debemos abordar el concepto de biodiversidad funcional.
Para obtener beneficios o procesos de la agrobiodiversidad, no es tan importante el número, la
cantidad total de componentes (por ejemplo, cuántas especies de plantas tenemos), como las
funciones que estos pueden favorecer. Cada componente, trigo, maíz, olivo, oruga defoliadora,
pulgón de los cereales, abejas, murciélagos, sapos, caña de azúcar, sorgo de Alepo, lombriz, oveja,
puede ser evaluado o catalogado o clasificado según diferentes criterios; uno es el taxonómico, es
decir, a qué especie, género y familia pertenecen, y el otro, es la función que ejercen, en qué proceso
intervienen, cuál es el rol que está cumpliendo en nuestro agroecosistema.
De esta manera, pueden cumplir varios roles o funciones: como predadores, como productores (las
plantas verdes), como descomponedores de materia orgánica, fijadores de N, parasitoides,
polinizadores, herbívoros, ingenieros del suelo, cicladores de nutrientes. Varios de estos roles no son
exclusivos y pueden ser cumplidos o ejercidos por la misma especie, una especie puede ser
descomponedora de materia orgánica y, a su vez, ingeniera del suelo, como la lombriz. Incluso la
misma especie puede variar su rol y función de acuerdo con el estado de madurez, Por ejemplo, los
lepidópteros son voraces herbívoros o fitófagos en su etapa juvenil de orugas y polinizadores en su
etapa adulta (mariposas y polillas).
Por lo tanto, lo importante es entender el concepto de biodiversidad funcional. Lo deseable no es
tener muchas especies (una alta riqueza) en sí mismo, sino tener representados todos los grupos
funcionales, o los que más nos interesan para nuestros objetivos. Para entenderlo acudiremos a un
ejemplo bastante práctico de la vida cotidiana. Se dice que la actividad de la construcción de edificios
o casas es muy importante porque permite contratar muchos trabajadores en diferentes gremios:
albañiles, carpinteros, plomeros, azulejistas, transportistas, arquitectos, electricistas, peones,
vidrieros, etc. Es importante y necesario para poder construir el edificio tener todos los gremios. Y
entendemos que la ausencia de carpinteros no se soluciona con más albañiles o plomeros. No es la
cantidad de personas que trabajan sino la presencia de todos los gremios lo que nos asegura que
ninguna tarea quedará sin realizar. Esto mismo podemos aplicarlo a los agroecosistemas. Lo que
necesitamos es tener todos los grupos funcionales representados más que muchas especies dentro
del mismo grupo. La falta de un grupo, por ejemplo, los ingenieros del suelo, no puede ser
reemplazada por más especies dentro del grupo parasitoide o por más polinizadores. Por otro lado, la
ausencia de un componente arbóreo no puede (el ambiente que genera, los nichos que aporta) ser
reemplazado por una mayor cantidad de especies herbáceas. Entendido esto, debemos ver cómo
medimos esta biodiversidad funcional.

Midiendo la biodiversidad funcional: el gran desafío


Este aspecto será abordado con más profundidad y detalle en el capítulo 12 pero adelantamos
algunos conceptos básicos. Este es quizá, uno de los mayores desafíos para la agroecología y en el
cual aún debemos trabajar bastante. A pesar de que los biólogos que se ocuparon de la biodiversidad
ropusieron algunos indicadores para medirla, su preocupación nunca estuvo centrada en los aspectos
funcionales de la misma, tal como nos interesa a los agroecólogos. Sus medidas de la biodiversidad,
tales como la riqueza (número de especies) o su distribución equitativa (índice de Shannon cómo el
más conocido) no nos dan información precisa sobre su rol funcional y no nos permiten decidir si
podemos o no dejar de aplicar pesticidas, por ejemplo.
Cada vez están más claras las limitantes de usar sólo algunos de estos indicadores para evaluar la
biodiversidad funcional. Brose, (2003), encontró que, para los carábidos, una familia de coleópteros
que cumplen varias funciones muy importantes en los agroecosistemas, el número de especies
vegetales no resulta un buen indicador para estimar su presencia y abundancia y sí lo es otro
indicador un poco más complejo de heterogeneidad vegetal. Por lo tanto, lo que necesitamos evaluar
en un agroecosistema es si existen suficientes ofertas ambientales para permitirnos pensar que
puede albergar una gran biodiversidad, que, a su vez, pueda generar la mayor parte de los procesos
ecológicos que nos interesan.
En este sentido, tal vez no necesitamos medir toda la biodiversidad, de todos los grupos (lo que,
además, sería imposible), sino que podemos enfocarnos en aquella que es la base de todas: la
vegetación. Esto es un gran avance porque resulta relativamente mucho más fácil estimar las
características de la vegetación que del resto de los componentes de la biodiversidad. La vegetación
es la base trófica de todos los sistemas. Es el nivel que captura y almacena la energía y del cual viven
todos los demás. Esta vegetación genera entonces oportunidades, ambientes, “nichos” que pueden
ser ocupados por el resto de la biodiversidad. Tenemos entonces que ser capaces de “leer” si hay
una buena o mala oferta de nichos en esa vegetación.
Varios autores han tratado de aportar en este sentido. Noss, (1990) propone analizar algunos
atributos como, a) la composición: identidad y variedad de los elementos que constituyen la
biodiversidad: genes, especies, familias, b) la estructura: disposición física de los elementos: espacial,
vertical, trófica, se refiere a los recursos, los nichos, y c) la función: los procesos ecológicos.
Por otra parte, Gliessman (2001) nos sugiere caracterizar la diversidad, por dimensiones: la
específica, genética, vertical, estructural, la temporal y funcional (ver este tema con más profundidad
en el capítulo 12). Estas dimensiones no son excluyentes, se pueden realizar estrategias de manejo
que incrementen la biodiversidad específica, espacial y vertical, por ejemplo, a través de la inclusión
de estratos arbóreos o arbustivos. La creación de barreras o cercos vivos o franjas de vegetación
natural puede incrementar la biodiversidad espacial, temporal (si hay especies perennes), específica,
genética y vertical. Sin embargo, por el contrario, puede haber una cierta diversidad específica pero
no genética si se trata de varias especies pero sólo una variedad o cultivar dentro de cada especie.
Cada dimensión aporta o ayuda al cumplimiento de ciertas funciones y hay que seguir realizando
esfuerzos para poder medir la biodiversidad funcional en los agroecosistemas.

Cómo conservar y promover la agrobiodiversidad


Como hemos visto, podemos conservar y promover una mayor agrobiodiversidad a través de técnicas
o estrategias que aumenten sus diferentes dimensiones: temporales, específicas, genéticas,
espaciales, verticales, estructurales de la biodiversidad. Esto puede darse a nivel lote o parcela (alta
diversidad de cultivos, como en una milpa o en un policultivo, o una pradera polifítica), a nivel finca
(varias especies e integración animal) y, fundamentalmente, a nivel paisaje.
Esto último es fundamental (ver capítulos 11 y 15), porque no hay que olvidar que los componentes
de la biodiversidad deben estar conectados con el entorno. Por más biodiverso que sea el sistema
que logremos diseñar, es muy difícil que todas las especies estén ya presentes en nuestra finca:
muchas de ellas provienen de los ambientes circundantes, o incluso de algunos situados a mucha
distancia y viajan a través de “corredores” que facilitan estos flujos. Nuestros agroecosistemas actúan
como receptores y también proveedores de biodiversidad y sus servicios ecosistémicos desde y hacia
el entorno: somos dependientes de esa biodiversidad e influimos con nuestra biodiversidad en ese
entorno. Por lo tanto, otros agroecosistemas pueden beneficiarse de nuestra alta biodiversidad, y a su
vez, el nuestro es influido positiva o negativamente por lo que hacen nuestros vecinos. Las especies
deben poder ingresar y salir de nuestro agroecosistema y circular y desplazarse a veces grandes
distancias para lo cual necesitan ambientes diversos que actúen como corredores de biodiversidad.
Los paisajes homogéneos no siempre los proveen. Es importante entender entonces que para un
diseño de paisaje biodiverso no basta con la acción o el convencimiento de los agricultores y las
agricultoras y/ los técnicos; hay muchos otros actores que deben comprender su importancia y el
efecto que diferentes tipos de paisaje generan sobre la conservación y el funcionamiento de esta
agrobiodiversidad.
En este sentido es de destacar la iniciativa de la provincia de Santa Fe, Argentina en marzo de 2011,
en prohibir, mediante la Resolución 136 del Ministerio de Aguas Servicios Públicos y Medio Ambiente
(MASPyMA, 2011), la utilización con fines agrícolas de las banquinas de las rutas provinciales por
considerarlas corredores de biodiversidad. Se señala en la citada resolución, respecto al uso agrícola,
que “esta situación de homogeneización y simplificación ecosistémica comienza a arrastrar
fenómenos no sólo de orden ecológico sino también ambiental, con fuertes impactos en los
subsistemas económico y social”. Una costumbre que era vista durante mucho tiempo, como algo
deseable, positivo, que transformaba en útil esos espacios a los costados de las rutas,
“desaprovechados” por el crecimiento de la vegetación espontánea (sin valor), cambia cuando se
percibe el verdadero valor de esta biodiversidad y el rol de conectores que estos ambientes al
costado de las rutas tienen en el flujo de los componentes de la biodiversidad.
A escala de finca, puede manejarse tanto la diversidad cultivada como la espontánea, que están
estrechamente relacionadas. El diseño de lo cultivado genera ambientes diversos y con ello la
disponibilidad de recursos que definen las posibilidades de la diversidad silvestre. El uso de sistemas
agroforestales, policultivos, abonos verdes, rotaciones borduras franjas, islas de vegetación (ver
capítulo 15) son algunas de las modalidades que pueden emplearse.
Por otra parte, hay que tener presente el efecto a veces indirecto que ciertas actividades generan en
la biodiversidad de la finca. Este es el caso de la integración de la ganadería con la agricultura.
Durante mucho tiempo se las han considerado actividades antagónicas, que competían por recursos.
Sin embargo, desde la visión de la biodiversidad funcional, pueden ser un gran complemento (capitulo
12 y 15). La ganadería, sobre todo pastoril, genera ambientes de gran diversidad como los
relacionados con la presencia de ambientes en los alambrados, las pasturas polifíticas, las praderas
naturales, aguadas, etc. (fig. 1.2)

Fig. 1.2. Típicos paisajes de la Provincia de Buenos Aires Argentina, donde se observan los ambientes seminaturales
asociados a la actividad ganadera. Fotos SJ Sarandón.

La eliminación del componente animal puede traer, como consecuencia, una importante disminución
de la biodiversidad al desaparecer ciertos ambientes que ya no tienen sentido en un sistema
puramente agrícola. Esto es lo que demostraron Iermanó et al (2015) en la región pampeana
Argentina, y que afectó severamente lo que denominaron el potencial de regulación biótica
(capacidad de controlar las plagas) haciendo los sistemas más vulnerables ante su ataque. Incluso
los ganaderos tienen más tolerancia a la vegetación espontánea que los agricultores, porque los
animales, en general, pueden comer las “malezas” en caso de necesidad, y, por lo tanto, estas no son
un problema serio, como sí lo pueden llegar a ser en ambientes puramente agrícolas de monocultivo.
Por otro lado, hemos señalado que el CDB señala explícitamente que la conservación de los recursos
genéticos debe hacerse in situ y que la modalidad ex situ, bancos de germoplasma es un
complemento. Esto significa que la conservación debe hacerse en los lugares donde estas plantas
crecen y coevolucionan con el ambiente. De esta manera, se produce una selección constante para
adecuarse al ambiente cambiante. Este modelo es el que vienen desarrollando desde hace miles de
años en algunas regiones, menos tiempo en otras, los agricultores, las agricultoras (ver su
importancia en capítulo 14), campesinos/as e indígenas y que hasta hace poco tiempo fue
desestimado, menospreciado e invisibilizado por la ciencia moderna. Se consideraba (y aún se piensa
de esta manera) que esas variedades, razas locales, o ecotipos no tienen valor alguno, que ya han
sido superados por los espectaculares rendimientos de las variedades e híbridos modernos). Sin
embargo, tienen un enorme valor porque están adaptados localmente y son la base de un manejo de
base agroecológico con menos uso de insumos. Tal como se analiza más adelante (ver capítulo 6),
muchas variedades locales están siendo rescatadas por sus valores que exceden el meramente
productivo o de rendimiento. Una pluralidad de valores es lo que ha conservado estos modelos de
agricultura y métodos de selección; es, en definitiva, lo que ha conservado la agrobiodiversidad. Esto
debe ser acompañado entonces con modelos de agricultura compatibles.

Estilos de agricultura
La forma en que se concibe la agricultura y ganadería tiene gran importancia en la conservación de la
biodiversidad en general y la agrobiodiversidad en particular. Como señalamos oportunamente, no
hay una sola manera de hacer la agricultura, no hay una sola forma de cultivar un buen maíz, un buen
trigo. La manera en que se hace la agricultura afecta enormemente la biodiversidad.
Como hemos visto, una agricultura de monocultivos en grandes extensiones, con aplicaciones
crecientes de plaguicidas y fertilizantes, no contribuye a la conservación de la biodiversidad, sino que
es su principal amenaza. Tanto para la que está dentro, como fuera de los agroecosistemas. El uso
creciente de pesticidas, que busca eliminar una parte de la vida (son biocidas) de los
agroecosistemas, como el uso intensivo de fertilizantes, sobre todo nitrogenados, que reducen
enormemente la riqueza de especies vegetales, afectan negativamente la agrobiodiversidad (ver
capítulo 4).
Pero, por otro lado, el modelo de agricultura elegido afecta también a la otra biodiversidad, la que está
en los ecosistemas naturales. Esto no es tan comprendido porque predomina aún una concepción
sobre la biodiversidad asociada a lo silvestre, lo prístino, al mundo natural. Por el contrario, según
esta idea, son valores contrapuestos, y se ha señalado que la mejor manera de preservar la
biodiversidad (que está en ese “otro” mundo) es intensificar al máximo los espacios rurales aplicando
toda la tecnología, incluso con el uso de pesticidas y plásticos (Avery, 1998), para evitar avanzar la
frontera agropecuaria.
Sin embargo, esto está en contradicción con lo señalado por el convenio sobre biodiversidad, que
reconoce que: el uso inapropiado y la excesiva dependencia en agroquímicos ha producido un sustancial
efecto negativo sobre ecosistemas terrestres, incluidos organismos del suelo, costas y acuáticos, perjudicando,
por lo tanto, la DB de diferentes ecosistemas. Todo lo que se hace en el mundo agrícola impacta en el
mundo natural, no existen fronteras entre ambos mundos y, por el otro lado, los agroecosistemas son
parte y constituyen la biodiversidad. Como ejemplo de la interrelación entre ambos mundos, podemos
citar el reciente trabajo de científicos uruguayos (Ernst et al., 2018), sobre el hallazgo de pesticidas en
los tejidos de 14 especies de peces (migratorios, no migratorios, y desde detritívoros a predadores)
usados para consumo humano de los Ríos Negro y Uruguay, que corre entre la Argentina y este país.
Encontraron que, en 143 de 149 muestras (el 91%) había restos de hasta 30 pesticidas diferentes en
los tejidos musculares de estos peces. Estos eran peces silvestres, del mundo natural, y los
plaguicidas provienen del mundo agropecuario, lo que confirma que todo lo que se hace en el mundo
agropecuario repercute y tiene consecuencias en ese otro mundo (paradójicamente del cual también
depende). La dicotomía productividad vs. conservación ha sido superada; es necesario lograr
sistemas agroalimentarios que a su vez contribuyan a mantener y aumentar la biodiversidad tanto de
los propios agroecosistemas como la de los ecosistemas naturales con los que están íntimamente
conectados. Pero, para ello, hay que dimensionar el verdadero valor de la biodiversidad.

El valor de la biodiversidad
Una de las razones por las cuales la biodiversidad y, por lo tanto, la agrobiodiversidad está en peligro
es su valor “difuso” o intangible. Aquí debemos comprender que una cosa es el valor y otra muy
diferente es el precio. En una economía neoclásica como la que predomina, existe la tendencia y el
reduccionismo de valorar algo por su precio. Pero el precio no es una medida verdadera del valor de
algo y mucho menos para los que se consideran bienes comunes (Flores y Sarandón, 2014). Hay un
problema con el “valor” de la biodiversidad vs. el “precio” de algunos componentes. Este es el caso
de, por ejemplo, los grandes desmontes que han ocurrido en varias regiones sojeras de la Argentina y
de países vecinos para implantar soja. Se ha hecho porque comprar estos terrenos y convertirlos en
soja resulta muy rentable, porque el “valor” del monte es mucho menor que el “valor” de la soja que
puedo producir. El problema es que estos valores no son equivalentes; cuando se elimina un monte
se calcula su valor por el precio inmobiliario de la tierra, que resulta, aparentemente, bastante barato.
Pero, nos damos cuenta de que este precio no representa el valor de esa biodiversidad y sus
servicios ecosistémicos contenida en esa superficie de monte o bosque, y que esta tiene una serie de
valores que no son fáciles de definir. En este sentido, Swift et al (2004) nos traen un poco de claridad
al proponer 4 valores para la biodiversidad:
Valor Intrínseco: (no uso). Es el valor que tiene la diversidad en sí misma para los humanos: aspectos
culturales, estéticos, sociales, éticos, religiosos. Es culturalmente variable. Los seres humanos
disfrutan de la variedad de la vida, se entristecen si desaparece una especie, colaboran para evitar su
desaparición.
Valor utilitario (uso directo): Es el valor de los componentes de la diversidad. Los cultivos, usos
químicos, farmacéuticos, caza deportiva. Puede ser “apropiado o privatizado”. Puedo cultivar una
especie, como el trigo y venderlo porque es de mi propiedad. Puedo extraer un producto del monte o
del bosque y venderlo porque me puedo apropiar de él. Incluso, los dueños de grandes extensiones
de tierra pueden cobrar por cazar en ella algún animal porque ese animal, ese componente de la
biodiversidad “les pertenece”.
Valor de opción. Es el valor a futuro (pero no actual). Un ejemplo de esto son los microorganismos
aún no conocidos, o genes para futuros productos industriales, o farmacéuticos. Este es el caso de la
enorme biodiversidad que puede contener la selva amazónica. No la destruyan, no avancen sobre
estos ambientes, nos dicen, porque ahí puede estar, puede vivir, una planta que sirva, por ejemplo,
para obtener una droga, un compuesto químico contra el cáncer, el sida, el COVID 19 u otra
enfermedad.
Valor funcional: es la contribución a la función de soporte de vida del ecosistema, o en nuestro caso,
a las funciones necesarias para el buen funcionamiento de los agroecosistemas. Es un valor reciente
que reconoce el rol de la diversidad en los servicios ecosistémicos. Es el valor que nos interesa en
este libro, el que más difícilmente se otorga y se comprende porque no se ve, es abstracto. Y, por
supuesto, requiere cierto nivel de conocimiento para valorarlo. Para quien no conoce, toda vegetación
espontánea son malezas o “yuyos” sin valor, y la vida del suelo son patógenos o formas nocivas. Pero
para el que conoce, son componentes de la biodiversidad que pueden aportar valiosas funciones que
disminuyen la necesidad del uso de insumos.
Esta visualización del valor oculto de la biodiversidad es muy importante y ha comenzado a ser
abordado por algunos autores que han tratado de ponerle “precio”. Es el caso de Morandin & Winston
(2006) que demuestran que conservar ciertos ambientes seminaturales, puede ser rentable, a través
fomentar los polinizadores que pueden proveer un incentivo económico a través de su influencia
positiva en el rendimiento de un cultivo de colza, cuando se deja una franja con vegetación
espontánea, en lugar de cultivar toda la superficie. Cuando se pretende cultivar la totalidad del terreno
con colza, los rendimientos no son buenos por falta de cuajado de las semillas, por ausencia de
polinizadores, los que han disminuido por no tener ambientes apropiados. Pretty et al. (2000) por su
parte, calcularon el costo externo del modelo de agricultura del Reino Unido estimando en varios
millones de libras esterlinas el daño al capital natural biodiversidad.
Está claro que si estos costos ocultos los pagasen los propios agricultores que los generan, entonces
este modelo de agricultura industrial no sería tan rentable como pareciera.
Aunque estos trabajos que intentan ponerle un precio a la biodiversidad para poder apreciar un poco
mejor su valor son un avance porque hacen visible lo invisible, no solucionan el problema ya que aún
no tenemos suficiente conocimiento para definir claramente valores reales para esta biodiversidad y
sus componentes. Por otro lado, como ya señalamos, como la agrobiodiversidad tiene un valor
cultural, esto no puede ser generalizado porque no tendrá la misma importancia para todas las
personas.
Por esta razón, ante la biodiversidad, que tiene valores inciertos, donde hay un grado importante de
incertidumbre y las consecuencias pueden ser muchas veces irreversibles, hay que aplicar el principio
precautorio que dice que la falta de evidencia científica no debe ser un obstáculo para tomar medidas
al respecto. Es decir, ante la duda, hay que ser conservadores.

Conclusiones
La biodiversidad es esencial para la vida en el planeta y la realización de la agricultura porque aporta
los recursos genéticos y las funciones o procesos ecológicos necesarios para su realización.
La biodiversidad está en peligro y los sistemas modernos de agricultura industrial son una de sus
principales amenazas por su baja biodiversidad y el uso creciente de pesticidas y fertilizantes. Esto
afecta no solo a la biodiversidad propia de los agroecosistemas, la agrobiodiversidad sino a la de los
ecosistemas naturales, con los que está íntimamente relacionada y es interdependiente.
Es necesario conservar la agrobiodiversidad porque sus componentes, correctamente ensamblados
generan interacciones que se traducen en procesos ecológicos esenciales para un manejo
sustentable menos dependiente de pesticidas y fertilizantes.
Para ello hay que entender los conceptos de biodiversidad funcional y mejorar nuestra capacidad
para medirlos. Hay que tener en cuenta que la agrobiodiversidad tiene un componente cultural, social
intrínseco que no puede desconocerse.
Por último debemos asumir que aún nos falta mucho por conocer sobre la agrobiodiversidad, su
importancia y cómo evaluarla, por lo que estamos en un terreno de bastante incertidumbre.
Por otro lado, debemos asumir que el valor de la biodiversidad es mucho más que el precio de
algunos de sus componentes. Por lo tanto, en caso de duda, es fundamental aplicar el principio de
precaución. La visión de la Agroecología apunta en este sentido.

Preguntas para el repaso y la reflexión


1. ¿Qué es la biodiversidad y cuál es su importancia para los seres humanos y la vida en el planeta?
2. ¿Por qué se firma el convenio sobre diversidad biológica CDB y cuáles son sus objetivos?
3. ¿Cuáles son las 3 dimensiones de la biodiversidad y cuál es su importancia?
4. ¿Qué relación existe entre la biodiversidad y las actividades agropecuarias?
5. ¿Qué son los recursos genéticos para la agricultura y la alimentación y cuáles son las formas de
preservarlos? ¿Cuál de estas es la más importante y por qué?
6. ¿Cuáles son las principales amenazas contra la biodiversidad?
7. ¿Qué es la agrobiodiversidad o diversidad biológica agrícola y cuáles son sus componentes?
8. ¿Cuáles son las funciones que se le atribuyen a la agrobiodiversidad?¿Cuál puede ser su utilidad en un
manejo sustentable de agroecosistemas?
9. ¿Qué son los grupos funcionales y cuál es su importancia en el manejo de la agrobiodiversidad?
10. ¿Cuál es la importancia del componente vegetal como estimador de la biodiversidad funcional?
11. Hay quienes consideran que la mejor manera de conservar la biodiversidad es intensificar o maximizar la
productividad de los ambientes agrícolas para evitar avanzar sobre la biodiversidad que se encuentra en los
sistemas naturales. Analice esta afirmación.
12. ¿Por qué la Agroecología señala o destaca el valor de los aspectos culturales en el manejo y conservación
de la agrobiodiversidad?
13. ¿Cuáles son los valores de la biodiversidad y cuál es el problema en relación con el precio o rentabilidad?
14. ¿Qué es el principio precautorio y por qué se considera apropiado para ser aplicado en el manejo de la
agrobiodiversidad?

También podría gustarte