Caballero Errante

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Mil años antes de Luke Skywalker, una generación antes de Darth Bane, en

una galaxia, muy, muy lejana…


La República está en crisis. Los Sith vagan sin control, compitiendo entre ellos
para dominar la galaxia, pero una Jedi solitaria, Kerra Holt, está decidida a
acabar con los Señores Oscuros. Sus enemigos son extraños y numerosos: Lord
Daiman, que se cree el creador del universo, Lord Odion, que pretende ser su
destructor, los curiosos hermanos Quillan y Dromika, y la enigmática Arkadia.
Muchos Sith enfrentados tejen un tapiz de brutalidad, con solo Kerra Holt para
defender a los inocentes atrapados bajo sus pies.
Al sentir un siniestro patrón en el caos, Kerra se embarca en un viaje que la
llevará a fieras batallas contra enemigos aún más feroces. Siendo tantos contra
una sola, su única oportunidad de éxito reside en forjar alianzas entre aquellos
que sirven a sus enemigos, incluso con un misterioso espía Sith y un astuto
general mercenario. Pero, ¿serán ellos su salvación o adversarios?
Caballero Andante
John Jackson Miller
Esta historia forma parte de la continuidad de Leyendas.

Título original: Knight Errant


Autor: John Jackson Miller
Arte de portada: John Van Fleet
Publicación del original: enero 2011

1032 años antes de la batalla de Yavin

Traducción: CiscoMT
Revisión: Satele88, condeyasha
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.1
16.01.16
Base LSW v2.21
Star Wars: Caballero Andante

Declaración
Todo el trabajo de traducción, revisión y maquetación de este libro ha sido realizado por
admiradores de Star Wars y con el único objetivo de compartirlo con otros
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Star Wars y todos los personajes, nombres y situaciones son marcas registradas y/o
propiedad intelectual de Lucasfilm Limited.
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trabajado por este libro, como esta nota para que más gente pueda encontrar el grupo de
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¡Que la Fuerza te acompañe!
El grupo de libros Star Wars

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John Jackson Miller

Para Meredith,
intrépida y sabia

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Agradecimientos
Caballero Andante cobró vida cuando el editor de Dark Horse Comics Randy Stradley
sugirió que desarrollara una serie de comics y libros que siguiera a un Caballero Jedi solo
en el espacio Sith durante la Edad Oscura de la República mil años antes de La Amenaza
Fantasma. Al mismo tiempo que estaba desarrollando a Kerra Holt y a su mundo, la
editora de ficción de Lucasfilm, Sue Rostoni, se aproximó a la editora de Del Rey Shelly
Shapiro con la idea de que creara una novela original utilizando el mismo personaje y
entorno. Los comics resultantes y la novela en prosa se desarrollaron en paralelo;
mientras que esta novela original sigue los eventos de la primera línea de historia de los
comics, ambos trabajos se sostienen por sí mismos.
Además de a Randy y a Shelly mi aprecio va a mi editor de comics, David Marshall,
que ayudó a pulir el concepto original, y a los artistas Federico Dallocchio y Michael
Atiyeh que influenciaron el diseño de muchos personajes. En Lucasfilm, el consejo de
Sue Rostoni, Leland Chee, y Pablo Hidalgo resulto invaluable; mi aprecio también va a
Jason Fry y a Daniel Wallace, por su asistencia cartográfica. Finalmente, debo dar un
agradecimiento especial a mi mujer, Meredith Miller, y asistente, T. M. Haley, por su
revisión (y paciencia).
Si estás interesado en más de las aventuras de Kerra Holt, mira los comics de
Caballero Andante y las ediciones de coleccionista disponibles de Dark Horse.

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Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana…

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PRÓLOGO
Con cada golpe de su bolígrafo, el viejo sullustano descubrió al creador del universo.
Lord Daiman era relativamente joven, como lo eran los humanos. Y todavía Gub
Tengo encontraba a su señor feudal una y otra vez mientras trabajaba a través de la pila
de arrugadas celdas de plastifino. Facturas de amarre. Planos de ingeniería. Recibos de
restaurante. Gub no podía leer las palabras, pero a veces podía decir qué eran por las
imágenes. Todas estaban fechadas mucho antes —a veces siglos antes— de que Daiman
se hiciera con el poder en Darkknell. Aún así, de alguna forma, presagiaba el alzamiento
de Su Señoría.
Era algo asombroso, pensó Gub, hojeando las finas páginas de acrílico, pegadas por
los años. Documentos de asuntos tan mundanos, y aún así eran todas partes de la
creación: la creación de Daiman. Gub agitó la lámpara brillante que le habían adjudicado
y la acercó al texto. Sí, los símbolos proféticos estaban ahí otra vez, ocultos. Era el
trabajo de Gub hacerlos aparentes a todo el mundo.
En silencio dio las gracias a Daiman por ello. A los sesenta, Gub tenía suerte de poder
prestar algún servicio, especialmente tras haber perdido el uso de sus piernas en un
colapso de un tanque durante el reinado de Lord Chagras. Eso debería haber sido el fin de
su utilidad. Pero años antes, Gub había trabajado en una fábrica de bioarmas, inyectando
esporas con veneno. Había sido un pequeño paso desde ese trabajo meticuloso de usar un
estilo químico, y tal habilidad, siempre era útil en el mundo capital de Daiman.
Al tomar el poder, Daiman había ordenado que las letras Aurebesh que deletreaban su
nombre se alteraran para reflejar su marca en la existencia. Dos golpes como marcas
serían añadidos a los caracteres, no sólo cuando fueran escritos en el futuro, sino también
en todas partes en las que habían aparecido previamente. Y alterar no era la palabra
correcta, porque —como Daiman había indicado— los «nuevos» caracteres siempre
habían existido. Los meros orgánicos simplemente no los podían ver. Hacerlos visibles
ahora no era alteración: era revelación.
El cambio fue instantáneo para la vasta mayoría de palabras escritas en los dominios
de Daiman, todos electrónicamente almacenados. Pero se requería de atención manual
para las señales y etiquetas, así como para los relativamente pocos documentos físicos
que la cultura había generado. Por lo tanto, Gub y miles de seres artesanos como él en
Darkknell y en cualquier otra parte habían sido asignados a «revelar» las letras que
siempre habían estado ahí.
Debía haber sido más fácil simplemente destruir los materiales previos; la mayoría de
los plastifinos se disolvían fácilmente en el agua. Pero Gub sabía que ese no era el
objetivo. Si, como decían los adeptos Sith de Daiman, el universo había sido creado hacía
veinticinco años, cuando nació Daiman, todos los asuntos «más antiguos» debían haber
sido creados por él también, incluyendo este anuncio. Si una lámina andrajosa que
representaba imágenes de zapatos tenía en ella las marcas de Daiman, entonces no era un

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anuncio, sino un artefacto sagrado. Destruirlo sería un sacrilegio digno del Gran
Enemigo.
La firma de Daiman estaba por todas partes en la galaxia, incluso arriba en el cielo.
Las páginas del pasado sólo eran otra parte de esa ubiquidad. Tenían que estar en
concordancia.
Poniendo a cero la circular, Gub encontró una de las letras que estaba buscando en la
captura de una bota gris. Otra aurek. Gub suspiró y frotó el bolígrafo electrostático contra
su rodilla para cargarlo. Sabía de la importancia de su trabajo, pero todavía estaba
cansado de ver las incómodas vocales. Las marcas añadidas —su supervisor las llamaba
kerns— que creaban la letra sagrada aurek-da volaban a la izquierda del carácter, casi
siempre metiéndose en la figura adyacente. Pero si Daiman no pretendía que los
caracteres fueran juntos, entonces Gub debía hacer lo que pudiera para ver que los
caracteres transformados y revelados no lo hicieran, tampoco.
En asuntos de creación, la limpieza contaba.
Y así, el viejo sullustano se sentó en su diminuto apartamento en el Cuadrante
Iridium, su día un lodo de dorn-das y enth-das que a menudo se estiraban largo en la
noche, como lo había hecho esa noche. Gub raras veces se preguntaba qué ocurría a las
toneladas de plastifino completadas que había devuelto durante años. Suponía que los
documentos iban directos a donde se habían encontrado, aunque podría decir por las
manchas y por el olor que algunos de ellos habían estado en los vertederos, esperando
para ser expulsados hacia la estrella más cercana. ¿Quién llevaba un registro de lo que
debía ser devuelto a dónde? ¿Qué tipo de trabajo debía ser? Gub no podía imaginarlo.
No importaba, mientras hubiera hecho su parte por la revelación divina. Las
preocupaciones de su trabajo sólo eran alcanzar su cuota y complacer al inspector pasivo-
agresivo. Sus verdaderas preocupaciones las guardaba para sus raciones de comida
menguantes, forzado a servir tres, y para su nieta huérfana Tan, durmiendo en la otra
habitación con su futuro desconocido.
Y además, se preocupaba por el cuidador que había contratado recientemente para los
dos. Irrazonable, descarado, y, desconocido del todo para él, en ese momento en la ciudad
trabajando para la destrucción definitiva de Lord Daiman, forjador de alfabetos y creador
del universo.

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Primera Parte

EL
DAIMANATO

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CAPÍTULO UNO
En el espacio Sith, todo el mundo es un esclavo. Era algo divertido el que fueran un
grupo cuyo credo incluía una línea sobre sus «cadenas siendo rotas», pensó Narsk. Ellos
siempre tenían cuidado de dejar multitud de cadenas intactas para todos los demás.
Todavía, alguna gente estaba más esclavizada que otra. Se debía a ser especial, a ser
bueno en algo. La vida era menos incómoda entonces. ¿Y para los realmente especiales?
Uno tenía una elección de maestros, no es que las opciones fueran muy atractivas.
La especialidad propia de Narsk Ka’hane le había llevado a Darkknell, hogar del
poder de Daiman, autodeclarado Lord Sith y aspirante a deidad. Narsk primero había
utilizado un traje de sigilo para criar murciélagos escarcha en las cavernas de Verdanth, y
lo que estaba haciendo ahora no era muy diferente. Cierto, el bothano no podía imaginar
a nadie volviendo a casa trepando desde la parte superior de una cuerda en un sistema de
ventilación de una torre de alta seguridad, pero entonces, no todo el mundo podía ser
especial.
Lo que era diferente ahora era el traje de sigilo. Los Sith en guerra en la región no se
habían centrado mucho en mejorar la tecnología de sigilo en las últimas décadas; sólo
iban tras explosiones más grandes. Eso estaba bien para Narsk. El traje que llevaba era la
cumbre de la línea de la República nunca visto en el sector Grumani. No sabía cómo su
suministrador había adquirido un Sistema de Ocultación Personal Cyricept, Mark VI. O
incluso si las cinco versiones previas eran buenas. Narsk sólo sabía que nunca llegaría tan
lejos en una misión tan fácilmente.
Casi una lástima, dada toda la preparación que había puesto en ella. Llegó a Xakrea,
la capital administrativa de Darkknell, semanas antes de establecer su identidad
encubierta. Localizar el objetivo era lo suficientemente simple; la pirámide invertida
conocida coloquialmente como el Colmillo negro era visible desde la mayoría de la
ciudad. Cuidadosamente estudió los patrones de tráfico alrededor del edificio de
obsidiana y se percató de los leves cambios de los centinelas que montaban guardia en las
pocas aperturas. En un mes, había localizado cada ruta hacia dentro y hacia fuera de la
colosal casa de los secretos.
Y entonces tenía que caminar hacia dentro.
El Mark VI hace por el espionaje lo que los hipermotores hacen por el viaje espacial,
pensó Narsk. La confusión electrónica trabajaba en la piel del traje a un nivel molecular
con ondas electromagnéticas envueltas y dobladas alrededor del portador. Sonido, luz,
comunicadores, el Mark VI los esquivaba todos. Y Cyricept había pensado en todo. Un
filtro de aliento coordinaba las exhalaciones con la temperatura del ambiente y la
humedad. Las gafas especiales, permitían a Narsk ver el exterior, pese al hecho de que no
había luz alcanzando sus ojos. Habían incluso incluido un zurrón similarmente oculto
para llevar objetos. Si bien Narsk no era exactamente invisible, requería de un ojo bien
atento para avistarle, especialmente en la oscuridad.

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Pero la atención, había averiguado Narsk, no era un don que «Lord Daiman, creador
de todo» hubiera visto que encajara otorgarle a sus centinelas. Como en todas partes, los
adeptos peculiares del Lord se habían reunido siendo personajes de aspecto amenazante y
habían procedido a vestirlos de forma excesiva. No había un matón tan duro que no
pudiera hacerse ver estúpido cuando estaba envuelto en una armadura dorada y atrapado
en una falda borgoña. Un pobre gamorreano, con su pesado cuerpo verde en cuclillas,
particularmente a malas con sus galas en la ciudad, parecía preparado para llorar.
Así que mientras Narsk había traído su pistola de agujas y unas rondas extra de cada
viaje al centro de investigación, nunca los había necesitado. El Mark VI le había llevado
a la puerta, pero los centinelas la habían abierto realmente para él, permitiéndole entrar
dentro cuando ellos mismos entraron. «Cuando tu trabajo es asegurarte de que nada pase
nunca», había escuchado una vez, «empiezas a ver que no pasa nada incluso cuando está
pasando algo». Por ahora, su decimotercer y último viaje al interior, creía Narsk. Muchos
de los secretos del Colmillo Negro —oficialmente, las Instalaciones de Pruebas
Dinámicas del Daimanato (Darkknell)— descansaban cómodamente en la memoria del
panel de datos en su zurrón.
Lord Odion estaría complacido.
Eso no siempre era algo bueno, sabía Narsk: El hermano mayor de Daiman tenía
mucho entusiasmo por la muerte y la destrucción. Toda la lamentable guerra olía a un
estudio psicológico. Daiman era el niño mimado que pensaba que era la única persona en
el universo que importaba; Odion era el hermano celoso, reaccionando a su pérdida de
unicidad destrozando el parque. Si Daiman pensaba que lo había creado todo, Odion creía
que era su destino destruirlo todo. La mitad de los adeptos de Odion eran parte de un
culto a la muerte, revoloteando alrededor de su luz maligna esperando sacar partido de su
servicio. Los ácaros brillantes de Ralltiir eran menos suicidas.
Afortunadamente, Narsk no tenía que adoptar sus formas para tomar sus
asignaciones. No muchas de ellas, en cualquier caso.
Alcanzando una junta del sistema de ventilación, Narsk sintió todo el edificio resoplar
a su alrededor. El aire frígido pasaba satisfactoriamente, enfriando las instalaciones para
la prueba de hoy. El Mark VI respondió ajustándose a la temperatura de alrededor
mientras, de algún modo, evitaba que la escarcha se acumulara en la superficie del traje.
Los diseñadores de la República eran buenos, pensó Narsk. Que mal que no puedan
luchar. O no.
Cortando el cable, Narsk se asentó suavemente en la cobertura de ventilación. El
centro principal de pruebas abajo era la única habitación importante a la que no había
entrado, tan solo porque su excavación no se había movido allí aún. Pero ahí estaba, su
bulto metálico sólo visible a través de los listones helados a sus pies.
Convergencia.
En el conflicto de Daiman con Odion, las grandes naves capitales que una vez
dominaron las batallas de los Sith con la República, habían quedado mayormente fuera de
juego. Ninguno tenía una clara idea de cuántas grandes naves tenía su hermano, y

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John Jackson Miller

mientras Odion habría tomado su oportunidad en un enorme enfrentamiento, Daiman no


estaba dispuesto a ser obligado. El resultado había sido una serie de golpes y
contragolpes, donde el factor ganador no era la cantidad de poder de fuego tan a menudo
como lo era la habilidad de proyectar diferentes tipos de fuerza rápidamente. El campo de
batalla cambiaba constantemente.
El Vehículo de Asalto Táctico Convergencia había arrojado miles de años de ciencia
militar a favor de la idea de Daiman del momento: una nave para todo. Como el traje de
sigilo de Narsk, el Convergencia se suponía que lo hacía todo. Dos veces el tamaño de un
caza estelar, el navío servía como un pequeño transporte de tropas, capaz de llevar de
ocho a diez guerreros a través del hiperespacio. También llevaba un sistema de armas que
le permitía jugar el rol de un caza o un bombardero dependiendo de la situación. Daiman
previó un tiempo donde millones de los navíos le colocarían en su lugar por derecho,
mandando en la galaxia.
Los ingenieros de Daiman, mientras tanto, habían previsto sólo una pesadilla sin fin.
Y su predicción, dicha sólo para ellos mismo, había llegado bastante cerca de la realidad.
Mirando abajo, hacia la cámara, Narsk podía ver por qué. Montado en un brazo colosal
de pruebas estaba el artilugio más feo que jamás hubiera visto. El Convergencia era una
expresión de cien toneladas del humor de un hombre, cambiante y conflictivo.
Daiman había exigido que el navío mantuviera la estética de tres puntas prolongadas
de sus cazas estelares, pero las alas y el patrón de colores eran todo lo que el monstruo
preñado tenía en común con esas naves elegantes. Los diseñadores habían encajado la
sección frontal con un compartimento de tripulación corpulento que todavía era menos
cómodo: habitación para nueve pasajeros, pero sólo si seis estaban de pie todo el camino.
Los motores, aumentados en dos ocasiones anteriores, parecían no obstante superarle.
Una batería de misiles apuntaba a ninguna parte en particular. Y una gigantesca góndola
recorría la parte inferior, el último vestigio de un plan anterior de convertir la nave en un
vehículo oruga para utilizarlo en tierra. Narsk imaginaba que todavía mantenían las
ruedas en alguna parte en el edificio, anticipando los frecuentes cambios de opinión de
Daiman.
Ingeniería sin fin para una guerra sin fin. Narsk pensaba que era algo que un niño
podría diseñar. Aún así, pese a todo, todavía era algo que merecía la pena robar. Por
todos sus problemas, los diseñadores de Daiman habían tenido suerte en algunos avances
que merecían la pena. Parte del trabajo de composición del casco había mostrado tener
frutos, y la eficiencia de energía de turboláseres era tan buena como cualquiera que se
hubiera visto en el sector.
Hechos útiles, especialmente para su empleador. Por muy de estilo propio que fuera,
Lord Odion era un mimético apropiado cuando se trataba de tecnología. Narsk había sido
asignado a tomar limpiamente los secretos del Convergencia. Con suerte, la fábrica
flotante masiva de Odion, La Aguja, pronto estaría produciendo en masa mejores
sistemas de armas utilizando las ideas.

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Narsk había robado la mayoría de los datos en su tiempo libre, gracias a la decisión
repentina de Daiman de añadir características de control de multitudes a la nave. Ahora
estaba de vuelta para la última referencia: el paquete de energía de escudos. Durante la
semana pasada, los investigadores de Daiman habían expuesto sus escudos a ondas
sónicas, emisiones electrónicas, y calor abrasante, ajustando el paquete de software como
fuera necesario. Esta prueba, diseñada para evaluar la actuación del escudo en las
atmósferas era la que había estado esperando Narsk. El prototipo del Convergencia había
estado unido a un enorme brazo rotatorio, una centrífuga diseñada para simular la
actuación a velocidades subluz. En vehículos menos secretos, este tipo de pruebas se
hacían en el aire, pero, Narsk imaginaba, los investigadores se preocupaban por que la
cosa nunca pudiera volar en cualquier caso. ¡Se alegraba de que no le hubieran ordenado
robar la propia nave!
Un zumbador sonó. El toroide masivo empezó a moverse, adormilado arrastrando el
bulto del Convergencia. La atención de Narsk estaba abajo, cerca del núcleo. Los
observadores monitorizando el exterior no tendrían una visual del gigantesco motor, o del
espacio a su alrededor.
Narsk se lanzó al borde, cronometrando su caída para permitirle aterrizar en el brazo
gigantesco. Tocando el metal por un momento, apenas se tambaleó hacia atrás de la barra
rotante hacia el suelo de abajo. Inmediatamente se pegó al suelo, aplastando su peluda
cara con el estriado entablado de la cámara de pruebas. Había menos de un metro entre el
suelo y la decapitación instantánea.
Sólo otro día trabajando para los Sith, pensó Narsk, ajustando el visor de su máscara
para acomodarlo a la repentina oscuridad, zumbante. Recuperando sus pertenencias, se
contoneó hacia el motor que se localizaba en el centro de la habitación. Ahí, en la base
sin movimiento, estaba lo que esperaba encontrar: un panel de control en vivo, con la
intención de usarlo sólo cuando la centrífuga no estuviera en movimiento.
Narsk estudió la pantalla. La telemetría de la prueba fluía hacia el núcleo a través de
un cable aislado que serpenteaba junto la longitud del gran brazo hacia el Convergencia.
Viendo la cascada de información a lo largo de la pequeña pantalla, Narsk alcanzó su
zurrón para conseguir su panel de datos, empacado limpiamente en la parte superior. Con
una interfaz simple establecida, empezó a descargar los resultados de esto y cada prueba
de escudos previa del prototipo. Era tan fácil como le habían dicho. Le ayudó conocer al
extraño odionita oculto en los rangos técnicos de Daiman.
Todos son raros, pensó Narsk. Pero no importa.
Descarga completada, entornó los ojos hacia la pantalla, tomándose un preciado
tiempo extra para asegurarse de que estaba viendo lo que se suponía que tenía que ver.
Descifrar el alfabeto daimanita no ayudaba. Qué dolor en el…
Otro zumbador, apenas audible, le alertó de que el prototipo había alcanzado la
máxima velocidad. Pronto estaría empezando su largo frenado. Tenía que irse. Pero
primero necesitaba dejar su regalo de despedida, a cambio de toda la información que
había robado. Sigilosamente alcanzando el zurrón, Narsk sacó el cargamento que había

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estado cargando: cargas termales de baradio. Se habían vuelto preciadas en Darkknell


recientemente, forzando a Narsk a hacer contrabando por su cuenta, una experiencia poco
cómoda dado lo escandaloso de los explosivos. Sólo unas pocas cargas unidas a la base
de la centrífuga serían suficiente para deshabilitar parte del centro de pruebas y llevarse el
prototipo también, tan pronto como Narsk activara el detonador remoto.
Haría una bonita explosión, pensó él, pero estaría demasiado lejos para verla. Ya
estaba camino hacia fuera, deslizándose por un desagüe angosto utilizado para los
vertidos de las pruebas climáticas. Demasiado resbaladizo y vertical para ser una ruta
hacia el centro, era una vía de escape destacablemente conveniente. Deslizándose hacia
abajo en la oscuridad, Narsk sonrió. Nunca había estado ni a veinte metros del
Convergencia, y aún así tenía todo lo que necesitaba para construir el suyo propio.
¡Como si cualquiera lo quisiera!

***
Cuando las propiedades de Lord Chagras se rompieron, el joven Daiman había sido
rápido en tomar Darkknell. Había poca cuestión en por qué. La estética hacía más por
vender su versión de divinidad que un ejército de estatuas, aunque tenía eso también. El
sol principal del planeta, Knel’char I, proveía a los residentes con una luz enfermiza que
hacía que los científicos se preocuparan porque desechara su núcleo de hidrógeno en
cualquier momento. Pero eran las dos estrellas jóvenes, brillantes lentamente rodeándose
la una a la otra en una órbita exterior lo que era la verdadera atracción. Con sólo la masa
suficiente para soportar la fusión, Knel’char II y III eran demasiado remotas para
desestabilizar la órbita de Darkknell o incluso afectar al clima. Pero eran siempre visibles
en alguna parte del planeta, de día o de noche.
Los soles observaban Darkknell, literalmente, decían los habitantes. ¡Porque los orbes
azul y dorado se parecían a los ojos desiguales del propio Daiman! Por lo tanto el
llamado creador de todo por siempre observaba a sus atemorizados sujetos desde los
cielos, asegurándose de que ninguna traición pudiera ocurrir bajo su mirada.
A no ser que el planeta estuviera mirando hacia el otro lado. Mirando hacia arriba
desde el techo de una fábrica de speeders aéreos junto al centro de pruebas, Narsk rió con
satisfacción. Momentos antes, los «ojos» se habían alzado sobre el Colmillo Negro, en un
avance de un amanecer inminente, que dejaría a los habitantes del planeta tranquilos de
cualquier mirón estelar. Los detalles astronómicos no importaban, por supuesto. La gente
en el sector Grumani había vivido bajo el mandato de los Sith por mucho tiempo, se
creían cualquier cosa. Narsk siempre había supuesto que Daiman había alterado sus irises
para igualarlos a las estrellas, pero Odion había confesado que los ojos desagradables del
niño mimado eran naturales.
Fuera cual fuera la verdad, era un buen ardid. Filtradas a través de la neblina
contaminada de la capital, las estrellas hacían un espectáculo impresionante. Y si alguien

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Star Wars: Caballero Andante

se reía en el momento del año en que las órbitas de las estrellas hacían que su creador
pareciera estar bizco, bien, para eso es para lo que estaban los Correctores de Daiman.
Quitándose la máscara tras sus orejas peludas puntiagudas, Narsk estaba agradecido
por que los Correctores no estuvieran ahí ahora. El Mark VI había actuado bien, pero
incluso Cyricept no podía escudarle de un gran número de personas buscando con el lado
oscuro de la Fuerza. Narsk conocía rituales mentales para mantener un perfil bajo, pero
entrar y salir del centro de pruebas le había mantenido bastante ocupado. Era bueno que
Daiman hubiera hecho retroceder a muchos de sus Correctores a sus cuarteles generales
en avance de un nuevo plan contra Odion. Narsk no se preguntaba mucho sobre lo que
sería. El Santuario Celestial era la tarea de alguien más.
Narsk se quitó sus guantes y los puso con las gafas y la máscara en su mochila, justo
junto al detonador. Esperaría para activar los explosivos hasta que estuviera en el
carguero despegando. Ya tenía la autorización de viaje bajo su identidad encubierta.
Tenía unas zarpas bronceadas a través de un pelo facial apelmazado; incluso con el
sistema de refrigeración del traje, estaba acalorado. Respiró profundamente. Demasiados
viajes a los espacios oscuros. Estaba bien haber acabado en Darkknell.
Abriéndose paso hacia el lateral del techo donde estaban ocultas sus ropas, Narsk
pensó sobre lo que significaría realmente haber completado el trabajo. El dinero no era
significante en muchos territorios Sith; las unidades de intercambio ni siquiera existían en
el reino de Odion. Las posesiones, igualmente, eran difíciles de acumular en una región
donde los límites no eran permanentes y la seguridad era fugaz.
No, en el espacio Sith la gente se medía por sus opciones. Por los pocos grados de
libertad que se les permitía tener, y la movilidad que tenían que tener cuando las cosas se
derrumbaban. No era suficiente encontrar un déspota razonablemente no asesino para
acariciarle con el hocico. Los Lords Sith caían tan fácilmente como se alzaban. La única
forma de sobrevivir tenía que ser valiosa para varios Sith a la vez. Con esta victoria, la
reputación de Narsk aumentaría, una reputación que mantendría al bothano lejos de las
cadenas sin importar lo que viniera.
Era la mayoría de lo que cualquiera que viviera en el espacio Sith pudiera esperar,
pensaba él. O querer.
—Tienes algo que quiero —llegó una voz femenina desde detrás.
¡Correctora!
Narsk dio una voltereta hacia delante incluso mientras escuchaba el zumbido del
sable láser avivarse tras él. Tenía que ser una Correctora; ninguno de los centinelas de
Daiman llevaba sables láser. Pero Narsk no se iba a molestar en mirar. Ya estaba sobre el
lateral del tejado, inclinándose hacia la repisa que recorría la longitud de la fábrica. Las
botas acolchadas contra el duracero mientras encontraba su equilibrio y saltaba en una
carrera de cabeza.
Su persecutora permaneció arriba, corriendo rápidamente por el borde del tejado.
Narsk se preocupó por que su velocidad no fuera suficiente, especialmente con sus
piernas ya doliéndole por sus esfuerzos en el centro de pruebas. Fue a trompicones hacia

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el zurrón, todavía sobre su brazo mientras corría. Buscó y buscó de nuevo. La pistola de
agujas estaba… ¿dónde?
¡En el fondo de la mochila, maldita sea!
No había tiempo de buscar, no con el fin de la repisa delante y las pisadas
acercándose arriba. Más edificios de fábricas se extendían en la distancia, llevándole más
lejos del Colmillo Negro. Narsk trepó los pocos metros hacia la cornisa del siguiente
edificio. Sería un salto más grande desde el techo donde estaba la Correctora, pero Narsk
no tenía esperanzas de que su persecutora abandonara.
Suficientemente seguro, mirando hacia atrás, espió una forma bípeda sombría
navegando por el aire, fácilmente cruzando la distancia entre las estructuras. Sólo un Sith
con habilidades de la Fuerza podría hacer ese salto, pensó Narsk. Así eran los
Correctores, oficiales de élite cargados con reparar a aquellos elementos de la creación
que no encajaban con los gustos de Daiman. Narsk no quería saber cómo era el proceso
de revisión.
La nueva repisa recorría una corta distancia antes de girar. Narsk derrapó y rodeó la
esquina. Era más estrecha en su lateral, sólo medio metro separando la pared de una caída
de seis pisos hacia el callejón. El bothano no se frenó del todo, aunque cada paso probaba
su destino. Las botas del traje de sigilo no estaban hechas para esto, él lo sabía, pero no
había forma de recuperar sus ropas de calle del tejado. Sólo necesitaba tiempo para llegar
a un lugar donde pudiera ponerse la máscara del traje y los guantes y reiniciar el sistema
de sigilo.
Narsk lanzó otra mirada hacia atrás. Su asaltante era una mujer humanoide, cerca de
tener su altura y peso. Eso no era mucha causa de alivio, aún así. Si llegaba a una
demostración física, no podría durar contra un adepto Sith de ningún tamaño. Y al menos
contra un persecutor más grande, podría haber sido capaz de utilizar su agilidad en su
ventaja. Pero esta Correctora le igualaba salto a salto.
Al menos su sable láser estaba fuera de la vista; él lo había escuchado, pero nunca lo
había visto. Ella debía haber apagado la cosa inmediatamente tan pronto como empezó la
carrera, supuso Narsk. Desconcertante.
¿Por qué no han llegado refuerzos? ¿Dónde están los cláxones?
Narsk había empezado a preguntarse cuándo la salvación aparecería ante él, brillando
a través de la claraboya del edificio de abajo. Era la respuesta, si tan solo pudiera bajar
ahí. Sin pensárselo dos veces, saltó de la esquina y encogió su cuerpo en una bola
apretada, reforzándose. El Mark VI no era un traje de armadura, pero mientras caía
esperaba que ofreciera alguna defensa contra la membrana brillante, aparentemente
precipitándose hacia él.
¡Ker-rash! Trozos del transpariacero de pacotilla explotaron hacia abajo mientras
caía, ofreciendo menos resistencia de la que había esperado. Lo mismo no podía decirse,
sin embargo, del suelo de permacreto. Y cualquier esperanza que tuviera Narsk sobre un
aterrizaje controlado terminó cuando golpeó la superficie… y procedió a deslizarse una

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docena de metros a través de un charco de mejunje dorado antes de golpear finalmente


una pared.
Desenroscado, Narsk entornó los ojos a través del dolor y miró alrededor. El lugar era
lo que pensaba que era. Cuerpos incompletos de bicis speeder colgaban de poleas de
cadenas, balanceándose mientras iban de camino hacia una lluvia de pintura. Todo el sitio
apestaba a barniz acre, flotando en capas vaporosas. Narsk vio a los droides en su labor
tan cubiertos de espray, que apenas podían moverse. ¡Evidentemente, había un lugar en el
Daimanato demasiado tóxico incluso para sus esclavos!
Narsk luchó por ponerse en pie. ¿Dónde estaba la Correctora? No sobre él, vio. Ella
no iba vestida como los otros que había visto en público. ¿Tenía Daiman algún tipo
nuevo de policía secreta? ¿Por qué le siguió abajo?
¿Se preocupan por ensuciarse?
Un pensamiento vago y tonto, y uno por el que pagó inmediatamente mientras perdía
pie en los vertidos grasientos y plantó su mentón en el suelo. La porquería estaba en su
pelo ahora: más de ese maldito baño en oro que a Daiman le gustaba ver en todas partes.
Alzándose, Narsk se dio cuenta que también estaba cubriendo una buena parte de su
traje de sigilo. No tenía sentido activarlo; tenía que estar completamente limpio antes de
que pudiera engañar a nadie. Pero no tenía elección. Sacando su cuello, escaneó los
travesaños por el motivo por el que entró.
Ahí estaba, alta en los travesaños: una bici speeder completamente reunida, reluciente
y seca, colgando del final de una cadena. Moviéndose más cuidadosamente esta vez,
Narsk empujó pasando a un droide cargador de camino a una escalera de grúa. Mirando
hacia arriba de nuevo —todavía no estaba la Correctora— alcanzó el peldaño superior y
esperó a que el transportador lo llevara tras él.
Un salto corto, pero resbaladizo en las porquerías sobre la escalera, Narsk casi falla
del todo. Agarrándose frenéticamente, finalmente ancló un codo alrededor del marco
rocoso y juntó sus manos, elevándose al asiento.
A horcajadas de forma segura en el vehículo, Narsk quitó las coberturas protectoras
del panel de control. Sí, el speeder sería operativo, pero apenas tenía suficiente
combustible para llegar al borde de Xakrea. Eso en realidad no importaba. La Correctora
definitivamente habría traído apoyo para entonces; Narsk estaría a salvo en los próximos
minutos, o no del todo. Abriendo su mochila, encontró la pistola de agujas. Estaba justo
en la parte superior de sus otros bienes, fácilmente alcanzable. Narsk suspiró. Terrorífico.
Cambiando la configuración del arma hecha a mano a disparar dardos llenos de ácido,
lanzó una cuenta a la polea de arriba y disparó.
Momentos después, los trabajadores de ojos somnolientos que salían de la Tienda de
Ensamblaje de Transporte Personal miraron arriba para ver un borrón dorado corriendo a
través de una ventana abierta de la cuarta planta. Narsk apretó su cuerpo firmemente
contra el marco del speeder. La cadena, todavía unida al vehículo, se agitaba atrás como
la cola de un mosgoth, golpeándose contra un edificio cercano mientras giraba hacia la
avenida principal.

LSW 19
John Jackson Miller

No hay tiempo para preocuparse por eso. Narsk permitió que el viento reemplazara la
mugre de sus pulmones. Nunca consideró que el aire de Xakrea fuera fresco hasta
entonces. La Vía de los Fabricantes se extendía delante, llevando hacia el Pequeño Duros
y a miles de lugares donde podría perderse. La única cosa tras él era el Colmillo Negro,
su perfil iluminado por las estrellas gemelas de arriba. Al no ver ningún Corrector, giró
su atención de vuelta a la calle de delante.
Debería haber mirado arriba.
La mujer se lanzó hacia abajo desde un puente aéreo cruzando la carretera, desde
arriba a lo lejos. Al verla caer, sus brazos y manos extendidas, Narsk instintivamente
apretó el acelerador. Un golpe repentino tiró del speeder desde atrás, casi provocando que
se deslizara de nuevo. Agarrando un solo manillar con ambas manos, Narsk forzó a la
bici speeder fuera de su giro y la inclinó de vuelta hacia la apertura.
Narsk miró tras él. Momentáneamente había pensado que ella había aterrizado en el
vehículo, pero no había señal de ella. Quizás había agarrado el asiento y se había
resbalado hacia su condena. Era hora de que hubiera inconvenientes para alguien más,
pensó él. Sólo, el speeder todavía estaba contoneándose hacia delante y hacia atrás. Algo
estaba impidiendo su control. Narsk miró alrededor de nuevo…
… y la encontró, atrás y debajo, trepando hacia el final de la cadena de seis metros
todavía unida al speeder. Ella subió por su extensión alrededor de su brazo, y ahora
estaba en ella como atada. Pro el borrón de las luces urbanas abajo a lo lejos, Narsk podía
verla empezando a trepar hacia él.
¡Los Sith y sus cadenas!
—¡Es suficiente!
Encontrando su pistola de agujas, Narsk ancló sus rodillas contra el marco del speeder
y liberó los manillares. Con una mano en el chasis, Narsk se extendió hacia atrás y
empezó a disparar. Los dardos se lanzaban a través del rastro exhausto, sólo fallando a su
polizón, que inclinaba su cuerpo para evitarlos. El camino de los proyectiles terminaba
fuera de la vista abajo a lo lejos en la calle.
Narsk maldijo. Una pistola de agujas era el arma equivocada, pero no podía llevar
muy bien un bláster a una misión de espía. Escaneando el dial, encontró una
configuración que podía utilizar. Los dardos de ondas de pulso detonarían segundos
después de que alcanzaran el cañón, lanzando la mayoría de su fuerza en su dirección.
Ella estaba cerca de la parte trasera del speeder ahora, agarrándose con la mano. Narsk
reinició su arma, se preparó…
… y miró boquiabierto a su persecutora desvanecerse en la oscuridad. Confundido,
Narsk entrecerró los ojos por un segundo, sólo para ir volando con su cuenta, mientras
que el morro de su speeder colisionaba contra un obstáculo robusto de metal: ¡otro puente
aéreo! El trasero del speeder golpeó el pasamanos externo, lanzando al vehículo al
completo dando vueltas. El cielo y el puente giraban consecutivamente ante los ojos de
Narsk, antes de combinarse en una oscuridad agonizante.

LSW 20
Star Wars: Caballero Andante

***
Ella era humana, después de todo. Narsk se despertó ante su vista, iluminada por los
restos ardiendo de la bici speeder, la mujer cruzó el amplio puente aéreo hacia él. Una
joven adulta, de complexión oscura, con el pelo negro corto; un par de raros mechones
volaban al viento. Ataviada en una camiseta de trabajo leonado de un trabajador y unos
pantalones oscuros de lona, ella se fundía con la noche, y al contrario que Narsk, no
parecía mucho peor por el aterrizaje. Ella no había estado tratando de trepar al speeder, se
dio cuenta mientras luchaba por ponerse de rodillas. Ella había visto el puente delante, y
había estado preparada para dejarse caer a salvo.
Ahora ella caminaba con confianza hacia él, pareciendo determinada y llevando su
sable láser apagado. Forzándose a sí mismo a ponerse en pie, Narsk cayó sobre su cara
peluda. Su pierna derecha estaba torcida, quizás rota.
Y la pistola de agujas ya no estaba.
Narsk se retorció de pánico mientras escuchaba el zumbido familiar de arriba. Se
agarró a la carretera, desesperado por evitar el momento que tanto había retrasado. Esto
siempre había sido un peligro; el riesgo que llevaba el ser especial. Todos esos trabajos, y
cualquiera podría haber acabado así, con un destello de carmesí…
Verde.
¡Verde!
Los ojos de Narsk se abrieron como platos. El sable láser era verde.
—¿Jedi? —Narsk rodó y miró a los ojos de la mujer. Avellana. Amplios, alerta,
centrados, pero en el lado correcto de la locura.
Una Jedi. No podía creer su suerte. ¿Una Jedi? ¿Aquí?
Había escuchado que una única Jedi que recientemente había andado suelta por el
espacio Sith. Una que había desafiado a Odion durante el asunto de Chelloa, y que
finalmente había puesto en su lugar a Daiman. Narsk nunca se había encontrado con
ningún Jedi, pero sabía de su reputación, y sabía que nunca podría haber esperado haber
sido descubierto por alguien mejor en Darkknell.
—Eres ella, —empezó Narsk—. ¿No? Eres Kerra Holt.
La mujer no respondió. Arrodillándose, ella le cacheó. Sin estar en posición de
resistirse, Narsk escaneó su cara más de cerca. Sí, encajaba con las imágenes que había
visto. Se lamió sus dientes puntiagudos. Sabía qué hacer.
—Estoy de tu lado, —dijo Narsk—. Yo quiero destruir a Daiman, también.
Ignorándole, la mujer pateó el traje de sigilo. Asombrosamente para Narsk —y
aparentemente para ella— el Mark VI no tenía rasguños, aunque ahora estaba moteado
con sus manchas doradas. Alejándose con el zurrón de Narsk, encontró el panel de datos
dentro.
Con los ojos leyendo por encima la pantalla, habló.
—Trabajas para Lord Odion.
Narsk estaba sorprendido. Su voz era baja y dura, no mucho más que un susurro.

LSW 21
John Jackson Miller

—¿Odion? —respondió él—. ¿Qué te hace pensar eso? ¿Quizás soy un


revolucionario?
—No hay revolucionarios en Darkknell, —dijo ella, su voz alzándose mientras
desactivaba el panel de datos—. Y si los hubiera, no estarían robando secretos militares.
—Sosteniendo el panel de datos donde Narsk pudiera verlo, lanzó el dispositivo como si
nada al aire y lo biseccionó con un parpadeo repentino de su sable láser.
Narsk tragó. ¡Todo el trabajo!
—Todo el trabajo para Odion, —dijo ella, captando su pensamiento.
—Sí, —dijo él. No tenía sentido negarlo ahora, se dio cuenta; podría también
golpearla con alguna verdad—. Estaba trabajando para Odion. Pero no soy un odionita.
Es sólo un trabajo.
—Eso es peor, —dijo Kerra, mirando hacia abajo—. Eres un incitador. —Casi
escupió la palabra, haciendo que Narsk se encogiera. Cogió su mochila del suelo y
caminó hacia atrás.
Narsk se forzó para ponerse de pie, por muy doloroso que fuera.
—Está bien, —dijo él, aclarando su garganta—. Has negado a Odion el conocimiento.
Pero lo importante es negar a Daiman el conocimiento, y la nave de guerra que está
construyendo. Y podemos hacerlo. Mira ahí, puedo mostrártelo…
Narsk caminó hacia ella y a su mochila, sólo para tener alzado su sable láser entre
ellos de nuevo.
—No trabajo con Sith, —dijo ella.
—Te lo he dicho, no soy Sith. —Él hizo un gesto hacia el zurrón—. Mira en la
mochila. Lo verás.
La humana desactivó su arma y alcanzó el interior. Viendo que ella reconocía el
control del detonador por lo que era, Narsk mostró una sonrisa llena de dientes.
—¿Ves? Tenemos esta oportunidad de hacer algo importante contra Daiman. —
Empezó a alcanzar el controlador—. Y todo lo que te pido es que me concedas tiempo
para…
—No. —En un único movimiento, líquido, la mujer miró atrás hacia el Camino de los
Fabricantes, apuntó el detonador, y presionó el botón.
Un destello y un estremecimiento vinieron desde el otro extremo de la avenida. A dos
kilómetros la piel opaca del Colmillo Negro jadeó antes de entrar en erupción hacia fuera.
Trozos de metal se liberaban de la estructura, desesperados por escapar. Al trueno le
siguió el fuego, ruido y luz más que suficiente para despertar a todo Xakrea.
Narsk sacó una mano magullada hacia su largo morro en horror. Deben haber
encendido la centrífuga de nuevo, pensó él. Completamente armado y con combustible,
el Convergencia debía haber explotado en una espiral hacia fuera. Había pensado que era
una posibilidad antes de plantar los explosivos, pero siempre había planeado estar a bordo
de un carguero despegando de Darkknell antes de presionar el botón.
No mirando embobado como un idiota en un puente aéreo con una Jedi.
—¡Imbécil! —Gritó Narsk—. ¿Te das cuenta de lo que has hecho?

LSW 22
Star Wars: Caballero Andante

La mujer respondió a la llamarada con una apacible satisfacción.


—Sí.
Narsk languideció, olvidándose del dolor de su pierna. Miró a las plazas de los
tejados a cada lado del puente aéreo. No había autoridades ahí aún, pero pronto las
habría. Y todavía, la Jedi parecía complacida consigo misma.
Idiota, pensó Narsk. No me extraña que los Sith expulsaran a los Jedi del Borde
Exterior. Él le ladró.
—¿Eso es todo? ¿Ya hemos acabado aquí?
—No, —dijo ella, encendiendo su sable láser y balanceándolo en su dirección—.
Desnúdate.

***
La mujer limpiamente deslizó el Mark VI plegado de nuevo en la mochila de Narsk,
aunque ni su traje ni su mochila estaban ya particularmente limpios, marcados y
apestando a pintura.
—Realmente has hecho un desastre de esta cosa, —dijo ella—. ¿Es esta cosa
permanente?
—No lo sé, —soltó Narsk. Ya no le importaba el traje. Las autoridades reales estaban
fuera, gritando en sus speeders aéreos hacia el caldero que era el centro de pruebas. Y ahí
estaba él: desnudo, salvo por sus calzoncillos, sentado en un contenedor de basura en una
sección sombría de la plaza. La mujer le había hecho meterse ahí, le había cogido el traje
de sigilo, y había atado sus muñecas.
No era donde quería estar con los Sith en camino.
—¿Cómo puedes hacer esto? ¡Sabes lo que me harán si me cogen! —viendo que iba a
cerrar la tapa, Narsk se volvió más frenético—. ¡No puedes hacer esto! ¡Vosotros los Jedi
se supone que sois de jugar limpio y de decencia! ¡Se supone que eres una Jedi!
La mujer se detuvo.
—¿Qué? —Dijo Kerra Holt, de repente mosqueada—. No lo estoy sellando.
La tapa se cerró sobre él.

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CAPÍTULO DOS
—Yo declaro el amanecer.
Con las palabras de Daiman, el sol se alzó.
—Yo declaro el amanecer ahora, como hice, estando en las aguas de la oscuridad
hace tiempo. —La voz se hizo más fuerte mientras flotaba a través de las calles de
Xakrea, señalando el cambio del día a los trabajadores que salían hacia los núcleos de
tránsito. Su señor feudal les había preparado otro día.
De setenta metros de alto, la imagen de Daiman miraba abajo a sus trabajadores y
sonreía. Las colosales manos holográficas se abrían justo mientras los primeros rayos de
Knel’char I surgían por la línea del cielo de la ciudad. Producto de sesenta y cuatro
holoproyectores —y fácilmente el único mayor consumidor de energía no militar en
Darkknell— la imagen brillante representaba al gigante en un detalle sorprendente. Sobre
los ojos confiados, perforantes, azul y ámbar, justo igual que las estrellas, y el pelo corto
rubio, dorado. Incluso las garras moldeadas hasta las puntas de los dedos de su mano
derecha aparecían en un alivio brillante. Los especialistas de imagen habían hecho bien
su trabajo.
Siete estatuas de mármol representando el alzamiento al poder de Daiman y su
prominencia rodeaban la base de la imagen. Enormes por sí mismas —aún así enanos
junto al chispeante titán arriba— cada figura de piedra miraba a las avenidas principales
de Xakrea, radiando desde la plaza central. El Alzamiento de Daiman encaraba a la Vía
Celestial, mirando los largos kilómetros hacia el palacio. Daiman en Chelloa
triunfantemente encaraba la Vía Minera, hogar de muchas de las plantas de
procesamiento de Darkknell. La voz de Daiman parecía llegar de todas las estatuas al
unísono.
—He decidido que el sol brillará durante veintitrés horas hoy, con nueve horas de
noche que la seguirán. El calor del verano os doy, y la luz de los cielos.
Kerra Holt estaba impresionada. Pensaba que la representación podría haber sido más
efectiva sólo si alguno de los bloques de la ciudad no hubieran estado ardiendo en el
suelo mientras la holografía hablaba.
Con la capucha sobre su cabeza, Kerra se deslizó de una puerta a otra mientras se
abría paso de vuelta a casa. Había sido un error, permitiendo que la caza del bothano le
llevara tan lejos bajo la Vía de los Fabricantes. Para llegar a casa, tenía que pasar por lo
que quedaba del Colmillo Negro. Lo que había sido una pirámide invertida era ahora un
enredo de vigas fundidas, con llamaradas todavía rabiando en muchos niveles.
—Mis ojos cósmicos descansarán sobre la gente de las tierras del sur hoy, pero
sabed que siempre estaré con vosotros, —dijo el Gran Daiman—. Vosotros sois Los
Gravados. Sois los brazos de mi creación, extensiones de mi voluntad. Conocéis vuestras
funciones. —Hasta donde Kerra podía decir, esas funciones ahora mismo parecían ser
correr alrededor en confusión y gritos caminando al azar. Al menos, eso es lo que los
centinelas de Daiman estaban haciendo. Los normalmente agentes rígidos e

LSW 24
Star Wars: Caballero Andante

intimidatorios del orden estaban corriendo hacia atrás y adelante por la plaza, inseguros
de lo que hacer sin la guía divina.
—Nunca lo olvidéis, mi voluntad es…
Nadie escuchó cual era la voluntad de Daiman, porque el centro de investigación en
llamas escogió ese momento para derrumbarse por completo en un desmayo exhausto.
Para cuando aquellos que estaban alrededor recuperaron pie —y los oídos— los altavoces
de Xakrea se habían silenciado.
Lo habían escuchado todo antes. Kerra solía escuchar el discurso cada mañana de
camino a su trabajo en la planta de municiones, antes de que se moviera a los últimos
cambios. En todos los mundos del Daimanato, a los oyentes se les aseguraba: Daiman
controlaba todo lo que ocurría en su reino.
Esos oyentes debían ser menos seguros si estaban en la plaza esa mañana, pensó
Kerra. Uno de los matones de Daiman estaba en llamas. Ella le reconoció. Un terror en su
vecindario mientras ella residiera allí, ahora que el corpulento guardia estaba pasmado,
gritando de dolor. Kerra se quedó helada por un momento, insegura de qué hacer.
Subordinado del mal o no, la criatura estaba sufriendo.
Ella caminó hacia la calle, sólo para ser apartada a golpes por el avance de tres de sus
compañeros centinelas. Recordando su identidad encubierta, Kerra empezó a exhalar,
aliviada de que alguien más hubiera ido a ayudarle.
No, ellos le dispararon. Viendo al matón caer muerto a los pies de sus posibles
rescatadores, Kerra apartó los ojos y se retiró a un callejón. El espacio Sith era como esto
en todas partes: un lugar de violencia repentina, casi ausente por completo de compasión
o remordimiento. Ella nunca lo entendería. Pero no tenía que entenderlo para ganar su
batalla.
Y ahora tenía un traje de sigilo.

***
Una ventana agrietada se arrojaba hacia arriba. Ágilmente, Kerra se deslizó de vuelta a su
hogar de las pasadas semanas. Las únicas cosas dentro eran un par de sacos de dormir, su
bolsa de viaje, y un stand para la lámpara portátil de brillo que tenía que compartir con la
joven nieta de Gub Tengo. Por el aspecto de las mantas amontonadas en la esquina, Tan
ya se había ido por la mañana. La habitación no habría sido lo suficientemente grande
para ser un armario trasero en la academia Jedi, un lugar donde los estudiantes se
preparaban para vivir sin posesiones. Aquí en Darkknell, tenía que servir para dos.
Poniendo en el suelo el zurrón del bothano, Kerra miró a través de la entrada abierta
hacia la habitación principal. El viejo sullustano estaba ahí, dormido en su silla de nuevo
ante una masa de documentos. Su brazo atascado en un ángulo recto, su mano diestra
agitándose mientras sus dedos agarraban un bolígrafo invisible.
Kerra bordeó hacia la habitación lo suficiente para apagar la lámpara de brillo y
apartarle de la mesa. Las celdas de plastifino revolotearon al suelo. Kerra miró. Cada

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John Jackson Miller

parte del trabajo de Gub era una locura. No sólo lo que tenía que hacer, si no cuánto tenía
que hacer. En otros mundos con largos periodos rotacionales, las sociedades hacían
algunas permisiones para las especies que estaban acostumbraos a días de duración
estándar. No era así en el reino de Daiman. El Lord Sith vio un día con treinta y dos horas
una oportunidad para tener otro horario laboral.
Volviendo a sus cámaras, Kerra tiró de la sábana irregular que servía de puerta y
alcanzó la mochila manchada de oro. Para toda la tecnología que contenía, el traje del
bothano se plegaba bien. La etiqueta estaba justo dentro de las costuras. CYRICEPT.
Kerra no había estado tanto en el espacio de la República, pero de algún modo, ver
algo tan simple como un nombre familiar comercial se sentía refrescante. Y una firma
fiel, en eso. Mientras los Sith habían avanzado más lejos en el Borde Exterior, otras
corporaciones habían tratado de tratar con los nuevos «locales», normalmente para su
definitivo arrepentimiento. Cuanto más vital para una compañía de seguridad de la
República fuera, más le persuadía el Ministro de Defensa normalmente para que se
reubicara. Pero Cyricept había llevado repetidas veces sus operaciones detrás de la
frontera sin que se le preguntara. Quizás era porque todos sus negocios de sistemas de
sigilo eran sobre permanecer en un perfil bajo y mantenerse fuera de los problemas. Cual
fuera la razón, Kerra estaba encantada por ver el traje ahora, incluso en su condición
despojada. Sus suministros de la República se limitaban a las ropas que llevaba y al sable
láser en su mochila.
Eso nunca se suponía que fuera el caso. La aventura del Maestro Jedi Vannar Treece
en el espacio de Daiman se suponía que debía ser un golpe quirúrgico: corto y bien
suministrado. Como una figura inspiradora, Treece había llevado voluntarios al espacio
Sith varias veces, atreviéndose a misiones que la gran Orden Jedi ya no podía realizar.
Los Sith en los alcances exteriores se habían vuelto tan robustos que la República, ya
debilitada por la plaga candoriana, había tachado todo más allá de un cordón de seguridad
interior. Había incluso desactivado los relés interestelares que permitían las
comunicaciones con el exterior. Franjas enteras del espacio permanecían abandonadas.
El gobierno de la República y la Orden Jedi no estaban en contra de las expediciones
de Treece. La necesidad por ellas era obvia. Pero la mujer que encabezaba ambos cuerpo,
la Canciller Gennara, sabía bien que su temida gente no toleraría que mandara grandes
grupos de Caballeros Jedi en una ofensiva cuando todo lo que necesitaban era proteger el
frente de su hogar. Treece había encontrado inteligentemente un camino a su alrededor.
Cada año estándar, los Caballeros Jedi habían estado sirviendo tres meses en patrulla de
ley y orden y nueve meses en la frontera. Pero dieciséis días eran asignados para viajar
entre esas misiones, una figura que permanecía lo mismo incluso mientras los límites de
la República se contraían. Y, como en tiempo de paz, los acuerdos de viaje permanecían
en manos de los Caballeros Jedi de forma individual.
Eso le había dado a Treece una apertura. Había suficientes voluntarios Jedi en tránsito
en cualquier momento para que Treece pudiera normalmente coger un equipo de ellos
para reunirse en el punto de salto. Eso le permitía un par de días para una rápida

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Star Wars: Caballero Andante

expedición, normalmente una donde no se esperaran bajas, antes de que los Jedi
volvieran a sus deberes asignados.
Los resultados de las expediciones de Treece generalmente complacían a la Canciller.
El aumento de moral llegaba de forma barata; todas las naves y municiones involucradas
venían de contribuciones privadas. Era una reacción muy diferente a la que el Caballero
Jedi Revan había recibido, siglos antes, en sus propios esfuerzos extracurriculares contra
los mandalorianos. Pero las circunstancias, recordó Kerra, eran diferentes. Los Sith eran
malvados; los mandalorianos sólo tenían un problema de actitud.
Las logísticas eran complicadas, pero Vannar Treece tenía a alguien en quien podía
confiar, Kerra. Vannar —ella siempre había estado en el punto de llamarlo por su primer
nombre— la había rescatado de Aquilaris años antes, justo después de que el paraíso
planetario cayera ante fuerzas lideradas por el futuro Lord Odion. Vannar, sintiendo el
potencial de la niña Kerra tanto como una Jedi como una oponente motivada de los Sith,
se convirtió en su mecenas y su mentor. Ella había perdido a su familia, pero había
encontrado una causa.
Kerra siempre se preguntó si él le había dado el trabajo porque pensara que sería
terapéutico para ella. Sin importar el que fuera. A los doce, ella coordinaba asignaciones
de viajes para voluntarios. A los catorce, le ayudaba a aumentar los donativos. En los
últimos tres años, había estado a cargo de equipar a cada grupo, asegurándose de que
todo, desde las células de poder de los bláster hasta los packs médicos estaban a bordo de
la nave en abundancia. En un breve tiempo, Kerra había aprendido todo lo necesario para
llevar una organización voluntaria paramilitar; todo mientras trabajaba para convertirse
en Caballero Jedi.
Había sido una adolescencia ajetreada.
Pero nunca se había unido a las expediciones por sí misma. Vannar le había prohibido
eso mientras todavía fuera una Padawan. Volver al espacio Sith era una misión
demasiado emocional para ella, y Vannar lo sabía. Así que durante años, ella había vivido
indirectamente a través de él y sus aliados, tomándose cierto consuelo al saber que ella,
en algún pequeño modo, estaba ayudando a la gente que había dejado atrás.
Cuando Kerra se convirtió en una Caballero Jedi el día antes de su dieciocho
cumpleaños, Vannar había permanecido reluctante de mandarla a la acción. Pero una
advertencia terrible desde el espacio Sith había tomado la decisión por él. Vannar llamó a
cada Jedi disponible para una misión vital en un anuncio extremadamente corto. Kerra
estaba disponible, y, como demostró, era esencial.
Kerra había encontrado la adición del campo de trabajo a su deber enormemente
satisfactoria. Todas aquellas semanas olvidadas, ajetreadas preparando el camino para
que otros golpearan a los Sith de repente ganaron un significado amplio. Ahora ella era el
arma, finalmente para ser utilizada en lugares de los que había huido cuando no tenía
poder. Si acaso, ella se preparó incluso más aún para la misión. Con Vannar y los otros
voluntarios a su lado, ella tenía todo lo que necesitaba.
Hoy, en Darkknell, lo que necesitaba era a ellos. Y ellos se habían ido para siempre.

LSW 27
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La misión en Chelloa había sido un desastre. Todo el mundo se había perdido. Todo
el mundo. Las fuerzas de Daiman ni siquiera habían sido la causa. El equipo de Vannar
había sido atrapado en la locura que era el espacio Sith. El problema con hacer sólo
incursiones ocasionales en la región era que no sabían lo que no sabían. Vannar había
valorado la sorpresa al asegurarse de que sus Caballeros Jedi entraran y salieran
rápidamente y de forma segura. Pero había olvidado que él podía ser sorprendido,
también.
Sólo Kerra había sobrevivido, con ninguna de las armas, medicinas, ni suministros
que había reunido tan cuidadosamente. Ellos, y la nave en la que llegaron, habían
desaparecido en un mar de fuego. Kerra ni siquiera sabía cómo llegar a casa. Había
memorizado la ruta hiperespacial que habían tomado hacia el territorio de Daiman, pero
eso terminó en el planeta que asaltaron, un lugar ahora bajo una guardia tan pesada que
ella nunca podría volver.
Había estado tentada de terminar su propio viaje pronto después. Los residentes
vivían en una desesperación constante, y encontrar tanto a Daiman como a Odion le
confirmó que las cosas nunca podrían mejorar. La muerte siempre era mejor que
sobrevivir para aquellos que vivían bajo los pies, y, quizás, para un Jedi solo. Mejor bajar
luchando.
Le había llevado a hacer amigos allí —incluido un individuo sorprendente, altruista—
que cambió la trayectoria de Kerra. «No nos sirves muerta», le decía siempre Vannar.
Eso se aplicaba, también, a la gente bajo el mandato de los Sith. Ella no les servía muerta,
tampoco. El suicidio por Sith no era la respuesta. Tenía que vivir.
De una forma curiosa, el cambio de opinión de Kerra había sido como otra
expedición de Vannar Treece. Apuñalaba en la oscuridad que había nublado su alma y le
ofrecía esperanza. Derrotar a los Sith no era la cuestión; lo era ayudar a la gente. Luchar
contra los Sith era ciertamente una forma en que los Jedi podían ayudar a los
esclavizados, pero no era la única forma. Sí, la gente necesitaba actos audaces,
dramáticos del tipo de Vannar, pero también necesitaban más gestos. Necesitaban cosas
que hicieran un bien inmediato: un orden elevado para un equipo de Jedi, mucho menos
para uno actuando solo. Tenía que fabricar sus propias oportunidades. Eso requería un
plan.
Planear, ella era buena en eso.
Kerra ya estaba en el reino de Daiman; él se volvió el primer objetivo. Sus
sentimientos contra Odion eran más fuertes, pero por ese motivo no confiaba en ellos. La
rabia sobre su final prematuro de la infancia ya le había llevado una vez por mal camino.
Daiman era más joven, y mientras no era físicamente tan poderoso como su monstruoso
hermano, era, a su propia manera, igual de amenazante.
Daiman era una criatura definitivamente sin empatía. En la academia, Kerra había
estado estudiando la noción del solipsismo relacionado a las enseñanzas Sith; ninguno
aparte de Darth Ruin lo había expuesto años antes. La filosofía Sith promovía la
glorificación de uno mismo y la subyugación de los otros. El joven lord lo había llevado a

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Star Wars: Caballero Andante

un extremo demente, declarando que la existencia era algún tipo de juego construido por,
¿qué? Alguna versión de sí mismo en un plano más elevado, enfrentando al cuerpo
mortal de Daiman contra obstáculos artificiales que había soñado, como la física, y los
hermanos malvados. El imperio de Daiman dependía de la labor de otros, pero las vidas
de los otros no le importaban.
El parasito necesitaba ser separado de huésped. Pero primero, su diseminación tenía
que ser contenida.
Kerra encontró un buen objetivo en la industria de municiones, lo que le permitía a
Daiman tanto hacer la guerra como oprimir a la gente en múltiples mundos a la vez. Era
mejor que golpear a los militares directamente. Incluso si ella de alguna forma encontraba
una forma de dar un golpe devastador, su preocupación era que Odion u otro vecino
oportunista se colara por el borde cósmico, hiriendo aún más inocentes. Mejor pudrir el
sistema de Daiman desde dentro, dejando que la ilusión de fuerza hacia sus pares pero
con un cascarón vacío por dentro. Para cuando el régimen colapsara, esperaba ella, la
mayoría de los civiles estarían fuera del camino de ser dañados.
Sus semanas desde que perdió a su Maestro en Chelloa habían incluido golpes contra
plantas de arma en una cadena de mundos. En algunos casos, había sido capaz de liberar
a los trabajadores esclavos y sus familias, pero esas oportunidades habían sido menos
frecuentes conforme se aproximaba al centro del reino de Daiman. En la metrópolis, no
había naturaleza donde los nativos libres pudieran huir. Pero Darkknell era obviamente su
meta final. Golpeando a los esfuerzos de investigación militares de Daiman aquí, podría
inmovilizar fábricas en una docena de mundos a la vez.
Ella había llegado a Darkknell como lo había hecho a otros mundos, disfrazada como
una trabajadora itinerante en una asignación. Ella había empalidecido ante eso más de
una vez. Los disfraces no eran su fuerte. La persuasión, el mesmerismo, la distracción,
esas eran habilidades de un Jedi que no podía dominar un sable láser o un bláster, no para
una luchadora consumada como Kerra. Vannar había utilizado esos ardides sólo para
conseguir la sorpresa militar; Kerra difícilmente podía soportar ir bajo su vida diaria en
cubierta. Pero tenía poca elección. Daiman debía haber dudado de su conciencia, pero
sabía que ella era parte del gran juego que había preparado para sí mismo y sus
Correctores sensibles a la Fuerza serían capaces de percibir su presencia. Tenía que estar
en guardia en todo momento.
Había sido por casualidad el que avistara al bothano mientras exploraba por sí misma
el Colmillo Negro, noches antes. El espía era bueno, pero se había vuelto demasiado
cómodo, seleccionando el mismo techo cercano para cambiarse a su herramienta de
sigilo. Ella simplemente esperó su oportunidad. Su sabotaje del edificio era un bonus
terrorífico, especialmente cuando vino a una hora en la que sólo los verdaderos creyentes
de Daiman estarían dentro. Ella casi lo sentía por dejar al espía a su destino, pero ningún
aliado de Odion podría ser amigo suyo. Odion era brutal e insípido. No era de extrañar
que la mitad de sus seguidores fueran suicidas.

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John Jackson Miller

Kerra rascó la tela del traje de sigilo. Diminutas líneas elevadas se entrecruzaban en
su superficie, dejando innumerables huecos entre ellas para sus confundidores
espectrales. La mayoría de la pintura estaba aferrada a la tela estriada, vio ella. Sería un
problema. Con su laboratorio de investigación militar principal en llamas, Daiman
dudaría de su guardia lo suficiente para hacer que su próximo movimiento fuera
imposible sin ayuda artificial. Pero el traje no serviría en el departamento de invisibilidad
sin un lavado apropiado.
Ella le dio la vuelta al traje. Una etiqueta del fabricante, pero sin instrucciones de
cuidado. Eso sería demasiado fácil, pensó ella. Estaba difícilmente en una posición de
llamar al fabricante. Quizás pudiera preguntar a alguien en el trabajo, abajo en…
—¿Qué estás haciendo aquí?
Kerra aferró la tela cerca de su pecho mientras reconocía al propietario de la voz.
—Sólo… sólo haciendo la colada, —dijo ella, plegando el traje rápidamente y
lanzándolo tras su saco de dormir. Ella se volvió para encontrar a Gub en pie en la
entrada, la cortina doblada en su puño. Demasiado para la privacidad—. ¿Qué puedo
hacer por ti?
—Recordé que tenía un mensaje para ti, —gruñó Gub. Su voz era un camino
empedrado, agravado por los años con una diminuta ración de agua—. Pero mi nieta dijo
que no estabas aquí. —Las cejas caídas se ensancharon en un débil ceño fruncido—.
Fuiste fuera.
Lo dice como si fuera una mala palabra, pensó Kerra. Bueno, quizás aquí, lo es.
—Yo… fui llamada para la guardia fantasma, —dijo ella. Era lo que llamaban a la
planta de municiones, la única jornada que no tenía luz del día, fuera cual fuera la
temporada. Durante el solsticio de invierno de Darkknell agudamente inclinado, era la
mitad mórbida de una noche de veinticuatro horas—. Tenía que ir.
—¡Eso es una mentira! —Gub agarró la cortina, liberándola de la jamba de la puerta.
Cayó al suelo de duracreto.
Kerra fue hacia atrás, casi alerta de la ira de la pequeña criatura como ella lo estaba de
la de cualquier Lord Sith. Habían tenido sus malos momentos desde que llegó ahí
ofreciendo ser la tutora de su nieta a cambio de una habitación y comida. Estaba
desesperada porque ese momento se le escapara de las manos.
—¿Oh? —preguntó finalmente.
—Sí, —dijo él, mirándole hacia abajo antes de arrodillarse finalmente para coger la
sábana—. Sé que no es verdad, joven humana, porque el mensaje era de alguien de tu
trabajo, alguien de la guardia fantasma, pidiéndote que fueras esta mañana. Claramente
no podías haber estado allí.
Kerra suspiró. Daiman no permitía a sus esclavos ningún dispositivo de
comunicación; los mensajeros lo manejaban todo, incluso si significaba que la
productividad sufriera por que los mensajes se retrasaran. Las probabilidades de que
alguien apareciera mientras ella estaba echando un vistazo fuera eran altas, pero
evidentemente no lo suficientemente altas. Kerra buscó las palabras. No quería utilizar la

LSW 30
Star Wars: Caballero Andante

Fuerza para persuadir a Gub; no cuando vivían juntos. Él lo averiguaría finalmente, y ella
estaba tratando de utilizar la Fuerza lo menos posible para no atraer la atención de los
Correctores. Pero no podía ver qué otra cosa hacer.
—No es la primera vez, —dijo Gub, doblando la sábana en su brazo—. Tan duerme
en la misma habitación que tú. Sabe que te vas por las noches. La chica te ha estado
cubriendo…
—Maestro Tengo, no culpe…
—Ella cree que tienes algún gran romance en marcha, —continuó él—. ¡Porque el
que cualquiera elija traer más gente a este mundo, está más allá de mí!
Kerra se quedó en pie y consiguió sonrojarse. Está bien, esa es mi salida.
—L…Lo siento. No volverá a ocurrir.
Gub se reafirmó en sus tobilleras. Mirando a Kerra, exhaló de forma audible.
—Bien, todos vamos a sufrir, ahora. Tienes que irte para trabajar tus jornadas, y
espero que vuelvas para ser la tutora de Tan como se supone que eres, cuando ella vuelva
a casa de su trabajo. —A las doce, Tan sólo tenía que trabajar ocho horas al día—. ¡Y
piensa en mí! ¡Tengo que hacerme mi propio desayuno!
En esas, el sullustano cojeó, llevándose la puerta con él.
Kerra se dejó caer en el cojín de su cama y se frotó las sienes. Más locura. Agitando
su cabeza, miró a su bolsa de viaje y tragó saliva. La empuñadura de su sable láser
brillaba en la luz baja. Nunca lo había apretado contra la mochila al entrar. Ella lo golpeó
completamente dentro, entonces golpeó la mochila un par de veces para tener una buena
medida.
Un día más sin dormir. Un día más encubierta. Y probablemente muchos días más
que ese antes de que pudiera hacer algo sustancioso contra Daiman. Ella nunca
sobreviviría a ese ritmo.
—Sabrás que habilidades necesitas cuando las necesites, —siempre le decía Vannar.
Bueno, tenía razón en eso. La preocupación de Kerra era que no tuviera del todo esas
habilidades.
O la paciencia.

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CAPÍTULO TRES
—Tú entiendes por qué estamos haciendo esto, Brigadier Rusher, —dijo el administrador
de la fábrica—. Somos daimanitas leales, hasta el núcleo. Y es por lo que queremos
asegurarnos de que servimos a Su Señoría de la mejor forma posible.
El humano pelirrojo en el vestíbulo de entrada corría atrás y adelante en sus botas
brillantes.
—Por supuesto.
El Administrador Lubboon miró fuera de la ventana del apartamento al humo denso
cubriendo la ciudad.
—He estado dirigiendo los trabajos de Plastiacero aquí en Darkknell desde los días de
Lord Chagras… o esos son los recuerdos que me ha dado Lord Daiman. Soy el primer
duros en tener tal posición. Y nunca he sido un flojo. Daiman creó a Los Gravados para
servirle, y servirle es lo que hacemos. —La figura verde alta se giró e hizo un gesto al
mobiliario—. Puede que viva mejor que muchos, pero no hay diferencia alguna para mí
cuando mi hijo fue creado para un lugar en mi línea de producción, o para servir en las
líneas de frente de batalla. Sé por qué existimos.
—Oh, por supuesto. —El Brigadier Jarrow Rusher miró a la pared y sonrió con
superioridad. Era una historia diferente en cada territorio de los Lord Sith, pero había
olvidado qué tipo raro era Daiman, sembrando la fantasía de que toda la creación era la
ficción de su enrevesada imaginación. Rusher tenía cicatrices más viejas que los
veinticinco años de Daiman, pero no importaba: eran aparentemente ficción de su
imaginación. Quizás todos esos bloques de la ciudad en llamas donde aterricé fueron
alucinaciones, también.
—Pero sabemos que nuestro hijo tiene talento, —continuó Lubboon, cruzando hacia
el diván y poniendo su mano sobre el hombro de su mujer—. Y eso significa… eso debe
significar… que una posición contigo es lo que Su Señoría pretendía para nuestro hijo.
Sería un desperdicio de material de otra forma. —Él miró hacia arriba, tentadoramente—.
¿No estás de acuerdo, General?
—Oh, sí. —Girándose para encarar a la pareja, Rusher habló con su mejor voz de
vendedor—. Eso es exactamente por lo que quieres a vuestro hijo en la Brigada de
Rusher, Maestro Lubboon. No hay un lugar mejor para que alguien encuentre su
potencial. —Él toqueteó su solapa, sutilmente inclinando las insignias plateadas de su
gabardina para que brillaran a la cálida luz. El duros había sacado los lúmenes extra hoy,
vio él. La luz interior estaba racionada en Darkknell como todo lo demás, incluso para los
relativamente bien provistos.
—Realmente nos gustaría que nuestro hijo estuviera en un lugar que le desafíe, —dijo
la mujer remilgada duros, presionando sus dedos verdes contra sus mejillas verdes—.
Fuera del planeta.
Girando el picaporte metálico sobre su bastón de caminar de madera, Rusher sonrió.
Habían alcanzado esa parte.

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Star Wars: Caballero Andante

—Por supuesto. Y probablemente os preguntaréis si ir con nosotros es seguro. —Se


giró al dispensador de caf, meticulosamente colocado ante él—. Bueno, no voy a mentir,
—dijo él, poniéndose una bebida—. Estamos en guerra, y en la guerra la gente sale
herida. Pero si tenéis que estar en el campo de batalla, madame, no hay mejor lugar para
estar que al lado de una pieza de artillería láser.
El brigadier elaboró la calidad de su armamento, haciendo imágenes en el aire con
una mano enguantada. Sabía de reclutadores que llevaban presentaciones holográficas
formales, pero nunca le parecían necesarias a Rusher. Cuando la gente en el espacio Sith
veía a un hombre razonablemente joven, rubicundo con todas las extremidades con las
que había nacido al cargo de un puesto militar, infería cierto nivel de competencia… o
suerte.
Y si eso fallaba, tenía un arma más grande. Ahora era hora de utilizarla.
—Lo que es más, —dijo él—, nuestras muertes a bordo en tránsito son cero. Nadie
muere de camino a la batalla. Nadie. —Él alzó la taza a sus labios y se detuvo
deliberadamente antes de continuar—. Es porque no hay Sith a bordo.
Los Lubboons jadearon.
—¿Ninguno?
—No hay adeptos, ni adheridos, ni tenientes, ni matones. Somos especialistas,
Administrador. Las unidades de milicia independientes como la nuestra son las más
rápidas que mantienen todos los planes militares de Su Señoría juntos.
Pares de ojos rojos bulbosos se fijaron los unos en los otros antes de volver a él.
—Nunca hemos oído de tal cosa. ¿No hay Sith?
Rusher bebió el líquido nuboso de la taza. Sorprendentemente, había un sabor en él.
—Mira, tú operas una fábrica aquí en Darkknell. Por supuesto, tienes a tus
autoridades del Daimanato mirando sobre tu hombro todo el tiempo, para asegurar tu
progreso, comprobar la calidad, y todo eso. No lo tendrías de otro modo, estoy seguro. —
Señaló con la mano en la dirección general del espaciopuerto—. Pero el cañón Kelligdyd
Cinco Mil es una pieza avanzada de armamento. Necesita de escuadrones hábiles de
mercenarios especializados en aterrizarlos en el campo de batalla, montarlos, y ponerlos
en acción.
Bajando la taza, cogió el bastón de caminar con ambas manos.
—Un clavo adherente fuera de lugar, un acoplador de energía mal conectado, y tienes
diecisiete toneladas de chatarra sólo ahí sentada. Así que somos nuestros propios jueces
de calidad. ¿Si no hacemos el trabajo bien por nosotros mismos? Ya estamos muertos. —
Rusher golpeteó el bastón en el suelo para puntualizar su frase.
—¡Oh, cielos!
Rusher sonrió. No había necesitado el bastón durante años, pero al público le gustaba.
Lo mismo para su gris prematuro en sus patillas y en su barba.
—Pero hacemos el trabajo bien, madame. Como digo, somos expertos. No
necesitamos niñeras. No somos del todo una parte habitual de la estructura de Daiman. —

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John Jackson Miller

Él se pilló a sí mismo—. Lo cual, uh… es, por supuesto, como él lo pretende. Siendo el
creador, y todo eso.
El hombre duros se hundió en el diván junto a su mujer incrédulo. Rusher podía ver
las palabras pasando en silencio entre ellos: No hay Sith.
Rusher rió entre dientes. Justo en el objetivo. De nuevo.
—¿Y nuestra nave? Porque es un palacio del placer. Visteis al Diligencia en su
acercamiento sobre Xakrea esta mañana. No hay un mejor navío en el sector.
—Estoy seguro de que no lo sabríamos. Pero si tú lo dices…
—Lo hago. Muchos lo hacen. La construí yo mismo, ya sabéis. Tengo gente que
nunca quiere irse, lo cual es por lo que las aperturas son tan escasas. —Rusher se giró
para ver a un humano de forma ovalada en la entrada—. Ah. Este es Dackett, nuestro
maestro de naves. Él cuidará de vuestro hijo hasta que sea asignado. Asignado a uno de
nuestros escuadrones de armas… o, quizás, a mi unidad de cuartel general.
—¿Cuartel general? —Arrullaron de forma audible los Lubboons—. ¿Es eso posible?
Quiero decir, es un chico brillante…
—Entonces no hay forma de decir lo lejos que llegará, —dijo Rusher. Manteniéndose
fuera de la habitación principal, Dackett meramente asintió, sus orejas de tamaño
excesivo sobresaliendo con mechones de pelo blanco. Rusher escuchó acercarse a alguien
desde los dormitorios de los Lubboons—. Ah. ¿Aquí llega nuestro soldado ahora, creo?
Aún más alto que sus padres, el adolescente Beadle Lubboon caminó con confianza
hacia la habitación, llevando un par fresco de monos de trabajo limpiamente planchados,
el uniforme estándar de los trabajadores jóvenes. Asintiendo a sus padres, ofreció un
saludo simulado a los visitantes y se inclinó sobre el carro de caf, el cual de repente cedió
bajo su peso, colapsando junto al torpe niño y varios vasos de aguar beis.
El Administrador Lubboon miró a su hijo, mortificado, mientras su mujer se
arrodillaba para ayudar a recoger los restos.
—Hecho para tu unidad de cuartel general, —susurró Dackett a Rusher en la entrada.
—Tendremos suerte si no sale en todas las revistas de armas, —contestó Rusher.
Ahuyentando a su asistente fuera de la sala, Rusher dio a los Lubboons algo de
tiempo para recomponer a su hijo. Pero, volviéndose, vio que no había tiempo suficiente
en el día ridículo de Darkknell para llevar a cabo ese truco. Mientras su madre toqueteaba
las manchas de su camisa con su pañuelo, Beadle trataba de liberar su mano de una
diminuta garrafa. La operación llevó cerca de un minuto, tiempo durante el cual la cara
del administrador se volvió más larga de lo que ya era.
—Lo siento por eso, señor, —dijo el chico liberado.
—Deberías ver lo que le ocurre a mi equipo cuando las bombas empiezan a caer, —
dijo Rusher, invocando la sonrisa de nuevo—. Y dile a tus padres que no se preocupen.
Como dijo Garbelian en Averam: «la guerra no es un concurso de talentos».
Los Lubboons no se molestaron en deliberar.
—Creo que estamos seguros de esto, Brigadier Rusher, —dijo el padre—. Nuestro
chico estará en buenas manos.

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Star Wars: Caballero Andante

Rusher lanzó.
—Muy contento. —Golpeó una mano en el hombro del joven Beadle—. Bienvenido
al equipo, —dijo él, agitando la mano todavía goteante del chico vigorosamente. En el
mismo movimiento, hizo a un lado a Beadle y miró directamente al administrador—.
Sólo queda el asunto de los términos.
El viejo Lubboon se enderezó.
—Estaba esperando esto.
—Tú diriges la fábrica de ascensores hidráulicos de Daiman. El Diligencia necesita
algunos nuevos motores. Necesitamos cuatro o cinco…
—¡Seis! —llegó una voz desde el vestíbulo.
—… necesitamos seis motores nuevos, para nuestros ensamblajes de descarga. —
Rusher, levemente pero forzosamente, sentó a Beadle en el diván y continuó hablando
sobre la cabeza del adolescente—. Son la clave para llevar al Diligencia fuera de
Darkknell de forma segura… con vuestro hijo, por supuesto.
—Por supuesto, —dijo el Administrador Lubboon, secamente—. Será… difícil. Todo
lo que producimos es para Daiman, por supuesto.
—Y es para quien estamos luchando. —Así es como funciona, no añadió él. No lo
necesitaba.
Cinco minutos más tarde, Rusher salió del apartamento de los Lubboons, caminando
pegado a su lateral. Dackett estaba en el vestíbulo, esperándole. Rusher le lanzó el bastón.
—Un lugar lo suficientemente bueno, —dijo él.
—Los que tienen, señor, los que tienen. —Sonrió con superioridad Dackett—.
¿Daiman les deja vivir así?
—Supongo que lanza un par de migajas a los verdaderos creyentes. Y es algo
bueno… para nosotros. —Rusher levantó el panel de datos del bolsillo del chaleco de
Dackett y localizó una dirección—. Tendrás todo lo que necesites al anochecer… cuando
rayos sea aquí.
Rusher empezó a bajar por el vestíbulo cuando el maestro de naves le llamó.
—Oh, sí… hay algo más.
—¿Qué es?
—Novallo acaba de llamar desde el Diligencia, —dijo Dackett—. Ha localizado ese
problema en el ensamblaje del puerto de aterrizaje. No era el cardán después de todo,
necesitamos el acumulador hidráulico en ese lado cambiado antes de que despeguemos de
nuevo.
—¿Un reemplazamiento completo? —Rusher se rascó la barba—. ¿No puede hacer
alguna chapuza?
—Negativo.
—Costoso.
—Sí.
—Dile que está cubierto, —dijo Rusher, alzando una ceja mientras se giraba hacia la
puerta del apartamento—. Veamos si tienen otros niños.

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John Jackson Miller

***
Narsk se despertó.
El hecho por sí mismo significaba que no sabían quién era. El hecho de que todavía
no supiera dónde estaba, aún así, significaba que estaba en problemas muy profundos.
La Jedi había cumplido su palabra. No había sellado el contenedor de basura. Eso no
lo había hecho más fácil para salir, sin embargo, con sus manos atadas tras su espalda. Le
había llevado unos minutos dolorosos forzar su camino hacia fuera, e incluso entonces
había aterrizado sobre su pierna mala trepando hacia abajo. Su lamento había atraído la
atención de los centinelas de Daiman, comprobando los restos de la bici speeder del
puente aéreo cercano. Atado y medio desnudo, no era probable que Narsk escapara de la
atención.
Los matones de Daiman habían rodeado a un número de individuos de las calles de
Xakrea en las horas siguientes a la destrucción de su centro de pruebas. Narsk había
encontrado algunos mientras le estaban arrastrando en el transporte. Muchos eran
inválidos sin hogar, incapaces de trabajar; Daiman normalmente no se molestaba en
liquidarles.
Mientras el primer día había pasado, se volvió más confiado. Todos se habían ido a la
estación de centinelas de la Vía Administrativa para preguntarles, donde un Corrector
había entrevistado a cada uno de los transeúntes. Varios vagabundos fueron arrojados
bajo las escaleras frontales de la calle de la estación, excusados de más preguntas. Narsk
había esperado que hicieran lo mismo con él.
Esperando a su indulto, finalmente cedió al sueño esa noche. Un error. Porque más
tarde esa noche, se había despertado no en la misma celda sórdida de la estación, sino
atado a una mesa de piedra húmeda de sudor, en una habitación de paredes de mármol.
Estaba casi aliviado cuando cuatro de los Correctores vestidos de borgoña de Daiman
entraron. Significaba que todavía estaba en Darkknell. Había tenido una pesadilla de ser
encontrado por Odion, furioso por su fracaso de rescatar los secretos del tardío,
lamentado Convergencia. No era de extrañar que se hubiera despertado con el pelaje
empapado.
Los Correctores zumbaban dentro y fuera de la habitación a través de portales visibles
para él sólo como puntos negros en los límites de su visión. Las ataduras estaban tan
firmes que no podía girar su cabeza, y era lo que estaba dentro de su cabeza lo que
guardaba su interés.
Narsk no podía imaginar cómo podía haber confundido a una Jedi con un Corrector.
Los Correctores caminaban anunciando su presencia a través de la Fuerza, asegurándose
de que supiera que tenían la habilidad de entrar en su mente a voluntad. La Jedi, mientras
tanto, no había puesto del todo ninguna presión mental sobre él, probablemente por
miedo de ser avistada por los Correctores.
Pero ella debería haberlos visto venir, pensó Narsk. No me extraña que hubiera sido
capaz de esconderse allí.

LSW 36
Star Wars: Caballero Andante

Los Correctores se fueron por un momento, permitiéndole pensar más libremente


sobre lo que había ocurrido. ¿Cuánto tiempo había estado siguiéndole la Jedi? Tenía que
ser Kerra Holt. ¿Ella simplemente había aparecido sobre él? ¿Le había contado a alguien
más que estaba ahí? ¿La tenían ellos ahora? Las preguntas importaban. Ella podría
revelárselas.
—Tú, —dijo una voz con acento arkaniano. Narsk giró sus ojos inyectados en sangre
de vuelta para ver la capucha morada de uno de los Correctores que le habían
entrevistado antes—. Fuiste encontrado en el Distrito de los Fabricantes sin licencia, sin
ropas.
—Os lo dije, —dijo Narsk—, me robaron. Es por lo que no tengo mi permiso de
trabajo conmigo. —Repitió aún de nuevo los detalles de su identidad encubierta.
Operario de herramientas de maquinaria. Transferido de Nilash. Tratando de llegar al
trabajo temprano. Las palabras parecían formar una estructura en su propia mente, una
superficie protectora cubriendo su verdadera misión, y la misión más cierta, más secreta
bajo esa. Narsk vio los ojos blancos del arkaniano, sin iris abrirse mientras el Corrector se
inclinaba sobre él. Otra invasión mental iba a empezar.
De repente la figura familiar se inclinó hacia atrás, para ser reemplazada por otra,
justo fuera de su vista, tras la cabeza de la mesa.
—¿Es este?
—Como sabe mi lord.
Como sabe mi lord. Narsk se sacudió contra las ataduras, casi rompiéndose la
clavícula. ¡Lord Daiman!
—Hay algo en ti, —dijo la misma voz de los amaneceres y anocheceres. Las garras
doradas moldeadas hasta puntas de los dedos humanos arañaron el lateral de la cara de
Narsk—. Hay algo en ti. Debe salir.
Los Correctores habían hurgado en la mente de Narsk con rabia. Ese era un asalto
para el que estaba mentalmente preparado. Los ejercicios de compartimentación le habían
ayudado a enterrar lo que era importante; en su prisa por probar su dominación, los
adeptos Sith se perdían todo lo importante. Pero Daiman parecía diferente, hurgando sin
importancia en la mente de Narsk con todo el interés de un vendedor de ventanas.
Yo creé esta mente, parecía decir Daiman. Las palabras no dichas hicieron eco en los
oídos acampanados de Narsk. Daiman creía que había creado la mente de Narsk, justo
como si hubiera programado a un droide, y mientras, no tener acceso inmediato a toda la
información de la cabeza del bothano, el Lord Sith se sentía perfectamente en su derecho
de ir a buscarlo ahora.
Una imagen espontánea apareció en la mente de Narsk. Pelo oscuro. Piel marrón.
Ojos determinados, brillantes. Y un verde sable…
—¡La Jedi!
Daiman liberó su agarre mental de Narsk, que nunca había visto a su captor.
—La Caballero Andante está aquí, —dijo Daiman, asombrado—. ¡En Darkknell!

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John Jackson Miller

Los bigotes de Narsk se irguieron. Por primera vez desde la noche anterior, algo en el
desastre había funcionado para su ventaja. No la han cogido aún. Quizás no lo hagan.
—Sí, —dijo Narsk, jadeando, su boca seca—. Era una mujer con un sable láser. —
Sus ojos se estrecharon—. Temía decírselo, mi lord. Su presencia aquí… no la entendía.
Me asustaba. Traté de correr cuando la vi. Traté de advertir a alguien… —La historia
fluía sin interrupciones en su relato de un ataque aleatorio. Su remordimiento, dijo él, le
había prevenido de revelarlo todo antes. Tal persona nunca debía haber superado a un
verdadero daimanita.
Daiman dio un paso atrás desde la mesa. Narsk esperaba que estuviera considerando
la historia. Era casi demasiado esperar que le liberara. Pero si había alguien a quien
necesitara convencer, era a Daiman.
El corazón de Narsk cayó cuando otro Corrector entró por otro portal. El espía
escuchó el interrogatorio de Daiman,
—¿Qué es?
—Como mi lord sabe, —dijo el nuevo Corrector, utilizando lo que Narsk imaginaba
que era una forma estándar de dirigirse al teóricamente omnisciente—, un paquete acaba
de ser descubierto en un tejado cerca del centro de pruebas. Estaba oculto bajo una
cubierta de ventilación. Un fardo que contenía ropas y un permiso de viaje. La holohuella
concuerda con el prisionero. Como sabe mi lord.
—Así que él ha estado cerca del centro de pruebas. ¿A kilómetros de donde fue
encontrado?
—Como sabe mi lord.
La sombra de Daiman cayó sobre Narsk de nuevo. Sólo que esta vez, la sombra no
era ejercida por la luz, sino por la oscuridad. Narsk se revolvió. Le habían dicho que sólo
podía proteger sus secretos de Daiman con un muro de voluntad, una insistencia
desafiante de que su cerebro era suyo, y sólo suyo.
No eres un pensante, dijo Daiman en su mente. No pretendas serlo.
Narsk gritó.

***
—¡Están aquí por la chica!
Kerra se quedó helada en sus pasos cuando escuchó la voz de su vecino. Figuras altas,
sombrías acababan de entrar al apartamento de Gub Tengo en el otro extremo del largo
vestíbulo de la base. Ella no podía averiguar ningún detalle sobre ellos, pero con
seguridad atraían la atención de los otros residentes, todavía zumbando por los pasillos.
Están aquí por la chica.
Sin querer hacer preguntas, Kerra se giró y corrió de vuelta subiendo las escaleras
hacia las calles. Nada de eso tenía sentido. No había percibido ninguna presencia
malevolente mientras entraba a la madriguera de borrat que era el bloque de apartamentos

LSW 38
Star Wars: Caballero Andante

de Gub. Y los Correctores de Daiman no mantenían exactamente un perfil bajo. Más bien
lo contrario.
Ella los había visto, antes, en la estación de transporte, haciendo un ejemplo de los
pobres desgraciados que habían sacado de las fábricas. Lo habían estado haciendo
durante cinco días, en cada cambio de jornada para que los suburbanos pudieran verlos.
Ninguno de los hostigados tenían nada que ver con la destrucción del centro de pruebas,
pero ella imaginó que Daiman probablemente lo sabía. Dos de los «Gravados
Defectuosos» habían sido arrastrados de sus propios lugares de trabajo antes ese día. Uno
había criticado recientemente el plan de trabajo; la otra, una abuela snivviana, había
utilizado accidentalmente una expresión sin pensarlo invocando a los espíritus de sus
ancestros. Ambos eran candidatos para una forma pública de «corrección» que
involucraba episodios de abuso mental y físico. El espectáculo siempre le servía a
Daiman cuando algo iba mal.
Kerra había querido saltar a la plataforma y hacer algo, allí y entonces, pero había
aprendido la lección en Chelloa. Gub y Tan no merecían ser puestos en peligro por algo
de lo que no sabían nada. Había sido arriesgado incluso mudarse con ellos. Tras llegar a
Darkknell, ella buscó a alguien que necesitara un huésped; entonces, su hogar había
parecido una cobertura perfecta. Pero ahora, mientras se agachaba en el exterior, se sentía
como la peor idea de todas. No podía cometer ese error de nuevo.
Vannar lo había dicho:
—Sigue diciendo «la próxima vez», Kerra, y algún día puede que no haya alguien
esperándote.
Kerra dobló hacia atrás del edificio de apartamentos, una planta de procesamiento de
iridio hace tiempo retirada. La idea de utilizar una fábrica antigua para vivir siempre le
había parecido nociva, pero se alegraba por el lugar ahora, con sus muchas formas de
entrar y salir. Las ventanas de dos tobillos de altura del lugar de Gub estaban delante,
justo tras las tristes raíces pequeñas de gnaw que había plantado para complementar sus
raciones. Kerra nunca había entrado por ahí a la luz del día antes, pero no había elección.
Viendo que Tan estaba ausente, Kerra se deslizó y examinó su bolso de viaje. Sí, todo
estaba ahí todavía. Tocando su sable láser, escuchó a las voces más allá de la
recientemente recolocada cortina de privacidad. Gub estaba ahí fuera, junto con las voces
nerviosas de alguien más, pero no estresadas. Anclando su arma en el bolsillo profundo
del interior de su mono de trabajo, se permitió respirar. Quizás no sea tan malo después
de…
—¡Hey!
La cortina se movió hacia atrás, haciendo que Kerra alcanzara abruptamente el bulto
de su mono. Unos ojos grandes negros le echaron un vistazo a nivel del pecho. Kerra se
relajó cuando reconoció su joven carga.
—Me has asustado, Tan.
—No sabía que estabas en casa, —dijo la chica sullustana—, pero me alegro de que
lo estés. —Normalmente un montón de energía, Tan estaba casi ardiendo hoy, sus

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jóvenes carrillos se curvaron hacia arriba en un gozo absoluto—. ¡Están aquí! ¡Están aquí
por mí!
Kerra sólo podía mirar abajo en confusión mientras la chica la agarraba de la muñeca
y tiraba de ella hasta la habitación principal. Siete ojos de repente le devolvieron la
mirada. El viejo Gub se erguía ante dos seres más altos en la entrada. Un hombre gran la
miró con curiosidad, su trío de ojos oscuros curvándose en sus pedúnculos coriáceos. La
otra, una mujer ishi tib dio un graznido de leve sorpresa, sus ojos sin borde amarillos
brillando en la luz tenue. Ambos, se dio cuenta Kerra, llevaban brillantes implantes
cibernéticos en sus sienes.
—Perdónenme, —gruñó Gub, girándose de los visitantes. Miró a Kerra—. ¿Qué estás
haciendo aquí? ¡No te vi entrar!
—¿No? —Kerra cambió de tema, esperando que se olvidara—. ¿Quiénes son tus
invitados? —Ella señaló con la cabeza hacia los visitantes.
El gran parecía complacido, sus orejas como hojas contoneándose sobre sus
implantes.
—Ah. Tú debes ser la tutora. —Su cara se curvó en una diminuta sonrisa, sobre la
mayoría que su hocico pequeño podía manejar—. Ler-Laar Joom, a tu servicio, y mi
compañera es Eraffa. Somos de la Heurística Industrial.
Kerra miró a la insignia que llevaba el Gran.
—¿Sois vendedores?
—Ciertamente no, —dijo Ler-Laar. Tras él, la ishi tib con cara estrellada gorjeó algo
como una carcajada. De algún modo, los dispositivos cibernéticos les permitían
comunicarse.
Gub, descontento con la interrupción, miró a Kerra.
—Son el motivo por el que te acogí, humana. Son cazatalentos, —dijo Gub—, están
aquí para ver a Tan.
Cazatalentos. Los estreses de los minutos previos evaporándose, los ojos de Kerra se
encogieron. La sullustana de doce años pasaba las mañanas en una de las plantas de
desechos de Daiman, desensamblando los restos tecnológicos de décadas pasadas para
rescatarlos. Pero incluso el supervisor de ese lugar miserable se había percatado de la
agudeza de Tan con la electrónica, prestándole a la chica paneles de datos de guías de
operadores encontrados en los restos de la República para que los leyera detenidamente.
Con Gub demasiado ocupado descubriendo al creador del universo en trozos de basura,
había contratado a Kerra para enseñar a leer a Tan. Cualquier avance en sus habilidades
debía significar un futuro más suave. Ensamblando blásters, quizás.
Estos visitantes, sin embargo, tenían más en mente. Kerra miró más de cerca a la
insignia de la ishi tib, de un tipo que nunca había visto antes. La identificación permitía a
los recién llegados moverse sobre Darkknell; sería suficiente pillar una, pensó ella. Nunca
había escuchado de la Heurística Industrial, tampoco. Daiman disolvió la mayoría de las
corporaciones que capturó, pero había visto un par de nombres comerciales operando en
su espacio. Este era uno nuevo.

LSW 40
Star Wars: Caballero Andante

—Nuestros cuarteles generales están en la región de Lord Bactra, —dijo Ler-Lar,


percibiendo su confusión—. Lord Daiman nos ha provisto generosamente con un permiso
que con permite reclutar en su territorio.
No a cambio de nada, pensó Kerra.
—¿Os vais a llevar a Tan?
—Queremos transformar a Tan. —La ishi tib de piel jade graznó algo en acuerdo
evidente.
—Esta mañana, —continuó Ler-Laar—, en su lugar de trabajo, evaluamos su
competencia en el consejo de sus superiores. Y hemos determinado con una seguridad
matemática su talento, su destino. Lo que le hace especial. —El gran golpeó sus manos
huesudas juntas—. Miras de bombas.
—¿Miras de bombas?
—Sí. Los cazas de Lord Daiman utilizan munición de precisión guiada, pero en la
mayor parte, la guía llega de las propias armas. Para mantener los vehículos pequeños y
ágiles, con tan pocas armas construidas a bordo como sea posible.
Eso es bastante cierto, pensó Kerra, poniendo sus ojos en blanco. Ella había viajado
en una de las trampas mortales volantes de Daiman poco después de su llegada al espacio
Sith. Se sorprendió que las hubiera llenado de oxígeno.
El gran continuó,
—Generalmente, las bombas asistidas por gravedad son lo suficientemente
inteligentes para encontrar sus objetivos por sí mismas, pero en la presencia de
contramedidas electrónicas, puede ayudar tener guía manual. —Ler-Laar señaló a Tan,
ahora sonrojándose tanto que su piel se había vuelto de un marrón pálido—. Tan se unirá
a un equipo de fuera del planeta dedicado a desarrollar la siguiente generación de ópticos.
—¿Para Daiman? —preguntó Kerra.
—Para quien sea que él elija, —dijo Ler-Laar—. Ella está a su disposición, por
supuesto. —El gran deambuló sobre la larga historia de la Heurística Industrial en el
sector, y cómo la compañía había suministrado orgullosamente a una larga lista de Lords
Sith a lo largo de los años. Parecía entusiasmado con que Daiman fuera añadido a la
lista—. Vuestro líder nos suministra los materiales crudos. Nosotros finalizamos el
producto.
—¿Qué producto?
—Porque, Tan es el producto. Adecuadamente educada, eso es. —Él descansó su
mano huesuda en la cabeza de Tan—. La Heurística Industrial es, a nuestro parecer, otra
fábrica. Fabricamos intelectos.
Tan sonrió a los visitantes, y entonces a Kerra. La joven estaba en éxtasis.
—¡Esto es lo que siempre he querido, Kerra! ¡Para lo que hemos estado trabajando!
Kerra nunca había sabido de ninguna meta en especial por la que estuviera trabajando
Tan; ella sólo suponía que la alfabetización era algo bueno por sí mismo. Pero la chica
actuaba como si hubiera sido salvada de una sentencia de muerte. Quizás lo había sido.

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John Jackson Miller

Al mismo tiempo, sin embargo, le parecía otro tipo de prisión a Kerra. E igual, al
parecer, a Gub.
—Miras de bombas. —Gub miró a su nieta, sus ojos cansados—. ¿Eso es todo lo que
aprenderá? ¿Sólo eso?
La ishi tib gorjeó una respuesta, la cual tradujo Ler-Laar.
—Un ingeniero es una parte como cualquier otra, —dijo él—. Especializado.
Dedicado a una función específica. Reemplazable, si surge la necesidad. —Tan
aprendería su especialidad en un lugar con otros estudiantes elegidos personalmente que
formarían su grupo de trabajo para su posterior vida—. No hay ninguna necesidad de que
ella aprenda sobre nada más. —Se rió entre dientes el gran—. No intentarías hervir agua
con un bláster.
Kerra echaba humo. Era todo tan retrograde. Tan sería condenada a una vida poco
distinta a la de Gub, poniendo la huella de Daiman en el pasado. Casi todo en la
«siguiente generación de ópticos», estimaba ella, habría sido descubierto hace mucho.
Descubierto, y perdido, en los interminables años de conflicto durante los cuales
innumerables universidades, corporaciones, y estudiantes habían sido perdidos. Estaban
constantemente tratando de redescubrir conocimiento que ellos, ellos mismos, habían
destruido.
—¿Dónde iría? —preguntó Gub, mirando abajo.
Sin parecer entender por qué importaba, el gran explicó que su compañía tenía
centros de educación por todo el espacio de Bactra, así como algunos centros móviles.
—Por supuesto, después de… los recientes eventos aquí, Tan bien podría encontrar
una vacante cerca de casa. —Daiman había proclamado públicamente que el Colmillo
Negro había sido demolido para abrir paso a un nuevo y mejor centro de investigación.
Incluso si la pregunta pública en vigor sugería otra cosa, Daiman estaría bien en el
mercado para más inteligencia.
—Es lo que Su Señoría pretende, —dijo Gub. Cojeando por la habitación, cogió las
manos de su nieta con las suyas. El viejo hombre tembló, conteniendo las lágrimas—.
Irás.
Kerra dio una mirada a los cazadores mientras los sullustanos se abrazaban. Hasta
donde ellos sabían, Tan no tenía elección. La querían. Se iría. Y ahora mismo. La ishi tib
rechazó los esfuerzos de Gub por darle a su nieta algo para llevarse con ella. Los reclutas
estaban siendo llevados a un área de preparación en el espaciopuerto, dijo Ler-Laar; los
transportes ya habían sido mandados. Cualquier instalación a la que fuera tendría todo lo
que necesitaría.
Y eso será todo lo que tendrá jamás, pensó Kerra. Pero como había visto todos los
días, la vida bajo el mandato de los Sith era una negociación constante. La única forma de
mejorar las cosas era en los márgenes.
—Ten cuidado, —dijo ella, abrazando a una llena de lágrimas pero feliz Tan en la
entrada. Que la Fuerza te acompañe. Déjalo estar con algo, ahí fuera, para variar.

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Star Wars: Caballero Andante

Gub se detuvo, triste y pequeño, en la entrada. Fuera, los vecinos partían y


observaban, sorprendidos, como una de los suyos escapaba.
—Seguirá siendo una esclava, —susurró Kerra detrás de la espalda del propietario.
—Pero tendrá un tiempo más fácil, —respondió Gub. En un año, Tan tendría trece, y
estaría obligada a trabajar tres jornadas al día si quería ser alimentada del todo. No había
garantías de que su próxima asignación no sería más peligrosa. Ella podía incluso acabar
siendo reclutada. Una monotonía más segura no era algo malo, especialmente si era en
cualquier otra parte. El hombre viejo se puso rígido, las tobilleras de sus piernas
chirriando—. Ella tendrá un tiempo más fácil, —dijo él de nuevo, casi para sí mismo—.
Como yo lo tendré.
Cojeando de vuelta adentro, encontró la Cortina de Kerra de nuevo. Un tirón violento
la hizo caer por segunda vez en una semana.
El mensaje estaba claro.
—¿Quieres que me vaya?
Gub miró hacia ella, los ojos gruesos comunicando lo obvio. La niña se había ido.
Kerra ya no era necesaria. Él cogió la cortina —ahora una sábana de nuevo— y la puso
en la silla donde hacía su trabajo.
Kerra miró en blanco a la habitación oscurecida. Desahuciada de un armario.
—Venga, —dijo el hombre viejo, poniéndose en su asiento ante el escritorio—.
Ahora serás capaz de trabajar una tercera jornada de ocho horas y permitirte una
habitación y una ración para ti misma.
Pero, por supuesto, Kerra necesitaba sus noches.
—Me… alegro de que fuera capaz de ayudar, Maestro Tengo, —dijo a su espalda—.
Me iré por la mañana.
—Esta noche, —dijo él, cargando su bolígrafo contra su rodilla.

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CAPÍTULO CUATRO
—¡Estamos corriendo contra reloj, aquí! ¡Acelerad!
Rascándose su cuello musculado, Jarrow Rusher entornó los ojos echando un vistazo.
Estaban perdiendo el sol, el único sol que hacía algo, de todos modos. Los «ojos» de
Daiman se habían puesto antes, tras las chimeneas al oeste de las tierras de procesión.
Ahora el cañonero estaba recibiendo la cirugía principal del navío que era su sustento, y
encarando la posibilidad de que una operación tuviera que ser completada a oscuras.
Agachado en lo que una vez había sido un campo de bolo-bola, el Diligencia no
parecía otra cosa sino un crustáceo mamut, con dos pinzas. Dos colosales retro-cohetes
proveían a la nave con sus pies, cada motor el centro de un grupo de cuatro módulos de
carga. Grandes X cuando se veían desde arriba, los grupos de carga estaban unidos por el
fuselaje descomunal de la sección de tripulación…
… o al menos, así era como se suponía que eran las cosas. Por el momento, la nave
de guerra preciada de Rusher estaba en dos piezas, mientras que su equipo levantaba tres
mil toneladas métricas de metal para hacer espacio para la nueva unidad acumuladora
hidráulica que los Lubboons habían mandado. Pero se tenían que ocupar de la antigua
primero.
—¡Cuidado!
Un cable de acero golpeó con un ruido atronador, haciendo que la basa de metal
unida a la grúa se tambaleara salvajemente. Segundos más tarde el cable restante cedió,
golpeando la polea y soltándose hacia fuera, partiendo en dos un andamio de metal en el
proceso. La carga de la grúa volcada cayó al suelo, enterrándose en el césped y fallando
por poco al maquinista jefe de Rusher.
Al menos era la unidad antigua, pensó Rusher. Escaneó a la multitud revuelta.
—¿Quién puso esa plataforma?
—¡Novato!
Rusher no necesitaba escuchar nada más que eso, y no necesitaba mirar. Tenía cierto
sentido, en un principio. El nuevo módulo hidráulico que había comprado a Beadle
Lubboon un lugar en la tripulación, después de todo, y el adolescente duros les había
asegurado que había trabajado con el equipo en la fábrica de sus padres. Pero parecía
menos que una ganga para Rusher todo el tiempo.
El nuevo recluta se escurrió en sus ropas de trabajo demasiado pequeñas, ofreciendo
algo entre un saludo y un encogimiento de hombros.
—Lo siento, Capitán.
—Es Brigadier.
El soldado Lubboon ya estaba fuera del alcance de los oídos, golpeando la puerta del
servicio portátil puesto en el borde del campo. El equipo había aprendido antes ese día
que el estrés hacía algo vil al estómago del chico. Esa noche estaba teniendo el mismo
efecto en Rusher, en pie en las largas sombras ejercidas por su desunida creación. Si el
campo de juegos había estado alguna vez bajo las luces, ya no lo estaba. Pronto la única

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Star Wars: Caballero Andante

iluminación sería la que podrían generar por ellos mismos, y, por supuesto de esas
estúpidas estatuas holográficas en las cuatro esquinas del campo.
Era una loca idea, montar una nave de transporte de tropas de tamaño completo
encima de un par de conductores de carga. Pero el diseño cuidado del Diligencia había
hecho algún tipo de leyenda de Rusher en los círculos de artillería Sith. La mayoría de los
métodos de despliegue de cañones en el sector involucraban a las armas de la nave y a
sus operarios por separado. Eso era peligroso en varios sentidos. A menudo, el uno o el
otro no lo lograría hasta el campo de batalla. O peor, las tripulaciones tendrían que
atravesar los terrenos en disputa para alcanzar sus armas. Frecuentemente, las piezas de
artillería simplemente caían desde el espacio, sin provisión de recogida. Eso había sido
bueno para gorrones como Rusher, pero era difícilmente eficiente.
Algunas piezas eran llevadas a bordo de naves con sus operarios, pero las armas
tendían a ser pequeñas. Las armas podían ser desmontadas, pero como Rusher había
visto, otro problema surgía: la mayoría de las naves hacían bajas una única rampa,
creando atascos mientras los trabajadores llevaban las partes a su posición. Rusher se
había entretenido en combinar las grandes vainas de carga, automatizadas y soltadas
desde la órbita, con un navío tirando de las tripulaciones de armas.
No existía una nave así en el espacio Sith… hasta Rusher, un par de años después de
dejar la tripulación de Beld Yulan, la construyó él mismo. Recuperando un crucero
devaroniano, Rusher y un equipo de trabajo sin sueño montaron la enorme nave en la
parte superior de una superestructura que hacía de puente a dos grupos de vainas de
carga. Sus módulos se abrían hacia fuera en cuatro direcciones, permitiendo a ocho
tripulaciones descargar las armas simultáneamente. «Abajo, arma, y hecho», lo llamaba
él. Pocas tripulaciones eran más rápidas que la Brigada de Rusher.
Ellos incluso solucionaron el problema de transportar armas grandes montando los
cañones fuera de la nave, sobresaliendo hacia fuera de las vainas de carga. Eso no hacía
demasiado por la apariencia de la nave, y había pocas plataformas en las ciudades lo
suficientemente grandes para acomodar al Diligencia con todas las protuberancias de
metal sobresaliendo. Por otra parte, como había observado una vez Rusher, en el espacio
Sith no duele parecer estar fanfarroneando de armas. Que las armas fueran partes que no
funcionaban de cañones aún por ensamblar era su pequeño secreto.
—Eso está mejor, —dijo Rusher, viendo a Prenda Novallo y a sus ingenieros
elevando la nueva unidad hidráulica a su lugar. Se retiró a los laterales. Fueron al pie de
la letra esta vez, pero Rusher normalmente se quedaba ahí de todos modos para este tipo
de trabajos. Era más fácil para los nervios. Dackett, Novallo… había sido bendecido en la
parte de mantenimiento de las cosas. Nadie sabía mejor cómo llevar un carguero de
artillería en todo el espacio Sith que su tripulación. Y ellos le mantenían libre.
Lo suficientemente libre, en cualquier caso.
Rusher miró a los cielos estrepitosos. Más naves de guerra estaban llegando.
Independientes, como él. Había incluso un par de transportes corporativos mezclados en
ello que no reconoció. Maldijo. Algo estaba pasando. Había ido a Darkknell para

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reacondicionar y reclutar, no para salir en una nueva misión ahora mismo. La gente no se
mostraba en el mundo hogar de un Lord Sith sin un motivo. No si querían ser capaces de
marcharse.
—Ese es el Mak Medagazy, —gritó una voz desde detrás mientras un droide de
batalla cargador toong planeaba sobre sus cabezas a través de la oscuridad. El Maestro
Dackett señaló al navío iluminándose al otro lado del campo—. ¿De qué va esto?
—He visto lo mismo que tú, —dijo Rusher. Era un problema de trabajar con Daiman.
Normalmente, los jefes de los navíos mercenarios se reunirían en las cantinas locales y
compararían notas. Pero Daiman había desmantelado la mayoría de los servicios que se
ofrecían al público, sin querer malgastar en entretenimientos en aquellos que existían
para proveerle entretenimiento a él. Había barrido un recurso clave de información, y un
montón de buenas cantinas para patear.
Caminando hacia la luz de una de las holoestatuas, Dackett hizo su informe del
reacondicionamiento. La configuración poco usual del Diligencia ponía sobre estreses
extremos sus marcos cuando aterrizaban en ambientes de alta gravedad; los sistemas
hidráulicos funcionales eran vitales.
—Nos habría gustado tener otras dos semanas para haber hecho todas las cosas bien.
—Dos semanas. —Rusher miró de nuevo a los cielos oscurecidos, llenos de luces de
los vehículos descendiendo—. Bien, haz lo que tengas que hacer. Mientras no
escuchemos de Su Majadero, deberíamos…
—¡Lord Daiman al habla! —tronó una voz desde arriba.
Asombrado, Rusher y su compañero miraron a la estatua holográfica tras ellos. Tres
veces del tamaño real, la figura de Daiman había cesado su postura automatizada y ahora
estaba dirigiéndose a ellos. Específicamente, a él.
—Jarrow Rusher está destinado para el Santuario Celestial, mañana al medio día.
Rusher echó un vistazo a la pared oscura del palacio, surgiendo por el noroeste.
—¿Tiene una misión para…?
—Jarrow Rusher está destinado para el Santuario Celestial, mañana al medio día.
Encuéntrate con tu destino. —En esas, la estatua holográfica estaba como lo había estado
antes, representando a Daiman mirando pensativo y complicado.
—Lamento informarte, que la misión ha sido cancelada, —dijo Dackett.
—Demasiado para tus dos semanas. —Rusher miró a Dackett—. ¿Crees que me
escuchó?
—Lo dudo. ¿Pero quién sabe?
Sería con seguridad una forma excelente para que Daiman impresionara con su
omnisciencia a su gente, pensó Rusher. Escuchar a escondidas a todo el mundo
electrónicamente, y entonces utilizar su personaje virtual en cada esquina para reaccionar.
Estaría justo al nivel de algunos de los estados totalitarios más efectivos de los que había
leído. Pero, como su compañero, Rusher lo dudaba. Nunca había conocido al joven lord,
pero había conocido a gente que sí. Espiar a todo el mundo sonaba a demasiado trabajo
para alguien como Daiman. Si no crees que nadie más exista, ¿por qué molestarse?

LSW 46
Star Wars: Caballero Andante

Dackett golpeó su panel de datos contra su mano artificial.


—Está bien, entonces. Le diré a Novallo que va a trabajar durante la noche.
—Te voy a decir algo, Dackett, —dijo Rusher—. Yo terminaré la soldadura. Visita tú
a Su Señoría.
—No, señor, —dijo el hombre mayor, sus huecos entre los dientes silbando—. Cada
banda tiene un líder. Yo simplemente toco la buena música.
Rusher se rió entre dientes. ¿Líder? Quizás. Pero para los tan llamados
independientes alguien más siempre llamaba a la melodía

***
Cuando era una niña, Kerra había visitado las heladas regiones polares de Aquilaris,
cerca del único lugar del planeta donde el clima no era hermoso constantemente. Incluso
eso había sido hermoso, con olas espumosas surgiendo la una tras la otra en los fiordos.
Había espiado un quadractyl solitario, una criatura aviar oceánica más cómoda en
climas más cálidos, flotando en un golpe de navegación. Al principio, pensó que el
animal estaba en problemas. Una ola espumosa lo bañaría, justo a tiempo para ser
golpeado por una ola helada. No parecía estar haciendo ningún intento de alejarse
volando, prefiriendo, al parecer, ser transportado y tomar lo que el destino —o las tres
lunas del planeta— había reservado para él.
Al ver a los esclavos Sith desde Chelloa hasta Darkknell tratar con sus vidas, Kerra
empezó a pensar que eso era lo que estaba pasando allí, también. La gente que vivía en
ese sector era como el quadractyl desdichado, siendo abofeteados por una ola violenta de
conquistadores Sith tras otra. Un golpe seguía a otro golpe. Y aún así la gente, como el
animal, seguían siendo arrastrados.
Algunos en la República sentían que la gente que vivía bajo el mandato de los Sith no
merecía ser salvada, porque no actuaban para liberarse a ellos mismos. Estaba claro para
Kerra que esa gente nunca había visto la opresión Sith de cerca, o habrían entendido lo
equivocados que estaban. El desequilibrio de poder entre maestro y esclavo era
simplemente demasiado grande. No había ninguna forma práctica para aquellos bajo los
talones de Daiman para juntarse, y de hecho, reunirse tenía el efecto de hacerles más
vulnerables, en lugar de más poderosos. No había ningún alzamiento posible.
Y aún así, arrodillándose en la oscuridad de su pronto antigua habitación, Kerra se
preguntaba si acababa de ver resistencia en acción. Los padres en el Daimanato estaban
dispuestos a resistir más adversidades para ellos mismos si significaba que sus niños
debían migrar a una posición que era marginalmente mejor. Décadas de opresión les
habían forzado a tal larga visión de la vida que incluso el más pequeño paso era un gran
salto hacia la libertad.
Quizás el quadractyl estaba donde estaba porque había actuado, actuado para mandar
a sus polluelos al sur. Simplemente no le quedaba nada para salvarse a sí mismo.
Pero Kerra había escapado una vez. Y no se quedaría ahora.

LSW 47
John Jackson Miller

Mirando al exterior para confirmar que Gub estuviera en su escritorio, Kerra sacó el
traje de sigilo plegado de debajo de su saco de dormir. Estaba prístino. Le había dado un
disolvente uno de sus amigos del trabajo. Ostensiblemente pretendido para limpiar una
parte de un mueble, el fluido había funcionado maravillosamente en el Mark VI. Le había
llevado un esfuerzo meticuloso, la mayoría después de que Tan se fuera a dormir cada
noche. Pero el traje era necesario. Esencial, de hecho, para darse cuenta del valor de lo
que había ganado a través de su otro trabajo en Darkknell.
Kerra tiró del cordón de su bolsa de viaje. Elevando sus pocos objetos personales de
la parte superior, vació el saco en su almohada. Zurrones de gel brillante se cayeron en
una pila. Nitrito de baradio. Suficientemente explosivo para mandar al posible creador
del universo a un viaje de descubrimientos a través de la estratosfera.
Había sacado los explosivos de la fábrica poco a poco, en paquetes de comida
desechables apretados. Había sido lo suficientemente fácil; se suponía que debía llevarse
su propia comida y llevarse su basura. En su forma fluida, era menos propenso a una
detonación accidentar que otros explosivos, y ella probablemente no tenía lo suficiente
para ejecutar lo que el bothano había hecho en el Colmillo Negro. Pero como una Jedi
sola dirigiéndose contra un Lord Sith, sabía que no le dolería tener refuerzos.
Ella no sabía del todo qué hacer con ellos, antes del otro día. El propio Daiman le
había dado la clave, en su vana insistencia de que todo el mundo escuchara su voz a
diario. En otro mundo, había escuchado su mensaje declarando el amanecer. Escuchando
de nuevo los últimos dos días lo oyó otra vez: la misma frase que fuera del planeta,
excepto por las partes sobre la duración del día. Seguramente, no había grabado
diferentes para cada mundo que poseía, y ella no estaba al tanto de ninguna red de
comunicaciones en el espacio Sith que igualara a la que la República había desactivado
en el Borde Exterior. Ambos significaban que la voz de Daiman estaba siendo simulada,
y simulada localmente en cada mundo.
Obviamente, en realidad, nunca había pensado en las consecuencias. Si Daiman se
desvanecía mañana, los Lords Sith rivales cuya furia temía no debían averiguarlo por un
largo tiempo. Los Correctores de Daiman querrían mantener sus trabajos, lo que
significaba que pretenderían que nada había cambiado.
Pero de hecho, algo habría cambiado, pensó Kerra mientras rellenaba la mochila y la
encintaba al cerrarla. La vida no mejoraría dramáticamente, pero un Daimanato sin
Daiman sería algo que ayudaría a mucha gente a la vez.
Kerra dio un último vistazo alrededor de la habitación y se alzó para marcharse.
Daiman se desvanecería mañana.
Y ya era la maldita hora.

***
Había cosas peores que la muerte.

LSW 48
Star Wars: Caballero Andante

La tía de Narsk le había dicho eso, criándole sola en Verdanth. Cerca de la unión de
tres sectores y situado en una autopista hiperespacial principal, el planeta era deseado por
muchos insignificantes principescos. De hecho, varios se habían declarado a sí mismos
Lords Sith inmediatamente al tomar el mundo verde, como si el título de conquistador de
Verdanth significara algo. Normalmente no lo hacía. Los maestros de Verdanth
raramente vivían mucho. Pero siempre sobrevivían lo suficiente para hacer un daño serio
a la población del mundo, retales diversos de gente trasplantada.
La comunidad bothana en Verdanth había sufrido menos que otras, simplemente por
la inclinación de la especie por las intrigas. Más razas tenaces habían rechazado
someterse cuando los Sith invadieron por primera vez; sus supervivientes vieron cada
oleada sucesiva como algo que resistir por todos los medios. Un pensamiento noble. Pero
el dueño de Verdanth cambiaba casi anualmente. El desafío de todos los invasores sólo
provocaba extinción. Los bothanos sin embargo, se sometieron libremente a cualquier
señor de la guerra Sith que estimaran que tenía la mano ganadora. Sus instintos eran tan
buenos, decían los observadores, que uno podía rastrear el equilibrio de poder en el
sistema simplemente mirando a quién tenía más bothanos en su campamento.
Estar en el bando perdedor significaba la muerte. Pero esa no era la peor parte, como
su tía había dicho: significaba que había supuesto mal.
Entender las relaciones entre otros y precisar estimaciones de poder y dónde residían:
esas eran las cosas que hacían a uno un bothano. La tía de Narsk una vez describió a una
tribu de bothanos ferales, encontrados años indecibles tras un accidente en un planeta
desierto. No tenían un lenguaje hablado, pero podían clasificar con exactitud los números
de varias clases de depredadores en sus alrededores. Ser un bothano era estar siempre
alerta.
Narsk había llevado esas lecciones hasta el corazón. Mientras era un esclavo para
sucesivos Lords Sith en Verdant, consiguió encontrar quehaceres que mejoraron su
percepción. El trabajo descuidado de criar murciélagos escarcha le llevó a asignaciones
de rastrear fugitivos. Eso le llevó a misiones como un explorador no militar y, finalmente,
a saboteador. Todo el tiempo, mantenía sus ojos en los jugadores Sith, en las mejores
tradiciones de su gente.
El dilema llegó cuando dos rivales particularmente belicosos escogieron sentenciar la
propiedad del planeta a un duelo que les dejó a ambos muertos. El vacío de poder
resultante puso a muchos bothanos fuera de alineación. No había motivos para esperar
que Verdanth permaneciera libre del mandato Sith por más de un par de semanas como
mucho, y todavía los bothanos unidos al planeta no tenían forma de evaluar las fuerzas
relativas de poder que aún no habían visto. La única forma real de saber a qué Lord Sith
apoyar era dirigirse al espacio personalmente y echar un vistazo.
Narsk lo hizo. Y nunca volvió.
Había encontrado una escena política maravillosamente complicada. Un montón de
retales de dominios y dependencias, dominados por déspotas con conexiones secretas e

LSW 49
John Jackson Miller

historias de traición. Podría mantener a un bothano industrioso ocupado por toda una
vida.
Para Narsk, lo había hecho. Y ahora, todo se había acabado, porque no estuvo alerta.
La Jedi fue un comodín, pero debía haber sabido que estaba ahí. Había estado en
Darkknell un mes, evaluando los riesgos potenciales. Incluso si sólo una persona en
Darkknell sabía que ella estaba ahí, debería haber sido él.
Notó, irónicamente, que probablemente había sido el primero en saber que estaba ahí.
Pero esa información había llegado demasiado tarde para serle útil. Y ahora que la tenía
Daiman, a través de él, se había convertido en el segundo en saberlo, Narsk se preguntaba
por qué todavía estaba vivo.
Permaneció en la losa durante días, sin comida, probando el agua cuando una sesión
de tortura la involucraba. Daiman sabía ahora que Narsk era un agente de Odion. Una vez
que Narsk se dio cuenta de que el secreto se había ido, relajó sus defensas, permitiendo al
Lord Sith verlo todo en sus recuerdos desde su llegada a Darkknell. La asunción de la
identidad encubierta, la exploración del centro de pruebas, las muchas incursiones dentro.
Era una táctica que le habían enseñado, también. Una vez que un secreto perdía su valor
como secreto, podía ser utilizado para escudar otras verdades. Inundó a Daiman con
detalles que no importaban ya.
Parecía haber funcionado. Aparentemente satisfecho, Daiman le había dejado en paz.
Varias veces el joven Sith había percibido la importancia de una mujer humana en los
recuerdos de Narsk, pero para su observación, Daiman siempre había supuesto que era la
Jedi. Daiman no era mejor que los centinelas, pensó Narsk. Sólo ven lo que están
buscando.
Ahora, sin embargo, Narsk sólo veía la muerte inminente. No tenía nada más para
dar, nada que daría, en cualquier caso. Su ejecución estaba cerca. Cuatro Correctores
entraron en la habitación, liberándole de la mesa y elevando su cuerpo flácido, a medio
vestir hacia un marco de metal circular. Sus pies y tobillos estaban amarrados a su
perímetro, desplegando su cuerpo en su extensión. Los correctores volcaron el dispositivo
sobre un lado, rodando a Narsk bajo uno de los vestíbulos estrechos oscurecidos.
Sin nada para apoyar su cuello, la cabeza de Narsk colgaba hacia atrás mientras el
marco rodaba. Mareado, vio un borrón de luz delante. Sus ojos ajustándose, Narsk se dio
cuenta de que era un área interior amplia con una claraboya arriba. Con una sacudida, los
Correctores rodaron su estante circular sobre una pequeña plataforma construida para
elevar algo en suspensión antigravitatoria.
Arrojado al aire por una fuerza invisible, Narsk vio a la gente en la concurrencia y se
dio cuenta de que su tía tenía razón. Había supuesto mal. No era una ejecución. Y había
cosas peores que la muerte.
Se había convertido en escenografía.

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO CINCO
El joven lord brillaba, resplandeciente en su plumaje. La preferencia de Daiman por los
atuendos brillantes era bien conocida, pero la capa cobriza de hoy tenía algo extra de ello.
Cada vez que el Lord Sith caminaba entre sus espectadores y la claraboya de arriba,
pequeños prismas en los grandes pliegues de la prenda refractaban el sol de medio día,
lanzando luz brillante coloreada alrededor del Ádyton.
Y aquí, en esta enorme colina heptagonal en el Santuario Celestial, todo el mundo
estaba bajo Daiman. Siete pasarelas de cristal llevaban a una plataforma suspendida en el
centro, directamente bajo la claraboya. Cada una de las siete entradas en mitad del aire se
asentaba en medio de una columna de alabastro, doblándose hacia arriba hasta el techo y
formando, con la claraboya, una réplica del emblema del sol y tentáculos de Daiman. Las
paredes de en medio llevaban grabados en relieve ornamentados a través de la historia y
la prehistoria. Así lo hacía el suelo, donde aquellos que esperaban que les atendieran
miraban alternativamente arriba a su lord y abajo a sus pies para evitar tropezar con la
superficie irregular.
Sólo Narsk estaba cerca del nivel de Daiman, pero el bothano no se sentía muy
honrado. Después de que los Correctores hubieran utilizado el generador antigravitatorio
para elevar su prisión circular varios metros en el aire, habían hecho algo para aplicarle
algo de giro. Ahora Narsk se tambaleaba giroscópicamente en el aire metros por encima
de los otros, en el espacio entre dos de las pasarelas de Daiman. Había sido así todo el
día: episodios de rotación violenta separados por frenados ocasionales durante los cuales
su cuerpo estaba justo bocarriba. Narsk suponía que era para evitar que se desmayara. Por
primera vez desde su aprisionamiento, se alegraba de que no le hubieran dado de comer.
Los breves respiros le habían dado una oportunidad para observar la sala, aún así, y a
aquellos de dentro. Daiman había caminado por las pasarelas durante horas,
aparentemente pensando en algún aspecto u otro de la creación. Finalmente, se retiró a la
masa descomunal afelpada, más una cama que un trono, que descansaba en medio de la
plataforma suspendida. Narsk pensó que se sentaba como un crío, sus piernas curvadas
hacia arriba bajo el extremo perezosamente pateado de la capa. No, no un niño, pensó
Narsk. Un adolescente.
Más allá de un par de suspiros agravados, Daiman no dijo del todo nada. Sin
embargo, se había desvanecido dos veces en una de las salidas para un cambio de
vestuario. Narsk imaginó que algo debía estar a punto de ocurrir. Los suspiros se estaban
convirtiendo más en gruñidos, y cada traje había sido más extravagante que el anterior.
Debe estar viniendo compañía, pensó Narsk. No puedo creer que esto sea lo que
lleva por casa.
La audiencia abajo no había tenido más atención de Daiman de la que tenía Narsk.
Había Correctores ahí, y un par de centinelas de élite. Ellos permanecieron, esperando en
silencio a su maestro, como lo hacía una mujer woostoide que Narsk supuso que era la
edecán de Daiman. Narsk no la reconoció, pero ningún espía podría mantener el rastro

LSW 51
John Jackson Miller

del reparto del palacio de Daiman. Ella, con seguridad, no había sido contratada por sus
encantos, vio él, cada vez que se revolvía para encararla. Piel naranja, con pelo recogido
magenta, la cosa larguirucha parecía un agujero negro que estaba succionando su cara
desde dentro. Todos los equipos de ingeniería del sector no podrían construir una sonrisa
de ese material.
Narsk no podía imaginarlo. Daiman parecía valorar la belleza en sus dominios. Pero
entonces tuvo otro pensamiento: Debe ser así cuando estás enamorado de ti mismo.
—¡He escuchado eso, espía!
El marco de Narsk giró lo suficiente para darle un vistazo de Daiman en el borde de
la plataforma, alzando su mano con punta de garra. Segundos más tarde todo lo que vio
Narsk era un dolor azul, mientras el rayo de Fuerza destrozaba su agitante cuerpo.
Mientras el ataque se sosegaba, riachuelos de energía restallaban en el lado del estante.
—Crees que me has herido, ¿no? ¿No? —Con la capa hinchada, Daiman caminó al
borde de su plataforma. Abajo, varios oyentes en la planta inferior tropezaban, tratando
de seguirle el ritmo—. No me has herido en absoluto, —despotricó él—. De hecho, mi
pequeña nada, no has cambiado mi ruta ni un poquito.
Narsk tenía su boca demasiado seca tras el ataque para responder, pero estaba bien
así. No había respuesta acertada.
—No, tú y la mujer Jedi me habéis dado exactamente lo que quería. Simplemente no
me di cuenta en su momento, —dijo Daiman, arrodillándose y mirando a Narsk—. No
siempre veo el plan con el que he empezado hasta más tarde, pero siempre lo hago.
Ya mareado, Narsk agitó su cabeza. ¿Cómo podían los seguidores de Daiman
aguantar esas evasivas?
—¡Uleeta! —Llamó Daiman—. ¿Está preparada la conexión?
Debajo, la woostoide habló.
—Como mi lord sabe, Bactra el herético espera en el canal prioritario. —La mujer,
vio Narsk, nunca encaraba a Daiman cuando se dirigía a él. En su lugar giraba su cabeza
y dirigía sus ojos de ébano bulbosos hacia la claraboya, como si Daiman estuviera
viviendo en los travesaños en algún lugar. Bueno, en cierto modo lo está, pensó Narsk.
Uleeta miró a su panel de control de mano y miró arriba de nuevo. Ella habló con
cuidado, como si tuviera miedo de ofender.
—Bactra… quiere ser llamado Lord. Como mi…
—Lo que él quiere no tiene sentido. Actívalo.
—Activando. ¿Deberíamos quitar al prisionero?
—No.
La respuesta mandó un escalofrío por la espalda de Narsk. Lo que fuera a ocurrir, no
importaba si él sabía de ello. Ya estaba muerto

***

LSW 52
Star Wars: Caballero Andante

Los travesaños del vestíbulo de entrada del Lord Sith no eran el lugar para estar
toqueteando con las axilas. Aún así, Kerra no podía detenerse a sí misma. Era bueno que
entrar dentro del Santuario Celestial fuera tan fácil, porque había tenido que luchar una
pequeña guerra sólo para entrar en el traje de sigilo.
La prenda apretada funcionaba apropiadamente; le había hecho pasar ocho puestos de
centinelas de lejos. Pero no había nada cómodo en él. Los organizadores de Cyricept
habían pensado en un montón de cosas, pero hacer una talla que sirviera para todas las
especies y géneros no estaba entre ellas. El bothano era ligeramente más bajo, y mientras
Kerra no era del todo dotada, había tomado medidas extremas para cerrar las cremalleras.
Si tenía que morir en alguna parte, ella ya estaría momificada.
Por otra parte, había demasiado espacio en la máscara, donde el morro peludo del
bothano había estado. Plegó parte de la tela hacia dentro y la enganchó para ceñir la
máscara, dejando un pico bizarro con forma de cabrío sobre la pieza bucal. Estaba
positivamente asombrada de que nadie la pudiera ver.
Ahora, mientras Kerra trepaba de alcoba en alcoba, cada paso le recordaba por qué
los Jedi no llevaban trajes. Sus ropas normales, apretadas en el bolso justo bajo los
explosivos, eran amplias y cómodas. Kerra dudaba que le hubiera gustado el traje incluso
si fuera de su talla, pero también sabía que nunca podría haber llegado lejos sin él. Había
entrado en fortalezas Sith antes, pero evitar que Daiman y sus seguidores la percibieran a
través de la Fuerza llevaba una concentración extra. El traje era su filón.
Sólo quería que su filón dejara de hundírsele en el abdomen.
Kerra sólo había visto la fortaleza de Daiman desde la distancia, sus paredes de
obsidiana trazando largas líneas alrededor del punto más céntrico de Xakrea. Altos
pilones flanqueaban una entrada a cada uno de los siete lados; Kerra simplemente había
escogido el más cercano. Se había preguntado una vez por qué Daiman no tenía torres,
una elevación vertical desde la cual vigilar sus alrededores, como la tenía en Chelloa. Un
compañero de trabajo en la planta le había explicado que ya que Daiman había creado
Darkknell no necesitaba mirar abajo hacia ella. Kerra apenas había reprimido su risa
entonces. Así que tiene un muro. Si no existimos, ¿por qué lo necesita?
Ella había imaginado que los muros rodeaban algún tipo de espacio abierto, quizás un
patio o un lago, con un castillo más pequeño dentro. En su lugar, encontró que la gran
entrada era realmente una puerta. Los muros no eran un divisor, sino los exteriores del
edificio más grande que nunca había encontrado.
La estructura era reciente, alzada en los pocos años desde el ascenso de Daiman al
poder. Kerra estaba estupefacta. Xakrea era antiguo, datando de los previos Lords Sith y
antes. ¿En qué había puesto Daiman sus recursos de construcción? El santuario a la
arrogancia más grande que existía, fácilmente sobrepasando la escala y lo chillón de
cualquiera de las mansiones de los industrialistas que había visitado cuando conseguía
dinero para Vannar. Los hogares de esa gente eran templos de sus propios logros, pero
sólo en un sentido figurado. El de Daiman realmente venía con relieves de sí mismo
creando el universo.

LSW 53
John Jackson Miller

Y aún así, cambiar su ruta para evitar aún otra sala de espejos —sin poder decir que
harían con el traje de sigilo—. Kerra encontró el lugar extrañamente vacío. Era un templo
sin devotos. Enormes salas de baile y comedores claramente nunca habían visto a un
bailarín ni una comida. Si Daiman quería ostentación, parecía no entender para lo que
era.
Le dolía verlo todo ahora, pensar en la gente cuyas vidas se habían malgastado en
erigir el lugar. Kerra había perdonado el hablar de boquilla en público sobre Daiman
como creador, pero nunca había entendido por qué tanta gente que se había encontrado lo
hacía también en privado. Gub, por ejemplo. Era más de dos veces de la edad del Lord
Sith. Se preguntaba si hubo un día específico en el que todo el mundo en Darkknell dejó
de poner los ojos en blanco cuando hablaban del mito de Daiman. Debió haber sido
mucho tiempo antes. Siempre le confundía. Si nadie más aparte de Daiman existía, como
decía su pensamiento, ¿por qué pasar por el problema de adoctrinar a nadie? ¿Por qué le
importaría?
Ella sólo había visto a Daiman una vez, pero sabía suficiente de su breve intercambio
para imaginarlo. Daiman podía ver en las mentes de los otros utilizando la Fuerza, pero
no lo tomaba como prueba de que eran seres inteligentes. Suponía que algunos
pensamientos contradictorios de sus cabezas eran parte del puzle galáctico que había
creado para que él mismo lo corrigiera. Era sólo uno más que arreglar, otra condición
para la victoria que satisfacer. Quería que los droides que estaban alrededor de él
supieran que eran droides: orgánicos o de otro tipo. Y si eso significaba pasar cinco años
construyendo un atrio que le llevaría cinco minutos cruzarlo, que así fuera. Incluso si los
constructores eran los otros únicos que jamás vieran el interior.
Tan interesante como el hogar de Daiman, como un estudio psicológico, era la ruina
para los planes de Kerra. Sintiendo el nitrito de baradio en el zurrón, miró alrededor en
exasperación. Incluso si podía encontrar a Daiman, ¡necesitaría una lanzadera de esa cosa
para derribar este lugar!
Escuchando actividad sobre una escalera de piedra, Kerra se deslizó sobre la
barandilla y cayó en un espacio a gatas. No eran centinelas, esta vez, sino soldados. Cerca
de una docena de figuras de varias especies, todas en diferentes formas de trajes militares,
siguiendo a un droide de protocolo bajo los pasos hacia un atrio.
Ciertamente no son los habituales soldados a la última moda de Daiman. Kerra miró
embobada, sin ser vista, al grupo diverso. ¿Qué haría que cualquier banda de mercenarios
trabajara para un esquizofrénico monomaníaco? No importaba. Dentro de la máscara,
sonrió. Llevadme ante vuestro líder.

***
—Me alegra verte a través de otra cosa que no sea un telémetro, —dijo Rusher,
golpeando al toong con una mano enguantada—. Estás comiendo bastante bien en el
Bucle Gevarno, según veo.

LSW 54
Star Wars: Caballero Andante

Color oliva y ovoide, Mak Medagazy sonrió con superioridad.


—No he tenido que enfrentarme a ti durante un tiempo, R… r… rusher, —dijo él, su
enorme barriga bamboleándose mientras extendía un brazo largo y fino al brigadier—.
Mantuve los precios de reemplazo b… b… bajos.
Habiendo pasado sus vidas trabajando y tratando de matarse el uno al otro, no todos
los líderes militares en el subsector se llevaban bien. Pero Mak era fácil de gustar. Porque
era un traficante de droides, las bajas nunca eran personales para él. Y quizás para evitar
el característico tartamudeo nervioso toong, siempre mantenía sus comentarios cortos,
ofendiendo poco.
No era así para algunos de los otros en la fiesta, vio Rusher. Como Kr’saang el
togoriano, que insistía en ser llamado así, como si alguien pudiera olvidar a un montón de
pelo enfadado de dos metros y medio. El mercenario de aspecto feral insistía en abrirse
paso enfrente del grupo, casi apartando a su guía electrónica en el proceso.
—¿Qué prisa tienes, Tog? —preguntó de nuevo Rusher. La casa del Lord Sith era
interminable; el encuentro podría ser a kilómetros de distancia.
Kr’saang gruñó, bigotes saliendo a cada lado de su hocico angular.
—¡Pierde tu propio tiempo, humano… no el mío! —Líder de una brigada de tropas
de aturdimiento, Kr’saang se quejaba de nuevo por ser llamado a una reunión en
persona—. Qué estupidez.
—¿Entonces por qué estás aquí? Tiene que haber otros Lords Sith que puedan
mantener tu hocico lleno de comida.
Varios mercenarios retrocedieron desde donde estaba Rusher, por si el gigante de piel
negra rompía. Pero Kr’saang siguió andando.
—Mis asuntos. —Los ojos esmeralda miraron hacia atrás a Rusher—. Estoy seguro
de que sé por qué tú estás aquí, lanza-rocas. Daiman no va a luchar un uno contra uno
contra su Hermano Malo Odion. Está buscando a alguien con incluso menos escrúpulos
para hacerle quedar bien.
—Bien, él te tiene allí, —dijo Mak, su gigante labio curvándose.
Rusher no le presionó. Ya sabía por qué la mayoría de ellos estaban allí. Varios de los
independientes habían llegado más tarde desde el servicio del otro lado. El brigadier
había sido más inteligente que ellos en ese aspecto. Era el evitar a Odion lo que había
metido a Rusher en el negocio, años antes.
Beld Yulan había sido todo lo que un mentor debía ser. Un buen hombre de artillería,
él también había cultivado un interés en la historia militar en sus reclutas. El joven
Rusher había aprendido no sólo sobre los enfrentamientos, sino los motivos por lo que se
luchaba, y ahora, en muchos casos, las decisiones de una sola persona podían llevar a
diferentes resultados. Rusher habría permanecido en el Perspicacia por siempre, si Yulan
no hubiera perdido a sus niños en la plaga de Fostin IX. El luto general se convirtió en
depresión, culminando con una «conversión religiosa»: se había convertido en un
odionita, un miembro del culto que buscaba la muerte del terrible Lord.

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John Jackson Miller

Rusher había empezado a sospecharlo cuando el general empezó a lanzar la


precaución al viento, mandando a los escuadrones a misiones cada vez más peligrosas. El
«porcentaje de abandonos» de guerreros varados, había llegado hasta el cielo, con cientos
de tropas abandonadas a sus destinos. Finalmente, cuando Yulan anunció que la brigada
tomaría un trabajo de Lord Odion, Rusher había visto suficiente. Al menos Daiman creía
en un mañana, si era así podría tener una oportunidad de dar crédito a su llegada. Si
incluso los operadores acerados como Kr’saang estaban llegando a darse cuenta de ello,
las cosas debían estar poniéndose ciertamente mal en el otro bando.
—Aguantad ahí, —dijo el droide, parándose en una habitación llena de lámparas de
araña. Una puerta doble bañada en oro se asentaba bajo un arco de mármol en la pared al
este—. Su Señoría está en una conferencia con sus otras creaciones, pero vuestra hora
llegará.
Los ojos tristes toong se giraron hacia Rusher.
—Es b… b… bueno saberlo, —dijo Mak
—Sí, me siento bendecido.

***
Los mercenarios se habían detenido cerca de la gran entrada, parloteando y babeando
ante las riquezas de la antesala. Estatuas, pinturas, lámparas de araña: con seguridad más
riquezas de las que nunca habían visto, supuso Kerra. Aún así, le habían llevado al lugar
correcto. Había tenido cuidado de no sumergirse en la Fuerza para nada, pero no podía
dejar de notar la corrupción maligna que había delante. Sólo podía ser Daiman y sus
compañeros más cercanos.
Pero no había un asalto frontal fácil, no con la multitud de guerreros y centinelas
esperando ahí. Deslizándose tras el miembro más atrás del grupo —un humano cuarentón
de barba roja en una gabardina, sin un aspecto del todo zafio—. Kerra llegó a una
escalera de caracol angosta en el lado izquierdo de la habitación.
Los escalones de la escalera terminaban en el vestíbulo iluminado por las velas,
llevando directamente hacia una apertura brillante. Escuchando voces, Kerra fue hacia
allí, con cuidado.
Ahí estaba él, al final de una pasarela larga, cristalina: el Pequeño Daiman en
persona, anunciante de la hora del amanecer. Se parecía a su alborotada habitación de
Chelloa, sólo que más grande, y suspendida sobre el suelo por caminos que formaban una
estrella de siete puntas. Era, de lejos, la habitación más extraña que había visto en el
edificio.
¿Y qué estaba llevando?
Kerra se arrodilló en la entrada y respiró suavemente. Su respiración no hacía ni la
más ligera diferencia dentro del Mark VI, pero no importaba. Había encontrado el centro
de la locura, justo donde ella la dejó, con Daiman. Y para variar, el gusto de Daiman por
la arquitectura le serviría. Si pudiera caminar hacia la plataforma central, pensó Kerra, su

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Star Wars: Caballero Andante

bomba casera tendría más que su impacto explosivo. Batiría bien la pasarela de cristal y
la plataforma hasta un millón de astillas. La forma de la habitación y el techo centraría
bien el impacto, dándole una oportunidad de correr para escapar.
Merecía la pena el riesgo.
Reflexivamente, miró para ver quién más estaba presente. Los compañeros que
esperaba, por supuesto, todos esclavizados. Y justo a la derecha de su pasarela algo más
flotaba: el espía bothano, atado a una rueda giratoria. Ella había esperado encontrarle allí,
aunque estaba sorprendida de ver que todavía parecía estar de una pieza.
Por el momento, en cualquier caso. Una semana dura para ser tú.
Había algo más justo al otro extremo de la percha de Daiman, que tenía toda su
atención. Al principio, reconoció el holograma: ¡otro Lord Sith! Lord Bactra, el
quermiano, se alzaba en una imagen a tamaño real, su cabeza blanca ajada y reseca
alzándose sobre su largo cuello, estrecho. Ella le había estudiado, antes en la República.
¿Qué tenía Daiman con alguien como Bactra?
Fuera lo que fuera, no pasaría por mucho. Tranquilizándose, Kerra se alzó y dio un
paso hacia la pasarela.

***
—Es refrescante ver al Lord Daiman de nuevo, —dijo el quermiano parpadeante—,
especialmente después de los problemas que has descrito. —La imagen de Lord Bactra
trajo sus dedos azules a metro y medio hacia su elevado mentón y sonrió. El titán
esquelético mantuvo su segundo par de brazos dentro de los pliegues de su rica capa.
Para ser uno de los Lords Sith más inteligentes del sector, pensó Narsk, Bactra estaba
haciendo un buen trabajo haciéndose el tonto. Hasta ese punto, en esta conversación,
había profesado no saber nada sobre la destrucción del centro de pruebas de Darkknell.
Eso con seguridad no era así. El desastre del Colmillo Negro podía haber sido visto desde
la órbita, suponía Narsk, e incluso los Sith que no eran enemigos abiertamente mantenían
un ojo en los asuntos del otro.
—¿Supongo que la figura que veo ahí es el perpetrador?
—El saboteador está aquí. —Daiman dirigió la holocámara flotante para dar una
imagen de Narsk en su prisión giratoria—. ¿Le reconoces?
—Bothano. No, no lo reconozco, —dijo Bactra, su boca sin labios sin cambiar nunca
su forma—. Pero su tipo tiende a entrometerse en cosas que están por encima de ellos.
Narsk tragó saliva, o trató de hacerlo. Las únicas cosas por encima de él en esos
momentos eran sus pies.
Y entrometerse, sabía él, era algo que Ayanos Bactra hacía sin que pareciera que
tomara parte. Había permanecido fuera del conflicto entre Odion y Daiman, cuyos ambos
territorios limitaban con el suyo. De hecho, sabía Narsk, el antiguo quermiano se había
ido fuera de su camino para evitar las batallas destructivas con la mayoría de sus vecinos,
prefiriendo, en su lugar, acumular propiedades más intangibles: corporaciones. Varias de

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John Jackson Miller

las firmas interestelares que habían seguido operando en el sector bajo el mandato Sith
tenían sus cuarteles generales en el espacio de Bactra.
Silenciosamente, la influencia de Bactra entre sus vecinos había crecido. Un estratega
menos atento se habría convertido en suministrador de un lado u otro, pero Bactra
entendía que esa parcialidad le habría creado enemistad. Un Sith esperaba que un
vendedor de brazos vendiera en secreto a todos los bandos, así que Bactra lo hacía
abiertamente y equitativamente. Y cuando los mundos en disputa caían y sus intereses de
fábrica se esfumaban, el espacio de Bactra simplemente estaba allí como un refugio
conveniente. El caos servía a Bactra.
Como le estaba sirviendo ahora.
—Yo… deduzco que el sabotaje crea una debilidad en tu capacidad técnica, Lord
Daiman.
—Puramente temporal. —Daiman se recostó en la cama acolchada, mirando a la
claraboya.
—Por supuesto. Pero es un problema a corto plazo, —dijo Bactra—. Considera lo que
podrías hacer si tuvieras la solución… como yo.
—¿La Heurística Industrial?
—La misma. —Narsk sabía que Daiman recientemente había empezado a permitir a
que la firma de Bactra reclutara en su territorio, a cambio de alguno de los frutos de la
investigación que producía su gente. Ahora Bactra ofrecía a Daiman algo más
inmediato—. Por lo que tus compañeros me han dicho, estás preparado para considerar
una mayor expansión de nuestra franquicia.
—No veo una mejor forma, —dijo Daiman—. Hay informes de que mi hermano está
considerando construir un segundo complejo de fábricas, incluso más grande que La
Aguja. —Se sentó, su capa una masa arrugada—. Un arxeum es la respuesta. Requiero
que se me envíe uno.
Con la rotación disminuyendo, Narsk consideró lo que acababa de escuchar.
Reconoció el nombre. Los arxeums eran una invención de la Heurística Industrial:
universidades gigantes móviles dedicadas a las ciencias de la guerra. Los estudiantes a
veces pasaban todas sus vidas trabajando a bordo de un único arxeum, produciendo en
masa nuevos diseños militares. El aspecto inteligente era la parte móvil. Haciendo los
arxeums válidos para el espacio, la compañía había hecho posible que las instalaciones
valiosas se movieran, si las condiciones lo requerían.
Pero lo que Daiman estaba sugiriendo era nuevo. La Heurística Industrial había
convertido a los estudiantes en investigadores en un montón de lugares, pero todos
estaban en el reino de Bactra. Daiman estaba pidiendo el derecho de compra de un
arxeum funcional, mandado directamente a su espacio. Sin intercambio de información,
esta vez; la gente de Daiman estaría construyendo armas directamente para él.
No está mal, pensó Narsk. El Colmillo Negro había llevado años para construirse, y
segundos para destruirse. Daiman simplemente había imaginado cómo reemplazarlo en
días. ¿A qué precio debería ser?

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Star Wars: Caballero Andante

Bactra estaba preparado con la respuesta.


—Requiero un pasaje por tu territorio para golpear a Vellas Pavo. Temporalmente; no
pretendemos mantener el mundo. Seis semanas deberían ser suficientes.
Daiman miró. Vellas Pavo no estaba ocupada por ningún Lord Sith, sabía Narsk. El
Lord Sith miró a su compañera woostoide, abajo.
—¿Por qué quiere eso?
—Gadolinio, —contestó Uleeta, temporalmente silenciando la conversación—. Como
mi lord sabe, Bactra controla tres de nuestros intereses de superconductores más grandes
en el sector. El cuarto consigue la mayoría de su gadolinio de Vellas Pavo. —Al golpear
las operaciones mineras, explicó Uleeta, Bactra esperaba eliminar a un competidor—.
Como mi lord sabe.
Daiman se mofó.
—Bactra no ha cambiado. Juega por un tercer puesto, esperando ganar.
—Mi lord lo sabe.
Daiman se levantó de la cama y se aproximó a la imagen holográfica.
—Tienes tu pasaje, —dijo él—. Pero querría unir a los reclutas que tu firma ya ha
encontrado aquí con la instalación tan rápido como sea posible, que empiecen su trabajo.
¿Hay un mundo fronterizo apropiado para el encuentro?
Bactra se detuvo, refiriéndose a algo fuera de plano.
—Tenemos un número de instalaciones que podría alcanzar tu territorio rápidamente.
Hay una cerca de Tergamenion, Alphoresis, Gazzari…
—Gazzari. Eso suena bien.
La prisión de Narsk de repente aceleró de nuevo. Esta vez, cuando el estante le giró
de arriba a abajo, se quedó ahí, girándole más y más rápido. Luchando contra
desmayarse, Narsk miró a un punto fijo para concentrarse. Todo lo que pudo encontrar
fue una de las siete entradas oscurecidas que iban desde el Adytum, una mancha tras la
barandilla de cristal de la pasarela. Cuanto más rápido rotaba su prisión, más rápido
parpadeaba la entrada, hasta que la visión de ella persistió. La entrada, y algo justo en su
interior. Un perfil. Una figura.
Narsk parpadeó, seguro que estaba alucinando. Sólo había visto algo así una vez
antes, en el Colmillo Negro cada vez que miraba a sus propias manos…
¡La Jedi!
—¿Jedi? —Daiman miró atrás del holograma con un sobresalto. Escaneó las caras de
sus seguidores abajo—. ¿Cuál de vosotros…? —La voz de Daiman se replegó—. No
importa.
Girando al bothano hacia arriba de nuevo, el estante se detuvo. Narsk tragó saliva,
teniendo cuidado de escudar sus pensamientos. La Jedi tenía el traje de sigilo. Y había
ido allí, ¡de todos los lugares!
La Jedi había ido allí por algún motivo, y lo que era más importante, sólo él lo sabía.
El joven lord había sabido durante varios días que Narsk había utilizado un traje de sigilo
para entrar en el centro de pruebas, y que la Jedi se lo había llevado. El hecho de que ella

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estuviera allí significaba que incluso sabiendo eso, Daiman no tenía ninguna prueba en
contra de ello.
Por primera vez desde su captura, Narsk consiguió la más pequeña de las sonrisas.
¿Qué significaría una palabra de advertencia ahora, viniendo de un prisionero
condenado?
Debo salir de esto todavía.

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO SEIS
Kerra se alegraba del traje de sigilo por una cosa: nadie podía oírla maldecir.
Segura ahora de su invisibilidad, permaneció mirando embobada en la entrada. El
lugar era imposible. No había forma de alcanzar la plataforma tipo loft de Daiman en el
centro de la gran habitación para depositar los explosivos. Incluso si pudiera permanecer
oculta en la Fuerza para él y para los Correctores abajo, la absurda capa de Daiman
estaba lanzando todo tipo de luces por todas partes. No tenía ni idea de qué efecto podría
causar en el Mark VI.
Solo quedaba fijar los paquetes de explosivos en algo físico y lanzarlos dentro. Pero
no estaba segura de poder llegar bien si simplemente los lanzaba sobre el lateral de la
pasarela y se protegía detrás. Quería detener a Daiman, pero no iba a dar su vida.
Y la aparición de Bactra la había confundido. Kerra quería acabar con la opresión de
Daiman. Pero, se dio cuenta estando en la entrada, había otro motivo por el que había ido
al espacio Sith. Quería entender. ¿Qué hacía a un hermano luchar contra un hermano allí,
destruyendo las vidas de innumerables inocentes bajo sus pies? ¿Cuál era el rol de los
otros posibles Lords Sith? ¿Podían ellos detener esta locura entre Daiman y Odion, o
simplemente la estaban empeorando?
Kerra inclinó su cabeza. La máscara tenía provisiones para que pudiera ver y escuchar
lo que estaba pasando en el exterior, pero necesitaba una vista directa de los oradores.
Daiman se mantuvo moviéndose, y el holograma estaba en el otro extremo de la
plataforma. Ese era el lado en el que necesitaba estar.
Ella corrió de vuelta por el vestíbulo por el que había entrado. Había otras seis
entradas a la habitación de Daiman en ese nivel. Tenía que haber alguna ruta hacia una de
las puertas al otro lado. ¿Pero dónde?
¡Maldición!

***
Mirando a la entrada de nuevo, Narsk entornó los ojos. Ya no podía ver a la Jedi, pero
eso no quería decir nada. Que la hubiera visto era un accidente: un truco de la luz,
generada por la rara combinación de su movimiento y la pasarela de cristal entre ellos.
Tras él, la conversación con Bactra estaba terminando con un acuerdo. Daiman
mencionó sus planes de viajar a bordo de su nave insignia hacia Gazzari para ver el
centro de investigación móvil. Escuchando a Daiman terminar la llamada, Narsk se
tranquilizó para alzar su voz. De una forma u otra, esto tenía que hacerse para servir a
su…
¡Whulp!
De repente Narsk cayó en picado. El marco de metal al que estaba unido rebotó una
vez en un colchón de fuerza antigravitatoria y golpeó el suelo. Dos centinelas

LSW 61
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gamorreanos caminaron a cada lado, guiando a la prisión, en forma de rueda, hacia una
salida.
—Sacadlo de aquí, —pudo escuchar decir a Daiman desde detrás.
Tambaleándose, Narsk observó desamparado mientras una multitud de otros entraba
al Adytum, tras él. Extrañas caras, especies alien que raramente había visto en el
Daimanato.
—¡Esperad! —graznó, su garganta demasiado seca en carne viva para que su voz
llegara lejos—. ¡Esperad!

***
Rusher no pensó mucho sobre el dispositivo de tortura que estaba siendo rodado tras él, o
en la pobre alma atada a él. A otros Lords Sith les gustaba hacer cosas por el espectáculo,
y Daiman con seguridad parecía encajar en esa casta. Rusher miró levemente atrás al
charlatán bothano mientras la puerta se cerraba tras él. Un día duro para ser tú, colega.
Más interesante era lo que había delante. El Lord Sith se erguía suspendido en su
plataforma de cristal, gesticulando ante un enorme planeta colgando en el aire ante él. Era
una imagen holográfica, de cinco metros de amplitud. Moviéndose, Daiman giró el
mundo nuboso alrededor, alcanzando ocasionalmente a tocar la imagen con sus dedos
con punta de garra. A cada roce, una luz ardía de la superficie del pseudoplaneta.
Caldero de la creación, pensó Rusher, mirando alrededor del templo heptagonal.
Todo lo que había escuchado sobre Daiman era cierto.
—Los batallones de especialistas. —Se dirigió Daiman a la compañía de generales
sin mirarles—. Partiréis de Darkknell al ponerse el sol, cada uno saltando a diferentes
destinos. En cuatro días, os reuniréis aquí, en Gazzari. —Daiman giró el globo virtual de
nuevo y le dio un empujón. El mundo holográfico bailó a través del aire antes de flotar
sobre el suelo de mármol, justo sobre Rusher y compañía. Las luces brillando a través de
las nubes estaban cada una marcada con nombres de unidades en el alfabeto de Daiman—
. Desplegaréis vuestras fuerzas en las posiciones que se os muestran ahora.
Memorizadlas.
Kr’saang el togoriano miró al holograma.
—Aquí es donde nos vamos a asentar. ¿Dónde está el enemigo?
—Odion llegará poco después, —dijo Daiman a la ligera—. Lo he preparado.
El nosauriano, otro líder de armas, emitió una serie de graznidos cantando. Rusher no
conocía la lengua, pero imaginó la pregunta.
—¿Cómo sabemos que no nos bombardeará desde la órbita antes de que aterrice?
Reaccionando a un asentimiento de Daiman, la mujer woostoide caminó a un lado de
la imagen flotante.
—Lord Daiman creó Gazzari para ser un mundo volcánico, envuelto en una nube de
cenizas metálicas. Vuestros emplazamientos serán bastante invisibles cuando el Gran
Enemigo llegue. —Bajo la niebla, la superficie marcada de Gazzari estaba atormentada

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Star Wars: Caballero Andante

con rugosidades elevadas que pasaban por alto amplios arroyos, proveyendo puntos
excelentes para organizar una emboscada.
Suena a un lugar encantador, pensó Rusher. Él y los otros sólo tuvieron un minuto
para estudiar sus posiciones asignadas antes de que la imagen se desvaneciera.
—Emboscada. Eso es lo que esperaba. —Kr’saang se giró con una enorme garra del
pie y empezó a caminar hacia la salida.
Daiman miró abajo, claramente confuso.
—¿Qué?
El togoriano se giró y sacó su pecho armado.
—Es lo que esperaba de ti. Como en Chelloa. La gente de Odion todavía está
hablando de esa. —Rusher se dio cuenta que los otros estaban alejándose del togoriano.
Parecía una buena idea.
Pero Daiman reaccionó moderadamente.
—Esperas justicia, ¿no?
—Espero una lucha directa… pero he oído que tú no haces de esas. Parece que tienen
razón. —Él alcanzó el pomo dorado de la puerta.
Un espray de luz multicolor destelló contra la puerta enfrente de Kr’saang. Girando
su cabeza, vio la lustrosa capa de Daiman lanzándose en el aire, captando la luz del sol de
arriba. Su dueño, liberado, se precipitó hacia abajo hacia el suelo. Kr’saang pivotó
alcanzando una espada oculta en su cinturón, sólo para ver un destello carmesí delante de
él. Antes de que golpeara el suelo, Daiman partió en cuatro al enorme alien con dos
grandes golpes de su sable láser.
Durante varios momentos, Daiman miró abajo en aparente fascinación ante los restos
asquerosos a sus pies. Finalmente, miró hacia arriba.
—¿Dónde está mi capa?
Los asistentes de Daiman saltaron hacia su lado, entregándole el ornamento solicitado
mientras él desactivaba su sable láser.
—¿Qué era él?
—Kr’saang, —dijo Uleeta—. Lideraba las tropas de aturdimiento, como mi lord sabe.
La Unidad Especialista Doscientos Siete, en nuestra cuenta. Su transporte, el Dar’oosh,
está en el extremo norte de las tierras de la antigua procesión.
—Manda allí Correctores y recluta al grupo.
Rusher se dobló del dolor. Los guerreros de Kr’saang acababan de volverse parte del
ejército de esclavos de Daiman.

***
—¡Os lo estoy diciendo, hay una Jedi aquí! ¡Tengo que hablar con Lord Daiman!
Los centinelas no hablaron. Los fornidos gamorreanos simplemente continuaron
girando al aprisionado Narsk bajo el vestíbulo, ignorando cada una de sus súplicas. Narsk

LSW 63
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se preguntó por un momento si eso fue por lo que entró en el Colmillo Negro tan
fácilmente. ¿Es que Daiman sólo contrata sordos?
Más probablemente, pensó mientras escuchaba sus gruñidos guturales, simplemente
ellos no entendían el básico. Probó la teoría con un comentario sobre las mujeres
gamorreanos. Un siguiente flujo de insultos lo confirmó. Literalmente no había forma de
hablar con ellos.
Dejando la vía principal, los guardias rodaron la prisión de Narsk bajo un vestíbulo
lateral. La oscuridad esperaba delante. Por un momento, Narsk sólo sintió los golpes de
las baldosas mientras su prisión retumbaba hacia delante. De vuelta a la mazmorra,
supuso.
Entonces estaba solo.
Narsk parpadeó. Los gamorreanos habían aparcado su rueda contra una pared y se
habían ido. El bothano alzó su cuello hacia delante y hacia atrás, luchando por ver algo
bajo el vestíbulo. Nada.
Durante cinco minutos.
—¿Simplemente me abandonáis? ¡Bien! —si este era un nuevo tipo de tortura, estaba
funcionando. Narsk despotricó. Días sin comida y sólo el agua suficiente para mantenerle
hablando. Días de invasiones mentales del monomaniaco y sus subordinados. Y hoy,
girando en exposición como el juguete de un niño. Todo ello salió como un torrente,
vilmente, de la boca del bothano…
… hasta que una mano invisible cerró de un golpe su hocico. Un pensamiento externo
tocó su mente.
Cállate.
Asombrado, Narsk sintió la rueda girar de nuevo. Propulsado aparentemente por nada
en absoluto, el marco giró bajo la sala oscurecida y a través de una entrada abierta hacia
un pasadizo de servicio desierto. La puerta se cerró detrás, dejándole en un área de
mantenimiento pequeña, tenue. Un fregadero sin usar de uno de los innumerables
comedores tras los que había pasado rodando, esperaba.
Con la rueda deteniéndose suavemente contra una pared, Narsk sonrió.
—Has venido para devolverme mi propiedad, espero.
—Eso depende, —dijo Kerra, quitándose la máscara—. De lo que me cuentes. Y lo
rápido que lo cuentes.

***
Los restos del togoriano rezumaban intactos en el suelo del templo. Daiman se puso su
capa, despreocupado; los generales partieron para dejarle paso.
—Os desplegaréis hacia Gazzari en cuatro días, —concluyó él—. Más navíos
llegarán. Permaneced en vuestras posiciones. No los molestareis. —Con un gesto de su
mano, más hologramas aparecieron, representando varias naves.

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Star Wars: Caballero Andante

Rusher las estudió. Había cuatro transportes personales, cada uno etiquetado con el
logo corporativo de la Heurística Industrial, y una estructura mucho más grande. Un
conjunto flotante de torres conectadas, la ciudad en miniatura también llevaba el logo de
la flecha en ascenso que simbolizaba al «fabricante de intelectos». Había escuchado de la
firma, antes cuando trabajaba en el territorio de Bactra. Un par de los de su tripulación
habían aprendido sus especializaciones allí.
—Un arxeum, —dijo en voz alta—. Algún tipo de facultad de la guerra, ¿no es así?
—Y nuestro personal para ser entrenado dentro de él. Ellos llegarán primero, antes de
la instalación. Y, entonces, —dijo Daiman con confianza—, Odion llegará.
Rusher se encogió. ¿Por qué?
—Vendrá a destruir la instalación que manda Bactra. O lo intentará. Con seguridad lo
sabrá. —Daiman no dijo cómo—. Y sabrá que estamos mandando a nuestros brillantes
jóvenes futuros para que se encuentren con él. La Heurística Industrial ha estado
reclutando abiertamente en Darkknell durante días, y mi hermano es conocido por tener
espías allí, —dijo Daiman, señalando a la ligera hacia la entrada—. Os encontrasteis con
uno mientras entrabais.
—Va a utilizar el centro de entrenamiento como cebo, —dijo Rusher, mirando abajo
a su bastón para caminar. El pomo de la parte superior brilló mientras él se giró en su
sitio—. Y… a los estudiantes.
—Sí. —Daiman volvió al centro de la habitación—. Él no atacará cuando las
instalaciones sigan en manos de Bactra. Esperará hasta que se realice la entrega, así las
pérdidas me impactarán a mí y no a Bactra.
Era un movimiento estándar para Odion, dijo Daiman, pero como siempre, él era el
mejor jugador.
—Él debe ver a los reclutas esperando en tierra para sellar la ilusión.
—¿Qué hacemos si no pica el a… a… anzuelo? —tartamudeó Mak.
—Lo hará. Lo he preparado.
Daiman hizo un gesto, y unas escaleras brillantes descendieron de la plataforma de
cristal en el centro de la habitación. Poniendo sus pies en ella, fue interrumpido por una
frase desde detrás:
—No estoy seguro de que me guste esto.
Daiman dejó de subir.
—¿Qué?
—He dicho que no estoy seguro de que me guste esto, —dijo Rusher, agarrando el
bastón de caminar más firmemente. Espiando la expresión salvaje de Mak, se encogió de
hombros. No, no sé lo que estoy haciendo, tampoco—. Está llevándose a los jóvenes al
campo de batalla, y espera que sean eliminados.
—Y yo espero que hagáis lo que se os dice. —Daiman torció su cabeza ligeramente
en irritación—. ¿Quién eres tú?

LSW 65
John Jackson Miller

—Brigadier Jarrow Rusher. Llevo ocho batallones llevando artillería media, láseres y
misiles. He hecho trabajos para usted durante años, —dijo él—. Pero soy un operario
independiente…
La respuesta de Daiman cayó bajo cero.
—Como acabas de ver, no existe tal cosa.
Rusher tragó saliva. Podía sentir a los suplicantes del Lord Sith mirándole, y no
ayudaba que los otros generales estuvieran apartándose fuera del camino. Algunos
compañeros.
—No somos parte de su ejército, Lord Daiman.
—Eso puede ser corregido, —dijo Daiman. A un lado, los Correctores vestidos de
violeta dieron un paso adelante. Él los apartó con un gesto. Ese momento era suyo—. Yo
te he creado, Brigadier, —dijo el joven Sith, alzando su mano con puntas de metal—.
Funcionarás como yo deseo.
Agarrado por un poder invisible, Rusher se alzó varios metros en el aire. El bastón de
caminar golpeó el mármol abajo mientras las manos enguantadas de Rusher se agarraban
a su cuello, justo por encima del pescuezo. No había nada ahí, pero podía sentir la
presencia de la mano de Daiman. Incluso las falsas puntas de los dedos, clavándose en la
parte trasera de su cuello. Agitándose, Rusher tosió y pateó, y trató de hablar.
—Yo sólo… estoy haciendo… para lo que usted me creó que hiciera…
La presión cesó ligeramente. Todavía suspendido en mitad del aire, Rusher observó a
Daiman dar un paso hacia él. Sus ojos desiguales miraron arriba.
—¿Qué?
Con la mente de Rusher corriendo, su boca se movió para igualarla.
—Tener fuerzas autónomas fue su idea. Fuimos creados a propósito. ¡Su propósito!
Daiman bajó su mano, y su víctima cayó violentamente al suelo. Las cejas rubias se
alzaron entretenidas.
—Dime el propósito, —dijo Daiman, sonriendo con superioridad.
Ignorando el dolor pulsante en su espinilla por el duro aterrizaje, Rusher luchó por
ponerse de rodillas.
—Nos vemos de forma distinta. No puede mandar a sus fuerzas normales hacia
Gazzari sin que él perciba una trampa…
—¡Cualquier nave puede ser disfrazada!
—… y la verdad es, —dijo Rusher, cambiando de marcha—, ¡que es mejor alquilar
que poseer!
—¿De qué demonios estás hablando?
—Le estoy diciendo que tiene cosas más importantes en las que pensar, —dijo
Rusher, poniéndose en pie—. Hay demasiados detalles en manejar una brigada de
artillería…
—¡Detalles que yo he diseñado!
—Y ese es el problema, —dijo Rusher, buscando su sonrisa de vendedor—. Ha
trabajado en tantas complejidades en este universo, Lord Daiman, que es difícil para

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Star Wars: Caballero Andante

nosotros los seres inferiores hacerles frente. No todos los orgánicos pueden superarlas.
—Él golpeó su pecho—. Nos ha creado a nosotros los especialistas para manejar esos
sistemas… y nuestros propios asuntos… para una mayor eficiencia. Somos como
cualquier otra cosa que creó para hacer funcionar su voluntad, —dijo él—, sólo un poco
diferentes.
Rusher observó al Lord Sith, sus ojos ardiendo todavía puestos en él. Realmente
parecían las estrellas dobles de fuera. El brigadier caminó para recuperar su bastón
—¿Y sabe qué es realmente asombroso? —preguntó él—. Todo funciona. La
variedad que ha diseñado en el universo es realmente algo genial, de verdad. —Él miró
atrás hacia Daiman—. Como mi lord sabe.
Daiman se quedó en silencio como una piedra en mitad de los generales y los
Correctores.
Al final, habló.
—Tenéis vuestras asignaciones. Los prepagos para artillería y combustible ya están
siendo entregados a vuestras naves. —Él se giró de vuelta hacia las escaleras—.
Dejadme.
Los centinelas abrieron las puertas hacia fuera. Los generales no malgastaron ningún
tiempo caminando sobre los restos del togoriano.

***
—¿Dónde has ido?
Kerra se alzó la máscara y encaró al bothano, todavía unido al marco redondo.
Parecía perturbado por su desaparición; tan molesto como ella había estado por su
indisposición para hablar, antes. Él sólo aceptó a intercambiar información por su
libertad, y sólo después de que fuera liberado.
—No estoy en el negocio de ayudar a los Jedi, —había dicho él.
Yo no estoy en el negocio de liberar a espías Sith, pensó ella.
Escuchando voces que se aproximaban, se dirigió de vuelta al vestíbulo justo a
tiempo para ver la procesión de Daiman salir del templo heptagonal, dirigiéndose en
dirección opuesta.
Si Daiman estaba en el frente, no había sido capaz de verle. ¿Pero dónde más estaría
él?
—¿Adónde va?
—Puedo responder a eso, —contestó el espía—. Y tú sabes cómo.
Kerra gruñó. Sin ver alternativa, ella llegó a una decisión.
—Aguanta.
—¡Espera! ¡Whulp!
Kerra empezó a mover la rueda, con cuidado de no alterar nada mientras la rodaba a
través del área del almacén. La cocina de fuera parecía como si nunca hubiera producido
una comida, y aún así la alacena estaba completamente llena de comida fresca y

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John Jackson Miller

utensilios de cocina brillantes. Mientras todo el mundo fuera trabaja durante tres
jornadas para una ración, pensó ella.
—¿Esto es realmente necesario? ¡Bájame de esta cosa!
—Sólo déjame hacer esto. Hay una salida de aquí, pero no estás en forma para ir a
hurtadillas, —dijo ella—. Ahora, ¿qué hay de Daiman?
El bothano echaba humo.
—Va a Gazzari, —dijo él, finalmente—. A bordo del Era Daimanos.
—¿Gazzari? —Kerra frunció el ceño. Volvió a pensar en los informes de inteligencia
que había visto en la República. El mundo se asentaba en un límite del espacio de
Daiman con el territorio de Bactra y el de Odion—. ¿Tiene esto algo que ver con lo que
está pasando con Bactra?
—Sí, —dijo él.
—¿Y eso es?
—Sólo una vez que estemos fuera.
Kerra se deslizó hacia arriba hasta una ventana y miró fuera. Ahí estaba la nave
insignia Era Daimanos, aparcada en un tejado dentro del recinto. Las rampas de
aterrizaje estaban bajadas en el navío, y ella vio a los enormes motores traseros
desgasificando. Era una nave preparándose para viajar.
Kerra abrió su zurrón. Los explosivos estaban ahí, bajo sus ropas y su sable láser. Sí,
pensó ella, sería más fácil encargarse de Daiman a bordo de una nave. Un objetivo tan
tentador como lo había sido el templo, todavía tenía el problema de escapar de lo que era,
en efecto, la Central de Correctores. ¿Cuánto más fácil sería decapitar el régimen desde la
comodidad de una vaina vital, de camino a algún otro lugar?
Sería bueno hacer algo fácil. Para variar.
Sellando el zurrón, volvió a la rueda de tortura del bothano. Él la vio venir.
—Te contaré el resto, pero tendrás que llevarme contigo. Donde sea que vayas. —La
voz del espía se mezcló con la emoción, como lo había hecho en la plaza, noches antes—.
Le debo una a Daiman ahora, Kerra. Debes llevarme.
—Nop.
—¿Qué?
Kerra abrió de una patada una puerta y agarró el lateral de la rueda.
—Yo no trabajo con Sith. Y yo no trabajo con gente que trabaja con Sith.
—¿Esto otra vez? Yo no…
—Te lo dije, sólo hay una forma de sacarte de aquí, —dijo ella, soltando la gran
rueda y caminando hacia una puerta de metal ondulada. Con un lanzamiento, ella la forzó
para abrirla, revelando una gran depresión de piedra que llevaba hacia abajo. Abajo, y
fuera del recinto de Daiman, terminando en la montañosa pila de desperdicios que
lindaba con la pared sur.
—¡No! —viendo la gran rampa abajo, el espía se retorció—. ¡No lo hagas!

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Star Wars: Caballero Andante

—Si te sirve de consuelo, —dijo ella—, no creo que esas ataduras tuyas sobrevivan al
aterrizaje. No sé por qué, pero parece que los guardias las han aflojado. —Ella posicionó
el estante circular en la repisa abierta.
Sus ojos ardían con rabia.
—Te arrepentirás de esto, Jedi. ¡No soy lo que crees que soy!
—Hasta pronto.
Ella le dio un empujón a la rueda.

***
Sólo Mak se había molestado en esperar a Rusher. Utilizando el bastón de verdad, esta
vez, Rusher caminó pasando a los centinelas de la puerta y miró arriba de la pared negra
tras él. Los soles favoritos de Daiman se acababan de poner, vio él. La tripulación del
Diligencia no tendría mucho tiempo para empacar para moverse. Al Maestro Dackett no
le iba a gustar esto en absoluto.
No había ningún pensamiento sobre no tomar la misión. No si Rusher quería alguna
vez volver a poner los pies en el espacio de Daiman. Y uno nunca sabía. Si la maniobra
de Daiman resultaba tener éxito, todo sería espacio de Daiman antes de que pasara
demasiado.
Mak miró arriba al humano y sonrió con superioridad.
—De verdad, Rusher. ¿«Es mejor alquilar que poseer»?
—Es lo que se me vino, —dijo Rusher, estirando su pierna herida. Sólo un pequeño
esguince; se le pasaría caminando—. No es mi frase. El Almirante Veltraa la dijo sobre
las unidades irregulares, antes en los tiempos antiguos, —dijo Rusher. Un poco de
historia es útil.
—Creí que te habías convertido por un mo… mo… momento.
—No te preocupes, Mak. No voy a empezar a llevar armadura de oro y a corear.
De repente los dos escucharon un grito espeluznante de su derecha. Escaneando las
murallas, Rusher no vio nada mientras el grito se apagaba en el silencio. Él se encintó su
gabardina.
—Un lugar loco.
—Y ese Daiman el más loco de todos, —dijo Mak, cubriendo su boca—. No me
gustan mucho estos asuntos.
—Oh, no lo sé, —dijo Rusher, tensando su cuello—. Vamos a enfrentar a Odion. Sus
sectarios de la muerte quieren ser hechos pedazos. Parece un trabajo rápido.

***
El Era Daimanos era la nave insignia de Daiman en el clásico sentido naval. Kerra había
visto navíos más grandes, más poderosos en la flota del joven lord; El Era era más un

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cruce entre una nave de batalla y un yate de placer. Pero el Era llevaba a Lord Daiman, y
ese hecho desafortunado le daba su distinción.
Había sido sorprendentemente simple para ella alcanzar la nave antes del séquito de
Daiman. Rindiéndose en navegar por el palacio laberíntico, Kerra había encontrado su
camino hacia el tejado. Había sido una travesía fácil desde allí en el traje de sigilo. Para
cuando el primer tren de cargadores llegó con el equipaje de Daiman, ella ya estaba a
salvo a bordo, ocultándose en un área de servicio bajo un enrejado de la plataforma.
El túnel de servicio era un acercamiento apropiado, pero había encontrado varios
pasadizos que se ramificaban desde él hacia otras áreas de la nave. Había estado aliviada
al encontrar una que llegaba a una cocina en desuso, ya que significaba que podía
tomarse su tiempo y escoger su momento. Y en el túnel, no necesitaría el traje de sigilo
cada minuto del día. Esperaba que Daiman no llevara muchos adeptos sensibles a los
sentimientos de odio, porque ella iba a detestar absolutamente el maldito traje.
Asentándose junto a una rejilla, Kerra encendió los sensores de audio del traje. Ella
simplemente podía captar a Daiman y a la compañera woostiana, pasando por alguna
parte en la compañía de sus centinelas.
—… como mi lord sabe, el espía bothano ha desaparecido, —dijo ella—. Los
gamorreanos le abandonaron como ordenó. No estaba ahí cuando volvieron.
—Tu lord lo sabe, —le dijo Daiman a su compañera—. Sabía que encontraría una
forma, una vez que le dejáramos solo. Una pequeña bestia intrépida. Bastante entretenida.
Bajo el suelo, Kerra frunció sus labios. Ella había pensado que los gamorreanos
habían aflojado las ataduras del bothano antes de que le dejaran solo. No tenía mucho
sentido.
Escuchando los motores del navío acelerando, Kerra forcejeó por captar el
comentario final antes de que se fuera lejos del alcance del oído:
—Todo procede de acuerdo a mis designios.
Kerra miró a los explosivos colocados dentro de su mochila y sonrió. Sólo espera,
Lord Oscuro. ¡Veamos cómo diseñas una salida para esto!

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CAPÍTULO SIETE
El suelo torturado apuntaba arriba; las torretas de hierro sarrasiano apuntaban hacia fuera,
y hacia abajo. Estando en el nido de observadores sobre el casco del Diligencia, Rusher
observó las vistas con orgullo, preguntándose si así es como se sentían los jardineros.
Por supuesto, él plantaba muerte, en lugar de vida. Pero en el espacio Sith, eso
parecía encajar.
Horas antes, había sido una rugosidad montañosa, sin tocar por los orgánicos. Ahora
los barriles del cañón se alineaban en el borde este del valle del cuenco, las armas
plantadas justo en el interior de una línea de estalagmitas por su tripulación ocupada.
Cogiendo los macrobinoculares de uno de sus compañeros, Rusher miró por la línea de la
rugosidad montañosa. Muy abajo, Mak estaba posicionando sus droides lo mejor que
podía, dadas las muchas fisuras del terreno.
Rusher rara vez desplegaba en un terreno tan desafiante. El «valle» era en realidad un
cráter antiguo de varios kilómetros de extensión; su cresta era parte de la pared este, rota
varias veces por la acción tectónica y los golpes de los meteoritos. Los fragmentos de
piedra curiosos alzándose desde la cresta habían hecho difícil encontrar un lugar elevado
donde aterrizar el Diligencia. Rusher suponía que venían de la lluvia ácida, generada por
los mismos volcanes cuyo humo le daban a Gazzari su techo bajo. El clima parecía llegar
sólo de dos formas: lluvia, o cenizas. Observando las motas ennegrecidas revoloteando,
estaba agradecido por que hubieran llegado con esa última. Una lluvia que puede dar
dientes a un cráter era algo bajo lo que él no quería estar.
Abajo, vio lo que la combinación de las dos había formado. El suelo del cráter era una
mancha resbaladiza, un brillo sin características extendiéndose por la rugosidad
correspondiente hasta lo lejos. Daiman había anclado su navío en el muro norte del
cráter; incluso ahora, sus tropas de élite estaban asentando estructuras temporales abajo
en el valle. O tratando de hacerlo. La superficie resbaladiza parecía profunda hasta las
rodillas. Rusher podía ver a los daimanitas luchando en el terreno.
Pero la idea era bastante inteligente, pensó Rusher. Al alzar tiendas señuelo y
estaciones allí, Daiman tenía una oportunidad de convencer a cualquiera que aterrizara de
que el terreno era manejable. Los momentos perdidos en el valle daría a sus irregulares la
ventaja. El planeta parecía como si hubiera sido creado específicamente con una
emboscada en mente.
Por supuesto, Daiman diría que había hecho exactamente eso, pensó Rusher,
frotando su nuca.
Giró su atención de vuelta a sus propias fuerzas. Rusher trató a los despliegues como
una ciencia, pero visualmente tenían la apariencia artística de un baile. Aparcaron el
Diligencia en un claro tras unas agujas de piedra de un par de metros de alto, justo lo
suficientemente altas para apantallar sus operaciones de carga. Aterrizando en el suelo
plano para permitir una descarga más fácil, habían activado los elevadores hidráulicos

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precisos para inclinar el morro del compartimento de tripulación hacia abajo, proveyendo
al techo del centro de comando de Rusher un mejor ángulo sobre el valle.
Ahora, antes de que cualquier enemigo estuviera siquiera en el sistema, la verdadera
operación estaba en marcha. Con las rampas de los dos compartimentos de carga a los
pies del Diligencia desplegadas hacia fuera, los ocho batallones golpearon el terreno
simultáneamente. Escuadrones de soldados con rifles emergieron primero, preparando un
perímetro. Los exploradores les siguieron en sus bicis speeder, examinando el terreno y
comprobando por minas.
Entonces los comandantes —a Rusher siempre le gustaron los antiguos rangos de la
República— emergieron con sus unidades de cuartel general, confiriendo
electrónicamente zonas de despliegue con sus contrapartes observadoras en el techo del
Diligencia. Las grandes máquinas llegaron las últimas, rodando hacia afuera por la base
de las piezas más grandes y llevando abajo los largos cañones de sus espacios de
almacenamiento del exterior del casco de la nave.
No había trabajadores de ensamblaje en la Brigada de Rusher. Ni cañoneros,
tampoco, para ese asunto. En cuanto a los especialistas, Rusher era un generalista
consumado. Cada trabajador que construyera las armas estaba también capacitado para
operarlas, y cualquiera que quisiera la diversión de disparar una, tenía que construir el
emplazamiento de antemano y desarmarlo después de que la fiesta terminara. Las piezas
de artillería eran lo suficientemente complicadas que un entendimiento íntimo de ellas era
necesario para cada paso, desde el ensamblaje hasta el uso y la retirada. Era algo que
había aprendido del viejo Yulan, atrás en los mejores días. Si una explosión de turboláser
se llevaba a la mitad de tu gente, no querrías perder a los únicos que sabían cómo
devolver los disparos. O cómo despegar deprisa.
Todavía, estaba el componente ocasional irremplazable. Rusher vio al suyo, colgado
del apoyo del cargamento y gritando inaudiblemente a los equipos en tierra. El Maestro
Ryland Dackett era el motivo por el que las cosas parecían coreografiadas en lugar de
caóticas. Había pasado su vida ayudando a los Sith a disparar Sith. Suficiente, imaginó
Rusher, para cualificarle como un Jedi honorario. Estaba teniendo resultados, como
siempre. Todo se movía a la perfección. La Ingeniera Novallo estaba fuera dándole a los
pies engarrotados del Diligencia un vistazo. Tun-Badon, el espeluznante sanyassano al
mando del Batallón Serracuchillo, estaba avivando el fuego de su equipo; no era de
extrañar que siempre fueran los primeros en desplegar. Esto podía hacerse en un tiempo
récord, pese al terreno.
Una luz en la pared norte del cráter llamó la atención de Rusher. Redireccionó los
macrobinoculares para ver a Daiman surgir del Era Daimanos. Ya se había ido la capa
espectral de unos días antes. El Daiman de hoy estaba rotundamente recatado, cubierto
por un chaleco antibalas y unos pantalones de cuero que se anclaban en unas botas hasta
la rodilla. Vestido para la lucha, pensó Rusher. O quizás es que el clima es simplemente
demasiado corrupto para sus paños.

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Star Wars: Caballero Andante

Escaneando desde el séquito de partida de Daiman, Rusher pensó por un momento


que avistaba movimiento tras una de las rampas de cargamento de la nave insignia. Algo
parecía mezclarse allí en las cenizas cayendo, casi como un fantasma helado.
Poniéndolo a cero, miró de nuevo. Nada.
Rusher golpeteó los macrobinoculares dos veces contra la barandilla.
—Comprueba aquellos, —dijo él, pasándoselos a un compañero—. ¡Si hay una cosa
que necesito hoy son ojos en ese trabajo!

***
Había sido el viaje más frustrante que Kerra había resistido desde que llegara al espacio
Sith. Escuchando a Daiman a bordo de su nave estelar mientras estaba en Darkknell,
había supuesto que sería capaz de encontrarle más tarde sólo buscando la habitación más
grande. No fue así. El Era Daimanos carecía de cúpula de placer espléndida como la de
su complejo de Xakrean.
Ella había escuchado un rumor en la línea de trabajo de que a Daiman no le
importaban los vuelos espaciales. No le podía imaginar teniendo un estómago débil;
quizás el tan llamado creador del cosmos simplemente sentía inadecuado realmente verlo
de cerca. Esa era una explicación tan buena como cualquiera por el hecho de que no
había ni una pista de Daiman en ninguna de las cabinas principales con vistas al exterior.
No parecía del tipo de envolverse a sí mismo en una cámara de meditación, pero después
del tercer día y noche, realmente empezó a buscar en habitaciones así de pequeñas.
De nuevo, no hubo suerte. Quizás se almacena a sí mismo en un hielo profundo para
permanecer brillante, pensó ella.
Peor, mientras los túneles de servicio estaban desiertos y eran extensos, el único lugar
al que no parecían ir era hacia los reactores. Entonces de nuevo, eso debía haber sido para
bien. El Era estaba bien surtido de cocinas, pero se habían quedado cortos en el
departamento de vainas vitales. Evidentemente, la vida de Daiman era la única que
importaba. No había una forma fácil de reventar la nave y escapar.
Así que esperó. Los paquetes de nitrito de baradio estaban de repente convirtiéndose
en los explosivos más viajados de toda la historia de la guerra de guerrillas.
Para el cuarto día, cuando el Era había gruñido para aterrizar, Kerra temía que
Daiman no estuviera del todo en la nave. Había sido un alivio, al alcanzar finalmente una
rampa de cargamento, el ver el estandarte del sol de siete tentáculos de Daiman colgando
fuera. Varios cientos de metros sobre la superficie de Gazzari, otro se alzaba ante una
cúpula de lona erigida en un bosque de pilares escarpados. Kerra había visto a varios de
los compañeros de Daiman arremolinándose, y, finalmente, al fantoche en persona. La
cúpula de los cuarteles generales estaba bien dentro del alcance de sus explosivos como
para destruirla. Mirando hacia la cresta este del cráter, había visto varias naves más
aparcadas en las tierras altas. Montones de opciones de escape. Las cosas finalmente
estaban yendo bien.

LSW 73
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O así lo parecía. Ahora, en el terreno, Kerra se había dado cuenta de que el destino
era más agravante que el vuelo. El Mark VI, que la había mantenido con vida a través de
su exploración del castillo de Darkknell de Daiman, era casi completamente inútil aquí.
Las finas partículas de polvo volcánico flotando en el aire parecían amar algo del traje. O
quizás de Kerra. Por cualquier motivo, la ceniza sólo se aferraba a ella cuando el traje
estaba activado.
Hacía que el «traje de sigilo» no lo fuera en absoluto. Tras cinco minutos caminando
por Gazzari, parecía como un talz bajo, cubierto de polvo blanco en lugar de pelo, y con
una máscara recortada en lugar de una rara probóscide.
No me importa si me ven, pensó Kerra, agachándose bajo la rampa de carga. ¡No voy
a morir llevando esta cosa!
Agachándose en las sombras tras su espontáneo cambio de ropa, Kerra agradeció a la
Fuerza por su libertad. Era bueno estar de vuelta en su vieja ropa marrón y negra otra vez,
aumentada con su cinturón de armas y su sable láser. Y algo nuevo: la bandolera que
había confeccionado a bordo de la nave para llevar los paquetes de explosivos. Un cable
que llegaba a un receptor disparaba toda la cosa. Doblando el traje de sigilo en el zurrón
ahora vacío, Kerra ató el paquete alrededor de sus hombros y se irguió.
Sus huesos dolían de los días en compartimentos estrechos. Su pelo, una vez fino,
ahora era una maraña sucia. Tendría que haber llevado el Mark VI sólo para llegar a las
estaciones de servicios a bordo de la nave. La comida era cualquier cosa con la que
pudiera fugarse.
Tenía que acabar.
Corrió desde detrás de la rampa al espacio abierto. Tiempo de unirse a la batalla.

***
—¿Cómo lo están haciendo, Dackett? —dijo Rusher, entretenido. Difícilmente parecía
necesario preguntar.
—No podemos sacar al Kelli Dos-Cinco del contenedor, —dijo el maestro de naves,
golpeando con el dedo una cigarra ardiendo—. Algún idiota lo cargó mal antes den
Whinndor. —Dackett golpeó su panel de datos, las mandíbulas agitándose mientras lo
hacía. Él acababa de trepar las alturas de seis escaleras hacia el techo sin ninguna queja,
parándose sólo para disfrutar. El hombre era una maravilla.
Rusher casi tenía miedo de preguntar como de viejo era Dackett. Sabía que el
suboficial máximo de la nave estaba desde los días de antes de Lord Mandragall, pero
«nacido durante una barrera de artillería, y concebido allí, también», era la única frase de
Dackett al respecto. Un cañón de pulsos era simplemente un puzzle gigante para él; había
ayudado a ensamblar sus primeros cañones de iones cuando tenía siete años, junto con su
padre y su madrastra. Rusher no sabía cuántas batallas había entre entonces y su propio
primer encuentro con Dackett, pero el brigadier nunca se habría metido en el negocio por
su cuenta sin él. Habían empezado con una tripulación de una única arma y «Bitsy», un

LSW 74
Star Wars: Caballero Andante

cañón láser de barril largo pesado rescatado de algún antiguo sitio en ruinas. Apenas
podían llevarla dentro del contenedor de su transporte entonces.
Ahora llevaban una tripulación de cerca de tres mil, y de acuerdo con el informe de
Dackett, casi todo el mundo estaba en su posición, habiendo construido docenas de armas
en menos de quince minutos después de que las plataformas bajaran.
—Todavía hay un par de problemas con los cargadores de bultos que rescatamos, —
dijo Dackett—. Pero, ya sabes, los hidros de babor funcionan como un sueño. Los
colegas de tu chico duros están a la altura.
—De nada, —dijo Rusher.
—Sí, bueno, Novallo no tiene todo lo de su lista, ahora, ¿no?
Rusher sonrió.
—¿Es culpa mía que el niño sea sólo un crío?
—Estoy deseando que sus padres hubieran tomado un voto de castidad. —Dackett
hizo un gesto hacia el lado de estribor.
Rusher señaló al nuevo par de macrobinoculares. Ahí, más allá de una de las rampas
de carga, se sentaba Beadle Lubboon en un vehículo cargador de energía,
desesperanzadamente enredado en el barro salobre.
—No creía que hubiera nada de esa mugre aquí arriba en la cresta.
—Él la ha encontrado.
El adolescente empujaba tentativamente los controles, uno tras otro, de forma inútil.
Rusher resopló. El recluta había sido un completo desastre. La mayoría de las
vacantes de tripulación que había intercambiado por equipo les habían rentado algo.
Pocos vivían mucho en el espacio Sith sin habilidades de cualquier tipo. El talento de
Beadle debía haber sido el sigilo, pensó Rusher. Sus virtudes habían, hasta el momento,
pasado desapercibidas.
—¡Buenos días, señor! —soltó Beadle, poniéndose en pie en su asiento del conductor
y saludando a la nave.
—Bien, —asintió Rusher, mostrándole al niño media sonrisa antes de volverse a
Dackett—. Por favor dime que ya tienes esa vaina descargada.
Dackett se encogió de hombros.
—Respira Brig. Todo lo que queda en ese lado es el Kelligdyd que no podemos sacar
del contenedor de todos modos. No pondría al niño en nada que importara. —El maestro
caminó sin prisa hacia la escotilla que llevaba abajo—. Oh, y deberíamos estar
completamente desplegados en… cerca de un minuto.
—¿Te casarás conmigo, Maestro Dackett?
—Con tres esposas es suficiente, señor, —dijo Dackett—. Pero si alguna de ellas
muere, se lo haré saber.

***

LSW 75
John Jackson Miller

El Era Daimanos llevaba más gente de la que Kerra había imaginado. Cientos de
soldados entrecruzaban el borde del valle y erguían posiciones defensivas. Había tenido
un montón de terreno que cubrir sin ser vista, pero las agujas de roca le habían ofrecido
unas sombras invitadoras. Gazzari no parecía tener día y noche más que tenía bancos de
nubes grises alternándose con olas de humo negro iluminadas por el fuego.
Saltando de pilar en pilar, Kerra se rió entre dientes. Amaba cazar de noche. El
camino de viento hasta la cúpula de comando estaba resultando estar a más cerca de
medio kilómetro, pero al menos ella iba…
—¡Hey!
Kerra miró arriba para ver los ojos brillantes negros de un soldado nautolano. Uno de
los soldados de Daiman, el matón de piel verde tenía un rifle bláster en una mano, y un
contenedor de especia apretado en la otra.
Sin pensárselo, Kerra agarró los tentáculos de la cabeza del soldado sorprendido con
cada mano y tiró, tirando de su cabeza hacia su lanzamiento de rodilla. Las drogas y el
arma volaron de las manos del bruto, Kerra llevó su hombro hacia su abdomen con
armadura, derribándolo. Quedándose sobre su forma apaleada, Kerra tiró de un tentáculo
hacia su boca abierta, ahogando su grito.
La mano derecha del nautolano golpeó violentamente en la gravilla, buscando. Kerra
encontró su arma primero. Ella encendió su sable láser, y lo desactivó de nuevo en el
mismo segundo.
Kerra miró en todas las direcciones mientras la vida del guardia se drenaba. Nadie
había escuchado, y ella no había tenido que utilizar la Fuerza. Respirando, devolvió su
mirada al cuerpo en la tierra. El guardia no había estado tratando de recuperar su rifle,
sino su pequeño contenedor de especia.
Arrastrando el cuerpo hasta una grieta entre pilares de piedra rotos, Kerra elevó el
rifle del guerrero y retomó su caminata enrevesada hasta la cúpula. Había centinelas en el
frente, pero no detrás, donde la estructura de lona abultaba las agujas rocosas. Con la luz
del interior ejerciendo sombras agrandadas en el tejido, Kerra no podía decir que dos
personas había dentro.
Dando una palmadita a los explosivos de su bandolera con nerviosismo se mordió el
labio. Eso no era lo suficientemente cerca. Y tenía que saber quién estaba en la
megatienda. Había visto a Daiman entrar a la cúpula antes, pero eso había sido antes de
su cambio de vestuario.
Reptando tras la estructura, vio una oportunidad. Mientras que los trabajadores habían
despejado parte del terreno para la tienda de comando de Daiman, la superficie aún era lo
suficientemente irregular como para que la luz se deslizara entre los huecos de debajo.
Bordeando hacia la cúpula, Kerra cogió el rifle del centinela y deslizó la boca bajo la
lona.
—Estás respirando. No te dije que lo hicieras.
Al escuchar la voz del Lord Sith, Kerra se quedó helada.
—Lo siento, mi lord.

LSW 76
Star Wars: Caballero Andante

La voz de quien respondía era rechinante y femenina. Kerra elevó la tela tanto como
se atrevía. Era la mujer woostoide que había visto antes, en el palacio de Daiman.
Llevando un vestido de seda blanco, se sentó en un tronco de plata, mirando
despreocupadamente a la brillante lámpara de brillo del centro de la habitación.
Su espalda hacia Kerra, Daiman estaba tras la mujer. Él estaba ahora en una túnica sin
mangas negra, y sus bíceps brillaban con sudor. Kerra no podía dejar de olvidar que, para
ser alguien aparentemente sedentario, era un luchador enérgico y peligroso. La
concentración de Daiman estaba completamente en su compañera, sus manos
hundiéndose en su pelo morado.
—Hora de intentarlo de nuevo, Uleeta.
Kerra corrió hacia atrás, con náuseas. La última cosa que quería ver era una acción
previa a la batalla en las alcobas de un señor de la guerra Sith. Pero lo que escuchó de la
woostoide recuperó su atención.
—La carne es una atrocidad, —entonó Uleeta.
—La carne es una prisión, —dijo Daiman, enterrándose en su cuero cabelludo
morado. No parecía estar llevando las garras—. Yo existo más allá. La forma es una
prisión para evitar que alcance todo lo que mi mente imagina. Pero puedo transcender las
reglas que he creado, con el lado oscuro de la Fuerza. Mi Fuerza.
—Nosotros somos Los Gravados, —cantó ella.
—Lo sois sin la luz, —entonó Daiman—. Tenéis forma, pero no espíritu. Sois un
cascarón. —Sacó sus manos alrededor, barriendo urgentemente sus sienes—. Lo supe la
primera vez que vi dentro de otra mente. Pero si voy a transcender, debo expandir mi
alcance.
—No soy nada. No existe Uleeta. Sólo una agencia de Daiman.
—No eres nada, y eres Daiman. Veré con tus ojos. Respiraré con tus pulmones.
Ahora.
Kerra se encogió. Si eso era seducción era la peor cita que había visto nunca. Pero
continuó mirando. La mujer se estaba agitando, ahora, bajo la concentración del Lord
Sith. Kerra podía sentir las oleadas de la Fuerza saliendo de ellos. El corazón de la
compañera estaba casi tan negro como el de Daiman. Y aún así estaba dejando bajar
todas sus defensas, enterrando su voluntad para servir como un conducto para su poder.
La mano derecha de Uleeta, cerrada en su regazo, tembló y se elevó en el aire ante la luz.
—Muy bien. Mi voluntad alza tu mano, —dijo Daiman—. Mi mano.
—Como mi lord sabe, —dijo Uleeta.
—No ha sido mi voluntad que hables.
La mujer se quedó en silencio inmediatamente. Desde detrás, Daiman agarró su
cráneo más fuerte, frustrándose.
—No… no es verdad. Esto no es real. ¡No soy yo el que está alzando tu mano!
Uleeta se detuvo antes de hablar.
—Usted me ha dicho que lo haga, lord. Estoy haciéndolo.

LSW 77
John Jackson Miller

—Tú no existes en esto. Mi voluntad debería activar tu movimiento directamente, —


dijo Daiman, liberando su agarre en ella—. ¡Y mira! —Él agarró la muñeca de la
woostiana—. Un pulso. ¡Tu corazón está latiendo! —Ofendido, él la miró—. ¡Y estás
respirando! Esta no es mi voluntad. ¡Debería tener el control!
—Lo siento, Lord Daiman, —dijo Uleeta—. Estas cosas son autónomas…
—¡No hay autonomía! ¡No a no ser que yo lo diga!
La compañera woostoide rompió a llorar, ocultando su cara.
Kerra captó un destello de las emociones de la mujer, todavía sin escudar. Vergüenza
auténtica. Kerra cambió su peso sobre las rocas. El momento era horrorífico, y aún así,
fascinante. La mujer no parecía haber sufrido físicamente, pero parecía retorcerse
mientras Daiman la miraba.
—Siempre es lo mismo, —dijo él, estallando—. Puedo animar los objetos tranquilos.
Puedo persuadirte a actuar. Pero no puedo actuar a través de ti. —Daiman empujó a su
compañera sollozando violentamente fuera del tronco y lo abrió—. Sé que esto puede
funcionar. Lo sé, —dijo él, rayando a través del pecho.
La mujer habló, débilmente.
—Los holocrones hablan de Karness Muur, un Lord Sith antiguo que podía cautivar a
poblaciones enteras, haciéndolas una extensión de su voluntad. Estaba incluso
desarrollando un método para mover su propia consciencia de una forma orgánica a otra.
Daiman se alzó sobre la mujer, derrumbada en el suelo.
—Es tan obvio, —despotricó él—. ¿Por qué otra cosa habría plantado tal información
en el pasado, si no fuera la clave para mi escape de esta… esta prisión?
—A través de la victoria, mis cadenas se rompen.
—La Fuerza me liberará, —dijo Daiman, completando el Código Sith—. Levántate.
Hay tiempo antes de la emboscada. Lo intentaremos de nuevo.
¡Eso es! Kerra retiró el rifle y se escabulló lejos de la lona. Furiosa, levantó la
bandolera sobre su cabeza. No me importa quién me encuentre. ¡Voy a hacer volar a este
freak por lo alto!

***
—Comando, ¡Cuchillo-Dos de Reconocimiento!
Rusher toqueteó el comunicador de su casco.
—Adelante, Cuchillo-Dos.
—Contacto aéreo llegando, marca dos setenta.
—Marca, reconocimiento. —Rusher miró hacia arriba de los volcanes gruñendo más
allá de la pared más alejada del cráter. Había movimiento en las nubes—. Permaneced en
frío, brigada. Este sólo es el Invitado Número Uno de la Fiesta.

***

LSW 78
Star Wars: Caballero Andante

Llegaron de repente, sus propulsores gritando alcanzando los oídos de Kerra en el


momento que se arrodilló sobre los explosivos. El comentario de la «emboscada» de
Daiman y la presencia del equipo de bienvenida armado le había llevado a esperar fuerzas
de Odion, aunque por qué irían por propia voluntad a un sitio así estaba más allá de su
comprensión. Pero los navíos elevados sobre la pared oeste del cráter no parecían otra
cosa sino naves de guerra.
Kerra deslizó la bandolera por su hombro y reptó lejos de la cúpula, trepando hacia
una plataforma protegida en lo alto de la cresta. Mirando hacia abajo, vio cuatro
transportes flotando sobre el centro del valle, sus retro-cohetes mandando ondas
circulares por el pudding que servía de suelo.
Había visto los transportes personales de Daiman antes, en Chelloa. Estos parecían
más como vehículos comerciales. Y las marcas no eran del todo de Daiman. En vez de su
símbolo, los alerones de la cola de cada transporte llevaban insignias que no podía
averiguar del todo. Líneas verticales, o quizás flechas.
¿Dónde he visto esas antes? Kerra parpadeó a través de la ceniza. A su izquierda los
flashes llegaban de la cresta este del cráter. Macrobinoculares —y multitud de ellos—
estaban apuntando a las nuevas llegadas. ¡Qué no daría por un par ahora!

***
Rusher avistó el nuevo contacto justo mientras lo hizo su tripulación. Ellos apenas podían
perdérselo. Los cielos giraron con algo nuevo, algo mucho más grande, descendiendo al
valle.
Agitó la ceniza de su pelo. Era la hora del casco para el brigadier, también. Daiman
podía no haber creado el universo, pensó Rusher, pero con seguridad organizaba las cosas
hasta el minuto.
—Ese es el Invitado Dos, tripulación. ¡Estamos en la hora!

***
—¿Qué demonios es esto?
Kerra habló en voz alta por primera vez desde su encuentro con el bothano, días
antes. Había obviamente algo que el espía no le había contado.
Al primer vistazo, había pensado que había nueve vehículos diferentes, descendiendo
a través de las nubes en perfecta formación. Pronto se dio cuenta de que eran todos un
navío, con nueve ensamblajes similares a edificios del tamaño de bloques de ciudad
conectados en una rejilla por colosales barras cruzadas. Y ciudad era el término
apropiado, porque mientras el navío continuaba cayendo, se dio cuenta de cuán vertical
era la cosa realmente, con torres alzándose desde la base de la estructura. Kerra se frotó
los ojos de incredulidad. Era uno de los mayores navíos que había visto en el espacio
Sith, comparable en tamaño a las fábricas de municiones móviles de Daiman.

LSW 79
John Jackson Miller

Kerra miró embobada mientras el vehículo —si eso era lo que era— flotaba sobre el
nivel del cráter. Nueve poderosos motores vapuleaban la superficie, exponiendo la roca
bajo el pringue. Encontrando un punto al noreste del centro del cráter, el complejo se
aligeró hacia abajo, hundiéndose de forma pesada en el barro restante.
Silencio. La Jedi disparó una mirada bajo la colina a las fuerzas de Daiman cerca de
los edificios temporales, seguida de otra mirada a la par al este. Ninguna de la gente de
Daiman parecía estar reaccionando, en ninguna parte.
El primer movimiento llegó, de hecho, de los cuatro transportes. Aparcados un
kilómetro al oeste de la monstruosa nueva llegada, todas las naves hicieron bajar sus
rampas de aterrizaje, al mismo momento. Kerra observó a las figuras empezando a fluir
fuera de los transportes. Esforzándose por ver, finalmente abandonó y reptó hacia abajo
para tener un punto de ventaja más cercano. Al menos tan lejos, las fuerzas de Daiman en
tierra estaban encarando al centro del bol, sin prestar ninguna atención a las colinas.
Entornando los ojos en su nueva posición, Kerra vio cientos de seres juntándose en
grupos fuera de los transportes. Pero los rangos no estaban ordenados, y las figuras no
estaban en trajes militares. Miembros de docenas de especies respiradoras de aire se
arremolinaban fuera, pateando y jugando en el barro…
¡Jóvenes!
Había cientos de ellos. Jóvenes y adolescentes, con algunos adultos jóvenes
mezclados, todos en monos de esclavo. Todos miraban nerviosos al cielo, los volcanes
lejanos, y la nueva ciudad gigante que les había seguido al cráter. Cada una de sus nueve
torres terminaba justo bajo las nubes flotantes bajas, cada una llevando el mismo logo de
tres flechas, ahora claramente visible para Kerra.
—No, —dijo ella, levantándose y casi llevándose lejos—. ¡Oh no!
Recordó dónde había visto el logo: en la insignia del ishi tib, días antes, en Darkknell.
Y escaneando la multitud, sintió una presencia familiar. Centrándose, vio exactamente lo
que temía: una chica sullustana animada, obviamente nerviosa por su primera visita a otro
planeta.
De todos los lugares y momentos… ¡Tan Tengo estaba ahí!

***
—¡Instalación abajo, Brigadier!
Así que eso es un arxeum, pensó Rusher. Grande. Abrió el comunicador de su casco.
—Ese es el último de nuestra fiesta, Rushies. ¡Pareced con vida! —esto estaba
ocurriendo rápidamente. Una voz en otro bando le acababa de decir lo que necesitaba
escuchar—. Ha llamado Daiman, gente. Nuestros aplastantes están en el borde del
sistema.
Rusher había adivinado bien. Daiman había ocultado una sonda de vigilancia en la
nébula que rodeaba a la estrella parental de Gazzari. El despliegue cósmico creaba una
bonita vista y un buen lugar para observar las llegadas repentinas. El resto de las fuerzas

LSW 80
Star Wars: Caballero Andante

de Daiman, tanto sus regulares de tierra como su flota de ataque, estaban colocados para
saltar desde el hiperespacio tan pronto como tuvieran una palabra de la llegada de Odion.
Era cuestión de la escolta de Daiman y los especialistas del borde del cráter mantener
ocupado al Hermano Malo hasta entonces.
—¡Armas con vida, brigada! ¡Confirmad!
—¡Coyn’skar, viva!
—¡Serracuchillo, viva!
—¡Dematoil, viva!
Uno a uno, los ocho batallones, todos nombrados como las exóticas armas antiguas
que estaban grabadas en sus cascos, se registraron. Rusher había encontrado los nombres
en sus estudios, nombres que conectaban a sus soldados con el pasado. Era una cosa dura,
casi agonizando por cada Lord Sith cada año. Ayudaba tener una conexión con algo.
Bajando de un golpe el visor de su casco, Rusher apuntó hacia un técnico mirando
hacia atrás para él desde una ventana hemisférica en el casco del Diligencia.
Respondiendo al gesto, el técnico le dio a un interruptor, y todo el navío zumbó mientras
el escudo de energía de la nave se avivaba. El Diligencia era un objetivo demasiado
bueno, sentado ahí en medio de los emplazamientos. El escudo invisible no detendría un
proyectil, pero disiparía parte del otro fuego dirigido por su camino. Rusher esperaba un
montón. Su chaleco antibalas estaba activado, bajo su abrigo, desde que tocaron tierra.
—Armas calientes, —gritó él—. Rusher fuera. —Mirando abajo de nuevo a los
cuatro transportes, con sus pasajeros reuniéndose fuera, reactivó el comunicador—. Y si
alguien apunta a menos de un klick de esos niños, ¡le ataré a Bitsy y apretaré el gatillo yo
mismo!

***
—¡No! ¡No!
Ella reconoció las prendas de los visitantes, ahora. Eran todos de esclavos
trabajadores de fábricas de Darkknell y otros planetas, reclutados por la Heurística
Industrial. Adolescentes, como Tan. Liderados por escoltas droides, el grupo se abrió
paso lentamente a través del fango hacia la instalación gigante.
Todavía hay tiempo antes de la emboscada. Daiman lo había dicho en la cúpula, y
ella podía ver las fuerzas de Daiman preparándose bajo la pared norte del cráter. Había
más fuerzas en las tierras altas al este. ¿Quién sabía cuántos blásters, cuánta artillería
debía haber apuntada sobre los inocentes?
¿Y por qué? Ella había pensado antes que no había motivos para que las fuerzas de
Odion fueran allí, no en lo que era una trampa tan obvia. No había nada aquí por lo que
mereciera la pena luchar. Al menos no hasta que la nave ciudad monstruosa se mostró…
No.
Kerra surgió como un rayo bajo el lateral de la colina, sin preocuparse. Todo esto
estaba mal, todo mal. En unos minutos Daiman había convertido Gazzari de una roca

LSW 81
John Jackson Miller

inútil a un objetivo estratégico vital. Y el objetivo era su amiga, pisoteando ahí abajo en
el barro ceniciento con sus compañeros y riéndose.
Daiman había preparado una trampa para Odion en Chelloa utilizando las minas de
baradio explosivas como cebo. Esta vez el cebo estaba vivo.
El camino más rápido hacia debajo del desfiladero llevaba lejos de la cúpula de
Daiman. No era importante ahora. Kerra se lanzó hacia debajo de una inclinación rocosa
hacia el suelo del cráter, atrayendo la atención de dos soldados Sith en el perímetro. Los
guerreros armados apenas tuvieron tiempo de mirar en su dirección antes de que ella les
cortara con un destello de verde brillante. Kerra quedó revelada.
—¿Jedi? —llegó una voz asombrada desde más arriba de la cresta.
—¡Jedi!
Kerra salió como un rayo al valle, las botas golpeando contra el barro ocre mientras
alcanzaba los edificios temporales. Ella no había escuchado aún el fuego de bláster, pero
lo haría. Los transportes eran una buena forma de salir, pero todavía tenía el primer rifle
del guerrero. Quizás podría dirigir las multitudes de vuelta a los transportes.
Alcanzando el claro, Kerra tropezó sobre sus pies y golpeó la superficie tardía. Miró
arriba, aturdida. Nada había interferido con su progreso; la tierra no tenía características
en ninguna dirección. Ella escuchó de nuevo por fuego de bláster…
… y en su lugar sintió un dolor punzante cerca de su corazón.
Ignorando el pálpito, Kerra trató de trepar por el campo ennegrecido. Por un
momento, ella pensó que el cansancio de los esfuerzos de las semanas pasadas finalmente
le había superado. Pero escuchando el retumbar arriba, lo pensó mejor.
O peor.
Kerra abrió su mente a la Fuerza. La discreción no importaba; las fuerzas de Daiman,
incluyendo a cualquier Corrector presente, ya sabían que estaba allí. Y si estaban ahí
ahora, estarían sintiendo probablemente la misma presión aplastante que ella estaba
sintiendo. Algo se estaba aproximando. Un agujero negro psíquico, atrayendo todo lo que
existía y destruyendo todo lo que encontraba. Era un sentimiento que había sentido por
primera vez en Aquilaris, el día que perdió a su familia, y de nuevo en Chelloa, el día que
perdió al Maestro Treece y a los otros Jedi, su segunda familia. Era el por qué las fuerzas
de Daiman no le estaban disparando ahora. Habían tenido la palabra. Habían percibido su
presencia, al igual que lo había hecho ella.
El asesino de Vannar Treece estaba allí.
Lord Odion había llegado.

LSW 82
Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO OCHO
—¡Es una trampa, Lord Odion!
—Por supuesto que es una trampa, —estalló una voz estentoriana desde arriba—. El
pequeño mocoso no opera de otra forma.
Narsk miró arriba a Odion y se maravilló. El hermano mayor de Daiman de verdad
era su antítesis, tanto filosófica como estéticamente. Donde el supuesto creador de
Daiman se rodeaba a sí mismo de luz, el destructor Odion se sentaba en el dentro de una
esfera de oscuridad, iluminada sólo por los hologramas que representaban las naves del
exterior. El Espada de Ieldis tenía uno de los diseños de puente más extraños que Narsk
había visto nunca. Un gran trono incómodo de hierro mandaloriano se asentaba en un
pedestal suspendido metros sobre la tripulación de la nave, ellos mismos se reunían en
círculos concéntricos bajo su lord. Algunos encarando hacia dentro, para servirle; el resto
encarando hacia fuera, escaneando el espacio del exterior.
El Espada había llegado aplastando fuera del hiperespacio, precipitándose hacia el
sistema Gazzari a una velocidad que enervaba a Narsk. Era sólo otro día al servicio de
Odion. Su nave insignia nombrada en honor a un antiguo señor de la guerra Sith, Odion
se estilizó como el rey bárbaro. La armadura de batalla pesada ocultaba una forma
abultada, exponiendo sólo su cabeza sin pelo, cicatrizada por quemaduras. Narsk pensaba
que era improbable que los verdaderos reyes bárbaros llevaran su armadura todo el
tiempo, pero Odion no parecía dejarse llevar por lo convencional. O por mucho más.
—Por supuesto, bothano, si es una trampa, podemos mandarte abajo a ti primero. —
Odion miró abajo, con una luz rubí en su ojo cibernético izquierdo pulsando en la
negrura—. ¡Debería llevarte sólo un par de minutos arruinar las cosas por completo!
Narsk se quedó helado en su asiento, buscando un significado en el ceño fruncido de
su empleador. Segundos más tarde, Odion tembló con risa, el sonido amplificado por su
pieza bucal quirúrgicamente implantada. Narsk se enfureció. Lo peor era el silencio del
resto de la tripulación, sin desear, o simplemente con demasiado miedo de unirse a la risa
de su maestro. El puente del Espada tenía todo el calor de un casquete polar.
Incluso antes de Darkknell, trabajar para Odion había sido bailar descalzo en el largo
filo de una vibroespada. Pero Narsk tenía que volver, incluso sin los datos del
Convergencia que había sido mandado a robar. Daiman había dejado a Narsk vivo por un
motivo: para organizar la batalla que se avecinaba. Una batalla que Odion deseaba más
que mil paneles de datos empaquetados con planos secretos.
Narsk ahora estaba seguro de que Daiman había querido que mandara a Odion las
noticias del trato por el arxeum de Bactra. Tenía multitud de tiempo para volver a
pensárselo al ocultarse en la nave de carga que dejaba el Daimanato. Daiman había
mantenido a Narsk en su presencia lo suficiente para que escuchara todo lo que
transpiraba con Bactra. Incluso la rotación de su prisión giroscópica, se había dado
cuenta, había estado programada para frenarse cuando fuera que algo importante se decía.

LSW 83
John Jackson Miller

Y la mujer Jedi tenía razón. Los centinelas gamorreanos habían aflojado sus ataduras
antes de abandonarle en el vestíbulo oscurecido. Si ella no hubiera llegado, habría
escapado por sí mismo.
Como Daiman esperaba.
Eso también explicaba, sabía él ahora, por qué había sido una cuestión tan simple
surgir del vertedero de Darkknell y encontrar un transporte de fuera del mundo que se
dirigía en la dirección correcta. El carguero que había escogido había saltado a un planeta
neutral, uno que justo resultaba ver visitantes regulares del Odionato. En dos días
estándar, Narsk se encontraba a sí mismo de vuelta ante Odion.
La vuelta a casa de Narsk había sido dura pero breve comparado con el castigo que
había resistido en manos de Daiman. Narsk había destruido el Colmillo Negro, después
de todo; si no había apretado el botón, había plantado las cargas. Y mientras que no había
mencionado el rol de la Jedi en eso —o en su escapada— había descrito su presencia en
Darkknell, algo que interesó a Odion inmensamente. Odion le había mantenido con vida
durante los preparativos para la batalla, sólo para escuchar más de la Jedi de pelo oscuro
que corría fuera de control en el territorio de Daiman.
Tan ridículo como Daiman parecía a veces, él definitivamente pensaba las cosas. Le
había dado a Narsk el tipo de información que negaba todos sus fracasos previos por
Odion, así asegurando que Narsk lo entregara. Y había ingeniado una situación que era
obviamente una trampa, y aún así irresistible para su hermano mayor. Daiman había
evitado confrontaciones directas desde la pérdida de Chelloa. Odion tomaría cualquier
oportunidad para una batalla, sin importar el peligro.
—Escanea por las fuerzas de Daiman, —dijo Odion mientras el Espada deceleraba,
su forma robusta, desgarbada alcanzando el borde de la nébula planetaria.
—Las fuerzas de Daiman no están en el sistema, —chirrió una voz desde la tumba,
desde algún lugar cerca de ella. Jelcho, uno de los navegantes givin de Odion, mostró su
cara de máscara de terror. Revolvió el estómago de Narsk.
—No, los chicos del Chico están aquí, —dijo Odion, resoplando—. Está en Gazzari,
como el torpe dijo. —El cuerpo principal de las fuerzas espaciales de Daiman habían
hecho una muestra pública de estar en otra parte durante el último par de días; Daiman,
sin embargo, no había cubierto sus huellas al llegar a este mundo fronterizo con una
escolta ligera—. Alguien más está en la nébula, —ladró Odion—. Apretad el escaneo.
Jelcho giró sus cuencas oculares vacías de vuelta hacia el monito. Narsk se alegraba.
Odiaba a los givin. Una especie entera con agujeros en sus cabezas, y aún así formaban la
tripulación del puente. La diversidad no significaba nada en el servicio de Odion. Le
gustaban sus espías bothanos, sus ingenieros verpine, y sus navegantes givin, una curiosa
especie capaz de calcular los saltos hiperespaciales en sus cabezas blanquecinas.
Las visuales holográficas que rodeaban a Odion se refrescaron. Él hizo un gesto a una
pequeña flotilla, deambulando más allá del sol de Gazzari.
—¿Quién es ese?
Jelcho tenía la respuesta.

LSW 84
Star Wars: Caballero Andante

—La flota de Lord Bactra.


—¿Moviéndose?
Jelcho se detuvo mientras otro givin susurraba en su agujero del oído.
—Si nuestros escáneres al entrar al sistema son correctos, acaban de entregar el
arxeum en la superficie de Gazzari. Parecen estar yéndose.
—No están yendo muy rápido, —gruñó Odion. Movió una enorme mano con
guantelete, activando un sistema invisible—. ¿Quién es ese de ahí? —Llamó en la
oscuridad—. ¡Identifícate!
Unos momentos fríos pasaron antes de que la imagen holográfica de Lord Bactra se
materializara en el espacio ante él.
—Aquí Bactra, Lord Odion. Mis saludos hacia ti. —El quermiano parpadeante se
elevaba, irregular—. Estamos… literalmente pasando por aquí.
—Eso es una mentira. ¡Sé lo que estabas entregando al mocoso!
—Y está entregado, —respondió de repente Bactra—. Lo que le ocurra al arxeum
ahora no me concierne. —Su enorme cuello se hundió, sacando su sonrisa helada al
centro—. Por supuesto, si tú quisieras emplear los servicios de la Heurística Industrial
para ti mismo, estoy seguro de que algo puede…
Odion cortó la transmisión.
—Desgraciado pequeño vendedor. —Pese a los años de paz inconstante entre ellos,
su desagrado por los modos del quermiano era bien conocido.
Otro givin baló.
—Tengo soluciones de fuego sobre los Bactranitas, Lord Odion.
—Olvídalo. El placer primero.
Narsk observó a través de la ventana del puente mientras pasaban las naves de Bactra,
todavía entreteniéndose antes de su compromiso programado en Vellas Pavo. Quizás
simplemente querían observar una buena lucha. Mientras que no era asunto de Bactra, el
resultado alteraría con seguridad el equilibrio de poder en la región. Bactra estaría
interesado en eso.
Conociendo a Daiman como lo hacía Narsk, siempre podía ser algo más. Se
preguntaba: ¿Había llevado Daiman en secreto a que Bactra renunciara a su neutralidad,
añadiéndole a la emboscada? Si era así, el quermiano no había traído fuerzas suficientes
para ello. La docena de naves de Bactra serían suficientes para escoltar un arxeum o
destruir algunas minas de gadolinio, pero Odion había traído un cuarto de su flota hogar,
incluso ahora formando un perímetro orbital alrededor de Gazzari.
Y el maestro de la destrucción había traído algo más, justo ahora saliendo del
hiperespacio tras ellos.
—Está aquí, —dijo Odion, alzándose con un ruido metálico—. Tronadores, a sus
transportes. Jelcho, tú conmigo. —Deteniéndose en la pasarela opaca que llevaba fuera
de su planetario personal, Odion dio un vistazo retorcido a Narsk—. Tú, también, torpe.
Narsk se alzó como un rayo en su asiento.
—¿Por qué yo?

LSW 85
John Jackson Miller

—Debería necesitarte para que hagas explotar algo más de Daiman. —Los dientes
negros se mostraron a través de sus labios curvados—. O si la golfa Jedi está aquí,
¡quizás puedas dejarle a ella destruirlo por ti… de nuevo!

***
Kerra se puso de rodillas justo a tiempo. El fuego de bláster del campamento de la línea
de cresta de Daiman recogía el suelo pastoso, esparciendo cenizas por todo su alrededor.
Podía ver las fuerzas de Daiman desbandando hacia su artillería pesada, y mientras ella
ahora sabía que el poder de fuego no era intencionado para ella, al menos un par de
centinelas estaban todavía tras ella. Encontrando sus pies, Kerra hizo una carrera para
cubrirse en un edificio temporal.
Mirando a través de una ventana, Kerra vio lo que esperaba: nada en absoluto. Era
todo un señuelo. El pequeño puesto en el cráter. Los estudiantes. Y ahora la torre de la
instalación de Heurística Industrial, acababa de llegar. Todo ello estaba diseñado para
atraer a Odion a Gazzari, para que las fuerzas en las paredes del cráter pudieran ponerle
ante un fuego cruzado.
¿Podía Odion realmente ser tan estúpido, tan desesperado por luchar como para
caminar hacia tal lugar?
Sí, pensó ella. Era definitivamente su presencia lo que percibió al entrar en la órbita.
Y el retumbar de las nubes de arriba significaba más que la lluvia. Ella miraba
urgentemente al oeste. Los grupos de estudiantes todavía marchaban sobre el valle de
ébano hacia la instalación, aparentemente negligentes de cualquier cosa que hubiera
transpirado entre ella y los centinelas de Daiman.
El tiempo se estaba acabando. Kerra salió como un rayo a la apertura.

***
—¡Comando, Destripador-Dos Reconocimiento! ¡Contacto adicional!
—Lo veo, Des-Dos, —dijo Rusher, haciendo lo que podía por rastrear a la única
figura femenina en el plano envenenado. La mujer vestida de marrón estaba haciendo una
carrera hacia la masa proteica de pasajeros de transporte, a un kilómetro de distancia, y
los matones de Daiman en la cresta estaban dando tiros al azar hacia ella—. No sé quién
es ella, o lo que está tratando de demostrar. Pero no es nuestro problema.
—¡No en la superficie, Brigadier! ¡Contacto adicional en el aire, por las nubes!
Reflexivamente, Rusher alzó los macrobinoculares para mirar arriba, antes de darse
cuenta de que no los necesitaba para ver lo que estaba descendiendo. Era la última cosa
que esperaba ver allí. La única cosas que nunca querría ver.
—¡Espiral Mortal!

LSW 86
Star Wars: Caballero Andante

***
Por todas partes en el suelo del cráter, los seres miraban arriba con asombro. Eso incluía a
Kerra, a medio camino de los grupos de niños, observando a la sombra perforar la neblina
de arriba.
La forma cayendo a través de las nubes era un cono truncado sin características varios
cientos de metros de altura. Los cohetes de frenado permitieron a la forma monstruosa de
obsidiana asentarse en la superficie justo al sudoeste del centro del cráter, equidistante de
los transportes y la gran instalación que había llegado antes de ella.
En un segundo de plantarse en la superficie igualmente coloreada, la torre del cono
tembló. Con un estrépito atrayendo alaridos de sorpresa y horror de la multitud de los
estudiantes, el dispositivo mudó su carcasa externa, eyectando los paneles de metal
gigantescos hacia el suelo.
Bajo ellos descansaba un dispositivo. Kerra lo reconoció inmediatamente de los holos
de historia. Una Espiral Mortal. Desarrollada por Lord Chagras años antes, había sido
concebida como una torre de asedio a la inversa. Desde su base hasta su cima reducida
había más de una docena de anillos concéntricos de torretas bláster y lanzamisiles, todos
capaces de rotar independientemente. Soltada en mitad de un sitio bajo asedio, una
Espiral Mortal —nombrada por los niveles rotatorios que daban la ilusión de que el cono
estaba enroscándose hacia el suelo— estaba diseñada para disparar en todas las
direcciones a la vez.
Últimamente Chagras había construido varios de los dispositivos diabólicos a una
escala más pequeña; Vannar apenas había sobrevivido para hablar de su encuentro con
uno. Aquellas torres habían sido controladas de forma remota. Pero la versión de Odion
era tan grande, vio Kerra, que había tripulaciones reales a cada nivel, operando las armas.
La enorme base, también, servía como su propio transporte y armería, amplias puertas
abajo abriéndose para liberar a marcas de speeders aéreos, bicis speeder, y transportes
armados de tres piernas.
Por encima, los transportes de tropas de Odion descendieron. Kerra se estremeció.
Había sido así exactamente en Chelloa: Odion, invadiendo desde el cielo con un aparato
mortal. No había error. No era nada de Daiman. El símbolo de Odion, impreso en los
transportes, lo decía todo. Siete cabríos en un círculo, apuntando hacia fuera, en un
campo negro. Flechas extendiéndose hacia fuera, pero siendo tragadas desde detrás por
un vacío en expansión.
Con un gruñido perforador de oídos, las torretas de la Espiral empezaron a moverse y
disparar. El vacío se estaba expandiendo.

***
—¡Fuego rápido, fuego rápido!

LSW 87
John Jackson Miller

Rusher agarró la barandilla mientras los rayos brillantes estallaban por la cresta a
cada lado de él. En sólo un par de minutos, el suelo del cráter una vez desierto se había
convertido en un lugar ajetreado. Iba a convertirse en uno caliente, también. El fuego de
láser de la unidad de Rusher golpeó el pilar asesino, alzándose al sudoeste. Segundos más
tarde, la tripulación del nosauriano se abrió desde más lejos sobre la cresta. Rusher rió
con superioridad. Los Rushies habían sido los primeros en apuntar otra vez.
Algunos objetivos. Yulan había hablado de las Espirales Mortales, pero Rusher nunca
había visto una. Y nadie había visto nunca una como esta. La torre debía haber mantenido
a los fabricantes en la Aguja ocupados durante meses. Mientras los flashes se disipaban,
Rusher podía ver los anillos de la Espiral moviéndose, disparando a las fuerzas de
Daiman al norte.
Eso no era bueno.
—¡Sargento Wenna’lah! ¡Estimación de daños del objetivo!
Rusher apenas escuchó la voz del observador sobre el estruendo de otra ronda de
energía saliendo.
—Daño cero, comandante.
—¿Cero?
—El escudo de energía se activó en el segundo en que el objetivo aterrizó.
Rusher maldijo. Tenían un tiro limpio mientras la bestia estaba descendiendo, pero la
señal de Daiman les había ordenado que contuvieran el fuego. El joven lord estaba
esperando a que Odion hiciera su aparición. Ahora que lo había hecho, en alguna parte de
ahí fuera en ese enjambre de transportes vomitando sus soldados agrietados Guardias
Trueno, era demasiado tarde. Las armas más potentes de Rusher estaban fuera de juego.
—¡Destripador y Sat’skar! ¡Sólo proyectiles, en la torre! —Los dos batallones tenían
el mayor número de lanzadores mortero de protones.
—No hay un tiro desde el norte, —devolvió una voz. El Batallón Destripador estaba
en el flanco superior, parcialmente apantallado desde la Espiral Mortal por los edificios
del arxeum.
—¡Apuntad alto y lanzadlos! —Rusher puso sus ojos en el cielo. Para despejar el
arxeum, estarían disparando a las nubes. Parece lluvia—. Tripulaciones de armas de
energía, objetivo, vehículos y personal del Hermano Malo. ¡Barrera rodante, no les dejéis
cruzar! —Las fuerzas de Odion se estaban moviendo, ahora, dando vueltas. Los
voladores deberían ser los primeros, alcanzando el arxeum, los transportes, y los
estudiantes si las tropas de tierra de Daiman no llegaban allí primero.
¡Los estudiantes! Rusher urgentemente escaneó el campo. Los adolescentes habían
roto de sus compañías semi-ordenadas que los escoltas droides habían organizado, y
estaban en estampida como una masa alocada hacia los transportes. La Espiral Mortal no
había empezado a disparar en su dirección todavía, pero sabía de lo que Odion era capaz.
Y el empleador de Rusher les había puesto en esa posición.
Y tú continuaste, para salvar tu pescuezo, pensó Rusher. Que las estrellas les ayuden.

LSW 88
Star Wars: Caballero Andante

Al sur, los anillos de la Espiral Mortal se alinearon, sus armas desatando su potencial
mortífero.
—¡Dadme ese maldito fuego en la torre, ahora!

***
¡Skrra-aakt!
Narsk plegó sus orejas peludas y aplastó sus manos contra ellas. La tripulación de
Odion no se había molestado en suministrarle un casco, pero así de cerca a la Espiral
Mortal, el bothano se encontraba deseando tener tapones para los oídos.
—¡Así se hace! —espetó Lord Odion, en pie en la puerta abierta de salida del
transporte flotante. Mirando lleno de regocijo a la torre escupiendo, tiró de su
comunicador cibernéticamente unido más cerca de sus labios—. ¡Hacedlo! ¡De nuevo!
Otro grito estridente, perforante desde arriba y al norte, Narsk vio otro de los
transportes de la Heurística Industrial explotar. La metralla hacía llover el mantillo
ceniciento cientos de metros alrededor, justo cerca de la multitud de adolescentes. Con
una tercera oleada destruyendo otro transporte, los estudiantes atrapados se giraron de
nuevo en pánico, fluyendo como el mercurio de vuelta hacia el arxeum.
El viaje de campo se ha acabado, niños, pensó Narsk. Lo siento.
Enredándose dentro de la entrada, Narsk observó mientras Odion daba un grito de
batalla bombardeante y saltaba a la superficie. Otros miembros con armadura similar de
la Guardia Trueno le siguieron, dejándole sólo a él mismo, a Jelcho, y a la tripulación de
comando a bordo.
—¡Mirad por ahí!
Narsk se giró para ver los destellos del fuego de artillería llegando desde posiciones
ocultas en la pared del cráter, lejos al este. No eran los habituales de Daiman; aquellos
venían a la refriega desde la cresta norte. Volvió a pensar en los mercenarios que había
pasado a su salida. Parte de los preparativos de Daiman, sin duda.
Al observar a varios Tronadores hechos pedazos delante de Odion, Narsk dijo lo que
pensaba.
—¡Esto es ridículo! Él sabía lo que había aquí abajo. ¿Por qué no simplemente
bombardeó el cráter desde la órbita?
—Lord Odion quería estar seguro de la presencia del Petulante antes de despacharle
hacia el vacío, —dijo Jelcho. El givin se unió a él al borde de la plataforma trasera del
transporte, sus nudillos huesudos agarrados juntos con excitación. Había casi color en su
monstruosa cara, vio Narsk. Casi.
Narsk encontraba a los givin nocivos, y repulsivos. Los primeros entre los sectarios
de la muerte de Odion, no parecían tener nada en sus cabezas sin piel más allá de un
deseo de acabar por descomponerse, de una vez por todas.

LSW 89
John Jackson Miller

—Mi gente preferiría que nuestro lord nos matara, por supuesto, —parloteó Jelcho—.
Pero aceptaremos felizmente alcanzar el vacío a través de la agencia del hermano de la
Muerte.
Narsk le fulminó con la mirada.
—¿Qué tal del colega peludo de la Muerte?
—¿Qué?
—Nada. —Narsk deseó tener algo con que golpear a Jelcho en la cara, aunque fuera
por mejorar su apariencia. Pero Odion había convertido a Jelcho en su niñera mientras
tanto; el espectro era el pretexto más similar que Odion tenía a un compañero de campo.
Odion tenía la estructura de poder más simple de cualquier Lord Sith que hubiera
encontrado. No había rangos ni nada similar, ni ninguna de la regimentación de Daiman,
tampoco. Al contrario que Daiman, Odion sabía que los otros existían, y los temía.
Evitaba que los rivales potenciales se alzaran asegurándose de que todos le informaran a
él.
En la práctica, el resultado era un caos. El imperio de Odion devoraba mundos como
una babosa espacial, sin utilizar la finura ni, a menudo, el buen sentido. Los competentes
eran neutralizados o paralizados. Y aquellos más cercanos a Odion eran a los que le
importaba menos su propia supervivencia, porque muy pocos sobrevivían mucho tiempo
alrededor de él.
Eso funcionaba lo suficientemente bien para Narsk, como un externo. Le permitía
tratar a los subordinados de Odion como deseara. Ninguno tenía ningún poder sobre él,
excepto el de provocar náuseas.
—¡Jelcho! —gritó uno de los pilotos desde atrás—. El Espada de Ieldis acaba de
llamar. ¡La flota de Daiman acaba de llegar del hiperespacio! ¡Se están enfrentando a
nuestras fuerzas ahora!
Así que ese es el plan, pensó Narsk. Traer a Odion aquí, y no dejarle ir.
Los bordes de la boca de Jelcho se curvaron, dejando un aspecto macabro en su ceño
fruncido anatómicamente permanente. Abrazó al bothano.
—¡Este es realmente el día! —gorjeó él—. Y tú, espía bothano, has hecho todo esto
posible.
Narsk se encogió del toque insípido.
—¿Estaría todo bien si tuviera un bláster? Prometo no ir a ninguna parte.

***
La Espiral Mortal escupió de nuevo, demoliendo el último transporte de la Heurística
Industrial. Kerra se deslizó en el fango, deteniéndose justo a tiempo de evitar ser
golpeada por los escombros en llamas.
Había sido un error ir por ahí. Había esperado llevar en manada al menos a alguno de
los estudiantes a bordo de uno de los transportes, pero la máquina odiosa de Odion no les
había dejado nada. La manada de juventud se había dispersado ahora, corriendo de forma

LSW 90
Star Wars: Caballero Andante

desordenada por la superficie norte del cráter. Al menos los guerreros de Daiman no
habían cargado el campo aún, o estarían atrapados en medio.
Justo ahora, Daiman estaba dejando que otros lucharan su batalla. Varios escuadrones
de droides de batalla se apresuraban por el valle desde el este, enfrentándose a los
Tronadores de Odion, y entonces estaba esa artillería. Corriendo de nuevo, Kerra
agradeció a la Fuerza por quien fuera que Daiman tuviera en la cresta este.
Intencionalmente o no, sus corazas estaban apantallando a los refugiados huyendo de la
carga de Odion.
Pero no podía durar por mucho. Mirando al sur, vio que la Espiral Mortal tenía a los
emplazamientos del este a cero. Ella no tendría tiempo suficiente para interceptar a la
multitud a no ser…
El fuego de bláster de repente se amontonó en el terreno por delante de ella. Kerra
saltó a un lateral, tambaleándose en el suelo grasiento. El borde lateral de la primera
oleada de motoristas de bicis swoop de Odion se dispersó, con tres de los guerreros en
armadura rompiendo para rodearla. Bloqueando los disparos de bláster con su sable láser,
Kerra se acercó al motorista más cercano y se abalanzó. Cortando los bastones de control
frontales del vehículo, Kerra rodó por debajo, observando al motorista y al vehículo caer
en picado hacia abajo en un choque explosivo.
Ella giró y giró de nuevo mientras los restantes motoristas se acercaban a ella,
tratando de tenerla en cuenta mientras se estaba moviendo. El primer motorista, un
rodiano, perdió el equilibrio cuando un rayo de bláster reflejado le golpeó fuera de su
asiento; la segunda perdió su cabeza con casco ante el sable láser de Kerra.
Ignorando las oleadas saliendo de voladores, Kerra se aproximó al rodiano caído. Con
una armadura como la de los Tronadores de Odion, gorjeaba en agonía mientras Kerra
caminaba sobre su cuerpo para alcanzar su bici parada.
—Sí, esto está mal, —dijo Kerra, enderezando las manijas—. Confía en mí, moriste
por un motivo.

***
—¡Kellies inoperables, comandante!
—¡Maldición! —Las luces se estaban apagando a bordo una tras otra. Ahora el mejor
batallón de Rusher estaba sin sus armas más fuertes—. ¡Saca los Gweiths, Tun-Badon, y
únelos en la torre!
El líder del Serracuchillo no lo tomaría así de bien, sabía él; los lanzamisiles de
conmoción Hermanos Gweith eran unas de las piezas de carga más lenta del arsenal, con
una tasa de fuego/deshabilitado en el núcleo planetario. Podías pintar un mural de la paz
en ellos entre los disparos. Pero también sabía que el Comandante Tun-Badon ya estaría
en el trabajo.
Entre explosiones, había llegado la palabra desde el puente de que la flota de Daiman
había llegado y que estaba enfrentándose a las fuerzas de Odion en órbita. No podía haber

LSW 91
John Jackson Miller

importado menos al Diligencia, haciendo lo que podía por permanecer horizontal con
todos los impactos.
—¡Estamos sintonizados! —gritó alguien por el comunicador. Rusher no podía
averiguar la señal de llamada.
—¡Repite! ¿De quién era ese batallón? ¿Qué batallón?
Viendo las llamas de energía alzándose desde la Espiral Mortal, Rusher se dio cuenta
de la respuesta.
Todos ellos.

***
La señal era inconfundible. Incluso en el estruendo de la batalla, Narsk la había sentido y
oído: un suave zumbido, en la parte trasera de su cabeza.
Había sido enviada por un diminuto implante en la base de su cráneo, escondido tan
bien que los escáneres de Daiman nunca lo habrían encontrado. Narsk supo al instante lo
que la señal significaba.
Su verdadero maestro estaba llamando. Tenía que responder.
Narsk buscó la habitación de preparación del transporte. El implante era simplemente
un dispositivo de alerta; él tendría que hacer el contacto. Cualquier dispositivo de
comunicación funcionaría, en cuanto pudiera alcanzar el espacio. Encontrando un puesto
de comunicaciones portátil fuera de la vista de la tripulación, Narsk se sentó y lo activó.
Estática. Él frunció el ceño. Era el escudo de energía de la Espiral Mortal, lo más
probable. Desde que recibiera las noticias sobre la flota de Daiman, el piloto de transporte
nervioso había aparcado más cerca de la base de la torre por protección. Narsk imaginó
que el dispositivo sin probar estaba interfiriendo con las transmisiones subespaciales
dentro de su radio de protección. Su implante había recibido la señal, pero como sabía,
era de una tecnología más allá incluso de la capacidad de los constructores de Odion para
burlarla.
Narsk se levantó, sintiendo el dolor del sufrimiento de la semana pasada. No había
elección. Tendría que salir. Deslizando el puesto de comunicaciones en una mochila,
alcanzó la salida. Al menos el repugnante givin no parecía estar…
—¿Dónde vas?
Narsk suspiró. No podía siquiera correr hacia el campo de batalla sin permiso.
Tranquilizando su estómago, Narsk miró directamente a la cara del givin.
—Yo… he decidido que tienes razón, Jelcho. —Señaló hacia fuera, donde Odion y
sus Tronadores estaban corriendo entre los golpes de mortero para eviscerar a la
infantería de mercenarios que bajaban desde las colinas del este—. Al ver todo esto,
simplemente tengo que salir y formar parte de ello.
—¡Ojalá pudiera yo!
Narsk se quedó mirando.

LSW 92
Star Wars: Caballero Andante

—Bien, ¿por qué no? —doblándose del dolor por dentro, cogió al navegante por el
brazo quitinoso.
—No puedo, —dijo Jelcho—. Lord Odion me quiere aquí. Si la operación fuera a
fracasar, su transporte necesitará un navegante.
—¿Fracasar? ¿De qué estás hablando? —Narsk bajó hacia la superficie del cráter y
señaló con la mano hacia la matanza—. Odion está cambiando el mapa de este sitio. Esta
es la gran hora de la verdad. ¿Y me estás diciendo que no quieres estar en ella?
Tentadoramente, como una esposa deseosa, Jelcho puso una bota suavemente en el
campo de batalla. Otro pie le siguió. El givin carraspeó, una respiración completa
viniendo del profundo interior de su carcasa huesuda.
—Hay tanto vacío.
No necesitas malgastar ninguno, freak. Agarrando un par de blásters del transporte,
Narsk volvió a Jelcho y le giró por el hombro. Ahí, a una corta distancia, abrió las
plataformas de speeders aéreos en el fondo de la Espiral Mortal gruñente.
—Ahí está tu speeder. Aquí está tu arma. —Él golpeó el bláster contra las manos del
givin—. Reclama algo de vacío.
Narsk cogió su nuevo bláster y empezó a caminar alrededor de la Espiral Mortal hacia
el sur. Sería más silencioso y seguro allí, con la torre entre él y las fuerzas de Daiman. No
tenía deseos de una reunión.
Sintiendo a alguien mirarle, Narsk se giró. El givin se irguió sin fuerzas, boquiabierto.
—¿Ahora qué? —Narsk apenas podía ser escuchado sobre el sonido de los anillos
rotando, estallando de la torre.
—Algo extraño, espía bothano, —espetó el givin. Los agujeros de los ojos
triangulares de Jelcho parecían hundirse un poco—. Cuando hablaste antes de Odion
bombardeando el cráter… dijiste «él» en vez de «nosotros». ¿No es la gloria de Odion la
tuya propia?
—¡Cállate y ve a disparar a algo! —Antes de que te dispare yo a ti, sintió como si
quisiera añadir.

***
Rusher miró alrededor. Había de repente multitud de espacio sobre el casco. Cada
batallón mantenía tres observadores dedicados en la plataforma de comando, pero con el
Serracuchillo, el Flechette, y el Sat’skar fuera de acción, sus escoltas habían bajado para
gestionar las operaciones de recuperación.
No es que aquellos que quedaran fueran capaces de hacer mucho. La cresta no había
resultado ser tan buen lugar para asentarse, después de todo. Cada impacto en el lateral de
la colina se agitaba hacia arriba a través del Diligencia, casi golpeando de lado los cascos
de los observadores. Y el humo al alcance era tan denso ahora que no podían ver sus
propios equipos.

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Rusher comprobó el tablón de comando en la barandilla. El despliegue mostraba


cinco luces buenas, dos al norte y tres al sur. Sus batallones todavía estaban dándolo todo,
los fuegos de la perdición sofocando desde la cresta hasta el valle. Pero las fuerzas de
Odion en la Espiral Mortal les tenían sintonizados.
En un destello cegador, una parte de la cresta al norte se desvaneció, mandando
escombros por el cielo. La tripulación de comando de Rusher se escudó mientras la onda
atravesaba el Diligencia, seguida de una lluvia de rocas. Ningún escudo de energía iba a
hacer mucho contra una avalancha desde el aire.
—¡He perdido al Batallón Rantok! —Ignorando la caída de piedras, el observador
líder Rantok saltó de su silla elevada y siguió a su compañero hacia la escalera.
Rusher agarró al tercer observador, un joven humano, por el brazo.
—Quédate aquí. Estás en la observación de evacuación ahora. ¡A babor!
El observador de cara rosa, de unos dieciséis, asintió. Rusher se dirigió al otro lado.
La misión ahora sería mapear las rutas óptimas de vuelta al Diligencia. No hacía ningún
bien para un equipo dirigirse de vuelta a su rampa de carga designada para abordar si
había un cráter de impacto en el camino.
Caminando junto a la barandilla, Rusher escaneó la neblina de abajo. No sería capaz
de comprobar los caminos desde cada rampa; las cámaras en la barriga del Diligencia no
habían funcionado en años. Pero podía obtener visuales directas de los otros. Un agujero
enturbiado se abría cerca del pie de Estribor Tres. Eso estaba fuera. Pero al menos
Estribor Dos parecía nominal…
Rusher bajó los macrobinoculares y entornó los ojos. Beadle Lubboon, casco torcido
y agitándose nerviosamente, estaba alejándose de la rampa a bordo de su rastreador
gateador de carga. Caprichosamente atado a una cadena detrás estaba el gran cañón del
Kelligdyd 25, el cañón láser infamemente cargado erróneamente en Whinndor. El recluta
duros de algún modo había sacado al cañón recalcitrante fuera del contenedor y lo estaba
arrastrando detrás, su masa dejando un socavón en la tierra volcánica.
—¡Niño! ¡Niño! —Rusher apenas podía escuchar sus propios gritos. Pero el novato
no parecía estar en sus cabales por cómo se veía. El chico estaba agachado tan bajo como
podía mientras todavía miraba sobre el toldo del conductor. Los nudillos verdes se habían
vuelto pálidos de conducir el yugo.
Rusher hundió su puño contra su casco. ¡Él no necesitaba esto ahora!
Sobre el valle, la Espiral Mortal parpadeó, y todo el Diligencia se movió, realmente
alzándose un par de metros de la superficie antes de golpear de nuevo contra el suelo.
Envolviendo su brazo alrededor de la barandilla, Rusher miró atrás. El joven observador
se había caído sobre el lateral, así como los dos oficiales restantes que no estaban atados
a las sillas. Rusher trepó hacia la barandilla de delante y miró abajo. Había sido un golpe
de refilón, anivelando una zona justo al sur del anclaje de la nave. Pero podía decir por el
tablón de comando redundante que el escudo de energía de la nave se había ido. ¿Y qué
más?
Rusher activó el comunicador de su casco.

LSW 94
Star Wars: Caballero Andante

—¡Dackett! ¿Qué tenemos?


No hubo respuesta desde abajo. Llamó de nuevo, sólo para escuchar una voz que no
le era familiar de abajo, de la cresta.
—¡El Maestro Dackett ha caído!
Rusher tragó saliva fuerte. Mirando atrás a la tripulación observadora diezmada,
alcanzó la escalera. La Brigada de Rusher se estaba rompiendo.

***
Conduciendo la bici speeder como un ganadero de bantha, Kerra pastoreó a los jóvenes
hacia delante. Con los transportes en llamas, tenía que llevarles al otro extremo de la
instalación de la Heurística Industrial. El fuego de turboláser estaba saliendo hacia fuera
en varias direcciones desde el cono de la muerte de Odion, incluyendo sobre las cabezas
de los estudiantes. Aquellas barreras apuntaban a las posiciones de Daiman en la cresta
norte; más explosiones amontonaban las tierras al este, cortando la carga de un escuadrón
de droides de guerra.
La mayoría de su fuego, aún así, estaba dirigido hacia el objetivo más cercano: la
pseudo-ciudad corporativa en el centro del cráter. Una de las nueve torres ya había
implosionado y caído, pateando una masa de escombros que la ayudó a apantallar los
movimientos de la multitud.
Kerra había liderado una carga de Jedi antes en Chelloa. Esto no era para nada como
eso. Había cientos de estudiantes, quizás más de mil, todos fluyendo caóticamente por el
suelo vibrante, resbaladizo. Ella mantuvo su sable láser elevado y apuntando, sirviendo
de baliza visual dirigiendo a los refugiados hacia delante. Pero ningún refugiado iba a
quedar atrás. Un par de docenas de estudiantes, viendo las torres de la instalación alzarse,
corrieron hacia un refugio imaginario, sólo para virar de vuelta en pánico mientras otra
torre en el lateral sur colapsaba.
Y aún así, las tropas de Odion corrieron como un rayo adelante, desgarrando las
fuerzas de Daiman, que ahora cargaban sin sentido desde la cresta norte hacia la Espiral
Mortal. Kerra lazaba hacia atrás y adelante a través de la multitud corriendo, trabajando
para evitar que los rezagados fueran cortados. Algunos aliens no podían correr del todo,
vio ella, y muchos, como Tan, sólo podían ir tan rápido como sus pequeñas piernas
podían llevarles. Inclinando en éxodo más grande hacia el terreno tranquilo a medio
camino entre las posiciones norte y este de Daiman, ella armó el swoop en un amplio
barrido, rodeando a los rezagados.
El fuego de bláster se arqueaba tras su cuello. Kerra viró. Uno de los soldados
vodranos de Daiman, sin piernas y desangrándose en el fango, descansaba sobre su pecho
disparando a Kerra con su rifle. Kerra apretó el acelerador, sólo para tener a los rayos
siguiéndola, mirando por la espalda de la bici.
—¡Ellos te están atacando a ti, idiota! ¿Por qué tú me estás atacando a mí?

LSW 95
John Jackson Miller

Viendo a los niños cargar ante ella, Kerra golpeó el swoop a la inversa. Los rayos de
bláster volaron pasándola, ella saltó hacia atrás fuera de la swoop y golpeó en seco
encima de la espalda con armadura del vodrano. Mientras el guerrero trataba de rodar y
alzar su rifle, Kerra gritó de rabia y apuñaló hacia abajo.
Empuñando la espada, Kerra rechinó sus dientes y caminó bajo del cuerpo.
Desactivando su sable láser, ella dio una mirada de vuelta a la cresta. Había esperado que
Daiman estuviera llevándose una buena parte, pero la cúpula de comando todavía estaba
allí, casi tentándola. Probablemente tendrían un campo de energía sobre el campamento
ahora. Su siguiente pensamiento fue en los explosivos que había acumulado esclavizada y
que había arrastrado medio camino del Daimanato, hasta la puerta trasera del creador del
caos. Los explosivos ya tras cualquier pantalla de energía que protegiera a Daiman.
Los ojos de Kerra se empequeñecieron. Hazlo, dijo una voz. Acábalo.
Con el pie justo donde la swoop había ido a descansar en el barro gris, Kerra se
imaginó de vuelta en la cúpula, justo una hora antes, elevando la bandolera sobre su
hombro. Ella debería haber acabado con él entonces.
Puedes acabarlo. Desde aquí. Acábalo.
Alcanzando su mochila, Kerra encontró el detonador. Confirmando por la pantalla
que estaba al alcance, ella centró sus ojos de vuelta a la cúpula. En un instante toda su
exasperación, toda su rabia brotó. Vio la cúpula como quería verla, destruida, con el
opresor ido y sus problemas terminados. Vio lo que había visto en la Vía de los
Fabricantes cuando había destruido el Colmillo Negro, utilizando el mismo control
remoto. En ese momento, vio un fin.
Lo que ella no vio —o siquiera se percató— en ese momento, fue su bandolera de
explosivos, todavía envuelta en su pecho, donde había estado desde que ella
despreocupadamente se los puso, de vuelta en la cresta una hora antes.

LSW 96
Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO NUEVE
—¡Kerra! ¡Kerra!
Su pulgar posado sobre el botón rojo del detonador, Kerra miró abajo. En medio de
los refugiados más lentos, una pequeña figura se había detenido. Tan Tengo miró hacia
arriba a Kerra, sus ojos negros justo tan llenos de lágrimas como lo habían estado el día
en que partió de Darkknell.
—Kerra, ¿qué estás haciendo? ¿Qué estás haciendo aquí?
La Jedi bajó el control del detonador. Se preguntó a sí misma la misma pregunta
tantas veces en las últimas semanas. Ahora se la preguntaba de nuevo, y casi
involuntariamente golpeaba la bandolera envuelta alrededor de su cuerpo. ¿Qué estás
haciendo?
—¡Gah! —Con un sobresalto, Kerra lanzó el detonador, tirando de sus manos de
vuelta hacia su pecho. Por un segundo, en medio de todos los sonidos de la guerra, ella se
escuchó a sí misma respirar. ¿Qué estaba pensando?
Tan se agachó y cogió el control.
—Perdiste tu cosa, —ella rechinó—. ¿Eres… eres una Jedi?
Kerra suspiró y abrazó a su antigua estudiante y recuperó el detonador.
—Sí, —dijo ella—, eso creo. —Todavía agarrando a la Tan temblante, Kerra miró
atrás hacia la Espiral Mortal. Sabía lo que acababa de ocurrir. Odion utilizó sus peculiares
habilidades de la Fuerza para dirigir a los otros hacia actos de auto-destrucción. O en su
nombre, como sus guerreros cargados estaban demostrando ahora, o no. Las fuerzas de
Daiman en la cresta habían roto los rangos, incitados a una carga suicidad al igual que
ella lo había estado. Era probablemente el mismo mensaje psíquico.
Tan lloró.
—Nuestra escuela… nuestro arxeum. ¡Lo están destruyendo! ¿Por qué están haciendo
eso? —Ella miró hacia el mar de estudiantes que empezaban a fusionarse en un rincón
donde la pared noreste del cráter se curvaba hacia dentro—. ¿Por qué están tratando de
matarnos, Kerra? ¿Qué hemos hecho?
—Nada, —dijo Kerra, la ira alzándose de nuevo. Miró hacia atrás a la torre vil de
Odion, ahora reduciendo los edificios del centro del arxeum, que eso era lo que era la
cosa, a desechos fundidos—. Es por lo que voy a hacer por lo que deben preocuparse.
Liberando a Tan, Kerra se giró para ver a otro de los motoristas de bicis speeder de
Odion cargando contra ella, con los blásters acoplados disparando. Manteniendo el
terreno, Kerra simplemente alzó sus manos en el aire…
… y empujó hacia abajo, golpeando un peso invisible contra el suelo. La bici speeder
del odionita se fue de debajo de él, chocando contra el suelo del cráter a un metro de sus
pies. Kerra caminó hacia el motorista mareado y le entregó un golpe resonado en la
mandíbula.

LSW 97
John Jackson Miller

Un givin. Kerra había visto givin durante su expedición imprudente a La Aguja,


semanas antes, pero no tenía ni idea de que Odion los estuviera utilizando de carne de
cañón. La criatura ni siquiera tenía armadura aparte de su exoesqueleto natural.
—Escóndete tras mi bici, Tan, —dijo Kerra, poniendo el vehículo de tierra del givin
en modo flotación. Ella tiró del motorista inconsciente de la tierra con sus brazos
larguiruchos—. Sólo será un minuto, ¡lo prometo!

***
Los misiles de conmoción gritaban por sus cabezas, Rusher se forzó a sí mismo a
centrarse en el camino trazado entre los escombros. Había más llegando que saliendo, se
imaginó, con un margen de tres para uno. Cuando fuera que eso ocurriera para cualquier
margen de tiempo, la batalla se habría acabado, incluso para un cañonero con una
tripulación completa.
Y la suya no lo estaba. Se había destrozado muy rápido. Había otros ahí: todos los
especialistas de aquel día en el templo de Daiman, menos el desafortunado togoriano. Y
aún así parecían estar sufriendo aún más. Él todavía vio algún fuego débil viniendo de la
posición del nosauriano en la línea, pero no podía ver para nada a los droides de
Medagazy.
Su gente antes, en el Diligencia, le había dicho que Dackett se había ido con un
equipo de recuperación para tratar de traer de vuelta cualquier cosa del batallón de Tun-
Badon, desde armas hasta el sanyassano en persona. Siempre preocupado por la tasa de
abandonos, pensó Rusher. No deja a nadie atrás. Dackett no debía haber sabido que todo
el trozo de la cresta del Batallón Serracuchillo ya estaba destruido. Las comunicaciones
habían ido en llamaradas, junto con la disciplina. Eso normalmente ocurría al mismo
tiempo.
Rusher miró a un alzamiento en la cresta, justo adelante. La formación no estaba ahí
antes; mucho de lo que había más allá había cedido, y el resto estaba humeando.
Apuñalando al suelo con su bastón de caminar, se impulsó hacia delante, temiendo lo que
vería al otro lado de la división.
—¡Señor! ¡Señor!
Rusher miró boquiabierto mientras trepaba la colina. Era la muerte y la destrucción
que había esperado, peor de la que había visto en su carrera. Las laderas y el armamento
habían intercambiado posiciones, dejando los palos extraños de metal —y extremidades
orgánicas— colgando desde los escombros siseantes. Pero sus ojos se fijaron en la única
cosa en movimiento. El cargador de Beadle Lubboon rodaba a través del humo,
poniéndolo entre los cráteres de impacto. En el lugar del cañón del arma de antes, el
recluta duros había encadenado una camilla improvisada a la parte trasera.
—¡Tengo al Maestro Dackett, señor!
—¡Ya lo veo!

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Star Wars: Caballero Andante

Olvidando el dolor en su pierna, Rusher corrió alrededor del cargador hacia la litera.
Dackett estaba allí, con las ropas desgarradas ensangrentadas.
Beadle llamaba desde delante.
—¡Le vi cuando fui a la colina con el arma, señor!
Rusher se arrodilló junto a la camilla. Mirando atrás, vio un largo rastro excavado en
la grava y serpenteando fuera de la vista. Dudaba de que los elevadores repulsores
pudieran manejar este terreno.
—Un viaje bastante movido, Ryland.
Dackett agarró el cuello de Rusher con una mano derecha magullada.
—¡Dispárame, Brig, antes de que él me mate!
Rusher miró al otro brazo de Dackett. Estaba abajo junto a sus pies, puesto al final de
la litera.
—Lo traje de vuelta yo mismo, —tosió Dackett—. Nunca dejes nada atrás…
Otra explosión de turboláser golpeó la cresta, más abajo. Tirando de su bastón hacia
un lao. Rusher trepó por el cargador. Abrió un contenedor dentro de la puerta del
vehículo y sacó un pack médico.
—Oh, ahí es donde estaba, —dijo Beadle, todavía helado al yugo de control.
—Ahí es donde estaba, —dijo Rusher, tambaleándose de vuelta.
Rusher encontró un punto en los pliegues del cuello de Dackett e inyectó un
analgésico. Mareado, el veterano balbuceó, disculpándose por dejar la nave.
—Me estoy volviendo demasiado viejo, supongo… tomando riesgos que no debería.
—Rusher miró alrededor. Todos en el equipo, al parecer, estaban actuando con abandono
hoy. El chico duros incluido. Algo iba mal en Gazzari. Tenían que irse.
—¡Dame una mano, niño!
Rasgando sus dedos del yugo de control, el duros saltó de su asiento y se tambaleó
hacia la superficie. Junto con Rusher, ayudó a elevar a la pesada víctima hacia el asiento
de pasajeros del cargador.
—No te olvides del brazo, —ordenó atontado Dackett.
—Sí, señor. Quiero decir, no, señor, —dijo el duros.
Con Beadle colgado de forma extraña en la lona, Rusher se asentó en el asiento del
conductor y alcanzó el yugo de control. Las huellas de los dedos del recluta estaban ahí,
grabadas de forma profunda en el plastoide. Rusher agitó su cabeza. Había llevado a
Dackett a través de medio kilómetro del terreno más marcado de la cresta, bajo fuego.
—Niño, ¿qué te poseyó para venir todo el camino hasta aquí para cogerle?
El duros miró abajo, avergonzado.
—Él era la única persona que conocía, señor.
Rusher se rió, pese a sí mismo, pero sólo por un momento. Coronando la colina, vio
sus peores temores hechos realidad. Antes de dejar el Diligencia, había llamado a una
retirada general, utilizando los batallones más cercanos a la nave a cada lado para
apantallar los movimientos de las fuerzas que llegaban desde más adelante. Pero los

LSW 99
John Jackson Miller

restos en llamas por delante era todo lo que quedaba de los apantallantes y los
apantallados.
—¡Estado de equipo!
—Un batallón a bordo, —crujió la respuesta por el comunicador—. Dos todavía fuera
y rezagados, al norte y al sur…
Rusher no pudo escuchar el resto. Desde lejos en el suelo del cráter, la Espiral Mortal
disparó una y otra vez, bancos de torretas a diferentes niveles apuntando por toda la pared
del cráter. No tenían el Diligencia a la vista todavía; Rusher dudaba que pudieran verlo,
con todo el polvo y las cenizas en el aire. Pero estaban haciendo un buen trabajo
derribando algunas de sus fuerzas tratando de devolvérsela. El único refugio posible para
los restos de la brigada debía estar buenamente a años luz de distancia.
¿Y cuál es mi velocidad máxima? ¿Cuatro kilómetros por hora? Rusher se levantó en
su asiento y frunció el ceño. No había forma de pasar. No había forma para nadie.
—Demasiado trabajo para el creador del universo, —espetó él, sentándose y
golpeando al vehículo en los mecanismos—. ¡Aquí no hay milagros!

***
Agachándose tras el borde de un speeder aéreo aplastado, Narsk miró a la unidad de
comunicación. Y miró de nuevo. A tiempo. Esta sería la cosa más extraña que ocurriera
nunca en la historia de la guerra organizada, o incluso la guerra entre Lords Sith.
Pero el mensaje que había recibido desde el espacio estaba claro, como lo estaba su
misión. Tenía una señal por mandar a los combatientes en Gazzari. Odion… y Daiman.
Tendría el código. Ellos tendrían que aceptar su palabra. Pero mirando a la Espiral
Mortal arrojando energía a las fuerzas menguantes de la pared del cráter, Narsk se
preguntaba si alguno de los presentes escucharía su mensaje. Buscando, encontró un par
de macrobinoculares cerca del cuerpo del piloto de speeder odionita. Incluso si la Espiral
Mortal no estuviera creando la interferencia, ¿estarían Odion y Daiman siquiera
escuchando?
Escaneando por el campo, los encontró. No eran difíciles de perderse. Daiman se
alzaba sobre una plataforma flotante en la cresta norte del cráter, con el sable láser
encendido. Sus propias fuerzas unidas por debajo, una mezcla de soldados y los malditos
Correctores, blandiendo sus propias armas. A menos de un kilómetro de distancia, los
Tronadores de Odion aplastaron contra ellos, habiendo roto la emboscada. El propio
hombre rodaba sobre ellos, llevado sobre un esquife volador. Los rayos de Fuerza
resplandecían en las manos del destructor mientras se aproximaba a su confrontación
largamente deseada.
No, definitivamente no escucharán, pensó Narsk. Y probablemente nadie en la batalla
espacial que rabiaba arriba escucharía su llamada, tampoco. Giró sus macrobinoculares
hacia el este, donde el caro arxeum había sido reducido casi por completo a fango. No

LSW 100
Star Wars: Caballero Andante

pasaría mucho antes de que la Espiral Mortal encontrara la masa de refugiados,


dispersándose hacia el este…
Narsk parpadeó. No había error: un sable láser verde. La Jedi. Estaba montada en una
bici swoop llevando a alguna joven, dirigiendo el tráfico. Demente. El pelo negro iba y
venía de su vista mientras ella alternaba su mirada entre ellos y la Espiral Mortal. Pero no
estaba mirando hacia sus torres elevadas, ahora disparando sin resultados a la plataforma
escudada de Daiman. En su lugar, miraba a algo más cercano a su base.
Narsk desvió su vista a la izquierda, sobre un estrechamiento infinito de barro
desparramado de cuerpos. Los odionitas habían despejado toda el área que rodeaba a la
plataforma de armas cónica, un área ahora siendo atravesada por una única bici speeder.
Llegando desde la posición de la Jedi, el volador grisáceo estaba viajando debajo del
escudo de energía en una ruta directa de vuelta a las plataformas de speeders de la Espiral
Mortal. Narsk estrechó su foco.
Jelcho.
El givin inconsciente estaba abatido sobre los manillares de la bici speeder,
precipitándose a toda velocidad, su acelerador apretado. Moviendo su mira, Narsk vio
que Jelcho estaba enganchado al vehículo por algo oscuro. Una bandolera, alineada con
pequeños zurrones, plateados.
Justo antes de que el motorista indefenso alcanzara la torre, Narsk escaneó de vuelta
por el cráter para ver una visión del pasado: Kerra Holt, apretando algo. Su detonador.
Narsk se hundió tras el cuerpo en punta del speeder aéreo. Esto va a ser malo.

***
La base de la Espiral Mortal desapareció con un flash cegador, desgarrando la enorme
estructura. Una grieta despedazadora emanó desde el epicentro, agitando el suelo del
cráter y mandando los escalones más traseros de Odion al aire. Al norte, la onda
explosiva golpeó a ambos Lords Sith de sus perchas aéreas, depositándoles violentamente
sobre sus respectivos grupitos de abajo.
El terremoto llevó a todos los otros en el cráter hacia el suelo, incluso a los rebaños de
estudiantes cerca de la pared noreste. Kerra miró atrás con miedo. Ella les había llevado
lo suficientemente lejos de la zona de explosión, pero la torre anillada estaba torciéndose
sobre sí misma en pedacitos mientras colapsaba, lanzando pedazos en todas direcciones.
Entonces, viendo a los escombros caer cerca de la multitud, Kerra se volvió a sentar
en la bici y sonrió suavemente. La planta de Daiman había producido el nitrito de baradio
para utilizarlo contra Odion. Ella sólo lo había utilizado según estaba intencionado, ¡pero
de una forma en la que el tan llamado creador nunca había imaginado!

***

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John Jackson Miller

—¿Qué demonios ha sido eso? —Incluso Dackett, en su neblina farmacéutica, sintió el


tremor agitando a través del borde del cargador.
—Nuestro milagro, —dijo Rusher, con la boca seca. Las torretas que habían estado
disparando a la cresta ahora estaban haciendo espirales realmente, lejos, sobre el borde
del cráter. Sin esperar a que los ecos se apagaran, él llevó el micro del casco a sus
labios—. Ese es nuestro pie. ¡Todas las unidades, reagrupaos y abordad!
Reactivando el cargador, Rusher miró atrás al pilar de fuego y se maravilló. ¿De
dónde había sacado ese truco Daiman? ¡Muchos más momentos como este, y se
convertiría él mismo en un creyente!

***
Narsk se deslizó de debajo del cuerpo del speeder aéreo. La onda de choque había
elevado el coche y lo había lanzado contra la pared sur del cráter, cogiendo a Narsk por el
camino. El bothano se encontró a sí mismo bocarriba en el asiento de delante, el panel de
instrumentación arrugado habiendo tomado la mayor parte del impacto.
Tambaleándose sobre sus pies, maldijo. Todo le dolía de nuevo, pero había escogido
el momento adecuado para hacer su llamada. La Espiral Mortal había colapsado en su
propia pira funeraria metálica, un volcán en miniatura añadido a los complementos de
Gazzari. Jelcho había encontrado su vacío, gracias a la Jedi. Si tan solo el placer hubiera
sido mío, pensó Narsk, tambaleándose dolorosamente lejos. Desde la órbita.
Encontró la unidad comunicadora no muy lejos de los restos. Su carcasa estaba
agrietada, pero de otro modo parecía funcional. Narsk la activó. Podría hacer su llamada.
Y quizás ahora, los Lords Sith incluso podrían escucharle.

***
Kerra se irguió en su bici, su sable láser apuntando directamente adelante mientras volaba
sobre el cuerpo de la estudiante. Ella gritó a un lado y al otro en cada lengua que podía
recordar; en la parte trasera del asiento, la pequeña Tan hacía lo mismo.
—¡Hacia el este! ¡Hacia las colinas!
Los Lords Sith detrás habían cesado momentáneamente su batalla para reagruparse,
pero finalmente se recuperarían, y el vencedor tendría a los estudiantes. El refugio ahora
sólo podía existir en un sitio, se dio cuenta Kerra. Algo tenía que haber traído todos esos
droides de guerra y cañones a la batalla.
—¡Kerra, ahí hay un camino!
Kerra agradeció a la Fuerza por la vista aguda de la sullustana. El bombardeo había
colapsado la cresta en algunos sitios, pero en algunos de los caminos graduados los
droides de batalla que quedaban pavimentaban el suelo del cráter. Ella no podría decir
qué había sobre el humo, pero tenía que ser mejor que quedarse ahí.
—¡Todo el mundo, trepad!

LSW 102
Star Wars: Caballero Andante

***
El maestro de naves estaba a salvo a bordo. Rusher había visto al recluta duros y a
Dackett subir la rampa antes de volver a la superficie. Los batallones Coyn’skar y
Zhaboka ya habían vuelto; sorprendentemente, con la mayoría de su equipo. Pero el
Equipo Destripador todavía estaba ahí fuera, volviendo de la posición más al norte a
través del desastre por el que Beadle había deambulado. La Espiral Mortal se había ido,
pero las fuerzas de Odion no. Rusher esperaría tanto como pudiera, pero ni un segundo
más.
Miró abajo. Gazzari había sido un desastre justo a la altura de Serroco. Siempre había
querido un trozo de historia militar. Ahora la tenía, si alguien en el mundo sobrevivía
para contarla. Tres mil soldados se habían despertado bajo su mando esa mañana. Si
quedaban mil, estaría aliviado.
No, no aliviado. Nada curaría su herida. Había tenido suerte, hasta ahí. Todos esos
años, y nunca la gran masacre, hasta hoy. Tantos se habían ido. Tun-Badon, y sus
Serracuchillos. Los Sat’skars. Los Dematoils. Y ahora Dackett estaba luchando por su
vida. No había ninguna vuelta atrás de esto para Rusher, no para un cañonero con sólo la
mitad de…
A través del polvo arremolinándose, Rusher vio los largos cañones de los Kelligdyds
sobre el pliegue norte de la cresta. ¡Los Destripadores lo habían conseguido! Rusher trotó
hacia delante, caminando alrededor de los escombros mientras las máquinas iban
alrededor de la elevación con sus elevadores repulsores. Exultante, Rusher golpeó las
espaldas de los soldados desorientados, maltrechos que corrían al lado.
—¡Cargad, compañeros! Coged cualquier rampa de carga. Tenemos ocho, no…
Él se detuvo. En pie en la cresta de la formación derruida, Rusher miró abajo a una
multitud. Estudiantes de los transportes de la Heurística Industrial se movían en enjambre
subiendo la colina, inundando sus asediadas fuerzas.
Rusher corrió hacia atrás, alzando su bastón en un fútil intento de cortar el camino.
—¡Ahora esperad! —los jóvenes y adolescentes de prácticamente cada especie en el
Daimanato le inundaron al pasarle, colándose por la colina hacia el Diligencia y a sus
«ocho rampas, sin esperar».
Asombrado, Rusher miró hacia una de sus cañoneras armadas, haciendo lo que podía
por mantenerse en movimiento.
—¡Zeller! ¿Has traído tú a esta gente?
—Negativo, Brigadier. ¡Vinieron con ella!
Rusher miró atrás al horizonte. Tirando de la parte trasera había una mujer humana
vestida de marrón en una bici speeder, acosando a los refugiados por el camino. Joven,
pero mayor que la mayoría de los estudiantes, y llevando un sable láser.
Zeller elevó su brazo e hizo un gesto hacia las rampas de la nave.

LSW 103
John Jackson Miller

—¿Quieres que les hagamos volver? —los centinelas de Rusher se alzaban en las
rampas, sosteniendo sus rifles y mirando con urgencia hacia él buscando guía. Los
estudiantes casi estaban en la nave.
Rusher se quitó su casco y se frotó los ojos.
—Creo que estamos superados. —Honestamente no esperaba que su gente se volviera
contra un puñado de críos huyendo de una zona de guerra. Pero la mujer en la bici
speeder era otra historia. Con los rezagados por delante de ella, desactivó su sable láser.
—Está bien, —dijo Rusher. Lanzando el casco al suelo, empezó a marchar sobre la
colina hacia ella, flanqueado por Zeller y tres de sus compañeros de tripulación.
Los refugiados corriendo simplemente se dividieron, fluyendo a su alrededor. Rusher
los ignoró, también.
—¡Espera un momento ahí! ¿Quién eres tú? ¿Qué tratas de demostrar?
—¿Y tú eres…? —La voz de la mujer era ronca, igualando sus características
oscuras.
—Jarrow Rusher. Brigadier Rusher. —Él apuntó bajo la colina—. Esa es mi nave.
—Aha. Kerra Holt, —dijo ella, dando un paso fuera de la nave. Ella apuntó en la
misma dirección—. Esa es nuestra nave.
—Demonios que lo es, —dijo Rusher—. ¿De qué va esto?
—¿A qué te refieres, de qué va esto? —Dijo Kerra, alzando a la joven sullustana
fuera de la bici—. Debería pensar que es obvio. —Ella señaló con el pulgar sobre su
hombro derecho hacia el suelo del cráter. Los fuegos artificiales estaban empezando otra
vez, con las fuerzas personales de Daiman y Odion enfrentándose directamente—. Tú
estás aquí. Nosotros estamos aquí. Nosotros nos vamos.
—Somos un vehículo militar en una tarea, —dijo Rusher, tratando de bloquear su
camino.
—Ya no, —contestó ella, golpeando tras él.
Los soldados de Rusher a cada lado empezaron a moverse, pero él salió como un rayo
el primero, siguiendo a la mujer joven.
—No creo que lo entiendas, chica. Puede que no tengamos sitio para… ¿cuántos has
traído aquí?
—No he tenido tiempo para hacer un recuento.
Tampoco yo. Rusher echó un vistazo al Diligencia. La multitud había alcanzado las
rampas, fluyendo con todos ellos, pasando los cañones que esperaban fuera a ser
cargados. La mujer se detuvo, mirando al cuerpo principal de la nave colgada sobre los
aterrizadores gemelos de cargamento.
—Eso me parece como un espaciador.
—¡Lo era!
—Bien, —dijo ella, ajustando su mochila—. Lo vuelve a ser.
Rusher agarró su chaqueta. El cuero estaba arrugado y sucio, embarrado —como lo
estaba él— con las cenizas. Los ojos castaños intensos le devolvían la mirada. No los
irises dorados perversos de los Lords Sith, pero igual de brillantes.

LSW 104
Star Wars: Caballero Andante

—¡No entran Sith en mi nave!


—¿Te parezco un Sith?
—Pareces loca. ¡Eso es suficiente!
Kerra se liberó del agarre del brigadier.
—¿Ves a muchos Sith que lleven sables láser verdes?
—¡Depende de a quién maten! —Rusher sabía de multitud de Sith que los
coleccionaban, antes cuando los Jedi todavía estaban activos ahí fuera.
Toqueteando su arma apagada, la mujer se detuvo y estudió la cara de Rusher.
—Tú trabajas para Daiman. Te he visto antes… en su palacio.
Rusher la miró.
—No puedo imaginar cómo.
—No, probablemente no puedes, —dijo ella. Observando las líneas de estudiantes
moviéndose por las rampas hacia el Diligencia, ella hizo un gesto para que la chica
sullustana caminara a su lado—. Esta gente es del territorio de Daiman. Él los ha traído
aquí.
—Lo sé
—Bueno, ahora puedes llevártelos fuera de aquí, —dijo ella—. Antes de que les
maten.
—Simpatizo contigo. Pero sólo estamos aquí para proveer apoyo de fuego contra
Odion, —dijo Rusher, enderezándose. ¿De verdad mandaría Daiman a alguien para
probarle en medio de una guerra? No iban a cogerle—. No nos ha traído aquí para
evacuar civiles.
—No parece que estés proveyendo apoyo de fuego. Parece que te estás yendo. —La
mujer hizo un gesto más allá del gentío, donde los soldados restantes del Batallón
Destripador estaban desmontando sus piezas de artillería. Volviéndose, se aproximó a
Rusher. Bota a bota con él, miró urgentemente dentro de sus ojos—. Mira, llévatelos de
todas formas. Ya lo sabes: si lo aprueba, Daiman te dirá que fue su intención todo el
tiempo.
Rusher parpadeó. Ella había descrito a Daiman a la perfección. La mujer era de
apenas la mitad de su edad, quizás un poco mayor. ¿Qué estaba haciendo aquí fuera? Ella
no era una de los de la gente de Daiman, no vestida así. ¿Y preocupada por los niños?
¿Podía ser realmente una Jedi?
Kerra se alejó unos pasos donde la sullustana estaba ayudando a los refugiados más
pequeños hacia la rampa de carga. Aparentemente satisfecha con su movimiento, ella
miró atrás a Rusher.
—Mira, si no me quieres a bordo, me quedaré. —Ella echó un vistazo hacia la
multitud ascendiendo—. Simplemente llévatelos de aquí.
Un sonido chirriante desde arriba a lo alto previno la respuesta de Rusher. A través de
las nubes rodando ahora empezando a soltar su lluvia contaminada, aquellos fuera del
Diligencia vieron unas sombras oscureciéndose. Varias sombras. Los hombros de Rusher
se agitaron.

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—¿Ahora qué? ¡Este lugar está más transitado que un espaciopuerto!


—No te equivocas, —dijo Kerra, apuntando alto.
Dos enormes naves de guerra perforaron las nubes, descendiendo hacia los extremos
opuestos del cráter. Rusher reconoció una como parte de las fuerzas de ataque de
Daiman; la otra llevaba un símbolo odionita. Separados por meros kilómetros, los dos
navíos flotaban sobre el cráter. Encarados el uno contra el otro, y esperando.
—Eso… no parece apoyo aéreo.
—No, —dijo Kerra, mordiéndose el labio—. Algo ha cambiado.
—No ha cambiado lo suficiente. —Buscando sin resultado su casco, Rusher alcanzó
en su bolsillo su comunicador de repuesto—. Novallo, ¿estamos en forma para
movernos?
Su ingeniera malhablada respondió con varios epítetos refiriéndose a los nuevos
invitados en las vías de acceso.
—Lo tomaré como un sí. Llévala arriba. —Él se giró hacia Zeller—. Presiona a todos
hacia las barracas y diles que se agachen.
Rusher se giró para ver a Kerra arrodillándose junto a la sullustana.
—No te preocupes, Tan. Este hombre te sacará de aquí. —Ella agarró las diminutas
manos de la chica—. Encontraré una forma de salir de aquí, también.
—Sí, niña. No te preocupes. Ella lo hará, —dijo Rusher. Tirando su bastón por
encima de la rampa, él alzó a Tan en brazos y se dirigió a su restante tripulación de
tierra—. Olvidad el equipo. ¡Llevaos a estos rezagados!
Kerra se entretuvo fuera, observando al general y a su cargamento triste,
retorciéndose, desaparecer por la rampa. Tomando aliento profundamente, ella volvió a
mirar a los recién llegados asentándose en el cráter.
—¿Qué estás mirando embobada? —Rusher se quedó en la rampa—. Dije que
encontrarías una forma. Puede que seas suicida como una odionita, pero con seguridad no
trabajas para Daiman. —Él señaló—. Vamos. ¡Carga a alguien!

***
Narsk miró a los navíos Sith descendiendo y sonrió. Había hecho su llamada, como le
ordenaron, y ellos habían escuchado bien su mensaje. Ahora los eventos se habían puesto
en marcha; la Batalla de Gazzari acabaría de una forma muy distinta a como Odion o
Daiman habrían imaginado.
Tras las últimas semanas, estaba bien ser el titiritero para variar.
Abriéndose paso hacia uno de los transportes de Odion, puso su ojo sobre el campo
de batalla lluvioso. Tantas vidas. Tanto material. Los cuerpos y los escombros serían sólo
otra capa en la supuración pronto. Él estaba encantado por irse. Sería una cuestión simple
volver al Espada de Ieldis.

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Star Wars: Caballero Andante

Pero eso terminaría su estancia aquí. Había estudiado los planos de la nave insignia
de Odion mientras estaba a bordo, antes. Una vez de vuelta a bordo, un caza de una
persona, capaz de viajar por el hiperespacio estaría fácilmente a su alcance.
Y entonces, al lado de su verdadero maestro

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John Jackson Miller

CAPÍTULO DIEZ
—¡Algo va mal!
Había realmente un montón de cosas que iban mal, desde el punto de vista de Kerra
del «puente» del Diligencia. Para una nave de guerra, la plataforma de comando parecía
ridícula. Había estado bromeando fuera sobre el parecido del fuselaje principal al de un
crucero comercial. Ahora, dentro, podía ver que eso era exactamente lo que era. Las sillas
pijas del puente llevaban los emblemas de una línea de cruceros de las colonias de la
República; a juzgar por ellas, el compartimento de tripulación del Diligencia había
empezado evidentemente su vida como el Vichary Telk fuera de Devaron. ¿Cómo había
acabado aquí, cargando artillería para los Sith?
Pero ese no era el problema que le hizo abrir la boca por primera vez desde que
alcanzaran la órbita. Estando en la alfombra de felpa hace mucho derrotada hacia la
sumisión por las botas de combate, Kerra estudió la conflagración que rabiaba fuera del
puerto de vistas. La corpulenta nave capital de Odion rivalizaba con los destructores más
pequeños y las flotas de cazas chatos por el control de Gazzari; por el número de
abandonos en llamas, la batalla había estado rabiando desde hacía un tiempo. Y a juzgar
por los golpes cercanos al Diligencia, que había experimentado durante el ascenso, estaba
claro que ningún bando estaba dispuesto a ceder un metro cúbico de espacio al tránsito
del otro.
¿Así que, por qué a los dos grandes cruceros, los que habían llegado mientras el
Diligencia estaba cargando, se les había permitido descender antes, sin ser molestados?
Durante el despegue, se había ido a uno de los puertos de vista inferiores esperando
ver los resultados del duelo de Daiman con Odion, pospuesto por su destrucción de la
Espiral Mortal. En su lugar, ella había visto a los cruceros solitarios odionita y daimanato
acercándose a la superficie, sin que nadie le pegara un disparo al otro. Y no había visto
ninguna de las señales que dejara traslucir el momento decisivo final, fraternal.
Kerra caminó bajo los suaves pasos del pozo de comando con barandilla. El lugar era
absurdo. No había una configuración táctica ahí; el puente estaba diseñado para que los
turistas pudieran caminar alrededor del perímetro de la plataforma y mirar fuera al
espacio, o abajo para observar al capitán y a su tripulación haciendo su trabajo, como
figuras en una exposición de un museo. Ella encontró a Rusher ahí, inclinado sobre una
compañera de tripulación y pareciendo generalmente boquiabierto.
—¡Capitán, algo va mal!
—Sí, va mal, —dijo Rusher—. Soy brigadier. —Sin pedirle perdón, Rusher empujó
tras Kerra hacia otra estación de comando—. El zoo está cerrado. Visítelo cuando no
estemos siendo perseguidos.
—¿Perseguidos? —El diseño de la nave hacía imposible ver la popa desde el puente,
y Kerra no había visto nada que se pareciera a un mapa táctico—. ¿Quieres decir, por
Odion?

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Star Wars: Caballero Andante

—Quiero decir, por todo el mundo, —dijo Rusher, mirando arriba hacia ella.
Iluminado por las pantallas de abajo, parecía más viejo de lo que ella recordaba—. La
gente de Odion cree que estamos con Daiman. Y lo estábamos… sólo que Daiman no
esperaba que nos fuéramos, así que las naves que ha traído no saben qué somos, —dijo
él. Se quitó el sudor de su corta pelambrera de pelo caoba—. No hay exactamente nadie
llevando el control de tráfico ahora mismo.
—Simplemente han eliminado al Sin Remordimientos, —informó su navegante mon
cal.
—¿Ves? —El general se dobló del dolor—. No sólo somos nosotros. Ese era un
carguero de infantería. Todos los irregulares que se van de la cresta lo están teniendo.
Kerra caminó las escaleras hacia arriba de nuevo hacia la gran ventana de
observación en el lado de estribor. La batalla era cegadora, casi demasiado para que lo
procesara la mente humana. Los turistas del Vichary Telk nunca habían visto unas vistas
como esas desde ahí. Con el Diligencia zigzagueando, era difícil encontrar un punto
tranquilo de referencia. Excepto uno…
—Esperad, —dijo ella. Entornando los ojos, Kerra vio una pequeña flotilla de naves
flotando en la nébula cerca del sol de Gazzari—. ¿Quién está ahí?
—La gente de Lord Bactra, —dijo Rusher, mirando atrás sobre las pantallas—. Ellos
entregaron el arxeum. El, uh, antiguo arxeum.
—¿Y Odion les está ignorando?
Rusher se giró para encararla.
—No doy clases de historia, ya sabes. —Detrás, alguien de su tripulación reprimió
una risa entre dientes. Rusher miró atrás e hizo una mueca—. No ahora mismo, en
cualquier caso.
Kerra reflexionó. Lo que había visto cuadraba con lo que sabía de la inteligencia de la
República: Bactra trataba con ambos hermanos. Cualquier trato que tuvieran él y
Daiman… él probablemente no se involucraría en la lucha, e igualmente conduciría lejos
de él. ¡Eso era!
—Dirígete hacia allí, —dijo Kerra, apuntando a las fuerzas de Bactra—. Quizás
podamos ocultarnos entre los neutrales.
—Quizás nos adopten y nos lleven a casa, —dijo Rusher, poniendo sus ojos en
blanco. Él lanzó hacia arriba sus manos—. Hazlo, —dio la orden a su timonel.
El Diligencia se estremeció, sacudiéndose a la derecha tan rápidamente que Kerra
tuvo que equilibrarse contra la ventana. Escuchando el gruñido metálico mientras la nave
viraba, miró hacia abajo a la enorme pata de carga en forma de cruz que servía de pie
derecho de la nave y se preguntó si permanecería unida. Cualquier constructor de naves
en la República llamaría a esto una chapuza.
El navegante habló.
—¡Nos han cogido, Brigadier!
Rusher miró arriba para ver al fuego de láser azul chispeando por la ventana de babor.
Un segundo más tarde el fuego naranja se arqueó tras el puerto de vistas al lado de Kerra.

LSW 109
John Jackson Miller

—¿Quién nos tiene?


El mon cal miró arriba.
—Ambos nos tienen, señor. —Varias de las naves de Odion y Daiman habían roto
para seguirles hacia la nébula.
—¿Torreta trasera?
—Dañada en la carcasa, señor.
Rusher se encogió de hombros y caminó subiendo las escaleras.
—No duraremos mucho, —dijo él, mirando abajo. Las naves de Bactra estaban
delante, tentadoramente cerca, pero nunca llegarían allí a ese ritmo. El Diligencia no
tenía la velocidad ni los escudos para sobrevivir al enfrentamiento.
—¡Esto es una locura! —Confrontando a Rusher, Kerra hizo un gesto hacia la
ventana tras ella. Otro rayo iluminó el espacio en el exterior—. ¡Podéis luchar! ¡Esta nave
está repleta de armas!
—Las armas de esta nave están en palés en el contenedor, señorita, —dijo Rusher,
fulminándola con la mirada. Agarrando su brazo, él la giró abruptamente para que mirara
al exterior—. Esos cañones de ahí fuera son sólo cargamento, y la mitad de ellos se han
perdido.
La cara de Kerra cayó mientras miraba donde él estaba señalando.
—Nuestras armas de popa están fuera. Eso nos deja con un par de desmenuza-rocas
que disparan hacia delante, —dijo él. Una barrera hizo eco a través de la nave, haciendo
que Rusher buscara apoyo vertical—. Nos tienen. Hemos frenado un segundo para
girar…
Kerra miró en blanco al hueco de control. Tenía que haber algo que pudiera hacer,
pero su mente, normalmente rebosante de ideas, fracasó en ser productiva. Mirando atrás,
ella vio al brigadier. Con los brazos cruzados, Rusher se inclinó contra la columna y miró
fuera de la ventana al resto de su nave. Las explosiones láser estaban llegando más cerca
ahora, reflejándose en el brillo de la ventana.
—Gracias. Por… por hacernos llegar tan lejos, —dijo ella.
Él no miró atrás.
—Siento que no podamos llevar a salvo a tus niños.
Kerra empezó a caminar hacia la ventana.
—No son exactamente mis niños…
¡Kerr-rraannng! La vista fuera de la ventana cambió abruptamente, el fuego de láser
y las nebulosidades se convirtieron en acero negro y luces rojas gritando. El Diligencia se
precipitaba violentamente, golpeando a Kerra y a Rusher hacia atrás de la mampostería.
—¡Nos han golpeado!
—No, —dijo Rusher, trepando sobre sus pies, mirando al techo—. ¡Han chocado
contra nosotros!
Kerra se unió a él de vuelta al puerto de vistas. Las naves de combate oscuras de
Odion se dispararon hacia la derecha, apenas llegando al cuerpo del Diligencia. A la

LSW 110
Star Wars: Caballero Andante

izquierda, los cazas de persecución de Daiman de tres protuberancias se propulsaron


pasándoles. Disparando lejos, disparando adelante.
—No nos están apuntando a nosotros, —dijo Kerra—. ¡Están disparando a las naves
de Bactra!
La mandíbula de Rusher cayó. Delante, en la nébula, dos de los cruceros con forma
de media luna estallaron en llamas.
—Qué dem…
—Mensaje entrante, —anunció el operador de comunicaciones desde detrás—.
¡Holograma!
De repente la imagen holográfica de Daiman estaba tras ellos, fluorescente en la
oscuridad.
—Todas las unidades irregulares, atendedme. Esta operación ha entrado en una nueva
fase…

***
Rusher agitó su cabeza.
—¿Qué… acaba de pasar?
Su puente estaba en silencio.
El mensaje había sido tan tenso como el de los terrenos de la procesión, días antes.
Daiman había ordenado al Diligencia, y, supuso Rusher, a cualquier otro mercenario que
sobreviviera a Gazzari, que siguiera una ruta hiperespacial en particular.
Rusher vio a la mujer guerrera colgada en el punto más alejado delante en la
plataforma de mando, arrodillada mientras estudiaba la nébula de delante. No quedaba
mucho para rescatar los escombros.
Las fuerzas de Daiman y Odion se habían vuelto conjuntamente hacia la flotilla
sorprendida de Bactra, dejando la mitad de ella como desperdicios en menos de un
minuto. El navío más grande de Bactra y los otros supervivientes habían saltado
abruptamente al hiperespacio, seguidos por varias de las naves capitales de los hermanos
hasta hace un minuto enfrentados. Y saliendo justo ahora había dos grandes cruceros, uno
de Odion y uno de Daiman, que habían aterrizado intactos en Gazzari hacía poco.
—Él mencionó coordenadas.
—Justo ahí, Brig. —El operador de comunicaciones leyó lo que les habían
mandado—. No te vas a creer esto.
Rusher casi se quedó tonto.
—Esto… esto es en el espacio de Bactra. Jutrand.
—Es su capital, ¿no? —llegó la voz de Kerra desde delante. Ella todavía estaba
balanceándose suavemente sobre su rodilla, mirando fuera a la nébula hacia un punto
mucho más lejos de los escombros en llamas—. Es la capital de Bactra.
—No lo sé, —dijo Rusher—. Quizás no por mucho tiempo.

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John Jackson Miller

Rusher trató de reunir las piezas. Tenía que pensar que Odion habría mandado el
mismo mensaje a sus propias fuerzas. ¿Por qué otra cosa habrían atacado a Bactra al
mismo tiempo? Pero eso sólo alzaba otra pregunta: ¿por qué Daiman y Odion habían
hecho algo al mismo tiempo, aparte de tratar de matarse el uno al otro?
Su visitante miró atrás, por completo tan confundida como lo estaba él.
—He estado fuera un tiempo, —dijo ella—. ¿Hay algún precedente de Daiman y
Odion colaborando?
—Ninguno. Lo acabas de ver, —dijo Rusher—. Si yo no lo hubiera visto, no lo habría
creído.
Kerra se alzó.
—No hay nada aquí que no pueda creer. —Su voz era más baja de la que había
escuchado antes.
Rusher volvió a mirar al mon calamari.
—¿Alguien apuntándonos?
—No, Brigadier. Daiman todavía tiene sus fuerzas despegando de Gazzari, pero toda
la gente de Odion parece haberle seguido.
Al mundo hogar de Bactra. Rusher miró arriba para ver a Beadle Lubboon en la
entrada, sosteniendo un panel de datos. El niño parecía como si se hubiera perdido al
menos una vez de camino al puente. Está bien, pensó Rusher. Todos estamos un poco
perdidos ahora mismo.
—Tengo su recuento, Brigadier.
Rusher trepó las escaleras hacia el hueco de comando para coger el panel de datos.
—¿Y el Maestro Dackett?
—Los médicos han tenido que atarle a la mesa, señor, para evitar que viniera aquí
arriba cuando comenzaron los disparos.
Exhalando, Rusher cogió el panel de datos. Su alivio por las noticias duró hasta que
vio los números.
—Mil setecientos diecisiete.
Kerra miró atrás.
—¿Esa es tu tripulación?
—No, —dijo Rusher—. Es la tuya.
La tripulación de Rusher le devolvió la mirada. ¿Cómo podían haber cabido tantos
refugiados en el Diligencia? Su comandante tenía la respuesta.
—Nuestros supervivientes son quinientos sesenta. —Él marcó los números. Algunos
porcentajes de los batallones Desgarrador, Coyn’skar, y Zhaboka, mas aquellos cuyas
asignaciones les habían mantenido a bordo del Diligencia en Gazzari.
Él soltó el panel de datos en la alfombra y se irguió en silencio por un momento.
Entonces se giró.
—Daiman nos dio una orden. Cargad las coordenadas para Jutrand.
Al otro lado del puente, Kerra casi saltó fuera de sus botas.
—¿Qué?

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Star Wars: Caballero Andante

—Fuimos contratados para luchar una batalla por Daiman, —dijo Rusher, con
gravedad—. Dice que aún no se ha acabado.
—¡Lo ha hecho ahora! —Kerra pisoteó los escalones hacia el hueco de comando,
caminando tras la tripulación sentada del puente—. ¿Qué vas a hacer, lanzar rocas a
Bactra? Quiero decir, acabas de decirlo. La mitad de tu tripulación está muerta o… —
Ella se detuvo y miró incrédula arriba al brigadier—. No, no, —dijo ella, inclinándose
sobre la silla del navegador—. Desobedece esa orden. Sólo…
—¿Desobedecer? —Rusher atormentó sobre la barandilla—. Escucha, señorita, tienes
suerte de estar aquí ahora mismo. ¡Estoy planteándome tiraros a ti y a tus niños de vuelta
a esa cresta e irme, mientras todavía podamos! —Él miró a las naves del exterior. Al
menos nadie estaba disparando más, pero eso no quería decir que estuvieran a salvo—.
Sea cual sea nuestra condición, somos profesionales. Tenemos un compromiso. Daiman
todavía podría estar en el sistema con nosotros, por todo lo que…
—No. Odion y Daiman siguieron a Bactra… en esos cruceros que vinieron a
cogerles. —Kerra miró arriba hacia él—. Ya no les percibo.
—¿Utilizas la Fuerza? —Rusher la miró—. ¿El sable láser no es sólo por diversión?
—Soy una Jedi.
Rusher puso sus ojos en blanco. Esto era surrealista.
—Algún tipo de Caballero andante, corriendo por el espacio Sith sola, ¿no es eso?
Salvando los cuerpos estudiantiles aquí y allá.
—No, esto es nuevo, —dijo Kerra seriamente—. Normalmente salvo planetas
enteros.
Rusher la miró por un momento, esperando que su expresión cambiara. No lo hizo.
Tenía razón la primera vez, pensó él. Está loca.
Lanzando arriba sus manos, Rusher se giró para caminar fuera del puente.
—Está bien, hemos acabado. Trázanos un camino fuera de aquí.
—¿A dónde? —preguntaron el navegador y Kerra al unísono.
Rusher se encogió de hombros.
—Simplemente a cualquier parte. —Necesitaban reparaciones. Refuerzos. Tiempo
para reagruparse. Pero no serían bienvenidos en el espacio de Daiman tras abandonar en
Jutrand. Podrían tratar de argumentar que estaban demasiado tullidos para hacer el viaje,
pero Rusher no depositaba demasiada esperanza en la simpatía de Daiman.
Y lo más importante, tenían que librarse de sus pasajeros. De una en particular.
—Voy a ir a comprobar al Maestro Dackett y los otros.
Rusher se detuvo en la entrada y miró atrás.
—Y para tu información, cinco sextos de mi tripulación están muertos o
desaparecidos. Hazlo bien.
La puerta se cerró tras él.

***

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John Jackson Miller

—Bactra está acabado, —dijo Narsk, relajándose en la arena.


La brisa del desierto era cálida en su pelaje. Los packs médicos de calidad estaban
haciendo maravillas por él, también. La idea de Odion del cuidado médico era amputar
las extremidades adoloridas y fijar blásters en su lugar.
Le había llevado meros días al ataque sorpresa conjunto para alcanzar la espalda del
régimen de Bactra. Narsk había abandonado cerca del principio, como estaba planeado,
huyendo a un puesto cerca de Jutrand para observar y recuperarse. Ahora estaba haciendo
su informe final.
—Odion y Daiman están luchando contra los restos, pero eso es lo que se esperaba.
Una voz femenina expresó satisfacción.
—El mandado está completo, entonces. Un legado será solicitado.
Narsk inclinó su cabeza.
—Ciertamente. —Esta audiencia ya estaba casi con seguridad hecha. Dos frases era
lo más que había recibido jamás por holograma.
Mientras empezó a alzarse, otra pregunta llegó:
—¿Qué… hay de la Jedi?
Asombrado, Narsk se puso rígido ante la cámara de la unidad de comunicación.
—¿Kerra Holt? Ella estaba en Gazzari, —dijo él—, apuntando hacia Odion. No sé si
escapó.
Las palabras colgaron en el aire por un momento. Narsk se preguntó si se suponía que
debía haber dicho algo más, o algo diferente.
—Escapó, —llegó la respuesta, al fin—. Sé exactamente dónde está.
Narsk no sabía cómo, pero sabía que era mejor no preguntar. Tragó saliva
fuertemente, su garganta acababa de restaurarse por las bebidas del complejo de oasis.
Podía sentir su breve respiración llegando a un fin.
—¿Cuáles son sus órdenes?
—Mantén un ojo sobre ella. Podría significar más para mis planes de lo que sabes. —
El holograma empezó a desvanecerse en los rayos del doble ocaso—. Y en cuanto a ti,
prepárate para viajar. Sé de otro que necesita los servicios de un especialista…

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Star Wars: Caballero Andante

Segunda Parte

LA
DIARQUÍA

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CAPÍTULO ONCE
A Saaj Calician le gustaba mirar a la gran ciudad, pero no podía recordar por qué.
Vagamente recordaba ver por primera vez las vistas desde El Loft a su llegada, años
antes. Fue entonces que había encontrado la metrópolis grandiosa, y fue esa valoración
en lo que él seguía confiando, ahora que su habilidad para la descripción le estaba
abandonando. Hoy, cuando el regente miró hacia abajo, vio sólo la geometría de la vida
allí; pequeños seres en pequeños edificios hexagonales, alzándose desde el mar pálido
cerúleo que rodeaba su altiplano. El océano, también, parecía recordar que le gustaba,
pero no podía estar seguro. Era sólo una impresión, y Calician no podía ya determinar si
era su pensamiento o el de alguien más.
El krevaaki se entretuvo en la ventana que rodeaba el ático, dejando que el sol
calentara sus tentáculos. Incluso a través de la pantalla oscura, siempre ayudaba a su
circulación. Durante un momento, pensaba que casi le había devuelto la sensibilidad a sus
extremidades.
Pero el sentimiento era fugaz. Los ojos negros brillantes de Calician se encogieron en
irritación. Otros krevaaki, del doble de su edad, tenían más rango de movimientos del que
tenía él. Algunos días ni siquiera podía contonear sus antenas bajo su hocico similar a un
caparazón. No había nada justo en ello. El regente no había tenido una vida dura. No
había viajado mucho. Pero era, por vocación, el anciano, y el trabajo le había hecho viejo.
La figura entunicada se retorcía de rabia. Sus extremidades superiores todavía
funcionaban, ocultas en los pliegues de la tela beis. Los krevaaki que había conocido, los
que eran más robustos que él a su edad: ¿qué eran ellos, en cualquier caso? ¡Nada! Ellos
estaban ahí fuera ahora, en las comunas poligonales en el horizonte, llevando a cabo sus
órdenes. Ninguno de ellos se habían elevado a nada similar a su posición, incluso
aquellos tocados, como él lo estaba, por la Fuerza.
Él había escuchado sus historias antes, cuando las historias se contaban, de famosos
krevaaki que seguían al otro lado de la Fuerza, como Caballeros Jedi y otros imbéciles.
¿Qué les había dado eso? Nada, comparando con lo que el lado oscuro le había puesto a
su disposición —entonces, como un joven adepto bajo Lord Chagras— y ahora. Era tan
obvio, lo que el lado oscuro ofrecía. Grandes recompensas, poderosas, como…
… bueno, no podía recordarlo ahora mismo. Pero estaba seguro de que había algunas,
y aquellos altruistas cabeza de caparazón de vuelta a casa nunca compartirían los
beneficios. Siempre se sentía bien pensar en los otros krevaaki. Comparando su totalidad
con la de ellos, Calician sabía quién era. Poderoso, y real, e independiente…
—¡REGENTE!
El krevaaki se separó de la ventana, las túnicas hinchadas. Los tentáculos contraídos
se estremecieron con vida, de repente animados por algo más que su espíritu. Escalando
la tarima con forma de diamante, se enfrentó a las sombras sin ver. Él estaba en la
Presencia, y estaba mal mirar demasiado de cerca.
—El aspecto de regente nos alimentará, —ordenó una voz chirriante femenina.

LSW 116
Star Wars: Caballero Andante

—Yo os alimentaré.
Como en el aire, Calician planeó desde la gran habitación hacia el vestíbulo, para
pasar al mando. Las comidas se tendrían. Encontraría a los seres en el siguiente nivel que
entendieran los dispensadores de comida, y si no eran capaces de cumplir con la petición,
las operaría él mismo. Y él podía, también. Los tentáculos que no trabajaban por él,
minutos antes, eran de repente ágiles ahora.
Calician no lo cuestionó; no había nada que cuestionar. Conocía su rol. Para la
Presencia, él era el apéndice.

***
—El Brigadier Rusher está durmiendo, —dijo Beadle Lubboon—. Trataba de contarle
sobre la situación de albergar a los refugiados y él se quedó frito de nuevo.
—¿De nuevo? —Kerra miró al joven duros, moviéndose inquieta fuera de la puerta
hacia las barracas—. ¿Hace esto a menudo?
—Soy nuevo aquí, también, madame, —dijo Beadle, a modo de disculpa—. Pero él
parece… estar interesado en lo que él está interesado.
Eso parecía una descripción más suave de la que ella habría dado. Kerra agitó su
cabeza.
—Espera a que el Maestro Dackett haya acabado en los prostéticos, —dijo ella—.
Quizás él pueda hacer que algo ocurra.
Kerra observó al recluta pasear de vuelta al turboascensor y girar hacia el dormitorio
abarrotado. Después de haber pasado un par de días a bordo, cambió su visión de la nave
de Rusher. No era el crucero de lujo que habría esperado por el puente; era más una sala
de observación donde la tripulación y el cosmos por igual estaban expuestos. Parecía que
los devaronianos —o al menos, el grupo que había construido el compartimento de la
tripulación— tenía un sistema social justamente estratificado. Algunas de las
instalaciones eran buenas habitaciones, si no a la moda, individuales con vistas. Pero la
mayoría de los pasajeros viajaban en grandes barracas localizadas no tanto
«bajoplataforma» sino «entreparedes», en las secciones más internas de la nave. Los
pasajeros eran almacenados en largos grupos de literas apiladas en tres pisos. Apenas
había espacio suficiente para caminar entre ellas, mucho menos correr, como muchos
insistían en hacer, pese a sus repetidas advertencias.
Y no es que hubiera algún lugar para ir para ellos. Más allá de sus catres, sólo había
un área común adyacente que era el doble de desastre. Cuando no estaban comiendo,
estaban tratando de destruirla. Los estudiantes no eran exactamente jóvenes, pero lo eran
sin la supervisión Sith por primera vez en sus vidas, encerrados en un espacio confinado,
con energía nerviosa que malgastar. Incluso los jóvenes adultos parecían estar volviendo
al nivel más bajo de madurez en la habitación. Sus actividades estaban en un peligro real
de hacer un daño serio a las decoraciones atornilladas, si no al cuerpo de la nave. Kerra se
alegraba de que hubieran olvidado el camino hacia donde la artillería estaba almacenada.

LSW 117
John Jackson Miller

Y había tres cuartos llenos más en otras plataformas, cada uno demandando la
atención de Kerra. Incluso en esas, no había espacio suficiente. Mientras que la nave de
Rusher había cargado una vez, más de tres mil guerreros, la mayoría trabajaba sus
jornadas y compartían alojamiento. Kerra había estado forzada a poner a varios en el
suelo en el vestíbulo de fuera, generalmente a los estudiantes más viejos que ella había
representado como guardianes morales. La mayoría de ellos estaban lo suficientemente
felices por la oportunidad de salir de las grandes habitaciones y realmente experimentar
el silencio de nuevo.
Había sido un periodo exhaustivo. Ella había encontrado problemas con los que
nunca había imaginado tratar antes, situaciones que desafiaban todas las habilidades
logísticas que había desarrollado bajo el tutelaje de Vannar Treece. Porque otra
característica de la sociedad devaroniana era que casi todos sus viajeros eran hombres, las
instalaciones de cuartos de baño en la plataforma eran comunes, ofreciendo nada de la
privacidad que varias de las especies bajo su cuidado requerían, ella misma incluida. Ella
empezó a trazar líneas hacia los servicios de cada plataforma. Pero incluso eso había sido
una lucha para conseguirse. Ella había encontrado pronto que la Heurística Industrial
había llevado reclutas de varios mundos de Daiman, no sólo Darkknell, a Gazzari.
Mientras que los reclutadores que había encontrado hablaban básico —bueno, uno de
ellos lo hablaba— varias de las especies a bordo no sabían ni una palabra. ¿Cómo le dices
a un Wookiee que espere su turno para aliviarse?
Había más. Todos respiraban oxígeno, pero los cuartos de estar siempre estaban
demasiado cálidos o fríos para alguien, normalmente demasiado cálidos, mientras el viaje
se prolongaba. Algunas de las especies no podían ser alojadas cerca las unas de las otras,
por razones olfativas o de otro modo. Y poner a los siempre pubescentes lujuriosos
zeltrons en un viaje de crucero con cualquiera había sido un error total.
Había cosas en las que la Heurística Industrial ya había pensado, le habían dicho; el
arxeum estaba diseñado como una instalación multiespecie. Más de una vez, Kerra se
encontró a sí misma deseando que uno apareciera milagrosamente.
Poca ayuda le llegaba de los miembros de la brigada. La gente le había asistido
ocasionalmente bajo órdenes, pero la mayor parte, pocos, aparte del joven Beadle, se
ofrecían voluntarios. La mayoría permanecían en sus propias plataformas. Kerra se
preguntó en voz alta sobre eso ante Novallo, la ingeniera humana de edad media. Kerra
encontró a la mujer de otro modo aliviada de la adversidad de una personalidad, pero sin
embargo le preguntó si los miembros de la tripulación eran siempre tan hostiles con los
civiles.
—A veces, —había contestado Novallo—. Pero eso no es así. Tus mocosos están
durmiendo en las literas de sus amigos muertos.
Rusher había sido poco más amable, durante los pocos minutos que ella le había visto
realmente en la pasada semana. Ella sólo le cogió un par de veces en los días desde
Gazzari, siempre cuando estaba de camino a algún otro lugar. Todo lo que involucraba a
los refugiados lo había delegado, particularmente al atontado, pero de buena intención

LSW 118
Star Wars: Caballero Andante

duros. Era probablemente lo más que ella podía esperar de alguien que trabajaba para los
Sith. Él era la persona equivocada para pedirle asistencia, mucho menos compasión.
En riguroso contraste había estado el viejo llamado Dackett, que clamaba tener toda
una vida de experiencia en dividir en cuartos a las tripulaciones integradas. Como las
armas en el contenedor, el hombre parecía estar hecho de hierro sarrasiano. Cuando Kerra
lo vio por primera vez, estaba en la plataforma médica, negándose en voz alta a permitir a
los médicos que reengancharan su brazo hasta que los cañoneros en peor estado hubieran
sido tratados. Había sido demasiado tarde para salvar la extremidad para cuando llegaron
a él, pero estaba más preocupado por hacer que su nave y su tripulación estuvieran
enteras de nuevo. Nunca había sido restaurado oficialmente a su deber hasta donde ella
sabía, pero los droides habían abandonado en sedarle tras el cuarto día fútil de tratar de
mantenerle confinado. El hombre le recordaba un poco a un amigo que había hecho en
Chelloa: totalmente viviendo por la gente. Era bueno tener alguna ayuda del todo.
Dackett estaba más familiarizado con las especies que vivían en el sector Grumani, y
en varios casos había mandado a los cañoneros para que sirvieran de intérpretes. Más
importante, había hecho del problema de la comida un punto brillante. La Brigada de
Rusher comía mejor que cualquiera que ella hubiera visto en el Daimanato, e incluso con
el gran número de refugiados, ellos todavía eran menos del complemento normal de la
nave. La mayoría de necesidades dietéticas de los estudiantes habían sido dirigidas por lo
que había en la despensa; los cañoneros eran un grupo diverso. Pero al observar a los
adolescentes, Kerra vio que muchos se atiborraban, acumulaban comida en sus literas, o
ambas. Los estragos de los años de esclavitud no se iban a desvanecer en un simple viaje
de nave espacial.
Lo más triste era cómo muchos, en medio del tumulto, se sentaban en silencio,
traumatizados por los recientes eventos. ¿Cómo podía explicarles todo lo que había
pasado, en cualquier lengua? Y cuando ella hablaba con ellos, todos querían saber una
cosa: ¿Qué pasaría con ellos ahora?
Kerra se lo preguntaba, también. Había tantos de ellos. Ella había pensado seriamente
más de una vez en llevárselos de vuelta de donde vinieron. Pero había todo tipo de
problemas con eso. Incluso si ella podía conseguir que Rusher estuviera de acuerdo —
una previsión en la que tenía poca esperanza— no habían sido recogidos todos del mismo
sitio. E incluso si ellos volvían al territorio de Daiman, sus fuerzas simplemente no iban a
dar la bienvenida a su llegada. Ella sólo concebía el volver a un planeta sólo para ver a
los estudiantes ser distribuidos forzosamente de nuevo, quizás como marionetas en otro
plan mortal. Y eso era inaceptable. El espectro de Daiman, se dio cuenta, era el hilo
conductor de las historias de los pocos refugiados que había llegado a conocer.
Como Eejor, el diminutivo ortolano, cuya hermana mayor al poco de nacer había
muerto por los venenos del agua de Daiman. Los padres habían retrasado el informar de
su muerte durante un año para acumular las suficientes raciones para comprar una
recomendación positiva desde su líder de jornada de la fábrica. O Yuru, el adolescente
snivviano, cuyos cuatro hermanos mayores habían muerto en los ejércitos de esclavos de

LSW 119
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Daiman. Su padre, que se parecía a él, había intentado trabajar disfrazado como él el día
que la Heurística Industrial llegó para administrar sus pruebas.
El caso más descorazonador era el de Lureia, una chica humana, de diez años como
mucho. Su familia había tenido la desgracia de vivir en uno de los mundos fronterizos
que oscilaban hacia atrás y adelante entre Daiman y Odion. Tras sucesivas invasiones,
sólo quedaba la hermana adolescente de Lureia de su familia, hasta el día que su
hermana, también, no volvió a casa. Por una semana, la niña vivió en pánico, sin saber
nada hasta que los exploradores corporativos llegaron, aparentemente convencidos de que
Lureia era una experta incipiente en el diseño de elevadores repulsores. Ahora ella se
sentaba todo el día en su litera, plegando y desplegando la harapienta cinta para la cabeza
que era la última conexión con su hermana.
Kerra no tenía respuestas para la chica, pero su propia pregunta había sido
respondida. Gub había sido el primero en sugerirlo, días antes. Él debía haber querido
mantener a su nieta alrededor, pero era más importante para él que ella fuera transportada
a un lugar mejor, con una vida mejor. Kerra había pensado hacer de Darkknell un lugar
mejor para todos deshaciéndose de Daiman. Si ella fracasaba en eso, al menos podía
asegurarse de que la hermana de Lureia y todos los otros guardianes no hubieran hecho
su sacrificio en vano. Ella había llevado a Tan y a los otros fuera del Daimanato. Ahora
tenía que asegurarse de que terminaran en un lugar seguro.
Si existía algo así en el espacio Sith.
—¡No te muevas, Kerra! ¡Te tengo en mi punto de mira!
Kerra miró al borrón bajo ceniciento tras el mostrador de desastres.
—Si quieres estar en silencio, Tan, será mejor que enciendas los amortiguadores de
sonido. —Caminando, ella dio a la forma amorfa un golpe amable—. Y todavía tienes
que crecer más, si quieres cazar Sith.
—¡Maldición! —Tan Tengo se quitó la máscara del traje de sigilo, haciendo que el
sistema se desactivara. La sullustana daba una imagen cómica, envolviendo el traje de
una docena de formas distintas para caber. La máscara del bothano encajaba mejor en sus
características faciales bulbosas, pero el resto estaba tan estrujado que los amortiguadores
no podían cumplir su función—. ¡Pensé que te tenía esta vez!
El traje le había dado a Tan, ahora la compañera de litera de Kerra de nuevo, la vida
de lo que había sido una vez la barraca de Sat’skar. Kerra con seguridad no tenía interés
en utilizar la cosa de nuevo, aunque se había preguntado un par de veces si volviéndolo
del revés, podría apagar el ruido de la plataforma.
Y Tan ahora se aferraba a cualquier cosa que tuviera que ver con Kerra. Parte de ello
era la situación, sabía ella, pero no todo. Justo como niñera y tutora a tiempo parcial,
Kerra ya había sido la heroína de Tan en Darkknell. Sabiendo que los cuentos para
dormir que su hermana mayor humana le había contado antes eran ciertas —y que Kerra
era una de los Caballeros Jedi que ella había descrito— eso era el paraíso. Viendo a Tan
golpear una secuencia de poses de acción en el traje cómicamente grande, Kerra puso sus
ojos en blanco. Su cometa había tenido una cola.

LSW 120
Star Wars: Caballero Andante

—¿Todavía no tienes sueño?


—¡Es la hora de Darkknell, Kerra!
Kerra bostezó.
—Esa excusa no durará por siempre. —Ella miró por la puerta abierta en la parte
trasera de la cocina—. ¿Estabas llevando esa cosa fuera?
Tan se rió con nerviosismo.
—Sólo lo intenté otra vez.
—Otra vez. ¿Encontraste algo jugoso?
—Bueno, si tratas de arrinconar al elusivo capitán, lo encontrarás dos plataformas
más arriba en el solárium. —Tan sonrió con superioridad—. Seguí a ese duros flacucho.
—Buena chica. Cinco puntos Jedi para ti.

***
Rusher vació otro vaso cuadrado. La cerveza Lum no era su favorita, pero no iba a
malgastar las cosas buenas. No esta semana.
El solárium siempre le había parecido que tenía un nombre tonto. La parte del crucero
espacial del Diligencia iba desde las estrellas, hasta las estrellas. Nadie iba a conseguir un
bronceado observando el borrón del hiperespacio pasar. Pero habían dejado la pequeña
habitación intacta, parcialmente porque le daba a Rusher un lugar para relajarse y estudiar
los holos de historia.
Ni los hechos ni la fermentación estaban funcionando para él hoy. Rusher había
estado en constante movimiento desde el primer salto al hiperespacio, uno de una serie
necesaria para escapar del territorio de Daiman. Inventario y bajas, bajas e inventario. No
había ni un minuto para pensar en dónde iban a ir, o lo que harían entonces. Se había
asegurado de eso.
La tripulación esperaba —no, necesitaba— ver al mismo Jarrow Rusher que siempre
habían tenido. Alegre. Bromeando. Preparado con una oferta o una historia alternativa en
un milisegundo. Y les había dado eso. En el puente, en la sala de guardia, y, la mayor
parte, en la plataforma médica. Había aprendido eso de su mentor Yulan, antes de los
malos tiempos.
—Las unidades reciben pérdidas. Los líderes reciben cargas.
Pero no sabía cómo cargar con esta. Como lo habían imaginado, el Diligencia ahora
tenía tan solo dos batallones funcionales. Un batallón de láser, Destripador —
completamente equipado y con miembros mezclados del personal de Coyn’skar— y un
batallón de misiles en Zhaboka. No había liderado a tan pocos en más de una década.
Cuatro rampas de carga a cada lado parecían superfluas. Destripador y Zhaboka cada una
tenía un lado de la nave para ellos mismos.
Llevar a una tripulación tan pequeña en el espacio Sith era peligroso, incluso más allá
de los riesgos del campo de batalla. Tal y como acababa de ver con Daiman, los Lords
Sith absorbían las operaciones independientes en sus ejércitos de esclavos todo el tiempo.

LSW 121
John Jackson Miller

El tamaño significaba eficiencia, lo que significaba independencia. Y seguridad… la


seguridad no la tendrían ahora. El conocimiento histórico, como el poder, estaba
fragmentado en el espacio Sith. Pero intentándolo como podía, no podía recordar ningún
caso donde las unidades esclavizadas duraran lo suficiente para ser recordadas, mucho
menos vitoreadas por las siguientes generaciones.
El amor por la historia había, de hecho, llevado a Rusher a la independencia en
primer lugar. Había tenido la relativa buena suerte de haber nacido en los sistemas de
Lord Mandragall. Un verdadero retroceso, Mandragall había sabido más sobre los Sith de
la antigüedad que la mayoría de sus rivales, y había utilizado ese conocimiento para
desarrollar el plan que había, hasta entonces, mantenido las garras de los Sith fuera del
Diligencia. Él lo había encontrado, de todos los lugares posibles, en los registros de
Elcho Kressh, cuyo padre, Ludo, había figurado en la Gran Guerra Hiperespacial
milenios antes. Ludo había hecho a su hijo apartarse de ese conflicto desastroso en una
localización oculta. Pero a través del débil margen, Elcho no era uno que se tomara a la
ligera el fracaso del Imperio Sith. Elcho pasó años desarrollando un plan de contraataque,
haciendo la mayor parte de las pequeñas fuerzas disponibles para él. El concepto, como
Mandragall había aprendido de uno de los holocrones del Elcho con cara de tentáculos,
era simple, y bastante aplicable a su mundo moderno.
Cuando la mayoría de los Lords Sith alzaban sus ejércitos únicamente de sus
poblaciones esclavizadas, al rival familiar de Kressh Naga Sadow le había ido mejor
absorbiendo las culturas del exterior con diferentes habilidades. Elcho, exiliado fuera de
la Caldera Estigia, vio una variedad aún mayor de fuerzas que de forma similar podían
ser reunidas contra la República. Bandas de piratas, milicias de mercenarios, especies que
guardaban rencor: cualquier número de aliados potenciales que existía. A través de ellos,
un pequeño número de creyentes Sith podía proyectar una gran fuerza. No era necesario
tener oficiales Sith a bordo de cada nave, razonó Elcho, mientras que los negocios se
construyeran apropiadamente. Ofreciendo promesas de autonomía operacional y una
parte del botín, Elcho construyó una fuerza impresionante de partes desperdigadas.
Pero su contragolpe contra la República nunca fue enviado. Mientras que el padre de
Elcho había tratado de escudar a su hijo del daño en cada ocasión —incluso diseñando un
amuleto protector para él— ninguna magia podía salvar al joven Sith de su propia
estupidez. Bebiendo profundamente en deleite de la víspera de la invasión, Elcho sufrió
de una rotura de estómago, matándole en unas horas. Sus fuerzas de invasión, amarrada
únicamente con sus propios acuerdos, pronto se disiparon. Pero sus ideas continuaron, en
un holocrón descubierto por Lord Mandragall en su juventud.
Con vecinos en todas partes declarándose Lords Sith, el sin amigos Mandragall
encontró que no tenía el poder de fuego para lanzar a sus oponentes. Cuando los droides
fracasaron en proteger sus bordes interestelares, consultó los registros y siguió los
dictados del líder hace tiempo muerto al pie de la letra. Había algo ligeramente romántico
en la noción, pensó Rusher; casi tres milenios después de su muerte, el gran plan de
Elcho finalmente tenía su oportunidad.

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Star Wars: Caballero Andante

Ciertamente, Mandragall hizo avances significativos contra sus oponentes,


flexionando músculos que realmente no le pertenecían. Más de tres cuartas partes de las
fuerzas de combate de Mandragall eran operaciones independientes, huyendo de la
amenaza de la esclavitud por parte de otros Lords Sith. La mayoría estaban más que
dispuestos a luchar en nombre de Mandragall a cambio de la autonomía continuada y el
acceso a los recursos y reclutas que necesitaban.
Pero al final, Mandragall, tan mortal como Elcho se rindió a la debilidad humana.
Veinte años antes, la madre de Daiman y Odion —un monstruo miserable con el nombre
de Xelian— sedujo al entrado en años Mandragall y le mató en la noche. Los rivales se
abalanzaron, sólo para descubrir que el gran ejército de Mandragall era en su mayor parte
efímero. Pero el modelo había sido creado —o recreado— para Beld Yulan, y muchos
que vinieron después.
Y para Rusher, aunque quizás no por mucho más tiempo.
La debilidad humana. Giró el vaso en su mano. ¿Cuántos errores en Gazzari habían
sido suyos? Sabía que existían las Espirales Mortales, si bien no en la escala que ellos
vieron. ¿Debería haber desarrollado alguna táctica, sólo por si acaso? ¿Cuántos de
aquellos que permanecían sufrirían por su fracaso?
La puerta se deslizó para abrirse, detrás.
—Maestro Dackett, —dijo él, sin mirar atrás—. ¿Cómo está el brazo?
—Más delgado. Y huele como algo que ha salido de una k’lor’slug.
—No habrá ninguna esposa número cuatro esta temporada, entonces. Es hora de que
nos des al resto una oportunidad. —Rusher llenó otro vaso y se lo ofreció—.
¿Anestésico?
—No compartiré tus penas, —dijo Dackett—, pero compartiré tu bebida. —
Asentando su masa en la segunda silla, alcanzó instintivamente el cubo de cristal, sólo
para ver que era la mano robótica la que había extendido. Él la miró—. ¡Maldita seas! —
Aparentemente reluctante, la extremidad cibernética se retiró.
Rusher se rió entre dientes.
—Vosotros dos vais a tener que hacer algún tipo de acuerdo.
—Sí, bueno, no estamos solos. —Dackett alzó la bebida con su mano de carne y la
bajó—. Vas a tener que hacer algo con todo esto. Tienes la situación controlada en el
resto, pero no tenemos literas para todos esos refugiados.
—Entonces ponlos en el suelo.
—No puedo caminar por los pasillos en mitad de la nave sin poner mi bota dentro de
la garganta de alguien, —respondió el maestro—. Y tenemos comida ahora, pero vamos a
quedarnos sin algunas reservas muy pronto. —Él golpeó el vaso vacío contra la mesa—.
Y alguna de la gente, Brig. Tengo skrillings comiéndose la basura, ahí abajo.
—Quizás podamos hacer raciones con eso, —dijo Rusher, golpeando con otro trago
de nuevo—. Esto no es completamente nuevo, ya lo sabes. Hemos llevado pasajeros
antes.
Dackett se volvió más animado.

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John Jackson Miller

—Sí, pero aquellos eran militares. Infantería. Marines de aturdimiento. Gente de otras
milicias. Y ellos normalmente nos daban algo por el viaje. —Los refugiados no tenían
nada para darles del todo.
Rusher miró a las sombras del suelo. Si estaban poniendo a prueba la paciencia de
Dackett después de sólo un par de días, Rusher se alegraba de no haber ido cerca de ellos.
—Bien, tú conoces la situación, Ryland. No hemos encontrado un lugar para soltarlos
aún.
—¡Maldición, Brig! ¡Ni siquiera estás buscando! —Dackett se levantó
abruptamente—. No lo entiendo. Ese niño buffoon…
—¿Lubboon?
—Sé lo que he dicho. ¡Íbamos a perderle en la primera ceniza… si tuviera una boya
en el hiperespacio!
Rusher miró hacia arriba.
—¡El niño salvó tu vida, Dack!
—¡No antes de que pasara sobre mi pie con el cargador!
Rusher puso abajo su vaso y miró en blanco a la botella.
—Quizás no quiero una nave vacía todavía.
Dackett se sentó de nuevo.
—Ahora estamos llegando a alguna parte. —Él miró directamente a su comandante—
. Mira, lo veo, también. Todo mi personal lo pagó en esa cresta. Pero puedo decirte ahora,
que no hay nadie en esta multitud que puedas convertir en cañonero, mucho mejor de lo
que puedas hacerlo con ese niño duros. —Él puso el tapón en la botella—. Cuanto antes
despejemos las plataformas, antes podremos tener nueva gente. Algunos batallones
nuevos.
Rusher le fulminó con la mirada.
—¿Disparando qué? ¿Insultos afilados?
—Lo que sea que les demos, —dijo Dackett—, hasta que ganemos las suficientes
batallas para conseguir más armas. Pero no hay espacio para nadie nuevo, hasta que lo
hagas. —Él se alzó de nuevo, dejando una arruga gigante en la silla—. No voy a decirte
cómo necesitas sentirte, Brig… pero voy a decirte cómo necesitas actuar. No puedes
dejarles simplemente verte pasar a través del movimiento. Tienes que hacer algo. Apretar
el gatillo.
—Está bien, —dijo Rusher, riéndose con superioridad—. ¿Cómo deberíamos hacerlo,
entonces? ¿Escotilla de aire o veneno?
—Quizás veneno, —dijo Dackett, abriendo la puerta—. Él está preparado para verte,
madame.
Kerra Holt estaba en la entrada.
—Ya era la maldita hora.

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO DOCE
Kerra había sido entrenada como una Caballero Jedi. Ella destacaba en rastrear. Había
vivido en el espacio Sith durante semanas sólo con sus recolecciones de mapas estelares
para que le dijeran dónde estaba. Y aún así, de algún modo, el Brigadier Rusher la había
dejado en la cuneta de nuevo. Ella siguió las direcciones de Tan hacia el solárium, sólo
para encontrar al Maestro Dackett, que le ofreció ir primero y suavizar el camino.
Finalmente dentro, ella se había preparado para lanzarse a su lista de demandas para los
refugiados cuando Rusher se alzó y se excusó para ir al servicio en la habitación de al
lado. Mirando a las botellas vacías, Kerra entendió por qué, y al ver su bastón todavía
apoyado junto a la silla, no pensó nada sobre la interrupción.
Hasta que Rusher nunca volvió.
Después de golpear la puerta, finalmente la abrió, para encontrar que no había
instalaciones de ese tipo. Era una vía de acceso del servicio que llevaba a una escalera.
Era el Era Daimanos otra vez, substituyendo únicamente a un excéntrico Sith lacayo en
lugar del excéntrico Lord Sith. ¿Qué ocurría con estos hombres escondiéndose en sus
naves espaciales?
Ahora, tres horas enteras después, Kerra le tenía localizado de nuevo: a plataformas
de distancia, en la cámara de oficiales, en medio de un relato hilado sobre alguna antigua
batalla para sus subordinados. Ella se preguntaba si tenía un gemelo secreto. El Rusher de
combate había sido cabezota, pero serio; esa era la versión que había visto en el solárium.
Este era de la variedad de anfitrión: bromista y dependiente. Irrumpiendo dentro, Kerra
estaba determinada a obtener algunas respuestas de alguna de aquellas personalidades.
—¡Detente! —gritó ella, agitando su bastón de caminar hacia él—. ¡Muévete de
nuevo, y necesitarás este bastón de verdad!
Rusher la miró, y entonces a las caras expectantes a su alrededor. Él dejó salir una
risa de corazón, a la cual se unieron ellos.
—El deber me llama, —dijo él, alzándose.
Captando a un par de los cañoneros más sucios mirándola lascivamente, ella de
repente se alegró de que no hubieran ido a ningún lugar cerca de sus refugiados. Este
Rusher difícilmente estaba llevando un navío del Ejército de la República. Pero entonces,
¿qué podía esperar de un títere de los Sith?
Algunas respuestas.
—¿Dónde vas a irte corriendo esta vez? ¿Una emergencia en el puente? —Ella le
siguió a la antesala—. ¿Otra destilería que financiar?
—He estado bebiendo, jovencita, —dijo Rusher, reclamando su bastón—. Necesito
un paseo para aclarar mi cabeza antes de atender a tus problemas muy importantes.
—Gracias por ser condescendiente conmigo.
—El gusto es mío, —dijo él, volviéndose bajo el largo vestíbulo hacia el puente—.
Así que. Jedi. No tenemos a los de tu tipo por aquí alrededor. ¿Estás por aquí fuera en un
asunto oficial?

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John Jackson Miller

—No del todo. —Kerra explicó la misión de Vannar Treece en el Daimanato, y cómo
se había liado—. Has oído hablar de Treece, estoy segura.
—No. ¿Debería?
Kerra se mordió el labio. Había pensado que todos los esfuerzos de Treece habrían
tenido un mayor impacto. Intelectualmente, sabía que el espacio Sith albergaba muchos
sectores y un número indecible de sistemas, y no había nada como las comunicaciones en
masa aquí. Pero Rusher parecía saber cosas, o, al menos, pretendía hacerlo. Era
decepcionante.
Pero Rusher parecía volverse más interesado mientras ella hablaba. Él claramente
entendía el funcionamiento de la República, incluso si él nunca había estado allí.
—Si no has sido mandada oficialmente por la Orden Jedi, —dijo él—, o por la
Canciller… ¿entonces cómo conseguiste un viaje hasta aquí fuera? —Él recordó lo que
sabía de la relación a veces tentadora del Ejército de la República con los Jedi. Había
conocido a un par de antiguos comandantes, abandonados aquí décadas antes en el
espacio Sith. Ellos no llevarían a una Jedi solitaria a una cantina sin un sello de
aprobación de alguien—. No te colaste dentro del espacio Sith volando de comercial.
—Pagamos el camino nosotros mismos.
—¡Oh! Entonces vosotros sois tíos como Gell’ach yendo a Kabal, o Revan, antes…
¿qué era? ¿Garr’lst? No, Cathar. —Él chasqueó sus dedos—. Tengo a mi gente gato
masacrada confusa.
—¿Eres así todo el tiempo?
—No lo sé… No estoy todo el rato encima de mí.
Kerra empezó a alejarse.
—Volveré cuando estés sobrio.
Rusher agarró su muñeca y se rió entre dientes.
—No, estoy bien, —dijo él, liberándola—. No tenemos muchas noticias de la
República aquí. —Él palmeó la mampostería de forma cálida.
—¿Cuál es el nombre de esta cosa, de nuevo?
—Diligencia. Se llama así por una de las naves de la República de clase
Inexpugnable de las Guerras Mandalorianas, —dijo él—. La nave del Almirante Morvis.
Ya sabes, Dallan Morvis fue bastante incomprendido. La gente suponía que porque has
nacido rico, no sabes lo que haces.
Caminando de nuevo, Rusher parloteó sobre los provechos de la tripulación de
Morvis, y entonces más sobre su nave. Kerra desconectó. Soldado de partes separadas, el
Diligencia nunca habría sido permitido en ninguna flota de batalla de la República. Y aún
así Rusher estaba muy orgulloso de él. El hombre era un completo misterio. Parecía
querer emular los líderes militares de la antigüedad, y aún así tenía muy poco con lo que
trabajar. ¡Y el nombre de la nave! Eso simplemente parecía bastante triste, como un
conductor de gabarra de basuras nombrando a su nave como uno de los grandes navíos de
exploración.

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Star Wars: Caballero Andante

—… y siempre he dicho, si Exar Kun hubiera tenido artillería en Toprawa, tu


Canciller Jedi llevaría ojos amarillos hoy.
—¿Podemos ir al grano? —Kerra se irguió ante él, los brazos en jarras—. Tenemos
que tratar con el problema de los refugiados.
—Sí, tienes razón, —dijo Rusher, asintiendo—. ¿Cuándo podremos librarnos de
ellos?
—¿Qué?
Él presionó tras ella bajando el vestíbulo.
—Has dicho que tenemos un problema con los refugiados. Estoy de acuerdo. Nunca
pretendí realmente que todos vosotros os quedarais a bordo tanto tiempo. —Él miró
arriba—. Había simplemente más de lo que ocuparse primero.
Kerra echaba humo.
—Lo diré. ¡Y yo me he estado ocupando de ello! —Ella caminó bajando el vestíbulo
tras él—. Y «librarse de ellos». ¡Eso es simplemente genial! —Ella agitaba sus manos
mientras caminaba—. ¡No estoy segura de lo que esperaba de alguien que trabaja para los
Lords Sith!
—¿Para quién más se supone que trabaje? ¿Para la República? —Rusher se rió—. No
sé si te has dado cuenta, pero ellos cerraron todas sus sucursales. —Deteniéndose, él le
devolvió la mirada por un momento, estudiándola.
Kerra se encogió bajo su mirada.
—¿Qué?
—Simplemente te estoy recordando cómo era ese tipo de energía. Él se giró y empezó
a caminar de nuevo.
—He contado seis saltos en el hiperespacio. ¿Vas a decirme que no hemos encontrado
ni un solo puerto apropiado desde entonces?
—Depende de lo que entiendas por apropiado, —dijo Rusher, subiendo la rampa
hacia las puertas dobles que llevaban al puente—. Y de si me importa tu definición.
Apropiado para mí significa un lugar donde Daiman no me disparará nada más verme por
huir.
Kerra miró boquiabierta.
—¿Todavía no estamos fuera del Daimanato?
—No podemos cruzar bien al territorio de Odion… o al de Bactra. No sin saber qué
demonios está ocurriendo. —Golpeó el botón para activar las puertas—. Se requieren
algunos rodeos.
Kerra observó al general medio cojeando bajando los escalones hasta el hueco de
comando. Su pierna realmente le dolía, vio ella, pero él seguía olvidando poner el bastón
en la mano correcta. Dependiente.
Rusher se irguió tras los oficiales de señalización.
—Hemos estado tratando de escanear por cualquier noticia del todo, para ver cuál era
el marcador. No lo sabemos. Quizás es seguro para nosotros.
Él miró arriba a Kerra, que agitó su cabeza.

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—Daiman quería a los niños para su comité de cerebros militares-industriales, —dijo


ella—. Los encontrará.
—Y si existe la más ligera probabilidad de que Daiman y Odion se hayan unido, este
no es lugar para ellos… ni para ti.
Ella se alegraba de que pareciera estar de acuerdo rápidamente.
—Esto no tiene sentido, —dijo él—. Quiero decir, realmente, no tienes ni idea de
cuánta sangre se ha derramado entre esos dos.
—Me hago una idea. —Eso fue un eufemismo, pensó ella.
—Daiman y Odion han estado sobre las gargantas el uno del otro… bueno, desde que
murió Chagras.
Chagras. Kerra conocía el nombre por los informes de inteligencia y las historias de
Vannar. La Hegemonía de Chagras había sido un periodo relativamente estable en la
política del sector Grumano, durante el cual los Sith habían hecho incursiones contra la
República. La invasión de su hogar aquilariano había llegado durante la Hegemonía.
Afortunadamente para la civilización, no había durado mucho. Ocho años antes, la
muerte de Chagras, bajo unas circunstancias sospechosas según los informes, había dado
paso a una nueva ronda de lucha interna. No sólo dentro de su propio reino, sino
aparentemente en todas partes en el espacio Sith.
Rusher confirmó que la guerra entre Odion y Daiman había estallado entonces, el
creador de todas las cosas todavía en la adolescencia. Pero él no tenía ni idea de por qué
estaban luchando, o qué lo había provocado todo. Rusher sabía de Chagras —había
luchado tanto para él como contra él en sus primeros días— pero nunca lo había
conocido, y no tenía ni idea de qué lo había matado.
—¿Qué mata a cualquiera de ellos? —Él relató los finales de Elcho y Mandragall—.
No sé de dónde viene la longevidad en esta gente, pero no es vida.
Kerra se arrodilló y descansó su cabeza contra la barandilla, mechones perdidos de
ébano cayendo a cada lado. Nada de eso tenía sentido. ¿Por qué Odion y Daiman harían
equipo, incluso brevemente?, percibía una mano invisible actuando. Pero ella siempre lo
percibía entre los Sith. Exasperada, se quejó audiblemente.
—¿No podemos simplemente ir a la República?
—¿Quién dijo algo sobre ir a la República? —Rusher miró al navegador—. ¿Ishel,
sabes cómo ir a la República?
El mon calamari se encogió de hombros.
—Yo seguro que no, —dijo el brigadier—. ¿Hey, cómo llegaste tú aquí?
—Había una autopista al centro de transporte de Daiman cerca de Chelloa, —dijo
Kerra, frotándose la frente contra la fría barandilla. Estaba comenzando un dolor de
cabeza—. No creo que sea una opción.
—Estoy de acuerdo. —En las semanas desde que Odion y Daiman se enredaron en
Chelloa, el tráfico desde el núcleo de milicia del Daimanato se había doblado—. Podría
deambular por ahí con una nave llena de Jedi, pero no con solo una. La próxima vez, trae
amigos.

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Star Wars: Caballero Andante

Kerra abrió sus ojos y miró a través de la barandilla.


—¿Qué he dicho?
—Nada, —dijo ella. Ella se alzó, con las rodillas crujiendo—. Mira, ¿puedes
simplemente dejarnos cerca de la República?
—¿Qué estás buscando, vuelos conectores de conveniencia? No creo que lo
entiendas. Las opciones de autopista hiperespacial ahí fuera son bastante limitadas. —
Rusher llamó a un despliegue holográfico y señaló a las líneas brillantes. Evitando el
espacio de Daiman y Odion, tendrían que hacer otros seis saltos para llegar
apreciablemente cerca de la frontera con la República, y un par de veces tendrían que
volver hacia atrás—. Y tienes a diferentes Sith esperando entre cada uno de esos saltos.
No van a saludarte con la mano mientras te ven pasar.
Kerra frunció el ceño. Era la dificultad principal que había experimentado desde su
llegada allí. En la República, uno podía contar con accesos preparados a las bases de
datos incluyendo la mayoría de las carreteras hiperespaciales comerciales conocidas. Los
militares mantenían algunas privadas, y algunas corporaciones trataban de mantener
nuevas carreteras recientemente descubiertas en secreto cuando beneficiaban sus
negocios.
Pero en el espacio Sith, todo era diferente. Al apagar sus relés de comunicación
subespacial aquí, la República había creado un rompeolas de ignorancia entre el espacio
Sith y los sistemas interiores. Ya incapaces de reunir los conocimientos recogidos de los
espaciadores de la República, los conductores de naves estelares Sith habían sido
reducidos a utilizar la información que ya tenían almacenada, mas cualquiera que
estuviera en las bibliotecas y los centros de datos en su territorio. La repetida
fragmentación del poder Sith había degradado enormemente lo que había disponible en
los últimos; al igual que Odion acababa de hacer contra Daiman, los pequeños estados a
menudo apuntaban a los centros de conocimiento de los unos a los otros para su
destrucción.
A bordo de uno de los cazas de Daiman en el episodio de Chelloa antes de Darkknell,
ella había tenido acceso a exactamente una ruta hiperespacial: la ruta intencionada que
Daiman había planeado que tomara ese navío. Los mapas significaban opciones. Posibles
escapes. La cartografía era poder, y, en aumento, los Lords Sith lo estaban guardando.
Rusher golpeó sus manos sonoramente.
—Está bien, aquí lo tengo. Byllura.
Kerra miró al despliegue.
—Byllura no está más cerca de la República. Está más lejos, —dijo ella—. Ir más
lejos no es mejor.
—A veces lo es, ahí fuera. —Rusher tocó un control, haciendo que una cuadrícula
apareciera en el aire, delineando los últimos territorios conocidos por la tripulación del
Diligencia—. Byllura pertenece a los niños.
—¿Qué niños?

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—No lo sé, —dijo Rusher, haciendo un gesto con su mano a través del despliegue
para mover las estrellas alrededor—. Nunca he estado así de lejos. Pero dicen que hay un
principado Sith que está gobernado por niños.
—¿Niños? —La idea sonaba como un mal holodrama de la República. Kerra imaginó
reinos de parques infantiles gobernados por jóvenes Sith enfadados con el pelo
enmarañado—. No quieres decir eso.
—Bueno, no sé mucho sobre ello. Siempre he imaginado que era algún tipo de trato
de regencia, con el poder tras el jardín de infancia y todo eso.
Kerra miró a las pseudo-estrellas y respiró profundamente. Si había alguien
gobernando el reino por ellos, no podía imaginar que la situación durara mucho, no donde
los Sith estaban involucrados.
—¿Cómo de reciente es lo que sabes del lugar?
—Lo escuché de alguien que fue cerca de allí una vez. Han estado en el poder durante
cinco años, al menos, —dijo él—. Me suena raro a mí también. Ninguno de esos
subordinados Sith es muy paciente. Pensaría que el «viejo tío» habría acabado con ellos
ahora mismo… o la «vieja tía» o el chef de pastelería del palacio.
Al ver a Rusher sonreír, Kerra cedió. Si él estaba complacido con su solución,
moverle llevaría otra semana.
—No veo que tengamos elección, —dijo ella—. Supongo, que lo que sea que pase,
no pueden ser tan odiosos como los adultos.
—Había otros niños en la escuela Jedi, ¿no? —Preguntó Rusher—. Has conocido a
algunos antes. —Él miró atrás hacia la salida—. Quiero decir, antes de esta semana.
Ignorándole, Kerra miró hacia la salida. Habría un montón que hacer, suponiendo que
el lugar fuera remotamente satisfactorio. De lo cual ella no estaba del todo segura que lo
fuera.
—Ninguno de ellos pone un pie fuera de esta nave hasta que compruebe el lugar…
mercenario.
Sonando entretenido con la etiqueta, Rusher gritó tras ella,
—Este es el espacio Sith, Jedi. No vamos a encontrar nuestra salida… y no vamos a
encontrar el paraíso que estás buscando. —Escalando los escalones del hueco de
comando, él la encontró en la entrada, devolviéndole la mirada. Él se encogió de hombros
y alzó sus manos—. Vas a tener que conformarte con lo mejor que podamos encontrar…
y lo mejor es lo menos-peor.
Kerra le devolvió la mirada, helada.
Rusher volvió a su tripulación y sonrió, de nuevo alegre borrachín.
—Ya sabes, me alegro de haberlo logrado. Casi digo lo menos-bestia.
—No, —dijo ella—. Eso habría encajado.

***
—Aspecto-regente, —llamó la chica.

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Star Wars: Caballero Andante

No era una orden, esta vez. Calician se despertó de su mareo y miró hacia la pila de
almohadones naranjas en el centro de la habitación. Estaba ocurriendo de nuevo. El chico
encima de la montaña acolchada se estaba agitando, gotas de sudor fluyendo por su
pálida frente.
La fiebre había vuelto. Quillan estaba viendo el futuro. El futuro, o algo tan lejos
fuera de su marco de referencia que ponía a prueba su entendimiento. Los ojos negros
buscaban en la habitación, mientras el humano buscaba… ¿qué? ¿Palabras? Catorce años,
y Quillan nunca había hablado ni una vez en presencia de Calician.
Arrodillada junto a él, su hermana, Dromika, luchaba por seguir los movimientos
temblorosos del chico. Haciendo pequeños movimientos, frenéticos con sus manos ante
la cara de su frágil hermano, ella luchaba por captar su atención.
Calician caminó tan cerca como se atrevía. Sólo a los droides cuidadores se les
permitía acercarse físicamente a los gemelos, y se suponía que él era el único que se
dirigiera a ellos desde su estrado. Quedarse en cualquier parte más cerca desorientaba
demasiado a Quillan. Las percepciones del adolescente eran demasiado fuertes. Todo lo
que había hecho a Saaj Calician un individuo estaba ya brillando a través de la Fuerza,
cegando al chico. Los estímulos visuales adicionales sólo le abrumaban. Era el motivo,
recordaba él ahora, de su túnica, coloreada para que conjuntara con las paredes.
Su hermano se calmó, Dromika habló por él, como siempre lo hacía.
—Aspecto-regente, —dijo ella, trazando en el aire con sus dedos—. El regente
percibirá la aproximación de nuevos aspectos, —dijo ella, su voz temblando.
—Percibiré la aproximación de nuevos aspectos, —dijo monótonamente Calician.
El krevaaki cerró sus ojos y trató de centrar su mente. Aspectos. Así era como Quillan
y Dromika se referían a todas las agencias fuera de ellos mismos, orgánicas o
electrónicas. Gemelos, separados en cuerpo, pero unidos por la Fuerza, un ser, que
ningún poder en la ciencia o la alquimia Sith podría separar. Habían tenido sólo cinco
años cuando los conoció —muy jóvenes, como lo eran los humanos— y nunca habían, en
los recuerdos de Calician, puesto un pie fuera de su Loft.
Y aún así, Calician se había dado cuenta al conocerlos de que representaban aquello
que él más deseaba: el poder. Verdadero poder, más allá del imaginable de cualquiera de
los pretendientes a Sith de la vecindad. Poder que un día dominaría la galaxia.
Dromika apretó su largo pelo rubio con sus puños.
—El regente encontrará los aspectos, y los incluirá.
Calician repitió la orden. Su audiencia terminada, caminó de vuelta fuera de la
guarida de los hermanos. El droide cuidador pasó, preparado de nuevo para ayudar a
Dromika en sus horas de acicalamiento. Él tenía su propio trabajo por hacer.
Incluir. Había habido un tiempo, hace mucho, cuando él no había entendido esa
orden. No había pertenecido realmente, entonces. Su ego todavía se hallaba en medio del
camino de la iluminación. Todavía estaba pensando en otros krevaaki, y en lo que parecía
su ropa, y cómo podría ser él el único Sith que acabara con la República de una vez por

LSW 131
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todas. Todo una trivialidad. Tal información era inútil para sus maestros. Necesitaba no
existir.
Y pronto, ninguno de sus rivales existiría tampoco. Deslizándose bajo la rampa en
espiral hasta una planta inferior, el regente espió a la criatura que le ayudaría a hacer que
ocurriera.

***
El cerebro gigante flotaba, dormido, en su nube. Calician lo miró. Flotando en su cilindro
de gas cianógeno mortal, la forma grotesca alien no le prestaba atención.
El celegiano era viejo. Había sido el primero que Calician había capturado y traído al
Loft, años antes. Ya de dos siglos entonces, la monstruosidad no había sido rival para sus
abductores. El alien todavía llevaba marcas de ser encauzado; varias de sus dendritas
colgando ya no eran más que tocones, seccionados por los torturadores.
Calician odiaba a los celegianos. Uno de sus pocos recuerdos restantes era que se
burlaran de él de niño: «Saaj Celegian», le llamaban los otros krevaaki, celosos de su
perforante inteligencia. Durante su educación Sith, finalmente había encontrado
celegianos reales en una de sus colonias en Tramanos. Si no le desagradaban ya, habría
empezado entonces. Las criaturas volaban sobre sus envueltas de gas autopropulsado,
tratando de participar en el comercio del mundo como si fueran cerebros flotantes
colosales. Sin admitir nunca su propia fealdad, parecían esperar que los otros la ignoraran
también, una carga incómoda para sus contrapartes, por decir cuanto menos. Y mientras
los celegianos tenían habilidades telepáticas innatas, permitiéndoles sobrepasar todas las
barreras del lenguaje, parecían tener poco interés en utilizar sus habilidades especiales
para la influencia y el poder. ¡Ridículo! ¿Qué era una ventaja si uno no podía sacarle
provecho?
Calician no tenía reparos en utilizar lo que ellos no hacían. En unos días tras ser
señalado como guardián de los gemelos, organizó que se le trajera este primer espécimen,
nunca conocido por otro nombre que «Uno». Los resultados habían sido tan positivos que
había trabajado para atraer a todas las comunidades celegianas a Byllura. Miles de las
criaturas se habían asentado en la ciudad capital de Hestobyll. Pero mientras que Uno era
viejo, había demostrado que era único en su trabajo.
Era hora de que se probara a sí mismo de nuevo. Calician alzó su mano ante el
cilindro.
—Contactarás con las estaciones de defensa, —dijo él, golpeando a Uno a través de la
Fuerza.
Por un momento, la masa gris y carmesí se sentó, sin responder, en la sopa neblinosa.
Pero entonces la respuesta helada del celegiano hizo eco a través de la mente del regente:
Contactaré con las estaciones de defensa.
—Informarás ante la aparición de cualquier extraño inmediatamente.
Informaré de la aparición de cualquier extraño inmediatamente.

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Star Wars: Caballero Andante

Calician tembló mientras miraba los zarcillos bajo la criatura empezando a


revolverse. La sangre violeta pulsaba a través de finas membranas en la coronilla de la
criatura. El ser estaba avivándose, contactando las otras mentes en las instalaciones. Su
telepatía tenía un alcance limitado —menos de un kilómetro— pero eso alcanzaría a
todos los grupos intencionados en la isla. Y más.
El regente miró al contenedor de transpariacero. Años antes, se habría encogido,
moviéndose rápidamente para evitar ver a la cosa repulsiva en acción. Ahora no podía
recordar qué era lo que una vez había encontrado tan nauseabundo.
Miró perezosamente durante un minuto, hasta que, moviéndose, captó un reflejo de
alguien que no reconocía en el cristal. Miró por varios segundos antes de darse cuenta de
que la imagen reflejada era la suya.
Con los zarcillos faciales caídos, caminó tranquilamente de vuelta escaleras arriba
hacia su lugar asignado cerca de los gemelos.

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CAPÍTULO TRECE
Rusher había dicho que no encontraría el paraíso. El brigadier claramente nunca había
estado en Byllura.
La ciudad capital, Hestobyll, había sido construida en una catarata. No, había sido
construida como una catarata, o más precisamente, el delta de un río excavado en una
colina empinada diagonal. Kerra había visto la destacable formación en su aproximación
desde la órbita. La gran formación de tierra de Byllura era una alta meseta, separada del
mar por altas escarpaduras alrededor, por todas partes salvo cerca de la bahía sur, donde
el alcance del océano había sido esculpido en terrazas. Una red de canales cortaba un
patrón hexagonal en cada terraza en cientos de bloques de ciudad de seis lados, con una
cascada de agua bajando placenteramente de un nivel al siguiente a través de diques. Las
gotas de lluvia de las selvas tropicales en el centro del continente, arriba a lo alto, por lo
tanto completaban su largo viaje hacia un sonido azul ondeante, golpeando en el borde de
la bahía geométrica.
Kerra se giró hacia el sol rosado e inhaló profundamente. El aire fresco del océano
llenaba sus pulmones, recordándole a su hogar aquilariano años antes. Las criaturas
aviares flotaban vagando por el mar. No había naves en el muelle —eso parecía
extraño— pero sí había un par de plataformas de aterrizaje como las suyas, construidas
en plataformas sobre el leve oleaje y conectadas a la ciudad, atrás, por puentes.
A esta distancia, ella no podía ver muchos detalles de la ciudad de terrazas; Dackett
había sido llamado antes de que ella pudiera pedir un par de macrobinoculares. Incluso
tan obviamente diseñada como había sido la metrópolis, aún así, las formas parecían en
armonía con los alrededores. Abajo, estructuras sin características se acuclillaban en los
escalones hexagonales que iban hacia arriba al terraplén, con puentes corriendo por los
canales. No se veían por ninguna parte las columnas de humo de Darkknell o los pozos
mineros de Chelloa.
Los Sith no construyeron esto, pensó ella. Este era un mundo de la República. Ella lo
puso en su lista mental de lugares que visitar cuando ellos finalmente lo recuperaran.
La única cosa que arruinaba la belleza de la escena era la meseta. Una montaña
aplanada de la misma altura que la meseta de la tierra principal colgada en medio de la
bahía, a varios kilómetros de la costa. Kerra imaginaba que era algún resto de granito de
la erosión, o quizás un trozo separado del continente por cualquier evento sísmico que
creara la bahía. Había algo construido en la cima, vio ella; casi una cúpula aplastada,
sobresaliendo de la meseta por todos lados y haciendo que la formación pareciera un
hongo balo gigante. Los speeders aéreos ocasionales zumbaban hacia atrás y adelante
desde la meseta hacia la ciudad. Y había algo más, en la bahía: boyas del tamaño de cazas
estelares, oscilando en anillos concéntricos que radiaban desde la meseta a la tierra
principal.
Raro. Y más raro aún, nadie había ido a encontrarse con ellos.
—Jedi, creo que te ha ido mejor de lo que podías haber esperado.

LSW 134
Star Wars: Caballero Andante

Kerra se giró para ver a Rusher al fondo de una de las rampas de estribor. Una vez
que quedó claro que no había ningún grupo de bienvenida en la plataforma, ella golpeó la
superficie primero, seguida por Novallo y su tripulación comprobando la integridad del
casco. Pero Rusher se había tomado su tiempo para emerger.
—Está silencioso, —dijo Kerra.
—Nadie nos ha detenido, en cualquier caso, —dijo Rusher. Los cazas de aspecto
extraño en órbita ni siquiera se habían movido cuando salieron del hiperespacio. Nadie
había contactado con ellos hasta que estaban en su aproximación final, cuando una voz
gutural llegó en el sistema de comunicación que dirigía al Diligencia a una de las
plataformas que rodeaban la bahía.
—Y sabemos que no estamos en el espacio de Daiman, —dijo él. El brigadier se
arrodilló y señaló a la superficie embaldosada de la plataforma de aterrizaje. El
Diligencia estaba aparcado en una colosal letra aurek, formada por hexágonos de
caliza—. No hay pequeñas marcas. El alfabeto es normal aquí.
—No sé, —dijo Kerra—. Quizás los «trabajadores de la revelación» de Daiman no
han llegado al trabajo en piedra todavía. —Pero ella sin embargo dudaba que este fuera
territorio de Daiman. Todos esos grupos ordenados de bloques de ciudad, y sin estatuas
holográficas que ella pudiera ver. O reales, para ese asunto.
Y definitivamente no era territorio de Odion. Había todavía una ciudad visible,
incluso si ella sólo había visto un pequeño número de figuras deambulando.
Rusher se estiró, elevando su bastón de caminar alto en el aire.
—Bien, a mí me parece bien, —dijo él, girándose para encarar a la rampa de carga. Él
se curvó su mano junto a su mejilla y gritó—: ¡Desplegaos!
De una vez, las otras siete rampas de carga se abrieron con un sonido metálico. Las
placas de metal vibraron, mientras el primer grupo de refugiados llegaba irrumpiendo
bajo la rampa tras Rusher.
Kerra saltó hacia los pies de la rampa, casi golpeando al brigadier.
—¡Esperad! ¡Esperad! —Ella miró arriba. Dackett estaba liderando el éxodo,
mientras que Beadle Lubboon casi se perdía en la corriente de cuerpos.
La marcha continuó sobre su voz hasta que ella encendió su sable láser y gritó,
—¡Que nadie se mueva!
La multitud confusa se detuvo en su camino, aunque más estudiantes continuaban
descendiendo por las otras rampas. Kerra dio una mirada irritada a Dackett.
—Así que ahí es donde te habían llamado.
El maestro se encogió de hombros, señalando con la cabeza hacia la espalda de su
superior.
Con el sable láser brillando, Kerra apuntó con él hacia el pecho del brigadier.
—¡Te lo dije, necesitaba comprobar el lugar primero!
—Creí que eso era lo que estabas haciendo, aquí abajo, —dijo Rusher, mirando abajo
con molestia por la punta brillante—. ¿Sólo estabas comprobando el aire del mar?
Kerra desactivó el sable láser y caminó más cerca de él.

LSW 135
John Jackson Miller

—Necesito hacer un reconocimiento apropiado, Brigadier, —gritó ella—. ¿Acaso


sabes lo que eso es?
El hombre miró abajo hacia ella, fríamente. Ellos habían jugado a ese juego durante
los últimos días de camino allí, pero él siempre había escogido el terreno de batalla. Ella
podía decir: discutir con la pequeña chica Jedi era algo que le hacía ganar puntos con sus
soldados. Pero él siempre tenía la ventaja, o había sido capaz de pretender que lo que
estuviera cediendo no era importante. Ella no iba a dejarle ir con eso ahora, incluso si
tenía que romperle justo ahí, delante de sus oficiales mayores y todos los refugiados.
—Creo, —dijo Rusher, hablando lentamente—, que hay un refugio en esa ciudad.
Mucho más hueco para un montón más de gente del que tiene mi nave. Y nadie nos
disparará por estar aquí. —Él contó con sus dedos, señalando los beneficios de Byllura—.
Refugio. Seguridad. Sustento. Yo gano. Adiós.
Él empezó a moverse, pero Kerra le bloqueó.
—¡No sabemos nada del Sith que gobierna este lugar! ¿Por qué no están aquí aún?
—Quizás se han ido a nadar, —dijo Rusher—. Es un buen día para eso. Mira, te lo he
dicho. En un panel de datos, este lugar es todo lo que necesitas.
—¡Estas cosas son todo teoría para ti!
—¿Parezco un teórico? —Rusher sonrió con superioridad.
Kerra vio que estaba jugando con su tripulación de nuevo. Ella no iba a permitirlo.
—Creo que no te importa. Ni siquiera has ido a ver a los refugiados en todo el tiempo
que hemos estado a bordo. —Ella señaló hacia la multitud de estudiantes, agrupados en la
rampa—. ¿Es por eso por lo que estás en artillería? ¿Para no tener que ver nunca a quién
atacas?
Rusher explotó.
—¡Ahora, espera un minuto! —Agarrando abruptamente sus hombros, él la hizo girar
tras un elevador de rampas, fuera de la vista de la mayoría de la multitud. Asombrada por
su movimiento repentino, Kerra miró arriba hacia él.
—¿Crees que esto no es real para mí? —El brigadier habló rápidamente en la cara de
Kerra, tratando de mantener su voz baja—. Quizás no vea a quién estoy disparando,
pequeña Jedi, pero siempre veo quién es disparado. ¡He tenido niños de la edad de tu
sullustana y más jóvenes que he tenido que llevarme de los despliegues en viales!
Tirando de un sorprendido Beadle de la línea de escoltas, dobló la oreja del chico para
revelar un chip incrustado.
—Tengo etiquetas de frecuencia de comunicación en toda mi gente para saber quién
está dónde, y cuándo, —dijo él—. No dejo a nadie atrás a no ser que ir tras ellos es
conseguir que más de mi gente sea asesinada que salvada. ¡Pero cuando ese es el caso…
como en Gazzari… voy! —Él se tensó y miró atrás a la rampa—. Llevar a tu gente va a
hacer que maten a mi gente.
Kerra estalló. Este era otro lado de Rusher, pero estaba claro que estaba siendo serio
esta vez.
Serio, ella podía tratar con eso.

LSW 136
Star Wars: Caballero Andante

—Una hora, —dijo ella.


Rusher miró hacia el puente que iba a la ciudad, y caminó hacia atrás hacia la rampa
de carga. Arrancando los auriculares del comunicador de Beadle, él se lo dio a Kerra.
—Una hora.
Kerra salió como un rayo por el pavimento hacia el pasadizo ondulado. Rusher se
giró haciendo un gesto a sus tropas de que volvieran a subir a bordo a los refugiados. Él
estaba casi a la mitad cuando fue interrumpido por la Jedi, en pie al borde del puente y
mirando atrás.
—Oh, ¿y Brigadier? Los Jedi no dejan a nadie atrás, tampoco, —dijo ella—. Es una
buena cualidad.
Ella se giró y corrió hacia la ciudad.

***
¡Ya era el momento!
Calician caminó por el perímetro del ático circular, tan nervioso como lo había estado
en años. Podía incluso sentir las puntas de sus tentáculos, sin el poder animado de las
órdenes de Dromika. Tras ocho años de planear, ocho años de acuerdos banales hechos
en nombre de sus maestros duales, todo iba a dar sus frutos. Y todo tenía que ver con los
recién llegados, ahí abajo.
El regente volvió a la ventana norte para estudiar la nave de guerra de aspecto extraño
de nuevo. «Uno» había informado de su llegada desde el hiperespacio en primer lugar,
pasando la palabra de los centinelas orbitales. Ahora era claramente visible en su
plataforma de aterrizaje, separada de la meseta y del Loft, en su cima, por un par de
kilómetros de agua del mar.
De acuerdo al plan, a los ocupantes de la nave estelar se les había permitido aterrizar
sin interferencias. Ciertamente, querrían hacerlo. Byllura era placentera al ojo orgánico,
incluso si Calician ya no podía recordar por qué. En el diseño que había implementado
para sus jóvenes cargas, Byllura era el equivalente planetario a una planta gorsk
whinndoriana, una hermosa flor con una púa paralizante. La población, resultados de
manufactura, fuerza militar: todas esas cosas habían crecido en calma en la Diarquía en
los últimos ocho años porque cuando la gente iba a visitarla, se quedaban, ya tuvieran la
intención o no.
Y muy pronto, gracias a sus esfuerzos, Quillan y Dromika exportarían la marca de
bienvenida a otros mundos de su espacio, y más allá. Planetas controlados por los
gemelos hoy labrarían aún más firmemente sus órdenes, despejando el camino para que la
Diarquía se expandiera.
Y ahora, al fin, Calician sabía en qué dirección se expandirían.
La Diarquía tenía varios vecinos Sith al alcance, desde el vigilante Arkadianato hasta
los pretendientes de los Restos de Chagrasi. Pero no había un borde más amplio que el
que los gemelos compartían con el maldito Lord Daiman. Como sus otros vecinos,

LSW 137
John Jackson Miller

Daiman había sido reluctante tanto como para aliarse como para declarar la guerra a su
Diarquía. Calician había hablado con él varias veces, siempre por holograma. El
narcisista Lord de la Presunción nunca había parecido comprender a sus jóvenes rivales,
y lo que Daiman no comprendía, lo rechazaba. Eso estaba bien, pensaba el krevaaki;
Quillan y Dromika carecían de la fuerza para una confrontación total.
Pero ahora Daiman había cometido un error crítico. Un movimiento estratégico contra
Lord Bactra en concierto con su hermano, Odion. Calician sabía muy bien por qué lo
habían hecho; había recibido el mensaje en el canal especial, también. Pero mientras que
la Diarquía era demasiado remota para compartir el desmembramiento de los territorios
de Bactra, enfrentaba un número tentador de sistemas en la parte trasera del Daimanato.
Una retaguardia ahora desprotegida. Daiman se expandiría hacia el espacio de Bactra
sólo para perder el suyo propio.
La nave de guerra lamentable abajo había sido la señal. La palabra del movimiento de
Daiman contra Bactra se había filtrado, pero la aparición del navío —Diligencia, lo había
llamado el comandante— servía como confirmación. Cuando se le preguntó, el
mercenario había incluso transmitido los motivos para visitar Byllura: entregar refugiados
estudiantes de la Batalla de Gazzari. Calician sabía que Daiman nunca habría permitido el
escape de ninguna porción de sus fuerzas de trabajo, mientras tuviera naves en el área
para detenerles.
Era toda la confirmación que necesitaban. Quillan ya lo había percibido, por
supuesto; y cuando Dromika dio la orden, le había llevado a Calician meros momentos
para poner el plan en acción. Las naves de batalla, bajo construcción durante años,
estaban preparadas en sus plataformas secretas. En un día —quizás en horas— todas
estarían en camino.
Por primera vez en meses, Calician se sintió verdaderamente vivo. No como un
individuo, sino como una parte de las cosas. Grandes cosas, como había sido previsto por
sus maestros. No importaba que la mecánica del plan fuera suya. El Código Sith estaba
mal. ¿«A través de la victoria, mis cadenas se rompen»? Las cadenas eran la Victoria.
Uniendo a los débiles, ¡las cadenas eran las victoriosas!
En medio de su entusiasmo, un pensamiento extraviado entró en la mente del regente,
pasado por el celegiano, bajo las escaleras. Alguien se está aproximando a Hestobyll
desde la nave de guerra. Y los estudiantes están volviendo a bordo.
Calician se detuvo. No tenía sentido. El capitán del Diligencia había indicado que
estaban preparados para descargar a sus pasajeros. ¿Qué podía hacer que cambiara de
opinión? Nada. A no ser que no fueran lo que decían que eran. A no ser que fueran parte
de algún tipo de truco daimanita…
Calician cojeó hacia atrás. No era el único que había escuchado el pensamiento de
Uno. Con los tentáculos colgando dentro de su túnica, el regente entró en frenesí, contra
su voluntad, de vuelta a la tarima de diamante ante los gemelos.
Dromika le miró, con los ojos verdes brillando. Y él conocía sus órdenes antes de que
las diera. Pero él obedeció, no obstante. Como siempre.

LSW 138
Star Wars: Caballero Andante

***
¿Era la sal? ¿O el viento? Kerra no sabía que había en los asentamientos junto al mar,
pero nunca parecían tan buenos desde cerca como lo hacían desde el océano, o desde
arriba. Los edificios en Hestobyll eran la mayoría blancos y beis, muchas construcciones
de piedra arenosa construidas de lo que ella supuso que eran materiales locales.
Pero por algún motivo cada lugar por el que pasaba parecía… sucio. Descuidado.
Incluso los edificios más nuevos tenían una ligera capa de polvo en las paredes que
miraban hacia la bahía. Grandes piscinas reflectantes construidas en varios de los niveles
de la terraza tenían una capa de algas casi lo suficientemente gruesa como para caminar
por ellas. Las uniones entre los pequeños azulejos que hacían los caminos estaban
embarradas con moho. No había un montón de espray viniendo de las cataratas pero
parecía que lo que fuera que pasara por las calles nunca había sido barrido. Cada camino
que encontraba estaba resbaladizo sin importar su proximidad al agua, y los puentes que
conectaban los bloques poligonales de la ciudad apestaban por su mugre acumulada.
Este no era un lugar para correr.
Afortunadamente, ella no parecía tener una necesidad de correr, al menos, hasta el
momento. Hestobyll le recordaba a algunos puertos durmientes de la República: gente de
varias especies iba a la deriva, deambulando de un iglú de piedra poco inspirado a otro.
Duros. Caamasi. Ithorianos. Sullustanos. Ninguno de ellos le prestaba la más mínima
atención. Kerra miró abajo. No, ella no había salido llevando el traje de sigilo, pero
ciertamente se sentía invisible.
Asegurándose de que su sable láser estuviera fuera de la vista en el bolsillo de su
pechera, seleccionó a una ithoriana deambulando para que se aproximara. Con seguridad,
ella podría unirse a ella en una conversación sobre algo. Si no, estaba el genial tema del
tiempo, y quizás Kerra aprendería algo sobre el estado de las cosas en Byllura.
—Discúlpeme, —dijo ella, caminando al ritmo de los andares pesados del gigante
marrón—. ¡Hey! ¡Te estoy hablando a ti!
La ithoriana apenas miró abajo del todo, continuando caminando hacia uno de los
silos hexagonales que punteaban el paisaje urbano.
No es bueno, pensó Kerra. Problema de la lengua. Ella no sabía ithoriano. Pero
alguien tenía que saber básico.
Avistando a una pareja anciana de duros que pasaba, ella lo intentó de nuevo. Ellos
realmente se detuvieron, pero sólo para mirarla con indiferencia silenciosa. Kerra se giró
disgustada, escaneando a la multitud. La gente parecía tan desgastada como los edificios:
ropas viejas, que apenas les quedaba bien en muchos casos. Y todos con la misma
expresión vacía.
—¡Estoy en una fábrica de droides!
La hora de Kerra ya casi se había acabado cuando ella atrapó a una mujer sullustana
de uno de los niveles inferiores. Sullust era un sector cercano, y ella sabía que ellos
entendían básico allí. Si no, ella entendía un poco de sullustés de su tiempo con los

LSW 139
John Jackson Miller

Tengos. Pero de nuevo, recibió la misma mirada triste. Kerra buscó los ojos abultados de
la sullustana. Era como si quisiera responder, pero no pudiera recordar las palabras.
—Recuerda nuestro trato, —sonó en el comunicador de Kerra. Era la voz de Rusher,
justo en el horario.
Caminando hacia una alcoba, ella habló rápidamente, explicando lo que había visto.
—Esto no me parece bien a mí, —dijo ella.
—De algún modo, sabía que no lo haría, —respondió la voz—. Bueno, será mejor
que te des prisa y averigües lo que sea que estás buscando. Acabamos de escuchar sobre
la Voz Profunda de nuevo en el comunicador. Los bylluranos vieron a los refugiados en
la plataforma, y están mandando a gente para ayudar con nuestra situación.
—¿Nuestra situación? —Kerra miró desorbitadamente—. ¿Cómo saben ellos de eso?
¿Se lo has dicho?
—Hey, es su planeta. Todo lo que el tío dijo era que mandarían a alguien para dirigir
a los niños a un centro.
—¿A un centro para qué?
—Para asignarles dormitorios. Esas son las palabras exactas, —dijo Rusher—. Tienes
que admitirlo, suena lo suficientemente inocente.
Kerra frunció el ceño. Ella estaba de acuerdo con el brigadier. Mientras que las
prácticas de relocalización ocurrían en el espacio Sith, eran completamente apacibles.
Antes de que pudiera decir algo más, Rusher informó que sus centinelas habían avistado
a alguien aproximarse.
—Sé cauto, —dijo ella.
—La palabra es diligente, —respondió Rusher—. Oh, y estate alerta, te ha salido una
cola. Rusher fuera.
Kerra golpeó el auricular.
—¿Hola? ¿Qué? —¿Una cola? ¿Qué quiere decir con eso?
—Idiota exasperante, —gruñó en voz alta.
—Él dice lo mismo de ti —llegó una voz desde detrás.
Kerra giró, enfadada por ser cogida desprevenida. No había nada salvo la acera y el
canal allí, hasta que miró abajo.
—¡Tan Tengo! —gruñó ella—. ¿Me has seguido?
Antes de que la joven sullustana pudiera responder, Kerra escuchó otra voz familiar
llegando de la escalera de piedra que llevaba abajo.
—¡Ahí estás! —dijo Beadle Lubboon, con el sudor corriéndole por su cráneo
esmeralda mientras subía las escaleras y veía a Tan. El soldado duros cayó de rodillas,
hiperventilando—. Dema… siadas… escaleras…
Tan miró al duros, y entonces arriba hacia Kerra.
—¿No conoces algún tipo de truco Jedi de curación para ayudarle?
—¿Ayudarle cómo? ¿Haciéndole correr varias vueltas al día? —Kerra puso su brazo
alrededor del pecho del recluta y le ayudó hacia el canal. Beadle le sorprendió metiendo
abruptamente su cabeza en el agua burbujeante.

LSW 140
Star Wars: Caballero Andante

Kerra intercambió miradas con Tan hasta que Beadle salió, jadeando.
—Gracias.
—¿Qué estáis haciendo vosotros dos aquí?
Tan explicó que estaba en uno de los grupos que había bajado las rampas del
Diligencia, pero cuando llegó la orden de reembarcar, ella había visto a Kerra correr
hacia la ciudad.
—Ella salió corriendo, Maestra Holt, —dijo Beadle, metiéndose el dedo para quitarse
el agua de las orejas—. El brigadier me mandó tras ella.
Kerra agarró su pelo, segura de que se le caería en cualquier minuto. Ella podía ver
qué lugar ocupaban los refugiados en la mente de Rusher, si el Soldado Lubboon era el
equipo de rescate.
—Esto está muy apagado, —dijo Tan, deambulando y mirando a la ciudad—. Son los
mismos tres edificios, una y otra vez.
—Darkknell no era exactamente un lugar lleno de color, —dijo Kerra. Pero ella sabía
lo que quería decir Kerra. Aquí en Byllura, todos los colores brillantes pertenecían a la
naturaleza. Arquitectura, moda… todo sufría de una escasez de energía, imaginación,
novedad.
Caminando hacia una pared exterior lo suficiente como para confirmar que el
Diligencia no estaba encendiendo sus motores aún, Kerra se giró hacia otra multitud que
se dirigía hacia uno de los silos hexagonales. Este era grande, del tamaño de un bloque
completo de Hestobyll, y, por los sonidos del interior, evidentemente algún tipo de
fábrica. Podía ver el humo ahora, alzándose desde una chimenea arriba.
Beadle y Tan a remolque, Kerra tiró de un viejo duros de la fila. Al igual que antes, ni
él ni nadie más respondió a su acción. Ni respondió a sus preguntas más sencillas.
Sosteniendo los hombros del hombre, ella miró a Beadle.
—¿Puedes hablar con él, Beadle? Muéstrale que somos amistosos. Pregúntale su
nombre.
El desgarbado duros saludó y se unió a Kerra enfrente de la cara del hombre viejo.
—Señor, ¿cómo se llama?
Kerra le fulminó con la mirada.
—¡Quiero decir, en durés!
Beadle se encogió de hombros.
—Yo no hablo durés.
—Genial.
Sentándose en el borde del canal y chapoteando con sus pies pequeños y regordetes,
Tan hizo un comentario.
—Quizás hay algo en el agua.
—No lo creo, —dijo Kerra, mirando a los ojos vacíos, marchitos del hombre viejo—.
Y la lengua no es la cuestión. —Ella podía percibirlo. El duros entendía las palabras. No
era que no iba a responder; no podía—. Parece… adormilado.
Espera.

LSW 141
John Jackson Miller

Kerra se giró hacia el hombre y alzó sus dedos. Ella odiaba hacer esto, pero si su
corazonada era cierta…
—No quieres ir dentro del edificio, —entonó ella.
El anciano duros se quedó helado.
—No… no… —sus brazos empezaron a temblar—. Ir dentro del edificio.
Kerra contuvo sus hombros y estudió sus ojos. Había algo ahí. Una emoción.
¿Confusión? No.
Pánico.
Abruptamente, Kerra liberó al duros, que corrió adelante como si hubiera sido
disparado por uno de los cañones de Rusher. La figura verde desapareció por la entrada,
como siempre había tenido intención. O como alguien más siempre había tenido
intención que hiciera.
—Es un usuario de la Fuerza, —dijo Kerra. Daiman tenía a sus Correctores y a sus
historiadores propagandísticos, pero esto era diferente. Aquí, los Sith estaban imponiendo
su voluntad directamente sobre la gente, toda la gente. ¿Pero cómo? La persuasión de la
Fuera era una técnica uno a uno. Para mistificar a una población a tal escala se requería…
¿qué? Ella no tenía ni idea.
Kerra estrujó su nariz, deshinchada. Este no era del todo un lugar seguro para sus
cargas. Había estado esperando que, fuera de la influencia de Daiman y Odion, las
condiciones fueran mejores. Si acaso, eran peores.
¿Todos los sitios aquí afuera son dementes?
Abruptamente, Kerra caminó hacia la pared del canal y elevó a Tan por sus hombros.
—Beadle, dile a Rusher que vamos a volver.
—Tienes mi comunicador, —dijo él, tocándose la oreja de nuevo.
Acordándose, Kerra alcanzó a activar sus auriculares, cuando de repente una voz
alien estruendosa hizo eco en sus oídos: trabajadores de la Flota de la Diarquía,
¡comenzaréis las operaciones de carga ahora!
Kerra miró alrededor, sorprendida. La voz no venía del comunicador, sino de otra
mente. ¡Sensibles, llevaréis a los celegianos designados a sus navíos asignados!
De una vez el paso vago de Hestobyll llegó alrededor de ella. Los ciudadanos que se
habían tomado su tiempo para alcanzar sus destinos de repente empezaron a moverse
rápidamente, irrumpiendo hacia los edificios hexagonales. Otros residentes se colaban en
las calles resbaladizas de las casas-cúpula blancas, Kerra imaginó, para unirse a la
marcha. Era la versión de Byllura del viaje al trabajo matutino de Darkknell, todo
dirigido por una misteriosa fuente: la misma voz que Kerra acababa de oír.
Celegianos, había dicho la voz. Kerra se había encontrado con un celegiano años
antes en Coruscant: difícil de mirar, pero una parte llevadera de una raza aparentemente
feliz de viajeros interestelares. Un fenómeno natural, sus comunicados por pensamiento
«sonaban» distinto de las proyecciones de pensamiento a través de la Fuerza, y era
inequívoco, ella y los locales lo habían oído. Tenía sentido como una forma de

LSW 142
Star Wars: Caballero Andante

comunicarse públicamente, con oyentes capaces de comprender sin importar sus


diferencias lingüísticas.
«Escuchando» otro anuncio, Kerra miró alrededor. No había celegianos visibles, ¡y
ellos seguro habrían llamado la atención! Pero eso no significaba nada. Mientras se
giraba para mirar en dirección a donde la sensación era más fuerte, sus ojos se fijaron en
uno de los grandes silos. Desde allí, un celegiano podría contactar a gran parte de la
ciudad a la vez. Tenía que ser eso. Mirando alrededor, Kerra se sintió como golpeándose.
Los bloques de la ciudad iban desde los silos por todo Hestobyll. Éstos reflejaban el
alcance de los celegianos, imaginaba ella. Tenía que haber más de uno.
Pero la rápida conformidad de la gente parecía extraña, y nada explicaba los
temblores que ella sentía ahora en la Fuerza. Aparte del famoso Maestro Jedi Ooroo,
milenios antes, la Fuerza había tocado a relativamente pocos celegianos. Utilizar a las
criaturas para la comunicación en masa era novedoso, pero no significaba ningún peligro
inherente. Presionando su camino hacia las escaleras abarrotadas para tener una mejor
vista, Kerra gritó hacia atrás:
—¡Beadle! ¡Quédate con Tan!
De repente la multitud empezó a agitarse más rápido. Luchando contra la oleada,
Kerra luchó por mantener su equilibrio, y para ver qué les dirigía. No eran las palabras
del celegiano. Figuras humanoides en trajes ceñidos rojos descendían por el lado del risco
de la ciudad a bordo de speeders aéreos multi-persona. Dejando a sus speeders flotando
sobre los canales, un par de conductores escarlata saltó alto en el aire. Viajando varios
metros en un sorprendente instante, los recién llegados determinados aterrizaron de forma
segura en los caminos y cargaron contra la multitud.
Esos son nuestros Sith, pensó Kerra. Demasiado para el paraíso.
—¡Tan! ¡Tan! —Kerra miró atrás. La chica se había perdido en la multitud, y el duros
se había ido, también. Los Motoristas Escarlata, hombres y mujeres de varias especies,
todavía estaban en movimiento, apresurando a los rezagados hacia su trabajo. No habían
hecho daño a nadie aún, pero Kerra se dio cuenta de las armas con forma de porra que
colgaban sobre sus brazos izquierdos. Ella maldijo—. Maldición, Beadle, ¡te dije que te
quedaras con ella!
Forzando su camino a través de la estampida, Kerra saltó sobre el muro de contención
del canal y miró abajo a la multitud. Ahí estaba la ithoriana de antes, sorprendentemente
cerca y cara a cara rígida de uno de los conductores. La ithoriana parecía mistificada.
Sintiendo una punzada en la Fuerza, Kerra se dio cuenta de por qué. Corriendo, ella les
escuchó:
—¡Cumplirás con tus órdenes inmediatamente! —dijo el conductor.
—Cumpliré con mis órdenes inmediatamente, —dijo la ithoriana monótonamente en
básico, antes de correr hacia delante.
Viendo el mismo intercambio teniendo lugar por todo el paisaje, Kerra se dio cuenta
de la verdad. Los celegianos sólo daban —o pasaban— las órdenes. Los Motoristas
Escarlata las reforzaban, utilizando la persuasión de la Fuerza. Tenía sentido, ahora. La

LSW 143
John Jackson Miller

gente de Byllura estaba ciertamente adormecida, ¡erosionada por las constantes


manipulaciones mentales por parte de usuarios de la Fuerza!
Alerta, Kerra escaneó la multitud en busca de sus compañeros. De repente vio a
Beadle Lubboon en la multitud, enfrentado a dos conductores. Y ahí, detrás de él, estaba
Tan, sostenida por un tercero. No iban a tratar de escapar, y Kerra sabía por qué. Sólo
había una cosa por hacer.
—¡Hey, Sith! —gritó Kerra, saltando encima de una plataforma de piedra y
encendiendo su sable láser. Una docena de caras en la turba se giraron hacia ella—. ¡Sí,
es cierto! ¡No quiero ir a trabajar! ¡Venid y cogedme!

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO CATORCE
Por primera vez desde Gazzari, el sable láser de Kerra se hundió en la carne de Sith. Esa
batalla había sido caótica; múltiples combatientes dirigiéndose a diferentes objetivos.
Aquí, incluso en mitad de los trabajadores arrastrándose para estar a salvo, había una
simple dirección de los eventos. Kerra tratando de dar caza a los captores de Tan y
Beadle; y más Motoristas Escarlata de los que ella podía contar tratando de detenerla.
Kerra saltó contra un muro de piedra arenosa y saltó de nuevo a la refriega,
lanzándose hacia sus asaltantes. Sus porras estaban llenas de energía ahora, espadas que
igualaban el color de sus trajes. Pero las armas eran sólo la mitad de la longitud de su
sable láser, el mínimo requerido para los trabajadores del rebaño. La forzaba a abandonar
todas las disciplinas vistosas de sable láser con nombres que ella nunca podría recordar y
luchar por libre. Ese era el estilo que le gustaba. Una mujer conductora la golpeó, y
recibió una patada circular seguida de un golpe mortal. Un hombre conductor corpulento
saltó hacia ella desde atrás, apuñalando hacia abajo; Kerra giró y se deslizó hacia atrás,
separando su brazo de la espada de su cuerpo.
Retirando su sable láser de su cuarto atacante, Kerra se giró, sólo para caminar hacia
una vorágine.
¡Pararás pararás pararás!
Cuatro Sith avanzando, hablando al unísono, le golpearon a través de la Fuerza.
Mareada por la arremetida mental, Kerra sintió sus rodillas flaquear. Rodando en el
sudoroso camino, ella abrió sus ojos para verlos avanzar. Avanzar, y hablar, sus palabras
apaleándole.
Doblándose del dolor, Kerra miró tras ellos, y vio a uno de sus speeders aéreos,
flotando, sin ocupar, sobre la escena. Alcanzándolo a través de la Fuerza, ella lo agarró y
lo empujó. El vehículo obedeció, golpeando violentamente hacia abajo en el muro de
contención del canal tras sus atacantes sorprendidos. Sus ataques psíquicos
momentáneamente rotos, Kerra empujó otra vez, haciendo que perdieran pie en la
superficie resbaladiza. Recuperando el pie, ella saltó hacia ellos…
… y pasándolos, saltando sobre los restos del speeder hacia la cima del muro de
contención. Ella rompió a correr hacia el mar, aliviada por que la presión mental se
hubiera amainado. La persuasión de la Fuerza era una disciplina que casi cada usuario de
la Fuerza aprendía, incluso si ella era perezosa en utilizarla. Pero nunca había sentido tal
poder tras ella antes, excepto quizás en la llamada persuasoria de Odion hacia la
autodestrucción. La única cosa que le mantenía con vida era que, al menos hasta donde
ella podía decir, los Motoristas Escarlata habían aprendido el mesmerismo en exclusión
de otras habilidades, más físicas. Podía tomarlos en un duelo directo, pero ahora no era el
momento. Espió su verdadera meta, delante. Los captores de Tan y Beadle les habían
cargado a bordo de uno de los speeders aéreos, el primero de un grupo de tres
preparándose para dirigirse a la bahía.
Ella sólo tenía una oportunidad de cogerles.

LSW 145
John Jackson Miller

Acelerando mientras se aproximaba a la parte posterior del speeder aéreo, Kerra


recordó sus auriculares y presionó un botón.
—¡Rusher, soy Kerra! ¡Hagas lo que hagas no dejes que el resto de los refugiados
bajen de la nave!

***
Dime algo que no sepa, pensó Rusher, guardando en su bolsillo su comunicador mientras
corría a lo largo de la alfombra una vez lujosa de la sala de preparación. Uno no llegaba
muy lejos en el espacio Sith sin ver un truco mental sospechoso una y otra vez. Desde lo
que podía decir, los personajes de rojo que habían subido habían hecho más que un par de
ellos.
El brigadier se había estado preparando para patear de vuelta al solárium cuando los
vio a través de la claraboya: los primeros voladores que llegaban desde la meseta en la
bahía. Para cuando Rusher alcanzó la parte superior de Estribor Tres, él había visto a
Novallo y a su equipo reparador en pie, hipnotizados, en medio del puente de metal. En
medio de ellos y el Diligencia, conductores que representaban al gobierno de Byllura
caminaban por la plataforma rodeando a cualquiera que pudieran encontrar.
Rusher se maldijo a sí mismo. Había advertido a los centinelas que no desafiaran a
nadie que llegara demasiado fuertemente, imaginando que los locales iban a ir a escoltar
lejos a los refugiados. Ya fuera eso, o la Jedi o el Soldado Lubboon volviendo con la niña
sullustana. Pero los Sith que gobernaban el planeta evidentemente no iban a asentarse
simplemente con sus pasajeros.
No era la primera vez que un Lord Sith había renegado de la independencia de
Rusher; no todo el mundo respetaba la forma en que las fuerzas del antiguo imperio de
Mandragall hacían las cosas, e incluso si lo hacían, eran Sith. Engañar estaba en su
naturaleza. Pero hasta donde él sabía, los maestros sin rostro de Byllura ni siquiera sabían
quién o qué era la Brigada de Rusher. Era simplemente una tripulación que esclavizar,
una nave de guerra para ser tomada.
Una nave de guerra donde la mayoría de las armas estaban en el interior, pensó
Rusher, corriendo hacia el puente. Al menos la plataforma de vigilancia tenía la mente
presente como para cerrar las rampas antes de que nadie abordara. Pero las opciones
desde ahí eran limitadas. Esta iba a ser un por poco, si conseguían salir de esta.
—¡Llamada desde abajo, Capitán!
Rusher caminó abajo hacia el hueco de comando para ver las vistas de la cámara bajo
la Rampa Uno de Babor. Un grupo de trajes rojos estaba ahí, incluyendo un monstruo
dentudo de un trandoshano que no parecía muy cómodo, envuelto en su ligero mono.
Mirando arriba a la cámara, el trandoshano hizo un gesto con una carnosa mano verde y
siseó,
—Abrirás este navío y reportarás para una asignación.

LSW 146
Star Wars: Caballero Andante

—¡No funciona por el comunicador, colega! —soltó Rusher. Estos no eran Lords
Sith, ni siquiera los adeptos Sith de mayor calidad que había visto. Eran especialistas,
como él, entrenados en una cosa.
Y no les iba bien. El conductor repetía su orden.
—¡Hablar más fuerte no ayuda! —Rusher se sentó en la estación de comunicaciones
de Besalisk—. Ahora podemos hablar de devolverme mi tripulación, o…
—¡La Diarquía ha hablado! ¡Abre este navío!
—Si tú lo dices, —dijo Rusher, señalando a su timonel—. ¡Suelta el ancla!
Con un golpe metálico, la Rampa una de Babor se abrió, aplastando al trandoshano y
a dos de sus compinches en plano. La rampa se elevó de vuelta para cerrarse menos de un
segundo después.
—¡Buenas hidráulicas, nena! —dijo Rusher, golpeando a la consola de comando del
Diligencia y sonriendo.
Un breve respiro. Su ensimismamiento se detuvo cuando el navegador mon calamari
habló, señalando a otro monitor.
—El Maestro Dackett está ahí abajo.
—¿Qué?
—Al otro lado, señor. —Rusher miró a la vista desde la panza. Dackett y varios más
de los centinelas estaban en pie, sin movimiento, ante otro conductor rojo.
—¡Maldición! —Rusher se sentó de nuevo en la silla, aturullado. El hombre gordo
iba a matarle un día—. Probablemente vio la costa y fue a buscar a las mujeres.
Mientras Rusher miraba, el trandoshano caminó a la escena, frotándose el diente
fresco en su correoso cráneo.
—¡Te someterás, mercenario! —Él encendió un sable láser corto carmesí—. ¡Abre o
te sacaremos cortando! —El trandoshano dio un vistazo a sus rehenes estupefactos—. ¡O
quizás cortemos algo más!
Rusher se alzó, toqueteando en vano el comunicador.
—¡Este es tu departamento, Jedi! ¿Dónde estás? —El Diligencia podía utilizar una
acción de retaguardia, al estilo Jedi—. ¡Kerra Holt, contesta!
Nada.
—¡Maldición y maldición! —dijo Rusher, lanzando el comunicador al suelo y
caminando los escalones hacia la gran ventana. Su proporción de tambaleos había sido
hecha pedazos, de todos modos—. Estamos solos. —Él miró abajo al timonel—. ¿Puedes
despegar sin freírlos?
—¿Señor, va a abandonar al Maestro Dackett?
—Encontrará una forma de regresar, —dijo Rusher, mirando atrás al exterior—.
Todavía tenemos su viejo brazo.

***

LSW 147
John Jackson Miller

Kerra había estado hundiéndose en los riscos un par de veces cuando era una niña en
Aquilaris. Pero nunca como una adulta, nunca como una Jedi, y nunca desde una repisa
que no se mantenía en el agua, sino sobre una ciudad. Corriendo sobre el muro de
contención, vio la repisa de permacreto acabarse justo delante, donde guiaba el agua
abajo cien metros hasta el siguiente nivel de Hestobyll.
Ella aceleró. Chico, será mejor que esto funcione.
Saltando, Kerra estiró ampliamente sus brazos, extendiendo la parte más trasera del
speeder aéreo mientras tiraba. Si ella estaba asombrada de intentarlo, estaba aún más
sorprendida cuando falló, chocando de repente en el toldo ocioso del vehículo. Rodando,
ella vio al conductor ataviado de carmesí luchando con el yugo de control. Sintiendo el
impacto, el rodiano miró arriba hacia ella, confuso.
—¿Problema de motores? —preguntó Kerra, metiendo su bota a través del parabrisas
y dentro del morro del conductor. Revolviéndose con los restos destrozados, ella saltó
encima del rodiano desorientado. Apartado del asiento del conductor, el lacayo Sith
luchaba por encontrar su porra. Con un objetivo atrayente en las probóscides verdes de la
criatura, Kerra le agarró por el cuello escarlata y golpeó repetidamente.
Colgando medio fuera del speeder, el Sith apaleado volvió sus ojos vidriosos hacia
ella y se centró.
—¡Me liberarás!
—Está bien, —dijo Kerra, retirando sus manos al speeder aéreo. El asombrado
rodiano cayó en picado fuera de la vista.
Pateando los restos del parabrisas —no hay fábricas de transpariacero aquí, vio ella—
Kerra se instaló en el asiento del conductor. Delante, el speeder aéreo que llevaba a
Beadle y a Tan se alejaba rápido, saltando sobre el borde de Hestobyll y fuera sobre la
bahía. Estaba haciendo una línea recta hacia la meseta en el centro de la bahía; ella ajustó
su speeder en una ruta para seguirles.
Confirmando que no estaba siendo perseguida, Kerra miró abajo y a la izquierda.
Algo estaba pasando en el Diligencia, pero desde su elevación no estaba claro qué. Más
gente estaba fuera en la pista y en el puente, y ella podía ver algunos speeders aéreos y
trajes rojos. Pero al menos ella no podía ver disparos. Kerra no podía imaginar que
Rusher pusiera en peligro a su propia gente en la plataforma dando pelea, pero, ella nunca
lo acabó de conocer. Si los trajes rojos ahí abajo eran tan poderosos como a los que ella
se había enfrentado, debían haberle mostrado ya una cosa o dos sobre hablar pronto.
Kerra se enfrentó a una decisión. Los refugiados con seguridad estarían en riesgo.
Pero igual de claramente, cualquiera que viviera en Byllura estaba en peligro: peligro de
perder su cordura, como ya habían perdido su independencia. Este plan era algo con lo
que Daiman podría haber soñado. Los trabajadores no estaban simplemente esclavizados
aquí; los que gobernaban —¿cómo lo había llamado el celegiano?— la Diarquía estaban
convirtiendo realmente a la gente en autómatas, una orden a la vez. Darkknell había sido
un lugar donde el arte y otras formas de ocio habían sido desestimadas como
innecesarias. Byllura había tomado la noción de Daiman un paso por delante. El lugar

LSW 148
Star Wars: Caballero Andante

estaba descolorido no porque a la gente no se le permitiera decorar sus vidas; de hecho,


probablemente ni estaban al tanto de cómo se veían las cosas. O de nada más, en ese
aspecto. No bajo ese tipo de coacción psíquica. Los seres de voluntad fuerte podían
resistir la persuasión de la Fuerza, pero aquí había simplemente demasiada teniendo
lugar. Las voluntades estaban siendo rotas antes de que nadie se diera cuenta de que
estaban bajo ataque.
Kerra recordó pensar en la meseta de la bahía y que el edificio que sobresalía de ella
parecía un hongo balo. Ahora esa primera impresión parecía profética. Una de sus
primeras asignaciones como Padawan había sido cerrar un círculo de envíos de los
hongos de lanzaderas de contrabandistas de los Mundos del Núcleo hacia Coruscant para
que los procesaran. Mero trabajo ocupado para una nueva recluta; ni los Jedi ni la
República tenían mucho tiempo para intervenir en la especia, y entre la guerra y la
enfermedad, la población tenía mucho que olvidar. Pero en esa misión, ella había llegado
a ver a gente en el agarre de los narcóticos: todavía funcionando, pero ya no más los
maestros de sus propias vidas.
A eso es a lo que le recordaba la gente de Hestobyll. Y quien fuera —o lo que fuera—
que estaba en esa isla vertical estaba controlándoles de la misma forma. Los bylluranos
todavía eran seres independientes, pero sin voluntad para resistirse cuando la llamada
llegaba. Y en aumento, sin identidad propia.
Y había más teniendo lugar, se dio cuenta ahora. Acelerando, Kerra miró abajo a las
boyas que llevaban desde la meseta por la bahía hasta la ciudad tras ella. Parecían estar
uniformemente espaciadas, al igual que los silos en la ciudad.
—Más celegianos, —murmuró ella, pasando sobre uno y echándole un vistazo más de
cerca. Allí, visibles a través del techo transparente de la boya, oscilaba un celegiano en su
cilindro protector. La mente de Kerra corría. Los celegianos en la tierra principal no eran
simplemente anunciantes públicos dirigidos. Estas pobres criaturas eran todos enlaces en
un sistema de comunicación telepático, una cadena que alcanzaba, sin ser rota, todo el
camino por el agua hasta la meseta y de vuelta, bien arriba. Ella escuchó de métodos
antiguos de señalización que utilizaban líneas de señales visuales en lugar de
electrónicas. Quien fuera que estaba gobernando este lugar, había puesto toda la bahía en
su entramado telepático. No había necesidad de comunicadores en ninguna parte.
Excepto en su caso. Acordándose, Kerra activó sus auriculares y se preparó para
llamar a su destino. La meseta y la cima metálica surgían ante ella.
—Otro santuario, —gruñó Kerra, agitando su cabeza. ¡Solo espero que no utilicen al
arquitecto de Daiman!

***
—¡Están agujereándonos, Brigadier!
Las fosas nasales de Rusher se ensancharon. Esto era peor que los mynocks. En el
segundo en que el Diligencia golpeó los propulsores y empezó a flotar, cada uno de los

LSW 149
John Jackson Miller

exploradores rojos de fuera había saltado hacia la nave. Ahora los monitores mostraban al
trandoshano y a varios de sus colegas trepando sobre los enormes retro-cohetes,
golpeando a cualquier cosa que pudieran encontrar con sus sables láser rojos cortos.
—¡Dales una vuelta, timón!
La khil con cara de tentáculos cumplió, sus dedos verdes ligeros, un borrón sobre la
consola. A su alrededor, el Diligencia se tambaleaba y giraba, forzando a Rusher a
agarrarse a la parte trasera de la silla para equilibrarse. Fuera, el escenario de Byllura
volaba pasando, y en el monitor, así como lo hacían varios de los trepadores Sith.
—¡Todavía quedan un par, señor!
—¡Corta los propulsores! —gritó Rusher.
El Diligencia golpeó violentamente la plataforma, justo a tiempo para que Rusher
gritara otra orden:
—¡Encended los propulsores!
La timonel con cara de tentáculos tenía la imagen, haciendo que el Diligencia saltara
como una bailarina del velo zeltron. Preparándose, Rusher observó a los monitores
inferiores. Esta vez, hasta el musculado trandoshano había perdido el agarre.
Rusher señaló una vuelta al aire.
—¡Buen trabajo Zussh! ¡La próxima vez que alguien me diga que ha estado en
Corellia, le creeré!
—Diría que esss bueno que tengamos los hidráulicosss arreglados, —siseó la khil.
—Y que Novallo no esté aquí para romper mi cuello por esa artimaña. —
Acordándose, Rusher caminó los escalones hacia el puerto de vistas—. ¿Dónde está
nuestra gente?
El Diligencia se balanceó por la bahía, giró a babor, y se recostó. Mirando abajo a la
plataforma, Rusher avistó a Dackett y a Novallo en pie con treinta miembros o así de la
tripulación, apiñados hacia el extremo alejado de la plataforma elevada. Fuera lo fuerte
que fuera el poder de sugestión de los lacayos Sith, no era suficiente para mantener a las
víctimas permaneciendo alrededor cuando todo el fuego se estaba liberando. Rusher vio
que el trandoshano y los otros pocos imbéciles que no habían sido lanzados al agua
estaban fuera de combate, recostados sobre las huellas enormes agrietadas que el
Diligencia había hundido en la superficie adoquinada. Pero otros estaban yendo por el
puente desde la ciudad.
Chico, estará bien disparar a algo.
—¡Hacedlo una isla!
Con un sobresalto que golpeó el puente, los turboláseres montados a izquierda y
derecha del compartimento de tripulación explotaron hacia abajo hacia el puente de
metal. Preparados para poco más que eliminar asteroides, eran más que suficientes para
mandar a la estructura —y un par de matones blandiendo porras— dentro de la bahía.
—¡Brigadier! Losss speedersss aéreosss…
Rusher lo vio —y lo sintió— antes de que Zussh terminara de sisear las palabras. Un
flash de gris llenó el puerto de vistas ante él, mandando un temblor a través del puente

LSW 150
Star Wars: Caballero Andante

que le golpeó contra la alfombra. Varios de los speeders aéreos que habían llevado los
problemas a la plataforma de aterrizaje todavía estaban ahí fuera. Si se había olvidado de
ellos, se lo estaban recordando ahora, golpeando contra las plataformas superiores y
tratando de romper las ventanas. Él nunca sería capaz de sacar las armas de la nave contra
ellos. Demasiado mal que ellos no…
Espera, pensó Rusher. Armas, las tenemos. Desde su posición en la alfombra, él se
giró para encarar a la tripulación en el hueco de comando.
—Gíranos de nuevo… ¡y golpéales con los cañones largos! ¡Los Kellies!
Los ojos de Zussh parpadearon.
—Ssseñor, esssos essstán en el contenedor.
—Las cargas y los generadores lo están. ¡Los cañones están enganchados al casco! —
Rusher se alzó, los guantes anivelados con la ventana. Tres speeders aéreos zumbaron al
pasar, tratando de encontrar un medio seguro para aproximarse a la nave girando, girando
en el sitio. Espiando a un motorista rojo haciendo una carrera, Rusher gritó—. ¡Duro a
estribor!
El Diligencia viró violentamente, sus cañones protuberantes de hierro sarrassiano
cortando el aire como un rotor masivo. El metal rígido se hundió a través de los speeders
aéreos chapuceramente construidos como si no estuvieran ahí. Mientras el segundo
speeder evitaba ese destino, su piloto no lo hacía, volando casi por el horizonte por la
velocidad giratoria.
Bueno, eso es algo nuevo. Rusher miró al tercer speeder aéreo precipitarse en la
bahía, golpeado por un golpe de refilón. ¿Cómo llamaría a esta táctica? No era algo que
pudieran probar contra una nave más grande o un obstáculo fijo sin desprenderse de sus
uniones. La Maniobra Sólo-Esta-Vez Rusher, quizás.
—Visual en el Maestro Dackett, señor.
—¿Qué está haciendo?
—Golpeando al trandoshano a muerte con su nuevo brazo.
Rusher sonrió.
—Ponnos sobre la plataforma y suelta la Rampa Tres de Estribor. Justo como una
evacuación normal. —Bueno, para nada como una. Pero servirá.
El Diligencia se colocó en posición. Rusher buscó su bastón. Su esguince del palacio
de Daiman se había curado, pero lo podría necesitar para defenderse cuando Prenda
Novallo abordara. Sin estar ya mesmerizada, la doctora del casco del Diligencia la habría
acabado de ver utilizar su preciosa nave como un ariete apaleador.
Pero mientras observaba a su tripulación abordada en el monitor, se dio cuenta de que
la confrontación inevitable sería el último de sus problemas. Habían ganado un respiro de
un par de minutos de los Sith, pero los refugiados todavía estaban a bordo, y su niñera no
había vuelto. Rusher encontró su comunicador, en el suelo.
—¡Holt! ¡Contesta! ¡Jedi!
La luz en él parpadeó. Ella había mandado un mensaje, durante el caos. Pero antes de
que lo pudiera reproducir, una llamada llegó del timonel.

LSW 151
John Jackson Miller

—Brigadier, tenemos nuevos contactos desde el norte. Un montón… ¡y son grandes!


Rusher rechinó sus dientes. ¿Ahora qué?
—¿Más grandes que los speeders aéreos?
—¡Más grandes que nosotros!
Rusher corrió hacia el puerto de vistas que encaraba a Hestobyll y jadeó. El vapor se
estaba elevando de las piscinas de piedra gigantes construidas en varios niveles de
terraza. Vapor… y algo más, algo que no serían capaces de superar con un par de
cazadores de rocas y un par de maniobras.
Sus ojos se abrieron como platos.
—Pequeña Jedi, donde sea que estés… ¡Creo que los hemos vuelto locos!

***
¡Un Jedi!
Calician se maravilló mientras se alejaba cojeando de Uno. Un Caballero Jedi estaba
a menos de diez minutos del Loft. No había necesidad de consultar ningún escáner
electrónico, ni siquiera había razón para mirar por la ventana. La red que había
desarrollado le había llevado las noticias al instante a él y a sus jóvenes maestros.
Parte de la inspiración había llegado de observar a las arañas jornisae,
accidentalmente e imprudentemente importadas desde Cularin a su mundo natal. Incluso
cuando cegó a las criaturas, ellas podían percibir la aproximación de otros, sintiendo las
vibraciones en sus redes. Los celegianos unidos crearon su propia red, constantemente
comunicando informes de estado hacia atrás y adelante los unos a los otros. Los mismos
individuales que le proveían los informes estaban cargados con forzarlos a mandarlos: los
Unificadores vestidos de rojo.
Quillan y Dromika no habían entendido la necesidad de que los adeptos Sith llevaran
uniformes; nunca esperaban verles, de todos modos. En el cuerpo del poder Dyárquico,
los Unificadores actuaban tanto como agentes reguladores, asegurándose de que las
órdenes se seguían, como anticuerpos, matando o asimilando patógenos. La metáfora
biológica era de Calician, también, directamente de sus escrituras sobre cómo la cima del
poder Sith podía ser alcanzada.
¿La glorificación de uno mismo? ¿La subyugación de otros? Claramente esos
preceptos antiguos señalaban a una única solución. Para que sólo un ser Sith gobernara
un sistema de formas de vida del tamaño de la galaxia, aquellos otros tendrían que ser
parte de él mismo. Partes constituyentes de una totalidad más grande, auto-regulando;
actuando en la dirección de la mente. No había otra forma. Los gobiernos, despóticos o
republicanos, eran demasiado ineficientes. Mientras cualquier otra voluntad tuviera
fuerzas, un líder no podía forzar su voluntad sobre todos.
Le había requerido llevar a los gemelos a su plan, pero lo había hecho. Daiman y sus
Correctores eran unos agarrados en comparación a lo que ellos habían logrado. En cierto

LSW 152
Star Wars: Caballero Andante

grado, Byllura operaba como un único ser vivo, y, tal y como escuchaba por el temblor
de fuera, la camada estaba a punto de salir del nido. Pero eso era también el problema.
Lo recordó ahora, mientras entraba en el turboascensor y se dirigía al ático. Quillan y
Dromika habían sido necesarios. No había Sith que hubiera conocido, Lord o adepto, que
tuviera el talento natural del chico para la premonición; y probablemente, ningún usuario
de la Fuerza, en ninguna parte, igualaba a la chica en cuanto a dar fuertes órdenes
hipnóticas. Pero el regente había supuesto que su voluntad permanecería intacta. Él
serviría como el ego, trabajando como el mediador consciente entre el mundo exterior y
los hermanos en su capullo. Para ellos, el mundo bajo su cómodo suelo era un lugar
teórico. Un reino que imaginarían e influenciarían, pero donde nunca entrarían. Ese rol
sería reservado a Calician.
Sólo eso había ido mal. Saliendo por la planta superior, lo recordó todo. El
nerviosismo había restaurado algunas de sus facultades, algo del espíritu independiente
que tuvo una vez. No era posible mediar entre alguien con el poder de Dromika y el resto
de la sociedad sin perder la identidad propia. No era lo suficientemente fuerte. Dudaba
que alguien lo fuera.
Y aún así, no había nada que hacer sobre ello. Él robó una mirada a los gemelos
mientras caminaba hacia su lugar junto a la ventana. Quillan con el pelo arena se sentaba
y miraba, con la boca cerrada, llevando sus ropas de noche a medio día, como cada día.
Dromika se recostaba en su espalda, enredando y desenredando su pelo mientras pateaba
una almohada con sus pulgares desnudos. Calician rápidamente apartó la mirada. No
había un poder tan aplastante como el de ellos.
Escuchando más truenos sobre la bahía, Calician se dio cuenta de que el resto de la
galaxia pronto aprendería lo mismo. Las naves de batalla estaban preparadas y alzándose
de sus hangares de construcción, ocultos bajo las piscinas reflectantes recién drenadas de
Hestobyll. Descomunales asuntos, duales de precioso duracero, los catorce navíos habían
sido construidos en silencio durante cinco años en preparación para este día.
Y cada uno, críticamente, incluía un pasajero importante: un celegiano. Los mismos
centros de entrenamiento en Byllura que habían convertido a los adeptos Sith crudos en
maestros de la persuasión habían hecho trabajar a los pocos celegianos que habían
encontrado que eran receptivos a la Fuerza. Ninguno de ellos sería rival para el odiado
Maestro Ooroo en poder. Pero resguardados en el corazón de una nave de batalla, cada
uno se aseguraría de que las órdenes desde Byllura se siguieran exactamente. Al contrario
que sus primos en la bahía y arriba en los silos de la ciudad, ellos no pasarían
simplemente las órdenes. Ellos se asegurarían de que eran seguidas, forzando su voluntad
sobre la tripulación y escoltando a los pilotos de caza, por igual.
Algunos habían sido convencidos. Los celegianos eran un grupo malditamente
independiente. Pero, como aquí en Byllura, habría Unificadores presentes para asegurar
su participación. Y si eso fallaba, la amenaza de dañar a sus compañeros en cautividad
siempre funcionaba.

LSW 153
John Jackson Miller

No había muchos de ellos, pero serían suficientes. Ellos serían la primera oleada,
reclamando los sistemas de la retaguardia de Daiman. Calician esperaba que incluso
fueran capaces de ganar en enfrentamientos espaciales y batallas de tierra sin hacer ni un
disparo. Cualquier daimanita que se aproximara a menos de medio kilómetro de las
naves-cerebro sería vulnerable a su ataque. Los gemelos los comandarían, y por lo tanto
comandarían a todos. Nada sería capaz de detenerles.
—Aspecto-regente… nos protegerá, —dijo Dromika.
Calician se giró, confundido. La chica se estaba sentando ahora, mirándole
lastimeramente mientras ella calmaba a Quillan. El chico estaba en una postura fetal de
nuevo, como siempre estaba cuando se enfrentaba a algo nuevo.
—Yo os protegeré, —dijo el regente, con retraso. La pregunta tentativa poco
característica de Dromika no tenía su fuerza habitual de psique tras ella.
Pero la siguiente la tuvo.
—Nos dirás cómo destruir a un Jedi, —dijo la chica, con los ojos verdes llameando
con fuego naranja—. Nos lo dirás, ahora.
Dementemente, él repitió sus demandas, y entonces encontró que no tenía nada que
decir. Se había enfrentado a multitud de Caballeros Jedi mientras aprendía los caminos de
los Sith. Pero ninguno había ido a Byllura y sus sistemas vecinos en los ocho años desde
que se fundara.
El sector Grumani había estado demasiado lejos para entonces, Byllura estaba
demasiado lejos en el interior Sith. Mientras que había escuchado rumores de puñaladas
Jedi en el espacio Sith, ellos siempre habían atacado en otra parte. Pero sabía que los
había enfrentado una vez. Él simplemente sabía…
Con los párpados quitinosos parpadeando al cerrarse, el krevaaki hundió su cabeza en
vergüenza.
—Yo… no sé cómo, Lord Dromika. No lo recuerdo.
—¡Destruirás al Jedi!
—Derrotaré al Jedi, —dijo Calician, girándose con su vigor renovado de nuevo hacia
el turboascensor. Las palabras que había dicho eran las de Dromika, pero también suyas.
Había creado la estructura de mando Sith perfecta. Tan horrible como era perder su lugar
en ella, eso empalidecía ante dejar a un Jedi abatirla, en su momento de triunfo. Mejor
perder ante otro Sith que ante un Jedi.
Puede que olvidara el resto, pero ningún Sith podría olvidar eso.

LSW 154
Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO QUINCE
El truco de invadir fortalezas ocultas, pensó Kerra, era escoger una estrategia y pegarse a
ella todo el rato. Ella no había tratado con demasiadas para declararse una experta, pero
dadas sus recientes experiencias, parecía una certeza. Podías colarte, evadir la detección a
toda costa y asustarte de todos los encuentros; o simplemente podías irrumpir, sin dejar
nada en pie, incluyendo las puertas. Saltar atrás y adelante entre las aproximaciones
simplemente nublaba el asunto. Una vez que tenías un rastro de cuerpos detrás de ti,
realmente se había acabado el tiempo de considerar una aproximación sutil.
Mirando atrás al rastro de cuerpos tras ella en el vestíbulo, Kerra decidió que no se
preocuparía por quién la había visto o si debían estar mandando refuerzos. Escabullirse
en busca de un camino con menos resistencia tomaría más tiempo y, finalmente, pondría
en peligro a más gente.
Además, de esta forma era más satisfactorio.
Todos aquellos días en Darkknell queriendo golpear —golpear algo— ella imaginaba
un día como este. Había tenido cuidado de no desearlo demasiado; ese camino llevaba al
lado oscuro. Pero en todas sus infiltraciones, se preguntaba si llegaría a enfrentarse a los
opresores Sith directamente. Era cierto que estos no eran la gente de Daiman; la falta de
estatuas en cada esquina de la ciudad lo decía. Pero había visto suficiente del tipo de
opresión Sith byllurana en dos horas para hacer de la Diarquía, lo que fuera que fuera, el
objetivo de su elección. Sacarlos a la luz.
Más estaban llegando, seguro. Desde que llegó a la plataforma de speeders aéreos
excavada en el lateral de la torre de granito, Kerra no había escuchado ninguna sirena ni
visto a un solo droide de vigilancia o cámara. Pero los celegianos en la instalación no
habían dejado de parlotear en su mente, alertando a más Motoristas Escarlata —ahora
Corredores Escarlata— de sus movimientos. Los portadores de porras habían tratado de
bloquear su entrada desde el principio, y habían evitado que entrara en el túnel principal
que llegaba al estrado, y habían hecho un esfuerzo enorme para mantenerla fuera del
único turboascensor que había encontrado. Los siervos —si eso es lo que eran— se
estaban volviendo más fuertes ahora. Más capaces. Ella había supuesto que ese sería el
caso, pero no mucho más en Byllura había ido como esperaba.
Viendo eso, Kerra había empezado a utilizar su ferocidad y número como una guía.
Las ululaciones mentales de los celegianos venían de tantas direcciones diferentes dentro
de la instalación que ella no podía utilizar su fuerza como su baliza de regreso. Pero la
oleada más reciente de atacantes tenía una cosa en mente: prevenir que ella subiera más
alto en el complejo montañoso. Como con los hongos balo reales, el ingrediente activo
tenía que estar arriba en la cima.
Justo como la perversión de imitar a la naturaleza, pensó Kerra, empujando al
cuerpo que estaba evitando que se cerrara la puerta del ascensor. Mirando los controles,
ella sólo vio dos niveles más altos. Dirigiendo la caja hacia el superior, Kerra se calmó y
entró en una postura defensiva, con el sable láser preparado.

LSW 155
John Jackson Miller

La puerta se abrió para revelar a más protectores de traje rojo, también en una postura
defensiva, sus sables láser encendidos. Al unísono, elevaron sus manos libres y gritaron a
través de la Fuerza: ¡Te irás te irás te irás!
—Está bien, —dijo Kerra, presionando el control y cerrando la puerta. No tenía
intención tomar la vía de menos resistencia a medio camino, pero no tenía ningún sentido
ser doctrinaria sobre eso, especialmente no cuando le estaban dando tal dolor de cabeza.
Espiando una agarradera sobre la entrada, Kerra mandó la caja a una planta inferior y
apagó su sable láser. Saltando desde el hueco sobre la puerta, se colgó con una mano y
alzó su arma. No había una escotilla de acceso en el techo a centímetros sobre su cabeza,
pero habría una en unos momentos.
Escurriéndose por la escalera del servicio dentro del hueco unos momentos después,
Kerra todavía podía sentir la presión psíquica de los defensores a través de la puerta del
ascensor. Pero sus tácticas le confundían, más que otra cosa. Su defensa había parecido
de una dimensión, dos, como mucho. Mesmerizar y luchar. Luchar y mesmerizar. La
guarnición de la meseta era más ponderosa en la sugestión y más formidable en la lucha,
pero otras tareas parecían estar más allá de ellos. Escalando por la planta de la que había
huido, escuchó a la gente lanzarse violentamente contra la puerta. ¿Quién no puede abrir
un turboascensor atascado?
Encontrando un túnel de ventilación que llevaba arriba y lejos del hueco —demasiado
para evitarles— recordó al rodiano antes en el speeder aéreo. Él parecía no tener noción
de cómo reiniciar su vehículo calado. Y el patrón de defensa, también, parecía extraño.
Ella había escuchado las llamadas psíquicas de los celegianos, dirigiendo a sus oponentes
a defender los pasillos donde simplemente estaba considerando entrar. ¿Estaban
utilizando la Fuerza para predecir sus movimientos? ¿O era alguien más?
Alguien controlando todo esto, pensó Kerra, espiando la luz al final de un lado del
hueco. Ahora había encontrado las raíces de metal de la estructura de la cima de la
meseta, dirigidas dentro de la base rocosa; los conductos de ventilación llevaban el aire
desde el exterior. Meneándose los largos metros hacia la reja iluminada, miró arriba para
encontrar lo que esperaba: un corto estrechamiento del hueco arriba, proveyendo de la
entrada a la cúpula aplastada.
Pero era lo que vio accidentalmente entre los listones iluminados por el sol lo que la
hizo detenerse. Fuera, sobre la bahía, grandes naves de batalla se estaban alzando,
retumbando desde sus alojamientos dentro de la ciudad aterrazada. De repente se dio
cuenta de lo que los trabajadores habían estado preparando. ¿Pero para qué propósito?
Cortando una apertura más grande con su sable láser, Kerra entornó los ojos hacia la
bahía, tratando de encontrar al Diligencia y a su plataforma. Sus ojos cruzaron la línea de
costa dos veces antes de que avistara el muelle, aparentemente cortado de la tierra
principal… y vacío.
Tanteando por el auricular alrededor de su cuello, Kerra encontró el micrófono.
—¡Rusher! ¡Será mejor que tengas una buena explicación para esto!

LSW 156
Star Wars: Caballero Andante

***
Mirando abajo al mar, Rusher pensó que no parecía ni de cerca tan pacífico como lo
había parecido cuando aterrizaron. Quizás era porque el agua de abajo ahora estaba
punteada con gente que había estado tratando de esclavizarle, y más speeders aéreos
estaban corriendo desde la costa, tratando de alcanzar el navío espacial zigzagueando.
Las naves de batalla no les estaban prestando ninguna atención, al menos, no por
ahora. Esas primeras tres habían llegado a la órbita casi inmediatamente; ciertamente
tenían algún sitio al que ir deprisa. La presencia de varias otras flotando en la estratosfera
era la única razón por la que no había volado más alto. Evadir los speeders aéreos les
había llevado apenas a medio kilómetro del behemoth más trasero.
Al verlo, Rusher sintió un leve escalofrío en la parte trasera de su cráneo. Una ligera
chispa, asociada con un sentimiento.
Un sentimiento de que debería ordenar bajar al Diligencia.
Rusher agitó su cabeza. Un pensamiento extraño, pero sus corazonadas eran así a
veces. Quedándose en el puerto de vistas, miró abajo al océano de nuevo. ¿Cómo les
protegería dirigirse abajo ahora? No tenía ningún…
Bajarás tu navío…
El bastón de Rusher cayó al suelo.
—¿Estás sintiendo algo? —preguntó él.
—¡Sí, señor! —El Maestro Dackett estaba en la puerta doble abierta del puente—. Es
justo como lo que esos pequeños cretinos estaban haciendo abajo en la plataforma.
—Es más fuerte cerca de las naves de batalla, —dijo Rusher, mirando fuera a la
ventana. Él miró a Zussh, en el timón—. Vamos… a otra parte.
Él se frotó el pelo, goteando sudor a la alfombra. Sus ojos siguieron las gotas hasta
abajo. Volver a la superficie había parecido tan buena idea… por un momento. Aterrizar,
y desembarcar, y ceder su nave a los lacayos Sith vestidos de rojo, justo como ellos
pedían…
Rusher miró arriba. La nave no se había movido. Mirando de nuevo abajo a su
timonel, se dio cuenta de la mano de la khil agitándose sobre los controles. Él bajó al
hueco de comando y puso su mano enguantada sobre la suya.
—Está bien, Zussh. Yo lo sentí, también. —Juntos, presionaron la palanca para
mover al Diligencia a un lugar despejado.
—Lo sssiento mucho, ssseñor.
—Suficiente de esto, —dijo Rusher, resubiendo los escalones—. Sácanos del océano
y dirígete al espacio.
Refugiados o no, Byllura no era un lugar donde quedarse. Esto ocurría tan a menudo
en el espacio Sith, pensó él. Las cosas eran tan fluidas, y muchos de los señores de guerra
tan secretistas, que uno nunca sabía de verdad qué esperar de sistema a sistema. Pero
encontrarían otro mundo lo suficientemente rápido. Quizás en los Restos Chagrasi, que
no estaba demasiado lejos. Cualquier lugar sería mejor que esto.

LSW 157
John Jackson Miller

—Todavía tenemos un hombre perdido, Brigadier, —dijo Dackett, en pie en la


barandilla.
—¿Lubboon? —Rusher miró incrédulo al maestro de naves—. Estábamos hablando
de soltarle encima de la siguiente baliza hiperespacial. —Él medio había esperado que el
niño acabaría quedándose en Byllura con los refugiados; es por eso por lo que le mandó
en busca de la sullustana, en lugar de alguien más competente—. Demonios, Dack, ¡tú
estabas hablando de eso!
—Lo sé. Pero eso fue antes de que supiéramos que tipo de porquería están tirando
allí.
—¿Y cómo puede importar eso?
—No lo hace, —dijo Dackett, rascándose su carnoso cuello con su mano artificial. Él
suspiró—. Pero él tiró de mí fuera de ese agujero en Gazzari. Es lo menos que puedo
hacer.
Él golpeó la parte trasera de su mano contra el puerto de vistas.
—¡Nadie tiró de mí fuera de un agujero! ¡La gente simplemente me está metiendo
dentro de ellos! —Rusher miró abajo al océano agitado, avivado mientras el Diligencia
volaba más lejos de la tierra principal. Acordándose, Rusher miró a su comunicador de
nuevo. La luz estaba parpadeando; otro mensaje había entrado mientras habían estado
cautivados por las naves de batalla—. Aguanta. Mensaje de Su Locura. —Poniéndolo en
su oreja, él escuchó.
Desde al lado del hueco de comando, Dackett observó a su comandante ponerse en
pie.
—¿Algo?
—Ella me está maldiciendo. Y cortando. —Él arrojó el comunicador al suelo y miró
al besalisk en la estación de comunicaciones—. Morrex, ¿tienes algo más?
—No, señor, —dijo el verde gigante, golpeando su enorme auricular—. Pero ellos
saben de algunas nuevas palabras en la República.
Rusher volvió a la ventana. Los speeders aéreos que habían estado volando junto a
ellos, buscando una oportunidad, se habían ido hace mucho. Nadie había desafiado su
vuelo sobre el océano abierto. Miró atrás para ver a su timonel mirándole.
—Tengo un camino despejado para la órbita, Brigadier, —trinó Zussh—. Y nada
entre este hemisferio y la carretera hiperespacial más cercana.
Rusher plegó sus brazos, hizo una decisión de comando, y pateó la pared
repetidamente con su pierna buena.
—Alza los registros marcados de comunicación, —dijo él, mirando abajo al
besalisk—. Lubboon. Rango, Capitán Desastre. —Con algo de suerte, la Jedi estaría
donde él estaba. Él miró por encima para ver a Dackett, sonriendo levemente—. Y tú deja
de sonreír, o tendré tu otro brazo.
—Es sólo indigestión, señor

***

LSW 158
Star Wars: Caballero Andante

¡Rusher! ¿Alguna vez comprobaba el hombre su comunicador? Ella deseaba que le


hubiera dicho qué canales monitorizaba el Diligencia. Al menos ese operador de
comunicaciones besalisk parecía saber lo que hacía.
Pero probablemente no era culpa de Rusher, pensó ella, corriendo a través del pasillo
oscuro. Entre trepar hacia arriba a través de una torre de granito y el edificio de la cima
de la montaña al que había entrado, ella no había sido capaz de tener una señal del
exterior desde la ventilación de aire.
Y dado cómo se comunican en este nido de mynocks, es difícilmente una sorpresa,
pensó ella. Más de los acróbatas vestidos de rojo la habían asaltado, más urgentemente
que antes. Quien fuera que les estaba dirigiendo parecía haber cambiado de estrategia a la
mitad. En lugar de predecir dónde iría Kerra y tratar de interceptarla, los defensores
habían empezado a preparar barricadas en la instalación. Guerreros armados acechaban
tras barricadas rápidamente construidas en algunos pasillos; en otros, como en el que ella
estaba ahora, había únicamente barreras físicas. Escritorios polvorientos y equipo de
ordenadores estaban amontonados, aleatoriamente apilados enfrente de la entrada.
—Es como un niño bloqueando la puerta de su habitación, —dijo Kerra en voz alta,
pasando por su camino. Ella no sabía muy bien de dónde había llegado la comparación;
Rusher había hablado de niños gobernando Byllura, pero ella no había visto señal de
ninguno en todo el planeta. Sólo más de los guerreros escarlata.
Necesitaba respuestas, respuestas que esperaba encontrar en la atenuada luz de la
habitación redonda de delante. El lugar era enorme. Los escritorios dispersos y las
consolas habían llegado de ahí, se dio cuenta ella; claramente había sido una vez un
centro de comando de algún tipo. Todo lo que quedaba operativo eran siete grandes
monitores de vídeo, colgando del techo en un patrón circular y reproduciendo en silencio
mapas de Hestobyll. Pero en lugar de mirar hacia fuera, las pantallas habían sido giradas
para encarar al cilindro de transpariacero en el centro de la habitación. Y su monstruoso
ocupante, flotando en una nube amarillo pálido y emitiendo un zumbido psíquico regular.
Kerra nunca había imaginado que los celegianos podían crecer tan grandes. Incluso si
eran móviles, nunca habría cabido a través de ninguna de las entradas de aquí. Ella no
sabía lo que comían los celegianos ni cómo lo hacían, si acaso lo hacían del todo. Pero
esta criatura parecía haberse atiborrado, ahora una masa flácida apagada punteada con
nudos como hirviendo. Y al contrario que la figura animada que había conocido en
Coruscant, este tenía tentáculos como raíces que se enredaban, dañadas y flojas.
Caminó hacia el contenedor con cuidado, recordando que el gas del interior era tan
mortal para ella como el aire lo era para el celegiano. La criatura permanecía sin moverse
y sin responder. Kerra arrugó su nariz. No tenía sentido. Este ser era claramente el nervio
central, era imposible evitar tales referencias cuando mirabas a un cerebro sin cuerpo
gigante. Los mensajes telepáticos hacia atrás y adelante en la ciudad empezaban y
terminaban aquí en una cacofonía que ella había luchado por ignorar. Y aún así el
celegiano no parecía nada como un gobernante supremo Sith, una respuesta malvada al
antiguo Maestro Ooroo. De hecho, parecía muerto. Un espécimen en un vial.

LSW 159
John Jackson Miller

Tocando el lateral del cilindro, Kerra fue sorprendida por una voz sombría en su
cabeza, diferente en tono y volumen a las otras. ¿Cuál es su mensaje?
—¿Mensaje?
¿Cuál es su mensaje?
—No sé a qué te refieres, —dijo ella, en voz alta de nuevo. Ella no recordaba si los
celegianos escuchaban de forma normal, o si eran estrictamente telepáticos, pero la
criatura parecía revolverse cuando ella hablaba. Y el zumbido de fondo de las
comunicaciones telepáticas salientes había cesado. Está escuchando—. Esa gente de ahí
fuera… está siguiendo tus órdenes. Tú eres el que está esclavizando a la gente. —Kerra
miró alrededor, alerta, esperando a que el celegiano llamara sus refuerzos.
Pero la criatura simplemente se sentó, congelada en el gas. El zumbido de las
comunicaciones de fondo volvió, continuando entre el celegiano y… ¿qué?
—Y las naves de batalla, —dijo Kerra, recordando las vistas del exterior—. Estás
gobernándolas, también. Con celegianos a bordo, ¿no es cierto? —Ella frunció el ceño
ante su reflejo en el contenedor—. Tú les mandas mensajes. Tú estás esparciendo esta
locura.
Por otro largo momento, no hubo respuesta.
Kerra se arrodilló junto a la base del cilindro. Ahí, al fondo, había controles
parpadeando. Ella no podía romper el tanque, pero podía desactivar su sistema de
circulación. En unos minutos, suficiente gas de desecho se formaría en el interior para
callar las órdenes de la criatura a sus seguidores de una vez por todas.
—Lo siento, —dijo Kerra, alcanzando la palanca—. Pero eres un Sith.
Ella miró arriba, una última vez, por cualquier reacción. De nuevo, nada.
Y entonces un gimoteo.
No sonaba como nada que ella hubiera escuchado antes, un gemido fino, sonoro, no
más fuerte que un susurro. Pero se sentía como si una tristeza antigua hubiera pasado,
apenas acariciando su mente conforme pasaba. El pensamiento, si eso es lo que era, no
estaba dirigido hacia ella. Estaba dirigido al universo.
Como un gimoteo.
Kerra miró arriba a la bestia alzándose en la niebla tras el transpariacero. La
instalación estaba llena de emanaciones del lado oscuro de la Fuerza. Pero ninguna, se
daba cuenta ahora, estaba viniendo del celegiano.
Abruptamente, apartó su mano de la palanca. Había sido demasiado rápida, tan
ocupada escuchando el ruido telepático que no había estado pensando en la Fuerza. El
celegiano no la estaba usando en absoluto, para bien o para mal.
Tentadoramente, Kerra puso su mano en la fría superficie del contenedor y se
extendió a través de la Fuerza. En el segundo en que tocó la mente inmensa del celegiano,
las emociones la abrumaron. Miedo. Rabia. Gozo. Odio. Amor. Todas ellas a la vez,
confusas y entremezcladas.
Rompiendo el contacto, se dio cuenta de que los sentimientos eran todos suyos,
traídos adelante en autodefensa contra una mente que se había convertido en un vacío.

LSW 160
Star Wars: Caballero Andante

Una no-entidad. La mente del celegiano estaba viva y filtraba los mensajes que
expresaba, pero toda esa actividad, se dio cuenta, era autónoma. Los centros de juicio de
la criatura habían sido derivados, si funcionaban del todo. El razonamiento independiente
no tenía lugar en esta mente en vigilia.
Hablaba, pero no conocía ya las palabras.
Tomando aliento, Kerra renovó su contacto con la extraña mente. Esta vez, ella centró
su aproximación, tratando de encontrar su camino a través de los restos de la psique del
celegiano. Los seres más conscientes cuyas mentes había tocado tenían una chispa, un
fuego que les dirigía. Aquí sólo quedaba un ascua, y lo que sintió la dejó helada.
La criatura parecía… despojada. Toda su vida era una agonía sin tiempo. Una mente
independiente, reducida a un conducto y controlada por otros. Otros. Kerra alcanzó una
imagen visual, pero sólo encontró una única figura, sombría, toda antebrazos escamosos
y placas de coraza faciales.
—¿Un krevaaki? ¿Es él quien te está controlando?
¿Controlando… a quién?
Sorprendida de escuchar una respuesta, Kerra miró alrededor de la base para
encontrar una placa de identificación.
—¿Uno? ¿Ese es tu nombre?
El celegiano se revolvió, emitiendo una versión más leve del mismo sonido. Kerra
percibió que la criatura había tenido otro nombre, en un tiempo, pero ese tiempo había
pasado hace mucho. Ella presionó para tener más detalle del krevaaki, y de los otros. Pero
el ser desdichado ya no tenía entendimiento del espacio y tiempo. Entendía que había un
poder aún mayor gobernando al krevaaki, pero podía ser en la siguiente planta o en la
siguiente galaxia.
Escuchando un golpe en el otro lado de la habitación, Kerra rápidamente apartó la
mirada. Al no ver nada, ella miró abajo a la base del contenedor.
—Uno, ¿quieres que te libere?
¿Liberar… a quién?
Kerra se agachó cerca de la placa. No había tiempo para un debate existencial.
—Mira, necesito tu ayuda. Sé lo que estás haciendo… todo. —Uno era responsable
de Byllura, y de coordinar la defensa de la meseta. El hablar con él probablemente había
conseguido los momentos de tranquilidad que había tenido. Ella no había percibido
ninguna orden en relación con la flota; al tocar la mente de Uno, había entendido que otro
celegiano, en otra parte del edificio, estaba dando órdenes a las naves a través de los
operadores del sistema de comunicación Sith. Ellos no serían capaces de enlazar
telepáticamente a celegianos lanzados lejos sin intermediarios. Pero la masa
estremeciéndose ante ella podía marcar una diferencia para todos.
—¿Sabes dónde están mis amigos? ¿Puedes decirle a la gente que me está cazando
que me deje en paz?
Los tentáculos se elevaron. No estaba entendiendo.

LSW 161
John Jackson Miller

—Ellos te escucharán, Uno, —dijo Kerra—. Así es como deciden hacer cualquier
cosa. Simplemente diles que…
Ella se detuvo. Los colores cálidos de los lóbulos frontales del celegiano empezaron a
atenuarse. Lo estaba perdiendo de nuevo.
Dándose cuenta de lo que tenía que hacer, Kerra se mordió el labio y se alzó.
Elevando los dos dedos de su mano derecha ante ella, ella habló monótonamente:
—Ordenarás a los centinelas que vuelvan a sus barracas.
La vida volvió al celegiano. Ordenaré a los centinelas que vuelvan a sus barracas. Y
entonces lo hizo.
—Ordenarás que un centinela envíe a los prisioneros duros y sullustano a la
plataforma de speeders aéreos. —Ella podía sacarlos de ahí, se imaginó; escuchándolo
cumplir, ella continuó—. Ordenarás a la gente de Hestobyll que vuelva a sus hogares, —
dijo ella—. Dejarás de mandar mensajes para otros.
Uno se detuvo por un momento, aparentemente confuso, antes de finalmente repetir
las órdenes.
Por un momento, Kerra pensó que había sentido otro de los gimoteos de nuevo. Ella
sonrió. Debía haber roto el agarre de los Sith en Byllura sólo temporalmente —tenían
más celegianos— pero Uno no sería ya parte de ello, provisto que ella podía protegerle de
sus maestros.
—Te sacaré de aquí, de alguna forma, —dijo ella, dándole un golpecito al lateral del
contenedor y mirando alrededor. El tanque estaba atornillado al suelo, y las puertas no
eran lo suficientemente amplias. Pero al menos Rusher tenía un equipo de ingenieros,
suponiendo que ella pudiera encontrarles.
Caminando hacia la entrada, alcanzó a tirar de sus auriculares de vuelta a su sitio,
sólo para escuchar el bip de una llamada entrante. Ella activó el comunicador.
—¿Dónde has estado, Rusher? Odio decirte esto, ¡pero tenemos otro invitado!
—No soy Rusher, —dijo una voz chirriante.
Kerra dejó de correr. Ella no tenía tiempo para adivinanzas.
—Mira, no me importa quién seas, mientras estés con el Diligencia…
El que hablaba no le dejó terminar.
—Nos encontramos en Darkknell… dos veces. La primera vez, me robaste algo.
Kerra miró a la luz tenue. Ella apenas había sido capaz de tener una señal antes. Pero
esta voz era pura y clara. Y familiar.
—¿El bothano?
—Te acuerdas.
—Es… estoy sorprendida de oír de ti. —Kerra ni siquiera sabía su nombre—. ¿Estás
aquí?
—No estaría hablando en absoluto contigo, —llegó la respuesta corta—, pero tengo
mis órdenes. Y aquí están las tuyas, —continuó él—. Divide y vencerás.
—¡Espera! ¿Qué? —Ella miró alrededor de la sala de control oscurecida. La única
cosa ahí era el celegiano en su tanque.

LSW 162
Star Wars: Caballero Andante

—¿Dónde estás?
—Estoy aquí, Jedi, —respondió una voz muy diferente desde detrás de ella. Al ver la
luz roja reflejada en el contenedor, Kerra sintió el fuego cortar su espalda. Rodando hacia
delante, ella miró atrás para ver a seis de las porras-sable láser, todas en tentáculos de un
solo atacante.
¡El krevaaki!

***
¡Destruiré a la Jedi!
La orden de Dromika sonaba en los oídos cavernosos del regente. Le ayudaba a
recordarla. Cada sílaba revolvía su cuerpo a la acción, restauraba su juventud perdida y su
vigor. Las órdenes de la adolescente siempre habían tenido ese efecto, pero nunca tanto
como ahora, ahora, cuando él acababa de poner sus ojos esmeralda en su primer Jedi con
vida en años.
—¡Destruiré a la Jedi! ¡Destruiré a la Jedi! —los tentáculos del krevaaki giraron en
movimiento, haciendo rotores mortales de las armas que llevaba. Había desechado su
túnica en el turboascensor, y al ver a la mujer humana perdiendo el tiempo, se había
lanzado.
Se había lanzado únicamente hacia la espalda de la chaqueta de la invasora de pelo
oscuro cuando ella se hundió adelante, tambaleándose fuera del camino. Ella era una Jedi.
Tenía que serlo, para moverse así. Y Quillan, arriba, ya había percibido que lo era, y se lo
había dicho a Dromika, que le había ordenado al aspecto-regente…
—¡Destruiré a la Jedi! —dijo él, girando hacia delante hacia el centro de comando.
La mujer saltó sobre una silla volcada, dejada de los días cuando el celegiano no
estaba manejando las comunicaciones. Ahí estaba la criatura, adelante, en su tubo.
Calician recordó que la odiaba, esta vez. Tendría que volver a sus tareas una vez que
hubiera tratado con la Caballero Jedi entrometida.
—¡Destruiré a la Jedi!
—¡Cállate!
La Jedi alzó su mano y mandó a una de las sillas tambaleándose por el aire hacia él.
Una habilidad extraña, pensó Calician mientras cortaba el mueble en piezas en un borrón
de sables láser. Vagamente recordaba saber una vez cómo hacer levitar las cosas, pero
había pasado más de una década desde que había ejercitado el poder.
Pero el combate, su cuerpo lo recordaba. Y la orden de Dromika había desbloqueado
talentos que él nunca había tenido. Los krevaaki eran luchadores formidables. Pero
incluso el mayor Jedi krevaaki, Vodo-Siosk Baas, sólo había utilizado sus dos
extremidades superiores para sostener sus cosas de batalla. Ahora los tentáculos que no
podían elevar una copa para Calician esa mañana estaban llevando sables láser por sí
mismos.

LSW 163
John Jackson Miller

La Jedi se puso en pie, a metros de él, su propia arma encendida. Una lanza esmeralda
en la oscuridad. Ella le miró, alerta.
—El krevaaki, lo pillo.
Calician no se dignó a responder mientras zigzagueaba a través del laberinto de
muebles en la ruta más corta hacia la mujer. La Caballero Jedi retrocedió, saltando de
escritorio a escritorio volcado. Ella parecía querer parlamentar, averiguar algo sobre él y
la operación. Calician cargó hacia delante. Él tenía sus órdenes.
Y ahora él tenía su oportunidad. Al ver a la Jedi agachándose enfrente de la cámara
de gas del celegiano, el regente giró uno de sus sables láser y lo lanzó hacia ella. La
mujer empezó a moverse, justo como él había esperado, sólo para pararse, golpeando el
arma lanzada hacia el suelo con la suya propia. Cargando, Calician lanzó otra, apuntando
a un punto sobre su cabeza.
—¡No! —Gritó la mujer, saltando para golpear al pequeño sable láser fuera antes de
que golpeara el tubo—. ¿Qué estás haciendo? ¡Aplastarás la cámara!
—¡Destruiré a la Jedi! —gritó Calician.
—¡Y a ti, también, idiota! —Ella lanzó un pulgar hacia el transpariacero.
Calician se quedó helado por un momento, observando al cerebro gigante yendo
arriba y abajo en el gas tóxico. Él miró abajo a los cuatro sables láser enroscados en sus
tentáculos. Sí, romper el tanque les habría matado a ambos. Y sí, no le importaba. Estaba
destruyendo a la Jedi.
El regente se deslizó atrás un metro, elevando las armas a diferentes extremidades.
Esto no se suponía que fuera el camino de los Sith, no el que recordaba haber aprendido.
Los Sith no eran autodestructivos. Él había pensado que era parte de algo más grande,
antes, algo por lo que merecía la pena rendir su identidad. Pero la orden implantada de
Dromika, le había urgido a su propio deceso, para protegerla a ella y a su hermano.
No así, pensó él. Hizo un gesto invitando a la Jedi a enfrentarse a él, bien lejos de la
cámara del celegiano.
—Ahora estás pensando, —dijo la Jedi, saltando sobre una mesa y entrando en una
posición defensiva.
Calician se lanzó adelante, los tentáculos golpeando con los sables láser hacia atrás y
adelante en un movimiento oscilante. La Jedi embistió poderosamente hacia abajo,
haciendo rebotar los sables superiores antes de lanzar su arma de nuevo hacia arriba,
chamuscando sus zarcillos faciales. El regente avanzó de nuevo, sólo para encontrarla
saltando ágilmente hacia su derecha, forzándole a girar para seguirla. Cuanto más se
giraba él, más lejos se movía ella. El regente gruñó. Moverse en círculos evitaba que
sacara más que dos de las armas que llevaba a la vez en el momento.
El krevaaki giró atrás en la otra dirección de repente, esperando coger a la Jedi con la
guardia baja. Pero en su lugar, ella se movió hacia dentro, agarrando una de sus
extremidades sin armas con su mano libre y tirando. Desequilibrado, Calician cayó…
… y se encontró a él mismo mirando arriba a uno de sus tentáculos, muerto e inmóvil
en la mano enguantada de la Jedi. Ella lo había cortado en su camino abajo.

LSW 164
Star Wars: Caballero Andante

No hay dolor, se dio cuenta Calician. Era una de las extremidades de su caparazón
medio; esa mañana, él no había sido capaz de sentir nada en él, tampoco. Sólo el poder de
sugestión de Dromika había restaurado su movimiento. Ahora la cosa estaba muerta de
nuevo.
Y así lo estaría él, si no se movía. Calician se escabulló hacia atrás mientras la Jedi
avanzaba. La mujer era demasiado fuerte. Él tenía la habilidad para destruirla, profundo
en los recesos de sus recuerdos. Pero necesitaba dirección, justo como sus extremidades
atrofiadas necesitaban vida. Sólo había un lugar para tener ambos.
—¡Jedi! —dijo él, moviéndose atrás hacia el ascensor por el que había descendido.
—Así que puedes decir algo aparte de…
Calician la ignoró.
—Viniste buscando niños, Jedi. He escuchado al celegiano pasar tu orden a los
centinelas. —Él caminó dentro del ascensor—. ¡Si quieres ver niños, sígueme!
Las puertas se cerraron tras él. Byllura sería, de nuevo, una trampa.

LSW 165
John Jackson Miller

CAPÍTULO DIECISÉIS
—No va a creer esto, Brigadier.
Esperando en la plataforma de carga, Rusher miraba en blanco mientras la imagen
llegaba al monitor. Desafiando todo sentido, habían cruzado kilómetros de océano de
vuelta a la meseta donde los speeders aéreos de la Diarquía habían llegado. Y ahí, abajo,
estaba Beadle Lubboon, sentado en medio de un speeder aéreo y haciendo gestos con la
mano al cielo como un superviviente fuera de una vaina salvavidas.
Rusher miró hacia Dackett, a un lado en la puerta de liberación.
—Ahora si tan solo tuviéramos audio, podríamos escuchar a tu salvador gritando
como un idiota.
Dackett puso sus ojos en blanco.
—¿Está despejado para abrir o no?
—Oh, de todas las formas, —dijo Rusher, golpeando el hombro del maestro y
caminando al otro lado de la puerta de carga—. Recuerda, si quieres mantenerle, es tu
responsabilidad.
Ignorando la respuesta de su compañero mayor —algo sobre los generales brigadier y
sus madres—. Rusher encendió el interruptor para bajar la rampa.
El duros estaba, solo, en un speeder aéreo flotando justo en el exterior de la
plataforma de speeders. Nadie protestaba contra su presencia; de hecho, nada había
impedido su propia aproximación. Desde su nivel, ellos podían ver a la chica sullustana
en el borde del puerto de aterrizaje, pateando sus piernas.
—¿Por qué no cogiste a la chica? —Rusher gritó abajo al speeder aéreo oscilando.
Beadle hizo un gesto sumiso hacia el yugo de conducción del vehículo.
—Inicié el speeder antes de que ella entrara, —dijo él—. Solo sé ir hacia delante y
parar.
Dirigiendo a su tripulación del puente para traer el Diligencia abajo más cerca del
mar, Rusher empezó a preparar una respuesta. Pero el maestro de la nave tenía su
atención primero.
—Grandes soles, Brigadier. ¡Mira!
Cuerpos estaban apilados en el garaje tras la sullustana indiferente. Al menos una
docena de los centinelas vestidos de escarlata, como aquellos que les habían fastidiado en
el muelle, todos tumbados en varios puntos de la enorme habitación. Aquí y allá,
speeders aéreos destrozados todavía ardían, restos de una melé colosal.
Dackett miró abajo a Beadle, luchando por trepar por el cable que habían soltado para
él.
—¿Crees que él luchó contra toda esa gente para sacarla?
—No tengo ni la más ligera idea. —Rusher miró a Dackett, y al unísono, ambos
tiraron de la cuerda, subiendo arriba al caprichoso duros.
—¿Dónde están tus auriculares, recluta? —Preguntó Rusher, observándole trepar
hacia la rampa—. Ya ves lo que ocurre al salir sin tu comunicador.

LSW 166
Star Wars: Caballero Andante

—Ruego el perdón del brigadier, Brigadier, —dijo Beadle—, pero si el brigadier


recuerda, el brigadier se lo dio a la Jedi.
Rusher frunció los labios.
—Oh. —Él miró atrás hacia la plataforma de speeders aéreos, y los cuerpos
desperdigados por el suelo—. ¿Hiciste tú esto?
—Kerra Holt vino tras nosotros, —gritó la sullustana desde su percha.
Rusher caminó a un lado de forma que dos de sus soldados pudieran saltar abajo al
speeder aéreo flotante.
—Mira… ¿cómo te llamas?
—¡Tan!
—Tan, vamos a hacer retroceder este speeder hasta ti para que puedas subirte. Mi
nave no puede aterrizar aquí, y nosotros no podemos acercarnos más. —La plataforma de
speeders aéreos estaba a metros por debajo, y las rampas de carga nunca la alcanzarían
sin que los cañones almacenados golpearan la pared del saliente—. ¡Salta dentro cuando
lleguen a ti!
—¡No!
—¿No?
—Ella está ahí dentro de la meseta, en alguna parte. Tenéis que entrar a por ella.
Rusher miró a Dackett. Voy a morir, articuló.
—Lo siento, niña, —dijo Rusher, mirando abajo e intentando parecer amable—.
Nosotros no sabemos dónde está. Este es un lugar enorme, y no sabemos cuánto tiempo
tenemos para ir a buscar…
De repente un trozo de metal golpeó al Diligencia desde arriba, rebotando en el
ensamblaje de carga de estribor y cayendo abajo junto a Rusher.
Él casi tenía miedo de preguntar.
—¿Qué era eso?
—Droides, señor. Dackett señaló a más de esas cosas, cayendo. Brazos. Piernas. El
extraño torso. Todas eran parte de una lluvia más grande de fragmentos de transpariacero,
cayendo desde la instalación sobresaliente en la cima de la meseta.
—¡Ella está ahí arriba, Brigadier! —chilló Tan, poniéndose de pie en el saliente y
saltando arriba y abajo. Ella señaló al edificio, cientos de metros hacia arriba.
Rusher se tensó.
—Me corrijo. ¡Sólo deja de saltar, antes de que te caigas abajo! —Él lanzó una
mirada amenazadora a Dackett—. O antes de que yo salte abajo.

***
Otro casillero se abrió, y otro droide se lanzó hacia delante, precipitándose hacia Kerra.
Como ella había hecho con los últimos cinco, utilizó la Fuerza para arrojar a la cosa
bulbosa a través de la ventana destrozada.
Esto se estaba volviendo viejo.

LSW 167
John Jackson Miller

Kerra había seguido al krevaaki arriba en un turboascensor de servicio. Ella no iba a


seguirle en la misma caja. No parecía probable que el krevaaki la matara con una trampa
tonta en el ascensor, pero ella no quería que fuera capaz.
Caminar fuera del ascensor le había confirmado su posición. La habitación era
enorme, fácilmente del diámetro completo de la cúpula aplastada que había visto desde el
exterior; cuartos espaciosos colgados sobre la bahía. Ellos siempre anidan en la planta
superior, pensó ella. Normalmente puedes identificar a un Lord Sith por el estado real.
Una cúpula opaca alzándose casi hasta el techo se asentaba en el centro de la
habitación, bien lejos de ella. La ventana curvada iba por todo el camino alrededor del
ático, su camino interrumpido cada veinte metros por pequeñas habitaciones
sobresaliendo hacia adentro. Algunas no tenían nada salvo contenedores de
almacenamiento multicolor limpiamente cerradas y almacenadas. Otras tenían pilas de
casilleros, y tan pronto como pasó, aprendió lo que había en ellas.
Droides niñera. Grandes esferas sobre esferas, regordetas, tambaleándose en sus
bases de elevadores repulsores. Ella había visto a los de su tipo antes, en la República; los
serie BD habían cuidado a generaciones de jóvenes aristocráticos, incitando y
ocupándose con sus zarcillos metálicos no muy distintos a los de los krevaaki.
Y como los krevaaki, se habían lanzado sobre ella en sus prendas menos delicadas.
Conforme cada casillero irrumpía abriéndose, sus ocupantes metálicos navegaban hacia
dentro de la habitación, rodeando al bol bocabajo de su centro en un remolino de
protección. Los droides estaban desarmados, pero con cien kilogramos cada uno, las
mamás precipitándose eran armas ellas mismas. Con cada paso que daba Kerra hacia la
habitación, otro droide salía del enjambre, lanzándose sobre ella. Había decapitado a los
primeros tres con su sable láser, y mientras ella seguía calmándolos hábilmente, hacía
mucho que había perdido la paciencia con este juego. Ahora, cuando uno se acercaba,
ella simplemente movía su mano libre, inclinando al proyectil retorciéndose a través de
las ventanas. Si los ocupantes vivientes de la habitación estaban ahí, ellos no serían
capaces de perderse el ruido.
Con el último droide derrumbándose sobre la bahía fuera, Kerra supervisó la
habitación. Todavía no veía al krevaaki; sólo la extraña semiesfera de ónix, una docena
de metros de largo, sentada en silencio. La habitación de alrededor tenía una sensación de
cuarto de juegos, pero parecía hace tiempo fuera de uso. Los muebles con colores
brillantes sobresalían de debajo de las sábanas apagadas. Todos los juguetes estaban
arrojados. Le recordaba a Kerra al trastero de la casa de un vecino en Aquilaris, años
antes. Un niño había vivido allí, pero el gozo de la niñez no.
En su lugar, ella sólo sintió la presencia enfadada del lado oscuro. Lo había sentido en
otras partes en la instalación, pero aquí en el loft —ese era un buen nombre para esto,
pensó ella— lo permeaba todo. Y era más que enfado, se dio cuenta; era furor. Furor por
ser atrapado. Tras la pérdida de algo nunca conocido. Quien fuera que viviera allí se
había sentado en ese resentimiento, dejándolo crecer en un odio grueso que hacía que su
corazón se hundiera con cada paso.

LSW 168
Star Wars: Caballero Andante

Y en su centro: la cúpula negra. Con el sable láser preparado, Kerra la rodeó. ¿Era
una prisión? ¿O una cubierta? Ella escuchó susurros del interior. Destrozar el lugar no
había hecho salir a nadie. ¿Algo lo haría?
Entonces ella se dio cuenta de una plataforma ligeramente elevada con la forma de un
diamante, justo unos pasos alejada de la cúpula. La alfombra que llevaba hacia ella estaba
desgastada; quien fuera que se erguía ahí sólo se aproximaba desde el exterior, mirando a
la cúpula. Rechinando sus dientes, ella hizo lo mismo.
Tan pronto como ambos de sus pies estuvieron en la tarima, Kerra vio el medio orbe
de delante parpadear. El aire recirculado silbaba desde su base mientras un hueco se abría
entre ella y el suelo. Era una cubierta, rotando en un eje horizontal y hundiéndose de
vuelta hacia el suelo de debajo. Una plataforma elevada redonda se sentaba dentro, pero
esto no era un anfiteatro. La luz desde las ventanas destrozadas caía sobre una masa de
cojines naranja, apilados altos en la fortaleza de cojines más grande que ella había visto
nunca.
Cerca del centro se sentaban dos adolescentes humanos. Un niño balanceándose con
sus manos alrededor de sus rodillas, mirando furtivamente a Kerra y entonces apartando
rápidamente la mirada. Para alguien sólo un par de años más joven que ella, Kerra pensó
que se vestía más joven aún, sentado en su ropa de noche a medio día. Pero sus ojos
oscuros parecían viejos, sentados en su cabeza calva bajo unas pesadas bolsas.
Él, al menos, parecía darse cuenta de ella. La chica rubia junto a él se sentaba
cepillándose sin parar el pelo, sin prestarle a Kerra ninguna atención en absoluto. Kerra
se preguntó por un momento si el par bien alimentado eran ciertamente los prisioneros
del krevaaki, hasta que se dio cuenta de que ellos eran el centro de la energía del lado
oscuro que había sentido. Ella miró arriba a la cubierta, ladeada hacia atrás. Una cámara
de meditación, la más grande que había visto nunca.
El chico miró de nuevo a Kerra, con los ojos buscando una familiaridad. Justo cuando
Kerra empezó a hablar, la chica se percató de ella, también, soltando su cepillo y
hablando al aire.
—El regente se dirigirá a la aspecto-Jedi.
Una frase extraña de una fuente extraña. La chica vestida en la camisa de noche
grande estaba bien en su camino a ser mujer, y aún así tenía los ojos grandes de una
joven.
—Estás en presencia de la Diarquía —llegó una voz desde detrás de la cubierta
redonda. El krevaaki surgió de detrás de la media cúpula, llevando sus cuatro sables láser
cortos. Su tocón de un tentáculo colgaba, muerto y sin vendar—. Este es Lord Quillan, —
dijo él, señalando al chico—, y su hermana, Lord Dromika.
Kerra permaneció en el estrado, mirando alerta al par.
—¿Y a ti te llamo…?
El krevaaki parecía atascarse, balbuceando en busca de palabras. Mirando atrás a la
pareja humana, finalmente contestó.
—Yo soy el regente aquí.

LSW 169
John Jackson Miller

El regente planeador, pensó Kerra, recordando la broma de Rusher. Pero no estaba


claro quién estaba al cargo aquí.
—Os habéis llevado a mis amigos, —dijo ella—. He ordenado que les liberen.
Quillan simplemente oscilaba hacia atrás y adelante y apartaba la mirada, mientras su
hermana mirada enfadada a Kerra. Dromika parecía más animada a soltar algo, pero,
mirando atrás a su hermano, no dijo nada.
—Los Lords no entienden de que hablas, —dijo el regente—. Ellos no interaccionan
con el universo como tú y yo.
Mirando a los hermanos y sin recibir ningún rechazo, el krevaaki explicó. Niños
gemelos de un poderoso Lord Sith, Quillan y Dromika nunca habían percibido la realidad
como otros lo hacían. Quillan vivía por completo dentro de su mente expansiva,
percibiendo a otros orgánicos como fantasmas moviéndose en su personal mundo de
sueños. Nadie podía contactar con él, excepto Dromika, conectada a él a un nivel que
ningún académico Sith o doctor entendía.
Pero ella, también, tenía una situación única. Desde que aprendió a hablar, la única
forma de comunicación de Dromika había sido la persuasión de la Fuerza. Y su talento
para ella era inmenso, actuando a niveles más allá del vocal. Incluso en la infancia, antes
de saber la palabra para el hambre, Dromika había poseído a sus cuidadores humanos
para que le llevara lo que fuera que ella y su hermano necesitaran.
—Ahora utilizamos droides para sus necesidades inmediatas cuando no estoy
presente, —dijo el regente. El poder de Dromika había sido tan grande que ella quemaba
las mentes menos preparadas.
Tenían el problema de Daiman, se dio cuenta Kerra, sólo que peor. Mucho peor.
Daiman había llegado a sus poderes de la Fuerza y a su filosofía Sith a una edad más
tardía, después de que hubiera sido socializado hasta cierto grado. Él no debía haber
creído que los otros eran seres pensantes con voluntad libre, y él ciertamente percibía el
ambiente a su alrededor a través de un prisma extraño. El universo era el campo de
juegos de algún juego en un plano astral. Pero Daiman al menos interaccionaba con ese
ambiente; él lo entendía, y lo aceptaba como un hecho. Los gemelos sólo actuaban a
través de su ambiente, haciendo a los otros seres extensiones de su propia voluntad.
Era exactamente, se dio cuenta ella con horror, lo que Daiman había estado tratando
de cumplir antes en el campo con la ayudante woostoide.
—Se me ha pedido que te explique esto para que ceses tus actividades y te sometas
para la inclusión, —dijo el regente.
—¿Inclusión? —Kerra caminó bajo el estrado, alerta de llegar demasiado cerca de los
ahora observantes gemelos—. ¿Como tú incluiste a los celegianos? ¿Pidieron ellos ser
parte de esto?
—Eran útiles. Necesitaban ser los primeros.
—¿Los primeros de cuántos? —Kerra hizo un gesto con la mano hacia la ventana y
Hestobyll, sobre la bahía—. Ya tienes un planeta en esclavitud. ¿Cuánto vas a dejar que
esto dure?

LSW 170
Star Wars: Caballero Andante

Ellos son Sith, se dio cuenta ella, contestando a su propia pregunta. ¿Pero puedes
nacer siendo Sith?
Ella encaró al krevaaki otra vez y señaló a los hermanos.
—Escucha, Regente… ¿cómo es que ellos han llegado a ser el centro de todo esto?
¿Por qué nadie está tratando de ayudarles?
—Yo estoy tratando de ayudarles. Yo… he orquestado todo esto. Lo he construido
para todos nosotros. Cumpliremos nuestro destino… como uno.
A un lado, Quillan miró amenazadoramente al krevaaki. Su hermana le siguió. El
regente parecía encogerse bajo su mirada.
Kerra se dio cuenta.
—No creo que ellos sientan que tu rol es tan central como tú crees, —dijo ella—.
Sólo eres otro lacayo Sith… sólo otra herramienta.
El regente se estremeció con ira.
—Te unirás a nosotros… a ellos… o serás destruida.
—No.
Esperando un ataque del krevaaki, Kerra estaba asombrada por ver movimiento en
otro rincón. El chico se arrodilló encima de los cojines y agitadamente alzó su mano. El
niño nunca había hecho ejercicio, si es que había abandonado del todo la habitación. Pero
con su débil movimiento, su hermana se irguió y alzó su mano.
—Te arrodillarás, —dijo Dromika, encarando a Kerra.
Kerra se tambaleó. Había esquivado intentos de mesmerizarla todo el día, pero este
era a otra escala por completo. Las palabras de la joven apuñalaban su cerebro,
amontonándose en su libre voluntad. Kerra frunció el ceño, sus escudos mentales
alzándose demasiado tarde.
—¡Te arrodillarás! —estalló Dromika, apretando sus puños.
Kerra juntó sus rodillas, luchando contra el peso presionándola hacia abajo. Era más
que una simple sugestión. Dromika parecía haber trabajado sin preocupación otras formas
de la manipulación de la Fuerza en sus órdenes, actuando en el mundo físico para forzar a
los músculos de Kerra y huesos a que cumplieran.
Todavía, la Jedi luchaba.
—Yo… me…
—¡TE ARRODILLARÁS!
Las rodillas de Kerra cedieron bajo ella. Golpeando el suelo con un doloroso golpe
seco, sus manos golpearon el suelo con las palmas por delante, extinguiéndose,
retumbaban lejos.
Los ojos derramando lágrimas, Kerra trató de arrastrarse hacia su sable láser, justo a
metros por delante de ella. Pero la presión inmensa continuaba llevándola abajo. La única
forma de evitar que aplastaran la vida fuera de ella…
… era arrodillarse.
—Aspecto-regente, —dijo Dromika, mucho más calmada. Desde el lateral, el
krevaaki miraba a Kerra, su cuarteto de mini sables láser alzado.

LSW 171
John Jackson Miller

Con el sudor cayendo, Kerra miró arriba y trató de hablar. Trató de moverse. Trató de
hacer cualquier cosa contra el ejecutor que ahora se alzaba sobre ella. Con los tentáculos
enroscados, llevando los cuatro instrumentos brillantes de la muerte a centímetros de su
cuello por todas partes.
Sintiendo su presencia ardiente, Kerra tuvo un pensamiento fugaz de todas las
llamadas cercanas de las que había escapado, a través de pura terca testarudez.
Ahora, al final, eso finalmente le había fallado.

***
Calician miró abajo a la Jedi, completamente a su merced. Había pasado tanto tiempo,
pensó él, saboreando el momento. Tanto se había perdido para él. Pero este momento
sería suyo, y suyo…
El regente vio sus extremidades flexionándose ante él, preparadas para clavar sus
armas en su víctima.
—¡No!
En el último momento, Calician se había dado cuenta que él no era el que llevaba los
sables láser.
—¡Déjame hacerlo a mí! —El regente miró atrás para ver a Dromika en pie allí, al
borde de los cojines, con sus manos alzadas, incitándole adelante.
—¡Destruirás a la Jedi! —gritó la chica. Ella tiró con sus dedos cerrados, tratando de
hacer que Calician se moviera—. ¡Destruirás a la Jedi!
Calician se estremeció, los sables láser deteniéndose a un pelo de distancia del cuello
de la Jedi.
—¡Sí… destruiré a la Jedi! ¡No tú! ¡Yo! —Él luchó contra la fuerza animando a sus
tentáculos—. ¡Libérame!
La chica simplemente miró.
Enfurecido, el krevaaki contraatacó, dirigiendo a su joven maestra el poder psíquico
que él tan a menudo utilizaba en su nombre.
—¡Me liberarás!

***
Viendo al krevaaki vacilar, Kerra cayó en plano al suelo y se extendió a través de la
Fuerza. Su sable láser se tambaleó entre las piernas del regente hacia su mano. Antes de
que se acabara un solo segundo, Kerra lo encendió y rodó a la derecha, privando al
regente de uno de los tentáculos que le tenía en pie. El krevaaki gritó, doblándose y
soltando sus armas.
Momentáneamente libre del control de Dromika, Kerra recuperó el pie y empezó a
correr. La chica se elevó, empezando a reaccionar. Kerra no podía permitirlo.
Extendiéndose hacia delante, ella barrió con su mano izquierda, alzando en brazos los

LSW 172
Star Wars: Caballero Andante

restos de droide a su camino y ciegamente lanzándolos contra el gallinero de los


hermanos. Corriendo en un círculo alrededor de ellos, ella no iba a ser capaz de
golpearles con nada. Pero no estaba tratando de esparcir la destrucción, sólo la
distracción. Para reforzar la voluntad de los gemelos, Dromika tenía que tener su
atención, o al menos concentrarse.
Kerra no iba a dejar que ocurriera. Fuera del borde de su ojo, ella vio a los
adolescentes reaccionando a la repentina lluvia de escombros. Quillan golpeó sus manos
juntas y soltó un aullido triste, mientras su hermana se tambaleaba alrededor de los
cojines, tratando de mantener su cuerpo enfrente de él mientras Kerra giraba.
La Jedi amplió su círculo, apagando su sable láser y amarrándolo a su cinturón en un
único movimiento, suave. Ella necesitaba ambas manos mientras corría por círculos cada
vez más amplios alrededor del par. Se sentía casi como un juego de gimnasio mientras
ella lanzaba contenedores de almacenamiento de los armarios abiertos, lanzando sus
contenidos por el ático. Juguetes. Comida. Ropa. Todo salía, precipitándose a su
izquierda mientras ella corría. A través del miasma de trastos, podía ver al chico de pie
ahora, balanceándose en sus piernas temblorosas y gimiendo mientras su hermana gritaba
algo inaudible al krevaaki en el suelo.
El regente no iba a ir a ninguna parte, vio Kerra, pero ahora Dromika estaba en
movimiento. Kerra vio a la chica trepando fuera de la pila de cojines y hacia el suelo, a la
corriente de objetos arrojados. Mientras los botes y utensilios se tambaleaban pasándola,
Dromika alzó sus manos e imitó los movimientos de manos de Kerra. Kerra derrapó para
detenerse. Agarrando uno de los abdómenes barrigones de los droides niñera del suelo
con sus manos, Kerra lo arrojó, lanzándolo hacia Dromika. Golpeada por la bola
brincando, la chica cayó.
Quillan gritó, y mientras lo hacía, Dromika saltó desde el suelo, revigorizada. Kerra
empezó a correr de nuevo, esta vez barriendo con la Fuerza para arrancar los fragmentos
de la ventana del suelo. Tenía que mantenerse cambiando de estrategia, mantenerlos a la
defensiva. El único entendimiento de los gemelos del combate, físicamente o a través de
la Fuerza, venía de segunda mano, a través de sus subordinados. Ellos no podían estar
acostumbrados a este tipo de cosas.
Pero se estaba quedando rápidamente sin cosas que lanzar. Cambiando de táctica de
nuevo, Kerra corrió a través del diámetro de la habitación, saltando sobre la pila de
cojines. Quillan se alejó a trompicones, haciendo gestos a Dromika para que volviera. La
chica se movió más rápido esta vez, viajando por la plataforma rápidamente. Kerra miró
atrás, tratando de encontrar el turboascensor por el que había entrado.
Eso fue un error. Dromika, corriendo tras ella, le alcanzó a través de la Fuerza.
Girándose para correr de nuevo, Kerra tropezó con un cajón vacío de una de las cabinas
que había arrojado. Cayendo ante una ventana destrozada, alcanzó instintivamente su
sable láser. Pero mirando arriba, vio a la chica Sith, a unos metros y aproximándose con
sus manos levantadas. Dromika empezó a hablar…

LSW 173
John Jackson Miller

… y gritó, en su lugar. Tras ella, Quillan había visto algo que ella no. La cabeza de
Dromika miró a la derecha, mirando fuera de la ventana y a la boca de un cañón
Kelligdyd 5000, corriendo hacia ella. La chica cayó mientras miles de kilogramos de
hierro sarrassiano apuñalaban a través de la ventana, guiados por el movimiento de la
nave de guerra del exterior.
Rodando, Kerra miró atrás sorprendida. ¡El Diligencia!
La nave de guerra se sacudió lejos del edificio, retirando el colosal ariete improvisado
y tomando parte del marco de la ventana con ella. Mirando para ver a Dromika revivir,
Kerra recuperó pie y empezó a correr. Acordándose, ella alcanzó el comunicador y gritó,
—¿Eres tú, mercenario?
—Una pregunta tonta. —Llegó la respuesta.
Kerra no podía discutir. A su izquierda, vio al krevaaki tratando de alzar sus
tentáculos restantes. Sólo uno de sus sables láser estaba encendido, pero mirando atrás,
ella vio a Dromika sosteniendo uno de los otros. Kerra se dobló del dolor. Debía haber
acabado con el regente antes de esto, pensó ella. ¿Y la chica sabía cómo utilizar un sable
láser? Ella no confiaba en otra confrontación.
Saltando sobre la habitación, Kerra miró atrás para ver que el Diligencia ya no estaba
flotando fuera de la ventana. Con las botas patinando en la alfombra, ella escuchó la
razón.
—¡No podemos ponerte una rampa así! —rompió la voz de Rusher. Kerra vio la nave
salir fuera de la ventana y caer de nuevo—. Vamos a bajar donde sobresale el edificio.
¡Tendrás que saltar!
¿Cuándo no?, se preguntó Kerra. Ella miró atrás. El regente se había hundido,
incapaz de hacer que sus extremidades restantes obedecieran. Pero Dromika continuó
avanzando, con los ojos verdes ahora de un rojo vacío, igualando al arma que ardía en su
mano. Detrás y a su derecha, Kerra vio a Quillan dócil retrocediendo hacia la ventana,
con las manos alzadas imitando los movimientos de Dromika.
¿O era al contrario?
Divide y conquistarás, había dicho el bothano. Kerra miró a los ojos de Quillan, tan
vivos ahora como vacíos estaban los de su hermana. Dromika no es la titiritera. ¡Ella es
solo otro títere para Quillan!
—¡Detente! —gritó Dromika, alzando su mano libre. Encarándola, Kerra se
estremeció bajo la orden psíquica…
… y salió corriendo, rápido justo entre Dromika y el regente, dirigiéndose
directamente hacia Quillan. El chico la miró en pánico sin palabras, su mano alzada como
la de su hermana. Cargando, Kerra vio a Dromika languidecer, sin estar más animada por
su conexión a la mente de su hermano.
—¡Ngaaah! —gritó Quillan. Insertando su cabeza bajo la axila de él, Kerra envolvió
sus manos alrededor del chico y lo empujó hacia la ventana donde había visto por última
vez al Diligencia. Con un poderoso lanzamiento sobre el fondo crujiente del cristal, ella
llevó a Quillan por el lateral.

LSW 174
Star Wars: Caballero Andante

Con el placaje convertido en una caída, Kerra vio los niveles inferiores del Loft
agitándose, y el nido de lujo-crucero-terraza-observador de la nave de guerra alzándose
para encontrarse con ella. Introduciendo su pierna izquierda bajo el adolescente
atemorizado, Kerra golpeó violentamente el casco. Un disparo de calor blanco desde sus
tobillos a sus ojos en un instante.
Mareada, Kerra rodó, Quillan todavía parcialmente sobre ella. El Diligencia rodó,
también, las corrientes de aire de la bahía alzando el morro del navío hacia arriba. Kerra y
el chico se deslizaron hacia atrás, hacia la parte superior de la barandilla de la plataforma
y la bahía, cientos de metros abajo. Kerra se agarró, desesperadamente buscando un
agarre.
Una mano metálica la agarró en su lugar.
—¡La tenemos! —gritó el Maestro Dackett.
—¡Sácanos fuera de aquí! —escuchó Kerra. Arrastrada junto a Quillan por Dackett y
otros dos soldados, ella vio a Rusher en pie, parcialmente visible, en la escotilla.
—No, —gritó ella, empujando inútilmente contra sus agarrantes—. ¡Tan y Beadle
todavía están ahí abajo!
—Los tenemos, —gritó Rusher, haciendo un agujero para que sus miembros de la
tripulación la pasaran hacia la escotilla. Él miró a Quillan, débilmente empujando al
aire—. ¿No pensaste que ya tenemos suficientes niños?
Kerra luchó para arrancarse de aquellos que estaban bajándole la escalera. Así que
Tan y Beadle han logrado salir. Pero ellos no eran los únicos en peligro. Los celegianos
estaban ahí atrás, todavía viviendo una vida de agonía inimaginable fuera en las boyas.
¿Y qué había de todos los demás en Byllura? ¿En toda la Diarquía?
—¡No podemos irnos! —Dijo ella, doblándose mientras la tripulación la bajaba a la
plataforma—. No lo entiendes. No puedo irme.
—Ni en sueños, Holt, —dijo Rusher, haciendo un gesto hacia la escotilla arriba para
cerrarse y hablando por su comunicador—. Velocidad orbital, ahora.
—¡No puedes hacerme ir contigo!
—La carga que llevo es tuya, —dijo Rusher, descendiendo la escalera hacia ella—.
Hasta que sea entregada, tú vas donde nosotros vamos.
Sintiendo el impulso repentino que llevaba el navío hacia delante, Kerra se recostó de
espaldas contra la plataforma, derrotada. Rusher caminó pasando al médico que la atendía
y dirigiéndose bajo el vestíbulo. Kerra le fulminó con la mirada.
—Dejar a gente atrás. Esto no va a ayudar a tu tasa de abandonos.

LSW 175
John Jackson Miller

CAPÍTULO DIECISIETE
—¡Es sólo un niño! —Rusher golpeteó la cabeza de su bastón para caminar contra la
barandilla del hueco de comando—. ¿Y me dices que él es un Sith?
—Un Lord Sith, —corrigió Kerra.
—Oh, bueno, eso tiene sentido, —dijo el brigadier—. No tenemos un Lord Sith en la
colección. ¡Me alegro de que le trajeras a bordo! —Él miró a la Jedi, sentada en la
alfombra acolchada del puente y cuidando de su muslo torcido. Su atención estaba donde
estaba la de él: en el chico agachado en el rincón, delante a lo lejos. Rusher había puesto
guardias armados a cada lado del adolescente, pero difícilmente parecía necesario. El
niño era un desastre. Desde que llegara con Kerra al puente, él había alternado entre
miradas febriles por la pantalla de vistas a Byllura, abajo, y ataques huracanados con su
cabeza metida entre sus rodillas.
Un Lord Sith en pijama, pensó Rusher. Ahora lo he visto todo.
—¿Él nunca ha estado en el espacio antes?
—Quillan nunca ha estado fuera de su habitación antes, —dijo Kerra, acercándose al
borde, y luego volviendo. Ella parecía alternar, también: entre la simpatía y la alerta.
Rusher tenía entendido por ella que, minutos antes, el chico había estado tratando de
matarla. Pero «Lord Quillan» no parecía poderoso. Si acaso, parecía… un desafío mental.
Kerra miró alrededor del cosmos que llenaba la visión de Quillan por todas partes.
—Es esta maldita sala de observación de un puente. ¿No puedes polarizar los puertos
de vistas, o algo?
—No bajo ataque. No puedo, —dijo Rusher, con los ojos barriendo el espacio desde
babor a estribor. Las naves de batalla de la Diarquía que había visto saliendo de Hestobyll
estaban todas ahí fuera, parte de una fuerza seria del espacio que incluía cruceros y cazas
chatos. Él incluso había avistado algunos transportes de tropas en la mezcla, todos
agrupados cerca de las naves de batalla. La Diarquía significaba negocios para alguien.
Pero no para ellos, al menos no hasta el momento. Pese a sus palabras, el Diligencia
no estaba bajo ataque. Desde que habían alcanzado la órbita, la flota de la Diarquía
simplemente se había asentado allí, entre ellos y cualquier punto de salto hiperespacial.
Dejar el sistema byllurano para ir a cualquier otra parte requería negociar con este campo
de depredadores, en posición para golpear. Y al contrario que en Gazzari, Rusher no
imaginaba que las naves de repente se irían a otra cita.
—Dices que este niño es su jefe, —dijo él, haciendo un gesto hacia Quillan—. ¿Es
por eso por lo que no nos están atacando?
—No lo sé, —dijo Kerra. Todos sus esfuerzos para alcanzar al chico habían
fracasado—. Creo que están esperando órdenes.
—¿De él?
—De cualquiera. —La Jedi se levantó, mirando fuera a un mar de navíos espaciales
sin movimiento.

LSW 176
Star Wars: Caballero Andante

Rusher hizo un gesto con la mano al besalisk en el hueco de comando, pidiendo un


escaneo completo de todos los canales que llegaran de Byllura. Si llegaba alguna palabra,
quería saberlo primero.
—Mira, Holt, si este niño es el jefe, ¿no puede él decirles que se piren?
Kerra miró al adolescente, mirándole con unos ojos enrojecidos mientras temblaba.
—No creo que él pueda decir nada a nadie, —dijo ella—. No sin su hermana.
Rusher ondeó sus brazos.
—Bueno, ¡pongámosla en el comunicador entonces!
—¡No!
El brigadier retrocedió sobre sus talones, sorprendido por la urgencia de su respuesta.
—Quiero decir, —dijo Kerra en un tono más compuesto—, no, no creo que funcione
así. Ella habla por él, pero él solo habla con ella a través de la Fuerza.
—Pensé que la gente como vosotros podía disparar su cháchara a una larga distancia.
—No es fácil, si nunca lo has hecho antes, —dijo Kerra—. Y Quillan nunca ha tenido
que hacerlo antes.
La cabeza de Rusher nadaba. Agitado, golpeó la cabeza de su bastón contra la
barandilla de metal, provocando un claqueteo que hizo que el chico Sith gimiera de
nuevo.
—Sí, es cierto, —dijo Rusher—. Yo siento que voy a llorar, también. —Pisoteó hacia
la Jedi—. ¡No os quiero a ninguno de los dos aquí!
Encogiéndose por la presión sobre su pierna, Kerra trató de ponerse en pie.
—Lo has dejado claro.
—Nunca ha habido un Sith a bordo del Diligencia por un motivo, —dijo Rusher, con
las cejas ensanchándose—. Nos mantiene a mí y a mi tripulación a salvo… y a ellos lejos
de la artillería pesada. —Señaló a la pelusa de estrellas más allá de una de las flotas de la
Diarquía—. ¿No os enseñan vuestra propia historia en la República? Quizás has oído
hablar de una pequeña cosa llamada el Máximo de Telettoh. Era…
—Nunca dejé abordar a Malak, —terminó ella.
—¡Tienes la maldita razón! —Generaciones de profesionales militares conocían la
historia del almirante de la República que había dejado a un Sith con ropas de Jedi subir
con ellos en un viaje. Él había pasado el resto de su carrera tratando de deshacer el
daño—. Tomaremos sus trabajos. Tomaremos sus combustibles. Pero no tomaremos a un
Sith de la calle. No si yo…
Morrex llamó desde dentro del hueco.
—¡Tenemos fuego, Brigadier!
—¿Hacia nosotros? —Rusher corrió de vuelta a la barandilla, distraído de su enfado.
El oficial de comunicaciones respondió señalando a los monitores. Las luces brillaban
en la superficie de Byllura, donde Hestobyll y su continente estaban ahora durmiendo en
la noche. Pero no era iluminación artificial.
Fuego.

LSW 177
John Jackson Miller

Kerra cojeó apartándose del adolescente hacia la ventana de babor. Estudiando la


superficie del mundo deslizándose, señaló a dos localizaciones junto al terminador de la
noche. Rusher se unió a ella, llevando un par de electrobinoculares. Columnas de humo
se alzaban desde varios niveles de la ciudad capital.
—¿Disturbios?
—La gente se está despertando, imagino, —dijo Kerra—. Y despertándose
enfadados. —Había un flujo constante de órdenes llegando desde la meseta hacia todos
los subordinados de los gemelos en Byllura, explicó ella. Ahora que la hermana de
Quillan no tenía órdenes que dar, el orden se estaba colapsando.
Rusher se frotó la frente.
—¿Y lo primero que hacen es hacer arder su lugar? ¡Eso no tiene ningún sentido!
—¿Cómo podría saberlo? —Preguntó Kerra—. La gente les ha estado diciendo que
trabajen, duerman, y coman durante años. Es la primera vez que han tenido alguna
opción. —Ella se detuvo—. Aunque es cierto, es una forma extraña de pasar tu primera
noche libre.
—A mí no me preguntes, —dijo Rusher—. He hecho explotar cosas para toda una
vida. —Él miró atrás sobre su hombro a las naves de guerra del exterior—. Si esta es
nuestra oportunidad, quizás será mejor que nos colemos ahora… antes de que se den
cuenta de lo divertido que es.
—Sí, —dijo Kerra—. Creo que tú…
—¡Transmisión entrante, Brig!
Justo como Daiman se les había aparecido días antes, ahora otro Sith se materializó
en la tenue luz. Un krevaaki de aspecto severo, vio Rusher, con los tentáculos envueltos
en una capa.
—¿Quién es este?
—El regente, —dijo Kerra—. No sé su nombre. —Delante, el chico gritó, mistificado
por la extraña imagen.
—Me llamo Saaj Celegian, —respondió la figura en la imagen. El krevaaki tosió y
miró abajo—. Quiero decir, Saaj Calician. —Él se detuvo, su postura enderezándose—.
Ahora lo sé.
Rusher miró a la imagen, confuso.
—Así que sabe su nombre. ¿Qué es para tanto?
—Yo creo que es bastante, —dijo Kerra—. Silencio. —Ella cojeó para dirigirse al
holograma—. ¿Qué quieres?

***
Kilómetros abajo, Calician estaba escaleras abajo en la sala de control del Loft. Junto al
celegiano durmiente en su tubo, el krevaaki miró arriba a los siete monitores de vídeo,
mostrando imágenes de toda la bahía en Hestobyll. Era una de las pocas partes

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Star Wars: Caballero Andante

supervivientes del sistema de vigilancia que los cerebros flotantes no habían


reemplazado, y ahora le daba su única visión detallada de lo que estaba pasando.
Como se les había ordenado, los trabajadores de los astilleros subterráneos secretos
habían empezado a trabajar en más naves de batalla en el instante en que su flota recién
construida estaba lejos a salvo. Desafortunadamente, el conocimiento de los
procedimientos del lanzamiento de metal no estaba con los trabajadores en escena, sino
con un pequeño grupo de expertos en una de las plantas inferiores del complejo de la
meseta. Normalmente, los celegianos llevaban sus órdenes a los Unificadores vestidos de
escarlata en las instalaciones de todo Byllura, permitiéndoles hacer varias operaciones a
la vez. Pero cuando el celegiano del núcleo dejó de enviar mensajes, las fábricas se
habían quedado sin saber qué hacer en un momento crítico. En seis sitios de Hestobyll,
los moldes se llenaban descontrolados con el duracero fundido, sobrepasando y
provocando explosiones en cadena. Él podía ver que algo similar había ocurrido a tres de
sus fábricas de municiones también.
Cubiertas pesadas caían mientras Calician observaba al caos esparcirse. Byllura había
sido un modelo de centralización Sith, un sistema no electrónico centrado en la voluntad
de un único Lord. Ahora el antiguo regente lo veía terminar. Un cuerpo podía sobrevivir
sin una mente pensante sólo mientras los órganos conocieran sus funciones. Sin Uno, la
red estaba dañada. Sin la voluntad de los gemelos, nunca podría ser reparada.
—… he dicho, ¿por qué nos estás llamando?
Al escuchar la voz de la Jedi, Calician cojeó de vuelta a la configuración holográfica
lo mejor que podía con sus tentáculos restantes.
—Simplemente estoy llamando para saber si el chico Quillan todavía vive.
—¿Por qué? —La Jedi de pelo oscuro en la imagen crispada parecía volverse más
reservada—. ¿Buscas parlamentar?
—No, es demasiado tarde para eso, —dijo el krevaaki, brevemente explicando el
montón de desastres industriales que se esparcían por Byllura. Redireccionó la cámara
hacia un monitor mostrando a Dromika, que había colapsado en un desmayo después de
la desaparición de su hermano a través de la ventana—. Ella no puede distinguir una
presencia física de una que observa a través de la Fuerza. Ella no puede verle, así que no
le busca, —dijo él, mirando su cuerpo inmóvil.
—Ella era la única que podía alcanzarle… y por ello, ella se volvió tan esclavo suyo
como yo lo hice. —Calician recentró la cámara en sí mismo y soltó—. Mátale, si te place,
—dijo él, elevando un único tocón que una vez llevaba un sable láser—. Me placería.
El comentario dejó a la Jedi sin palabras.
Otra explosión llegó desde la bahía, esta tan fuerte, que era audible a través de las
paredes sin ventanas de la sala de control.
—Esa debe ser una de las estaciones de energía, —dijo Calician.
La mujer cruzó sus brazos, su ceño se frunció.
—¿No puedes simplemente mandar órdenes a través de un comunicador, como
cualquier otro?

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John Jackson Miller

—Nuestros subordinados no tienen ninguno. Un sistema de comunicación secundario


provee de una avenida potencial para los desertores, —dijo él—. Y antes de que lo
preguntes, los otros celegianos se han rebelado, justo como lo ha hecho Uno. No puedo
utilizarlos.
—No iba a preguntarlo, —dijo ella—. Pero te pediría que les liberes.
—Eso, Jedi, es la última cosa que haría, —dijo él—. Pero no puedo hacer más, en
cualquier caso. Le dejaré eso a los otros, cuando lleguen. —Él miró atrás a otro
monitor—. Y parece, ahora, que ya lo han hecho.

***
—¿Otros? ¿Qué estás…?
Antes de que Kerra pudiera terminar su pregunta, los cielos alrededor del puente del
Diligencia se avivaron en movimiento.
Uno tras otro, colosales navíos blancos saltaban desde el hiperespacio, rodeando el
planeta y la flota orbitando. Grandes y majestuosas, las cristalinas naves de guerra —
como copos de nueve en una brocheta, pensó Kerra— rápidamente abrieron fuego sobre
las naves de batalla de la Diarquía.
Kerra se abalanzó sobre el hueco de comando, donde Rusher y su tripulación estaban
sólo empezando a reaccionar. Al igual que las naves de batalla, vio fuera del puerto de
vistas de estribor. Ellos no necesitaban guía de Byllura para saltar a la acción defensiva,
pero se movían torpemente en comparación a los cruceros y a los cazas de forma similar.
—¡Sácanos de aquí! —dijo ella.
—¿Por dónde?
—¡Por donde sea!
El Diligencia se lanzó, ladeándose lejos de Byllura en un vector a través del combate.
Observando, Kerra vio la precisión con la que los recién llegados estaban golpeando. Dos
flamantes naves de batalla estaban fuera de servicio, pero rescatables. Los que habían
llegado estaban teniendo cuidado de no destruir su presa.
—Nunca los he visto antes, —dijo Rusher, caminando hacia la ventana junto a ella.
—¡Pensé que vivías por aquí!
—Vivo en esta nave, —dijo él, a trompicones nerviosamente con su bastón—.
Trabajo por todas partes. Pero nadie sabe cuántos Lords Sith hay… si estos siquiera son
Sith.
Kerra frunció el ceño. Alguien más estaría bien, para variar. Pero ahí fuera, anidado
de estaditos Sith compitiendo, no podía ser alguien más.
Agarrando el brazo de Rusher mientras el Diligencia se balanceaba —ella casi había
olvidado su herida con el nerviosismo— Kerra se hundió emocionalmente. Esta era su
peor pesadilla desde Darkknell, se dio cuenta. Era exactamente lo que había temido que
ocurriera en el Daimanato, si hubiera provocado un colapso desde el interior que fuera
visible desde fuera. Ella miró sobre su hombro a Byllura. No había tiempo de liberar a

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Star Wars: Caballero Andante

nadie de esa gente. Toda la Diarquía estaba colapsando, y, de algún modo, los rivales de
los gemelos lo habían visto. ¿Pero cómo, tan rápidamente?
Con un sobresalto, Kerra se dio cuenta de que la Diarquía limitaba con el territorio de
Daiman. ¿Eran estas naves suyas? ¿Qué podía hacer, se preguntaba ella, si supiera el
poder que tenían los gemelos? Su mayor deseo era subyugar absolutamente, volver a los
otros orgánicos extensiones literales de su voluntad. Pero los gemelos habían cumplido
algo que él no.
Por cualquier motivo, Daiman todavía contaba con su ego, su propia individualidad
demasiado importante. Quería subsumir a otros, pero aún así al mismo tiempo disfrutaba
demasiado de dominarlos para permitir por completo una mezcla de voluntad y materia.
Pero Quillan y Dromika no entendían el concepto de «otro». Tanto como podía decir
Kerra, desde la infancia habían tratado a la Fuerza como otro de sus sentidos, y no tenían
un claro entendimiento de dónde se detenían estos, y dónde comenzaban otros. Por toda
su bravuconería, Daiman había llegado a sus poderes de la Fuerza demasiado tarde. Él ya
sabía quién era él para entonces.
¿Qué podría hacer Daiman si capturara a los gemelos ahora? ¿Podría comisionarlos?
¿Aprender de ellos?
Kerra miró atrás al despliegue táctico. No iban a ninguna parte cerca de escapar de la
zona de batalla todavía, y había otro navío, aún más grande, delante. La nave insignia,
manteniéndose atrás y observándolo todo.
Y por el momento, bloqueando su camino.
Detrás, ella vio el holograma, todavía allí.
—Calician, ¿no puedes hacer algo?
El antiguo regente agitó su cabeza, tristemente.
—Esta no es mi casa. —Él se detuvo, entonces miró arriba—. La viuda noble decidirá
nuestro destino.
La imagen desapareció.
—¡Un rayo tractor nos tiene, Brigadier!
Rusher miró a Kerra, articulando las palabras sin dar crédito. ¿La viuda noble?

***
—Esa es ella, —dijo Narsk, en pie en la puerta de la nave insignia—. Esa es Kerra Holt.
—El Bothano miró al holograma y sonrió, enseñando los dientes. Se acabó el correr,
pequeña Jedi.
Y había sido fácil, justo como el resto de este trabajo.
Narsk había llegado a Byllura sólo un día antes, viajando a bordo de un caza especial
de sigilo contribuido por su último empleador. Rápidamente localizando el sistema de
vigilancia de vídeo dejado de antes en el reinado de los gemelos, había instalado un
transmisor secreto y se fue a un terreno más elevado, sobre las cataratas, para
monitorizarlo.

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Había estado sorprendido —pero no alarmado— por ver a la Jedi y a su nave de


guerra aparecer esa mañana. Pero había funcionado bien: las comunicaciones del
carguero de artillería eran incluso más fáciles de craquear desde su posición. Por ellas,
había sabido que Kerra estaba ciertamente en el centro del caos que estaba teniendo lugar
abajo; cuando él vio su caza por la bahía hasta la meseta, le dijo a su cliente que estuviera
preparado.
Y cuando él se hubo asegurado de que ella estaba en el santuario, tiró de la palanca,
introduciéndose y dándole la información que necesitaba. Él ni siquiera esperó para
conocer el resultado, dirigiéndose de vuelta al espacio y reuniéndose con la nave insignia
que llegaba.
Fácil. La Jedi no le había decepcionado.
—Muy bien, Narsk Ka’hane. Toma asiento.
Narsk se acomodó en una silla cubierta de piel y observó su propio aliento mientras
exhalaba. Ella mantenía el sitio muy frío. A través de las partículas de escarcha brillando,
se centró en su empleadora. Ella era la de mejor aspecto de todos los Lords Sith para los
que había trabajado, pensó él. Daiman trataba de parecer el centro de atención. Esta
mujer lo merecía.
Humana y sólo un par de años mayor que Kerra, la mujer tenía una pose de guerrera
noble en sus pieles blancas y armadura. Su piel era clara, marcada por la escarcha. Ojos
dorados, pequeños y ferozmente inteligentes, devolviéndole la mirada.
Él no era humano, pero si lo fuera…
—Gracias por el trabajo bien hecho, agente, —dijo ella, caminando tras él hacia la
plataforma superior del puente—. Y por el pensamiento. —Ella miró abajo y se dirigió al
holograma—. Así que tú eres la Jedi.
—Tú… tienes la ventaja.
—Sí, la tengo, —dijo ella. Me llamo Arkadia Calimondra. Soy una Lord Sith… y
estoy aquí para ayudar.

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Star Wars: Caballero Andante

Tercera Parte

EL
ARKADIANATO

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John Jackson Miller

CAPÍTULO DIECIOCHO
El hiperespacio se había convertido en un refugio para Kerra; su único refugio, desde que
llegara al espacio Sith. El sufrimiento se mecería a cada lado, pero la rara región entre las
estrellas era algo que incluso los Sith no podían arruinar.
En el pasado, cuando ella había viajado entre mundos bajo coacción, Kerra siempre
había elegido hacer el viaje. El Diligencia, en su lugar, había sido forzado a seguir a la
cristalina nave insignia y parte de su flota en la carretera hiperespacial, bajo la amenaza
de desintegración. Ella había querido objetar, pero Rusher no iba a desviarse de la ruta
que le habían proveído. El día en la Diarquía había sido simplemente demasiado. La
lucha había apagado a todo el mundo, a ella, incluida.
No habían sido abordados. Pero antes de saltar, se les había ordenado proveer de
información sobre cuántos guerreros y refugiados había a bordo del Diligencia. A Kerra
no le gustaba admitir que había cientos de estudiantes a bordo, pero estaba más
preocupada por que los invasores destruyeran su nave de guerra de inmediato. La mujer
en el holograma de algún modo parecía conocer ya su situación en cualquier caso.
La nueva Lord Sith era un puzzle: seria y directa. Kerra había pasado parte de las
horas en el hiperespacio analizando las pocas palabras de Arkadia. Rusher no parecía
saber nada de ella y su reino. ¿Qué le había llamado el oficial de comunicaciones de la
mujer? El Arkadianato. Otro posible señor de la guerra con un imperio epónimo. Justo lo
que necesitaba la galaxia.
Pero mientras que Rusher no había reconocido el emblema de su nave insignia —
siete galones conectados, uno por cada color en el espectro visible— él había reconocido
el nombre del navío. El Nuevo Crucero hacía referencia a Ieldis, un Lord Sith antiguo
peculiar que era el favorito de un número de descendientes filosóficos, incluyendo, de
toda la gente, a Odion. El Crucero de Ieldis había sido una institución novedosa militar,
creada por él para transformar a sujetos pacíficos en guerreros talentosos; varios Lords
Sith en los tiempos más recientes habían tratado de conseguirlo. El corazón de Kerra dio
un vuelco al escuchar la explicación de Rusher. De un pozo de esclavos a otro.
Antes en el viaje, Rusher había ido a su cuarto para dormir, o quizás de vuelta a su
solárium para fortalecerse. Kerra no lo sabía. Temerosa de dejar a Quillan solo —el
Diligencia no tenía un calabozo formal— había tratado de descansar en el suelo
acolchado cerca de él, donde pudiera tener un ojo sobre él. Ella encontró imposible
dormir por más de una hora seguida, dado el jaleo del hueco de comando. Pero al menos
una persona permanecía callada: Quillan se había calmado con cada año-luz que el
Diligencia ponía entre ella misma y Byllura.
Kerra le dio el mérito parcial a Tan. Visitando el puente para ver a su antigua
compañera de cuarto, la sullustana había espiado al desconsolado Quillan, enroscado
enfrente de la habitación ante sus guardias adormilados. Antes de que Kerra pudiera
objetar, Tan se había dejado caer en la alfombra cerca del chico, suponiendo que era sólo
otro refugiado. En cierto sentido, por supuesto, lo era. Y mientras Tan se sentaba

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Star Wars: Caballero Andante

charlando sobre las vistas y sonidos del hiperespacio alrededor de ellos, Quillan había
dejado de temblar y empezó a mirarla a ella en su lugar.
Kerra había temido inicialmente que el chico estuviera tratando de encontrar otra
marioneta potencial, pero ella no percibía nada de eso en la Fuerza. En su lugar, la joven
chica simplemente parecía ser una influencia calmante para el adolescente problemático.
Tan estaba cerca de la edad de Dromika, se dio cuenta Kerra, e igual de similar a una
niña, a su forma alegre. De estudiar en las sombras del apartamento de los Tengo una
semana, a servir de compañera de juegos para un Lord Sith a la siguiente; eso tenía tanto
sentido como cualquier otra cosa.
El resto del viaje había sido un deslizamiento exhausto. El impulso había llevado a
Kerra lejos de ese primer viaje a Chelloa de camino hacia Byllura. Pero mientras el
Diligencia y sus escoltas salían del hiperespacio hacia un bolsillo azulado de estrellas
recién nacidas, ella estaba llena de temor. No había estado en control de su destino
durante el vuelo a Gazzari, pero al menos tenía un plan para después de su llegada. Al ver
el mundo blanco acordonado con estriaciones rosas alzándose delante, ella no sabía nada
salvo el nombre del planeta. Y eso había llegado de sus captores.
Syned. Leyendo lo que pasaba por las cartas estelares a bordo de su nave, Rusher
había dicho que rimaba, bastante, con yacer muerto[1]. Ella había pensado que era una
extraña elección de expresiones hasta que se acercaron más. Le pegaba. Syned era un
conglomerado frígido. Cerca, pero poco calentada por sus estrellas adolescentes, el globo
rotaba rápidamente, con la débil luz del sol corriendo por su superficie de hielo de agua y
dióxido de carbono.
Pero mientras que la superficie había parecido lisa y sin características desde la
órbita, al aproximarse, Kerra había visto gigantescos bloques inclinados diagonalmente,
restos de fracturas tectónicas. En otra parte, brillantes rastros marcaban la superficie,
evidencia de un antiguo criovulcanismo. Syned debía estar cayendo muerto ahora, pero
no siempre había sido un lugar tranquilo.
El Diligencia había sido dirigido a aterrizar cerca de un saliente de hielo justo sobre
una amplia cuenca de lo que parecía un grupo pequeño de invernaderos. Varias otras
naves estelares se sentaban en el hielo cercano. El Nuevo Crucero no los siguió abajo, en
su lugar soltaron a una lanzadera al edificio marco-A sobre el plano helado.
Esa había sido su entrada. Ahora Kerra y Rusher estaban, como se les había
ordenado, en la superficie de Syned, ambos llevando los trajes espaciales que el brigadier
había producido del carguero. Un susurro de oxígeno se aferraba a la superficie de Syned,
pero dada la temperatura, quitarse los trajes ambientales habría sido el primer paso hacia
un lento suicidio.
Alerta por su sueño roto, Kerra miró por el terreno en busca de alguna pista. La
cuenca era un enorme aparcamiento. Vehículos oruga habían estado fuera en el hielo,
corriendo entre las naves y los invernaderos, si es que eso es lo que eran. El calor y Syned
no parecían ir juntos.

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Pero tampoco lo hacía el par a los pies de la rampa del Diligencia. Kerra simplemente
lo había pensado antes; ahora ella lo sabía con seguridad. Rusher no era un aliado. Ella le
miró, sosteniendo ese tonto bastón suyo, incluso ahí fuera. Su traje espacial era
desgarbado y de color cobre, al igual que el suyo, y ambos habrían sido considerados
antigüedades en la República. El hombre se balanceaba atrás y adelante en el hielo; Kerra
pensó que estaba tratando de averiguar qué pie le haría parecer más escultural. No era de
extrañar que estuviera trabajando para Daiman.
Él miró arriba a la diminuta estrella de Syned, visiblemente viajando por el cielo.
—Únete a la Brigada de Rusher y ve la galaxia, —dijo él por el comunicador.
Otra broma. Kerra dio un paso adelante, manteniendo su espalda hacia él.
—No te hablo, —dijo ella.
—Y aún así, lo haces.
—No teníamos que haber seguido a esta gente, —dijo Kerra—. ¡Podíamos haber
salido del hiperespacio antes de venir aquí!
—Sabes que eso no es verdad, —dijo Rusher, apoyando su bastón de caminar contra
el hielo rosa a sus pies—. No tenemos ni idea de quién más había en la carretera.
Podríamos haber colisionado. O peor.
Kerra explotó.
—¿Peor? Acabamos de ir de un Lord Sith a otro. Otra vez. —Ella se giró para
encontrar a Rusher picando el suelo y tratando de no reírse entre dientes—. ¡Tan y sus
amigos odian ir a dormir! ¡Otro día y ellos podrían amanecer… gaaahh! —Con la rabia
superando a su boca, Kerra agitó sus puños teatralmente—. Puede que ellos estén
construyendo las espirales mortales de Odion. O de vuelta a donde empezaron, ¡estatuas
brillantes para Daiman!
Rusher se agitó mientras se reía.
—Me encanta esa cosa de no hablarme, —dijo él—. Mira, niña… Jedi… nunca
vamos a encontrar un lugar que no esté gobernado por un Sith. Seamos pacientes y
comprobemos este.
—¡Me gustaría comprobarlo! No puedo, —dijo Kerra, abriendo sus puños y mirando
a sus manos. El Nuevo Crucero había ordenado a Kerra y Rusher que esperaran fuera,
desarmados. Utilizar el odioso traje de sigilo no era una opción, tampoco. El Mark VI
tenía un destacable rango de operación, pero la temperatura de Syned estaba bien fuera de
él.
Kerra miró atrás hacia el oeste y entornó los ojos. Sólo un par de minutos antes, había
sido medio día en esta latitud elevada; ahora el sol de Syned estaba cayendo bajo el
asentamiento. Los dos generadores de rayo tractor cónicos que habían visto desde la
órbita ejercían las sombras más largas, recordándole que, pasara lo que pasara, el
Diligencia no iba a llegar lejos sin permiso. Sus armas externas eran simplemente
demasiado débiles.
Entornando los ojos contra la vista helada, ella encontró movimiento. El brigadier lo
había visto, también. Caminando adelante, Rusher dio la vuelta al bastón hacia las manos

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Star Wars: Caballero Andante

de una sorprendida Kerra y alzó sus macrobinoculares. Kerra miró al palo y ardió. Me
gustaría romper esa placa facial con…
—Wow, —dijo Rusher, bajando la unidad—. ¡Tienes que echar un vistazo a esto!
Con la curiosidad desplazando la molestia, Kerra extendió el brazo y cogió los
macrobinoculares, todavía envueltos alrededor del cuello armado de Rusher. Tirando del
brigadier hacia abajo, ella inclinó los anteojos hacia el borrón aproximándose.
Lord Arkadia Calimondra cabalgaba sobre la lámina de hielo hacia ellos,
pareciéndose en cada aspecto a las princesas guerreras de invierno que Kerra había visto
en sus holos de historia cuando era una niña. Sobre los pelajes y la armadura de antes,
Arkadia llevaba ahora una capa plateada que captaba el frígido aire mientras ella montaba
a grandes pasos por la tundra. Los grandes reptiles de tres extremidades unidos con sus
puños apretados, sus colas divididas serpenteando atrás y adelante detrás.
Y asombrosamente, la cara de Arkadia y los antebrazos estaban expuestos al clima
cruel de Syned. Incluso la criatura sobre la que ella cabalgaba tenía un suministro de aire
caliente, vio Kerra. El único gesto de Arkadia a los elementos era la adición de la capa y
una reliquia de museo de tocado. Tirando de las riendas con una mano, Arkadia parecía
estar disfrutando sólo de un fresco día fuera.
Kerra soltó los macrobinoculares abruptamente, haciendo que Rusher casi cayera. La
mujer estaba a medio camino de ellos, ahora. Kerra trató de barrer la niebla de su placa
facial para nada.
—¿Qué fue lo que dijo el krevaaki? Una viuda noble. ¿Qué es una viuda noble?
—Una viuda, —dijo Rusher—. Una mujer mayor que posee las propiedades de su
último marido, como un estado.
—Ella no me parece una viuda.
—Quizás. Yo seguro que no creo que sobreviviera un viaje a la costa con ella, —dijo
Rusher, frotando juntas sus manos enguantadas—. Pero no sería una mala forma de irse.
—Por favor, —dijo Kerra—. Intenta crecer.
Ante ellos, el lagarto de hielo se deslizó para detenerse, desplegando sus palmas
ampliamente para tener un agarre contra el hielo. Alzándose sobre ellos, Arkadia tiró de
las riendas. Conforme la Lord Sith giraba sobre la criatura, Kerra vio una cosa de un
metro de largo, ornamentada, atada a la espalda de Arkadia.
—Perdón por las circunstancias, —dijo Arkadia, sus palabras precipitándose en la
nieve—. Nuestras plataformas de aterrizaje no son aún lo suficientemente grandes para
acomodar navíos como el vuestro. —Ella se inclinó y toqueteó el morro resoplando de la
criatura—. Y yo sólo puedo sacar a los beralyx a dar una vuelta en verano.
¿Esto es verano? Kerra miró a la recién llegada. La mujer tendría unos veinticinco,
quizás treinta como mucho, y sana. Y por primera vez entre los Lords Sith que había
encontrado aquí, Kerra vio pintura facial: ligeras rayas plateadas bajo sus ojos,
destacando sus mejillas marcadas por la escarcha y completando todo el aspecto de la
reina guerrera. Era todo un atuendo.

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John Jackson Miller

Arkadia parecía igualmente perpleja. Ella miró abajo a Kerra y sonrió con
superioridad.
—Dije sin armas, Jedi.
—¿Qué? —Kerra miró abajo para ver el bastón de Rusher, todavía en su mano
izquierda—. Oh, —dijo ella, alzándolo con ambas manos—. Está bien. —Abruptamente
bajó el bastón sobre su rodilla con el traje espacial, partiéndolo en dos. Ella lanzó las
mitades a Rusher, que la miró y las arrojó al hielo.
Arkadia se dio cuenta de él.
—Kerra Holt de la República, con ella hablé antes. ¿Pero quién es usted, señor?
—Jarrow Rusher, de la Brigada de Rusher. —Saludó él—. Es mi nave la que forzaste
a bajar. El Diligencia.
—Diligencia, —repitió Arkadia—. ¿Como el navío del Almirante Morvis?
—El mismo, —dijo Rusher, visiblemente impresionado.
La mujer Sith habló sin importancia.
—Sus provechos en la Primera Batalla de Omonoth eran un fraude, lo sabes.
La sonrisa de Rusher se congeló.
—Debes saber algo que yo no, entonces.
—Probablemente.
Con sus botas estrechas altas, la mujer pateó al reptil para que se moviera. Mientras
andaba a grandes zancadas alrededor del par, Kerra observó a Rusher. El hombre estaba
pasmado, para variar. Arkadia había pichado sobre uno de sus héroes históricos y sonaba
autoritativa en el proceso.
Voy a tener que estudiar para poder hacer eso, pensó Kerra.
—Usted nos quería aquí, madame, —dijo Rusher—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Es lo que yo puedo hacer por vosotros, —dijo Arkadia, llevando a detenerse al
beralyx—. Es como dije. Estoy aquí para ayudar. Estabais dejando Byllura cuando os
encontré. Tengo entendido que tenéis refugiados a bordo.
Kerra estudió a la mujer mientras ella desmontaba. La Jedi sólo le llegaba a la barbilla
de Arkadia.
—Los refugiados no eran de ese conflicto, —dijo Kerra—. Sólo estábamos de paso.
—Lo sé, —dijo Arkadia, barriendo el hielo de los ojos adormilados del beralyx—.
Nos lo has dicho. Y estoy al tanto de lo que pasó en el Daimanato. Al arxeum al que
estaban destinados, —dijo ella.
Rusher miró a Kerra, confundido. Ellos no habían mencionado de dónde habían
venido sus pasajeros en sus transmisiones.
Arkadia continuó, sin mirarles.
—Deseo ayudar a vuestros estudiantes… y proveer las necesidades de tu nave,
Brigadier. Pero necesito algo primero.
Abruptamente, ella se giró hacia ellos.
—Tenéis un refugiado de Byllura, —dijo ella, con los ojos perforante centrados en
Kerra—. Lo que realmente necesito ahora mismo… es ver a Quillan.

LSW 188
Star Wars: Caballero Andante

Kerra se tensó.
—¿Perdona?
—No juegues conmigo, Kerra Holt, —dijo Arkadia, mirando abajo—. Sé que tienes a
Lord Quillan de Byllura a bordo de vuestra nave. Estoy preparada para proporcionar
ayuda, pero sólo si se produce el chico primero.
Rusher empezó a moverse hacia la rampa, pero Kerra agarró su brazo.
—Aguanta, —dijo ella. Echando un vistazo a Arkadia, ella hizo un gesto con su
mano—. Mira, lo que sea que una vez fuera el chico… no lo es ahora. Vi lo que tu gente
hizo a las naves de la Diarquía. Sé que él era un rival. Pero él no es una amenaza para ti
ahora. —Ella se preguntaba qué estaba haciendo, hablando por un Sith, pero la patética
criatura bajo su guardia no parecía serlo. Ya no—. No tienes que matarle.
Arkadia miró abajo a Kerra, su cara sin traicionar ninguna emoción. Tras un
momento helado, ella ardió en risas.
—¿Matarle? Por supuesto, ¡no voy a matarle! —dijo ella, sonriendo ampliamente—.
Soy su hermana.

***
Todavía en construcción, la ciudadela de Arkadia había sido construida dentro de una
serie de calderas de hielo. Con los contenidos de los reservorios subterráneos colapsados
habiendo sido volados al espacio hacía tiempo, los constructores de Arkadia simplemente
habían erigido un techo de pilares de hielo arriba, cubierto con una capa de
transpariacero. El resultado había sido un compartimento enorme sellado dentro del hielo,
mucho más grande de lo que parecía en la superficie y con suficiente espacio para toda
una ciudad. Una criatura ocultándose bajo una concha, pensó Kerra.
Y Calimondretta, como Arkadia la llamaba, estaba tan viva como la superficie estaba
muerta. Saliendo de la cabina del coche rotatorio —el transporte oruga de tierra que
Arkadia había mandado al Diligencia— Kerra miró por encima el gran atrio. Cientos de
trabajadores corrían por él entrecruzando el suelo artificial amontonado con pilas
ordenadas de suministros. Con las naves estelares de Arkadia forzadas a aparcar fuera, la
Sala del Patriota servía como un enorme almacén. Varias rampas llevaban gradualmente
hacia abajo desde la planta principal a las grandes galerías talladas en el glacial.
Sólo las estrellas brillaban a través del techo de transpariacero; la noche había caído
por segunda vez en cuatro horas. Syned era completamente opuesto a Darkknell y sus
interminables días y noches. Pero el lugar era brillante, sin embargo, gracias a los largos
tubos incrustados en las paredes de hielo. Líquido azul efervescente fluía a través de
ellos, dando una luz cálida.
—Nuestra sangre vital, —dijo Arkadia, girándose sobre el beralyx hacia un
adiestrador cauteloso de piel verde—. Algas synedianas. —Los mares bajo las láminas de
hielo estaban llenas de esa cosa, explicó ella, atrayendo la energía de las ventilaciones
termales. Secciones enteras de Calimondretta estaban dedicadas a cultivar y procesar las

LSW 189
John Jackson Miller

algas, que proveían tanto de combustible como de comida para el asentamiento—.


Utilizamos cada molécula de ellas. Nada se desperdicia.
Kerra observó su propio aliento.
—Todavía no lo mantiene muy caliente aquí.
—Vaya una huésped eres, —dijo Rusher, caminando fuera del coche oruga—. No
critiques a alguien que vive en una casa de hielo por no encender la calefacción.
Al menos él tenía esa sobrecapa suya, vio Kerra. Él no se había molestado en
encontrar nada más para que llevara Kerra, ni le había hablado durante el viaje. Ella
suponía que todavía estaba picado por el incidente del bastón. Pero al menos ella no lo
había hecho delante de su tripulación. ¿Por qué estaba molesto?
Sus ojos se clavaron en el tráfico de pies, ahora fluyendo alrededor de su vehículo
aparcado. Tras las calles deprimentes de Darkknell y la miseria robótica de Byllura,
Syned tenía multitud de energía en ella. Los ciudadanos en la Sala del Patriota miraron
arriba y alrededor mientras ellos caminaban, no abajo al suelo. Y la mayoría de sus ropas
eran nuevas: uniformes de varios colores y estilos. Aquellos claramente no venían todos
de las algas.
—Tenemos algo para ti, —dijo Rusher, golpeando el lateral del coche oruga. El
Soldado Lubboon salió del interior, empujando a Quillan bajo la rampa en una silla
flotante marrón. Sus manos aferradas a los controles del modelo anticuado, Quillan
parecía casi catatónico.
Caminando hasta el pie de la rampa, Arkadia miró abajo al adolescente. Ni un rastro
de emoción cruzó su cara, y Quillan no respondió, tampoco, ni siquiera cuando Arkadia
se arrodilló junto a él, con la capa fluyendo en el suelo helado. Kerra estudió a los dos
juntos. Más allá de sus altas frentes, ella no podía ver mucha similitud, ni mucho calor de
hermana mayor viniendo de Arkadia. Pero al menos era un encuentro pacífico. Arkadia le
había asegurado antes que no todos los hermanos Sith eran como Daiman y Odion.
—¿Todavía escondiéndote ahí dentro, pequeño Quillan? —dijo Arkadia, buscando
sus ojos.
De repente el chico se movió en su silla. Arkadia pareció sorprendida por un
momento antes de darse cuenta de que Tan había salido corriendo tras ella.
—Ah. Hola, chica, —dijo Arkadia. Ella miró arriba a Kerra—. ¿Por qué está ella
aquí?
—Yo no quería traerla, —dijo Kerra, agarrando el hombro de Tan y tirando de ella
hacia atrás—. Ella es una de los estudiantes… quiero decir, los refugiados. Pero
necesitamos calmar a Quillan para moverle, y ella parece ayudar.
Arkadia asintió a la chica y se levantó, dirigiendo a Beadle hacia un portal de hielo
donde sus ayudantes esperaban para cuidar de Quillan.
—¿Por qué has traído a Beadle? —Susurró Kerra a Rusher.
—Estamos tratando de ser lo menos amenazadores posibles, ¿recuerdas? Lo peor que
puede hacer Lubboon es pasar sobre sus pies con la silla.
—Es una silla flotante.

LSW 190
Star Wars: Caballero Andante

Rusher puso sus ojos en blanco.


—Créeme, encontrará una forma.
Al menos estaba hablando de nuevo, pensó Kerra.
Volviéndose de ver a su hermano, Arkadia se dirigió al hombre militar.
—Tú te volviste parte de la historia ayer, Brigadier. Espero que lo aprecies.
—Lo hace, —intervino Kerra—. ¿Pero a qué te refieres exactamente?
—La Diarquía ha caído. Después de ocho años, el reino de Quillan y Dromika se ha
vuelto parte del Arkadianato.
Al reemplazar a los comandantes de las naves de la Diarquía de la línea con
celegianos, dijo Arkadia, Quillan podía haberles hecho una extensión orgánica de su
comando unido al planeta. Pero siempre había habido una imperfección fatal. Los
cerebros oscilantes a bordo de los cruceros tenían que tener sus órdenes, de alguna forma,
y eso requería de tecnología. Mientras que Arkadia decía que podía imaginar a usuarios
de la Fuerza entrenados transcendiendo el espacio con su tecnología, el método le parecía
poco práctico a ella. Tales desafíos eran difíciles y raros, no algo en lo que se pudiera
confiar.
—Un error de la juventud y la inexperiencia, —lo llamó ella—. Quillan siempre
habría sido dependiente de un enlace físico, en alguna parte. Y ese enlace podía ser
atacado.
Arkadia explicó que ella acababa de despachar un agente a Byllura buscando
comprometer esa conexión cuando Kerra de repente apareció, distorsionando las
comunicaciones de Quillan desde la fuente.
—Fue entonces que pensamos en ayudarte, —dijo ella—. E hiciste bien tu trabajo.
Activaste nuestra invasión.
—¿Ayudarme? —Kerra sintió el dolor en su pierna volviendo—. ¿A qué te refieres?
—Divide y conquistarás —llegó una voz familiar desde detrás del coche oruga.
Alrededor del transporte caminó el bothano, llevando una parka marrón que combinaba
con su pelaje.
Kerra miró boquiabierta. No había visto al espía desde el castillo de Daiman en
Darkknell. Pero definitivamente había sido la voz del bothano antes en Byllura.
—Tú…
—¿Supongo que os conocéis? —dijo Rusher, echándole un vistazo al recién llegado
confundido.
—¡Sí, le conozco! Este es… este es… —Kerra se detuvo, obstaculizada. Nunca había
sabido su nombre.
—Narsk, —dijo el bothano, mirando arriba al brigadier.
Rusher se rascó la escarcha de su barba y sonrió.
—¡Ya lo tengo! ¡Tú eres el tío de la rueda de tortura de Daiman!
—Bueno, gracias por la ayuda, —dijo Narsk, con poca estima por el general mientras
caminaba pasándole—. Aquí está su informe final, Lord Arkadia.

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John Jackson Miller

Arkadia cogió el panel de datos del espía y leyó. Narsk describía los contenidos
mientras ella lo hacía. Incluso ahora, sus fuerzas estaban aterrizando en Byllura, tomando
el control de todo el régimen.
Kerra agarró su manga.
—¡Pensé que trabajabas para Odion!
—Soy un contratista independiente, —dijo Narsk fríamente—, como tu amigo de ahí
que no ayuda a la gente. Arkadia es la mayor postora. —Él se detuvo—. De este
momento.
—Eso es por lo que me gustas, Narsk, —dijo Arkadia, sin apartar la mirada del panel
de datos—. Siempre sé dónde estoy para ti. —Leyendo, una leve sonrisa cruzó su cara—.
Esto es bueno.
—Sus fuerzas han tomado Hestobyll sin hacer un solo disparo, mi lady, —dijo Narsk.
La guardia de avance de Arkadia se había instalado en El Loft, y estaba mandando
fuerzas por todo el planeta para liberar a los celegianos de sus prisiones. La red de la
Diarquía sería desmantelada, y todos sus ciudadanos, cerebros flotantes incluidos, se
volverían miembros contribuyentes del Arkadianato.
Kerra miró en la dirección que Quillan había tomado.
—¿Qué… le pasará a Dromika?
—Ella se quedará en su hogar en la cima de la montaña, supervisada y atendida, —
dijo Arkadia—. Lejos de su hermano. Ellos nunca deberían verse el uno al otro, dada su
curiosa conexión. No sé qué tipo de vida será para Dromika, pero espero que sea superior
a la que ha tenido. —Ella se detuvo—. La visitaré más tarde, para comprobarla.
—¿Y Calician?
—Muerto, —dijo Arkadia, golpeando el panel de datos contra el pecho de Narsk.
El bothano asintió y cogió el dispositivo.
—El regente fue ejecutado justo antes de que recibiera la llamada. Dijeron que
encontró su final tranquilamente.
Kerra retrocedió. La figura con la que había luchado había actuado como un poseído,
pero en el holograma, el krevaaki había parecido casi trágico.
—¿Por qué tenía que morir?
—Quillan era la mente, —dijo Arkadia—, pero Calician era la mente maestra. Él
construyó el sistema. Lo mantuvo. Hizo posible todo lo que mi hermano provocó.
Otra incitadora, pensó Kerra, mirando a Narsk y a Rusher. Estoy rodeada de ellos.
—Cada Sith ve un diferente camino para gobernar la galaxia, —dijo Arkadia—. Pero
una vez que una estrategia ha demostrado fracasar, el estratega debe pagar el precio.
Kerra miró de nuevo al bothano.
—¿Y cuándo exactamente dejaste de trabajar para Odion y empezaste a trabajar para
ella?
Arkadia se refirió a Narsk civilmente.
—El agente Ka’hane es alguien con quien he trabajado antes, —dijo ella. Él había
contactado con ella justo después de la Batalla de Gazzari convertida en una guerra

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Star Wars: Caballero Andante

contra Lord Bactra, clamando que había tenido suficiente de Odion y Daiman para un
rato—. Difícilmente se le puede culpar, en realidad. Le despaché a Byllura. Y el resto, —
añadió ella, sonriendo con superioridad a Rusher—, es historia.
—Pensaste que podías ponerme a hacer tu trabajo sucio, —dijo Kerra ácidamente.
—Lo hiciste, —dijo Narsk con una sonrisa.
—En realidad, una vez que él me dijo que estabas ahí, no sabíamos lo que harías, —
dijo Arkadia—. Pero has tendido a ser un factor desestabilizante, donde fuera que fueras.
Esperábamos que una oportunidad surgiera esta vez.
Narsk hizo una reverencia a Arkadia.
—¿Hay algún otro servicio que pueda hacer?
Arkadia estudió a Kerra por varios segundos.
—Quizás. Quédate por aquí, Narsk. Estoy segura de que hay algo que puedas hacer.
El bothano miró de nuevo a Kerra.
—Hay algo. Ella tiene una propiedad mía… allí en su nave, supongo.
El traje de sigilo, pensó Kerra.
—¡Oh eso! Se lo di a una niña pequeña. Buena suerte recuperándolo. —De repente
acordándose, ella miró arriba, sorprendida—. ¡Tan! ¿Dónde ha ido?
Rusher señaló abajo a uno de los enormes vestíbulos iluminados de azul.
—Ella fue con Beadle y el chico.
—Ya estamos de nuevo, —se quejó Kerra—. ¿Consigue alguien alguna vez volver a
tu nave?
—Hey, tú la trajiste. Tú la perdiste.
Una mano tocó el hombro de Kerra, dejándola helada.
—No te preocupes, —dijo Arkadia—. Ella está sin duda excitada. Hay un montón de
cosas por ver de nuestra ciudad para ella… y para ti, también.
—¿Yo? —Encogiéndose del agarre de Arkadia, Kerra miró alrededor. Ella había
estado esperando que los guardias se mostraran para llevarla a donde fuera que mantenían
a los Jedi capturados, suponiendo que tuvieran tal lugar. Pero todos los que había visto
parecían civiles.
—Esto no es un campo de concentración, Kerra. Es la civilización. Una comunidad
iluminada, la cual dará la bienvenida a tus refugiados.
La mandíbula de Kerra cayó.
—¿No hay guardias?
—Bueno, no se te dejará sola, —dijo la reluciente Lord Sith—. Pero todos los
miembros del Arkadianato tienen algún tipo de entrenamiento de combate. Y todos ellos
actuarán para protegerlo, si tratas de perturbarlo.
Antes de que Kerra pudiera responder, Arkadia dio una palmada. Un ayudante twi’lek
de malva dio un paso adelante.
—Llévate al Brigadier Rusher a requisiciones. Estoy segura de que su tripulación y
sus pasajeros tienen algunas necesidades inmediatas.

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John Jackson Miller

Mientras Rusher asentía gentilmente y saludaba, Kerra le miró. Todavía busca


trabajo.
—Y llama a Seese, —gritó Arkadia, dirigiéndose a una dirección diferente—. Hay
mucho que queremos de la Jedi… ¡pero hay mucho que debemos aprender primero!
Al ver a Rusher partir con el twi’lek, Kerra miró atrás sobre el atrio hacia Arkadia.
Una ayudante se había llevado su tocado, revelando un pelo tan claro como oscuro era el
de Kerra. Otra ayudante estaba cerca, esperando a cada palabra suya.
La cabeza de Kerra flotaba. Esto no era como ninguna bienvenida a un Jedi que jamás
hubiera recibido de un Lord Sith. Y ninguna de las docenas de personas de alrededor
parecía percatarse de lo más mínimo.
Nadie excepto el bothano, que se inclinaba contra el coche oruga, con los ojos
vagando hacia atrás y adelante entre ellas dos.

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO DIECINUEVE
Arkadia había querido que Kerra caminara como uno de sus ciudadanos. Haciendo un
tour por Calimondretta, Kerra imaginó que podía haber cabido de cuerpo entero
cómodamente en una sola de las botas de su guía.
Y aún así la herglic se movía a través de pasadizos de la ciudad tallada en el hielo con
una asombrosa velocidad, forzando a Kerra a marchar al doble para mantenerse con ella.
Uno de los mayores miembros de una especie que una vez fue acuática, Seese era un
behemoth gris pesado que medía dos metros extra en cada dirección. Vestida en sus
vestimentas amarillo brillante, la guía podía haber sido vista desde la órbita, pensó Kerra.
Todavía, la ciudad Sith parecía haber hecho más para acomodar las especies más
grandes que muchos de los lugares de intercambio de la República. Todas las entradas
eran lo suficientemente amplias para los herglic, e incluso los escaladores tenían grandes
escaleras, graduadas.
—Habrá celegianos uniéndose al Arkadianato, —dijo Seese, llevándola abajo a un
nivel inferior—. ¡Estará bien tener a alguien del mismo tamaño alrededor!
Kerra asintió. Ella se dio cuenta del vapor que se estaba alzando desde el espiráculo
sobre la cabeza de la herglic cubierta de escarcha.
—¿No tienes frío aquí? —preguntó ella.
Seese soltó una estruendosa risa.
—Un cuerpo que permanece en movimiento no lo nota, —dijo ella, lanzándose a una
discusión de su vida conforme salían de otra fábrica. Seese había estado en el
Arkadianato sólo seis años, pero había encontrado tiempo para familiarizarse con todas
las operaciones en Syned, así como varias otras de los mundos de su líder—. Y todavía
tuve tiempo de tener cuatro hijos, ¿te lo puedes creer?
Ciertamente, Seese parecía saberlo todo sobre cada lugar en el que entraban. Las
plantas de procesamiento de algas, sin las cuales no habría vida en Syned. Las
instalaciones de reclamación, encontrando metales vitales para la causa de Arkadia en un
miligramo a cada momento de las aguas profundas subterráneas. Incluso los centros de
educación, donde la juventud de Syned se convertía en ciudadanos productivos y
comprometidos. Seese había encontrado su primera asignación como una maestra allí,
justo después de que Arkadia hubiera conquistado su mundo natal.
Pero si su guía albergaba algún rencor sobre aquello, Kerra no había visto ninguna
señal. De hecho, ella había sido capaz de sacar poco sobre Arkadia de la herglic, salvo
algunos clichés sobre la mente amable de la Lord Sith. Pronto en el tour, Kerra,
recordando la afirmación de Calician, le había preguntado si Arkadia era una viuda.
Seese lo pensó por un momento, pero no recordaba que su maestra tuviera alguna vez un
compañero. Esa línea de conversación había resultado en aún más efusividad sobre
Arkadia.
—Por supuesto, —estalló Seese—, ¡tendría que haber sido una mente inteligente
ciertamente para poder mantener la atención de nuestra lady!

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Ahora, entrando en su sexta fábrica de la Plaza del Progreso, Kerra se encontró


agotada del tour de la victoria. Eso es lo que era, se dio cuenta; un show, probando el
camino de Arkadia al poder superior al de cualquier otro Sith. Ella inicialmente había
imaginado que los nombres de las grandes salas subterráneas eran irónicos, pero
aparentemente, la gente los creía. No había Correctores, no había jefes de paja vestidos
de escarlata. En su lugar, cerca de un trabajador de cada treinta llevaba una banda azul y
un bláster; miembros de la Guardia Ciudadana, responsables de la paz y el orden.
—Tenemos más voluntarios de los que necesitamos, en realidad, —dijo Seese—.
Muchos toman el deber añadido para ayudar a su propio avance. Pero raramente hay
mucho que hacer.
Ciertamente, el sistema parecía menos opresivo, nadie, en ninguna parte, parecía estar
trabajando bajo amenaza o dolor. Pero algo todavía parecía mal. En los jardines
hidropónicos, donde cultivaban las hojasedosas para el hilo; y aquí, en el molino textil,
aquellos que lo producían ayudaban a calentar a los ciudadanos. Todos parecían sólo un
poco demasiado devotos, de algún modo.
—Espera, —dijo Kerra, avistando a un hombre de piel verde sobre el piso de la
fábrica—. ¡Ese tío!
Seese miró por el molino, girando con actividad.
—¿El falleen? Esta es la estación del gerente. Él es el gerente.
—Pero lo he visto, —dijo Kerra—. Antes cuando llegué. ¡Él era el domador de
beralyx de Arkadia!
La herglic miró en blanco a la figura con pelo mocho.
—Puede que lo sea. —Empujando hacia delante, Seese llamó la atención del
gerente—. Tú, ciudadano. ¿Eres nuevo aquí?
—Ascendido en este mismo ciclo de trabajo, —dijo el falleen, exhibiendo una sonrisa
arrugada. Él se giró de nuevo a su tabla de control, destellando frenéticamente.
Kerra observó al nuevo gerente esforzarse. Ella pensaba que su expresión estaba a
medio camino entre orgullo y terror.
Alejándose, ella interrogó a su huésped.
—Él estaba trabajando en los establos. ¿Ahora está aquí?
Arkadia era, como siempre, la respuesta.
—Ella siempre quiere que lleguemos a un proyecto de nuevas, —dijo Seese,
corriendo en sus poderosos tocones de pies—. Con nuevos ojos.
El resto de la hora pasó bastante de la misma forma. ¿Por qué el molino volvía la ropa
de tantos colores brillantes? Para ayudar a los ciudadanos de Arkadia a ser unos
individuos más destacables, memorables. ¿Por qué nadie, que Seese recordara, había
dejado alguna vez el Arkadianato? Ningún Lord Sith ofrecía nada comparable a la vida
que se encontraba aquí, bajo el frígido páramo. ¿Por qué había sido tan lenta Arkadia
para llevar al resto de la galaxia bajo su protección? Ella sabía que esa rápida conquista
conllevaba un precio a la civilización existente. Una comida tenía que ser digerida, antes
de comer otra vez.

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Star Wars: Caballero Andante

—Pero no te equivoques, —dijo Seese, viendo conmoción adelante—. Arkadia


dominará la galaxia, y nosotros junto a ella.
Kerra miró lejos bajo el pasillo vacío para ver a Arkadia, vestida de forma más ligera
en una túnica plateada y una capa, llevando a Beadle y a Tan a través del Promisorio. Tan
parecía contenta por estar haciendo un tour por la academia de Arkadia; Beadle parecía
estar frotándose su frente.
—Mi tiempo contigo se ha acabado, según veo, —dijo Seese. Sus labios gigantes
fruncidos, la mujer herglic miró abajo a Kerra—. Si puedo tomarme la libertad, Kerra
Holt, no pareces una mala persona. No entiendo por qué dicen que los Jedi odian a los
Sith.
Kerra miró arriba, mordiéndose la lengua.
—No sé qué decir a eso.
—Bueno, quizás hay diferentes tipos de Jedi… al igual que hay diferentes tipos de
Sith. —Girándose sobre sus enormes tobillos, Seese empezó a partir.
Pero Kerra puso una mano sobre el grandioso brazo de la criatura.
—Espera, Seese. Tengo una pregunta más.
—Seguro.
—¿Cómo sabías que iban a venir aquí celegianos? —Calimondretta parecía tener una
sociedad abierta, pero Kerra no había visto ningún tipo de medio de masas.
—Por qué, estaba en la batalla, —dijo Seese—. Era una oficial táctica a bordo del
Nuevo Crucero justo ayer.
—¿Y ahora eres una guía turística?
—Ojos nuevos, —dijo Seese, sonriendo ampliamente.
Pero mirando a las hendiduras amarillas brillantes, Kerra pensó que los ojos de Seese
parecían muy viejos. La herglic transitó lejos, quizás un poco más lenta que antes.
—¡Kerra! ¡Kerra! ¡Kerra!
La Jedi encontró que tenía algo anclado a su pierna.
—Hola, Tan. ¿Cómo fue tu… tu tour?
Tan saltaba arriba y abajo, describiendo las vistas que había visto en el Promisorio
con Arkadia, desde las clases hasta los salones comedores. La atención de Kerra, sin
embargo, estaba en Beadle, y su frente sangrante.
—¿Qué te ha pasado?
—Tropezó con su bota y cayó por una de las escaleras mecánicas, —dijo Arkadia con
cara de póker.
Kerra miró a una escalera moviéndose tras ella.
—¡Cada escalón es de dos metros de largo! ¿Cómo pudiste caerte de uno?
Arkadia sonrió remilgadamente.
—No estaba ahí, pero me han dicho que era algo para haberlo visto.
Beadle sonrió débilmente a Kerra. Si él es un ayudante para los servicios de Rusher,
pensó Kerra, ¡ellos bien debían volar de vuelta al Daimanato ahora!

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Tan parloteó sobre las maravillas del sistema educacional de Calimondretta,


volviéndose casi una versión diminuta de la guía turística herglic. Mientras hablaba, las
puertas se abrían a izquierda y derecha, descargando jóvenes de todas las especies de sus
lecciones. Kerra se preguntaba si su liberación había sido cronometrada para acompañar
el mensaje de Tan, para reforzar el estado sano de la juventud local.
Si era así, Arkadia había dejado claro su punto. Kerra escaneó las pequeñas caras que
se arremolinaban pasando, todas de camino entre clases. Estos no eran los trabajadores
infantiles cubiertos de grasa de Darkknell; lo que fuera en lo que pudieran convertirse en
el futuro, ahora mismos, estaban haciéndose a sí mismos. Su atención se desvió hacia una
pareja gotal, a un lado con un diminuto niño. Tocando sus cabezas-cono, los padres de
cara melenuda vieron a su hijo en la puerta de su clase.
Mientras los adultos gotal tomaban su camino de vuelta a través de la sala abarrotada,
Kerra cerró sus ojos. Algo sobre la escena le daba calidez y la helaba. Momentos
similares estaban ocurriendo alrededor. Todos similares, en cierto modo, desde que Gub
partiera con Tan, días antes: los padres mandando a sus hijos fuera para que encontraran
lugares mejores en la vida. ¿Era eso universal? Ella había visto imágenes idénticas en la
República, cada vez que un Padawan entraba en la Orden Jedi.
Ella nunca había tenido una experiencia como esa. Los Sith la habían robado de su
familia. Y aún así, estas despedidas parecían ser temporales. Arkadia no había destrozado
estas familias.
¿Qué había dicho Seese? Quizás había distintos tipos de Sith.
Caminando en la corriente de estudiantes justo de su altura, Tan se volvió aún más
efusiva. Y la cosa por la que estaba más excitada era el rango de asignaturas que los
estudiantes aprendían aquí, desde cálculo a genética a cartografía estelar.
—Tu custodia me dijo de la vida a la que estaba destinada, —dijo Arkadia, señalando
hacia los jóvenes impresionados que pasaba—. ¡Tan y tus otros pasajeros iban a ser
encadenados a una tarea para el resto de sus vidas! Ridículo. ¿Esa era la idea de Daiman?
—Ella buscó la mirada de Kerra—. Vamos, al menos puedes contestarme a eso.
—Era una corporación, —dijo Kerra, apartando la mirada—. Heurística Industrial.
Arkadia asintió.
—Una de las propiedades de Lord Bactra. El antiguo lord, —se corrigió a sí misma.
Le habían notificado de los eventos de Gazzari—. Mi última información es que estaba
ocultándose en una colonia de retiro quermiana, en alguna parte. Bueno, él debería estar a
salvo fuera de la refriega allí.
Kerra se preguntaba cómo había escuchado Arkadia, desde ahí fuera. Ese ha sido
Narsk, quizás. Eso tenía sentido.
Paseando de vuelta hacia la Sala del Patriota, el atrio principal, Arkadia describió
para Kerra cómo Tan y los otros serían educados en su reino. Los estudiantes trabajarían
para volverse tan versátiles como posiblemente pudieran, de forma que, como adultos,
podrían contribuir de tantas formas como su estado pudiera necesitar. Otros Lords Sith
trataban a los seres pensantes como simplemente otro material crudo: elementos básicos,

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Star Wars: Caballero Andante

intrabajables e inmutables. Los mineros cautivos en el territorio de uno se convertían en


mineros en el siguiente. ¿Pero qué pasaba si el vencedor necesitaba físicos? Las
necesidades estratégicas de un imperio cambiaban con la mezcla de los vecinos en sus
límites. ¿Cómo sería para un estado que de repente sólo se necesitaran pilotos de caza y
sólo tuvieran un par simbólicos?
Antes de que Kerra pudiera responder, Arkadia vio a alguien delante y aceleró su
paso. Rusher y el twi’lek estaban en una zona de carga cerca de la enorme entrada
magnética al frígido mundo exterior. Junto a ellos, varios trabajadores cargaban una
montaña de contenedores y cilindros en un trío de coches oruga. Arkadia barrió hacia
ellos.
—¿Mi asistente encontró sus suministros, Brigadier?
—Todo lo que podría haber pedido, —dijo Rusher, estudiando un panel de datos—.
Debería rellenar todas las existencias que los refugiados consumieron. Estoy sorprendido
por la variedad de comida que tenéis aquí.
—No vivimos sólo de algas… no con paladares tan diferentes. Lo que no cultivamos
aquí, lo importamos. —Ella miró a Beadle—. Probablemente le llevará más a tu
tripulación descargarlo de lo que nos lleva cultivarlo.
—Somos bastante buenos cargando, —dijo Rusher, pasando a su recluta el panel de
datos—. Una de nuestras especialidades, de hecho.
Arkadia sonrió educadamente. Mirando abajo, ella alcanzó las manos de Tan.
—Ve, chica, y cuéntale a tus amigos a bordo del Diligencia el tipo de vida que les
espera aquí.
Kerra se dobló del dolor mientras Tan abrazaba a la Lord Sith para decirle adiós.
Arkadia aceptó el gesto, pareciendo referirse a la expresión como novedosa.
—Te veré más tarde, —dijo Kerra a la sullustana, caminando con ella hacia la
rampa—. No creo que Arkadia haya acabado conmigo.
—Ella nos dejará quedarnos aquí, ¿verdad? —Preguntó Tan, con los ojos negros
esperanzados en la entrada—. Por favor trata de convencerla, Kerra.
El corazón de Kerra le subió por la garganta. Mirando atrás, ella vio a Arkadia en pie
confiadamente mientras hablaba con Rusher y la ayudante ithoriana.
—Lo que sea que ella quiera hacer, Tan. Estoy bastante segura de que ya lo ha
decidido, —dijo Kerra—. Mantente a salvo. —Caminando de vuelta, ella vio a Beadle
aproximándose al transporte—. Asegúrate de que llega a salvo de vuelta al Diligencia.
El recluta asintió.
—Maestra Jedi, ¿cree que esto podría ser realmente un hogar para nosotros? —
Aturullado, se corrigió a sí mismo—. Quiero decir, ¿para ellos?
—¿No estás seguro de llevar una vida de mercenario, Soldado? —Kerra golpeó su
hombro y sonrió débilmente—. Bueno, espero que tomes la decisión correcta.
—Tú, también, —dijo Beadle, saludándola sin necesidad. Deteniéndose en la
escotilla, él miró atrás—. Lo siento, no sé por qué dije eso. —Agitando su cabeza, él
desapareció dentro del coche oruga.

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Kerra se giró para ver a Arkadia mirando con satisfacción obvia al trabajo que el
equipo del twi’lek estaba haciendo.
—Has dominado este trabajo rápidamente, Warmalo, —dijo Arkadia. Ella miró al
twi’lek de ojos estrechos—. Debería desafiarte aún más.
—Yo… aprecio un desafío, —dijo el ayudante.
—Informa a la fundición. Tú eres el nuevo director de las operaciones metalúrgicas.
La figura de piel pastosa corrió, aparentemente inseguro de cómo responder a las
noticias. Al fin, Warmalo inclinó su abultada cabeza.
—Gracias, mi lord.
Kerra observó al recién ascendido ayudante alejarse.
—¿Sabe algo de metalurgia?
—Tiene los mismos fundamentos que espero de toda mi gente, —dijo Arkadia—.
Pero él ha estado en la misma asignación por cerca de tres meses. Creo que puede hacer
más. Espero que lo haga.
Mientras los coches oruga cargados aceleraban tras ella, el estruendo reverberó a
través del atrio. Y aún así Rusher y Arkadia no pudieron dejar de darse cuenta cuando
Kerra de repente rompió a reír.
Rusher la miró, confundido.
—¿Te dan estos prontos a menudo?
—¡Ya lo tengo! —El suelo temblando con la partida de los coches oruga a través de
los sellos magnéticos, Kerra se arrodilló y dio una palmada con sus manos—. Lo tengo.
¡Entiendo lo que estás haciendo aquí! —Ella miró de nuevo al twi’lek, encogiéndose en
la distancia. La herglic. El falleen. Y ahora él. Era el hilo común. Ella miró arriba a
Arkadia—. Toda tu sociedad. Parece ordenada. Pero está en un completo caos.
Arkadia miró abajo hacia ella por un momento antes de que su expresión se
suavizara.
—Tus percepciones son agudas, Jedi, —dijo ella—. Sé lo que ellos serían. Tú has
aprendido, en tu viaje del día, que he pasado toda una vida aprendiendo… a cómo forjar
una sociedad efectiva bajo una persona.
Rusher la miró con interés.
—No la sigo.
—Las organizaciones decaen desde el momento en que son creadas, Brigadier, —dijo
Arkadia—. Todos los Sith quieren gobernar, y gobernar para siempre. Pero para gobernar
para siempre, tiene que haber un constante renacimiento. —Al ver a Kerra en pie, ella
hizo un gesto a las estrellas a través de los paneles del techo—. Tú has visto mucho caos
en marcha en el espacio Sith. Yo he empleado el caos. Lo he organizado. He hecho un
esclavo del cambio.
Kerra le explicó a Rusher lo que había visto.
—Es como la forma en que gobiernas a tu tripulación. Ella espera que la gente sea
capaz de hacer cualquier trabajo, —dijo ella.

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Star Wars: Caballero Andante

—Flexibilidad. Versatilidad. Esas son las cualidades que estoy buscando, —dijo
Arkadia—. Yo no supongo que mis sujetos sólo tienen algún tipo de potencial, sólo un
destino. Yo les desafío para encontrar más en sí mismos.
La Jedi respondió con una sonrisa astuta.
—Pero me apuesto a que Rusher no saca a sus mejores cañoneros del campo en el
segundo en que se vuelven buenos en lo que están haciendo. ¿No, Brigadier?
Rusher irguió su cuello, aparentemente inseguro del rumbo que tenía que tomar.
—No. No, eso no tendría sentido. —Él miró a Arkadia—. ¿No tienes un problema de
competencia?
—¿Y tú? —Arkadia señaló en dirección al Soldado Lubboon y a los coches oruga que
se habían ido—. Al menos yo me garantizo de que todos mis trabajadores tengan los
mismos conocimientos iniciales sobre las cosas que me importan. Y aquellos que
conocían la vida bajo regímenes anteriores al mío tienen un gran incentivo por ver que
todos nosotros tengamos éxito.
Kerra estudió a Arkadia. La filosofía de la mujer Sith era menos demente que la de
otros que había escuchado en el espacio Sith, pero ella todavía era Sith. Siempre había un
ángulo. Kerra sólo tenía que encontrarlo.
Arkadia la observó cavilando.
—Puedes decir lo que estás pensando.
—Estoy pensando en que todo este movimiento de todo el mundo alrededor te
mantiene a salvo, tanto como cualquier cosa, —dijo Kerra—. Tus subordinados más
habilidosos nunca se convertirán en rivales, porque siempre tienen algo nuevo que hacer.
Ellos siempre están teniendo que mezclarse para ser restablecidos. —Ella miró
directamente a Arkadia—. Tu filosofía es una póliza de seguros.
—¿Y reducir el conflicto inútil es malo cómo? —Arkadia descansó su barbilla en la
parte trasera de su mano—. Ya has visto cómo es ahí fuera. ¿Realmente puedes decir que
la rivalidad entre los Sith es buena para la galaxia?
La sonrisa de Kerra se desvaneció. La mujer tenía razón. Tan orgullosa como estaba
Kerra de su averiguación, eso no cambiaba el hecho de que, de todo lo que había visto
hasta el momento, el Arkadianato parecía ser un lugar seguro para aquellos que vivían en
él. Si ese era el peor secreto de Arkadia, era difícil encontrarle una objeción. Pero ella se
preguntaba por qué la Lord Sith había querido que ella viniera para darse cuenta ella
misma.
—Lo hice, —dijo Arkadia, captando el pensamiento a través de la Fuerza—. Porque
es importante para mí que nos entendamos los unos a los otros… y que tú entiendas lo
que tengo por ofrecer. —Caminando en medio del atrio, ella extendió sus largos brazos,
vestidos de plata—. Estoy ofreciendo un santuario para todos tus estudiantes, aquí en
Syned.
Kerra la miró.
—¿Cómo sé que no los pondrás a trabajar haciendo armas?

LSW 201
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—No lo sabes… y lo haré, —dijo Arkadia—. Tengo mis propios límites que proteger
y guerras que hacer. Pero eso sólo será parte del tiempo. Conmigo, tienen alguna
esperanza de hacer algo más, además. Y en una relativa seguridad, —añadió ella.
Rusher agitó su cabeza.
—Lo siento, Lord Arkadia, —dijo él—, pero sus vecinos hacen las cosas muy
diferente. Si quiere a los niños… y, hey, si los quiere, sólo pídalos… ¿por qué no los
coge simplemente? —Captando la mirada enfadada de Kerra, él añadió:
—No es que deba hacerlo.
—Porque quiero el visto bueno de Kerra, —dijo Arkadia—. La hospitalidad que
estoy ofreciendo es genuina, y necesito que ella lo sepa… antes de que pueda pedir algo a
cambio.
Aquí viene, pensó Kerra. Comportamiento adecuado o no, Arkadia todavía era una
Sith. Los estudiantes no eran suficiente.
—¿Qué, quieres el Diligencia, también? —Kerra casi podía escuchar los dientes de
Rusher rechinando por la mención.
—Nada como eso, —dijo Arkadia, haciendo un gesto deferencial al hombre—. Estoy
segura de que el Brigadier Rusher tiene talento, pero los especialistas no encajan
realmente con mis planes. Su pensamiento es muy… estrecho de miras. —Ella sonrió
remilgadamente a Rusher—. Sin ofender.
—Sin defender, —dijo Rusher, respirando más fácilmente—. Sería un desertor en el
segundo en que decidiera que le serviría mejor como contable. —Frotando sus palmas
enguantadas, él añadió—: Estamos disponibles por contratación, aún así.
Kerra le ignoró.
—¿Entonces qué es lo que quieres? ¿Por qué posiblemente quieras mi visto bueno?
Arkadia no contestó. Otra ayudante le había entregado un panel de datos que la Lord
Sith estaba escaneando con interés. Mirando arriba, ella dijo,
—Tengo algo que atender, pero os llamaré a ambos. Hasta entonces, espero que os
quedéis aquí como mis invitados.
Kerra miró atrás para ver a varios miembros de la Guardia Ciudadana de Arkadia
estacionados ante el sello magnético. Arkadia podía ofrecer esperanza, pero ella no corría
riesgos con ella misma.

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO VEINTE
La vida era como un cañón, siempre había dicho Beld Yulan.
—Tienes que limpiar las cajas vacías antes de que puedas disparar de nuevo.
Y con la mayoría de las cosas —al menos, hasta que se volvió odionita— el antiguo
mentor de Rusher tenía razón. La depresión casi había reclamado a Rusher, a bordo del
Diligencia después de Gazzari. Pero en un extraño modo, la Jedi y su camada habían sido
la distracción que necesitaba para llegar a sus quehaceres de nuevo. El escape de Byllura
le había despertado. Él todavía tenía una tripulación que necesitaba su protección y guía.
Pero a esa coraza le habían disparado. Era tiempo de continuar en movimiento. Aquí,
en sólo un par de horas en Calimondretta, se había interesado en empezar de nuevo. La
gente de Arkadia había hecho cosas asombrosas con la fabricación, desafió que harían las
futuras piezas de artillería más ligeras. Observar al maestro de suministros twi’lek
trabajar —mientras que todavía tenía ese trabajo— también había sido instructivo.
Rusher vio tres formas en las que debía reorganizar las vainas de carga del Diligencia,
para acelerar el despliegue de armas. Él no esperaba que Arkadia le dejara reclutar aquí,
pero su visita resultaría en un mejor futuro para la Brigada de Rusher.
Alcanzar ese futuro significaba limpiar el cañón. Los refugiados tenían que irse. Y
así, la caja estaba atascada.
Entrando en Calimondretta, se dio cuenta de por qué nada más grande que un caza
tenía permitido entrar en la instalación: el lugar era un iglú real. Los paneles del techo en
el atrio podían ser de transpariacero, pero los travesaños y las estructuras eran de hielo
sólido. No había lugar para encender los motores, o incluso aterrizar cerca, dada la
agitación que había sentido cuando los coches oruga salieron. La mayoría de la ciudad
podía estar protegida a salvo en los grandes túneles, pero su salida al mundo exterior
tenía que ser protegida. El Diligencia no podría acercarse más; los refugiados tendrían
que cruzar la lámina de hielo.
Pero traer a mil setecientos estudiantes en coches oruga llevaría días. Las cabinas
selladas soportaban sólo a cuatro pasajeros, con el cargo siguiendo detrás en trineo. Él ni
siquiera quería pensar en llevar trajes espaciales para mil aliens de diferentes tamaños.
Un problema pegajoso, pero uno que la gente de Arkadia había estado trabajando con
él para solucionarlo. Ahora la solución estaba casi a mano. Tomando notas en un panel de
datos, Rusher descendió una escalera mecánica hacia una gruta azulada. Los locales eran
grandes en sus algas, vio él; colosales tubos llenos con la cosa burbujeante se alzaban
treinta metros alrededor de una plaza interior, sirviendo tanto de fuente de luz como de
arte viviente para los arkadianitas que corrían a trabajar.
Mejunje azul en una cueva de hielo. Bueno, esto supera a Daiman y su estatua, pensó
Rusher. Pero las burbujas fluyendo no parecían estar calmando a nadie. Syned nunca
dormía. Todo el mundo tenía algo que hacer, algún lugar al que ir.
Casi todo el mundo.
—Hey, —llamó una voz desde abajo.

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John Jackson Miller

Rusher miró abajo. Ahí estaba sentada Kerra, con el codo apoyado sobre una de sus
rodillas, en el pie de uno de los enormes cilindros espumosos iluminando la Perspectiva
de Reflejo.
Él tuvo que mirar dos veces. Esa energía nerviosa se había ido. Desde que conoció a
Kerra, sólo la había visto en acción. Incluso después de que la hubiera animado a irse de
Byllura, ella se había quedado en el puente, inquieta y preguntándole por su destino. Él
finalmente se habría retirado, simplemente para evitar que ella forzara su pierna herida.
La curación Jedi no parecía ser una clase que todo el mundo tomaba.
Kerra simplemente se desplomaba, bebiendo de un contenedor como una mendiga
fuera de una cantina.
—Un poco pronto para empezar, ¿no? —preguntó él—. El sol acaba de salir.
—Por quinta vez hoy, —respondió ella, abriendo la tapa—. Es agua.
—Peor para ti. —Rusher miró de lado a lado. La única gente que no se dirigía a
alguna parte era una pareja de la Guardia Ciudadana de Arkadia, observando a Kerra
desde una distancia respetuosa por la sala. Pensó que él había visto a otro arriba en el
balcón, sobre ellos.
Kerra golpeó la tapa para cerrarla.
—¿Qué es lo que ella te tiene haciendo?
Rusher explicó el trabajo que estaba haciendo para llevar a sus pasajeros a la ciudad.
—Tienen un gran reptador de hielo que servirá, pero necesitan mi ayuda en un buje
que necesitan amarrar a una de nuestras rampas de carga, —dijo él—. Ese es el problema
cuando montamos el crucero espacial sobre las vainas de carga. Las cuatro puertas de
tierra son para equipo pesado.
—No es tu único problema, —dijo Kerra, metiendo el contenedor en el bolsillo de su
chaleco—. No he decidido si deberían ir.
—¿Qué, las puertas?
—¡Los refugiados!
—¿Estás segura de que eso es agua? Porque no tiene sentido lo que dices, —dijo
Rusher—. Es mi nave y es el planeta de Arkadia. ¿Quién eres tú, de nuevo?
Kerra se tensó contra el tubo y agitó sus puños en el aire.
—¡Sabía que ella te convencería! ¡Estoy sorprendida de que tu baba no se haya
congelado en el suelo!
—¿De qué estás hablando?
—Desde que la conociste, la has estado orbitando como un satélite.
Rusher se rió entre dientes, para sí mismo.
—Bueno, ella es una mujer atractiva, —dijo él. Llamativa más bien, pero la niña ya
parecía lo suficiente agitada—. Y ella ha creado todo esto. ¿No ves nada que admirar en
eso?
—Ella es una Sith.

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Star Wars: Caballero Andante

—Sí, pero ella también sabe de cosas. Un montón de gente de ahí fuera no conoce su
propia historia, mucho menos la de nadie más, —dijo él—. Me gusta una mujer que se
mantiene al corriente de los eventos… de hace mil años.
Kerra se levantó, y mientras lo hacía, sus sombras arkadianitas al otro lado de la plaza
dieron un paso para prestar atención. Ella movió su mano con desdén.
—Ellos siempre me están observando. Estoy en una caja hasta que me necesite…
para lo que sea.
—Bueno, lo que sea que tenga pensado, no parece que vaya a herirte, —dijo él—, o
ya lo habría hecho ahora mismo.
—Terrorífico.
Rusher se rió.
—No sé lo que esperas, pero este me parece un trato bastante bueno. No teníamos ni
idea de cómo llevarte de vuelta a la República, de todas formas, y un montón de rutas
simplemente llevan a otro sitio peor. —Kerra empezó a caminar alejándose, pero él
continuó—. A Tan parece que le gusta esto. Y nosotros no solo conseguimos irnos…
¡nos están ayudando!
Kerra se giró, gritándole a la cara.
—¿Así que simplemente te vas a ir a otra parte? ¿A servir a otro Lord Sith?
—No hay muchos otros contratistas, —dijo Rusher. Él no conocía a muchos de los
Lords Sith vecinos, pero las prácticas de Mandragall se habían dispersado bastante.
Alguien estaría dispuesto a utilizar a un operador independiente.
—¡Podrías hacer otra cosa!
—¿Cómo qué? —Él miró a los suburbanos, corriendo a sus asignaciones—. Soy un
poco mayor para empezar a atender a animales de montar.
—Algo real, —dijo Kerra, empujando a un lado el cuello de su gabardina y agarrando
las medallas de su pecho—. Mírate, Rusher. Estás llevando una insignia que tú mismo te
has hecho. No eres parte de nada real. No luchas por nadie.
—Estoy desperdiciando mi vida, ¿es eso? —Tomando su brazo, Rusher la llevó al
borde fuera del pie de tráfico y hacia el brillo del vial alto de algas—. Mira, ¿qué creías
que pasaría exactamente? ¿Qué te llevaría por toda la creación de Daiman y más para
llevarte a un lugar en el que nunca he estado? Este sector es mi hogar, —dijo él—. Este
es mi trabajo. No soy ningún bribón con un corazón de oro al que le puedas engatusar
para unirse a tu…
—¡No lo digas! —Kerra trató de forzar el paso—. ¡Esta conversación se ha acabado!
Rusher bloqueó su camino y agarró sus muñecas.
—Mira, tú tienes un montón de opiniones… pero no un montón de hechos. No
entiendes nada.
—Déjame ir. —Los ojos avellana ardían de odio.
—En un minuto… una vez que entiendas qué es lo que hago, —dijo Rusher—. Sí,
soy un mercenario. Sí, trabajo para los Sith. Pero no hay nadie más para quién trabajar.
—Eso no es cierto, —dijo Kerra—. ¡Podrías trabajar para la gente!

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John Jackson Miller

—Está bien. Tú me dices cómo, —dijo Rusher—. Quieres que sea parte de algo, pero
no sabes qué. Está bien trazar tu propia ruta cuando eres solo una persona, cargando con
un palo brillante. Pero soy un cañonero. ¡Estas piezas de artillería pesan toneladas!
¡Algunas toman sesenta operarios para prepararlas, disparar, y retirarse! ¿Cómo se
supone que alimente a esa gente, que alimente esa nave, mientras trabajo para tu no sé
qué? ¿Timando?
—¡Así es como lo haces ahora!
—Sí, con el permiso de los Sith en cuyo territorio me encuentro. ¿En cuántos lugares
crees que podría aterrizar el Diligencia si fuera un renegado? —Rusher lanzó una mirada
atrás hacia los observadores y bajó su voz—. Ellos esclavizarían a cada persona en mi
tripulación, y ellos no se preocuparían de lo que les ocurriera. Tienes una galaxia de
gente por la que preocuparte. Yo tengo quinientos sesenta. Y no voy a perder a más, —
dijo él—. Así que antes de que decidas cuál es la responsabilidad de la otra gente para la
galaxia, quizás deberías echar un vistazo más de cerca. Puede que tengan ya
responsabilidades.
Kerra le miró enfadada. Y entonces él vio sus ojos abrirse, justo un milímetro,
aquellas cejas negras empezando a arquearse. Por primera vez desde que la conoció,
Rusher vio algo nuevo en esa cara pequeña, determinada.
Duda.
Él liberó sus manos y dejó salir un profundo aliento, sorprendido y un poco
avergonzado por la intensidad de su explosión. Él seguía olvidándose: Kerra Holt sólo era
una niña, no mucho mayor que sus refugiados, y de la misma edad que muchos de sus
reclutas. Él había intercambiado fuego con ella porque ella había parecido ser capaz de
manejar cualquier barrera.
Pero esta era su colina de Gazzari.
Kerra apartó la mirada, taciturna.
—Ni siquiera tengo mi palo brillante.
Rusher se acordó. El sable láser estaba atrás en el Diligencia, donde les habían
ordenado dejarlo.
—Bueno, tú rompiste el mío.
Uno de los subordinados de Arkadia caminó alrededor de la columna de algas para
dirigirse a ellos.
—Kerra Holt, has sido invitada a encontrarte con Lord Arkadia en su museo.
—¿Museo? Suena interesante, —dijo Rusher.
—Y usted debería esperar a nuestra señora fuera, Brigadier, una vez que haya
acabado su trabajo con nuestros ingenieros.
Sombríamente, Kerra empezó a seguir al subordinado a través de la multitud. Pero
antes de que ella se apartara de la vista de Rusher, se giró.
—Es cierto, —dijo ella, mirando abajo a las sombras cerúleas en el suelo—. Arkadia
no ha pedido nada… aún. Ella sólo ha dado. Y parece la mejor opción que tenemos. —
Ella miró arriba—. Pero ella todavía es una Sith. Y eso significa algo.

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Star Wars: Caballero Andante

Rusher la miró.
—No sé qué significa eso.
—Significa que mantengas los ojos abiertos, Jarrow. Por mis niños… y los tuyos.

***
Desde el balcón del nivel de arriba, los ojos del bothano miraban mientras los humanos
partían.
Narsk no había sido capaz de mantener el rastro de la Jedi todo el tiempo en Syned;
Arkadia le había dado una sorprendente libertad de movimiento. No había importado.
Kerra había sido fácil de encontrar, itinerando los salones gigantes de hielo con desgana.
Ella parecía desinflada, completamente contenida.
Pero mientras que él sabía dónde estaba la Jedi, Narsk todavía no tenía ni idea de lo
que estaba tratando de cumplir Arkadia con su presencia. No le importaba, pese a un
interés personal en verla sufrir. Pero observar a Kerra era parte de las órdenes que había
recibido en el desierto, instrucciones que llevaría a cabo. Recordando ese breve respiro,
soleado, Narsk tembló. ¿Por qué no podía haber escogido Arkadia un planeta como ese
para su ciudadela?
Después de su trabajo en Byllura, había esperado que Arkadia le trajera a su
confianza sobre sus planes. Eso no había ocurrido, pero el hecho de que todavía estaba en
Calimondretta sugería que esa esperanza no se había perdido. Otra asignación podía estar
en marcha, y él sabía quién era más que probable que la produjera.
La Herencia finalmente estaba ocurriendo.
Él había recibido una palabra del evento por llegar justo una hora antes, vía su
implante. Siete largos pulsos, transmitidos por un sistema que permaneció siendo un
misterio para él. Significaban que hoy podría ser un día especial. Siempre lo eran. ¿Cómo
podían no serlo? Cuando el poder se asociaba con el poder, la galaxia se agitaba.
Volviendo desde la barandilla helada del balcón, Narsk imaginaba las preparaciones
que se estaban haciendo en las capitales a lo largo del sector. Las conversaciones con
consejeros, los tratos secretos laterales que ya se estaban considerando.
La Herencia estaba en marcha.
Y si se podía confiar en sus ojos, Arkadia acababa de convocar a una Jedi a su
presencia. ¿Qué tenía entre manos?
Narsk fue corriendo hacia las escaleras mecánicas. Era hora de tener una charla con el
mercenario.

***
Kerra raramente había ido a visitar los museos de Coruscant. Siempre había sido algo
para otro día. Difícilmente se había imaginado que su primer museo desde el
Caballerazgo Jedi sería bajo una lámina de hielo en el reducto de un Sith Lord.

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John Jackson Miller

El ayudante de Arkadia había llevado a Kerra arriba varios pisos de escaleras hacia
una rotonda abierta a las estrellas de arriba a través de una pequeña apertura de
transpariacero. Las algas synedianas caían a través de las juntas alrededor de la
circunferencia de la habitación, dando al lugar un brillo frío. Un pilón heptagonal de
medio metro de alto se asentaba en el centro de la habitación, el punto focal de las
baldosas del suelo llevando a siete salidas igualmente espaciadas.
Un montón de espacio vacío, pensó ella, viendo marcharse a su guía. Más planetario
que museo. Las únicas exhibiciones estaban en las paredes, sentadas en pequeñas alcobas
elevadas entre las puertas.
Había esperado ver las reliquias Sith habituales, como si hubiera algo «habitual»
sobre los instrumentos siniestros del caos. En su lugar, muchos de los objetos parecían
comunes, aunque su edad era claramente antigua.
Ahí, de acuerdo a la leyenda, había un dispositivo de traducción utilizado por un
ayudante del Canciller Fillorean durante las negociaciones con los duinuogwuinos. Un
trozo de diamante utilizado por un esclavo sin nombre para extraer cristales en la Gran
Guerra Hiperespacial. Un holograbador utilizado para entrevistar al filósofo Laconio,
pero no las famosas grabaciones. Un cortador de fusión utilizado por un soldado Sith para
abordar la Aguja Endar. Todos eran críticos para la historia, y aún así todos parecían
mundanos, tan anónimos como la gente que los utilizó.
Mirando arriba a los elementos ligeros orgánicos, ella se dio cuenta del elemento
común. Estas cosas eran todas herramientas. Arkadia compartía algo más con Daiman
además de un gusto por los sietes en el diseño interior: no había arte en su reino. Todo era
funcional, incluso el alarde en la plaza donde había dejado a Rusher. Parte de la
arquitectura de Calimondretta era destacable, pero como con Daiman, servía
principalmente para festejar a Arkadia más que para tranquilizar a la gente.
Y necesitaban tranquilizarse. Estaban tan frenéticos. Kerra recordó la familia de
gotales que había visto partir en los vestíbulos de la academia. Había pensado que había
algo que faltaba en la escena en el momento, pero no se dio cuenta de qué era… hasta
ahora.
Alegría.
Los arkadianitas no sufrían del mismo tipo de opresión que lo hacían los trabajadores
esclavos, pero vivían bajo una nube sin embargo. La gente no tenía que ser amenazada
con un peligro físico para tener miedo. Y el sistema de Arkadia les mantenía a todos
temerosos. Temerosos de perder el estatus, si no rendían. Temerosos de ser cambiados a
ocupaciones de las que no sabían nada, de que rindieran demasiado bien. Arkadia los
mantenía en movimiento perpetuo. Quizás estaban más felices que los residentes
desesperanzados de Darkknell; ciertamente no estaban tan mal como los drones de la
Diarquía. Pero a su propio modo, la gente aquí sufría.
Los ojos de Kerra se fijaron en un solo objeto, justo sobre un metro de largo. Era otro
instrumento, pero diferente al resto. Una herramienta de marcado tallada del hueso de
alguna monstruosa criatura, tenía una punta de metal trabajada con cuidado en unas

LSW 208
Star Wars: Caballero Andante

muescas pulidas a mano. Los grabados en su longitud curvada representaban la historia


de la familia del propietario.
—Es hermosa, ¿no crees? —dijo Arkadia
Kerra miró para ver a la Lord Sith tras ella. Ella estaba en sus ropas de guerra de
nuevo, al igual que lo había estado a bordo de la nave insignia.
—Es un trabajo muy bueno, —dijo Kerra.
—Incluso yo puedo verlo, —dijo Arkadia, caminando y pasando por ella hacia el
expositor—. El artesano que lo hizo trabajó duro durante treinta largos años para crear
tales piezas. Eran signos de estatus, apreciados por los cabezas de familia. Ella elevó la
herramienta de marcar de su stand. —Esto fue el fin, cerca de la cúspide de las
habilidades de la mujer.
—¿El fin?
—Los navíos de intercambio de una de las corporaciones de tu República llegó a
Odryn para hacer un intercambio de bienes prefabricados. Eran capaces de replicar
herramientas existentes a una centésima parte de su precio. La artesana, que no sabía
nada más, se lanzó hacia el mar y se ahogó.
Las manos de Arkadia se apretaron, partiendo la herramienta de marcar en dos.
—La belleza no tiene sentido contra la oleada. —Ella lanzó los fragmentos al suelo.
Kerra miró a la herramienta rota, perpleja.
—Tal cosa nunca debería haber sido permitida aquí, —dijo Arkadia—, porque la
artesana habría tenido que tener otras habilidades en las que confiar. —La idea de pasar
toda la vida con un único propósito era una receta para el estancamiento, para la
obsolescencia.
—Pero el precio es la pieza maestra.
—Entonces merece la pena pagarlo.
Kerra se arrodilló y recogió las piezas.
—Hay más precio que ese, —dijo ella, levemente reemplazando los fragmentos de su
stand—. Tu gente. Les mantienes corriendo. Pero vas a hacerles correr a la muerte
—¿Qué hay de la República? —Dijo Arkadia—. Tu sociedad… incluso tu amado
Senado… está dirigido por el comercio. Creáis ocupaciones, pero no las garantizáis.
Permitís que los competidores y las nuevas tecnologías los perturben, sin siquiera un
pensamiento para aquellos cuyas vidas se han impactado.
—Pero nosotros escogemos enfrentarnos a esos desafíos, —dijo Kerra.
—¿Lo hacéis? —Arkadia caminó hacia el pilón al centro de la habitación.
—Conmigo, ellos saben que llega el cambio. Pero ese cambio tiene sentido. Sirve a
una causa que resulta ser la mía.
Kerra miró, perpleja. La mujer no era nada de lo que ella había esperado. Equivocada
como estaba, Arkadia era… lógica.
Dándose cuenta de su expresión, Arkadia se rió.
—¿Esperabas que todos los Lords Sith fueran unos villanos asesinos, agita-puños?
No puedes gobernar una galaxia así.

LSW 209
John Jackson Miller

—Entonces deja ir a los estudiantes.


—No puedo, —dijo Arkadia—. Entiéndelo, Kerra. Si lo veo razonable, es porque
valoro la razón. Pero aún así soy Sith… y no voy a liberar las vidas que controlo sólo
para ganar la confianza de una Jedi. —Caminó tras el pilón y tocó un control oculto—.
Pero yo les ofreceré refugio… y tengo algo que creo que será de más valor para ti.
A su alrededor, la luz viviente se atenuó, y arriba, la claraboya se puso opaca. Los
lados del pilón heptagonal se deslizaron hacia abajo, revelando proyectores que
ejercieron imágenes de estrellas y nébulas alrededor de la rotonda oscurecida. Kerra miró
arriba, esforzándose para encontrar un punto de referencia. Ella no podía.
—Viniste aquí para dar un golpe contra los Sith, —dijo Arkadia—, y quizás para
ayudar a alguna de la gente bajo nuestra influencia. Pero percibo que tú también quieres
algo más. Algo que no has sido capaz de tener de nadie, de ninguno de estos mundos.
Ahogándose en un mar de estrellas bajo el dominio Sith, Kerra cerró sus ojos. Había
algo que ella quería.
Una explicación.
—Una explicación, —repitió Arkadia—. Una explicación para todas las guerras, toda
la destrucción que has visto. Cómo los hermanos llegan a la guerra. El extraño fin de los
eventos de Gazzari. Y cómo todo este caos descansa dentro de un orden mayor.
Arkadia se alzó ante las luces dobles del proyector, las sombras cayendo ante ella.
—Necesito algo de ti, pero para que tú me ayudes, tienes que saber algo que nadie
fuera del espacio Sith sabe. Tienes que saber por qué.

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO VEINTIUNO
Kerra se sentó, una estudiante de nuevo en cartografía estelar, justo como en la academia
Jedi. Sólo que esta era una lección que ningún Caballero Jedi había tenido nunca, de un
profesor que nadie sufriría vivir.
Y aún así, ella estaba fascinada. Las estrellas arriba tenían significado ahora, pintadas
de colores y delineadas. Estaba Chelloa, donde ella había llegado. Estaba el camino
sinuoso a Darkknell. Y estaba el camino de vuelo de los refugiados, llevando a través de
Byllura a Syned. Los símbolos flotaban en el aire, marcando las mejores suposiciones de
Arkadia de quién controlaba qué.
La Jedi se frotó los ojos, incrédula. Quería memorizarlo todo tan rápido como fuera
posible. Pero había demasiado. Muchos más sistemas estaban bajo el control de los Sith
de lo que cualquiera en la República imaginaba. Y por el laberinto serpenteante de
territorios y el tintineo de colores y emblemas, estaba claro que había muchos más
jugadores, también.
—Conoces al Lord Sith Chagras, —dijo Arkadia.
Kerra asintió. Chagras había controlado Darkknell antes que Daiman.
—Chagras y Xelian eran hermano y hermana… dos de los siete hijos de Vilia
Calimondra.
Kerra no había oído el último nombre. Pero Xelian, sabía ella, era la madre de
Daiman y Odion. ¿Chagras era el tío de Odion y Daiman? Eso era algo que los
Sithologístas de la República nunca habían escuchado. Los investigadores bajo los que
había estudiado no tenían claro quién era el padre de Odion y Daiman, sólo que había
estado fuera de la imagen varios años. Pero ningún hermano actuaba o se parecía mucho
a la imagen popular de Chagras. Su imperio había sido razonablemente ordenado.
—Creo que vas a tener que empezar desde el principio, —dijo Kerra.
—La fuente, —dijo Arkadia, con los dientes brillando en la luz parpadeante—, es
Vilia. Mi abuela. Tras los años, mi abuela adquirió varios maridos muertos… y un
imperio de gran tamaño. —Arriba, grandes bloques del espacio parpadearon en un azul
helado, una sección tras otra.
—La viuda noble, —susurró Kerra.
—Bueno, espero que no pensaras que esa era yo, —dijo Arkadia, sonriendo con
superioridad—. Pero Vilia tenía un problema. Cada uno de sus matrimonios producía
descendencia. Y esos siete niños, crecieron, cada uno clamando el derecho de ser el único
heredero. —Arriba, siete mundos se volvieron rojos—. Así que ella propuso un concurso.
La Carga Matrica. Cualquier hijo que expandiera más sus propiedades tendría todo su
legado, cuando llegara el momento.
Kerra se levantó, mesmerizada por el despliegue.
—¿Cuándo… cuándo fue esto?
—Hace treinta y cuatro años. Antes de que tú, o yo, o el llamado creador del universo
naciera, —dijo ella—. Así que el desafío comenzó.

LSW 211
John Jackson Miller

Arriba, las áreas azules crecieron, extendiéndose por los bordes del sector y llenando
los huecos. Cada mundo, se dio cuenta Kerra, era uno de los muchos que había perdido
su libertad, uno de los planetas que Vannar Treece había luchado por salvar.
—Funcionó, —dijo Arkadia—, por un momento. Pero los Sith no juegan limpio.
Cuando su puja empezó a fracasar, Xelian —la madre de Odion y Daiman— declaró la
guerra a Chagras. Mi padre. —Arkadia juntó sus manos y miró abajo a ellos.
Kerra la miró, asombrada. La hija de Chagras.
—Eso lo rompió, —dijo Arkadia—. Todos los hijos de Vilia fueron a la guerra los
unos contra los otros. Mi abuela parecía… extrañamente poco dispuesta a arbitrar. Y
nuestra causa unida sufrió. —En el despliegue holográfico a su alrededor, la masa azul
del espacio dejó de crecer y empezó a fragmentarse, rompiéndose en zonas multicolor—.
Durante años, las conquistas Sith en esta región se estancaron debido a las luchas
internas. Hasta que sólo quedó Chagras de su generación… y llegó la paz.
—Lo sé, —dijo Kerra. Ella había nacido en esa isla de relativo silencio. Nadie había
sabido nunca por qué la violencia interna se había detenido. Sus padres simplemente se
alegraban de que lo hubiera hecho, así podían dejar de huir—. ¿Tu padre ganó el legado
de Vilia?
Arkadia se tensó.
—Sí. Y no. —Ella empezó a caminar alrededor del pilón parpadeante—. Él era el
único heredero. Pero Vilia todavía vivía, y por lo tanto retenía la mayoría de sus
propiedades. Todo lo que se le garantizó a mi padre fue la cooperación de sus muchas
sobrinas y sobrinos en restaurar todo lo que había sido dañado. Diez años antes, Chagras
estaba preparado para enfrentarse de nuevo a la República.
—Aquilaris, —dijo Kerra—. Chagras mandó a Odion para que conquistara Aquilaris.
Mi mundo natal. Ella miró a Arkadia.
Arkadia le devolvió la mirada.
—Perdiste tu familia, lo pillo. Bueno, estamos unidas en la tristeza… porque antes de
que muchos mundos más cayeran, Chagras murió de repente, hace ocho años. Y hace
ocho años…
—Empezó una segunda Carga Matrica, —susurró Kerra—. ¿Entre los nietos?
—Entre los nietos.
Arkadia dejó que las palabras se hundieran mientras, arriba, el mapa estelar tomaba
un aspecto leproso. La Hegemonía de Chagras se fragmentó en cinco partes. Luego en
diez. Luego en más.
—Daiman y Odion fueron a la guerra primero, —dijo Arkadia—. Apenas necesitaban
la excusa. En Byllura, donde mi padre había puesto a mi hermano problemático y a mi
hermana para salvaguardarlo, Calician tomó el control y empezó a construir un estado
alrededor de Quillan y Dromika. Hay otros, —dijo ella, casi sombríamente—. No puedo
siquiera recordarlos todos, a veces.
La cabeza de Kerra giraba.

LSW 212
Star Wars: Caballero Andante

—Espera un minuto. ¿Me estás diciendo que cada Lord Sith que está luchando ahí
fuera está relacionado? —Era simplemente demasiado fantástico, y algo que nadie, ni
siquiera Vannar, había oído nunca—. ¿Sois todos primos?
—No, no por extensión, —dijo Arkadia—. Ni siquiera todos los Lords Sith humanos
proceden de Vilia. Pero es una familia grande. También hay medio-hermanos, y algunos
extranjeros, como Calician, que tratan de figurar dentro. —Dijo ella—. Es todo sobre
impresionar a la Abuela.
—¿Para que se acuerde de ellos cuando muera?
—Ella les favorece ahora, también, —dijo Arkadia—. Vilia distribuye valores de sus
propiedades ocasionalmente como recompensa.
Estupefacta, Kerra se hundió contra la pared. Mirando al parcheo de colores
suspendido en el aire, parecía demasiado increíble.
—¿Quién lo creería?
—Tú lo harás, —dijo Arkadia—. Es hora. —Presionando un control en el pilón, ella
observó el campo estelar desaparecer. La Lord Sith caminó a través de la oscuridad hacia
Kerra, deteniéndose en un semicírculo en el suelo—. Quédate en las sombras, —dijo
ella—. Observa… y no digas nada. Si se percatan de ti, tendré que matarte de inmediato.
—Ella miró atrás—. Y a tus estudiantes.
Helada, Kerra miró hacia el pilón. En lugar de los sistemas estelares flotantes, una
constelación de imágenes parpadeantes apareciendo. Odion, tan grande y odioso como la
vida. Daiman, con sus galas más chillonas. Y había otros. Hombres. Mujeres. Más
adolescentes. Con túnicas o con trajes de batalla. La mayoría humanos, pero algunas
caras extrañas. Más cyborgs, como Odion. Una figura en una silla. Una extraña entidad
como un espectro bajo una capucha. Los ojos de Kerra saltaban de uno al siguiente. Ella
no sabía dónde mirar.
Y cada uno de ellos posaba, tratando de parecer tan amenazante —o regio, o sabio, o
distante— como fuera posible. Daiman parecía completamente desinteresado, sin siquiera
dignarse a mirar a los otros. Lo que era difícil, dado cuántos había. Kerra había visto
marcas en el suelo: localizaciones para ponerse. Ella supuso que había habitaciones
similares en otra parte. Pero había muchas más que siete imágenes compartiendo el
círculo.
Era como el Consejo Jedi.
Un consejo de odio.
—Saludos, mis niños, —llegó una suave voz desde el centro.
Kerra miró tras Arkadia. Ahí, flotando sobre el pilón, estaba la imagen de una mujer
de pelo blanco en una bata de gasa amarilla. La Viuda Noble. Vilia.
Humana, y en sus setenta años, al menos, arrugada, pero no raída. Kerra observó
mientras la mujer acariciaba una extraña flor alien; ella parecía estar en un jardín, en
alguna parte.
Claramente disfrutando de su retiro, pensó Kerra. Simplemente dejando que los
sistemas estelares lleguen.

LSW 213
John Jackson Miller

—Me gustaría ofreceros a todos mis felicitaciones por la liquidación de Lord Bactra,
—dijo Vilia.
—¿A todos nosotros? —estalló Odion.
—Sí, Odion, —dijo la mujer—. El quermiano era un extranjero. Él fue un amigo de
nuestra familia por tantos años… pero no podía cambiar lo que era. —Ella se giró como
mirando a todos los más de doce Lords Sith en atención virtual a la vez—. Sentí que la
necesidad por Bactra había pasado… y él nos dio la oportunidad de hacer algo al
respecto.
Kerra aferró su mano firmemente sobre su boca, amortiguando su jadeo. Por
supuesto. Daiman y Odion habían estado luchando realmente en Gazzari, hasta que de
repente apuñalaron a Bactra por la espalda. Ella nunca habría imaginado que ellos lo
habrían hecho siguiendo órdenes.
Y menos aún bajo el mandato de alguien que parecía tan amable. Vilia barrió su mano
grácilmente a través del aire.
—Lo habéis hecho todos muy bien desde que hablamos por última vez, —dijo ella—.
Y ha llegado la hora para la asignación del legado.
Un murmullo fue desde los Lord Sith holográficos juntos. Medio aprobando, medio
resentidos.
—Los territorios de Bactra ya han caído a aquellos que son más cercanos: Daiman,
Odion, Lioko, y Malakite, —dijo ella, haciendo un gesto a un par de Lords Sith a quienes
Kerra no había visto antes—. Esto es como debe ser. Pero sus mejores valores son sus
propiedades corporativas, que no llaman a ningún mundo hogar. —Ella extendió el brazo
a un lado, fuera de la imagen proyectada, para sacar un pequeño pergamino—. Ahora
dispongo de estos. Heurística Industrial y todas las empresas afiliadas, se las doy a
Daiman.
Una risa pasó por la izquierda de Arkadia. Kerra sólo podía ver la espalda de Daiman
desde donde estaba arrodillada; él estaba definitivamente prestando atención ahora. A la
derecha, Odion se estaba tensando contra la risa amortiguada de algunos de sus primos
virtuales.
—El legado no cambia nada, —dijo Odion, con su cara cicatrizada llena de ira—.
Ocuparé la capital de Bactra. Si el pequeño mocoso quiere esos… esos mercados, ¡puede
venir y cogerlos!
—El premio ha sido hecho, —dijo Vilia, girándose hacia la imagen de su enorme
nieto—. El planeta es tuyo, mi Odion, pero tú le darás al personal ejecutivo tiempo para
reposicionarse a una posición tras los límites de Daiman.
—¡Mandaré los cuerpos!
—Es suficiente, —dijo Vilia.
La habitación instantáneamente se silenció. Por primera vez, Kerra vio los ojos en esa
cara amable claramente: brillantes y rojos. De repente consciente de sí misma, ella corrió
más atrás contra la pared.

LSW 214
Star Wars: Caballero Andante

—Queda lejos de mí sermonearte sobre filosofías, Odion, —dijo la mujer mayor,


suavizándose—. Cada uno de vosotros tiene su propia aproximación… y respeto eso. Y
lo aplaudo, de hecho. Pero las corporaciones no van a ser destruidas a la ligera.
—Son una herramienta de la República, —soltó Odion.
—Y la República es una herramienta de las corporaciones, —intercedió Arkadia.
Vilia sonrió, reconociendo a la huésped de Kerra por primera vez.
—Muy bien, Arkadia. Sé cómo habéis sido enseñados todos. Reconoces el poder
cuando lo ves.
La viuda noble apartó la mirada por un momento.
—Pero quizás algo de mi propio complemento equilibrará las cuentas para ti, Odion,
—dijo ella, elevando un panel de datos—. Aquí. Dos legiones de guerreros esclavos
trandoshanos, de mis fuerzas. Y te las doy a ti. Llegarán a tu territorio en tres días… justo
cuando los miembros de la corporación de la Heurística Industrial dejen tu espacio hacia
el de Daiman. ¿Entendido?
Odion se enfureció. Finalmente, aún más levemente, la cabeza reluciente asintió.
Kerra puso su mano sobre la boca para amortiguar el jadeo. ¡El destructor del
universo, reducido por su abuela!

***
—Escucha, bothano, a no ser que busques alistarte, ¡aléjate de mí!
Marchando bajo el vestíbulo estrecho tras la guía de Arkadia, Narsk caminó aún más
rápido para mantener el ritmo de Rusher. Los mercenarios eran tan frustrantes. Nunca
estaban dispuestos a ser distraídos de la ruta que habían fijado para sí mismos, incluso
cuando otros habían fijado en realidad sus rutas.
—Esto es importante, —dijo Narsk, con las botas rechinando contra el suelo crujiente
mientras trataba de continuar—. Hay un zurrón en tu nave que me pertenece.
—Eso sigues diciendo. La Jedi robó tu traje de sigilo, —dijo Rusher—. Creo que ella
también ha traído consigo un tanque andador de la Batalla de Mizra. Espero que esté
escondido bajo su búnker.
Narsk caminó de lado y agarró la manga del guerrero.
—Le he pedido que me lo devuelva en el atrio cuando llegasteis. Ella dijo que una
chica pequeña lo tenía, —dijo él—. ¿Quizás la sullustana que trajiste?
—Quizás. —Rusher se libró de su brazo—. Pero no puedo irme para buscar nada.
Lord Arkadia me ha ordenado que espere aquí, igual que a ti.
—Tienes un comunicador, seguro.
Rusher cargó hacia delante tras la guía.
—Mira, Snark…
—Narsk.
—Lo que sea. No voy a molestar a un Lord Sith pidiéndole hacer un viaje aparte.
Todos los refugiados estarán llegando en el reptador de hielo más tarde. Si tu artilugio

LSW 215
John Jackson Miller

existe, lo traeremos de vuelta con Tan entonces. —Él agitó su cabeza—. ¡Y entonces me
voy fuera de aquí!
—Eso puede ser demasiado tarde, —dijo Narsk, entrando en la antesala fuera del
museo de Arkadia. Nadie estaba allí, aparte de dos Guardias Ciudadanos Wookiee
apostados a cada lado del portal dorado. Comprobó el crono mientras la guía partía. El
Legado estaba en marcha, ahora mismo.
Y la Jedi lo estaba atestiguando. Tenía que estarlo. La guía que había escoltado a
Kerra desde la gruta la había llevado por el mismo vestíbulo, un pasillo sin ninguna otra
salida. En un tercio de siglo, a ningún Jedi se le había permitido ver un Legado teniendo
lugar. La única posibilidad era que Arkadia pretendiera mostrar su captura, pero la
Caballero Jedi tendría que ser ejecutada de inmediato, mientras que todos los otros Lords
Sith observaban. Eso era decoro, o el equivalente Sith.
¿Qué está tratando de demostrar Arkadia?
La piel del bothano se erizó, sus oídos reaccionando. Alguien estaba subiendo por el
vestíbulo de entrada: otra de las ayudantes de Arkadia empujando a Quillan, todavía en la
silla flotante desde la nave del mercenario.
Por supuesto él había sido invitado, se dio cuenta Narsk. El chico tenía derecho a
atender al Legado, incluso en su estado actual. Pero el adolescente parecía inconsciente a
todo, su cabeza hundida de forma extraña en su hombro.
Observando la gran puerta abriéndose para permitir que la silla de Quillan pasara,
Narsk deseó de nuevo tener el traje de sigilo. Todas las respuestas estaban en esa
habitación, con Arkadia. ¡Pero Quillan no estaría prestando ninguna atención!

***
¿Dónde hay una holograbadora cuando la necesitas?
Dentro de la rotonda oscurecida, Kerra miró de cara extraña a cara extraña mientras
Vilia recitaba una lista de las corporaciones cautivas de Bactra, repartiéndolas. Kerra
apretó sus dientes. Ella no podía seguir el rastro de los nombres. Tío-junto-a-Odion
parecía ser un retroceso evolutivo. Ni un pelo de preocupación por su reino. Mujer-a-la-
derecha-de-Arkadia se ocultaba tras una máscara carmesí apenas visible bajo una
capucha ornamentada. Y una figura permanecía desvaneciéndose dentro y fuera, como si
estuviera bajo el agua.
Sacando su cuello para ver mejor, Kerra se deslizó de repente contra la pared de
hielo. Poniendo fuerza sobre su pierna herida, luchó por evitar hacer algún ruido mientras
su trasero golpeaba el suelo. Arriba, las piezas de la herramienta de marcar se
tambalearon en su recipiente. Kerra se extendió con la Fuerza para cogerlas, a milímetros
por encima del suelo.
—¿Qué fue eso? —preguntó Vilia.

LSW 216
Star Wars: Caballero Andante

—Nada, —dijo Arkadia, lanzando su cabeza atrás y disparando una mirada maligna a
Kerra. La reina de hielo se irguió—. Si el asunto de Bactra ha concluido, hay algo más
que comenzar. Tengo la custodia de los gemelos, Quillan y Dromika.
Otro sonido de sorpresa, más fuerte esta vez, pasó por el círculo. Desde la derecha de
Kerra, una de las subordinadas de Arkadia caminó con la silla flotante de Quillan dentro
de la habitación. Arkadia llevó la silla y a su pasajero sin respuesta hacia la vista de la
holocámara, junto a ella.
—¿Él está bien? —Preguntó Vilia, mirando con preocupación—. ¿Ella está bien?
—Están separados, pero los tengo a ambos, —dijo Arkadia—. Están a salvo.
—Es bueno escucharlo. —Mientras la mujer mayor hablaba, Kerra pensó que podía
ver a Quillan espabilándose. Había demasiadas imágenes en la habitación para que él se
centrara. Kerra no podía seguirles el rastro a todas ella misma. Pero él parecía reconocer
la voz de su abuela.
—Reclamo su mundo y territorios como míos, —dijo Arkadia.
A su izquierda, la ceja de Daiman se elevó.
—¿Y los intereses corporativos?
—No tenían ninguno.
Vilia suspiró.
—No veo ninguna objeción a esto, —dijo ella, brillando en la oscuridad de la
habitación—. Simplemente recompensas, justamente ganadas. —Ella se detuvo—. Pero
los gemelos, por sí mismos. ¿Qué va a ser de ellos?
—Creo que sería mejor si se cuidaran por separado, —dijo Arkadia—. Dromika se
queda en Byllura, y creo que prosperará allí… sola. Pero Quillan debería tener más
atención. Estaba pensando, —dijo ella—. Estaba pensando que tú podrías proveerla.
Vilia parecía sorprendida. Tras un momento, ella sonrió ampliamente.
—Qué idea más maravillosa. Sí, eso tiene perfectamente sentido, —dijo ella—. Haz
que me lo manden inmediatamente. Mandaré las coordenadas de mi hogar actual por un
canal seguro. Lo has hecho bien, Arkadia.
—Gracias, Abuela.
Kerra miró de la una a la otra. Ella podía ver el parecido ahora. Tanto en sus claras
maneras, precisas de hablar, como en su apariencia. Ellas compartían los mismos ojos
buscadores, inteligentes.
Vilia se giró de nuevo, como si admirara las flores de su jardín.
—Y yo os lo agradezco a todos. Es tan bueno veros de nuevo. Siguiendo vuestro
progreso, observándoos crecer así… me ayuda a continuar. Esperanzadamente habrá una
oportunidad para otro legado, pronto. —La vieja mujer asintió a su descendencia y se
desvaneció.
Y así lo hicieron ellos.
Kerra miró boquiabierta a Arkadia mientras las luces se volvían a encender.
—Sois todos una familia, —dijo ella—. Lucháis los unos con los otros, pero ella
puede haceros parar. —Ella agitó su cabeza, mistificada—. ¿Por qué no os hace parar?

LSW 217
John Jackson Miller

Podéis hablar los unos con los otros así… y trabajáis juntos cuando ella os lo pide. ¿Por
qué no trabajáis todos juntos todo el tiempo?
—Este encuentro ha durado diez minutos, —dijo Arkadia—. El alcance de la
cooperación real contra Bactra probablemente no fuera mucho más largo que eso. Pero
Vilia tiene la ventaja, en todos los recursos de sus propias conquistas y de sus varios
matrimonios.
Vilia se sentaba en una enorme pila de lujos materiales, poder militar, y propiedades
corporativas. Pasarlas como regalos mantenía a todo el mundo a raya, todo el mundo
jugando al juego. Los Lords más fuertes tenían cada motivo para ver a través de ello.
—Nadie quiere fallar la Carga Matrica. Nadie quiere fallar a la Abuela. —Arkadia
miró abajo a su hermano, que parecía estar totalmente desanclado de la realidad una vez
más—. Te dije que necesitaba algo de ti, Kerra. Bien, esto es. Quiero que lleves a Quillan
a mi abuela.
Kerra miró a los hermanos, sorprendida.
—Y cuando ella te reciba, —dijo Arkadia, mortalmente seria—, quiero que la mates.

LSW 218
Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO VEINTIDÓS
—¿Matarla? —Kerra no podía creer lo que oía—. ¡Es tu abuela!
Arkadia no palideció.
—Sí. Y ella es abuela, biológicamente o a través de adopción de cada persona que
viste justo hace un momento. Y es por ellos —por su locura— por lo que esos sectores se
agitan en conflicto.
Kerra agitó su cabeza. No tenía sentido. Pero durante un par de flashes, la mujer en la
imagen holográfica había parecido… buena. La Jedi miró a Quillan, durmiendo en su
silla. Vilia había parecido genuinamente preocupada por el chico. Y los otros, también;
parecía interesada en mejorar las vidas de todos sus nietos.
—De lo que se preocupa la Abuela es de retrasar el día en que un sucesor se alce, —
dijo Arkadia—. Es la razón por la que manipuló la primera Carga Matrica hace una
generación. Y ahora, esta.
Vilia Calimondra había acumulado tanto en su juventud que nunca podría haberlo
protegido todo, si tan solo un par de sus muchos descendientes se hubieran rebelado. Y
eso parecía una seguridad, dijo Arkadia, por los celos y el odio que corrían libremente
por los niños de Vilia de sus últimos tres maridos.
—Sin la competencia, antes o después, ella habría sido forzada a tomar un bando, —
dijo Arkadia. Y el bando por el que realmente se preocupa es el suyo propio. Si los niños
de Vilia simplemente estuvieran expandiendo sus propiedades al atacar a los extranjeros
que ella sugería, como Bactra, no tendría nada en contra. Pero ella nos ha estado
permitiendo… no, sutilmente alentándonos a atacarnos los unos a los otros. Estas
pequeñas sesiones de arbitraje son por espectáculo, sólo para que pueda lanzar un par de
trozos de carne sangrienta al suelo para que nos peleemos por ella.
Mareada, Kerra miró desde un artefacto en la pared hacia otro. Lo que estaba
diciendo Arkadia cuadraba con la historia que ella conocía, pero parecía tan increíble. Y
una parte no tenía sentido. Había habido un ganador para la primera competencia.
—Tu padre. Chagras.
—Y mi padre murió, —dijo Arkadia—. Ese tiempo de estabilidad que recuerdas,
¿cuándo Chagras vivía como el único heredero? Vilia vivía con un miedo constante a ser
asesinada por él.
—¿Él le dio algún motivo para preocuparse?
—¿Se sentía él como yo, quieres decir? No lo sé. Yo sólo sé, —continuó Arkadia—,
que él murió. Envenenado. El arma era una potente toxina nerviosa, tan poderosa que
sobrepasó a todas sus habilidades de curarse a sí mismo a través de la Fuerza. Busqué a
su asesino durante un año, pero él tenía tantos enemigos. —Los ojos dorados se centraron
de vuelta en Kerra—. Un número conveniente de enemigos.
Kerra se animó.
—¿Crees que hizo que mataran a su hijo?

LSW 219
John Jackson Miller

—Bueno, con seguridad tiene a su hijo muerto, —dijo Arkadia—. No estoy segura de
lo lejos que es un salto en tu mundo, pero entre los Sith…
Agitando su cabeza, Kerra caminó desde la pared y echó un ojo al pilón. Ella no había
visto ningún tipo de sistema de comunicaciones como ese en el espacio Sith. Sin los relés
de la República, nadie estaba alrededor para mantener una red que permitiera a tantos tan
lejos conversar.
Percibiendo su interés, Arkadia explicó que era aún otra parte del legado de la
familia, provisto por Vilia como un medio de permanecer en contacto con sus nietos. Y
sólo ella podía activarlo.
—Es otra forma con la que Vilia mantiene el control. No podría llamar a los otros si
quisiera. Mis mejores técnicos han estado intentándolo. No pueden conseguirlo.
Tus mejores técnicos eran cocineros probablemente la semana pasada, pensó Kerra.
—¿Por qué quieres que me involucre en esto, en cualquier caso? Si te sientes así, ¿por
qué no lo haces tú?
—No puedo ir con Quillan, —dijo Arkadia—. La Abuela está paranoica. Tiene
docenas de retiros. Esta es la primera vez que sé dónde estaba… y te garantizo, que no
estará allí la semana que viene. Los guardaespaldas de Vilia constantemente escanean por
presencias familiares. No sería capaz de bajar de la nave, sin ser invitada. Tengo
segundas opciones… pero son débiles comparadas a ti.
—Y falle o tenga éxito, un asesino Jedi significa que tus manos están limpias.
Arkadia se detuvo.
—Algo así. Pero esto no es sobre mí. Es sobre ti, y los motivos por los que estás aquí.
Deberías querer esto. —Ella miró a la claraboya, ahora transparente. El sol de Syned
estaba pasando por encima—. Dijiste que Odion golpeó tu hogar. Aquilaris, ¿no era así?
Kerra asintió.
—Un asentamiento libre fuera de nuestro espacio, si recuerdo bien. En los márgenes.
Ahora, Chagras mandó a Odion a conquistar Aquilaris, —dijo Arkadia, repitiendo las
palabras de Kerra de antes—. Eso es cierto. En ese momento, su sobrino todavía
trabajaba para él. Pero Chagras estaba siguiendo órdenes, también. —Ella miró abajo a
Kerra—. Vilia ordenó la invasión de tu mundo natal.
Kerra mantuvo el terreno. Arkadia le estaba trabajando, para asegurarse, utilizando la
lógica y las palabras para motivarla al igual que los subordinados de los gemelos habían
utilizado la Fuerza. Ella no iba a tenerlo.
—Hacer esto personal no va a hacerme matar a tu abuela, —dijo Kerra. Ella ya había
renegado de su oportunidad de venganza contra Odion semanas antes, en Chelloa.
—Creo que te vendes por poco, —dijo Arkadia, caminando alrededor del pilón como
una vordebestia—. He buscado en tus pensamientos… y he visto tus acciones. Todo lo
que has hecho. Eres como un operativo de guerrilla, para tu propia causa. —Ella hizo un
gesto hacia Quillan durmiendo—. ¿No estabas preparada para asesinar a Daiman… para
atacar a los gemelos… sólo para aligerar el sufrimiento en la gente común?

LSW 220
Star Wars: Caballero Andante

—Daiman es un señor de la guerra, —dijo Kerra—. Y matar a una mujer vieja no


resolverá nada. El resto de vosotros… vosotros todavía sois Lords Sith.
—Y todavía estamos peleados. Pero no será una competencia. No será una carrera.
Kerra miró al adolescente echándose una siesta, entonces de nuevo hacia la claraboya.
Había estado buscando alguna forma de hacer un impacto real, algo que ayudara a toda la
gente bajo el mandato de los Sith. Pero había límites a lo que una persona podía hacer.
O quizás no. Vilia había resultado ser de otra forma. Y había estado ese momento, ese
flash de ira durante el Legado. Kerra lo había visto. Vilia era Sith, y un Sith era bastante
capaz de las cosas que había dicho Arkadia.
Pero Arkadia era una Sith también, al igual que todos en el Legado. ¿Qué tipo de caos
podría desatar un cambio repentino? Kerra se había preocupado por un vacío de poder en
el Daimanato. ¿Y si matar a Vilia hacía que se soltara algo peor?
La decisión era fácil.
—No voy a hacerlo, —dijo Kerra—. No sé qué pasaría. Pero soy una Jedi. No trabajo
para los Sith… y no os ayudaré, tampoco. —Ella hizo un gesto a los objetos sobre las
paredes—. Encuentra otra herramienta.
Arkadia se agitó, con la rabia alzándose. Casi imperceptiblemente, la cosa de un
metro de largo atada a su espalda se deslizó a través del aire hacia su mano derecha. Ella
tocó al cristal en su centro, y dos barras brillantes carmesí se extendieron de cada extremo
de la vara.
—Eras mi mejor opción, —dijo ella, alzando el sable láser de doble hoja ante su
invitada desarmada—. Y acabas de llevártela.
Caminando atrás hacia la puerta por la que había entrado, Kerra miró hacia las
paredes, buscando las herramientas que podían ser utilizadas como armas. Pero mientras
lo hacía, los otros seis portales se abrieron, revelando a la Guardia Ciudadana llevando
blásters pesados. Sus opciones se habían ido, también.

***
¿Dónde hay una rueda de tortura cuando la necesitas? Rusher se inclinó contra la pared
de hielo y trató de desconectar al bothano. El cara peluda seguía sobre que quería su tonto
traje de sigilo. Quizás Daiman sólo quería tener un momento de paz.
La cosa más agravante era la gran puerta, tentadoramente cerrada justo a su izquierda.
El museo de Arkadia estaba ahí dentro, le habían dicho. Rusher sólo podía imaginar qué
tesoros históricos debía haber dentro. ¿Un museo real? ¿En el espacio Sith? Él sabía que
Arkadia sólo lo había invocado allí para discutir sobre los refugiados. Pero aún así,
deseaba que la puerta se abriera, y que Arkadia le diera tan solo un minuto para mirar
alrededor…
De repente la puerta sí se abrió. Con el sable láser brillando, Arkadia caminó fuera,
seguida por una pequeña procesión de guerreros. En medio del grupo marchaba Kerra,

LSW 221
John Jackson Miller

apenas visible tras sus bordes armados. Sus antebrazos estabas atados tras su espalda en
un único cilindro negro, vio Rusher.
Captando una mirada furtiva de Kerra mientras los marchantes pasaban, Rusher la
llamó.
—¡Hey, espera!
Arkadia se interpuso, permitiendo que sus centinelas pasaran con su prisionera.
—Quiero a tus pasajeros aquí ahora, Brigadier. ¿Están fabricando los bujes?
—Sí, pero…
—Entonces informa al atrio principal, —dijo la Lord Sith—. Traerán el reptador de
hielo desde la plataforma de garaje sur cuando esté preparado. Sube a bordo y tráeme a
tus refugiados.
—¿Y entonces podremos irnos?
—Sólo entonces, —dijo Arkadia, severamente—. Todavía no necesito especialistas
en mi organización. —Ella espió al bothano, oculto tras Rusher—. Narsk, seremos
capaces de hacer negocios después de todo. ¿Estás preparado para más trabajo de campo?
Narsk asintió.
—Siempre, Lord Arkadia.
Arkadia desactivó su sable láser dual e hizo un gesto hacia la entrada abierta. Un
ayudante humano emergió, empujando a Quillan en su silla flotante. Toqueteando un
panel de datos de su asistente, Arkadia hizo correr sus dedos rápidamente por el
dispositivo.
—Narsk, sigue a Quillan y a Enbo aquí. Estaré con vosotros pronto para informaros.
—Girándose, ella empujó el panel de datos contra Rusher.
—¿Qué es esto? —los ojos de Rusher todavía estaban en los guardias, desapareciendo
bajo el largo vestíbulo.
—Estas coordenadas te llevarán fuera de mi espacio. Úsalas. Quizás el Remanente
Chagrasi pueda utilizar tus servicios. —Arkadia se giró para seguir su indiferencia.
—¿Qué… le pasará a Kerra?
Sin mirar atrás mientras caminaba, Arkadia respondió.
—Ella recibirá el mismo tratamiento a un Jedi en el espacio Sith.
Rusher tragó saliva. Al ver la atención del bothano fija en el adolescente unido a la
silla, él inhaló y se dirigió bajo el vestíbulo tras el grupo. Kerra estaba fuera de la vista
ahora, en alguna parte en esa masa de caos. La niña había sido un problema, pero ella no
merecía el castigo de un Lord Sith. Pocos lo hacían.
—Escucha, no hay necesidad de que pases por el problema, —dijo él, buscando su
mejor sonrisa de vendedor—. Puedo llevármela fuera del mundo conmigo.
Arkadia giró enfadada.
—¿Y tenerla cargando aquí alrededor demoliendo cosas, al igual que hizo en el
Daimanato? Gracias a ti lo mismo, Brigadier. —Su voz escupía veneno—. Ella será
drenada de su inteligencia sobre la República y los otros Lords Sith que ha visto.
Entonces destruiré su personalidad.

LSW 222
Star Wars: Caballero Andante

Los brazos de Rusher cayeron.


Desde detrás de él, el bothano llamó.
—Lord Arkadia, —dijo Narsk—. Para servirla, requiero la devolución de cierta
propiedad de la nave de guerra. Algo que la Jedi robó.
—Hágalo, Brigadier, —dijo Arkadia—. No me importa cómo.

***
Cada parte de esto estaba mal, y Narsk lo sabía.
Él observó mientras Arkadia y su grupito desaparecía bajando el largo pasillo. El
brigadier se erguía delante, mirando boquiabierto. El humano no parecía saber qué hacer
de las acciones de Arkadia. Bueno, tampoco lo hacía él. La Jedi había sido condenada a
morir, pero ella no debería estar viva aún en primer lugar.
Narsk miró abajo a Quillan, siendo empujado por el ayudante de Arkadia. No había
duda de lo que había ocurrido en el museo. Kerra Holt había visto un Legado, con todos
los miembros de la gran familia presentes. Ella tenía que saber sobre la Carga Matrica.
Narsk conocía las reglas, por muy envueltas en misterio que estuvieran: Kerra debería
haber sido ejecutada sin demora para proteger el mayor secreto de la familia.
De que son del todo una familia.
Con sus estados lanzados tan lejos, los descendientes de Vilia habían sido bastante
capaces de mantener sus conexiones familiares privadas. La desactivación de los relés de
comunicaciones subespaciales de la República había secado el océano interestelar de
conocimiento, dejando muchos charcos desconectados. Pocos conocían de la genealogía
de los Lords Sith locales en algún detalle, salvo quizás para los sujetos de Odion y
Daiman, cuyo parentesco de los líderes había sido forjado en sus mitologías personales.
En un gran grao, los Cargados, como Narsk pensaba en ellos, habían prosperado desde el
secretismo. Habían hecho posibles puñaladas coordinadas a extranjeros como Bactra;
también les había protegido de ser vistos como un enemigo común por otros Lords Sith.
La sangre de la Jedi debería estar en el suelo del museo.
Y ahora, su implante estaba zumbando de nuevo.
Narsk recordó sus códigos. Un largo estallido era Llamada entrante. Siete estallidos
cortos señalaban un Legado inminente. ¿Qué significaban los pulsos largos y cortos
alternados?
Ten cuidado con tu empleador.
Narsk estaba estupefacto, casi deslizándose en el suelo de hielo. Su superior le había
dirigido a servir a Arkadia. Ahora Arkadia era una amenaza, como había sido visto —o,
más precisamente, previsto— por aquellos con recursos mucho mayores que los suyos.
Lo que fuera que Arkadia tuviera en mente probablemente significaba problemas para su
verdadero empleador, y ahora la Lord Sith de hielo esperaba que él fuera parte de ello.
Era, a la vez, un lugar apasionante y terrorífico para estar. Sí, él conocía sus
intenciones de primera mano. ¿Pero, y si él no podía detenerlas? Incluso si tuviera acceso

LSW 223
John Jackson Miller

a los sistemas de comunicaciones en Calimondretta —que no lo tenía—. Arkadia no le


daría la oportunidad de darle una advertencia. ¿Y si se veía atrapado en sus planes,
forzado a ser parte de lo que fuera que fuese sin forma de salir de ellos?
Ten cuidado con tu empleador.
—¿Viene, señor? —El ayudante de cabeza calva le miró, buscando.
—Lidera el camino.
Narsk fijó sus ojos en las botas del ayudante mientras caminaba. Tenía que tener una
estrategia de salida.
—Esto no está bien.
Mirando arriba, Narsk vio al líder mercenario adelante, susurrando y aparentemente
buscando a alguien con quién hablar.
—Esto no está bien, —repitió Rusher.
Narsk estuvo de acuerdo silenciosamente.
—Entonces necesita hacer algo, Brigadier.
—¿Qué? —preguntó Rusher mientras el ayudante pasaba, empujando la silla
flotante—. No puedo arriesgarlo todo por una persona. —Él miró al final del vestíbulo
vacío—. Incluso aunque ella se arriesgó por todos nosotros antes en Byllura. No tengo el
derecho de poner a todos los demás en la línea. —Él miró abajo a Narsk y se tensó,
recomponiéndose—. De todas formas, no es mi trabajo.
Narsk miró al humano. Otro especialista, diciendo cosas que él mismo podría haber
dicho. Escogió sus palabras con cuidado, caminando lo suficientemente lento para
permitir que el ayudante de Arkadia quedara fuera de la escucha.
—Lo entiendo, Brigadier. Pero creo que lo que fuera que pasara en ese museo puede
haber cambiado las cosas. Su tripulación podría estar en peligro si sigue las órdenes de
Arkadia.
—Quizás. Pero definitivamente estarán en peligro si no lo hago. —Rusher agitó su
cabeza—. Necesito más que eso. —Él maldijo bajo su aliento—. No importa, en
cualquier caso. Has visto esos emisores de rayo tractor. No vamos a llegar a la órbita
mientras estén ahí… y dudo que simplemente nos dejen apagarlos.
Narsk asintió. Las estaciones redundantes estaban un kilómetro apartadas y
desconectadas. Golpear una, desactivar una, no haría nada.
—Es un problema, —dijo él—. Pero debe haber una forma. Ambos estamos en el
mismo negocio.
—¿Y cuál es?
—Demoliciones.
Caminando junto a Rusher, Narsk rápidamente discutió ideas que había tenido desde
la primera vez que vio al Diligencia desde el puente del Nuevo Crucero. Al principio, el
general pelirrojo escuchó reservadamente. Pero mientras Narsk continuaba, él podía ver
el color drenándose de la cara del hombre.
—¿Estás enfermo, humano?

LSW 224
Star Wars: Caballero Andante

—No, pero puede que tú sí, —dijo Rusher—. Esas son algunas de las ideas más locas
que jamás he escuchado. ¿Qué sabes tú de naves y municiones, en cualquier caso?
—He trabajado durante semanas en el centro máximo de pruebas de Daiman.
—Bueno, debiste haberlas pasado en el hueco de ventilación, —dijo Rusher. Él
resopló—. Yo no tengo una nave de sobra si hago lo que pides.
Narsk se encogió de hombros.
—Puede que no tengas una si no lo haces. Y hay otra parte, —dijo él—, una que
puede esperar. Requerirá de alguien de tu tripulación, completamente fuera de la
sospecha de Arkadia.
Rusher le miró un momento, calculando.
—Sí. Sí, eso lo tenemos.
—¿Tienes un comunicador?
Rusher sacó uno de su bolsillo y sonrió.
—Encriptación moderna y todo.
—Sí, lo craqueé en Byllura, —dijo Narsk, agarrándolo. Toqueteó los controles—.
Utiliza este canal, y no otro. Arkadia no debería ser capaz de escuchar tus transmisiones a
tu nave. —Al ver al ayudante aproximarse a una bifurcación en el vestíbulo adelante,
Narsk empujó el comunicador contra la mano de Rusher—. Tengo que irme. Necesitas
decidir ahora.
Rusher agitó su cabeza.
—No hay nada que decidir, bothano. De lo que hablas es una locura. Y no puedo
hacer todo esto sin un motivo.
Narsk lo entendió. El mercenario trabajaba al igual que él. Sólo había una forma.
—Está bien, —dijo Narsk—. Quiero contrataros.
Rusher miró de nuevo, y dejó salir una fuerte risa.
—¿Tú quieres contratarnos a nosotros?
—¿Es tan novedoso?
—Nuestra Brigada sólo ha tomado trabajos de Lords Sith.
—Y lo haréis ahora, —dijo Narsk—, en cierto sentido. Y déjame contarte sobre el
pago…

***
El apartamento de Gub Tengo sólo se sentía como un ataúd. Ahora Kerra estaba
realmente en uno, o en su equivalente Sith. Arkadia no era alguien que malgastara
espacio en prisioneros.
Mientras que marchaba profundo en las profundidades heladas de Calimondretta,
Kerra había esperado ver algo como un bloque de detención tradicional. Pero la
instalación de Arkadia parecía más como un centro de procesamiento de datos, con altos
grupos de cabinas de metal horizontales apiladas alzándose en el aire helado. Al
aproximarse, se dio cuenta de que los contenidos de las cabinas estaban vivos:

LSW 225
John Jackson Miller

prisioneros, siendo alimentados con aire y nutrientes a través de tubos. Kerra podía ver
droides interrogadores en plataformas flotantes, extrayendo datos de los pobres seres
atrapados en las cajas. Era un sistema de archivos de orgánicos.
Alzada por los droides hacia una de las cámaras, Kerra se había preguntado quién
más estaría atrapado en las vainas a su alrededor. Con seguridad no podían ser todos
gente que Arkadia había capturado de sus territorios vecinos. ¿Era un área de
reacondicionamiento, también, para disidentes? O, quizás, ¿un lugar para castigar a
aquellos que habían fracasado en demasiados de sus trabajos siempre cambiantes?
Arkadia nunca había sido clara sobre qué le ocurría a aquellos que nunca daban la talla.
Con la máscara respiratoria atada sobre su boca, Kerra había sido encerrada dentro de
la envuelta. Pero había estado oscuro dentro sólo por un momento. En unos segundos, los
diminutos confines se habían iluminado desde dentro por estroboscopios cegadores, y
estridentes sonidos, de alta frecuencia, habían sustituido al silencio. Tanto la luz como el
sonido se desvanecían a intervalos regulares, sólo para que el otro aumentara de
intensidad. Era impredecible, y estaban pensados para serlo. No había meditación, no
había una oportunidad de extenderse a través de la Fuerza para nadie ni nada.
Su única paz relativa llegaba en aquellos momentos en que uno de los droides llegaba
por uno de los altavoces internos, pidiendo respuestas sobre la República. Algunas de las
preguntas las había esperado. ¿Cuáles eran sus fronteras más recientes? ¿Cuál es el
estado de la tecnología de naves de guerra de la República hoy? Otras la habían
sorprendido. ¿Cuál es la biología de las especies más cercanas a la frontera? ¿Cuánto
ha investigado la República en estudios toxicológicos?
Ella no había contestado ninguna de sus preguntas, por supuesto, ganando más
castigo para sus oídos. Al menos ella podía cerrar sus ojos, dejándola sin ver nada salvo
los vasos sanguíneos iluminados en sus párpados, y multitud de arrepentimientos. Se
había equivocado al considerar la «hospitalidad» de Arkadia por un segundo, al igual que
se había equivocado al pensar que Byllura podía haber sido algún tipo de refugio. En
ambos casos, ella se había dicho a sí misma que realmente quería que lo estudiantes
dejaran el espacio Sith por completo. Pero, en realidad, habría aceptado una alternativa
aceptable en el espacio Sith para Tan y los refugiados, si hubiera existido alguna. Gub y
todos los padres y guardias que habían puesto a sus hijos con la Heurística Industrial y la
Brigada de Rusher, habían esperado que sus hijos fuera a un lugar marginalmente más
seguro. Ella había caído en la trampa de pensar que una leve mejoría era aceptable, justo
para que pudiera volver a desbaratar a los Lords Sith.
—Hacer volar las cosas es fácil, —le había dicho antes a Rusher—. La misericordia
es difícil.
Ella había sido dura con él, se dio cuenta, en parte para mantener la presión sobre sí
misma, para evitar que ella se conformara con menos para los estudiantes. Como eran los
mercenarios que servían a los Sith, él realmente no era tan despreciable. Definitivamente
parecía preocuparse por su tripulación. Le envidiaba porque su trabajo se hubiera
acabado. Había tantos que necesitaban ayuda —su ayuda personal— que ella apenas

LSW 226
Star Wars: Caballero Andante

podía concebir la escala del suyo. Había mil setecientos refugiados a bordo del Diligencia
que confiaban en ella. Pero eso no era ni una mil setecientos millonésima parte del
número que quedarían en riesgo. ¿Estaba bien que ella centrara sus esfuerzos en hacer las
cosas perfectas para un grupito selecto mientras había tanto más por hacer?
Sí. Kerra sólo necesitaba recordar la imagen de Lureia, la chica pequeña con la cinta
de la cabeza de su hermana perdida. Ella —y tantos otros como ella— había sufrido
demasiado para merecer sólo medidas a medias. Sí, ser la única Caballero Jedi en el
sector, le daba a Kerra otras responsabilidades. Pero esas no la absolvían de su deber para
aquellos que habían puesto su fe en ella. Ella estaba en deuda. No había un lugar tal como
«un lugar más seguro» en el espacio Sith. De una forma u otra, ¡tenía que sacarlos
corriendo de aquí!
Los interrogadores empezaron de nuevo, hablando monótonamente sobre el número
de Jedi y dónde estaban estacionados. Escuchando sus preguntas, Kerra se dio cuenta de
que estaba aprendiendo más de lo que Arkadia sabía —o no sabía— de lo que ellos
estaban aprendiendo de ella. La gran mejor carta de los Jedi, su reputación, permanecía
tras su partida, pero muchos seres que había encontrado en el espacio Sith parecían no
saber nada en absoluto de los Jedi. Rusher había admitido que su conocimiento venía
mayoritariamente de sus estudios de historia. Incluso algunos Lords Sith que había
encontrado, parecían tener poca idea sobre cómo tratar con los Jedi. Arkadia había
pensado que se podría negociar con Kerra. Odion, en el asunto de Chelloa, había pensado
que Kerra podía ser persuadida de ver el suicidio como una elección racional. Los
gemelos no parecían tener ningún conocimiento de ningún tipo de lo que ella era.
En efecto, de todos los Lords Sith y esbirros que había encontrado, sólo Narsk había
parecido tener una idea inmediata de lo que eran los Jedi. «¡Vosotros los Jedi se supone
que sois de jugar limpio y de decencia!»
Kerra abrió sus ojos. El bothano tenía razón, por supuesto.
¿Pero cómo lo sabía él? ¿Quién era él?

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John Jackson Miller

CAPÍTULO VEINTITRÉS
Narsk estaba pacientemente en el diminuto hangar redondo. El lugar carecía de uno de
los nombres idealistas de Arkadia: Estación de Embarco 7 era uno de un grupo de domos
en la superficie de Syned, conectados a la Sala del Patriota y al resto de la ciudad a través
de una larga serie de pasillos subterráneos al sur. Pero la pequeña estructura era, a su
modo, el Colmillo Negro de Arkadia, y el único navío plateado preparándose en el
interior significaba más para sus esfuerzos de lo que todos los mejunjes salvajes de naves
estelares de Daiman significaban para él.
Y Narsk simplemente había sido invitado a entrar. U ordenado a atenderla, más bien.
Porque esta nave era para él… ahora.
Brillando ante la renovada oscuridad fuera del campo magnético, la lanzadera era
poco más que un caza con una cabina de tripulación más grande. Un droide piloto se
sentaba en la cabina de mandos, su torso fusionado al marco de la nave. La sección de
pasajeros parecía ligeramente más cómoda; lo suficientemente amplia para las nuevas
tecnologías de silla flotante que Arkadia había construido para reemplazar a la marrón de
mala calidad del Diligencia. El trono flotante se asentaba, suave y resplandeciente en un
borgoña real, al borde de la pasarela.
—El chico estará aquí pronto.
Narsk miró atrás para ver a Arkadia en la entrada del domo. Ya no en sus vistosas
galas del Legado, se había envuelto a sí misma en un atuendo fluyente turquesa. Ya no
tenía los accesorios de piel ni los grandes tocados; ahora, sus mechones plateados
colgaban ante ella en largas trenzas. En las horas desde que dejara la antesala, había ido
de la rabia a la completa ligereza. Sorprendente, dado lo que acababa de ordenarle hacer.
—Sus técnicos me han estado mostrando el navío, —dijo Narsk—. Puedo ver donde
se sienta Lord Quillan. ¿Dónde estaré yo?
Arkadia caminó hasta la popa hacia los tres motores cilíndricos, cada uno apuntando
hacia atrás. Cuando ella giró un control oculto sobre el cohete central, el puerto exhausto
cicló para abrirse para revelar un área vacía dentro, lo suficientemente grande para un
humano pequeño. O para un bothano grande.
Caminando hacia la parte trasera, Narsk echó un vistazo dentro. Había una máscara
de oxígeno y un suministro de agua; ni un centímetro cúbico de espacio se había
desperdiciado, y aún así Narsk podía ver un pasajero viajando dentro sin demasiada
incomodidad.
—¿No se darán cuenta de que el motor no está encendido?
Arkadia cicló la cubierta para cerrarla e hizo un gesto al técnico. De repente una
explosión de llamas decorativa y un ruido llegó desde el puerto exhausto, chamuscando
los bigotes de Narsk.
Mientras el estruendo subsidía, Narsk golpeó el borde de la nave. Tal diferencia de lo
que había visto en el Colmillo Negro. La gente de Arkadia conocía su diseño.

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Star Wars: Caballero Andante

—Hemos calculado que el salto al mundo objetivo llevará siete horas. Tendrás
oxígeno en el compartimento para ocho.
—Eso no es mucho tiempo extra, —dijo Narsk.
—Si te tomas tiempo extra, ya habrás fracasado, —dijo Arkadia—. Como te dije, el
objetivo es una anciana Lord Sith, pero no es una pequeñez. —Ella estudió la cara del
espía—. Has estudiado las visuales. Supongo que tienes alguna noción de quién es Vilia,
bothano.
Narsk trató de parecer indiferente.
—Escucho cosas.
—Entonces sabes que estoy confiándote un gran negocio.
—Y usted sabe de mi reputación, —dijo él—. Es por lo que me ha contratado, para
entrar en la Diarquía. Incluso si la Jedi no hubiera aparecido, le habría dado la
oportunidad que necesitaba.
La Lord Sith miró.
—¿Y si eres capturado?
—Pregúntele a Daiman qué revelo cuando soy capturado, —dijo Narsk—. Nunca
digo más de lo que necesito decir. Además, —añadió él—, hasta donde cualquiera fuera
de este planeta sabe, mi último empleador fue Odion.
Arkadia sonrió.
—Eso puede servirme.
Narsk asintió. Él no había sabido qué había llegado del Legado, pero era probable que
Odion ahora tuviera una queja contra la viuda noble. Nada le complacía.
Arkadia cruzó el suelo de nieve empaquetada hacia el frente de la lanzadera,
explicando cómo la nave llevaría automáticamente a Quillan y al Narsk oculto hacia el
escondite de Vilia. Ella estaba describiendo las contraseñas secretas que llevarían al
navío a salvo a través de sus defensas planetarias cuando Narsk se diera cuenta del
movimiento fuera en la tundra, más allá del campo magnético.
—¿Qué? —dijo Arkadia, viendo la expresión de Narsk. Girándose, ella vio una figura
en traje espacial paseando sin rumbo fijo en el hielo—. ¿Qué demonios…?
Al ver a la Lord Sith alcanzando su arma, Narsk dio un paso al frente.
—Creo que es la entrega que pidió. —Caminando hacia la apertura vibrante, el
bothano saludó al recién llegado. Al verle, la figura le devolvió el saludo nerviosamente y
subió por el páramo hacia su estructura.
—¡Es el duros imbécil! —Arkadia miró mientras Beadle Lubboon se aproximaba en
un traje ambiental claramente hecho para un wookiee. El casco transparente, apenas
asegurado, se tambaleaba alrededor de su cabeza verde. Su brazo armado izquierdo
colgaba muerto a su lado mientras el soldado se tambaleaba sobre la superficie
resbaladiza. Mirando a Arkadia por aprobación, Narsk fue a los controles y permitió al
joven duros entrar.
Beadle cojeó hacia el domo, con las botas golpeando contra la placa de la plataforma.
El duros iba a trompicones de forma rara con su mano libre hacia un zurrón colgado

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John Jackson Miller

sobre su hombro derecho. Fracasando miserablemente, empezó a parlotear una disculpa,


o, al menos, eso es lo que Narsk imaginaba. El casco se había nublado por completo por
dentro.
—Enciende tu comunicador o quítate el casco, duros.
Con la ayuda de Narsk, Beadle descorrió su casco, que golpeó el suelo helado.
—Gracias, señor. Si usted es Narsk, tengo algo para usted.
Narsk tiró del zurrón sobre el hombro del recluta. Él lo abrió y miró dentro. Tras
muchos días y varios planetas, el Mark VI era suyo de nuevo.
Arkadia miró a su mensajero.
—¿Por qué caminaste hasta aquí? Rusher podía haberte mandado en la parte trasera
de uno de los coches oruga.
—Lo hizo, madame. Me caí.
—¡Se mueven a cuatro kilómetros por hora!
—¿De verdad? El que me golpeó parecía que iba más rápido, —dijo él—. Creo que
me he roto el brazo.
Arkadia puso sus ojos en blanco.
—El orgullo de los mercenarios. —Ella señaló a la salida—. Tu comandante debería
llegar dentro de poco con los refugiados, duros. Espérale en la Sala del Patriota. —Al ver
a Beadle arrastrando los pies en la entrada, ella gruñó—. ¡La habitación grande con la
puerta que da al exterior!
Beadle sonrió dócilmente.
—¿Está abierta su enfermería? Me gustaría que me dieran algo para el dolor, si puede
ser.
Arkadia asintió, señalando a un ayudante que llevara al recluya.
Narsk observó la puerta cerrarse tras ellos.
—No hay esperanza, —dijo él, agitando su cabeza
—Bueno, él se habrá ido, pronto. —Él se detuvo—. ¿Realmente vas a dejar irse a los
mercenarios?
—Ellos se pueden ir, —dijo Arkadia—. Sólo que ellos no podrán vivir. Esas
coordenadas hiperespaciales que le di al brigadier les lanzará hacia la Singularidad
Nakrikal.
—¿Por qué no simplemente agarra su nave?
—¿Por qué molestarse? Él dijo que sólo les quedaban un par de piezas de artillería. Y
si quiero un carguero de cañones, mi gente puede construir una nave mucho mejor que
esa de la basura. —Ella miró abajo al zurrón—. ¿Ese es el gran filón de Narsk Ka’hane?
Narsk sacó el traje de sigilo y lo desplegó, tratando de ocultar su consternación. La
Jedi lo había hecho pasar por un montón de castigo. Ciertamente parecía como si una
niña hubiera estado jugando con él. Tendría suerte de poder pulir las manchas antes de
que lo necesitara.
Al menos Arkadia parecía impresionada con él como estaba. Ella hizo correr su mano
dentro de la costura, maravillándose.

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Star Wars: Caballero Andante

—¿Cómo conseguiste tal dispositivo?


—Si revelaría todas mis fuentes y métodos, no tendría mucha necesidad de mí, ¿no?
—Dijo Narsk—. Pero me llevará cerca de esta Vilia, lo suficiente fácilmente.
—Ella aún es una Sith. Te percibirá llegar.
—Uno no desafía a Lords Sith como yo lo hago sin aprender cómo no ser percibido.
Observando a Narsk meticulosamente devolviendo el traje a su contenedor, Arkadia
volvió a la lanzadera, donde los trabajadores estaban eliminando la silla flotante tras
ajustarla. Su misión sería simple. Cuando el navío llegara al mundo de Vilia, Narsk se
deslizaría fuera sin ser visto, siguiendo a Quillan. Una vez que confirmara que Quillan
estaba en presencia de Vilia, mataría a la anciana Lord Sith.
Narsk miró alrededor intranquilo.
—¿Tiene un arma para mí?
—Está justo aquí, —dijo Arkadia, caminando hacia la silla flotante. Golpeando su
lateral, ella abrió un panel oculto para revelar cinco orbes de gas azulado. Las vainas
estaban unidas a un dispositivo de detonación.
—¿Una bomba?
Arkadia sonrió.
—No estás en todo, ¿no es así, agente? —Ella hizo un gesto hacia las luces fijas de
algas, arriba—. Quiero decir, cuando digo que utilizamos todo de las algas synedianas.
Uno de los organismos poco conocido resulta ser un gas nervioso increíblemente potente.
—Ella lanzó su pulgar hacia el zurrón de Narsk—. Yo llevaría la máscara de oxígeno
bajo esa cosa, si fuera tú.
Los ojos de Narsk se abrieron como platos.
—Su… hermano estará en la silla.
Arkadia miró a la silla fríamente.
—Hay pérdidas en la guerra. —Encarando a Narsk, ella plegó sus brazos—. Si la Jedi
hubiera ido en tu lugar, simplemente habría necesitado esto como respaldo. Pero sean
cuales sean tus talentos, no eres un Jedi. Por lo tanto, tú eres el respaldo. —Ella le pasó
un pequeño control remoto—. Esto activa el gas.
Narsk miró al dispositivo y asintió. Así que Arkadia había tratado de reclutar a la
Jedi, y había fracasado. Arkadia era claramente la igual de su primo Daiman cuando se
trataba de planear.
—Cuando la trampa se active y hayas confirmado que está muerta, encontrarás la
localización de tu pago dentro de la silla. —Sacando una pequeña tabla de dentro de los
pliegues de su traje, Arkadia se lo mostró a Narsk antes de meterlo sobre el bote central
de gas—. El chip de datos contiene toda la información que he reunido sobre todos mis
vecinos… información suficiente como para hacerte muy popular con tus futuros
empleadores durante años. Pero tú y yo nunca nos encontraremos de nuevo.
Narsk sonrió débilmente y se giró hacia la salida. Él habría esperado irse en una hora.
Cruzando el umbral, Narsk se quedó helado cuando Arkadia le llamó.

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John Jackson Miller

—Bothano. Si el traje te permite hacer cualquier cosa, ¿por qué no asesinaste a


Daiman? ¿Y por qué no lo hizo la Jedi, cuando lo tuvo? Suena como si hubierais tenido la
oportunidad.
—No puedo hablar por la Jedi, —dijo Narsk, girándose en la entrada—. No estoy
seguro de que nadie pueda. Ella claramente está loca. Y no hablaré de mis órdenes de
Odion, excepto para decir que, si se me hubiera ordenado matar a Daiman, Odion sería
hijo único hoy. —Al ver a Arkadia estudiándole, él continuó—. Tengo una deuda con
Daiman por su tratamiento hacia mí. Pero por mucho que me gustaría castigarle por ello,
no hago cosas por deporte.
Eso era bastante cierto, pensó él, retrocediendo.
—Lo siento, pero necesito visitar su enfermería antes del vuelo. Sus algas no están de
acuerdo con el sistema bothano.
—Sigue al inútil duros, —dijo Arkadia, girándose para estudiar el navío.
—Haré justo eso.

***
Quien fuera que clamara que el hielo era liso nunca había estado en Syned. Las pisadas
de los reptadores de hielo amplificaban cada bulto, mandando vibraciones a través de la
cabina y por un camino que terminaba en los molares de Rusher.
El rombo tembloroso era enorme, fácilmente de la mitad del tamaño del Diligencia.
Rusher miró atrás bajo al compartimento cavernoso de carga. El personal de Arkadia
había suspendido varios niveles de asientos en andamios de metal hacia la parte trasera
del vehículo, espacio más que suficiente para acomodar a todos los refugiados. La Lord
Sith iba a hacer esto en un viaje.
—Estamos aquí, mercenario, —dijo el conductor de ojos brillantes.
Rusher había visto a la nazzar de cabeza peluda antes.
—¿No estabas conduciendo el coche oruga que nos trajo antes? —preguntó él.
—Ascenso.
Rusher miró a través del puerto de vistas. El reptador de hielo se alzaba sobre el brazo
estribor del Diligencia, más cerca de su base engarrada. Su equipo había quitado los
cañones que sobresalían de un lado para permitir que los reptadores se aproximaran.
Volviéndose, Rusher se inclinó sobre la barandilla trasera del compartimento del
conductor y llamó a la Guardia Ciudadana, esperando junto a la enorme puerta cuarenta
metros abajo.
—¡Estamos extendiendo el buje! ¡Tíos os necesitamos en el agujero, preparados
mientras la puerta se abra, en caso de que haya alguna brecha! —Obedientemente, las
figuras en traje espacial bajaron sus armas y desaparecieron en el túnel corto. Al verles
aparecer en el monitor de vídeo de la cabina de mandos, Rusher alzó su comunicador—.
Estamos aquí, Dackett. Ya conoces la rutina.

LSW 232
Star Wars: Caballero Andante

Un diferente tipo de temblor golpeó el marco del reptador de hielo mientras la puerta
corrugada empezaba a abrirse. Al ver al conductor de cara larga liberar los controles,
Rusher habló de nuevo.
—Hey, creo que van a necesitar ayuda ahí abajo.
—No es mi trabajo. ¡Y si tú hubieras hecho tu parte, ellos no estarían teniendo ningún
problema! —El conductor de voz dura miraba ociosamente hacia el monitor de
seguridad. Al ver la conmoción en la pantalla, empezó a alzarse…
… sólo para que su cabeza cayera hacia atrás. Un puñado de la melena del nazzar en
cada guante, Rusher tiró de la cabeza del conductor hacia atrás antes de golpearla hacia
delante contra la consola. Un gruñido agonizante llegó de la garganta de la criatura
sorprendida mientras el brigadier le tiraba de su asiento y le empujaba sobre la barandilla,
hacia la amplia área de carga tras la cabina de mandos.
Volviéndose rápidamente hacia el monitor de seguridad, Rusher desactivó la
alimentación justo antes de que el cuerpo del desafortunado conductor golpeara el
enrejado.
—Lo siento, colega, —dijo él, escuchando el fuego de bláster abajo—. ¡No todos los
ascensos son subir un escalón!
Rusher miró abajo hacia el área de carga. El cuerpo del nazzar era sólo uno de varios.
Zeller y los soldados en armadura del Equipo Destripador estaban en el túnel,
irrumpiendo. La tripulación arkadianita del reptador de hielo estaba muerta antes de que
la presión se igualara entre los dos navíos.
Espiando a su oficial superior arriba, Zeller gritó,
—El Maestro Dackett manda saludos. Y… ruego el perdón del brigadier… ¡dice que
estás loco!
—¡Él no es el único! —Ya deslizándose bajo la escalera desde el nivel superior,
Rusher llamó—: ¿Nuestro corredor hizo su entrega?
—¡Sí, señor!
—¡Haz que los cortadores lleguen aquí para hacer caer este entablado! —Rusher
escaneó el compartimento de carga. Habían necesitado todo el espacio que pudieran
conseguir—. ¡Vamos a hacer esto en un tiempo récord!

***
Kerra podía sentir sus energías fallándole. Las luces y sonidos continuaban
amartillándola, pero incluso sin ellos, ella sentía que había llegado al fin. Durante
semanas, había estado alimentada de forma alternada por compasión y rabia. Pero ahora
era el quadractyl solitario, justo como el que había visto cuando era una niña, luchando
por mantenerse a flote en las olas heladas.
Apenas podía moverse en el estrecho compartimento; su extraña posición estaba
cortándole la circulación en sus brazos y piernas, y sentía que sus músculos se
ablandaban. Si ella no salía pronto, no estaría en riesgo de escapar en absoluto.

LSW 233
John Jackson Miller

Debía haber luchado más contra los carceleros, pensó ella. Cualquier cosa sería mejor
que esto. El chirrido se apagaba de nuevo, anticipando más preguntas del droide. Kerra se
dobló del dolor. Era demasiado. ¿Cuántos días, cuántas semanas, la mantendrían allí?
¿Era esta la ejecución que Arkadia mencionó? ¡Sólo mátame ya!
Pero esta vez, la voz era diferente. Un susurro orgánico.
—Agárrate.
Kerra abrió los ojos hacia la luz cegadora. ¡El bothano!
Largos minutos pasaron, durante los cuales Kerra se preguntaba si era todo una
broma, un método más para torturarla. El bothano trabajaba para Arkadia, después de
todo. Pero finalmente, ella sintió movimiento, mientras la cámara entera a su alrededor se
deslizó hacia fuera. El aire frío corrió hacia dentro.
Agarrando la máscara de oxígeno, la Jedi se forzó a sentarse. Con la cabeza ida, luchó
por encontrarle un sentido al arremolinado mundo exterior. Era más oscuro, y el espacio
directamente fuera de su caja de metal estaba revolviéndose.
Kerra extendió su mano, agarrando la nada. Ella cogió algo.
—Hola, Narsk.
El bothano desactivó el Mark VI y se quitó su máscara.
—Lo siento, —dijo él—. Me llevó un tiempo imaginar en qué cajón estabas. Y tuve
algo de compañía con la que tratar. —Flotando junto a la prisión de Kerra en un elevador
flotante, Narsk señaló a los restos de los droides interrogadores, aplastados en el suelo
metros abajo—. Evidentemente, los droides no pueden verte venir en este traje, tampoco.
—No a no ser que hayas estado en Gazzari, —se quejó Kerra, rodando fuera de la
caja y hacia la plataforma del bothano. Ella tosió—. Si estás aquí por venganza, ya he
estado encerrada en un contenedor todo el día.
—Me alegra oírlo. —Narsk rápidamente cerró la puerta de su cabina y bajó el
elevador flotante—. Hace el dejarte ir ahora un poco más fácil.
Tumbada contra la barandilla, Kerra miró sospechosa.
—¿Por qué quieres ayudarme?
—No lo hago —dijo Narsk, tirando del zurrón de su espalda—. Sólo digamos que
represento a alguien que no apreciaría el plan de Arkadia. Y para completar mi misión,
voy a necesitar una distracción… más de la que el mercenario solo pueda proveer.
¿El mercenario? Kerra hizo un gesto con la mano.
—¿Rusher?
Con el elevador flotante tocando suelo, Narsk abrió el zurrón y buscó un objeto en el
interior. Con éxito, él se lo dio a Kerra.
—Espera. ¡Este es mi sable láser!
—Observadora.
—Pero esto estaba en la nave de Rusher, —dijo Kerra, mirando al arma. Ella miró
arriba—. ¿Has estado allí?
—No… pero llegó con la persona que me devolvió mi propiedad. —Narsk sacó un
instrumento para escribir del zurrón antes de deslizarlo sobre su hombro—. Tuve suerte

LSW 234
Star Wars: Caballero Andante

de conseguírtelo. Escondió el sable láser en el brazo de su traje espacial… pero se atascó


entre su codo y el anillo de junta. Él no pudo mover su brazo todo el tiempo que estuvo
caminando hasta aquí.
Kerra miró boquiabierta.
—¿Beadle? ¿Él mandó a Beadle?
—Le dije a Rusher que mandara a alguien a quien Arkadia nunca pensara cachear, —
dijo Narsk—. Creo que realmente mejoró el equilibrio del soldado. —El espía abrió la
puerta lateral hacia el elevador flotante—. Tenemos que movernos.
Corriendo tras él, Kerra encontraba mantenerse derecha difícil. Afortunadamente,
Narsk no quería ir lejos, dirigiéndola a un hueco resguardado entre las pilas de cabinas de
prisioneros. Arkadia estaba ocupada preparándose para algo grande, dijo él, algo que
requería de toda su atención.
—El asesinato, —ofreció Kerra.
—El asesinato es el primer capítulo, —dijo Narsk—. Sólo he tenido poco tiempo para
explorar la ciudad en el Mark VI, pero ya he visto a media docena de equipos de guerra
preparándose para dirigirse a varios bordes de Arkadia, en pose para actuar. Si su plan
tuviera éxito, el caos le seguiría, por todo este sector y más. Sabiendo que está al llegar,
le gustan sus probabilidades.
Y Arkadia tenía algo más; el organofosfato destilado de las algas synedianas. La
Sangre de Chagras, como se le llamaba, evaporada al instante, matando a una tasa que
hacía que las atmósferas celegianas parecieran saludables en comparación. Narsk hizo un
gesto hacia las torres de cabinas a cada lado de ellos.
—Por lo que puedo ver, este lugar no es tanto una prisión como otro centro de
pruebas. Cuando han acabado de preguntar, ven lo que su gas hace a varias especies.
Y ahora, dijo él, esa toxina nerviosa estaba siendo cargada en cápsulas para
entregarse en las naves de guerra de Arkadia, atracadas sobre la tundra.
No me extraña que no necesitara el tipo de artillería de Rusher, pensó Kerra.
—¿Pero Rusher te está ayudando?
—Ayudándonos, —dijo Narsk—. A ti y a tus refugiados.
—¿Por qué se preocuparía él por lo que le pasara a los niños? ¿…y a mí?
—No sé lo que él hace, —dijo Narsk—. Pero él sabe que tú tienes esto. —Agarrando
su muñeca, él empujó su manga hacia atrás y garabateó varios números en su brazo con
su bolígrafo estático.
—Estas… estas son coordenadas hiperespaciales, —dijo Kerra—. Pero es sólo la
mitad de una localización.
Narsk deslizó de vuelta su manga hacia abajo.
—Él tiene la otra mitad… la mitad del pago por lo que le he pedido que haga. Si tu
general cañonero las quiere, los dos vais a tener que reconectar. Él tiene que darme mi
distracción, de una forma u otra.
Kerra agitó su cabeza.

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John Jackson Miller

—Él puede encontrar una salida del espacio de Arkadia, —dijo ella—. ¡Él nunca
vendría a por esto!
—Posiblemente no. Pero estas llevan a un punto de salto en un espacio
incontrolado… el inicio de otra carretera. Que lleva a la República. —Lanzando el
bolígrafo al suelo, Narsk empezó a darse la vuelta.
Kerra, mareada por sus revelaciones, le agarró su brazo.
—¿Una ruta hacia la República? —Rusher nunca había llegado a nada como eso en
todos sus viajes—. ¿Cómo conseguiste tal cosa? ¿Quién eres tú?
Narsk la miró.
—Te lo dije cuando nos conocimos. No soy Sith. Sólo trabajo para ellos.
—¡Evidentemente para varios a la vez!
—No, —dijo Narsk—. No realmente. Sólo uno. —Caminando hacia un monitor de
seguridad, él sintonizó una escena de la tundra del exterior. El reptador de hielo estaba de
camino de vuelta, justo como estaba planeado—. Tenemos diez minutos, como mucho.
Dirígete a la Sala del Patriota… y yo encontraré un traje espacial.
Nerviosa, Kerra miró atrás y adelante a las prisiones de metal alineadas en el pasillo.
—¡Tengo que liberar a esta gente!
—Estas gastando un tiempo valioso, —dijo Narsk—. La mayoría ya están muertos.
—Incluso aunque la toxina se volviera inerte tras un par de minutos, Kerra tendría que
abrir un montón de cabinas para encontrar a alguien vivo, y todos los que encontrara
estarían en peor forma de lo que ella lo estaba.
Acordándose de la toxina, Kerra pensó en las fábricas por las que había pasado,
produciendo carcasas de cápsulas. La llamada Sangre de Chagras podría causar un daño
inmenso en los inocentes vecinos del reino de Arkadia. Pero había tantas fábricas, y tan
poco tiempo. Desesperada, ella corrió al monitor de seguridad, buscando un mapa.
—No puedes hacerlo todo, Jedi, —dijo Narsk, viéndola buscar—. No hay tiempo.
—¡La gente cuenta conmigo!
—¿Qué gente? —Ladró Narsk—. Mira, no me importa lo que hagas ahora. ¡Libera a
los prisioneros! ¡Carga las fábricas! ¡Hazte estallar! Es la distracción que quiero, de todos
modos. —Él caminó desde el hueco—. Pero decide si quieres morir ayudando a todos…
o vivir ayudando a alguien.
Los pasos hacían eco en los pasillos, lejos de allí. Kerra miró atrás hacia las pilas de
cabinas en angustia.
—Aterrizaste aquí con una misión, Jedi. ¿Quieres hacer más? Hazlo en tu propio
tiempo. —El bothano se puso la máscara sobre su morro y habló, su voz amortiguada—.
Si quieres sobrevivir ahí fuera, céntrate en el trabajo.
Kerra giró su atención desde el monitor al sable láser, de nuevo en su mano al fin.
Centrarse. Era una cosa que sabía cómo hacer. Una de varias, pensó ella, agarrándolo.
Rodeando la esquina, Kerra se dio cuenta de algo con una sorpresa. Narsk había
tenido el mismo empleador todo el tiempo, y sólo había una persona que pudiera ser.
Ella le gritó.

LSW 236
Star Wars: Caballero Andante

—¡Narsk! Si estás protegiendo a Vilia, ¿por qué estás dejando vivir a una Jedi que
sabe de ella?
La figura envuelta al final del pasillo miró atrás hacia ella por un momento.
—Porque no me han ordenado matarte. —Presionando un control, desapareció.

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CAPÍTULO VEINTICUATRO
—¡Que tenga buena suerte, señor!
Pasando la Guardia Ciudadana mientras caminaba hacia el ascensor de la Estación
Embarcación, Narsk asintió casualmente y saludó como un explorador yéndose en una
misión de descubrimiento. Eso es lo que era, por todo lo que ellos sabían; con su máscara
quitada, el sistema Cyricept se parecía a los trajes de salto que había visto llevar a los
pilotos de pruebas de Arkadia. Ellos sabían que él no era uno de ellos, pero era un
especialista trabajando para su causa.
Si ellos hubieran sabido lo rápido que había estado corriendo, no estarían sonriendo.
Narsk jadeó por aliento mientras las puertas del ascensor se cerraban. Había llevado
demasiado tiempo encontrar a la Jedi. Él sólo confió en el Mark VI y esperó lo mejor,
corriendo de cabeza por Calimondretta. No había estado allí lo suficiente para aprender
de las reacciones de todos, pero con seguridad un fantasma había sido visto ese día. Al
menos nadie había alzado una alarma. No lo necesitaba.
No aún, por lo menos.
Las puertas del ascensor se abrieron para revelar el domo del hangar al final de un
largo pasillo. Narsk podía escuchar las preparaciones prevuelo de la lanzadera en marcha.
El tiempo era corto. Caminó rápidamente, preguntándose si había hecho lo correcto.
Liberar a la Jedi había sido un riesgo calculado. Sólo le habían ordenado observarla, y
liberarla era un gran asunto sin vigilancia. Pero antes de que hubiera escuchado los planes
de Arkadia para Vilia, había sabido que necesitaba una distracción. No podía contar con
el cañonero solo. Los mercenarios podían ser comprados. Los Jedi no.
Si Narsk trataba con planes de respaldo, la Lord Sith lo hacía sin duda. El bothano
recordaba lo que había visto antes, cuando Arkadia había deslizado el chip de datos bajo
la junta del bote de gas en la silla flotante. Había un segundo dispositivo, además del
receptor de su detonador remoto: un temporizador. Había visto demasiado en su trabajo
para reconocerlo inmediatamente. Arkadia había plantado un seguro a prueba de fallos. Si
Narsk no activaba la trampa de gas venenoso en presencia de Vilia, se activaría de todas
formas, en algún periodo siguiendo al aterrizaje de la lanzadera en su destino. ¿Cuánto
tendría? No lo sabía. Pero descartaba que simplemente lo robara con Quillan y nunca
activara la bomba.
Quillan. ¿Dónde estaba? Narsk escaneó el suelo del hangar buscando la silla flotante.
El chico se suponía que debía haber sido traído allí en ese momento por un transporte. Si
no estaba, todo el plan podía desenvolverse en un…
—¿Qué te retrasó?
Narsk se giró para ver a Arkadia, justo dentro de la entrada, llevando su armadura de
batalla de nuevo. Su pelo unido con un tocado de metal, la mujer estaba junto a Quillan,
el joven hombre todavía agachado en la silla flotante marrón. A su derecha, Narsk vio la
nueva silla estilosa, inocente y ominosa como él la recordaba.

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Star Wars: Caballero Andante

—Tuve que pasar al traje por algunos diagnósticos, —dijo Narsk, haciendo una
reverencia a Arkadia—. La Jedi no ha estado cuidando de él.
—Hmm. —Arkadia miró a Narsk de arriba a abajo antes de volver su atención a su
hermano. Cuidadosamente, utilizó la Fuerza para levitar el cuerpo de Quillan de la silla
lóbrega, marcada por la batalla. El chico se hundía en el aire levemente yendo a
descansar en el nuevo modelo, aterciopelado.
—Sólo voy a decir adiós, —dijo Arkadia, disparando otra mirada molesta a Narsk
antes de volver a su momento privado. Ella se arrodilló junto a Quillan, agarrando su
suave mano—. Lo siento, hermano mío. Nunca tuviste una oportunidad en la vida. —
Inclinando su cabeza, ella habló en un tono bajo—. Pero en la muerte, vengarás a nuestro
padre.
Narsk estudió a Quillan. No había ni una sombra de comprensión en aquellos ojos en
absoluto. Sin Dromika a mano, realmente no era nada positivo ni negativo, pero todavía
era una cosa con vida. Trágico, pensó él.
Con su mirada fría volviendo, Arkadia señaló a la sección de la cola de la lanzadera,
su compartimento secreto en la parte trasera abierto a la vista. Un técnico pasó volando
por la habitación, depositando una pequeña escalera para que la utilizara el bothano.
Arkadia miró abajo a Narsk.
—¿Bien?
Narsk tartamudeó.
—Pen… pensé que debías tener asuntos más apremiantes, ahora mismo. —Él se
ajustó el cuello.
—Todo está en mis manos, —dijo Arkadia—. Este es un día importante. No voy a
perderme este momento.
—Muy bien, —dijo Narsk, mirando temerosamente al navío. Caminando hacia él,
miró tras el campo magnético delante hacia la superficie de Syned, en las largas sombras
de la tarde de nuevo. Nada estaba ocurriendo ahí fuera, o en toda Calimondretta, hasta
donde él podía decir. No había nada más por hacer. Él enterró sus dientes y caminó hacia
la escalera.
¡Mercenarios! Mirando dentro del compartimento estrecho, se preguntaba si alguien
más tenía algún respeto por un trabajo ya. ¡Pagué por una distracción! ¿Dónde está mi
distracción?

***
—Aquí el control de Calimondretta. El campo protector está abierto, Reptador Uno.
Bienvenido a casa.
La barrera magnética sobre la gran entrada brilló y se desvaneció, permitiendo al
reptador de hielo acceder a la choza del atrio. El vehículo masivo cojeó hacia delante, su
morro elevado justo alcanzando la parte superior de la entrada a la Sala del Patriota.

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John Jackson Miller

—Gracias, Control Cali, —dijo su conductor a través del sistema de


comunicaciones—. Ha sido un viaje divertido. No será largo ahora.
No, no lo será, pensó Rusher, apagando el transceptor. Era bueno que Arkadia le
hubiera llevado al proceso cuando se trataba de transferir a los refugiados; le había dado
acceso a la plataforma de comando, y nadie en la ciudad de hielo parecía haber pensado
que era raro que él hubiera sido el que les estaba hablando.
Rusher alcanzó el lateral y agarró su casco espacial. Esto era una locura. Desafiar a
un Lord Sith por cuenta propia era más loco que cualquier cosa que Beld Yulan le
hubiera ordenado nunca cerca del fin, y él se había librado de la mitad de su gente. Y aún
así, mientras Rusher había descrito su loco plan por el canal seguro antes, había recibido
una aceptación inmediata de Dackett y de todos los jefes de sección. Incluso la ingeniera
Novallo había accedido, a regañadientes.
Quizás eran las noticias del pago del bothano. Cuando Narsk había ofrecido una serie
de coordenadas de salto que llevaban de forma segura a los Mundos del Núcleo, Rusher
se había reído en voz alta. Pero entonces el espía clamó que la prueba de su conocimiento
estaba a bordo del Diligencia, de todos los lugares: en el presunto traje de sigilo. Pronto
Rusher tuvo a Dackett en el comunicador describiendo la sorprendente pieza de
tecnología en posesión de Tan, un producto, de acuerdo a la microetiqueta del interior,
manufacturado en Coruscant, cuatro meses antes.
Quizás el ver a Tan demostrar el traje había hecho a todo el mundo unirse: un viaje a
la República sería un retiro a la costa durante toda una vida para algunos, y una
oportunidad para escapar para otros. Una oportunidad para encajar realmente, más allá de
sus artimañas sin fin.
O quizás fuera porque finalmente estaba haciendo lo que Dackett había dicho, en el
solárium días antes.
No puedes dejarles simplemente verte pasar a través del movimiento. Tienes que
hacer algo. Apretar el gatillo.
Rusher podía ver a sus seguidores reuniéndose en el suelo de la estación abajo, lejos
de la cabina de mandos colgante del reptador de hielo. La Guardia Ciudadana de Arkadia
estaba fuera con fuerza, preparados para recibir al vehículo y a sus pasajeros. A juzgar
por las armas que algunos de ellos llevaban, no parecía que esperaran que todos los
estudiantes fueran voluntariamente.
Bueno, bien por ti, pensó Rusher. Me hace sentir mejor por lo que estamos a punto de
hacer. Trepando por la escalera, le gritó abajo a sus compañeros.
—¡Preparaos, brigada! ¡Estamos a punto de hacer historia!

***
El Guardia Ciudadano houk en la intersección de los pasadizos congelados balanceó su
bláster hacia los trabajadores clamando su atención.

LSW 240
Star Wars: Caballero Andante

—No me importa cuántos de vosotros vierais ese… ese fantasma, —gritó él, con los
carrillos marrones agitándose—. ¿No tenéis trabajo? ¡Yo sé que yo sí!
Kerra se deslizó desde una entrada a la siguiente, dando gracias por la distracción. La
instalación de interrogación no estaba protegida como una prisión, pero evidentemente la
partida de Narsk había atraído la atención a lo largo de su ruta. La tecnología personal de
sigilo no ayudaba mucho cuando forzabas el paso a través de una multitud de suburbanos.
Aún así, Kerra se encontró a sí misma deseando tener el odiado traje ahora. Con sus
músculos adoloridos, su cabeza aún sonando, se forzó a seguir adelante. El hecho de que
los trabajadores de Arkadia no llevaran uniformes idénticos le había dado una
oportunidad de moverse anónimamente a través de las salas, pero lentamente. Demasiado
lentamente.
Diez minutos, había dicho el espía. Ella ni siquiera sabía por qué se suponía que tenía
que ir a la Sala del Patriota, o lo que quería decir con una distracción. ¿Cómo demonios
se suponía que debía saber cuándo los diez minutos habían…?
—¡Cierre de seguridad! ¡Cierre de seguridad! —un par de centinelas corpulentos
ataviados de azul corrieron pasando su hueco—. ¡Aguardad todos! ¡Ha habido un
incidente en el Incautado!
Así que así es como han llamado al lugar.
—Supongo que estamos haciendo esto, —dijo Kerra, caminando hacia el túnel de
hielo y encendiendo su sable láser—. ¡Hey, tíos! —gritó ella a los guardias de delante—.
¡Soy vuestro incidente!

***
En el hangar, Arkadia alzó su mano, preparándose para cerrar la puerta del
compartimento tras Narsk.
—Tienes mi canal encriptado programado en tu panel de datos, —dijo ella—.
Contáctame cuando hayas tenido éxito.
Antes de que completara la frase, las sirenas reverberaron a través del domo. Narsk
podía escucharlas resonar por todo el vestíbulo desde el ascensor.
Arkadia miró enfadada a un altavoz en la pared.
—¿Qué está pasando?
—La Jedi ha escapado del Incautado, —respondió una voz metálica.
Narsk se retorció en sus confines.
—¿El Incautado? ¿Eso es una prisión?
—Es más una morgue, —soltó Arkadia—. O debería haberlo sido, para ella. Ella no
podía salir sola. ¡Alguien la dejó salir!
Reflexivamente, Narsk llevó sus brazos atrás dentro del falso motor. Sus ojos fueron
hacia Quillan y su silla flotante, siendo llevado hacia la rampa para cargarlo en el
compartimento de pasajeros.

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John Jackson Miller

—Yo… creo que debería atender este problema, Lord Arkadia, —dijo Narsk—. Le
agradezco que nos vea irnos, pero los asuntos están bien a mano.
—Sí, —dijo Arkadia—. Eso es porque es mi plan.
Irrumpiendo hacia la salida, Arkadia llamó a una de sus Guardias Ciudadanos
wookiee estacionada junto a la pared.
—¡Tú ahí! —Ella señaló a la sección de la cola de la lanzadera—. Asegúrate de que
el bothano cierra firmemente esa cámara. ¡No queremos que se asfixie en el espacio!
El corazón de Narsk cayó mientras la torre de pelo vestida con un cinto se
estacionaba tras los motores. Tras la wookiee de mirada penetrante, Arkadia ya se había
ido.
Narsk sonrió débilmente a la guardia.
—Un buen día para un vuelo, ¿no?

***
El gerente regordete de la estación golpeó la puerta del reptador de hielo.
—¡No tenemos todo el día! ¿Cuándo vais a abrir ahí dentro?
Definitivamente aún no, pensó Rusher, observando a través del pequeño puerto de
vistas. Lejos tras el gerente de cara macilenta, vio a Arkadia y a varios de sus esbirros
cruzando el suelo del atrio de norte a sur con una gran prisa. Observándoles desvanecerse
bajo una de las rampas laterales hacia el glaciar, Rusher se volvió hacia su equipo,
esperando en el lugar tras él, dentro del vehículo.
—Habría estado bien haber visto ese museo, —dijo él, con su mano levantada—.
¡Soltad la puerta!
Fuera, el gerente se tambaleó hacia atrás, casi aplastado por la puerta al caer.
Agitando su puño, él vociferó.
—¿Qué te crees que estás…?
La mandíbula del gerente cayó. En lugar de ver a los esperados refugiados dentro del
transporte de carga enorme, estaba mirando al largo cañón de un antiguo cañón láser, con
una tripulación de cañoneros de aspecto determinado en traje espacial.
—Nos gustaría que conocierais a Bitsy, —dijo Rusher, en pie con indiferencia a la
izquierda. Mirando a los Guardias Ciudadanos con los ojos como platos delante de él,
bajó su mano. Un día duro para ser vosotros, amigos—. ¡Fuego!

***
El suelo bajo la Estación de Embarcación 7 tembló, haciendo salpicaduras en el hielo por
la alteración del techo hemisférico. Incrustado dentro del agujero oculto de la lanzadera,
Narsk miró lánguidamente a la guardia wookiee.
—¿No crees que deberías hacer algo?

LSW 242
Star Wars: Caballero Andante

La wookiee gruñó. Pateando la escalera, ella agarró el morro de Narsk y le empujó


dolorosamente hacia atrás dentro del compartimento.
Narsk escupió, tosiendo sus propios bigotes.
—¡Eso no es a lo que me refería, idiota!

***
Los trabajadores aterrorizados iban en estampida a través de las salas excavadas en el
hielo que llevaban a la Perspectiva de Reflejo. El asalto inicial de Kerra había cogido a
los centinelas, que habían alzado las alarmas, por sorpresa. Pero el corpulento guardia
houk no había pensado nada en la seguridad de sus compañeros ciudadanos, disparando
su bláster mientras cargaba a través de la multitud. El houk ya había disparado a ambos
Guardias Ciudadanos desafortunados en la espalda antes de que Kerra les pudiera
golpear.
Cambiando su sable láser a su mano izquierda, ella tiró del arma de uno de los
centinelas caídos hacia su mano derecha con la Fuerza y le devolvió el fuego.
Arrodillándose, apuntó a la pared fina transparente a la derecha del houk, golpeándole
por sus pies con el rebote.
Varios más combatientes entraron desde los pasillos laterales, respondiendo a la
estridente sirena. Amarrando el bláster en su cinturón, Kerra cargó hacia delante,
barriendo de lado a lado con su sable láser.
No había ninguna liberación en cortar esta vez. No como en Byllura, con sus
mesmeristas enloquecidos. La Guardia Ciudadana de Syned no eran aspirantes a Sith,
sino gente devota —o atascada dentro— del sistema militar-industrial de Arkadia.
Mientras otro guardia caía ante ella, Kerra se alegró de que no hubiera visto a Seese en
uno de los cintos azules. Siempre era más difícil matar a alguien que conocías.
Al ver una apertura en la línea de oposición, Kerra saltó hacia ella. Ahí, delante,
estaba la gruta gigante con sus balcones y las escaleras mecánicas, rodeada por tuberías
gigantes burbujeantes de algas synedianas. Pero ninguna estaba reflejándose en la plaza
de la cueva ahora. Una docena de guardias se había estacionado cerca de las otras salidas,
y varios francotiradores estaban al acecho, el balcón llevando de vuelta a la Sala del
Patriota.
Alarmada por los números, Kerra sacó su bláster y apuntó al tubo donde ella y Rusher
habían discutido tantas horas antes.
—Veamos lo que pensáis de esto, —gritó ella, disparando.
No pasó nada.
Kerra rodó, evitando devolver el fuego. Había esperado inundar la gruta con la
porquería azul, sólo el subproducto era tóxico, le había dicho Narsk. Pero los altos
cilindros estaban hechos de algo más duro que el transpariacero. Lanzando a un lado el
bláster, volvió a la acción con su sable láser, reflejando el fuego mientras trataba de
avanzar. Pero con los francotiradores disparando desde arriba, Kerra sólo podía

LSW 243
John Jackson Miller

retroceder hacia la entrada por la que había entrado. Lo que daría por una granada de
conmoción, pensó ella. La plaza era la única ruta que conocía hacia la Sala del Patriota.
De repente hubo una detención en los disparos desde el balcón. Kerra pensó que
había escuchado un trueno ahora, reverberando levemente sobre los cláxones. Sobre la
planta superior, los francotiradores partieron para permitir a una recién llegada
aproximarse.
Lord Arkadia miró abajo desde el saliente.
—La Jedi andante, —dijo ella, aparentemente sin ser distraída por los ruidos de
detrás—. Estás rodeada. Es hora de morir.

***
Él lo había lanzado todo. Rusher tenía a Bitsy en el suelo del atrio ahora, destrozando un
nuevo agujero en la pared glacial. Tras su primer disparo mortal, le había llevado diez
portadores y veinte segundos sacarla del reptador de hielo y ponerla en acción. Ahora el
Equipo Zhaboka giraba a izquierda y derecha, golpeando sus lanzamisiles hacia la
superficie y disparando rayos de sujeción al suelo. Detrás, Zeller y sus compañeros de
tripulación del Equipo Destripador estaban haciendo rodar fuera el último bien de la
brigada el Kelligdyd 5000, con su corpulencia aplastante golpeando ruidosamente sobre
la puerta caída.
Desplegarse rápido era fácil cuando no esperabas recuperar tus armas.
Rusher abrió de nuevo con Bitsy. No había necesidad de observadores en esta batalla.
Cada disparo golpeaba algo. El comité de bienvenida de Arkadia hacía tiempo que se
había ido. Y cada disparo lanzaba ondas sísmicas a través de la Sala del Patriota. A través
de toda Calimondretta, al parecer.
Pasando a la fase dos.
¡Zhabokas altos! —gritó Rusher por su comunicador del casco a los soldados ni a
diez metros de él—. ¡Fuego rápido, fuego rápido!
Con precisión sincronizada, seis lanzadores de mortero se inclinaron y exhalaron
fuertemente, disparando a la cobertura de transpariacero cubriendo la parte superior del
atrio. Los separadores sónicos de la coraza activados al contacto, pulverizando la pantalla
que protegía la Sala del Patriota de las temperaturas frígidas de Syned. Al instante, la
atmósfera del atrio flotó hacia el exterior, abofeteando el polvo metálico que había sido el
techo transparente y esquilándolo sin daños hacia el exterior.
De una vez, las puertas de duracero automáticas cerraron los caminos hacia la ciudad,
protegiéndolos de la pérdida de calor y aire. Docenas de desafortunados soldados de
Arkadia, expuestos ahora tanto al fuego de láser como al hielo synediano, golpeaban las
barreras clamando entrar.
—Ayudadles a romper esas puertas, —ordenó Rusher, no tan servicial. Bitsy habló de
nuevo, golpeando la barrera oeste con tal fuerza que la sacó de sus bornes de duracero. La
caverna de delante estaba abierta ahora, unas fauces huecas, llenas de humo que llevaban

LSW 244
Star Wars: Caballero Andante

a la ciudad subterránea. Golpeando la espalda de uno de sus soldados, el brigadier señaló


al equipo que pivotara el arma al norte. Kerra había sido llevada al sur, antes, y mucho
más al oeste estaba el Promisorio, y los propios jóvenes de Arkadia. Nunca había liderado
antes un asalto a una fortaleza desde dentro de la fortaleza. Esto llevaría fineza, ¡tanta
como se pudiera tener con artillería pesada!
Aún así, ellos ya habían visto algún éxito. Él miró arriba a la nube de destrucción que
había sido el techo y se maravilló. Tiros limpios, todos. Las estructuras enormes de hielo
todavía permanecían en su mayoría, sin aguantar nada sino enmarcando la vista de una
nueva noche, en el exterior.
El exterior. Fase tres. Él toqueteó su casco otra vez.
—¡Diligencia, aquí Rusher! ¡Dackett… en movimiento!

***
La wookiee se encogió de dolor. La lámina de hielo tembló levemente, haciendo que los
objetos sueltos en el hangar se agitaran. Pero la guardiana designada de Arkadia
simplemente gruñó, mirando abajo al bothano incrustado en la cola de la lanzadera.
—¡Oh, maldición! —A trompicones en el espacio estrecho, Narsk se bajó la máscara
sobre su cabeza y activó el Mark VI, desvaneciéndose.
—¿Wurf?
La mujer wookiee caminó más cerca de la cámara, inclinando su cabeza a izquierda y
derecha mientras miraba a la aparente nada.
Hasta que se acercó demasiado.
—¡Lo siento, señora! —Las manos enguantadas de Narsk se dispararon hacia fuera,
agarrando un puñado de pelo a cada lado de la cara de la wookiee. Tirando, golpeó la
frente de la guardia fuerte contra el marco de metal.
Narsk se lanzó hacia delante, tambaleándose sobre la espalda de su víctima mareada.
Golpeando el suelo, tropezó tras uno de los engranajes de aterrizaje, fuera de la vista de
los técnicos.
Más truenos llegaban del sur. Temeroso de los efectos visibles de la nieve que caía
del techo agitándose, Narsk se curvó bajo el fuselaje y se esforzó en encontrar a Quillan.
El chico se sentaba plácidamente al fondo de la rampa, rodeado por tres técnicos que
estaban considerablemente menos calmados.
Uníos al club, pensó Narsk. ¡Ella no me paga lo suficiente para esto!

***
Kerra tiró de su sable láser de un cuerpo, sólo para incrustarlo en otro. Arkadia estaba
dejando que sus guardias tuvieran una oportunidad con ella. Perspectiva de Reflejo había
pasado de ser en un par de minutos un lugar de paz en una zona de matanza.

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John Jackson Miller

Ella luchó por encontrar un lugar donde permanecer. Nuevos atacantes reemplazaban
a cada uno que caía. Y reflejar los disparos de bláster hacia ellos no era efectivo, había
descubierto. La banda vistosa no era lo único que Arkadia le daba a su Guardia
Ciudadana; las túnicas de electro-red bajo sus ropas disminuían la fuerza del fuego de
bláster.
La Jedi saltó, lanzando otro atacante. Las malditas túnicas no eran rivales para su
sable láser, pero le hacían más difícil retirarlo. Ella no podía hacer esto con golpes
corporales. Ya era un trabajo lo suficientemente desastroso.
El suelo vibró. No había error en ello ahora: había explosiones llegando desde el
norte, en dirección a la Sala del Patriota. Lanzando una mirada arriba a la planta superior,
Kerra vio que Arkadia se estaba percatando de ello, también.
—Es suficiente, —dijo la Lord Sith, dirigiendo a sus francotiradores de vuelta al
saliente—. Nada de blásters. ¡Detonadores termales!
Un Guardia Ciudadano la miró.
—Pero nuestra gente está abajo con ella…
—¡Y haciendo su trabajo! ¡Ahora haced el vuestro!

***
De su colgante en la vía del reptador de hielo aparcado, Rusher podía ver al Diligencia
trepando en el escaso aire synediano hacia la Sala del Patriota. Las luces rojas brillaban
en la gran torre cónica al norte, uno de los dos emisores de rayo tractor que había visto al
aterrizar.
—Eso es, —susurró Rusher. Hazles pensar que vienes a por nosotros.
La nave de guerra había cubierto la mitad de la longitud de la lámina de hielo fuera
cuando las luces en la torre norte de repente se volvieron verdes. El Diligencia parecía
luchar contra una fuerza invisible, urgiendo el transporte y sus grupos de vainas de carga
unidas hacia el área de aparcamiento, ya contaminada de naves. La nave se tambaleó,
esforzándose por alzarse aún más alto sobre el emisor del rayo tractor.
Rusher tecleó su casco espacial para activar el comunicador.
—¡Eso es! ¡Suéltalo!
El Diligencia se hundió y viró, y de repente todo el conjunto de carga de estribor se
separó de la nave, cayendo en picado como una bomba colosal hacia el emisor y a la flota
aparcada de Arkadia.
¡KRAKKA-BOOOM!

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Star Wars: Caballero Andante

CAPÍTULO VEINTICINCO
¡Syned tiembla!
Narsk agarró el engranaje de aterrizaje y se sostuvo. Miró fuera a través del campo
magnético hacia el infierno de más allá. El mercenario había cumplido correctamente.
Con una venganza. El emisor de rayo tractor norte era un recuerdo. E incluso mientras el
florecimiento mortal de la artillería explotando se alzaba y expandía, caía sobre sí misma,
creando otra caldera en el hielo conde había estado el campo de aterrizaje.
Mientras el hielo de la superficie por debajo distribuía la energía cinética, la Estación
de Embarcación 7 rodaba arriba y abajo como si estuviera en una fuente desenroscada.
Arriba, trozos enormes de hielo caían del techo, por poco fallando a la wookiee tumbada.
Alrededor de la lanzadera agitándose, los técnicos corrían hacia las paredes, lejos de
Quillan y su mortal silla borgoña.
Narsk saltó desde detrás del engranaje de aterrizaje y corrió hacia el adolescente.
Medio visible en la lluvia de hielo, el bothano forzó su brazo debajo del hombro del chico
ignorante y se lanzó.
—Aguanta, chico. ¡Esto es por tu propio bien!

***
Más al sur a través de los túneles, la explosión agitó la Perspectiva de Reflejo, tirando a
Arkadia y a sus francotiradores al suelo. Desde debajo del balcón, Kerra lo vio:
reverberando a través del esqueleto glacial de Calimondretta, la onda de choque desgarró
los pilares de hielo que suspendían la segunda planta hasta hacerlos pedazos.
Ella se escondió en el único refugio que podía ver, el umbral del vestíbulo a través del
cual había entrado, repleto de cuerpos. A la vez, delante de ella, toda la segunda planta de
la gruta se lanzó y cedió, agitada por las explosiones secundarias mientras bajaba.
Kerra escudo su cara contra la avalancha de escombros helados. Esos eran los
detonadores termales, pensó ella. ¡Pero ningún detonador termal podría agitar toda una
ciudad!

***
—Chico, eso fue hermoso, —dijo Rusher alegremente.
—No lo sé, —respondió Dackett por el comunicador—. Novallo va a quitarme mi
otro brazo por esto.
Rusher le había dicho la verdad al bothano: había sido una idea demente. Todos los
armamentos del Diligencia estaban desplegados en el suelo de la Sala del Patriota
alrededor de él; claramente no las armas suficientes como para consumir todas las
municiones ahorradas en los grupos de cuatro cámaras engarradas de la nave. Ni el
equipo de tierra de Rusher ni la nave tenían forma de dispararlas.

LSW 247
John Jackson Miller

Pero Vichary Telk una vez había sido una nave para sí misma, antes de que se le
soldaran las vainas de carga. Partir uno de los dos compartimentos de carga que servían
de pies al Diligencia había sido una simple cuestión de sellar los accesos y colocar los
rayos explosivos que sostenían el sistema hidráulico en su lugar. La ingeniera había,
ciertamente, inventado algunas nuevas palabras al escuchar el plan de Rusher en el
intercambio seguro del comunicador. Pero el plan había funcionado, haciendo un impacto
sorprendente.
—¡Eres hermoso, bothano… quien sea que seas!
Ahora el Diligencia parecía atrofiado, con la mitad de sus pies amputados. La nave
nunca aterrizaría de nuevo en estas condiciones.
—¡Perdiendo el control lateral, Brig! —llamó Dackett por el comunicador.
—Aguanta, —dijo Rusher. Abriendo un paquete de su cinturón, miró al sensor de
baliza. Nada—. Dack, ¿tienes algo en nuestros errantes ahí arriba?
—Negativo. ¡Las marcas no son lo suficientemente fuertes para penetrar el hielo!
Ahí va esa maniobra, pensó Rusher. Beadle había entregado más que sólo el traje de
sigilo y el sable láser. Habían unido una marca de frecuencia de comunicador como la
que todos sus soldados llevaban a la base del arma de la Jedi. Pero ni Beadle ni el sable
láser se mostraban en su registro.
Cambiando del canal seguro al que utilizaba para contactar al Control de
Calimondretta, Rusher se deslizó bajo del reptador de hielo y realizó su llamada.
—Lord Arkadia, aquí tu repartidor, —dijo él—. ¡Dame a la Jedi… o voy a desgarrar
tu ciudad y dejaros a todos morir!

***
En el hangar rápidamente desintegrándose, los técnicos de Arkadia escucharon mientras
el brigadier repetía su mensaje. O trataban de escuchar, mientras las explosiones seguían
viniendo desde el sur. Los intrusos en la Sala del Patriota estaban disparando de nuevo,
haciendo sus mejores impresiones de los mineros que originalmente ahuecaron los
túneles de Calimondretta.
Abruptamente, un mecánico humano musculado se giró para ver una sorprendente
vista en la niebla frígida: un muñeco de nieve bípedo, empujando a Quillan y a su silla
flotante arriba de la rampa hacia la lanzadera.
—¡Hey!
Demasiado para esto, pensó Narsk, golpeando a un control de muñeca y
desactivando el traje de sigilo. Repentinamente apareciendo en la lluvia de cristales de
hielo, Narsk gritó respondiéndole a través de su máscara al mecánico.
—¡Saboteadores! —imploró él, empujando la silla más arriba—. ¡Deprisa, tenemos
que completar la misión!
—No creo que debamos hacer nada sin que se nos pida…

LSW 248
Star Wars: Caballero Andante

Narsk encaró al mecánico, el traje y la máscara sirviéndole para hacerle parecer


amenazador y misterioso.
—¡Mira alrededor! ¿No conoces tu trabajo? —Él lanzó su mano enguantada hacia la
lanzadera—. ¡Ahora ayúdame a cargarle arriba!
Aturdido, el mecánico corrió hacia la parte superior de la rampa, empujando a Quillan
y a su transporte dentro de la escotilla. Al ver al trabajador asegurar la sección de
pasajeros, Narsk corrió bajo la rampa, dirigiéndose al compartimento oculto del que tanto
había tratado de escapar justo momentos antes.
Sin la escalera, Narsk bronco, tomando agarre de la sección de la cola y tirando de sí
mismo hacia arriba. Esforzándose, se reorientó a sí mismo y respaldó su cuerpo, como
una serpiente, hacia la cámara. Alcanzando la alimentación de oxígeno como un tubo del
compartimento, lo encauzó bajo su máscara. El vehículo se agitó a su alrededor,
empezando a deslizarse hacia la salida. Al droide piloto le habían dado la señal de
adelante.
Alcanzando el control para ciclar el compartimento hasta cerrarlo, Narsk vio caos en
el suelo alejándose de la Estación de Embarcación 7. La guardia wookiee y dos de los
técnicos estaban ahí, gritando al aparentemente paralizado mecánico. Tras un segundo el
hombre se dio cuenta de su error y empezó a gritar a Narsk.
—¡Espera un minuto! ¡Tienes la silla flotante equivocada! —El mecánico corrió
pasando la silla con la trampa para tontos, todavía aparcada en el suelo del hangar, su
color rico oscurecido por la escarcha—. ¡Rápido! ¡Alzad el campo magnético! ¡Ordenad
al droide que detenga la nave!
Sintiendo a la perezosa lanzadera elevarse del suelo, Narsk encontró el control remoto
que Arkadia le había dado y presionó el botón.
La última cosa que vio antes de que su compartimento oculto ciclara para cerrarse fue
la silla borgoña haciendo una espiral en el aire, cabalgando un volcán de gas azul. Y los
gritos que helaban los huesos fueron la última cosa que escuchó, antes de que el sonido
de los motores acelerando a cada lado de él, clamara su oído para siempre.

***
Kerra estaba sin aliento, esprintando los largos metros subiendo el pasillo. El guía de
Arkadia le había llevado por ahí antes, de camino al museo. Era el único camino fuera de
la gruta ahora; el colapso del segundo nivel había arruinado la ruta para subir a la Sala del
Patriota. Y mientras que había visto a Arkadia en la terraza antes, no la había visto caer.
Kerra no iba a tomar riesgos. No más de los que estaba tomando, en cualquier caso.
Aunque las bombas ya no funcionaban, las algas todavía iluminaban el camino,
fluorescentes en sus tubos. Incluso antes en las ruinas de la Perspectiva de Reflejo, las
tuberías gigantes habían aguantado, aunque varias ahora estaban inclinadas en ángulos
peligrosos. La sociedad de Arkadia era realmente formidable en sus logros. Ella
representaba una gran amenaza para todo el mundo a su alrededor, y los Jedi y la

LSW 249
John Jackson Miller

República ni siquiera sabían que ella existía. Kerra tenía que cambiar eso, tenía que
detener a Arkadia.
Pero ella ya tenía un trabajo. Tenía que sacar a los refugiados.
Alcanzando la antesala, Kerra se hundió hacia la puerta opulenta del museo.
Golpeándola para abrirla, encontró lo que esperaba dentro: el museo de Arkadia, en su
vasta majestuosidad circular. Varios de sus preciados artefactos habían caído al suelo,
agitados por los temblores en el hielo.
Kerra buscó salidas. Las estrellas brillaban a través de la claraboya a veinte metros
por encima, demasiado alta para alcanzarla, incluso saltando del pilón del centro de la
habitación. Pero había otras seis entradas. Una de ellas tenía que tener…
Arkadia.
La Lord Sith estaba en la entrada a la izquierda, su objeto ornamentado en ambas
manos, su cara manchada de humo, su, una vez orgullosa armadura, arañada y
chamuscada.
—No sé lo que has hecho o cómo lo has hecho, —dijo Arkadia, activando el control
transformando su objeto en un sable láser de doble hoja—. Pero esto acaba aquí.

***
Rusher maldijo. Habían pasado minutos, sin respuesta. Había aguantado el fuego sobre la
ciudad, pero la ciudad no tenía nada que decirle. Sólo el Equipo Zhaboka todavía estaba
disparando; Rusher les habían mandado a ellos y sus armas más portátiles fuera hacia la
tundra para que apuntaran a los vehículos de tierra que se aproximaran sobre lo que
quedaba de la lámina de hielo.
Ciertamente alguien podía escucharle; escuchaba el parloteo en pánico por el canal
del comunicador. Pero nada de ello parecía ir dirigido hacia él. Si Arkadia estaba ahí
fuera, probablemente estaba ocupada.
Y si Kerra estaba ahí fuera, ahí es donde estaba Arkadia, también.
—¡Parad de disparar! ¡Parad de disparar!
Rusher miró al norte, donde el túnel que llevaba al glacial había colapsado entre su
fuego y su bomba improvisada. Una figura en traje espacial trepaba de forma extraña a
través del estrecho hueco entre la puerta aplastada y varios peñascos de hielo.
—¡Lubboon! —Rusher corrió por el crujiente suelo de la terminal. Dos de sus
soldados apartaban los trozos, ayudando a pasar al recluta.
—Le di al bothano el sable láser que dijo, señor, —dijo Beadle, sin aliento.
—¡La Jedi, soldado! ¿La viste?
—No, señor. Pero el caballero bothano fue tras ella, —dijo Beadle, señalando delante
de él—. Al norte.
—Eso es el sur.
Rusher acechó el suelo esparcido de escombros, tratando de recordar. La gran gruta
estaba directamente al sur, en la unión de los pasadizos que llevaban al este, al museo de

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Star Wars: Caballero Andante

Arkadia, y más al sur, bajo una serie de escaleras mecánicas. La Guardia Ciudadana se
había llevado a Kerra por ahí, más profundo en las entrañas del glacial. Con el daño que
habían hecho a los pasadizos, no había forma de alcanzar la gruta, mucho menos nada
que llevara abajo desde ahí.
No, si Narsk había alcanzado a Kerra, la Jedi habría tratado de ir arriba. Eso
significaba o la Sala del Patriota, o el largo pasillo, escarpado hacia el museo de Arkadia.
¿Había alguna salida en ese extremo? Más importante, ¿podrían ellos encontrarla? No
había tiempo para ir retirando los escombros. Si Arkadia tenía cualquier otra nave en el
sistema, estarían en camino ahora.
Una llamada por el canal seguro le interrumpió.
—¡El otro rayo tractor nos tiene, Brigadier!
—Dales el otro cañón, Diligencia, —dijo Rusher, haciendo un gesto a su tripulación
para que pararan de disparar. Mirando al sur, cliqueó en el comunicador de nuevo—. No
podéis aterrizar, de todos modos, hasta que lo hagáis. Nos reuniremos fuera.
—No suenas contento. ¿No hay Jedi?
—No, —dijo Rusher—, ni ruta hacia la República.
—Utilicemos las coordenadas que la señora Sith nos dio, —dijo Dackett—. Las
tenemos introducidas y preparadas para irnos tan pronto como recuperemos a todo el
mundo. No creo que vayamos a ser muy populares después de esto.
Como siempre, el maestro de naves le dio sentido.
Rusher suspiró. Lo había intentado.

***
Kerra bloqueó un golpe de sable láser tras otro, retrocediendo hacia otra entrada más en
la sala circular. Todas las salidas estaban cerradas desde fuera, incluyendo por la que
había entrado. Arkadia la tenía atrapada.
—Eres poco más que una Padawan, —dijo su oponente, con el arma girando en sus
manos—. No sabes con lo que estás tratando. ¡Nunca lo sabrás!
La espada rubí bajó, golpeando contra el suelo de hielo. Brincando, Kerra saltó
pasando el pilón del holoproyector, que ahora proveía de la única cobertura en la
habitación.
—No eres el primer Sith al que me he enfrentado, —dijo ella, luchando por ganar
tiempo—. Tú sólo eres otra ruin dictadora, como el resto. No eres especial.
—No me compares con ellos, —soltó Arkadia—. ¡El mío es un régimen iluminado!
Kerra se rió.
—Bueno, es cierto entonces, lo que siempre he escuchado. ¡Un Sith «iluminado»
mataría hasta a su propia abuela!
Ignorando la mofa, Arkadia alzó alto su arma sobre su cabeza y cargó. Kerra corrió
fuera del camino, haciendo que la punta del sable láser de la Lord Sith hiciera chispas
contra el pilón.

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John Jackson Miller

—Sólo estoy tomando lo que es mío. ¡Lo que debería haber sido mío! —Presionando
un control en su arma, Arkadia desunió los extremos del objeto de un metro de largo,
soltando la barra ornamentada al suelo. Un arma se había convertido en dos.
Kerra saltó, sólo para ser repelida por la defensa brillante de Arkadia. Increíblemente,
la mujer parecía tan coordinada con dos sables láser como con uno, utilizando el primero
para bloquear mientras preparaba un contraataque con el otro. Forzada a retroceder, Kerra
cayó, tambaleándose sobre los azulejos levantados del suelo de hielo. Presionando su
ventaja, Arkadia llevó ambos sables láser con fuerza contra la espada verde de Kerra.
Esforzándose en la chispeante batalla de fuerza, Kerra miró en los ojos de su atacante.
La inteligencia calculadora permanecía, pero la rabia estaba ganando apoyo.
—Fui una imbécil por esperar tu ayuda, —dijo Arkadia, aplastando sus sables láser
contra el de Kerra—. Demasiado lista por la mitad. Pero está hecho. El asesino está en
camino. —La luz brillante roja bailaba sobre su cara—. Ambos se han ido.
Con los ojos atravesando a Arkadia, Kerra de repente captó un sentimiento a través de
la Fuerza. Ambos se habían ido.
—Tú… tú mandaste a Quillan a morir. ¿No?
Arkadia se quedó helada, y el mundo a su alrededor se tambaleó. La Lord Sith miró
arriba para ver un flash de luz sobre la claraboya. La atrofiada Diligencia gritaba sobre
sus cabezas, liberando algo desde debajo. Kerra lo reconoció: el conjunto de carga de
babor, completamente un cuarto de la masa de la nave, yendo en espiral hacia la
superficie.
Syned se agitó de nuevo, más fuerte que antes. La pared sur del museo entró en
erupción, forzada hacia adentro por el encuentro cataclísmico de megatones de
explosivos y hielo. Arkadia se tambaleó con el impacto. Kerra la pateó, agarrando las
piernas de la Lord Sith de debajo de ella.
Abruptamente, el propio suelo se fracturó, dos tercios del hielo sobresaliendo hacia
arriba. Forzada a la pared norte, Kerra desactivó su sable láser y trepó por los escombros
de hielo, buscando un pasadizo abierto más allá de las puertas torcidas. Las réplicas y las
explosiones secundarias continuaron agitando la cúpula. Nubes de escarcha caían desde
arriba.
Y ahí, en la caída de nieve, ella vio a Arkadia, magullada pero avanzando.
—¿Cómo has podido? —gritó Kerra, alcanzando en vano algún agarre para trepar la
pared—. ¿Mandaste a tu hermano a morir… en una trampa contra tu abuela? ¿Cómo has
podido?
Caminando sobre una fisura en el suelo, la Lord Sith hizo un gesto con sus manos.
Ambos sables láser volvieron a ella desde los escombros. Ella los encendió.
—Sólo puede haber un Lord Sith, —dijo ella—. Y ningún Jedi. —Arkadia saltó…
… y arriba, el cielo se desgarró en un flash cegador.

***

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Star Wars: Caballero Andante

Kerra luchó para abrir sus ojos llenos de hielo. El tercio superior de la cúpula se había
ido. El museo de Arkadia, destrozado desde arriba y desde abajo, estaba abierto a las
estrellas y al frío mortal de Syned.
Escuchando chirridos mientras trataba de moverse, ella no podía decir si venían del
pozo colapsado a su alrededor o de sus propios huesos. A trompicones por el hielo, ella
encontró una barra de metal y la lanzó hacia la pared de nieve, utilizándola para tirar de
ella hacia arriba. Una herramienta, de lo que había sido una vez un museo de
herramientas. Golpeando el pitón improvisado contra la pared de nuevo, ella escaló los
bloques helados, desesperada por escapar. Algo se estaba moviendo en los escombros tras
ella.
Con un lanzamiento, Kerra se lanzó hacia la superficie de Syned e inhaló. Aire frígido
sólo apenas manchado de oxígeno, apuñalaba sus pulmones. A su alrededor, ella sólo vio
devastación. La mayoría de los edificios en la superficie se habían ido, y la majestuosa
Sala del Patriota era ahora un marco inclinado de pilares. Los emisores de rayo tractor se
habían ido. El campo una vez esparcido de naves arrojado, a su suerte y recongelándose.
Escuchando pasos en el hielo tras ella, trató de correr, sólo para tambalearse y caer,
sofocada por el frío.
El Diligencia se había ido. Pero ella lo había visto en el aire, antes. ¿Estaba
escapando? Con la mejilla contra el hielo, ella decidió pensar que así era.
Había sido una buena lucha. Ella había hecho su parte.
Ella cerró sus ojos.

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CAPÍTULO VEINTISÉIS
La luz de la plataforma médica era cálida y reconfortante, todo lo que uno podría esperar
de un crucero espacial con clase. Kerra parpadeó en la habitación a través de su máscara
de oxígeno.
—Parece que se está descongelando, —dijo una voz familiar.
Estirándose contra la almohada, Kerra observó a un droide médico quitándole la
máscara. El modelo plateado caminó a un lado para revelar a Rusher, recostado contra la
entrada. Con el abrigo quitado, el pelirrojo llevaba una camiseta negra bajo una chaqueta
raída de color óxido.
—¿Qué ha pasado? —graznó Kerra, con la voz en carne viva por la exposición.
—Fuiste a dar un paseo fuera sin tu traje espacial, —dijo Rusher, sonriendo.
Kerra luchó por sentarse.
—No, quiero decir a la cúpula. Estaba luchando contra Arkadia… y entonces la mitad
de ella se desvaneció.
—Oh, —dijo Rusher, caminando dentro de la habitación—. Dale las gracias a Bitsy
por eso. —Él explicó que mientras había estado esperando a que le recogiera lo que
quedaba del Diligencia, había visto solo una pista en el hielo fuera hacia el este.
Captando el más leve rastro de una señal de la marca del sable láser de Kerra, había
mandado a su nave en un vuelo para confirmar que era la cima de una profunda y enorme
cúpula. Entonces el brigadier, junto con Lubboon y los Destripadores, habían lanzado el
arma masiva a un trineo de carga detrás de uno de los coches oruga de Arkadia. Un
disparo final por la tundra había anivelado la cúpula.
—¿Pensabas que estaba ahí dentro… y lo disparaste? ¡Podías haberme matado!
—Somos una tripulación de precisión, —dijo Rusher—. La afeitamos como el pelo
de un bantha.
Llenándose una taza de algo medicinal, recontó cómo había engañado de camino a
Calimondretta con sus restantes piezas de artillería. Tenía suerte de que Arkadia hubiera
mandado al reptador de hielo para coger a todos los refugiados en un viaje; le había
permitido llevar todas sus municiones a la acción.
—Nunca habíamos desplegado dentro de un edificio antes, pero esperábamos que si
entrábamos dentro y disparábamos suficientes cosas, te darían tiempo a llegar hasta
nosotros… o de escurrirte fuera en alguna parte. —Él bebió—. Así es como funcionó.
—¿Cómo volví a la nave?
—Yo… organicé el transporte.
—¿Tú me cargaste?
—Apenas, —dijo Rusher—. Pesas más de lo que parece. —Él sonrió—. Todo
músculo, lo sé.
Kerra puso sus ojos en blanco.
—¿Qué hay de tu pierna mala?

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Star Wars: Caballero Andante

—Bueno, tuve que mantener mi proporción de cojera perfecta para esta misión. Y
como ha sido llevado a mi atención, el palo de caminar siempre fue para el espectáculo.
—Siento haber roto el antiguo.
—Oh, no me importa. Me gusta más el nuevo que me trajiste. —Rusher alzó algo de
una repisa, tras ella.
Kerra lo reconoció con sorpresa.
—¿El sable láser de Arkadia? —Mirando de nuevo, se dio cuenta de que era la parte
media desenganchada, ornamental. Así que eso era el palo que me sacó del museo, pensó
ella—. Pero es demasiado pequeño para un bastón.
—Pero majo para un palo para fardar, —dijo Rusher.
Kerra se frotó los ojos.
—¿Los refugiados?
—Todos a bordo del Diligencia, todos a salvo. Los dos mil doscientos de ellos.
El ceño oscuro de la Jedi se frunció.
—Pero teníamos…
—Mil setecientos diecisiete, —dijo Rusher—. No puedo creer que esté diciendo esto,
pero hemos cogido más viajeros de camino hacia fuera. Un puñado de trabajadores
encontró trajes ambientales y corrieron a través del hielo hacia nosotros, rogando que los
lleváramos. Aparentemente, no eran tan patriotas como Arkadia quería que fueran.
¿Recuerdas ese twi’lek… el vendedor de suministros convertido en metalúrgico?
Evidentemente eso no era tanto un ascenso.
Rusher compartió algo de lo que les habían dicho los recién llegados, incluyendo
detalles sobre el programa de armas químicas de Arkadia. Él sonrió con superioridad.
—Suena a que tomamos parte de esa operación durante nuestro pequeño desmadre.
—Por accidente, —dijo Kerra—. ¡Tú ni siquiera sabías que estaba ahí!
—Estoy en artillería. Todo lo que golpeamos, lo golpeamos a propósito… ¡incluso si
no sabemos lo que es! —Él pateó la mampara—. De todas formas, había multitud de
espacio aquí en el Diligencia para ellos, aunque ahora estamos volviendo más bien a ser
el Vichary Telk. Sólo que feo. —Con los grupos de vainas de carga fuera, el crucero
espacial era un crucero espacial de nuevo, más o menos.
—Debía también hacerlo volver a su servicio, —dijo él.
Kerra agitó su cabeza.
—¿Destrozaste tu nave para salvarme?
—Mi ingeniera no está muy contenta conmigo, ¿pero qué hay de nuevo? Además, —
dijo él, alcanzando el brazo de Kerra y levantando su manga—, tú llevas nuestro destino.
Kerra miró a los números en su brazo, garabateados ahí por el bothano. Ella se
preguntó qué le había pasado a él. La última cosa que necesitaba esta parte de la galaxia
era a él ahí fuera, haciendo sus travesuras con su traje de sigilo. Y aún así, por algún
motivo, él la había ayudado… y había ayudado a Rusher. Se preguntaba si Narsk sabía el
motivo de por qué, él mismo.
Un pensamiento la golpeó de repente.

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—¡Tus piezas de artillería! ¿Las dejaste en Syned?


—Bueno, no podíamos traerlas muy bien con nosotros sin vainas de carga. Ya sabes
cómo son estas cosas. Rápidos como el rayo para desplegar, eterno para moverse fuera. Y
estábamos un poco ocupados.
—Pero son todo tu negocio.
—Vamos a la República, Kerra. Las compras son el deporte oficial, por lo que he
escuchado. Estoy seguro que podemos encontrar un fabricante dispuesto a negociar. —Él
miró las paredes—. Y estaría bien conseguir algunos nuevos holos.
—¡La República! —Recordando, Kerra se golpeó la rodilla entusiasta, sólo para
doblarse del dolor—. No debí hacer eso, —dijo ella—. Pero creo que te gustará oír esto.
Rápidamente, ella recontó algo de lo que había aprendido de Arkadia sobre la familia
Sith y la Carga Matrica. Mientras ella trataba de recordar cada cara, cada nombre del
Legado, Rusher saltó con detalles, rellenando los huecos. Parecía brillar mientras las
piezas se colocaban en su sitio.
—Esto es asombroso, —dijo él. Había sabido sobre algunas de las relaciones, pero no
todas, y mientras que había un montón más de posibles Lords Sith que no estaban en la
familia, Kerra encontró que muchos de los encuentros que él había visto tenían sentido.
—Trae una grabadora. Lo documentaré todo, —dijo ella—. ¿Quieres conocer a una
verdadera Canciller de la República? Creo que estás a punto de tener tu oportunidad. —
Kerra se calentó por dentro. La primera vez que mandó a otros de vuelta a la República,
había tenido que llevar las tristes noticias sobre lo que le había ocurrido a Vannar Treece
y a su banda. Estas no eran buenas noticias, pero era algo desesperadamente necesitado
en la República: luz, brillando en la oscuridad.
Rusher se rascó la barba.
—Eso suena bastante valioso. Ya sabes, he tenido ganas de hacer un
reacondicionamiento en la vieja bañera, —dijo él—. Si esta información merece la pena
saberse, quizás paguen para darle al Diligencia cuatro grupos de carga, en lugar de dos.
—Él observó su cara—. ¿Qué? ¿No utilizan el sistema de trueque allí, también?
Kerra sonrió con superioridad.
—No me hagas ir contigo.
Rusher rió. Había más risas en las salas, escuchó ella. La nave, taciturna después de
Gazzari, había estado llena de alegría desde que las noticias de su destino se dispersaron,
le había dicho él. Tan puede que no volviera a dormir de nuevo.
—Ella apenas dormía antes, —suspiró la Jedi. Misión cumplida, Gub—. Estoy
bastante segura de que Beadle estará más feliz en la República, también.
—En realidad, él quiere pegarse a nosotros, —dijo Rusher—. Un par de tus niños,
también, quieren quedarse como parte de la nueva brigada cuando vuelva. No me
culpes… yo no les recluté. Pero con sus colegas todavía bajo los talones ahí fuera,
prefieren quedarse aquí, hacer algo.
Apuesto a que no se sentirán así después de que hayan visto la República, pensó
Kerra. Entonces de nuevo, quizás deberían.

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Star Wars: Caballero Andante

—Sesenta y tres mil, —murmuró ella.


—¿Qué es eso?
—¿Hmm? —Ella miró arriba, soplando un mechón de pelo de sus ojos—. Oh. Sólo
estaba añadiéndolo a cuanta gente he mandado de vuelta. Entre Chelloa y lo que he hecho
desde entonces, he llevado a sesenta y tres mil refugiados a la frontera.
Aproximadamente.
—Eso es un montón de tráfico, —dijo Rusher.
—Especialmente cuando no estás tratando realmente de liderar algún tipo de éxodo,
—dijo ella—. Simplemente ocurre. Sesenta y tres mil conseguidos, billones en camino.
Asintiendo, Rusher cogió su nuevo palo para fardar y se irguió.
—Supongo que tú tienes tu propia proporción de cojera de la que preocuparte. Esto es
lo que he venido a decirte. Tenemos una parada rápida en camino en un par de horas…
Tramanos, creo. Estoy seguro de que hay alguien desagradable allí para mantenerte
ocupada.
Kerra observó al hombre dirigirse a la puerta. Para alguien que ella había creído una
herramienta de los Sith, le había sorprendido. Pero esa era la cosa de las herramientas.
Podían ser utilizadas para otro propósito. Uno mejor.
—Rusher, —llamó Kerra—. Cuando llegues a la República… yo me quedaría allí, si
fuera tú.
—No, no lo harías, —dijo él, sonriendo—. Vas a hacer lo que viniste a hacer… un
sistema a la vez.
Kerra se rió.
—¿Yo y qué ejército?
—Nunca se sabe, niña. Quizás te haga un precio.

***
El jardín estaba en la cima de una colina de hierba, mirando a un mar verde que se
extendía bajo unas elevadas nubes rosas. Nada desde la lluvia de la mañana permanecía
más allá de una fría brisa, susurrando a las hojas de las plantas que se alineaban en el
camino.
Escalando los escalones de piedra hacia la plaza, Narsk se detuvo para beber de una
fuente. Incluso el agua aquí sabía dulce. Pese a toda la dureza de sus maestros, el espacio
Sith tenía una enorme belleza. Era difícil creer que éste era sólo uno de varios refugios
similares, preparado y atendido por los celadores de confianza de la viuda noble.
El lugar estaba vivo con los sonidos naturales. Narsk podía escucharlos ahora, a
través de los prostéticos implantados en sus oídos antes ese día. Arkadia había asegurado
el compartimento de la lanzadera contra los peligros del espacio, pero no contra el sonido
de los motores. Incluso activar el Mark VI no había hecho ningún bien contra el
bombardeo sónico; los receptores se sobrecargaron, chamuscando el traje para siempre.

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Sólo otro de los inconvenientes de su línea de trabajo; Narsk pensaba que sus nuevos
oídos le harían un espía más eficiente.
Su nariz se arrugó. Una mariposa multicolor se posó en ella, antes de aletear de forma
mareada hacia una flor exótica en el emparrado.
Delante, una mano marchita agarraba las flores.
—Bienvenido a mi enfermería, —le dijo la jardinera al insecto—. Y a ti, también,
Maestro Ka’hane.
En la parte superior de los escalones, Narsk se arrodilló.
—Gracias, Vilia Calimondra.
Él esperó pacientemente mientras la mujer de pelo como la nieve atendía su jardín.
Ella siempre le sorprendía. Vilia Calimondra, la Estrella del Ocaso. Conquistadora de
Phaegon y cabeza de las tres casas. Encorvada por el tiempo, pero una vez alta y
orgullosa; qué guerrera debía haber sido, pensó Narsk. Las manos que una vez
sostuvieron sables láser ahora estaban manchadas y arrugadas, mucho antes de su hora, y
aún así, sus ojos dorados todavía estaban tan vivos. El poder Sith hacía eso, a veces. La
mente toma un pago de la carne.
Narsk había esperado que ella partiera tan pronto como supiera del plan al completo
de Arkadia. Pero Vilia se había tomado la noticia del plan de su nieta con calma, y sin
sorpresa. Sus videntes habían esperado algo, de ahí la breve advertencia que había
recibido a través de su implante.
Y si le había incomodado lo más mínimo, ella no lo mostraba. Ahí estaba ella, en su
vestido simple ámbar, sin atender a nada que no fueran sus plantas, y ahora a su nieto.
Llevado ahí desde el último viaje de Narsk a la colina, Quillan se sentaba al lado bajo una
sombra portátil. No había silla flotante esta vez; los portadores habían llevado la silla
ellos mismos.
Las criaturas aviares planeaban sobre el océano. Quillan se volvió animado, viendo
tras ellas las galaxias desconocidas. Con la cabeza colgando contra la parte trasera de la
silla, él hablaba sílabas al aire.
—Sí, Quillan, —dijo Vilia, sentándose en un banco junto al chico. Ella plegó sus
manos—. La abuela lo entiende.
Narsk lo entendía ahora, también. El adolescente era el centro de todo ello: todo lo
que había ocurrido desde Gazzari. Mientras que Narsk había estado en el campo de
batalla, al ver que Odion y Daiman tenían su directiva de atacar a Bactra, Vilia se había
preocupado por alguien más: Arkadia. De algún modo, Vilia había sabido del interés de
su nieta en tomar no sólo el territorio de la Diarquía —eso era de esperar— sino también
a los propios gemelos. ¿Había sabido de ello Vilia a través de la Fuerza? ¿O a través de
otros activos como él mismo? Narsk no había preguntado. Pero el objetivo particular de
Arkadia en los niños había preocupado a Vilia lo suficiente para que asignara a Narsk a
mirar en ello.
Su reputación le había hecho ganar una posición clave para los planes de Arkadia en
Byllura. Fue pura coincidencia que la Jedi hubiera ido a Byllura, también; ciertamente le

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Star Wars: Caballero Andante

había sorprendido. Pero Vilia había sabido de ello tan pronto como el Diligencia se
aproximó a un mundo poblado en la Diarquía. Vilia había sido capaz de rastrear la
localización de Kerra desde su robo inicial del traje de sigilo, porque Vilia había sido la
fuente de Narsk para ello. Sus técnicos habían obtenido el sistema Cyricept y lo habían
modificado para que ella pudiera rastrear a Narsk, y, imaginó él, a cualquier otro
subordinado al que se los hubiera dado. El Mark VI podía ser un agujero en el espectro
mientras estaba activado, pero una vez al día mientras estaba desactivado,
silenciosamente contactaba con la red de comunicaciones secreta de Vilia utilizada para
permanecer en contacto con su familia.
Así que Vilia siempre había sabido que la Jedi jugaría un rol en su futuro. Ella
simplemente no sabía cuál era. Kerra Holt había, de hecho, salvado la vida de Vilia al
rechazarse a hacer de asesina para Arkadia. Una vez que Narsk supiera qué tenía Arkadia
exactamente en mente, él tomó la oportunidad de liberarla. A Vilia siempre le gustaba
pagar sus deudas.
—¿Estás aquí con noticias?
—Debería complacerla, —dijo Narsk. Dos de los otros agentes de Vilia habían
utilizado los momentos de confusión en el Arkadianato para hacer desaparecer a Dromika
de Byllura. La chica se mantendría lejos de su hermano gemelo en el futuro, sabían que
era por su bien, pero también lejos de las manos de oportunistas que pudieran explotarles,
como Calician había hecho. Y Arkadia, por ese asunto.
No había habido comunicaciones de Arkadia. Otro de los parientes de Vilia habría
mandado un sensiblero mensaje, haciéndose los inocentes y demostrando ver lo que la
viuda sabía. Arkadia había permanecido en silencio hacia su abuela. Pero ella había
hablado a Narsk, cuando él le mandó un mensaje pretendiendo estar oculto en un mundo
neutral. De ella, había sabido que su plan de incentivar el momento había funcionado
mejor de lo que tenía ningún derecho a esperar.
El daño hecho por el Diligencia había hecho que el suelo debajo del hangar colapsara
poco después de que Narsk partiera. Todo lo que había encontrado Arkadia en los
escombros de hielo eran fragmentos de la silla de ruedas con la trampa para tontos y los
cuerpos de varios de sus técnicos. Dándose cuenta de que habían muerto por el gas
nervioso y no por el cataclismo, Arkadia había concluido que sus ayudantes de algún
modo habían cargado la silla equivocada a bordo de la lanzadera en el nerviosismo, sólo
para que los tanques de la silla correcta se rompieran durante el bombardeo. Visto por
última vez subiendo a su escondite, Narsk había sido capaz de clamar ignorancia cuando
se comunicó con Arkadia. Él era una víctima también, había dicho, al llegar al mundo de
Vilia con la silla flotante equivocada.
Ella respondió bruscamente a eso antes de cortar el intercambio. Él sabía que ella
tenía otras preocupaciones. Otras fuentes habían informado de un daño mayor a la capital
de Arkadia, y la llamada de fuerzas significativas de la Diarquía. Pasaría algún tiempo
antes de que Arkadia pudiera consolidar su control sobre cualquier territorio nuevo.

LSW 259
John Jackson Miller

A Vilia le gustaba pagar sus deudas, pero parecía dispuesta a dejar vivir a su nieta con
la vergüenza. Uno no quería ser un marginado de esta familia.
—Chagras mimó tanto a los gemelos, —dijo ella, golpeando la mano de Quillan—.
Fue tan difícil, cuando se lo llevaron de ellos.
Narsk miró al suelo.
Alzándose, ella miró buscando al bothano.
—Tienes algo que preguntar, percibo. Te preguntas si tuve algo que ver con la muerte
de mi hijo Chagras, —dijo Vilia—, como clama Arkadia.
—Mi señora, yo no…
—Tú también preguntarías si Arkadia tuvo algo que ver con ello, —dijo ella—. ¿Una
hija ambiciosa, temerosa de que el legado de su padre fuera a unos gemelos más jóvenes,
más favorecidos? ¿Y una experta en toxinas nerviosas, la misma arma que hizo caer a
Chagras en la flor de la vida? Podrías construir un caso contra ella tan fácilmente como
podrías hacerlo contra mí, y sería en cada parte igual de horrible. —Vilia miró atrás
desde el seto—. ¿Así que por qué querrías hacerlo? Una familia está definida por sus
ilusiones compartidas, tanto como por su sangre.
Narsk se encogió de hombros. Reuniendo su coraje, él se tensó.
—Yo sólo tuve motivos para dudar de mí mismo, —dijo él—. Liberé a la Jedi. Ella
no se irá del espacio Sith… no si la conozco. Y ahora sabe sobre su familia y la Carga
Matrica. Ella podría dar esa información a sus enemigos. Incluyendo la República.
Vilia apartó sus preocupaciones. No había medios en masa para diseminar esa
información en el espacio Sith, no había autoridades que pudieran ser creíbles. Y la
República tenía autoridades que habían demostrado ser inefectivas incluso cuando tenían
una reciente y buena información sobre los Sith.
—De momento, —dijo ella—, la joven Kerra sigue siendo la única Jedi alrededor.
—Todavía puede ser un peligro para usted y su familia, —dijo Narsk.
—Yo la veo como otra cosa, —dijo Vilia—. Ella es como tú, Narsk. Ella es una
experiencia que aprender. Para todos ellos. Un día, los Sith de nuevo tomarán la
República… y de nuevo nos estaremos enfrentando a la alineación completa de
Caballeros Jedi. Mis nietos necesitan al menos conocer cómo tratar con una.
Narsk había jugado un rol dual por años, dijo ella. Sirviendo a sus nietos, él estaba
creando al mismo tiempo desafíos para ellos. Hasta donde sabía Vilia, Kerra era sólo otro
agente ahí fuera, probando a los hijos de sus hijos.
—Lo siento, viuda noble, —dijo el bothano, mirando abajo—. Sé que hay cosas que
están más allá de mi alcance. ¿Cómo sembrar la discordia fortalece su casa?
—No tienes hijos, ¿no, Maestro Ka’hane?
Rígido, Narsk consiguió agitar su cabeza.
—Bueno, yo he tenido muchos… y ellos han tenido muchos. Esperas que ellos luchen
los unos contra los otros, —dijo ella—, sucede que yo espero que ellos luchen bien.
Ella se giró hacia la silla, donde Quillan continuaba mirando en blanco al mar.

LSW 260
Star Wars: Caballero Andante

—Siempre quieres que tengan éxito en lo que sea que se propongan hacer. Esforzarse,
—dijo ella, acariciando el pelo del chico—, y prosperar. —Ella sonrió levemente al
chico—. Pero cuando ves que algunos no pueden, los dejas a un lado.
—¿Esa… esa es una filosofía Sith?
Vilia se rió.
—Los Sith son antiguos, Narsk, pero había abuelas mucho antes de eso. Tenemos
nuestra propia función. Podrías llamarlo una filosofía… pero es parte de ser lo que
somos.
Al ver a la mujer volver a su jardinería, Narsk hizo una reverencia y se giró para
partir.
—Oh, ¿y Narsk? —Acariciando una flor espinosa, Vilia miró atrás y sonrió—. Si ves
a Arkadia de nuevo, dile que le mando mi amor. Como siempre.

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John Jackson Miller

SOBRE EL AUTOR
El diseñador de juegos John Jackson Miller es también el autor de nueve novelas gráficas
de Star Wars: Caballeros de la Antigua República, así como la serie de eBooks Star
Wars: La Tribu Perdida de los Sith. Su trabajo en comics incluye escribir para Iron Man,
Mass Effect, Bart Simpson, e Indiana Jones. John Jackson Miller vive en Wisconsin con
su mujer, dos hijos, y muchísimos cómics.

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Star Wars: Caballero Andante

POR JOHN JACKSON MILLER

Star Wars: La Tribu Perdida de los Sith*


Precipicio
Celestiales
Parangón
Salvadora
Purgatorio
Centinela
Star Wars: Caballero Andante
*sólo ebook

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John Jackson Miller

Notas

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Star Wars: Caballero Andante

[1]
Juego de palabras entre Syned y «lie dead» (yacer muerto) en el original. (N. del T.) <<

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