Carta A Las Familias

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SEMINARISTA: ANTONY JOSÉ GUTIÉRREZ ASENCIO

Matrimonio y familia.
GRATISSIMAM SANE DEL SOMU PONTIFICE
JUAN PABLO II A LAS FAMILIAS

La Carta está escrita con ocasión del “Año Internacional de la Familia”, que Juan Pablo II
define como un año “de oración de la familia, por la familia, con la familia”, una oración
que abarque al mundo entero e incluya a las familias que están en dificultad,
desesperanzadas, divididas o en situación irregular. Algunos de sus puntos doctrinales más
destacados son, por lo que se refiere al primero de los dos capítulos de que consta la Carta,
la profundización en el fundamento del matrimonio y la familia, la explicación del concepto
de procreación responsable, la constatación de que el bien de la sociedad y el de la familia
están estrechamente relacionados. El segundo capítulo está centrado esencialmente, desde
una perspectiva más teológica, en la reflexión sobre el “misterio” de la familia como reflejo
de la íntima unión de Cristo con la Iglesia.

El Papa explica que el fundamento de la familia está constituido por el proyecto de Dios,
escrito en el libro del Génesis y también en la misma estructura del ser humano. El
fundamento es la dualidad originaria entre varón y mujer, creados a imagen y semejanza de
Dios. Partiendo de la narración bíblica, iluminada por el Nuevo Testamento, Juan Pablo II
ofrece una sugestiva reflexión por la que concluye que el modelo originario de la familia
hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida.

“La paternidad y la maternidad humanas, aun siendo biológicamente parecidas a las de


otros seres de la naturaleza, tienen en sí mismas, de manera esencial y exclusiva, una
“semejanza” con Dios, sobre la que se funda la familia, entendida como comunidad de
vida humana, como comunidad de personas unidas en el amor”. El Nosotros divino,
añade, “constituye el modelo eterno del nosotros humano; ante todo, de aquel nosotros
que está formado por el hombre y la mujer”. Cuando, en virtud de la “alianza conyugal”, el
hombre y la mujer se unen de modo que llegan a ser “una sola carne”, según las palabras
del Génesis, esa unión, con su dimensión espiritual y corpórea, debe realizarse en la
“verdad y el amor”, que es reflejo de la verdad y el amor de las personas divinas.

El Papa pone en relación los pasajes del Génesis con las enseñanzas de la Carta a los
Efesios, donde San Pablo muestra el matrimonio, e indirectamente la familia, como el “gran
misterio” referido a Cristo y a la Iglesia. “Este es ciertamente un nuevo modo de presentar
la verdad eterna sobre el matrimonio y la familia a la luz de la Nueva Alianza. Cristo la
reveló en el Evangelio con su presencia en Caná de Galilea, con el sacrificio de la Cruz y
los sacramentos de su Iglesia. Así, los esposos tienen en Cristo un punto de referencia para
su amor esponsal”. Al hablar de Cristo Esposo de la Iglesia, San Pablo se refiere de modo
análogo al amor esponsal y alude al libro del Génesis: “por eso dejará el hombre a su madre
y se unirá a su mujer, y se harán una sola carne”. El Papa señala que “no se puede
comprender a la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo”, sin hacer referencia a la creación
del hombre como varón y mujer, y a su vocación para el amor conyugal. “No existe el gran
misterio, que es la Iglesia y la humanidad en Cristo, sin el gran misterio expresado en el ser
una sola carne, es decir, en la realidad del matrimonio y la familia”.

SEMINARIO MAYOR SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA.


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El fundamento profundo en el que se basa la doctrina de la Iglesia sobre la paternidad y


maternidad responsables está expresado por dos enseñanzas del concilio vaticano II, que el
Papa repite como un estribillo a lo largo del documento: el hombre “es la única criatura en
la tierra a la que Dios ha amado por sí misma” y, al mismo tiempo, el hombre “no puede
encontrarse a sí mismo si no es en la entrega sincera de sí mismo”. El hombre creado a
imagen y semejanza de Dios, y redimido por Cristo, Dios hecho hombre, sólo puede
encontrar su plenitud mediante la entrega sincera de sí mismo.

El Papa recuerda, además, que el origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la
biología. “Dios ha amado al hombre desde el principio y lo sigue amando en cada
concepción y nacimiento humano. Dios ama al hombre como un ser semejante a Él, como
persona. Este hombre, todo hombre, es creado por Dios “por sí mismo”. Esto es válido para
todos, incluso para quienes nacen con enfermedades o limitaciones”. Los padres, ante un
nuevo ser humano, deberían tener conciencia de que Dios ama a la nueva criatura por sí
misma.

El Papa conoce las críticas contra esa visión antropológica y aborda este tema abiertamente.
“La Iglesia enseña la verdad moral sobre la paternidad y la maternidad responsables,
defendiéndola de las visiones y tendencias erróneas difundidas actualmente. ¿Por qué hace
esto la Iglesia? ¿Acaso porque no se da cuenta de las problemáticas evocadas por quienes
en ese ámbito sugieren concesiones y tratan de convencerla también con presiones
indebidas, si no es incluso con amenazas?”. En efecto, añade, “se reprocha frecuentemente
al Magisterio de la Iglesia que está ya superado y cerrado a las instancias del espíritu de los
tiempos modernos; que desarrolla una acción nociva para la humanidad, para la Iglesia
misma. Por mantenerse obstinadamente en sus posiciones -se dice- la Iglesia acabará por
perder popularidad y los creyentes se alejarán cada vez más de ella”.

La Iglesia no es insensible a esos problemas, responde Juan Pablo II. “Aun manifestando
comprensión materna por las no pocas y complejas situaciones de crisis en que se hallan las
familias, así como por la dignidad moral de cada ser humano, la Iglesia está convencida de
que debe permanecer absolutamente fiel a la verdad sobre el amor humano; de otro modo,
se traicionaría a sí misma”.

El Papa alienta a los esposos, y a cuantos les ayudan a poner en práctica las enseñanzas de
la Iglesia, en su tarea de ir “valientemente contra corriente”, sin plegarse al “conformismo
cultural dominante”. Recuerda, al mismo tiempo, que el “amor es exigente”, pero que es
necesario que los hombres descubran ese amor responsable, porque ahí está “el fundamento
verdaderamente sólido de la familia”; un fundamento que es capaz de soportarlo todo”,
según la expresión de San Pablo. En diversos pasajes de la Carta, el Pontífice se refiere al
ambiente cultural dominante y a su incidencia sobre la familia. “Vivimos en una época de
gran crisis, que se manifiesta, sobre todo, como profunda crisis de verdad”, lo que implica
una “crisis de conceptos”, como se deduce de los distintos significados que se dan a
términos como “amor”, “libertad”, “entrega sincera”, e incluso “persona”, “derechos de la
persona”.

Juan Pablo II completa la descripción del marco ideológico y cultural de la sociedad


contemporánea subrayando que se caracteriza por el agnosticismo teórico y el utilitarismo

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práctico, ambos frutos del positivismo. Estamos en “una civilización basada en producir y
disfrutar; una civilización de las cosas y no de las personas; una civilización en la que las
personas se usan como si fueran cosas”. Algunas consecuencias son que “la mujer puede
llegar a ser un objeto para el hombre, los hijos un obstáculo para los padres, la familia una
institución que dificulta la libertad de los miembros.” Existe, además, un fuerte
individualismo que se basa en un concepto de libertad carente de responsabilidad, según el
cual “el sujeto hace lo que quiere, estableciendo él mismo la verdad de lo que le gusta o le
resulta útil”. Otro rasgo del pensamiento dominante es un nuevo “dualismo” o
“maniqueísmo”, por el que se oponen radicalmente entre sí la vertiente física y espiritual
del hombre, y se olvida que “el hombre es persona en la unidad de cuerpo y espíritu”.

El Papa recuerda, en este sentido, que la familia como institución se basa en el matrimonio.
Y citando el Código de Derecho Canónico, sintetiza su descripción como la alianza “por la
que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su
misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole”.

Sólo una unión así puede ser reconocida como matrimonio, y no otras uniones
interpersonales que no responden a esas condiciones, “a pesar de que hoy en día se
difunden, precisamente sobre este punto, corrientes bastante peligrosas para el futuro de la
familia y de la misma sociedad”. Al comentar estos aspectos, la expresión del Papa se hace
particularmente neta: “¡ninguna sociedad humana -afirma- puede correr el riesgo del
permisivismo en cuestiones de fondo relacionadas con la esencia del matrimonio y de la
familia! Semejante permisivismo moral llega a perjudicar las auténticas exigencias de paz y
de comunión entre los hombres. Así se comprende por qué la Iglesia defiende con energía
la identidad de la familia y exhorta a las instituciones competentes, especialmente a los
responsables de la política, así como a las organizaciones internacionales, a no caer en la
tentación de una aparente y falsa modernidad”.

Es necesario, al contrario, que se reconozcan los derechos de la familia, íntimamente


relacionados con los derechos del hombre, sobre los que la Santa Sede publicó en 1983 una
Carta, que conserva toda su actualidad. “Los derechos de la familia no son simplemente la
suma matemática de los derechos de la persona”, ya que la familia es algo más que la suma
de sus miembros considerados singularmente.

El Papa habla de la relación de la familia con otras sociedades, como la nación, entendida
como comunidad cultural, y el Estado. Se refiere concretamente al principio de
subsidiaridad, que se manifiesta en los ámbitos educativos, de sanidad, de previsión y
laboral. “El desempleo constituye, en nuestra época, una de las amenazas más serias de la
vida familiar”, ante la que es urgente poner remedio con “soluciones valientes que miren,
más allá de las fronteras nacionales, a tantas familias para las cuales la falta de trabajo lleva
a una situación de dramática miseria”. En este contexto hay una explícita referencia a la
necesidad de que se reconozca la importancia del trabajo en el hogar. “La fatiga de la mujer
-que después de haber dado a luz un hijo lo alimenta, lo cuida y se ocupa de su educación,
especialmente en sus primeros años- es tan grande que no hay que temer la confrontación
con ningún trabajo profesional. Esto hay que afirmarlo claramente, no menos de cómo se
reivindica cualquier otro derecho relativo al trabajo. La maternidad, con todos los esfuerzos
que comporta, debe obtener también un reconocimiento económico igual, al menos, que el

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de los demás trabajos afrontados para mantener la familia en una fase tan delicada de su
existencia”.

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