Aposta. Revista de Ciencias Sociales 1696-7348: E-Issn
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Resumen
En nuestro país el sistema de bienestar social está amenazado por un cierto
involucionismo social, que bajo el paraguas de la actual y profunda crisis económica,
política y social, hace retroceder los derechos sociales de los ciudadanos, conseguidos
tras arduos años de luchas. Si consideramos las cuatro etapas de la acción social como
modelos que se fueron sucediendo y como formas de acción social diferenciada, vemos
que, en la actualidad, la evolución histórica que se produjo de la caridad al bienestar
social, se voltea, es decir, se anda el camino en sentido inverso. Partimos de un estado
de bienestar social que pretendía una cierta redistribución de la riqueza y el
apuntalamiento de derechos sociales, y regresamos al punto de partida: la caridad y la
filantropía.
Palabras clave
Bienestar social, caridad, derechos sociales, pobreza
1
Una primera versión de este artículo fue presentada en el IV Congreso de la Red Española de Política
Social (REPS) que se celebró en Alcalá de Henares los días 6 y 7 de junio de 2013. El texto actual es una
adaptación de la presentada al Congreso.
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Nº 62, Julio, Agosto y Septiembre 2014 · http://www.apostadigital.com/revistav3/hemeroteca/annamata.pdf
Abstract
In our country the social welfare system is threatened by a social involution that under
the umbrella of the current economic, political and social crisi, pushes back the social
rights of citizens, achieved after years of arduous struggle. If we consider the four
stages of social action as models that were following one another and as forms of
differentiated social action, we see that at present, the historical evolution that occurred
from charity to social welfare is flipped, so the path is being walked in the opposite
direction. We departed from a social welfare state that was seeking some redistribution
of wealth and social rights and we come back to the starting point: charity and
philanthropy.
Keywords
Social welfare, charity, social rights, poverty.
1. INTRODUCCIÓN
En este artículo se analizan los cambios que están aconteciendo en el modelo del Estado
de Bienestar español que, bien por los efectos de la crisis, bien por un aprovechamiento
de la coyuntura por parte de sectores interesados, está padeciendo notables
transformaciones. Nuestra hipótesis de partida es que el nuevo modelo de política social
que está emergiendo tiende hacia prácticas caritativas y asistenciales propias de épocas
anteriores, perdiendo el carácter redistributivo del Estado de Bienestar y su consiguiente
generación de ciudadanía. De esta forma, la retirada del Estado contribuye a la
privatización de servicios sociales que eran universales, o bien a dejarlos en manos del
tercer sector y de la capacidad caritativa del conjunto de la sociedad, que deben asumir
los ámbitos abandonados por las reducidas políticas sociales públicas.
El texto parte del análisis de los acontecimientos de los últimos cinco años relacionados
con las nuevas formas de asistencia desarrolladas en España; surgidas como respuesta a
la crisis social y humana, visibilizada tras el retroceso económico y los recortes sufridos
por las poblaciones más vulnerables y desprotegidas. La reflexión se realiza para el
conjunto del Estado, los ejemplos y las prácticas concretas están extraídos
principalmente de Cataluña. Aunque no suponen un análisis exhaustivo de las distintas
respuestas, las analizadas consideramos que son representativas del conjunto de
actuaciones, y sirven para vislumbrar hacia donde se dirige el nuevo modelo. Asimismo,
tampoco se pretende abarcar las distintas políticas sociales, ni mucho menos hacerlo por
sectores. Más bien lo que se pretende es plasmar una reflexión genérica sobre las formas
de caridad y filantropía que emergen cada vez con más fuerza, y que algunos proponen
como la salida a las crecientes situaciones de necesidad y como sustitución del modelo
público de bienestar y de redistribución de la riqueza.
El modelo al cual nos encaminamos es heterogéneo y poco claro, entre otras cosas
porque el punto del cual se partía era variopinto. Así, en algunos sectores se estaban
generando políticas sociales para toda la población (educación, sanidad) y, en otros,
políticas para colectivos concretos (dependencia, atención a enfermos de VIH, Rentas
Mínimas de Inserción, etc.). Pero sea cual sea el punto de partida, la inmensa mayoría
de políticas y prestaciones implementadas con anterioridad a la crisis están recibiendo
recortes, en algunos casos dirigidos a sustituir la acción del Estado en favor del
mercado, en otros, simplemente, reduciendo o eliminando las prestaciones que
permitían a algunos colectivos “sobrevivir” en condiciones muy adversas.
Si bien “en todo tiempo y lugar han existido pobres”, como bien nos recuerda Demetrio
Casado (1990), e incluso los ha habido en los momentos de mayor desarrollo de nuestro
Estado de Bienestar, lo insólito, por inesperado, son las dimensiones que adquiere el
fenómeno en la actualidad, y el pesimismo generalizado en cuanto a las posibilidades de
resolverse el problema o de regresar a la situación anterior. Pero más insólito resulta que
después de años y evolución en la forma y modo en que, socialmente, ha sido atendida
la población considerada “pobre”, regresemos a formas de asistencia social concebidas
en la Edad Media. Es decir, volvemos a las antiguas estrategias asistenciales,
anacrónicas en cuanto a su modelo, y que se proponen como novedosas para atender las
nuevas carencias, olvidando que se dejaron atrás por la evolución y adaptaciones que
sufrieron las sucesivas formas de acción social de que nos habíamos dotado.
Las órdenes mendicantes del siglo XIII desarrollaron una nueva ética en toda Europa,
basada en la responsabilidad ante los problemas colectivos de la pobreza, dirigida “a
construir una respuesta cristiana para el problema moral de la riqueza de las élites
urbanas” (Arrizabalaga, 2014: 30) que, según este autor, llevaron a tomar medidas
colectivas de asistencia social frente a pobreza y mendicidad, dando cumplimiento a la
obligación moral cristiana del mandamiento evangélico de la caridad. Hecho
suficientemente abordado desde otras perspectivas:
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Entendiendo por acción social las diversas formas de hacer frente, por parte de la sociedad, a
situacionesde necesidad material, individual o colectiva (López Alonso, 1985: 10; Alemán y García,
1999: 77).
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“(…) une a asistentes y asistidos en el ideal común de la virtud, que
contribuye así a la salvación respectiva, a través de la caridad por
medio de la limosna y a través de la humildad y la resignación por el
agradecimiento” (Carasa Soto, 1984, citado en De la Red, 1993: 36)
“Las obras de caridad y limosna son actos que obligan al cristiano (…)
La limosna es un medio de purificación y mérito.” (Fernández y
Alemán, 2003: 40)
Estos autores inducen a reflexionar sobre varios conceptos particulares de la caridad; así
la ayuda que proporciona el rico (limosna) es un acto que persigue un interés (la vida
eterna) y se define por ser voluntario, indiscriminado, inespecífico, aleatorio, no
regulado y no sujeto a periodicidad alguna. Pobres y ricos se necesitan mutuamente.
Este tipo de respuesta, no implica cuestionar el orden social establecido, percibido como
inmutable, sujeto a la ley natural y, por tanto, justo, que no necesita, en principio, de
reformas ni intermediarios. Además, permite visualizar la intervención de la Iglesia, de
algunas entidades municipales y de las élites políticas urbanas, que atienden a los pobres
sin modificar el sistema, contienen las situaciones de mayor necesidad evitando las
revueltas, aunque todo ello no suponga para los más necesitados salir de su situación de
necesidad ni poder vivir dignamente.
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La filantropía surgirá como ramificación de la caridad, pues será un acto de fraternidad
desinteresado, basado en un “espíritu de buena voluntad hacia los semejantes” y en
“hacer el bien por el bien”, como parte de la ética y la bondad personal; aunque
compartirá con aquella el precepto de aleatoriedad y acto graciable.
A partir del siglo XVII en Europa las ciudades toman conciencia de las
responsabilidades colectivas que obligan a los poderes públicos prestar atención a
actividades que como la mendicidad, la prostitución y la ociosidad se consideran
intolerables, puesto que se piensa que perjudican a los auténticos pobres, a los viejos, a
los enfermos, a los inútiles para el trabajo, a los dementes y a los niños abandonados.
Fruto de esta participación viene la represión de la mendicidad y el encierro de los
pobres y marginados en centros especiales “no solo para ofrecer una imagen de caridad
cristiana, sino especialmente para mantener el control del orden público así como
también para intentar una política de reinserción social de los marginados” (Fontanals,
2014: 51).
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Constitución Liberal de 1812, Ley Orgánica de Beneficencia de 1822, Ley de la Beneficencia Pública de
1849, entre otras.
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ayuntamientos y diputaciones. El término ha pervivido hasta nuestros días en algunas
regulaciones municipales y autonómicas.
A nivel cualitativo lleva a considerar al individuo como ciudadano, con derechos para
conseguir una determinada cuota de bienestar social. Ambiciona una actuación
preventiva, correctora e integradora, sufragada, mayormente, con fondos públicos, fruto
de acciones de redistribución de la riqueza. El tránsito o avance que supone pasar solo
de una previsión para los trabajadores a una previsión para la ciudadanía, configura la
consolidación del denominado Estado del Bienestar, el paso de “súbdito a ciudadano”,
como lo denomina López Alonso (1985), aunque, ya nos advierte la autora de:
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La extensión de la protección social, junto con la bonanza económica, llevó a la ilusión
colectiva de que nuestro país había afianzado sus estructuras de protección social y se
había dotado de un sistema de cobertura amplio, sólido y, mayormente público.
También eclipsó la coexistencia de otras formas de acción social, como la caridad, la
beneficencia o la filantropía que parecían superadas por el signo de los tiempos, aunque
impregnaban las actuaciones del naciente tercer sector. Las actuaciones calificadas
como tercer sector, en sentido amplio, surgieron de iniciativas muy diversas: desde
movimientos sociales novedosos (ecologismo, etc.); grupos de ayuda mutua para paliar
necesidades no cubiertas por el Estado de bienestar; organizaciones internacionales
(Unicef, Cruz Roja, etc.) hasta las más tradicionales de la Iglesia (como Cáritas).
Pese a todo ello, debe recordarse que la bonanza económica posterior a la transición no
fue suficientemente utilizada para mitigar desigualdades sociales, combatir situaciones
de pobreza o para mejorar los indicadores de calidad de vida (Adelantado, 2000;
Navarro, 2002; Laparra y Pérez, 2012).
Los resultados de las sucesivas encuestas realizadas por el CIS evidencian el aumento
de la desesperanza. Según el Barómetro de diciembre de 2013, en torno a un 90% de los
encuestados consideran que la situación económica del país es mala o muy mala y un
50% considera que el próximo año todavía será peor; paralelamente, un 75% considera
que la situación política del país es mala o muy mala y un 80% considera que el
próximo año será igual o peor. Pero, más allá de porcentajes coyunturales, el clima
social y de opinión de la sociedad española refleja un claro empeoramiento de las
condiciones de vida como consecuencia del impacto de crisis económica y financiera y
las consiguientes medidas de ajuste.
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4. EL RETROCESO: DE LA REDISTRIBUCIÓN A LA LIMOSNA
El Estado de bienestar supuso el triunfo del pacto social sobre el conflicto, la aceptación
por parte de los capitalistas y terratenientes de la necesidad de repartir una parte de los
beneficios, de forma transversal a la clase trabajadora, mediante el arbitraje de los
dispositivos públicos, evitando así el conflicto social abierto y reduciendo formas de
mutualismo y defensa de los trabajadores (Sarasa y Moreno, 1995; Rodríguez Cabrero,
2004).
Aunque es cierto que asistimos desde hace unos años a una profunda reestructuración de
este Estado benefactor, creemos que lo que está cambiado en estos momentos, además
de la disminución de la redistribución, es la base ideológica sobre la que se suscribía
dicho pacto. Se están dinamitando las bases del pacto social nacido en la transición, que
hizo posible la puesta en marcha de mecanismos de redistribución de la riqueza,
posibilitando así la implantación de un régimen de bienestar en España. Estas
actuaciones implicaron la puesta en marcha de políticas redistributivas y se consolidó,
asimismo, un incipiente sistema de servicios sociales públicos, distinto en sus
prestaciones y cobertura según cada una de las comunidades autónomas.
Tal panorama se viene abajo con el advenimiento de la crisis, con una rapidez tal que
evidencia la fragilidad de su construcción, y está suponiendo una merma de estas
políticas redistributivas, a la vez que un intento de privatizar el acceso a determinados
servicios anteriormente generales, como la sanidad y la enseñanza pública. Pero esta
situación de cambio no ha significado de manera explícita la ruptura del pacto social
emergido en la transición: sencillamente el debate se ha obviado y se han puesto en
marcha prácticas poco transparentes que afectan a los derechos de ciudadanía universal
conquistados anteriormente. Unas prácticas que identificamos como un deslizamiento
de las formas de redistribución, más o menos garantizadas para los más desfavorecidos,
hacia las ofrendas erráticas de limosna, que pretenden desligar al Estado de sus
obligaciones con la ciudadanía, mediante discursos y prácticas que anhelan implicar a
toda la población, apelando a la bondad del socorro, como medida de protección y
redistribución de la riqueza.
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Así, el Estado se desentiende de las medidas inclusivas que garantizaban el derecho a la
ciudadanía y deja en manos de la buena voluntad y de la caridad de las personas, la
respuesta a los crecientes problemas sociales. La retirada del Estado de sus funciones
sociales está dejando en el ámbito de lo privado “obligaciones” públicas, de manera que
son los propios afectados, desprovistos de mecanismos de presión y negociación, los
que deben buscar soluciones a su situación de pobreza, siendo la economía informal o
sumergida, y las aportaciones del llamado “tercer sector” las únicas esperanzas a su
búsqueda de soluciones, mediante alternativas que deben ingeniarse individualmente.
En este sentido, surge la pregunta de por qué los gobernantes prefieren hablar de
pobreza y no de desigualdad. Tal vez se trate de no poner en duda la legitimidad de la
riqueza y de la consiguiente apropiación desigual de renta entre la ciudadanía:
Trasladando la reflexión a las distintas formas de acción social que operan en España,
no resulta casual que se hable más de pobreza que de desigualdad y más de auxilio y
caridad, que no de derechos sociales.
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Miranda (2004) relata una parábola que atribuye a Saul Alinsky, según la cual,
paseando por la ribera de un río, observa cómo van bajando arrastrados por el agua
diversos cuerpos y, ante tal desfile, un pescador se lanza al río, extrae los cuerpos, los
reanima y salva su vida. Pero llega un momento en que el pescador decide ignorar al
último candidato a morir ahogado y empieza a correr, aguas arriba, para tratar de
descubrir la causa del problema: quién y por qué estaba tirando al agua a tanta pobre
gente. En nuestra sociedad, el agua arrastra en los últimos años muchos cuerpos. ¿Quién
se está ocupando de sacarlos del agua? ¿Cómo y por qué los sacan? Y, sobre todo, ¿por
qué se tiene la sensación de que nadie corre aguas arriba?
5. LA NORMALIZACIÓN DE LA CARIDAD
Entidades como Cáritas, Cruz Roja, Arrels Fundació (en Cataluña), Banco de
Alimentos, por citar sólo algunas, cuentan cada vez con una mayor relevancia y
protagonismo, y gozan de una visualización social como instituciones verdaderamente
eficaces en la ayuda a los más necesitados, en detrimento de aquellos servicios públicos
cuya finalidad explícita es la atención social a la ciudadanía. La mayoría de los
discursos políticos remarcan lo datos que ponen de manifiesto las acciones de ayuda de
estas entidades, como si la actual crisis no estuviera cuestionando la médula del modelo
público de acción social. Todos parecen seducidos por su creciente protagonismo,
obviando la otra cara de la moneda: la quiebra del modelo de bienestar social. Así, los
representantes políticos se prodigan y multiplican en actos y conmemoraciones de las
entidades benéficas del tercer sector, sin desaprovechar la oportunidad de loar el papel
eficiente de estas entidades para luchar contra la pobreza al tiempo que resaltan la
imposibilidad de mantener los servicios públicos que están bajo su responsabilidad.
Esta entidad ha buscado la alianza tanto con grandes empresas o corporaciones como
con instituciones públicas. A modo de ejemplo, señalamos el siguiente evento: “El cava
brinda con Cáritas”, organizado por la Cofradía del Cava de Sant Sadurní el 14 de
Diciembre de 2012 en el Palacio Nacional de Montjuïc, que consistió en una “cena
solidaria” a beneficio de Cáritas, a 110 € el cubierto y con una asistencia de unas 500
personas (La Vanguardia, 15/12/2012). O también: el “Proyecto Paidós”, acuerdo
firmado entre la Consejería de Bienestar Social de la Generalidad de Cataluña y Cáritas
para combatir la pobreza infantil, en Septiembre de 2012 y con una duración prevista de
4 años. A veces, son directamente las administraciones públicas las que recurren a este
tipo de entidades, soslayando sus propios recursos. Como muestra, el siguiente titular
referido al alcalde de Barcelona: “Trias recurre a Cruz Roja para paliar el drama de
cientos de subsaharianos de la ciudad” (El País, 19/01/2013).
De igual modo, resulta interesante señalar la relevancia y visualización social que están
adquiriendo las acciones filantrópicas en este país. Destacamos como ejemplo la
donación de 20 millones de euros a Cáritas del empresario Amancio Ortega. Es, según
la propia entidad, la mayor donación privada recibida. Esta noticia, que incluía una foto
del donante, fue portada del diario La Vanguardia (25/10/2012). O el hecho de que
entidades bancarias participen en actuaciones para combatir la pobreza infantil, con una
campaña mediática, en la que invita a personas famosas a implicarse en diversas
actuaciones, como la lectura de cuentos.
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Consideramos todas estas actuaciones como un retorno a la asistencia social caritativa,
dado que su acción es fundamentalmente individual, parcial y no preventiva. Tiene,
asimismo, un carácter graciable y no es ajustada a derecho público ni a un sistema de
protección social, ni generalizado ni universal.
“En lo que hace a los sujetos dadores y sus motivaciones (…) son
particulares que, mediante limosnas directas o donaciones a
determinados intermediarios, ayudan, por caridad, a los pobres
necesitados” (López Alonso, 1985:24).
Este entrecomillado alude a las formas de acción social de la beneficencia de los siglos
XIII-XV, aunque en gran medida remiten al tipo de acción social que resurge en la
actualidad. Cuando la ciudadanía necesitaría con urgencia una actuación integral, un
“rescate social” como algunos han denominado con acierto, parafraseando la
terminología utilizada para el rescate bancario, asistimos a una inhibición de las
instituciones públicas en pro de las entidades del tercer sector. El riesgo patente es que
esta traslación implique una disminución de las actuaciones sociales sujetas a derecho y
un aumento de aquellas sujetas a lo graciable. De esta forma el paso de “súbditos a
ciudadanos” que implicó el tránsito de la beneficencia al sistema de protección social
público, corre riesgo de caminar en sentido inverso, de sufrir una involución.
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• Es una recogida de dinero, que, de forma unilateral, donan sujetos determinados
y desconocidos, por altruismo versus la situación que padece una tercera
persona.
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“...la ayuda al necesitado no era entendida como una responsabilidad
del Estado, y en determinadas circunstancias se ayudaba públicamente
con distribución de alimentos a los pobres. (…) La ayuda era ejercida
por las familias de condición elevada a través de la filantropía, que se
consideraba un acto de bondad, una cualidad de los dioses”
(Fernández y Alemán, 2003:33)
En ese sentido, no está de más recordar que los maratones contra la pobreza no son algo
novedoso:
• Bajo una estética laica y neutra, esta representación se asemeja a las “galas
benéficas” o la “colecta de la parroquia”, porque, en el fondo nos referimos a lo
mismo: aquel que tiene “dona” una parte al que no tiene, en un acto múltiple,
con la etiqueta de “solidario” y, sobre todo, de gran visualización social, una
solidaridad mediática. Rimbau (2012) repasa algunas de las entidades que han
contribuido profusamente en el maratón contra la pobreza y cita, entre otras, a:
Abertis, Movistar, La Caixa y Price Waterhouse-Coopers, considerando casi
deshonesto que entidades que reciben de uno u otro modo fondos públicos
lleven a cabo estrategias de publicidad en los medios asociadas a la filantropía.
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administran estas prestaciones que anteriormente dependían directamente de la
administración pública.
El hecho de que sean entidades del tercer sector las responsables de esta gestión implica
un cambio de paradigma, que se puede resumir así:
“Se puede decir que los están dejando en los huesos (se refiere a los
servicios sociales públicos), en su estructura más básica y, encima, hay
una tendencia a devolverlos al asistencialismo, más propio de la
antigua beneficencia que de un derecho público.” (El País,
16/08/2011)
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Se refiere tanto a los presupuestos que destina el gobierno (que han disminuido en
nueve millones de euros en los últimos tres años) como a los programas y servicios que
se estaban implementando desde las distintas administraciones para combatir la
exclusión social. Y añade:
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intermediación de instituciones filantrópicas, o directamente) pero, por generosidad
dentro de un esquema asimétrico, no por un principio de justicia social, redistributivo o
directamente reparador. Todo pasa a ser graciable en este nuevo estadio, no cabe la
interposición de recurso alguno: la caridad es, en sí misma, arbitraria y voluble.
“Tenemos una iglesia para los pobres, pero hemos de llegar a una
iglesia de los pobres: a un trabajo caritativo que lleve a los pobres a la
conversión, al camino de la fe y a su incorporación a la comunidad
parroquial” (Full del Bisbat de Solsona, Núm. 5284)
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recibir las migajas de una riqueza que sienten que ya no les pertenece (de forma
colectiva). No debería extrañarnos tampoco que sean de actualidad las palabras de
Domingo de Soto y Joan de Robles, cuando en 1540, se avanzaban a nuestros tiempos,
y por ello debamos esperar que al retornar al principio de la caridad se vuelva a debatir
sobre los “verdaderos” y los “falsos” pobres, o sea sobre los que son merecedores de
limosna y los que no (por su comportamiento indecoroso o amoral).
Salvando las distancias, se está recreando una nueva sociedad estamental, exenta de
igualdad jurídica real, donde se han atrofiado los procesos de movilidad y redistribución
social. Este incremento de la desigualdad facilita la existencia de grupos sociales
diferenciados, con consolidación de privilegios por parte de los que tienen, y una vida
cotidiana de carestías y precariedad para los que no tienen. Los discursos mayoritarios
de los padres y madres españoles, con hijos adolescentes y jóvenes, son muy pesimistas
en este sentido, pues han incorporado como inevitable el escenario social de
privatización, pérdida de bienestar material y búsqueda de soluciones individuales a
problemas de raíz colectiva (Rodríguez San Julián et al, 2011).
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